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EL PARPADEAR DE ÍCARO: UN EJERCICIO HERMENÉUTICO

Martín Mora Martínez -- Universitat Autònoma de Barcelona: 1998

ESBOZO LIMINAR
¿Cómo puede leerse la alegoría de un Ícaro que atisba el paisaje en su vuelo? Con esta
preocupación uno se sienta a escribir para tratar de reflexionar esta duda y envolverla en una
formulación hermenéutica que, a la postre, signifique algo. Y uno se topa ante una encrucijada
que debe abandonar escogiendo una de las salidas posibles. En el caso de este escrito se ha
optado por la descripción impresionista que barrunte el sentido espacial que contiene la alegoría:
que desee situarse en la perspectiva con la cual el alado otea el horizonte y deja caer la mirada
hacia el suelo de vez en cuando. Pero antes, aparezca una imagen del Ícaro. Su arranque volador
ha surgido luego de vencer la enhebrada fortuna de su laberinto. Ha sido, también, el producto de
una ayuda que le dota de alas (su padre Dédalo, según la mitología griega). También ha
colaborado la euforia de la libertad con la atracción de su vértigo y su espejismo de desenfado. Sin
embargo, hay una advertencia: no sobrepasar cierta altura para evitar que el quemante sol
deconstruya el cifrado tejido de alas. Como corresponde a todo acto de encantamiento, la
prudencia abandona la carrera ante la insolencia del atrevimiento. El alado puede perder vuelo y
terminar cabeza abajo en las frías aguas del mar. De ocurrir este desenlace, la versión más
sincréticamente cristiana culparía a la soberbia y a la arrogancia como los vicios que han
precipitado la caída. En fin, la conclusión de la historia tiene vocación hermenéutica y se signa con
palabras de Hamlet: "the rest is silence".

LECTURA DEL VUELO


Ahora bien, concentremos nuestra atención en el transcurso del viaje y sus incidencias en
términos de perspectiva. Al surcar Ícaro los aires debe enfrentarse ante una visión radicalmente
distinta de la que habitualmente tiene. Es decir, de la muda soledad de su encierro pasa a la
apabullante concentración de situaciones rápidamente desenvueltas: enfrenta una explicación,
hablando etimológicamente. Hay varios hechos que han cambiado con el impulso volador; entre
otros, la ampliación del horizonte de la mirada, la aparición del punto de fuga antes nulo en el
laberinto, la posiblidad de rotación de la mira en direcciones variadas, la ubicación en ángulo
agudo en relaci&0acute;n con el plano del suelo, la posición para contemplar la planicie desde un
escorzo perpendicular y, sobre todo, la plasticidad para cambiar esta perspectiva en cualquier
momento con un simple batir de alas.
Interroguemos estos elementos. Cuando el fugado traspasa los límites de su mazmorra, debe
empezar el lento aprendizaje de una nueva manera de mirar. Debe encontrar sentido a la serie de
imágenes que cruzan ante su campo visual y que no acierta a definir consistentemente. Sea
porque siempre ha estado aislado de ese mundo y lo ignora rotundamente o porque tiene que
ajustar la velocidad de su mirada con el vértigo de la aparición. Lo más ajustado sería una
conjunción de ambas pero, para el caso de la explicación impresionista que este texto desarrolla,
se cargará el peso sobre la segunda consideración. Ligamos así el tema de la interpretación de
Ícaro con la mirada, la velocidad y la aparición del mundo ante sus ojos. Sin embargo, habría que
insertar un elemento fundamental: el contenido en la angulación de mirada del volador, en la
perspectiva, en el escorzo. Tenemos, por lo tanto, una serie tentativa de coordenadas de lectura
que involucran a la mirada con el tiempo y el espacio asumidos en la furibundez de la velocidad.
Ojo, una velocidad que no debe sospecharse más elevada por necesidad, sino una que matice los
cambios de tempo para hacerse con una armonía compleja.
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(Primera consideración intempestiva: el acto interpretativo se forjará apostando no a la literalidad
sino a la textualidad; no en la doxa localizable sino en la paradoxa suspendida del texto; no en la
vastedad inefable sino en la demarcación calibrada del sentido.)
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Tracemos algunos esbozos para poner en su sitio las modalidades de esta visión emergente. Por
principio, se trata de una nueva perspectiva que desea fusionarse con aquel estilo que sirvió para
construir una realidad a partir de los ejes del laberinto. Ahora, hay una versión distinta de la
realidad e invoca un sentido. Se dirige a Ícaro como la lámpara del cínico que interroga sobre el
ser. Aquél no puede obviar estos hechos y responde con una concentración que busca ajustar la
mirada a horizontes menos extensos: empieza a sincronizar la aparición de imágenes mediante un
parpadeo peculiar que incide en la lectura y en la reflexión que se despierta. Por necesidad,
incrementa su potencia interpretativa a golpe de precisión y rigor milimétrico. Dicho rápidamente,
intenta encontrar sentido leyendo entre líneas el paisaje que lo enfrenta.
Lo que mira Ícaro es, por principio, su propia ansiedad para organizarle un sentido a lo que sus
ojos ven. Y establece de manera voluntaria una desaceleración que lee con parsimonia los jirones
de texto. Aparece la necesidad de ajustar la mirada mediante el ritmo del parpadear. Con esa
intencionalidad espera ir armando pacientemente cada una de las imágenes para formar su
interpretación. Si entramos en el juego de su lenguaje podremos comprender que el mundo se ha
ampliado considerablemente; que las colinas que ve recortarse contra el mar son un indicio de
certeza, de tierra firme para sus pies. Sabe que su vuelo puede ser limitado y que su
posicionamiento es temporal hasta nuevo aviso. Conjunta dos situaciones clave en su lectura: el
desciframiento a ritmo propio y la finitud de su mirada. Dicho al hermenéutico modo, fija los
límites de su interpretación y el papel que debe jugar en el ejercicio. Se interna en un estilo que
considera lo provisional, lo tentativo, que evita un saber esencial y que opera en su propio ser
como inscripción. Cree encontrar sentido a una frase que resonaba en sus oídos mientras
permanecía en el laberinto: comprensión ontológica. Se descubre socializado en una red de
sentido que permea su minúscula corporalidad.

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(Segunda consideración intempestiva: la interpretación se desligará de la logolatría de La Palabra
para sedimentarse en la sintonía de mundos diversos que no son únicamente la figura teológica
del lenguaje. Hay un valor comunicativo que trascenderá la rigidez de las letras y que será dable en
el sentido. El acto interpretativo tendrá una teleología en su propia razón de ser: no servirá para
encontrar la Verdad Última del Designio Cósmico sino que simple, llana, clara y puntualmente
pretenderá crear sentido a cada minuto y en cada uno de los intérpretes.)
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Ícaro respira más aliviado ante la posibilidad que se abre ahora. No trata de alcanzar alguna orilla,
ni la del horizonte montañoso, ni la del agua que lo jala con su vértigo, ni la inocente comodidad
de su laberinto. Además, la llamarada que siente crecer a sus espaldas le recuerda no sólo que es
riesgosa sino que tal vez no sea el rumbo aconsejable. Sigue batiendo alas y modula el sentido de
sus vistazos. Tal vez se encamine hacia una formación que se abre a sus pies, a mano derecha, y
que luce como telaraña. Con la posibilidad de mira que empieza a utilizar, le es innecesario
acercarse más allá de unos metros para descubrir que se trata de una ciudad. Claro, vista desde un
sitio inusual para los propios habitantes (si los hay). Una forma de ciudad sólo visible desde su
punto de vista: por allá corren esas nervaduras de telaraña que serán las calles, por aquí unos
huecos que parecen plazas, en aquella dirección unos puntos en movimiento. A juzgar por ello, a
comprender por esa lectura, es razonable suponer que sí está habitada. Pero más allá de esa
fragmentación analítica que escudriña las partes de dicha forma, le queda la impresión renovada
de una Gestalt que es una telaraña que es una ciudad que es un conjunto de vacíos y llenos que es
una composición en movimiento que es una definición de líneas, puntos y orillas. Imagina Ícaro: si
expusiera su interpretación del mapa de la ciudad ante esos puntos móviles que la habitan
hallaría, es lo más probable, una visión totalmente otra. Los habitantes le dirían que los rasgos que
el encuentra significativos son los que no constituyen las construcciones, los edificios, los espacios
de lo privado. Piensa también que los trazos que el ha visto como sosteniendo el dibujo son las
calles y plazas para los habitantes. Es decir, lo inhabitable por definición, lo accesorio, lo vehicular.
Curioso intercambio de perspectivas. Lo significativo para Ícaro es eso que tenía negado por
principio en su enorme habitáculo laberíntico. "El sentido podría depender, entre otras cosas, de
la posición inmediata en la que se sitúa el lector", escucha reflexivamente Ícaro sin saber de dónde
ni quién habla.

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(Tercera consideración intempestiva: el sentido interpretado será contextual, provisional,
intercambiable y se esculpirá en la colectividad. O en una comunidad interpretativa, para sonar
mejor. La creencia que fundamentará la interpretación más ajustada dirá que es aquella que aclara
el significado quizá confuso, fragmentario y borroso, decantándose en un sentido, entendiéndolo
no sólo como recurso simbólico sino como explicación de la existencia: como ontología.)
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El vuelo continúa y el alado gira aún más su cuerpo para atisbar hacia la mancha concéntrica que
se extiende casi detrás suyo. Por el halo de emocionalidad que le provoca sospecha que se trata
de su antigua morada. Qué tontería no haber podido salir de allí si el vacío se abría al final de cada
pasadizo. Pero, atención, tras cada umbral está un laberinto doblemente complicado. Después de
todo, este hecho da la coartada para aligerar la ruborizante constatación de que la única salida, la
aérea, ha estado todo el tiempo al alcance con sólo girar la cabeza hacia arriba. Tan simple como
verlo ahora desde otro punto de vista. La condena al laberinto tenía su conclusión en la posibilidad
que se abría al tramar una salida por la parte superior del edificio. Algo que no es visible desde una
óptica enraizada pétreamente con el lugar desde donde se mira. Hecho asemejable al de la
tosudez para negar la perspectiva diversa y, algo menos mezquino, la aceptación de una global
comunidad de sentido que se reconstituye precisamente con los matices de perspectiva. Colosal
broma la de edificar un laberinto que predisponga a una mirada fija en ángulo recto. Nada que un
girar de cuello no resolviera o al menos sugiriera con timidez. El hallazgo del laberinto deja a Ícaro
con la sensación de tomadura de pelo, con un desengaño ante la ridícula solidez de su encierro,
con la certidumbre de que lo que ahora ya sabe busca forzosamente su actualización a cada nueva
mirada. Como la que dirige hacia un sitio al que se mueve y que lo aleja (al menos temporalmente)
de la tentación de volar más alto y confrontar al sol siempre amenazante.

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(Cuarta consideración intempestiva: el sentido creará un efecto reconstructivo de la memoria . Al
conseguir una revelación de sentido de lo largamente interpretado, se conseguirá una dramática
aparición de consciencia histórica. El conjunto de hechos vistos en el pasado dejará de ser
informe: se organizará y tomará figura en una particular línea de sentido que será atada con el
presente. Con este presente lleno de sentido que se irradiará hacia coordenadas temporales y
espaciales antes no relacionadas. El efecto más significativo de la interpretación estará dado en
esta consciencia que otorga continuidad a la experiencia del intérprete. Se fijará la cualidad
concreta de una semántica profunda, la noción puntual del Dasein.)
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Por este momento al menos, Ícaro desestima la arrogancia de subir más alto y pagar el precio de
vérselas con el sol. La curiosidad le invita hacia una serie de imágenes que están regadas a lo lejos.
Hacia allá avanza en caída regulada, con la mira puesta en un objeto rectangular que asoma a la
entrada de un emplazamiento con apariencia de ciudad. El viaje se ralentiza todavía más y le
permite escudriñar el texto. Ícaro empieza a leer apresuradamente un anuncio que aparece ante
sus ojos. No entiende de momento pero sabe que es comprensible. Desconoce la voz que lo
modula y los personajes que saltan a la vista. Tan sólo imagina unas letras g, a, d, a, m, e, r. Sin
embargo, aligera su incertidumbre la consciencia de participar con el horizonte que ha armado con
su mirada y que porta consigo. Lee:
Nietzsche nos enseñó a dudar de la fundamentación de la verdad en la autocerteza de la
conciencia propia. Freud nos hizo conocer los admirables descubrimientos científicos que tomaron
en serio esta duda, y hemos aprendido de la crítica radical de Heidegger el concepto de conciencia
al ver prejuicios conceptuales que proceden de la filosofía griega del logos y que en el giro
moderno llevaron a primer plano el concepto de sujeto. Todo esto confiere primacía a la
"lingüisticidad" de nuestra experiencia del mundo. El mundo intermedio del lenguaje aparece
frente a las ilusiones de la autoconciencia y frente a la ingenuidad de un concepto positivista de
los hechos como la verdadera dimensión de la realidad.

EL DESTINO DE LAS PLUMAS


Ícaro logra en última instancia la fusión en donde su punto de vista sirve de algo, en donde su
perspectiva plantea su voz interpretante, en donde su escorzo y las líneas de horizonte
mantenidos ante sus ojos están cada vez más cercanos al mundo que ahora tiene ante sí. Cada vez
más, conforme sus parpadeos se van armonizando con la velocidad más cómoda y significativa.
Piensa que sería bueno abandonar esta ruta para lanzarse, de una vez por todas, en vuelo
rectilíneo hacia la esfera que quema en lo alto y que significa la posibilidad de detenimiento: la
sospecha de ser despojado de sus alas para ya no moverse por los aires. Aunque, los cosquilleos
que siente en los tobillos lo jalan hacia tierra nuevamente. Un sentido se despliega ante sus ojos y
no es ingrata la imagen vislumbrada: estaría en un horizonte posible este inminente romper de
plumas en sus pies.
Coordenadas de lectura: el impulso hermenéutico es la velocidad de la mirada; el contexto de
interpretación es la concentración de imágenes en el espacio entre lo mirado y la retina; los límites
de la interpretación aparecen en el horizonte de la mirada; la intencionalidad del intérprete sigue
la pauta de los parpadeos al momento de mirar; la fusión de horizontes se cifra en la comunicación
de las versiones que las miradas construyen desde su punto de vista; una manera filosófica de
interpretar va de la mano de la cualidad de movimiento a la hora de mirar; la justeza de la
interpretación sigue la tónica de sentido que cada mirada cuenta a las otras; la voz de los otros
está aparejada con la diversidad de narrativas que cada mirador presenta ante las otras
perspectivas; la consciencia histórica es hallazgo de la modulación en la mirada mediante un
parpadeo. Se cuaja la construcción de un hilo argumental cuyo eje es el intérprete mismo.

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