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Película: Salvar al Soldado Ryan Año: 1998

Título Original: Saving Private Ryan País: EEUU

Duración: 170 min Tipo: Tecnicolor

Productora: DreamWorks, Paramount Pictures

Dirección: Steven Spielberg

Guión: Robert Rodat

Intérpretes: Tom Hanks, Edward Burns, Tom Sizemore, Matt


Damon, Jeremy Davies, Adam Goldberg, Barry Pepper,
Giovanni Ribisi, Vin Diesel

Oscar: Mejor Director, Mejor Fotografía, Mejores Efectos de


Sonido, Mejor Montaje, Mejor Sonido

Crítica: Desde sus primeros trabajos, Steven Spielberg manifestó un


don sobrenatural para el rodaje y, sobre todo, para la maquinaria del
suspense y los efectos especiales, una capacidad a la que el público
ha respondido en masa. Pero el éxito masivo de películas como
Tiburón (1975), Encuentros en la Tercera Fase (1977), E.T. el
Extraterrestre (1982), Indiana Jones en Busca del Arca Perdida (1981)
o, más tarde, Parque Jurásico (1993), que contribuyó enormemente a
cuajar el concepto de bombazo del Hollywood actual, perjudicó en
cierto modo la reputación de Spielberg; para los entendidos, claro.
Para el público en general era un mago, pero para los entendidos era
un creador de meros entretenimientos y ejercicios técnicos con
ordenador.

A pesar de ello, Spielberg quiso ampliar su campo de actuación con


experimentos como El Color Púrpura (1985) o El Imperio del Sol
(1987), esta última rodada en España, por cierto. Pero hasta la
desgarradora película sobre el holocausto La Lista de Schindler (1993)
no consiguió el reconocimiento unánime de público y de crítica.
Desde entonces, Spielberg volvió a hacer de las suyas con las
secuelas de Indiana Jones y de Parque Jurásico.

Salvar al Soldado Ryan supuso una novedad en el repertorio del


genial director: una intensidad cinematográfica visceralmente
violenta. Spielberg ya había tratado la violencia, pero era una
violencia de cartón piedra moderada, con escenas puntuales de
dramatismo en momentos de horror extremo (por ejemplo, cuando en
Parque Jurásico un tiranosaurio se come a un humano mientras
estaba sentado en el retrete, tras destrozar por completo los aseos y
dejar al pobre hombre a la lluviosa intemperie). Sin embargo, la
escena inicial de Salvar al Soldado Ryan es implacable. En cuanto los
barcos estadounidenses desembarcan en Normandía, sus jóvenes son
masacrados por ráfagas incesantes de ametralladora y caen con sus
inútiles cascos, atravesados por las balas. Pero la cosa no acaba ahí.
Los soldados saltan en pedazos. Fragmentos de cuerpos humanos
vuelan por los aires y salpican el suelo. El mar se vuelve de un rojo
vertiginoso. La cámara se sacude con violencia. La película se
empapa del color de la muerte. El nuevo Spielberg nos hace
prisioneros.

Cierto es que el director no se resiste a caer en un sentimentalismo


descarado. Un par de detalles ñoños inician y terminan la película con
la función de darle estructura retrospectiva y de poner un bonito final.
Por otro lado, la ética y la moral están presentes a lo largo de todo el
film, y al batallón que busca al soldado Ryan le van surgiendo
preguntas relacionadas (“¿Realmente merece la pena poner en juego
la vida de todos nosotros para salvar la de uno solo?”) y deberán
elegir qué hacer en cada situación (por ejemplo, cuando uno de ellos
decide tener piedad y liberar al rehén que capturaron, y que luego
volverá para matarle a pesar de haberle perdonado la vida). Al menos
impulsa el consabido conflicto entre el bien y el mal al final de la
película. La guerra es un infierno, viene a decirnos, y no merece la
pena. Contemplando las miles de tumbas, un soldado pregunta a su
mujer: “¿He sido un buen hombre?”. Una forma ambigua de
preguntar no sólo si valía la pena lo que había hecho, sino si estaba
justificado. Sin duda son preguntas que acosan a los que quedan en
pie cuando cesan los disparos, contemplando el paisaje de muerte y
destrucción que acarrea la lucha, aun con el mejor de los propósitos.

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