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LA TOLERANCIA Y LA HUMILDAD COMO HERRAMIENTAS

R∴H.·. José Luis Carrasco Barolo. Gran Oriente del Peru

En la obra "El Sentido de la Vida", de Valfredo Tepe, el autor parte de un


problema central para la humanidad: el ser humano se ha llenado de vicios,
sentimientos, pasiones y falsos valores que exigen que nos hagamos una higiene
mental, con el fin de liberarnos, de liberar nuestros espíritus y nuestra
conciencia. Para ello, las principales herramientas, o como el denomina,
remedios preventivos, que existen, son la tolerancia y la humildad.

«Es mejor prevenir que curar. Haciendo uso de la tolerancia y la humildad, nos
preservaremos de las tensiones acumuladas innecesariamente. La tolerancia es
señal de madurez, la intolerancia lo es de una inseguridad disimulada. Como dice
Liebman: “La verdadera tolerancia en las relaciones personales es un requisito
ético y un factor de ajuste individual. Cuando somos infelices, cuando tenemos
miedo de que los otros no estén de acuerdo con nuestro modo de pensar, con
nuestras ideas, sobre lo que juzgamos recto, bueno y aceptable, es porque no nos
sentimos tan seguros sobre la exactitud de nuestros pensamientos. Aquel que está
seguro de sí mismo ha recorrido parte del camino que lo lleva a hacer que los
otros también se sientan seguros de sus ideas. Aquel que no tiene certeza de sus
propios pensamientos, trata de que los demás piensen de la misma forma para
confirmarse a sí mismo”.

He aquí la razón por la cual, los jóvenes son intolerantes en las discusiones e
intransigentes en los compromisos; no están seguros de sí mismos y necesitan del
apoyo del grupo para sentirse seguros.

Solo el hombre maduro de espíritu no se confunde ante las contradicciones y


opiniones diferentes, admitiendo con serenidad el derecho que cada uno tiene de
buscar la verdad y adherirse libremente a ella.

Tolerancia no significa relativismo de la verdad. ¡No! El hombre tiene


obligación de buscar la verdad, sobre todo la religión verdadera, u de adherirse
a ella una vez hallada- pero él. La dignidad de la persona exige que nadie sea
llevado a la adhesión “por una acción coercitiva, ni por artificios indignos del
evangelio” como dice el Concilio Vaticano II en la Declaración sobre la libertad
religiosa. “La dignidad de la persona humana se hace cada vez más clara en la
conciencia de los hombres de nuestro tiempo, y aumenta el número de quienes
exigen que los hombres en su actuación gocen y usen de su propio criterio y de
la libertad responsable, no movidos por coacción, sino guiados por la conciencia
del deber…Secundando con diligencia estos anhelos de los espíritus y
proponiéndose declarar cuán conformes son con la verdad y la justicia, este
Concilio Vaticano investiga la sagrada tradición y la doctrina de la Iglesia, de
las cuales saca a la luz cosas nuevas, siempre coherentes con las antiguas” (DH
1).

Ser tolerante significa pues respetar la dignidad de la persona humana; no ser


totalitario, no estandarizar el mundo lleno de infinitos cambiantes matices,
aceptar la propia limitación y relatividad. Dejar a los otros, el derecho a
pensar, opinar y obrar según su propio modo. Es, sobre todo, no arrogarse el
juicio sobre las intenciones íntimas de los demás. (…).(…).

El mejor medio para preservarnos de muchos disgustos y sentimientos agresivos es


no juzgar las intenciones de los otros, no atribuirles mala voluntad explícita y
mostrar un espíritu de tolerancia.

Al espíritu de tolerancia corresponde cierta humildad y humor para con nosotros


mismos, no tomándonos trágicamente en serio. Quien sabe reír de la propia
susceptibilidad no se sentirá herido por las “faltas de consideración”. Muchas
veces nos sentimos disminuidos o frustrados sin motivos real. Nuestra
susceptibilidad y el exagerado valor dado a nuestra propia persona es lo que nos
hace ver, en ciertos casos, faltas de consideración.

La humildad y buena dosis de humor nos ayudarán a liberarnos de las tensiones


exasperadas. Son aspectos de la “higiene mental” que nos ayudan a conseguir el
mantenimiento del control de nuestra vida pasional».

Por eso no debemos creernos tan especiales, que terminemos por sentir que somos
el centro de un universo inexistente. Para ello, requerimos construir barreras a
la soberbia y al miedo, ya que la presunción de superioridad o los sentimientos
de diferenciación con los demás, nos lleva a ser intolerantes y a mostrar la
incoherencia vital de nuestras existencias. Es el terror a ser solo un
individuo, o quizás a sentirse menos que un individuo, el que hace aflorar
nuestros instintos más básicos de supervivencia. Matar o vivir, y eliminamos a
los demás solo porque son diferentes, en nuevas formas de racismo, de
diferenciación despectiva o de otras formas que tienen los seres humanos de
elevarse altares a uno mismo. Terminamos perdiendo lo único que es propio del
ser humano: su humanidad.
...
Fuente: TEPE, Valfredo; El sentido de la vida; Ediciones Paulinas; 1981; cuarta
edición; página [103]-104.

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