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Clase 10

Lengua y literatura
7B
LE06 OA 04
Analizar aspectos relevantes de las narraciones leídas para profundizar su comprensión:
identificando las acciones principales del relato y explicando cómo influyen en el desarrollo de la
historia; explicando las actitudes y reacciones de los personajes de acuerdo con sus motivaciones
y las situaciones que viven; describiendo el ambiente y las costumbres representadas en el texto y
explicando su influencia en las acciones del relato; relacionando el relato, si es pertinente, con la
época y el lugar en que se ambienta; interpretando el lenguaje figurado presente en el texto;
expresando opiniones sobre las actitudes y acciones de los personajes y fundamentándolas con
ejemplos del texto; llegando a conclusiones sustentadas en la información del texto; comparando
textos de autores diferentes y justificando su preferencia por alguno.
¿Qué haremos hoy?

Retroalimentación
de la clase anterior:
Lectura y análisis de
01 Comparar textos
03 textos

Contenido de la Ticket de salida


02 clase: 04
Comparación de
textos
01
Retroalimentación.
Comparar textos.
Narrativa
Comparar y
contrastar
Compara y contrasta estos personajes
Diagrama
Juego
EJERCITEMOS
Comparar textos
https://www.youtube.com/watch?v=XJg3BPsfGSw
1.- Lautaro, joven libertador de Arauco
Fernando Alegría
2.- Inés del alma mía
Isabel Allende
Yo, sin embargo, no pude quitarme a Felipe de la mente. La muerte de Sultán me pareció un
acto simbólico: con esos golpes de machete asesinó al gobernador, después de eso ya no
había vuelta atrás, rompía con nosotros para siempre y se llevaba la información que había
adquirido en años de inteligente disimulo. Recordé el primer ataque indígena a la naciente
ciudad de Santiago, en la primavera de 1541, y me pareció dar con la clave del papel que
desempeñó Felipe en nuestras vidas. En esa ocasión los indios se cubrieron con mantos
oscuros para avanzar de noche sin ser vistos por los centinelas, tal como hicieran en
Europa las tropas del marqués de Pescara con sábanas blancas sobre la nieve. Felipe
escuchó a Pedro contar esa historia en mas de una ocasión y transmitió la idea a los toquis.
Sus frecuentes desapariciones no eran casuales, correspondían a una feroz determinación,
casi imposible de imaginar en el niño que era entonces. Podía salir de la ciudad a cazar, sin
ser molestado por las huestes hostiles que nos mantenían sitiados, porque era uno de ellos.
Sus excursiones de cacería servían de pretexto para reunirse con los suyos y contarles de
nosotros.
Fue él quien llegó con la noticia de que la gente de Michimalonko estaba concentrada cerca
de Santiago, él quien ayudó a preparar la emboscada para alejar a Valdivia y la mitad de
nuestra gente, él quien avisó a los indios del momento propicio para atacarnos. ¿Dónde
estaba ese chiquillo durante el asalto a Santiago? En el bochinche de ese día terrible nos
olvidamos de él. Se escondió o ayudó a nuestros enemigos, tal vez contribuyó a avivar al
incendio; no lo sé. Durante años Felipe se dedicó a estudiar los caballos, domarlos y
criarlos; escuchaba con atención los relatos de los soldados y aprendía sobre estrategia
militar; sabía usar nuestras armas, desde una espada hasta un arcabuz y un cañón; conocía
nuestras fuerzas y flaquezas. Creíamos que admiraba a Valdivia, su Taita, a quien servía
mejor que nadie, pero en realidad lo espiaba, mientras en su interior cultivaba el rencor
contra los invasores de su tierra. Tiempo después supimos que era hijo de un toqui, el
último de una larga línea de jefes, tan orgulloso de su linaje de guerreros como Valdivia lo
estaba del suyo. Imagino el odio terrible que oscurecía el corazón de Felipe. Y ahora este
mapuche de dieciocho años, fuerte y delgado como un junco, corría desnudo y veloz hacia
los bosques húmedos del sur, donde le esperaban las tribus.
Su nombre verdadero era Lautaro y llegó a ser el más famoso toqui de la Araucanía, temido demonio para los
españoles, héroe para los mapuche, príncipe de la epopeya guerrera. Bajo su mando, las huestes
desordenadas de los indios se organizaron como los mejores ejércitos de Europa, en escuadrones,
infantería y caballería. Para derribar a los caballos sin matarlos -eran tan valiosos para ellos como para
nosotros-, utilizó las boleadoras, dos piedras atadas a los extremos de una cuerda, que se enredaban en las
patas y tumbaban al animal, o en el cuello del jinete para desmontarlo. Mandó a los suyos a robar caballos
y se dedicó a criarlos y domarlos; lo mismo hizo con los perros. Entrenó a sus hombres para convertirlos
en los mejores jinetes del mundo, como lo era él mismo, de manera que la caballería mapuche llegó a ser
invencible. Cambió los antiguos garrotes, pesados y torpes, por macanas cortas, mucho más eficaces. En
cada batalla se apoderaba de las armas del enemigo para usarlas y copiarlas. Estableció un sistema de
comunicación tan eficiente, que hasta el último de sus guerreros recibía las órdenes de su toqui en un
instante, e impuso una disciplina férrea, sólo comparable a la de los célebres tercios españoles.
Convirtió a las mujeres en guerreras feroces y puso a los niños a acarrear víveres, pertrechos y mensajes.
Conocía el terreno y prefería el bosque para ocultar a sus ejércitos, pero cuando fue necesario levantó
pucaras en sitios inaccesibles, donde preparaba a su gente, mientras sus espías le informaban de cada paso
del enemigo, para adelantársele. Sin embargo, no pudo cambiar la mala costumbre de sus guerreros de
embriagarse con chicha y muday hasta quedar aturdidos después de cada victoria.
De haberlo logrado, los mapuche habrían exterminado a nuestro ejército en el sur.
Treinta años más tarde, el espíritu de Lautaro todavía anda a la cabeza de sus
huestes y su nombre resonará por los siglos, nunca podremos vencerle.
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