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Vencedor

para siempre
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni
habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron”
(Apoc. 21:4)
El relato que narra la caída de la humanidad en
el pecado, registrado en Génesis, es un recuerdo
constante de aquello que Dios no había planeado,
y que se ha convertido, por defecto, en la única
realidad que conocemos (Gén. 3:1-24).
Dios, sin embargo, tenía
un plan distinto para la
humanidad (Gén. 1:26-
29; 2:8-15).
La única esperanza que existe para este mundo es
que Jesús regrese y restaure todas las cosas. En el
día de hoy, el último de nuestra serie,
estudiaremos el significado y alcances de esa
nueva creación. Para eso, examinaremos los dos
últimos capítulos del Apocalipsis, observando el
resurgimiento del paraíso que perdieron nuestros
padres en el Edén.
Y el mar ya no
existirá más
(Apoc. 21:1)
Juan tuvo el gran privilegio de ver
la tierra restaurada. “Entonces vi”,
declara Juan, “un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el primer cielo
y la primera tierra habían pasado”
(Apoc. 21:1).
Las consecuencias del pecado sobre la
tierra son innumerables. En tanto algunos
sectores del planeta son destruidos por
inundaciones, tornados y tsunamis, otros
sufren sequías y terremotos.
El pecado trajo separación, caos, destrucción
y conflictos. La promesa es que, en un día, el
cual no está muy lejano, el “mar”, como un
símbolo del mal y la distancia, dejará de
existir.
Y el dolor ya no existirá más
(Apoc. 21:4-5)
El peor adiós que hoy vivimos es aquel que
pronunciamos cuando muere alguien que
amamos. Aunque tengamos fe en la promesa
de la resurrección, aun así experimentamos
sufrimiento
Fue el pecado el que ocasionó
la ruina de la humanidad.
Es por esto que, luego de enumerar las angustias
que usted y yo vivimos día a día, la voz que oye
Juan insiste, otra vez, que este orden de cosas
dejará de existir (Apoc. 21:4).
La victoria que los redimidos
gozarán en la tierra nueva es
debido al triunfo de Jesús en la
cruz (1 Cor. 15:56-57).
Y la maldición no existirá más
(Apoc. 22:1-5)
Juan contempla el descenso de la nueva
Jerusalén (Apoc. 21:2, 9-10), y describe en
detalle las bellezas de la ciudad (Apoc. 21:12-
25)
El Señor promete que, una vez que
la tierra sea re-creada, los que han
decidido creer en Jesús, y ser fieles,
tendrán el privilegio de entrar por
las puertas de la ciudad y comer de
los frutos del árbol de la vida (Apoc.
22:14).
La restauración de la
humanidad es el único camino
que existe para este mundo
manchado y destruido por el
pecado. El Señor vendrá y nos
promete que, después del
milenio, aquello que perdimos
en el Edén será restaurado.
No habrá más caos y
separación, y la maldición
que trajo el pecado será
completamente
erradicada.
Pese a que la ciencia ha desarrollado
instancias para alargar la vida, y existen
propuestas para acabar con las injusticias
sociales, ninguna de ellas se compara con lo
que Dios nos tiene prometido.
Los invito a que oremos
constantemente para que esa certeza
nunca se apague en nuestro corazón,
y así un día entremos a la nueva
Jerusalén, y vivamos con el Señor
para siempre.

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