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El Estado no cumple ni su propia ley. Es sabido que siempre fue maestro en violar las
reglas que él mismo creó, no dudando en practicar cualquier crimen en interés propio
por muy horrendo que sea.
En el caso de los “presos entre muros”, basta una simple ojeada a la prensa de 1994 a
1996 para verificar la escandalosa violación sistemática de los “derechos de los presos”.
Huelgas de hambre, huelgas de trabajo, cartas y comunicados contestando y resistiendo
ante tan cruel realidad,… formaron parte de la cotidianidad de los detenidos en esa
época. Es en este ambiente en el que, por orden de la cúpula estatal, se provocó a los
presos, quienes tuvieron una reacción espontánea. Se distribuyeron psicotrópicos fuera
de la “dieta” habitual, y el director interino de la Dirección General de Servicios
Penitenciarios, en “diálogo” con los presos justamente indignados, demostró su total
desprecio por ellos. Esta sería la chispa que encendería la mecha.
Cómo es posible que, con total descaro, trece años después, venga el Estado
pretendiendo culpar a 25 detenidos de esa época, acusándolos en procedimiento judicial
de motín, incendio y daños. Alega el Ministerio público que los presos empezaron a
organizarse con luchas a base de huelgas de hambre y de trabajo dos semanas antes del
23 de marzo. ¡Pretenden de este modo silenciar el contexto de corrupción, impunidad y
de graves violaciones de la dignidad humana, así como las luchas de resistencia
ocurridas en los dos años anteriores!…
¡La lucha por la dignidad y por la libertad jamás podrá ser contenida, sea en prisión o en
la calle.!
1994: Agitaciones
Mil novecientos noventa y cuartro comenzó en las prisiones portuguesas bajo el signo
de la lucha y la protesta. Con la simple observación de los primeros episodios nadie
hubiera dicho que las agitaciones iban a alcanzar niveles hasta entonces desconocidos
en el universo penitenciario portugués.
En enero, 18 presos de la cárcel de Coimbra entraron en huelga de hambre
reivindicando su acercamiento a prisiones de su lugares de origen y denunciaron el trato
administrado por los responsables del presidio sin resultados prácticos, viéndose el 1 de
marzo 7 de ellos en la tesitura de retomar la huelga luchando por los mismos objetivos.
Paralelamente, implicados en el “caso FUP-FP25” (proceso político a la izquierda
revolucionaria en la que se la acusaba de delitos terroristas por un periodo de lucha en el
que se realizaron atentados, atracos, etc…) mantienen hasta febrero otra huelga de
hambre iniciada las navidades anteriores, reivindicando la refundición de sus penas.
En los 20 años transcurridos desde el fin de la dictadura – 25 de abril de 1974 – hubo
muchas luchas en las prisiones portuguesas motivadas por las condiciones carcelarias.
Las que alcanzaron mayor impacto público tuvieron como protagonistas a encausados
en procesos judiciales de cariz político – presos de los casos PRP y FUP/FP-25 –
confinados en aislamiento, quienes vieron substancialmente mejoradas sus condiciones
de reclusión como resultado de dichas huelgas de hambre.
Mientras tanto, durante estos años, fueron innumerables las luchas llevadas a cabo por
reclusos designados como “delincuentes comunes”. Aunque menos divulgadas – casi
siempre silenciadas – algunas tenían por motivo la defensa de los intereses de la
población reclusa en general, otras, razones personales: acercamiento a prisiones más
próximas a los lugares donde vivían las familias de los reclusos, problemas de salud,
protestas contra el maltrato por parte de los responsables de las cárceles y
movilizaciones para presionar a favor de aprobación de amnistías.
De todas esas luchas es oportuno destacar el motín de 1985 en Vale de Judeus, con
origen en las palizas sistemáticas infligidas por los guardias a los presos; el motín de la
prisión de Lisboa en 1987, provocado por la reacción espontánea de los presos ante el
apaleamiento de un preso por parte de los guardias en el “redondo” (punto central de la
cárcel, observable desde todas las alas de esta prisión) 15 minutos después de haber sida
exhibida la película Terminator a través del circuito interno de televisión, en una época
en la que estaba prohibida la tenencia de aparatos de TV en las celdas; y el conflicto que
llevaría a la destitución del director, sub-director, médico y de todos los jefes y varios
carceleros de la prisión de Linhó, tras la muerte en 1989 de un preso en régimen 111;
además de muchos otros motines.
La suma de estas experiencias de lucha – en un momento en el que la superpoblación
penitenciaria alcanzaba el punto de ruptura – se manifestó de forma innovadora el 15 de
marzo de 1994 con una “huelga de hambre en protesta contra las condiciones
penitenciarias y una lucha por los derechos otorgados en la Constitución de la República
Portuguesa no respetados en las prisiones del país”
El Reducto Norte del Fuerte de Caxias era uno de los Centros Penitenciarios donde la
superpoblación alcanzaba proporciones más elevadas. Celdas individuales albergaban a
3 presos, en cámaras construidas para 6 se amontonaban 14 – dos de los cuales dormían
en colchones en el suelo -,… Este exceso acababa por tener consecuencias en todos los
demás ámbitos de la cárcel; desde los servicios administrativos a la asistencia médica,
pasando por las visitas, hasta incluso las salidas al patio. La que fuera conocida como la
prisión de los presos políticos de la dictadura, siendo escenario de la liberación de
centenares de ellos os días siguientes al 25 de abril, se encontraba al borde del colapso.
En este ambiente, la revuelta fue aumentando y tomando forma.
Mientras elaboraban la “declaración inicial”, que serviría para difundir la lucha fuera de
los muros, y discutían los “principios básicos” por lo cuales todos los huelguistas se
debían guiar durante la huelga de hambre, los presos integrantes del grupo impulsor
iban trabajando en las medidas necesarias para conseguir la disponibilidad de los
restantes en la participación en la lucha. La semana anterior al estallido de la huelga un
manifiesto promovido por los portadores de enfermedades infecto-contagiosas,
contestando a la falta de tratamiento, fue suscrito por la práctica totalidad de los presos
de esta cárcel. Se dispuso tácticamente no involucrar desde el principio a todos los
presos disponibles para participar en la huelga, para contrarrestar el efecto que hasta
entonces había tenido este tipo de luchas: primero entraban en huelga un grupo
numeroso el primer día, se reducía a mitad del día siguiente y al final una semana
después se había reducido la huelga a dos o tres presos solamente de los que la había
iniciado.
Las entradas en esta huelga de hambre serían progresivas: 30 presos al principio, otros
30 dos días después, y así sucesivamente.
Aprovechando para la difusión de la protesta la nueva dinámica informativa, surgida
con la aparición de los canales privados de televisión, el grupo de 30 presos del Fuerte
de Caxias que inició la huelga de hambre, rápidamente dio a conocer a todos, sobretodo
a la población reclusa – que no participaba en la lucha pero que consumía televisión 24
horas al día – las grandes líneas del proceso que se iniciaba.
Es de destacar que los telediarios de ese día, sin excepción, abrieron con la grabación de
la voz de un preso leyendo extractos de la declaración que exponía los motivos de la
lucha (las cassetes habían sido entregadas horas antes en las redacciones de varios
canales de TV y de las principales emisoras de radio).
Dos días después, la Dirección General de Servicios Penitenciarios reconoce que los
presos en lucha sobrepasan la centena en varios centros penitenciarios del país, cuando
en realidad para esa fecha eran muchos más. Mientras tanto, tras la entrada en huelga
del segundo grupo de 30 presos de Caxias , el movimiento alcanza proporciones
significativas, dando nuevo impulso a los indecisos y arrastrando a la lucha a las
prisiones regionales.
No se sabe con certeza cuántos presos llegaron a estar involucrados, pero se confirmó
mientras la lucha sucedía que, por ejemplo, en el C. P. de Vale dos Judeus, un sistema de
turnos permitía mantener permanentemente en 100 el número de huelguistas de hambre.
Es en este Centro Penitenciario donde ocurre el único incidente relevante: el 17 de
marzo, los huelguistas impiden la entrada en uno de los módulos de un carro de
transporte de comidas.
Repuestos de la sorpresa, los responsables de los Servicios Penitenciarios, ordenan
traslados, aíslan a los huelguistas de los reclusos restantes en varios centros, dificultan
las visitas e intentan desviar la atención de los motivos de la protesta mediante
declaraciones públicas falsas. Pero fueron aun más lejos; Carlos Pereira fue trasladado
en huelga de hambre de Vale de Judeus a la penitenciaria de Coimbra el 18 de marzo y
aparece muerto al día siguiente en una celda de los sótanos de esta cárcel (hasta hoy no
se conocen las conclusiones de la investigación judicial de las circunstancias de esta
muerte).
En los principios básicos de la lucha iniciada en el Fuerte de Caxias se había subrayado
la tónica de “respetar el orden y la disciplina de la cárcel”, y no parar la huelga hasta el
ingreso en el Hospital penitenciario: “cuanto más rápido nos trasladen al hospital, antes
se encontrarán las soluciones para la huelga” estaba escrito.
Se apostaba por el colapso del Hospital penitenciario para obligar a que los inevitables
ingresos posteriores se llevaran a cabo en hospitales civiles, presionando la apertura de
negociaciones. Once días después es trasladado al Hospital de Santa María el primer
preso en huelga de hambre por falta de camas en el Hospital penitenciario. Algunas
horas después el interno se evadió.
Al día siguiente el Director General de Servicios Penitenciarios, Fernando Duarte – que
había ascendido al cargo 8 años antes, tras la muerte a tiros de su antecesor – muy
presionado por los responsables políticos, se reúne en el Fuerte de Caxias con los
huelguistas de dicha prisión. Les promete no sólo la satisfacción de todas las
reivindicaciones del movimiento y el regreso de los trasladados durante la lucha sino
también la garantía de aprobación en el parlamento de una amnistía conmemorativa del
vigésimo aniversario del 25 de abril, que, por efecto de la reducción de las penas,
reduciría la superpoblación de las prisiones a los niveles normales. Los presos que se
reunieron con él tomaron la decisión no de terminar la lucha, sino de suspender la
huelga de hambre hasta el 25 de abril. No pensaron que estaban siendo engañados, toda
vez que el mencionado director no tenía poder para cumplir las promesas hechas, e
ignoraron algunos de los principios básicos de la lucha – probablemente aquellos que
daban más garantías de éxito - : “En las negociaciones todos han de ser escuchados, si
no nos dejaran reunirnos ni paramos ni negociamos” y “los representantes no tienen
funciones deliberativas; en las decisiones hemos de ser escuchados todos y todos
tenemos que participar”. Los que se mantenían en huelga de hambre en las restantes
prisiones acabaron por conocer vía radio y televisión la decisión de suspender la huelga
y los términos acordados.
Con esta suspensión los presos inician la preparación de una segunda fase en las
protestas. Para centrar de nuevo la discusión pública en los temas de la declaración
inicial de la lucha, de momento perdida en favor de la amnistía, elaborar “avisos” que
tratan de manera separada los puntos designados y constituyen una gran denuncia de las
pésimas condiciones de reclusión en Portugal. Nunca la población reclusa procedió a
tan minucioso y perturbador estudio, en forma de avisos, de las condiciones de
reclusión en el país: en este aviso son abordados, por separado, superpoblación,
inconstitucionalidades, salud, trabajo en prisión y ocupación del tiempo, justicia y
derecho al amor.
Los diversos avisos son enviados de uno en uno a partir del 6 de abril a los órganos de
soberanía del Estado, grupos parlamentarios, partidos políticos, responsables religiosos,
centrales sindicales y a los órganos de comunicación social en general: diarios,
semanarios, radios y televisiones… Sólo un diario y una emisora de radio informan
sobre el primer “aviso”. El resto de avisos fueron completamente silenciados. Ya al final
de la lucha, a mediados de mayo, una edición facsímil de los avisos fue editada por
grupos de solidaridad con los presos. El último de los avisos, fechado el 13 de abril,
titulado “síntesis”, analizaba esta etapa de la lucha y destacaba “antes que nada, el
silencio sepulcral que los envolvió”. Anunciaba una paralización del trabajo, con el
rechazo de la alimentación el día 18 de abril y rechazo de visitas con huelga de silencio
hacia el exterior para el 25 de abril, “para que la necesidad de este debate se instale de
nuevo en la sociedad portuguesa”.
A pesar de la adhesión masiva al rechazo al trabajo en las prisiones y a negarse a la
alimentación, el debate sería virtualmente sepultado. Días después es aprobada una
amnistía que librea a más de 1.500 presos de las cárceles, debilitando la posición de los
pocos que el 26 de abril retomaron la huelga de hambre, toda vez que la mayoría de las
condiciones que motivaron la lucha no habían sido modificadas. El 13 de mayo cuatro
huelguistas ingresados en el Hospital de Caxias enviaron un mensaje al Fuerte en el que
dan por terminada la acciones de protesta y lucha: “El silencio de la prensa es general y
en estas condiciones no era justo prolongar la lucha. Se ha conseguido lo que se ha
conseguido y no se puede decir que sea poco”. El Director General de los Servicios
Penitenciarios es substituido del cargo, días después, por un juez, Marques Ferreira.
Una lectura rápida del gráfico evolutivo de la población reclusa entre mayo de 1994 –
cuando por la aprobación de la amnistía como resultado de la lucha llevada a cabo, que
había aliviado en cerca de 2000 presos la superpobladas prisiones, redujo su población
total a 9.750 – y diciembre de 1995, demuestra que la población reclusa aumentó a
12.250 presos. Cabe señalar que Marques Ferreira tomó posesión en junio de 1994
como director general abandonando el cargo en enero de 1996. en estos 19 meses la
población aumentó en 2.500 presos, 500 más de los 11.750 existentes en mayo de 1994,
antes de la amnistía, cuando la superpoblación había sido el principal motivo para el
estallido de la mayor lucha de presos en las cárceles portuguesas hasta entonces.
Marques Ferreira aguantaría poco tiempo la fuerte resistencia de los intereses afectados,
abandonando inesperadamente el cargo, no sin antes dejar públicamente un diagnóstico.
“el sistema penitenciario ha tocado fondo y necesita una renovación total”.
A modo de epílogo
La ley es la herramienta del Estado/Capital para defender el orden existente con el fin
de que unos dominen y exploten a otros en este miserable y podrido mundo organizado
por las ideas del dominio. Pretender que las normas de aquellos que nos detienen nos
sean alguna vez beneficiosas es digno de suicidio.
Quien encarcela a las personas, encima en condiciones extremadamente crueles y
sujetas a engordar las estadísticas de mortalidad, no puede esperar menos que revueltas
sistemáticas, sean las que fueren.
No pretendemos mitificar a los presos, sino manifestar nuestro profundo repudio a tan
terrible institución, así como criticar las teorías defendidas por esta hipócrita y
civilizada sociedad-prisión que afirma la imposibilidad de la vida social sin la existencia
de esta execrable institución.
Queremos un mundo sin prisiones y tal cosa es exigible, pero para eso, obviamente es
necesario romper con la domesticación, pensar por uno mismo, subvertir las mentes
anquilosadas por los gérmenes del dominio y luchar contra lo existente para que ocurra
un cambio radical, esto es, que vaya a la raíz de los problemas sociales. Lo que no es
admisible es este sistema con todas sus guerras, ecocidios, explotación del ser humano
por el ser humano, el robo de nuestras vidas, desigualdades sociales creadoras de
hambre y miseria y otras inmensas barbaridades, incluida la prisión.
Luchar por el fin de las prisiones implica luchar por el fin de este putrefacto sistema en
general que construye las prisiones.
(…)
“La lucha por la amnistía o el perdón alargado que está siendo reivindicado
formalmente es muy pobre comparado con el contenido general de la revuelta. En la
constante revuelta abierta estampada en la cara – pese a las coacciones, la droga
distribuida por el Estado a los presos, el sofisticado conductismo pavloviano, y las
draconianas represalias – con las contundentes invectivas contra la institución carcelaria
en sí, es donde está la bella poesía y la riqueza de esta revuelta.
Obviamente, cuando los acusados son reclusos, el caso cambia de cara: hay que
mantener a raya a la chusma. Para eso está el Ministerio Público, el Santo Oficio del
Estado de Derecho.
El sabio Pimentel, celoso defensor del orden de la democracia, se alza contra el hecho
de que los presos protestaran. O sea, la democracia del Dr. Pimentel parece extraída de
los elevados pensamientos filosóficos del Coronel Tapioca (¿recordáis las aventuras de
Tintín?). unas protestas que se arrastraban desde 1994 y que, parece olvidarse, llevaron
a la dimisión de un Director General (¿recordáis al demócrata Fernando Duarte?).
En líneas generales, los reclusos son acusados de haberse negado a entrar en las celdas.
Se olvida pues el digno magistrado que el Decreto-Ley 265/79 prohíbe la
superpoblación, siendo legítima la negativa de los presos a entrar en las celdas.
Que fue tácticamente incorrecta (aunque legítima) la negativa a entrar en las celdas,
parece, a más de un año de distancia, perfectamente pacífica en el entendimiento de los
varios sectores y tendencias en el movimiento de los presos. No era aquel el momento
adecuado, pero de forma clara e inequívoca debemos prestar nuestra entera solidaridad a
los 25 de Caxias. La ACED (Asociación Contra la Exclusión y por el Desarrollo),
además, decidió patrocinar gratuitamente la defensa de uno de los acusados. Pero,
curiosidad entre curiosidades, las acusaciones más terroríficas están dirigidas contra
reclusos que no hicieron nada de aquello a lo que pomposamente llaman alteraciones
del orden y de la seguridad.
Al no querer dialogar con los amotinados y, más grave aun, al comandar personalmente
(y sobre el terreno) la carga represiva, el actual Director General de los Servicios
Penitenciarios se embarcó (consciente o inconscientemente) en una de las mayores
aberraciones cometidas contra los derechos de ciudadanía de los detenidos. Creó con
ese acto una situación irreversible materializada en un darse la espalda permanente entre
el movimiento de los reclusos y los responsables penitenciarios. Ese precedente en nada
favorecía el necesario entendimiento que podría llevar a un acuerdo para el cambio, tan
necesario para la descomplejización del problema penitenciario. Más grave aun es que
un anónimo delegado del Ministerio Público de las proximidades de la Capital diera
cobertura (¿corporativa?) a una diatriba, un insulto contra la inteligencia de las
personas, a una aberración a la verdad histórica.
Fuera del proceso quedan los pistoleros que hicieron el trabajo de zapa, incitando a la
negativa a entrar en las celdas, fustigando hipotéticos motines armados en preparación,
ocultándose tras las siglas sin rostro (o de rostro oscuro) de un movimiento Alfa o de un
Foro de Prisiones, o aun, en el ingenuo (y fútil) verbalismo del PAR (Proyecto de
Apoyo al Recluso, entidad para la defensa de los presos) en su fase infantil e inicial.
En todo este proceso (kafkiano, cuanto menos) – con una lectura atenta y objetiva – se
podría invertir el orden natural de las cosas (según la versión de quien manda). En el
banquillo de los acusados deberían estar los verdaderos responsables. Los dirigentes
penitenciarios y el detentador de la manida justicia que, valientemente, vivió el motín
desde la comodidad del bar de los carceleros del Hospital Penitenciario, a unos buenos
seguros metros del epicentro de los acontecimientos. Son ellos los responsables por la
degradación y deshumanización en la que viven (y mueren) los ciudadanos en
cumplimento de medidas privativas de libertad.