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ANTONIO PRIANTE

MUNDO
DEMONIO
Y
FAUSTO

TRAGICOMEDIA FANTÁSTICA

EN

TRES ACTOS

NUEVE JORNADAS
PERSONAJES PRINCIPALES
(POR ORDEN DE APARICIÓN)

FAUSTO El mismo de Goethe, pero un poco más bobo.

MEFISTO El mismo de Goethe, más burlón, si cabe, pero también


más humano.

D. EUREKA Científico-burócrata, especialista en subvenciones.

MARGA La antigua Margarita, pasada por la posmodernidad.

BÚHO Rara avis.

FILEMÓN Anciano mítico

BAUCIS Anciana mítica, esposa del anterior.

EMPERADOR de Occidente, con aspiraciones globales.

MAX Joven ejecutivo washingtoniano, muy wasp.

WOODY Woody Allen, antes de conocer la dieta mediterránea.

SPARTACUS Líder de los pobres blancos.

EL MAHDI Líder de los pobres oscuros.

KUO-FEI Líder de los pobres amarillos.

HOMUNCULUS Hombrecito, producto de laboratorio.

MODERADOR Tertuliano mayor en una emisora de radio.

Mr. DOLLAR Tertuliano invitado

GIACCHETTA Periodista tertuliano.

CAZZOLA Tertuliana periodista.


VISCONTI Tertuliano exquisito

BARÓN La Ilustración, en versión estrecha.

JOHANN Mira por dónde.

ÁGUILA Rara avis.

FERNANDO Joven noble napolitano

AMALIA Madre de Fernando, y algo más.

CONDESA Amante de Fernando, y algo más.

DIOSA Cibeles, también llamada la Gran Madre.

DUPÊCHER Catedrático francés, con los adjetivos propios de su


condición.

CATHERINE Estudiante francesa, rubia, bella, realista y con carácter.

JEAN-PAUL Estudiante francés, novio de Catherine.

DENEUVE Padre de Catherine, catedrático francés que sufre y


supera una extraña crisis de adjetivos.

TAXISTA Más francés que taxista.

BERNARDO Estudiante aragonés, vive con los duques de Zaragoza


y no es mal poeta.

DUQUE Ver capítulo XXX y siguientes de la segunda parte del Quijote.

DUQUESA Ver capítulo XXX y siguientes de la segunda parte del Quijote.

ECLESIÁSTICO Ver capítulos XXXI y XXXII de la segunda parte del Quijote

MARGOT Novia de Deneuve, alma del París plusquamposmoderno.

KERENSKI Intelectual latinoamericano en París.

IRIS Hija de Margot, tan tan como su madre.


MAGRITTE Intelectual de no se sabe donde en París.

MORENO Barcelonés, anfitrión de don Quijote.

CABALLERO No es el famoso personaje que se busca, sino otro no


menos famoso.

BERNAT Funcionario municipal y literato en ciernes, con asombroso


parecido al Bernardo aragonés de cuatro siglos atrás.

MODERADOR Entre demonólogos, guardián de lo políticamente


correcto.

CARDENAL PRIMADO,
LUEGO PAPA Ver prensa de abril de 2005.

ELENA Extraña joven de 18 años

DAVID Padre de Elena

ALCALDESA de Paradís

PRESIDENTE de la Comisión de Recuento

SECRETARIO de la Comisión de Recuento

BOBBY Típico policía de Londres, con su casco y con su pito.

STODDART Editor de la revista norteamericana Lippincott Magazine

OSCAR WILDE Literato más bien exquisito

CONAN DOYLE Literato más bien popular

WALTER Productor Ejecutivo


FABRIZIO Director

ISABEL Directora de Reparto

RAFAEL Guionista
ACTO I

( PEQUEÑO MUNDO)

Una colina boscosa, en el centro de Alemania

ECO DEL CORO MÍSTICO.- Solo lo femenino eterno nos atrae a lo alto.
FAUSTO.- ¿Ya está?
MEFISTÓFELES.- Ya está.
FAUSTO.- ¿Estoy salvado?
MEFISTO.- ¿He de responder siempre a tus preguntas? ¿Tú qué crees? ¿Te
sientes salvado?
FAUSTO.- No sé. Un extraño sopor me invade. Creo que me estoy durmiendo.
MEFISTO.- Duerme, te lo aconsejo. (Fausto se queda dormido). Nada mejor para
los mortales que un buen sueño. Cuando están despiertos creen que su actividad
mueve las cosas, imaginan que el mundo es algo ajeno, agradable u hostil, según
los casos. Sólo cuando duermen regresan a la verdad. Y hablando de regresar, no
estaría de más darse una vuelta por el laboratorio del doctor durmiente.

Laboratorio del doctor Fausto. Irreconocible. La parafernalia del alquimista


medieval ha sido sustituida por la de un moderno laboratorio bioquímico.

MEFISTO.- ¡Hola! ¿Hay alguien por ahí? Ha cambiado un poco esto. Imagino que
el doctor Wagner estará criando malvas. Han pasado por lo menos quinientos
años. ¿Quién será el usuario de instrumental tan resplandeciente? Echo de menos
el polvo, las polillas, las chinches y todo aquel ejército de diminutas criaturas que
salían a recibirme cuando sacudía la pelliza del doctor; tampoco la pelliza está. En
su lugar, una bata de un blanco que hiere la vista. Parece que los grises, pardos,
ocres y negros de mi época han desaparecido. Todo es claro y reluciente. Pero
tampoco es la claridad del mundo clásico; es un brillo de cristal y de metal que
nada tiene que ver con la vida.
DOCTOR EUREKA.- (Aparece con bata blanca y con unos papeles en la mano).
¿Quién anda por ahí? No está permitido que los estudiantes permanezcan más
tarde de las siete, ya lo sabe.
MEFISTO.- ¿Tengo aspecto de estudiante?
D. EUREKA.- Más bien no. ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? Haga el favor de
identificarse, voy a llamar a seguridad.
MEFISTO.- Soy un viejo amigo de la casa.
D. EUREKA.- No le entiendo. Ah... perdone. ¿De la Dirección General? ¿de
Inspección? De todos modos sería conveniente que se identificase, son las
normas, usted lo sabe. Yo soy el doctor Eureka, jefe del departamento de
bioquímica aplicada.
MEFISTO.- (Si por identificarse entiende que uno manifieste lo que es, lo tiene
crudo. No tendré más remedio que sacarme de la manga una tarjetita de ésas que
tanto les gustan, con foto y banda magnética incorporada). (Al doctor Eureka) Aquí
está.
D. EUREKA.- (Leyendo) Doctor Splendidus, Inspector Jefe Agregado a la Dirección
General. Usted dispense, doctor Splendidus, no podía suponer que nos visitase
así, de improviso y a estas horas...
MEFISTO.- No tiene importancia. ¿Cómo andan los trabajos?
D. EUREKA.- Okey, si bien se priorizan segmentos en función de módulos
predefinidos.
MEFISTO.- ( Raro lenguaje. Debe significar "vamos tirando")
D. EUREKA.- Pero tenemos un problema de recursos humanos, ya sabe.
MEFISTO.- (Habla claro, muchacho, o te dejo esto perdido de azufre).
D. EUREKA.- Hace meses que esperamos el licenciado que nos prometieron.
MEFISTO.-(Eso ya es otra cosa). Amigo, no hay promesa que no se cumpla ni
plazo que no venza. Mañana tendrá su licenciado.
D. EUREKA.- ¿Con master en Houston?
MEFISTO.- Con master en Houston y con todo lo que haga falta.

Mefistófeles regresa a la colina, ahora escasa en árboles y rodeada por autopistas.


La circulación de vehículos es intensa. Fausto despierta y ve a Mefistófeles de pie,
contemplando el horizonte.

FAUSTO.- Dondequiera que despierte, siempre me lo encuentro ahí. Hace años


que apenas oigo junto a mi oído otra voz que la suya. En la vieja Alemania, en la
Grecia clásica, y ahora ¿dónde me ha tocado despertar junto al mismo de
siempre?
MEFISTO.- No murmures a mis espaldas, ni me hagas responsable de lo malo que
te ocurra. Sólo soy una parte de tu destino, y tu destino es sólo tuyo. Cada cual es
dueño absoluto de sus propios sueños.
FAUSTO.- Hicimos un pacto, pero no veo que esto avance. Tengo la impresión de
que estamos dando vueltas alrededor del mismo punto.
MEFISTO.- No te quejes. Se te ha permitido volver a gozar de la juventud, del
poder de la seducción y de los más tiernos placeres con aquella dulce criatura…
FAUSTO.- No me la recuerdes.
MEFISTO.- Gracias a las artes que te enseñé alcanzaste el poder, llegando a
sentarte al lado del Emperador, y has conocido la belleza suprema...y si piensas
que el episodio de Helena fue sólo un sueño, has de pensar también que
precisamente en eso para toda la belleza. Bajaste a la siniestra región de las
Madres y ascendiste a la más divertida de los serafines y querubines. No sé de
nadie... ¿Qué más quieres?
FAUSTO.- Llegar al fondo de mí mismo y del mundo. Saberlo todo, gozarlo todo, y
que una inquietud siempre renovada mantenga en vilo la curiosidad y el deseo.
MEFISTO.- Bello programa. Pero lo primero que deberías saber es que el hombre
tiene sus límites.
FAUSTO.- Por eso pacté contigo, para romperlos. Si no, ¿de qué me sirves?
MEFISTO.- Amigo, hago lo que puedo. Tampoco puedes pretender que un pobre
diablo trastoque de arriba abajo el orden de la naturaleza. De eso ya os encargáis
vosotros mismos: mira cómo graznan allá abajo vuestras criaturas de metal.
CORO DE AUTOMÓVILES:
Nuestro rostro es de cristal,
el alma de gasolina
y es el cuerpo de metal.
Comemos distancia y tiempo
y si acaso se descuida,
también al pequeño animal
que nos guía desde dentro.

Suena un disparo y un automóvil se desvía y provoca choques en cadena, aparece


el Lobo Estepario con un fusil Mauser en la mano.

LOBO ESTEPARIO.- Buena pieza. Antes venían de uno en uno y era difícil acertar.
Ahora, aunque van más veloces, basta con tirar al bulto. Esta vez ha valido la
pena.
CORO DE COMPAÑÍAS DE SEGUROS.-
Pago uno y cobro mil,
las cuentas siempre me cuadran
y todos confían en mí.
Terrorismo no cubierto:
pago cero y cobro mil,
las cuentas siempre me cuadran
y todos confían en mí.
LOBO ESTEPARIO.- Siempre hay alguien que intenta aguarme la fiesta. No
importa. Un automovilista menos siempre es un automovilista menos.
MEFISTO.- Debes reconocer que tu método es muy primitivo. No se vacia el mar
achicando el agua con una cuchara. Pero vayamos a lo nuestro, Fausto, te he
encontrado un trabajo.

Desaparece el Lobo Estepario.

FAUSTO.- ¿Un trabajo?


MEFISTO.- Disculpa, quiero decir, una tarea, una misión. En tu antiguo laboratorio
te esperan experiencia nuevas.
FAUSTO.- ¿Quieres decir que he de volver a empezar desde el principio?
MEFISTO.- No exactamente. El panorama es muy distinto de como lo recuerdas.
Hablando francamente, todo es nuevo, o lo parece. La magia ha huido de las
palabras y ahora actúa desde la materia. Los hombres han descubierto que el
secreto de lo más grande se oculta en lo más pequeño.
FAUSTO.- Que el macrocosmos está en el microcosmos es cosa de siempre
sabida.
MEFISTO.- Sí, pero ahora hurgan en el microcosmos con métodos muy eficaces.
FAUSTO.- ¡Los secretos de la vida y del universo!...
MEFISTO.- Sí, y sin mitos ni fantasmas. Sólo creen en lo que tocan.
FAUSTO.- Poca fe se necesita para eso.
MEFISTO.- Bueno, en realidad sólo creen en lo que sus instrumentos tocan...
Bueno, en realidad sólo creen en los números y relaciones que deducen de los
instrumentos con que tocan.
FAUSTO.- Ya veo, un paso más y de nuevo la magia.
MEFISTO.- Alto, no puedes hablar así. Ese papel me corresponde, por algo soy el
espíritu de la negación. Lo tuyo es lanzarte al mundo en pos de nuevas
experiencias y sentimientos, y siempre con espíritu activo. Quizá lo que con tanto
afán has estado buscando te espera en el fondo de una de las maquinitas del
nuevo laboratorio. Y un consejo: recuerda que no hacen falta conjuros ni ensalmos
mágicos (hoy la magia es sólo una rama del comercio). Todo consiste en hallar la
ecuación adecuada y en saber aplicarla. Por este camino la humanidad ha de
alcanzar cotas muy altas... ahorrándome de paso la mitad del trabajo.

Laboratorio. Margarita y Fausto (ahora llamado Enrique), con batas blancas y ante
sendos ordenadores.

MARGA.- Las magnitudes A las entras con el código Z, y las magnitudes B, con el
código Y. ¿Lo has entendido?
FAUSTO.- Sí, no es difícil.
MARGA.- Para un licenciado con tu currículum habría de ser sencillísimo.
Perdona, comprendo que esto debe ser muy aburrido para ti. Pero, al menos, tú
has entrado por la puerta grande. Yo también soy licenciada y ya ves, más de un
año de auxiliar. No hay manera de que me den la plaza.
FAUSTO.- Hay cosas que no entiendo. ¡Ha cambiado tanto esto!
MARGA.- ¿Habías trabajado en un programa parecido?
FAUSTO.- Sí, hace mucho, mucho tiempo.
MARGA. ¿Dónde?
FAUSTO.- Aquí mismo.
MARGA.- Imposible. Si este laboratorio se inauguró poco antes de entrar yo...
Antes había aquí un viejo caserón, creo que lo ocupaba una logia masónica.
FAUSTO.- No, Marga, ni me engaño ni te engaño. Mira, ven, acércate a la ventana.
¿Ves allí, entre esos edificios tan altos, el campanario de la vieja iglesia? Es la
prueba de que no me equivoco. Yo he estado aquí. Este fue mi reino.
MARGA.- Dices unas cosas muy raras, Enrique. Y hablas como un iluminado. Pero
me gustas. No sé si estás loco o no, pero me gustas. ¿Qué edad tienes?
FAUSTO.- Treinta, creo.
MARGA.- Para ser un científico no eres muy preciso, que digamos. Pareces más
joven. Yo tengo veinticuatro, y vivo sola, bueno, con una amiga. ¿Tú vives solo?
FAUSTO.- Sí, muy solo.
MARGA.- Chico, lo dices de una manera, que das una pena... ¿No serás de esos
tíos que se hacen los desgraciados para ligar mejor? Qué va, con tu pinta, debes
tener muchas novias, ¿a que sí?
FAUSTO.- Sólo una criatura me robó el corazón, y por mi culpa...
MARGA.- Por tu culpa ¿qué?
FAUSTO,- Nada, historias antiguas.
MARGA.- Sabes hacerte el interesante ¿eh? Oye, ¿quieres que salgamos esta
tarde? ¿Te gusta el cine?
FAUSTO.- Sí, lo deseo, ¡tengo tantas cosas que aprender!
Salida del cine. Es de noche y cae una lluvia fina. Fausto y Marga van caminado,
despacio, junto a la cola que espera entrar a la siguiente sesión. Un mendigo, de
cara tiznada y barba negra va pidiendo limosna, cojea un poco.

MARGA.- Es una película muy triste. Si lo llego a saber...¿Te ha gustado?


FAUSTO.- Sí, y me ha causado una gran impresión. Es como un teatro mágico en
el que se puede representar todo, hasta los sueños.
MARGA.- ¿Qué dices? No tiene nada de teatral. Hay mucha acción.
FAUSTO.- Sí, y qué modo tan maravilloso de representar la acción.
MARGA.- ¿Y por qué crees que él se suicida? ¿Por ella?
FAUSTO.- No exactamente. Todos los suicidios tienen la misma causa: que no hay
vida por delante. A veces, llega un momento en que la fuente de la vida se seca, y
entonces uno se muere o se suicida, tanto da.
MARGA.- ¿La fuente de la vida? Eso me lo tendrás que explicar en términos
científicos...mañana, por supuesto... Mira qué pena, casi no puede andar, si tengo
una moneda...
FAUSTO.- No le des nada, no le mires.
MARGA.- Pobre, ¿por qué dices eso?
FAUSTO.- Tú eres muy compasiva, y ser compasivo es como estar siempre al
borde del abismo. Infinidad de brazos tratan de atraparte para arrastrarte a las
profundidades.
MENDIGO-MEFISTO.- Una limosna. (a Fausto) No me espantes a la chiquilla, que
está muy buena por cierto. Y contigo tengo que hablar. Una limosna
MARGA.- Tenga.
MENDIGO-MEFISTO.- Gracias, que haya suerte. (a Fausto) Y tú a ver si dejas de
pasearte como un colegial, por no decir como un imbécil (se va).
MARGA.- ¿Qué te ha dicho?
FAUSTO.- Nada. Una grosería.
MARGA.- ¿Sí? La verdad es que es bastante repulsivo. Cuando le he dado la
moneda le he tocado sin querer la mano y ha sido como si una corriente eléctrica
me sacudiese de arriba abajo. Da mucho miedo. Es como un monstruo.
FAUSTO.-Te lo advertí. El universo está lleno de monstruos, y ése es de los
principales.
MARGA.- Qué cosas dices. Como si lo conocieses de toda la vida. Hablas de una
manera tan extraña. Me gustaría conocerte a fondo. Hace sólo tres días que
trabajamos juntos y, la verdad, me tienes atrapada. ¿Quieres venir a casa? Hoy
estoy sola.
FAUSTO.- (Si tiras tú de la rienda, pierdo yo toda mi fuerza). Vamos.
ESPÍRITU DE LOS TIEMPOS.-
Entra sin temor en nuestra esfera,
olvida para siempre
los antiguos cánones.
Un mundo nuevo, veraz, ilimitado
tienes ante ti, aunque también,
algo más soso.
Fausto y Margarita en la cama, desnudos; ella fuma un cigarrilo.

MARGA.- Siempre que lo hago, sobre todo después de hacerlo, tengo una
sensación extraña. Me parece que soy otra persona.
FAUSTO.- Es todo tan extraño, y sin embargo tan fácil, tan sencillo, tan plano.
Apenas he tenido tiempo de... Es como si antes de tocar el fruto, ya me lo hubiese
comido.
MARGA.- ¿Quieres decir que no te ha gustado? ¿que no he estado a la altura?
FAUSTO.- ¿A la altura de qué? Mira, Marga, hay un sentimiento, un sentimiento
muy poderoso que se llama amor, o pasión o deseo o como quieras llamarlo. Es un
sentimiento que lleva fatalmente al acto. Pero rara vez el acto lleva al sentimiento.
MARGA.- ¿Quieres decir que primero nos teníamos que haber enamorado? ¿Y
quién te dice que yo no lo estoy?
FAUSTO.- Me sorprendes. Últimamente no dejo de sorprenderme. Me sorprendes
tú, me sorprende este mundo, me sorprende la tranquilidad con que la gente va a
ninguna parte. Antes, un tiempo circular lo abarcaba todo, el calendario anunciaba
las penas y las alegrías de los hombres, fijaba las fiestas públicas y las épocas de
duelo; el pueblo, dentro de un espacio limitador, se sentía protegido por sus dioses
y sacerdotes. Algunos sabios se apartaban del rebaño para lanzarse a empresas
llenas de peligros en pos de altas realizaciones, incluso al precio de su vida, o de
su alma, como en algún caso que yo sé. Hoy es como si todo el pueblo fuese
sabio, pero sin sabiduría. No tienen dioses, no tienen sacerdotes, pero tampoco
emprenden aventuras heroicas. Caminan mansamente hacia ninguna parte
procurando no desentonar del balido general. ¿Qué espera este mundo? ¿Qué
busca? ¿Qué pretende? ¿Cómo puede sobrevivir así? Su insensibilidad a la
realidad divina me espanta. Parece que, por haber dejado de creer en el Dios de
las estampitas, no pueden creer en otra cosa que en lo que tocan, en lo que
imaginan que tocan.
MARGA.- Estás muy filosófico. Me lo explicas mañana...Tengo un sueño...

Margarita se queda dormida. Se abre el armario ropero y aparece Mefistófeles,


todavía en forma de mendigo.

MEFISTO.- Parece que el señor no está satisfecho.


FAUSTO.- Francamente, no.
MEFISTO.- Parece que el señor echa de menos ciertas incertidumbres y
sobresaltos: el asedio, la conquista, la rendición, la caída de la inocencia. Creía
que, para el señor, todo eso eran penalidades necesarias impuestas por la
sociedad. Pero veo que no, veo que era parte sustancial del placer. Si no hay
asedio, si no hay conquista, si no hay derrota y humillación del contrario, no hay
placer. ¿No es así, mi viejo pervertido?
FAUSTO.- Quizás ocurre que sólo tengo joven el cuerpo, que a mi espíritu
centenario le es imposible entusiasmarse por una jovencita.
MEFISTO.- Para esos menesteres el cuerpo basta, te lo aseguro. Ahora mismo, no
he visto que hicieses funcionar otra cosa.
FAUSTO.- ¿Has estado mirando?
MEFISTO.- No lo puedo evitar. Me gusta el espectáculo. Un hombre y una mujer
en trance amoroso es una llamada a la perpetuación de la especie humana, y eso
me conviene.
FAUSTO.- (Mirando a Margarita cómo duerme) Y reconozco que es muy bella.
MEFISTO.- (Se sienta a la otra orilla de la cama. Margarita, dormida y desnuda,
queda entre los dos) Digamos que es monilla. Te revelaré un secreto: la belleza de
la mujer no existe; es sólo un prejuicio de los hombres, un prejuicio instintivo y
cósmicamente necesario. A una mujer no la deseas porque sea bella; te parece
bella porque la deseas.
FAUSTO.- Esa filosofía, ¿es nueva?
MEFISTO.- Qué va. Más de cien años. Schopenhauer.
FAUSTO.- ¿Quién?
MEFISTO.- Schopenhauer, un compatriota tuyo. Muy interesante, te lo recomiendo.
Dice verdades como puños, y por un pelo no da con el secreto de la vida y del
universo. Pero apenas se le ha entendido, y hoy está prácticamente olvidado. En
estos tiempos la verdad sólo puede pronunciarse una vez; a la segunda, te dicen
"eso está superado".
FAUSTO.- Mira cómo se agita. Está soñando. Diría que tiene horribles pesadillas.
MEFISTO.- No precisamente.
FAUSTO.- No hay duda. Es tu proximidad lo que el provoca horribles visiones.
MEFISTO.- Sí, mi proximidad, pero no pesadillas.
FAUSTO.- ¿Sabes lo que sueña?
MEFISTO.- Por supuesto. Sueña conmigo, es decir, con un mendigo horrible y
asqueroso que la ha arrastrado por la fuerza hasta aquí. El mendigo se ha quitado
la áspera cuerda que le servía de cinto y la ha atado por las muñecas a los
barrotes del cabezal. Ahora pasa su barba rasposa, lentamente, por la superficie
de su cuerpo, sus pelos hirsutos son como púas de erizo que van rasgando la fina
piel en busca de los lugares más íntimos.
FAUSTO.- ¡Es horrible!
MEFISTO.- ¿Qué dices? Está a punto de estallar de placer. Si la despierto ahora,
recogerás los beneficios.
FAUSTO.- Déjame ya, por favor. Hoy me eres especialmente odioso. Yo siempre
trato de aspirar a lo alto, por los medios que sea, lo reconozco, y tú te complaces
en mostrarme lo más bajo.
MEFISTO.- Yo te muestro lo que hay. Y no me eches a mí a culpa. No os he
inventado yo. Así que no lo olvides: por muy arriba que asciendas seguirás pegado
a tu culo.

Laboratorio. Fausto y Margarita, ante sus ordenadores.

MARGA.- ¿Dónde te habías metido? Desde el viernes por la noche no he sabido


nada de ti. No te oí marchar. Podías haberme dicho algo, o dejarme una nota. No
sé tu teléfono, ni tu dirección, ni nada de nada. No sé nada de ti. He llegado a
pensar que no te vería más, que en realidad no existías, que todo había sido un
sueño.
FAUSTO.- ¿Un sueño? ¿Dormiste bien el viernes?
MARGA.- Sí, no me puedo quejar, ¿y tú?
FAUSTO.- Me pareció que tenías horribles pesadillas.
MARGA.- ¿Pesadillas? No, no lo recuerdo. Más bien creo que soñé algo bonito.
FAUSTO.- ¿Seguro?
MARGA.- Claro ¿cómo iba a ser, después de...? Bueno, vale, de esas cosas no se
habla en el trabajo...¡Mira! ¿Pero qué es esto?
FAUSTO.- Sí, ya veo, un mensaje que dice "No más fondos. Programa
Homúnculus cancelado" ¿Qué significa?
MARGA.- ¡Qué significa! Que el programa se cancela, que me quedo sin trabajo,
que me despiden ya. Dios mío, ¿qué voy a hacer? Y mis padres, mis pobres
padres...(llora)
FAUSTO.- ¿Te despiden? ¿Tus padres? No entiendo nada, explícamelo, por favor.
MARGA.- Oh, Enrique, mis padres son muy viejos, me tuvieron ya muy mayores.
Nunca se preocuparon de nada más que de vivir felices y en paz, nunca han tenido
un trabajo estable, ni un seguro, ni nada. Con sus pequeños ahorros se compraron
una casita en el campo, hipotecándola, claro. Hace unos meses no pudieron pagar
unos plazos de la hipoteca. Yo pensaba que, con mi trabajo, podría conseguir un
crédito para ayudarles, pero ya ves. Ahora les embargarán la casa, los echarán a
la calle. Es lo único que tienen, pobres, pobres...
FAUSTO.- No llores, Marga, no llores, todo tiene solución. Todavía no sabes si te
despedirán ¿Cuánto deben tus padres?
MARGA.- Unos cuatro mil euros, es mi sueldo de tres meses. Pero lo peor es que
ya está en proceso ejecutivo, o como se llame, que les van a embargar ya.
FAUSTO.-¿Quieres decir que la cosa era irremediable antes de...?
MARGA.-Sí, creo que sí, pero tenía esperanzas de que si reunía el dinero...
FAUSTO.- Bueno, antes de nada tendremos que hablar con el doctor Eureka.

Entra el doctor Eureka acompañado por el doctor Splendidus-Mefisto

DOCTOR EUREKA.- Muchachos, malas noticias: el programa Homúnculus se


suspende. Bien, veo que ya lo sabíais. Consecuencias: todos a la calle. Tú, Marga,
ya puedes recoger tus cosas. En cuanto a Enrique, quiza...Hay un programa que
tiene una vacante.
MEFISTO.- Nada de excepciones. La Dirección General no lo aprobaría. Enrique,
también a la calle.
DOCTOR EUREKA.- Ah, yo creía que siendo usted...que siendo ustedes...Bien,
bien, todos a la calle. Marga, acompáñame a secretaría.

Salen el doctor Eureka y Margarita.

FAUSTO.- Ha sido cosa tuya, claro.


MEFISTO.- Naturalmente, esto se tenía que acabar.
FAUSTO.- ¿Por qué razón?
MEFISTO.-¿Quieres razones? Tómalas. Primera: esto no es un laboratorio, sino
una cueva de ladrones, todo el mundo cobra y no se hace nada, es un montaje
para que unos cuantos como el tal Eureka reciban dinero, subvenciones lo llaman.
Segunda: aquí no aprenderás nada, lo único que hacéis es repetir investigaciones
obsoletas. Tercera: tu familiaridad con esa Margarita te está convirtiendo en un
papanatas.
FAUSTO.- ¿Y si yo no estoy de acuerdo? ¿Tú qué sabes lo que me conviene?
MEFISTO.- ¿Lo sabes tú acaso? ¿Habrías recurrido a mí si lo supieras? Lo tuyo
¿no es aspirar a lo alto? ¿Pues qué haces aquí entre tanta mierda?
FAUSTO.- Sí, yo aspiro a lo más alto...pero hay tanta desgracia, tanta tristeza aquí
abajo.
MEFISTO.-¿Compasivo ahora? Recuerda: ser compasivo es como vivir al borde
del abismo.
FAUSTO.- De acuerdo, me iré. Sólo pongo una condición.
MEFISTO.- Veamos. Después de todo, lo nuestro es negociar. Pactemos una vez
más, si la condición es aceptable.
FAUSTO.- Tienes que darme cuatro mil euros.
MEFISTO.- ¿Dinero? Yo no tengo dinero, eso es cosa de los diablos menores.
FAUSTO.- O un buen abogado.
MEFISTO.- Entonces no serán cuatro sino cuarenta mil.
FAUSTO.- Es mi condición.
MEFISTO.- De acuerdo. Quieres solucionar el problema de los padres de la
chiquilla ¿eh? Veremos qué se puede hacer...Aquí tienes el abogado.

Mefistoféles se transforma en otro personaje: traje caro bajo un abrigo de astracán


abierto y cartera de piel suspendida de la mano izquierda.

MEFISTO.- ¿Qué tal?


FAUSTO.- No sé, supongo que debe ser así.

Entran el doctor Eureka y Margarita.

DOCTOR EUREKA.- ¿Y el doctor Splendidus? Y usted...


MEFISTO.- Abogado Babelius, para servirle.
DOCTOR EUREKA.- ¿Abogado? Le advierto que Margarita ya ha firmado el
finiquito.
MEFISTO.- No se preocupe, no estoy aquí por eso. Soy amigo de Enrique.
DOCTOR EUREKA.- Ah, ya le he dicho al doctor Spléndidus que, por mí, Enrique
puede continuar.
MEFISTO.- Tampoco es eso. Bien, disculpen, tengo una reunión. Me esperan en el
Colegio de Abogados. Esos chicos no pueden hacer nada sin mí.

Colegio de Abogados. Asamblea general de colegiados. Preside el abogado


Babelius .

BABELIUS.- Para tiempos de cambios, soluciones cambiantes.


CORO DE COLEGIADOS.- A mayor abundamiento.
BABELIUS.- Nuestra herramienta es la ley, nuestro interés el cliente; nuestro
beneficio, lo que uno y otro pierden.
CORO.- A mayor abundamiento.
BABELIUS.- Somos la sal de la sociedad. Gracias a nosotros no se descompone,
por mucho que apeste.
CORO.- A mayor abundamiento.
BABELIUS.- Somos el escudo del acusado, la espada del acusador y el
tragaperras de todos.
CORO.- A mayor abundamiento.
BABELIUS.- Somos el escudo del demandado, la espada del demandante y el
tragaperras de todos.
CORO.- A mayor abundamiento.
BABELIUS.- Sin nuestras armas de luz la oscuridad de la ley cegaría a los
hombres.
CORO.- A mayor abundamiento.
BABELIUS.- Oh, oscura ley,
con tus mil borrosas caras,
con tus mil manos de humo
nos inundas con tus dones,
que nosotros afanosos ordeñamos en tus ubres,
mantén tu rostro oculto a los ojos del profano.
Nosotros transmitimos tu luz y tu palabra
...según los casos.
CORO.- A mayor abundamiento.
BABELIUS.- Se abre el turno de los ruegos y también de las preguntas. En cuanto
a las respuestas, ya veremos.
COLEGIADA UNO.- He perdido mi supuesto material y no puedo construir el
interés protegido. ¿Cuál es la solución fáctica?
BABELIUS.- Vamos, una respuesta. ¿Cuál es la solución fáctica?
COLEGIADA DOS.- Buscar primero el enlace subsumible en el marco del
precepto.
COLEGIADA UNO.- Si no tengo el supuesto, ¿cómo voy a hallar el enlace?
BABELIUS.- Eso, ¿cómo lo va a hallar?
COLEGIADO JOVEN.- En la norma delegante.
COLEGIADO VIEJO.- No, en la norma delegante, no; en la cláusula legal
habilitante.
VARIOS/AS COLEGIADOS/AS.-Claro, claro, elemental, qué estúpidos.
COLEGIADO NI VIEJO NI JOVEN.- En puridad, deben cohonestarse ambos
preceptos.
COLEGIADO VIEJO.- ¿Por qué móvil?
COLEGIADO NI VIEJO NI JOVEN.- Por esa su esencialidad para la definición
normativa.
BABELIUS.- Una curiosidad. ¿Nadie cita en latín?
CORO.- No, porque en latín parece que queremos confundir al cliente.
BABELIUS.- Claro está.
CORO. - Y también, es decir, otrosí, porque no tenemos ni puta idea.
BABELIUS.- Siendo así, ego claudo hoc actum et pedico vos in nomine Satanae.
CORO.- A mayor abundamiento.
BABELIUS.- (retirándose) (Debí presentarme en forma de macho cabrío y que
todos pasasen a besarme el culo. Hubiese quedado más claro).

Noche cerrada en el bosque. Fausto camina solo, con la ayuda de un bastón.

FAUSTO.- Ni quedarme, ni seguir las instrucciones de mi socio. Lo mejor es


escapar, marchar hacia algún lugar donde alumbre una luz nueva....Pero todo es
oscuridad. Apenas distingo donde pongo el pie. Y sin embargo, he de avanzar,
siempre adelante. Avanzar, siempre avanzar, y sin mirar nunca atrás. ¡Cuántos
sueños enterrados! ¡cuántos recuerdos perdidos!,...Qué lejanos los primeros años
de la vida, y también la adolescencia, cuando los padres bondadosos temían por
mí sin saber qué nombre darle a su temor, y la juventud, a la vez estudiosa y
disipada, y la edad plena, entregada a los ojos de todos, a mil ocupaciones vanas,
y la ancianidad, con la vuelta a las inquietudes juveniles: el afán de saber, infinito
pozo sin fondo; el afán de ser, impulso ciego que alimenta la nostalgia de la
juventud perdida. Pero siempre es lo mismo: o quedarte inmóvil como la muerte, o
avanzar sin saber adónde...Avanzar, la acción tiene en sí misma su premio...Si
fuese capaz de actuar como actúa la naturaleza ciega...pero hay un rumor
constante en mi cerebro: una catarata salvaje de palabras...Ese par de estrellitas
en la oscuridad son sin duda los ojos de un búho.
BÚHO.- Búho soy, aunque también he sido hombre. Una noche estaba tan perdido
como tú ahora. Para ver mejor, abrí los ojos al máximo, y así me quedé. No
importa la oscuridad, todo lo veo.
FAUSTO.- ¿Lo entiendes también todo?
BÚHO.- ¿Qué entiendes por entender? Ver es entender.
FAUSTO.- Supongo que eres muy sabio y que me vas a sorprender con algunas
frases sentenciosas. Te lo advierto, no me interesa. Sólo quiero saber el camino
para salir de esta oscuridad.
BÚHO.- Si sólo aspiras a la luz, no es preciso que sigas caminando. Siempre
acaba amaneciendo.
FAUSTO.- ¿Sabes dónde estoy?
BÚHO.- Donde siempre has estado. Por mucho que te muevas no lograrás
apartarte de ti.
FAUSTO.- Te lo advertí, no quiero frases. (alza el bastón contra el búho). Díme
sólo adónde conduce este camino.
BÚHO.- En tus ojos lo veo: a un paraje delicioso, donde hay una modesta casa de
campo. En la casa viven dos ancianos, que trabajan la tierra y esperan la muerte.
Él se llama Filemón y ella Baucis.
FAUSTO.- ¡Poderes celestiales! ¿Todo se ha de repetir bajo diferente forma? Ésta
es sin duda la ocasión para que repare mi antiguo crimen.

Mientras Fausto sigue caminando, amanece. Fuera ya de la arboleda, se extiende


un pequeño campo de cultivo; en medio hay una casa; al fondo el mar. Un anciano
cava la tierra cerca de la casa.

FAUSTO.- ¡Qué cansancio! No sé si tendré fuerzas para llegar hasta la


casa...Aquello ¿es el mar? Sí, parece que sí; si no sufro alucinaciones esta tierra
está bañada por el mar. Y esas higueras, esas vides emparradas, este sol
inclemente... ¿en qué lugar del sur me encuentro?

Fausto cae desfallecido. El anciano, Filemón, llena un cubo de agua en un pozo y


se dirige hacia él.

FILEMÓN.- Ya lo tenemos aquí, el consabido viajero extraviado. Es una pesadez


eso de tener un nombre asociado a un destino. Porque una vez auxilié a Zeus, que
viajaba de incógnito, ¿estoy condenado a soportar a cualquier desaprensivo que
decide perderse por aquí para reclamar nuestros cuidados? (Echa el agua sobre la
cabeza de Fausto)
FAUSTO.- (aturdido) ¿Qué ocurre? Ah, buen hombre. Me he extraviado, estoy
muerto de cansancio. Si tenéis la bondad de acogerme en vuestra morada...
FILEMÓN.- No faltaba más. Pero eso que ves ahí no es una morada, es mi casa.
Aquí solemos llamar a las cosas por su nombre. Supongo que no llevas nada
encima, ni comida, ni dinero, ni nada de nada. No importa, no importa, para eso
estamos. La hospitalidad es nuestro deber. (Y, quién sabe, cualquier día puede
caer otro dios).

Caminan hacia la casa. Al pasar junto al lugar donde Filemón cavaba, Fausto se
detiene.

FAUSTO.- ¿Cavábais una zanja?


FILEMÓN.- Más bien una tumba.
FAUSTO. ¿Para un animal?
FILEMÓN.- Para dos: mi mujer y yo. Mírala, allá está, el desayuno debe estar
preparado. Supongo que, como a todo viajero extraviado, te apetecerá un poco de
pan, aceite, higos, aceitunas, almendras, avellanas, queso, miel, vino y todo eso
que se da por estas tierras.
FAUSTO.- Será un placer.
FILEMÓN.- (Me lo temía)

Fausto, Filemón y Baucis, toman el refrigerio sentados en torno a una rústica


mesa, bajo un emparrado de vid.

FILEMÓN.- ¿Y qué se te ha perdido por aquí, joven?


FAUSTO.- Si pudiese responder a esa pregunta. Pero la verdad es que...no lo sé.
Busco, busco y no encuentro.
FILEMÓN.- Si labrases la tierra como yo, todo el día encontrarías sin necesidad de
buscar.
FAUSTO.- Qué filosofía tan profunda encierran vuestras palabras.
FILEMÓN.- (Este tipo es un memo).
BAUCIS.- ¿Vienes de la ciudad?
FAUSTO.- Sí, vengo de una ciudad.
BAUCIS.- Entonces conocerás a nuestra hija Margarita, ¿cómo está?
FILEMÓN.- Qué cosas tienes, mujer.
FAUSTO.- Sí, la conozco y me ha confiado un mensaje para sus padres.
FILEMÓN.- (Esta sí que es buena. El tipo no es Zeus, pero algo sabe.)
FAUSTO.-Me ha encargado que os diga que no os preocupéis, que el motivo de
vuestra inquietud está a punto de resolverse.
FILEMÓN.- ¿Qué inquietud?
FAUSTO.- La hipoteca, el embargo...
FILEMÓN.- ¿Qué hipoteca, qué embargo? ¡Quién piensa en eso! Mira, jovencito,
yo tengo muchos años, bueno, sólo ochenta, pero para mí son muchos,
demasiados... He tenido de todo en la vida, menos poder y dinero. Algunos dirán
que si me han faltado estas cosas, en realidad no he tenido nada. Lo niego,
rotundamente lo niego. El cielo me ha concedido una cabeza clara, un corazón
templado y una pizca de desprecio para quienes convierten este mundo en el
tablado de una farsa. Es cierto que últimamente me he vuelto un poco irritable,
quizá porque he traspasado el límite del tiempo que debía concederme. He sido
viajero, a veces extraviado, a veces no, marinero, soldado, pintor, entomólogo,
escritor, he cazado amaneceres como si fuesen mariposas, y mariposas como si
fuesen amaneceres, he llevado una vida nómada, sedentaria, otra vez nómada y
otra vez sedentaria. No he expuesto en ninguna sala, no he vendido ningún cuadro
ni he publicado ningún libro, de manera que, al tiempo que cumplía mi destino, me
zafaba de las garras de marchantes, críticos, editores...Brava gente los editores, sí
señor. La gente piensa que su función consiste en posibilitar que las obras de los
autores lleguen al público, ¡craso error! La función de los editores comerciales, que
son todos, consiste en impedir que la obra de un escritor auténtico sea conocida
por el público. Amparados en el nivel intelectual medio, o sea, bajísimo del público
lector, se niegan a publicar cualquier cosa que se adentre en la realidad profunda,
actuando como eficaz filtro que rechaza lo sólido y sólo deja pasar las briznas y el
viento. ¿Qué posibilidades tendría hoy Kafka de que le publicasen sus libros?
Menos aún de las que tuvo en su tiempo, y fíjate bien que he puesto un buen
ejemplo, porque a Kafka no lo descubrió ningún editor, sino un amigo que
casualmente era editor. ¿Cuántos Kafkas (menos afortunados en la amistad) han
escrito obras que nunca conoceremos gracias a la labor concienzuda de los
editores, murallas impenetrables levantadas entre el auténtico poeta y el público? Y
no hay excepciones, y si alguna hay, que se atreva a publicar esto. Pero qué me
importan los editores, los marchantes, los críticos...¿De qué hablábamos? Ah, sí,
la hipoteca...cosa de banqueros. ¿Ves? Los banqueros son gente más clara,
porque no ocultan sus intereses reales: enriquecerse como sea a costa del dinero
y de las necesidades de los demás. Y es que no pueden hacer otra cosa, los
pobres. No mandan ellos, es el dinero el que manda. El dinero es un poder
autónomo con su propia lógica implacable; si entras en su círculo, no tienes más
remedio que plegarte a sus dictados. ¿Puede un hombre bueno ser banquero?
¿Puede un banquero ser un hombre bueno? No, claro que no. ¿Puede una oveja
ser un lobo? ¿Puede un lobo ser una oveja? No, claro que no. Es lo mismo...La
hipoteca, el embargo... ¡Qué me importa a mí! Si yo ya he acabado...
BAUCIS.- ¿Vamos, amor? Es la hora.
FILEMÓN.- En seguida, cariño. Pero antes completemos nuestros deberes de
hospitalidad con el viajero extraviado. Después, él nos hará un pequeño favor.
FAUSTO.- Todo lo que esté en mi mano. Y ahora permitidme que os diga que
estoy profundamente conmovido ante la valentía y la entereza de vuestro carácter.
Ha sido una sorpresa para mí descubrir un Filemón tan fuerte, tan audaz, tan
independiente, tan hombre, en una palabra. Sólo una pequeña nube enturbia para
mí el cielo clarísimo de vuestra potente personalidad. Y es que creo advertir cierta
actitud hipocondríaca, negativa. ¿No creéis, mi estimado anfitrión, que una
actividad eficaz y perseverante, conciliadora de los mundos contrarios, dirigida al
mejoramiento individual en correspondencia con lo social, habría de llevarnos a la
perfección de la personalidad en íntima paz con uno mismo y en completa armonía
con el mundo?
FILEMÓN.- No.
BAUCIS.- Es la hora, mi amor.
FILEMÓN.- Sí, es la hora, cariño.
FAUSTO.- Dispuesto estoy a prestaros el favor, si está en mi mano.
FILEMÓN.- En tu mano está, con ayuda de una pala. Baucis y yo nos vamos,
quiero decir que salimos. Tú quédate aquí y sigue dando cuenta de estos dichosos
alimentos. Mira, desde aquí ves el reloj de sol de la fachada de la casa. Cuando
haya transcurrido una hora, vas hacia el hoyo que antes has visto. Al lado hay una
pala. Lo cubres de tierra. Eso es todo.
FAUSTO. - Así se hará, almas nobles.
FILEMÓN.- (saliendo con Baucis) (No tiene remedio).

Ha pasado una hora. Mientras Fausto va echando paladas de tierra en el hoyo, se


acercan dos nubes, una desde el Norte y otra desde el Sur. Situadas ya en sendas
verticales próximas a Fausto, por la nube del Norte se asoman Werther, Larra y
otros suicidas románticos; por la nube del Sur se asoman Séneca, Petronio y otros
suicidas clásicos.

CORO DE SUICIDAS ROMÁNTICOS.-


El espanto y la noche,
la sombra del amor, la galería
de títeres sin alma, calaveras
que babean palabras monocordes,
el infinito yo
que no cabe en el mundo.
Huye al cielo imposible,
¡oh santo sacramento del plomo y la pistola!

CORO DE SUICIDAS CLÁSICOS.-


Colmado el cesto rojo de la vida,
conocidas sus rosas
y todas sus espinas,
detengo el espectáculo
en el punto debido.
Nosotros no huímos
(ni sabemos de otro infierno que no sea
la ignorancia de las leyes y los límites),
simplemente, salimos.

FAUSTO.- Non fugire, sed exire. ¡Cómo recuerdo tus palabras, Séneca, que con
tanto deleite leía en mi adolescencia! Pero nunca he compartido tu visión, seca y
enjuta, de la existencia. La vida no es una trayectoria limitada y plana, es un
universo de insondables dimensiones...¿Qué es aquella polvareda que se levanta
junto a la línea de la playa?

A medida que la nube de polvo se aproxima se va distinguiendo un coche


descapotable, que avanza a toda velocidad hasta que se detiene, con un brusco
frenazo, a pocos pasos de Fausto. Al volante, Mefistófeles-Babelius; lleva gafas
oscuras y atuendo deportivo veraniego. A su lado, Margarita, muy maquillada,
demacrada, envejecida. Ambos descienden del coche.

MEFISTO.- Traemos buenas noticias.


FAUSTO.- Demasiado tarde.
MARGA.- ¿Dónde paran los viejos?
FAUSTO.- Han salido.
MARGA.- ¡Qué ocurrencia! Más de veinte años sin moverse de aquí y ahora
resulta que han salido.
FAUSTO.- Estás muy cambiada, Marga.
MARGA.- ¿Sí? ¿Te parece? Pregúntale a tu amigo Babelius... es un genio... me ha
enseñado tantas cosas...
FAUSTO.- Ninguna buena, supongo.
MEFISTO.- Abstente de afirmaciones gratuitas. Nos lo hemos pasado en grande,
¿no es verdad, Marga?
MARGA.- Es verdad. Todo lo he probado, todo lo he gozado, todo lo he apurado.
Perdona que te lo diga, Enrique, pero comparado con tu amigo, eres de un soso
que espanta.
FAUSTO.- (a Mefisto) ¿Adónde la has llevado?
MEFISTO.- Adonde quería ir.
FAUSTO.- La has arruinado, la has destrozado, has acabado con ella.
MEFISTO.- Nunca me acostumbro a tu manía, a vuestra manía, de buscar siempre
culpables ajenos. Ella quería tirarse; yo sólo he dejado la ventana abierta.

Marga busca nerviosamente en su bolso; saca una jeringuilla, se la inyecta y cae


desplomada.

MEFISTO.- Abre de nuevo el hoyo. Serán tres en vez de dos, y asunto cerrado. Se
acabó Margarita. Debes reconocer que era un personaje insípido y bastante
molesto. Y suerte que esta vez no se oyen voces de lo alto que hablen de
salvación o condenación. Estoy harto de voces místicas. ¿Ves? me encantan estos
tiempos. Si no fuese por ese déficit de inteligencia que observo en todas partes,
diría que representan el triunfo definitivo de mi estilo de vida. En cuanto a ti, te
conviene un cambio radical, y éste es el momento.
FAUSTO.- ¿Qué me reservas ahora?
MEFISTO.- Cualquier cosa que puedas pensar y desear de acuerdo con tu genio
particular. ¿Aún no sabes que todo está en ti, incluso éste que te habla?
FAUSTO.- No intentes confundirme. El mundo exterior es una realidad tangible que
no se puede modificar sólo con pensamientos.
MEFISTO.- Como gustes. No es mi intención darte lecciones de filosofía. Aunque
no te vendría mal. Siempre has estado flojo en esta materia. ¿Partimos?
FAUSTO.- Adelante, ardo en deseos de entregarme a nuevas experiencias.
MEFISTO.- ¿Adónde vamos?
FAUSTO.- Adonde me lleves.
MEFISTO.- (Por lo visto, hasta yo soy para él una realidad tangible). Pues...¡en
marcha! (Respetemos, de momento, su realismo ingenuo: es bueno para la
acción).

Parten en el descapotable, que conduce Mefisto. Instantes después, la polvareda


se convierte en una auténtica nube, que envuelve el vehículo y lo eleva lentamente
por el aire. Luego, gira hacia el Oeste
FIN DEL PRIMER ACTO

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