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ENTRE UVAS Y MORAS

Tomasa Torres Morote


Como todas las mañanas, Delia, la Nena, irrumpía la
mañana con sus gritos a pulmón abierto, en su
segunda prioridad del día a día; asegurarse que su
“apá” estaba ahí, sonriendo, sudando, doblándose
cuidando el fruto.
Oteaba con sus ojos y nariz aguileña las servidas parras
de la naturaleza acariciadas en algún momento por las
manos suaves y cálidas de su padre Dionicio, el
encargado de las plantaciones de uva, en la gran
Hacienda San José. .
Aquella tarde, en medio del
bullicio, ¡Feliz Navidad! ¡Feliz
Navidad! ¡Feliz Navidad señor
Rojas! ¡Feliz Navidad señor
Bravo!, corrían los niños
alucinando que sus carros eran
Jeeps , las niñas rompían los
timpanos a gritos felices,
acababan de recibir sus
muñecas del patrón de la
Hacienda, el respetable señor De
La Puente.
Con la misma fuerza que Dionicio limpiaba los surcos, que
la Nena irrumpía en las mañanas, el transportador de
alimentos para aves, cruzó, como el Orión en la Carretera
Central , la pierna derecha de Marcy, el último de los
hermanos.
Marcy, o sea Marcelino, era el
complemento perfecto de la
Nena, las moras, las uvas y los
Rojas, sus cómplices, lo sabían. El
golpe, la rotura de su fémur fue
la causante de la gran foto para
la eternidad. Sí, fueron los rezos
que iniciaron esa manada de
alterados, bulliciosos y alegres
niños que por un momento
Marcy sanó, la tranquilidad
volvió a reinar en medio de las
moras, en medio de la inocencia
de estos niños.
Marcy no soportó más y dió un alarido de dolor digno de
un Aquiles, en medio del fragor de la batalla o de un
Córdova arengando a los soldados en la Batalla de
Ayacucho, que agrió la chocolatada, abortó los planes de
la pachanga, puso fea a las muñecas regaladas y desarmó
los carritos de los niños.
No tractores, no montacargas ,
nada de lo que estaba a la
mano, servía para socorrer al
osado niño. La Nena, su
hermana mayor, lo cogió de la
mano, le acarició su sollozante
rostro y con breves palabras,
pero salidas del fondo de su
corazón : ¡te vas a curar ya!
¡después jugaremos ya! ¡yo
ganaré tus juegos!...Ya después
de 53 años, mi recuerdo es
difuso. Ni recuerdo en qué ,
cómo, quienes, lo hicieron
aparecer en el Hospital San
Antonio.
Si el hueso se rompe,
hace callo, si te cortas la
piel ,se regenera, si
necesitas a tu pandilla
infantil , su recuerdo se
multiplica en un
universo de
posibilidades, de muchos
te quiero sin hablar, en
aromas y sabores de
vida, fragancias de
esperanza, de las que las
uvas y moras regalaban
a esos niños.

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