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BIOGRAFIA DE FRANZ KAFKA:

• Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos, Franz Kafka se formó en un


ambiente cultural alemán. Su padre, Hermann Kafka, había obtenido una cómoda
posición con un matrimonio ventajoso y pudo costear una buena formación para el
primogénito en uno de los colegios alemanes de Praga. Concluido el bachillerato (1901),
el cabeza de familia lo obligó a cursar estudios de leyes, materia por la que nunca sintió
el menor interés, y se doctoró en derecho en 1906.
• Los años universitarios le dejaron tiempo para cultivar sus aficiones filosóficas y
literarias; leyó a numerosos autores y conoció al futuro escritor y crítico literario Max
Brod, con quien trabó una íntima amistad destinada a perdurar toda una vida. La
personalidad enérgica y activa de Brod, totalmente opuesta a la del temeroso e
introvertido Kafka, mitigó su soledad y su marcada tendencia al aislamiento.
• Finalizados sus estudios, trabajó en diversos bufetes de abogados y, desde 1908, en una
compañía de seguros de Praga. Allí desempeño sus tareas con eficiencia y puntualidad,
llegando a merecer un ascenso; sin embargo, carecía por completo de ambición
profesional. El aburrido empleo (que no abandonaría definitivamente hasta 1920, a
causa de su deteriorada salud) le ocupaba solamente las mañanas y podía dedicar las
tardes y las noches a la literatura, su verdadera pasión.
LA METAMORFOSIS
PERSONAJES
 PRINCIPALES:
• Gregorio
• Sr Samsa
• Grete
 Secundarios
 Jefe
 Los 3 señores
 Las empleadas.
RESUMEN
Una mañana, después de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó
transformado en un monstruoso insecto. Tenía muchas patitas que se movían
sin que él pueda controlarlas y todo indicaba que no se trataba de un sueño: el
reloj indicaba las seis y media y el tren salía a las cinco. No podía comprender
cómo pudo quedarse dormido si el despertador sonaba todos los días a las
cuatro de la mañana, y tan fuerte que hasta hacía vibrar los muebles. Pero no
era momento de lamentarse, debía levantarse o perdería su trabajo. Si bien
había perdido el tren de las cinco podía alcanzar el de las siete si se daba prisa.
Pero no era posible salir de la cama, se balanceaba sobre su enorme caparazón
y aun así no lograba llegar ni al borde.
• Su mamá llamó a la puerta:
―Gregorio ―dijo ella― van a ser las siete, ¿te pasa algo malo?
También llamó su padre y hasta escuchó la voz de su hermana Grete,
pero intentó calmarlos diciéndoles que no pasaba nada y que
enseguida estaría con ellos. Pero no podía levantarse aunque lo
intentaba. Quiso rendirse, decir que estaba enfermo y descansar un
día. Pero no era tan fácil, vendría su jefe a buscarlo, traería a un
médico (el que se daría cuenta que Gregorio no estaba enfermo) y lo
botarían de su empleo por perezoso. Y Gregorio no podía perder su
trabajo, por lo menos ahora no, en cinco años podía ser, cuando
termine de pagar la deuda de su padre, pero ahora no, su familia lo
necesitaba.
• Miró una vez más el reloj: eran las siete, había perdido el segundo
tren, definitivamente estaba en problemas. En ese momento oyó que
tocaban a la puerta y que alguien decía: “Buenos días, ¿está Gregorio
en casa?” Era la voz del gerente, ya no era tiempo de estar jugando o
perdería su trabajo. Giró con todas sus fuerzas y cayó de la cama a la
alfombra. Sus patas se acomodaron perfectamente al piso y se acercó
a la puerta. Tocaron a la puerta, el gerente le increpó su actitud:
―No lo puedo creer, señor Samsa, yo había confiado en usted y usted
ni siquiera quiere ir a trabajar. Además, es muy sospechoso que ayer
usted tenía que hacer unas cobranzas y hoy, en vez de llevar el dinero,
se queda en casa.
Muy sospechoso, señor Samsa, muy sospechoso.
Gregorio estaba disgustado, ¿por qué lo trataba así?, él sería incapaz
de robarle a sus patrones, además tenía años de un trabajo impecable.
Pero ni eso valoraba el gerente.
• Miró una vez más el reloj: eran las siete, había perdido el segundo
tren, definitivamente estaba en problemas. En ese momento oyó que
tocaban a la puerta y que alguien decía: “Buenos días, ¿está Gregorio
en casa?” Era la voz del gerente, ya no era tiempo de estar jugando o
perdería su trabajo. Giró con todas sus fuerzas y cayó de la cama a la
alfombra. Sus patas se acomodaron perfectamente al piso y se acercó
a la puerta. Tocaron a la puerta, el gerente le increpó su actitud:
―No lo puedo creer, señor Samsa, yo había confiado en usted y usted
ni siquiera quiere ir a trabajar. Además, es muy sospechoso que ayer
usted tenía que hacer unas cobranzas y hoy, en vez de llevar el dinero,
se queda en casa.
Muy sospechoso, señor Samsa, muy sospechoso.
Gregorio estaba disgustado, ¿por qué lo trataba así?, él sería incapaz
de robarle a sus patrones, además tenía años de un trabajo
impecable. Pero ni eso valoraba el gerente.
• ―Un momento por favor, ―dijo Gregorio― ya me levanto, me he
sentido mal por la mañana pero ya estoy bien y voy a trabajar, así que
no se preocupen.
Al otro lado de la puerta, el gerente y la familia de Gregorio no había
escuchado palabras, sino sonidos monstruosos, silbidos, gruñidos y
resoplidos. Grete fue a buscar a un médico y la criada corrió a buscar
a un cerrajero para forzar la puerta y saber que estaba pasando
dentro de esa habitación. Pero Gregorio logró abrir la puerta antes.
Usó su mandíbula sin dientes y se hizo bastante daño, pero giró la
manija de la puerta. “Al fin”, exclamó el gerente y entró antes que los
demás a la habitación. Cuando vio al insecto se quedó estático y
mudo, la madre cayó desmayada y el padre amenazó a Gregorio con
el puño para que no se acerque. El único que mantuvo la calma fue el
insecto.
• ―No se preocupen ―dijo Gregorio― cualquiera tiene una
indisposición, pero ya estoy bien, en un minuto me cambio y voy a
trabajar. Además, voy a trabajar el doble para compensar mi
tardanza, pero no piensen que soy un perezoso.
Nuevamente lo que oyeron todos no fueron palabras sino balbuceos
monstruosos. El gerente huyó casi a la carrera, Gregorio fue tras él
pues temía perder su trabajo y como estaba apoyado en la puerta
pudo pasar su ancho caparazón de lado. Pero cuando quiso regresar a
su habitación, no podía pasar por la estrecha puerta. Su padre había
salido a detenerlo pensando que atacaría al gerente, y con la rabia
que sentía no se fijó que Gregorio tenía el caparazón incrustado en el
marco de la puerta y de un empujón lo envió al fondo del cuarto. El
caparazón se hirió y de las llagas salía un líquido verdoso.
• El resto de ese día Gregorio lo pasó durmiendo. Cuando despertó
encontró una bandeja con su alimento preferido: leche, y en ella
nadaban pedacitos de pan. Al instante supo que su hermana había
puesto ahí la comida. Se acercó, emocionado, a comer pero al primer
sorbo sintió asco y se sorprendió pues nunca la leche le había
causado esa sensación. Intentó de nuevo, pero era imposible,
asqueroso. Así que se arrinconó debajo del sofá y pasó durmiendo y
con hambre la primera noche de insecto.
En la mañana, su hermana entró al cuarto, y al ver que Gregorio no
había comido, como adivinando sus pensamientos, sacó el plato con
leche y a cambio le trajo varios alimentos descompuestos: vegetales,
restos de comida, un queso mohoso; y dejó solo a Gregorio que sólo
entonces pudo comer y esta vez también se sorprendió pues lo que
antes habría sido repulsivo para él, entonces era delicioso.
• Terminó y volvió a esconderse bajo el sofá. Más tarde, Grete limpió
todo mientras el insecto estaba escondido bajo el sofá, pero la
muchacha podía ver el bulto tenebroso debajo del mueble y aunque
evitaba mirarlo, sentía su presencia y eso incomodaba a ambos. Y
aunque la única que se encargaba de cuidar a Gregorio era ella, la
situación se hizo cada vez más tensa: Grete abría de par en par las
ventanas de la habitación cada vez que entraba para que escape el
hedor del insecto, pero eso mortificaba a Gregorio que habría
preferido que las ventanas no solo estén cerradas sino que también
estén corridas las cortinas. Una noche, Gregorio escuchó la
conversación de su familia (la puerta de su cuarto daba al comedor).
Las conversaciones en casa ya no eran alegres ni joviales, casi no se
hablaban, todo había entrado en un estado de petrificación.
• La criada se había ido y habían contratado otra bastante mayor. Y
aunque solo Grete se encargaba de Gregorio, continuamente su
madre declaraba su intención de ver a su hijo y conocer su estado;
pero su padre y su hija se lo impedían. Gregorio estaba de acuerdo
con ellos, no quería que su madre, ni su hermana (ni nadie) pase
malos momentos por su culpa. Así que, aunque demoró cuatro horas,
arrastró la sábana de su cama y la llevó bajo el sofá, donde se tapó
con ella y evitaba que su hermana se aterrorice cada vez que entraba
a limpiar la habitación.
Por ese entonces, Gregorio había encontrado un pasatiempo: había
descubierto que sus patas viscosas se adherían a las paredes y que
podía caminar por ellas, incluso podía pasear por el techo.
• Su hermana lo había notado pues quedaban las huellas de sus patas.
Se le ocurrió entonces que si su hermano quería pasear por las
paredes y por el techo, lo más sensato sería quitarle todos los
obstáculos que pueda encontrar: los muebles, el escritorio, la cama.
En ese momento no tenía quién la ayude en la labor, y como la única
en casa era la madre, tuvo que pedírselo a ella. Gregorio se escondió
bajo la sábana y las dos mujeres comenzaron la labor. Sin embargo, él
no quería que desalojen sus cosas, no quería sentirse un animal, no
quería que le quiten lo último que le deba una apariencia humana a
su habitación. “Es ahora o nunca”, pensó, y salió de debajo de la
sábana y se apoyó sobre un cuadro, pegando su vientre viscoso al
cristal del retrato.
• Cuando volvió la madre al cuarto, vio al insecto pegado al vidrio y se
desmayó por el espanto. Grete intentó auxiliarla y le desabrochó la blusa
para que pueda respirar mejor, mientras amenazaba al insecto con la
mirada. Gregorio, asustado, se despegó como pudo del vidrio y huyó hacia
el comedor y trepó por las paredes y el techo. Pero su nerviosismo lo
traicionó: se despegó del techo y cayó pesadamente sobre la mesa. En ese
momento llegó el padre del trabajo. Cuando vio la expresión de susto de su
hija, lo adivinó todo.
―Gregorio se ha escapado ―dijo ella abrazándose al pecho del padre―,
mamá lo ha visto y se ha desmayado, pero ya está mejor.
El padre no quiso escuchar más, tiró la gorra sobre el sofá y empezó a
perseguir al insecto. Gregorio huía, pero pronto se dio cuenta que era
preferible dejar de escapar y dirigirse al cuarto para demostrar que tenía la
intención de encerrarse por sí mismo. Pero el padre no entendió y empezó
a arrojarle manzanas, una de las cuales se encajó en el caparazón del
insecto, quien se cruzó con su madre que corría espantada para detener a
su esposo y pedirle llorando que por favor no mate a su hijo.
• A partir de entonces, la relación con Gregorio cambió drásticamente.
Todos en casa debieron buscar un empleo: el padre era mensajero, la
madre costurera y la hermana encontró trabajo en una tienda.
Además tuvieron que despedir a la criada y contrataron una asistenta
que venía por unas horas para limpiar la casa. Grete atendía a
Gregorio con desdén: le arrojaba la comida y ya no limpiaba su
cuarto, pronto abandonó su cuidado y se lo encargaron a la asistenta,
quien, a diferencia de todos, no le tenía el menor temor al insecto: lo
insultaba, le picaba el caparazón con la escoba y ponía todas las cosas
de sobra en su cuarto. En poco tiempo Gregorio tenía un estado
deplorable: estaba cubierto de polvo, viviendo entre los desechos,
con restos de basura y comida adherida a su cuerpo y sin nadie que lo
atienda de verdad.
• Por esos días los padres decidieron recibir inquilinos en casa para
tener un ingreso adicional. Recibieron a tres amigos a los que
trataban con demasiada sumisión (ni siquiera se sentaban en su sofá
si los inquilinos estaban cerca) pues nunca habían tenido huéspedes
en casa y querían tratarlos de la mejor manera para que no se vayan.
Una noche, mientras cenaban, Grete tocó el violín en la cocina; los
inquilinos se sintieron conmovidos por la música y le pidieron que
toque para ellos y que a cambio le darían una propina. La muchacha
lo hizo, el padre colocó el pentagrama y ella empezó a tocar. Cuando
Gregorio oyó la música, se sintió conmovido. Recordó que soñaba con
ahorrar dinero para enviar a su hermana al conservatorio y pensó que
la música habría enternecido a todos tanto como a él así que se
atrevió a salir del cuarto y asomarse al comedor (la asistenta había
olvidado cerrar la puerta). Uno de los inquilinos vio al insecto pero
mantuvo la calma.
• Señor Samsa ―dijo uno de los inquilinos―, ¿qué es eso? ―y señaló a
Gregorio.
El padre, espantado por el suceso, en lugar de meter a Gregorio en su
cuarto, empujó frenéticamente a los huéspedes al suyo sin darles una
explicación. Grete soltó el violín y corrió al cuarto de los huéspedes
donde arregló las camas antes que ellos ingresen. Entonces, cansados
de tantos empujones los inquilinos se detuvieron en seco.
―Señor Samsa, debo decirle que me siento ofendido por el trato que
se nos ha dado ―dijo uno de ellos―. Así que nos vamos de su casa
sin pagarle ni un centavo, al contrario creo que les voy a pedir una
indemnización.
Los dos compañeros de este, asintieron con la cabeza y se encerraron
en su cuarto.
• El padre se dejó caer en el sillón, la madre y la hermana lloraban y
Gregorio, por la falta de fuerzas que le ocasionaba el hambre, no
podía moverse de regreso a su cuarto. No lograba entender como su
buena intención se había convertido en una maldición para los
demás. Debemos deshacernos de él ―gritó la hermana―. Yo ya no
aguanto más. Esa cosa nos va a matar a todos. Nuestro error ha sido
creer que eso es Gregorio, y no lo es. Echémoslo de casa, suficiente
tortura es que todos nosotros trabajemos y que aparte debamos
encargarnos de ese insecto. ¡Papá! ―dijo con un débil chillido y corrió
a esconderse detrás de él―, ahí viene.
Pero Gregorio no iba hacia ella, sino que daba la vuelta para regresar
a su encierro. Estaba tan débil que demoró mucho en llegar, pero
cuando cruzó el umbral, Grete cerró la puerta violentamente y la
aseguró con llave
• . Toda esa noche Gregorio la pasó despierto, convencido
(aún más que su hermana) de que debía morir. Cuando el
reloj de la iglesia dio las tres de la madrugada, Gregorio
encogió su cabeza y murió. A la mañana siguiente fue la
asistenta la que notó la muerte del insecto. “Al fin estiró la pata”,
le dijo a la familia que no le prestó atención. Intentó explicarles
lo que tenía planeado para el cadáver, pero tampoco fue tomada
en cuenta. Hasta que ella misma arrastró el cadáver con la
escoba para que ellos lo vean.
―Demos gracias a Dios ―dijo el padre.
• En ese momento salieron los inquilinos, quienes pidieron el desayuno
y fueron sorprendidos por la asistenta que les mostró el insecto
muerto. El padre, enojado, se paró frente a ellos y los botó
duramente de su casa. También la criada salió muy enojada pues
nadie tomaba atención a sus planes sobre qué hacer con el
insecto. La familia se tomó el día libre de sus trabajos, sacaron sus
cuentas y vieron que lo que ganaban entre los tres les alcanzaba para
vivir y hasta sobraba un poco para ahorrarlo, así que sintieron un
alivio por la carga que se les quitaba con la muerte de Gregorio.
Decidieron salir, pasear, como hace meses no lo hacían; y, mientras
viajaban en el tranvía, los padres notaban la belleza de Grete, que ya
estaba en condiciones de tomar un buen marido.
• Y cuando, al llegar al final del trayecto, se levantó la primera e irguió
sus formas juveniles, pareció corroborar los nuevos provectos y las
sanas intenciones de los padres.

• Gentileza de Katia Duarte R.

• Donado por Letras Perdidas

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