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K. Rahner, Encounters with silence (South Bend., Indiana: St.

Augustine’s
Press

EL DIOS DE MI ORACIÓN
K. Rahner,

Encounters with silence (South Bend., Indiana: St.


Augustine’s Press, 1999, p. 23-25; Trad. Esp.,
Palabras al silencio, San Sebastián: Dinor, 1957 ).1

Dios mío, ten misericordia de mí. Cuando huyo de la


oración, no es que quiera huir de ti, sino de mí mismo y de
mi propia superficialidad. No quiero huir de tu infinitud y
santidad, sino de la plaza desierta de mi propia alma.
Cada vez que trato de orar, estoy condenado a vagar por los
desiertos restos de mi propia vaciedad, puesto que he dejado
atrás el mundo y aún no encuentro el camino hacia el
verdadero santuario de mi yo interior, el único lugar donde
tú puedes ser encontrado y adorado.
¿No te hace, tu amorosa simpatía, comprender que cuando
me hallo excluido del lugar donde tú vives y echado fuera de
la plaza frente a tu catedral, yo, por desgracia, lleno esta
plaza con las activas distracciones del mundo? ¿No te hace,
tu misericordia, comprender que el vacío resonar de estas
distracciones me es mucho más dulce que la triste y
repelente quietud cuando trato de orar? Esta terrible quietud
es el único resultado de mis inútiles esfuerzos por rezar,
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Karl Rahner escribió este libro en 1938. (Tenía 34 años: nació en 1904 y murió en 1984).

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puesto que deliberadamente expulso los ruidos del mundo, y
sin embargo me encuentro irremediablemente sordo a los
elocuentes sonidos de tu silencio.
¿Qué debo hacer? Me has mandado orar y ¿cómo puedo
creer que me hayas mandado algo imposible? Creo que me
has dado la orden de rezar y que eso lo puedo hacer con tu
gracia. Y puesto que eso es así, la oración que me pides debe
ser, en última instancia, una paciente espera de ti, un
silencioso esperar hasta que tú, que estás siempre presente en
lo más íntimo de mi ser, me abras la puerta desde dentro. Así
seré capaz de entrar dentro de mí mismo, al oculto
santuario de mi propio ser, y ahí, al menos una vez en mi
vida, vaciar ante ti la vasija de la sangre de mi corazón.
Esta será la hora verdadera de mi amor.
Si esta hora llega durante un tiempo de “oración” en el
sentido ordinario, o en otra hora de decisión que afecte la
salvación de mi alma, o a la hora de mi muerte –si será
claramente reconocible como la hora de mi vida o no— si
durará un largo tiempo o solamente un momento— todo eso
lo sabes solamente tú. Pero yo debo estar siempre listo,
esperando, de modo que cuando abras la puerta al momento
decisivo de mi vida— y quizá tú lo harás de forma quieta e
imperceptible— no me encuentre tan absorbido por los
asuntos de este mundo que pierda la única y grande
oportunidad de entrar en mí mismo y en ti. Entonces, en mis
manos temblorosas me tomaré “a mí mismo”, ese algo
anónimo en el cual todos mis poderes y cualidades están
unidos como en su fuente, y te regresaré esa cosa
anónima en una ofrenda de amor.
No sé si esta hora ya ha sonado en mi vida. Solamente sé que
su último instante será el momento de mi muerte. En esa
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bendita y terrible hora tú aún estarás silencioso. Me dejarás
hablar a mí, para expresarte mi propio yo.
Los teólogos llaman a tu silencio en esa hora decisiva, “la
noche obscura del alma”, y quienes la han experimentado
son “místicos”. Estos son los grandes espíritus que no
solamente han “pasado por” esta hora decisiva, como deben
hacerlo todos los seres humanos, sino que han sido
capaces de observarse a sí mismos en el proceso, y han sido
testigos de sus propias reacciones.
Y después de que esta hora me haya llegado, después de la
hora de mi amor, envuelto como está en tu silencio,
entonces vendrá la hora sin fin de tu amor, la eternidad
de la visión beatífica. Pero por ahora, ya que no sé cuándo
llegará esta hora, ni si ya ha empezado a llegar o no, yo debo
simplemente esperar en el atrio ante tu santuario y el mío.
Debo vaciarlo de todo el ruido del mundo y tranquilamente
soportar el amargo silencio y la desolación que así resultan
— la terrible “noche obscura de los sentidos”— en tu
gracia y en pura fe.
Este es, pues, el sentido último de mis oraciones cotidianas,
esta terrible espera. No es lo que sienta o piense en ellas, ni
los propósitos que realice, ni cualquier actividad superficial
de mi mente y voluntad lo que te agrada de mi oración. Todo
eso es simplemente el cumplimiento de un mandato y, al
mismo tiempo, el don gratuito de tu gracia. Todo eso está
simplemente despejando el terreno, de manera que el alma
esté lista para ese momento precioso cuando tú le ofrezcas
la posibilidad de perderse a sí misma al encontrarte a ti,
de orar silenciosamente en ti.
Dame, oh Dios de mi oración, la gracia de continuar
esperándote en la oración.
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