Está en la página 1de 2

EL SUEÑO DE MONTY

Fecha Jueves, 06 septiembre a las 12:35:57


Tema Opinión

Opinión

Michael A. Galascio Sánchez (*)

• Y es que el sueño de Monty permanece ahí, indemne al espacio y al tiempo,


contagiando a todos con emociones capaces de sacudir a los mortales del ejercicio
normal de sus facultades, haciéndoles naufragar hacia el delirio de la abundancia,
la imagen y la lenta inanición del Ser

A ambos lados de los infinitos pasillos se podían observar


inscripciones con los nombres de los representantes políticos que con
el paso del tiempo habían crecido hasta anudarse los unos con los
otros sin importar su raíz. Formaban una especie de injerto imposible
de calificar.

Una ligera brisa se deslizaba inquieta entre los reflejos de los rayos que emanaban de la
luna e impregnaba una fragancia que oprimía el ambiente. Era la fragancia del poder.
Los más jóvenes todavía emanaban un fresco perfume de verdor, una mezcla de aceites
esenciales democráticos e idealistas. Eran aromas y compuestos de deber y sensatez,
muy escasos en nuestros tiempos. La noche se dejaba caer apáticamente sobre el
edificio y patinaba con cautela a lo largo del pasillo y alrededor de los escritorios que
reflejan el estado vital de sus inquilinos.

¡Monty les había abandonado! No había sido un ejemplo excelso de valores sociales y
mucho menos un ciudadano ejemplar. Tal vez, ni siquiera ciudadano. No obstante,
cuando un político fallece no nos dicen lo que fue, sino lo que debió haber sido. Sin
embargo, su presencia seguía ahí, sin principio ni fin, duradera, sin límites, indefinida,
sigilosamente perpetua e inmune a relicarios, altares, cruces, incensarios o cualquier
otro símbolo de pureza.

Paseaba como todos los días recorriendo sus dominios. Admirando los cuadros en
donde aparecía con los grandes prebostes que guían nuestros destinos. Se detenía al lado
de su lujoso escritorio de roble cuya cristalina superficie ya no reflejaba su imagen.
¡Que tiempos aquellos! Las intrigas, las maquinaciones, la conquista de las voluntades
desechando todo compromiso. En fin, los conciliábulos. Era un triunfador magnánimo,
siempre augusto. Sin embargo, ahora solo podía susurrar sus deseos a aquellos más
sensibles. Los más débiles que bajo un trance o inspiración vaciaban sobre el papel las
ideas que creían propias.
Había soñado con el poder eterno. Un poder que nunca acaba, sin límites. Ciertamente,
le fue concedido, pero no como lo concibió. Estaba atrapado en una dimensión en donde
su voz, sus acciones, sus sentimientos eran apenas perceptibles al igual que los
ciudadanos que durante tantas décadas dominó.

Sin embargo, no había arrepentimiento. Estaba en su feudo. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Ahora formaba parte de ese tren de pensamientos, fantasías e imágenes que los mortales
ven pasar durante sus dulces sueños. Seguía siendo mentor del artificio, un hipócrita, un
impostor, un actor que aspira a la fortuna y al trono a través de la venta de sueños de
una existencia próspera y alargada.

Los sueños de fortunas, imágenes de gloria que se convierten en visiones más


completas, más vividas, reales. Y es que el sueño de Monty permanece ahí, indemne al
espacio y al tiempo, contagiando a todos con emociones capaces de sacudir a los
mortales del ejercicio normal de sus facultades, haciéndoles naufragar hacia el delirio de
la abundancia, la imagen y la lenta inanición del Ser.

Su esencia resuena, grita, aúlla, aclama e implora. Cortejando con sus embriagadoras
notas discordantes, mostrando la imagen de un mundo colosal en donde unos pocos
forjan el paraíso del privilegio y el monopolio propagando una verdad distinta,
alimentando una inclinación viciosa.

De sus labios brota espontáneamente la poesía de los sueños desde el mismo umbral de
su infierno. Azotando con su sabiduría sobre la inteligencia humana y sus ardides a esos
espíritus y almas que sucumben ante promesa de la fortuna y los placeres. Monty vive,
pues para nuestra desgracia su esencia no ha muerto. Seguirá viva mientras murmure a
oídos plenamente sordos a la voz de la conciencia.

(*) Michael A. Galascio Sánchez es licenciado en Ciencias Políticas, doctorando en


Psicología de la Salud y Clínica

Reflejos de la Condición Humana ©2007

También podría gustarte