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11/09/2009 Clarín.

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25.02.2008 Clarín.com Opinión

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Una brújula posible para hacer


ciencia hoy en la Argentina
00:00

La creación del nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología es un hito


histórico. El momento es oportuno entonces para reflexionar sobre
cómo el Estado, los científicos y la educación orientan de aquí en
adelante sus diferentes compromisos con el tema.

Por: Alberto Kornblihtt

A la ciencia, piloto de la industria, conquistadora de enfermedades,


multiplicadora de cosechas, exploradora del universo, reveladora de las leyes
de la naturaleza y eterna guía hacia la verdad". Este lema, que fue acuñado el
siglo pasado por el astrónomo G. E. Hale, en parte responde a una de las
preguntas más polémicas sobre la actividad científica de nuestro país. ¿Debe
la Argentina, un país con altos índices de pobreza pese a ser rico en
recursos, fomentar la investigación básica? ¿Los científicos argentinos
debemos investigar sólo guiados por el afán de descubrir o las
investigaciones deben orientarse a resolver problemas acuciantes de nuestra
sociedad? ¿Es la investigación científica una actividad cultural como las artes
o una herramienta tecnológica cuyos resultados deben derivar en productos o
servicios?

Desde ya adelanto mi respuesta: la Argentina no puede darse el lujo de no


hacer ciencia básica, justamente porque tiene aún muchos problemas que
resolver. ¿Cómo es esto? Hay quienes defienden la investigación básica
argumentando que la distinción entre básica y aplicada no existe, que hay una
sola ciencia, que se divide en buena o mala según su calidad. Aunque a
veces lo usé, nunca me convenció ese argumento.

Prefiero reconocer la existencia de los dos tipos de ciencia y entender que


están relacionadas dialécticamente, que no existe una sin la otra. Que la
ciencia es a la vez piloto de la industria y camino a la verdad; multiplicadora
de cosechas y reveladora de leyes naturales.

Así como la luz es a la vez partícula y onda, la ciencia tiene esas dos caras. El
motor de la curiosidad es tan poderoso como la necesidad de que lo que se
busca tenga utilidad. Más aún, pienso que la propensión a develar misterios y
descubrir es inherente a la condición humana. Quizás lo sea a la condición
animal.

No se la puede reprimir. ¿O es que vamos a reprimir estudiar los dinosaurios


de la Patagonia, la tectónica de placas que forma los Andes, la historia
medieval o el origen de los rayos cósmicos porque no parecen tener una
aplicación inmediata ni resuelven problemas sociales? No podemos dejar
que las leyes naturales las descubran los países del Norte y que nuestro
papel quede relegado a la búsqueda de lo aplicado, o peor, a la mera
aplicación de lo ya conocido. Si lo hiciéramos, fracasaríamos
estrepitosamente por haber desdeñado el poder de la investigación básica
de generar una forma de pensar crítica, rigurosa, donde no cabe el dogma,

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la fe ni el principio de autoridad para sustentar un argumento. La ciencia
básica nos entrena para resolver problemas y no para aplicar recetas.

Las características mencionadas están en las raíces profundas comunes a


las ciencias "naturales" y a las "sociales". Ambas se nutren de la observación
y el análisis crítico de una fracción recortada de lo que nos rodea. En ambas
debemos reconocer la presencia de nuestra subjetividad (deseos,
prejuicios, afectos, ideología) y cuidarnos de que no influya
desmedidamente sobre nuestras conclusiones. Pero sobre todo debemos
celebrar la capacidad de nuestra especie de razonar encadenando
argumentos y llegar a conclusiones fundamentadas, en lugar de librar una
estéril batalla entre las ciencias sociales y las naturales como la desatada
recientemente frente a un comentario del flamante ministro de Ciencia y
Tecnología Lino Barañao.

Este había dicho con ironía en un medio que algunas investigaciones en


ciencias sociales le parecían "teología". Esto llevó a prestigiosos
investigadores sociales a manifestar su enojo a través de decenas de
artículos en distintos medios.

Desde el lado de las naturales, quiero decirles a mis colegas de las sociales
que algunas investigaciones en nuestras disciplinas también parecen
teología, que en todas partes se cuecen habas, y que en todo caso la
primera en ofenderse debería haber sido la Iglesia, por el uso peyorativo del
término teología.

Ningún investigador "duro" dejará de reconocer el carácter científico ni la


validez de las propias metodologías de las ciencias sociales. Sobre lo que
naturales y sociales debemos estar conjuntamente alertas es sobre el
avance de la pseudociencia, la superchería y el dogma disfrazado de razón.

Gracias a la ciencia básica los científicos argentinos sabemos hacer


vacunas, medicamentos, organismos transgénicos, reactores nucleares,
biosensores, software de computadoras. Sabemos estimar contaminaciones
e impacto ambiental. Evaluar el estado de los suelos y de la atmósfera, medir
la riqueza biológica y mineral de nuestros ríos, mares y montañas. Podemos
conocer el impacto socioeconómico del monocultivo de soja así como las
raíces histórico-económicas de nuestra injusticia social.

Tenemos expertos en casi todas la áreas. Lo hemos aprendido en las


universidades nacionales públicas de magros presupuestos y en los centros
de investigación estatales del CONICET, INTA, CONEA. El problema es si la
aplicación de todo este conocimiento va a estar únicamente orientada
hacia la industria privada, o si el Estado decidirá utilizarlo para asumir un
papel independiente del mercado que genere bienes y servicios a bajos
costos para los sectores más necesitados.

Entonces el problema saldrá del área de la decisión individual del


investigador entre hacer ciencia básica o aplicada y se ubicará en el terreno
de las decisiones políticas del Gobierno. Un ejemplo de esto último sería
impulsar la producción pública de medicamentos y la fabricación de las
vacunas obligatorias que hoy se importan.

La creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología es un hito positivo en la


historia de la ciencia local que puede ser comparado con la creación del
CONICET hace medio siglo. Entre las tareas del nuevo ministerio estará la de
llegar al ansiado 1% del PBI (hoy nos encontramos en un 0,4%) para el
presupuesto de CyT.

Para ello el Gobierno deberá aumentar el presupuesto genuino del área ya


que hoy la mayoría de los fondos destinados a la promoción no provienen del
presupuesto nacional sino de un crédito del Banco Interamericano de

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Desarrollo. Estos créditos imponen condiciones y además hay que
devolverlos. El actual 0,4% no sólo nos ubica debajo del porcentual asignado
por EE.UU., Unión Europea, China y Japón, sino también a la zaga de
algunos de nuestros vecinos latinoamericanos. Pero quizás lo más
importante es que nos ubica muy por debajo de nuestras capacidades
reales y de la excelente preparación de nuestros jóvenes.

En efecto, pese a las medidas de jerarquización de los últimos 4 años, los


montos de nuestros salarios y becas siguen siendo bajos tanto a nivel
internacional como interno. Una manera de generar fondos estatales
específicos debería ser un impuesto especial a las empresas farmacéuticas
multinacionales que no invierten en investigación en nuestro país, pero se
llevan la parte del león por la venta de medicamentos importados.

Por último, una reflexión referida a la enseñanza de las ciencias. Por


sugerencia de una comisión nacional convocada por el Ministerio de
Educación, 2008 ha sido declarado el año de la enseñanza de las ciencias.
Para que no quede en lo meramente declarativo, la comisión recomendó
destinar presupuestos para mejorar la enseñanza de las ciencias en las
educaciones inicial, primaria y secundaria y fortalecer los institutos de
formación docente.

El fundamento es que la enseñanza de las ciencias no sólo sirve para


despertar inquietudes de futuros investigadores, sino que es importante para
la formación ciudadana, para la adquisición de una opinión pública
informada y para fomentar el pensamiento crítico.

Los científicos podemos hacer mucho en este sentido. Quizás sea una de las
mejores maneras de ser útiles a nuestra sociedad, saliendo de nuestra torre
de marfil. Después de todo, debo confesarlo, me importa más el
compromiso social del científico que la importancia social de su tema de
investigación.

http://w w w .clarin.com/diario/2008/02/25/opinion/o-01901.htm

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Directora Ernestina Herrera de Noble

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