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EL RITO DEL SACRAMENTO DEL ORDEN

Cuando hablamos de

sacramentalidad del sacerdocio
ministerial, hemos de tener en cuenta que puede entenderse
esta expresión en un doble sentido: como sacramento del
Orden, inicio del ser sacerdotal y ministerial por medio de la
imposición de las manos y la plegaria, o como signo
(sacramento) de Cristo Cabeza y Pastor, con lo que nos
referimos a la naturaleza del sacerdocio ministerial, derivada
de la recepción del sacramento del Orden y de la que ya he
tratado).

En este capítulo abordo la sacramentalidad en el
primer aspecto: la ordenación para el ministerio,
mediante el rito de la imposición de las manos y la
plegaria; es el sacramento por el cual se transmite el
ministerio apostólico

Los Doce fueron elegidos por el Señor, pero recibieron también
la fuerza del Espíritu en Pentecostés para poder cumplir su
ministerio. Luego, para poder entroncar con la sucesión en el
ministerio apostólico, puesto que la ordenación no es una
simple elección de la comunidad para un cargo o una función
sino que implica la identificación especial con Cristo, es decir,
la habilitación para obrar en su nombre, el ordenado requiere
que el Espíritu lo capacite para poder llevar a cabo esa función
en la Iglesia.
Ciertamente Cristo no instituyó un rito concreto para la

donación a los Doce del sacerdocio ministerial sino que los
constituyó a través de diferentes momentos —destacándose
el de la institución de la Eucaristía—, por eso los Once
acudieron al sistema de las suertes para elegir a Matías y más
tarde, ellos mismos, en la elección de los Siete, introdujeron la
imposición de las manos, que tenía como trasfondo una
tradición judía y que después se generalizó hasta convertirse
en la materia del sacramento.

El Concilio de Trento define que el Orden es
sacramento tanto al proclamar los cánones de los
Sacramentos en general como en la sesión 23, cuando
enseña Ia doctrina en relación con dicho sacramento
(ct DH 1601, 1766, 1773). Para la Iglesia católica esta
es una enseñanza que pertenece a la fe.
l. Imposición de las manos

Greshake responde a Vogel que «la consecuencia,
que él deriva, de que lo esencial en la transmisión
del ministerio no es la ordenación mediante
imposición de las manos sino el reconocimiento de
un candidato como ministro por parte de la Iglesia,
desborda notablemente el material histórico
ofrecido.
a) La imposición de las manos en la
Sagrada Escritura

El Antiguo Testamento y el judaísmo pos-bíblico utiliza
la imposición de las manos como gesto de bendición,
de modo que con ella la bendición recibida paso a su
vez a otra persona y no puede ser revocada (Cf. Gén
48,14). También en los actos simbólicos los profetas
imponen las manos para transmitir la fuerza de Dios
(Cf. 2 Re 13,16).

El término veterotestamentario utilizado para indicar
este rito es el verbo samak (apoyar, sostener), de
donde se derivó, en la teología rabínica, el sustantivo
semikhá (imposición de manos, ordenación sagrada).
Los rabinos configuraron su ordenación de acuerdo
con el modelo de instalación de Moisés, a quien se
remitían expresamente.

El rito de la imposición de las manos está ampliamente
atestiguado en el Nuevo Testamento con significaciones
diversas. Jesús lo emplea tanto para realizar curaciones (Cf.
Mc 6,5; 7,32; 8,23-25; 16,18; Mt 9,18; LC 4,40; 13,13) como
para bendecir (Cf. Mt 19,15). En los Hechos de los Apóstoles
se utiliza este gesto igualmente en el caso de curaciones
milagrosas (Cf. Hch 9,12.17; 28,8), y es también el rito por el
que se comunica el Espíritu Santo a los bautizados (Cf. Hch
8,16-19; 9917s.

Por haber recibido esta imposición de manos, Timoteo
no debe descuidar el carisma, sino que ha de
reavivarlo, ya que no confiere solamente los poderes
relacionados con la función, sino que anima su entera
existencia (Cf. I Tim 4,14; 2 Titn 1,6), El gesto
sacramental, que ha investido a Timoteo, es asumido
por él para Investir a los presbíteros, en la misma
perspectiva en que lo hemos definido (Cf. I Tim 5,22).

La imposición de las manos era claramente
sacramental.
Por lo tanto, el gesto de la imposición de las manos,
apto para significar la investidura de los ministros en la
Iglesia, ha jugado el papel de signo ritual de investidura
para el ministerio desde la época apostólica.

b) La Traditio apostolica de Hipólito (ca 215)
Tradición apostólica de Hipólito de Roma (hacia 215), que
parece expresar el uso vigente en Roma en los decenios
anteriores. Presenta un Ritual muy simple y sobrio, que reduce
el esquema de la celebración a los datos fundamentales. El rito
esencial de la ordenación del obispo, del presbítero y del
diácono es la imposición de manos, acompañada de la
oración, y cuyo efecto es la comunicación del Espíritu Santo y
la gracia de ser continuadores del ministerio de los Apóstoles
con su mismo Espíritu.

B) La primera imposición de las manos en
la ordenación del obispo, acompañada de la
plegaria hecha en silencio, tiene sobre todo
un significado epiclético e Indica, al mismo
tiempo, el consentimiento de todo el
episcopado a ia elección del candidato
hecha por el pueblo.

c) Otros documentos litúrgicos

Los obispos, presbíteros y diáconos —así como los


confesores, las diaconisas, los subdiáconos y los
lectores— se ordenan mediante la imposición de
manos y la oración del obispo según las Constituciones
de los Apóstoles en su libro VIII (ca. 400)

c) Otros documentos litúrgicos
Los obispos, presbíteros y diáconos —así como
los confesores, las diaconisas, los subdiáconos y
los lectores— se ordenan mediante la imposición
de manos y la oración del obispo según las
Constituciones de los Apóstoles en su libro VIII
(ca. 400)

Cuando ordena al presbítero, el obispo dice la oración
mientras coloca sus manos sobre la cabeza del
ordenando, al igual que los presbíteros presentes, lo
cual expresa su adhesión a la transmisión del carisma
ministerial operada por el gesto ritual del obispo (DH
329). Cuando se ordena al diácono, sólo el obispo
realiza la imposición de manos, porque no se consagra
para el sacerdocio, sino para el servicio.
b) Algunos testimonios patrísticos

San Cipriano asegura la verdadera consagración
episcopal de un colega suyo, Sabino, porque «se le
impusieron las manos, en sustitución de Basílides,
por voto de toda la comunidad y por el juicio de los
obispos que se habían reunido personalmente o que
habían escrito sobre él.

Podrían aducirse otros testimonios, como los de san Efrén, san
Gregorio Nacianceno, san Gregorio Niseno, Ambrosiaster, san
Optato Milevitano, san Inocencio I, san Agustín, san Celestino I
y otros más. Por último, san Isidoro de Sevilla (hacia 570-636)
escribe que «es institución antigua que se ordenan los obispos
por imposición de las manos verificada por los predecesores,
sacerdotes de Dios»

e) La imposición de mano, rito esencial de la
ordenación
La imposición de manos continuó en uso siempre en la
Iglesia para administración sacerdotal del orden,
como lo atestigua la historia de los ritos de Ordenación
y consta por los sacramentarios Leoniano, Gelasiano y
Gregoriano.

I)Documentos del Magisterio
El papa Cornelio (251-253), en carta a Fabio, obispo de
Antioquía, sobre la consagración episcopal de
Novaciano, da testimonio del rito de la imposición de las
manos y dice también del mismo, que «había
conseguido el grado de presbítero por gracia del obispo
que le impuso las manos para el orden del presbiterio»

Gregorio IX (1232) insiste en que «el presbítero
y el diácono, cuando se ordenan, la imposición
de manos con contacto corporal según el rito
introducido por los Apóstoles» (DH 826).

Pío XII prescribe también que en estas ordenaciones la
imposición de manos debe realizarse mediante
contacto fisico con la cabeza del ordenando, pero
declara al mismo tiempo que basta el contacto moral
(Cf. DH 3861).
2. La plegaria de la ordenación

Junto a la imposición de las manos conforma el rito del
sacramento del Orden la plegaria de ordenación, que
explicita el sentido del gesto litúrgico. El Ritual de Pablo
VI cambió la plegaria para la ordenación del obispo,
utilizada desde el siglo VI, por la propia de la Tradición
de Hipólito y de la nueva edición de juan pablo II
enriqueció la plegaria de ordenación de los presbíteros
Las tres oraciones

(episcopal, presbiteral y diaconal) se
estructuran de igual forma: la primera parte (anamnesis)
recuerda lo realizado por Dios en la obra de la salvación cn
relación con la institución del ministerio; la parte central
contiene una invocación al Espiritu Santo (epiclesis) sobre
los candidatos, invocación que constituye la fórmula
necesaria para la validez del sacramento, y la tercera parte
es una intercesión a favor de los ordenandos por medio de
Jesucristo, el Hijo de Dios.

Las tres plegarias de ordenación subrayan que Cristo
es principio constitutivo y ejemplar del ministerio
ordenado, destacan su fundamento eclesiológico,
presentan al Espíritu Santo como fuente de
santificación de los diversos ministerios en la Iglesia y,
por último, presentan a los ministerios ordenados como
signos sacramentales del ministerio de Cristo.

Tres son las grandes afirmaciones teológicas dc la plegaria
de ordenación presbiteral:
a) los presbíteros, gracias a una nueva donación del
Espíritu Santo, son ministros de Cristo, Apóstol y Pontífice,
que hizo partícipes de su misión apostólica y consagración
sacerdotal Apóstoles, a fin de constituir un pueblo
sacerdotal, preanunciado ya en la Antigua Alianza, con
Moisés y Aarón y sus colaboradores;

b) como colaboradores del Obispo, que tiene la
plenitud del sacerdocio apostólico, los presbíteros
poseen la dignidad del presbiterado, en cuanto
ministerio —de segundo grado-— que secunda el
orden episcopal, y a su vez, están unidos en
fraternidad sacramental con todo el presbiterio;

c) los presbíteros configuran su ministerio pastoral a
imagen de Jesucristo, Apóstol y Pontífice, y sus
funciones consisten en el anuncio del Evangelio, la
celebración de los sacramentos y la oración por el
pueblo de Dios, y de este modo proclaman y celebran
la salvación para todo el mundo hasta la consumación
del Reino de Dios.
3.- significación de la ordenación

La significación de la imposición de las manos,
reforzada por la oración que le acompaña, viene a
subrayar el origen divino de la elección, de la
investidura y del carisma. Por esto, la ordenación no es
una simple delegación de la comunidad, sino «don de
arriba», algo más que un mero acto jurídico y más que
la encomienda oficial de un servicio a la comunidad.

La intervención de varios obispos y del presbiterio en
la imposición de las manos en la ordenación episcopal
y presbiteral respectivamente convierte a este gesto en
signo de agregación a un colegio, «a causa del espíritu
común y semejante del cargo»
Por último, el obispo implora el don del Espíritu no sólo
como un don para los ordenados sino también para toda

la comunidad orante, ya que, si en la ordenación acontece
una verdadera transformación interior y la donación de
una habilitación ministerial en quien recibe el ministerio,
una y otra se concede a favor de toda la comunidad
eclesial. Es el mismo Jesucristo quien se confía
eficazmente al ordenado por la acción del Espíritu Santo,
para que pueda realizar su ministerio en pro de toda la
comunidad de los fieles y aun de todos los hombres.
4. La traditio instrumentorum

El primer testimonio sobre el gesto litúrgico de la entrega de
instrumentos está datado en el siglo x y proviene de un códice
compuesto en Italia. El porqué de este nuevo rito en la ordenación del
presbítero se explica, si se tiene en cuenta la orientación eucarística
precedente. Si la consagración eucarística comenzaba a ser
considerada como su función fundamental y la expresión de su
suprema potestad, resulta lógico que fuera subrayada con un rito
adecuado, y nada podría significar mejor este poder que la entrega de
los instrumentos mediante los cuales el sacerdote celebraba la misa.

La unción de las manos del presbítero y de la cabeza
del obispo no constituyen momentos decisivos dentro
de la ceremonia, como intentaba subrayar el canto del
Veni Creator, y ambas unciones sirven para poner en
dependencia el sacerdocio del presbítero y del obispo
del gran Sacerdote, Jesucristo.

El diácono y el obispo reciben, como de pasada, el
libro de los Evangelios, y el presbítero, el pan y el vino,
pero sin aludir a su poder de ofrecerlos, porque ya le
fue concedido en la plegaria consecratoria.

Los ritos complementarios de la ordenación presbiteral
podemos reducirlos a la entrega del pan y del vino, signo
del ministerio de la ofrenda del Pueblo santo de Dios y de
su conformación al misterio de la cruz de Cristo, y a la
unción de las manos con el crisma que significa la unión
con Cristo en el ejercicio de las funciones de ofrecer y
santificar
Conclusión

Por el sacramento del Orden, instituido por Jesucristo y
celebrado en el poder del Espíritu, el ministro
sacerdotal recibe, como nota sustancial inalterable, la
consagración-misión en cuanto participación de la
consagración y misión del mismo Cristo por la que
puede obrar «in persona Christi Capitis et Pastoris».

La Iglesia, en fidelidad continua al mandato
institucional de su Señor, continuó enviando a quienes
por su mediación fueron llamados por Jesucristo,
haciéndoles partícipes de esta consagración y misión.

Mediante el rito de la imposición de las manos la Iglesia
acentúa que el ministro recibe el Espíritu, la potestad para
que la presida, la apaciente con la doctrina y la santifique
con los sacramentos in persona Christi Capitis, y destaca
el entronque del nuevo ministro por medio de la sucesión
con los mismos Apóstoles.
Es importante acentuar que esta potestad así como la

consagración sacramental es en orden a una misión, a una
diakonia en la Iglesia, precisamente la diakonia de hacer
presente a Cristo como Cabeza y Pastor.

La potestad, que el sacramento concede al ordenado no


puede identificarse, como alguna vez sucedió, con una
situación de preeminencia social o de privilegio, prestigio u
honor, sino que ha de ser siempre verdadero servicio.

Bien entendida la potestad, no debe ofrecer
contraposición con el término diakonia, sino que
mutuamente se implican, ya que sin esa potestad
recibida y ejercida, el sacerdote no podría ser
presencia de Cristo Cabeza y Pastor en medio de su
Iglesia, puesto que no podría ofrecerle el servicio
propio, el que sólo él puede darle y del que la
comunidad eclesial está necesitada.

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