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El yo se halla bajo la influencia especial de la percepción y, puede decirse, que las

percepciones tienen para el yo la misma significación que las pulsiones para el ello. Pero,
tanto el yo como el ello quedan sometidos a las influencias de las pulsiones.

Las pulsiones de vida, o el Eros, integra a las pulsiones sexuales, propiamente dichas y
también aquellas restringidas en su fin y sublimados derivados de él; y las pulsiones de
conservación, que se adscriben al yo, que, a su vez, está opuesto a las pulsiones objetales
sexuales. Freud dice que este segundo grupo, que ya sabemos que son las pulsiones de
muerte, encuentran su representante en el sadismo.
Así, la vida sería un combate y una transacción entre ambas tendencias, ambas pulsiones.
En el componente sádico de la pulsión sexual existe un claro ejemplo de una mezcla
adecuada de estas dos pulsiones, de vida y de muerte; y en el sadismo, devenido
independiente como perversión, el prototipo de una disociación. La pulsión de
destrucción, de muerte, entra al servicio del Eros, pulsión de vida, para los fines de
descarga.
La esencia de una regresión de la libido, está integrada por una disociación de las pulsiones. Inversamente, el
progreso desde una fase primitiva hasta la fase genital definitiva tendrá por condición una agregación de
componentes eróticos. La antítesis de las dos clases de pulsiones puede ser sustituida por la polarización del
amor y el odio. Freud dice que la observación clínica muestra, que el odio es el compañero constante del
amor (ambivalencia) y, muchas veces, el precursor de muchas relaciones humanas; y puede transformarse en
amor, así como también este puede hacerlo en odio.

Uno de los observables clínicos que Freud menciona es la paranoia, con las actitudes ambivalentes
correspondientes a cada enfermo. Freud dice que puede haber dos mecanismos los cuales den cuenta de la
transformación de odio en amor. La primera es mediante la clínica, donde el enfermo llega a darse cuenta del
fundamento de su odio con su perseguidor, que luego transformará en amor o identificación; y la segunda es
cuando, por medio de un desplazamiento reactivo de la carga psíquica, se sustrae energía al impulso erótico y
se la acumula como energía hostil. Así se introduce una nueva hipótesis, donde, en la vida anímica, existe
una energía desplazable e indiferente que puede unirse a una pulsión erótica o destructiva intensificando su
carga general.
Freud responde a esta hipótesis con otra, diciendo que esa energía desplazable e indiferente es sublimada, proveniente de
un Eros desexualizado, es decir, de una provisión de libido narcisista; aclarando que actúa tanto en el Yo como en el Ello.
Agrega, además, que ésta energía labora al servicio del principio del placer para facilitar las descargas, siendo indiferente
el camino por el cual es llevado a cabo. Freud va a decir que la sublimación tiene efecto siempre por mediación del Yo,
sabiendo que éste pone fin a las cargas de objeto del Ello, acogiendo en sí la libido de las mismas y ligándola a la
modificación del Yo producida por identificación. Asi se produce la desexualizacion que se nombraba anteriormente,
indicando, además, una relación entre el Yo y el Eros.

Repitiendo, el Yo se halla constituido en gran parte por identificaciones sustitutivas de cargas abandonadas del Ello, las
primeras de estas identificaciones se conducen en el Yo como una instancia especial, oponiéndose a él en calidad de
Superyó.
El Superyó presenta una relación con respecto al Yo, debido a que es, la primera identificación que se lleva a cabo
mientras el Yo era débil, y segundo, que es el heredero del complejo de Edipo. Además, el Superyó, conserva durante toda
su vida la capacidad de oponerse al Yo y dominarlo. Freud lo define como el
monumento conmemorativo de la primitiva debilidad y dependencia del Yo. Por otro lado, el Superyó, presenta una
relación con el Ello, en el sentido de que desciende de sus primeras cargas de objeto (Complejo de Edipo), por lo tanto, se
convierte en una reencarnación de formas anterior del Yo que han dejado en el Ello sus residuos.
Freud dice que la resistencia más fuerte que se puede encontrar en el tratamiento psicoanalítico es la denominada
reacción terapéutica negativa, la cual hace referencia al momento en el que el paciente se coloca en contra de la
curación, manteniendo, e incluso, intensificando la enfermedad. Esta resistencia tiene la característica de ser de
orden moral, es un sentimiento de culpabilidad inconsciente que halla su satisfacción en la enfermedad, sin
renunciar al castigo pertinente en cada caso.

Se sabe ya que el sentimiento normal consciente de culpabilidad, conciencia moral, reposa en la tensión entre el Yo
y el ideal del yo, siendo una expresión de una conducta del yo por su instancia crítica. Los sentimientos de
culpabilidad explicitados anteriormente pueden observarse en la clínica, en casos de neurosis obsesiva,
melancolía, entre otros; afectando de manera diferente según la neurosis correspondiente. El Superyó se manifiesta
en forma de sentimiento de culpabilidad, es decir, el sentimiento de culpabilidad es la percepción a la crítica en el
Yo.
En la melancolía, el Superyó se encarniza contra el Yo, como si se hubiese apoderado de todo el sadismo. Así,
el componente destructor del sadismo, se instala en el Superyó, volviéndose contra el Yo. Por lo tanto, reinará en
el Superyó la pulsión de muerte, provocando la posterior muerte del Yo.
En la neurosis obsesiva, en cambio, la conservación del objeto garantiza la seguridad del Yo, es decir, nunca llegará a la
muerte, como en la melancolía. Debido a la regresion pregenital, las pulsiones eroticas se transforman en pulsiones
agresivas contra el objeto; liberando así la pulsión de destrucción contra el objeto. El Yo se defiende frente a ésto
mediante formaciones sustitutivas alojadas en el Ello. El Superyó se conduce como si lo anterior fuera provocado por el
Yo, intentando obtener los propósitos destructores, lo que da cuenta de que es una sustitución de amor por odio.

Cabe aclarar que el individuo trata de tres maneras diferentes a las pulsiones de muerte. Una parte queda mezclada con
componentes eróticos; otra parte se deriva al exterior como agresión; mientras que la otra parte continúa su labor
libremente en el interior del organismo. Además, se puede decir, con lo expuesto anteriormente, que: el Ello es amoral,
el Yo se esfuerza por ser moral; y el Superyó es hipermoral.

Ya sabemos la hipótesis planteada en cuanto a la creación del Superyó (identificación + sublimación), pero, hay que
agregarle la participación de una disociación de pulsiones. Siendo despojado el componente erótico, realizada la
sublimación, la energía destructora se libera en calidad de agresión y destrucción. Así obtiene, el ideal del yo, su deber
cruel, imperativo,
riguroso, etc.
Con lo anterior, y demás aclaraciones que pertenecer a otros textos, se puede decir que se forma
una nueva representación del Yo, o, mejor dicho, un nuevo estatuto del Yo. Se halla
encargado de varias funciones; por su relación con el sistema de percepción establece el orden
temporal de los procesos psíquicos y los somete al principio de realidad. Mediante la
interpolación de los procesos mentales consigue un aplazamiento de las descargas motoras y
domina los accesos a la motilidad, siendo más formal que efectivo. En cuanto a la acción, el Yo se
enriquece con la experiencia del mundo exterior y tiene en el

Ello otra especie de mundo exterior al que intenta dominar, sustrayendo libido de él para
transformarla en cargas de objetos de estructuras yoicas. El contenido del Ello puede pasar al Yo
mediante dos vías. Una directa, y la otra atraviesa al ideal del yo, según cual tome se verán
actividades anímicas distintas. En un camino, el Yo progresa desde las percepción de sus
pulsiones hasta su dominio, y en el otro, desde la obediencia a las pulsiones hasta su fijación;
en esta última es la cual participa el ideal del yo, siendo una formación reactiva contra los
procesos pulsionales del Ello.
Cabe aclarar que el psicoanálisis es una herramienta para que el Yo pueda dominar al Ello. Por otro lado, se puede ver al
Yo como sometido por tres tipos de peligro (tres tipos de angustia) provenientes, del mundo exterior, de la libido del Yo,
y del rigor del Superyó. En cuanto al último caso, el Yo se constituye como un mediador entre el mundo exterior y el
Ello, intentando adaptar este último al mundo exterior por medio de su actividad muscular. El Yo se conduce al Ello
como objeto de su libido, para esto debe colmarse de ella, constituyéndose, así como representante del Eros, aspirando
a vivir y a ser amado.

El Yo, cuando es amenazado por distintos peligros, desarrolla el reflejo de fugam retirando su carga propia de la
percepción amenazadora en el Ello considerado peligroso y la emite en calidad de angustia; transformándose luego en
reacciones primitivas, es decir, fobias. Freud dice que la angustia real y objetiva, se diferencia de la angustia a la muerte
y de la angustia neurótica ante la libido. La angustia ante la muerte se desarrolla entre el Yo y el Superyó, donde el Yo
libera carga libidinal narcisista, abandonando así mismo. Freud dice que este tipo de angustia se conoce por dos
situaciones distintas, pero análogas, como reacción a un peligro exterior, y como proceso interior; melancolía. Se puede
concluir diciendo que la angustia ante la muerte y la angustia ante la conciencia moral devienen de una angustia,
previa, a la castración.

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