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¿Quién quiere doscientos pesos?

Yo tuve una madre buena.


Yo tuve madre santa.
La que me arrulló en la cuna.
Y lavó mi ropa blanca
de noche frente a la luna.

La que con ojos cansados


veló mi cunita enferma,
mientras sus manitas buenas
cosían ropas deshechas.

La que me enseñó, piadosa,


mis oraciones de niño,
me ayudaba en la escuela
más que nada por cariño.

Yo tuve una madre buena


Yo tuve una madre santa.
Con cuántos desasosiegos
no costeó la pobrecilla
mis estudios de primaria
con cuánta ropa lavada
y planchada, mi mamita,
no pagó mi secundaria.

Y aún recuerdo que por pena,


una vecina de enfrente
me dijo:
- ¿A quién buscas?
- A mi madre, le contesté muy ufano.
- ¿La viejita que lavaba
pisos de noche y de día?

- Sí, le dije: ¡Esa es mi madre!


La mejor del mundo, ¿sabe?
Y cómo no he de saberlo
me dijo aquella vecina
si murió lavando pisos
anteayer.

Y ayer, cuando la enterramos,


al desasirle las manos,
que las tenía crispadas,
le encontré doscientos pesos:

los últimos que ganara


para enviárselos a su hijo,
y ayudarle a que a su lado
lo más pronto regresara.

Tómalos. Aquí los tienes.


Es dinero bien ganado.
¡Y no iba a serlo! Aquí están
doscientos pesos cansados.

¿Los quiere alguien? Los regalo.


Tómenlos, por Dios, que a mí...
¡A mí me queman las manos!...

Ocotal, Nueva Segovia

Autor: Jorge Calderón Gutiérrez

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