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Los tres principios de la mecánica, la medicina tradicional y el análisis temporal


del pulso

Miguel Iradier

Tres principios de la mecánica, Diagnóstico del pulso, Samkhya, Ayurveda, Balance en sistemas
ambientales, Equilibrio en sistemas abiertos, Biosemiótica ,Transición de fase, Analisis temporal,
Corazón, Dinámica no lineal.

Los tres principios subyacentes al diagnóstico por el pulso, y de forma más explícita en la medicina
ayurvédica india, guardan una notable correspondencia con los tres principios de la mecánica de Newton.
Las tres gunas o modalidades fundamentales, y sus humores reactivos asociados o doshas son
directamente definibles como acción, inercia y un medio o sensibilidad entre ambas, que supone también
una tasa de intercambio. A pesar de la correspondencia general, los contextos son completamente
distintos: los tres principios de la mecánica rigen idealmente y por definición para sistemas cerrados, y los
principios del Samkhya se aplican a sistemas abiertos en intercambio con el medio, que son la inmensa
mayoría. Puesto que el pulso es un sistema explícitamente dinámico, constituye un medio ideal para
estudiar la correlación entre los aspectos cuantitativos y cualitativos de ambos, y su posible
generalización.

1. Introducción

A comienzos del siglo XVIII, Hermann Boerhaave, el médico más famoso de Europa en la
época, acometió el intento de racionalizar la práctica y teoría de la medicina a imagen y semejanza de una
física experimental plenamente consolidada desde Newton. Boerhaave buscaba principios iatromecánicos
de la máxima simplicidad, aun a sabiendas de la enorme diferencia entre su dominio y el de la física
matemática. Aunque la escuela de Leiden dejó huella en los intentos de renovación de la medicina
moderna, Boerhaave y sus seguidores tuvieron que conformarse con poco más que una apelación a la
práctica experimental, por lo que igual podían haber recurrido al nombre de Galileo que al de Newton.
Los principios simples nunca pudieron cristalizar en la medicina ni en la biología.
La iatromecánica, la medicina de inspiración mecánica, buscaba destronar definitivamente una
cierta medicina de inspiración química o iatroquímica, -cuyo origen muchos cifran en Paracelso- del
mismo modo que los físicos experimentales habían convertido en obsoletas las disputas escolásticas. La
química fue entendida durante siglos, también en Occidente, la ciencia de la Naturaleza y sus
transformaciones por excelencia, pero, siendo sus categorías demasiado cualitativas y embrolladas, llegó
un momento en que sus principios parecieron demasiado vanos y especiosos en comparación con los
mucho más netamente definidos y manejables de la mecánica. Los paracelsistas hablaban de tres
principios fundamentales, deducidos empíricamente de sus operaciones de combustión, eliminación y
destilación, y en esto coincidían con la filosofía básica de otras escuelas médicas anteriores. Sin embargo,
de aquello que podían separar de manera elemental de sustancias muertas era poco menos que imposible
decir nada organizado y razonable en términos de relación activa e indivisa. Aunque cualquiera pensaría
que sus principios no guardaban la menor relación con los principios que luego emergieron de la
mecánica, lo cierto es que mantienen una llamativa correspondencia, y lo que diverge radicalmente es el
contexto y el método general de tratarlos. Esta afirmación extraña merece una mejor explicación.

2. De los tres principios y del tercero en particular

Tal vez la forma más inmediata de apercibirse de la vigencia del tercer principio, el de acción y
reacción, es disparando una escopeta y verificando en nuestro cuerpo el retroceso. Naturalmente, la culata
no nos golpea con la misma velocidad de partida de la bala, sino, aproximadamente, con aquella que es
cociente de la masa de la bala con respecto a la del rifle. Además, siempre hay pérdidas por escape, que se
intentan minimizar. Si sólo conocemos la velocidad de salida del proyectil, o la de retroceso, necesitamos
saber del medio de disparo para efectuar el balance; y aun sabiendo de la acción y reacción, necesitamos
observar el medio o aparato para poder precisar el modo en que se produce la pérdida. Precisando
comprobaremos también que la reacción no es simultánea e inmediata, sino que comporta siempre un
tiempo lo mismo que un medio, aunque a menudo sea negligible.
Los dos primeros principios de la mecánica, que definen la inercia y la fuerza, son gemelos y se
necesitan mutuamente para precisarse; el tercero representa tanto al balance que debe cumplirse como el
marco en que se precisa ese balance; por lo tanto tiene también un carácter doble, pero ahora intrínseco y
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referido a sí mismo, tanto de abstracción y generalización como de concreción. Invirtiendo el título de
nuestro epígrafe, podemos decir que los dos primeros principios se refieren a particulares y que el tercer
principio es el marco general. Y no sólo eso, sino que admite infinitos grados de abstracción y
concreción. De aquí la generalidad de los tres principios de Newton, que siguen aplicándose de un modo
u otro incluso cuando, como es el caso de la física de partículas moderna, el marco apenas guarda relación
con el original.
En biología y fisiología tenemos también acciones y reacciones, así como un medio y un tiempo
característico para todas y cada una de ellas, aunque los ignoremos en una gran parte. Es más, puede
decirse que, precisamente por alejarse a menudo tanto el medio fisiológico de los casos más simples
conocidos de la física, como el ejemplo del fusil, la relación entre los tres principios y la forma de
precisarse, siendo ya específica y particular, ha de ser especialmente reveladora del balance general de un
organismo. ¿Por qué entonces nadie ha oído hablar de “tres principios de la fisiología” o de la vida? En
los organismos si hay “escapes” y “holguras” de importancia esencial para la funcionalidad; por lo tanto,
sería de esperar que el medio y el tercer principio se precisaran tanto como fuera posible. Y así ha sido –
pero sólo en dirección a lo empírico y al detalle, olvidándose de que el tercer principio debería hacer
posibles siempre nuevas generalizaciones de orden superior. En los organismos tenemos también tiempos
característicos entre los estímulos y las respuestas, además de irregularidades y amortiguaciones
extremadamente significativas en su forma para el balance entre acciones y reacciones. De hecho, cuando
hablamos de tasas para el metabolismo basal y otros análisis estamos dando por supuestos de un modo u
otro los tres principios, aunque no de manera explícita. Finalmente, cualquier concepción de la salud y la
enfermedad, ya sea en la medicina tradicional o en la moderna –con conceptos como la homeostasis- tiene
que apelar al concepto de equilibrio o desequilibrio de las funciones; aunque la primera lo hiciera de una
forma forzosamente global y la segunda se pierda a menudo en los detalles de balances bioquímicos.
Incluso en física los tres principios son un marco completamente global y general, que
forzosamente ha de descender de su incondicionalidad a las circustancias enteramente variables de los
fenómenos estudiados: las fuerzas, las masas y los tiempos de acción y reacción pueden ser enteramente
redefinidas sin que el marco de los principios varíe en lo fundamental. Podríamos decir entonces que si
estos principios no han prendido en la medicina ha sido por la diferencia insalvable entre los principios
cualitativos y fenomenológicos de la medicina y los fácilmente cuantificables de la dinámica. Sin
embargo, no siempre fue así, puesto que, precisamente, el nacimiento de la dinámica como tal comportó
la manera de hacerla cuantificable. Pero también en fisiología y medicina tenemos elementos dinámicos
que son de una especificidad innegable. Y el más fácilmente accesible de todos ellos siempre fue el pulso.

3. El diagnóstico del pulso en la medicina tradicional. El pulso como sistema


dinámico.

La auscultación del pulso ha sido el medio principal de diagnóstico de las grandes variantes de la
medicina tradicional: la india, la china, la hipocrática y la árabe que mezcló elementos de estas otras tres.
Una particularidad de la tradición hipocrática era su clasificación cuádruple de los humores o cualidades;
tanto la tradición india como la china contemplan tres elementos fundamentales, aunque en la medicina
ayurvédica india estos son explícitos y en la china, con un acentuado gusto por la elipsis, sólo parece
haber dos para los no iniciados: exceso y defecto, yin y yang. Esta aparente dualidad está siempre referida
al vacío, que no es otra cosa que el medio o balance de las otras dos. Verderamente es fácil ver que todas
estas escuelas, incluso la hipocrática de cuatro humores, se reducen simplemente a la triple idea de
exceso, deficiencia y balance.
Probablemente la escuela que primero definió los tres principios de forma explícita fue la
ayurvédica india. Los tres doshas, pitta, vata y kapha, no son sino una adaptación particular del triguna,
las tres modalidades primarias de la naturaleza condicionada en la filosofía Samkhya. Samkhya significa
literalmente análisis, medida, cifra, proporción. El Samkhya es una de las primeras filosofías de espíritu
netamente científico que han existido, si no la primera, y su concepción gira enteramente en torno a los
conceptos de equilibrio y fluctuación. Patanjali sintetizó en unos aforismos su vertiente más cercana a la
psicología en los célebres Yoga sutras, dando por supuesto el carácter universal del triguna; esto es, su
vigencia tanto para el mundo exterior u objetivo como para el dominio subjetivo. El Samkhya era una
escuela consolidada siglos antes de Patanjali, ya en la época de juventud de Gautama Buda. Diversos
historiadores han hecho notar que algunos pasajes del Timeo platónico, así como su triple división del
alma en vegetativa, sensitiva y racional, rinden un claro tributo a las concepciones de la filosofía india.
Incluso la vieja clasificación de cuerpo, alma y espíritu, apenas inteligible para la mentalidad moderna,
está exactamente incardinada en una distinción de este tipo. Por otra parte, el organismo se divide de
forma natural en una triple constitución para la piel y el sistema nervioso, la musculatura y las vísceras, y
los huesos, que se corresponden con el ectodermo, endodermo y mesodermo del desarrollo embriológico.
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Las tres gunas o modalidades fundamentales se denominan sattwa, tamas y rajas, y se
corresponden puntualmente con los tres doshas o funciones reactivas vata, kapha y pitta,
respectivamente. Estos últimos se suelen traducir como viento, flema y bilis. En cuanto a las gunas o
modalidades inherentes, contempladas a la luz de la economía de las pasiones, sattwa se apega al placer,
rajas a la acción y tamas a la pereza o inacción. ¿Por qué sattwa, siendo exponente de la luz y la virtud,
se apega al placer? Porque el placer siempre es un cierto equilibrio entre acción e inacción, y su búsqueda
siempre supone eso secretamente. Pero tal equilibrio, como todo lo relativo a las gunas sólo puede ser
precario y momentáneo.
Es fácil e incluso inevitable establecer un paralelismo entre el triguna del Samkhya o el tridosha
del Ayurveda y los tres principios de la mecánica. Pero no debiéramos conformarnos con una mera
analogía en el paralelismo, puesto que las categorías indias son estricta y genuinamente dinámicas. Es
decir, no pretenden ser meras clasificaciones de cualidades, como a menudo tendemos a creer, sino que se
refieren explícitamente a procesos unitarios, en los que los tres principios concurren simultáneamente,
aunque siempre con una secuencia en su manifestación y una inexorable lógica. Esto se advierte ya
claramente en la filosofía y psicología de Patanjali; pero es que, cuando tratamos del diagnóstico médico
del pulso, tenemos ya un modelo dinámico con todas las características cuantitativas y mensurables que
podamos exigir y desear. Entonces, el mismo perfil dinámico del pulso y su evolución temporal cumplen
todos los requisitos deseables para reunir las estimaciones cualitativas y los datos cuantitativos en un solo
objeto. Difícilmente encontraríamos otro mejor.
Por lo demás, tanto el Samkhya como la mecánica de Newton comparten otra sorprendente
semejanza: la de tener un principio implícito y metaempírico subyacente a los otros tres. En efecto, para
el Samkhya, las tres modalidades conforman sólo el aspecto condicionado de cualquier modificación,
permaneciendo la conciencia inafectada como su soporte. De modo análogo, los tres principios de la
mecánica newtoniana tienen como condición previa un tiempo absoluto, al que podemos llamar reloj
universal o sincronizador global. Este “cuarto principio” es, cuando menos, metafísico, aun cuando
constituye el suelo de necesidad sin el cual la física no puede ser concebida. La conciencia, el testigo,
purusha, cumple exactamente el mismo papel para el Samkhya que el tiempo absoluto o sincronizador
global cumple para la mecánica: sólo que en el primer caso no entendemos su necesidad, mientras que en
el segundo lo que no entendemos es cómo podría ser de otra forma. Digamos de paso que la física
relativista no sólo no anula este principio de sincronización global, sino que lo especifica y refuerza. Por
otra parte, la vieja forma del tercer principio de acción y reacción como manifestación instantánea e
inmediata ha tenido que dejar paso a otras formulaciones que deben incluir el tiempo. Además, cualquier
teoría de la información debe contemplar de forma explícita una asincronía entre entradas y salidas para
los procesos, lo que probablemente nos llevaría demasiado lejos si lo estudiáramos en detalle. (1)
Aunque lejanas para la física, estas circunstancias no pueden ser obviadas en series temporales como las
del pulso, donde la irregularidad en las señales puede ser un efecto de una causa a investigar.
Antes de nada, cabría preguntar porqué no se han realizado estudios exhaustivos sobre el pulso
que tengan como objeto unificar los aspectos cuantitativos del análisis moderno con los aspectos tal vez
erróneamente denominados “cualitativos” de la diagnosis tradicional. Pero esto no tiene nada de extraño
si consideramos que, por un lado, las series temporales de los osciladores biológicos ya son de por sí
suficientemente complicadas, con toda una suerte de comportamientos aleatorios y parámetros ligados.
Por el otro lado, una de las propiedades esenciales, si no la más definitoria, del pulso, la forma específica
y palpable de la onda, no se ha podido monitorizar hasta las fechas más recientes, ya sea mediante
sensores ópticos, de presión o acústicos. Es decir, los esfigmogramas tradicionales, como el presentado
bajo estas líneas, sólo muestran un esquema simplificado del verdadero perfil. A esto hay que añadir el
hecho de que, por lo que nos consta, nadie ha pensado seriamente en la posibilidad de que las llamadas
“cualidades” y las restricciones y momentos mecánicos estén firme e indisolublemente vinculados. Todo
ello junto ha configurado hasta ahora una barrera insuperable de obstáculos.

El diagnóstico empírico del pulso distingue, en efecto, cinco propiedades esenciales: ritmo,
frecuencia, amplitud, intensidad y forma. En un gráfico, las dos primeras las contemplamos como
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dependientes del eje temporal, y la amplitud e intensidad como variación de la señal. La forma completa
no sólo liga o envuelve a las otras cuatro, también comporta un grado de amortiguación del trazo, que
varía según un orden de factores. Esta amortiguación depende, desde luego, de la fuerza del impulso, de
la cantidad de sangre, de su viscosidad, de la contracción del vaso…; además de todo esto, hay que contar
con que el auscultador modula la señal presionando de forma variable con sus dedos para obtener la
información más completa posible –la lectura se hace con los tres dedos medios de la mano en puntos
diferentes de la arteria radial de la muñeca, aunque puede procederse idénticamente con otros vasos
mayores-. Todo esto puede parecer demasiado empírico y precario para la determinación de curvas y la
integración de la serie. En realidad, podría estar dándonos preciosos indicios sobre cómo tratar este tipo
de señales.

Desde el punto de vista más funcional y fisiológico, hay tres factores que inciden del modo más
directo en la forma característica del pulso: el impacto contráctil del corazón, el grado de viscosidad de la
sangre, y la elasticidad del vaso. Los tres pueden ponerse en una correspondencia primaria con pitta,
kapha y vata, respectivamente; pero esto no deja de ser una correspondencia elemental. Además, a las
fases de contracción y expansión –sístole y diástole- les suceden dos pausas: expansión-pausa-
contracción-pausa. Estas pausas no son adventicias, sino autentica y positivamente funcionales, puesto
que las fibras cardiacas se vuelven refractarias a los impulsos nerviosos. Es decir, en un sentido definido y
muy importante la actividad cardíaca forma una serie discreta, aunque en el perfil del pulso sólo
encontraremos una depresión de la onda. Para el auscultador de las medicinas tradicionales, la duración y
regularidad de estas pausas conforman uno de los elementos más relevantes.
El pulso es un caso bastante típico de dinámica compleja. Junto a una pauta bastante monótona a
gran escala se dan irregularidades en detalle que no lo hacen exactamente predecible. Además, se trata de
un oscilador dependiente de un número de factores difícilmente numerable, incuestionablemente acoplado
con otros osciladores biológicos o ambientales pero con una naturaleza sumamente difusa en los
acoplamientos. También es el reloj u oscilador fundamental en los organismos, puesto que todos los otros
dependen en última instancia de él. Otras oscilaciones de gran importancia son las de la respiración, la
actividad eléctrica del cerebro, o las pulsaciones de las células individuales, sólo recientemente expuestas
a la observación, que laten de forma muy similar al músculo cardíaco, incluso presentando a veces
frecuencias de un orden similar. Si por un lado es obligado postular un acoplamiento de las series –puesto
que justo eso y no otra cosa es un organismo-, por otro es evidente que tal acoplamiento no es ningún tipo
simple de sincronización, ni se produce en el dominio de la frecuencia, ritmo, amplitud o intensidad, ni a
ninguna pauta claramente definible que resulte de la combinación de estas cuatro. Deberíamos incluir la
forma, es decir, la irregularidad, para encontrar algún denominador común. Pero esta es precisamente un
factor de diversificación o divergencia de las distintas series si no sabemos integrarla en un esquema
adecuado. El tridosha o balance de las tres modalidades debería ser justamente ese esquema. Sin
embargo, ni siquiera este puede cumplirse puntualmente para cualquier oscilador arbitrario, sino sólo por
un promedio estadístico. Piénsese por ejemplo en células individuales: cada una de ella puede encontrarse
en fases completamente diferentes y aun opuestas de desarrollo, formación o degeneración. Sin embargo,
en términos estadísticos si deberían responder a la caracterización global del organismo, esto es, el
tridosha tal como puede ser deducido del pulso u oscilador fundamental. Si pudiéramos confirmar
experimentalmente esto, nos sería dada la clave de la cohesión de los organismos, de su crecimiento,
desarrollo y envejecimiento. Un problema clave que se plantea para el procesamiento de señales es si
podemos homologar series que no admiten la misma lectura ni modulación –piénsese en la diferencia
entre las señales eléctricas de, por ejemplo, el electroencefalograma, y las de la onda del pulso.
Pero es que, de forma más general, el problema de la cuantificación del tridosha nos lleva a los
problemas más elementales e irreductibles de la teoría de la complejidad y la no-linealidad. Por ejemplo,
si en vez de definir el estado energético o de acción de un sistema mediante la suma de su energía cinética
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y potencial (Q + P), tenemos que agregar una energía interna variable para obtener (Q + P + I), la
descripción de la conservación de la energía se diluye hasta no quedar más que el principio (si bien en
hidrodinámica la energía interna tiende a identificarse con la presión). Pues bien, las tres modalidades o
triguna deben ser caracterizadas así. La llamada “energía interna” es el medio o sensibilidad entre una
acción y reacción que no son externas, sino internas al sistema, porque están en mutua dependencia. Es
esta dependencia la que la aleja a estos fenómenos del orden de la mecánica en el sentido estricto de la
palabra, sin dejar por ello de estar íntimamente ligados a ella incluso cuando las consideramos cualidades
irreductibles. Es por esto que sistemas como el Samkhya, que desde luego no estaban muy interesados en
el carácter calculable o predecible de los fenómenos, podían contemplar la unidad de los mundos externo
e interno sin que esta les resultara especialmente problemática. Para el Samkhya el problema es el
equilibrio mismo de los principios.
Ahora bien, este carácter irreductible de los principios es tanto el problema como la solución.
Puesto que si son irreductibles a nivel empírico, como en el caso del pulso, han de imponer condiciones
de estabilidad, o de otro modo ni siquiera serían detectables ni postulables. Han de imponer también las
particularidades de la evolución de una entidad, y no sólo sus líneas generales. Otra cosa es que podamos
entenderlas cabalmente, o incluso, calcularlas.
Desde el punto de vista de la hidrodinámica, se acepta en general que el flujo sanguíneo es de
naturaleza laminar y en capas concéntricas, para la mayor parte del recorrido del circuito, y especialmente
en tramos largos, derechos y fuera de las ramificaciones. Es decir, se aplica la ecuación de Bernouilli,
que, precisamente, tuvo gran parte de su origen experimental en el estudio de la circulación sanguínea.
Fuera del caso general, en la aorta, en ramificaciones, o debido a patologías, pueden producirse distintos
episodios de turbulencia. En realidad, estos son casos extremos, y en realidad la mayoría de las veces no
hay una frontera bien definida entre ambos, pudiéndose detectar rastros y murmullos anómalos del
corazón en una región de flujo ordenado como la arteria radial. Para un flujo laminar, la velocidad es
máxima en el centro del vaso, y tiende a cero a lo largo de su pared, arrojando idealmente y en conjunto
un perfil parabólico. La parábola misma varía a lo largo del latido, entre la sístole y la diástole. Los
flujómetros de efecto Doppler, por ejemplo, sólo miden una velocidad media de la sección transversal; de
este modo, más que perderse detalles, se pierde el carácter sustantivo y específico de la forma del pulso.
Cuando intentamos unir en el perfil del pulso las propiedades matemáticas de la curva con los
principios del tridosha advertimos que no existe una correspondencia simple. Es decir, pitta no se
corresponde de manera simple con el ascenso de la onda, ni kapha con su descenso, ni vata simplemente
con la irregularidad del ciclo completo. Por otro lado, tanto la fuerza de los impactos como su fase se
retroalimenta de modo variable con la viscosidad de la sangre y la respuesta refleja de los vasos, factores
estos que también varían de manera suave pero continua. Además, según lo dicho antes, la presión
variable de los dedos del auscultador busca el perfil de la onda a distintos niveles de profundidad, de
manera típica, a tres: superficial, medio, y profundo, que se corresponderían con los tres principios y
modalidades (por supuesto, se trata de una simplificación, dado que hay entera libertad para variar las
combinaciones de presión). Esto debe resultar metodológicamente revelador, puesto que si el perfil del
pulso y su función sigue siendo indiscutiblemente uno, dado que no es perturbado, la diferencia entre el
grosor del trazo por la presión, su amortiguación, ha de mantener una característica invariante con
independencia del nivel de lectura. ¿Es esta invariante sólo la fluctuación del eje temporal, (el ritmo y la
frecuencia) o hay algo más? Si fuera esto último, nos podría sugerir métodos de estimación y
aproximación para muchos modelos dinámicos difíciles de tratar. Es muy posible que el auscultador
busque de forma puramente estimativa y empírica los puntos extremos de máxima divergencia de
comportamiento dentro de lo que consideramos un flujo unitario y uniforme. También podríamos
hablar de grados. Entonces, y para hacer la analogía más sencilla dentro de la complejidad del caso, la
estimación cuantitativa o proporcional de los principios constitutivos sería como evaluar la longitud de
los tres lados de un triángulo, con lo que nos vienen ya dados los ángulos para ese triángulo o sus
congruentes. Siguiendo la analogía, los ángulos representarían la interacción o ligadura variable entre los
principios. Aunque la analogía es extremadamente simplificadora, no debemos desesperar de la
posibilidad de encontrar ciertos principios de rango superior. Además, este planteamiento debería resultar
sumamente natural, habida cuenta de que aquí uno de los problemas esenciales es el perfeccionamiento
del concepto de umbral.
Podemos encontrar aquí problemas muy similares o análogos a algunos muy fundamentales del
cálculo, sólo que en un marco muy diferente. Podemos realizar una suerte de “derivadas conjugadas” para
un punto de la curva a distintos niveles de presión, podemos aplicar criterios de interpolación, y podemos
ver qué posibilidades de integración numérica arrojan para distintos intervalos.
Más allá de los métodos, aproximativos, de integración numérica, podemos intentar hasta qué
punto esta noción de equilibrio abierto permite un concepto nuevo y genuino de integral, diferente de los
ahora disponibles. La número de latidos de una persona a lo largo de su vida es del orden de 3 x 109.
Debería bastar con hacerse cargo de una muestra muy cercana al comienzo de la serie y una muy cercana
a su final, para tener una cierta idea de las posibilidades de evolución y de variabilidad en circunstancias
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cambiantes. Interpolaciones y extrapolaciones de ese tipo, a un nivel puramente empírico, se hacen en el
diagnóstico del pulso cuando se cuenta con una base suficiente de experiencia. En Oriente, la idea de que
tenemos más o menos contados el número de latidos o de inspiraciones es incluso una noción popular y
bastante asumida; pero no hay ni que decir que se puede profundizar mucho más en ella. Además, si
podemos manejar algún tipo de integral para el área de barrido del pulso, también podemos hacerlo para
volúmenes y espacios superiores con otros osciladores, ya sea en términos individuales o estadísticos.
En el diagnóstico del pulso tiene una importancia primordial distinguir entre las propiedades que
se derivan de la complexión de nacimiento y las que se derivan del modo de vida y todo aquello que
perturbe la constitución original, incluyendo en ello cualquier circunstancia externa. O, en términos de
medicina india, prakriti y vikriti: lo biológico y lo biográfico. Ambos coexisten siempre en el perfil de un
pulso dado. En la medicina moderna existe una sobreestimación de los factores genéticos, a pesar de que
estos son de interacción tan compleja que la mayoría de las veces son inevaluables; y sin embargo se
ignora la complexión natal efectiva aun cuando ésta tenga índices directamente verificables, como es en
el caso del pulso. Por tanto, en el pulso se puede observar una secuencia doble de equilibrios: la del
organismo por mantenerse y perseverar en su constitución inicial, y la del organismo por minimizar las
influencias adversas del medio. Puesto que ya la complexión inicial es fruto de un equilibrio parcial, vale
decir, de un desequilibrio, el medio y las circunstancias de vida no van a hacer otra cosa que abrir la
brecha y acentuar la pendiente que ya se encuentra potencialmente en la precariedad de la unión de las
modalidades o gunas. Ambas cosas, potencia y acto, deberían ser discernibles en el estado momentáneo
del pulso del sujeto. La actividad biológica puede contemplarse así como una fiebre persistente pero
pasajera.
En la mecánica, los tres principios se aplican en condiciones de igualdad y simultaneidad;
mientras que en la constitución individual cada uno de los principios viene dado con un grado diferente de
predominio y las secuencias que ello desencadena se desenvuelven sucesivamente.
En todo esto se revela la diferencia esencial con el marco de la física. Los tres principios de la
mecánica sirven precisamente para aislar un sistema o un acontecimiento, para darle un perfil
perfectamente cerrado y aplicar las condiciones de equilibrio en su interior. Llamamos conservativos a
este tipo de sistemas, y no conservativos a los que intercambian energía con el medio, se degrade ésta o
no. El marco tradicional en el que se estudia el pulso no responde a ninguna de estas dos categorías,
puesto que si, por un lado es evidente que el organismo no está aislado de su medio, por otro toda su
evolución es una lucha por conservar en la medida de lo posible el equilibrio de las condiciones iniciales.
Es decir, los aspectos conservativo y no conservativo tienen que realizar un nuevo y superior equilibrio –
tanto de manera inmediata como a largo plazo. Además de esto, es de subrayar que uno de los tres
principios intrínsecos, vata, ya incorpora en sí mismo el intercambio con el exterior en su cualidad de
mediador. Es un mediador mediado, cuyas fluctuaciones delimitan un efecto de espejo, reflexión o
interfaz entre el interior y el exterior. Sólo esto ya da unas cualidades privilegiadas a este concepto de
sistema como objeto de estudio, puesto que permite consideraciones sobre degradación y entropía muy
diferentes que las que habitualmente se manejan en termodinámica, procesamiento de señales y teoría de
la información.
En efecto, hemos de diferenciar netamente entre sistemas abiertos adventicios y sistemas
abiertos completos. Los primeros, a los que llamamos adventicios, no dejan de ser meros agregados de
partes mecánicas que como tales pueden quedar definidos por balances mecánicos, termodinámicos o de
información tradicionales –y esto en grado decreciente, ya que cada uno de estos sucesivos enfoques
encierra mayores ambigüedades que el anterior-. Por el contrario, un sistema abierto completo tiene, por
activa y por pasiva, su propia forma interna de hacer balance, que es independiente de las consideraciones
anteriores aunque pudiera llegar a coincidir con ellas. En particular, un sistema de este tipo define su
propio límite o frontera de relación con el exterior, y, a partir de él, se define también el grado de
profundidad o superficialidad de esa relación y del propio organismo. Todos comprendemos la necesidad
de la piel para el organismo y de la membrana para una célula; pero todavía no hemos llegado a
comprender que del mismo modo existen componentes superficiales en la evolución temporal de las
señales fisiológicas que desempeñan un papel completamente análogo. No son solamente un límite, sino
que son positivamente un filtro o interfaz. La posibilidad de caracterizar o acotar de manera significativa
un aspecto dinámico de estos sistemas abiertos, pero completos, introduce la gran diferencia a la hora de
poder hacer una descripción nueva y eficaz de estos sistemas.
Los tres puntos de máxima divergencia en la señal en bruto del pulso deben reflejar la realidad
de estos tres componentes, que de otro modo serían una ficción; desde luego, en la antigüedad nadie
pretendió extraerlos de promedios numéricos. Ciertamente, también cabe decir que los tres principios del
pulso no son sino una tendencia de lo interior hacia fuera, otra de fuera hacia dentro, y una superficie de
contacto continua entre ambos. Es decir, el factor mediador no sólo se haya en el límite externo o
frontera del organismo, sino que comporta la continuidad no inmediata de acción de los otros dos
componentes a lo largo de toda su evolución. Probablemente, el concepto científico moderno que mejor
se ajusta a la naturaleza de la fluctuación de las modalidades es el de transición de fase o cambio de
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estado. Pues las modalidades fundamentales son realmente estados o fases diferentes, pero no en el
sentido más inmediatamente físico, dado que coexisten sin grandes rupturas hasta el fin del organismo.
Otro aspecto que aquí no podemos tratar es hasta qué punto los reajustes de las modalidades son discretos
o continuos. En todo caso, como el concepto de transición de fase ya es a menudo problemático en la
fenomenología científica más actual, lo que sería de desear es que un planteamiento como el propuesto
aportara más claridad a una noción tan general. Este enfoque nos parece la única estrategia que permite
deshacerse de los inverosímiles principios jerárquicos que a menudo se pretenden aplicar a la biología,
que más bien parecen un delirio de las teorías de sistemas impuesto por unos principios mecánicos fuera
de lugar. No hay más jerarquía que estos tres principios, que a su vez son sólo grados, y su interacción ya
permite toda la complejidad con que se quiera soñar.
Otras diferencias consecuentes igualmente importantes es que los tres principios de la mecánica
no causan nada –son, como suele decirse, “normativos”-, mientras que los tres principios del Samkhya
son tanto constitutivos como causantes de las modificaciones, ya se consideren aleatorias o no. El
Samkhya es absolutamente categórico a este respecto: no hay otra causa de modificación que la
transformación de las gunas. Pero el sentido de la palabra causa es aquí notablemente más amplio que el
de la mecánica. Además, en la mecánica de Newton el tercer principio es codependiente de la
formulación de los dos primeros; mientras que en el Samkhya, que adoptamos como mejor exponente
filosófico de una perspectiva general, los principios de acción y potencial son codependientes del tercero,
del medio genérico en el que concurren. De hecho, sattwa se considera como el primero de los principios,
ya que por necesidad envuelve a los otros dos.
Por añadidura, las gunas y sus asociados los doshas están unidos por ligaduras que proceden
siempre en un riguroso orden lógico, de modo que siempre podemos seguir el orden de la secuencia en la
alteración de su equilibrio respectivo, empezando precisamente por satwa o vata, al ser éste el principio
de relación con el medio. En otro lugar nos hemos ocupado brevemente de estas secuencias, que no tiene
sentido enfatizar a falta de su contenido experimental .(2) Ha de notarse además que un cambio o
modificación de uno de los agentes no repercute simétricamente en los otros, del mismo modo que no es
lo mismo una modificación profunda que una superficial.
Resumiendo, las gunas siempre están unidas en el organismo de forma precaria y conflictiva, y
tienden a separarse o desintegrarse por sí mismas en la medida en que se les da oportunidad. Existe un
organismo mientras existe una ligadura coordinada entre estos principios. Simplificando al máximo,
podríamos decir que pitta, kapha y vata son como la energía, la masa y la tasa o velocidad de intercambio
entre ambos, su disponibilidad. Sin duda esta simplificación es fisicalista en exceso, pero al menos
permite la máxima generalización de lo que entendemos por metabolismo.
El mejor índice de la vida, y de la salud, sería simplemente el grado de alejamiento de estos tres
principios de su rango de aplicación inmediata, y por ende, puramente mecánica: un sistema organizado
degenera en la medida en que sus reacciones van haciéndose indistinguibles de las pura e
idealmente mecánicas, sin ligaduras añadidas. Esto ha de poder estimarse de una forma más directa
que como ha sido posible hasta ahora.

4. Dificultades en el estudio del pulso

El diagnóstico por el pulso está en franca regresión incluso entre los defensores y practicantes de
las medicinas tradicionales. La causa indudable de esta situación es la enorme acumulación de
experiencia que se requiere para adquirir la maestría en este campo. Así, muchos son los médicos que
todavía hoy utilizan este procedimiento, pero apenas hay uno entre mil que lo maneje con seguridad y
provecho para su práctica. Los jóvenes, por su parte, se quejan de que los manuales clásicos –que a veces
suman muchos tomos sobre el tópico- están llenos de teoría al respecto, pero que apenas es posible
aprender de ellos. En esto podrían estar bastante equivocados, a no ser que entiendan el término “teoría”
en su forma más pobre: lo que los manuales tienen en realidad es un exceso de asociaciones empíricas de
la más variada índole –relativas a los órganos, los humores, las clasificaciones y categorías más o menos
arbitrarias-, y una ausencia casi total de cualquier teoría que en verdad merezca tal nombre. Con todo, es
más que probable que siempre haya sido así, que los médicos que han dominado este arte hayan sido
siempre excepciones, más que la regla –y que sea la impaciencia de esta época, su búsqueda de métodos
inmediatos, la que esté poniendo en peligro estos métodos de adquisición de conocimiento. Muchos
médicos, siguiendo a los textos clásicos, recomiendan encarecidamente el empleo añadido de otros
elementos de juicio –el color del semblante, la observación de la lengua, etc.- ; pero esto no se debe tanto
a la incompletitud de la señal del pulso para el juicio como a la dificultad de su correcta interpretación. La
señal del pulso es suficientemente completa en su sentido. También es más completa que cualquier
evidencia empírica externa, puesto que nos permite una suerte de corte transversal en la apariencia, sin
perturbación alguna de la vida.
8
Las caracterizaciones del pulso en los textos clásicos han sido metafóricas y elípticas a veces, y
bastante detalladas otras, pero en ningún caso pueden servir por sí mismas para su identificación efectiva
en el paciente: esto es competencia exclusiva de la pericia y experiencia del médico. También se nos dan
clasificaciones variables en número y en el criterio de división, a pesar de muchas coincidencias
fundamentales; esto no es criticable puesto que para el espíritu y medios de épocas pasadas una mayor
precisión hubiera estado reñida con la flexibilidad que este tipo de juicio demanda.
Sin embargo, y por increíble que parezca, no hay ninguna otra faceta de las medicinas
tradicionales que sea tan susceptible de un análisis riguroso en el sentido moderno, si tenemos en cuenta
que estamos hablando de un fenómeno pura y exclusivamente dinámico. No hay ni puede haber
“variables ocultas”, ni ningún tipo de intuición especial que no responda por completo a las propiedades
analizables de la onda; no hay sitio para información adicional. Cualquier síntesis sobre la información
disponible emerge ya de la forma de la información disponible.
Entonces, la causa principal de que hasta ahora no se haya desarrollado con éxito el análisis
riguroso de las cualidades primarias del pulso estriba en la misma dificultad y arbitrariedad de hallar unos
valores para las cualidades que sean asignables a las propiedades de la curva de la onda. Es indudable que
un sistema experto podría llegar a cuantificar las gunas si un médico competente cargara su batería
inferencial; pero no se trata de conformarnos con aproximaciones heurísticas, sino de encontrar métodos
unívocos con validez matemática, susceptibles de tratamiento riguroso y con posibilidades de
generalización. La monitorización de una misma onda en varios niveles, a semejanza de lo que hace el
médico, debería acercarnos a ello; después se vería hasta qué punto esto sirve para generalizar sobre la
evolución unitaria o simple de la onda, o si la información que esta nos brinda es siempre incompleta. Sin
duda, la evaluación de los tres principios y su dinámica tiene que comenzar por el trabajo experimental, lo
que habla ya de un proceso considerablemente laborioso; sin embargo, si existe una unicidad suficiente en
la correlación, se podría lograr un avance fundamental en un plazo breve.
La cantidad de información contenida en el pulso nos puede parecer muy reducida. Así debe ser,
habiéndonos acostumbrado a cantidades masivas de información. En realidad, no es cuantitativamente tan
pequeña como se pudiera creer, pero, sea mayor o menor, no es eso lo decisivo. Lo decisivo es que se
trata de una información que cumple la condición de tener un valor clínico crítico, por expresar de la
forma más económica posible condiciones particulares y generales de equilibrio. Esto en ningún caso se
debería subestimar. En el campo clínico, como en tantos otros, por fuerza se ha de valorar cada vez más la
síntesis certera de la información; a este respecto, tenemos ya un índice natural insuperable –a condición
de que sepamos interpretarlo.
En cuanto a las clasificaciones del pulso denominadas canónicas, bastaría en que ahondáramos lo
suficiente en los principios para que la clasificación dejara de ser un problema. El espíritu clasificatorio
ya se nos muestra en sí mismo como precientífico, si no somos capaces de contemplar la trama
subyacente. Sin duda que ahora podríamos lograr clasificaciones mucho más rigurosas, tanto cuantitativa
como cualitativamente, de los pulsos, con tantos matices y grados como quisiéramos, y sin perder como
eje el criterio del balance fundamental. Por tanto, no se trata de clasificar sin más, sino de que las
clasificaciones sean una consecuencia natural de los principios más generales posibles. Esta generalidad
es la que ha sido negada, y con ello, el carácter científico de la medicina tradicional, y es ahora que
estamos en condiciones de ponerla de relieve.
A partir de esta información consolidada, se puede contemplar hasta dónde puede llegar
lógicamente la ramificación de este caracterización global del estado del paciente, y hasta dónde no.
Sabido es que los escasos médicos que llegan a extraer mucha información a través del pulso tienen una
visión sinóptica del estado de los principales órganos, así como de la forma de vida y otros pormenores.
Esto es sólo posible si admitimos la afirmación inversa: que no hay cuestión de importancia para la salud
que no deje su señal en el pulso. Si esta afirmación parece de carácter extremadamente dudoso para la
concepción de la medicina moderna, ello se debe más que nada a que en ella han sido asumidas sin crítica
–y ni siquiera explícitamente- las ideas fundamentales de la mecánica, aceptando tácitamente la
posibilidad de sistemas y subsistemas cerrados y autónomos, sometidos a relaciones adventicias con el
exterior, obscureciendo así la propiedad más sustantiva del organismo, que es su coordinación. La
supuesta autonomía de las partes es una mera creencia derivada del “cuarto principio” de la mecánica, que
a su vez nos impide ver el más simple y manifiesto tiempo promedio de la imprescindible mediación entre
las partes, cuya perfil prototípico es precisamente el pulso. Le estamos negando a la vida su propiedad
más relevante, y la estamos sustituyendo por supuestos metafísicos necesarios para el funcionamiento de
objetos científicos completamente diferentes. Ninguna teoría jerárquica de sistemas o de desarrollo puede
paliar este malentendimiento fundamental. No se comprende que hayamos aplicado la lógica del cálculo
infinitesimal a la física y la despreciemos a la hora de aplicarlo al equilibrio o balance fisiológico, estando
cualquier aspecto particular referido a él por activa y por pasiva. Mencionemos de paso el carácter
marcadamente infinitesimal del Samkhya y su concepción de las fluctuaciones; con el añadido de que la
difusa noción de límite que le corresponde es extraordinariamente similar a lo que nosotros actualmente
entendemos como “transición de fase”.
9
En la medicina árabe surgida de Avicena, “pulso”, “ego” y “respiración” forman una sola
palabra. Por nuestra parte, estamos inclinados a pensar que la caracterización de la dinámica del pulso
fundada en sus tres principios –no puede haber otros- es un problema de especial interés y universalidad
matemática.

5. El pulso y la dinámica no lineal

Hoy asistimos a una auténtica proliferación de estudios sobre dinámica no lineal, si bien tal
denominación sirve para abarcar una infinidad de fenómenos completamente diferentes. El llamado “caos
determinista” es sólo uno de esos fenómenos, aunque se haga presente en un sin número de sistemas. Sin
embargo, éste fenómeno es estrictamente una propiedad de los sistemas diferenciables, mecanicistas en el
sentido más inmediato del término –de ahí el calificativo “determinista”. Lo que esto significa es que
surge naturalmente de ecuaciones diferenciales normales. Otra limitación en la aplicabilidad de esta
suerte de fenomenología matemática es que surge de sistemas en régimen estacionario, es decir, sin una
fuente de alimentación o perturbación periódica. Por lo tanto, es impropio hablar de “caos bursátil” o
“caos biológico”, salvo que queramos aplicar a tales campos un dominio diferencial al que son
esencialmente ajenos. No hay otro denominador común a la dinámica no-lineal que el puro hecho de no
ser lineal; y como esto surge a su vez del hecho de la inestabilidad en la solución de ecuaciones, sólo
tenemos una definición negativa en términos de excepciones, aun a sabiendas de que son las ecuaciones
estables lo excepcional en el mundo real.
El pulso conforme a las categorías que estamos esbozando puede tener ciertas características
analíticas, algebraicas y combinatorias que no hemos sido capaces de ver en otros tipos de sistemas, por la
sencilla razón de que no se prestan a condiciones tan amplias de modulación experimental. Aquí se dan
unas ventajas especiales, puesto que podemos seleccionar niveles en una curva, además de poder seguir la
evolución en tiempo real del sistema en condiciones dinámicas de movimiento, esfuerzo, etcétera.
Es cierto que en la serie temporal del pulso y la actividad cardíaca se dan simultáneamente
diversos componentes estadísticos en proporciones variables: distribución gaussiana o normal, así como
distribuciones del tipo 1/f con exponentes diferentes de 2 para la frecuencia. A pesar de la
sobreabundancia de literatura sobre el tema, no hay todavía la menor evidencia de que el llamado ruido
1/f , tan generalizado en el mundo real, responda a alguna causa identificable. Pero es que creemos
además que es imposible encontrarle una causa dentro de un marco determinista y diferencial, y luego
diremos por qué. Asociado con el célebre ruido 1/f de las llamadas leyes de potencial, tenemos la
estructura de tipo fractal o cuasi-fractal para de las series a largo plazo. De hecho, parece evidenciarse que
un corazón sano suele reproducir este tipo de pauta a lo largo del tiempo, mientras que en un corazón con
patologías ésta tiende a difuminarse y a perderse, haciéndose mucho más monótona.
10

Gráficos tomados de la página de Physionet: Nonlinear Dynamics, Fractals, and Chaos Theory:
Implications for Neuroautonomic Heart Rate Control
in Health and Disease, Ary L. Goldberger (4).

La primera y principal lección que parece deducirse de este tipo de evolución temporal es que
estamos obligados a pensar o admitir que las condiciones de equilibrio no pueden ser locales para la
curva o gráfico que estamos siguiendo. Es decir, no se definen por proximidad de punto a punto.
Cualquier localización temporal quedará notablemente diluida. Pero con decir esto no basta. Ya hemos
advertido de la importancia que tiene el método y procedimiento mismo de auscultación del
diagnosticador, que le permite hacer catas a distintos niveles para un mismo punto: nada parecido existe
en ningún tratamiento matemático estándar para este tipo de señales. Y sin embargo, debería ser esencial,
puesto que poco tiene que ver cómo se modifica un flujo temporal a nivel superficial y profundo.
Además, según las ideas propias de la pulsología tradicional, estos niveles, debidamente ajustados, han de
coincidir con los tres principios o agentes, los únicos causantes de modificaciones coordinadas. Creemos
por tanto que hay mucho que aprender de estos procedimientos y que nos están invitando a poner en
práctica métodos matemáticos nuevos, que pueden estar dotados de una gran elegancia formal y una
necesidad interna.
Las categorías de que hablamos se aplican tanto en condiciones de crecimiento como de
envejecimiento o degradación; por lo tanto, deberían ser mucho más apropiadas para la evaluación de
series de datos económicos o bursátiles que los enfoques clásicos, diferenciales y estadísticos, que
permanecerán por siempre ajenos a la naturaleza real de estos procesos.
Por otra parte, en la dinámica bursátil, como en otros aspectos de la economía o en tantos otros
campos que queremos someter a planteamientos lógicos rigurosos, se producen paradojas
autorreferenciales desde el comienzo, como es el caso de la hipótesis del mercado eficiente, que no puede
ser desmentida ni falseada. Estas paradojas –formula típica de la época para esconder y neutralizar los
conflictos- se basan en pretender considerar externamente una parte del objeto que ya está implicada en la
descripción. El enfoque propuesto, sin pretender ser completamente externo, incluye propiedades de la
dinámica que ya están ligadas de suyo con el exterior del sistema; también incluirían la probabilidad de
acoplamiento con otros factores. Pero todo esto ha de resultar oscuro si no somos capaces de arrojar luz
sobre el caso más simple, ya suficientemente complejo de por sí, del pulso biológico.
Efectivamente, ¿De qué nos sirve especular sobre si este tipo de acercamiento tiene alguna
utilidad para la descripción de la turbulencia –donde se presentan recurrencias dinámicas a distintas
escalas- si la misma cardiología y la flebología, tan expectacularmente tecnificadas, no han sido todavía
capaces de incorporar este enfoque?
Lo cierto es que para la “dinámica no lineal”, como ya el nombre indica, no existe otra
caracterización que la negativa. Es decir, no se sabe lo que es, sino lo que no es. Carecemos, por ejemplo,
de cualquier descripción autosuficiente para un fenómeno como el envejecimiento, contra el que sin
embargo, y sin entenderlo en absoluto, se quiere luchar a toda costa. Otro ejemplo es la teoría del
gradiente y el umbral, que son absolutamente críticas para la comprensión del equilibrio climático y sus
cambios, ya sean graduales o bruscos. Creemos que una teoría abierta del equilibrio, en el que la frontera
de un sistema con su medio ya está incorporada constitutivamente con la descripción del propio sistema,
puede debe aportar una inteligencia decisiva de estos problemas y otros similares. Se supone que este es
el nivel teórico que debiera de alcanzar, por ejemplo, la biología o la ecología.

6. Importancia filosófica del tema

La antigua filosofía china hace una interesante distinción para el concepto de mutación que
podríamos hacer nuestro:
-“Mutación no cambiante” (buyi)
-“Mutación simple” (jianyi)
-“Mutación cambiante” (bianyi)
“La mutación no cambiante se corresponde con el vacío originario, la mutación simple al
movimiento regular del cosmos, y la mutación cambiante a la evolución de los seres particulares. Las
tres mutaciones no están separadas.”(3) Aquello en lo que las tres están unidas es también aquello que
trasciende la idea de unidad.
Parecería claro que la “mutación simple” se corresponde con nuestra idea de leyes físicas
regulares, y que la “mutación cambiante” se correspondería con los aspectos particulares de los objetos,
desde una perspectiva histórica, en la que las leyes generales pasan a un segundo plano sin dejar de estar
11
presentes; también aquí entraría la mayor parte de lo que entendemos como “dinámica no lineal” o
emergente de los sistemas. Sin embargo, no tenemos la menor idea de a qué referir la así denominada
“mutación no cambiante” –siendo en nuestro entorno cambio y mutación sinónimos. Para ello, habría que
retroceder a las viejas paradojas de Zenón, que tienen por objeto demostrar que la representación
geométrica del movimiento capta todo menos el movimiento mismo; o a las ideas de Leibniz sobre la
dinámica, en que parece darse el móvil sin movimiento, en vez de haber, como en la mecánica
newtoniana, movimiento sin móvil. La idea de mutación no cambiante es tan fundamental que el hecho
mismo de no contemplarla condiciona por entero nuestra intuición o falta de intuición del vacío y la nada.
No hay mejor piedra de toque para el nihilismo que el hecho de no poder entender este concepto.
También para la vacuidad intelectual. Por lo demás, persiste el hecho de que cualquier mutación
cualitativa, por no hablar de las mismas cualidades, son percibidas de forma inmediata sin ayuda ninguna
de la representación, que más bien es un obstáculo y una tergiversación. A este nivel de genuina
inmediatez, que también es nuestra porción más íntima, es a la que viene referido el aparente oxímoron de
la “mutación sin cambios”, y a esto ha estado referido siempre lo que una gran parte de la metafísica ha
postulado, con notable malentendimiento y no del todo inocentemente, como “inmutable”.
Ahora bien, la filosofía oriental siempre ha querido contemplar la eficacia positiva y dinámica
del vacío. Este no se corresponde en absoluto con nuestra idea del espacio vacío como lugar de
representación; como tampoco y por lo mismo se puede corresponder en absoluto con nuestra idea de
algo puntual, puesto que para nosotros un punto es una localización en esa representación del “espacio
vacío”. No. Y a pesar de todo, no puede haber noción importante que no deje su rastro de evidencia
incluso en el más abstracto y analítico espacio de coordenadas. Antes hemos hablado de la imposibilidad
de definir el equilibrio de los factores del pulso de una forma local o puntual –ya sea en coordenadas de
tiempo o espacio. Esto se traslada de forma comprobable al rasgo característico de las correlaciones a
largo plazo, que son eminentemente no-locales, y que no tenemos manera de explicar. Puesto que hay que
recordar que todavía hoy somos completamente incapaces de explicar tanto la regularidad del latido del
corazón como su irregularidad en otros términos que no sean los más groseros y externos. Sin embargo,
las técnicas del análisis de series ya superaron hace más de un siglo los criterios de convergencia puntual
para adentrarse en la convergencia de espacios funcionales.
Ninguna representación gráfica conocida del movimiento y las series temporales, ya sea en
biología, física o economía, tiene el menor valor intrínseco para detectar el grado de composibilidad, esto
es, la economía y deseconomía de los factores en juego; de la compatibilidad e incompatibilidad en
procesos de creación y destrucción, degradación o crecimiento. Esto queda siempre librado a las
correlaciones entre distintos gráficos, cuyo carácter demostrativo se limita siempre a los hechos
consumados. De establecer grados intrínsecos de compatibilidad se trataría precisamente en este nuevo
tipo de descripciones.
Puede también argumentarse que las tres leyes del movimiento tienen un carácter sintáctico y a
priori, y que los tres principios en la pulsología son de carácter semántico y se desenvuelven temporal y
sucesivamente. Ciertamente, la pulsología fue la primera semiología completamente desarrollada en sus
categorías y con pleno contraste experimental, hasta el punto en que hace palidecer a los intentos de la
“semiótica” moderna. Pero nadie creerá que la sintaxis y la semántica puedan existir separadas.
La descripción diferencial clásica de un sistema deja necesariamente fuera las causas: en primer
lugar, porque al haber continuidad en cualquier intervalo de espacio y tiempo, la causa ha de permanecer
fuera de la descripción. En segundo lugar, porque cualquier evolución de estado de un sistema admite
infinitas explicaciones con tal de que respeten la acción mínima, que es el suelo al que quedan reducidos;
es decir, no puede haber unicidad de interpretación. Lo mismo ocurre para la interpretación de varianzas
estadísticas, por idéntica razón. El amplísimo problema del conjunto de unicidad de las series
trigonométricas con respecto a las curvas arbitrarias o empíricas guarda múltiples relaciones con todo
esto. Por ejemplo, se podría esperar que, para intervalos suficientemente grandes, una serie construida en
términos de un balance interdependiente tuviera siempre una mayor unicidad o univocidad que la
correspondiente serie armónica. La unicidad es un concepto esencial, tanto por lo que nos permite
profundizar, como por ser el mejor portador del carácter irrepetible, no intercambiable, de la vida.
El principio de mínima acción –el principio variacional para la conservación de la energía, al que
pueden reducirse los tres clásicos- debería poderse aplicar también en el seno de los tres principios del
pulso. Es decir, debe poder definirse un principio de acción estacionaria para sistemas abiertos con un
grado explícito de apertura o sensibilidad al medio; incluso cuando tales sistemas crezcan o disminuyan
manifiestamente. Por lo que, en este contexto, su significado cambia decididamente. En primer lugar,
evacuando el “cuarto principio” implícito de la mecánica de Newton, el tiempo absoluto como
sincronizador global. En este contexto es perfectamente inútil, y el eje temporal queda reducido al
indispensable papel de regla vacía con la que medimos los contenidos o correlaciones. Ni siquiera hemos
empezado a destapar lo que se haya aquí escondido, esperándonos.
En puridad, abandonar el “cuarto principio”, del que hacemos siempre usurpación, supone la
desmembración o como mínimo la relajación de los otros tres principios, que se suponen dados en
12
régimen de simultaneidad. Todos los físicos saben que sus ecuaciones son, como mínimo, idealizaciones,
pero, para cuando esto se reconoce, ya no es posible saber de qué son idealizaciones.
Los tres principios del pulso, de indudable origen semiológico, no son una relajación o
atenuación de los tres principios de la mecánica; antes bien, los principios de la mecánica suponen un
corte y una restricción en un dominio cuantitativo de estos tres principios tan viejos como el pensamiento
reflexivo. El hecho de que encontremos una tripartición tan taxativa y rigurosa como la del Samkhya más
de dos mil años antes de la mecánica ya debería decirnos algo al respecto. Las tres personas gramaticales
y la tripartición de la oración en sujeto, verbo y predicado serían su correlato más primitivo, pero sólo
para el lenguaje mismo. De hecho, el que tal relación funcional se haya descubierto en la naturaleza con
independencia de las relaciones lingüísticas y sin la menor alusión a ellas es una prueba en favor de un
lenguaje originario en la naturaleza. Este no sería una metáfora, antes bien, nuestro lenguaje es una pobre
metáfora de ese lenguaje mucho más articulado y rico.
Incluso antes de los primeros sistemas de pensamiento el hombre contempló una dialéctica
intrínseca en las cosas del espíritu y la naturaleza. No se puede confundir esta dialéctica de opuestos en un
medio que lo hace posible con las versiones idealistas, dogmáticas o doctrinarias que surgieron en
Occidente en los últimos tiempos; de hecho, tales versiones quisieron buscar su razón de ser más bien en
la negación de la corriente de la que provenían, eliminando también su vínculo con la experiencia: en esto
fueron el gemelo antitético de la mecánica.
El corte de la mecánica con todo el pensamiento anterior supone el trasvase de los mismos
principios a una esfera cuantitativa libre de interpretaciones arbitrarias, admitiendo al mismo tiempo una
infinidad de interpretaciones arbitrarias paralelas con tal de que no interfieran en los resultados
cuantitativos. En esto se basa su irremisible separación de nuestra esfera de experiencia, tanto mediada
como inmediata.
La filosofía occidental ha buscado con ahínco una manera de reconciliar estas esferas, hasta tal
punto que este ha llegado a ser con el tiempo su verdadero problema. Sin embargo, no se ha llegado jamás
a una relación articulada e intrínseca entre lo cuantitativo y lo lingüístico, que han llegado a convertirse
en dos culturas por entero diferentes. Hemos intentado mostrar que el pulso nos proporciona un modelo
idóneo para pasar de un ámbito a otro sin degradar, antes al contrario, nuestras exigencias.
Nadie pone en duda que los principios clásicos de la mecánica son el marco más satisfactorio
para explicar una infinidad de fenómenos, y en particular aquellos en que una descripción cerrada del
sistema es admisible o deseable. Los principios más generales de que hemos hablado deben darnos la
descripción más apropiada para sistemas abiertos con intercambio ambiental, y la vida es sólo uno de esos
campos en que tales características se dan eminentemente. Pero, incluso en el campo de la física
fundamental, no está ni mucho menos garantizado que la caracterización cerrada de campos, masas y
fuerzas sea la más apropiada, como fácilmente puede deducirse de la naturaleza de muchos problemas
pendientes.
No hay ni que decir que nuestras alusiones al Samkhya o el Ayurveda son meramente
indicativas, y que mostramos su correspondencia sólo a falta de una terminología adecuada y autónoma.
No debemos desesperar de la posibilidad de encontrar principios más simples de orden superior, puesto
que, de otro modo, el estudio de la complejidad perdería la mayor parte de su interés y quedaría reducido
a cuestiones de computabilidad y su implementación en un ordenador. Precisamente, lo que intentamos
alentar en este escrito es el trabajo necesario para arribar a conceptos científicos con derecho propio. Esto
no es posible sin el suficiente trabajo de refinamiento en el campo experimental y formal.
Tampoco sabemos hasta qué punto el perfeccionamiento de este método conduciría a umbrales
cuantitativos y predictivos nuevos, o se reduciría a un rango interpretativo y semántico; si fuera éste
último el caso, igual merecería la pena, habida cuenta del déficit crónico de interpretabilidad de las
mareas de datos cuantitativos. En cualquier caso lo que debiera resultar obvio en el caso de las señales
fisiológicas es que una caracterización rigurosa de los factores constitucionales impone unas fuertes
restricciones añadidas a la variabilidad de la evolución temporal. Es uno de los fenómenos más
sobresalientes de la vida, del que hay que dar cuenta. Este tipo de restricciones no puede ser tratado de
forma unificada por los métodos habituales de análisis, cuando no se ignora sistemáticamente. Una
definición satisfactoria de estas restricciones en el campo fisiológico nos permitiría ver hasta qué punto
éstas son generalizables a otros tipos de sistemas dinámicos.
El núcleo de los principios de la medicina tradicional no tiene nada de arbitrario; entenderlo
como arbitrario ya denota una incapacidad para fiarse de nuestra propia experiencia y nuestro juicio. El
núcleo de la medicina tradicional es tan racional como ha permitido su ámbito de cualificación, trabajo y
experiencia. Es más, puede mostrarse que el modelo biomédico moderno es menos racional, puesto que es
incapaz de elevarse por sí mismo a principios y conceptos de validez general. La analítica médica
moderna es capaz de profundizar exhaustivamente en detalles sin cuento, pero no tiene ningún norte para
evaluar con rigor el contexto en el que esos detalles aparecen. Es decir, es más “empírica”,
“fenomenológica” y “heurística” de cuanto se ha querido atribuir a las viejas medicinas. Seguramente la
naturaleza y relación de los tres principios aludidos es huidiza y difícil de aprehender. Pero puede estarse
13
seguro de que, si no somos capaces de comprender su balance general, tampoco entenderemos nunca
cómo actúa en vivo el más claro modelo de acción de una sola biomolécula; porque este sólo aparece de
manera clara cuando hacemos abstracción en lo posible del medio y el contexto. Y cuando se habla de las
medicinas complementarias, se quiere aludir sobre todo a esa capacidad de orientación global que se
pierde de manera ineludible en la selva de los detalles empíricos. Ahora bien, estas “medicinas
complementarias” son todavía susceptibles de un grado de profundización y de rigor verdaderamente
insospechado, y es particularmente para sus practicantes y defensores, aunque no sólo para ellos, que
permanece el desafío de trascender la vieja distinción entre medicinas antiguas y modernas.

7. Conclusiones

1-El pulso es una señal tan completa que no necesitamos de más información para una comprensión
global de la salud.
2-A diferencia de otras señales que nos dan una información genérica o global, como el examen de la
lengua o cualquier otro, se presta a un enfoque absolutamente analítico y cuantitativo, por tratarse de un
fenómeno dinámico.
3-Incluso una monitorización “plana” y sin matices de su señal, como podría ser la de un flujómetro de
efecto Doppler, nos puede dar variación suficiente para caracterizar miles de pulsos distintos, más allá de
los pulsos típicos, por métodos de integración numérica y otros igualmente elementales.
4-Existe el prejuicio de que el estudio semiológico tradicional del pulso es de carácter cualitativo, y que
es irreducible al análisis cuantitativo. Esto es sencillamente imposible por cuanto todo cuanto puede
percibir el auscultador ya es puramente de orden cinemático o dinámico, y por tanto trasladable a un
gráfico temporal estándar en cualquiera de sus variantes.
5-La misma curva ya se deja traducir en un primer acercamiento en términos de tres principios, acción,
reacción y una tensión o sensibilidad entre ambas. Estos serían, en la aproximación más ingenua, el
ascenso, el descenso y la ratio entre los periodos y amplitudes de ambas. Este modelo se puede refinar
tanto como se quiera.
6-Estos tres principios no son sino los tres principios de la medicina ayurvédica, perfectamente
compatibles por lo demás con otras medicinas tradicionales como la china. Pero además no son sino los
tres principios de la mecánica ampliados de manera natural a sistemas abiertos, en intercambio con el
medio.
7-El aprendizaje del diagnóstico del pulso es extraordinariamente arduo para el médico practicante, y esto
no es de extrañar puesto que basta la presencia simultánea de tres elementos o variables para que la mente
tienda a confundir los términos y a desplazarlos, tal como han demostrado sobradamente los estudios
generales de semiótica (semiosis o remisión indefinida de los términos).
8-No hay nada de extraordinario en que todo lo esencial del estado de salud quede reflejado en el pulso.
Esto sólo lo parecerá para los esquemas causales de cualquier enfoque reduccionista. Pero el único
principio psicosomático indudable es que tanto el cuerpo como la psiquis se dan por entero en cada una
de sus presentaciones, puesto que se trata de algo puramente actual. Los esquemas causales pertenecen de
suyo a una esfera meramente virtual o posible, y no pasan de eso.
9-El apelar a esquemas causales y etiológicos es el arcaísmo de la medicina, y ninguna es en este sentido
tan primitiva como el modelo biomédico actual. Lo que tenemos siempre son síntomas y efectos, actos
puros del cuerpo, y pretender cualquier otra cosa es pura metafísica (5). Pero mediante una señal como la
del pulso podemos captar los actos efectivos con una lógica autosuficiente y sin necesidad de apelaciones.
10- Es improcedente una descripción de la vida en términos de esquemas causales, ya sean mecanicistas o
no; pero incluso desde el punto de vista mecanicista, la única descripción aceptable se da precisamente en
la medida en que nuestros tres principios difieren de los tres principios de la mecánica, lo que no es sino
una forma de revelar por los efectos las ligaduras internas u organización del sistema. Esto hace
compatible esta descripción sin necesidad de ulteriores justificaciones.
11-Un modelo como el de la acupuntura, con su red de meridianos, no debería ser interpretado nunca
como un esquema causal. Precisamente porque existen actual y efectivamente, no dependen de
estructuras, sino que son reflejos y concurrencias del todo en acto. Afirmar lo contrario no conduce sino a
malentendidos por parte de ambos modelos.
12-Lo que indica la señal del pulso es idéntico con cómo se siente el paciente en ese mismo momento, y a
eso es a lo que nos referimos con el término “salud”. Puede objetarse que la sensación subjetiva es
efímera e incompleta, pero esto sólo es imputable a la disociación del juicio en el propio paciente. Existe
el sentimiento físico y el sentimiento mental: pero ambos tienen su fiel correlato y su unión en la misma
señal del pulso, que de ningún modo puede disociarse.
13- El corazón es el más sensible y “vivo” de todos los órganos, y por lo tanto el mejor indicador del
conjunto del organismo, incluso de manera inmediata. Podemos evaluar el efecto de cualquier fármaco o
14
alimento de manera casi inmediata, si sabemos leer correctamente la señal del pulso. Esto se justifica en
parte por la sangre, en parte por las vías nerviosas, y en parte sin ninguna necesidad de partes –basta
comprobarlo. La sensibilidad extrema no es sinónimo de inestabilidad, sino todo lo contrario, como puede
demostrarse incluso de un modo matemático. Esta sensibilidad es la que hace posibles los ajustes.
14-La cardiología moderna ha desarrollado un impresionante arsenal de métodos analíticos para el
procesamiento de señales. ¿Por qué es incapaz de ver todo esto? En primer lugar, no hace auténtica
semiología, sino que busca causas estructurales (que si el ventrículo, que si la aurícula…) En segundo
lugar, desprecia la forma íntegra de la onda del pulso, tal como la percibe el auscultador. Y, sobre todo, se
ampara en el ruido estadístico de la señal. Pero precisamente este ruido estocástico o aleatorio, que
diferencia a las fluctuaciones de las meras oscilaciones, es ya una medida de vata, que hay que conjugar
con los valores de los otros dos principios. Decimos que es ya una medida, es decir, que ya nos da de
forma casi directa un valor esencial, sin necesidad de interpretaciones. De forma que la solución de este
problema tan general en ciencias de la complejidad tiene una solución muy fácil y evidente, si aplicamos
el marco semiológico correcto, que también tiene carácter cuantitativo. De manera casi literal, el ruido
aleatorio es la respiración de cualquier sistema abierto.
15-Lo que todo esto implica es una teoría general del equilibrio para sistemas abiertos, algo que
trasciende con mucho el ámbito de la medicina. Sólo a modo de ejemplo, digamos que la economía actual
también se rige por la monitorización de las señales de salida o output en su teoría del ajuste de los
agregados macroeconómicos, desinteresándose casi por completo de las estructuras. Pero la teoría del
equilibrio que se nos presenta esta completamente sesgada y recortada, imponiendo unas variables que
distorsionan tanto el movimiento real de los mercados como nuestra percepción de ellos. Sólo una teoría
sin supuestos y que supiera medir en bruto las fluctuaciones sería capaz de evidenciar los defectos de la
actual ciencia económica.

Abril 2005

Referencias

1. Koichiro Matsuno, Resurrection of the Cartesian Physics.


http://bio.nagaokaut.ac.jp/~matsuno/preprints/RESURREC.htm

2. Miguel Iradier, El Samkhya y la Proporción Continua (2004); Sobre las posibilidades del estudio experimental del
Samkhya. (2005) www.hurqualya.com

3. François Cheng, Vacío y plenitud, Ediciones Siruela, (1993).

4. A. L. Goldberger, Nonlinear Dynamics, Fractals, and Chaos Theory: Implications for Neuroautonomic Heart Rate
Control in Health and Disease, http://www.physionet.org/tutorials/ndc/

5. Alexis Jardines, El cuerpo y lo otro. Introducción a una teoría general de la cultura. Editorial de
ciencias sociales, (2004).

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