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Tradiciones Peruanas
Tradiciones Peruanas
PALMA
En el año 1668 vino un fraile portugués de la orden de San Jerónimo, era el Padre Núñez. En cuanto el padre llega a
Lima, la virreina Ana de Borja, recibió un anónimo que denunciaba que el padre era en realidad un espía secreto
enviado por Portugal. La virreina convoco a sus oidores y todos opinaron que se le condenara a la horca; la astuta
virreina dijo a su audiencia que dejen el caso en sus manos y ella sabría comprobar el autentico cargo de Núñez. Ese
mismo día la virreina manda a su mayordomo a preparar una gran comida para el padre Núñez. En el momento de la
prueba, doña Ana entra al comedor con los oidores y pudieron comprobar que Núñez era cura por medio de 2 pruebas
que fueron fácilmente superadas por el padre Núñez: La primera consistió observar la cantidad de comida que podía
comer el padre Núñez, si este era un fraile debía comer demasiado y sin ningún tipo de cargo de conciencia. En esta
prueba Núñez comió rápidamente hasta saciarse.
Para la segunda prueba se necesito poner un cántaro de barro, lleno de agua. En caso que el padre Núñez fuera
realmente fraile, este no debería beber del cántaro con pulcritud ya que en el refectorio no se acostumbraba a
tomaron pulcritud. Al terminar las pruebas Doña Ana se levanto de la mesa junto con los oidores y acordaron en dejar
libre al sacerdote.
LAVAPLATOS
La hacienda San Borja era bastante grande y pertenecía a los jesuitas pero no disponía de la cantidad
suficiente de agua. En el año 1651, el alcalde provincial Dr. Bartolomé de Azaña se propuso a realizar una
revisión de todas las haciendas, hablo de esto al virrey Sr. Conde de Salvatierra. Ambos ya estaban
acostumbrados a visitar haciendas hasta que llego el turno de San Borja. Después de la inspección a los
puntos hidráulicos, los loyo listas no se quedaron atrás y ofrecieron un exquisito almuerzo, pero el virrey
se percato que su plato era el único que estaba lavado. Los jesuitas atribuyeron este hecho a la escasez
de agua en la hacienda. Y de esta forma consiguieron que les asignen un riego mas para el uso de la
cocina. Por esta anécdota el fundo San Borja fue bautizado como Lavaplatos.
EL INCAS AJEDRECISTAS
Los incas ajedrecistas es una de las tradiciones peruanas de don Ricardo Palma que nos transporta como siempre a la agitada
vida de los primeros españoles en el Perú.
El relato se apoya en una tradición popular del siglo XVI, recogida por un anónimo cronista que da cuenta de cómo una
partida de ajedrez y su consejo para mover una pieza, le costó la vida al Inca Atahualpa y a su sucesor, impuesto por sus
verdugos, llamado Manco, hijo de su hermano Huáscar a quien había mandado asesinar por el trono.
Con el estilo ameno que lo caracteriza, Palma relata las intensas partidas de ajedrez que sostenían los capitanes Hernando de
Soto y Juan Riquelme entre otros, en la casa donde estuvo prisionero el Inca Atahualpa, desde 15 de noviembre de 1532 hasta
su muerte.
Era común ver a los hispanos sentarse frente al tosco tablero y mover las fichas de barro, mientras el Inca aparentemente se
sumía en la preocupación de su destino final, sin prestar atención a las partidas. Pero pronto, demostraría que no era así.
En una de las tardes ajedrecistas de Hernando de Soto y Riquelme, el primero intentó movilizar el caballo, pero el inca lo
detuvo diciéndole "No capitán, no....el castillo". Ante la sorpresa general. Después de una breve reflexión, De Soto siguió el
consejo y dio un inesperado mate, luego de unas cuantas jugadas. Desde aquella tarde, el inca era invitado a jugar una sola
partida por De Soto, quien le cedía las piezas blancas en muestra de gentileza. Atahualpa se convirtió en un buen discípulo.
Otros españoles, salvo Riquelme, también lo invitaban, pero el inca declinaba cortésmente a través de su intérprete Felipillo.
La tradición popular cuenta que Riquelme no perdonó la intromisión de Atahualpa en su derrota ante De Soto. De los24
jueces convocados por Pizarro, se le condenó por 13 votos contra 11. Riquelme firmó por su muerte, determinaría la pena de
muerte al Inca. Pero el ajedrez cobraría nuevamente protagonismo entre los incas y los hispanos...para congraciarse con los
nativos, Pizarro entregó la insignia imperial a Manco, un joven de apenas 18 años a quien, como primogénito de Huáscar le
correspondía la corona. Sin embargo, en la contienda entre almagristas y pizarristas que se sucedieron por el poder, Manco
apoyó a los primeros y los acogió en Vilcabamba, donde había fijado su corte. La convivencia con los almagristas hizo que el
nuevo inca se "españolizara" y cogiera sus gustos, entre ellos, el ajedrez y las bochas. Estaba escrito una vez más, que el
ajedrez movería sus piezas con el signo de muerte. Una tarde, jugando una partida con un hispano, intentó hacer un enroque
prohibido por las reglas del juego. Apenas lo hizo, se escuchó un comentario despectivo de su oponente, al que Manco pasó
por alto para seguir defendiendo su jugada. Los ánimos se caldearon y un bofetón del inca al agresor, fue respondido por dos
puñaladas que apagaron su vida. Los nativos cobraron venganza y mataron no sólo al verdugo de Manco, sino a cuanto
español encontraban en el lugar. Irónicamente, mover las piezas de un noble juego, determinaba una vez más el destino de
un inca.
LA ENTRADA DEL REY
Seríamos distraídos si no describimos la entrada a la ciudad de un virrey. El primero que entró con ceremonial fue don Andrés
Hurtado de A Mendoza. Llegados de México o España recalaban en Paita y a caballo hasta Santa; de allí, enviaban los pliegos y
títulos para el virrey saliente o la Audiencia. La Audiencia los pasaba al Cabildo y al otro día, autoridades y vecinos ilustres salían a
la plaza, y entre música y cohetes se pregonaba la noticia. El día de la entrada, alas doce, montaba el virrey en un lujoso coche. La
procesión iba por la calle de las Mantas hasta San Sebastián, y luego Monserrate. Allí se le acercaba el mayordomo de la ciudad, y
ofrecía le el caballo. Descendía el virrey, subía al tablado y(con su esposa, si la había) sentábase para presenciar el desfile.
Llegaban la Inquisición, el Cabildo y aguardaba la Real Audiencia. Parábase el virrey y uno de los regidores, comisionado por el
Cabildo dirigíale el discurso de saludo, que finalizaba
llamándolo a juramento. El virrey se arrodillaba y el escribano del Cabildo decía: “¿Vuecencia, jura por Dios, Santa
María, los Evangelios; por el crucifijo y señal de la cruz, que guardará a la ciudad los fueros que los reyes le han
concedido?”.
- Así juro y prometo -contestaba el virrey.- Si así lo hiciere, Dios le ayude -decía el más anciano de ellos. Y el pueblo, humildísimo,
vasallo, prorrumpía en vítores. La Audiencia se acercaba y montaba el virrey a caballo. Delos balcones arrojaban las señoras flores
sobre él. En el atrio de la Catedral, el clero lo recibía y se cantaba un Tedeum. Luego, con los oidores y personalidades entraba en
palacio, donde lo recibía el virrey cesante. Las candeladas en las calles, corridas y demás regocijos no se ceñían a programa
alguno. La huelga duraba tres días.
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GRACIAS