Como todas las mañanas, Delia, la Nena, irrumpía la mañana con sus gritos a pulmón abierto, en su segunda prioridad del día a día; asegurarse que su “apá” estaba ahí, sonriendo, sudando, doblándose cuidando el fruto. Oteaba con sus ojos y nariz aguileña las servidas parras de la naturaleza acariciadas en algún momento por las manos suaves y cálidas de su padre Dionicio, el encargado de las plantaciones de uva, en la gran Hacienda San José. . Aquella tarde, en medio del bullicio, ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad señor Rojas! ¡Feliz Navidad señor Bravo!, corrían los niños alucinando que sus carros eran Jeeps , las niñas rompían los timpanos a gritos felices, acababan de recibir sus muñecas del patrón de la Hacienda, el respetable señor De La Puente. Con la misma fuerza que Dionicio limpiaba los surcos, que la Nena irrumpía en las mañanas, el transportador de alimentos para aves, cruzó, como el Orión en la Carretera Central , la pierna derecha de Marcy, el último de los hermanos. Marcy, o sea Marcelino, era el complemento perfecto de la Nena, las moras, las uvas y los Rojas, sus cómplices, lo sabían. El golpe, la rotura de su fémur fue la causante de la gran foto para la eternidad. Sí, fueron los rezos que iniciaron esa manada de alterados, bulliciosos y alegres niños que por un momento Marcy sanó, la tranquilidad volvió a reinar en medio de las moras, en medio de la inocencia de estos niños. Marcy no soportó más y dió un alarido de dolor digno de un Aquiles, en medio del fragor de la batalla o de un Córdova arengando a los soldados en la Batalla de Ayacucho, que agrió la chocolatada, abortó los planes de la pachanga, puso fea a las muñecas regaladas y desarmó los carritos de los niños. No tractores, no montacargas , nada de lo que estaba a la mano, servía para socorrer al osado niño. La Nena, su hermana mayor, lo cogió de la mano, le acarició su sollozante rostro y con breves palabras, pero salidas del fondo de su corazón : ¡te vas a curar ya! ¡después jugaremos ya! ¡yo ganaré tus juegos!...Ya después de 53 años, mi recuerdo es difuso. Ni recuerdo en qué , cómo, quienes, lo hicieron aparecer en el Hospital San Antonio. Si el hueso se rompe, hace callo, si te cortas la piel ,se regenera, si necesitas a tu pandilla infantil , su recuerdo se multiplica en un universo de posibilidades, de muchos te quiero sin hablar, en aromas y sabores de vida, fragancias de esperanza, de las que las uvas y moras regalaban a esos niños.