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Me habéis pedido que os apadrine en esta vuestra despedida del "Galileo" y del
bachillerato. Parece ser que lo habéis hecho porque esperabais un discurso cañero,
políticamente incorrecto, tal y como han venido siendo muchas de nuestras clases,
desde las de Ética de 4º, hasta la Historia de la Filosofía de 2º de bachillerato.
Intentaré no defraudaros.
Yo he sido vuestro profesor de Filosofía, una extraña asignatura que os he dicho que
consiste en un querer saber, una inquietud insobornable, un preguntar cual "mosca
cojonera" que se vuelve insoportable para los que están asentados en sus dogmas y
rutinas incuestionables. Desde esta perspectiva radical, desde esta raíz común que es la
Filosofía, os pido que no dejéis de preguntar, de buscar esos otros itinerarios
alternativos, que, como las carreteras secundarias, muchas veces nos ofrecen tesoros
insospechados. Un científico, como decía Ortega, no ha de olvidar que es un poeta, un
creador. Y un artista, con los actuales recursos tecnológicos, tiene que ser un hombre de
ingenio, un ingeniero. Y qué decir de médicos y biólogos. Son muchos los esfuerzos
dedicados al venerable afán de alargar la vida, pero bien podría hacerse algún esfuerzo
por ensancharla. No hace mucho oí decir que poco margen nos queda cuando lo que no
está prohibido... es obligatorio. Parece que un guardia estuviera diciéndonos
constantemente "circulen"... No sólo hay un carril. Hay múltiples caminos que sólo
esperan las atrevidas huellas del que quiera caminar.
A los futuros biólogos os digo que tendréis que perdonar la prepotencia de muchos de
nuestros antepasados cuya estrechez les llevó a pensar que la naturaleza no es más que
un almacén, por un lado, y un enorme vertedero, por otro. A cambio, podéis coger el
testigo de esos otros que vienen luchando por el cuidado del medio ambiente.
Pero si es importante luchar por defender el medio ambiente, yo os digo que es urgente
que emprendáis la lucha contra el miedo ambiente, una expresión del sociólogo
Zygmunt Bauman, ese abuelete entrañable, con una mirada exquisita y certera sobre la
modernidad, que ha sido recientemente nombrado Premio Príncipe de Asturias. El
miedo ambiente, ese miedo que se extiende como una pandemia, que nos paraliza y que
nos lleva a construir muros. Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín, los jóvenes de
entonces pensábamos esperanzados que se abrían las puertas de un futuro en paz y sin
temores. Por desgracia desde entonces se han levantado otros muchos, y me refiero
sobre todo a los muros mentales.
Pero tenéis un arma poderosísima para derribar muros y ensanchar horizontes: la red
de redes, Internet. Algunos agoreros llevan tiempo avisándonos de los peligros de la
red. Yo soy padre, y me preocupa, como a todos, el fácil acceso a contenidos
pornográficos, violentos o fanáticos en la red. Pero, sinceramente, a mí me preocupa
más la habitual presencia de la perversión, la manipulación y la ignorancia en la red de
información. Soy catedrático de filosofía y licenciado en antropología, y alguna vez me
han dicho que, si mezclamos ambas disciplinas tendríamos algo así como filantropía.
Siento deciros, sin embargo, que muchas veces el estudio del género humano, sobre
todo del más cercano, del prójimo, del vecino, me descorazona y me hace estar más
cerca de la misantropía. Decía Bernard Shaw: "cuanto más conozco a los hombres, más
quiero a mi perro". Pero hombre, tampoco vamos a caer en la zoofilia. Ciertamente me
interesan el ser humano y su querer saber. Quiero creer, pues, que, como decía
Aristóteles, "todos los seres humanos tienen el deseo de saber". Y quiero creer que, a
pesar de los estúpidos, hay muchos seres humanos que quieren saber y compartir su
saber. Pues bien, aquellos primeros filósofos que debatían en el ágora sobre lo humano
y lo divino, ni en el mejor de sus sueños pudieron imaginar que llegaría un tiempo,
nuestro tiempo, en el que algunos hombres conseguirían el diálogo total en esta aldea
global y en esta ágora virtual que es Internet. Y aquellos ilustrados que pretendieron
juntar todo el saber de su época en un proyecto enciclopédico, no podían ni imaginar
que llegaría un día en que la enciclopedia no sólo abarcase todo nuestro saber sobre la
realidad, sino que estaría tan viva y tan cambiante, tan renovada como la propia
realidad. Porque esa Wikipedia que algunos dinosaurios todavía miran con
desconfianza, no es sino el sueño cumplido del saber compartido, de esa verdad que,
como decía Averroes, se construye entre todos.
Decía que la red es un arma y, como todas las armas, es peligrosa. Pero que no nos
metan miedo con los peligros de la red. Como decía un manchego ilustre, el sociólogo
Manuel Castells, "Internet es un instrumento que desarrolla pero no cambia los
comportamientos, sino que los comportamientos se apropian de Internet y, por tanto,
se amplifican y se potencian a partir de lo que son.”
Vivimos, según él, en una sociedad red, y una red se construye con nudos. Algunos de
esos nudos son realmente cojonudos, con perdón, son nodos de información que se
comparte y redistribuye, aunque haya muchos otros macanudos, que más que sostener
una red, lo que sostienen es un descomunal enredo. Y es que conviene no olvidar que
una red muchas veces no es más que un conjunto de agujeros atados por una cuerda,
una red de vacíos y de ecos, como a veces es el caso de la vacía red social del parloteo.
En el último examen de este curso os puse la siguiente pregunta: "Decía Marx que, en
el sistema capitalista, el ser humano "está en lo suyo cuando no trabaja y cuando
trabaja no está en lo suyo". ¿Qué graves consecuencias tiene esto desde la
antropología marxista?". Muchos supisteis responder que la propuesta de Marx era
entender al ser humano como un homo faber más que como un homo sapiens, es decir,
como un trabajador, artesano o transformador de su entorno; y que si esto era así, la
situación que describe la frase de que en nuestro sistema nadie "está en lo suyo cuando
trabaja" no es otra cosa que lo que Marx entendía por alienación o enajenación: que en
aquello que debería de realizarnos, en lo que tendría que ser nuestra labor y nuestra
obra...nos sentimos ajenos.
Entre vuestras respuestas a la pregunta del examen hubo una que quisiera copiar aquí
-luego hablaremos sobre el arte de copiar-. Alba Ramírez, después de detectar el
problema desde la perspectiva de la antropología marxista, escribió, de regalo, el
siguiente comentario:
Las cosas siguen de forma estratégica siendo lo que eran en su momento. Desde
entonces millones de seres humanos comienzan trabajando sin vocación y terminan
trabajando sin satisfacción. Decimos que hemos progresado porque "aparentemente"
la calidad de vida ha mejorado, pero en realidad vendemos nuestro tiempo por dinero
hipotecando así nuestras vidas para poder hipotecar nuestras casas y después
comprar a plazos cosas que no necesitamos o que no usamos porque no tenemos
tiempo libre para usarlas. Sin embargo la gente acepta y aplaude al sistema. Aquí no
somos lo que somos, ni lo que hacemos, aquí somos lo que tenemos o simplemente no
sabemos quiénes somos […] Así estamos, así es como defendemos a este sistema e
invitamos a la gente a ser lo que no es, y luego les convencemos de que después de ser
lo que no son pueden ser lo que son; pero para eso, además de tener tiempo y
energía, hace falta tener "suerte": la suerte de no olvidar, matar o modificar a la
persona que realmente uno es, y eso es más complejo viviendo en una sociedad de
ambición y poder. La ambición no es inherente al ser humano, pero el egoísmo sí que
lo es y es una vía de propagación imparable para la ambición.
Trabajamos como lo que no somos y "matamos" a quienes somos, y aquí no hay otra
manera, lo demás es idealista, impensable o utópico. Así que decimos: "no te dediques
a esto", "no hagas eso", "eso no tiene salidas", "no llegarás a ningún lado"... y al decir
eso decimos: "No, no te atrevas a ser quien eres".
Hasta aquí las palabras de Alba. Pues bien, amigos, si algo quiero deciros esta tarde es
que os atreváis a ser quienes sois, que os atreváis a buscar en vuestro trabajo la labor
que os elabore, la realidad que os realice, y que no caigáis en la trampa de vender
vuestra vida a cambio de un dinero que puede comprarlo todo... menos vuestro ser en
el mundo, vuestro "ser así".
Como veis, he copiado, con su permiso, las palabras de Alba. Pues bien, como antes
adelantaba, quisiera aprovechar para hablar de ese arte tan denostado: el arte de
copiar. Algunos de los aquí presentes -y no me refiero sólo a los alumnos- estoy seguro
de que tienen alguna que otra deuda con la copia y el copiar. Aconsejaba Albert
Einstein: "no metas en la cabeza lo que puede caber en el bolsillo". No teman padres y
compañeros, que no voy a hacer ahora una apología de la chuleta. Aunque tampoco
estaría fuera de lugar. Eso sí: hoy Einstein tal vez diría: "no metas en la cabeza lo que
puede caber en un MP3." Son los tiempos de la chuleta virtual, lo cual no quita para que
uno haya visto en este curso a algún dinosaurio artesano, no ya de chuletas, sino de un
auténtico "chuletón de Ávila". Es de otra copia de la que ahora quiero hablar.
Así que no os invito a copiar, sino más bien a que dejéis que otros copien, utilicen,
transmitan y transformen vuestras obras. Pues vuestras obras, como las semillas, sólo
perduran replicándose.
Una última recomendación: haceos adultos, pero -aunque sea un poco tarde para
decíroslo- no os adulteréis, conservad prístina la rebeldía, ese "santo decir no", del que
hablaba Nietzsche, que es el único capaz de romper aquellos muros de los que
hablábamos. Pero acordaros también de decir sí, de autoafirmaros, dejando que hable
vuestra voluntad creadora, como ese niño que quiere jugar su juego. Hace un par de
años, en un acto como este, el alumno Exequiel Cifre en su discurso final también
citaba a Nietzsche, según el cual hacerse adulto "significa haber reencontrado la
seriedad que de niño se tenía al jugar". Para Nietzsche, como sabéis, ese niño era la
imagen del superhombre, término poco afortunado con el que quería referirse al
hombre del porvenir, al hombre que crea un nuevo comienzo, al que se toma en serio el
juego de la vida. Mover ficha, pues y jugaros la vida. Si dejáis que otros tiren los dados,
después no tendréis derecho a lamentar vuestra mala suerte.
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