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“Historia de un cigarrillo”, de Felisberto Hernández

“La caída”, Virgilio Piñera


SEMA
“El huésped”, de Amparo Dávila
NA 4
PLAN DE LA CLASE
1. Ejercicio #3 (lectura en voz alta)
2. ¿Qué hicimos la sesión anterior?
EJERCICIO #3
Imaginen un marco narrativo. Tengan en cuenta las siguientes condiciones:
Alguien habla y alguien lo escucha.
A través de lo que habla la persona que cuenta la historia o que tiene una historia
para contar, los lectores nos imaginamos el espacio (que están en una clínica o en
una tienda parchando con amigos o amigas).
(Tenga presente también el punto de vista temporal: si lo cuenta en presente o en
pasado, etc.)

¿Alguien quiere leer su ejercicio?


¿QUÉ HICIMOS LA SESIÓN
ANTERIOR?
-
PUNTOS DE VISTA ESPACIAL
EL
NARRADOR

EL RELATO
PUNTOS DE VISTA TEMPORAL
EL
NARRADOR

TIEMPO DEL RELATO

Pasado más lejano Presente de la escritura


NIVEL DE REALIDAD
NIVEL DE REALIDAD

PLANO DE
PLANO DE
REALIDAD DEL REALIDAD
NARRADOR DEL
RELATO
¿QUÉ PODEMOS DECIR DEL NIVEL DE
REALIDAD DE LOS CUENTOS LEÍDOS
ANTES?
DESCANSO
ESTRATEGIA DE
EXTRAÑAMIENTO #1
“La migala”
Hay algo que sabe el narrador pero no el lector
ACTIVIDAD GRUPAL
1. Determinen cuál es el punto de vista
temporal, el punto de vista espacial y cómo
funciona el nivel de realidad en los tres
cuentos leídos para hoy.
2. Comentario textual #1
EL HÚESPED, AMPARO
DÁVILA
¿Cómo se describe a la criatura?
¿Qué es? ¿Qué creen ustedes o qué se imaginaron?
EL HÚESPED, AMPARO
DÁVILA
Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje.
Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz.
Representaba para mi marido algo así como un mueble, que se acostumbra uno a ver en
determinado sitio, pero que no causa la menor impresión. Vivíamos en un pueblo pequeño,
incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer. No pude
reprimir un grito de horror cuando lo vi por primera vez. Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos
amarillentos, casi redondos y sin parpadeo, que parecían penetrar a través de las cosas y de las
personas. Mi vida desdichada se convirtió en un infierno. La misma noche de su llegada supliqué
a mi marido que no me condenara a la tortura de su compañía. No podía resistirlo; me inspiraba
desconfianza y horror. “Es completamente inofensivo —dijo mi marido mirándome con marcada
indiferencia—. Te acostumbrarás a su compañía y, si no lo consigues…” No hubo manera de
convencerlo de que se lo llevara. Se quedó en nuestra casa. No fui la única en sufrir con su
presencia. Todos los de la casa —mis niños, la mujer que me ayudaba en los quehaceres, su hijito
— sentíamos pavor de él. Sólo mi marido gozaba teniéndolo allí. Desde el primer día mi marido
le asignó el cuarto de la esquina.
Cuando desperté, lo vi junto a mi cama, mirándome con su mirada fija, penetrante… Salté
de la cama y le arrojé la lámpara de gasolina que dejaba encendida toda la noche. No había
luz eléctrica en aquel pueblo y no hubiera soportado quedarme a oscuras, sabiendo que en
cualquier momento… Él se libró del golpe y salió de la pieza. La lámpara se estrelló en el
piso de ladrillo y la gasolina se inflamó rápidamente. De no haber sido por Guadalupe que
acudió a mis gritos, habría ardido toda la casa. Mi marido no tenía tiempo para escucharme
ni le importaba lo que sucediera en la casa. Sólo hablábamos lo indispensable. Entre
nosotros, desde hacía tiempo el afecto y las palabras se habían agotado. Vuelvo a sentirme
enferma cuando recuerdo… Guadalupe había salido a la compra y dejó al pequeño Martín
dormido en un cajón donde lo acostaba durante el día. Fui a verlo varias veces, dormía
tranquilo. Era cerca del mediodía. Estaba peinando a mis niños cuando oí el llanto del
pequeño mezclado con extraños gritos. Cuando llegué al cuarto lo encontré golpeando
cruelmente al niño. Aún no sabría explicar cómo le quité al pequeño y cómo me lancé
contra él con una tranca que encontré a la mano, y lo ataqué con toda la furia contenida por
tanto tiempo. No sé si llegué a causarle mucho daño, pues caí sin sentido. Cuando
Guadalupe volvió del mandado, me encontró desmayada y a su pequeño lleno de golpes y
de araños que sangraban. El dolor y el coraje que sintió fueron terribles. Afortunadamente
el niño no murió y se recuperó pronto. Temí que Guadalupe se fuera y me dejara sola. Si no
lo hizo, fue porque era una mujer noble y valiente que sentía gran afecto por los niños y por
mí. Pero ese día nació en ella un odio que clamaba venganza.
Sus ojos tenían un brillo extraño. Sentí miedo y alegría. La oportunidad llegó cuando menos la
esperábamos. Mi marido partió para la ciudad a arreglar unos negocios. Tardaría en regresar, según me
dijo, unos veinte días. No sé si él se enteró de que mi marido se había marchado, pero ese día despertó
antes de lo acostumbrado y se situó frente a mi cuarto. Guadalupe y su niño durmieron en mi cuarto y
por primera vez pude cerrar la puerta. Guadalupe y yo pasamos casi toda la noche haciendo planes. Los
niños dormían tranquilamente. De cuando en cuando oíamos que llegaba hasta la puerta del cuarto y la
golpeaba con furia… Al día siguiente dimos de desayunar a los tres niños y, para estar tranquilas y que
no nos estorbaran en nuestros planes, los encerramos en mi cuarto. Guadalupe y yo teníamos muchas
cosas por hacer y tanta prisa en realizarlas que no podíamos perder tiempo ni en comer. Guadalupe
cortó varias tablas, grandes y resistentes, mientras yo buscaba martillo y clavos. Cuando todo estuvo
listo, llegamos sin hacer ruido hasta el cuarto de la esquina. Las hojas de la puerta estaban entornadas.
Conteniendo la respiración, bajamos los pasadores, después cerramos la puerta con llave y comenzamos
a clavar las tablas hasta clausurarla totalmente. Mientras trabajábamos, gruesas gotas de sudor nos
corrían por la frente. No hizo entonces ruido, parecía que estaba durmiendo profundamente. Cuando
todo estuvo terminado, Guadalupe y yo nos abrazamos llorando. Los días que siguieron fueron
espantosos. Vivió muchos días sin aire, sin luz, sin alimento… Al principio golpeaba la puerta,
tirándose contra ella, gritaba desesperado, arañaba… Ni Guadalupe ni yo podíamos comer ni dormir,
¡eran terribles los gritos…! A veces pensábamos que mi marido regresaría antes de que hubiera muerto.
¡Si lo encontrara así…! Su resistencia fue mucha, creo que vivió cerca de dos semanas… Un día ya no
se oyó ningún ruido. Ni un lamento… Sin embargo, esperamos dos días más, antes de abrir el cuarto.
Cuando mi marido regresó, lo recibimos con la noticia de su muerte repentina y desconcertante.
ESTRATEGIA DE
EXTRAÑAMIENTO #2
En “Historia de un cigarrillo” es la mirada del narrador lo que
produce el extrañamiento de un objeto cotidiano. No hay nada
realmente sobrenatural allí, distinto a la mirada del narrador.
HISTORIA DE UN CIGARILLO,
FELISBERTO HERNÁNDEZ
ESTRATEGIA DE
EXTRAÑAMIENTO #2 (SE
REPITE)
En “Historia de un cigarrillo” es la mirada del narrador lo que
produce el extrañamiento de un objeto cotidiano. No hay nada
realmente sobrenatural allí, distinto a la mirada del narrador.
LA CAÍDA, VIRGILIO PIÑERA
Habíamos escalado ya la montaña de tres mil pies de altura. No para enterrar en su cima la
botella ni tampoco para plantar la bandera de los alpinistas denodados. Pasados unos minutos
comenzamos el descenso. Como es costumbre en estos casos, mi compañero me seguía atado a la
misma cuerda que rodeaba mi cintura. Yo había contado exactamente treinta metros de descenso
cuando compañero, pegando con su zapato de púas metálicas un rebote a una piedra, perdió el
equilibrio y, dando una voltereta, vino a quedar situado delante de mí. De modo que la cuerda
enredada entre mis dos piernas, tiraba con bastante violencia obligándome, a fin de no rodar al
abismo, a encorvar las espaldas. Su resolución no era descabellada o absurda; antes bien,
respondía a un profundo conocimiento de esas situaciones que todavía no están anotadas en los
manuales. El ardor puesto en el movimiento fue causa de una ligera alteración: de pronto advertí
que mi compañero pasaba como un bólido por entre mis piernas y que, acto seguido, el tirón
dado por la cuerda amarrada como he dicho a su espalda, me volvía de espaldas a mi primitiva
posición de descenso. Por su parte, él, obedeciendo sin duda a iguales leyes físicas que yo, una
vez recorrida la distancia que la cuerda le permitía, fue vuelto de espaldas a la dirección seguida
por su cuerpo, lo que, lógicamente, nos hizo encontrarnos frente a frente. No nos dijimos palabra,
pero sabíamos que el despeñamiento sería inevitable. En efecto, pasado un tiempo indefinible,
comenzamos a rodar.
Como mi única preocupación era no perder los ojos, puse todo mi empeño en
preservarlos de los terribles efectos de la caída. En cuanto a mi compañero,
su única angustia era que su hermosa barba, de un gris admirable de vitral
gótico, no llegase a la llanura, ni siquiera ligeramente empolvada. Entonces
yo puse todo mi empeño en cubrir con mis manos aquella parte de su cara
cubierta por su barba; y él, a su vez, aplicó las suyas a mis ojos. La velocidad
crecía por momentos, como es obligado en estos casos de los cuerpos que
caen en el vacío. De pronto miré a través del ligerísimo intersticio que
dejaban los dedos de mi compañero y advertí que en ese momento un afilado
picacho le llevaba la cabeza, pero de pronto hube de volver la mía para
comprobar que mis piernas quedaban separadas de mi tronco a causa de una
roca, de origen posiblemente calcáreo, cuya forma dentada cercenaba lo que
se ponía a su alcance con la misma perfección de una sierra para planchas de
transatlánticos. Con algún esfuerzo, justo es reconocerlo, íbamos salvando,
mi compañero su hermosa barba, y yo, mis ojos.
Es verdad que a trechos, que yo liberalmente calculo de unos cincuenta pies, una parte
de nuestro cuerpo se separaba de nosotros; por ejemplo, en cinco trechos perdimos: mi
compañero, la oreja izquierda, el codo derecho, una pierna (no recuerdo cuál), los
testículos y la nariz; yo, por mi parte, la parte superior del tórax, la columna vertebral,
la ceja izquierda, la oreja izquierda y la yugular. Pero no es nada en comparación con
lo que vino después. Calculo que a mil pies de la llanura, ya sólo nos quedaba,
respectivamente, lo que sigue: a mi compañero, las dos manos (pero sólo hasta su
carpo) y su hermosa barba gris; a mí, las dos manos (igualmente sólo hasta su carpo) y
los ojos. Una ligera angustia comenzó a poseernos. ¿Y si nuestras manos eran
arrancadas por algún pedrusco? Seguimos descendiendo. Aproximadamente a unos
diez pies de la llanura la pértiga abandonada de un labrador enganchó graciosamente
las manos de mi compañero, pero yo, viendo a mis ojos huérfanos de todo amparo,
debo confesar que para eterna, memorable vergüenza mía, retiré mis manos de su
hermosa barba gris a fin de protegerlos de todo impacto. No pude cubrirlos, pues otra
pértiga colocada en sentido contrario a la ya mencionada, enganchó igualmente mis
dos manos, razón por la cual quedamos por primera vez alejados uno del otro en todo
el descenso. Pero no pude hacer lamentaciones, pues ya mis ojos llegaban sanos y
salvos al césped de la llanura y podían ver, un poco más allá, la hermosa barba gris de
mi compañero que resplandecía en toda su gloria.
ESTRATEGIA DE
EXTRAÑAMIENTO #3
En “La caída” las reglas del mundo son diferentes, pero es como si el
narrador/protagonista no advirtiera esa diferencia, de modo que no tiene necesidad
de explicarnos cómo así que empieza a caer y no muere, y sobrevive. Pero el
narrador no se sorprende. El extrañamiento consiste en la falta de asombro.
ESTRATEGIAS DE
EXTRAÑAMIENTO
1) hay algo que sabe el narrador pero no el lector (“Migala”, “El huésped”, )
2) hay algo que no puede explicar el narrador y es su mirada la que produce
un efecto de extrañamiento ( “Historia de un cigarillo”)
3) las leyes del mundo representado son extrañas en sí mismas y el narrador
no se asombra (“La caída”)
EJERCICIO #3
Las lecturas de "La caída", "Historia de un cigarrillo" y "El huésped" nos dieron
oportunidad de hablar de tres formas diferentes de construir misterio, inquietud o
una suerte de enigma. Estos textos construyen preguntas para el lector empleando
estrategias de extrañamiento diferentes (hay algo que no puede explicar el narrador y
es su mirada la que produce un efecto de extrañamiento -"Historia de un cigarrillo";
hay algo que sabe (o ve) el narrador pero no el lector -“Huésped”-; o las leyes del
mundo representado son extrañas en sí mismas –“La caída”-).
El ejercicio que van a escribir ahora consiste en elegir uno de estos tres modelos para
imitar la estrategia empleada allí. No tienen que escribir una historia completa
necesariamente, pero sí al menos intentar una página completa en la que se
despliegue una de las tres formas de elaborar misterio, inquietud o enigma.
PRÓXIMAS FECHAS
3 de octubre: 8:30 a 11 am encuentro virtual… 11 am a 12 m: ejercicio en grupo
10 de octubre: NO HAY CLASE
17 de octubre: 9 a 1 pm la clase
PRÓXIMA SESIÓN
Empezamos a las 8:30 (primera reposición de la primera clase que no hubo). ¿Hay
alguien que tenga algún inconveniente con el horario? Este es el momento de
coordinar bien la actividad.
Para que la sesión no sea tan dura (por muchas seguidas), haremos clase
conectades hasta las 10:45. Entre 11 am y 12 m, programaremos una actividad que
harán cada uno por su cuenta. Está actividad estará basada en el ejercicio #4.
¿Listo?

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