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El interés que siento por América Latina en general empezó cuando yo era muy joven, a
los diecisiete o dieciocho años, y fue curiosamente a través de una obra española, el
Tirano Banderas de Valle Inclán. Luego realicé un viaje a México -país que siempre me
entusiasmó- y como además soy de la Martinica, tal vez haya existido una especie de
superdeterminación para que me decidiera, ya a los veinte años, por lo latinoamericano.
Sentí que eso era lo mío, a pesar de que siempre me interesó mucho también la literatura
española. En cuanto a Onetti en particular, me sería muy difícil precisar con exactitud
cómo fui llegando a él. Sé que en medio de un montón de lecturas me atrapó un libro
suyo, y que enseguida leí toda su obra. Posteriormente lo estudié junto a otros autores
como Fuentes, por ejemplo, en torno al tema de la búsqueda de la identidad. Hasta que
dentro de un programa que me pareció demasiado vasto y heterogéneo, me quedé sólo
con Onetti.
Sí. Porque más allá de que en la obra de Onetti existen suficientes “elementos locales”
-lunfardismos, etc.- como para ubicarnos geográficamente, su temática está desprovista
de ornamentos exóticos, y arraiga directamente en lo universal. Aclaro que también me
gusta mucho Carpentier, por ejemplo -acaso por ser martiniqueña- pero su caso es muy
distinto. Carpentier se las arregla para llegar a lo universal a través de otras vías.
Me ayudaron a creer por reacción inversa, en cierta forma. Y además porque, insisto, a
Onetti no hay que tomarlo al pie de la letra. Es un autor muy provocativo, y uno termina
por sospechar de sus afirmaciones tan vehementes e insistentes, como sucede con el
caso de su negación de la ideología. O con su reiterada referencia a la no existencia de
Dios, por ejemplo. Uno se dice, entonces: posiblemente Onetti no cree en Dios, pero
quisiera haber creído. Y yo pienso que su obra afirma, en realidad, la trascendencia. No
se trata de una trascendencia de carácter religioso, sino de un apego a lo sagrado y a
algunos valores que él quisiera perpetuar, aunque no se sienta con las fuerzas suficientes
para edificar ese otro mundo. Pero ese “otro mundo” se transparenta constantemente en
su obra.
¿Cómo fuiste arribando a esa metodología de asedio crítico tan ecléctica y a la vez tan
ensamblada que utilizás para desentrañar las claves del universo onettiano?
Claro. Porque ese corte sociológico sirve para enfocar e iluminar algunos aspectos de la
obra onettiana, y no sería justo desatenderlo por completo. También me di cuenta que
tanto el psicoanálisis como la retórica podían aportarme elementos de mucho valor, y
entonces me decidí a hacer lo que aconseja Lévi-Strauss. Vale decir: que la crítica
literaria, para ser realmente útil y no incurrir en el error del dogmatismo, debe
adueñarse de todos los elementos posibles que ayuden a desentrañar el sentido profundo
de la obra. De modo que opté por la pluralidad.
Bueno, no sé si la manejo muy bien, pero me interesé en ella porque me pareció que
podía ser esclarecedora.
Posiblemente. Al ingresar a la universidad yo era muy joven y estudié todos los tipos de
enfoque crítico que tenía a mi alcance. Y hubo un momento en que me sentí muy
desconcertada acerca de la metodología a utilizar. Hasta que me di cuenta que no quería
encerrarme ni encastillarme en ninguna de las teorías críticas en particular. Porque no es
verdad que una obra, que siempre es un trabajo superdeterminado, responda a una sola
perspectiva crítica: el escritor no pretende, cuando escribe, ilustrar la teoría de fulano o
mengano.
Es que para mí la crítica no puede ser más que eso: un sincretismo. Un bricolage, como
dijo Lévi-Strauss. Y ese bricolage tengo que armarlo yo, y precisamente eso es lo
difícil, porque nadie te va a regalar el método. El método lo vas forjando tú solo, lo vas
labrando de acuerdo a la perspectiva particular que te exige cada tipo de obra.
EL SILENCIO DE DIOSBRAUSEN
Tuve la sensación, mientras traducía tu libro, de estar siendo iluminado por una
transparencia de dos cabezas: la de Onetti y la tuya. O sea que como muy pocas veces
sucede, lamentablemente, el mundo personal del crítico no quedó subordinado al del
autor ni viceversa: se respira una especie de resplandor redoblado, alimentado por la
satinación de Santa María pero a la vez independiente de ella.
Ojalá haya logrado eso. Mirá: a mí siempre me dejaban perpleja los trabajos críticos
“miméticos” de Saúl Yurkievich. Porque él, que es crítico y fundamentalmente poeta, se
compenetra con el discurso del autor que está analizando hasta llegar al grado de la
mimetización. Y si bien no siempre estoy de acuerdo con sus enfoques, me sirvieron
para impulsarme a tratar de construir -en el marco de un trabajo universitario que por lo
general conlleva el riesgo de terminar resultando insoportablemente pesado y
sobrecargado de datos- un texto oxigenado por ráfagas del entusiasmo puro del lector.
De modo que, sin intentar hacer crítica mimética, hubo una clara intención de rebasar el
acartonamiento académico.
No. Prácticamente no tuve contactos personales con Onetti. Y no es que no haya querido
tenerlos. Lo que sucedió es que ya hace más de diez años, cuando un amigo común me
lo presentó aquí en París, me di cuenta que a él no le interesaba intercambiar ideas. Y
como no me gusta molestar ni forzar a nadie -además de que yo iba a pasarlo mal,
hablando con quien no quería hablarme- decidí limitarme por completo a la lectura y el
trabajo crítico sobre su obra, lo cual seguramente me seguiría revelando muchísimas
¿La incomunicación personal con el autor te hizo sentir más sola durante la
elaboración de la tesis?
No, en la medida en que en realidad no esperaba nada de él. Y si ahora él dijera “no
quise decir esto, no quise escribir esto” yo puedo contestar “a lo mejor usted no quiso
decir esto o escribir esto, pero lo escribió”, porque yo siempre he trabajado apoyada en
el texto.
Sí, es cierto que yo utilizo datos históricos de la vida del autor y no creo en la crítica
inmanente. Pero sí reconozco que la crítica inmanente tiene al menos esta ventaja:
cuando se la practica con total seriedad y cientificidad, la adquisición posterior de datos
autobiográficos se transforma en un añadido que no hace más que corroborar tu tesis.
Porque ya has llegado muy cerca de la verdad.
¿Por qué al margen? Leyendo la obra de Onetti podemos detectar precisamente que
incluso durante los períodos que están caracterizados o signados por el vacío ideológico
y la desconfianza en el hombre -que siempre alienta en los autores aparentemente más
cínicos y pesimistas- se acentúa una especie de ansia de pureza y de verdad. Ansia de
trascendencia: ya sea de carácter religioso, o vinculación con lo solidario humano
general o con los valores firmes, simplemente. Lo cierto es que ese deseo de
trascendencia alienta incluso en los parajes menos esperados.
París, 1991