Intérpretes: Tom Hanks, Edward Burns, Tom Sizemore, Matt
Damon, Jeremy Davies, Adam Goldberg, Barry Pepper, Giovanni Ribisi, Vin Diesel
Oscar: Mejor Director, Mejor Fotografía, Mejores Efectos de
Sonido, Mejor Montaje, Mejor Sonido
Crítica: Desde sus primeros trabajos, Steven Spielberg manifestó un
don sobrenatural para el rodaje y, sobre todo, para la maquinaria del suspense y los efectos especiales, una capacidad a la que el público ha respondido en masa. Pero el éxito masivo de películas como Tiburón (1975), Encuentros en la Tercera Fase (1977), E.T. el Extraterrestre (1982), Indiana Jones en Busca del Arca Perdida (1981) o, más tarde, Parque Jurásico (1993), que contribuyó enormemente a cuajar el concepto de bombazo del Hollywood actual, perjudicó en cierto modo la reputación de Spielberg; para los entendidos, claro. Para el público en general era un mago, pero para los entendidos era un creador de meros entretenimientos y ejercicios técnicos con ordenador.
A pesar de ello, Spielberg quiso ampliar su campo de actuación con
experimentos como El Color Púrpura (1985) o El Imperio del Sol (1987), esta última rodada en España, por cierto. Pero hasta la desgarradora película sobre el holocausto La Lista de Schindler (1993) no consiguió el reconocimiento unánime de público y de crítica. Desde entonces, Spielberg volvió a hacer de las suyas con las secuelas de Indiana Jones y de Parque Jurásico.
Salvar al Soldado Ryan supuso una novedad en el repertorio del
genial director: una intensidad cinematográfica visceralmente violenta. Spielberg ya había tratado la violencia, pero era una violencia de cartón piedra moderada, con escenas puntuales de dramatismo en momentos de horror extremo (por ejemplo, cuando en Parque Jurásico un tiranosaurio se come a un humano mientras estaba sentado en el retrete, tras destrozar por completo los aseos y dejar al pobre hombre a la lluviosa intemperie). Sin embargo, la escena inicial de Salvar al Soldado Ryan es implacable. En cuanto los barcos estadounidenses desembarcan en Normandía, sus jóvenes son masacrados por ráfagas incesantes de ametralladora y caen con sus inútiles cascos, atravesados por las balas. Pero la cosa no acaba ahí. Los soldados saltan en pedazos. Fragmentos de cuerpos humanos vuelan por los aires y salpican el suelo. El mar se vuelve de un rojo vertiginoso. La cámara se sacude con violencia. La película se empapa del color de la muerte. El nuevo Spielberg nos hace prisioneros.
Cierto es que el director no se resiste a caer en un sentimentalismo
descarado. Un par de detalles ñoños inician y terminan la película con la función de darle estructura retrospectiva y de poner un bonito final. Por otro lado, la ética y la moral están presentes a lo largo de todo el film, y al batallón que busca al soldado Ryan le van surgiendo preguntas relacionadas (“¿Realmente merece la pena poner en juego la vida de todos nosotros para salvar la de uno solo?”) y deberán elegir qué hacer en cada situación (por ejemplo, cuando uno de ellos decide tener piedad y liberar al rehén que capturaron, y que luego volverá para matarle a pesar de haberle perdonado la vida). Al menos impulsa el consabido conflicto entre el bien y el mal al final de la película. La guerra es un infierno, viene a decirnos, y no merece la pena. Contemplando las miles de tumbas, un soldado pregunta a su mujer: “¿He sido un buen hombre?”. Una forma ambigua de preguntar no sólo si valía la pena lo que había hecho, sino si estaba justificado. Sin duda son preguntas que acosan a los que quedan en pie cuando cesan los disparos, contemplando el paisaje de muerte y destrucción que acarrea la lucha, aun con el mejor de los propósitos.