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El diablo.

- El infierno, cuyo pensamiento atormentaba todos los espíritus, era un


abismo ardiente e infecto. A menudo un condenado había salido de allí, para
aparecérsele a un amigo que había quedado en la tierra, le había descrito sus
espantosos sufrimientos y lo había conjurado a arrepentirse antes que sea demasiado
tarde. Así, mucha gente había visto los demonios atravesar los aires, lanzando horribles
gritos de alegría al llevar el alma de un asesino, de un usurero, de un herético. Y en los
sermones del siglo XIII reviene a menudo esta exhortación: “Piense en la pieza que lo
espera en el infierno.” –Pero el maestro del infierno, el diablo, es al mismo tiempo
“príncipe de este mundo”, él ronda en medio de los hombres “como un lobo alrededor
del aprisco (majada)”. Los monjes obsesionados con este pensamiento, lo veían sin
cesar alrededor de ellos, a veces bajo la figura de un monstruo gesticulante, en otras
bajo la forma de un hombre o de un animal; hay pocas crónicas donde no se cuentan
algunas de estas apariciones. El en convento de San Gall, uno de los más letrados de
Alemania, en el siglo X, el monje Tutilo encuentra en la iglesia un perro errante
lo reconoce pronto por el diablo, va a tomar un bastón bendecido, vuelve y lo golpea, y
se le escucha gritar: ¡Au! ¡Weh! (desgracia). Un día que faltó al oficio, percibió en su
célula al diablo que escribía en un registro el oficio no realizado. Tutilo se arrodilló, e
inmediatamente ve al diablo borrar lo que había escrito. Tres siglos más tarde, Etienne
de Bourbon cuenta una historia parecida, pero agrega que el diablo inscribía la misa no
oficiada sobre un rollo grande como una torre. En el siglo XIII, Richaume, abad de
Schoenthal compuso un tratado “sobre las astucias de los demonios hacia los hombres”;
él muestra cómo los demonios se lanzan sobre los ojos de los monjes en la mañana para
impedirles despertar o para hacerlos dormir durante el oficio, sobre sus brazos y sus
piernas para impedirles trabajar, y como los embriagan. En efecto, los demonios están
interesados en hacer caer al hombre en la tentación. Una noche San Francisco, estando
enfermo, colocó su cabeza sobre una almohada de pluma; el demonio había entrado allí
y le impedía orar; por la mañana el santo hizo botar al demonio
con el almohadón fuera de su célula. –El diablo busca sobre todo hacer caer a los
hombres en el pecado para poder arrastrarlos al infierno, pero le sucede también
atormentarlos. A veces entra en el cuerpo de un desdichado, le da convulsiones, y
pronuncia blasfemias por su boca; es así como se explicaba la epilepsia y las
enfermedades nerviosas: el enfermo estaba, como se decía, poseído por el diablo.
Había fórmulas para liberarlo expulsando al demonio. “Dios de los cielos, te invoco,
coloco mi mano carnal, coloca del alto de los cielos tu mano espiritual en tu servidor, a
fin que la serpiente enemiga no pueda quedar escondida aquí. Calumniador [Es el
sentido de la palabra diablo, que vine del griego] de las naciones, hijo de las tinieblas,
escucha… yo te conjuro en nombre de Dios… Satán maldito, huye hacia las
profundidades
del mar, en la piara de cerdos, en los lugares desiertos donde no se labra… tu no
tendrás jamás acá lugar para refrescarte; los hierros calientes están preparados para
castigarte”. Tal era la ceremonia del exorcismo.
La brujería. – Al servicio del diablo no están solamente los demonios, sino también los
hombres y las mujeres que se dieron a él renegando a Dios. Algunas veces hubo un
pacto en forma; a cambio de la riqueza, de los honores, de la ciencia, el hombre libró su
alma, y firmó el pacto con su sangre. Casi no hay país en Europa donde no se haya
contado una historia de pacto, en el género de la del doctor Fausto. Cuando un hombre
ha llegado a ser rico, poderoso o sabio, sin que se sepa bien porqué, el pacto con el
diablo entregaba una explicación cómoda. El papa Silvestre era el hombre más instruido
de su tiempo, había estudiado las matemáticas y trabajaba con instrumentos de
astronomía: a su muerte se cuenta que el diablo había venido a llevárselo en un
torbellino. El diablo explicaba a maravilla los trabajos de los alquimistas, sus retortas,
sus palabras árabes; tanto mejor por cuanto los alquimistas mismos creían en la magia.
Pero el diablo reclutaba sus servidores sobre todo entre las gentes del pueblo; eran los
brujos (hechiceros). Se les acusaba de hacer caer los granizos, de matar a la gente y al
ganado; de librarse a una cocina infernal con sapos y grasa de los niños muertos sin
bautismo; se decía que en ciertas noches brujos y brujas, cabalgaban a través de los
aires sobre báculos encantados, se iban a grandes asambleas donde danzaban y
adoraban al diablo su amo (se llamaban a estas reuniones los sabbats por confusión
con la fiesta de los judíos). Es muy probable que no haya habido jamás verdaderas
asambleas. Las brujas que han creído haber ido allí (sin hablar de todas las que han
confesado para escapar a la tortura), eran presas de un género de alucinación muy
frecuente en ciertas enfermedades nerviosas y que producen aún efectos análogos. Los
brujos pululaban sobre todo en Alemania. Los pueblos germanos convertidos al
cristianismo no habían olvidado sus antiguos dioses. Asimismo, cuando el sacerdote
bautizaba a un fiel, le preguntaba aún: “¿Renuncias a Wotan, a Donner, a sus
compañeros y a todos los malditos?” Sacerdotes y laicos veían a Wotan y a Donner no
como
dioses imaginarios, sino como dioses reales, enemigos del buen Dios. Los que le
permanecían fieles devenían adoradores de demonios, y el culto sobre las montañas
una asamblea de brujos. Es así que el Broken, la cima más alta del Harz, antes
santuario de los dioses, llegó a ser el lugar de reunión de las brujas de toda Alemania.
Los brujos, como los heréticos, debían morir en la hoguera. Después de la Inquisición
contra los heréticos no se tarda en organizar una inquisición contra las brujas. Los
jueces hacían torturar a la gente sospechosa de brujerías; para forzarlas a confesar, se
les clavaban agujas por todo el cuerpo, hasta que se encontrase un lugar insensible al
dolor; era esa la “marca del diablo”. Se quemaron brujas por millares, sobre todo en
Alemania y sobre todo en los siglos XVI y XVII; los últimos fueron quemados en el siglo
XVIII. La persecución cesó finalmente, pero la creencia en los brujos persiste entre los
campesinos.
Charles Signobos. Histoire de la civilisation au Moyen Age et dans les Temps
Modernes. Paris : G. Masson Éditeur, [1887], p. 67-70.

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