PRIMERA PARTE
Origenes
Nada es més sorprendente para aquellos que se ocupan de los asuntos hus
‘manos con mirada filos6fica, que ver Ia facilidad con la que las mayorias
son gobermadas por las minoriay y observar la implicita sumisi6n on Ia
{que les hombres renuncian a suspropios sentimientos ypasiones cambio
dc los de sus gobernantes, Cuando investigumos por qué medios se produ-
ce esta maravlla, encontraremos que asi como la Fuerza est siempre det
lado de las gobernados, quienes gobiernan no tienen otra cosa que los
apoye més que la opinin Es, porlo tanto, s5lo en la opinion donde se fn-
da el gobierno, esta maxima se aplica a los mis despéticosy més militares
de los gobiernos, asi como a los mis libres y populares.
David Hume, "Ds los primeros principios del gobierno”,
Ensayes y tratades sobre verias temas, 1758,
Podemos tal vez preguntarnos si hoy la fuerza estd siempre del
lado de los gobernados, ¢ incluso si siempre Io ha estado, pero en
general las observaciones de Hame pueden ser aceptadas. Dicho
de otra manera, todo gobierno descansa en e} consentimiento, ob-
tenido de alguna manera, de los gobernados. Ya la larga, Ia me-
ra fuerza, por mas que esté totalmente a disposicién de los po-
cos que gobiernan, no constituye una base suficiente para
inducir el consentimiento. Los seres humanos, aunque mas no
sea para mantener una apariencia de dignidad, deben ser per-
suadidos. El consentimiento debe ser sostenido por opiniones.
Los pocos que gobiernan se ocupan de alimentar esas opinio
nes, No es tarea facil, pues las opiniones que se necesitan para ha-
cer que las mayorias se sometan a las minorias, 2 menudo se dife-
rencian de los hechos observables. Asi pues, el €xito de un gobierno
requiere la aceptacion de ficciones, requiere Ia suspensién volun-
taria de la incredulidad, requiere que nosotros creamos que el em-
perador esta vestido aunque podamos ver que no lo esta. ¥, para
reordenar lo dicho por Hume, la maxima se extiende a los mis li-
bres y mas populares gobiernos, asi como a los mas despéticos y“4 EDMUNDS. MORGAN
mas militares. Los gobiernos populares de Gran Bretafia y los Es-
tados Unidos descansan en ficciones tanto como los gobiernos de
Rusia y China
Todo gobierno necesita hacer creer en algo. Hacer creer que
el rey es divino, que es justo y que la voz del pueblo es la voz de
Dios. Hacer creer que el pueblo tineuna voz o hacer creer que los
representantes del pueblo son el pueblo. Hacer creer que los go-
bernantes estan al servicio del pueblo. Hacer creer que todos los
hombres son iguales o hacer creer que no lo son.
EI mundo politico de las simulaciones se mezela con el mun-
do real de extraiias maneras, pues €! mundo de las simulaciones
puede con frecuencia dar forma al mundo real. Para ser viable, pa
ra cumplir con su propésito, sea cual fuere ese propésito, una fic-
cién debe tener una cierta semejanza con los hechos. Si se aparta
demasiado de los hechos, la suspensién voluntaria de la incredul
dad se desmorona. Y, a la inverse, podrfa desmoronarse si los he-
chos se alejan demasiado de la ilusién a la que queremos que se
parezcan, Dado que las fieciones son necesarias, dado que no po-
‘demos vivir sin ellas, a menudo nos esforzamos, para prevenir su
desmoronamiento, por cambiar los hechos con el propésito de
que coincidan con la ficcién, para hacer que nuestro mundo se
amolde més a lo que queremos que sea. A esto a veces lo Hama
mos, de manera muy apropiada, “reforma”, cuando la ficci6n ast
me el mando y modifica la realidad.
‘Aunque las ficciones permiten a las tninorfas gobernar a las
mayorias, no sélo las mayorias se ven limitadas por ellas. En la
mezcla extraia de Ja simulacion politica y Ia realidad, Ios pocos
que gobiernan, al igual que los muchos gobernados, pueden en-
contrarse a si mismos limitados —incluso podriamos decir “re-
formados’— por las ficciones de las que su autoridad depende.
No sélo la autoridad, sino también la libertad, pueden depender
de las ficciones. Es més, la libertad podria depender, por artero
que parezca, de las propias ficciones que sostienen la autoridad.
Tal ha sido el caso, por lo menos en el mundo anglonorteameri-
cano; y la libertad moderna, para bien o para mal, naci6, o quiza
deberfamos decir fue inventada, en ese mundo y continia nu-
trigndose de él
‘oRiCENES 6
Dado que es un tanto incémodo reconocer que dependemos °
tanto de las ficciones, les damos por lo general algtin nombre mas
enaltecedor. Podemos proclamar que son verdades evidentes por si
mismas, y esa designacién no es inapropiada, porque implica nues-
{tro compromiso con ellas y al mismo tiempo las protege de todo
desafio. Entre las ficciones que aceptamos en la actualidad como
evidentes por sf mismas estén las que Thomas Jefferson consagré
en la Declaracién de la Indeperdencia, la de que todos los hom-
bres son creados igualesy la de que deben obediencia al gobierno
sélo si es su propio agente, si esta autoridad deriva de su consenti-
miento, Seria dificil, si no imposible, demostrar estas proposiciones
con pruebas ficticas. Podria ser un tanto més facil, con la clase de
pruebas que generalmente requerimos para demostrar cualquier
proposici6n discutible, demostrar que los hombres no son creados
iguales y que no han delegado aatoridad alguna a ningin gobier-
no. Pero las verdades evidentes por si mismas no son discutibles, y
desafiarias desgarraria la trama misma de nuestra sociedad.
No es el propésito de este libro desafiarlas, y mi uso de la pa-
labra “ficcién” no tiene esa intencién. Me han molestado las con-
notaciones peyorativas de esa palabra, pero no he podide encon-
trar otra mejor para describir los diferentes fendmenos a los que
Ja he aplicado. Sélo puedo esperar que los lectores que perseve-
ren hasta el final del libro reconozcan que las cualidades ficcio.
nales de la soberania popular sostienen mas que amenazan los
valores humanos asociados a ella. Espero que también reconoz
can que no atribuyo engaiio o fingimiento por parte de aquellos
que emplearon o sostuvieron las ficciones aqui examinadas, fic
ciones en las que suspendieron voluntariamente la incredulidad
Mi propésito no es desacreditar sino explorar la maravilla que
Hume seiiala, el hecho de que la mayoria de nosotros se somete
voluntariamente a ser gobernada por una minoria de nosotros
Las opiniones a las que Hume atribuye esta maravilla son indu-
dablemente de muchas clases, pero me preocupan aquellas que
parecen desafiar toda demostracién. Prefiero Ilamarlas ficciones
en lugar de verdades evidentes por si mismas, porque lo que
aceptamos ahora como evidente por si mismo no parecia serlo
hace tres 0 cuatro siglos.16 EDMUNDS. MORGAN
En Ia época en que se fundaron las colonias norteamericanas de
Inglaterra, las ficciones que sostenian al gobierno —y aa libertad—
eran casi todo lo contrario de lo que aceptamos hoy. Los ingleses
Gel siglo xv1 y principios del xvi afirmaban que los hombres ha-
bian sido creados desiguales y que le debfan obediencia al gobier-
no porque el Creador habia dotado a su rey con su propia autor
dad sagrada. Estas proposiciones también eran ficciones, requerian
Ja suspensién de la incredulidad, y desafiaban toda demostraci6n
tanto como aquellas que ocuparon su lugar. {Cémo fue entonces
que una ficcidn cedié su lugar a la otra? ¢Cémo es que el derecho
divino de los reyes dio lugar a la soberanfa del pueblo? ¢¥ cémo las
nuevas ficciones sostienen tanto al gobierno de las minorias y refre-
nan a las minorias para beneficio de las mayorfas? En otras palabras,
gd qué manera el ejercicio y la autenticacién del poder en el mun-
do anglonorteamericano tal como lo conocemos comenzaron a
existir? Estas son las preguntas para las que he buscado respuestas.
La biisqueda empieza con la vieja ficcién, él derecho divino
de los reyes. Dado que hace mucho tiempo hemos dejado de sus
pender nuestra incredulidad en este aspecto, no tendriamos que
tener ninguna dificultad en pereibir sus caracteristicas de ficcion
De todas maneras, goz6 de una duracién mucho mas prolongada
que la alcanzada hasta ahora por la soberania del pueblo. Al exa-
minar su funcionamiento durante los afios anteriores a su de-
rrumbe, podemos alcanzar alguna comprensién inicial de la ma-
nera en que las ficciones politicas pueden a la vez sostener y
Jimitar la autoridad del gobierno.
1. El derecho divino de los reyes
La monarquia siempre ha necesitado estrechos lazos con la di-
vinidad y, en el mundo occidental por lo menos, la politica se ha
mezclado promiscuamente con la teologia. Silas teologias cristiana
y,judia crearon para nosotros una deidad antropomérfica, la politi
‘ca cristiana, y la inglesa en particular, cre6 un rey teomérfico. En al
gunas ocasiones, como ha mostredo Emnst Kantorowicz, los reyes
fueron concebidos a imagen de Cristo, el hijo; en otras, a imagen
del Dios padre. Yen Inglaterra, las ficciones juridicas que acompa-
jiaban las funciones cotidianas del gobierno del rey lo dotaron con
todos los atributos de la divinidad. £1 era, por ejemplo, inmortal: no
podia admitirse que el rey alguna vez muriera. Ycomo Dios, el rey
era perfecto: no podia cometer ninguna injusticia, de modo que
ninguna accién legal podfa jamés ser lanzada contra él. Efectiva-
mente, igual que Dios, era él dador de las leyes, pero, también co-
mo Dios, actuaba de acuerdo con las leyes que él dictaba. Como
Dios, era omnipresente, pues en si mismo él constituia el “cuerpo
politico” sobre el que reinaba. Pero como el hijo a quien Dios en-
vié para salvar a la humanidad, él era hombre a la vez que Dios;
tenfa un “cuerpo natural” a la vez que su cuerpo politico, y ambos
eran inseparables como las personas de la Trinidad!
1Las racionalizaciones necesarias para sostener estos absurdos
eran tan complicadas como las necesarias para explicar la existencia
del mal en un mundo creado por un Dios benévolo y ormnipotente.
Se los sostenia, al principio, para justificar la autoridad de un hom-
bre en ver de otro, um rey en vez de un emperador, un emperador 0
un rey en vez de un papa, y para reconciliar a las mayorias con el go-
bierno de ese hombre. Pero finalmente y tal vez de manera menos
obvia, la ficcién fue mantenida en Inglaterra como un instrumento
‘que daba a las mayorias un cierto control sobre el hombre al que la
ficciGn parecfa someterlos de manera tan absoluta.