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Jose Juarez Coconi

1918-2001
Marco Antonio Castillo Castillo
Literatura

Juan José Arreola


JUAN JOSÉ ARREOLA
El brillante comienzo de la carrera que llevó a Juan José Arreola a obtener el título de «autodidacta
cum laudem» se inició al aprender a caminar —incluso correr— al verse perseguido por un borrego
negro2. A leer aprendió de oídas y el instinto se ocupó de ponerlo a escribir tanta página entrañable.
Ayudado por una memoria portentosa, acumuló datos, nombres, textos y dibujos que con el tiempo
adquirieron un sentido completo al ordenarlos con
un criterio algo menos disperso, mientras
trabajaba como corrector en el Fondo de
Cultura Económica.
Cualquier faceta de la literatura, de
la creación de formas y contenidos
con las letras y todos sus colaterales
fueron el fin y el fondo de los
proyectos de Arreola. Libre, disperso
y contradictorio en los márgenes y
con ideas fijas en el centro del
meollo. Por ello, su dispersión fue de
fogueo y la vista rapaz lo más
característico de ella. Las
circunstancias se reunían a la puerta
de su casa con un par de palmadas.
Así tuvo por ejemplo en sus manos
cuentos inéditos de García Márquez
o Cortázar para publicar en Los
presentes3 o la primera copia
manuscrita de Pedro Páramo
buscando su opinión. A cada golpe de timón se
encontraba sin remedio con las personas que
iban a ser los personajes de veinte años después:
Octavio Paz, Carlos Fuentes, Augusto Monterroso, Rodolfo Usigli, Pablo Neruda... Tuvo Arreola la gracia
de tratarlos sin atenerse a otra convención ajena a su albedrío.
Igual que rechazó la oportunidad de viajar junto a Neruda como secretario particular4, cercó a Louis
Jouvet hasta interesarle en su vocación teatral o influyó decisivamente en la edición de la obra de
Rulfo tal cual la había configurado originariamente su amigo Juan. Evidentemente, practicaba el
antiguo arte de saber estar en el lugar propicio y actuar como si tal cosa. Así lo hizo por ejemplo —
aunque fuera por pasiva— participando en el argumento original del cuento más famoso de Augusto
Monterroso5.
El amor por la literatura siempre fue complementario por el que sentía en su relación con las mujeres,
pasiones que le producían a su vez un hondo temor y ciertas posturas extremas y fama de
intransigente o misógino.
En ninguna de las dos batallas consiguió una victoria fácil. La salud, la economía o la mera dispersión
de voluntades o afectos jugaron casi siempre en contra. El gusto por aprender se tuvo que alternar
con la búsqueda del sustento y el futuro maestro de las letras pasó por decenas de escuelas de labor
que con el tiempo le proporcionarían valiosos créditos: vendedor de sandalias, empleado, cobrador,
dependiente, pastor, peón, comediante o panadero. Transiciones que Arreola literaturizó con enorme
acierto. Antes, el cine, la música y los libros fueron regando una formación dispersa donde los
objetivos y los géneros bailaban en sus intenciones. Escuchó la designación de las letras para ejercer
de uno de sus representantes, pero antes intentó ser actor con todas las consecuencias; dejó lo que
tenía y se marchó a la capital de México, se inscribió en la escuela
de teatro del Instituto Nacional de las Bellas Artes y se hizo para
siempre, comediante. A sus futuras actuaciones añadió por esa
época de finales de los años 30 algunos textos dramáticos.7
El fracaso de la gira teatral que realizó por el interior del país le hizo
abandonar, aparentemente, su vocación y regresar al entorno
familiar, dedicándose a buscar novia y vender «tepache» en
Manzanillo mientras volvía a Zapotlán, conseguía un puesto de
maestro de secundaria y comenzaba el oficio de escritor8. Se
trasladó después a Guadalajara para que ocurrieran nuevas
experiencias ajenas al desánimo con el que llegó del Distrito Federal.
Con Arturo Rivas Sainz editó la revista Eos9, donde publicó su primer
cuento importante: «Hizo el bien mientras vivió». También conoció por entonces a Juan Rulfo y
Antonio Alatorre con quienes fundaría en 1944 la revista Pan.
El otro objetivo necesario para solventar la crisis fue encontrar un trabajo lo suficientemente estable
para recuperar y casarse con Sara, la novia de la que había estado separado de marzo a noviembre
del 1943. Tenía en contra, según el consejo de familia de la pretendida, el hecho de ser actor y
escritor pero consiguió casarse con ella en 1944, en medio de una época que él mismo consideró
gloriosa. La fuerza del teatro y ciertas casualidades lo pusieron en París para intentar de nuevo curar
aquel arrebato por interpretar. Una de sus enfermedades lo devolvió antes de tiempo a su vieja cuna
de Jalisco donde consiguió recuperar la dispersidad de siempre aunque ahora más centrada en el
mundo de los libros. Sus trabajos editoriales en el Colegio de México y en el Fondo de Cultura
Económica se completaban con la fundación de la editorial Los presentes y la adjudicación de dos
becas10 para la preparación de los libros que le abrirían el camino del reconocimiento literario: Varía
invención y Confabulario, los cuales iría publicando mientras continuaba su búsqueda del soneto
imposible y sin olvidar el sueño sin remedio del teatro, para el que publicó en 1954 su texto
dramático, La hora de todos11 .
Sin parada, otros proyectos ocuparon sus esfuerzos, había llegado el
momento de montar una nueva editorial y lo hizo en 1958 con el
nombre de Cuadernos del unicornio, con un interesante elenco de
publicaciones de los autores sobresalientes de la época. El mismo
año aparecía la primera versión de su Bestiario12 y poco más tarde
se dedicarían al rescate y posterior dirección de La casa del lago.
Junto a Héctor Mendoza, dirigió algunos programas teatrales de
«Poesía en voz alta» y además descubrió que la enseñanza era otra
manera de crear. Escritores ahora consagrados recuerdan su labor
en los talleres literarios, a través de los cuales fue considerado como
maestro de toda una generación de escritores, como Vicente Leñero,
José de la Colina o José Emilio Pacheco.
Juan José Arreola no dejó escapar la ocasión de estar en Cuba,
conocer a Fidel Castro, escritores, políticos y una situación única
para anotar en su agenda de la dispersión. Volvió con fuerza para
continuar con los talleres, con Los presentes, con la revista Mester y
con sus dolencias. Lo tuvieron que operar de una grave enfermedad de estómago. Ordenando papeles
tras la operación, Arreola encontró la base de lo que sería su única novela13 en unas notas biográficas
de principios de los cincuenta donde el protagonista principal era su padre y el pueblo de Zapotlán
girando alrededor. Cuando se vio recuperado volvió a sus actividades en el Centro Mexicano de
Escritores14 y en la Escuela de Teatro del INBA. Arreola siguió cumpliendo un particular empeño de
divulgación de la cultura a través de cualquier medio, desde las charlas en los talleres literarios,
participando en revistas... Mester, Los Cuadernos del Unicornio o la célebre edición de Lecturas en voz
alta, donde seleccionaba textos que publicaba la editorial Porrúa. Su colaboración al universo literario
continuó siendo intensa, conferencias, clases, prólogos, ensayos o compilaciones lo seguían teniendo
dispersamente ocupado aunque su producción literaria se fue reduciendo deliberadamente. El reparo
que siempre demostró por el cuidado de los textos o el sentimiento de contaminación al convertirlos
en producto comercial hizo que Arreola nos dejara una obra intensa aunque relativamente escasa. La
marginalidad de su obra es consentida con tanto agrado como la fama de perfeccionista, por ello
decidió no añadir más cantidad sin la firmeza de la originalidad.
Precisamente por salvaguardar estas premisas y por estar más atento a la dispersión que supone el
arte, más que a las modas, movimientos o vertientes, sobre su imagen cayeron críticas y
distanciamientos de todos los sectores: Desde afrancesado a comunista, aunque también se le criticó
su falta de conciencia social y en general, no seguir ciertas directrices que marcan cierto tipo de éxito
del que Arreola no quiso nunca oír hablar.
En los años 70, Arreola prestó su imagen honorable —excéntrica para otros— a la parcela cultural de
un popular programa de televisión. Se trataba de «Sábados con Saldaña», del Canal 13 mexicano, y su
intervención, como otras en televisión, resultó polémica aunque a esas alturas no le preocupaba
demasiado. También hizo de comentarista de fútbol o colaborador en programas de radio. La
dispersión le venía de lejos y ahora la vestía de capa y bastón, adornada ya por la blancura
desparramada de los cabellos y largos aires de distancia. Juan José Arreola era ya un personaje que
tendría que pasar inmensas horas recibiendo premios y reconocimientos, viendo múltiples ediciones
de sus obras, traducciones, participando en mil y un eventos y, sobre todo, aprendiendo a olvidar su
portentosa memoria.

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