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La noticia del óbito del homónimo en Madrid se mezclaba con los pobres
trago de agua contaminada para no seguir la suerte de los miles que ya se habían
muerto.
De nuevo las imágenes le traían la muerte a la mesa: una eslava que había sido
par de kilómetros era un rumor intermitente, como de olas. Rafael con su pijama
Rafael Trujillo andaba por los cincuenta. Como no fue muy buen estudiante
pero nació con temple de ánimo, su padre le enseñó el oficio y de muy jovencito se
hizo cargo del negocio. El trabajo le espantó las pocas novias que tuvo hasta que
conoció a Candela. Hicieron muchos planes de futuro pero la autovía que dejó el
porvenir de la pareja.
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casualidad. De jovencita le había entrado afición por los misterios del más allá y el
gusto por el otro mundo oyendo programas nocturnos en la radio. Para entender el
Candela del otro lado del teléfono un chapurreo ininteligible que le sonó a inglés. Con
Rafael vio el cielo abierto. Sobre su mesa una propuesta de compra fantástica.
del ramo estaba interesada en absorber una empresa familiar de dudoso futuro. Pero
había una pega, al cabo de treinta días recibiría la visita de un auditor que debería
Las cifras estaban claras: el último ejercicio daba números rojos; a un mes vista
le faltaba una docena de decesos para cuadrar el balance. Tenía de plazo hasta finales
de mayo para conseguirlos. Treinta días, mal contados. Treinta días, doce muertos.
Parecía el título de una película de serie B, pero esa era la única solución.
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los asilos y hospitales el ritmo de fallecimientos de los ancianos llevaba unos meses
algo flojo: un invierno cálido, campañas preventivas de vacunación contra la gripe, una
empresa familiar.
Y procuraba hacer frente a todo el cambio empresarial con más voluntad que
éxito. De ahí que solicitara a un amigo de la infancia la avioneta que usaba para
fumigar los campos de arroz con el fin de esparcir las cenizas por el valle del
Guadalquivir.
próspero negocio que le había proporcionado una vida cómoda no habían sido los
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autovía que circunvalaba el pueblo y había convertido los doce kilómetros que lo
Por otra parte, ¡cómo iba El Caminito a competir con las multinacionales del
la opción de vender, Trujillo, al que dios no le había dado un hijo que continuara la
falta tan sólo de cuadrar los números. Doce muertos, sólo doce muertos y podría decir
de sí mismo que había pasado a mejor vida. No era el momento para rendirse.
Aquella noche durmió mal. Soñó que iba en un barco y una tempestad lo hizo
zozobrar. A duras penas alcanzó un islote y allí estaba Candela, la concubina del jefe de
una tribu indígena. Rafael sintió sed. En esas, despertó. Se fijó en el cuerpo de Candela
entre las sábanas y se juró a si mismo que conseguiría vender el negocio. Se lo debía.
multiplicaba las horas para atender a los clientes y dejarlos con esa media sonrisa en
los labios que tanto gustaba a los deudos. En ocasiones hasta practicaba con mechas,
Los últimos días resultaron un sin vivir. Sin querer, la película con la síntesis de
su vida se le repetía en una especie de bucle en la cabeza todo el tiempo. Ahí estaban
cuentas. Había logrado arañar once decesos. Faltaba uno, sólo uno. Y eso que repasó
una por una las fuentes habituales de suministro de fallecidos y realizó un escrutinio
Se acordó de Pablo Zambrano, un golfo que había tenido sus más y sus menos
con la pareja de la guardia civil del pueblo por algún que otro hurto, conducción
euros, todos sus ahorros, si despachaba al Braulio, un indigente infeliz que malvivía de
las sobras que le llevaban al parque donde llevaba años durmiendo entre cartones sin
El aplauso del público lo sobresaltó. Abrió los ojos y vio cómo Candela se
interesaba por la historia de una abuela que se encontraba con sus nietos venidos de
Dicho y hecho. La llevó a la ciudad y entre copas y risas olvidaron por una noche
los problemas. De vuelta a casa, de madrugada, hicieron el amor muy despacio porque
hacía tiempo que les agobiaban las preocupaciones y porque estaban un poco
borrachos.
Si Candela se achispó aquella noche fue por matar las penas de un presente
inestable y un futuro incierto. Y por amor. También fue eso lo que la empujó a
comentar sus vicisitudes diarias, y que elevaba las facturas telefónicas y el enfado de
Rafael, y que esta le había recomendado una pócima o bebedizo que le serviría para
números, los trámites funerarios rutinarios, entierro rápido y toda la vida por delante
para abrir un local de belleza en Marbella o en una calle elegante en Madrid. A saber si
mejor día para morirse y que la hora del prime time llamaría menos la atención. Un
y cadáver al tanatorio.
cama. El efecto fue fulminante. Como habían previsto, el médico no sospechó y tras
Rafael se había encargado de habilitar tres agujeros al ataúd para que sirvieran de
respiradero.
tanatorio donde quedaría instalada la capilla ardiente. Allí recibiría la visita de deudos
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y allegados hasta la hora del entierro, doce horas más tarde, en el cementerio
municipal. Punto y final. Bueno, y aparte, porque tras el simulacro, Trujillo debería
Lo que ni por asomo estaba en el plan era que aquel mismo día se pusieran en
huelga los trabajadores del sector y que se encerraran en el tanatorio de la SE-30 para
reclamar de las empresas de pompas fúnebres de la provincia una revisión al alza del
hasta que las justas reivindicaciones de los trabajadores fueran atendidas. La protesta
desencuentro. Tras las primeras 24 horas la Delegación del Gobierno decidió actuar y
recibida por los huelguistas al grito de “¡Esquiroles!” y la contienda terminó con varios
resurrección.
buscado. Rafal empezó a sudar. Los huelguistas hacían sonar sus pitos a la puerta del
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cementerio y coreaban frases contra Zapatero y la patronal. Los deudos luchaban por
No tuvo tiempo de prevenir del error. Rafael vio cómo la caja color cerezo con
impidió. El humo negro de la chimenea del horno permanecerá para siempre en sus
pupilas.