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Día Noveno.

Grado noveno.
ADRIANA LUCIA VILLAMIZAR.
DANIELA DAZA SOLANO.
LEIDYS BELEÑO.
NICOL GONZALEZ POLO.
LAURA BARRAGAN.
XIMENA PATIÑO.
Ofrecimientos.
● Enséñanos, Señor, a elegirte cada día, y a repetir tu Sí en cada una de
nuestras acciones. Danos la gracia de seguirte sin miedo y amarte por
encima de todo.
● Haznos hermanos, tú que nos has reunido. Haznos los testigos, ante
todos, de lo que vimos y oímos, de lo que creemos y vivimos, para que
todos los hombres con nosotros reconozcan en ti al único Señor.

Amén.
Oración de todos los días .

● Benignísimo Dios de infinita caridad que nos has amado tanto y que nos
diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que, encarnado y hecho
nuestro hermano en las entrañas de la Virgen, naciese en un pesebre para
nuestra salud y remedio; te damos gracias por tan inmenso beneficio. En
retorno, te ofrecemos, Señor, el esfuerzo sincero para hacer de este
mundo tuyo y nuestro, un mundo más justo, más fiel al gran
mandamiento de amarnos como hermanos. Concédenos, Señor, tu ayuda
para poderlo realizar. Te pedimos que esta Navidad, fiesta de paz y
alegría, sea para nuestra comunidad un estímulo, a fin de que, viviendo
como hermanos, busquemos más y más los caminos de la verdad, la
justicia, el amor y la paz. Amén.
Día noveno.
● La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén. Desechados por
los hombres y viéndose sin abrigo, María y José han salido de la
inhospitalaria población, y se han refugiado en una gruta que se
encontraba al pie de la colina. Seguía a la Reina de los Ángeles el
jumento que le había servido de cabalgadura durante el viaje y en aquella
cueva hallaron un manso buey, dejado ahí probablemente por alguno de
los caminantes que había ido a buscar hospedaje en la ciudad.
El Divino Niño, desconocido por sus criaturas racionales, va a tener que acudir a loas
irracionales para que calienten con su tibio aliento la atmósfera helada de esa noche
de invierno, y le manifiesten con esto y con su humilde actitud el respeto y la
adoración que le había negado Belén., La rojiza linterna que José tiene en la mano
ilumina tenuemente ese pobrísimo recinto, ese pesebre lleno de paja que es figura
profética de las maravillas del altar, y de la íntima y prodigiosa unión eucarística que
Jesús ha de contraer con los hombres. María está en oración en medio de la gruta, y
así van pasando silenciosamente las horas de esa noche llena de misterio.
Pero ha llegado la medianoche, y de repente vemos dentro de ese pesebre,
poco antes vacío, al divino Niño esperado, vaticinado, deseado durante
cuatro mil años con inefable anhelo. A sus pies se postra su Santísima
Madre, en los transportes de una adoración de la cual nada puede dar
idea. José también se acerca y le rinde el homenaje con que inaugura su
misterioso e imponderable oficio de padre adoptivo del Redentor de los
hombres. La multitud de ángeles que desciende de los cielos a
contemplar esa maravilla sin par.
● dejan estallar su alegría y hacen vibrar en los aires las armonías de ese “Gloria
in Excelsis” que es el eco de la adoración que se produce en torno del Altísimo
Hecha perceptible por un instante a los oídos de la pobre Tierra. Convocados
por ellos, vienen en tropel los pastores de la comarca a adorar al recién nacido
y presentarle sus humildes ofrendas. Ya brilla en oriente la misteriosa estrella
de Jacob, y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los
Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del
Divino Niño el oro, el incienso, y la mirra, que son símbolos de la caridad, la
adoración y la mortificación.
● Oh adorado Niño! Nosotros también, los que hemos hecho esta novena
para prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros
nuestra pobre adoración. ¡No la rechacéis! ¡Ven a nuestras almas,
venid a nuestros corazones llenos de amor! Encended en ellos la
devoción a vuestra santa infancia, no intermitente y sólo circunscrita al
tiempo de vuestra Navidad, sino siempre y en todos los tiempos;
devoción que fielmente practicada y celosamente propagada, nos
conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando
nosotros todas las virtudes cristianas.
Oración a San José.
• ¡Oh santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús!
Infinitas gracias doy a Dios porque os escogió para tan soberanos
misterios y os adornó con todos los dones proporcionados a tan
excelente grandeza. Os ruego, por el amor que tuvisteis al Divino
Niño, me abracéis en fervoroso deseos de verle y recibirle
sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y le gozo
en el cielo. Amén. (Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un
Gloria).
Oración a la santísima Virgen.
● Soberana María que por vuestras grandes virtudes y especialmente por
vuestra humildad, merecisteis que todo un Dios os escogiese por madre
suya, os suplico que vos misma preparéis y dispongáis mi alma y la de
todos los que en este tiempo hiciesen esta novena, para el nacimiento
espiritual de vuestro adorado hijo. ¡Oh dulcísima madre!, comunicadme
algo del profundo recogimiento y divina ternura con que lo aguardasteis
vos, para que nos hagáis menos indignos de verle, amarle y adorarle por
toda la eternidad. Amén. (Se reza tres veces el Avemaría).
Oración al niño
Jesús.
● Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijisteis a la venerable Margarita del
santísimo Sacramento, y en persona suya a todos vuestros devotos, estas palabras
tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: "Todo lo que
quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado". Llenos
de confianza en vos, ¡oh Jesús!, que sois la misma verdad, venimos a exponeros
toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad
bienaventurada. Concédenos por los méritos infinitos de vuestra infancia, la gracia
de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos a vos, ¡oh Niño omnipotente!, seguros
de que no que dará frustrada nuestra esperanza, y de que en virtud de vuestra divina
promesa, acogeréis y despacharéis favorablemente nuestra súplica. Amén.

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