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LA
ESCAMA
DEL
DRAGON
Enrique Guerrero de la Torre
Ilustraciones: Manuel Montes
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Primera Edición: 2008
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PROLOGO
Este relato nos invita a imaginar, pensar y crear otros mundos; requisito
imprescindible para trabajar en todo proyecto cuya propuesta sea el “animar a leer”.
Esto pasa irremediablemente por explorar, crear, imaginar, jugar, reflexionar...
acompañando todo ello con actividades que podemos realizar en colaboración con otros.
Los sueños de la imaginación, que nos ofrece “La escama del Dragón”, quizás
no sean compatibles con la realidad, pero si en el trayecto de su lectura se ha pensado,
se ha penetrado en el interior de sí mismo , de los demás y de las cosas, sin lugar a
dudas el viaje habrá merecido la pena, y tendremos un nuevo “adepto” a la causa de la
“lectura”.
El relato posee amplias posibilidades para su utilización en las aulas; tanto como
un elemento motivador para el estudio de diferentes climas, culturas, .... como para
trabajar la lectura desde un punto de vista de la psicolingüística. En este último aspecto,
las actividades que acompañan al cuento constituyen un buen banco de recursos para
trabajar la conciencia fonológica, las estrategias de anticipación del lector, la
integración de significados de las frases en el texto, la argumentación....
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A Montse.
“ Pequeña,
rosa,
rosa pequeña,
a veces,
diminuta y desnuda
parece
que en una mano mía
cabes,…
(Pablo Neruda)
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Índice:
1.- El comienzo..........................................................................................11
2.- La historia del anciano ....................................................................17
3.- El gran encuentro.............................................................................27
4.- El regalo del anciano........................................................................37
5.- Hacia el desierto..............................................................................39
6.- Pero los problemas no acaban.........................................................51
7.-Bucros...................................................................................................57
8.-¿Castillo o posada?.............................................................................61
9.-Ursus.....................................................................................................65
10.-¿Sería hoy el gran día?....................................................................71
11.-El relato del explorador..................................................................77
12.-El gran descubrimiento...................................................................79
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Hola. Primero de todo déjame que me presente. Me llamo
Enrique y quisiera contarte una historia que viene narrándose en
mi familia desde hace mucho tiempo, y que cada noche del 17 de
Agosto se cuenta al tiempo que nos comemos los postres de una
cena en la que nos reunimos todos los miembros que
pertenecemos a ella y que queremos escucharla. Este año me toca
contarla a mí, y quisiera que nos acompañaras. ¿Te apetece? Si
es así, ponte cómodo y vamos a empezar.
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1.- El comienzo
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Los dos enamorados, junto con sus compañeros de viaje,
prepararon todo lo necesario para el mismo. Iba a ser un viaje
maravilloso: estarían los dos juntos, harían las mismas cosas,
viajarían por los mismos sitios, andarían por los mismos caminos,
comerían los mismos alimentos,...
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terminaremos nuestro viaje hasta que lo encontremos. Por cierto,
¿ha visto usted a un dragón? Necesitamos conseguir una escama
de dicho animal para poder casarnos.
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—Yo mismo estuve a punto de no salir. Si tenéis tiempo os
puedo contar mi historia y así preveniros de lo que os puede
pasar cuando lo crucéis.
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2.- La historia del anciano.
Eran los peores días de mi vida. Pero tenía que seguir con
mi trabajo para poder vivir. A los quince días del fallecimiento
tenía que realizar un viaje para comprar nuevas mercancías para
mi negocio. Lo comencé y tras una semana llegué al límite del
desierto. Iba solo, y estaba triste. El recuerdo de mi querida
esposa era mi compañía a cada momento. Me acordaba de ella
minuto tras minuto.
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Las huellas que iba dejando mi caballo se borraban, pero no por-
que hiciera viento, sino que los granos de arena se movían por sí
solas. Es más, cuando pisaba ahora ni siquiera dejaba las huellas.
¡Pero si era arena, alguna señal tenía que dejar! ¿Dónde estaban
las huellas? Todas habían desaparecido.
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El caballero y la princesa, al escuchar estas palabras se
miraron a los ojos y sonrieron a la vez. El anciano no podía con-
tener las lágrimas. Se secó los ojos.
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Yo hice lo mismo con las mías y cada uno siguió su viaje por su
ruta. La despedida se convirtió en un simple adiós.
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Extrañado, fui observando todo lo que había a mi alrede-
dor. Veía bonitos tapices decorándolo todo, y una mesa con reci-
pientes que contenían agua y comida, sobre todo frutos secos.
Mi cuerpo me pedía insistentemente algo de comer y beber.
Me acerqué a la mesa y comencé a comer dátiles y beber agua.
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Pasé un par de días más con ellos, aprovechándome de su
hospitalidad, y partí de allí no sin antes agradecerles todo lo que
habían hecho por mí. Evidentemente les di mi dirección y los invi-
té a que pasaran por mi casa, ya que los consideré a partir de ese
momento, como parte de mi familia.
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3.- El gran encuentro.
Todo lo que veía era bonito: los paisajes con campos ver-
des, riachuelos con agua cristalina, los bosques con una gran
variedad de árboles que permitían alimentarse de ellos. Todo
estaba muy bien.
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fuese un asado, sino carne achicharrada. Pensé que quizás
hubiese allí algún tipo de volcán, o fumarola, pero no olía a azu-
fre, que es lo normal que sucede cerca de uno. Además, no veía
ninguna columna de humo alzándose. Esto era de lo más raro.
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le pasaba. Fui escudriñando cada metro de su cuerpo. El dragón
seguía respirando de forma entrecortada. Me acerqué tanto que
le toqué la cabeza. No se movió. De su hocico salía un aire muy
caliente. Seguí buscando por su cuerpo algo que me indicara el
porqué estaba así. Lo descubrí cuando llegué a las patas traseras.
Una gran estaca (para mí era una gran estaca, porque para
él podía haber sido una espina) estaba clavada en el muslo de su
pata derecha. Supongo que se la clavaría al ir de caza para poder
comer. De eso haría ya algunos días, puesto que la herida tenía
muy mal aspecto.
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Joaquín y el anciano se rieron de la ocurrencia de la prin-
cesa. El anciano continuó.
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A su alrededor sólo había tres cosas que pudieran servir de
alimento: un caballo, una mula y... yo mismo. Rápidamente pensé:
mi caballo lo necesito para seguir mi camino, además, me salvó la
vida en el desierto. Yo no voy a ser su comida, así que lo único que
quedaba era la mula.
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Yo también me dormí.
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sera. Yo mantenía las distancias, es decir, me mantenía bastante
alejado, pero bastante, porque ignoraba lo que iba a suceder.
Aparte de asustado, que lo estaba y mucho, mi asombro al verlo
ya de pie, con todo lo grande que era, me mantenía mirándolo
absorto.
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4.- El regalo del anciano.
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5.- Hacia el desierto.
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Sin más tardanza comenzaron a viajar por el desierto. De
reojo miraban las huellas que dejaban sus caballos y se
aseguraban que seguían allí. El día avanzaba, al igual que ellos, y
llegó la hora de la comida. Hicieron un alto en el camino. Joaquín
organizó un poco a la gente y mientras preparaban algo para
alimentarse, él se volvió y deshizo parte del camino. Miraba hacia
la arena y podía ver las huellas. Esto le calmaba su inquietud.
Volvió al campamento y tranquilizó a Judit que también estaba
preocupada. Por ahora el camino lo estaban haciendo sin que
pasara nada extraño. Comieron ellos, los caballos y todos
descansaron un poco. Cuando el sol empezó a aflojar su
intensidad recogieron sus cosas y continuaron su camino.
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A la mañana siguiente, se levantaron, recogieron el
campamento y se dispusieron a seguir el camino. Primero había
que orientarse y para ello nada mejor que ver de dónde venían.
Buscaron las huellas del día anterior, pero no las encontraron.
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La espera se hacía interminable. Todos miraban al palo. Por
fin alguien gritó:
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Joaquín enseguida se dio cuenta de lo que pasaba: estaba
sufriendo la maldición del desierto. Él sabía que Judit estaba
triste. Esto le puso más nervioso. Aunque el anciano ya se lo había
advertido, era distinto que te lo contasen a que lo estuvieras
viviendo, y Judit lo estaba padeciendo. Tenía que encontrar el
modo de animarla, de devolverle la ilusión, porque de lo contrario
todos empezarían a ponerse tristes, a no tener ganas de conti-
nuar, a no tener ilusión por nada. Iba a ser una tarea difícil, por-
que él mismo también estaba sintiendo la tristeza y la desespe-
ranza. Intentó hablar con ella, recordarle el motivo de su viaje,
animarla diciéndole que volverían y que se casarían, que harían
una gran boda, que serían muy felices juntos. Todo fue en vano.
Nada le hacía sonreír, nada le animaba.
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Volvieron al campamento e informaron a Judit y a Joaquín
de su hallazgo. Sin tardar más de lo necesario recogieron las
cosas y todos juntos se encaminaron hasta ese lugar que daba
una esperanza de salida. Cuando llegaron se pusieron a explorar y
observaron que había una bajada que probablemente alcanzara el
fondo de la grieta. La anchura del camino sólo permitía ir de uno
en uno, en fila, y con mucho cuidado.
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—Hemos vuelto a ganar al desierto. Ya no nos podrá hacer nada
porque sabemos cómo ganarle en cuantas pruebas nos haga pasar.
De la inhóspita tierra
un reino surgió
señalando en paz nuevas fronteras
cuando la gente llegó.
Al primer rey
votando se nombró,
Pedro primero, el elegido,
así se le llamó.
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Vinieron tiempos duros,
porque el reino de la nada se creó,
pero poco a poco fuimos avanzando
teniendo todos mucho tesón.
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6.- Pero los problemas no acaban.
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Diciendo esto Joaquín empezó a vomitar. Ella le sujetó la
cabeza para aliviarlo. Joaquín se desmayó. Ella lo llamaba, pero él
no respondía. Enseguida los demás se acercaron para ofrecer su
ayuda. Entre varios lo cogieron y lo colocaron bajo un árbol, a la
sombra. Le pusieron en la frente paños mojados en agua. En la
caravana no había ningún médico, y estaban lejos de cualquier
ciudad donde poder encontrar alguno. Esto era algo que no tení-
an previsto. Con Joaquín en este estado no podían seguir. La úni-
ca solución era esperar, pero esperar qué, no sabían lo que le
pasaba ni cómo podían ayudarle. Cada cierto tiempo le cambiaban
los paños húmedos de la frente, le mojaban los labios e intenta-
ban despertarlo, pero seguía sin responder.
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Al tercer día, durante el descanso que hicieron para comer,
Joaquín pronunció el nombre de Judit. Fue un susurro, pero lo
suficiente para que ella, que estaba a su lado, lo escuchara.
¡Había despertado!
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una noche y no vieron ni ciudad, ni gente, ... ni nada. Durante el
segundo día tampoco vieron nada. ¡Otro día más y se quedarían
sin comida! Al mediodía del tercer día comenzaron a ver en la
lejanía una fina línea azul. Judit pidió a dos personas que se
adelantaran para ver lo que era. Al rato volvieron con la noticia
de haber visto un río. Por supuesto todos aceleraron el ritmo
para llegar lo antes posible. Mientras se acercaban, escuchaban
el inconfundible sonido de un río, de esa agua corriendo y
chocando contra las rocas, el sonido de esas pequeñas cascadas
que todos los ríos tienen. Por fin llegaron. Agua cristalina y
fresca corría por delante de ellos. Todos, hombres, mujeres,
animales, se metieron en el agua sin pensar si era un río profundo
o si hacían pié. Después del calor que habían pasado en el
desierto aquello era lo mejor que podían encontrarse. Se
salpicaban unos a otros, se hacían ahogadillas, algunos incluso
sacaron jabón y comenzaron a lavarse la cara, el pelo y ya que
estaban, acabaron por lavarse todo el cuerpo.
Rellenaron todos los odres que llevaban con esa agua cris-
talina y así se aseguraron que por ahora, por lo menos el agua no
faltaría. Pero la comida seguía siendo un problema. Sólo de agua
no se puede vivir. El haber encontrado el río sirvió para que todo
el mundo se animara, pero habría que encontrar comida antes de
que acabaran con todo lo que tenían. Decidieron que tenían que
seguir el camino y acordaron seguir la ribera del río con la espe-
ranza de encontrar pronto algún sitio habitado.
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7.- Bucros.
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poder pasar la noche y que tuviera una buena comida casera con
alimentos frescos y buena fruta. Preguntaron a los soldados qué
sitio les aconsejaban para comer y descansar, y ellos muy educa-
damente indicaron una buena posada que tenía de todo: camas
limpias, buena comida y bebida, buenas cuadras para los animales
y además era barata.
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Durante la espera del médico, el posadero les había traído
todo lo necesario para cenar: buen queso, estofado de cordero,
patatas, abundante pan,...y ambos comenzaron a comer. Un rato
después, les trajo los postres, preguntándoles si todo estaba a su
gusto.
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8.- ¿Castillo o Posada?
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—Fíjense ustedes que yo soy forastero en este reino, pero des-
de ese momento soy un seguidor del rey Ursus. A la semana de
venderme el castillo, él se trasladó a una pequeña casa a las
afueras de la ciudad, donde aún vive. Todas las ganancias las
repartió y él se quedó sólo con lo necesario para vivir. Todo ello
lo hizo por su pueblo, así que me impresionó tanto que incluso le
ofrecí trabajar conmigo, cosa que él aceptó. Nunca había visto un
rey que se ofreciera a trabajar para no cobrar impuestos a su
gente. Está trabajando en mi cocina, como uno más de mis
empleados, y lo único que hace es avisarme cuando no puede venir
a causa de tener algún acto oficial. Por supuesto que yo dejo que
se vaya cuando tiene algo, ya que como hombre y como rey lo
admiro muchísimo.
—Joaquín —dijo Judit—, creo que en este viaje nos vamos a lle-
var algo más que una escama de dragón. Estamos conociendo
mucha gente, y cada persona que conocemos es más interesante
que la anterior. Ahora debes hacer caso al médico y descansar.
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9.- Ursus.
—Tras hablar con nosotros, el médico nos dio una bolsa con una
mezcla de hierbas que servirían para reponer las fuerzas
perdidas debido a la enfermedad que ha sufrido. Es necesario
que se tome una infusión con esas hierbas un rato antes de tomar
cualquier alimento.
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Judit no salía de su asombro. Esa persona alta, de piel oscu-
ra, con ropa manchada por la cocina era el mismísimo rey Ursus.
—No, no, por favor, aunque soy el rey de estas tierras hace
mucho tiempo que la gente no me trata como tal. Soy un ciuda-
dano más que a veces tiene que tomar decisiones que pueden
afectar a todos, pero no quiero reverencias ni trato distinto al
resto de las personas que aquí vivimos. Dígame lo que necesita y
se lo traeré.
—Señorita...
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—Está bien, Ursus.
—Judit, ¿le parece bien esta olla? Es nueva. La compré ayer para
hacer un postre que se me ha ocurrido y que haré a lo largo de la
mañana para que esté terminado a la hora de comer. ¿Se que-
dará y lo probará?
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—¿Podría usted tapar la olla? La infusión necesita reposar un
rato.
—¿Era médico?
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—Gracias de nuevo —dijo Judit mientras atravesaba la puerta de
la cocina.
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10.- ¿Sería hoy el gran día?
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Terminaron de desayunar, le pagaron al posadero dándole
las gracias por todo lo que había hecho por ellos. Judit se acer-
có a la cocina con la esperanza de poder despedirse del rey
Ursus, pero no lo pudo hacer ya que el rey estaba en ese momen-
to en un acto de entrega de premios en una ciudad cercana. Joa-
quín y Judit le pidieron al posadero que cuando lo viese le diera
las gracias también a él.
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A medida que iba siguiendo el camino, el paisaje se iba tor-
nando más pedregoso, más ceniciento, más desértico. No veía
pájaros, ni animales que normalmente deberían estar por allí:
arañas, escolopendras, alacranes,...ni siquiera una mala serpiente.
Además, había un cierto olor que yo llamaría raro, como si se
hubiese quemado algo de carne, pero quemado a fondo, no como si
fuese un asado, sino carne achicharrada. Pensé que quizás
hubiese allí algún tipo de volcán, o fumarola, pero no olía a azu-
fre, que es lo normal que sucede cerca de uno. Además, no veía
ninguna columna de humo alzándose. Esto era de lo más raro.”
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De pronto oyeron dos caballos. Extrañados observaron que
se dirigían hacia ellos. Judit y Joaquín se asomaron. Cuando los
caballos estaban más cerca reconocieron a uno de los jinetes.
¡Era Airam!, el anciano que les había contado la historia del
dragón.
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De pronto, la voz de uno de los compañeros que se había
quedado de guardia vigilando el horizonte, avisó que se acercaba
un caballo a todo galope. Cuando estaba lo suficientemente cer-
ca vieron que se trataba de uno de los miembros del grupo que
faltaba. ¿Y el resto del grupo? ¿Habría pasado algo para impe-
dir que el resto volviese?
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11.- El relato del explorador.
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momento hubo algo que nos extrañó a todos: el olor que salía de
las cuevas. Cuando tú entras en una cueva, lo primero que huele
es a humedad, a sitio fresco, sin embargo, de las cuevas lo que
salía era un olor que nos recordaba al jardín del palacio en pri-
mavera, una mezcla de azahar, rosas y violetas. Por más que
mirábamos no veíamos ninguna planta que pudiese desprender
esos olores.
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12.- El gran descubrimiento.
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—Por ahora nada — contestó Tiína—, pero quedan muchas cuevas
por revisar y tenemos la esperanza de encontrar algo.
—Joaquín, Judit, ¿veis cómo brilla? Recuerdo que ese mismo bri-
llo lo tenía cuando estaba cerca del dragón. A medida que él se
alejó de mí, ese brillo se iba apagando.
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mero se quedaría en el campamento haciendo un recuento de los
alimentos y preparando los enseres para tener prevista la vuelta
en caso de encontrar al dragón. El segundo grupo iría con
Joaquín, Judit y Airam a buscarlo.
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El dragón abrió un poco los ojos y lo miró. Un débil sonido
salió de su garganta.
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Durante la cena Airam contaba que aquello era un cemen-
terio de dragones, que, al igual que existen cementerios de ele-
fantes, existe un lugar donde todos los dragones van a morir.
Ese lugar era éste. También explicó que el olor era producido por
la descomposición del cuerpo de los dragones. Al contrario que
pasaba con los demás animales, que cuando se descomponían olí-
an fatal, los dragones producían el olor a flores.
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cio que estaba todavía vacío, el espacio reservado para la hija de
Alfredo I, Judit y su futuro esposo, Joaquín.
De la inhóspita tierra
un reino surgió
señalando en paz nuevas fronteras
cuando la gente llegó.
Al primer rey
votando se nombró,
Pedro primero, el elegido,
así se le llamó.
Salieron de viaje
con mucha ilusión
y tras días de viaje
Airam apareció.
El camino indicaba
en un plano que dibujó,
montes, praderas, desiertos
todo lo que recordó.
Llegaron a un desierto,
difícil situación
ya que para cruzarlo
mucho trabajo costó.
Al final encontraron
con toda la emoción
aquello que buscaban:
la escama del dragón.
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