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Despertando con el peor de

los pecadores
Idea Clave:

Hasta que el pecado no sea amargo,


el matrimonio no puede ser dulce.
Las nuevas sobre quiénes realmente somos
Metiendo la pata una y otra vez…
¿Por qué no soy más amoroso?

Si amo a mi esposa, ¿por qué me es tan fácil tratarla como si no la


amara?

Sucede lo mismo con mis hijos también


La confesión de Pablo y la nuestra

“Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos:


Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,
entre los cuales yo soy el primero”
(1 Timoteo 1:15)
Pablo no se está comparando objetivamente con el resto de la raza
humana.
Tampoco está sugiriendo que su carácter moral esté en bancarrota o
que su madurez espiritual esté en cero.

Simplemente está hablando de lo que sucede dentro de su propio


corazón.
Está diciendo, “Miren, yo conozco mi pecado. Y lo que he visto
en mi propio corazón es más tenebroso y horrible; es más
arrogante, egoísta, y auto-enaltecido; y es más insistente y
constante en su rebelión contra Dios que cualquier otra cosa
que haya visto en el corazón de otro. Por lo tanto, el pecador
más grande que conozco soy yo.”
“Sin embargo, por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero,
Jesucristo demostrara toda su paciencia como un ejemplo para los que habrían de
creer en Él para vida eterna” (1 Timoteo 1:16).

Dos cosas crecían en la perspectiva de Pablo:


-su pecaminosidad a la luz de la santidad de Dios, y
- la misericordia de Dios a la luz de su pecado.

El conocer a Dios y a sí mismo correctamente no fue desalentador ni deprimente en


lo más mínimo. Más bien, esto profundizó
-su gratitud por la vasta misericordia de Dios en redimirlo, y
-la paciencia de Cristo en continuar amándolo e identificándose con él en su lucha
diaria contra el pecado.
La realidad bíblica de los desgraciados
gozosos
Esta profunda conciencia de la pecaminosidad innata no es un aspecto
teológico enigmático ni un ejemplo de fervor religioso fracasado.
Una gran conciencia de la pecaminosidad propia muchas veces va de la
mano con un gran gozo y confianza en Dios.

“Al Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a Él sea honor y gloria
por los siglos de los siglos. Amén” (1 Timoteo 1:17).
“Demasiada gente toma a la ligera el pecado, y por consiguiente, toma a la
ligera al Salvador. Aquel que ha estado delante de su Dios, culpable y
condenado, con la soga alrededor del cuello, es aquel que debería llorar con
gozo al estar perdonado, debería odiar el mal que fue perdonado, y debería
vivir para honrar al Redentor cuya sangre lo ha limpiado”. Charles Spurgeon

Así que nuestro pecado—el mío y el suyo—es indeciblemente feo. Es vil; es


perverso. Pero a la vez provee el fondo para un drama mayor. Seremos obras
en proceso, tristemente propensos a pecar, sin embargo podemos ser obras
gozosas, porque—gracias a Dios—hemos sido redimidos por gracia a través
de la muerte y resurrección de Cristo
Pedro, Ana, y todos nosotros
No ven que sus pleitos están arraigados en una perspectiva equivocada de la
realidad, así que las soluciones significativas siempre se les escapan.

Pedro dice que necesita ser respetado, pero al parecer lo único que recibe cada
noche son comentarios críticos por parte de Ana cuando llega del trabajo.
Ella dice que necesita que Pedro la busque y le provea un mayor sentido de
seguridad en su matrimonio, pero al parecer lo único que recibe de Pedro es su
pasividad día tras día.
Realmente no hay nada malo en estos deseos particulares. Los
problemas emergen cuando meditan, varias veces a la semana, sobre
las fallas del otro, insisten en el cambio del otro, y repiten los
comentarios dañinos que se han estado intercambiando por meses.
Su mayor necesidad se encuentra en su propia teología.
Necesitan reconocer que algunas de las expectativas que tienen el uno del
otro—y las perspectivas subyacentes del las cuales emergen esas expectativas
—no son bíblicas.
Sin duda sus acusaciones, palabras ásperas, y actitudes egoístas y exigentes
están plagadas de pecado.
Como pareja, necesitan ayuda para alinearse con las Escrituras—con la
perspectiva de Dios acerca de la realidad.

La raíz del problema de Pedro y Ana se revela en el hecho de que lo dicho por
Pablo en 1 Timoteo 1:15 todavía no les es “digno de confianza”.
Pedro y Ana han reducido el dicho fidedigno de Pablo y lo han re-planteado
de una manera no bíblica: “Cristo Jesús vino al mundo para …cumplir mis
necesidades, ¡ de las cuales yo tengo más que tú! ”
“Va aumentando el número de cristianos que están perdiendo de vista el
pecado como la raíz de todos los ayes humanos. Y muchos cristianos están
explícitamente negando que su propio pecado pueda ser la causa de su
angustia personal.
Más y más personas están tratando de explicar el dilema humano en
términos que claramente no son bíblicos: temperamento, adicción, familias
disfuncionales, el niño por dentro, co-dependencia, y un montón de excusas
promovidas por la psicología secular.” John MacArthur
Si usted quita la realidad del pecado, usted quita la posibilidad del arrepentimiento. Si
usted anula la doctrina de la depravación humana, usted anula el plan divino para la
salvación. Si usted borra la noción de culpabilidad personal, usted elimina la necesidad de
un Salvador.

Esta necesidad continua de un Salvador es a lo que los cristianos profesantes deben


aferrarse. La cruz hace una declaración abrumadora acerca de maridos y mujeres: que
somos pecadores cuya única esperanza es la gracia.
Sin una conciencia clara del pecado, vamos a seguir evaluando nuestros conflictos fuera de
la historia bíblica—a saber, la obra consumada de Jesucristo en la cruz— eliminando así
toda base para un entendimiento verdadero, una reconciliación verdadera, o un
verdadero cambio.

Sin el evangelio de nuestro Salvador crucificado y resucitado, nuestro matrimonio se


desliza a lo superficial. Empezamos a flojamente justificar nuestra conducta pecaminosa, y
nuestros conflictos matrimoniales acaban, en mejor instancia, en acuerdos parciales e
inquietos.
Lo peor del pecado
Hay motivo para mortificarme porque mi pecado no me ofende
primeramente a mí ni a mi matrimonio. Todo pecado es primeramente
contra Dios. Y eso cambia todo.
Cuando yo le hablo crítica y duramente a Kimm enfrente de nuestros hijos,
mi pecado es de cierta manera contra mis hijos. Obviamente, es mucho
más contra Kimm.

Pero lo que necesito ver, es que


¡este pecado es primero y más fuertemente contra Dios!
“El pecado no es malo por lo que me hace a mí, o a mi cónyuge, o a mi hijo,
o a mi vecino, sino porque es un acto de rebelión contra el Dios
infinitamente santo y majestuoso.” Jerry Bridges

A medida que esta realidad bíblica empezaba a asentarse, sucedían cosas


maravillosas. Empecé a experimentar un sincero lamento por mis
“pecaditos”.
El peor de los pecadores—
¡Lo mejor del mundo!

Conclusión:
Soy un mejor esposo y padre, y un hombre más feliz cuando me reconozco
como el peor de los pecadores.

Recuerde quienes somos en Cristo a pesar de nuestro pecado: somos hijos


atesorados del Padre, quien nos amó lo suficiente como para enviar a su
hijo unigénito a padecer el castigo por nuestros pecados, aun los pecados
que todavía no hayamos cometido. Y recuerde que Dios está obrando en
usted, conformándolo a un ejemplo genuino, de adentro hacia afuera, de
Cristo.
Una evaluación sobria de nuestra condición pecaminosa no impide esa
obra, más bien ¡la celebra!
La pregunta que antes me quebraba la cabeza, “Si amo a mi esposa, ¿por qué
me es tan fácil tratarla como si no la amara?” tiene ahora una respuesta
universal.

Todos somos el peor de los pecadores, así que todo lo que no es pecado es
simplemente la gracia de Dios obrando.
Apreciando el regalo escondido
que viene de vernos como el peor de los pecadores.
Es la humildad—la humildad que aplasta nuestro orgullo y que nos quita las escamas de
los ojos.

“Hay dos cosas que funcionan para humillar el alma del hombre:
- una consideración apropiada de Dios, y luego
- de nosotros mismos.
De Dios en cuanto a su grandeza, gloria, santidad, poder, majestad, y autoridad; y de
nosotros en nuestra condición insignificante, despreciable, y pecaminosa.” John Owen

Realmente es la única perspectiva que le permite empezar a ver a Dios, a sí mismo, y a su


matrimonio en genuina realidad.

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