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Madison Faye - Bad Medicine 3 - Doctor Hero
Madison Faye - Bad Medicine 3 - Doctor Hero
Aria
Jack
Aria
Jack
Aria
—
Señor Klein, ya hablamos de esto la
última vez,
¿recuerda?
Cosas embarazosas -cosas médicamente embarazosas,
quiero decir- ocurren. Quiero decir, simplemente ocurren,
especialmente cuando la gente empieza a experimentar con,
uh, cosas, y sus culos.
... En fin.
He trabajado en Urgencias durante años, y créeme, he
visto de todo allí: mangos de cepillos de pelo, plátanos,
rotuladores, botellas de cerveza. Si puedes mirar alrededor
de tu entorno inmediato y ver algo con una forma
vagamente fálica, créeme que en algún lugar, alguien ha
intentado metérselo por el culo porque le picó la curiosidad.
Experimentar con el culo: la verdadera condición
humana.
Excepto que aquí está el asunto. Se fabrican juguetes y
dispositivos específicamente diseñados para el culo, y esos
juguetes específicamente diseñados tienen una cosa en
común: una base acampanada. ¿Por qué? Porque las cosas
tienen una forma de deslizarse dentro de los culos cuando la
gente comienza a experimentar, y sin una base
acampanada, pueden entrar y luego tenerlo muy difícil para
salir. Normalmente, entre las cuatro y las doce horas
posteriores, la gente cede, se traga su dignidad y hace el
viaje más embarazoso de su vida a la sala de urgencias.
El mejor curso de acción, si te encuentras en un mal
momento como éste con el bote de champú o lo que sea metido
en el culo, es ser honesto. Es decir, claro que puedes decirle
a tu médico '¡Me caí en la ducha y simplemente sucedió!'. Pero
puedo decirte con absoluta sinceridad que ningún médico se
cree eso. Así que sea honesto, como el Señor Klein aquí, que
acaba de tener su cuarta operación en dos años para
remover un objeto extraño en su recto.
Mira, no estoy juzgando, créeme. Pero seguro que hay
mejores formas de excitarse que no impliquen una botella de
Bud Lite en el culo. Por cuarta vez.
—Lo sé, lo sé, doctora —suspira el Señor Klein,
encogiéndose de hombros y abriendo los brazos. —Mire, lo he
intentado, es que... vamos, ¿entiende, no es así? A usted
también le entran ganas, ¿verdad?
Sonrío. —Sí, Señor Klein, todo el mundo tiene 'impulsos',
y a veces tenemos impulsos que implican un grado de riesgo.
Pero voy a recordarle de nuevo que esto puede ser muy, muy
peligroso. Ya es bastante complicado sacar una botella
entera, pero si se rompiera dentro de usted, estaría en un
mundo de problemas.
Frunzo el ceño. Podría tener la misma conversación que
he tenido con este hombre otras tres veces. Podría volver a
intentar asegurarle que, aunque no soy psicóloga, el hecho
de que quiera experimentar analmente no significa que sea
homosexual, y que tal vez esos impulsos sean algo que
podría compartir con su mujer desde hace veinte años.
Diablos, a lo mejor ella se muere por meterle cosas por el
culo. Las manías son así de divertidas.
Pero ya hemos pasado por todo eso, y no estoy aquí para
jugar a ser consejera matrimonial o sexual del Señor y la
Señora Klein.
—Señor Klein, no le voy a decir cómo vivir su vida o cómo
comunicarse mejor con su esposa, eso es entre ustedes dos, y
ya sabe lo que voy a decir sobre ser abierto y honesto.
Se ríe, asintiendo. —Sí, lo sé, lo sé.
—Pero lo que le diré, y seguiré diciéndolo, es que si va a
hacer esto, necesita comprar un juguete que haya sido
diseñado específicamente para ello. Es necesario algo con una
base acampanada, para que no se quede atascado...
—Doctora, no soy homosexual. No voy a comprar una
maldita polla de goma.
Suspiro. —Señor Klein, el cuerpo tiene todo tipo de zonas
erógenas, siendo el ano una de ellas. Y querer explorar eso
no cambia su sexualidad inherente...
—¿Se imagina que mi mujer encuentre algo así?
Arqueo una ceja. —¿Se imagina que descubra que ha
estado aquí cuatro veces por las cosas que le he quitado
personalmente de su cuerpo? —murmuro bruscamente.
Él se sonroja pero se encoge de hombros. Quiero decir,
vamos. El hombre conduce un Range Rover y paga sus visitas
al hospital con una tarjeta AMEX negra. Puede permitirse
un puto consolador.
—Bueno, gracias de nuevo, doctora —sonríe. —Sabe,
tenemos que dejar de encontrarnos así —bromea.
—No puedo decir lo mucho que estoy de acuerdo, Señor
Klein —suspiro antes de señalarlo con un dedo. —Lo digo en
serio, por cierto. Por favor, vaya a comprar algo apropiado
para hacer esto. Un día de estos se va a lastimar
seriamente, y no será algo que pueda ocultar a su esposa.
¿De acuerdo?
Él frunce el ceño y asiente. —Lo entiendo. Gracias,
doctora Linetti.
—Cuídese, Señor Klein.
—¡Hasta la próxima! —grazna con una carcajada.
—¡Será mejor que no! —grito por encima del hombro
mientras salgo de detrás de la cortina de privacidad que
rodea su cama de hospital.
—Mejor que no qué.
Casi grito, e incluso salto a medio metro del suelo cuando
mi cabeza se gira para ver a Jack de pie frente a mí. Sus
penetrantes ojos azules se clavan en los míos, y su cincelada
mandíbula rechina con fuerza mientras gruñe por lo bajo.
Jadeo y lo miro a la cara, a escasos centímetros de él.
—¿Qué estás...? —tartamudeo, con la respiración
acelerada. —¡Tienes que estar en la cama! — siseo.
De alguna manera, en lugar de llevar una bata de
paciente, se las ha arreglado para conseguir un par de
pantalones de hospital, con una bata encima que está suelta
y abierta. Mis ojos se deslizan lentamente por sus perfectos
abdominales y su poderoso y musculoso pecho cubierto de
magníficos tatuajes. Siento un escalofrío, un calor prohibido
que me recorre, antes de que mis ojos se deslicen hacia su
hombro, donde la bata está a medio caer, y frunzo el ceño.
—Maldita sea, estás sangrando —murmuro. —Señor…
—Jack —gruñe en voz baja, su voz como se burla de mí
con un calor abrasador. —Sólo Jack.
—Jack —le digo entre dientes. —Tienes que estar en la
cama, ahora mismo. Puede que te hayas abierto un punto y
hay que cambiarte el vendaje.
Frunce el ceño y se mira el hombro. —Huh —murmura,
como si acabara de darse cuenta.
—¿Qué demonios haces fuera de tu...? —Frunzo el ceño
de repente, parpadeando rápidamente antes de agarrarlo
por la muñeca y sacarlo de la habitación del Señor Klein,
atravesando el pasillo benditamente vacío, y entrando en
una sala de trauma oscura y sin uso. Dentro, me giro, con los
ojos desorbitados mientras lo señalo.
—¿Cómo has...? —mis ojos se dirigen a su muñeca, que
obviamente no sigue esposada a la cama del hospital.
Y de repente, la puerta que tenemos detrás se cierra con
un clic y me estremezco.
¿Qué demonios estoy haciendo al arrastrar al hombre
con heridas de bala, que ha sido esposado a una cama de
hospital, con el que la policía quiere hablar, que tiene ese
peligroso y duro brillo en los ojos, hacia una habitación
oscura y sin uso, sola?
Trago saliva y jadeo un poco al mirarlo a los ojos.
—¿Te doy miedo? —gruñe por lo bajo.
Me trago otro nudo en la garganta y me chupo el labio
inferior entre los dientes.
—¿Debería tenerlo? —susurro.
—Quizá —ronronea. —Pero no tienes por qué tenerlo.
—¿Cómo te has librado de esas esposas?
Sonríe. —No es mi primer rodeo, Doc.
—¿Por qué no debería llamar a la seguridad del hospital
ahora mismo? —siseo antes de dar un respingo, dándome
cuenta de lo estúpida que es esa amenaza. Quiero decir, el
hombre me tiene sola en una habitación.
Pero Jack simplemente se encoge de hombros, se hace a
un lado y señala la puerta con la cabeza. —Adelante. No te
detendré.
Frunzo el ceño y no me muevo. Jack se gira, con una
sonrisa en la cara.
—¿Qué está haciendo, Doc? Adelante, haga la llamada.
Grite si es necesario.
Me muerdo el labio, tratando de sofocar el calor palpitante
que recorre mi cuerpo al estar tan cerca de él, a solas. Mi
mente se remonta a mirarlo bajo las sábanas y a los horribles
y prohibidos deseos que eso provocaba. Y ahora estoy aquí,
a solas con él.
Respiro entrecortadamente y mis ojos se deslizan hacia
su hombro.
—Ven —le susurro. —Vamos a curarte.
Señalo con la cabeza la mesa en el centro de la habitación,
y él me sonríe, sus ojos se deslizan sobre mí, antes de pasar
y tomar asiento en el borde.
—Quítate la bata.
Se encoge de hombros y se me corta la respiración al ver
su tamaño: músculos perfectamente definidos que
avergonzarían a un superhéroe de Hollywood, y los
magníficos remolinos de tinta en su piel.
Contrólate, psicópata.
Me aclaro la garganta y me recuerdo a mí misma, quizá
por millonésima vez en el día, que soy una profesional,
mientras me doy la vuelta y empiezo a sacar material de un
armario. Regreso y me acerco a él, retirando el vendaje para
ver lo que ocurre. Efectivamente, se le han abierto dos
puntos de sutura, pero la herida parece limpia.
—¿Admirando tu propia obra? —gruñe.
—Más bien admirando la forma en que te las arreglaste
para joder mi obra, de hecho.
Jack se ríe profundamente. —Tuve que hacerlo.
—¿Tuviste que abrirte puntos para, de alguna manera,
librarte de las esposas?
—Tenía que verte —gruñe.
Me quedo helada, con las manos aún en su hombro
mientras mis ojos giran hacia los suyos. Me sonrojo y me
muerdo el labio antes de volver a mirar rápidamente sus
puntos.
—Déjame arreglar esto —digo en voz baja. —Buscaré un
poco de anestesia local y...
—No lo necesito —gruñe. —Puedes simplemente coser.
Frunzo el ceño, pero cuando se encoge de hombros, yo
también lo hago. —Hey, tu decisión, chico duro.
Se ríe en voz baja mientras me acerco con la aguja y
empiezo a coserlo de nuevo. Cuando termino, después de
que no se haya inmutado ni un poco, vuelvo a vendar la
herida, le pongo una venda limpia y finalmente doy un paso
atrás.
—¿Todo arreglado?
—Por ahora —murmuro. —Hasta que intentes jugar al
contorsionista de nuevo.
—No prometo nada.
Pongo los ojos en blanco. —Deberías volver a tu cama —
digo en voz baja.
—¿Sí? —gruñe. —¿Por qué?
—Porque deberías —grazno.
—¿Vas a acompañarme?
Me sonrojo acaloradamente, pasándome los dientes por el
labio.
—No —susurro.
—Entonces, ¿para qué mierda volvería a la cama?
Jadeo cuando se desliza por el borde de la mesa y se
acerca a mí repentinamente. Sus manos se deslizan por mis
caderas y mi pulso se acelera al sentir su calor sobre mi piel.
—Jack...
—Aria —gruñe.
—¿Qué estás haciendo?
—Ya sabes lo que estoy haciendo —gruñe de forma
oscura.
—Yo...
—Estoy haciendo lo que ambos hemos querido hacer
desde el momento en que tus labios abandonaron los míos,
que es exactamente donde deben estar.
Con un gemido, siento que sus labios se pegan a los míos,
y jadeo cuando me besa feroz y profundamente. Gimoteando
en el beso, me derrito contra su cuerpo mientras siento sus
grandes manos deslizarse hacia la parte delantera de mi
bata blanca. Me la abre y sus manos se deslizan por debajo,
por encima de la cintura de mi falda. Me tira de la blusa y
gimo cuando siento que la libera y empieza a desabrochar
los botones.
Con descaro, con avidez, dejo caer mis manos sobre su
cuerpo, y jadeo al sentir su cuerpo caliente y musculoso bajo
mi toque. Mis dedos acarician sus antebrazos antes de
deslizarse hasta su cintura, y vuelvo a jadear al sentir sus
abdominales contraerse bajo mis manos. Las paso por sus
abdominales y su pecho mientras Jack gruñe en mi boca y me
abre la blusa de un tirón, haciéndome gemir.
Sus manos bajan hasta mi falda mientras gime en mi
boca, y me estremezco cuando siento que empieza a subirla
más y más, tirando de la tela por mis piernas hacia la cintura.
Y justo cuando está a punto de subírmela del todo por encima
de las bragas, de repente, algo de razón me da una fuerte
bofetada en la cara. Con un grito ahogado, me alejo de él,
jadeando fuertemente mientras me alejo. Mis ojos se clavan
en los suyos, y los suyos en los míos, mientras levanto una
mano para rozar ligeramente mis labios.
—Detente —siseo en voz baja.
Jack gruñe. —¿Lo dices tú o lo dice esa parte estirada de
ti que no puede ceder el control?
Mis labios se fruncen. —Las dos cosas —murmuro. —No
podemos hacer esto.
—¿No puedes o no quieres?
—¡El querer no tiene nada que ver!— exclamo con
estrépito. —Va en contra de toda moral y código de conducta...
—Así que sí lo quieres —ronronea.
Trago saliva, con la cara ardiendo en la penumbra de la
habitación.
—No, quiero decir…
—Quieres decir que no puedes.
Vuelvo a tragar saliva. —Sí —exhalo, con el cuerpo
deseando su toque de nuevo, mis labios muriéndose por
probarlo una vez más.
—¿Por qué? —gruñe.
—Porque eres un criminal —digo con brusquedad.
Jack se ríe. —¿Eso quién lo dice?
—¡Lo dice lo obvio!
—Basado en mis circunstancias, Doc —dice con una
sonrisa descarada.
Pongo los ojos en blanco. —Bueno, me alegro por ti.
Sonríe, pero luego su mirada se endurece y jadeo cuando
se acerca de nuevo a mí. Esta vez, sus manos se deslizan por
la piel desnuda de mi cintura bajo mi blusa desabrochada y
casi sin botones, pero no lo detengo. Mi cuerpo se arquea
hacia él, ansioso por su toque, aunque mi mente me grite lo
descabellado que es esto.
—Estoy huyendo, Aria —gruñe en voz baja. —Lejos de
esta ciudad, lejos de todo esto.
Me muerdo el labio, mis ojos se clavan en los suyos con
una mezcla de miedo y deseo.
—¿Lejos de la mafia? —exclamo con dureza.
—Sí.
Responde sin dudar, y yo me estremezco mientras trago
saliva.
—¿Adónde? —suspiro.
—Vietnam.
Sus manos me aprietan y mi pulso se acelera. El calor se
acumula entre mis muslos, y el dolor por este hombre
completamente equivocado y probablemente peligroso se
abre paso en mi piel.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Playas, sol cálido, cerveza fría... —sonríe. —No hay
extradición.
Lo miro fijamente. —Hablas en serio.
—Así es como me dispararon —gruñe sin rodeos, sin
apartar sus ojos de los míos. —Les dije que había terminado.
No voy a matar más —gruñe con una intensidad que me
deja sin aliento.
No voy a matar más.
Sus palabras hacen que mi corazón se acelere y que mi
mente dé vueltas al darme cuenta del tipo de hombre que
me tiene en sus manos, a solas en esta habitación. El
hombre al que deseo más de lo que he deseado nada en mi
vida.
—¿Cuántos...? —Frunzo el ceño y sacudo rápidamente la
cabeza. —No importa, eso es...
—¿Cuántos? —gruñe.
—No quiero saberlo —susurro.
—Yo tampoco —gruñe Jack en voz baja. —Pero sé que
quiero hacer el bien ahora. Hay un grupo en Vietnam que
dirige hospitales para niños y refugiados. Me uniré a ellos
cuando llegue allí. —Mira hacia otro lado. —Ya he traído
suficiente muerte al mundo, es hora de intentar lavarme la
sangre de las manos —dice con fuerza, con la mandíbula
apretada.
Frunzo el ceño. —Espera, ¿estás hablando de la
organización Causa Justa? ¿Es a la que piensas unirte?
Arquea una ceja. —¿Los conoces?
—¡Sí! Yo... sí —sonrío. —Yo también he pensado en
trabajar para ellos antes, es que... bueno, aquí...
—¿Qué pasa aquí?
Me encojo de hombros. —Supongo que me gusta esto.
Quiero decir, no me encanta, pero es mi hogar. Es donde crecí.
Pero...
Me quedo sin palabras, pero él frunce el ceño,
acercándome a él y mirándome fijamente a los ojos.
—¿Pero?
No he hablado de esto con nadie. En realidad no tengo
ningún amigo íntimo, así que me he guardado mis
pensamientos sobre mi vida tan atascada. Y sin embargo, por
la razón que sea, quiero decírselo, aunque ni siquiera lo
conozca.
—Pero ya no tengo familia, y he llegado tan alto en mi
carrera como puedo llegar aquí. Este hospital sigue siendo
un club de chicos, y estoy más o menos donde voy a estar
siempre, en cuanto a mi carrera.
—Y quieres algo nuevo.
Asiento con la cabeza. —¿Supongo? ¿Quizás? ¿Quién
sabe? —
—Entonces ven conmigo.
Parpadeo, y mi corazón da un vuelco cuando mis ojos se
dirigen a los suyos.
—¿Perdón?
—He dicho que vengas conmigo —gruñe.
—¿Te refieres a huir del país con un criminal?
Frunce el ceño. —No, no con un criminal cualquiera —sus
perfectos labios se estiran en una sonrisa. —Con este
criminal.
Me estremezco cuando sus manos me aprietan, a la vez
que me atrae hacia él, y cuando levanta mi barbilla con un
dedo, el calor que me envuelve parece que me va a quemar
viva.
—Te pido que huyas conmigo, Aria —gruñe. —Porque no
estoy seguro de querer hacerlo sin ti.
Su boca se aplasta contra la mía, y me derrito contra él
mientras un gemido retumba en mi interior.
Capítulo 6
Jack
Aria
Aria
Jack
Jack
FIN