desfavorables acerca de nuestra identidad, lenguaje religioso, y prácticas internas y externas, importa mucho indagar cómo nos vemos a nosotros mismos. En otras palabras, cuál es nuestra autoimagen y autocomprensión. «En la comunidad pentecostal los desposeídos se convierten en líderes; los sin voz son empoderados por el Espíritu para hablar, no sólo por ellos mismos, sino también para hablar acerca de Dios. Las no personas y los invisibilizados son visibilizados; la no persona es aceptada como persona completa, y es respetada y amada». (Samuel Solivan, The Spirit, Pathos and Liberation: Toward an Hispanic Pentecostal Theology, Sheffield: Sheffield Academic Press, 1998:31). ¿Qué afirma Samuel Solivan acerca de la impronta transformadora de la comunidad pentecostal?
¿Por qué se puede afirmar que en las iglesias
pentecostales los pobres son tratados como personas plenas, aceptados completamente y encuentran una comunidad que los valora como sujetos, antes que tratarlos como objetos? ¿Las iglesias pentecostales pueden ser consideradas también como un espacio comunitario en el que los pobres aprenden a ser líderes, a tener voz y a valorarse como seres humanos plenos?
¿Las iglesias pentecostales cumplen entonces con una
función concientizadora, liberadora y transformadora? LA COMUNIDAD PENTECOSTAL La comunidad pentecostal puede ser comprendida como una sociedad alternativa a la sociedad circundante, una contracultura en la que más que una protesta simbólica contra los poderes de este siglo (políticos, económicos, sociales religiosos), se gesta una nueva humanidad en Jesucristo. Puede ser comprendida también como una nueva sociedad en la que, con su naturaleza horizontal y su práctica liberadora, se desacomoda a los acomodados de este mundo que no ven con buenos ojos la fiesta de los pobres y de los oprimidos. En otras palabras, el solo hecho de que en las iglesias pentecostales los excluidos y los marginados por el sistema recuperen la capacidad de hablar públicamente mediante la oración, el canto, el testimonio y la predicación, ya constituye en sí misma una clara señal de que algo nuevo ha comenzado. La comunidad pentecostal se constituye así en un espacio de resistencia a los poderes fácticos (militares, políticos, religiosos). Una comunidad en la que los fieles adquieren conciencia de su valor y dignidad y en un movimiento de redención social que convierte a las víctimas del sistema en misioneros, y a los desesperanzados en visionarios. El Dios Trino y Uno confesado, exaltado y anhelado en el culto crea una nueva sociedad. Una nueva sociedad en la que Dios se presenta como Padre en un mundo de huérfanos de afecto solidario, como Señor que exige obediencia en una sociedad en la que los señores terrenales reclaman lealtad absoluta, y como Espíritu que empodera a los crucificados por el sistema. Una nueva sociedad que, con su composición social en la que desaparecen las relaciones sociales asimétricas y con sus acciones públicas que afirman el derecho de los excluidos a existir en una sociedad que los expectora, denuncia el carácter efímero de todos los reinos humanos. ¿Por qué es así? Porque el Espíritu Santo, cuando desciende sobre los desheredados que tienen a Dios como Padre y que reconocen a Jesús como Señor, iguala a todos los creyentes, los nivela en un marco histórico caracterizado por relaciones sociales asimétricas, los incluye en un medio que excluye a los pobres tratándolos como basura descartable. En la comunidad pentecostal, además de una democratización de la palabra, germinan nuevas formas de comunicación social y una propuesta teológica expresada en la oración, el canto, el testimonio y la predicación, la afirmación de la dignidad de todos los seres humanos como creación de Dios. A través del canto, la oración, el testimonio y la predicación, los creyentes confiesan a un Dios que camina a su lado en todo tiempo y que peregrina con ellos en los vaivenes de la jornada cotidiana. ¡Dios es su divino compañero! En tal sentido, se puede afirmar que en la comunidad pentecostal se da una democracia en el Espíritu. Una democracia que es una señal visible de la comunidad del reino en la que todos son valorados y tratados como imagen de Dios, cuya dignidad no se menoscaba. Una comunidad en la que desaparecen todas las barreras que separan a los seres humanos. Una comunidad que es, en sí misma, un signo visible de la novedad de vida que es el correlato de la irrupción del reino de Dios en la historia. Sin embargo, todo lo se ha afirmado hasta este momento, ¿refleja lo que realmente ocurre en las comunidades pentecostales actuales? ¿O, más bien, forma parte de un pasado que solo se preserva en la memoria histórica de un pueblo que camina a la deriva y que tiene crisis de identidad? Una crisis de identidad que galopa entre el acomodo a la aldea global y el coqueteo con los predicadores de la moderna religión de consumo que sueñan con construir el reino de Dios en la tierra con su fórmula mágica “nómbralo-reclámalo” y con su slogan “Dios nos ha llamado para ser cabeza y no cola” en el gobierno de las naciones. Más allá de esa preocupante crisis de identidad que cruza a todas las denominaciones, tanto del llamado pentecostalismo clásico como del pentecostalismo nacional, todavía subsisten al interior de estas iglesias sectores que no se han olvidado de su pasado radical y de su herencia contestataria. Estos sectores de la comunidad pentecostal, viéndose a si mismos como una comunidad alternativa que ama y defiende la vida, todavía ven al cielo prometido como su hogar común, como el punto de reunión de todos los creyentes, y como el espacio de celebración de los redimidos de todo el mundo. Esta esperanza que anima e impulsa su compromiso misionero, no significa que se han olvidado que viven en marcos temporales en los que deben proclamar, con palabras y con acciones de servicio al prójimo, todo el evangelio a todos los públicos humanos. Así, habiendo aterrizado en su campo de misión y dando señales visibles de que no han sido secuestrados de la historia y de que su mente no ha sido taladrada con una religión escapista que los desmoviliza socialmente, no se avergüenzan de confesar públicamente que son peregrinos en esta tierra (1 P. 2:11). Tampoco se avergüenzan de confesar que anhelan el momento en el que la nueva creación será una realidad concreta, porque esperan la ciudad que tiene fundamentos cuyo arquitecto y constructor es Dios (He. 11:10), así como un cielo y una tierra nueva en los que mora la justicia (2 P. 3:13). ¿Es esto una estupidez colectiva, un instrumento de opresión que los descerebra paulatinamente, o un discurso religioso trasnochado asociado a los poderes dominantes de este mundo? No es así. Es más bien una afirmación de que las utopías humanas de cualquier signo tienen límites precisos y de que el reino de Dios tiene como horizonte la transformación radical de todas las cosas. ¿Qué cambios se producen en las personas que se integran a una iglesia pentecostal?
¿Únicamente cambios en la dimensión personal y
familiar de la vida? ¿Ocurren también cambios que convierten a los creyentes pentecostales en mejores vecinos y en personas que ejercitan plenamente su ciudadanía? ¿El creyente pentecostal promedio está o no interesado en los asuntos públicos? ¿Cuál es su justificación teológica y política o teológica-política?
¿Qué mirada teológica y qué lectura política del país
informa su comprensión de la democracia y del ejercicio ciudadano? EL DISCÍPULO PENTECOSTAL Aunque no existe en todas las iglesias pentecostales programas finamente articulados de formación cristiana o discipulado para los nuevos convertidos y los miembros, la transmisión de los contenidos de la fe y la producción teológica, se da en el diálogo tú a tú entre los creyentes, durante los cultos o en la Escuela Dominical (si todavía existe). Los discípulos se forman en el camino, dando testimonio de la acción de Dios en la cotidianidad de sus vidas, escuchando y transmitiendo lo escuchado en la ruta que camina día a día. Se forman, además, encontrándose con el Señor en la lectura y meditación de la Palabra, dialogando con Dios en los momentos de oración personal y comunitaria, y cantando con alegría y gratitud en el camino que se recorre cada día. Los discípulos se forjan en la misión y para la misión. Desde el momento de su conversión, tienen una historia que contar, una biografía espiritual que compartir, un testimonio que comunicar, y se ven a sí mismos como misioneros de Dios cuya palabra tiene que discurrir por todas las avenidas del mundo. Es así porque el fuego del Espíritu que arde en su corazón, les impulsa a compartir el evangelio eterno, el evangelio completo (Cristo salva, sana, santifica, bautiza con Espíritu Santo, y viene otra vez), con todos aquellos que se cruzan en su camino. En síntesis, el camino de salvación que propone la experiencia pentecostal es comunicado mediante el testimonio, y propone un sentido de la vida que responde eficazmente a la crisis de sentido de los sectores populares. El discípulo pentecostal no necesita entonces una credencial oficial que lo acredite como misionero, una ceremonia especial en la que se le encomiende a la misión, o un entrenamiento formal en un centro de capacitación misionera intercultural. La credencial visible es su vida transformada por el poder de Dios y el motor para la misión es el fuego del Espíritu que moviliza toda su vida en adoración y gozo permanente. Y, por eso mismo, utiliza la palabra –uno de los bienes que los poderosos no le han robado ni secuestrado– para que otros escuchen lo que ha visto y oído (Hch. 4:20). En el servicio al Dios de la vida que le ha dado una nueva vida, su teología se va articulando, su testimonio cruza todas las fronteras misioneras, y en su diaria confrontación con las fuerzas de la muerte, su compromiso se va galvanizando. El discípulo pentecostal ya no es una “piltrafa humana”, un simple “dato estadístico” sobre los índices de pobreza, ni una “pieza desechable” de la sociedad de consumo. Es un hijo de Dios que ha experimentado el poder de Dios actuando en la historia. Es un misionero que tiene un mensaje urgente que comunicar. Mensaje en el que proclama que, en Jesús de Nazaret, Dios está transformando todas las cosas y que, por eso mismo, ese mensaje les resulta incómodo a los acomodados de este mundo. ¿Cuánto de lo señalado sigue siendo cierto en la experiencia de los discípulos pentecostales de este tiempo? ¿Qué discurso religioso están consumiendo los miembros de las iglesias pentecostales y qué literatura está informando o formando –y quizá deformando– su mentalidad y su testimonio? ¿La seducción que ejerce la sociedad de consumo y las ofertas religiosas de aquellos que pregonan el fin de las denominaciones, no estará generando patrones de conducta individual y colectiva ajenos a la enseñanza bíblica y a su herencia teológica? Si observamos atentamente la realidad actual, quizá tengamos que admitir que la teología pentecostal forjada en situaciones históricas críticas, con el culto como su laboratorio y como su piso común de producción teológica, parece que necesita una urgente “reingeniería”. La necesita para que su herencia no se pierda y para que los jóvenes y los niños no dejen de profetizar bajo el impulso del Espíritu, perdiendo así su condición de contracultura que alborota la polis (ciudad) y que trastorna la oikumene (la tierra habitada), hasta que el Rey de reyes y Señor de señores retorne con poder y con gloria. Pero, ¿será posible preservar esa herencia en un contexto en el que la moderna religión de consumo, con los “malls” como sus catedrales, las “fast food” como sus templos, las “bank account” como rito de iniciación, las “credit card” como certificado de membresía, las «redes sociales» como lugares oración y los “gyms” como lugares para la práctica de las disciplinas espirituales, parece estar imponiéndose en el mundo? ¿Cuáles son los desafíos que se tienen que encarar en un contexto en el que la interculturalidad exige diálogo, tolerancia y respeto entre todas las culturas, religiones y nacionalidades? Cuando un pentecostal se sienta en una mesa de diálogo con otros actores sociales, políticos y religiosos, ¿qué puede negociar y cuáles son los innegociables de su fe? En una realidad de sociedades democráticas cada vez más abiertas y plurales, ¿qué puede ocurrir cuando un pentecostal deja a un lado, para parecer más dialogante y tolerante, la proclamación pública de la singularidad de Jesucristo como único camino de salvación y la naturaleza misionera de la fe cristiana? ¿Cómo responder con respeto y tolerancia, así como dialogar en paz, con las personas y grupos que afirman que todas las religiones son revelatorias y salvíficas?
¿Todas las religiones son caminos de salvación y
tienen algo de la gracia común de Dios? LA ÉTICA PENTECOSTAL Acerca de la ética pentecostal ya se ha comentado en otro momento. Sin embargo, siempre será necesario insistir en los temas claves, para despejar cualquier malentendido. Se ha señalado, por ejemplo, que el rigorismo ético o la ética del rigor fue, históricamente, su mensaje ético central e, incluso, único. La ética pentecostal estuvo confinada a la vida privada (indumentaria, asistencia a lugares mundanos de entretenimiento, apariencia externa). Nada, o demasiado poco, se enseñó sobre la santidad social y, menos aún, sobre el ejercicio ciudadano responsable. La santidad fue relegada a la vida privada, familiar y religiosa. Nada tenía que ver con los asuntos vecinales, públicos y de interés común para todos, sean o no creyentes. De esa manera, se divorció lo sagrado de lo profano, lo privado de lo público, lo religioso de lo social y político. En otras palabras, se secuestró ideológicamente a los creyentes, o se les enajenó de su propia realidad histórica. Bastaba que los creyentes sean buenas personas, buenos vecinos, modelos de virtud cristiana. La ética privada no tuvo conexión con la ética pública. La pastoral se redujo a la dimensión religiosa de la vida y, para nada, se interesó en el pastoreo a los creyentes que son funcionarios públicos o los creyentes que participan activamente en los movimientos sociales o en los partidos políticos. Las iglesias y los miembros de las mismas fueron, para el barrio o el vecindario, colonia o cantón, una suerte de extraños que solamente aparecían en los días de culto y luego estaban totalmente ausentes de la vida de los vecinos y casi completamente desinformados de los problemas que afectaban al barrio o vecindario. La vida en el Espíritu se limitó a los asuntos religiosos, la vida privada, y a ser “buena gente”. De cuando en cuando, por supuesto, se realizaban jornadas de ayuda social, con el interés de “ganas almas”, sin pensar en la transformación de las condiciones de pobreza de las personas y familias con quienes nos relacionamos. ¿La ética pentecostal sigue estando enclaustrada en la dimensión religiosa de la vida? ¿Qué opinión tienen los vecinos sobre nosotros y sobre la iglesia a la que asistimos? ¿Nos ven como personas interesadas en los problemas vecinales y como personas que participan activamente en acciones sociales en favor del bien común? ¿Qué acciones podríamos realizar para cambiar la cara pública de nosotros mismos, la iglesia en la que participamos, y del conjunto de la comunidad evangélica? SÍNTESIS Varios aspectos de la vida y misión de las iglesias pentecostales se han señalado a lo largo de nuestro diálogo. Se ha puntualizado que son canales de liberación, que su teología es una reflexión crítica desde la periferia, que su praxis es una afirmación de la vida, y que su esperanza es una crítica al carácter efímero de los reinos de este mundo. Teniendo en cuenta todos estos asuntos, a los pentecostales de este tiempo, bombardeados diariamente por propuestas religiosas extrañas a su identidad teológica particular, y extrañas, incluso a la fe evangélica, debería preocuparles la pérdida paulatina de estos rasgos característicos de su espiritualidad. Para un pentecostal, Dios no es un simple dato del pasado o una simple formulación doctrinal, sino un Dios cercano que le acompaña en todas las circunstancias y que está a su lado en todo tiempo. Dios no es un extraño, un desconocido, un ausente, alguien distante y despreocupado de la situación en la que vive el creyente de carne y hueso. En tal sentido, el testimonio pentecostal narra una historia de vida en la que el personaje central es el Dios de la vida. Dios que peregrina junto con su pueblo en cada tramo del camino. Dios que es Divino Compañero que jamás abandona a su hijos e hijas. La tarea personal y colectiva de esta hora consiste en recuperar y preservar su herencia espiritual y valorarla como un tesoro incalculable, reconociendo que los cultos pentecostales tienen que ser La Fiesta del Espíritu. Una Fiesta en la que la oración espontánea y ferviente, el canto alegre y festivo, el testimonio cotidiano y la predicación apasionada, no sean considerados como prácticas extrañas o como simples prácticas religiosas ocasionales, sino como expresiones naturales de adoración animadas por la presencia vivificadora del Espíritu de Vida. Tienes que ser así, porque no se trata de una experiencia religiosa derivada de la histeria colectiva, de una subjetividad enfermiza o de una exaltación de las emociones, sino de la esencia de lo que significa ser pentecostal. No se tiene que olvidar que lo peculiar del genio pentecostal y lo que le da su sabor inconfundible, está relacionado con la forma como comprenden y practican su fe informada y modelada por el poder del Espíritu. En tal sentido, como lo hizo san Pablo hace muchos años, los pentecostales de este tiempo pueden decir también: «Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu» (Gá. 5:25). ¿Qué significa y qué implica para nosotros «andar en el Espíritu»? ¿Andar en el Espíritu está reñido con una preocupación por una sociedad más justa, un país con menos corrupción y una iglesia más fiel a todo el consejo de Dios? ¿Decirle no a todas las formas de violencia, a la destrucción del medio ambiente, a la explotación de los seres humanos, y al ninguneo de los adultos mayores y de las personas con habilidades diferentes, significa no «andar en el Espíritu» o una traición de la fe evangélica? LA TEOLOGÍA PENTECOSTAL ¿Quiénes son los pentecostales? ¿Cuáles son los rasgos distintivos de su identidad que diferencian a este sujeto religioso de otros movimientos religiosos como el carismático y el neo-pentecostal? ¿Qué elementos configuran su identidad y teología específica?
¿Como se relacionan con la sociedad y con la
comunidad política? ¿Es el movimiento pentecostal un vehículo colectivo de liberación integral o un instrumento del sistema predominante para domesticar y amansar a las pobres, a los oprimidos y a los excluidos? Una afirmación pentecostal básica, aunque no está explicitada en su teología ni escrita en un manual, es que el Dios de la Biblia, siendo el Dios de la Vida que ama y defiende la vida, libera de todas las opresiones. En tal sentido, para un pentecostal que ha sido liberado de las cadenas de opresión que lo tenían postrado, no le resulta extraño afirmar que la defensa de la dignidad de todos los seres humanos como creación de Dios, es una forma legítima de vivir en el Espíritu. Más que una liberación de las “cadenas espirituales”, o la “salvación de almas”, la praxis pentecostal tiene como horizonte misionero una liberación integral. Una liberación integral que convierte a los andrajosos sociales en ciudadanos plenos, a los sin voz en actores sociales y políticos, a los indefensos en artesanos de la paz, a los oprimidos en pregoneros de la justicia de Dios. Entre los pentecostales, los neo-pentecostales y los carismáticos, si bien existen puntos de coincidencia en el tema de la actualidad de los dones del Espíritu, no siempre esto indica que se inscriben en la misma dinámica social y que tengan la misma explicación y los mismos intereses. Para diferenciar a estos sujetos religiosos del movimiento pentecostal, se tendría que señalar propuestas teológicas como la “teología de la prosperidad” y la “guerra espiritual”, no son una fabricación pentecostal. Tampoco reflejan ni la teología común a todos los pentecostalismos ni las expectativas sociales y políticas que tienen en distintos contextos históricos. Precisamente aquí está una diferencia sustantiva que el pentecostalismo tiene con los carismáticos y los neo- pentecostales. Es así, porque en América Latina, las iglesias pentecostales todavía caminan mayoritariamente entre los pobres y los excluidos de la sociedad. Más aun, antes que dejar de lado uno de los pilares del Evangelio pentecostal (Cristo como Rey que viene, que la teología de la prosperidad, más afín a la propuesta carismática y neo-pentecostal, ha desplazado a un lugar secundario o abandonado completamente), los pentecostales todavía proclaman el regreso del Rey y esperan el cielo prometido. Dos énfasis de la escatología pentecostal que son, por un lado, una crítica política a los reinos de este mundo que presumen de absolutos. Y, por otro, una denuncia pública del carácter efímero de todos los imperios humanos y de todos los señores temporales que presumen de tener la última palabra en la historia. Los pentecostales, carismáticos y neo-pentecostales, no pueden ser tratados como si fueran un mismo sujeto religioso. Las iglesias pentecostales tienen más de cien años de presencia misionera en el mundo, y aunque tienen un sabor distinto al de las otras iglesias evangélicas debido a su comprensión de la persona y obra del Espíritu Santo tienen, sin embargo, las marcas de la identidad evangélica. ¿Cuáles son estas marcas? Las siguientes: La herencia teológica de la Reforma, la pasión evangelizadora, la piedad personal, la postura anabautista, la ética puritana y una preocupación social que se expresa en una atención a todas las necesidades humanas. Varias de las diferencias marcadas que existen entre las iglesias pentecostales y las iglesias carismáticas y neo- carismáticas, son las siguientes: 1. Los públicos a los cuales se dirigen no son los mismos: Los pentecostales trabajan principalmente entre los oprimidos, pobres y los excluidos, mientras las iglesias carismáticas y neo-pentecostales se orientan principalmente a las clases media, media alta y alta de la sociedad. 2. Tienen mensajes distintos: Los pentecostales proclaman el evangelio completo(Cristo salva, sana, santifica, bautiza con el Espíritu Santo y viene otra vez). En el mensaje carismático y neo-pentecostal, con su énfasis en la “teología de la prosperidad”, casi no se anuncia el regreso del Señor. Estas iglesias enfatizan más bien “el reino ya” (“confiesa”, “reclama”, “decreta”, “siembra”), o la idea de que se puede construir el reino de Dios aquí en la tierra. 3. Tienen preocupaciones sociales distintas. En las iglesias pentecostales los pobres recuperan la palabras y adquieren conciencia de su dignidad humana. Y, mediante el mensaje pentecostal de sanidad divina y liberación de los poderes de la muerte, los pobres tienen acceso inmediato a la salud y pueden convertirse en líderes sociales en sus comunidades. Las iglesias carismáticas y neo-pentecostales, están más preocupadas por disfrutar de los beneficios temporales que otorga el poder político y en instrumentar al Estado en beneficio propio. Lo que explica su repentino interés en los asuntos públicos, no tanto para fortalecer la democracia, sino para imponer su visión religiosa de la vida sobre todos, sean o no creyentes. 4. En las iglesias pentecostales los creyentes aprenden a relacionar su fe con sus deberes ciudadanos, porque entienden que Dios camina a su lado. En cambio, las iglesias neo-pentecostales y carismáticas tienden a una privatización de la fe que conduce a una despreocupación por la situación material en la que vive el prójimo. Este énfasis privatista se nota especialmente en el contenido de sus cantos, en sus gritos de guerra en los tiempos de culto, y en las prédicas habituales de sus conductores espirituales que parecen más conferencias motivacionales. 5. Los cultos de las iglesias pentecostales son cultos participativos (eso se espera). En las iglesias carismáticas y neo-pentecostales los cultos son dirigidos por los “especialistas”, las prédicas son una suerte de conferencias orientadas a subir la autoestima, se recorta la participación de los fieles en el pulpito, y los cantos parecen gimnasia colectiva que los desconecta de la realidad en la que viven. Existen, quizás, más diferencias entre las iglesias pentecostales y las iglesias neo-pentecostales y carismáticas. Aquí solo me he limitado a subrayar las más visibles y significativas cuando se observa y analiza con detenimientos los puntos en común y las diferencias. Un asunto más: En los últimos años en un sector minoritario, pero creciente, del movimiento pentecostal latinoamericano, se fue dando un proceso de cambio de mentalidad teológica en el que se fue comprendiendo el patrón quíntuple (o cuádruple) de su teología de una manera más integral. El movimiento pentecostal en sus distintas expresiones, si tiene en cuenta su propia opción misionera (el mundo de los pobres y de los excluidos) y su propia Cristología (expresada en el evangelio pentecostal), tienen los insumos necesarios para responder creativamente a problemas históricos de largo plazo como la opresión, la pobreza y la injusticia institucionalizada. Su opción misionera, poco antes o poco después, les llevará a darse cuenta de que los pobres necesitan el pan material y mejores condiciones de trabajo. Les llevará a darse cuenta, además, que existen estructuras de pecado que tienen que ser transformadas para que no sigan desfigurando la dignidad humana. En cuanto a este tema, particularmente importante, los pentecostales no se tienen que limitar a la denuncia del pecado personal o privado (adulterio, fornicación, borrachera, mentira, robo, etc.), tienen que denunciar además el pecado social (apatía e indiferencia frente a problemas recurrentes como la corrupción e injusticia institucionalizada) y el pecado estructural (marginación, exclusión, pobreza, etc.). En tal sentido, temas claves de su Cristología, como Cristo santifica, les obligará a pensar en la santidad social como una dimensión legítima y necesaria de su testimonio individual y colectivo en el mundo. Lo señalado previamente puede explicar por qué cada día es mayor el número de iglesias pentecostales que están inmersas en acciones de lucha contra la pobreza y de defensa de la dignidad humana, mediante la atención directa a los problemas de educación, salud y alimentación de niños y adolescentes que provienen de familias que viven en situaciones de pobreza y extrema pobreza. Puede explicar también, porque están activas en diversas instancias de la sociedad civil, junto con los no evangélicos, para resolver los problemas comunes que tienen los pobres y los oprimidos, como la escasez de pan y la carencia de servicios básicos como agua, alcantarillado y fluido eléctrico. En suma, hace rato, sin necesidad de que otras teologías catalicen nuevas formas de acción misionera, ya existen iglesias pentecostales que están participando activamente en acciones de lucha contra la pobreza y en acciones de defensa de la dignidad de todos los seres humanos como creación de Dios. Los pasos prácticos que se han dado para pasar de la caridad a la justicia social, y de la benevolencia a diversas acciones sociales y políticas, han sido los siguientes: a) Inserción en la realidad misionera en la que dan testimonio del Dios de la Vida y de la Justicia. b) Conocimiento de primera mano de los problemas sociales que afectan directamente a los pobres y a los excluidos. c) Creación de programas sociales orientados a la atención de tres derechos humanos fundamentales: alimentación, salud y educación. d) Defensa de la dignidad humana, denunciando públicamente los actos de violación de derechos humanos, y asumiendo la defensa de las víctimas de la violencia institucionalizada. e) Trabajo colectivo con otras organizaciones de la sociedad civil comprometidas en acciones de lucha contra la pobreza y en acciones de defensa de la vida. Cada uno de estos pasos que se han dado en los últimos años en varias iglesias locales, indican que, en el movimiento pentecostal, fue ocurriendo un proceso de cambio de mentalidad teológica en el que se fue comprendiendo el patrón quíntuple (o cuádruple) de la teología pentecostal de una manera más integral. Una pregunta que encarar entonces: ¿Cómo se entiende en los sectores más conscientes de su identidad y teología cada uno de cinco puntos de la Cristología pentecostal? En primer lugar, proclamar que Cristo salva, implica relativizar las ideologías o propuestas de factura humana que presumen de ser caminos de salvación. Implica, además, afirmar que la persona que ha experimentado la salvación tiene que dar cuenta de la misma en el marco temporal en el que está situado. En otras palabras, la persona que ha sido justificada por la fe en Jesús tiene que estar comprometida con la justicia social, ya que el justo por la fe tiene que ser agente de cambio social en el contexto histórico en el que ha sido puesto como misionero del Dios de la vida que le ha dado una nueva vida. En segundo lugar, proclamar que Cristo sana, implica afirmar que los oprimidos, los pobres y los excluidos tienen acceso directo a la salud, dentro de una sociedad que les niega la atención a ese derecho humano. Implica también, afirmar que Cristo se preocupa por todas las necesidades humanas, por el ser humano completo, por todos los problemas –entre ellos la salud– que aquejan a los oprimidos, los pobres y los excluidos. Este ingrediente del evangelio pentecostal tiene, entonces, una dimensión social innegable, ya que constituye una crítica pública a los que, desde sus posiciones de poder civil o religioso, tienen poco interés en la salud integral de los pobres y de los excluidos. En tercer lugar, proclamar que Cristo santifica, implica dejar a un lado la teológica individualista que entiende la santidad como un llamado a ser buena gente o una persona decente, olvidándose que la persona santa está llamada a tener una preocupación genuina por la condición social en la que vive el prójimo pobre y el excluido. En consecuencia, afirmar que Cristo santifica, tiene como correlato una inserción en el mundo de los miles de crucificados de este tiempo, es decir, exige la práctica de una santidad social. En cuarto lugar, proclamar que Cristo bautiza con el Espíritu Santo, implica afirmar que la defensa de la vida –la dimensión social y política de la misma– es una forma legítima de vivir en el Espíritu. Quien ha sido bautizado con el Espíritu, está llamado a amar la vida, y por eso mismo, a defenderla de todas las violencias. Aunque esto implique en ciertas situaciones, seguir la ruta del martirio que, al fin y al cabo, es compartir el destino de su Señor y Maestro. Finalmente, proclamar que Cristo viene otra vez, constituye una crítica abierta a todos los señores temporales y a todos los imperios humanos, puesto que se denuncia la naturaleza efímera de su poder. Implica también, proclamar que ninguna sociedad humana puede compararse al reino de Dios, sin que esto signifique un llamado a la parálisis social y política, o a una despreocupación por los asuntos de la agenda pública. En otras palabras, cada vez que las iglesias proclaman que Cristo viene, afirman que todos los poderes humanos son transitorios, efímeros, temporales. En consecuencia, el anuncio público de la venida de Jesús, tiene una connotación social y política que relativiza a los poderes humanos y que anuncia el fin de todos los imperios. Los pentecostales no tienen que olvidar entonces que proclamar que Cristo viene, no les convierte en ciudadanos irresponsables, sino que los inserta en la realidad histórica como embajadores de la reconciliación, artesanos de la paz, defensores de la verdad en un mundo de mentiras y de medias verdades, y en profetas de la justicia de Dios. LA PRÁXIS PENTECOSTAL ¿Cómo tener una comprensión más integral de la misión de la iglesia en la que no se separe lo sagrado de lo profano, lo secular de lo espiritual, lo privado de lo público? Además de leer la Biblia desde nuestra realidad de miseria, opresión y explotación, se tiene que tejer una perspectiva de misión en la que no se desconecte a los destinatarios de la buena noticia del reino, de la realidad histórica en la que viven y en la que tienen múltiples necesidades humanas. Para una acción pastoral y misional más encarnadas, ¡el contexto si importa! ¡Importa demasiado si queremos ser fieles a todo el consejo de Dios y si no queremos predicar un evangelio desencarnado o descontextualizado! Tres asuntos son fundamentales entonces: a) La doble ciudadanía: ciudadanos del reino de Dios y ciudadanos de la polis. b) La vida y la dignidad humana, toda la vida, todos los seres humanos. c) La justicia plena, igualdad de oportunidades para todos, acceso a la justicia para todos. En la tarea de tejer una perspectiva misionera integral, ayuda mucho tener en cuenta que los pentecostales tienen más sintonía y cercanía con los movimientos sociales, puesto que forman parte del pueblo de a pie y caminan, cada día, con las víctimas de las diversas violencias. Habrá que tener en cuenta que los movimientos sociales, como las organizaciones de mujeres o los comités vecinales, pueden catalizar transformaciones sociales y políticas significativas. Es importante entonces, así me parece, que los miembros de las iglesias pentecostales, como vecinos, participen activamente en estos espacios de acción ciudadana, para construir desde abajo formas distintas de acción política. ¡Desde abajo se construya también la democracia! Sin embargo, para que esto sea posible, se tiene que formar cuadros políticos más cuajados De esa manera se podrá asegurar y garantizar que las conquistas sociales y políticas de los pobres y de los excluidos, no sean una simple conquista pasajera o un logro momentáneo, sujeto a los caprichos de los políticos de turno o al juego mezquino del poder. Se tiene que entender también que la iglesia, si pretende ser la iglesia de Jesucristo, está llamada a denunciar públicamente todas las formas de pecado individual, social y estructural que desfiguran la dignidad de todos los seres humanos como creación de Dios: racismo, marginación, injusticia institucionalizada, pobreza, opresión, explotación, corrupción, entre otros. Cuando la iglesia cumple cabalmente con esta dimensión de su misión en el mundo, está siendo fiel a todo el consejo de Dios, y está siguiendo la misma ruta que transitó el Carpintero de Nazaret, su Señor y Maestro. Está proclamando que la buena noticia de reino de Dios desacomoda a los acomodados y a los poderosos de este mundo.