Está en la página 1de 57

Teódulo López Meléndez

EL EFIMERO PASO
DE LA ETERNIDAD

"En la lengua que empieza a deletrear los enredos de enredos de los enredos"

César Vallejo

"Est animal sanctum,sacrum et venerabile,mundus"

Giordano Bruno

"Puede avanzar porque va por el misterio"

Mallarmé
I

NEKYIA

KAIROS

Leshaa Akrab entró al cuarto y se dirigió directamente hacia el espejo. Estaba


sudada y con evidencias de cansancio. Lentamente dejó caer sobre la cama el bolso
de cuero, con una leve inclinación del hombro, pero sin quitar la vista al reflejo de
si misma. Había estado fuera todo el día y los Scorpius X-R1 habían afectado aún
más sus ya perturbados nervios. Desde que la capa atmosférica sobre la ciudad de
Philologus se había deteriorado gravemente aquellos rayos, situados entre mil y tres
mil años-luz, estaban causando serios problemas al sistema nervioso y habladurías
de más a los astrólogos que ya abrumaban con sus predicciones catastróficas.
Además, las citas no habían estado afortunadas. La campaña publicitaria para la
que había sido contratada sufría de nuevos retardos debido a una lluvia de polvo
interestelar y los ejecutivos de la empresa estaban de un particular mal humor, pero
eran sus desaveniencias con Ofiuco Megeros lo que la perturbaba por encima de los
problemas irresueltos de los científicos del espacio. Lo había conocido hacía un par
de años, de los nuevos fijados en la última década como consecuencia de las
mediciones ultrasensibles del tiempo. Desde entonces lo había frecuentado en cada
ocasión en que tenía tiempo libre y no debía cuidarse de moretones en el cuerpo.
La relación había sido fluida al inicio, pero los choques violentos venían
sucediéndose cada vez con mayor frecuencia. Las causas eran variadas, pero,
fundamentalmente, -era lo que pensaba Leshaa-a una sospecha que a Megeros le
estaba causando dolores de cabeza y contratiempos en el empleo en la compañía de
reparación de cohetes que lo había acogido desde su egreso de la Universidad
Espacial. Todo comenzó una noche en que Ofiuco le aseguró a la modelo que
escuchaba voces provenientes del interior de su cerebro y que ellas le hablaban de
continuas traiciones que ella supuestamente cometía con todo hombre que
medianamente se le insinuaba. Ofiuco sentía, entonces, que la culebra escapaba de
sus manos y lo hería, y Triphas, la estrella más visible y luminosa, se fugaba del
cielo de la ciudad. Leshaa se miró a los negros ojos y pensó en Ofiuco sobre su
sexo describiendo como la serpiente se robaría la corona boreal si no cesaban sus
traiciones y como Alhiat, en el cuello de serpens, la devoraría en una erupción de
luz que le quemaría las entrañas, pero dejándola con vida en sufrimiento perenne.
Leshaa sonrió ligeramente llevando las manos hasta el cabello y levantándolo a la
altura de las orejas. Recordó a Tamiat, ancho como un toro-"me gustan fuertes",
pensó-y un estremecimiento le recorrió la espina dorsal. Sí, Tamiat, capaz de
provocar una rebelión en su cuerpo contra todos los dioses y de domeñar al mismo
sol. Asociaba las ideas de cambio y dislocación con aquel hombre. Tamiat no había
sido nunca un prodigio de sumisión y eran conocidos sus altercados con superiores
y amigos. "Siempre con razón", pensaba Leshaa al recordarlo frente al espejo, al
tiempo que sonreía y una beatífica sensación le subía por las piernas y se le alojaba
en el sexo. Leshaa gustaba de quien le transmitiera sensaciones, al mismo tiempo,
de calma y emoción, así como de protectiva ternura, y tendía a confrontarse con
quien le hiciera sentir débil y le provocara demasiadas exigencias afectivas. Ahora
mismo estaba algo alterada, pero, como siempre, la sensación del espejo le iba
devolviendo lentamente el control. Con movimientos horizontales se despojó de la
pequeña chaqueta de metal flexible y sin explicárselo se llevó a los dientes la punta
del tirante de cuero que sostenía abrochado a la cintura. Con un estirón del cuello
avanzó la desabotonadura. Una embriaguez lenta se fue apoderando de su cuerpo y
la necesidad de dialogar consigo misma se le hizo imperiosa como si una
conjunción pletórica se le anidara en lo más profundo y requiriese del más viejo
sentido humano.
Leshaa bajó un poco su falda y el ombligo salió como un astro en la mañana.
Vertical y profundo, el agujero, con leves vellos y suave rosado, pareció agrandarse
en el espejo, como si un zoom lo hubiese hecho dueño y señor del espacio,
totalidad envolvente y absoluta, valle poblado donde caminar y entretenerse en
veredas y riachuelos. La propia mujer quedó extasiada. Luz en los alrededores,
población donde los ruidos abundaban y los colores serenos contrastaban con los
violentos, terquedad de las apariciones ancestrales y un murmurio de río Océano
que congregaba las eternidades adormecidas pero siempre vigilantes. Leshaa sintió
que la halaban y la piel le crecía como en un embarazo conseguido con un falo
permanente. Se cimbró como si un orgasmo gustoso le saliera de cada poro y un
grito de placer asomó a su garganta. Se le escapó ligeramente a pesar de su
esfuerzo por ahogarlo y el apretujón en su cuello le aumentó el placer y el dolor,
siameses que lograba percibir en su futuro. Bajó los brazos buscándose adentro
pero le resultaron insuficientes para alcanzar las nuevas dimensiones y sus manos
quedaron como huecas al conformarse con el intento fallido. Un remolino pareció
desatarse sobre la vegetación recién insurgida y las voces iniciaron la pugna por
hacerse reconocibles en los laberintos que intuía acechaban múltiples y delgados
cual hilos lacerantes. La congregación parecía aumentar y las procedencias se
diversificaban, bailaban desde su extrañeza, mientras la audacia de la inesperada
apertura incrementaba las ansias. Bordes de oxidiana, círculo en giro, espacio de
volcán, camino a las serranías y a los pozos, acceso a los lagartos y a los harapos, a
los huesos humedecidos y a las pieles colgantes, a las heridas atravesadas, a las
cuencas sin periferia, al viaje en retroceso, a la lava como mar de residuos. Pasaje,
centro, vía, sombra solitaria se desteta de la materia que toma su propio rumbo,
hacia el espacio visible, liberación de la condena, divorcio inevitable. El cosmos
abrió las puertas, en el centro, las únicas puertas que se abren están allí, hacia los
pasadizos del alma, hacia los mitos que se originan y se expanden en el mundo
exterior como papagayos dejados a la merced de los vientos del verano y alimento
de las almas que cuentan en los oídos y chismean en las madrugadas frías en las
orejas de los predestinados. En el cuerpo, escenario de los mundos, carrera hasta la
meta de ser nadie, enterrarse a buscar la oscuridad, el infierno, la sombra. Los seres
están instalados en las calderas de agua azucarada o de azufre, del mismo origen,
precio a pagar, condición inevitable para pretender las esferas luminosas. Primero
hay que recorrer los intestinos, ensuciarse, pasar la mano embadurnada sobre el
fondo polvoriento de los racimos de telarañas, lambetear los límites de las
penumbras. Descenso, revolcarse, incrustarse en la mente, determinar los orígenes
comunes de las palabras que significan albergue y combate, desde las aguas del
Egeo hasta corpus, inundarse en la paradoja de encontrar resplandor en la
oscuridad y aprender de la sabiduría enterrada en la ignorancia. Omphalos por
donde caer hacia lo humano, meterse en el río que Leshaa ha descubierto en el
momento auspicioso que nos autoriza a sembrarnos en el infierno de la criatura
humana, bella con sus cabellos negros y su voz de aguatinaja, imperio de la fealdad
con sus mocos que caen en avalancha desde las membranas, linda cuando afloja los
labios, peligrosa en las montañas interiores que semejan volcanes en erupción
quemando con lava, monstruo que muestra(otra cosa no es), infierno inframundo
(otra cosa no es). Momento preciso, kairos, ahora, para caer.

CENTRUROIDES LIMPIDUS

Andromeda, Aquila, Ara, Argo Navis, Auriga, Boötes, Canis Mayor, Cassiopeia,
Centaurus, Cepheus, Cetus, Corona Austrina, Corona Borealis, Corvus, Crater,
Cygnus, Delphinus, Draco, Equuleus, Eridanüs, Hercules, Hydra, Lepus, Lupus,
Lyra, Ophiuchus, Orion, Pegasus, Perseus, Piscis, Austrinus, Sagitta, Serpens,
Triangulum, Ursa Major, Ursa Minor, Apus, Chamaeleon, Dorado, Grus, Hydrus,
Indus, Musca, Pavo, Phoenix, Triangulum Australe, Tucana, Volans,
Camelopardalis, Columba, Monoceros, Canes Venatici, Lacerta, Leo Minor, Lyns,
Scutum, Sextans, Vulpecula, Carina, ComaBerenices, Crux, Puppis, Pyxis, Vela,
Antlia, Caelum, Circinus, Fornax, Horologium, Mensa, Microscopium, Norma,
Octans, Pictor, Reticulum, Sculptor, Telescopium, Sagittarius, Capricornus,
Aquarius, Pisces, Aries, Taurus, Gemini, Cancer, Leo, Virgo, Libra, Scorpius.
24 de octubre
Los siete segmentos comenzaron a arrastrarse sobre la lisa piel. El cefalotórax
semejó a un nacimiento, el de la boca con su par de quelíceros, el siguiente con su
par de pedipalpos y patas marchadoras que atronaron como un desfile. Siete
segmentos el abdomen, cinco el posabdomen mostrando irreverente el telsón de las
glándulas ovoides venenosas. El aguijón rasguñó ligeramente y Leshaa respondió
con un leve quejido. Cuando emergió por completo pareció mirar desde la
humedad del ombligo de la mujer y tomar posición para defender la fortaleza. Se
movió entre libra y sagitario, adecuó su reloj interno a las 16 horas y 30 minutos en
subida hacia la derecha y una nube como de plasma, amarilla y azul, invadió la
habitación. El agrupamiento pareció negar la voluntad-carbón fosilizado- dejándola
totalmente en las pinzas del animal-agua, casa y marte-. Al igual que en 400
millones de años, idéntico a si mismo, fósil viviente, el arácnido salía una vez más
de la entrañas del mar. La respiración pudo percibirse claramente en el ambiente
cerrado; abrió los libros de sus cuatro pares de pulmones y el aire entró a raudales
por los estigmas, innecesaria medida de precaución pues bien tenía marcada en la
memoria ancestral que de nada valdría se los cerrasen. Mejoró la posición para
evitar herirse accidentalmente con su propia arma y dejó a la oscuridad su
multiplicidad de ojos que no ven. Produjo los sonidos habituales y constató que
quien le había desafiado no estaba en las inmediaciones; ante la falta del
perturbador restregó contra el carapacho su cuerpo encéfalo-toráxico de 50
milímetros y chequeó la pinza de atrapar no sin que sus instintos le presentaran una
rana a la que despedazar y chuparle el fluido del tejido; la segunda, la de mantener
alejada a la presa, la estiró hasta los límites de lo posible en previsión de una
acechanza. Alguien debía estar cerca: había sido llamado a defender la entrada y no
para otra cosa; estaba cumpliendo su tarea esencial de proteger el centro; no se
había abierto aquél por pura casualidad, alguien avezado en las penetraciones a los
infiernos había causado el tumulto que afligía a la mujer casi inerme que
contemplaba desde sus ojos blanquecinos el espectáculo del asedio y de la defensa.
Debía matar al primer ataque, de otra manera el viajero penetraría
irremediablemente. Comenzó a mimetizarse, del color de la piel un cierto negror
apareció en la medida en que se alzaba a otear el horizonte. La espera le daba
confianza y en el ombligo de Leshaa comenzó a enrollar y desenrollar la cola tenida
verticalmente. Buthohes a Hicola, danza frenética buscando en las paredes, en la
selva, en las alturas, cambio de piel, siete veces, la madurez sexual manifestada en
la modificación del envoltorio. La tapa genital se abrió como la puerta de una nave
espacial hasta que la respuesta comenzó a subir por la pierna de la mujer que sintió
impávida los pasos de cuatro pares de patas, las otras dos listas para una eventual
presa. La cola de la hembra era más gruesa y cuando comprendió el llamado
igualmente dejó caer la tapa y se aprestó a la cópula. La bulba dejó ver la fila de
dientes, chelicerae ,mordedura en trance, como en los pueblos primitivos y
campesinos de los humanos convencidos de la dentadura vaginal de la fémina.
Promenade à deux en el omphalus, atracción de los venenos, grave circunstancia
capaz de distraer de los deberes programados. Abre droit, el escorpión cuidador de
la entrada rasguñaba a la hembra, abdomen sobre la carne de Leshaa, punzón en
movimiento en alto, procreación inesperada del miedo, inyección de ejecutores del
mal a las fábulas y a las leyendas. La enfermedad de la hembra se abrió para el
macho en una tentación irresistible, muestra de la muerte, incumplimiento del
deber, placer que conduciría a la nada y, por ende, a la inexistencia de un reclamo, a
la ignorancia de los viajes posibles conseguidos por la distracción deliciosa.
Gonopore sin tapa, gono de las raíces del lenguaje, maldad en la inevitabilidad del
fin, veneno peor que el de las glándulas en la vesícula como un bulbo, efectos
inmediatos no como el de la víctima esperada en agonía de muchas horas,-
proteinas, encinas, neurotoxias-, sino instantánea, obligatoria, pago ineludible,
consumación de las prescripciones del primer Eusculapio de aquella raza afirmadas
en los cromosomas. El macho terminó de rasguñar e inyectó a la hembra, rápida e
indoloramente, en cumplimiento de un fiel mandato implícito en la navegación de la
especie. El spermatophore fue transferido, bola de espermatozoides atados a su
base, un átomo, imposible de secar, muerte impedida para que los futuros vigilantes
puedan nacer. La hembra se volteó y estiró la pinza sostenedora, lo atrapó y
comenzó a devorarlo. El escorpión anidado en el ombligo de Leshaa sintió al inicio,
percibió la primera mordedura, pero luego se fue haciendo comida, venganza,
pago, tejido ajeno. Cuando terminó de comérselo la hembra quedó
momentáneamente quieta hasta que logró verificar los huevos fecundados. Debería
esperar 14 días por los vivos, anexarlos a su dorso, 14 días sin defensa, 14 días
para que dédalus pudiese ser caminado. De todos lados y de todas partes,
pandinus, heterometrus,octavo símbolo del zodíaco, Alpha Scorpi, vejoris boreus,
gigante y negro Imperatur, gigantoscorpio,paruroctonus mesaensis para repartir
por los caminos colorados protección contra las excursiones prohibidas, hadruros
que escarben y se escondan para que la enfermedad del gono no los desvíe,
anuroctonus phacodactylus con paciencia suficiente para vencer los reclamos del
sexo y esperar la avalancha violatoria, isometrus maculatus manchados y peligrosos
pero sin estigmas, diplocentrus hasethi sin marcas o señales en el cuerpo digerido
que puedan denunciar el incumplimiento, bothriurus bonariensis sin hierro candente
que deje la pena infamante, uroctonus modax sin signos de esclavitud a la apertura
dentada y sin desdoro, centruroides hasethi sin lesión orgánica o trastorno
funcional, vaejovis boreus sin picaduras infamantes, carpathicus orgullosos de
cuerpos glandulosos capaces de recibir el polen del muerto que trató de pasar por
su territorio, vittatus,hidruros hirsutos, todos inmaculados en el cuidado de las
profundidades infernales de la mente. 14 días para que el vivero de escorpiones
fuese capaz de producir un ejército , de soltarlos en los ombligos llenos de piedras
de elevadas temperaturas, de árboles altos, de grietas, de habitaciones,de carne de
arañas, insectos y ranas, de rosada carne femenina , selva donde reinar, donde
impedir excesos, hueco central del universo para advertir que las penetraciones
consentidas son más abajo, entre las piernas, en el hueco estupendo donde no hay
dientes sino en las leyendas, para que cuiden y protejan con su veneno superior al
de las serpientes, para que maten intrusos aventureros deseosos de viajes
condenados, para que produzcan hormigueos, engrosen las lenguas, ocurran
espasmos de faringe, calambres, convulsiones, hipertensión, edemas pulmonares,
fibrilación de los músculos y la muerte, por encima de las vanidades de los hombres
arriesgados, diacepan, gluconato de calcio, oxígeno, compresas de agua helada y
torniquetes. 14 días para el ejército, 14 días tiempo excesivo, sin defensa.
Como el espíritu humano cae a encontrar una materia el lenguaje debe ser arcano,
como una ristra de ajos que marea a los escorpiones, que los inunda de éter y los
amansa, los aleja, los destierra, los aprisiona. Debe resonar como en una caja
desagradable llena de ecos y petulancias, de humana dimensión, afrodisíaco para
quien manipula, levantador excelso de los malos olores y de los instrumentos de
penetración. Los espectros ultravioleta sólo rondan en los espacios invisibles,
intrascendencia para los ojos cerrados pero importantes en el mundo de los viajes.
Las resonancias no se meten por la multiplicidad ocular, las armas se miden por su
efectividad, ajo licuado, ajo en los clavos, rayos para atravesar las caparazones y
ver adentro, para desterrar a los vigilantes, para colgar en las paredes y hacer oler a
la piel repelente. 14 días a la espera del nacimiento, reguero precautelar, ajo para
condimentar la tierra que habrán de marchar con sus armas erectas y sus libros
abiertos a la polvareda. Lleno de trampas, de laberintos, de encrucijadas, de signos
negros como escorpión en alza, symplegades, cayendo por dedalus, desde
omphalos, vertiginosamente, reencarnando en el interior, tomando cuerpo, el túnel
donde la luz deslumbra. La voluntad es esencial, nadie pretenda devolverse,
agarrarse a las paredes, desgarrarlas con uñas sucias y desgraciadas. No se aferre
nadie a lo que se fue, al anterior, a la corporatura miserable, al respeto por las
normas de otros tiempos. Dedalus amable, comprensivo, interesado, pornográfico,
resignado, teatral, perturbado.

INCERTUM

Los soportes del alumbrado deben ser escalonados. La tibieza de la luz y la


forma de los rostros dependen de la altura de las gradas. A medida de cada
desdoblamiento debe estar la posibilidad de la visión para quienes, allá abajo,
esperan ser interpelados. La primera ha de ser de un azul tenue que permita a
quien mira ejecutar bien su parte. La moveremos con delicadeza, de tal forma
ocultaremos lo que haya que ocultar y revelaremos lo que el libreto exige revelar.
Las tonalidades variarán, soportaremos luces con postes, resortes y apoyos pocos
convencionales como una butaca vieja y rota. El primer paso de la puesta en
escena está dado. ahora mismo llamaremos a los actores y al público y
repartiremos los roles. A ambos,las comillas deben ser inciertas en medio del
bosque de las palabras. Estableceremos ahora los niveles, para lo cual nos
serviremos de las irregularidades del terreno, de los paréntesis abiertos y jamás
cerrados, del hombre fraticida que en cada uno anida, lubricaremos con semen
las impostaduras y todos saltaremos como monos para probar si la estructura es
adecuada al máximo de nuestros desvaríos. Quizás la fuerza de un coito
multiplicado al infinito nos pueda indicar la volubilidad de los tablones, la
capacidad de los amontonamientos de aserrín llamados nudos y de la precisión
que hemos dado a las bases de este entarimado grandioso. Así, seguros, habremos
tornado todo incierto, especialmente las barreras. Cada uno debe cargar con
todos los libretos y cada uno debe estar contento. Podemos permitirnos los
intercambios y las oscilaciones, los giros en barrena, la fusión de la luz
predispuesta con las improvizaciones. Viva la posibilidad de cagarse (cada uno
donde le parezca. los dictados serán al pié de la letra-+'`¡/los oídos de esperma
marrón solubre al viento portador de la memoria descuartizada y los dedos
tirabuzones para hurgar en las narices de manera que nadie pueda alegar un
desconocimiento de causa...)=todo es variable, cambiable, reembolsable.
Soportaremos los pilares con espirales sujetas con alambre, soltaremos,
apretaremos, dejaremos que hagan los que le venga en gana. Una inmensa
sábana blanca colgaremos para que sean proyectados los humores y las
defecaciones ( lo demás está de más, al igual que las letras de los libretos que
podrán organizarse como les parezca. Quiere decir que la palabra miedo podrá
cambiar a iedom o a dioem o simplemente saltar hacia otra y copularla, a menos
que sea abstemia del pecado, lo que ciertamente es bastante improbable dado que
el caodpe se confundió con el abecedario, los diccionarios y las benditas lenguas
de todo tipo que pululan por millares. Pueden, así mismo, cambiar de orden o
desaparecer o mearse sobre la sábana para creerse inocentes por asimilación a la
vida humana recién parida, imitación vanal pues nada existe ya con esas
características. La sábana podrá ser cambiada en este mamotreto, en este espacio
permisible sin límites donde podremos ver gente soportando, tragando, apretando
los dientes o gritando como locos ",ldjsuridnftidntidnst,mxsuetnsqidhcu,-
hjd89QWQWSGHASEÑ las más inintelegibles palabras que jamás hayan salido
de las sucias bocas a ensuciar el espacio circundante, aledaño, vecino y
circunvecino puesto a disposición de los inciertamente separados y confusos para
que representen la balada, el tónico, lasmalaspalabras que se evocan por doquier
y son aspas afiladas o suaves pétalos de rosa o escupitajos sanguinolientos o tallo
cargado de parásitos o signos presos de significantes-significados, de imagen y
sonido, impresos o escupidos, fonemas afónicos a la larga que ya no se
pronuncian porque vagan independientes, grafemas insolubles ni siquiera el agua
sulfúrica o la burla pueden desteñirlos, cada quien carga un intercomunicador
para evitar ser reconocido, los cuernos en las paredes para identificar el(ya
vengo) o el "tenía que hacer" o el-amo-la-libertad dat-.a-m-o lo que significa que
también las páginas pueden ser dispuestas en cualquier orden, cualquiera, para
empezar en la poceta y terminar comiendo o para comenzar de anciano y
terminar de insufrible espermatozoide no agarrado por el agua liberadora que
corren a echarse apenas reciben el cargamento. Los soportes del alumbrado, se
puede recomenzar, el alumbrado no tendrá soportes, los haremos depender de
voluntarios que encontrarán este mandato en sus respectivos libretos y a medida
que los brazos se le cansen irán bajando(es evidente que sufrirán bruscas alzadas
debido al mismo cansancio que expele hacia arriba los músculos dotados de
buena voluntad. Así legalizaremos las complicidades, haremos propicios los
sobornos y fomentaremos debidamente la corrupción----todo debe parecer
natural, original, procaz, infectante o brutalmente perteneciente al teatro. Las
guías apenas guías son, bibliotecas enteras se han consumido en el olvido,
millares de libros se han podrido en la más ominosa de las querellas-falta un más
después de las letras son tatuajes mascarillas cera yeso bifrontes trifontes ,papel
de envolver, desinfectantes, algodonadas espinosas basura descomunal engarfio
de las desviaciones aberraciones monumentos en pié o caídos pedestales ortos o
aún enteros palancas con nombres en las avenidas "fue un gran filósofo"(fue un
gran cornudo...también,¿porqué no? ¿qué diferencia existe entre un filósofo y un
cornudo ? la historia de las guerras con todas esas bellas matanzas que han
dejado cuerpos descuartizados, hermosamente putrefactos para que se alimenten
los buitres b-u-i-t-r-e-s o rseuibt o
r
s
e
u
i
b
t
conjunción de signos lingüísticos arbitraria que designa este peculiar animal tan
amigo de las carroñas más puras y hediondas, gastronómicamente deseables
vamos a continuación ¿Os habéis dado cuenta ? la blancura de la sábana es
peculiarmente exquisita deliciosamente mortal, arbitraria al igual que las
manchas negras que podemos poner sobre ella, quién dice, entonces, quién
pronuncia, entonces, quién se atreve (carajo) a pronunciar esa bestial palabra
como una acusación dirigida contra nosotros que estamos dedicados a una
perfecta desorganización de la organización que organizada nos fue dada por los
velludos e indecentes letrógrafos de la mala letra de la puta letra de la carroñoza
letra. Nos basta LUZ para poder leer bitraarbi, la luz es importante es vital es
absolutamente necesaria y loca, locuaz, procaz,indigna luz que nosotros los
escenógrafos, directores, luministas, escarabajos y demás bella compañía del
reino animal, incluidos jorobados deshechos mutilados y hembras bellas
manejamos aquí en la puesta en escena(particularmente se me puede incluir entre
los deshechos-tengo apenas un ojo-y tuerto-tres brazos el cabello de erizo de mar
y los dedos de alacrán de tanto contemplarlos cierre de paréntesis...como nos
viene en gana, adaptada a los papeles de cada uno, pero como son
intercambiables, mutables, hilachables y desgranables, pues son raibartsoir. La
luz rosada-hacemos concesiones-es perfectamente femenina, resalta las bulbas
como figosdindias abiertos a machetazos por la luz del sol que todavía vemos en
la boca y los granos negros y empapados caen en lo fértil y allí renacen envueltos
en el melodrama de la oscuridad que también es una luz, sólo que pintada de
negro. Aquel se desdobla en bailarín que sostiene la figura de la infancia toda,
aquel otro se dobla atacado por la sequía de un árbol de utilería, él arbol, él
utilería, él atacado, yo mismo me desdoblo en animalito que se quema con la
lámpara del primer nivel y la joroba se me torna natural dado que ahora es el
pecho absolutamente no arbitrario de un insecto quemado, por cierto, cómo
quema esta lámpara. Los niveles no sienten celos, las máquinas los mueven a
placer, están en constante movimiento, danzan, bailan, se rozan al bajar uno y
subir otro, al bajar varios y subir otros cuantos, alguien no se dio cuenta y las
tablas le cortaron una mano. Véanla, yace allí con músculos cortados, con venas
talladas, con huesos triturados, bella mano, símbolo de la improvisación y del
descuido, eterno símbolo que nos agrada. Inciertos los niveles, nadie puede
apostar con certeza a uno, yo estoy aquí, no, tú no estás allí, tú estás allá, que
estupendo desconcierto, frágiles las posiciones e,l libreto B correspondía al nivel
F, pero en el nivel H el libreto B es en realidad el libreto D, así así así por todos
los bordes de todos los niveles, barro, fango, común cementerio, fosa común,
espectáculo de participantes sin distinciones y rangos, símbolos
sudorosos,benditas l e t r a s como nos venga en gana, la gana nos viene y se
ensarta en un nivel y se acaba en otro, la complacencia de todos es, cada lector
mira cada espectador actúa, cada lector escribe, cada escritor comemierda se
sienta en la platea a mirar a los actores, cada actor lee, cada cantante tira
tomates a los bolsas que están sentados en la hilera de sillas, éstos se levantan-
por decisión de quien sabe quien que ha ordenado a ese nivel alzarse-y cantan
bellísimas obras líricas, estupendas voces, como me gustan esos cantantes
alzados de entre el público, las páginas de ese analfabeta deben ser incorporadas
inmediatamente a la gloria de la literatura, la actuación magistral de aquel
espectador debe ser registrada en video y proyectada en las pantallas que rodean
al circo, miren a ese actor haciendo de viejo barrigón que compró la entrada,
grita gritos aprobatorios, aplaude a rabiar, hasta deja de sonarse las narices.
Juego de plataformas, una sobre otra, cajas chinas dice el sesudo crítico, qué
cajas chinas de mis cojones, son plataformas no cajas, una se alza de la otra, los
actores y el público no se mueven, se mueve la parte de abajo, cuando se vuelven
a encajar los actores están donde estaba el público y el público está donde
estaban los actores. El público comienza a actuar, algunos actores que ahora son
público quedaron entre el público que ahora es actor, pero los que se quedaron
entre los actores que ahora son público acomodan a aquéllos que se
aprovecharon del intermedio para limpiarse los ojos con hojas de ajo que
acongojan los ajados jardines. El silencio entre los actores que ahora son público
es total. El público de actores sigue la trama a la perfección. Los actores del
público aplauden. Actores y público, que la misma vaina son, se abrazan
emocionados y se felicitan unos a otros, por la brillante jkdamkcnaPUJRYWRTC
que protagonizan. La presa está en la pinza.
KATABASIS

El sueño comenzó a vencer a Leshaa, más bien una indefinida entrega a la


voluntad ajena. Cerró los ojos y sus brazos quedaron fláccidos sobre la cama que
había permanecido a sus espaldas mientras contemplaba en el espejo el proceso
trascurrido ante sus ojos incrédulos. Presintió que el aflojamiento de los músculos y
la modorra de sus negros cabellos eran el presagio de un viaje en una nave
testaruda y firme a la cual no tenía objeto oponerse y decidió, entonces, entregarse
a la voluntad que la dominaba, no sin sentir miedo y oponer una resistencia
instintiva, una que no deseaba, pero que procedía incontrolada de algún resorte
oculto en su mente. Se sintió flotar en un espacio blanquecino y, de improviso, caer
por su propio ombligo hacia si misma. Gruesos nudos comenzaron a golpear la
búsqueda. Se apilaban a lo largo del laberinto empujando de un lado a otro
ayudados por el vértigo de la caída. Sin embargo, no se sentían golpes ni
moretones se hacían ni amortiguaban o refrenaban el avance, sólo que originaban
un gran cansancio, como si un colchón de aire dirigiera sus dardos directamente
contra la voluntad y pretendieran vencer no en el exterior sino en su misma
estructura de búsqueda. Una sensación de ahogo comenzó, como una
descomposición de las partículas del aire que cerrara los conductos absorbentes y
pegara unas contra otras las paredes interiores. El calor iba en aumento, pero se
soportaba porque el envión parecía impedirnos la toma de los caminos alternos que
veíamos vertiginosamente desplazarse a nuestro paso como invitaciones al
equívoco y a la pérdida. Eran múltiples y partían en diferentes y variadas
direcciones, como ramificaciones del sistema nervioso o como la red sanguínea
cuyo rojo encendido nos encandilaba a pesar de las linternas alógenas colocadas en
nuestra visión. No percibimos con exactitud cuando nos detuvimos puesto que el
suspenso se asimilaba a la caída, como si flotásemos en un campo de fuerza de
particulares características. Nuestra tranquilidad duró poco, pues, apenas
estabilizados y comenzado el interrogatorio, un mundo circular se nos mostró en
toda su complejidad y desafío. La variedad de puertas asombraba, unas enrejadas y
otras libres, pero las primeras eran diversas, dado que en algunas las protecciones
eran falsas y en otras verdaderas. Había caminos que subían y terminaban sobre el
vacío y otros que se perdían en la lejanía como interminables variantes. Había
grandes obstáculos de montañas de memoria, de desechos y olvidos. Las trampas
acogían terribles amenazas desatables al menor error, desvaríos, puntiagudas
lanzas de ocultamiento, palabras advenedizas listas para dispararse en un discurso
aparentemente lógico pero brutalmente falso. "Leshaa", dijimos suavemente, como
en un susurro. "Leshaa", repetimos para que un eco ensordecedor nos respondiera
desde todas las cavidades. "Leshaa", insistimos, para que una voz gutural nos dijese
"soy yo".
Los harapos se arrastraban como enhebrados a los cuerpos. Nos miraron desde
las cuencas vacías, desde la erosión del tiempo y desde la penitencia de la mente
acongojada. Pedazos de carne colgaban de algunos de sus huesos y manchones de
cabellos podían vérseles sobre los cueros pendientes de los cráneos. Las
expresiones de las mandíbulas tenían dientes y las uñas eran largas como ramas.
Los pómulos salían de entre algunos pedazos de carbón adheridos en las refriegas
por el ocultamiento contra los pisos de la memoria y los huesos de los pies
sangraban. Extendieron los brazos, sonámbulos, con curiosidad y temor, tal vez
para medir la fuerza de nuestra determinación o el poder que nos llevaba. Voltearon
y se hicieron invisibles, sin deseos de hablarnos ni de curiosear. "Leshaa, retenlos,
sácalos al visor y cuéntanos", rogamos con firmeza y la mujer nos eructó un vaho
de aire caliente y azufroso.

La procesión se extendía sobre la explanada. Los sacerdotes entonaban los


cánticos y el cortejo disimulaba la tristeza mientras una polvareda en lontananza
reflejaba la sequía sobre el valle. Al atardecer aquellos que tendrían que morir junto
al ya muerto marchaban cabizbajos. El corto cabello negro de Leshaa se levantaba
como su voz y su túnica blanca transparentaba los rayos agonizantes del atardecer.
El juego de claroscuros permitía que sus piernas firmes se moldaran a la visión de
quienes le seguían en la larga cadena humana que resignada se dirigía hacia la gran
edificación de piedra. De sus labios salía una canción, distinta de la oficial
compuesta para la ocasión y que iba adelante, como mascarón de proa abriendo el
aire cargado de olores y presagios. Era una antigua canción judía, transmitida por
los ancestros y aprendida en la infancia, una de tristezas y resignación, la que la
mujer murmuraba desde su cuerpo vejado y amado. Había servido por excepción, y
gracias a su belleza, en la intimidad del muerto y lo había hecho con tal gracia y
eficacia que había sido voluntad expresa del poderoso que aquella mujer le
acompañase como sirviente también más allá del río. No había, sin embargo,
conciencia de sacrificio. La elección podía considerarse afortunada, si es que la
muerte prevalecía sobre la llegada de un nuevo poderoso que elegiría a su arbitrio
nueva servidumbre y lanzaría a la miseria cotidiana a los servidores del antiguo. La
noche en que el hombre la arrastró a su lecho había decidido su suerte. Los
quejidos de la doncella penetrada habían anidado en los oídos de quien ahora,
petrificado y envuelto en el fausto de la vida terrena, presidía la entrada a las
entrañas del monstruo de rocas cuadriculadas. Tal vez esa misma noche había
tomado la decisión de llevarse a la esclava judía a los aposentos subterráneos, al
cierre del oxígeno corruptor y al embeleso de los siglos. Leshaa había tenido la
oportunidad de despedirse. El padre se sentía orgulloso de que su vástaga tomara
la canoa que atravieza el gran río en tan excelsa compañía. La madre lloraba lo que
pensaba era un cruel destino. Sus hermanos no terminaban de entender. Había
entregado el obsequio final y ello bastaría para un tiempo largo. Los soldados la
habían devuelto antes del mediodía a iniciar la preparación. Contribuyó en la
escogencia de las frutas, en el baño de sus compañeros de viaje y en el arreglo del
cadáver. Seleccionó las azucenas blancas que en forma de corona colocaría sobre
sus sienes y quedó quieta y en silencio a la espera de las honras que en el gran salón
rendían al hombre que la había hecho mujer en el centro del mundo. Se encomendó
al dios de sus antepasados y mordisqueó apenas un trozo de carne salada que
ayudó con una gotas de vino. La tarde era calurosa y las arenas calientes del
desierto molestaban sus pies penetrando la frágil suela de las sandalias. Un sudor
gelatinoso empapaba sus axilas y su sexo y resbalaba lento. Al acercarse la vió en
toda su magnitud, corridas las cortinas que la ocultaban, la protectora de una de las
cuatro entradas, la que les cuidaría, la que impediría violaciones y la penetración
corrosiva del aire que les convertiría en polvo. A escasos metros de la entrada
todos se detuvieron y sólo los sacerdotes y los electos penetraron al recinto
bajando por los pasadizos y corredores, cruzando las puertas y desenredando los
laberintos. El ruido de la clausura pudo llegar a sus oídos como atemperado por un
colchón de olvido. Todos los que habían entrado quedarían allí por la eternidad, a
menos-pensó Leshaa-que tuviesen razón los dominadores del mundo de que serían
autorizados a cruzar las aguas y entonces podría servir de nuevo y tal vez ser
llamada al lecho a complacer los requerimientos del dueño y señor de su cuerpo.
Entraron a la tumba y se selló el mundo. Ella se acercó a la puerta que le
correspondía y esperó que los colegas se apostasen. Con los largos dedos tomó el
trozo negro y alrededor de sus ojos trazó antifaces; luego, describió dos largos
semiarcos dejándolos como cejas. Mientras el escorpión se paraba en su cabeza
hundió el carbón en la pared y ya no fue una marca sino una cicatriz la que quedó
sobre la entrada. Selket puso la mano sobre la puerta y ella y el escorpión se
solidificaron en la fertilidad y la muerte. La oscuridad cayó sobre Leshaa y ella y
nosotros oímos su grito y espantados permanecimos a la espera.

El camino parecía terminar en la montaña. No había evidencias de continuación ni


rastro alguno que permitiese adivinar una posibilidad de avance. La exploración en
los alrededores sólo mostraba un escarpado ascenso y una inexistencia de
alternativas. Un sin fin de promontorios se alzaba impenetrable y las convulsiones
impedían sostenerla firme. Se alzó jadeante y empujó colocando firmes los brazos
hacia adelante. Intentó salir y sólo la impresionante visión de los múltiples caminos
la detuvo en el primer cruce. La red estaba tejida con la minuciosidad de quien,
ante la inviolabilidad de lo físico, recurría a la telaraña, hacia el regreso. Muchas de
las vías terminaban en el vacío y otras se extendían de manera tal que era imposible
ver su final y, ni siquiera, los lugares que atravesaba. Otras eran cortas, pero
invisibles los términos. Las encrucijadas se multiplicaban y unas y otras parecían
insinuar una marcha en común o un alejamiento irreversible. No podía determinarse
si había accesos entre unas y otras o si simplemente se sobreponían sin autorizar
cambios de ruta. Todas parecían iguales a la primera visión, aunque si se miraban
con detenimiento presentaban diferencias de grosor, de extensión y de dificultades.
Una pregunta necesaria versaba sobre la verdad o la falsedad, sobre si todas eran
reales o si había engaños destinados a causar confusión y extravíos. Tomar una que
resultase falsa traería consecuencias. Una preocupación adicional rondaba la
decisión de internamiento en la red y era la de perderse. Habría que ir marcando de
alguna manera para devolverse sobre vía segura en este caso, dejar un rastro sobre
el cual repetir los pasos como quien recoge las migajas dejadas ex-profeso. Si el
engaño era producido por quien debía escoger habría que enfrentar la posibilidad
del dolor al recordar el tramado original, la negativa a volver al trazado primero, la
evasiva de enfrentar una búsqueda que revelaría una construcción premeditada y
olvidada. Leshaa se debatió entre la resistencia a internarse y la atracción
desmesurada de la exploración que tenía delante. Trató de evadir la toma de
decisiones manteniéndose erguida con gran esfuerzo a la puerta de los
acontecimientos. Ensayó una evasiva en el leve temblor de sus pies que removieron
suavemente el aire del blanquecino colchón sobre el cual su figura semejaba una
sonrisa. Pretendió bloquear la puesta en escena abriendo los dedos de las manos
con tal fuerza que las palmas semejaron dátiles a punto de estallar bajo la presión
de la sed.Incrementó tanto el dolor que la violencia de los párpados al cerrarse
oscurecieron el horizonte y las pestañas largas semejaron sables sarracenos
pintados sobre las paredes de ciudades conquistadas. Comenzó a inventariar armas
en sus debilitados arsenales, en el dolor de las articulaciones de los codos y en la
contracción de los lóbulos, en el temblor de las piernas y en el relámpago
mortecino que recorría las paredes craneanas y se aposentaban en sus orejas
torneadas cual rosa de los vientos. Percibió, tal vez, que la cisura se hacía tan
profunda que una separación irremediable haría inútil la guindola que lanzaba como
puente de tres escenarios buscando la carlinga de su nave hundida. Trató, entonces,
de disimular el turbamiento y el apremio con mensajes tranquilizadores, con
susurros apenas perceptibles que se elevaron mansamente sobre el escenario y
fueron cayendo con lentitud sobre actores y público, sobre ella misma,
aposentándose con misericordia sobre los entarimados. Recurrió a la moldeadura
de los pómulos salientes y a la movilidad recién adquirida de sus labios, mientras su
cuerpo todo recitaba, con precisa entonación, los monólogos del guión del
disimulo. Pareció, entonces, imagen de si misma, túmulo envuelto en satenes de
sarcófago que pugnaba por escaparse de la carne y pasear inmune colocando los
pies en el borde del espejo superior del cuarto. Simuló otras voces y se extravió
intencionalmente tratando que la confusión aliviara las presiones y desviara los
ojos. Se sentía cómoda en el rol de la actuante y pretendió prolongarlo hasta
cuando la impaciencia acalló el murmullo con otros más fuertes. La lengua se le
tornó en aserrín, dijo no llamarse Leshaa sino María, no vivir donde vivía sino en
un lejano suburbio de la gran ciudad en una pequeña casa de una esquina donde
una pequeña verja la encerraba con su hijo y de donde salía a grabar canciones en
los estudios, siempre de noche, grabaciones que al amanecer eran destruidas y, por
tanto, no podía presentarlas como prueba de su verdadera identidad. Argumentó
saber leer las cartas y hacer predicciones astrales siempre y cuando no la
involucraran, tener un gurú con el cual se comunicaba y que testimonio daría de sus
penetraciones en lo invisible. Mostró cicatrices que autorizaban a creer, según
insistió, que su identidad de vieja luchadora política quedaba demostrada y viejos
pasaportes que atestiguaban sus viajes a unas ciudades desconocidas que llamó
Otawa y Caracas. Trató de cantar y un ronquido fue a disolverse en la extremidad
del mundo.
PEDIPALPO

La caída será ruidosa a medida que arrastre los viejos ripios y las murallas
aporten el desgaste de las lluvias y las heridas de las lanzas corroyendo las
amalgamas. Los árboles serán triturados y el verdor de la clorofila asemejará al
óxido de la ruindad y la torcedura de las ramas tronchas ni juguetes podrán ser para
las manos inquietas que hurguen en la abundancia de la destrucción. Están flojos
los terrenos y ablandadas las entrañas. Las lluvias han abonado la fragilidad y las
manos convertidas en garras han clavado la intemperie. Los cielos podrán unirse
con la tierra ante la falta de un envión que mantenga la separación y eleve las
palabras más allá de los significados. La condición humana se asoma, comienza a
moverse sinuosamente sobre el pantano. El aguijón se erecta mientras procesa los
venenos y afila los mecanismos de su llegada. El período de las lluvias ha terminado
y la fertilidad es succionada en la oscuridad del tiempo. Los presagios son
reeditados en la boca de las trovas y oídas por las mujeres y los niños en las tardes
melancólicas en que la gran ciudad de Philologus se sume en el smog y los hombres
regresan atolondrados en las conexiones de los trenes de alta velocidad donde han
ingresado automáticamente guiados por las computadoras. El peligro de la caída
corre denso en los oídos e infecta las palabras que se cruzan sobre la medianoche
soleada del gran planeta-ciudad. La caída traerá al gran Satanás como una sombra
que opaque los rayos de la estrella calurienta y suma en el frío las cortas
extremidades de la mente. La noche larga apagará las oportunidades perdidas y se
extenderá en los siglos hasta el olvido. La imagen será colocada en las puertas, en
los escudos, en los trajes espaciales y en los ombligos de las mujeres como
invocando la real aparición, la verdadera salida, la batalla infernal que determine la
entrada hasta las pailas ardientes y los tizones encendidos, hasta los carbones como
ojos de gato en la noche y la mierda de burbujas coloradas donde los alaridos se
disuelven. La caída es el peligro, la llegada del símbolo preside a las persecuciones
y los exterminios, al desgarrarse de la muerte y al silencio de las palabras quemadas
y frágiles como restos de vendimia. Los silencios pesan más que los alaridos, el
escorpión es sinuoso como una trampa, escurridiso como el pecado de una virgen,
duro como el sexo hambriento de un astronauta privado de hembra en los largos
viajes exploratorios de la serpiente. El escorpión ronda la crisis, se entierra en ella a
madurar, a cambiar de piel y de colores, a mimetizarse frente a los pasos
tambaleantes de la raza humana que está por caer. Desde el ras se ve la
metamorfosis y la transformación se asume. El enterrador hurga en las maderas y
mastica pacientemente los animalejos escondidos. La funeraria se eleva en
construcción a la espera del gran cambio, de la muerte que pasará como vendaval
dejando descarnados los huesos y las cuencas vacías y las mentes sin lenguaje. Se
mira hacia las constelaciones que lejanas se ven y se cruzan las piernas en el yoga
buscando la iniciación, el entendimiento de las ciencias esotéricas, el sexo que deje
vitalidad en las almas ofuscadas y trascienda más allá de los orgasmos. El mensaje
de los astros es difuso, las iniciaciones se encienden con los decorados de neón
brillando sobre los mármoles sucios de las cuevas subterráneas de Philologus. La
caída amenaza, el escorpión asoma el pedipalpo.
En los cuadros el engaño, el disimulo y la traición. Los historiadores de
Philologus lo sabían bien. Conocían el símbolo del lejano período llamado Edad
Media, súbitamente colocado en el interés máximo de quienes aún pensaban. El
escorpión se había hecho madera, mármol, metal, tejido, piedra, bordado, dibujo
sobre la arena. De allí había salido esponjando las imágenes, corporeizándose,
rompiendo los envoltorios, picando. La traición rondaba los aposentos, en la plaza
la traición asaltaba a los negociantes, la traición se aposentaba en los palacios,
corría vertiginosa en los lechos. Escorpiones en las portadas de los legajos
judiciales y en la entrada de las cárceles. Un sacerdote perseguido mientras corría
en la huída lanzó la maldición de un escorpión suelto que jamás podría ser detenido
y que estaría siempre en aquella condición rondando una pequeña villa. Otros
pueblos lo adoptaron o les fue endilgado como escarnio, para llamarles traidores y
perseguirlos. Los historiadores de Philologus lo sabían.

Maesa única en cada colmena u obrera infecunda o albañila sobre las tapias o
carpintera sobre los troncos secos, abejando para socorrer al hombre, abejorreando
para indicar el auxilio, viscosa fluía de los panales virgen sin prensar ni derretir, con
agua de rosas en jarabe, untura sobre la piel cuarteada y las lenguas resecas,
brochazos sobre las almas resentidas, cortadora del fluido de las narices irritadas,
cataplasma sobre los pechos congestionados, melcocha sobada y correosa para
alimentar las mielgas y los peces selacios, meleros de cueva en cueva y entre los
monumentos de grandes piedras cabeceados por los megaterios. Hacia atrás, hacia
el momento de los monstruos desdentados y de los monstruos dentados en las
correrías sobre la superficie. Los historiadores de Philologus lo sabían. El
escorpión asaltó con la primera pinza, con incertum, sobre la superficie roja ante
los ojos incrédulos. El centro se hizo negro dejando los bordes al recuerdo y el
paseo de la mirada sobre el techo del cielo. Antitesis de la abeja cuya miel socorría
al hombre, el escorpión buscó nido y encontró un valle hundido donde el alimento
había pasado ya deglutido desde el buche de la paloma, en el centro del mundo
donde instalado podía vigilar en vísperas de la batalla encomendada, en el ombligo
de Leshaa Akrab, donde las lenguas de Ofiuco Megeros y del fuerte Tamiat
incursionaron poniendo a prueba la voluntad del escorpión que controló los deseos
de aguijonear la carne invasora.

Ofiuco sacó la lengua del ombligo de Leshaa y apoyó la cabeza sobre la barriga
de la mujer. El cambio de contacto presidió el sueño que lentamente comenzó a
invadirlo. Leshaa había llegado en un mal momento de su vida, cuando las puertas
parecían cerradas y las esperanza una ausencia inevitable. Le había dado seguridad
y una base firme para reconstruir una vida signada por los contratiempos y él se lo
había agradecido suficientemente, pensaba en el sopor que le ganaba. Todo había
comenzado a cambiar cuando la delgada mujer del negro cabello y de los pequeños
senos erectos lo había rechazado una mañana y él había reaccionado con violencia
golpeándole las piernas. Pensó, con razón, que alguien había llegado a interrumpir
la calma y así lo comprobó cuando conoció a Tamiat, el rival, a quien espió desde
la balaustrada de cemento que daba al gran edificio donde el hombre prestaba sus
servicios como Ingeniero genético. Tenía decidido dejarla, pero la voluntad le
faltaba cada vez que la poseía y el fantasma de la soledad asomaba produciéndole
un insoportable escozor. Había intentado decírselo, pero se había devuelto cuando
la conversación amenazaba con una respuesta afirmativa de la mujer. Leshaa
también quería cortar con Ofiuco, aunque sentimientos diversos se lo impedían.
Pensaba sentir lástima por el hombre débil que reposaba sobre ella y que sabía
irremediablemente herido. No era fácil el trabajo de Megeros, menos sus
predicciones. "Débil, con las más grandes responsabilidades", pensó Leshaa
sintiendo el peso del hombre a medida que aquel se dormía. El miedo la asaltaba al
escuchar las terribles predicciones que Ofiuco le lanzaba. Esperó que el hombre
durmiese, apartó con suavidad su cabeza y la posó suavemente sobre el colchón. Se
vistió sin prisa y pensativa lo miró sin rencor. No pudo dejar de pensar en él en el
viaje de regreso hasta su apartamento, aunque la figura de Tamiat le producía
escalofríos. Uno y otro hombre se le alternaban en la mente. El segundo no tocaba
tanto su interior, sino que se limitaba a una relación fuerte que la lanzaba hacia el
placer como nunca antes le había sucedido. Tamiat era un rebelde que entre sus
brazos se transformaba en un dador de exquisiteces sin que hubiese la menor
dependencia afectiva, aunque dudaba si el deseo no fuese una mayor y más
peligrosa.

DEDALUS

El laberinto se extendía a pesar de las contracciones de Leshaa que


instintivamente pugnaba por cerrarlo. Se avanzaba con lentitud apoyando las
manos en las paredes y embadurnándolas de un moco resbaloso que a no ser por la
decisión de proseguir hubiese resultado repugnante. Las protuberancias impelían a
esfuerzos adicionales y la respiración entrecortada hacía perder momentáneamente
el equilibrio. De cada curva salían a mirarnos y el esfuerzo de Leshaa por una
identificación precisa nos demoraba. Portaban los recuerdos prendidos de los
huesos y la confusión entre los restos se sumaba a la imprecisión del tiempo del
cual venían. Las imágenes que lanzaban se sobreponían y una mezcolanza de
edades y dolores estallaba en luces. Escaleras partían, a veces, de los recodos, las
más de las veces falsas, pero que portaban, no obstante, su cuota de vibraciones y
un engaño a superar. Palpitaba el laberinto y cada paso era una resonancia que
llamaba a nuevos visitantes a asomarse. Algunos portaban las hilachas de antiguos
fastos que hacían complicada la ubicación de su pasado. Otros iban desnudos con
sus heridas y llagas, con los sufrimientos pegados y las alegrías desprendidas.
Leshaa renunciaba a la identificación impelida al avance y a no detenerse en los
personajes secundarios que de todas partes parecían querer asumir un rol principal
y determinante. No era fácil, pero ya la mujer nos había indicado, sin quererlo, las
rutas principales y los personajes relevantes. El eco iba en aumento y las
resonancias se hacían, por momentos, insoportables; los gritos de llamado
reclamando la presencia se multiplicaban y apartarlos del camino no era tarea
simple. Llegaron a abalanzarse, a sujetar, a hacerse compactos para impedir el
paso, en una solicitud que agitaba la respiración de Leshaa hasta el espasmo. Se
movía de un lado a otro, golpeaba con los puños cerrados y pugnaba en procura de
oxígeno. La oscuridad se hizo total. El sarcófago reposaba en la habitación
contigua sin que oyera pugna parecida. Los acompañantes se ahogaban en sollozos
y alguno tuvo la osadía de probar los alimentos preparados para el viaje sobre las
aguas. Otros en la desesperación hundían las uñas en el cemento recién puesto en
los intersticios de los grandes bloques de piedra logrando sólo hacer sangrar los
dedos. Alguien pretendió encender un fuego frotando pedernales sobre un poco de
hierba seca, pero fue rápidamente conminado a no quemar el poco oxígeno
disponible. El sopor fue entrando lentamente aquietando al grupo. El silencio fue
tomando el lugar de la desesperación. Alguna mujer buscó a un hombre, llegado el
instante en que nada había que ocultar, mientras Leshaa se apaciguaba poniendo la
espalda contra el muro y entonando con suavidad la misma tonada de la procesión
sobre la arena. Los brazos se posaron fláccidos y las cabezas fueron cayendo sobre
los hombros mientras las yemas de los dedos buscaban habituarse al frío del
mármol que tocaban casi en un susurro. Selket y el escorpión salieron
momentáneamente de su inmovilidad como si pretendiesen cerciorarse de que nadie
pudiese intentar violar la puerta a su cuidado colocando la diosa la mano dorada
sobre ella mientras el largo cuello giraba inspeccionando las inscripciones y los
mandatos y el escorpión enseñoreaba su punzón sobre lo inevitable. Brillaron la
guardiana y su ayudante en el instante feroz en que la muerte acalló toda voz en el
interior; se inmovilizaron de nuevo y Selket conservó un mohín en los labios, como
ligeramente fruncidos, como si el labio inferior se hubiese estirado hacia arriba en el
momento de la comprobación. María abrió los suyos y una vez más sintió el beso
del esbirro. Ya sin fuerzas no opuso resistencia. Era el décimo día de su detención;
la habían violado con saña procurando una información que no habían obtenido.
Ahora María, desde el mismo momento en que dejó de respirar en la cámara
mortuoria. De nuevo sentía la muerte cercana en la penetración contínua. La
resignación denotaba que habíamos tomado otro camino, que habíamos cambiado
de ruta. Se comprobaba en la apertura de sus piernas y en el rostro pálido con los
labios heridos. Tenía el mismo pelo negro, pero largo hasta la cintura, delgada y
armoniosa, de voz aguda que pretendía engrosar fumando cigarrillos. Las cicatrices
comenzaron a brotar caminando como culebrilla desde su estómago hasta su
espalda. Un sapo entre sus senos presidió el conjuro hasta que el batracio murió y
fue lanzado al rincón del cuarto. La pulsera de cobre en su muñeca izquierda tenía
una moneda con un rostro de perfil, de nariz grande, ojos brotados, boca libidinosa
y la empuñadura de un bastón de mando. Hacia el centro, hacia las estrías radiantes
de aster, hacia el centrosoma, hacia los asterismos, a enfrentar el monstruo de la
gran cabeza, a dentellar las cinco puntas de la estrella. Fuego rojo de círculo
encendido para quemar la pelambre y los cuernos afilados y los ojos de tizón. La
ternera de madera reposaba al lado del toro y ella al lado de la ternera,
complaciendo el amor desatado que sentía. El monstruo había andado el laberinto y
al final miraba a quien venía. El tributo era llevado hasta allí, el hijo de María
Petrucci con los demás, con los hijos de las otras, a morir en dédalus,
catasterizando la moneda de la muñeca izquierda. El amor, María Leshaa Petrucci
Akrab, se muere de que enfermedad en los finales del túnel, esparciendo sustancias
mágicas sobre el sexo, recogiendo los pedazos quedados del pago y de la posterior
masacre.

ASTERION

Hacia los puentes, con prisa de llegar, con afán, con la desesperación del anhelo
contenido, los puentes, los que unen y permiten adentrarse en el centro, los
puentes, hacia la creación, hacia el nudo de la conjunción pletórica, hacia la cópula
total, hacia el más viejo y sostenido sentido de lo humano, hacia el diálogo directo,
sin cortapisas y mentiras, sin engaños y aspavientos, hacia la fascinación del veneno
deletéreo, de la pasión profunda, del orgullo extremo de la lógica. Con piedras
trajinadas o inéditas, con maderas rozadas por muchos pares de manos, con
senderos ahuecados por los pies de los emigrantes, sobre los restos de los huesos y
los cráneos carcomidos por las ofrendas milenarias, sobre los fuegos y la lava,
sobre los carbones encendidos y la furia líquida. Hacia los habitantes del mundo
subterráneo, hacia las cinco puntas de la estrella, hacia la pelambre inerte del
monstruo derrotado. Sobre los escombros y la sangre, sobre el liquen en capas
superpuestas de las memorias primigenias, sobre el fermentar del pasado y las
purulencias azufrosas. Hacia el origen de la fermentación donde los giros son
violentos de aspas desatadas y la velocidad deja cuerpos flotando en las leyes de la
inercia y de la gravitación y el secar de los elementos se da desde una cuerda
sostenida desde si misma. Hacia la concentración total de los inicios donde todo es
oscuro, pero será luz, donde la luz se puede apagar en oscuridad, donde están la
sabiduría y la ignorancia, la contención del gran derrame, el zumbar de los
integrantes que buscan corpore, la madre de la gran paradoja, la tormenta hacia lo
concupiscible. Las partículas habrán de fluir hacia el relleno del gran vacío donde
desnudos nos miraremos bajo el llanto a reir y encontraremos absintio para
derramar en asterión cuando el resplandor nos descarne y seamos todo dolor y
alegría. Los ríos de agua hirviendo correrán dejando a su paso los cauces de las
manzanas y éstas se pudrirán en lava para retomar lo incandescente y la aparición
de las primeras gotas frescas mojarán las extremidades recién crecidas que
hundiremos después de amputadas por la ferocidad y que arrastraremos fuera,
sobre la arena, cabalgando los granos, dejando un surco, viendo como se alzan en
el cielo las grandes formas y como figuras se hacen, del cuerpo de canto, la
procesión de los equinoccios, la fulgurencia Sirio Canopus Vega Capela Arturo
Rigel Proción Achernar Altar Betelgueuse Alfa del Centauro Alfa de la Cruz del
Sur Aldebarán en el ojo derecho del toro apenas, allí, en asterión, en el centro,
después de los puentes, en la creación, ante los ojos. La serpiente de los cientos de
cabezas que se expande. Los centenares de serpientes de cientos de cabezas. La
pequeñez y la grandeza después de los puentes, lo enano y lo gigante, el cuerpo
que se forma, los laberintos de la mente humana que comienzan a extenderse en
otras direcciones, hacia el núcleo, hacia el secreto primordial, hacia el hermoso
tejido de crines de caballo que sueltan las perlas de colores, hacia la tinta de pulpo
que ensombrece las blancuras y se hace poesía para permitir al hombre alzarse,
hacia la moldura de las nuevas formas en la materia frágil y resistente, hacia el
aprendizaje de la voz que vibra y de los dedos que tocando descubren los sonidos,
en el centro de la nekyia, en asterión, en el viaje místico, en las estrellas de la punta
del escorpión, en la leshaa o púa.

Leshaa clavó el aguijón en el pié de Ofiuco que la aprisionaba y la serpiente saltó


y la luz de Alyah nos dejó ver la cavidad sin fin que contenía al mundo. Leshaa se
llenó de estrellas blancas, corona boreal, vulnerable, Al Iclil, joya, diadema sobre el
estirón de las luces, Al Phecca titilando, sin fin a nuestros ojos, liberado el corazón
de la caja de joyas y Antares sin presión soltó una luz roja atropellada que cegó a
los esbirros y el canto de María se cubrió con la piel del león. Como capas
superpuestas, unas y otras, deambulando por las calles de la ciudad de Buenos
Aires con las armas en la cajuela del auto y la guitarra como acompañante en el
asiento delantero; bajo el sol inclemente del desierto hacia la muerte; círculos del
árbol, del tronco con gotas de leche sobre la gruesa humanidad del Buda en
cuclillas, de alfombras de césped, de caídas, de materia reencontrada, de hoja de
nastuerzo sobre la apoplejía del tiempo. Carne y huesos, sexo con cuerdas de
nylon, siete cuerpos astrales carcomidos por larvas en el libro portado por
casualidad y limpiados en la montaña transparente que delante se alzó desde una
mujer que vino a encontrar a otra para viajar juntas hacia la planicie del gran
lavadero. Las monedas cayeron en la vasija de cobre que la esclava extendía desde
el abandono del hombre; rutilante alzó la corona de diademas del dueño y señor del
mundo conocido y cubrió su frágil cuerpo con la túnica de seda ofrendada a su
candor; con asco arrancó el vestido carcelario y con jabón pretendió raspar la
afrenta antes de salir en inútil peregrinaje a buscar al hijo de cien padres. Las
alimañas muertas hicieron montón al pié del árbol de la vida de la suave mano de la
conjunción.

Los signos podían verse con claridad y eclíptica envolvía a los demás círculos,
por encima y por debajo del horizonte, en la intersección con el ecuador celeste y
en los puntos más altos y más bajos donde el gran astro la alcanza, en una gran
quietud. Hay un lugar donde las horas de la luz y de la oscuridad son equivalentes,
donde todos los tiempos se amontonan en un gran charco y lo que fuimos se
entremezcla y existe la memoria y se confunden los hábitos y se repiten las
grandezas y las miserias y la esclava judía combate como guerrillera y la cantante
argentina extiende el plato de la mendicidad. El equinoccio se mueve entre las
estrellas, cambian los rostros aunque sigan semejando a las de los hombres aunque
tengan otras caras y los ojos por delante y por detrás pueden ver el mar de vidrio y
Ofiuco herido por Leshaa tomó cara de becerro y patas arriba se subió sobre la
serpiente desatada y las circunferencias son cada vez más altas en asterión, en el
centro, en el infierno al que se baja a través de dédalus una vez que el escorpión ha
incumplido su deber seducido por la hembra y hay ojos en las bóveda celeste que
miran el caminar de los seres vivientes y que se van apagando para ser suplantados
por nuevos y el perro de las tres cabezas nos ladra buscando morder la manzana; la
única manera es bajar para subir, descender para ascender, hundirse en la tiniebla
para ver desde el pequeño mundo los mil millones de galaxias y los círculos y la
velocidad que tanto veloz es que parece inmovilidad. Hombres, mujeres
,monstruos, objetos, animales. Leshaa expande los pulmones, tensa el cerebelo,
revela los caminos entre sus montañas plagadas de protuberancias, juega con el
viaje mental, lo acepta, ayuda, colabora, todos juntos, hacia el gran mapa celestial
desde el interior de sí misma y hacia sí misma, en sí misma.
BARDO

La calma se fue extendiendo y la antesala fue platea. Como sostenida por un


gigantesco resorte suavemente se movía ante la visión del orden superior del
espectáculo. Algunas en la inmensa pantalla celeste conservaban su posición por
mucho tiempo, otras parecían variar conforme al capricho, moviéndose solas o en
grupos, otras parecían no moverse pero lo hacían. Al capricho de la voluntad
impresa que ajustaba el guión, la plataforma giraba este-oeste o a la inversa o
norte-sur o a la inversa, cambiando ante los ojos y simulando su ruta, sin poder
precisarse si iban por debajo o por arriba. A veces la curvatura parecía una línea y
en el vaivén unas ocupaban los lugares de otras y sobre las retinas se sobreponían
permaneciendo en ellas mucho más allá de la visión primera. Sobre el escenario
cometían las cabriolas y confundían las ambiciones de conocerlas invariables y los
discos aplanados exhibían protuberancias y los brazos enroscados parecían emitir
señales de invitación a desandarlos. Los anuncios comenzaron a oírse como una
voz profunda que provenía de la mujer, de los meandros de su cerebro. Sonaron en
persa, en árabe, en hebreo, en chino, en caldeo, en judío, en sumerio, las letras
griegas y latinas se hicieron eco y persistencia, los nombres se entremezclaron con
alegría en el llamado a precisar que provenía de lo más profundo de lo humano. En
lenguajes más antiguos aún, indefinibles e inidentificables, pero que lo mismo eran,
pensamiento del hombre sobre los astros, desde la memoria misma, desde las bocas
que se abrieron para dejar escapar los sonidos del asombro y de los significados
que envolvieron los objetos de la gran cápsula, de la explosión que no termina y se
bambolea ante esta platea de público invasor que agrega letras y números y cabeza
abajo comprende los ritmos y cuando el gran resorte se vira comprende la
proximidad, la víspera, la angustia de la antesala, los sudores del gran llamado. El
lenguaje fue acoplándose, designando, abriéndose desde el origen en abanico,
extendiéndose en ristra y haciéndose colgadura en hilo largo capaz de sostener y
permitir el goteo incesante del festín de la creación. Resuenan amparados en la
acústica de las costillas, en el algodón que cruza el esqueleto, en las bombas de las
vísceras, en el tormento de los laberintos armados del eco como defensa y se
expanden desde los cabellos como antenas receptoras del polvo y los latidos. Se
mojan en los pulmones, se secan en las grandes rocas colocadas al desgaire y en el
atardecer se ven, designados, en los telescopios espaciales de ojos bizcos, como lo
hizo el viejo sabio llamado Hesíodo con los suyos cansados cuanto estaba triste y
alegre, viviendo la paradoja de su sabiduría, guardando la herencia en una laja que
se movía como platea mientras oía a los actores recitar sobre lo humano y lo divino
en una concha que invitaba a marchar hacia el infinito con sus decorados verdes y
sus manzanas tiradas en un cuidado desorden. Ni uno solo deja de presentarse a la
mención de sus nombres, de los que les fueron otorgados ni de los que asumen en
la representación permanente en el gran teatro donde las vestes parecen pender de
las máscaras y los antifaces giran al vértigo de las grandes nubes de astros y las
voces salen desde los grandes agujeros negros de las gargantas proyectadas en los
megáfonos de las manos enguantadas y, como siempre, buscan el retumbar del
interior, de las paredes de la respiración, de los laberintos cavernosos que giran con
bestias y hombres, con arcos y sin faltas, con espadas ceñidas y cabezas de
monstruos de enroscadas serpientes. La espera seda si los círculos de las regiones
interiores se muestran y los planos se ven y se sabe que el viaje hacia allí conduce y
que los libretos se mueven y cambian de posición pero podemos leer desde la
insignificancia de las diversas colocaciones del entarimado del público que está
relleno de actores y del interior de la actriz que reposa suavemente sosteniendo la
paz de la víspera y actriz no es sino espectadora y escenario pero actriz es ya que
mira la sublime actuación de los llamados en el teatro circular que se pierde de los
ojos por pequeño o por grande aunque tenemos nombres para llamarlos a
comparecer y que aparecen si sabemos las que ensalman, las que convocan, las del
misterio que da sentido a la ficción, al ensamblaje de la actuación, al inframundo
que contiene al macromundo, al macromundo que contiene las migajas humanas, la
carroña poblada, los gusanos que danzan al llamado en la bajada, en el descenso, en
la visita, en el viaje que ahora nos ha puesto frente al plano, en las vibraciones que
organizar, en los giros violentos que a toda velocidad se realizan y semejan figuras
entre los astros y sobre ellos.
Hablan, cuentan, transmiten, divulgan, se comprende, en los más remotos inicios,
allá en el fondo de los tiempos, en la poesía del primero que miró, en el lenguaje de
los carbones, del dedo impregnado sobre la piedra, desde la luz de los millardos,
desde la diversas intensidades, desde las magnitudes graduadas, aquí en Leshaa,
desde los colores que diferencian y unifican, desde los círculos infinitesimales hasta
los grandes vuelos alrededor de la combustión, movimientos extraños aún para los
avezados astronautas de los interiores, en los tronos de las mitologías que presidían
el pequeño mundo, Zeus y Shang Ti, la red de nervios que controla los espacios
concentrados y los libres que podemos atravesar sin golpearnos, curvaturas en
lineas,los trompos que salen a danzar de los guarales, las sábanas que se alzan y
bajan cual decorados, los miles de años en cuclillas para ver el cambio de las
posiciones, el apuntador que secretea desde el escondite en el proscenio, los
cambios de la cuchara, los grupos grandes o de dos en dos, la forma que se hace, la
polvareda que va formando, la respiración que percibimos acorde con la de Leshaa,
con la de todos, un solo e inmenso cuerpo que respira y se expande, como de una
mujer, con caras de león, de buey, de águila, donde las ruedas caminan a la par de
los habitantes y cuando éstos se alzan también aquellas rodeadas de ojos para
vigilar a las demás. Señales para enseñar desde las figuras dibujadas, la
muchedumbre, la hueste arriba para levantar la vista, Adan y Set, Enoc, los
jeroglíficos del cielo, los mosaicos, las mansiones. El fin desde el comienzo.

ANABASIS

Sirio y Vega, Canopus, Capela con su color de leche, levantándose todas sobre
los meses, Polaris aparentemente inmóvil, los futuros polos marchando hacia el
destino como Cepheus. A gran velocidad corrió ante la vista anodada con su torso
de caballo y su cabeza de hombre, arco en ristre con la flecha dirigida hacia el
escorpión, mientras el águila sostenía la lira y la vieja serpiente se retorcía en
espeluznantes contorsiones. Nehushla marchaba hacia adelante, cumpliendo su rol
de estrella de avanzada, a la cabeza del caballo blanco que montó Vishnu en los
libros sagrados de la India, en el Nuevo Testamento o el rey Sebastián entre una
nación que sería llamada Portugal; el águila facilita el camino lanzándose con
ferocidad sobre la encarnación del mal; Vega, con su magnitud de cien veces más
grande, recuerda su pasado papel de estrella polar, mientras Draco sigue cuidando
las manzanas doradas en el jardín de la Hespérides. La desnuda flecha de la muerte,
Sagitta, ante Delphinus que salta del mar. Tal vez desde allí conserva su cola de pez
la cabra moribunda, apta para el sacrificio. Picus nada, Pegasus en la marea,
Cygnus. Del ánfora brota el agua hacia la boca del pez y el alimento hacia los
hombres aventurados en los círculos planetarios, en el tardío cielo del verano
septentrional cabalgando sobre el viento que viene con fuerza. Las serpientes de la
cabeza de Medusa se lanzan sobre Andrómeda, sin perturbar a Cepheus que sigue
sosteniendo el cetro y la banda de los peces ondula en el cuello de Cetus, el
monstruo marino; uno de los peces hacia el norte y el otro marcha con el sol, sin
romper la cinta. La mujer encadenada, hija de Cefeo y Casiopea, paga sus alardes
entre cadenas. Perseus prosigue su desfile desde los pies alados con la cabeza del
monstruo llena de serpientes que se enroscan. Cetus sigue atado. Cassiopea manda,
mientras en su pecho arde, tan hermosa como aquel, Schedir, la estrella más
brillante. Allí cerca Orión pone su pie sobre Lepus mientras contempla su privado
río de Erídanus; cabeza hacia adelante embiste Osiris reencarnado, el toro de la luz
escondido en el laberinto de las estrellas. Lepus está a los pies de Orión cuidada
por los dos perros. Las dos osas no pierden de vista a Arturo, el cuidador del
rebaño, mientras Argo sigue hacia Canopus con los argonautas. Por debajo del
cangrejo y del león huye Hydra soportando el ataque de Corvus; Regulus en el
corazón del león. Con la vara y la hoz camina Bootes, desde la espiga y la rama lo
mira la bella señora, al igual que a Centaurus. Los platos de la balanza rozan las
pinzas del escorpión; entre los pies del caballo la Cruz del Sur; el animal Sura cae,
próximo a la muerte.
El círculo se rompe hacia el oeste listo para herir. Ofiuco está mordido en el
tobillo y la serpiente se le escapa; Hércules apoya su pié en la cabeza del dragón;
con una mano sostiene las manzanas doradas y con la otra el Perro del Infierno de
las tres cabezas. El signo del dios muerto, el gigantesco escorpión creado por el
amante de Leshaa, por Tamiat el grandullón, alza su púa; el conflicto se alarga y las
heridas se abren sobre el poder de las tinieblas, la que circunda. Con la piel del
león, Leshaa envuelve sus palabras, regalo de Hevelius en el ser tricéfalo. En el
codo del gigante, Morsic, la estrella del herido, relampaguea. El león, la hidra de
muchas cabezas, la cierva con pies de bronce y asta de oro, el jabalí, la suciedad de
los establos, las yeguas que comen carne, la entrada del infierno. Tal vez el árbol de
la vida para cabalgar sobre la palabra al mirar las cosas terribles que muestra la
mano derecha. Philologus es el lugar de las largas avenidas, la casa, la mancha
inextinguible a lo largo del río, la inacabable donde Ofiuco acaba de amenazarla
con la ira de las estrellas, con la fuga de Triphas de los cielos, con la candela de
Alyah, la que coloca en sufrimiento perenne. Leshaa sonrió de nuevo frente al
espejo, retiró su mano del ombligo y notó con gran sorpresa que en uno de sus
dedos había un poco de sangre. Lo atribuyó a sus pensamientos que, estimó, se
disparaban con demasiada facilidad. Movió la cabeza en signo de admiración y
miró las uñas con una expresión de extrañeza. Ahora tendría problemas en la
filmación del comercial donde debía aparecer semidesnuda. Solo a ella, reflexionó,
se le podía ocurrir pensar con tal fuerza al punto de clavarse una uña en el ombligo.
Se lo atribuyó a una rara historia de un escorpión escuchada en la holograbadora
del apartamento de Tamiat, algo relacionado con una leyenda de siglos pasados.
Refunfuñando se dirigió al baño en busca de algo que curara la pequeña herida.
II
ALBUMAZER

PHILOLOGUS

Sobre Philologus, aquel amanecer, las sombras de las constelaciones. La luz era
pesada, como si hiciese un gran esfuerzo en penetrar las nieblas matutinas y éstas,
inconmovibles, opusiesen las manos abiertas y la empujasen hacia el astro emisor
que persistía. La gran cola de Scorpios en el cielo se tornaba rojiza a medida que la
luz avanzaba y, lentamente, tomaba forma en cumplimiento de un acuerdo no
escrito, hacia una presencia transitoria desde donde marcar el rumbo sin ser vista,
guiada con puntualidad y certeza por su dueño, el gran animal hecho de estrellas.
Todo era silencio en medio del movimiento desencadenado por el amanecer.
Millones de computadoras se conectaron con los centros de trabajo y comenzó, así,
la febril actividad. Otros millones conectaron sus transportes individuales a los
trenes de corriente que los enganchaban con premura y eficiencia. Aún así, el
silencio era total, sin voces ni rumores, sin claxons ni algarabía. Las grandes
centrales inteligentes recibían las conexiones de los empleados y quienes debían
moverse lo hacían conducidos por la energía silenciosa que, previa programación,
los dejaba salir en los puertos de destino. El veloz movimiento semejaba un
relámpago, miles de relámpagos que al unísono seguramente hacían parecer, desde
el espacio exterior, a la ciudad planeta como una bola sujeta por imanes en un
laboratorio y sometida a un entresijo de rayos láser. Los grandes corredores
dejaban entrar y salir las unidades individuales con gran presteza, cambiándolas de
rutas conforme las computadoras de cada una de ellas había programado el punto
de destino. Al momento de pasar a la ruta final un gran colchón de aire reducía la
velocidad drásticamente y cada usuario retomaba el control para dirigirse hacia los
grandes estacionamientos de los rascacielos donde tomarían los sujetadores
personales que los dejarían exactamente en la puerta de la oficina deseada.
Grandes plataformas impregnaban el aire con incienso y la mañana cambiaba de
color en la medida que Scorpios desaparecía en el escondite del espacio y los
robots implacables ensamblaban y producían bajo las órdenes emanadas de millones
de hombres y mujeres que sentados frente a las pantallas, aún en ropa de dormir,
manipulaban teclados emitiendo señales en la gran autopista de la información. Era
el olor a incienso el habitual en Philologus desde que se tomó la decisión de utilizar
todo espacio libre para nuevos rascacielos que albergaran oficinas y hogares, olor
que a medida que avanzaba la mañana era acompañado por las figuras que los
verdes rayos trazaban en la curvatura en señal de respeto por las inclinaciones
humanas hacia los fenómenos celestes. Esta mañana se reproducía un grabado de
un antiguo apellidado Durero en cuyos cuatro extremos viejos sabios jugaban con
esferas y en medio todas las grandes constelaciones eran representadas a la manera
de los pueblos primitivos. Al mediodía Durero sería retirado, como siempre al
mediodía, dado que el cambio de formación era la señal de la mitad de la jornada;
ya estaba anunciado que hoy sería colocado un mapa con la posición del zodíaco
hace 12 mil años en el cual Leo estaba al sur, en el verano, y Aquarius al norte, en
el invierno, pero era aún de mañana y Durero persistía desde las señales de los
satélites de comunicaciones y desde las estaciones de Philologus. Ofiuco Megeros
pasó las manos sobre su blanco uniforme y se propuso leer, sin lograrlo, los cuatro
letreros de las esquinas del grabado que se reproducía. Pocos segundos después
desistió del empeño dirigiendo su mirada hacia el gran cohete que se alzaba en la
plataforma y al que debía dar la aprobación final. Detuvo la mirada en el cintillo
azul que rodeaba la cápsula de la tripulación y no
sin cierto turbamiento la ventanilla en la que próximamente algún Comandante
dejaría caer sus pesadillas en viaje al infinito. Sacudió la cabeza alejándose de las
divagaciones para concentrarse en la computadora, aunque por poco tiempo, pues
la imagen que adornaba el cielo de la ciudad-planeta lo atraía de un modo singular.
Esta vez fijó la vista en el escorpión que alzaba su cola amenazadora sobre el
anciano del ángulo inferior derecho quien extendía una mano sobre la esfera y su
mente se dirigió irremediablemente a Leshaa Akrab.

Leshaa posó la mano sobre la esfera que adornaba el ingreso a la compañía de


publicidad, con la mano reacomodó los cabellos y extendió el pulgar hacia la
fotocélula que la identificó y le permitió la entrada. Con pié firme recorrió el largo
pasillo al final del cual la puerta se abrió automáticamente permitiéndole el ingreso
al estudio de fotografía. Las luces blanquecinas la encandilaron, pero las voces de
saludo la recondujeron a su papel de modelo. En la tela blanca del fondo estaba
también el grabado de Durero que presidía el cielo. Continuaban los scorpios XR-1
y deberían realizar algunos trabajos de interiores, vista la imposibilidad de realizar
los exteriores que la publicidad requería, fue la rápida conclusión a la que llegaron.
El mal humor seguía siendo el dominante en el grupo. Leshaa portaba una corta
camisa de alumnio que dejaba ver su bronceada cintura y un ombligo perfecto en el
cual una cicatriz había ganado lugar. Tenía las orejas bien torneadas,pero gruesas, y
las largas piernas cubiertas por unos ajustados pantalones que casi no dejaban lugar
a la imaginación. La boca era relativamente grande, compensada por unos labios
majestuosos, mientras los dientes ligeramente separados le daban un especial toque
de sensualidad. Se desnudó sin remilgo dejando ver unos senos que se alzaban y un
pubis poblado como una selva. Las luces de diversos colores inundaron al ambiente
mientras la mujer posaba. Siguió las órdenes sin vacilar hasta que las fotos debieron
tomarse en las proximidades del ombligo. No supo responder cuando fue
interrogada sobre la cicatriz y de mal grado aceptó el toque de maquillaje. No
opuso argumento alguno a la reprimenda por no cuidar su cuerpo, pero un
estremecimiento la sacudió cuando el menjurje tapó la huella y los recuerdos la
asaltaron convirtiendo sus ojos en pantallas interiores que le hicieron ver el
inframundo. Quebró la cintura proyectando el culo en oferta hacia los lentes y sus
ojos se detuvieron en el grabado que se proyectaba sobre la tela blanca.
Automáticamente siguió las indicaciones, pero su mirada estaba fija en el anciano
de turbante del ángulo inferior derecho sobre el cual el escorpión alzaba la cola.
Dudó si era la mano izquierda o la derecha la que posaba sobre la esfera, pero a
medida que se contorneaba sobre el escenario de planeta deshabitado comprobó
que la posición del pulgar correspondía a la mano derecha aunque el brazo parecía
salir del lado izquierdo. La crema sobre la herida le ardía y una leve mueca que
arruinó la secuencia fue la respuesta que produjo cuando sintió que algo pugnaba
por salir de allí con movimiento circular y apoyándose en multitud de lugares.
Volvió la vista sobre el grabado y las figuras comenzaron a moverse en círculo,
primero lentamente y después a una velocidad que comenzó a marearla. El viejo de
sombrero alado del ángulo superior izquierdo la hurgaba con el índice, el viejo de
sombrero de copa del ángulo superior derecho la medía con un compás, el viejo del
ángulo inferior izquierdo pasaba las yemas de sus dedos sobre la suave turgencia de
sus nalgas y los hilos que debían servir para atar el extraño gorro que le cubría
danzaban con el aire levantado por Virgo que de espaldas se movía agitando los
platillos de Libra. El viejo del ángulo inferior derecho parecía sacar su otro brazo
para hurgar los huecos de la esfera con unos dedos amarillentos mientras mantenía
inclinada la cabeza para esquivar las patas de Sagitarius. A medida que se
contorneaba, siguiendo la suave música ambiental y para responder a las
indicaciones del director de escena, un calor la invadía hasta el punto que cuando le
ordenaron llevar la mano derecha hasta su seno izquierdo sintió como su sexo se
bañaba y sin quitar los ojos del anciano de barba blanca que proseguía su tarea
desde el inferior del grabado Tamiat la invadió como una horda.

El hombre alzó la vista sobre el mediodía de Philologus y apreció como Durero


era suplantado por el anunciado mapa del zodíaco. Vio como el anciano de
turbante celeste reacomodaba las esferas sobre un platón de cobre, o creyó verlo,
porque en verdad los verdes rayos ya habían trazado las viejas coordenadas y,
donde la flecha apuntaba, ahora las estrellas describían gemelos y el escorpión
sufría los embates del otoño. Desde que recordaba había asistido al cambio de
mediodía, pero esta vez presentía que no era un día normal, como si una visita
extraña estuviese entremezclada en las imágenes y alguien más poderoso que los
satélites y las estaciones de superficie estuviese organizándolo todo a voluntad.
"Tamiat", escuchó, pero no se giró a responder hasta que su nombre fue
mencionado muchas veces y vió como su superior le hacía gestos de despertar y
ocuparse de sus labores en Ras Alhegue, donde el menor descuido podía producir
un entrecruce no deseado de especies. Continuó manipulando los complicados
mecanismos pero Leshaa ocupaba sus pensamientos y en las yemas de los dedos
sintió las nalgas de la mujer. Percibió la presión de su sexo sobre el uniforme
aislante que lo preservaba de contagios y con fruición continuó la manipulación
genética que debía producir una solución alimenticia permanente para la población
de la ciudad-planeta. Pensó que el animal debía tener la piel de un toro mientras sus
ojos se desviaban de nuevo al cielo, no sin recordar que Leshaa vecina al orgasmo
siempre lo llamaba así, "mi toro", aunque después, en el descanso, retomara
siempre el tema de Ofiuco y la necesidad de que lo conociera, de que algún día
fuesen a cenar los tres para conversar sin prejuicios, a la luz de una vela, en el
restaurant de la torre del Barrio Norte, la misma que asemejaba una larga espina de
comunicaciones abierta hacia el espacio. A Taurus lo divisó en la primavera, sobre
la derecha, sobre la sonrisa de dientes manchados del viejo del turbante que no se
marchaba de sus retinas aunque el grabado antiguo hubiese desaparecido al
mediodía. El calor se hacía insoportable como las ganas de orinar; no lograba
determinar si la excitación procedía de éstas o de la visión del sexo abierto de
Leshaa, o de ambas, pero sí tenía claro que, como fuese, quería verterse sobre la
piel del toro que imaginaba estuviese saliendo de la ingeniería que realizaba sobre
las células que se movían amplificadas en el gran cajón de vidrio del laboratorio.
No sabía cómo ni porqué, pero la idea le refrescaba y el viejo fenómeno de la lluvia
reaparecía sobre Philologus con su olor a ozono. En el mapa zodiacal que
dominaba la cúpula vio dos estrellas sobre las orejas de un burro y pudo leer el
nombre de Set.

"El mundo no vá más allá", se dijo en voz alta Albumazer desde su sabia vejez de
siglos y la mirada se le extravió sobre los podridos armarios y su mano apretó la
esfera y la encía sin dientes se mojó libidinosa ante la vista del culo de Leshaa
Akrab. Había gozado hasta el paroxismo la inserción de su figura en el grabado de
Durero en sustitución del otro sabio árabe. Le agradaba la idea de aparecer ante
desconocidos, ante gente que jamás podría identificarlo, perder la apreciada
privacidad sin perderla en una diversión inocente que le permitía confirmar la
persistencia de la humana condición. Sin embargo, el cansancio lo dominaba y una
inmensa desazón congestionaba sus huesos. Se levantó bruscamente tumbando la
mesita sobre la cual se había apoyado y comenzó a caminar sin destino sobre la
mullida alfombra. "Mi sabiduría es mi dolor", exclamó tambaleante, sosteniéndose a
duras penas con la ayuda de las largas uñas sobre las paredes. El porqué Leshaa
Akrab era algo que él mismo no había logrado responderse, aunque intuía que la
muchacha era simplemente la condición femenina, algo que nunca había conocido a
pesar de haber llegado más allá que cualquier otro en el conocimiento de las cosas
evidentes y de las cosas ocultas. Tal vez la turgencia de aquella espiga encantadora
lo había enamorado, idea que le hacía mostrar la vacía encía en una sonrisa terrible
y daba a sus ojos el brillo de la alquimia. Un poco más tranquilo el sabio se
arrellenó sobre unos cojines y comenzó a meditar sobre si mismo. Pensó si
suplantar al viejo sabio árabe en el grabado no era, en el fondo, una expresión de su
humanidad. El mismo era árabe, pero aquel artista había dibujado un rostro que no
era el suyo, el más sabio de entre todos sus paisanos, astrólogo, astrónomo,
alquimista, servidor leal de los Califas de Grendad, provechoso y sortario destino
que le había permitido la profundidad y la conciencia, la posibilidad de los viajes y
la comprobación ad infinitum de lo que ya sabía. El, que estuvo en los
conocimientos originales y que como Ulugh Beigh, príncipe tártaro, había
compuesto las tablas de la astronomía árabe con los antiguos nombres coptos y
egipcios. El, que se había cansado de los cuerpos humanos, obligación que había
vencido gracias a su elevación hasta las últimas potencias, pero que conservaba su
viejo carapacho, al menos para las escasas presentaciones públicas. El, siguiendo a
la esclava egipcia, a la cantante argentina, a la modelo de este mundo del silencio.
El, empegostándose de mierda, sangre, moco y pus en el interior de aquella mujer
luego de haber vencido la resistencia del escorpión. El, escribiente por traspuesto,
en momentos de travesuras, de conocimientos sobre el espacio que quizás jamás se
hubiesen alcanzado sin sus momentos de ocio y de reclamos a la extroversión,
ahora se divertía con la tecnología de este tiempo sin espacios libres y sirviendo de
polo de referencia a tres seres una mañana cualquiera en este mundo que ya para él
era uno cualquiera situado en ninguna parte, aunque sus conocimientos
astrológicos le permitiesen situar, con precisión y exactitud, lo que le viniera en
ganas situar .Cuando fue atardeciendo sobre Philologus, Albumazer vio en el cielo
las Peleiades, como las llamaba Píndaro, y comprendió el porqué de su navegación
y recordó que la séptima estrella se había extinguido por haberse acostado con
Sísifo de Corinto, un mortal, a fines del segundo milenio antes de aquel a quien
llamaron Cristo y una tranquilidad remozada fue llenándolo y hacia Taurus vió, una
vez más, la persecución infructuosa del hijo de Poseidón y con una carcajada
celebró que el escorpión volvía.

La noche de Philologus era de estrías que se entremezclaban en un baile. Como


una cinta llegó Leshaa, vestida de negro opaco, los senos sostenidos por la abertura
del plástico, sin maquillaje, a la luz de la cola roja que dominaba la cúpula de cristal
del restaurant de Barrio Norte, abierta la falda por detrás, los labios entrabiertos,
las estrellas como pieles de leones, osos y zorros. Espléndido en su belleza llegó
Ofiuco, ordenando el vino sin sentarse. Impetuoso llegó Tamiat, con una sonrisa
desafiante. Bebieron y la noche se alargó en la persecución del cielo. El ingeniero
genético hizo señas y otro odre de vino fue traido. No se cruzaron palabras
sumergidos en la visión de las pantallas hasta que Ofiuco rompió el silencio.
--¿Debemos, acaso, divertirnos ?, preguntó con expresión triste.
--Al menos podemos conocernos, respondió Leshaa titubeante.
--Tú nos conoces muy bien a ambos, silabeó el ingeniero espacial.
El silencio se extendió por interminables segundos hasta que Tamiat hizo un
gesto de distensión con un comentario sobre los caprichos de las computadoras en
la producción de la nueva música. Ofiuco lo miró sin odio, más bien con
resignación y le espetó:
--Los genes de esta mujer son manipulables.
Leshaa abrió los labios en algo que pretendía ser una sonrisa y sus dientes
perfectamente alineados afloraron como pidiendo comprensión. Ofiuco alzó la copa
bebiendo el contenido en un largo y único trago.
--El parecer de las estrellas está dado, comentó resignado.
Tamiat lo miró fijamente. Su rostro denotó admiración ante la visión del hombre
que antes que partir de aquella mesa y de aquella reunión prefería trasegar el vino
aceptando el destino. Leshaa parecía alelada, incapaz de articular otra palabra. Se
hablaron con las miradas por un rato largo mientras el licor adormecía a Ofiuco.
Cuando finalmente se fue deslizando dormido sobre la mesa Leshaa marchó hacia
el tocador y Tamiat hizo señas para que trajeran la pequeña caja. En la cúpula las
hijas de Atlante y de Pleiona se hacían palomas. La lluvia comenzó a caer. El
escorpión reconoció el camino de la piel sin protección y avanzo hacia el rostro.
Pasó por la boca, rodeó la nariz y descargó el veneno contra el ojo izquierdo,
vaciándolo. Volvió sobre el derecho terminando de descargar el veneno. Sobre los
Campos de Asfodeli una sombra descendió vertiginosa. Cuando la mujer regresó ya
el cuerpo de Ofiuco Megeros había sido engullido por la oscuridad de los
trasfondos. Interrogó con la mirada y Tamiat respondió con la propuesta de ir a
Delos a hacer el amor al tiempo que extendía las dos manos sobre los pechos de la
mujer. Leshaa emitió un quejido como asentimiento y partió con Tamiat mientras
enfurecía el rojo del cielo. Se dejó hacer, sin poner empeño y dejando caer los
brazos inertes a ambos lados, en cruz. Tenían sed cuando la alarma del amanecer
comenzó a titilar sobre Philologus. Por el Naciente estaba la luz que se alzaba de
nuevo, apenas unas nubes sobre los ojos del titán. Al alba, despejada, "es hora de
retirarme", le dijo Tamiat a Leshaa.

ISIDIS

La serpiente percibió que las manos de Ofiuco se aflojaban y entró en guardia.


Cuando sintió que la muerte se adueñaba de su carcelero se estiró violentamente y
la configuración de los cielos fué otra. Typhon desplegó sus cientos de cabezas y en
Philologus la sorpresa de una mañana que se inició radiante y de repente era
tragada en una empegostosa oscuridad se veía ahora cruzada por una lluvia de
estrellas. Era la evidencia y los puntos errantes la confirmación. La tiniebla se
alzaba poderosa y libre. La impostura presidía el reacomodo de los tiempos. La
corona saltaba bajo el impacto. Como Ofiuco le había predicho a Leshaa, Triphas
se veía huir haciéndose cada vez más lejana y pequeña. Saiph se apagaba y los pies
del cadaver del carcelero desaparecían. El escorpión percibió que el pie ya no
estaba sobre su corazón y se sacudió con violencia en el recuento de los días.
Leshaa estaba sola en su desnudez sobre la cama del albergue provisorio. No
tuvo necesidad de asomarse para percibir el fenómeno pues lo estaba esperando.
Boca abajo hundió la cabeza en la almohada hasta que sintió que el silencio de
Philologus se hacía trizas y que un rumor misterioso crecía por momentos. Se alzó
con brusquedad y comprobó que todo artefacto electrónico había cesado de
funcionar. Dirigió el pensamiento hacia Res Alhegue, pero sólo la confusión fue la
respuesta. Finalmente se decidió a mirar por la ventana y pudo ver el movimiento
alocado. Contó 134 estrellas, incluidas la que huía y la que moría. Desechó con
presteza el pensamiento de marcharse dado que nada funcionaba y supo que allí
llegaría la premonición de Ofiuco. Dentro del negror de la noche en la mañana
comenzó a abrirse paso una lúcida conciencia. Leshaa veía en su interior y sabía
que en el cuello de la serpiente se estaba preparando su destino. La luz blanquecina
comenzó a llenar el cuarto. La mujer se puso de rodillas sobre la cama con las
piernas ligeramente abiertas. El sudor en el pubis se hizo brillante. El calor subía
implacable y la piel de Leshaa se hizo transparente dejando ver el cuerpo interior.
La erupción de luz tiñó todo ensortijando los cabellos de la mujer. Comprendió que
no moriría, aunque se sintió herida para siempre. Fué incapaz de medir el tiempo
del resplandor sobre sí misma, pero le parecía que duraba una eternidad, que nunca
acabaría el martirio de aquella claridad que se le internalizaba y le hacía
comprender y ver más allá de lo que veían los demás. El rumor fue aplacándose y la
luz disminuyendo. El hombre de la piel de león sobre los hombros y el tobillo
levantado movió su mano izquierda donde sostenía un ser de tres cabezas.
Kornephorus comenzó a percibirse en el hueco del brazo derecho mientras en el
brazo izquierdo ardía el pecado en oferta. La piel la había arrancado a la bestia
dejada por Thyphon así como el engendro de tres cabezas. Leshaa sintió que el
poderoso era capaz de todas las hazañas menos de liberarla de la lucidez maldita
que la luz de la estrella había aposentado en su alma. Contra la cierva de pies de
bronce con astas de oro sí, contra el jabalí sí, contra la suciedad de los establos sí,
contra las bandadas de pájaros destructivos sí, contra las yeguas que comen carne
sí, contra las mujeres desvastadoras sí, contra el hombre de triple cuerpo y su perro
sí, contra la serpiente que ronda las puertas del infierno sí, pero no contra la luz
puesta en Leshaa, no contra el blancor que produce ansiedad, no contra la tormenta
de visiones, no contra la angustia de la claridad. Los músculos y los bastones de
comando de los genes podían ser manejados con destreza por el hombre fuerte que
había asesinado y que trataba de alzarse en Res Alhegue del escarnio, pero contra
la nueva enfermedad no había alteración genética posible, mezcla de polvos que
devolviera la paz, combinación que alzara el árbol de la vida despojadas las hojas
de ojos, absintio que devolviera a antes de los sucedido y que borrara la vieja
palabra copta Isidis, opresión, ataque del enemigo, sembrando en la mente la
tranquilidad o, al menos, permitiendo la muerte rápida, la que aleja el dolor y hace
perder los sentidos. No habría misericordia, Lyra no se haría pócima mágica para
calmar la fiebre de los sentidos ni se vería la cola del águila ni el garrote
tecnológico se abatiría redimiendo ni las flechas saldrían veloces del carcaj a
tasajear las visiones en meteoritos inofensivos.

En Ras Alhegue el hombre fuerte manipulaba delicadamente los controles,


aunque no sin angustia. La imagen de Ofiuco muerto no se le apartaba de los ojos,
pero menos el pedazo de piel arrancado de su pié que conservaba a cien grados
centígrados bajo cero. De la serpiente desparramada por el cielo una célula. Del
escorpión las moléculas adheridas a la piel del carcelero muerto. Debía partir hacia
la quimera, a la combinación de los tres, a la alteración de aquellos organismos para
que cumplieran su voluntad. Un humano y dos animales, debía modificar la vida del
cielo manipulando los códigos químicos, unirlos en un ADN de recombinación,
relanzarlos al cielo para transformar las visiones internas de los hombres, procurar
un cambio de la historia alargada demasiado desde los antiguos y apaciguar el
remordimiento por el crimen. Debía crearlo con el tejido de los tres, eliminar las
barreras reproductivas entre ellos para facilitar la transferencia de los embriones
entre las mismas y producir un híbrido genético que sustituyera las visiones
matutinas de Philologus y la pesadez enfermiza de sus sueños. Tamiat quería
alzarse como el creador, dar vida sobre la sombra de la muerte. Identificó los 46
cromosomas de Ofiuco y se aplicó a determinar los de la serpiente y del escorpión.
Con los fluidos eléctricos tomó los blastómeros individuales de cada uno, los
mezcló y los envolvió en la membrana exterior de un óvulo. Fermentó, a la antigua
manera, bacterias y hongos que le permitieran transformaciones químicas a gran
velocidad, pero con sus manos cubiertas de guantes blancos sólo pudo señalar la
muerte. Sonrió, con la sonrisa de la locura, y recordó que lo había previsto y
nuevamente se introdujo a cien grados bajo cero a buscar la clonación previamente
efectuada. Comprendió que debía proceder a la fabricación de encinas totalmente
artificiales para catalizar reacciones químicas absolutamente desconocidas en el
espacio y alterarlas manipulando los aminoácidos que las formaban. Para lograrlo
reprogramó las células vivas con instrucciones genéticas nuevas. Pidió al ordenador
un mapa tridimensional de las enzinas y se congratuló cuando creyó tener ácido
desoxirribonucleico sin defectos. Sacó de la gaveta una imagen de Ofiuco
sosteniendo la serpiente y pisoteando el corazón del escorpión y, afanoso, comenzó
a dibujar con un rayo láser lo que a su entender lo sustituiría. Satisfecho de su
esfuerzo se volvió sobre la probetas en busca de somatostatina extraída del
hipotálamo para lograr la conexión entre el cerebro del engendro y los mensajeros
de las hormonas del cuerpo. La noche natural había caído sobre Philologus y el
afán de ver la creación sustitutiva de la muerte en la próxima madrugada lo
apresuraba hasta el paroxismo. Se decidió a actuar directamente en el interior de
las células, sobre los núcleos que contiene el elemento genético, sobre el ADN que
se le aparecía rodeado por la masa que se mantiene aislada del exterior por la
membrana. Ordenó una mirada sobre los citoplasmas, la sustancia que rodea al
núcleo, en busca de las tareas individuales de los orgánulos, en concreto de aquel
donde tiene lugar la síntesis de las proteínas. Comenzó entonces la danza frenética
por engañar a las células para que generasen materiales geneticamente distintos.
Vió las cientos de moléculas, atisbó sobre las pequeñas-aminoácidos, ácidos grasos
y diversos azúcares- y sobre las grandes-proteínas y ácidos nucléicos. Ante sus ojos
vió la escalera doble de caracol, de doble hélice, y se aprestó a subirla. Vió los
peldaños químicos y con electricidad los marcó: T ,G, C y A. Se equivocó en las
combinaciones hasta que, tranquilizándose, recordó lo elemental, que la timina
sólo se empareja con la adenina y la guanina sólo con la citosina. Se levantó y
caminó unos pasos por el laboratorio. Era ya medianoche y en el cielo persistía un
color rojizo. El escorpión no parecía modificado. Robustecido en su propósito,
Tamiat fue hacia el ADN para que diera órdenes a los orgánulos situados en el
citoplasma de las células para que entraran en una fabricación acelerada de
proteínas. Aquella que buscaba venía determinada por la secuencia de bases
químicas de un tramo determinado del ADN, del gen madre del nuevo engendro de
los cielos de Philologus, el dueño del código que permitiría la proteína anhelada.
Aislarlo, incorporarlo a la célula del nuevo organismo vivo, introducirlo en una
bacteria y cultivarla para que se dividiera por reproducción natural. Necesitaba el
transmisor de la información, el ácido ribonucleico. Necesitaba del engaño para que
el gen intruso llegara al núcleo de la bacteria, engaño para que la célula permitiese
el ingreso del agente genético extraño. Para ello dispuso los vectores sobre la
placa. Ya había lo que a su entender era lo más difícil, la localización del gen entre
los pares de cromosomas y entre los cincuenta mil trozos de ADN en cada uno de
ellos. Ahora los vectores, como los trenes de gran velocidad que cruzaban la
ciudad-planeta enganchando los transportadores individuales, igual sería, igual
harían. La quimera estaba allí, a su alcance. Recurrió a los biochips fabricados con
sustancias químicas orgánicas de base carbónica, conectó y desconectó. Recurrió a
aquellos elaborados con una dotación de ADN de una célula humana capaz de
reproducirse y repararse. Manipuló los elaborados con porfirinas, moléculas de
carbono cíclico tomadas del cuerpo mortal de Ofiuco. Sonrió satisfecho cuando la
quimera vertió llamas rojizas desde una boca poblada con dos inmensos colmillos
de serpiente. El amanecer entraba lentamente sobre el escenario, mientras en la
imaginación de Tamiat la estrella roja se encendía vomitando purificación y
desesperanza. Sobre el cielo de Philologus Ofiuco continuaba sujetando la serpiente
y con el pie aprisionaba el corazón del escorpión. A medida que el astro iluminaba,
como cada mañana, la visión de la constelación se alejaba para dar paso a la imagen
que se proyectaría hasta mediodía, pero en Tamiat todo había sido logrado y no
veía otro cielo que el de su propios ojos que le mostraban a Ofiuco, la serpiente y
el escorpión convertidos en la quimera. Mientras moría la vanidad le inflamaba,
convencido de su logro. Hincó la rodilla derecha y con la boca semiabierta volvió a
su posición de siempre. Sobre el silencio de la ciudad-planeta todo era igual a
cualquier día.
ESTRELLA AZUL

Leshaa, repentinamente, comenzó a hablar en español, lengua del pasado que no


conocía. Estaba en la misma posición en que la dejó Tamiat al partir, pero ya no
hablaba el mismo idioma ni de sus labios salían los mismos arrepentimientos ni la
atenazaban las mismas amenazas. Se dirigía a alguien evidentemente inferior en
edad o en jerarquía. Ordenaba ocultar las armas, pasar el mensaje, contactar a
medianoche al emisario que portaría las últimas instrucciones. "María", se sintió
llamar y con una voz suave habituada a silabear contestó "a la orden". En la ciudad
ululaban las sirenas de la policía y del ejército a la caza de los subversivos, pero
ella, impertérrita tomó la calle Corrientes en busca de su trabajo habitual en
"Estrella azul", el night donde cantaba todas las noches, a veces tango, a veces
baladas, según el humor y la clientela. Apenas fue anunciada, una patrulla del
ejército violentó las puertas y el nombre y la orden fueron claras: "María Petrucci,
está detenida". Los clientes quedaron estáticos en sus sillas, mientras arrastraban a
la mujer por los cabellos hasta un camión dotado de un inmenso reflector con el
que barrían las calles.
María gritó desde la posición de cuclillas que había asumido desde que Tamiat se
había marchado hablando en jerigonza de su destino de alquimista de genes. Fue
entonces que pudo ver al anciano, a aquel rostro conocido que se le avecinaba,
desdentado y cubierto de cabellos en desorden. Vio los largos dedos de largas uñas
buscando su rostro y una expresión beatífica que no se compaginaba con el
conjunto del anciano de larga bata. Sintió que le hablaba en el mismo extraño
idioma que ella había estado mascullando y lo comprendió perfectamente. "Soy
Albumazer", le dijo. "Hablo los idiomas de tu pasado", agregó. María reconoció los
rasgos de quien, el día anterior, había ocupado el espacio de Philologus y arriesgó
la pregunta. La respuesta llegó sin sorpresas. "El tránsito es tu condena, pero he
decidido ayudarte a bien transitarlo", aclaró el hombre casi sin mover los labios.
Perdió la noción del tiempo y del frío cemento del calabozo. El ardor en el
estómago le indicaba que no comía desde hacía varios días y todo el cuerpo le
dolía, pero no recordaba otro maltrato que el del arresto y el del traslado. Probó a
recordar este último y el esfuerzo de memorizar que había hecho durante el mismo.
Realizó en mente el recorrido y creyó haber sido trasladada por Córdoba hasta el
puerto y desde allí en una lancha hacia un lugar que no podía ser otra cosa que una
isla. Creyó, entonces, saber donde estaba; debía ser aquella donde iban a parar
todos los prisioneros políticos. Miró a su alrededor y pudo razonar que la
consideraban peligrosa dado que estaba sola en un espacio muy pequeño. La luz
cayó directamente sobre los ojos y el interrogador apenas se percibía detrás de la
potencia de la lámpara. Le advirtió que tenía agua y comida si colaboraba. La joven
procuró aislarse y fue hasta los brazos de su madre en la vieja casona de la
perisferia. Mientras el hombre preguntaba más se aferraba a las faldas y recibía las
caricias sobre su negro pelo. Sabía que la madre había descubierto las armas bajo la
cama, pero había guardado silencio y en aquella estoicidad, seguramente
compartida por su padre, se refugió hasta que el agua fría la bañó y la hizo aullar
como una bestia herida. Comprendió que la tortura se avecinaba en aquellos cables
negros enroscados como serpientes y pudo verse a si misma, a Leshaa, en cuclillas
delante al anciano que la reconfortaba pronunciando palabras extrañas, esta vez no
en español, sino en otro raro idioma que, paradójicamente, también comprendía. La
primera descarga la sintió en los senos y vagó desesperadamente por los momentos
que compartió entre los arreglos musicales y la actividad subversiva. La segunda,
más fuerte aún, fué sobre el sexo, pero la mano de Albumazer sostenía la suya. No
sabía si los compañeros habían retirado las armas o si estaban todavía debajo del
lecho paterno y la visión aterradora de los soldados arrastrando a su familia hacia la
tortura y la muerte le hizo hundir los dientes en los labios. Probó a despistarlos
dando nombres falsos que inventaba a medida que el torturador se ensañaba contra
ella. Ganó tiempo, pues el esbirro dijo que cotejarían la información con los
archivos y los informes de inteligencia. Ya no podía negar su actividad, por lo que
trató de disminuir su importancia alegando que era una simple portadora de
mensajes y que no conocía de persona a ninguno de los que había señalado.
Sintió el agua fresca entre sus maltratados labios y procuró interrogar al anciano.
Este se limitó a pasar la arrugada mano sobre su rostro enjuagándole el sudor y
acariciándole el cabello. Luego la abrazó sin abrazarla, no con los brazos o
apretando su cuerpo contra el de ella, sino, más bien, como si de un invisible manto
se tratara. Probó a hablar en su idioma, pero la frase salió en español: "me
matarán". Albumazer respondió: "no, pero en todo caso serás Leshaa". María abrió
los ojos y trató de comprender. Le era familiar este último nombre, podía percibirlo
con claridad, pero ella era María Petrucci, aunque de alguna manera era también
aquella que el anciano mencionaba. Cuando el golpe arribó sobre su rostro se
repetía "serás Leshaa". Esta vez eran cinco las figuras borrosas que se movían
detrás de la lámpara. La increparon sobre la falsedad de la información
suministrada. Cuando comenzaron a alabar su belleza, María presintió lo que se
avecinaba. La sujetaron de brazos y piernas, desgarraron sus ropas y, uno a uno, la
violaron. Sintió que su carne se abría, que se desgarraba implacablemente tirada
por caballos desbocados y que su piel le era arrancada. Se vió parada en
Avellaneda, delgada, de cabellos hasta la cintura, con su traje poco convencional y
sus collares llamativos de protestaria incorregible y un amargo llanto comenzó a
anegar su rostro todo. Se vio imperturbable tomando el tren hacia la Patagonia con
la guitarra en ristre a tocar las melodías del frío y la soledad e, inerme, permaneció
sobre el piso del calabozo hasta que un nuevo baño de agua fría la hizo despertar.
Albumazer parecía flotar en el aire teniendo a su alrededor unas especies de
vasijas que contenían piedras. Alcanzó a ver una negra veteada de manchas blancas
y marrones, casi un triángulo sobre cuyos filos terciaban marcas largas, algunas
semejantes a cicatrices. En uno de los ángulos había una fea hendidura. Otra era
casi totalmente blanca, a no ser por algunas manchas negras con bordes verdes,
como escarpadas colinas o como ventisqueros teñidos de oscuro. En otras partes el
brillor semejaba a espejos que reflejasen la luz. Manejaba las vasijas con soltura. De
repente dejaba salir entre sus dedos los polvos de variados colores que había
recogido metiendo la mano en los recipientes como una excavadora sutil que
procurase no dañar el terreno perforado. El viejo, sintiéndose observado, dijo aquel
nombre extraño, Leshaa, y María instintivamente se miró el estómago
comprobando, como las cicatrices de su cuerpo iban desapareciendo para
trasladarse a las piedras del anciano. A la perturbación inicial le sucedió una
sensación de alivio y pudo entender a plenitud a que se refería el extraño visitante
cuando aclaró su presencia.
Los síntomas fueron claros desde el inicio, pero la prueba final fue la no llegada
de la menstruación. La revisión del médico militar fué simplemente el cumplimiento
de un trámite burocrático ejecutado con el traslado al pabellón de mujeres. Era, al
menos, un alivio, la seguridad de una cama y la compañía de alguien con quien
conversar. Estaban apoyadas de cualquier manera sobre las paredes y catres, con
las batas arrugadas y las expresiones perdidas. Ninguna la saludó y ella permaneció
en silencio. Tomó la cobija que el soldado le extendía y asintió a la señal que le
indicaba un colchón. Dobló cuidadosamente la prenda y se sentó sobre ella. Sintió
que las miradas la atravesaban y dijo simplemente "soy María". El silencio fué la
respuesta. Esa noche los sollozos fueron lo que suponía al inicio conversaciones
profundas sobre la situación política y sobre la experiencias de "desaparecidas",
como se les llamaba a susurros en los cafetines de la ciudad. La noche transcurrió
marcada por los vuelos feroces de los insectos que se mezclaban con los vuelos
provenientes de las gargantas afiebradas y adoloridas de las reclusas. En la fila para
recoger el desayuno nadie dijo nada hasta que una de las mujeres comenzó a gritar
presa de dolores de una proveniencia fácilmente identificable. "A la enfermería",
masculló el sargento de guardia y entre varios soldados cargaron a la mujer que
había bañado la raída falda. El silencio fue roto esa noche cuando una de ellas
comenzó a preguntarse en voz alta sobre el destino del niño que ya seguramente
había parido su amiga. María comprendió lo que le esperaba al hijo que llevaba en
su vientre, a todos los hijos de todas aquellas mujeres, a todos los dolores de las
torturas y las violaciones. Sin decir palabra una a una se fueron acercando a la
compañera que lloraba y de alguna manera la tocaron, en la cabeza, en los brazos,
en las manos, en los pies, como si el contacto físico mitigara, como si a través del
roce de las pieles pudiese averiguarse el paradero del recién nacido, como si se
anticipasen al futuro mismo de sus propios hijos. El desfile parecía trazado por la
puntiaguda excrescencia de un lápiz invisible que en la noche distinguiera lo negro
de la oscuridad y permitiese el asomo de alguna esperanza entre las rejas del gran
pabellón de las mujeres preñadas. Albumazer comenzó, entonces, a entonar una
melodía cadenciosa que se fue explayando sobre la noche de Philologus como una
cobija protectora. Se movía hacia los lados como un péndulo y Leshaa sintió que el
sueño la invadía o al menos una calma. Ella misma comenzó a balancearse imitando
al anciano e impostó su voz sobre la de éste produciendo un movimiento similar a
la del viento cuando mece suavemente las praderas. María sintió de inmediato el
efecto benefactor y percibió que los días se hacían como rayas sobre los
almanaques, que el tiempo había tomado una velocidad desproporcionada y que su
panza se inflaba a una velocidad no acorde con el mandato humano de los nueves
meses para gestar. Sin embargo, eran días y meses, sólo que acortados, seducidos
por una velocidad que ella sabía proveniente del canto, pero que no atinaba a
explicarse. Repetía la canción con el movimiento oscilante como si siempre hubiese
conocido la letra y la melodía, pero no la entendía en su significado. Cuando abrió
los ojos y vió el rostro del médico militar comprendió que Albumazer le había
demostrado que el tiempo era controlable. Sintió vaciarse y debió alzar el rostro
para ver la figura ensangrentada y el cordón umbilical que todavía la ataba a la
criatura. "Mi hijo" alcanzó a balbucear, pero la fría mirada del médico la hizo
pensar que tal vez había dicho una gran impropiedad.
Cuando fue llevada de vuelta al pabellón las mujeres desfilaron ante ella y cada
una la tocó, en el brazo, en la cabeza, en los pies, desde sus caras desflecadas,
desde sus huesos de madres sin hijos, desde los zumbidos de insectos que les
brotaban de las entrañas. Leshaa miró a Albumazer mientras el dolor interno la
mantenía inmóvil y la piel del vientre colgaba fláccida. Sintió una gran debilidad,
pero la sensación de viaje a la que la inducía el anciano la fue introduciendo en un
vértigo calmante. Los cuadros se sucedían en su mente a gran velocidad. De nuevo
la madre le insistía en la necesidad de comer y el padre manifestaba los
tradicionales achaques, los hermanos rondaban por la casa con esposas e hijos, la
guitarra sonaba y tomaba un taxi hacia los estudios de grabación. Se vió rodeada de
gente en un cafetín de Buenos Aires mientras leía a Djuna Barnes. El muchacho se
le acercó y le pidió le regalara algo. María respondió que no podía. "Dame algo
que puedo ser tu hijo",le respondió el joven. El grito de Leshaa estremeció al
mismo Albumazer.

La búsqueda comenzó hacia el norte, pasó por las fronteras, bordeó las altas
montañas y bajó al sur. En cada hospicio, en cada centro de asistencia, en cada sitio
de posible adopción, María Petrucci preguntó, indagó y revisó. Peso, tamaño,
edad, sitio de nacimiento, color de los ojos y el cabello, procedencia, participación
en la entrega de algún militar o de alguna oficina del anterior gobierno, todo,
minuciosamente. Hacia el sur llegó hasta Tierra del Fuego y escarbando en los
parajes miraba a cada joven de la estatura que estimaba tendría su hijo, controlaba
el color de los ojos, la nariz, algún rasgo que le permitiera identificarlo. Millares de
muchachos pasaron por sus ojos hasta que decidió encontrar el rostro grabado en
su memoria el día del parto, la pista del médico militar. Y hasta él llegó, pero no de
primera. Vió rostros conocidos en prisión y otros que no recordaba, pero el Comité
de Madres sabía perfectamente el nombre del doctor y su ubicación. El argumento
para defenderse fué muy simple: se limitaba a atender los partos y desconocía lo
que los altos jerarcas hacían con los niños. La desesperación de Leshaa se tradujo
en un llanto compulsivo. Albumazer la llamó con el nombre de María. La noche se
posesionó de la ciudad-planeta. En el cielo, a miles de años-luz, los rayos scorpius
X-R1 parecían una estrella azul.

EL PARTO DE LESHAA

"Aún no", fué la breve advertencia de Albumazer cuando Leshaa, después del
largo sueño, pretendió incorporarse. El dolor era insoportable y los cabellos de la
mujer parecían recién cortados, al ras de los hombros, en el negro esplendoroso de
siempre. Percibió que el aire entraba de nuevo a sus pulmones y que la muerte que
había llegado por asfixia se disipaba en un nuevo soplo de aire. La sorpresa de
asistir en la oscuridad en que había muerto a la agradable sensación de la vida le
pareció a Leshaa una bendición. Recordaba la búsqueda del hijo perdido, pero lo
sentía tan lejano como los siglos en que Philologus disfrutaba de grandes y verdes
praderas o la polución del ambiente era desconocida. Ante sus ojos se encendió
una llama y pudo ver como el hijo de María era introducido en ella y el cuerpo
comenzaba a quemarse sin que se oyera un lamento y la carne se derritiera. La
estridencia de un pájaro tomó posesión de la clausura mientras un chorro de aceite
manaba de algún lugar indeterminado sobre el cuerpo reaparecido del muchacho y
manos invisibles lo envolvían en lino. Leshaa sintió que había terminado una
pesadilla, pero, en realidad, comenzaba otra tal como la advirtió la voz del anciano:
"Aún no", repitió monocorde.
La mujer tomó conciencia del encierro en las profundidades de la tumba y pudo
recordarlo todo, especialmente la procesión fúnebre, el ahogo y Selket y el
escorpión inmovilizando la última esperanza. Sentía tirante la piel del vientre,
pero lo atribuyó a la inmovilidad de la muerte hasta que Albumazer recordó a la
mujer que estaba en el día l4 de su postración. No captó el significado hasta que los
dolores de parto asolaron su cuerpo y el rasgarse de su ombligo la hizo gritar. Alzó
la cabeza en busca del ser que se asomaba y pudo ver la primera pinza del primer
escorpión. Dejó caer la cabeza sobre la almohada y contó hasta que no pudo más.
Apretó los dientes y desfiguró el rostro en una espantosa mueca mientras los
brazos en cruz buscaban en vano asirse de inexistentes columnas.

Los escorpiones se fueron agrupando en torno al que parecía ser el líder. Estaban
todos, en su inmensa variedad, con su inmenso poder de muerte. Sobre él fueron
vertiendo el veneno. Albumazer seguía la especie de danza sin inmutarse. El líder,
una vez recibidas las cargas de sus subordinados, se volteó hacia el anciano quien
lo vió venir dirigiéndole una mirada inexpresiva. Se le fue avecinando con la cola
erguida, anunciado el propósito, impecable en su marcha. El hombre cerró los
brazos sobre su pecho y recordó el momento en que había desafiado al escorpión
guardián del ombligo de Leshaa para penetrar en el cumplimiento de la Nekyia, la
danza frenética sobre la tentación femenina, la cópula, el macho devorado y el
engendro a cuyas consecuencias ahora asistía impertérrito. Sabía que el momento
llegaría cuando terminase este segundo viaje. El enorme escorpión descargó toda
su furia contra Albumazer. El anciano sintió que la fiebre se apoderaba de su
cuerpo y la respiración se le tornaba difícil. Comenzó a murmurar esta vez en un
lenguaje inintelegible mientras el gran escorpión quedaba paralizado y todos sus
secuaces parecían poner una especial atención a las palabras que salían de la
garganta reseca. La respiración del hombre se fue normalizando y el animal sintió
que la piel se enfriaba. Intentó un retroceso en espera de que se descargara sobre él
algún golpe, pero no sucedió nada. Leshaa sintió una fuerte presión en el pecho y
regresó a la posición de cuclillas sobre el lecho. Tenía la visión borrosa y a ello
atribuyó que la imagen de Albumazer se le estuviese diluyendo paso a paso. Vió, no
obstante, como la larga fila de escorpiones abandonaba la habitación y decidió
tocarse, como para reconocerse, para encontrarse a si misma. Fue recobrando el
control y se dió cuenta de que no era su vista la que la engañaba, dado que
Albumazer se esfumaba lentamente, con parsimonia, como ejecutando una
operación calculada con esmero. La última cosa que vio fue la cabellera blanca del
anciano como envuelta en un resplandor, hasta que, finalmente,se apagó, como de
repente se apagó en su memoria el cuerpo del hijo de María Petrucci quemándose
en la hoguera. Un extraño ruido de pájaro sobresaltó a la mujer cuando se vestía
para partir.
III
ERIDANUS

MACLA

"Sin el mensaje arribado aquella tarde tal vez hubiese sido más feliz en la
intimidad del poderoso. En la tableta él había rasgado los signos de mi desdicha.
Confesaba su amor con ternura y asomaba la idea de la huída a través del mar hacia
la tierra de Palestina como si se tratase de ocupar una habitación sobre el mercado
y las tiendas de colores de los parientes. Arriesgaba la hipótesis de aquel que nos
sacaría a todos hacia la Tierra Prometida, tal vez embriagado por la seductora
barba del anciano, por sus ojos de recio carácter y su verbo encendido. El sueño lo
deshice ante la autoritaria decisión del poderoso prendido de mis ojos violetas, de
mi cabellera ondulada como las arenas donde el monumento sería erigido y de mi
cuerpo flexible ante el ventarrón de su poder. Me había visto una tarde y habíase
prometido a si mismo que rodearía mi cintura con sus brazos y colmaría con uvas
mi sed y sustituiría mis sandalias de duro cuero de cabra por otras de piel de
camello ablandadas en elíxires de rosas y de aceites. No fue, en verdad, la
perentoriedad de la orden, más bien los ojos tristes del más joven de mis hermanos,
las manos llagosas de mi madre y el rostro curtido de mi padre. No excuso la
tentación de la abundancia para mi misma, oler las suaves fragancias o comer los
delicados platos prohibidos a mi religión. Alego la voz cansona de los sacerdotes
predicando contra la bondad del profeta cuya dulzura pude percibir a escondidas
tras los cetos y un mensaje donde el amor era suplantado en los papiros con suma
arrogancia. Admito la tentación del sexo entre sedas en lugar de los ásperos
cobertores de lana sin curtir y, también, que el poderoso me poseería
ocasionalmente, no cubriendo suficientemente mi cuerpo con el suyo para opacar
las ventajas del palacio, aunque, luego, al hacerme su favorita en desprecio de las
bellezas que desperdigaban el ocio, pude saber de su hambre y obtener el placer en
abundancia. Confieso que llegué a amar al poderoso. Conmigo era un hombre
enamorado que da lo que tiene al objeto de su amor. Nada faltó hacia la modesta
casa y mi madre recuperó la sonrisa y mi hermano el triste fue ofrecido con la
regalía de los ejércitos y mi padre afortunado con abundantes compras y mis demás
hermanos ejercitados como capataces en el arte de transportar las piedras hacia la
extensión abierta. Lo recordaba, es verdad, como se recuerda al pasado que se
embarca sobre los juncos flotantes que abandonan los tiempos y marchan hacia lo
desconocido. Lo asocié a las escasas noticias que se colaban hacia la privacidad en
que estaba envuelta y siempre una sonrisa de cariño asomó a mi rostro como se
sonríe ante la inocencia del niño. La ternura del poderoso también arrancaba mis
sonrisas y con el tiempo reí con él como con un amante elegido por el amor y no
por el poder. Jamás habló de mi pasado ni de mi pueblo, jamás comentó las
aventuras de su imperio, ni las desdichas de las plagas que sabíamos azotaban las
cosechas, nunca dijo nada que no fuese dulce y amoroso. Estoy convencida que fuí
el único oasis en aquel desierto feroz del poderoso. Eso me hacía importante y
feliz. Jamás temió nada y dormía placidamente en mi regazo luego de amarme. Yo,
al inicio, permanecía despierta, temiendo que se levantase procurando un servicio,
pero, luego, dormía con él en total placidez sabiendo que no habría órdenes sino
una mirada dulce como el sol poniente rescatando de nuevo mis senos para sus
manos y mi sexo para el suyo. No puedo precisar el tiempo del embelezo, pero sé
que fue largo y sostenido hasta el punto de ver las arrugas brotar en mi rostro y los
arrepentimientos desaparecer de mi memoria y ver la gran construcción alzarse
pronosticando su muerte y la mía. Si hubiese sido de su raza me habría hecho su
esposa, pero lo fuí, fuí miel para las heridas del poder, blanda gaza para atemperar
sus angustias y manantial de agua ligera para calmar sus ardores. Fuí esposa, tal
como lo había concebido en mis sueños primeros. Noté que todo se aproximaba en
su respiración fatigosa que aumentaba día a día como un trueno empapado. Yo no
supe de mediciones del tiempo, mi tiempo era él y mi distracción la música que el
poderoso ordenaba conociendo mis deseos. La escuché tanto, inclusive en ondas de
otras tierras, que me aventuré a escribir algunas cortas letras que los músicos se
llevaban con la promesa de no decir jamás quien las había ordenado sobre los
trozos de papiro con nerviosidad revelada en los gruesos trazos de tinta. La vida no
tuvo interrupciones, sobresaltos o dolores. Ni en los peores momentos en que
rumores circulaban o las grandes noticias llegaban en boca de la servidumbre tuve
la ocasión de preocuparme. Sabía como terminaría, sabía que él no me dejaría en el
momento de la muerte, convencido conforme a su cultura de la compañía en el
viaje, y yo sabía que nada haría con quedarme de este lado de la cortina tenue, si es
que tal decisión hubiese estado a mi alcance. Me había convencido del cruce de la
gran canoa sobre el río de la eternidad y tal convicción ahuyentaba, además,
cualquier duda. Seguiríamos juntos, tal vez más juntos, con los pocos sirvientes y la
abundante provisión y las riquezas y tal vez sería formalmente su esposa en el
territorio de la muerte. Sabía que mi alma iría de esta pirámide de piedra a otra de
cristal y que cuando la asfixia me venciese en la pequeña recámara donde la diosa y
el escorpión estarían vigilantes, podría escoger si me tocaba volver y otra
caparazón de carne y piel me permitiría identificarlo en las cercanías. El me miró
aquella noche sin ordenar, invitando, y le devolví la sonrisa más bella que mis labios
hubieren jamás dibujado. Me dijo del olor que quería percibir mientras la procesión
lo portase, yo le dije de mi ausencia de miedo...
el río del juez tiene las escalas
de los estrados donde las llamas
cambian de color e intensidad y
los silencios están proscritos...
desde Eridanus se imparte la jus-
ticia con la voz gloriosa a todos
los que han dejado la carne allá
abajo en el cumplimiento de las
misiones...acrisolados los justos
con el chance de ganar ofrendas
en este río del Juez por haber
aprendido la verdad...toca a esta
semilla de mujer...

Buenos Aires, 10 de abril de 1960. (UPI). El gobierno argentino anunció


formalmente la nacionalización de la red ferrocarrilera inglesa que cruza el país y la
participación obrera como accionista de la nueva empresa nacional. El embajador
británico anunció que su gobierno presentaría una formal protesta y que, en tal
sentido, esperaba, de un momento a otro, instrucciones desde Londres.

"Mi madre bromeaba conmigo alegando que mi intemperancia se debía a los


Beatles y a todo el movimiento hippie que rodeaba el ambiente cuando yo nací
aquel 10 de abril. Es cierto que no fuí una niña fácil, especialmente lo supieron mis
hermanos, a excepción de Lorenzo, el menor, quien fue mi protegido creo que con
exceso. Les hice víctimas de toda clase de jugarretas, pero los ojos tristes de
Lorenzo fueron mi debilidad y le prodigué un cariño muy especial que se mantuvo
mientras viví. No obstante, muchas veces me interrogué sobre el porqué de mi
afición por aquel niño. Apenas la adolescencia comenzó a desarrollar mis senos y la
primera menstruación me obligó a correr donde mi madre, ricé mis largos cabellos
y hasta la cintura exhibí una pelambre que provocaba admiración. Me vestí de
largas faldas, collares multicolores colgaron de mi cuello, botas altas, las uñas
pintadas de colores agresivos y el signo de la paz dibujado en mi mejilla derecha,
fueron signos inequívocos de mi rebeldía a tono con la época. También mi guitarra
y las canciones de Liverpool. Algún pito de marihuana también, aunque sin
excesos. Viajaba en tren por el país a reuniones y conciertos y hacía el amor... hasta
que decidí hacer la guerra. La represión contra el cabello largo de mis amigos
provocó el primer chispazo. De las reuniones distendidas pasamos a las críticas a la
dictadura que nos había privado de toda libertad, que había arrollado al gobierno
que daba a las pobres trajes de bodas y sillas de rueda a los paralíticos. La
conspiración me fue envolviendo y comencé por llevar mensajes a los clandestinos,
seguí repartiendo instrucciones secretas y terminé escondiendo las armas de la
rebelión debajo de la cama de mi madre. Comencé a componer canciones y a hacer
el amor desenfrenadamente, pero, sobretodo, a conocer las armas. No tardó el
momento de la represión en llegar a mí. Allanaron el local nocturno donde cantaba
y yo, María, fui a dar con mis huesos y mi guitarra destrozada al calabozo donde
fui violada, preñada y despojada del hijo que un espermatozoide de alguno de los
esbirros fecundó en mí. La segunda decisión, cuando la dictadura cayó- después de
vagar infructuosamente en busca del hijo perdido- fue viajar a Otawa con el
pretexto de hacerme conocer en el exterior, pero los resultados no fueron
alentadores. Terminé participando en orgías, donde el todos contra todos iba
aderezado con una circulación masiva de drogas. Hasta que regresé presurosa a mi
país cuando los organismos antinarcóticos comenzaron a prestarme atención más
de lo debido. Retorné a la música en los locales nocturnos en medio de una soledad
atroz, hasta que me fijé en el tímido pianista de gestos amanerados. Sin duda era
homosexual, lo que me pareció ideal para mi compañía. Una noche le propuse que
nos casáramos y, luego de aclarar que el sexo estaría ausente de la unión, -lo que
parecía innecesario- fuimos a la primera oficina que encontramos y legalizamos la
unión. En verdad ni siquiera llegamos a vivir juntos, pero desde ese momento mi
vinculación con los homosexuales se agigantó, convirtiéndose ellos en los grandes
protectores que tuve a lo largo de mi vida. Fue así como llegué a Caracas,
siguiendo un poco los pasos de mi hermano Lorenzo, quien tampoco ejercía la
hombría. Fue allí también donde decidí tener un hijo para sustituir a aquel perdido.
Hasta que apareció aquel hombre que desencadenó el amor en mí y puso bajo
cuestionamiento todas mis decisiones anteriores. Aceleré los trámites del divorcio
de mi marido-si así podía llamarse-e inicié un lento proceso de ruptura con el padre
de mi hijo. Tan lento que perdí el amor. Cuando decidí ir a buscarlo el avión de
Aerolíneas se estrelló en Santa Cruz de la Sierra y así en Bolivia terminó mi vida".
el anciano se movió en su trono
de fuego y los libros de la semi-
lla de mujer reposaron sobre las
rodillas...la humareda era densa
en el río del Juez...los sabios
entienden...la operación del error
viene de Eridanus para que la men-
tira ciegue y conduzca a la conde-
na...la salida está en el auriga
sentado sobre la Vía Lactea...semi-
lla de mujer a Philologus...

DENDERAH

Detrás de la liebre el perro, detrás del perro el lobo, detrás del lobo el león,
detrás del león la serpiente, sobre la serpiente la copa. Gira el zodíaco de Denderah
en sus cinco círculos con el ave de alas abiertas que parece esperar el arribo del
violín. El centauro porta en la mano izquierda la semilla de mujer, la semilla con
voluntad y misión, pasando el dragón y el pez, el arquero y las balanzas, hacia
Philologus donde la cópula fertilizadora se realiza, donde los sexos se entrelazan,
donde corren los poderes germinadores del coito, donde se ha decidido que sea en
Scorpio que la semilla de mujer tome forma y sea halada hacia la vida en carne y
llanto. Y llora la que será llamada Leshaa, con Ramus Pomifer brillando y el cordón
umbilical enrollado como Unuk, la que circunda. La semilla de mujer tiene cabello
en abundancia con un mechón en forma de rayo sobre la frente, oscura la piel y
moreteadas las uñas, leves rayas los ojos cerrados, la que sale, la que se vierte, la
que tiene una rajadura violácea, como la punta de la gran cola del cuidador de las
entradas.
Fémina para aprender la condición del alma masculina, en las anteriores
ocasiones oportunidad desperdiciada, para inhalar con los nuevos métodos y los
portentosos avances la permanencia de lo humano hasta bajar al inframundo y subir
hacia las constelaciones donde está escrita la parábola. Del tormento del aire y la
desazón comprimida, a cumplir el aprendizaje, la transmisión de los códigos, la
enervación de los senos, la pose para los fotógrafos , el arribo del caprichoso que
puede ayudar, si se enamora, a soportar los castigos infringidos como precio a la
muerte. Exhibe el culo en los túneles de energía, la turgencia de las pequeñas tetas
apuntadas hacia Orión en los microfilmes individuales, muéstrate, preséntate,
confunde, encabrita, desahoga. Con ello vé a ejercer el libre albedrío que te queda,
que la mentira está sembrada para provocar la confusión, crece semilla de mujer
con escasos parámetros, ejerce tu condición a plenitud en los nuevos tiempos
humanos, aprende del alma masculina como misión a medir cuando regreses a la
pirámide de cristal, a los ascensores y a las categorías, cuando será que puedas
hablar o cuando ya no puedas comunicarte. Conocerás de Tauro cuando
Menkilinon una las cabras y puedas percibir en las noches claras a Nath y mates a
una de ellas y el castigo te llegue y recomiences, cansada y agobiada, a vivir bajo la
experiencia de las idas anteriores.

INCERTUM 2 O AL ESCORPIÓN LE SALE OTRA PINZA:


circular o semicircular a quien carajo le importa, esperando en la esquina que
llegue y no llega o convirtiendo la locura en cordura y viceversa, desgarrando los
entretelones o quemando el telón primero para que los aguafiestas saquen el
segundo y los luminitos se descoquen ensayando colores atraviliarios o en la
oscuridad para que nadie vea los guiones, hay que destrozar el escenario
reventarlo llenarlo de mierda para que la representación tome visos de
verosimilitud, lo irreal no existe, la realidad es ésta que representamos con vestes
de seda o desnudos o con la cara maquillada de polvo de arroz y las pelucas las
sacamos no de los depósitos sino que son los depósitos mismos y las mujeres
hacen de hombre para aprender y los hombres hacen de mujeres para aprender y
aprehender los efluvios del techo que se mueve con animales y vegemines en la
cúpula copulan y nosotros actores imitamos somos panderetas, en una pata
sostenemos la cabeza del león los sonidos de las estrellas lejanas en círculo
abcdefghijk doremifasolasi en el que viene en el inmenso sonido orquestal en las
pisadas marcadas en el piso con tiza como un tizón para que los pies no
provoquen confusión alalimón quien pretende algún sentido quien diablos se
permita hablar de absurdo deberá ser ejecutado de inmediato bajo una
inundación de peste humana de diez millones de actuaciones de los guiones viejos
o de los nuevos en los que sólo cambia femenino por masculino o viceversa, vaya
Ud. a saber, y los avances de la ciencia vamos a clonar vamos todos a aprender
los palabreos pero sin excesos que van a llover signos negros sobre los paraguas
de los halcones y van a infectar el contenido de la copa que la culebra lleva
¿quien hace de culebra ? el grito resuena en la respuesta de millones de actores
¿quien quiere este personaje ? y un silencio impresionante confunde las letras
terasl los nombres de los más jodidos y el crimen y la pasión y la magia y las
pócimas para agüantar esta larga actuación de la carne rediviva podrida y
vomitada desde los antiguos que se la pasaban mirando la cúpula y la cópula y
llenaron el cielo de actores que se mueven cada 25 mil años para jorungarnos la
actuación a nosotros que debemos movernos cada venturosa medición de tiempo,
saltan las butacas las sillas los sofás los bancos con los actores arriba qué le
agarran las bolas al toro los cuernos a la cabra el cuerno al unicornio y el dedo
en el pico del cuervo, vaya Ud. a saber como está escrito el parlamento si es que
escrito está aunque hay quien lo asegure y asegure que organiza y distribuye y
encomienda y manda a hacer cosas a los personajes y recibe de ellos los mensajes
de cómo quiere que se le escriba la actuación de esta carne y hasta los clonan de
personajes anteriores asklkdUKQW NDOPT esta actuación donde
90'¡48klFWH89014 desde los remotos inicios en que se acostaron en la grama a
mirar hacia arriba y se metieron en la podredumbre de las mucosas y en la
gangrena de los aceites interiores según dicen desde el otro lado se mira con
curiosidad las actuaciones y se baja a actuar como un castigo hasta que no haya
más necesidad de actuar seguramente esa es otra actuación,
másgriegacosmopolitapersahindúconstantinopolizada de íconos que terminaron
venciendo para que hubiese que ver en la medianía de esta mediocre
mediatización de la actuación mediatizada como elemento fundamental de andar
por ahí sonreir comer cagar y hacer el sexo y ver desde arriba para volver para
abajo como dicen hasta las probetas actúan y hay quien manipula genes YO
QUIERO CONSTRUIR LA QUIMERA dice se perdió la página un extraño viento
confunde las hojas un signo en rebelión anda rajando cual virus relajado las
relaciones relatadas del teatro y patas arriba y patas abajo
aFRWAdnjÑDOPERQDño.

En las vecindades estarán todos, con el poder se pueden hacer versiones, las
mujeres que lloraban en la pirámide lloraron en la cárcel y llorarán de nuevo, el que
se fue en la barca buscando en el gran mar volvió en un avión a cambiar y se irá en
una nave espacial que no despegará, el del inmenso dominio fue el que decidió los
vejámenes y el reparto indiscriminado de los seres inocentes e intentará la suprema
forma del injerto, la procesión fúnebre se reflejó en los gritos de la muerte en la
mazmorra y volverá, la amante fiel fue violada por los sicarios y sobre el sexo
exterminará al que sostenía la serpiente. Uno fue otro y será de nuevo alguien,
siempre en las cercanías, en el grupo, almas que se conocen y se reencuentran, esta
vez casi en roles idénticos para que la semilla de mujer se nutra y crezca de tanta
cercanía con las mismas condiciones, dé origen a otra y así hasta que pueda
quedarse en la pirámide de cristal y ya no vuelva, seminal, a la carne del castigo, a
la carne que se corrompe y pudre, hasta que suba a las categoría donde la
comunicación con los mortales está vedada. Las formas de piedra de piedra
volvieron a ser y ahora de cristal serán,de metal eran muchas de las vestimentas que
fueron de algodón y de metal vuelven a ser, del ruido sobre la madera del andar de
las rocas al de los carros de combate sobre orugas al crujir monótono de los
motores a reacción, de las callejuelas a las avenidas a las grandes vías eléctricas de
ultravelocidad, de los suaves pechos morenos de pezones rosados a los suaves
pechos morenos de pezones rosados y a los suaves pechos morenos de pezones
rosados, de la privacidad del poderoso a la abundancia de los amantes y a la
abundancia de amantes más los libidinosos que los ven en carteles y en films. Vetas
permanentes de la semilla de mujer serán enriquecidas pero permanentes seguirán,
peplo, cíngulo, clámides, cucurucha, cola, brial, gola, gorguera, basquiña, calzones,
pantaletas, en la fila larga sosteniendo la copa, desnudez de todo sobre los juncos
trenzados y la paja ablandada, sobre los colchones de agua que se mueven y en las
superficies de aire con resistencia calculada, desde el dominio suave hasta el de la
confrontación hasta el de la pasiva complicidad.

Así, desde el halcón del largo penacho para que encuentre al que salva y entrega
y tal vez la primavera aún sobre Philologus donde las estaciones se perdieron y el
Alción presida la mesa del jurado para el brillo de Orión y el poder justiciero de su
espada y la estrella que nació de mujer pueda hacerse fértil tal vez girando en
espiral a la gran velocidad de los signos con el clamor de quien gime.

EL EJERCITO DE ESCORPIONES

Bajaron las paredes con sigilo y prisa, sosteniéndose unos a otros en los
insterticios de las piedras y parecieron inmunes al calor del desierto. Se formaron
en dos largas hileras, como manchas de arena mal molida por los vientos. El que
estaba sobre Selket saltó y mostró la voluntad de encabezar la procesión mientras
aquella penetró el espacio central una vez confirmada la desaparición del oxígeno y
la presencia indiscutible de la muerte. Comenzaron a andar sin rumbo aparente,
pero la evidencia de un objetivo se fue patentizando en la medida en que las filas
parecían disminuir y los que quedaban cerraban los vacíos como si el poderoso
muerto y la amada confundidos en la serenidad de la bóveda celeste les impusieran
el destino. Salían seguros hacia la carne y se hundían a buscar lugar, se recogían en
las entradas de los laberintos y parecían desaparecer en el blandor de lo femenino.
Las hembras se mimetizaban como adormecidas, en el descanso que sería
interrumpido por los buscadores de los viajes que despertarían a los machos al
cumplimiento del deber y a la inevitable cópula devoradora. A medida que las filas
disminuían, Selket parecía evaporarse en medio del terrible calor, se hacía vapor en
medio de la turbulencia de la arena hirviente.

Se lanzaban al agua desde las rocas perforadas por las algas podridas y hacían
filas entre la espuma de la costa de la isla. Apenas las primeras pinzas afloraban
semejantes a dos caminos de piedras trazados con precisión sobre la solidez del
agua. Los gritos ahogados parecían reflotar de los vientres desinflados de las
mujeres prisioneras. Entre las dos hileras comenzaron a pasar las sombras
deformes, a veces de brazos hinchados y de cabezas hundidas, a veces de largos
dedos que semejaban raíces desprovistas de troncos o marejadas de vómitos. El
zumbido de las sombras se entremezclaba con las olas serruchadas por las pinzas,
mientras la luz de los reflectores de la prisión parecían concentrarse en el centro
demarcado por las dos hileras. Las filas se fueron estrechando a medida que uno a
uno se separaban y las sombras se difuminaban como concentrándose en una sola.
Con la sal impregnándolos fueron encontrando su lugar, aquietándose en las bocas
húmedas de las entradas. Las hembras arquearon levemente las púas cuando
comenzaron a ubicarse en la espera.

La presión de las pinzas aflojó los ventanales y comenzaron a arrojarse al vacío,


uno tras otro, con una decisión retomada luego de la vacilación inicial del líder ante
la esfumación de Albumazer. En el espacio quedaron inmóviles por momentos
formando dos grandes hileras, brillando como estrellas, hasta que entre ellos se
sintió el tránsito de una fuerza poderosa. Comenzaron, entonces, a moverse, como
un río, como una escolta de márgenes que contuviera una fuerza
momentáneamente disipada. A medida que alguno de ellos tomaba su propio
camino las filas se cerraban y la luz parecía hacerse líneas, tal como los túneles de
velocidad para los habitantes de Philologus en el momento de las horas topes a la
vista de algún habitante de los altos rascacielos. Un murmullo de voces parecía
desprenderse de la procesión, un rumor espeso y suave al mismo tiempo, casi como
un gemido de mujer en medio del silencio atroz de la absoluta soledad. Una mancha
blanca se mantenía al centro, tal como nube alumbrada por relámpagos. Fueron
perdiéndose en lontananza, disminuyéndose a medida que los machos ocupaban sus
lugares y las hembras, parsimoniosas, asumían la espera con leves movimientos.

24 de octubre
Pandinus, heterometrus, Alpha Scorpi, vejori, boreus, imperatur, gigantoscorpio,
paroructonus mesaensis, isometrus maculatus, diplocentrus hasethi, bothriurus
bonariensis, uroctonus modax, vaejovis boreus, capathicus, vittatus, hidruros, la
trituración de los carapachos, la masacre de las individualidades, la conformación
de los brillos, con las espigas de granos en la mano recibe el asentamiento del gran
escorpión, desde las sandalias sube a aposentarse en la faz de la naturaleza y
envolver los mares, con la forma del cabello que está sobre las paredes de los
templos, con el cabello negro que corre por la ciudad del gran río, con la
impaciencia de la mano que entra a socorrer la electricidad de los rayos en lluvia.
Semilla de mujer en cuerpo mixto para apuntar al lobo con la luz en la pata del
caballo, desde la pérdida y desde el caminar sobre el planeta. Mezcla, aplastamiento
con los mismos pies del vino, danza que preanuncia aquella que se librará en el
ombligo de la gran mujer de las muchas estrellas y en los muchos verdores de
muchos ombligos cada vez que alguien pretenda la gran entrada hacia el pus y los
muertos en harapos. Carapachos, pinzas, nombres, en la identificación, en la gran
marcha por el firmamento, en dos hileras hasta hacerse una, en akrab, bajo el pie
del amante que sostiene la serpiente sobre el río de los juicios. Uno a uno entran en
la otra fila para hacerse forma sobre la bóveda, en la danza que entrecruza, para
alargarse en línea que se curva y dibuja y adopta la gran púa y unos ojos y una
lengua bípeda y una gran pasión de batirse en los territorios de suaves vellos, en el
condimento humano, en los astros, con los vecinos perplejos, con los invasores que
pretenden encontrar la condición en el descenso para regresar a ver las
constelaciones hacerse humanas en el círculo de carne.
INCERTUM 3 O LA FORMACION DEL GRAN ESCORPION:
con esta carne que raspa hay un tornillo en la butaca y las manchas se mueven en
el papel y las letras se entrecruzan y yo me hago aquel y aquel se hace este otro y
desnudos en el escenario nos confundimos al ver para arriba donde los móviles
escenifican y la cabezas se vomitan, éste negro y espeso tinta negra actuación
desbordada, las manos se queman de luz mientras la oscuridad resplandece,
gemidos detrás del escenario que ha sido asumido como escenario, las ansias de
salir del teatro, hay fuego hay fuego huir los extintores los acomodadores que
también se desnudan o se visten con la ropa que los actores fueron dejando en los
pasillos. La actriz suprema abre las piernas y una lluvia de lacios cabellos y
trepamos huyendo, escalando, llenando de flores las rodillas adoloridas, los
huesos de las rodillas quieren irse solos al paseo de los huesos, las pisadas del
caballo retumban, el roce del escorpión al aposentarse produce cosquilleos en el
ombligo, y lanzamos papelillo y serpentinas y recaen enfermos e impresos y
corremos a leerlos moviéndonos al capricho del gran ventilador y debemos
contorsionarnos, actuar, el culebreo, los brazos flacos y peludos, el polvo cae
sobre los cabellos y no nos detenemos en la lectura, en este recitar que tuerce los
cuellos y produce llagas con el calor de estos actores frenéticos y la
escenificación exige trepar por los lacios cabellos del pubis de la gran semilla de
mujer que cayó del techo y nos vamos haciendo dos hileras paralelas y nos
pasamos de una fila a otra y es una crineja, un menjurje baboso
oqwjdxQRNUXADQUIO la lengua se estira la lengua se enrolla y de ella el
primer llanto que siempre es el primero aparece pataleando en la confusión de la
escena, orden, orden, a retomar los guiones, a limpiarse los culos con esos
papeles amargos que harán arder los esfínteres, así se leerá mierda, se actuará
mierda, se untará mierda, los jabones para refregarlos en las paredes, el agua
para movilizar la gran cagada de los actores de la cúpula que han metido la pata,
la semilla de mujer, la semilla, la cáscara tostada de romper con los dientes, dura
como caparazón de escorpión, arcionosa, envolvente de todos lejos pero allí está
bcbasncqy con paticas y bracitos y dientecitos inmensas patas desmesurados
brazos dientes de la dimensión de astro.
LAS HISTORIAS

Las rarísimas flores se amontonaban en la habitación donde la niña recién nacida


era festejada. No faltaban encajes ni abundantes trajecitos, juguetes para niños de
otras edades, abrazos y congratulaciones. Estaba "todo el mundo", como
acostumbraba decirse en aquel selecto círculo de la ciudad-planeta. Era una niña
menuda, de escaso peso y de finos rasgos. "Se llamará Leshaa", proclamaba el
orgulloso padre exhibiendo la riqueza conquistada en los días de la explotación
planetaria. Había asumido los riesgos de la aventura espacial y había triunfado. La
riqueza no podía ocultar algunas rudezas, pero él y su familia habían sido aceptados
sin dificultades en el coto cerrado, en el grupo que mantenía privilegios en la
organización social y celebraba connubios y nacimientos con extravagancia.
Apenas la niña creció lo necesario comenzó a viajar con sus padres. Así visitó las
colonias, recorrió asteroides y lunas, pudo enterarse de todo lo que la raza humana
había edificado luego del último derrumbe y empezó a sentir que podía tomar y
dejar a voluntad. Lo demostró con creces en una juventud de precoces decisiones
que la llevaron a vagabundear incesantemente por los caminos espaciales pero
también por los brazos de muchos hombres. Una posibilidad de detenerse había
sido el modelaje, asumido por casualidad, una consecuencia no esperada de unas
fotos tomadas por uno de los tantos amigos en una noche de juerga. Cuando se lo
propusieron el padre acababa de morir y el impacto tuvo un peso determinante en
que pensara en anclarse en alguna parte. En aquel medio repitió los modos de
conducta que la venían caracterizando anteriormente, procurando que el
aturdimiento le impidiera pensar. No obstante, había hecho esfuerzos importantes
por mejorar en la profesión escogida, se había asesorado bien y hecho algunos
cursos, todo lo que, unido a su belleza, había confluido en un éxito previsible, pero
Leshaa Akrab persistía en el aturdimiento como la manera de pasar la vida. Huyó
del amor cada vez que éste apareció en su camino suplantándolo con la
prosmicuidad, se regocijó en aparecer como una mujer mundana ante los ojos de
quienes se le acercaban y sus decisiones contradictorias de última hora las cubría
dando excusas. La vida junto a su familia la aburría, aunque pasase allí el menor
tiempo posible y tratase escasamente a la madre y a las tías, quienes, por lo demás,
no interferían para nada en la vida de Leshaa con el convencimiento del efecto
inmediato que cualquier observación tendría, ninguno distinto de una mudanza
inmediata. Leshaa asemejaba así a un cometa de los tantos que frecuentaban los
cielos de la ciudad-planeta, una luz cuya velocidad impedía la visión detallada
debida a todo aquello que resplandece. Ofiuco Megeros logró captar su atención
porque era distinto, no parecía dispuesto a participar en el juego con que Leshaa
envolvía a sus amigos y mantenía ante ella una calma que la sorprendía. Sin
percibirlo lo frecuentó cada vez con mayor frecuencia hasta que se encontró
envuelta en una relación de pareja que había esquivado siempre. La extrañeza del
hombre la mantuvo cercana, como una nave espacial que rompe con las
computadoras y se acerca a un astro no programado, pero cuyo enigma se
convierte en imán poderoso en medio de la soledad del universo.

Ofiuco había arribado a la compañía donde prestaba sus servicios reclutado de


entre los más brillantes prospectos de la Universidad Espacial. Había dedicado su
temprana juventud al estudio y la concentración lo había hecho prematuramente
maduro, por lo que a nadie extrañó su importante posición en el avanzado proyecto
que le fue encomendado. Lo asumió a tiempo completo, sin permitirse
distracciones, lo que aumentó la reserva y el misterio que lo rodeaba. Todo cambió
cuando conoció a la modelo Leshaa Akrab junto a las turbinas que se presentaban
en aquel acto de la empresa. Estaba allí, ligeramente recostada, envuelta en un
enigma que lo fascinó. Cuando supo que la mujer había preguntado por él confirmó
que el intenso intercambio de miradas tenía un preciso sentido y tomó una de las
decisiones más difíciles de su vida, abordarla. Al contrario de sus temores iniciales
el tratamiento fue fluido y las invitaciones aceptadas. Ofiuco percibió el amor por
vez primera en su vida y comenzó a trazar planes para compartir la vida con la
fascinante morena que le producía emociones más intensas que las de ver despegar
los cohetes desde su caseta de observación en el centro espacial, pero los planes
eran rechazados proponiendo siempre la mujer continuar como estaban, verse
cuando las ocupaciones propias de una modelo lo permitiesen, hacer el amor
cuando no hubiese necesidad de cuidarse de moretones en el cuerpo. Ofiuco
comenzó a mostrar cambios importantes de carácter que no escaparon a la
percepción de sus superiores. El hombre comenzaba a percibir la vida. Ya no era el
estudio o el trabajo, había afuera un mundo de contradicciones y dolores para el
cual no estaba preparado, un mundo hasta entonces ajeno, un entrelazado complejo
llamado mujer de cuya comprensión había estado al margen. Algunas cosas había
aprendido, como los cambios bruscos en Leshaa durante la menstruación, como
aquel dar y quitar incesante al que no conseguía explicación ninguna. Los
proyectos de trabajo comenzaron a desarrollarse conforme a las menstruaciones y
los caprichos y la vida asumió un color de contradicción y desazón. La vida estaba
afuera, en los otros, en la turgencia de unos senos y las propias palpitaciones del
amor tampoco eran cuestión interna sino alteración profunda proveniente de la
persona amada. No era la vida una decisión personal, eran otros los que decidían en
gran medida, especialmente aquel ser extraño y dominador llamado mujer que no
había percibido en la Universidad ni en los tiempos iniciales de la compañía
espacial. Ofiuco se sentía alterado, pero incapaz de zafarse continuó la relación
como Leshaa quería, con irregularidades e intervalos, amándola en las raras
ocasiones y soportando nervioso los habituales rechazos. Ofiuco se había
convertido en el producto de Leshaa Akrab, en el resultado de una personalidad y
de una concepción de vida, en una masa informe manipulable y sin voluntad.
Cuando la mujer se mostró especialmente extraña supo de un nuevo sentimiento,
los celos, y la confirmación de una nueva persona en la vida de la modelo lo hizo
violento. "Se llama Tamiat" fue la frase que multiplicó las amenazas, estremeció a
la serpiente y despertó al escorpión.

Tamiat era rudo, personalidad acorde con su cuerpo prominente y musculoso.


Brillante ingeniero genético había alcanzado una fama gradual por sus
manipulaciones y también por sus frecuentes altercados con subordinados y
amigos. Practicante de los deportes y de la bronca lo era también de las mujeres
sumando a sus logros científicos una larga historia de aventuras amorosas.
Personalidad desconcertante que se disparaba a la menor contradicción sólo por su
inocultable talento había conservado la posición que tenía. Cuando vio a Leshaa
Akrab decidió incorporarla a su colección personal y no necesitó de mucho tiempo
para precisar que la mujer se sentía atraida por su fortaleza, en evidente
contraposición con las debilidades de Ofiuco Megeros a quien, en más de una
ocasión, descubrió espiándolo a la entrada del complejo científico. Tamiat le dio
fuerza y hasta violencia en el sexo y una indiferencia rayana con el cinismo en lo
que a la parte afectiva se refería. Leshaa creía tenerlo todo, en Ofiuco el amor y en
el ingeniero genético la perversidad de los placeres llevados a límites enfermizos.
Pero en la mente de Tamiat se fueron consolidando todas las vestes de la violencia
y el fastidioso Megeros se le fue haciendo insoportable en la medida en que Leshaa
se negaba a dejarlo, alegando lástima y hasta confesando vestigios de amor. Tamiat
comenzó a sentir una pasión inédita que lo impulsaba a poseer a Leshaa como una
venganza a las salidas de ésta con Ofiuco y en su mente deforme comenzó a anidar
la idea del crimen. Tamiat descubría la vida, una que le era impuesta, por vez
primera, por una mujer, por aquel sexo que había en el pasado usado y desusado a
su real voluntad, pero también el deseo de la muerte ajena. Leshaa trataba de
complacerlo hasta que, sintiéndose incapaz de tomar una decisión, le propuso
aceptar su relación con Ofiuco, de conocerlo para que probase a comprender.
Leshaa había desatado el mecanismo fatal. Tamiat comenzó a evadirla y la mujer a
sentir la falta de las caricias fuertes y desenfrenadas. Lentamente fue aceptando la
idea de una liberación del amor, o de aquel senti- miento extraño por Ofiuco, en la
desaparición física del enamorado ingeniero espacial. Tamiat utilizó la habilidad de
su talento en el manejo de los genes para desenfrenar nuevas pasiones en Leshaa,
recurrió a todos sus conocimientos para llegar a cada célula de la mujer, hasta que
ella misma propuso el camino. El deseo hirviente cual lava de estrella comenzó a
tomar formas y procedimientos, a sumar aliados, a buscar mecanismos de
concresión. Tamiat, orgulloso, se sentía satisfecho de haber vencido a Leshaa. Ella
comenzaba a disfrutar de lo que creía su personal instrumentación del hombre
grande y fuerte. La prudencia que exhibía Tamiat llamaba la atención. Se había
convertido en un hombre silencioso y prudente, había dejado de gritar en el
laboratorio y las noticias de sus altercados en los bares brillaban por ausencia. La
explicación sobre un enamoramiento del ingeniero genético corrió como astronave
de nueva generación entre todos aquellos que lo conocían. Tamiat había
descubierto en la vida lo que lo llevaba hacia la muerte. Del sexo de Leshaa Akrab
había extraído los elementos finales de su destrucción, se había conformado
finalmente como lo que habría de ser en la ciudad-planeta. La tentación de los
cielos aguardaba y los astros tomaban el lugar del reacomodo.
INCERTUM 4 O EL FIN DEL APRENDIZAJE:
debemos representar lo que no está escrito, revisen todos los parloteos guiones
libretos los espacios entre las letras en el interior de las letras entre las lineas
entre las páginas en el aire de los pulmones del lenguaje en las uñas en los dedos
en los vellos de los pubis, en todas partes, allí encontraremos los diálogos y los
monólogos, la eterna condición, esta mierda que se divide en personajes, abran la
cúpula que se abre y miremos arriba en el lenguaje superior que ya sabemos,
escojamos las lineas y lianas divisorias y con un borrador borremos, más allá del
tiempo de los tiempos verbales, abran, el espectáculo debe dirimirse a pedradas
con zanguijuelas y tumores reventados, fhjch9ryccy, pongamos espacios en blanco
actuemos en blanco, en esta representación que hemos asumido, quién diablos
eres tú, dijiste que venías de quien sabe donde, enciendan los rayos láser para
que unan el escenario principal con aquel otro que también es principal,
secundarios, colguémonos de los rayos con parapente pendejos pendulan en esta
inexistencia, la representación debe ser real, borren todo comencemos en blanco
sin nada brrrrrrrrr la lengua blanca produce en blanco el lenguaje debe ser
blanco y no oirse, corten todo acaben con todo limen las guayas, como el láser
podremos pasar las manos en lenguaje sin que nada quede.
LESHAA REGRESA A CASA

Leshaa se recogió a si misma e intentó el regreso. Se preguntó si estaba completa


y ante la duda se detuvo en la puerta. La ventana continuaba entreabierta y creyó
que desde las nubes del amanecer podía escuchar todavía la voz de Albumazer.
Abrió la puerta y miró el llavero. Intentó traspasarla pero sus piernas se quedaron
aunque sintió la sensación de haber salido. Miró la cama con las sábanas revueltas,
las paredes indiferentes y el espejo viejo cruzado de vetas de tiempo. Se llevó la
mano al rostro y comprobó que mantenía la tersura. Se devolvió aún con dudas y
pudo verse en el espejo. Sus cabellos no habían blanqueado, sus manos
conservaban la piel tirante y en las comisuras no había arrugas. Sin embargo, no
sintió alivio. Se preguntó como podía mirarse adentro y con la uña se tocó el
ombligo. Pensó en su vida y los recuerdos se amontonaron como escombros, unos
sobre otros, los amantes, las noches de juerga, los desvaríos, los vagabundeos por
las rutas sin fin, las relaciones con la madre, la muerte del padre y hasta creyó ver
unas rarísimas flores en una habitación de hospital. Añoró el regazo tibio, se sintió
mecida y el llanto interior mermó. El ruido del líquido la sumergió en un torpor de
burbujas y se sintió segura. Movió las manitas y se fue diluyendo. Hasta que los
gritos asomaron y las sirenas volvieron y los falos penetraron y se vistió
estrafalariamente y tocó la guitarra y el bamboleo en los brazos de su madre la
calmaron y las burbujas volvieron y la sensación de estar protegida se le impregnó
en los labios en una sal agradable que semejaba alimento. Intentó de nuevo salir
pero la detuvo el placer y las noticias de palacio pasaron ante sus ojos tranquilos y
sintió que le faltaba la respiración y se dejó ir hasta el río donde la esperaba una
canoa para cruzar y un zagual para impulsarse.
sintió que el actor la miraba y ella lo miraba y se daban la mano y corrían por el
proscenio y se entregaban en las butacas donde los espectadores les cedían
gentilmente las sillas y habló todas las lenguas y ya no tuvo miedo de decir que le
eran extrañas porque en verdad no lo eran, cambió los guiones y dijo yo soy
María cuando el hombre le aseguró no temas y sonrió satisfecha cuando aseguró
con voz ronca soy Albumazer y se cambiaron los vestidos y se hizo nube en
evaporada, que soy alquimista y mis secretos antiguos como las verdades y el
coro se vistió de negro como se hacía en los tiempos de un extraño pueblo y las
voces que se oyeron eran de aquellos, la danza batiendo las manos cxj0qwrfnb
batiendo, y la confusión fue claridad, siempre lo había sido, claroscuro donde
está la oscuridad lleva la claridad, donde está la claridad lleva la oscuridad, los
guiones al aire que aire son, sin las manos ocupadas el lenguaje brota, que en
esta torre no hay confusión y Leshaa se expresó y una inmensa página en blanco
caía sobre el teatro como sábana.
Leshaa abandonó el edificio y le pareció sentir el ruido de los escorpiones
desplazándose por la arena, por el río, por el aire, en filas paralelas y los signos de
los astros que se agrupaban y proferían destellos y se sintió mujer en el repentino
encuentro con un mundo. Escuchó las voces que revisaban en el gran libro, el
rumor de la corriente, el murmullo de las páginas de otros libros, la sensación de
parto y la velocidad del tiempo desde el rostro arrugado de Albumazer, buscó
incesantemente el camino hacia el norte y luego hacia el sur y preguntó para
obtener como respuesta que nadie sabía el destino final. Entonó la voz y percibió
que sobre Philologus continuaba cayendo la lluvia de Scorpius X-R1.
ponte ese vestido de poderoso y tú la veste blanca que el blanco viene y lo borra
todo y debemos adecuarnos a la lluvia extensa que envuelve y protege y cuando
llega el fin quien nos inventó encerrará todo y se marchará bella Leshaa mía,
María de mis amores, esclava mía pacienzuda del amor increíble y del placer a
borbotones, él se irá y nosotros quedaremos como papel de pergamino sin tinta de
pulpo, como plástico transparente sin huella de computadora, como hoja sin los
arrebatos violentos de máquina de escribir, actuemos mientras podamos que
mañana nos joderemos.
Leshaa entró en el túnel de alta velocidad y la serpiente entró en guardia y se
sintió desnuda sobre la cama del albergue provisorio. Millones de computadoras se
conectaban con el cerebro central. Cuando bajó en las cercanías de su casa le
pareció que un torso de caballo la acariciaba desde arriba. Capela con su color de
leche teñía de blanco el resplandor de los negros cabellos y la calma se fue
extendiendo bajo la orden superior del espectáculo, hacia los puentes con prisa de
llegar, en retroceso, hacia atrás, a buscar la primera palabra, el origen, el motivo,
Leshaa retrocedía el laberinto, el moco resbaloso, el amor del escorpión y una tibia
modorra comenzó a envolverla.
hacia atrás hacia los puentes desde donde se ven los reflejos en los espejos del
agua y las burbujas se deshacen en espuma moviendo el escenario, retroceso,
busquemos la primera y titulemos, primer actor vístete que tu desnudez ofende a
las damas aquí presentes y a los caballeros conservadores, que la concha marina
cubra ese pubis atraviliario y que esos encendidos cabellos en cascada se recojan
en un cuadro, pongamos orden resumámonos integrémonos comencemos con la
danza sobre este escenario de vieja calle en la madrugada con las paredes
inclinadas que parecen querer aplastar aquella entrada de madera y cristal y las
luces de las grandes ventanas viejas se orienten hacia quienes bailan y esa
hermosa falda de faralao sea petrificada en suspenso por una fotografía únete a
mi tú únete a aquel sean masculino y femenina que así nos inventaron, saquen
esas cajas vacías destruyan esas carpetas viejas que se nos puede pegar el olor a
rancio.
Leshaa tomó el túnel ascendente y dio la orden verbal de números de piso y
apartamento.Bastaría un segundo para estar en casa. Entró al cuarto y se dirigió
directamente hacia el espejo. Estaba sudada y con evidencias de cansancio.
Lentamente dejó caer sobre la cama el bolso de cuero, con una leve inclinación del
hombro, pero sin quitar la vista al reflejo de sí misma.
GLOSARIO

De los títulos
I.-
Nekyia: todo viaje místico de la mitología universal, visita al mundo subterráneo; para alcanzar
las esferas luminosas de los mundos superiores es necesario bajar primero al fondo de los
infiernos inferiores; la nekyia descansa en un plano mental, es un descenso al infierno de la
mente.
Kairos: el momento preciso para iniciar la nekyia por una puerta estrecha.
Centruroides limpidus: especie de escorpión.
Incertum: la primera pinza del escorpión; no enteramente visible.
Katabasis: un preciso momento en el descenso hacia los infiernos interiores.
Pedipalpo: relativo al escorpión (y a los arácnidos en general); cada uno de los palpos en forma
de patas.
Dedalus: laberinto por el cual se baja; en el origen de la palabra teatro.
Asterion: en algunos mitos, el minotauro; estrella de cinco puntas. El centro del mundo
subterráneo.
Bardo: la espera antes de la elevación.
Anabasis: el recorrido por los círculos planetarios de las regiones interiores y de allí a los
planos de la jerarquía celeste.
II.-
Albumazer: mago, astrólogo y alquimista de probable existencia en la remota antiguedad en las
cortes de los Califas de Grendad.
Isidis: la constelación de Escorpio en copto.
III.-
Eridanus: en la constelación de Tauro, el río del juez.
Macla: asociación simétrica de dos o más cristales de una misma especie mineral.
Denderah: el antiguo zodíaco de Denderah (de aproximadamente 2000 años antes de Cristo).
De los nombres de los personajes principales:
Leshaa Akrab: En hebreo, Akrab, nombre de la constelación de Escorpio; Leshaa, en caldeo
(Lesha), la púa del escorpión. Las estrellas de la cola de Escorpio son tambien llamadas leshaa.
Ofiuco Megeros: De Ophiuchus, de la constelación de Escorpio; es quien sostiene es sus manos
la serpiente y es mordido en un tobillo por el escorpión al que trata de aplastar con su otro pie.
Megeros, nombre de una estrella de esta constelación; significa "el competidor".
Tamiat: Por Tiamat, en Babilonia, creador de monstruos que entraron en rebelión contra los
dioses.

INDICE

I.-NEKYIA
Kairos......................
Centruorides limpidus.......
Incertum....................
Katabasis...................
Pedipalpo...................
Dedalus.....................
Asterion....................
Bardo.......................
Anabasis....................
II.-ALBUMAZER
Philologus..................
Isidis......................
Estrella azul...............
El parto de Leshaa..........
III.-ERIDANUS
Macla.......................
Denderah....................
El ejército de escorpiones..
Las historias...............
Leshaa regresa a casa.......
GLOSARIO....................

También podría gustarte