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RECHAZADA POR MI COMPAÑERO

ALFA
Un romance de cambiaformas con
pareja rechazada
(La serie Rechazo)
JAYMIN SNOW
Copyright 2024 by Jaymin Snow
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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 1

Seline

—¡Bájate de la barra, Ronnie! ¡Nadie quiere verte


desnudo!

El humano de 68 años me lanza una mirada pícara.

—No dirías lo mismo si me hubieras visto hace cuarenta


años.

Suelto un suspiro antes de agarrar al hombre por el brazo


y obligarle a abandonar la barra mientras algunos de los
clientes habituales aúllan y silban.

—Es la tercera vez esta semana, Ronnie. Estoy a punto


de añadir tu nombre a la lista de «vetados». —Le entrego su
camisa y el cinturón que me había echado al hombro—.
Póntelo, Ellie te llevará a casa.

—¡Tengo coche! —protesta Ronnie de inmediato.

Balanceo las llaves delante de él.


—Ya no. Ven a recogerlas mañana. ¡Ellie! —Le hago un
gesto con la cabeza a la otra camarera, que acaba de
terminar su turno.

Se acerca a mí, con cara de diversión.

—¿Qué pasa, Ronnie? ¿Seline te está haciendo pasar un


mal rato?

Ronnie se vuelve inmediatamente hacia ella, habiendo


encontrado un hombro sobre el que quejarse.

Hago una mueca.

—Llévalo a casa. Y será mejor que mañana vengas a por


tus llaves, Ronnie.

Sin embargo, Ronnie ya está centrado en seguir


causando estragos fruto de su borrachera. Me encojo de
hombros.

Ya no es problema mío.

Aún faltan unas horas para medianoche, así que el bar


está bastante lleno. Pero la clientela humana disminuye
poco a poco. Veo algunas caras nuevas, pero no es de
extrañar teniendo en cuenta que Arrow Brooke es un pueblo
que atrae a los Otros como polillas curiosas a una llama. Es
raro tener tantas especies de Otros coexistiendo en un
lugar.
Me deslizo detrás de la barra y sonrío al hombre vestido
de vaquero.

—¿Qué puedo servirte?

Parece incómodo, pero habla despacio:

—He oído que este sitio ofrece A negativo.

Los labios se me crispan ante la timidez del joven


vampiro.

—¿La quieres fría, separada, o mitad y mitad con caña?

Se me queda mirando atónito antes de balbucear:

—Mitad y mitad, por favor.

—Marchando.

Me agacho y cojo la llave que me cuelga del cuello antes


de abrir la puerta del frigorífico. Selecciono con cuidado la
bolsa de sangre, cojo una taza y vierto un poco antes de
cerrar con llave. A partir de las nueve, no hay que
preocuparse por si algún miembro del personal humano se
topa con la sangre del frigorífico, ya que a esa hora suelen
haberse ido, pero prefiero pecar de precavida. Nunca ha
salido nada bueno de que los humanos descubran la
presencia de los Otros. Incluso en este pueblo, con su
pequeña población humana, sólo hay un puñado de
humanos de confianza que han vivido aquí durante
generaciones y son conscientes de que algo más oscuro
acecha en este pueblo y en el bosque que lo rodea.

Se abre la puerta y la campana que pende sobre ella


emite ese ruido tan molesto.

—¡Seline, bizcochito, un menú de cena especial para mí y


mi señora!

Miro al señor Hamrington y a la mujer a su lado. Como


siempre, Ashley parece tener un palo metido en el culo. No
es de extrañar, ya que está casada con el anciano Donald
Hamrington. Recuerdo cuando se casó con él hace ocho
años con la esperanza de que muriera en cualquier
momento. Pero el alcalde del pueblo también es un vampiro,
uno muy viejo, y no morirá hasta dentro de un par de siglos.
La edad no ha hecho que sea menos desvergonzado, ya que
sigue casándose con mujeres jóvenes y engañándolas con
la esperanza de heredar su fortuna para luego abandonarlas
cuando tienen cuarenta o cincuenta años.

Menudo vampiro desvergonzado y pervertido.

Claro que también me ha dado este trabajo, así que no


debería juzgar su estilo de vida.

—¡Ya voy! —Le hago un gesto con la cabeza antes de


golpear la cristalera que separa el bar de la cocina—.
¡Marty! Dos menús de cena especial y un Dancing Wino
para el alcalde.
El Sr. Hamrington me guiña un ojo y yo pongo los ojos en
blanco.

Es como si el alcalde del pueblo tuviese un imán para los


problemas. No han pasado ni cinco minutos cuando entra un
grupo de hombres con pinta de camorristas.

Uno de los beneficios de tener habilidades de hechicera


es la capacidad de sentir qué clase de Otro cruza el umbral
de este bar. Siento un hormigueo en la piel cuando se
acerca un Otro, y detectar quiénes son es como sentir una
explosión de sabor en la lengua.

No trabajaría en este bar si no me sintiera cómoda


mezclándome entre los Otros, pero los pantera
cambiaformas son mi perdición. Esas criaturas astutas y
arrogantes disfrutan causando problemas allá donde van y
este grupo en particular apesta a problemas.

Algunos de los habituales me habían hablado de un


grupo de pillos pantera que se movían juntos, pero
esperaba que tuvieran la sensatez de no venir aquí a armar
jaleo. Por desgracia, estaba equivocada.

Y odio equivocarme.

—¡Eh, piernas bonitas, ven aquí!

Veo que uno de ellos hace un gesto en mi dirección como


un poseso, y espero por todo lo sagrado que no me esté
hablando a mí. Veo que el alcalde frunce el ceño y niego con
la cabeza en su dirección. No quiero que se involucre. No
todos en este pueblo lo conocen como algo más que un
vampiro aburrido que se deleita con mujeres hermosas a las
que estafa.

Mejor que siga siendo así.

Veo que una de las camareras, una cierva cambiaformas,


se acerca a la mesa y me tenso, dispuesta a intervenir si la
acosan. Pero Marie no parece interesarles. Parece que no les
hace ninguna gracia que los ignoren, sobre todo una mujer.

Oigo un silbido de lobo en mi dirección.

—¡Trae ese culo rico aquí, piernas bonitas! ¡No me hagas


ir hacia ahí!

Intercambio una mirada con el señor Hamrington, que


ahora frunce el ceño. Sin embargo, asiente discretamente y
dejo el trapo que estaba usando para limpiar la barra.

El tímido vampiro también empieza a parecer un tanto


mosqueado y mantiene un tono de voz bajo al susurrar:

—¿Necesitas ayuda?

Es dulce y atractivo de un modo inofensivo y


extremadamente joven, por lo que parece. Los pantera
cambiaformas se lo comerán con patatas.

—Gracias, guapo. —Le sonrío con fuerza—. Pero ya me


encargo yo. Disfruta de tu bebida y dime si te llama la
atención alguna otra cosa del menú.
Cojo mi bloc de notas y un bolígrafo y me dirijo a la
mesa, ignorando los gritos de los cambiaformas. En cuanto
llego hasta ellos, golpeo el cuaderno contra la mesa con
tanta fuerza que algunos de los clientes que nos rodean nos
miran.

—¿Qué os pongo? —pregunto, con una voz tan dulce


como la sacarina.

—¿Qué tal un cacho de ese culo? —se burla de forma


asquerosa uno de ellos.

Le sonrío y alargo la mano para tocarle el brazo. Suelta


un aullido de dolor al recibir la peor descarga eléctrica de su
vida.

Yo ni me inmuto, pero dejo que oigan el crepitar de la


electricidad que brota de mi mano.

Enfadar a una bruja es una mala idea.

Aunque sea medio bruja.

Veo cómo se ponen tensos al darse cuenta de lo que soy,


y la repentina cautela en sus ojos es casi gratificante.

Como no dicen nada, sonrío y digo con frialdad:

—Igual deberías iros antes de que pierda los nervios de


verdad. Ya no te gustaré tanto cuando los pierda. Mi
psicólogo dice que tengo problemas de ira sin resolver. Ya
sabes cómo va eso, podría cometer una locura.
Parece que me toman la palabra y los veo salir por la
puerta con el rabo entre las piernas.

Los días que no desprecio al parásito inservible de mi


padre, le estoy agradecida por contribuir a mi mitad de
bruja.

Algunos de los clientes se ríen. Aunque me divierte la


situación, sé que no es tan fácil librarse de los pantera
cambiaformas. En cuanto se reagrupen y el insulto de lo que
acabo de hacer comience a calar, vendrán a husmear, más
vengativos que nunca.

Sin embargo, el constante tráfico de personas me tiene


ocupada, y pronto los pantera cambiaformas son lo último
en lo que pienso. Tengo otros problemas en la vida. Uno de
ellos es mi casero, que cree que soy su esclava personal.

—¡No estoy en casa, Frank! —siseo contra el teléfono


metido entre la oreja y el hombro mientras forcejeo con la
puerta imposible del baño para empleados—. Si estuviera
en casa, podríamos hablar de esto. Sabes que trabajo a
estas horas.

Frank me suelta un improperio que no llego a pillar, ya


que está masticando algo al otro lado de la línea. Solo capto
un galimatías con el que supongo que pretende ofenderme.

—Mira, Frank, te dije que te pagaría, y eso haré. No me


pagan hasta final de mes, como a cualquier otra persona
normal. Y no, no te voy a hacer ningún favor sexual.
Corto la llamada y, tras pensarlo mejor, pongo el móvil
en silencio.

¡Puto gilipollas pervertido!

Si el alquiler de sus pisos no fuese tan barato, ni siquiera


tendría que mirarle a ese careto suyo tan feo.

Me lavo la cara en el lavabo y me la seco con unas


toallitas de papel antes de pasarme los dedos por el pelo y
estudiar mi reflejo en el espejo. Tengo ojeras por trabajar
dieciocho horas al día. Mis penetrantes ojos grises, que
heredé de un padre al que nunca he conocido, parecen
cansados. Me llevo las manos al pelo, deteniéndome en las
puntas cortadas a lo bruto. Lacy no deja de insistirme para
que me lo arregle, pero me es mucho más fácil cortarme mi
espesa melena negra con unas tijeras de cocina.

Siempre he odiado tener el pelo largo. Recuerdo cómo mi


madre me arrastraba por las escaleras tirándome de la larga
melena cuando era niña. Lo primero que hice cuando me
alejé de ella fue cortármelo.

Ahora nadie puede agarrarme por el pelo y hacerme daño.

Suelto un suspiro y estudio mi reflejo en el espejo del


baño.

—No soy fea —le digo a mi reflejo dubitativo. Tengo la


piel de marfil enrojecida por el agua fría y los pómulos altos
sin gota de maquillaje. Pero tengo la boca demasiado ancha
y no me gusta nada el lunar que tengo sobre el labio
superior.

Pero no diría que soy fea.

—Entonces, ¿por qué soy incapaz de echarme novio? —le


pregunto a nadie en particular. —Veintinueve años y nadie
me ha echado un polvo. Es sencillamente insultante.

Pero dudo que mi reflejo tenga alguna respuesta que


ofrecerme, así que cojo la caja de cigarrillos y me dirijo al
callejón trasero a fumar para olvidarme de mis problemas.

Pero mis problemas siempre hallan la forma de encontrarme.

Apenas he dado dos caladas cuando noto cómo se me


ponen los pelos de punta en los brazos.

No estoy sola.

Miro bruscamente hacia la entrada del callejón y veo a


un grupo de machos que me resulta familiar.

—¿Os habéis perdido, chicos? —pregunto en voz alta,


tirando el cigarrillo al suelo y aplastándolo con el tacón del
zapato.

Los pantera cambiaformas me muestran los dientes,


acercándose a mí.

Son seis contra uno. Sonrío.

Las probabilidades están claramente a mi favor.


—¿Crees que nos asustas, bruja? —escupe uno de ellos
—. Eres una hembra. Y sabemos bien qué hacer con las
hembras.

—Bueno, menudo alivio. —Me río con ligereza y los dedos


se me contraen mientras me preparo para la pelea
inminente—. Empezaba a preocuparme, viendo que viajáis
en una manada de solo machos.

Parece que captan la indirecta un poco tarde, pero


gruñen igualmente.

—Te pondremos en tu sitio.

Me encojo de hombros.

—Muchos lo han intentado antes.

Veo cómo tensan los músculos, preparándose para


lanzarse al ataque, y se me escapa la sonrisa. Pero antes de
que ocurra nada, veo que algo se mueve por el rabillo del
ojo.

Parece que ellos también lo han visto.

No puedo ver quién es, pero una voz grave pregunta en


voz baja:

—¿Hay algún problema?

El sonido hace que la sangre me zumbe de forma


extraña. Casi puedo sentir la vibración en mi cuerpo. Se
acerca a la tenue luz de la única bombilla que funciona en el
callejón y, de repente, siento un hormigueo en la piel, como
si algo quisiera estallar por los aires.

¿Quién es este hombre?


Capítulo 2

Seline

Es guapo, de esa forma tan tosca que poseen algunos


hombres. Tiene el pelo castaño oscuro áspero y despeinado
y parece sexy de una manera salvaje. Sus ojos ámbar están
clavados en el cambiaformas más cercano a mí. Bajo su
camisa de franela a cuadros y sus vaqueros, distingo una
figura delgada y musculosa. Y es alto.

Muy alto. Siempre me han gustado los hombres altos.

Pero cuando se acerca, siento un cosquilleo familiar en la


piel y me doy cuenta de que es un Otro. Pero aún no sé qué
es.

—¡Piérdete, tío! —Uno de los pantera cambiaformas


frunce el ceño—. Esto no tiene nada que ver contigo.

Pero el hombre no está interesado en echarse atrás.

—Me parece que deberías dejar a esta dama en paz.


—Acabo de decir... —empieza el cambiaformas, pero un
gruñido aterrador sale de la garganta del hombre, y veo que
el cambiaformas casi se marchita del miedo. Incluso yo
puedo sentir las oleadas de poder que desprende el extraño.
Provoca que algo dentro de mí retroceda. Me siento
incómoda y me rasco la piel mientras observo cómo se
alejan los cambiaformas.

En unos instantes, nos quedamos solos el desconocido y


yo en el callejón.

—¿Estás bien?

Saco el paquete de cigarrillos y extraigo uno de ellos con


los dientes.

—Lo tenía controlado, no hacía falta que intervinieras.


Los pantera cambiaformas son un coñazo, ¿sabes? Van a ir a
por ti en cuanto se pongan las pilas.

Me tiende un mechero y parpadeo.

¿En qué momento se ha acercado tanto a mí?

Vacilante, dejo que me encienda el cigarrillo y me


permito disfrutar de la primera calada.

—Esa cosa te va a matar, ¿sabes? —Suena un tanto


divertido por alguna razón.

—Ya, bueno. —Dejo escapar otra calada—. Pues que se


ponga a la cola.
Como no se va, lo estudio.

—¿Eres nuevo en el pueblo?

—Sí.

—Me lo imaginaba.

El silencio entre nosotros es cómodo, y entonces


pregunta:

—¿Es normal que se reúnan tantos Otros por aquí?

Intento determinar qué es, pero, por alguna razón, mi


propio cuerpo siente un extraño cosquilleo. Me pica la piel
por dentro y no consigo concentrarme.

—Por aquí siempre ha sido así —digo, soltando otra


bocanada de humo y sintiéndome más tensa—. Hay una
comunidad asentada de Otros, sobre todo vampiros. En
Arrow Brooke vienen muchos turistas humanos, así que a los
de los colmillos les gusta este sitio. No tienen que
preocuparse por andar con cuidado. Tenemos muchos
negocios que son propiedad de vampiros.

—Entonces, ¿lo que más hay son sólo vampiros? —Frunce


el ceño.

Me encojo de hombros.

—Hay rumores de que en el lago Asla viven sirenas, pero


nunca me he cruzado con ninguna y llevo más de dos
décadas viviendo aquí. Hay algún que otro gamberro
viviendo por la zona: cambiaformas granujas. Regentan
pequeños negocios y suelen ser reservados. Hay algunos
fae en el bosque, pero frecuentan el bar... así que, sí.

—¿Y humanos?

Los labios se me curvan ligeramente.

—Algunos lo saben, los que llevan viviendo en este


pueblo desde hace generaciones. Fingen no saberlo y nadie
les molesta. Pero es una comunidad muy pequeña.

Por alguna razón, el hombre parece satisfecho con esta


información.

De repente, me doy cuenta de que no ha contado nada


sobre sí mismo.

—¿Estás por aquí de paso?

—No, mi manada acaba de mudarse aquí.

Alzo una ceja.

—¿Os habéis comprado casas?

Esta vez, son sus labios los que se curvan.

—No nos gusta vivir en la superficie. Hemos comprado


un terreno en el bosque.

Recuerdo que el alcalde mencionó algo al respecto, pero


no le presté mucha atención. Siento una especie de picor en
el cerebro cuando menciona que su manada no vive en la
superficie. Está claro que es un cambiaformas, pero ¿por
qué no puedo ver a través de él?

Me inquieta, sobre todo cuando me doy cuenta de que no


es un cambiaformas corriente. Por sus venas corre un poder
de una fuerza bruta.

Alfa.

Es el Alfa de su manada. Por eso las panteras se cagaron por la pata y se


fueron.

Mi descanso para fumar aún no ha terminado, pero


empiezo a sentirme sumamente incómoda. No por él, sino
por mi propia reacción ante su presencia. Apago el cigarrillo
y lo tiro a la basura antes de murmurar:

—Debería volver.

—Nos vemos. —Me dedica una sonrisa tranquila que me


hace zumbar la sangre.

Me acerco a la puerta y, justo cuando pongo la mano en


el pomo, echo un vistazo por encima del hombro solo para
comprobar que ya no está.

Miro fijamente el lugar donde había estado de pie


durante unos largos segundos antes de retirarme al interior.

*** ***

—¿Seguro que te parece bien? Es que no quiero que


Frank entre en mi piso, Lacy —digo al móvil—. El fontanero
vendrá mañana a arreglar la fuga.

—Pues te llevaré algunas sobras esta noche —me


tranquiliza mi amiga y vecina por teléfono mientras entro al
bar.

Sonrío aliviada.

Pero mi sonrisa se desvanece en cuanto dejo el teléfono.


A veces siento que hasta vivir es agotador. Es como si
luchara contra el mundo sin nada a mi favor. Me sacudo el
cansancio mientras dejo mis cosas en la taquilla y me
cambio.

—Seline. —Ellie, que se está tomando un descanso, me


mira preocupada—. Hay unos hombres fuera esperándote.

Parpadeo.

—¿Esperándome a mí?

La comisura de su boca se curva hacia abajo.

—No me gustaron sus pintas.

Cierro la taquilla de golpe y le dirijo una sonrisa irónica.

—No te gustan las pintas de la mitad de este pueblo,


Ellie. Tus problemas de confianza saltan a la vista.

Esboza una sonrisilla.

—Mira quién habla. —Pero justo cuando estoy a punto de


salir, me dice—: Ten cuidado. Tenían una mirada malvada.
Un minuto después, entiendo por qué estaba tan
preocupada. Aprieto la mandíbula al ver a tres vampiros de
aspecto musculoso sentados en una mesa de la esquina,
esperándome. Todos llevan traje, lo que les confiere un
aspecto serio.

—¿Qué hacéis aquí? —siseo—. No es día de pagar la


mensualidad.

—El jefe quiere un adelanto de tu pago —dice con dureza


el más alto de ellos.

—Bueno, no puedo darte lo que no tengo —digo, tajante


—. Ya he pagado el sesenta por ciento del préstamo.
Debería tener algo de fe en que también pagaré el resto a
tiempo.

Uno de ellos esboza una mueca de desdén y me tiende


un papel.

—Lamentablemente, se han añadido dos préstamos más


a tu nombre.

Se me hiela la sangre al coger el papel de su mano y ver


las enormes cantidades que se han sacado conmigo como
avalista.

¡Tardaré diez años en pagarlas!

—¡Le dije a Jamie que no me hiciera avalista de ningún


otro préstamo que pidiera esa mujer! —Le devuelvo el papel
con un sabor acre en la boca.
Los tres hombres intercambian una mirada.

—Tienes que firmar un documento para ello. Puedes


venir con nosotros y hacerlo. Luego iremos directamente a
la fuente y le sacaremos el dinero a ella.

Me tiende otro papel y me ofrece un bolígrafo.

Tengo la boca seca mientras lo cojo, pero cuando llega el


momento de firmar el papel, mi mano es incapaz de
moverse. Jamie está siendo considerado conmigo porque le
caigo bien, pero ¿qué hará con mi madre a la hora de
exigirle el dinero? Ni siquiera tiene trabajo.

Cierro los ojos con pesar y bajo el bolígrafo, derrotada.

—Añade esto a mi cuenta, entonces. Pero dile a Jamie


que la rechace cuando vaya a por más dinero.

Uno de los vampiros se ríe.

—Claro que sí.

Sé que eso significa que ni de coña. Saben que seguiré


pagando las crecientes deudas de mi madre. Y a los
usureros les encantan los clientes habituales.

—En cuanto a por qué estamos aquí hoy, el jefe quiere


que pagues la mitad del dinero por adelantado. —El vampiro
extiende la mano,

—No tengo tanto dinero —replico tajante—. Si su


intención es simplemente acosarme sin motivo, tenemos un
contrato en vigor, ¡así que no!

Los vampiros intercambian miradas sombrías y se


encogen de hombros.

—Que así sea, pero recuerda que primero te lo pedimos


educadamente.

Observo cómo se marchan y, al hacerlo, veo que alguien


me está observando.

Es el mismo cambiaformas lobo de aquel día. Ha pasado


una semana desde la última vez que me encontré con él y
esta vez no está solo. Parece que está con un grupo de
amigos. Frunce las cejas mientras observa cómo los
vampiros se marchan.

Todos los hombres que le rodean son cambiaformas de


aspecto voluminoso, aunque su alfa sigue destacando por
encima de ellos. La mayoría son guapos, pero su alfa es
sorprendentemente sexy. Normalmente no reacciono así
ante un hombre, pero incluso mirarlo hace que algo en mi
estómago se retuerza de hambre.

Es guapísimo en plan taciturno, con esos ojos profundos


suyos casi escudriñando hasta mi alma dañada. Nunca he
sido de las que buscan rollos de una noche, pero me
pregunto si querer tener uno con este alfa en particular me
convierte en una golfa.
Debo de haberme quedado mirándole un buen rato,
porque se pone en pie y se acerca. Me pongo tensa al
instante.

¡Mierda!

Él, sin embargo, se mete las manos en los bolsillos con


actitud despreocupada.

—¿Amigos tuyos?

Mmm, es bastante entrometido.

—Algo así.

Antes de que pueda decir nada más, le digo:

—Mando ahora a Marie a vuestra mesa para que os tome


nota.

Parece que quiere decir algo más, puedo ver la


curiosidad latente en sus ojos, pero asiente y se marcha. Ni
siquiera sabía que estaba aguantando la respiración hasta
que la suelto con un enorme silbido.

—Contrólate, Seline —murmuro para mis adentros,


irritada—. No es el primer tío bueno al que ves.

Oigo una risita detrás de mí. Giro la cabeza y veo al alfa


mirando hacia otro lado, casi como a propósito.

¡Maldita sea! ¡Me he olvidado del buen oído de los cambiaformas!


Mando a Marie a tomarles la comanda. Cuando estudio la
hoja que me trae, enarco una ceja. Sí que les gusta la carne,
deben de ser del bando carnívoro.

—Marty. —Le doy unos golpecitos a la ventanilla,


pegando la hoja de pedido en la bandeja deslizante—. Tres
filetes poco hechos, seis triples de carne poco hecha con su
guarnición de patatas fritas. —Al recordar algo, añado—: Eh,
las patatas tienen que ser cocidas.

Marty sonríe y se le arrugan las mejillas. Si no me cayera


tan bien, su único ojo me daría escalofríos. Marty jura que
se peleó con un unicornio cuando era joven, pero también
cree que los extraterrestres le acechan, así que me tomo lo
que dice con pinzas.

Los cambiaformas se encuentran enfrascados en una


conversación seria y, para cuando está listo el pedido, Marie
está ocupada con otros clientes. Me mira suplicante, así que
me deslizo por la barra, cojo la comida y se la llevo.

—Aquí tenéis, chicos, vuestro banquete de carne —digo


mientras empiezo a repartir los platos. Todavía no puedo
hacerme una idea acerca del alfa, pero al mirar a uno de sus
compañeros, siento que se me hunde el estómago.

A él sí que puedo leerlo, es un lobo cambiaforma.

Mi repentina fascinación por el alfa cae en picado cuando


me doy cuenta de que una manada de lobos cambiaformas
se ha mudado a Arrow Brooke.
Tengo un pasado no muy bonito con las manadas de
lobos cambiaformas.
Capítulo 3

Seline

Si no puedo leer al Alfa, significa que es fuerte.

Más fuerte que yo incluso.

Es raro que me encuentre a alguien como él. La única


otra persona a la que he conocido y de la que no pude sacar
nada en claro fue el alcalde Hamrington nada más
conocerlo. Por casualidades de la vida, también fue cuando
me contrató en el acto.

Que haya un lobo alfa poderoso en el pueblo es


preocupante.

Cuando se juntan demasiados Otros en un mismo lugar,


ya es como una olla a presión a punto de hervir, pero si
encima se le añaden individuos extremadamente
poderosos, es toda una receta para el desastre.

Hasta ahora, Arrow Brooke ha conseguido mantener la


paz, sobre todo gracias a la influencia y el control del
alcalde.
¿La llegada de este nuevo alfa destruirá el orden de las cosas?

Intento ignorar ese pensamiento inquietante mientras


vuelvo a mi puesto detrás de la barra.

No pierdo de vista al grupo de cambiaformas mientras


atiendo a otros clientes. Devoran su comida con cierta
elegancia, mientras siguen inmersos en lo que parece una
conversación seria, a juzgar por las expresiones sombrías de
sus rostros.

Aprieto la capa de magia que me envuelve con más


fuerza a modo de precaución. He conseguido ocultar mi lado
lobo durante años; aunque los Otros aceptan a las especies
diferentes, no todos son de mente abierta cuando se trata
de híbridos como yo. Una breve historia de amor entre mi
testaruda y rebelde madre licántropa y mi caprichoso padre
brujo —un padre que nos abandonó a mi madre y a mí en
cuanto se enteró de que me habían concebido— me bastó
para saber que, si ni siquiera mi padre está dispuesto a
aceptarme, ¿cómo podrían hacerlo los demás?

Los lobos cambiaformas, en particular, son aún más


hostiles hacia los híbridos con una parte de lobo. Los doce
años que pasé con mi madre en su manada me han
destrozado por dentro. Doce años de burlas, de que me
acosaran mientras los adultos miraban a otro lado o ponían
la otra mejilla, eran suficientes para dañar a un niño. Y que
luego me exiliasen de la manada cuando se demostró que
no podía cambiar de forma fue, de algún modo, todavía
peor.

Incluso ahora, todos estos años después, esa niña


insegura sigue asomando la cabeza.

Por eso detesto a los lobos cambiaformas. Y les temo.

Pero, a pesar de mi aversión hacia ellos, parece que el


alfa no siente lo mismo por mí. A lo largo de la noche, puedo
sentir sus ojos clavados en mí. Y lo peor es mi propia
reacción hacia él.

Cada vez que me encuentro por accidente con esa


mirada depredadora de color ámbar siento un extraño picor
bajo la piel y mi control normalmente firme sobre la magia
se tambalea.

¿Es porque me siento atraída por él?

Me deshago de ese pensamiento en cuanto se me pasa


por la cabeza porque suena absurdo. Este hombre no es la
primera persona que me atrae. Normalmente, mi gusto por
los hombres es una mierda, así que el hecho de que esté
deseando a un alfa —y peor aún, a un lobo alfa— demuestra
mi mal juicio con los hombres.

Sin embargo, sigo rascándome la piel y, cuando miro


hacia abajo al cabo de una hora, frunzo el ceño al ver el
cristo que me he hecho.
—¿Alergia? —pregunta Gina, una de las nuevas
contratadas para el turno de noche.

Gina es medio elfa de madre humana. Pero así son los


elfos, que siembran sus semillas en cualquier hembra
humana desprevenida con la que se cruzan. Esa es una de
las razones por las que la contraté, por su condición de
híbrida. Sin embargo, los elfos tienen la costumbre de
aceptar a todos los de su especie, híbridos o no, así que,
dentro de unos años, su padre probablemente vendrá a
buscarla y se la llevará a su pueblo.

—Eso parece —murmuro, deseando que mi madre al


menos hubiese tenido la sensatez de quedarse embarazada
de un elfo y no de un brujo.

Suelto un suspiro fantasioso y Gina se me queda


mirando.

—¿Estás pedo? —me pregunta.

Echo un vistazo a una botella de whisky abierta que


acaba de abandonar un cliente.

—No, pero mi plan es estarlo en cuanto llegue a casa.

Gina me mira por encima del hombro antes de gritar:

—Marty, ¿puedes ir más despacio? Ya han pasado veinte


minutos. —Oigo al cocinero maldecir por lo bajo y Gina me
sonríe—. Lo siento, pero la pareja de la mesa doce me ha
preguntado dos veces por su pasta, y a estas alturas ya no
sé dónde meterme. Además, ¿de verdad quieres
emborracharte? ¿No tienes turno de camarera en Benny’s
por la tarde?

Gruño.

—Sí. Lo había olvidado.

Estoy a punto de decir algo más cuando me da un


codazo.

—La mesa seis está intentando llamar tu atención.

Miro al grupo de lobos cambiaformas y, cuando el alfa


encuentra mi mirada, esboza una pequeña sonrisa. No hay
duda de que hay hambre en su mirada, sólo que esta vez sé
que no es hambre de comida. Se me tensa el abdomen y
Gina silba por lo bajo.

—Parece que alguien te ha echado el ojo.

—Es un lobo cambiaformas —digo con tensión.

A Gina se le cae la sonrisa.

—Oh.

Sólo hay un puñado de personas que están al tanto de mi


situación, y Gina es una de ellas.

—Quieres que vaya yo a...

—No. —Sacudo la cabeza—. Yo me encargo.


Asiento en dirección al otro barman, que me devuelve el
gesto. Salgo por la puerta y me ajusto el delantal mientras
me acerco.

—¿Qué puedo hacer por vosotros?

Uno de los cambiaformas sonrió.

—Sólo queríamos presentarnos, ya que nos verás mucho


a partir de ahora.

Su alfa guarda silencio, pero aun así siento como si sus


ojos se clavaran en mi alma. ¿Qué está intentando hacer?
¿Realizarme una radiografía con la mirada?

—¿Quieres decir en el bar?

—Y por el pueblo —añade el cambiaformas con una


sonrisa—. Hemos comprado el edificio abandonado de la
calle de al lado. A algunos de nosotros se nos dan bien las
motos y los coches, así que pensamos que podríamos poner
en práctica nuestras habilidades.

Vaya, qué majos.

—¿Así que vais a montar un taller? —pregunto despacio.

—Sí. Algunos de nuestros machos jóvenes han mostrado


interés en la universidad local, así que van a matricularse.

Mmm, no hay mucho que decir sobre las hembras.

—Ya veo.
—He oído que ya conoces a Austin, nuestro alfa. Yo soy
Jason, su segundo al mando. Ellos son Ray y Seth, y este de
aquí es Lexion. Le llamamos Lexi para abreviar.

—Vete a la mierda, Jason —gruñó el cambiaformas


fornido.

—Esa boca, Lexi —le ordena Austin bruscamente, y yo


parpadeo.

¿Ha hecho eso por mi bien?

—Bueno, encantada de conoceros a todos. —Sonrío, sin


confiar realmente en su naturaleza aparentemente
amistosa. Sé que soy parcial, lo cual está mal, pero tengo
que protegerme.

—Ahora tengo que volver al trabajo, pero la próxima


ronda de copas va por mi cuenta. —Curvo los labios en una
sonrisa. Mejor despedirse en buenos términos.

No me detienen y suelto un suspiro de alivio. Con suerte,


se mantendrán alejados de mí.

*** ***

Sin embargo, por mucho que quiera no pensar en Austin,


no puedo quitármelo de la cabeza.

No termino de limpiar hasta altas horas de la mañana.


Pillo mi bolso y me pongo la ropa de calle antes de recoger
las bolsas de basura. Salgo por la puerta que da al callejón y
la cierro antes de dirigirme a los contenedores.

Tiro las bolsas de basura dentro y empiezo a cerrar la


tapa del cubo.

Lo primero que oigo el sonido antes de levantar la vista,


sólo para sentir que algo fino me atraviesa el cuello, casi
como una aguja pequeña.

Mi mano va a parar a mi cuello instintivamente, y palpo


algo delgado que sobresale de él.

—Mierda... ¿qué...?

Saco de un tirón el dardo delgado y al instante me asalta


una oleada de náuseas.

Me agarro al borde del contenedor y miro hacia la


entrada del callejón. Distingo unas cuantas figuras que se
acercan a mí. Tardo un momento en aclarar la vista y
reconozco a los pantera cambiaformas de hace unos días.

—Cobardes —escupo—. Ni siquiera podéis enfrentaros a


una mujer sin intentar drogarla.

Pero parece que estos idiotas no saben lo que soy.

Si fuera solo bruja, la droga que contenía el dardo me


habría dejado en un estado babeante y sin sentido. Pero mi
lado lobo, por débil que sea, se esfuerza por quemar la
droga, lo que me da la conciencia suficiente para saber que
ahora mismo estoy en peligro.

Es en días como estos cuando me siento agradecida por


la sangre Lican que fluye a través de mi sistema. Puedo
sentirla combatiendo los efectos de la droga, que puede ser
fatal para la mayoría de los brujos.

Pero los pantera cambiaformas no se hacen esperar y


veo una intención mortal en sus ojos cuando se acercan a
mí. No tengo que hablar para invocar mis poderes cuando
toco el suelo, haciendo que todos salten de dolor ante la
descarga de electricidad que los golpea.

Pero es más débil de lo normal.

Uno de ellos se lanza hacia los cubos de basura apiñados


contra la pared y corre hacia mí. Intento esquivarlo, pero su
mano ya se ha transformado en esas garras mortales. Me
lanza un tajo. Siseo de dolor cuando sus garras se me
clavan en el cuello y el pecho, rasgando la tela y
perforándome la piel.

—¡No mates a la zorra todavía! —Uno de ellos ríe a


carcajadas—. ¡Quiero hacer que se arrastre!

Los demás se ríen cuando retrocedo a trompicones. Los


miro a través de mis mechones de pelo, intentando respirar
a pesar del dolor.

¿Arrastrarme? Ni de coña. ¡Ya me he arrastrado lo bastante por otras


personas como para que me dure toda una vida!
Planto las manos en el suelo sucio y uno de mis dedos se
posa en unas hojas que crecen entre las grietas. Es difícil
usar mis habilidades de hechicera ahora mismo debido a la
droga que está atacando mi organismo, pero me niego a
volver a ser una víctima. Es una promesa que me hice a mí
misma años atrás.

Hago acopio de todas mis fuerzas y siento retumbar el


suelo, al igual que los cambiaformas.

Unas miradas de alarma se posan en sus rostros.

—¿Qué demonios?

Sonrío débilmente, sin ocultar mi rabia.

—Venganza, gilipollas.

El suelo se abre de golpe y unas lianas largas y delgadas


se apresuran hacia los cambiaformas. Aúllan de miedo y
saltan para apartarse. Me río con rabia cuando las lianas
cambian de dirección, casi como si tuvieran mente propia y
persiguieran a los cambiaformas.

—¡Es ella! —grita uno de ellos—. ¡Ella los está


controlando!

—¡¿Cómo?! —sisea su compañero—. El camello dijo... ¡Aj!

Una de las lianas lo lanza contra la pared y, tras un


fuerte crujido, cae al suelo inconsciente.

—¡Noquéala! —grita uno de los panteras.


Veo a tres de ellos precipitarse hacia mí. Aunque las
lianas consiguen detener a dos, uno logra atravesarlas. Con
las garras extendidas, lanza un tajo contra mi cuello,
apuntando a la parte más vulnerable. Aunque trato de
defenderme, la sangre que ya está supurando me debilita
considerablemente.

Siento que sus garras me atraviesan el cuello, y un


gorgoteo resuena en mis oídos mientras la visión se me
nubla. Veo que las lianas caen de repente al suelo y yo
también me desplomo con debilidad.

¡Maldita sea!

Mis habilidades curativas no se acercan a las de un


verdadero cambiaformas, pero son rápidas. Aunque estas
heridas son mortales, puede que no me maten si me dan
tiempo suficiente para curarme.

Avanzan hacia mí y mis dedos se crispan mientras trato


de reunir fuerzas. Solo necesito un hechizo de nada para
ganar algo de tiempo, pero me cuesta incluso pensar.

¿Quizás debería considerar liberar la magia que está


subyugando mi lado licántropo? Debo tomar una decisión
rápido. Si descubren que soy una híbrida, tendré que
matarlos, porque si dejo escapar aunque sea a uno de ellos,
volverá para atormentarme.

Justo cuando estoy a punto de liberar la magia, oigo


gruñir a uno de los pantera cambiaformas antes de una
sombra en movimiento lo arroje contra la pared.

—¿Tú otra vez? —grita el cambiaforma.

Tengo la vista demasiado borrosa para distinguir nada


concreto. Lo único que veo es una gran figura que gruñe y
zarandea a los cambiaformas como si fueran muñecos de
trapo.

Me cuesta respirar, siento que la piel se me cose a una


velocidad muy lenta. Noto la cabeza ligera por la pérdida de
sangre.

No sé cuándo dejo de oír los ruidos de la pelea, pero algo


me sacude antes de que una mano me acune la cara y una
voz familiar llegue a mis oídos.

—¡Seline!

Hay pánico y preocupación en esa voz, y bajo todo ello


subyace un miedo confuso.

¿Austin?
Capítulo 4

Seline

—¡Seline!

La voz de Austin es como si me echasen un cubo de agua


fría encima. Lucho por regresar a un estado consciente. No
quiero desmayarme.

¡No puedo dejar que se entere!

Sin embargo, la pérdida de sangre me ha dejado


mareada y es difícil aferrarme a la magia que me envuelve,
ocultando mi yo licántropo.

—¡Vamos! —Su voz suena ronca—. Mi curandero podrá


ayudarte.

Me levanta muy fácilmente, como si no pesara nada.

—Yo...

—¡No! —Me cuesta hablar—. Déjame... dentro...


No parece entender que quiero que me deje aquí y que
ya me iré yo dentro. ¿Pero cómo puedo esperar que sea
capaz de comprender algo? Apenas digo algo con sentido.

—El curandero de mi manada...

—¡Dentro! —Intento moverme débilmente y él le lanza


una mirada a mi cuello. Se le crispa la expresión.

Antes de que pueda siquiera parpadear, se vuelve hacia


la puerta del callejón del bar y, de una patada, la puerta se
rompe hacia dentro. Una parte interna de mí hace una
mueca de dolor, sabiendo que esto saldrá de mi sueldo,
pero no estoy precisamente en condiciones de protestar.

Su voz es dura.

—¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios?

Siento que se me curan las cuerdas vocales y jadeo:

—En el despacho... al fondo...

Me tumba en una de las encimeras metálicas que Marty


ha limpiado no hace ni dos horas tras cerrar la cocina. Me
quedo ahí tumbada con los ojos cerrados, luchando por
respirar. El proceso de curación va más rápido ahora que ya
no me atacan y no tengo que usar la magia.

Para cuando regresa Austin, mi conciencia es más aguda


y mi hemorragia ha cesado. La piel se me está curando
lentamente, aunque probablemente tarde unas horas más.
Pero me sigue doliendo muchísimo y estoy agotada.

Me mira fijamente, sus ojos se dirigen a mi cuello. No


cabe duda de la rigidez de su voz cuando dice:

—Eres una cambiaformas. —Antes de que pueda decir


nada, ladea la cabeza—. Y una bruja.

El hambre y el interés que había visto en sus ojos hace


tiempo que desaparecieron y es como una bofetada amarga
en la cara.

Todos los cambiaformas son hostiles hacia los híbridos.

No digo nada, me siento y extiendo la mano para coger


el botiquín. Se acerca a mí y me las apaño para decir:

—Puedes irte. Gracias.

Ahora es más fácil hablar. Doloroso, pero más fácil.

—Eres una mediana —murmura, con una extraña


expresión en los ojos mientras se acerca. De repente no
quiero que se me acerque. La sensación de picazón
empeora cuanto más se acerca a mí, y empiezo a
preguntarme si me he vuelto loca.

—Se llama mestiza —respondo, rascándome el brazo,


incapaz de parar. En cuanto hablo, siento que mis cuerdas
vocales recién curadas se estiran con incomodidad. Se me
tuerce la cara.
Debe de haber visto mi expresión, porque cubre la
distancia que nos separa y empieza a desempaquetar el
botiquín.

—Vete. —Me siento como una desquiciada por esta fea


combinación de dolor y picor—. Puedo yo sola. ¡Por favor,
vete!

Ahora estoy a punto de llorar, y mi magia fluctúa con


salvajismo.

—Puede que seas una cambiaformas, pero tu curación


sigue siendo más lenta —dice Austin con suavidad—. Si te
dejo así, no te curarás hasta que el sol lleve unas cuantas
horas en el cielo. Déjame curarte.

Claramente no se ha dado cuenta del tipo de


cambiaformas que soy.

Lo que hace que toda esta situación sea aún peor,


porque mi magia está fluctuando por su proximidad a mí. En
este punto, ni siquiera tengo que intentar adivinar nada
más. Él es la razón por la que la magia que protege mi yo
Lican ha estado tan inestable últimamente.

Sea cual sea la razón para ello, no puede ser nada bueno.

Sin embargo, Austin no está de humor para escucharme.

Pero en cuanto me toca la piel, todo se desmorona.


Suelto un grito de dolor y siento que la magia se disipa.
El agotamiento es un enemigo acérrimo y me desplomo en
mi posición. En cuanto lo hago, siento que algo se mueve
dentro de mí.

Durante años, toda mi vida, de hecho, el único aspecto


de mi lado licántropo al que he podido acceder es mi
velocidad y capacidad de curación. Nunca he sentido a mi
lobo, ni una sola vez. Por eso mi antigua manada me echó,
junto con mi madre. Porque no sólo no tenía la habilidad de
cambiar, sino que tampoco tenía conexión con mi lobo.

Pero ahora mismo puedo sentir algo dentro de mí. Es


como otra parte de mí, algo más salvaje y primitivo. Se
extiende en mi interior como si despertara tras un sueño
largo y profundo. Es casi como si estuviera bajo mi piel, bajo
cada célula, como si lo ocultara con un disfraz humano.

A medida que se estira y despierta, siento una alegría


salvaje. Este extraño agujero de soledad que había tenido
dentro de mí durante tanto tiempo parece más pequeño.
Pero hay algo más que eso. Una chispa de interés, alegría y
esperanza. Un amor feroz que no puedo comprender.

Levanto la cabeza para encontrarme con la mirada


sorprendida de Austin.

—Lican —susurra—. No es posible.

Quiero decir algo, pero mi lobo, esa criatura salvaje que


llevo dentro, ronronea.
Al principio, no lo entiendo. Intento hacerme a la idea
mientras siento esta nueva entidad dentro de mí. Y
entonces, noto como brillan los ojos de Austin.

Su lobo está muy cerca de la superficie, y el mío casi


hace vibrar la mesa de lo mucho que ronronea. Le miro
fijamente, y entonces siento algo dentro de mí. No es mi
lobo, sino la presencia de algo cálido y sólido. Algo seguro.

El corazón me late erráticamente mientras miro a Austin,


sosteniéndole la mirada, y un recuerdo de mi pasado viene
a mí.

Compañeros predestinados.

Una hembra de mi manada encontró a su compañero


predestinado, y fue esta conexión instantánea la que sintió.
Fue este vínculo intocable entre ellos lo que los hizo
compañeros de por vida.

¿Es esto mismo?

—¿Austin?

Necesito que lo confirme o lo niegue, pero se está


aferrando a los bordes de la mesa y un gruñido le retumba
en la garganta mientras se limita a observarme con los ojos
brillándole con locura. No le tengo miedo. El cosquilleo de
incomodidad que sentía siempre que estaba cerca de él ha
desaparecido. En su lugar, me siento libre.

Como si ya no estuviera sola en este mundo.


Compañeros predestinados.

Austin es mi compañero predestinado.

Después de años de soledad —de no ser deseada, de que


me llamasen un error, un monstruo—, encontrar a alguien
hecho específicamente para mí es como un sueño
inimaginable. Nunca he tenido a nadie que me mire y me
quiera por mí, que me conozca por mí. Pero Austin será esa
persona.

Por primera vez en mi vida, permito que bajen mis


barreras, y la esperanza y la felicidad me embargan con una
combinación embriagadora.

Y entonces, veo la expresión en la cara de Austin.

—¿Qué...? —Dudo, alarmada—. ¿Qué pasa?

No dice nada y veo cómo le arrebata el control a su lobo.


Parece una lucha física y dura, pero lo consigue.

—Austin. —Levanto la mano para tocarle la cara, pero él


retrocede bruscamente, con el pecho agitado y una
expresión de turbación en el rostro.

—Esto nunca ha pasado —murmura.

Parpadeo, sin entender.

—¿Qué?

—¡Esto! —suelta, me fulmina con la mirada y hace un


gesto con el dedo entre los dos—. Esto nunca ha ocurrido.
Nunca nos hemos conocido.

Es como si hablara un idioma alienígena. Nada de lo que


dice tiene sentido. Me levanto de la mesa.

—¿Qué quieres decir? Yo... somos compañeros


predestinados, ¿no? Lo he sentido. Tú también lo has
sentido.

Cuando no dice nada y se queda mirándome fijamente,


siento una pizca de pánico en mi interior.

—¡Sé que lo has sentido, Austin! ¿Qué... qué estás


haciendo?

No. Esta es mi oportunidad de ser feliz. Sólo tengo que...

—No quiero a una híbrida como compañera —dice sin


rodeos.

Me quedo congelada en el sitio. Se me traba la garganta


mientras intento que me salgan las palabras.

—No lo dices en serio.

¿Qué significa esto? ¿Nadie, ni siquiera mi propio compañero predestinado


me quiere? ¿Tan imposible de querer soy?

Ahora me siento mal.

—Pero somos compañeros.

Detesto lo pequeña que suena mi voz, lo vulnerable que


suena. No muestro esta faceta de mí ante nadie, pero aquí
estoy, forzada a verme en una posición en la que no puedo
controlar mi comportamiento.

—¡Eres una híbrida! —escupe con disgusto—. ¡No puedo


tener una pareja que sea híbrida!

Le miro fijamente, aturdida.

—¿Qué? —murmuro sin comprender.

—¡Lo vas a fastidiar todo! —gruñe, y yo me estremezco.

El silencio que se hace entre nosotros en la cocina poco


iluminada es sofocante. Oigo el crujido de los truenos
mientras empieza a llover. Me siento entumecida,
observando cómo un relámpago juega con nuestras
sombras, proyectándolas a lo largo y ancho antes de
desaparecer.

Intento ordenar mis pensamientos mientras los dos nos


encontramos aquí de pie, con la camiseta aún cubierta de
sangre. Siento que el corazón me tiembla en una agonía tan
extraña que casi me divierte. Me han roto tantas veces que
creía que era inmune a ello.

Pero este dolor es diferente.

Es como si me arrancaran una parte de mí. Las barreras


que pasé años construyendo alrededor de mi corazón,
diciéndome a mí misma que no me importaba, se
derrumban cuando por fin me entero de que la única
persona que estaba hecha para mí, la pareja perfecta para
mí, también me encuentra repugnante.

Quiero rendirme.

Sé que todo lo que diga y haga en este momento me


hará más daño de lo que puedo imaginar. Lo lógico sería
retirarme de esta situación. Y, sin embargo, la lógica no
tiene cabida aquí.

Necesito saber. Necesito comprender. Necesito que me mire y se dé cuenta


de que soy su compañera, su pareja.

No puede darme la espalda.

—Austin. —Mi voz suena desigual—. No podemos elegir


quiénes son nuestras parejas predestinadas. Pero incluso yo
sé que completan una mitad incompleta. Yo soy tu otra
mitad, igual que tú eres la mía. Yo…

Austin se encuentra de espaldas a mí, con los puños


cerrados a los lados, pero se gira y entrecierran los ojos
hasta que se convierten en rendijas finas y peligrosas.

—¿Una mujer que ni siquiera es una loba completa se


supone que debe completarme? No seas ridícula, no eres
una loba. No eres una loba completa. Y no puedo
permitirme estar atado a algo como tú. ¡Ni siquiera soporto
la idea!

Me tambaleo ante sus palabras, sintiendo como si me


hubiera abofeteado.
No le detengo mientras sale por la puerta y se adentra
en la lluvia, dejándome atrás.

¿Cómo puedo detenerlo? ¿Cómo puedo detenerlo cuando me desprecia


tanto?

Cuando sé que se ha ido, me hundo en el suelo y una


carcajada de autodesprecio brota de entre mis labios. Apoyo
la cabeza contra el mostrador metálico y noto la humedad
en las mejillas.

Patética. ¿Cuándo se volvió mi vida tan patética que ni siquiera mi propio


compañero predestinado me quiere?
Capítulo 5

Seline

Es Lacy quien me abre la puerta cuando llego a casa.

Vestida con un pijama holgado, me echa una mirada y


toda la somnolencia de sus ojos desaparece.

—¿Qué ha pasado?

La miro sin comprender, sin saber cómo expresar mi


dolor. Siento como si tuviera un enorme agujero en el pecho
que no deja de sangrar.

Mi mejor amiga me arrastra dentro, con voz frenética.

—¿Por qué tienes tanta sangre? ¿Y por qué estás toda


mojada? ¡Seline! ¡¿Por qué no dices nada?!

Me da una pequeña sacudida, con el miedo escrito en la


cara.

—Yo... ¿puedo beber algo?

Algo caliente que me queme y me haga sentir otro tipo de dolor.


Me estudia y asiente enérgicamente.

—Ve al baño. Date una ducha. Te prepararé un café.

Las órdenes son buenas. Puedo obedecer órdenes.

Lacy me dice que me dejará ropa limpia en el baño.


Enciendo la ducha y me planto bajo el chorro de agua
caliente.

Necesito mucha fuerza para cerrar el grifo. Empapada,


salgo de la ducha y me encuentro con ropa del tono de rosa
más femenino que he visto nunca.

Lacy es todo lo contrario a mí. Disfruta de su feminidad y


hace alarde de ella siempre que puede. Es una de sus
cualidades más entrañables. Con su alegre melena rubia
siempre peinada y los labios pintados de rosa o rojo claro,
ella y yo parecemos el día y la noche.

Pero es alguien que ha estado a mi lado desde el día en


que llegué a este pueblo, una chica con el corazón roto en la
cúspide de su adolescencia. Y por eso amo cada parte de
ella. Por eso me presenté en su puerta en lugar de cruzar el
pasillo hacia mi propio apartamento vacío.

Me pongo el pijama y salgo afuera, sintiéndome apagada


y vacía. El aroma del café recién hecho llena mis fosas
nasales.

—¿Te sientes mejor? —Lacy se precipita hacia mí, casi


rasgando la parte superior de mi pijama para buscar la
procedencia de la sangre—. ¿Dónde está?

Le cubro la mano.

—Está curada.

Menea la cabeza, dubitativa.

—Hasta yo sé que una herida con tanta sangre no puede


sanar tan rápido.

Me froto la frente, sintiendo que me entra un ligero dolor


de cabeza.

—¿Podemos sentarnos?

Me pasa el café y yo respiro hondo. Es difícil hablar de lo


que ha pasado, pero si no se lo cuento a Lacy, ¿a quién se lo
voy a contar?

Doy un sorbo al café y ella murmura:

—Tienes algo diferente.

Sonrío con desgana.

—Mi lobo. Puedo sentirlo.

Parece sorprendida.

—Pensé que no podías... ¿eso significa que puedes


cambiar?
Envuelvo la taza de café con las manos, odiando que se
haya enfriado un poco.

—No lo creo. Puedo sentirlo dentro de mí, pero no está en


un punto en el que pueda controlarlo. —Sentada aquí en
este espacio seguro con Lacy, siento que empiezan a
aparecer las grietas—. ¿Puedo hacerte una pregunta, Lacy?

Es extraño. Todo me duele por dentro, como si estuviera


completamente en carne viva, pero al mismo tiempo me
siento entumecida.

—Cualquier cosa.

Me humedezco los labios, tratando de encontrar la


manera de formular mi pregunta sin parecer desesperada.

—¿Crees que algunas personas están destinadas a ir por


la vida siendo despreciadas por los demás? ¿Incluso por
aquellos que se supone que les quieren?

Los ojos de Lacy se endurecen.

—¿Te ha llamado tu madre?

La pregunta me arranca una carcajada repentina. Es un


sonido casi histérico.

—Preferiría masticarse su propia cara antes que


llamarme. No, nada de eso, pero sí que ha solicitado dos
préstamos más.

Lacy sisea de rabia.


—Pero no me refería a eso. —La miro, sintiéndome
agotada.

Se queda callada y luego suelta un soplo de aire.

—No, no creo que sea así. Creo que, en algún lugar del
camino, sobre todo para las personas que más sufren, hay
un gran amor esperándolas ahí fuera. Y cuando se topan
con ese amor, se olvidan de lo terrible que era su vida.

La miro fijamente, pensando por un momento en lo


bonito que debe ser tener un corazón tan romántico.

—¿Por qué me preguntas eso? —Lacy me estudia—. Y no


me has contado lo que te pasó.

Las palabras me salen a borbotones, de principio a fin,


mientras el café se me enfría y el sol empieza a asomar por
el horizonte. Me doy cuenta de que he terminado cuando los
brazos de Lacy me rodean y estoy llorando.

Sollozo con los sonidos rotos de una niña que una vez
más ha sido desechada por alguien que creía que la querría.

No sé cuánto tiempo pasamos así, pero el sol está a


medio camino en el cielo, ha dejado de llover y los pájaros
gorjean, felices por la lluvia, mientras que yo estoy sentada
en la cocina de Lacy, con todo mi mundo hecho añicos y
desmoronándose.

Lacy me acaricia la cara y habla con voz feroz.


—Tú no eres alguien a quien se pueda desechar
fácilmente. Y vamos a hacer que se arrepienta. ¿Me oyes?

Me pregunto si es así de sencillo.

*** ***

Aunque es fácil para alguien decirle a otro que no se


rinda, no creo que la otra parte entienda de verdad lo que
significa no rendirse, sobre todo en un caso como el mío.
Que te rechace tu compañero predestinado es doloroso,
desgarrador y también humillante. Y no rendirse significa
básicamente volver corriendo a esa persona con el rabo
entre las piernas y suplicando por una segunda oportunidad,
degradándote por completo en el proceso.

Mi orgullo, que es lo único que me queda en este


momento, se hará añicos si le pido y ruego a Austin que se
lo piense. Se me revuelve el estómago sólo de pensarlo.
Pero aparte de eso, hay una nueva emoción gestándose en
mi interior.

Ira.

No es fácil lidiar con el dolor y la humillación, pero con la


ira sí.

Así que lo dejo estar por unos días, dejando que mi furia
se acumule y supure hasta tener la confianza suficiente
para enfrentarme al hombre que me rechazó tan
brutalmente.
Se me presenta la oportunidad una semana más tarde,
tras acabar mi turno en el Benny’s, cuando me dirijo al taller
mecánico que sé que es propiedad de la manada de lobos
de Stone Creek.

Conseguir la dirección del taller y el nombre de la


manada no me resultó muy complicado, ya que el Sr.
Hamrington se apresuró a pedirme que les echara un ojo.

Cuando llego, la tienda ya está en marcha. Veo a algunos


hombres pululando por aquí y por allá, ya trabajando duro.
Reconozco a algunos de ellos como los acompañantes de
Austin en el bar. Al resto no los conozco, pero enseguida
localizo a Austin.

Parece que él también ha notado mi presencia. Adopta


una postura rígida mientras me observa con ojos
entrecerrados y la ira brillando en su mirada.

Que le den.

—Quiero hablar contigo —digo fríamente.

El ya viene de camino hacia mí y me agarra con


brusquedad del brazo.

—¡¿Qué demonios haces aquí?! ¿No te he dicho...? —


sisea.

—Aparte del berrinche que montaste, no dijiste gran cosa


esa noche —lo interrumpo con tono gélido.
Aparto el brazo, odiando lo mucho que me gusta sentir
su tacto.

—Cuidado —dice en tono de advertencia—. No armes


aquí una escena.

Resoplo con furia.

—No he venido aquí a armar ninguna escena. He venido


a decirte que me crie en una manada de lobos. Sé que no
puedes rechazar a tu compañera predestinada tan
fácilmente, debes tener una razón legítima. Que yo sea
quien soy no puede ser el único factor.

Su rostro se vuelve blanco como el papel y mira a sus


espaldas por encima del hombro. Sigo su mirada solo para
ver que sus compañeros de manada han dejado de trabajar
y nos miran atónitos.

No me importa que lo sepan. De hecho, lo prefiero. ¿De verdad pensó que


podría ocultarme como si fuese un sucio secretillo? ¡Será cabrón!

—¿Qué has hecho? —me gruñe, dándome un leve


zarandeo y, esta vez, dejo que la electricidad fluya a través
de mí hasta provocarle una pequeña sacudida. Eso servirá
para recordarle que no soy tan débil como cree.

Me suelta con un gruñido.

—Oh, lo siento —digo con burla—. ¿Tenías pensado


ocultarles a tus compañeros de manada lo de que tienes
una compañera predestinada? ¿Te he chafado el plan?
Puedo sentir que es mi ira la que controla mi boca, pero
es eso o lágrimas de dolor y humillación. Por lo tanto, me
quedo con la ira cualquier día de la semana.

Suelto una carcajada amarga.

—¿Creías que vendría aquí a rogarte para que me


aceptaras?

Aun si ese hubiera sido el plan, ¿cómo podría, cuando está tan claro lo que
piensa de mí?

—El otro día estaba en shock. —Obligo a mis labios a


curvarse en una sonrisa falsa—. Por eso he venido hoy hasta
aquí para que me respondas por qué estás tan desesperado
por rechazar a tu propia compañera.

Esto no es rogar, ¿verdad?

Me mira con tal desprecio que mi lobo interior se pone a


gimotear.

—Ya te lo he dicho, no quiero ningún juguete roto. —Sus


palabras son crueles, cada palabra es como un golpe físico
—. Puedo aspirar a algo mucho mejor que tú. Si has vivido
con una manada de lobos, deberías saber que las parejas
predestinadas pueden rechazarse si encuentran en el otro
alguna carencia. Y yo te encuentro deficiente en todos los
aspectos.

Siento que la sangre abandona mi cara, pero me niego a


que vea cómo me está apuñalando con sus palabras
despiadadas. Conforme habla, parece que son las palabras
de mi madre las que salen de su boca.

—Debería haberte matado cuando tuve la oportunidad.

—No vales nada.

—Inútil.

—Sería mejor que te murieras sin más.

—Nadie te querrá nunca, criatura fea y odiosa.

Algo frío se extiende en mi interior mientras asimilo sus


palabras y un crujido vibra en mi interior.

¿Es esto lo que se siente cuando te rompen el corazón?

—Y aunque no fuera por tu condición de híbrida —susurra


con frialdad—, lo sé todo sobre las deudas que has
acumulado. —Mi cabeza se yergue de golpe al oír eso último
—. ¿Crees que voy a exponer mi manada a alguien como tú?
No necesito tener a usureros dándole caza a mis
compañeros de manada porque tú derrochas el dinero como
si no hubiera un mañana. Apenas tienes para comer... ¿qué
vas a aportar a mi manada? No necesito la carga de una
mediana que apenas puede protegerse ni mantenerse.

Le miro fijamente, sintiéndome entumecida por dentro.

—Ya veo.

Me observa, y me pregunto si está esperando a que


derrame unas lágrimas. Pero tras años de verme golpeada y
maltratada como a un animal por una madre que
despreciaba mis lágrimas, he aprendido a contenerlas.

No obtendrá esa satisfacción.

—Bueno. —Me encojo de hombros, y me siento pesada.


Noto que me pesa todo el cuerpo—. Me alegro de que lo
hayamos solucionado.

Nunca le rogaré nada a este hombre.

Los años de traumas me han hecho acostumbrarme a


disociar. Y sé que eso es lo que estoy haciendo ahora
mismo. Es como ver cómo sucede todo esto desde fuera de
mi cuerpo.

No sonrío, simplemente le miro y digo:

—No volvamos a cruzarnos. —Frunce las cejas ante mi


repentina afirmación—. No soy tan débil como crees. La
próxima vez que me veas metida en problemas, por favor,
vuélvete por donde viniste. He sobrevivido toda mi vida sin
ti y seguiré haciéndolo ahora.

Una pequeña parte de mí se alegra de ver su confusión.


Está claro que esperaba que me viniera abajo.

Nunca volverá a ver mis lágrimas.

Esta vez, me marcharé.

Y conforme me alejo y le doy la espalda a mi compañero,


se produce un vacío dentro de mí que sé que nunca volverá
a llenarse.
Capítulo 6

Seline

—Pareces cansada, Seline —comenta Ellie alegremente


mientras me tumbo en el banco del centro del vestuario y
miro al techo—. ¿Están siendo unos días duros?

—Se podría decir así —respondo, cansada—. Me cuesta


dormir últimamente.

Veo que empieza a cambiarse delante de su taquilla,


pero tampoco le presto mucha atención.

—¿Por qué estás aquí, por cierto? —Ellie me mira


mientras se recoge el pelo—. ¿Tu turno no empieza en
cuatro horas?

—He cogido un turno extra —murmuro—. Tampoco tenía


nada más que hacer y necesito el dinero.

—¿Otra vez? —Frunce el ceño—. Pareces a un pie de la


tumba. En serio, ¿por qué no intentas dormir un poco en el
cuarto de atrás?
Me incorporo con un gemido. Me duele todo el cuerpo.

—Ojalá pudiera, pero sé que no seré capaz. Necesito


trabajar, tengo demasiados problemas rondándome la
cabeza.

Ellie me mira antes de preguntar dubitativa:

—¿Algo de lo que quieras hablar?

Le dedico una sonrisa de agradecimiento.

—Eres una monada, pero no. De esto tengo que


encargarme yo sola.

—De acuerdo, entonces. —Ellie se pone en pie y se estira


—. Te espero fuera, pero píllate un café, por lo menos.

Contemplo cómo se marcha antes de volver a mi


concurso de miradas sin rumbo con el techo.

Ha pasado una semana o puede que diez días. He


perdido la noción del tiempo. Pensé que sería fácil
olvidarme de Austin, como coser y cantar.

Pero parece que no puedo quitármelo de la cabeza como


con cualquier hombre normal. Puedo sentir la desdicha de
mi lobo cada segundo que paso despierta. E incluso si ese
no fuera el caso, el rechazo de mi compañero ha roto algo
dentro de mí; siento un vacío que nunca antes había
experimentado. Cualquier pizca de esperanza y felicidad
que una vez tuve respecto al futuro... se ha agotado.
Desde mi enfrentamiento con Austin he estado
funcionando con el piloto automático puesto. He hecho
múltiples turnos en ambos trabajos y he conseguido dormir
una o dos horas como mucho de puro agotamiento.

¿Así va a ser el resto de mi vida?

Me incorporo con un suspiro. Ojalá pudiera dejar el


trabajo y huir. Antes disfrutaba con él, ahora me aterra venir
aquí todos los días y ver a Austin y a sus compañeros de
manada.

Los lobos siempre han sido criaturas curiosas y, desde


que revelé mi condición de compañera predestinada, más y
más miembros de su manada se han ido dejando caer por
aquí para echarme un vistazo. Mi condición de híbrida
también ha quedado al descubierto debido a mi propia
estupidez.

Me froto los ojos cansados; quiero llorar, pero no tengo


fuerzas para hacerlo.

¿Cuándo se convirtió la vida en una tarea tan pesada?

Para cuando me cambio y salgo bebiéndome mi séptimo


café del día, veo que el bar está bastante animado. Le echo
un vistazo al reloj de pared, preguntándome si me he
equivocado de horario, pero no, son las cinco de la tarde.

A esta hora suele haber sobre todo clientes humanos,


aunque escasos en número. Hoy, sin embargo, veo algunos
Otros por el medio. Reparo en unos cuantos cambiaformas
apiñados en una mesa y enseguida me doy cuenta de
quiénes son. Uno de ellos se fija en mí y les da un codazo a
los otros con un interés apenas disimulado.

Metiche de mierda.

Ignorándolos, dirijo la mirada a Gina, que también está


haciendo un turno más temprano de lo normal. Señalo con
la barbilla a los lobos cambiaformas y ella asiente en señal
de comprensión. Me pongo detrás de la barra y echo un
vistazo a mi alrededor.

Es entonces cuando noto algo extraño. Hay un gran


número de brujos entre los Otros.

Frunzo el ceño. Sé que hay uno o dos brujos viviendo en


Arrow Brooke, pero son muy reservados. Se mudaron aquí
hace unos años y rara vez los he visto pasarse por el
pueblo, mucho menos por el bar.

Ahora mismo cuento al menos once. Algunos están


sentados juntos y otros solos.

—Qué raro —murmuro antes de dirigir mi atención a un


cliente que espera a que le tome nota en la barra. Lleva una
capa con capucha y, cuando me vuelvo hacia él, se la quita
para mostrar su pelo negro salpicado de canas.

Parece normal, pero como medio bruja que soy, sé que


ahora mismo está usando magia… ¿para disfrazarse?

Me sonríe.
—¿Puedes ponerme un refresco?

Lo estudio durante un instante antes de encogerme de


hombros, pensando que no es asunto mío lo que esté
tramando.

—Claro, por si no lo sabes, también ofrecemos bebidas


alcohólicas. —Le señalo el menú de los refrescos.

Lo coge con una sonrisa.

—Estoy dejando de lado el alcohol por un tiempo.

Hago una mueca.

—Entonces has elegido el lugar equivocado.

Sus ojos se colman de alegría.

—No lo creo.

Mientras le sirvo el refresco en un vaso alto, mantengo


un tono informal.

—¿Tenéis una convención en el pueblo o algo así?

Se ríe con ligereza, pero no responde, cosa que me


molesta.

Estudio su rostro, reparando en sus rasgos. Parece tener


unos cincuenta años, aunque tampoco pondría la mano en
el fuego por ello. Es guapo, pero mayor. Aunque no puedo
leer con claridad sus poderes, parecen corrientes.
Posee un aura tranquila, casi tranquilizadora. A pesar de
las pocas palabras que hemos intercambiado, me cae bien.

Otro cliente toma asiento en la barra y estoy a punto de


ir a atenderlo cuando me pongo tensa.

A diferencia de mí, Austin tiene buen aspecto. Sé que yo


tengo un aspecto pálido y agotado; aprieto la mandíbula
cuando me doy cuenta de que él no tiene ni un pelo fuera
de su sitio. Lleva una de sus camisas de cuadros, vaqueros y
una cazadora de cuero. Tiene buen aspecto, lo que supone
otra puñalada en el corazón para mí.

Supongo que soy la única que sufre. Debe de estar feliz


de no tener que aguantarme.

—¿Un amigo tuyo? —pregunta con curiosidad el brujo.

Me doy cuenta de que Austin está mirando hacia mí y


aparto la mirada. Obligo a mi voz a adoptar un tono
despreocupado.

—No, es otro desconocido. ¡Eh, Luther!

Luther es otro de los camareros, que ahora está


limpiando algunas mesas. Muevo la cabeza en dirección a
Austin y Luther frunce el ceño, preguntándose claramente
por qué no le atiendo yo si solo tengo un cliente en la barra.

Cuando vuelve a centrarse en limpiar las mesas, me


pongo rígida, pero mantengo una voz ligera.
—Ahora vuelvo. —Me acerco a Austin—. ¿Qué te pongo?

Mi tono es frío y, aunque me cuesta, sostengo su mirada


ambarina que, por alguna razón, se clava en la mía.

¿De verdad espera que rompa a llorar?

Se ha convertido en un cliente habitual desde hace una


semana y, cada vez que nos cruzamos, parece sorprendido.

¿Qué cree que voy a hacer? ¿Dejar mi trabajo sólo para evitarlo? Idiota
egoísta y arrogante.

Tarda demasiado en contestarme y le señalo el menú


escrito en la pizarra.

—Avísame cuando estés listo para pedir.

Dicho esto, vuelvo a donde está sentado el hechicero


sorbiendo pacientemente su refresco y observándome.

—No pareces estar de buen humor —comenta.

Uno de los pros y los contras de ser camarera es que los


clientes suelen querer entablar conversación contigo.

Uno de los pinches de cocina me pone delante una


bandeja con vasos mojados. Agradecida por tener algo que
hacer, cojo el paño fino de secar y me pongo manos a la
obra.

—Sólo estoy cansada. He tenido unos días muy largos.


Aquí hay mucho trabajo.
Puedo sentir los ojos de Austin clavándose en mi cabeza. Me irrita
sobremanera. ¿Qué es lo que quiere? ¿Viene aquí a restregarme su existencia
por la cara? ¿A recordarme que me considera inservible y que me ha rechazado?

No me es fácil mantener la calma, y vuelvo a enfocar mi


atención en secar los vasos restantes.

—Soy Sam, por cierto. —El brujo me tiende la mano y no


tengo más remedio que estrechársela—. Vas a verme
mucho por aquí, así que pensé que podría presentarme.

—¿Ah, sí? —Le dirijo una mirada curiosa—. ¿Qué haces


en el pueblo para quedarte tanto tiempo?

—Algunos negocios, parte de ocio y también unos


cuantos asuntos familiares. —Me sonríe—. ¿Y tú? ¿Cuánto
tiempo llevas aquí?

Me encojo de hombros.

—Mi madre y yo nos mudamos cuando tenía unos once o


doce años. Llevo aquí desde entonces.

—Sí que estas apegada a este lugar. —Me estudia—.


Debes tener buenos recuerdos.

Suelto una carcajada socarrona antes de poder


contenerme.

—Sí que tengo recuerdos, pero nada de apego. Es solo


que nunca tuve tiempo de pensar en irme.

Pero ahora que lo menciona, lo de marcharse parece una idea atractiva.


Entran más clientes y Austin se acerca al grupo de
cambiaformas que me han estado mirando desde que entré.
Los ignoro, ya me he acostumbrado a todo. Aunque una
parte de mis motivos para aceptar más turnos es enfocarme
de lleno al trabajo y dejar de pensar, la otra son los
cobradores de deudas que aporrean mi puerta.

Necesito pagar una buena parte y deshacerme de ellos


pronto.

*** ***

La misma escena se repite durante unos días, con Austin


apareciendo en el bar casi todas las noches y yo
encontrándome con sus compañeros de manada por el
pueblo. Por suerte, los que me encuentro son educados
conmigo y no hay una hostilidad manifiesta. No se me
acercan, pero si hay algún encontronazo accidental, parecen
saber quién soy.

Los brujos siguen en el pueblo y, probablemente por eso,


aparece el alcalde durante uno de mis turnos.

—¿Lo de siempre? —le pregunto al Sr. Hamrington.

Asiente, pensativo.

—¿Dónde está la parienta? —inquiero.

—Ocupada yendo de compras. —Agita la mano


distraídamente.
A primera vista, el Sr. Hamrington parece tener unos
cincuenta años, pero tiene un aspecto de lo más elegante.
Es guapo, con ese rollo que tienen los hombres mayores, y
su ropa y accesorios rezuman riqueza.

Le da un sorbo a la bebida que le pongo delante antes de


empezar a darle vueltas a la pajita.

—Hay demasiados Otros por aquí de repente, ¿no crees?

La mano con la que estoy limpiando la encimera se


detiene.

—He visto muchos brujos últimamente —respondo con


voz ligera.

—Brujos, dos manadas de lobos...

—¿Dos? —Le dirijo una mirada cortante.

—Sí, hay otra que se las ha apañado para comprar otro


terreno en el bosque. —Me mira, y vislumbro al vampiro
antiguo y peligroso que acecha en esos ojos—. Me pregunto
por qué tantos de nuestra especie se reúnen en un solo
lugar. A juzgar por mi experiencia, eso nunca trae buenas
noticias.

Algo en su tono me hace desconfiar.

—¿Qué quieres decir?

Levanta su vaso como si lo inspeccionara y murmura


distraídamente:
—Me parecería terriblemente inconveniente que estallara
una lucha por el poder. Sería una pena volver a matar a
tantos Otros.

Sus palabras me hielan la sangre.

—Eh...

—Sé buena e investígalo, Seline. —Cuando me mira esta


vez, un escalofrío me recorre la espalda.

Si de verdad hay un ser al que temer en este pueblo, es a este vampiro.

—Seguiré investigando —prometo en voz baja.

El señor Hamrington sonríe y me da una palmadita en la


mano antes de apurar su copa y marcharse.

Le sigo con la mirada. No he olvidado ni una sola vez la


razón por la que me contrató en primer lugar. Cuando nadie
quería una híbrida, el alcalde se acercó a mí. Lo único que
me pidió a cambio fue que yo fuera sus ojos y sus oídos.

Un topo, para ser exactos.


Capítulo 7

Seline

Tardo unos días en darme cuenta de que el Sr.


Hamrington tenía razón sobre lo de que hay una nueva
manada de lobos en el pueblo.

Lo cierto es que no me gustan sus pintas. Con sus portes


voluminosos y sus personalidades agresivas, las camareras
hacen lo posible por mantenerse alejadas de ellos. Yo
tampoco puedo seguir yendo a servirles porque por la noche
tengo que atender la barra.

Lo que nos trae a esta conversación.

—Vas a tener que contratar a un camarero —dice Marie,


lanzándome una mirada suplicante.

Gina asiente resueltamente con los brazos cruzados


sobre el pecho.

—Nosotras no podemos enfrentarnos a ellos.


—¡Uno de ellos me agarró por la muñeca y no me soltó
hasta que tú interviniste! —dice Marie, mientras, nerviosa,
se rodea la muñeca con la mano—. Saben que soy un
cervatillo y uno de ellos me hizo un gesto de querer
morderme. No quiero que me siga la pista y me haga algo.

Sinceramente, creo que eso ya es exagerar un poco.


Dudo que la manada sea tan tonta, pero no puedo negar
que me dan mala espina.

Me pregunto si debería hablar con el alcalde. El Sr.


Hamrington no dejaría que su personal se sintiera
amenazado. Puede que quiera tratar esto en privado,
enviarles un mensaje.

—Mirad, veré lo que puedo hacer —les digo—. Mientras


tanto, yo me encargo de ellos. Vosotras no tenéis que
servirles.

El alivio en sus caras me hace preguntarme qué más ha


pasado que no me hayan contado.

Observo cómo se marchan y me hundo en la silla de la


trastienda. Me tiemblan las rodillas. Suspiro, echo la cabeza
hacia atrás y cierro los ojos. Siento que mi lobo va y viene
ansioso.

—Cálmate, ¿quieres? —murmuro, cansada.

Mi insomnio ha empeorado estos últimos días por culpa


de la presencia constante de Austin. Justo cuando creo que
mi lobo va a calmarse o que está empezando a hacerlo,
capto su olor y vuelve a reiniciarse todo el proceso.

Me ruge el estómago. Hace dos días que no como nada,


no paro de vomitar.

No puedo dormir, no puedo comer, trabajo como una


esclava... Sinceramente, no sé cuánto tiempo podré seguir
así. Tengo el rostro demacrado, de un color más pálido de lo
normal. También estoy más lenta de lo normal, el cansancio
se me nota cada vez que me muevo.

Es hora de empezar a limpiar. Gina y Marie ya se han ido


y yo me pongo en pie.

Me gustaría tener a alguien con quien hablar, pero


aunque puedo confiar en Lacy, y de hecho lo hago, no deja
de ser una humana, incapaz de comprender realmente las
ramificaciones de que te rechace tu compañero
predestinado. Intenta ayudarme a superarlo y, aunque
agradezco sus gestos e intentos, no puedo explicarle que
esta sensación de vacío en mi interior, este doloroso vacío,
va más allá de un corazón roto.

Yo no amo a Austin, pero mi lobo sí. Mi lobo necesita a


Austin para sentir esa sensación de plenitud.

También está la sensación de humillación y


autodesprecio que no consigo quitarme de encima. Debo de
resultarle realmente desagradable a Austin para que haya
pasado por todo el proceso de rechazo. No creo que para él
tampoco haya sido fácil, o igual sólo estoy proyectando,
pero para que le dé la espalda a la que se supone que es su
media naranja debe ser porque de verdad me desprecia y
me considera un ser inferior.

No cumplo con sus estándares, así que no soy digna.

No me doy cuenta de que tengo los ojos húmedos hasta


que siento cómo la lágrima me resbala por la mejilla. Ojalá
pudiera borrar a Austin de mi vida por completo, o que me
dejara en paz. Pero no puedo evitar que venga al bar y no
puedo dejar este trabajo. Nunca llegué a terminar nada más
allá del bachillerato y sin más formación los trabajos son
bastante limitados.

Tras echarme un poco de agua en la cara, voy al frente


del local para ponerme a limpiar. Para mi sorpresa, Sam el
hechicero, que se ha convertido en un habitual del bar,
sigue por aquí.

—¿Todo bien?

A su vaso le quedan un par de tragos. Aparte de él, el


resto del bar está vacío.

—S-sí. —Miro alrededor y veo que Gina ya ha limpiado las


mesas y las sillas. Agradecida, empiezo a recoger las sillas y
a ponerlas sobre las mesas.

Estoy tan cansada…


—Toma. —Me ponen delante algo que parece un
caramelo.

Miro fijamente el envoltorio de colores brillantes.

—Eh...

—Te hará sentir mejor. —Sam me guiña un ojo.

En sus gestos hacia mí no hay ni pizca de coqueteo, sólo


una amabilidad de brazos abiertos. Sé que debería rechazar
el caramelo, más vale prevenir que curar, pero llegados a
este punto, aceptaría encantada hasta veneno para
sentirme mejor.

—Gracias. —Acepto el caramelo.

Parpadea.

—Estaba seguro de que al menos dudarías. Ya sabes,


todo eso de no aceptar caramelos de extraños.

Me río ligeramente, desenvolviendo el caramelo


pegajoso.

—Después de los días que he tenido, desearía que


alguien me dejara inconsciente.

Veo cómo la sonrisa se le borra de la cara.

Me gruñe el estómago y él frunce el ceño.

—¿No has comido?


—No, yo... —Vuelve a rugirme la barriga. La mirada
severa de sus ojos casi me hace sentir culpable—. Me he
saltado alguna que otra comida estos días. Si ya has
terminado de beber, deberías irte. El bar cierra en unos
minutos.

Vacila, como si tuviera algo más que decir, pero luego se


contiene.

—De acuerdo. Nos vemos mañana.

—Gracias por esto. —Señalo el caramelo de tofe que


tengo en la boca.

Me sonríe, pero la sonrisa no le llega a los ojos. Cuando


se va, me acerco a recoger su vaso y me fijo en los billetes
doblados bajo el mismo.

Me quedo de piedra al abrir los billetes. ¡Me ha dejado doscientos dólares de


propina!

Una parte de mí quiere quedárselos, pero la otra quiere


preguntarle si ha dejado la cantidad correcta. No mucha
gente me muestra amabilidad y Sam no ha hecho otra cosa
que ser amable conmigo.

A pesar de mi corazón anhelante, me meto los billetes en


el bolsillo. Se los devolveré mañana.

Tardo media hora en limpiar el local antes de empezar a


cerrar. Pero cuando abro la puerta del callejón para tirar la
basura, oigo sonidos de pelea.
Me apresuro fuera y veo a unos cuantos lobos
peleándose entre sí. Me quedo helada al verlos y tardo un
segundo en darme cuenta de que, aunque son
cambiaformas, aún son muy jóvenes.

Juveniles.

Los juveniles de cualquier manada tienden a ser más


volátiles y a causar problemas. Están en la edad en la que
quieren demostrar su valía, sobre todo los machos.

Sin embargo, también son lo bastante mayores para


responder por sus actos agresivos.

No están tan cerca de los contenedores, así que decido


ignorarlos, tirar la basura e irme.

Esto no es asunto mío.

Apenas he tirado la basura cuando uno de los lobos pasa


volando junto a mí, directo hacia la puerta. Oigo un fuerte
crujido cuando la puerta se hace añicos y dejo escapar un
suspiro.

Maldita sea. ¡Qué cerca he estado de largarme!

Cuando su atacante se abalanza para terminar el trabajo,


me interpongo en su camino y alzo una mano en alto.

—Basta.

No se detiene, se limita a mirarme con desprecio.


Me dejo caer al suelo y lo toco con la mano. Veo cómo las
lianas salen disparadas y envuelven a los asustados lobos,
atrapándolos.

—Cambiad de forma —ordeno—. Ahora.

Se resisten, pero finalmente se rinden y adoptan su


forma humana.

Todavía no los suelto.

—Decidme el nombre de vuestra manada.

—Oye, zorra fea...

Muevo los dedos con destreza y una de las lianas se


introduce en su boca, creando una eficaz mordaza. Miro al
resto.

—No os lo pediré dos veces.

—Manada de Stone Creek —murmura uno de ellos de


mala gana—. Esos imbéciles son de la Manada de Black
River. Ellos nos atacaron primero.

—¡Y una mierda! —resopla uno de los chicos de la otra


manada—. Putos maricones...

Muevo la mano y su boca también queda amordazada.

—Esa boca. Voy a bajaros al suelo, vais a entrar dentro y


a llamar a vuestros respectivos alfas. Tienen que venir a
recogeros.
Veo que el grupo está lo suficientemente intimidado,
incluso los bravucones de la nueva manada de lobos del
pueblo. Sin embargo, por muy consternados que parezcan,
yo me siento más desdichada.

No quiero ver a Austin, pero tampoco tengo elección. Hay


unas reglas establecidas para situaciones como esta. Unas
reglas establecidas por el alcalde.

Dejo que los juveniles utilicen el teléfono del bar para


hacer sus respectivas llamadas. A su favor debo decir que
permanecen sentados en silencio, lanzándose miradas
sucias cada pocos segundos.

Media hora más tarde, llaman a la puerta.

—¡Está abierto! —grito desde detrás de la barra, con los


antebrazos apoyados sobre el mostrador.

Entra un hombre muy guapo. Tiene el pelo rubio y los


ojos azul claro, es bastante atractivo. Lleva una chaqueta
vaquera con una camisa negra y vaqueros, el pelo
alborotado y le rodea un aura sexy y relajada.

Otro lobo cambiaforma.

—¿Y tú eres? —interrogo.

—Loyd Rock. —Me tiende la mano, sonriendo


agradablemente—. Siento los problemas que ha causado
este grupo.

El Alfa. Basta un solo toque para sentir el poder que bulle en su interior.
Contrariamente a lo que había deducido, Loyd no parece
tan grosero y salvaje como el resto de su manada. Pero
cuando miro a los juveniles, están temblando de miedo. Es
extraño, porque sé que, aunque los Alfas castigan a los
juveniles por su comportamiento, nunca lo hacen con
demasiada dureza.

Quizá sólo les preocupa meterse en problemas.

—Sí, bueno, han tirado la puerta abajo, cosa de la que


habrá que informar al dueño de este establecimiento. Tú
debes ser el nuevo alfa del pueblo. Seguro que te han
explicado las normas de este bar.

No parece disgustado por mi tono severo. Sonríe.

—Sí. Una zona neutral en general. Obviamente, nos


ocuparemos de los daños.

—Bueno —cedo—, la otra manada también tendrá que


arrimar el hombro. Así que tampoco será demasiado para tu
bolsillo. —Miro a los juveniles, cuyos rostros están pálidos—.
Pero tengo que preguntarles la edad. ¿Hay alguno mayor de
dieciocho?

Loyd mira hacia atrás y niega con la cabeza.

—Billy va a cumplir dieciocho en dos meses.

—Bueno, pues está de suerte —digo—. El alcalde tiene


una norma para detener a juveniles en edad legal por ese
comportamiento. Así que todos salís impunes. Espero que
habléis con ellos, pero ya podéis iros. Déjame tu dirección o
el número principal de tu manada.

Con un movimiento de la barbilla de Loyd, los juveniles


se retiran mientras él rebusca en su bolsillo y me entrega
una tarjeta.

—Algunas de nuestras hembras son dueñas de la nueva


carnicería que acaba de abrir en el pueblo. También puedo
darte mi número personal.

Tardo un segundo en darme cuenta de que está


coqueteando conmigo, y parpadeo.

—Ah.

—No se ven muchas camareras guapas hoy en día. —Me


sonríe y me ruborizo—. Y no conozco a mucha gente por
aquí.

—Estoy segura de que encontrarás...

—No te importaría enseñarme el pueblo, ¿verdad? —


insiste, y me siento nerviosa y abrumada.

—Si crees que con esto te vas a librar de meterte en


problemas con...

—Oh, no me importa meterme en problemas, siempre y


cuando consiga tu número gracias a ello. —Me guiña un ojo
y el corazón me da un vuelco. ¿Cuándo fue la última vez
que alguien me hizo sentir tan deseada?
Abro la boca y percibo un olor familiar.

Mi cabeza se desvía hacia un lado y veo a Austin de pie,


con una expresión sombría de ira grabada en la cara,
mientras pasea la mirada entre Loyd y yo.
Capítulo 8

Seline

Mi primera reacción es de culpabilidad cuando veo a


Austin ahí de pie, con una oleada de rabia atronadora
desprendiéndose de él.

Mi segunda reacción es de rabia por la audacia que tiene


de mirarnos mal a Loyd y a mí.

Cuando veo que aprieta los puños a los lados, una parte
de mí, una parte tonta e ingenua de mí, se pregunta de
repente si intervendrá. ¿Me mirará al fin?

Sin embargo, eso no es lo que ocurre.

—Vamos —dice bruscamente a los juveniles, que parecen


a la vez asustados y aliviados de verle—. Vámonos.

Aprieto la mandíbula cuando su disgusto hacia mí se


refleja en su cara, pero tengo un deber que cumplir y no voy
a dejar que Austin se interponga.

Me interpongo en su camino.
—Antes de huir, debes saber que han causado daños en
el establecimiento. Necesito sus datos de contacto y sus
edades. Si alguno de ellos tiene o supera los dieciocho,
habrá que involucrar a las autoridades locales.

Veo que Austin entrecierra los ojos.

—No seas ridícula. No puedes ser tan mezquina como


para atacar a estos niños a causa de tu ego…

—Sr. Cross. —Una risa fría brota de mi garganta—. Tiene


un concepto demasiado elevado de sí mismo. Antes de que
empiece a suponer cómo me siento, quizá debería recordar
las pocas normas de las que le informaron cuando decidió
instalarse aquí. Tampoco me interesa su número personal.

Mi furia es algo que crece lentamente, construyéndose


sobre una base de años de dolor y rechazo constante.

»Puede dejar el número de cualquier hembra materna


que ocupe una posición superior en su manada, pero va a
tener que dejar un número sea como sea.

Veo que su expresión se tensa ante mis palabras.

Los juveniles se miran unos a otros y veo cómo les


invade la conmoción al darse cuenta de quién soy. Por
alguna razón, se echan hacia atrás y parecen aún más
culpables.

No me importa.
—Ahora, voy a volver a preguntárselo de nuevo:
¿cuántos de sus juveniles son mayores de edad?

La cara de Austin se ensombrece. Me pregunto si se está


planteando mentirme, pero entonces admite a
regañadientes:

—Jerry y Lou.

Los dos en cuestión están blancos como la leche, y uno


de ellos balbucea:

—¿Significa esto que tendré antecedentes penales?

Como Austin no contesta, decido hacerlo yo.

—Desafortunadamente, sí.

—Pero... —Ahora está temblando—. La universidad...


Austin, ¿no afectará esto a mi admisión en la universidad?

Siento una punzada de culpabilidad cuando le miro.


Parece un niño asustado.

»Yo ni siquiera empecé la pelea —continúa


tartamudeando—. Sólo estábamos pasando el rato, y su
grupo atacó a los más jóvenes. Teníamos que defenderlos.

—¿Pero cambiar de forma en público, Jerry? —Austin


frunce el ceño, contrariado—. ¿Sabes lo perjudicial que
podría ser?
—¡Ellos cambiaron primero! —Jerry señala con el dedo al
grupo de chicos burlones—. ¡Insultaron a tu compañera y
también te han insultado a ti!

—¿Qué? —tartamudeo. ¿Qué compañera?

—¡A ti! —Jerry frunce el ceño—. Te estaban llamando


zorra híbrida y...

Me siento como si me hubieran dado una bofetada y me


cuesta mantener la calma.

—No soy la compañera de tu alfa —decido decir antes de


que Austin vuelva a rechazarme de otra forma
desgarradora. La cara de Austin se tensa, pero no dice
nada, para alivio mío—. Admito que su lenguaje ha sido
soez —digo—, pero no necesito que...

—¡Todos sabemos que eres su compañera predestinada!


—insiste el otro chico—. ¡Insultarte es como insultar a
Austin!

Familia. Así que esto es lo que se siente.

Se me ablanda el corazón por los chicos, pero no cambio


de opinión.

—Aunque me insulten, no debéis involucraros. Esto es


algo de lo que deben encargarse los adultos. Y no estoy
vinculada a Austin de ninguna manera o forma.
Por un momento, veo algo parecido a un destello de
rabia en la cara de Austin cuando se encuentra con mi
mirada, pero luego vuelve a mirar a Jerry.

—Seline tiene razón. Podemos encargarnos de nuestros


propios problemas.

¿Por qué habla como si los dos fuéramos un equipo?

Le dirijo una mirada a Loyd.

—De todos modos, espero que esto no se convierta en un


problema. No me importa si alguien me insulta; es más bien
un reflejo de su propia estupidez. Pero lo de empezar peleas
sí que va a ser un problema. Tienes que tener en cuenta
que este pueblo está dirigido por un vampiro. Si los
juveniles de tu manada siguen con estas payasadas,
desviarán demasiado la atención hacia tu manada.

Loyd pone la mano sobre los hombros de uno de sus


chicos y lo aprieta suavemente.

—No os preocupéis. Me aseguraré de impartirles


disciplina a conciencia.

El rostro del chico palidece y siento una pizca de


inquietud.

—Tampoco seas demasiado duro con ellos.

—¿Cómo podría no serlo? —Loyd frunce el ceño. —Te han


insultado. ¿Se supone que debo tolerarlo?
¿No está siendo demasiado lanzado?

Al parecer, los juveniles de Austin piensan lo mismo


porque uno de ellos gruñe:

—¡Es la compañera de nuestro alfa! ¡Ándate con


cuidado!

—¡Lou! —le reprende Austin. Lou se calla, pero Austin no


ha terminado—. Ya sabes que la he rechazado. ¡Para ya con
estas chorradas! ¡No es mi compañera!

Sus duras palabras enfrían mi interior. Aparto la mirada,


obligando a que remita mi dolor.

—¿Ah, no? —De repente, Loyd me rodea con el brazo


antes de mirarme con una sonrisa brillante en la cara—.
¿Entonces estamos solteros?

A pesar de mi humillación, sus palabras hacen que mis


labios se curven en una sonrisa.

—Y tanto.

Tengo que admitir que este alfa es encantador a su


manera, muy lejos del gruñón y malhumorado Austin.

—Bueno. —Me aprieta los hombros—. La pérdida de un


hombre es la ganancia de otro. Deberías enseñarme el
pueblo, Seline, ya que no tienes otros compromisos.

Puedo ver la devastación en los ojos de los juveniles de


la manada de Stone Creek, pero no entiendo a qué viene.
Esto no tiene nada que ver con ellos.

Jerry me mira.

—¿Voy a ir a la cárcel? —Parece a punto de echarse a


llorar—. He trabajado muy duro en mi solicitud para la
universidad. Si me rechazan...

No puedo soportarlo más.

—Estoy segura de que puedo encontrar una manera de


evitarlo, pero depende de tu alfa. —Ni siquiera miro a
Austin.

—¿Se puede? ¿Cómo? —El tono de sorpresa en la voz de


Jerry me hace mirarle.

—Bueno, necesito algunos trabajadores a tiempo parcial


en la cocina y el bar. Podéis ofreceros voluntarios durante
tres meses, y todas las reparaciones se pagarán con
vuestros sueldos.

Los ojos de Jerry se iluminan, al igual que los de Lou.

—¿En serio? ¿Podemos hacerlo?

Suelto un largo suspiro. El señor Hamrington me va a


echar la bronca por esto, pero bueno.

—Sí. Hay que hacer alguna reparación y remodelación


por aquí y por allá, y hace falta una capa de pintura. Iba a
hacerlo yo misma, pero me vendrían bien un par de manos.
Y Marty necesita ayuda en la cocina por las noches, y
necesito a más camareros. Así que, si os apetece hacer
algún trabajillo por aquí, no veo por qué no podemos
ocuparnos de esto extraoficialmente.

—¡Puedo trabajar! —Jerry me mira con avidez.

—¡Yo también! —asiente Lou, moviendo la cabeza arriba


y abajo.

Al ver su entusiasmo, el resto del grupo se anima. Los


miro, sintiéndome un poco incómoda.

—Ah, sólo Jerry y Lou recibirían una multa ya que el resto


no os enfrentáis a ningún castigo legal.

Uno de los juveniles se rasca la cabeza.

—Bueno, preferimos trabajar aquí como castigo a que


nos castigue Austin.

Me miran como si yo tuviera voz y voto en el asunto,


como si formara parte del consejo de toma de decisiones. Es
extraño. Recuerdo cómo los juveniles de mi antigua manada
solían pegarme y acosarme siempre que podían,
simplemente porque era una híbrida. Así que, ver a estos
tratándome con respeto y no como si fuera una criatura
despreciable, que es la forma en que me tratan casi todos
en mi vida, provoca que se me encoja el corazón.

Me encojo de hombros.

—Eso depende de vuestro alfa.


Espero que Austin se niegue, pero para mi sorpresa, me
estudia.

—¿Te parece bien?

Asiento con la cabeza, sin confiar en mí misma para


hablar en voz alta.

Pensé que quería que me mantuviera lo más lejos posible de su manada.

Por suerte, Loyd no me ofrece sus propios juveniles, lo


cual por mí bien, porque no me caen muy bien.

—¿Por qué no salís fuera? —Austin se dirige a los


adolescentes—. Necesito hablar con Seline en privado.

Los chicos abandonan el local y, como Loyd no se mueve,


Austin me hace un gesto con la cabeza para irnos a un lado.
Le sigo a regañadientes. Antes de que pueda decir nada, me
apresuro a defenderme:

—Nunca les pedí que dijeran nada ni que lucharan por


mí. Así que, antes de que te enfades por eso...

—No eso es lo que iba a decir —me detiene en seco. Se


rasca la nuca y parece incómodo—. ¿Estás segura de que
esto te parece bien?

Parpadeo.

—No entiendo.

—Sólo digo que...


—No lo hago para acercarme a ti, si te refieres a eso —
digo, los pelos se me ponen de punta—. Lo hago porque no
quiero arruinarle el futuro a ese chico. Todo el mundo
merece la oportunidad de recibir unos estudios superiores.
Sé lo que es perderla y nunca le arrebataría ese sueño a
nadie.

A mí me obligaron a trabajar desde el día en que acabé el instituto.

—Oh. —Austin frunce el ceño—. Bueno...

Levanta la mano y yo me estremezco de inmediato,


haciendo que se quede inmóvil.

Todo su cuerpo se pone rígido.

—Bueno, me encargaré de que lleguen a tiempo. Aquí


tienes mi número.

Cojo la tarjeta que me tiene y reparo en que es su


número personal. Se la devuelvo.

—Prefiero el de otra persona. No quiero comunicarme


contigo. Como te dije, puedes darme el número de alguna
hembra materna o algo así...

—Seré franco contigo —dice Austin sin rodeos—. No


quiero que te mezcles o interactúes con más miembros de
mi manada que con los que ya conoces. —Noto la boca seca
—. Me causaría demasiados problemas —termina con
frialdad.
—Ya veo. —Esta vez acepto la tarjeta.

Me pregunto cuándo me acostumbraré a esta agonía


punzante. Es como si Austin no pudiera ni respirar sin
hacerme saber lo inconveniente que es mi existencia para
él.

—Oye, Seline. —Loyd me pasa el brazo por el cuello con


demasiadas confianzas—. Si todo el mundo te va a estar
ayudando, ¿por qué no me dejas echar una mano a mí
también? Está claro que trabajas hasta muy tarde y no me
gustaría que estuvieras sola a estas horas.

Aunque un poco incómoda por el carácter atrevido de


Loyd, abro la boca para decir algo, pero él me corta con un
tono de voz un tanto socarrona mientras sus ojos se posan
en Austin.

—Acabas de admitir que estás soltera, y yo me siento


bastante solo, así que al menos podríamos ser amigos
primero.

Me parece extraño. ¿Quiere conocerme, a pesar de que acaba de enterarse


de que soy la compañera rechazada de otro? ¿O es sólo una manera de cabrear
a Austin?

Éste parece molesto. Me encuentro con su mirada y, tras


sostenerla unos segundos, aparta la vista.

Expresa su decepción con cada respiración.

Le sonrío a Loyd, aun sintiendo las cuchilladas de dolor


en el corazón.
—Estoy bastante ocupada estos días, pero es muy
amable por tu parte ofrecerte.

Loyd me mira con decepción.

—Muy bien, entonces. Supongo que debería ir a


ocuparme de mis pequeños alborotadores.

Mientras se aleja, oigo a Austin emitir un resoplido


burlón. Va cargado de desdén, y estoy segura de que va
dirigido a mí.

La ira me quema el corazón y aprieto la mandíbula antes


de gritar:

—¡Loyd!

Él me mira por encima del hombro, con las cejas


levantadas.

No sé lo que estoy haciendo ahora mismo, más allá de ponerme en un plan


francamente mezquino.

Le sonrío.

—Te has olvidado de anotar mi número.

Loyd esboza una sonrisilla.


Capítulo 9

Seline

—Jerry, la mesa siete no tiene camarero —le informo.

Jerry pasa por mi lado, un poco demasiado ansioso.

—¡Yo me ocupo!

Tengo que ocultar la sonrisa. Hace una semana que los


juveniles empezaron a trabajar aquí. Aunque ayudaron a
arreglar la puerta y prometieron ayudar a pintar el fin de
semana, no se comportan como si odiaran su trabajo.
También podría ser el hecho de que les dejo quedarse con
sus propinas, que suelen ser bastante generosas.

Una cosa es castigarlos, pero tampoco quiero que sean


completamente desgraciados.

—Te veo bastante contenta. —Sam se desliza en el


asiento que se ha convertido en su lugar habitual.

Normalmente nunca entablo amistad con los clientes,


pero Sam ha conseguido colarse en mi corazón con sus
constantes conversaciones entrañables. Le dedico una
sonrisa.

—Tengo nuevos ayudantes en el local. —Me tiende otro


caramelo y lo acepto sin reservas—. Estos me salvan la
vida. Me siento mucho mejor después de tomarlos.

Es verdad. Los caramelos que no deja de ofrecerme me


proporcionan unas rachas de energía que me permiten
aguantar un par de horas.

No me sonríe.

—Puede que te hagan sentir mejor, pero, Seline, no


tienes buen aspecto.

Mis labios se curvan, pero vacilan. Sé lo que quiere decir.

Mi complexión está perdiendo color, volviéndose de un


tono enfermizo, y mi debilidad va en aumento. Siempre he
tenido mi fuerza de lobo, pero incluso eso se está
desvaneciendo. Mi lobo también se ha vuelto más
silencioso. Ya no camina ni aúlla en mi interior. Sólo noto un
silencio pesado que se me antoja más peligroso.

—Sí. Últimamente estoy muy cansada.

—Quizá deberías tomarte unos días libres.

Me río, recordando las cartas de pago de la deuda que


me esperan en la mesita de casa.
—No todos podemos permitirnos ese lujo. Pero gracias
por la propina del otro día. Me ayudó a pagar el alquiler.

Luché con Sam para devolvérselo, pero el dulce brujo


insistió en que me lo quedara.

Sam me sonríe.

—Me alegro de que haya servido de algo, pero de verdad


creo que deberías tomarte un descanso.

Estiro los brazos por encima de la cabeza.

—Desgraciadamente, no puedo. Pero tengo el domingo


libre, así que iré un rato al lago Asla.

Oigo que me vibra el móvil y, cuando miro hacia abajo,


veo «Mamá» en la notificación del mensaje. Casi se me
resbala la mano de la desesperación al abrir el mensaje.

Envíame algo de dinero para el alquiler del mes que viene. A través del
banco. No vengas aquí.

Mis ojos repasan el mensaje una y otra vez.

—¿Va todo bien? —me pregunta Sam, y ni siquiera puedo


reunir fuerzas para ocultar el dolor que siento.

—Sí —murmuro, una parte de mí se pregunta cuándo


dejaré de mendigar las migajas de cariño de mi madre—.
Genial.

Veo que mueve la cabeza. Me doy cuenta de que ha visto


el mensaje y me ruborizo.
—Perdona, voy a por tu plato a la cocina.

Pero cuando vuelvo de la cocina unos minutos más tarde,


hace tiempo que se ha ido y ha dejado otro billete de cien
doblado bajo de su refresco. Siento una pizca de vergüenza.
Quizá vio el mensaje y se sintió incómodo.

Me meto el billete en el bolsillo y suspiro murmurando:

—Gracias por los caramelos, supongo. Ya no me volverás


a dar más de esos.

Siento que el corazón me pesa un poco mientras me


dirijo a otro cliente.

*** ***

—No tienes muy buen aspecto últimamente, Seline.

Echo un vistazo por encima del hombro mientras cierro la


puerta, lista para irme a trabajar, y siento un fuerte asco al
ver a mi casero merodeando por el rellano.

—¿Qué demonios quieres, Frank?

—Te he estado enviando mensajes...

—Y ya te he pagado el alquiler, así que vete a la mierda.


—Me meto la llave en el bolso.

Se acerca a mí y tengo que hacer de tripas corazón para


no agarrarle del cuello y darle una descarga eléctrica de las
grandes. El problema es, no obstante, que por repugnante y
pervertido que sea, Frank es humano. Y las reglas para los
Otros son claras.

No podemos revelarnos ante los humanos.

Siempre hay ciertos humanos con los que se hace una


excepción, Lacy es una de ellos, ya que ambas éramos
niñas cuando nos conocimos. El señor Hamrington es
consciente de que lo sabe, y Lacy es igualmente consciente
de que alguien la vigila.

Pero Frank es otra historia.

Revelarle la verdad terminaría por hacerle desaparecer.


Y, aunque eso no es algo que me importaría, también
tendría que afrontar las consecuencias. Eso sí que es algo
que no me apetece, así que tengo que aguantarle.

Frank me bloquea el paso.

—Sé que andas un poco justa de dinero. Podría


perdonarte unos meses de alquiler si me das algo a cambio,
ya sabes.

Le doy un empujón y paso junto a él, bajando las


escaleras y saliendo por la puerta principal.

—No voy a acostarme contigo, Frank. Prefiero pagar el


alquiler.

Sin embargo, Frank no es de los que se rinden, sobre


todo ahora que ha conseguido pillarme en persona después
de semanas evitándole.

Me sigue con una sonrisa grasienta en la cara.

—Entonces sólo un par de favores sexuales.

—He dicho que no —gruño, odiándole con todas mis


fuerzas en estos momentos. No tiene reparos en hacerme
proposiciones indecentes mientras estamos en la calle.

—¡No es que tengas a los hombres haciendo cola por un


culo escuálido como el tuyo, puta! —me escupe.

Me doy la vuelta y le fulmino con la mirada.

—Escucha, pedazo de cerdo. Puedo ser una puta o una


mojigata, pero no puedo ser ambas a la vez. Y no voy a
acostarme contigo. Me pones la piel de gallina, Frank.

Con eso, empiezo a alejarme, esperando que finalmente


capte el mensaje. Pero Frank es como una sanguijuela a la
que se le ha metido algo entre ceja y ceja.

—Dos meses de alquiler por chupármela. ¡Tienes mi


palabra!

Abro la boca para decir algo cuando se escucha otra voz:

—Así que así es como pagas el alquiler. Por fin entiendo


por qué te rechazó Austin.

Mi cabeza se desvía hacia un lado y veo a un grupo de


mujeres que me observan con cara de desprecio.
Lobas cambiaformas.

Ni siquiera necesito preguntar a qué manada pertenecen.

—¿Puedo ayudaros? —pregunto amargamente, no estoy


de humor.

Todas son muy guapas, con su pelo brillante, sus labios


rojos y su piel perfecta.

O igual simplemente me irrita su presencia.

Las mujeres intercambian una mirada. No tienen que


decirlo, pero sé que me miran con desprecio.

La líder evidente del grupo da un paso al frente y toma la


palabra con tono burlón.

—La verdad es que no. Sólo queríamos ver con nuestros


propios ojos por qué Austin rechazaría a su compañera
predestinada —titubea, tapándose la boca, mientras me
miran con sus ojos maliciosos—. O sea, algo malo tienes
que tener, ¿no? ¿Para que tu compañero destinado te
rechazara? Pero ahora lo entiendo. No es sólo por tu aspecto
enfermizo.

Las otras mujeres se mofan ante sus palabras mientras


yo guardo silencio y aprieto los labios hasta que forman una
fina línea.

—¿Has terminado?

Se encoge de hombros.
—La verdad es que no. ¿Quién iba a decir que la
verdadera razón era que eres una puta? O sea, ¿acostarte
con tu casero por un alquiler más bajo? Supongo que
tenemos suerte de no haber acabado con una zorra híbrida
como hembra alfa.

Todas estallan en carcajadas mientras yo las miro


fijamente.

¿Creen que estas palabras me harán daño? ¿Después de toda una vida
escuchándolas?

Puedo ver la irritación en su mirada cuando no reacciono


a sus burlas.

—Pero no sólo hemos venido hasta aquí a verte a ti —


continúa su líder—. Hemos venido a decirte que dejes de
seguir a Austin como una golfa desesperada. Ya te ha
rechazado, así que métetelo en la cabeza. Seáis
compañeros predestinados o no, jamás serás lo bastante
buena para él, así que deja de buscar excusas para quedar
con él sólo porque estás desesperada por llamar su
atención.

Ahora siento el impulso de reírme. Es un sonido frío.

—No estoy persiguiendo a tu alfa. Nunca lo he deseado


y, en todo caso, es un inconveniente para mí. Puedo aspirar
a algo mucho mejor que él. Si no fuera por el vínculo
predestinado que compartimos, ni siquiera miraría dos
veces en su dirección. Si cree que enviándoos aquí va a
herir mis sentimientos o a ponerme en mi lugar, puedes irte
por donde has venido y decirle que, para empezar, nunca
estuve interesada en él. Y si vas por ahí llamándome puta
porque Austin y tú intentáis conseguir que me largue del
pueblo o algo así, deberías recordar que soy una híbrida.
Eso significa que soy en parte bruja. No voy a tolerar que
me difaméis y puedo haceros la vida muy difícil en este
pueblo.

No todo lo que digo es cierto, sobre todo la primera parte


y un poco de la segunda, pero no quiero que me tomen el
pelo, aunque me duela. Y si estas mujeres piensan que
insultándome voy a salir corriendo con el rabo entre las
piernas, va siendo hora de que se enteren.

—Si esto va de difundir rumores, yo soy la que tiene la


posición más indicada para hacer trizas vuestras
reputaciones. Así que no me obliguéis a mostraros esa
faceta mía.

Veo la ira en sus ojos ante mi negativa a someterme a


sus tácticas de humillación. Si fueran listas, darían media
vuelta y se marcharían. Pero, por alguna razón, parece
enfurecerles que me defienda.

—¿No crees que actúas con demasiada arrogancia para


alguien a quien acabamos de pillar prostituyéndose para
pagar el alquiler?
—¿Y no crees que tú actúas como si tu oído de
cambiaforma no existiera cuando claramente has captado
toda la conversación? —le respondo.

Las mujeres intercambian una mirada y una de ellas dice:

—Creo que deberíamos darle una lección.

El resto de las cambiaformas se muestran de acuerdo, y


siento una pizca de rabia.

Zorras.

Me rodean, y sé que Frank se ha ido hace tiempo sin ni


siquiera tener que girarme a comprobarlo. Flexiono los
dedos, dispuesta a darles el susto de su vida.

Una de ellas se lanza a por mí a una velocidad tan rápida


que los ojos normales no la detectarían. La esquivo justo a
tiempo. Rozo su piel expuesta, provocándole una aguda
descarga eléctrica.

Suelta un grito de sorpresa, lo que hace que las otras


mujeres corran hacia mí.

—¡Basta! —se oye rugir a alguien.

Mi furia sale a la superficie y exclamo:

—Sí, chicas, marchaos. Vuestro alfa está aquí. ¿Por qué


no le exponéis a él vuestras quejas en vez de hacerme
llegar tarde al trabajo?
—Raven, regresad tú y el resto. ¡Ya!

Las mujeres miran con recelo a Austin, pero Raven, su


cabecilla, me mira con desdén.

—Puedes aspirar a algo mucho mejor que la puta del


pueblo, Austin. Parece que ésta no es capaz de dejar de
abrirse de piernas para su casero.

—¿Recuerdas lo que te he dicho sobre tener la posición


más indicada? —digo bruscamente.

Me fulmina con la mirada y veo que quiere decir algo


más, pero la voz de Austin es cortante. —Basta. Vete.

Las mujeres me miran mal antes de marcharse


apresuradamente.

Cuando Austin no las sigue, enarco las cejas.

—¿No deberías ir detrás de ellas? Por si acaso empiezan


a acusar a otra de ser la puta del pueblo.

—Me preguntaba por qué aceptaste de tan buena gana


los avances de Loyd —habla fríamente—. Ahora lo sé.

Se me escapa una risa furiosa.

—¿Ah, sí? ¿Este es el camino que quieres seguir? ¿El de


amante despechado? Fuiste tú quien me rechazó,
¿recuerdas? Te dije que nunca me arrastraría por ti. ¿De
verdad pensaste que te lloraría postrada de rodillas cada
noche, deseando que me aceptaras?
Se le abren los ojos de par en par, pero no dice nada.

Esta vez, mi risa es más incrédula.

—No eres la primera persona en decirme que soy


inservible, Austin. Soy una híbrida, ¿recuerdas? Mi propia
madre me desprecia. ¿Crees que tú puedes hacerme daño?
—Sacudo la cabeza, agachándome para recoger mi bolsa,
todavía riéndome entre dientes—. Puede que pienses que
soy algo fácil de descartar, pero tengo noticias para ti, todos
los que me rodean piensan lo mismo. —Le miro fijamente—,
Así que vas a tener que ponerte al final de la cola, tío,
porque estoy harta de que tú y todos me tratéis así. Nunca
voy a dejar que tu opinión sobre mí influya en la opinión que
tengo de mí misma. Sé que soy una buena persona y me
merezco a alguien que me trate como si valiera algo. Así
que dile a tus «groupies» que me dejen en paz. Ni te quería
antes ni te quiero ahora.

La expresión de su mirada hace que valga la pena el


dolor que siento en el corazón.
Capítulo 10

Seline

Sienta bien decir esas palabras.

No son del todo falsas, pero decirlas y creértelas no es


fácil. A veces, hay que fingir confianza en una misma para
conseguirla. Me he pasado la vida siendo menospreciada y
degradada, así que se me complica un poco el no empezar
a creerme todas esas cosas sobre mí misma. Una parte de
mí me considera un desperdicio de espacio, pero tampoco
puedo hacer mucho al respecto, aparte de agachar la
cabeza y seguir con mi rutina, intentando ser amable con
los demás.

Tengo a Lacy y puede que a algunos más, pero en el


fondo, la niña que llevo dentro siempre tiene miedo de que
los pocos amigos de mi vida se vuelvan en mi contra. Así
que me contengo, intentando dar más de mí para que no
me abandonen.

Pero me sienta bien el plantarme delante de Austin y


decirle que sé que me merezco algo mejor que él.
Apenas he empezado a alejarme cuando me agarra de la
mano, obligándome a detenerme.

Siento a mi lobo ronronear después de haber estado en


silencio durante días, y me entra el pánico.

—¡Suéltame! —Retrocedo a trompicones cuando me


suelta y me froto la mano—. ¿A ti qué te pasa? ¿Por qué
estás siempre allá donde voy?

—¡Eso no es cierto! —gruñe—. ¡Pero deberías tener


cuidado!

—¿Cuidado con qué? —Frunzo el ceño—. Deja de


agarrarme y tocarme. No sé lo que intentas hacer...

—Aléjate de ese alfa.

Alzo las cejas antes de balbucear sintiendo por dentro


una diversión oscura:

—¿A qué viene esto? Tú no me quieres, ¿así que nadie


debería quererme? Decídete, Austin.

—¡No me refiero a eso! —Me enseña los dientes—. ¡Es


peligroso!

—Claro que sí. —Entrecierro los ojos.

—¡Hablo en serio! —Parece frustrado—. Su manada no es


trigo limpio.

Me froto las sienes.


—Mira, ahora no finjas que te importa, ¿vale? En primer
lugar, no es asunto tuyo. Podría ser el mismísimo asesino
del hacha y seguiría sin ser asunto tuyo. Tengo la fuerte
sensación, llámalo corazonada si quieres, de que crees que
todo el mundo debería verme con el mismo desdén que tú.

—Eso no es...

—No me importa, Austin —lo corto—. Déjame en paz.


Loyd me ha tratado mejor de lo que tú has hecho nunca. Así
que, plantéatelo de esta manera: si decide matarme o algo
así, conseguirás lo que quieres por fin. Desapareceré de tu
vista.

Se le tensa la cara.

—No seas ridícula.

—Tú saldrías ganando, así que no vengas a intentar


ofrecer consejos que no te han pedido.

Le doy la espalda, negándome a corregir su suposición y


mi insinuación de que hay algo entre Loyd y yo. Al menos le
hará pensar que soy deseable para alguien, y una pequeña
parte de mí se sentirá bien conmigo misma.

*** ***

Pensé que mis problemas del día de hoy habían


terminado con las compañeras de manada de Austin y la
discusión con mi compañero predestinado.
Estaba muy equivocada.

Son las tres de la madrugada cuando vuelvo a casa tras


mi turno de noche, con ganas de calentarme la sopa que ha
sobrado del menú de la cena y comérmela delante de la
televisión. Sin embargo, cuando llego a mi apartamento,
oigo saltar las alarmas en mi cabeza.

La puerta principal está entreabierta.

Con el corazón en la boca, abro la puerta.

¿Quién querría robarme?

El interior está en penumbra y nada más entrar la puerta


se cierra tras de mí. Me doy la vuelta y veo a tres vampiros
musculosos frente a mí.

—¿Qué es esto? —pregunto con tensión—. ¿Qué queréis?

—¿Por qué no vienes a sentarte, Seline? —dice una voz a


mis espaldas. Miro hacia atrás y veo a otros cuatro vampiros
de pie. Reconozco al más alto, fue el que se presentó en la
cafetería el otro día.

—¿Por qué estáis aquí? Todavía tengo tres días para...

—El jefe quiere el dinero ya mismo. Parece que tu madre


le solicitó otro adelanto. Cuanto más pida, más frecuentes
serán los pagos. —Se encoge de hombros.

Me tiende un papel y no tengo más remedio que


acercarme y cogerlo.
Me siento débil.

—¿Por qué dejáis que siga pidiendo más din...

—Porque sabemos que tú pagaras. —Es su simple


respuesta.

—Entonces, ¿qué hacéis aquí si sabéis que voy a pagar?


—Golpeo el papel contra la mesa, sintiéndome
irracionalmente enfadada en estos momentos.

El vampiro sonríe.

—Porque el jefe ha decidido que ahora tienes que pagar


dos veces al mes. Tu madre ha presentado una solicitud de
veinte mil dólares, pero sólo puede recibirlos una vez se
haya devuelto cierta cantidad. Acudimos a ella, pero nos
dijo que viniéramos a buscarte a ti. Así que aquí estamos.

¡¿Ella los mandó a mi casa?!

Noto las rodillas débiles.

—No tengo...

El golpe llega antes de que pueda terminar la frase.

Y a éste le siguen más. Luchar contra tres vampiros es


difícil. Seis es casi imposible, pero aun así lo intento.

Con toda la magia que puedo invocar en mi ya debilitada


forma, empujo a dos de ellos y corro hacia la puerta.
Entonces, me asestan un puñetazo en el ojo y retrocedo
tambaleándome. Ni siquiera puedo gritar mientras me
golpean sin cesar, haciendo caso omiso de mis quejas.

Para cuando terminan, tengo la visión borrosa mientras


observo cómo vacían mi bolso y se llevan el poco dinero que
encuentran.

—Te dejamos un recibo —se burla el alto, pero estoy


demasiado aturdida para que me importe.

Me quedo tumbada Dios sabe cuánto tiempo antes de


conseguir sentarme. Me siento muerta por dentro, cansada
y agotada.

¿Cuánta gente más va a venir a llevarse un trozo de mí?

Cojo el móvil, ignorando el dolor que me quema en el


brazo. Me tiemblan los dedos al marcar un número que no
debería resultarme tan desconocido.

Mi madre tarda seis timbrazos en contestar.

—Te dije que no me llamaras nunca.

—Mamá. —Apoyo la cabeza contra la pared—. Mamá,


¿por qué has pedido un préstamo tan alto? No puedo seguir
pagándolo. ¿Y un adelanto? —Tengo la voz ronca.

—No es asunto tuyo, joder.

—¡Sí es asunto mío si mandas a los cobradores a por mí!


Me han dado una paliza, mamá.
Se hace el silencio antes de que retome la palabra.

—¿Eso es todo? Les dije que podían emplear otras formas


para sacarte el dinero. Me sorprende que simplemente
hayan recurrido a pegarte.

El horror me contrae el pecho.

—¿Cómo has podido? Mamá, ¿ni siquiera te importa si...?

—Toda mi vida quedó destruida por tu culpa. —Es su fría


respuesta—. Considera esto parte del pago y deja de
llamarme.

La llamada termina con un último clic. Pasados unos


segundos, suelto el teléfono. Tengo los ojos secos mientras
miro al techo.

No sé cuánto tiempo paso ahí sentada. Tengo la mente


en blanco. Me siento rara, como en una neblina onírica. La
crueldad de mi madre, la paliza, los comentarios
despiadados de esta mañana... todo parece haberle
ocurrido a otra persona.

En algún momento, me acuerdo de la sopa y me ruge el


estómago. Me agarro al respaldo de la silla para ponerme en
pie, esgrimiendo una mueca de dolor cuando me palpita el
cuerpo. Un vistazo al espejo agrietado del pasillo me revela
dos ojos morados, la cara hinchada y llena de moratones y
los arañazos bajo el ojo donde sus uñas se engancharon en
mi piel.
Me apoyo contra la pared para dirigirme hacia la puerta
principal, donde se me cayó el recipiente de sopa. Cuando
la alcanzo, miro hacia abajo, sintiéndome vacía.

Se ha derramado por todo el suelo.

Me hundo en el suelo, mi cuerpo se mueve por sí solo,


recojo un poco con la mano y me la bebo. Lo hago dos
veces antes de saborear las lágrimas que se han mezclado
en ella. Es entonces cuando me rindo, apoyándome en la
puerta principal.

Me cubro la boca con las manos heridas mientras grito y


grito sin cesar; unos fuertes sollozos me abandonan
mientras me hago un ovillo.

Estoy llorando por la sopa derramada, mi cena. Y, sin


embargo, sé que esa no es la verdadera razón.

Me duele el corazón. Me duele como si alguien lo estuviera haciendo


pedazos.

¿Por qué nunca soy lo bastante buena para que me quieran? ¿Por qué no
puedo tener a alguien que quiera abrazarme y consolarme?

La injusticia de la situación me hace sollozar como una


niña desconsolada. Los odio a todos: a mi madre, a Austin, a
los cobradores, al padre que me abandonó a este destino.
Odio a esas mujeres que me han llamado puta porque
nunca han tenido que pagar el alquiler. Desprecio a Frank,
que ha hecho de mi vida un infierno.

Me rodeo aún más fuerte con mis brazos doloridos.


Y, sobre todo, me odio a mí misma.

*** ***

Queda poco para que amanezca cuando atravieso el


denso bosque.

Aún me duele el cuerpo. Me duele todo. Pero no puedo


quedarme en casa. No quiero estar en ese apartamento
ahora mismo.

Necesito sentir algo de paz. Puede que sea una idea


estúpida, pero el lago Asla no está muy lejos de mi casa y
es más fácil caminar bajo el manto del cielo nocturno.

Camino entre los arbustos, utilizando los troncos de los


árboles para respaldar mis pasos inestables, pero cuando
salgo de la arboleda, me detengo en seco.

Hay alguien sentado en la orilla del lago.

Una parte de mí me dice que me vaya, pero una parte


terca y dolida quiere quedarse. Es un lago enorme. Me
sentaré en otro sitio.

Pero apenas he dado unos pasos cuando una ramita se


rompe bajo mi pie y la figura se gira.

Lo reconozco. Es Sam.

Antes de que pueda iniciar la retirada, me ve. No sé


cómo puede reconocerme a tanta distancia, pero me hace
señas para que me acerque.
Sin saber qué más hacer, cubro la distancia que nos
separa a trompicones debido al pie todavía dolorido por
haber sido pisoteado con tanta saña.

La sonrisa de Sam se desvanece cuando me ve.

—¿Qué ha pasado? —habla con un tono cortante, pero


cargado de una aterradora capacidad de contención.

Me encojo de hombros.

—No te preocupes.

Me ayuda a sentarme y tengo que contener un sollozo


ante el pequeño gesto de amabilidad. Sin embargo, me lo
nota y suaviza la voz.

—Seline.

—No pasa nada. —Me froto los ojos, no quiero llorar—.


Gracias...

—¿Quién te hizo esto?

Estoy a punto de encogerme de hombros, pero me


reprende con voz severa.

—Y no te encojas de hombros. Quiero una respuesta.

Quiero decirle que no es asunto suyo o algo igual de


cortante para que deje el tema, pero se me hunden los
hombros.
—Mira, no te dejes arrastrar por mis problemas. No
tienen fin.

—Sí, bueno. —Me cubre hombros con su capa,


manteniendo el mismo tono suave—. No me importa que
me arrastren tus problemas. ¿Y cómo va a arrastrarme a
ellos que los compartas conmigo?

Ahí lleva razón.

Aparte de Lacy y Gina, que sólo conocen una versión


suavizada de lo que ha pasado en mi vida, nunca he tenido
a nadie en quien confiar.

Pero incluso ahora, soy incapaz de contarle a Sam toda la


verdad.

—Mi madre es ludópata. No para de pedir préstamos y


me pone a mí como avalista, así que los cobradores se
presentaron en mi casa.

Sam se pone rígido.

—¿Por qué dejas que te ponga como...?

—Porque es mi madre. —Me froto los ojos, dejando que


mis pies descansen en el agua fría del lago—. Porque la
echaron de su manada por mi culpa y es lo menos que
puedo hacer. Le arruiné la vida.

Se hace el silencio.

—¿Y tu padre?
Me río amargamente.

—Se piró antes de que yo naciera. Mi madre nos culpa


tanto a él como a mí de cómo le ha ido la vida, pero sobre
todo a mí. —Hago una pausa y me miro las heridas de las
manos—. ¿Por qué no se curan? Ya deberían estar curadas.

—Un momento. —Sam me coge las manos. Cuando las


retira, las heridas ya están curadas.

—Debería poder curarme más rápido —murmuro—.


Desde que... —Me interrumpo—. Odio todo esto.

Sam frunce el ceño.

—No te estás curando en absoluto.

—¿Qué? —Le observo, sorprendida.

Tiene una expresión seria en el rostro.

—Puedo sentir las dos fuerzas dentro de ti y, cuando te


toqué, pude medir la velocidad a la que te estabas curando,
Seline. Ahora mismo, te estás curando al mismo ritmo que
un humano.
Capítulo 11

Seline

Estudio mi cara en el espejo. Todavía tengo un


hematoma considerable en la mejilla izquierda y uno de mis
ojos morados aún no se ha curado.

Cojo el frasco vacío de poción y suspiro. Tengo suerte de


que Sam estuviera allí, porque una hora después de que me
ayudara a volver a casa, apareció otro brujo con un frasco
grande de poción junto con las instrucciones sobre cómo
tomarla.

Pero ya no me queda ni gota.

Estiro los brazos. Mis heridas se han curado bastante


bien durante la noche. Los moratones de mis brazos y
barriga han desaparecido, pero permanecen los más
prominentes.

Aprieto los labios. ¿Cómo voy a ocultar esto?

Dudo. Hoy es domingo y el bar siempre cierra el segundo


domingo de cada mes. Acabo de aceptar la oferta del
alcalde para pintar las paredes del bar por un dinero extra.
Si hubiera sabido que esto iba a pasar, nunca habría
aceptado tal oferta. Ahora no tengo más remedio que ir.

Antes de salir, me pongo unas gafas de sol y una gorra


de béisbol para ocultar el moratón. Puede que sea de
noche, pero aún hay algo de luz y no quiero que nadie me
reconozca y se me acerque.

Tengo suerte y llego al bar sin problemas. Ya han llegado


los botes de pintura y los rodillos. Frunzo el ceño al ver los
rodillos, a la vez que me quito las gafas y la gorra. Veo que
se abre la puerta de la cocina y entran Jerry y Lou con el
resto de los cuatro juveniles.

—¡Hola, Seline! El repartidor nos ha dejado entrar...

Todos se quedan paralizados al verme.

—Ay, joder —murmuro.

Me había olvidado de ellos.

—¿Qué ha pasado? —Jerry y Lou son los primeros en


correr a mi encuentro con su séquito pisándoles los talones.

—Mirad, no os preocupéis. —Intento calmarles—. Ha sido


solo un accidente.

—Te han dado un puñetazo. Alguien te ha dado un


puñetazo. —Jerry se queda pálido—. ¿Quién ha sido? ¿Te
encuentras bien? ¿Deberíamos llamar a Tammy? Tammy es
nuestra curandera.

Al fin, consigo hablar con voz firme:

—Nadie va a llamar a nadie. Me he peleado. Son cosas


que pasan.

—¿Alguien ha conseguido pegarte a ti? —pregunta Jerry


con escepticismo.

Lou levanta los brazos en el aire.

—¡Deberíamos decírselo a Austin! Eres su com...

Alzo una mano en alto y le freno en seco.

—Vale, está claro que hay que aclarar esto. No soy la


pareja de Austin. También os dijo delante de mí que me
rechazó. Así que no entiendo vuestra insistencia...

—¡Pero sois compañeros predestinados!

Jerry frunce las cejas y, por un momento, creo que está


frustrado hasta que veo cómo se retuerce las manos. Me
invade la confusión y termino por hacer la pregunta más
razonable.

—¿Por qué es tan importante para vosotros que esté con


Austin?

Se hace el silencio, y entonces es Lou quien habla


vacilante.
—No puedes rechazar a tu compañero predestinado. Es
tu compañero elegido.

El resto de los chicos asienten en conformidad.

—No está bien y tampoco es que tú hayas hecho nada


terrible. Eres muy maja, y Austin también lo cree.

—¿Qué? —Me quedo helada ante ese último apunte.

—Sí, nos pidió que nos portáramos bien y no te


causáramos demasiados problemas. También estaba
preocupado por ti ese día que parecías tan cansada y nos
dijo que intentáramos ayudarte más.

Algo palpita en mi interior, una emoción que no puedo


identificar esta emoción. ¿Esperanza? ¿Amargura?

No pillo a Austin. Todo lo que dice es de lo más confuso.


Ese tío me provoca dolor de cabeza.

Me froto las sienes, obligándome a tranquilizarme. La


esperanza es uno de mis mayores enemigos. Me ha
defraudado una y otra vez. Y después de mis últimas
conversaciones y encontronazos con Austin, lo único que he
sentido por su parte es un desprecio transparente. Estoy
bastante segura de que los chicos se equivocan, pero no
tengo el valor de decírselo.

—Mira, sé que esto va a sonar duro, pero sí puedes


rechazar a un compañero predestinado.
—¡El historiador de la manada nos dijo que no se puede!
—argumenta Lou—. ¡Dijo que trae consecuencias!

Se me entrecierran los ojos ante esta última parte, pero


tengo delante a un grupo de adolescentes que se
comportan como niños a los que acaban de decirles que
Papá Noel no existe.

—Pues debe de estar equivocado. —Siento un fuerte


impulso de servirme un vaso del licor más fuerte que pueda
encontrar—. No soy la compañera de Austin. Me rechazó y
yo estoy conforme con ello. Cada vez que insistís en que
seamos compañeros, me ponéis las cosas más difíciles.

Duele demasiado.

Pero entonces me distrae un pensamiento. No ayudé a


estos chicos porque quisiera ganarme su aprobación, pero
empiezo a darme cuenta de que, desde que me involucré
con ellos, he empezado a tener cada vez más contacto con
los lobos de Stone Creek. Siento que muchos de ellos me
observan, cosa que me molesta y me hace desconfiar a
partes iguales.

Quiero cortar con todo lo que me vincula a esta manada,


por poco que sea. Pero no paro de arrastrarme más y más al
meollo de todo. Sé que a Austin no le gusta, y que es
probable que no vea con buenos ojos que me mezcle con
este grupo de juveniles.
Suspiro moviendo la brocha de arriba abajo, dejando
rayas marrones en la pared descolorida a su paso.

¿Qué estoy haciendo?

Mis propios pensamientos me han dejado agotada para


cuando llega la noche, recojo los bártulos y enciendo la
parrilla de la cocina para hacer unas hamburguesas para
todos. Los chicos están mucho más animados, pero el brillo
de sus ojos se apaga cuando contemplan mis heridas
visibles.

No es que pueda hacer mucho al respecto.

*** ***

A la mañana siguiente, paso unas horas limpiando antes


de comprobar mis heridas.

Sam tenía razón. Se siguen curando muy lentamente.

Sólo se me da bien lo más básico del maquillaje, pero


consigo cubrir todo lo que puedo utilizando corrector y base.
Aunque basta con mirarme al espejo para darme cuenta de
que así no engaño a nadie.

Suspirando con pesadez, cojo mis cosas y abro la puerta,


solo para frenarme en seco.

Hay un paquete marrón sobre la descolorida alfombra de


bienvenida. Lo cojo y lo llevo dentro. Me apoyo contra la
ventana que da al bosque, lo abro y veo una poción curativa
parecida a la que me dio Sam.
Parpadeo. ¿Sam ha dejado esto aquí para mí?

Olfateo el paquete y tardo varios intentos en captar


algún aroma, sobre todo porque mi sentido del olfato
también ha empezado a disminuir. Hay varios olores, pero el
que más destaca, el que reconozco al instante, es el de
Austin.

Algo se desenrosca dentro de mí y mi habitualmente


silencioso lobo ronronea de necesidad y felicidad.

Mi compañero se preocupa por mí.

La idea se me pasa por la cabeza y me pongo tensa al


instante.

No, no puedo ser tan tonta.

Las motivaciones de Austin no son algo que pueda


empezar ni a comprender. Después de que me rechazara de
forma tan brutal en repetidas ocasiones y de recordarme
constantemente que mi existencia le molesta, que no soy
digna de él, sería estúpido dejarme engañar por el simple
hecho de que me ha entregado una poción curativa.

Pero lo odio. Odio cómo me arrastra a estas posturas


vulnerables en las que empiezo a sentir una chispa de
esperanza, y me veo en la obligación de aplastarla una vez
más.

—¿Esperanza de qué? —murmuro abatida—. ¿De que de


repente me quiera? ¿De que cambie de opinión sobre lo
inservible que soy?
Me arden los ojos. Trago saliva, obligando a las lágrimas
a retroceder.

¿Quiero que me quiera alguien que me ha dejado tan claro que lo único que
siente por mí es asco y desprecio?

Mi lobo se asienta de nuevo y puedo palpar su desdicha


cuando se acurruca dentro de mí.

Apoyo la cabeza contra la pared, incapaz de contener las


lágrimas.

¡Dios, me odio! No quiero desperdiciar mis lágrimas en él y, sin embargo,


aquí estoy.

Permito que la ira sustituya al dolor que ahora es una


bola dura y permanente alojada en mi garganta.

Me doy la vuelta y mis ojos se dirigen hacia el bosque.


Me quedo quieta cuando veo que alguien me observa.
Entrecerrando los ojos, diviso a un gran lobo oscuro que me
observa desde la línea de árboles. Se me tensa la
mandíbula.

Cabrón.

Sin pensarlo, abro la ventanilla y vacío la poción sobre la


hierba. También tiro la botella. Cierro la ventana de golpe y
siento una pizca de morbosa satisfacción. No me importa
que la gente vea mis moratones mientras no le esté dando
a Austin la satisfacción de usar su regalo.

¡No sé a qué está jugando, pero no caeré en la trampa!


*** ***

Por suerte, el dueño no está allí, así que ningún humano


entrometido me acosa a preguntas sobre lo ocurrido. Los
pocos Otros que se pasan a recoger comida parecen
preocupados, pero les cuento una milonga.

Sé que se correrá la voz, sobre todo entre los clientes del


bar. Sé que tengo que estar preparada para preguntas
contundentes.

Estoy a punto de terminar mi turno cuando entran tres


lobas cambiaformas. Me pongo tensa de inmediato,
recordando mi último encuentro con las hembras de la
manada de Austin. No estoy segura de a qué manada
pertenecen.

Parecen un tanto reservadas mientras miran a su


alrededor en busca de alguien. Cuando sus ojos se posan en
mí, se les anima el rostro y se apresuran en venir a mi
encuentro.

Mi intento de escaparme a la cocina resulta infructuoso,


ya que se plantan justo delante de mí. Le echo un vistazo a
los demás clientes que se encuentran cenando.

—¿Puedo ayudarlas? Si buscan mesa, puedo...

—No. —Una de ellas sacude la cabeza—. ¿Eres Seline?

Dudo en responder, preguntándome qué nuevos


problemas va a traerme esto.
—Sí.

—Ah, bien. Esto… yo soy Anna, y ellas son Bertha y Jess.


Somos de la manada de Austin.

—Mirad. —Doy un paso atrás—. No quiero problemas...

De repente, la expresión de sus caras pasa a ser


ansiosas.

—No, no. Mira, hemos venido a pedirte ayuda.

Las estudio, reacia.

—No creo que a Austin le guste tal cosa. ¿Estás...?

—Algunos de los juveniles han estado hablando y no


tienen más que cosas buenas que decir sobre ti, así que
hemos decidido acudir a ti.

Están siendo bastante ambiguas y no sé qué pensar de


ello.

Es Jess quien toma la palabra.

—Voy a ir al grano. ¿Puedes ayudarnos a encontrar


trabajo?

Parpadeo.

—¿Qué?

—Algún trabajo que podamos hacer sin ninguna


experiencia —aclara Bertha.
—No lo entiendo. —Miro entre las mujeres, que, ahora
que me fijo, son un poco mayores que yo—. ¿Vuestra
manada no tiene negocios en el pueblo? ¿No deberíais estar
trabajando allí?

Todos intercambian miradas.

—N-no podemos —dice Jess.

—¿Qué quieres decir?

Anna se muestra abatida.

—Las hembras no tienen permitido trabajar en nuestra


manada. Algunas lo hemos intentado, pero los ancianos de
la manada son muy controladores. Tienen ideas muy
tradicionales sobre los roles femeninos.

—No todos estamos de acuerdo con ello —dice Jess con


ojos brillantes—. Pero no nos dejan trabajar en los negocios
de la manada.

—¿Austin no os da permiso? —Me cabreo solo de


pensarlo, pero Anna niega con la cabeza.

—Austin no es el problema, prácticamente ni pincha ni


corta en este momento... Es complicado. Nos ha concedido
el que podamos intentar trabajar en empresas externas,
pero no tenemos experiencia.

—Mira, no quiero involucrarme con tu manada más de lo


que ya estoy ahora mismo. Austin ha sido muy claro
respecto a que me mantenga alejado de vosotros...

—No le contaremos nada —asegura Bertha.

Me siento reticente. El sentido común me dice que deje


que estas mujeres se las apañen solas, pero me siento mal
por ellas.

Me rasco la cabeza y doy mi brazo a torcer demasiado


rápido.

—Vale, dejadme ver si aquí tenemos algún hueco.

La expresión de esperanza y alegría en sus rostros me da


ganas de que me trague la tierra.

Esta es una mala idea.

El Benny's acaba contratando a las tres lobas


cambiaformas y esa noche me encamino a casa cansada y a
sabiendas de que me estoy metiendo en la boca del lobo.

Mi estado de ánimo ya de por sí frágil se desploma


cuando, al llegar a casa, veo otro paquete marrón
esperándome delante de la puerta.
Capítulo 12

Seline

Estaba en lo cierto cuando pensé que los clientes del bar


expresarían una curiosidad descarada por mis lesiones.
Cuento la misma historia una y otra vez de cómo me metí
en una pelea y de cómo deberían ver en qué estado dejé yo
a los otros tíos.

Sé que no tendría que responder a sus preguntas si me


hubiera tomado la poción curativa que Austin me dejó en la
puerta.

Pero que me aspen si uso nada de lo que él me dé. ¿De verdad cree que
necesito sus migajas de atención? Cabronazo.

Pero esta vez no tiré la botella, si no que la guardé en el


armario del baño. Mi ojo morado ha ido mejorando, la
hinchazón casi ha desaparecido y el hematoma negruzco
que tengo bajo el ojo izquierdo ha adquirido un tono marrón,
lo que significa que se está curando.

Es agotador curarse al mismo ritmo que un humano. Me


gustaría ir a un curandero local, pero cobran un ojo de la
cara y no tengo dinero para gastarme en mí misma.

Así que le atribuyo al estrés este problema de curación y


lo ignoro.

No he visto a Sam desde aquella mañana en el lago, y


me siento triste por ello; el brujo mayor ha acabado por
caerme en gracia. He visto a los otros brujos por el bar, pero
no a Sam.

Un par de días después, cuando empiezo mi turno más


temprano, veo entrar a Austin. Hay pocos clientes y el bar
está prácticamente vacío, pero él decide acercarse y
sentarse justo delante de mí, donde yo me encuentro
colocando los vasos de cerveza.

Le ignoro, y está claro que eso no le gusta.

Veo que Marie me mira de reojo, pero sólo podría


ayudarme si se hubiera sentado en una de las mesas.

—¿Qué quieres? —pregunto finalmente, molesta.

Tiene una mirada sombría.

—¿Por qué no has usado la poción que te di?

Le miro fijamente antes de resoplar en voz alta.

—Oh, vaya, pues no lo sé. ¿Quizá porque no quiero tus


limosnas?
—¡No seas cría y úsala! —Deja otra botella de poción
sobre la barra y yo enarco una ceja.

—No sabes cómo tratar con la gente, ¿verdad?

—¿Perdón? —Entrecierra los ojos.

Vuelvo a empujar la botella hacia él.

—En primer lugar, no me digas lo que tengo que hacer. Si


quiero ir por ahí con un ojo morado todas las semanas por
diversión, es cosa mía. Así que coge tus opiniones y
métetelas por el culo junto con tu personalidad de mierda.

Está bien portarse como una bruja de vez en cuando.

—Vigila tu tono. —La voz de Austin tiene un tono de


advertencia.

—¿O qué? —Empiezo a secar un vaso—. ¿Qué vas a


hacer? ¿Ponerme un ojo morado a juego?

Mis palabras son duras y él se estremece.

—No me refería a eso. Tú...

Dejo el vaso sobre la barra y apoyo las manos,


suspirando y encontrándome con su mirada.

—¿Por qué estás aquí, Austin? —Puedo oír el cansancio


en mi voz, así que estoy segura de que él también.

Cuando habla, su voz suena tensa.


—Te paseas por el pueblo con un ojo morado y la cara
magullada. Es...

—No finjas que te importa. —Siento que me duele la


cabeza—. Mira, déjame en paz de una vez.

—No me importa. —Su voz es fría como el hielo—. Pero


ya que prácticamente le has anunciado a todo el pueblo que
eres mi compañera predestinada, no dice nada bueno de mí
que vayas por ahí con estas pintas. Cualquier moratón que
tengas es una mancha en mi capacidad para protegerte. No
quiero que los Otros me vean como alguien débil...

—Si tan desesperado estabas por que no vaya por ahí


con moratones, deberías haber aparecido para protegerme
cuando me dieron una paliza de muerte y me torturaron. —
Siento como se revuelve una ira profunda en mi interior.

Se pone blanco como el papel y una parte oscura de mí


disfruta al verlo.

—Pero no apareciste. Así que, ¿serías tan amable de irte


a la mierda?

Cerró la mano en un puño.

—¿Quién fue?

—Oh, deja ya el paripé. —Incluso reírme me duele—. Ni


me importa tu reputación ni quiero nada que venga de ti.
—No tendría que darte nada si mantuvieras un perfil bajo
—argumenta—. Y quiero saber qué ha pasado. ¿Quién es el
responsable de esto, y por qué no te estás curando?

—No respondo ante ti. —Le señalo con el paño—. Por lo


que te repito que no es asunto tuyo.

—No seas cría...

—Oh, búscate una réplica mejor que esa —resoplo—.


¿Qué vas a hacer? ¿Azotarme?

Espero que se enfade y responda algo desagradable o


degradante. Lo que no espero es el destello de hambre que
cruza sus ojos ámbar ni esa voz tan ronca que provoca que
algo dentro de mi abdomen se retuerza de necesidad.

—No me tientes.

El silencio entre nosotros se carga de una tensión que


creía que ya no existía. El corazón se me acelera. Mi lobo se
estira dentro de mí, una viciosa necesidad lo despierta y
empiezo a sentir pánico.

—¡Qu… No puedes decirme cosas así! —Frunzo el ceño


con frustración—. ¡Vete a la mierda, Austin!

—¡Dame una respuesta! —gruñe en respuesta, igual de


enfadado que antes, con ojos brillantes y amenazadores.

—¡No tengo por qué decírtelo!

—¿Por qué no te estás curando?


Bajo con fuerza el vaso que tengo en la mano sobre la
barra, haciendo que los demás clientes levanten la vista
sorprendidos. Me cuesta controlar la voz.

—Quizá mi lobo esté roto, Austin. ¿Alguna vez te lo has


planteado? ¿A lo mejor sí soy la híbrida asquerosa y rota
que no quieres? Ni siquiera soy un lobo como es debido,
¿recuerdas?

Se le tensa la mandíbula y yo continúo hablando con voz


afilada mientras mis palabras degradantes me atraviesan el
corazón como unos cristales rotos.

—Una mestiza que ni siquiera puede acceder a su lobo ni


controlarlo no tiene por qué curarse como tal, ¿verdad? —
Me echo hacia delante, escupiéndole toda la fealdad que
habita en mi corazón—. Sé sincero. Te molesta, ¿verdad?
¿Que los vampiros que me dieron una paliza durante horas
no acabaran el trabajo y se deshicieran de la híbrida que no
te trae más que problemas?

Austin se congela en el sitio y yo me río, con el pecho


cargado de una agonía que hace que me ardan los ojos.

—No te preocupes. Quizá la próxima vez lo hagan de


verdad y te libres de mí.

—Seline. —El tono de Austin es cauteloso. El corazón me


late tan desbocado, tan lleno de pena, rabia y odio hacia mí
misma, que siento que voy a explotar.
—Lárgate, Austin —digo finalmente, despreciándome a
mí misma por las lágrimas que sé que están a punto de
aflorar—. Tendrás que vivir con el hecho de que he
sobrevivido un día más.

Tal vez esté cansado de estar en mi presencia durante


tanto tiempo, o tal vez se haya dado cuenta de que ya me
ha presionado lo suficiente porque se levanta.

—Sólo...

—Una cosa más. —Le enseño los dientes—. Deja de


husmear por mi casa. —Se queda quieto y yo prosigo—. Una
cosa que quizá no sepas sobre los brujos es que somos muy
territoriales. Incluso los mestizos como yo. Puedo sentir que
alguien se adentra en mi territorio. Así que aléjate de mi
territorio, aléjate de mí. No necesito tu ayuda ni tu
presencia para recordarme lo que piensas de mí.

Austin abre la boca para decir algo cuando una voz nos
interrumpe.

—¿Todo bien por aquí?

Giro la cabeza hacia un lado y veo a Sam acercándose a


nosotros, con su sonrisa amable en los labios, pero con una
mirada que... Sus ojos son casi despiadados.

Puedo sentir la magia que desprende, su hostilidad es


obvia.
Me estremezco, sorprendida por su poder. Debe de
haberlo visto, porque la retira de inmediato y, de repente,
vuelve a ser el Sam amable, sonriente e inofensivo.

Mis ojos se disparan hacia Austin y veo a su lobo en su


mirada. Es una reacción obvia al sentirse amenazado, pero
que un alfa reaccione así de rápido demuestra que
consideraba que el peligro era grande.

¿De verdad es Sam tan poderoso como para incitar tal reacción en un alfa tan
fuerte como Austin?

La idea se esfuma de mi cabeza cuando Sam me planta


una poción delante.

—Toma. Esto debería curarte el ojo morado y los


hematomas. —Mira entre Austin y yo—. ¿Interrumpo algo?

Habla con voz tensa cuando mira a Austin, como si le


disgustara la sola presencia del lobo alfa. Por alguna razón,
su reacción me divierte enormemente, y sonrío.

—Para nada. Empezaba a preocuparme que te hubieras


ido del pueblo sin avisarme. Y gracias por esto.

—Échatelo en un té o algo —me dice Sam de forma


servicial—. Este es muy fuerte. Puede que también ayude a
poner en marcha tu sanación de cambiaformas, pero no
estoy del todo seguro.

Veo cómo Austin se tensa ante ese pequeño detalle, pero


lo ignoro. Mira a Sam con cautela y estoy segura de que
está a punto de irse cuando decide dejarse caer en el
taburete con una mirada oscura en los ojos.

¿Cuál es su puto problema?

—¿Qué quieres? —pregunto bruscamente.

Entrecierra los ojos y se encoge de hombros.

—Una caña.

Quiero retorcerle el pescuezo, pero como eso no es una


opción, le sirvo una caña y dejo con fuerza la jarra delante
de él. Por desgracia, no se rompe ni le estropea la ropa.
Austin la levanta en mi dirección en señal de brindis antes
de darle un trago.

Le doy la espalda y me dirijo a Sam.

—¿Así que esto es lo que has estado haciendo?

—En efecto. —Me dedica esa dulce sonrisa suya—.


Intentaba dar con algo que te ayudara a recuperarte.
Empiezas a parecer medio muerta de hambre, y todos esos
caramelos sólo pueden reponer tu energía hasta cierto
punto. Necesitas algo más duradero. —Le da un toquecito a
la botella de poción—. Esto podría ayudar.

—¿De qué está hablando? —exige saber Austin de


repente—. ¿Estás enferma?

Le ignoro.
—Gracias, Sam. Te agradezco mucho que cuides de mí.

—Seline.

Ignoro a Austin.

—Déjame que te traiga lo de siempre —le digo a Sam.

Me alejo con la poción en el bolsillo, sintiéndome


extrañamente contenta de haber cabreado tanto a Austin.

Si hay algo que odian los Alfas es que los ignoren.

*** ***

Sam se quedó en el bar casi tanto tiempo como Austin y,


durante toda su estancia, sentí la tensión subyacente entre
los dos. Puedo entender a Austin, está pirado, ¿pero Sam?
Quizá aguantó ahí sentado porque oyó parte de nuestra
conversación y se preocupó por mí.

Una sonrisa me curva los labios mientras trepo por un


tronco en la parte densa del bosque. Es agradable que
alguien se preocupe por mí. A nadie le he importado jamás
una mierda, aparte de Lacy. Que alguien vele por mí y me
cuide es una sensación agradable.

A pesar de mi duro intercambio con Austin, las acciones


de Sam han calentado mi agrietado corazón. Nunca he
tenido una figura paterna en mi vida. La materna apenas
me miraba si no era para descargar sus frustraciones, pero
siempre me he preguntado cómo sería si mi padre se
hubiera quedado.
Salto por encima de una raíz que sobresale del suelo del
bosque, sintiéndome extrañamente rejuvenecida por la
poción. Sam me da esa sensación paternal.

Y me gusta.

No es que se lo vaya a decir nunca, es algo secreto que


guarda mi corazón. Sonrío con alegría infantil, sintiéndome
feliz después de mucho tiempo. Debería hacer algo bonito
por él antes de que se vaya. Quizá ahorrar algo de dinero y
llevarlo a cenar como agradecimiento por mostrarse tan
amable conmigo.

Tarareo en voz baja, pensativa. Podría dedicarme a


limpiar casas durante un tiempo, así me ganaría un dinero
extra.

Estoy tan sumida en mis pensamientos que casi me


tropiezo con mis propios pies. Me agarro al tronco del árbol
que tengo al lado para apoyarme antes de mirar a mi
alrededor.

¿Cuándo me salí del camino?

Normalmente, se aconseja a la gente que se mantenga


alejada del bosque cuando anochece, pero a mí siempre me
ha gustado explorar el bosque que rodea Arrow Brooke bajo
el cielo nocturno. No tengo mucho que temer.

Esta noche no quería volver a casa, por lo que decidí dar


un rodeo por el bosque. Es una hora de paseo, pero decidí
que valía la pena. Estoy bastante lejos de los territorios de
ambas manadas, así que sabía que no tendría que
preocuparme por toparme con ellas.

Normalmente no me preocupa tanto el alejarme del


camino, pero ahora se me pone de punta el vello de la nuca.
Siento que el miedo se apodera de mí.

Todo está en calma. En demasiada calma. Ni siquiera


oigo los sonidos habituales de las criaturas nocturnas en sus
quehaceres.

Eso nunca es buena señal.

Siento que alguien me observa. Me doy la vuelta, pero


estoy sola y rodeada de árboles.

Algo no va bien. Hasta mi lobo está nervioso.

Aprieto la mandíbula mientras empiezo a caminar de


vuelta hacia el sendero. Doblo los dedos mientras invoco mi
magia terrestre, lista para usarla en cualquier momento y
causar estragos a quienquiera que esté ahí fuera.

Estoy tan tensa que no veo a la persona que yace frente


a mí hasta que caigo sobre ella. Me pongo en pie de un
salto, agitada, y me doy cuenta de que la persona no se
mueve. Tardo otro largo minuto en darme cuenta de que
está muerta.

Y de que me resulta muy familiar.

Miro fijamente la tez cerúlea de la mujer que me atacó


hace no mucho, tendida en el suelo del bosque, con los ojos
abiertos, pero sin ver, la garganta desgarrada y todavía
sangrándole.

Ay, joder.
Capítulo 13

Seline

Miro fijamente a la hembra muerta. Su cuerpo aún irradia


calor, lo que significa que ha muerto hace poco.

Miro a mi alrededor, pero, aunque sigue reinando el


silencio, esa sensación de que alguien me observa ha
desaparecido.

Se me tensa la mandíbula mientras me agacho junto al


cuerpo.

Esto es un problema de los gordos. Lo más inteligente sería alejarse, pero es


una cambiaformas. Austin y su manada investigarán y captarán mi olor en ella.

Soltando un suspiro de frustración, me pongo en pie y


me paso una mano por el pelo corto.

—¿Por qué a mí?

Es un poco egoísta decir eso, considerando que aquí


yace una mujer cuya vida le fue arrebatada.

Llamar al sheriff del pueblo es imposible. Es humano. No puedo entregarle un


cambiaformas a un humano.
Supongo que tendré que llamar a Austin.

Refunfuñando por lo bajo, molesta por la situación y


avergonzada por sentirme con derecho a estar cómoda
cuando acaba de morir alguien, rebusco la cartera en mi
bolso. Tardo un rato en encontrar la tarjeta de Austin.

Tras dos timbres, me contesta.

—¿Sí? —responde la voz gruñona al otro lado.

Todavía hay tiempo para cambiar de idea. Llama al sheriff.

Silenciando la voz de mi interior, contesto:

—Soy yo.

Se hace el silencio al otro lado.

—¿Qué pasa? ¿Algo va mal?

¿Por qué cree que le llamaría a él si me pasa algo? O igual sólo me estoy
haciendo yo ideas.

—Estoy en el bosque y me he topado con un cuerpo. Uno


de los tuyos. Es una hembra.

Intento mantener la calma, incluso tras oír su respiración


agitada.

—¿Dónde estás?

Comparto mi ubicación con él y me pide que le espere


ahí.
La llamada termina con un chasquido brusco. Miro
fijamente el teléfono.

—¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora?


¿Sentarme aquí a esperar yo sola con un cadáver a mi lado?

Por desgracia, parece que no tengo otra opción.

Sin embargo, es una situación extraña. Los


cambiaformas lobo suelen moverse en manada y, los que
viajan solos, en especial las hembras más débiles, no se
alejan mucho de sus guaridas. Esta parte del bosque está
demasiado lejos para que haya venido ella sola.

A menos que la hayan atraído hasta aquí.

—Pero, ¿¿quién querría matarte? —murmuro,


sentándome en el tocón de un árbol y mirándola fijamente.

La muerte nunca me ha asustado; es una parte


inevitable de la vida. Tampoco me asusta morir.
Normalmente, la reacción que uno tiene tras ver a una
persona muerta es miedo, llanto y conmoción. Yo no siento
ninguna de esas cosas.

Por el contrario, siento preocupación. ¿Se trata de un


asesinato fruto del rencor o de alguien que tiene la mira
puesta en los Otros de Arrow Brooke?

No me quedo a solas con mis cavilaciones durante


mucho tiempo. Antes de que pasen treinta minutos, veo
irrumpir en el claro a un lobo que me resulta familiar. De
pelaje rojizo, más grande que yo y con unos inteligentes
ojos ámbar, la forma lobuna de Austin es magnífica,
majestuosa, incluso.

Espero a que cambie a su forma humana antes de


ponerme en pie. Me sorprende que haya venido solo.
¿Quizás él estaba más cerca?

Me adelanta y su cuerpo es un borrón mientras corre


hacia el cadáver. Tras unos segundos, suspira.

—Es Marsha.

No sé quién es Marsha, pero sí puedo asegurar que está


molesto.

Pero no tan molesto como para que no pueda empezar a


interrogarme.

—¿Por qué huele tanto a ti?

—Porque me caí encima de ella —digo sin rodeos—.


Había algo en el bosque y estaba buscando el camino de
vuelta al sendero principal. No la vi ahí tirada.

Austin me lanza una mirada penetrante.

—¿Qué quieres decir? ¿Había alguien aquí contigo?

—No conmigo —le corrijo—. Pero el bosque se volvió muy


silencioso de repente, y sentí que me acechaban.
Al pronunciar estas palabras, me doy cuenta de la
gravedad de la situación.

—¿Viste a ese alguien? ¿O lo que creas que fuera?

Sacudo la cabeza.

—No vi nada, pero lo notaba.

Me lanza una mirada incrédula y se me queda mirando


como si se le acabara de ocurrir algo.

—¿Por qué estabas en el bosque a estas horas de la


noche?

Alzo una ceja.

—Quería estirar las piernas, así que di un rodeo más


largo de lo habitual por el bosque.

—¿A estas horas de la noche?

Aprieto los dientes.

—No sé si te has dado cuenta, pero me paso cada


segundo del día trabajando. Apenas tengo una hora para
relajarme después de mi turno de noche. Así que sí, decidí
darme un paseo por el bosque y de noche. ¿Te supone eso
algún problema?

Cuando no dice nada, siento que algo se me aprieta en la


boca del estómago.
—Espera. No pensarás de verdad que tengo algo que ver
con esto, ¿verdad?—Su mirada confirma lo que estoy
pensando—. ¡¿Has perdido la chaveta?!

Austin se endereza y me mira.

—Te lo preguntaré una sola vez. ¿Eres responsable de


esto?

El pecho se me agita de la rabia.

—¿Por qué iba a querer yo matar a esta mujer?

—Se me ocurren varias razones —dice Austin


bruscamente.

—¿Cómo cuáles?

—Estaba entre las mujeres que se enfrentaron a ti el otro


día.

Resoplo en voz alta.

—Es una forma bonita de decirlo. ¿Que se enfrentaron a


mí? ¿Quieres decir que me llamaron puta y demás cosas
terribles, aparte de acusarme de ir detrás de ti para intentar
llamar tu atención? ¿Es eso lo que quieres decir con lo de
«enfrentarse»?

Se queda mirándome y por fin me doy cuenta de a dónde


quiere llegar.

Hablo con voz tensa.


—Austin, si guardara rencor y empezara a matar gente
por cada cosa desagradable que dijeran de mí, dejaría un
largo rastro de cadáveres tras de mí. Dejemos eso claro. Y si
quisiera matar a alguien, convertiría su cuerpo en polvo. —
Chasqueo los dedos con una mirada ojos fría.

Veo cómo sus ojos se endurecen y continúo.

»Desde luego, no les rajaría la garganta, los abandonaría


en el bosque y fingiría tropezar con ellos por gusto. O sea,
¿es que estás borracho o algo así?

—Una de mis compañeras de manada ha muerto, ¿y tú


te pones a hacer bromas? —sisea.

—¡Me estás acusando de matarla! —gruño—. ¿Qué


quieres que haga? ¿Que me quede aquí y asienta de forma
sumisa para que por fin tengas una excusa para matarme?
Ni de coña.

—¡No estoy buscando una excusa para matarte! —gruñe


él a su vez—. No sé quién te ha metido esa idea en la
cabeza, pero no es el caso.

Me quedo ahí de pie, atónita ante la profundidad de su


rabia.

—No voy a disculparme porque cada interacción que


tengo contigo me deja un sabor amargo en la boca —digo
finalmente—. Pero tampoco voy a aceptar que me acuses
de ser su asesina. No tengo ninguna razón para ir tras esta
mujer.

—¿Serían los celos razón suficiente? —escupe.

Puedo sentir a los otros lobos emergiendo de entre los


árboles, y sé que son todos miembros de la manada.

—¿Celos de qué exactamente? —digo con tono áspero. —


Puedo ver la sospecha en los ojos de los lobos, y eso me
enfurece—. ¿Por qué iba a estar celosa de esa mujer?
¿Estabas liado con ella o algo así?

Espero que me regañe de nuevo o algo así. Lo que no me


espero es su silencio.

Y ese silencio es como un puñetazo directo en las tripas.

Estaba liado con ella.

Noto que se me revuelve el estómago. A pesar de todo,


esto se asemeja a una traición que nunca me podría haber
imaginado. Siento como si me hubiesen destripado por
dentro. Me cuesta mantener la calma.

—Ya veo —digo finalmente cuando puedo confiar en mí


misma para hablar—. Así que esa es la verdadera razón. —
El obligarme a sonreír es como apuñalarme yo misma en el
corazón—. Por desgracia, no sabía que tenías novia. Te
llamé por pura cortesía, ni más ni menos. Entiendo que
estés sufriendo la pérdida de la mujer que amas, así que
haré caso omiso de tus palabras por ahora. Pero este es un
asunto de la manada, y sé cómo funcionan las
investigaciones. Yo no la maté y puedes buscar todas las
pistas que quieras para probar que fui yo, pero no las vas a
encontrar. Porque no tuve nada que ver con esto.

Austin parece que quiere decir algo, pero le interrumpo:

—Y ahora me marcho a casa.

Cuando me doy la vuelta, dos de los cambiaformas se


interponen en mi camino. Hago un gesto con la muñeca,
con voz fría.

—No me pongáis a prueba esta noche. Os aturdiré hasta


que os desmayéis.

Dejo que vean la chispa de electricidad que se mueve


entre mis dedos.

—Dejad que se marche. —Escucho decir a Austin desde


detrás de mí, y los dos cambiaformas obedecen.

—Sabia decisión —murmuro.

Me alejo, con la cabeza alta y el corazón dolorido como si


no hubiera un mañana.

Ya estaba enamorado de alguien. Esa debe haber sido una de las razones por
las que me odia tanto.

Camino en línea recta hacia el linde del bosque sin


desviarme del sendero y sintiéndome verdaderamente vacía
por dentro. No sé cuánto tiempo me paso caminando, pero
estoy casi en el linde del bosque cuando oigo como una voz
conocida me llama.

Miro a un lado y veo a Jerry corriendo hacia mí.

—¡Seline!

Frunzo el ceño, sintiéndome preocupada de repente.

—¿Qué haces aquí? ¿Sabes lo peligroso que es estar aquí


fuera ahora mismo?

Jerry me mira a la defensiva.

—No estamos interfiriendo ni nada. Sólo estamos


echando un vistazo.

—¡Deberías estar en casa! —le regaño, aunque no me


corresponde—. ¿Y quién más está contigo?

Miro por encima de su hombro para ver al grupo de


juveniles, a la mayoría de los cuales ya conozco.

—Te juro que no estamos causando problemas. —Jerry


revolotea a mi alrededor, parece ansioso.

Suelto un suspiro.

—Mira, volved a casa, ¿vale? No es un buen momento


para estar aquí fuera. Y no deberíais alejaros tanto de
vuestro territorio. Yo también me marcho a casa.

—¡Te acompaño! —Jerry prácticamente salta en el aire, y


sé que quiere sonsacarme los detalles. Estoy a punto de
negarme cuando añade—: Me esperarán aquí y luego
volveremos juntos a la guarida directamente.

—Escucha, no es seguro...

—Nosotros vamos en un grupo. Tú estás sola —


argumenta Jerry—. Es más peligroso para ti. ¡Todos te
acompañaremos a casa!

El resto de los juveniles también se han decidido, así que


acabo con una escolta bastante numerosa.

—Era Marsha, ¿verdad? —pregunta Jerry en voz baja


mientras avanzamos por la carretera—. Escuché a mi madre
diciéndolo. Dijo que esto desbarataría todo el asunto de la
candidata.

—¿De qué hablas? —Le miro con curiosidad.

—Era una candidata popular para convertirse en la


hembra alfa —me dice Jerry, estirando los brazos y cerrando
las manos detrás de la cabeza—. Todo el mundo lo pensaba.

Parpadeo, deteniéndome en medio de la carretera.

—Creía que era la novia de Austin.

Jerry me mira fijamente.

—¡Pues claro que no! Tenemos a siete hembras


compitiendo para ser la hembra alfa. Según mamá, Marsha
iba en cabeza.
Miro fijamente la carretera, con la mente en blanco.

Jerry parece confundir mi silencio con disgusto.

—No te preocupes. No nos caía bien. No a toda la


manada le gusta esta forma de elegir a la hembra Alfa,
sobre todo cuando Austin ya tiene a una compañera
predestinada por ahí. Y a muchos de nuestros compañeros
de manada les gustas en serio, Seline, en especial a las
hembras. Pero Austin tiene que hacer lo que quieren los
ancianos de la manada.

—Sí —aporta Lou—. Ellos son los que mandan de verdad.


Más o menos.

—No del todo —argumenta otro menor.

—Venga, vamos —se burla Lou—. Los ancianos de la


manada lo dirigen todo.

—Sí, pero cuando Austin consiga una compañera,


tendrán que ceder, ¿verdad?

Se oyen sonidos de incredulidad, y me pregunto cómo de


complicada es la política de su manada para que incluso los
juveniles hablen así. Sé que, si una manada empieza a
pelearse desde dentro de esta forma, las cosas sólo van a
peor.

Los juveniles siguen hablando entre ellos hasta que


llegamos a mi edificio.
—Cuando lleguéis a casa, mandadme un mensaje —
ordeno con severidad.

Asienten y se despiden con la mano antes de volver


corriendo hacia el bosque.

Entro en casa en cuanto se van. Tengo la cabeza hecha


un lío con tantos pensamientos dando vueltas, así que
intento vaciarla.

Al ponerme una camiseta holgada, siento un pinchazo en


el cuello. Es una perturbación de la magia, una sensación
parecida a la que sentí cuando Austin invadió mi territorio.

Miro por la ventana casi instintivamente, sólo para ver a


un lobo gris parado en medio de la calle, observándome.

No es Austin.

Tiene un aire amenazador que hace que quiera volver a


comprobar las cerraduras, por muy inútil que sea. Pero son
sus ojos los que realmente me molestan.

Tiene ojos de muerto.

Los ojos de alguien cuya alma hace tiempo que se desvaneció.


Capítulo 14

Seline

A la mañana siguiente, el lobo ya no está ahí, pero sigo


sintiéndome inquieta.

Mientras cierro mi apartamento con llave antes de irme,


veo que la puerta de Lacy está abierta. Parece emocionada
y un tanto asustada cuando me grita:

—¡Eh! ¿Has visto el tablón de noticias del vestíbulo?

—¿Qué? —Giro la llave antes de sacarla de la cerradura


—. ¿Por qué?

—¡Frank nos ha dejado!

Me quedo bien quieta.

—¿Que nos ha dejado en plan que se ha muerto, o en


plan que se ha ido de vacaciones?

Lacy prácticamente salta de felicidad.


—Hace unos días se presentó un hombre en su casa y
Harry oyó gritos y chillidos. Y ayer llegó un aviso de que el
sobrino de Frank iba a hacerse cargo del edificio. Es el
nuevo propietario. Frank se ha ido, hizo las maletas y se fue.

No puedo decir que lo sienta. Frank se lo merecía. Pero


me sorprende que haya pasado algo así y ni siquiera haya
oído los gritos. Tengo bastante buen oído.

—Bueno, Dios lo vea irse. —Hago una mueca—. Era una


mosca cojonera. ¿Ya has conocido al nuevo casero?

—Es un encanto —dice Lacy—. Pero me ha dicho que es


el gerente. Frank vendió el edificio. Ezar, su sobrino, me dijo
que aún no conoce al comprador.

Oigo a Lacy hablar sin parar de lo mono y considerado


que es Ezar mientras salimos por la puerta.

—Mientras no les haga proposiciones sexuales a las


mujeres de este edificio, por mí como si Ezar es un troll con
tres ojos —digo mientras nos separamos al final de la calle.

Observo cómo se despide de mí con la mano y corre


hacia la parada del autobús antes de dirigirme al Benny’s.

Hoy tengo muchas cosas en la cabeza. Que muera una


loba cambiaformas de una manada que acaba de mudarse
no tiene buena pinta. Y el hecho de que yo esté en el
epicentro de esta situación es un problema.
A lo largo del día, mis pensamientos se desvían hasta ir a parar a Marsha.
¿Por qué era ella un objetivo? ¿Por qué alguien atacaría y mataría a una hembra
cambiaformas?

Lo que más me molesta es que Austin no encontró más


olor en ella que el mío. ¿No resulta eso demasiado
conveniente?

Las cosas dan un giro cuando llego a mi trabajo de la


tarde. El número de Otros presentes me pone tensa. No es
algo normal. Y la forma en que no dejan de mirarme me
tiene en vilo.

El asesinato de anoche está presente en mi mente. Tengo


un mal presentimiento. Las tres hembras cambiaformas
también se muestran reservadas en mi presencia.

A medida que anochece, mi ansiedad aumenta. Gina y


Marie ya han llegado para sus turnos y los clientes humanos
se han reducido. Una vez más, noto las miradas extrañas y
los susurros que no parecen detenerse.

Pasa una hora más o menos antes de que me enfrente a


uno de los clientes habituales sentado en la barra.

—Hank, ¿sabes lo que está pasando? ¿Por qué me mira


todo el mundo?

Hank se remueve en su asiento.

—Espera, ¿no lo sabes?


—¡Claro que no! —Me siento molesta—. Parece que no
puedo deshacerme de todos estos señalamientos y susurros
desde esta mañana.

Baja la voz, siempre deseoso de compartir los cotilleos


locales.

—Mira, es sólo que hay un rumor circulando por ahí de


que encontraron asesinada a una de las hembras lobo
cambiaformas de una de las nuevas manadas, y que tú
estabas detrás de ello. No es que me lo crea.

—Claro que no —murmuro, sintiendo ramalazos de


pánico y rabia.

¿Por qué me señalan todos? ¿Por qué iba a matar yo a Marsha?

—¡Eh, Shola! —Detengo a uno de los juveniles que pasa


corriendo junto a mí hacia una mesa—. ¿Qué sabes acerca
de ese rumor sobre mí?

A estas alturas, ni siquiera me importa lo franca que


estoy siendo.

Shola se detiene en seco y parece incómodo.

—Le hemos dicho a todo el mundo que no es verdad.

—¿Quién lo empezó? ¿Austin tiene algo que ver con


esto?

Se le abren los ojos como platos.


—¿Austin? No. —Agita las manos, presa del pánico—. ¡No
ha sido él! ¡Él nunca haría algo así! Fue... —Puedo ver cómo
su incomodidad va en aumento—. Fueron algunas de las
hembras de la manada. Raven, para ser más precisos.

Recuerdo ese nombre.

—¿Raven? ¿Por qué iba ella a...?

Shola parece sentirse culpable.

—Bueno, es una de las candidatas de las que te


hablamos anoche, y te odia. En plan, te odia muchísimo. Y
en cuanto todo el mundo se enteró de que se trataba de
Marsha, empezó a decirles a todos que debías haber sido tú
porque estabas celosa.

Se me tensa la mandíbula.

—¿Y la gente la cree? Tu manada...

—No todo el mundo. —Shola hace un gesto con las


manos—. Como te dije, le gustas a muchos de los
compañeros de manada, sobre todo a las hembras. Y a
nosotros también. Austin le echó la bronca a Raven, pero ya
sabes cómo va el rollo en cuanto se corre la voz.

Sí, lo sé. Y no es nada bueno.

Por desgracia, no hay forma de demostrar mi inocencia


hasta que la manada termine con su investigación, pero
puedo ver cómo los juveniles tratan de acallar a los cotillas
del bar.

Me resulta difícil dar por finalizado mi turno con todas las


miradas críticas sobre mí. Debido a mi creciente ansiedad,
me equivoco en algunos pedidos. Se supone que este lugar
es mi hogar, mi santuario.

¿Por qué va todo tan mal?

Me siento como si retrocediera en el tiempo y volviese a


ser una niña aterrorizada que se siente observada por
miradas acusadoras. Gina y Marie parecen preocupadas,
pero no pueden hacer gran cosa.

¿Por qué se piensa esta gente que tengo algo que ver
con esto? ¿Cómo se supone que voy a demostrar mi
inocencia?

Para cuando llega mi descanso, me duele la cabeza y me


dirijo al callejón trasero para fumarme un pitillo. Es un
hábito que estoy intentando dejar, no tanto por razones de
salud como por lo caro que resulta mantenerlo.

Apenas he dado una calada cuando alguien se me acerca


en la oscuridad del callejón. Doblo los dedos y el crepitar de
la electricidad actúa como una sonora advertencia.

—Soy yo.

Bajo la mano al oír la voz de Austin, sintiéndome de mala


hostia.
—Uy, fantástico. Como si mi día no estuviera yendo ya
bastante mal. ¿Qué quieres ahora?

—Igual si te guardas las garras, podemos tener una


conversación normal. —Austin camina hacia el foco de luz.

—Contigo nunca se puede tener una conversación


normal. —Le doy otra calada, cansada—. Bueno, ¿qué toca
hoy? ¿Un recordatorio de lo inservible que soy? ¿O a lo
mejor quieres restregarme por la cara a todas las hembras
que hacen cola para ser tu compañera? —Mi voz adopta
ahora un tono burlón—. O espera... a lo mejor toca
llamarme puta, ya que parece que tú no lo haces lo
suficiente.

Austin se estremece ante mis palabras.

—No... Quiero hablar contigo de algo.

—Sí, está claro. —Tomo asiento en el borde del banco,


levantando la vista para mirarle—. Te he dado tus opciones
habituales y hasta me he sentado aquí para escuchar
obedientemente. ¿Ves?

Me complace ver la frustración en su expresión.

—Si ya has terminado con el sarcasmo, ¿podemos


hablar? —me dice.

Doy otras dos caladas antes de encogerme de hombros.

—Necesito tu ayuda.
Me echo a reír. Es una risa profunda, de esas que hacen
que te duela la barriga, pero la situación no tiene nada de
graciosa. Es una risa cargada de agotamiento, preocupación
y miedo. Tras unos minutos, me seco los ojos.

—No, ahora en serio, basta de bromas. ¿Qué quieres de


verdad?

—No estaba de broma —dice rígido.

—¿Quieres ayuda de la híbrida inútil? —Esto me divierte


morbosamente—. ¿Y con qué?

Tiene la mandíbula tensa.

—Sé que te están tendiendo una trampa.

Me quedo inmóvil, todo rastro risa se desvanece en mí.

—¿Qué?

Se toma un momento antes de responder.

—Querrás limpiar tu nombre. Y yo quiero dar con el


asesino.

Le doy otra calada al pitillo antes de soltarlo, disfrutando


de la irritación en su mirada.

—Sigo sin entender para qué parte necesitas de mi


ayuda.

—Eres medio bruja.


—Y también hay muchos brujos en el pueblo, por si no te
has dado cuenta —señalo.

Vacila.

—Se niegan a ayudar.

Ladeo la cabeza, confundida.

—¿Qué? Pero si los brujos tienen fama de aceptar dinero


por sus servicios. Por eso la Torre Mágica está como está.

—Bueno, se niegan a ayudarme a mí. —Austin frunce el


ceño.

Hago una mueca.

—Vaya, debes de haberlos cabreado de verdad. —Le


miro, contenta de que alguien le haga sufrir—. Menuda
mierda ser tú.

—Seline —habla con voz dura.

No puedo controlar mi reacción a oír su voz gruñendo mi


nombre. Siento que se me retuerce de hambre el bajo
vientre y me cuesta mucho esfuerzo ignorarlo.

—¿Qué? —También tengo que ignorar el hecho de que


puede oler mi reacción.

Los ojos le relampaguean con una emoción que me niego


a identificar.
—Necesito tu ayuda para investigar el asesinato —habla
en voz queda.

—¿Por qué no puedes pedírselo a tu manada? —inquiero.


No siento ningún deseo de cooperar con él. Como no
contesta, enarco las cejas al darme cuenta de lo que pasa—.
No confías en ellos.

—Marsha no era ninguna estúpida —dice Austin


bruscamente—. Podía comportarse como una idiota a veces,
pero no tanto como para adentrarse en el bosque y alejarse
de nuestro territorio para seguir a un extraño,
especialmente a ti.

Hago una mueca, intentando tragarme el dolor que


siento.

—Debía de gustarte mucho. He oído que era una


candidata muy popular para ser tu compañera. Siento tu
pérdida.

Duele decir esto, pero, aunque él sea completamente


despiadado en lo que a mí respecta, no soy inmune a su
dolor.

Vacila, está claro que no se esperaba esa última parte.

—Gracias.

—Por desgracia —digo mientras me pongo en pie—, no


quiero ayudarte. Ya estoy más involucrada con tu manada
de lo que me gustaría.
Austin me bloquea el paso.

—Tal y como van las cosas, te señalarán a ti como la


asesina.

—¿Y? —Me quedo mirándolo—. Ya te he explicado por


qué está mi olor sobre ella. Que no tengas más pistas no
significa que me vayan a castigar a mí. Y para que lo sepas,
estoy bajo la protección del alcalde del pueblo. Lo conoces,
¿verdad? No es alguien a quien quieres como enemigo.

—Por más de acuerdo que esté con eso, el cazador de la


manada no funciona así —dice en voz baja—. Es parte de mi
manada, pero en situaciones como estas, no puedo
controlarlo. Los únicos que tienen un cierto control sobre él
son los ancianos y, si las cosas siguen igual, vendrá a por ti
y nadie podrá pararlo.

Le miro fijamente y un escalofrío me recorre la espalda.

Sé bien cómo trabajan los cazadores de las manadas.

De pronto, se me ocurre algo y siento una extraña


sensación de fastidio.

—¿Qué aspecto tiene? —Cuando Austin abre la boca,


añado—: En su forma de lobo.

Frunce el ceño.

—Tiene el pelaje gris.

—¿Es el único de tu manada con ese color?


—Sí.

—¿No es un poco pronto para que esté vigilando mi


apartamento?

Austin se queda paralizado.

—¿Qué?

—Anoche estaba fuera de mi apartamento,


observándome desde el medio de la calle —digo con fuerza.

Austin parece disgustado.

—¿Por qué no me llamaste?

Le miro fijamente.

—¿Para decirte qué? Si hubiera venido hasta mi


apartamento, lo habría frito.

Sueno demasiado engreída. Con el ritmo al que ha ido


decayendo mi salud, como mucho puedo darle un susto leve
a alguien.

—Dudo que incluso tú seas capaz de enfrentarte sola al


cazador de la manada —dice Austin con tono sombrío—. Y
no seas tan estúpida como para intentarlo.

Pues claro que no.

—Sigo sin ver por qué intentas limpiar mi nombre. —


Lucho contra el impulso de sacar otro cigarrillo—. No hay
garantía de que pueda ayudarte a revelar al verdadero
asesino.

—No te equivoques —dice de repente—. No me interesa


ayudarte a ti. Sólo quiero evitar que el alcalde eche a mi
manada del pueblo, que es lo mínimo que nos hará.

¿Por qué cada vez que me habla se asegura de utilizar palabras para herirme
a conciencia?

La risa me sale un poco triste. Me pregunto cuándo me


acostumbraré a las crueles pullas de Austin.

—Bueno, esa es una buena motivación, sí. Pero también


debes estar desesperado por descubrir quién mató a
Marsha. Viendo que ella iba en cabeza para convertirse en
tu compañera.

Austin resopla en mi cara.

—No finjas sentirte tan insultada mientras tú estás


babeando por otro lobo alfa. Por cierto, ¿cómo le va a Loyd?

Siento un brote de ira.

—Lo sabía. Sabía que encontrarías la forma de ponerte


en plan condescendiente. Es algo que se te da muy bien. Me
pregunto qué dios de este universo pensó que merecía estar
unida a alguien tan despiadado como tú. Pero antes de que
me taches directamente de puta del pueblo, no he visto a
Loyd desde aquella noche. Verás, a diferencia de ti, yo no
voy por ahí haciendo un casting. Y tengo suficiente con lo
mío como para andar abriéndome de piernas, como a ti y a
tu pandilla os encanta insinuar. Pero empiezo a pensar que
debería hacerlo. Si quieres acusarme de algo, lo menos que
puedo hacer es no dejarte de mentiroso.

Austin palidece ante mis palabras, pero no espero


respuesta antes de darme la vuelta y largarme.

Ya dentro, cierro la puerta de golpe y me apoyo en ella,


intentando controlar mi respiración.

Cómo duele, joder. Quizá el cazador de manadas me haga un favor


deshaciéndose de mí.

Suspirando, me deslizo hasta el suelo, cubriéndome la


cara con las manos y obligándome a contener las lágrimas.

—¿Seline?

Me aparto las manos de la cara para ver a Jerry


mirándome desde la puerta del otro cuarto con cara pálida.

—¿Estás bien?

—Sí. —Hundo los dientes en mi labio inferior—. Sí, estoy


bien. ¿Puedes darme unos minutos?

Pero no se mueve del sitio.

—Acabas de estar con Austin, ¿verdad?

—No... sí... por favor, vete, Jerry. Estaré contigo en un


minuto.
Veo que no quiere irse, pero me deja mi intimidad. Al
cabo de un momento, me sorbo los mocos y me lavo la cara
en el cuarto de baño anexo. Mi mano toca el pomo cuando
me invade una oleada de náuseas.

La vista me parpadea, tropiezo con el suelo y todo se


oscurece casi al instante.
Capítulo 15

Seline

Es Gina quien me encuentra cubierta de vómito y sangre.

—¡Seline! —La alarma y el miedo se entremezclan en su


voz mientras se apresura a ayudarme a levantarme del
suelo.

Consigo incorporarme, sintiéndome confusa, y como si


algo me estuviese martilleando la cabeza.

Toda la debilidad que desapareció después de las


pociones que me dio Sam, ha vuelto con fuerza. Apenas
puedo levantar la cabeza. Siento que todo mi cuerpo se está
apagando y, por primera vez, ni siquiera me importa.

¿Cuándo se volvió tan desdichada mi vida que la muerte me parece una


opción atractiva?

—¡¿Qué ha pasado?! —Gina me apoya contra la pared,


coge una toalla y la humedece para limpiarme la cara.

—M-me caí —consigo balbucear, pero Gina me lanza una


mirada incrédula.
—No nací ayer, Seline. Te pasa algo muy grave desde
hace tiempo —me dice con suavidad mientras me limpia la
sangre y el vómito de la cara y el cuello.

Cierro los ojos y siento alivio al contacto con la toalla fría.

—¿Has ido a ver a un curandero? —pregunta con tono


cortante.

—No puedo permitírmelo —digo con voz ronca.

—¡Y una mierda! —Gina se levanta para lavar la toalla


humedecerla de nuevo.

La agarro de la mano.

—Hablo en serio, Gina. No tengo tanto dinero. No tengo


nada de dinero, de hecho.

—Bueno, no necesitas dinero. —Gina baja la cabeza y los


ojos le arden con ferocidad—. Conozco a alguien que no te
cobrará ni un céntimo.

—Gina...

Gina me aprieta la mano.

—¡Me acogiste y me diste un trabajo cuando no tenía


nada, Seline! ¡Lo menos que puedes dejarme hacer por ti es
llevarte a un curandero!

—G…
—¿Por qué te cuesta tanto dejar entrar a alguien en tu
vida? —estalla de repente. Los ojos se me abren de par en
par.

—¿Qué? —tartamudeo.

—Actúas como si a nadie le importaras una mierda y


tuvieras que ir por la vida tú sola, ¡cuando eso
sencillamente no es verdad! ¡Yo estoy aquí! ¡Marie está
aquí! ¡Queremos estar ahí para ti! ¿Por qué no puedes
apoyarte en nosotras de vez en cuando?

Parece verdaderamente disgustada. Siento una pizca de


culpa, a pesar de lo débil que me siento.

—Lo s-siento...

Se seca los ojos.

—Oh, cállate. Venga, vamos. Te ayudaré a levantarte.

¿Adónde vamos?

Pero no tengo fuerzas para preguntárselo.

*** ***

La curandera que mencionó Gina posee una pequeña


clínica por la que paso a menudo de camino al trabajo.
Nunca he entrado, sabiendo lo desorbitadas que suelen ser
las tarifas.
Una mujer de unos treinta años nos conduce a una
pequeña habitación en la parte trasera del edificio. Siento el
cosquilleo de su magia curativa y me estremezco, todavía
sintiéndome muy mal.

Después de unos minutos, cierro los ojos y Gina me


agarra la mano, hablando con un pánico evidente en la voz.

—Quédate despierta.

—No voy a morir si me quedo dormida —digo


débilmente.

—No —interviene la curandera, negando con la cabeza—.


Pero es un milagro que estés viva ahora.

—¿Qué? —digo mientras Gina me ayuda a sentarme.

La curandera parece estar reflexionando.

—Es muy raro que un híbrido como tú haya encontrado


una pareja predestinada. Dentro de la comunidad
cambiaformas, no suele ser buena idea rechazar a una
pareja predestinada. No es porque sea tabú, sino porque
puede tener efectos adversos en cada una de las partes. Sin
embargo, los efectos desaparecen al cabo de unos meses.

—Entonces, ¿por qué no han...?

—Porque eres una híbrida —me dice sin rodeos—. Por


alguna razón, el rechazo parece estar matándote.

Suelto una carcajada temblorosa.


—¿Cómo... cómo se te ocurre...?

—Tu cuerpo se está desgarrando. —La curandera toma


asiento tras su escritorio—. Esto es algo común en los
híbridos. Si no consigues la marca de apareamiento, te vas
a morir.

Me la quedo mirando, atónita.

—Deberías decirle a tu compañero que...

—No lo hará —murmuro—. Preferiría que me muriera.

Los ojos de la curandera se suavizan.

—Lo siento.

Todavía estoy tratando de digerir la noticia.

—Yo... —Levanto la vista hacia ella—. ¿Cuánto tiempo me


queda?

La curandera saca unos frasquitos de pociones.

—Si los consumes a diario, hasta un año. Estas pociones


curativas no son una solución permanente, por desgracia.
Las hierbas que contienen pueden ser bastante tóxicas para
ti si las tomas durante mucho tiempo.

Ni siquiera me molesto en preguntar cómo me afectará.

Un año. Un año es mucho tiempo. Y muy poco.


Me siento entumecida ante todo esto, como si fuera una
tercera persona en esta sala escuchando cómo diagnostican
a otro.

Oigo a Gina sollozar mientras me miro las manos. Oigo


que la curandera me habla, pero no distingo sus palabras.

Un año.

Después de todo lo que he pasado, siempre he pensado ―una parte de mí


esperaba― que en algún lugar me aguardaba un final feliz. ¿Pero que lo único
que me espere después de todo este dolor y sufrimiento constante sea la
muerte? ¿Una muerte dolorosa, además?

Quiero reírme. Quiero arrancarme el pelo y gritar por lo


injusto que es todo.

¿Qué sentido ha tenido esta vida?

*** ***

Gina me lleva a casa.

—Si le cuentas todo a Austin... —empieza.

—No me quiere, Gina. —Enrosco las manos alrededor de


la taza de té que tengo en la mano—. Después de las cosas
horribles que me ha dicho, de la forma en que me
degrada… Mi condición de híbrida es una mancha en su
honor. Si pudiera, apostaría lo que fuera a que me
estrangularía con sus propias manos.

—Tal vez estabas...


—¡No digas que puedo estar equivocada! —Levanto la
cabeza para mirarla, repentinamente enfurecida—. ¡Ese
hombre me ha tratado como si fuera escoria desde el
primer día! Ay, Dios. —Mi ira se desinfla tan pronto como ha
aparecido. El cansancio me invade—. Joder, estoy tan
cansada de todo esto.

—Seline. —Gina habla en tono suave.

—¿Sabes lo que quiero hacer ahora mismo? —digo—.


Quiero recoger todas mis cosas y abandonar este pueblo
dejado de la mano Dios. Quiero irme a algún lugar lejano.
Quiero ir a todos esos lugares que siempre he querido
visitar. Quiero vivir la vida a mi manera mientras pueda.
Lejos de todos los que quieren usarme, humillarme y
herirme todo el tiempo.

La sola idea de morir en este pueblo donde sólo a una o


dos personas les importará una mierda hace que sienta que
me falta la respiración.

—Quiero vivir a mi manera y morir a mi manera.

—Pues hazlo —dice Gina de repente, poniéndose en pie


—. Te lo mereces.

La miro y me pregunto si debería hacerlo. No quiero


quedarme aquí y que me recuerden constantemente todo lo
malo que hay en mi vida.

Gina intenta sonreír.


—Además, con todas las muertes repentinas que está
habiendo, ¿es Arrow Brooke seguro siquiera?

La miro fijamente.

—¿Ha habido más de una muerte?

—¿No te has enterado? —Parece sorprendida—.


¿Conoces esa oficina de asesoría financiera al sur del
pueblo, la que está dirigida por vampiros?

Me pongo rígida.

Ese es el negocio de usureros de Jamie.

—¿Qué pasa con ella? —pregunto despacio.

—Bueno, a seis de sus hombres los encontraron muertos


en sus casas hace dos días. Estaban gravemente heridos y
parece ser que sufrieron una muerte dolorosa, pero sus
vecinos juran no haber oído nada.

Se me corta la respiración.

¿Seis de los hombres de Jamie han muerto?

No es fácil matar a un vampiro, mucho menos a seis.

—Algo acecha en este pueblo —murmuró Gina con


inquietud—. Una loba cambiaformas, y después seis
vampiros. ¿Habrá alguien dándole caza a los nuestros?

No sé qué decir, pero esto no pinta nada bien. El Sr.


Hamrington debe de estar que echa humo.
—No crees que sea un cazador, ¿verdad? —Gina palidece
mientras me mira.

Resoplo.

—Eso no son más que mitos. El hombre del saco que


usan los padres para meter a sus hijos en cintura.

Pero me asusta que haya alguien ahí fuera liquidando a


Otros con tanta facilidad.

—Quizá sea mejor que te vayas del pueblo —murmura


Gina—. Si siguen sucediéndose estas muertes, puede que
yo también me vaya.

Le doy la razón en silencio.

*** ***

Mi diagnóstico me deja aturdida durante los dos días


siguientes. Apenas me doy cuenta de nada, mi mente no
para de divagar.

Le envío un mensaje de texto a mi madre, con la


esperanza de que se dé cuenta de la gravedad de la
situación y por fin me mire de verdad. Pero me deja en leído
sin responderme.

No sé por qué esperaba más de ella.

Pero esa niña pequeña que hay en mí sigue esperando


algo más, diciéndome que recapacitará.
Lo que me saca de este trance es ver a un vampiro
esperándome en el bar una semana después. No le
reconozco hasta que me dice que le envía Jamie y me
entrega un papel. Es otro préstamo que ha pedido mi
madre.

No siento nada, pero cuando mis ojos se posan en la


fecha, veo que es el día después de que le enviara el
mensaje diciéndole que me queda un año de vida. El asco y
la rabia se apoderan de mí al ver la enorme cantidad que ha
sacado. El razonamiento que hay detrás de todo esto es
repugnante.

Quiere que aproveche este último año de mi vida para que ella pueda
exprimirme al máximo.

Con la muerte cerniéndose sobre mi cabeza, por fin me


desprendo de mis emociones y miro este papel, viendo las
cosas más claras que nunca.

—Yo no voy a pagar esto —digo mientras se lo devuelvo


al vampiro—. De hecho, dile a Jamie que, ya que ella pidió
los préstamos anteriores, que los pague todos ella. Yo me
planto.

El vampiro me estudia.

—Esto no funciona así. Tú eres la fiadora...

—Debes de ser nuevo por aquí —lo corto bruscamente—.


Vuelve y dile a Jamie lo que te acabo de decir. Me lo debe, y
esto es lo único que me ha ofrecido a cambio. Si alguna vez
quiero echarme atrás en el pago de los préstamos, me
dejará en paz y acudirá directamente a mi madre. Dile que
le pido que me devuelva el favor.

El vampiro me mira fijamente antes de volver a guardar


el papel en el bolsillo de su abrigo.

—De acuerdo, entonces.

Le veo marcharse y me invade la sensación más


liberadora que he tenido nunca. No hay culpa dentro de mí.
No hay nada.

Años de dolor y tormento a manos de mi madre, todo ese


maltrato despiadado que sufrí cuando era sólo una niña,
siempre lo excusé como algo que era culpa mía. Pero ahora
siento rabia por cada momento de dolor que he tenido que
sufrir a sus manos. Si no me quería, debería haberme
echado a la calle o entregado a alguien a quien le hubiera
importado una mierda.

Le doy la espalda a la puerta y vuelvo al trabajo.

Que se ocupe ella misma de sus problemas a partir de ahora.

A medida que avanza la noche, noto una sensación de


inquietud entre los juveniles. Jerry no deja de mirarme.

Más tarde, Marie me cuenta lo que ha pasado.

—Vio a Gina llevándote al curandero el otro día. Todos se


comportan de una forma muy reservada desde entonces.
Cuando se va, reflexiono sobre sus palabras. No soy
idiota. Sé que los chicos se han encariñado conmigo de
alguna manera. No es una situación ideal, pero también les
tengo bastante cariño. Pero no sé qué decirles para
explicarles nada de esto.

Mientras atiendo a los clientes, percibo un olor familiar.


Levanto la cabeza y veo entrar a Austin. Su mirada se topa
con la mía y mi cuerpo reacciona casi al instante. Aprieto los
dientes para controlarme.

Me fijo en los demás clientes y, cuando oigo el ruido de


una silla arrastrándose, sé que se ha sentado en la barra.

—¿Qué quieres? —Mi pregunta es transparente y él es


libre de tomársela como quiera.

—Una caña —emplea un tono suave.

Se la sirvo en una jarra antes de deslizarla hacia él. Estoy


a punto de alejarme, segura de que no va a intentar nada
estúpido, ya que muchos de sus compañeros de manada
han venido hasta aquí hoy, pero, cuando me agarra de la
muñeca, sé que me equivoco.

—Unas palabras.

Miro fijamente su mano y mantengo un tono agradable.

—Si no quieres que monte una escena aquí mismo, será


mejor me que quites la mano de encima.
Me estudia como si midiera la probabilidad de que
cumpla con lo dicho.

—¿Crees que es un farol? —Le miro, dejándole ver el


vacío que hay en mi interior. Pongo la otra mano en la barra
y dejo que fluya mi magia.

El suelo empieza a retumbar y oigo que a los clientes


comienza a entrarles el pánico. Austin abre mucho los ojos y
me suelta la mano de inmediato.

Mi mirada, posada sobre la suya, no vacila mientras digo


con dulzura:

—No os preocupéis, peña. Sólo ha sido un pequeño


terremoto. No pasa nada.

—No tenías por qué reaccionar así —dice Austin con


rigidez.

Le dirijo una mirada fría.

—Y tú no tenías por qué tocarme.

Mirarle me enfurece. Me recuerda todas las esperanzas


rotas de las que es responsable. Me recuerda que me estoy
muriendo por su culpa.

—No entiendo por qué sigues viniendo aquí cuando no


dejas de decirme que no quieres saber nada de mí —siseo,
venenosa.

Austin parece sorprendido por mi repentina ira.


—Ya te lo he dicho antes. No empieces a imaginarte...

—Créeme —gruño—. No me imagino nada. No tengo


ninguna esperanza respecto a ti. De hecho, lamento
profundamente el estar unida a ti. Si pudiera atravesarme el
pecho con la mano y arrancarme este vínculo predestinado,
lo haría sin pensarlo. Pero no puedo. Así que me toca vivir
con ello.

Su cara de sorpresa es como un bálsamo sobre mi


corazón malherido.

»Sé que te encanta decirme lo inservible que soy, pero


seguro que nunca te has parado a pensar en lo que yo
pienso de ti. —Me inclino más hacia él, enseñándole los
dientes y con odio en el corazón—. Deja de tocarme, deja de
acercarte a mí. Déjalo de una vez. Ni siquiera soporto tu
existencia, Austin.

La forma en que me mira fijamente, como si nunca


hubiera pensado que llegaría a despreciarle, es la visión
más satisfactoria del mundo.

Abre la boca y lo interrumpo para decirle fríamente:

—Deberías irte. Ya les has dado a tus compañeros de


manada suficiente espectáculo.

Echa un vistazo a su alrededor y su expresión se


endurece.

—Aceptaste ayudar. El cazador de la manada...


—Si el cazador de la manada viene a por mí, quizá hasta
me esté haciendo un favor llegados a este punto. —Mis
palabras son duras—. Desde el momento en que apareciste
en este pueblo, lo único que has hecho ha sido lanzarme
insulto tras insulto por Dios sabe qué razón. Me has
rechazado, ya lo pillo, pero al menos podrías haberte
mostrado como alguien civilizado al respecto. Eres tú el que
eligió hacer de mi vida un infierno, Austin. Así que no quiero
ayudarte. No me merezco lo que sea que me estés
haciendo. Y te aseguro que no me merezco nada de esto.

Me alejo, sin darle la oportunidad de decir nada.

Cuando miro en su dirección cinco minutos más tarde, ya


no está.
Capítulo 16

Seline

Al cabo de unos días, consciente de que ahora cada


momento de mi vida es finito, voy en busca del alcalde.

—¿Me avisas con tres meses de antelación? —El alcalde


Hamrington parece disgustado.

—No quiero seguir aquí. —Echo un vistazo a su lujoso


despacho.

—Si esto es por tu salario, puedo subírtelo...

—No se trata de eso —le aseguro, pero no se da por


satisfecho.

—Seline, con todo lo que está pasando, te necesito ahora


más que nunca. El bar...

—Puedes encontrar a otra persona que sea tus ojos y tus


oídos —digo con ligereza—. Has hecho mucho por mí,
alcalde, por eso estoy te estoy avisando con tres meses de
antelación.
Además, necesito ahorrar un poco.

Con el nuevo casero, el alquiler ha bajado, para sorpresa


de todos. También se están haciendo reformas en el edificio,
lo que habría estado bien si fuera a seguir viviendo ahí.

El alcalde me dirige una mirada de molestia.

—Te pone muy contenta lo de dejarme tirado, ¿no es así?


¿No sientes vergüenza alguna?

Me limito a sonreírle y él suspira

—Supongo que pedirte que te quedes es un poco egoísta


por mi parte.

Mete la mano en uno de los armarios y saca un talonario


de cheques. Garabatea algo en él y me lo tiende. Lo cojo y,
cuando veo la cantidad, se me abren los ojos como platos.

—Esto debería permitirte trasladarte a donde quieras y


vivir sin trabajar durante un año —dice.

—¿Q-qué?

Su voz adquiere un tono bajo ahora.

—Tengo oídos en todas partes, ya lo sabes.

Palidezco.

»Si supiera de alguna forma de salvarte, lo haría, Seline.


—Nunca antes me había hablado con tanta amabilidad—.
Desafortunadamente, tu situación es algo sobre lo que no
tengo potestad.

Se me empañan los ojos.

—Significa mucho esto que estás haciendo por mí.

Se aclara la garganta.

—Sí, bueno, valoro a los buenos empleados y tú no has


sido otra cosa que constante. Y tengo que admitir que te he
cogido cariño.

Cuando me marcho, me quedo un rato fuera del


ayuntamiento y cierro los ojos. Siempre pensé que no tenía
a nadie de mi lado, pero quizá eran mis inseguridades las
que no me dejaban ver a toda la gente que se preocupa
tanto por mí. Gina, Marie, Lacy, el alcalde…

Me duele el corazón, pero, con este cheque, el alcalde


me ha quitado de encima la preocupación por mis ahorros.
Mis labios se curvan en una suave sonrisa.

Puede que este año no sea tan malo como predije.

*** ***

Gina y Marie se ponen muy tristes cuando se enteran de


que me marcho, pero el trabajo tiene que continuar. Y con el
trabajo no falta el caos.

Mi brote de dramatismo de hace dos días vuelve a


morderme en el culo cuando un lobo anciano cambiaformas
se me acerca al empezar mi turno.

—¿Eres Seline? —pregunta el viejo arrugado.

Su tono ya roza la grosería, así que le dirijo una mirada


recelosa.

—Podría ser.

—Soy Daston Hallow —dice secamente—. Aunque estoy


seguro de que no necesito presentarme.

Sigo limpiando la barra.

—Lo siento, pero me temo que sí. No sé quién eres.

—Soy uno de los ancianos de la manada de Stone Creek.

Suspiro con irritación y con punzada de rabia.

—Pues claro que sí. —Tiro el paño de limpieza a un lado


—. ¿Y qué puedo hacer por ti, Daston, en este puto buen
día?

Sus ojos se entrecierran ante mi flagrante falta de


respeto.

—Puedes empezar por dejar en paz a mi manada.

Parpadeo antes de estallar en una carcajada que roza la


histeria.

—No puedes estar hablando en serio.


Se pone gallito.

—Vigila tu...

Ya he tenido suficiente de esta mierda.

—Mirad, ¿queréis que ponga un cartel o algo? No me


gusta que tu manada me acose constantemente para que
me aleje de vosotros. Jamás he ido detrás de ninguno de
vosotros y...

—Ahórrame el discurso —interrumpe Daston


bruscamente—. Tus constantes excusas para interactuar con
los juveniles y animar a las hembras a buscar trabajo fuera
de la manada son suficientes. Sé que estás intentando
colarte en la manada y no lo voy a consentir. Esas hembras
deben estar en casa, así que deja de llenarles la cabeza con
tus tonterías...

—No he...

—¿Crees que intentar conseguir su aprobación cambiará


la opinión que Austin tiene de ti? —Se burla, cortándome—.
¿De ti? ¿Una mestiza de baja categoría sin nada que aportar
a nuestra manada? Vives en un apartamento destartalado
con tantas deudas a tu nombre que da hasta vergüenza. Tu
manada te rechazó porque sabían que eras un desperdicio
de espacio. Tu propia madre desearía que estuvieras
muerta. Has arruinado múltiples vidas desde el momento en
que naciste, ¿y crees que vas a poder traer todo eso a mi
manada?
La sangre me abandona la cara mientras le miro
fijamente.

—¿Cómo sabes todas estas cosas? ¡¿Me has


investigado?! —Me siento como si alguien me hubiera
desnudado. Esta violación de mi intimidad es más que
humillante—. ¿Cómo te atreves...?

—Ni siquiera he empezado a contarte las cosas que he


descubierto sobre ti. —Daston me lanza una mirada
triunfante—. Y si comparto todos estos descubrimientos con
Austin... Si ahora te detesta, entonces no querrá ni
escupirte. Así de despreciable eres.

Sus palabras hacen que se me llene el pecho de rabia.

Continúa, consciente de que ha captado mi atención con


sus palabras.

—Así que, déjame dejarte esto claro. Nunca dejaremos


que una escoria como tú se asocie con nuestra manada. Y si
sigues tratando de colarte a la fuerza en nuestra manada, te
haré sufrir de formas inimaginables.

La ira hierve en mi interior. Quiero cruzar la barra,


agarrar al hombre por su pelo lleno de canas y aplastarle la
cara contra los cuchillos y tenedores que están a mi lado.

Sin embargo, me trago la rabia y le dirijo mi mirada más


fulminante.
—Bueno, por suerte para ti, tu preciado alfa y tu manada
están a salvo de mí. Me marcho del pueblo, así que no
tendrás que preocuparte por mí.

Veo la mirada de suficiencia en los ojos de Daston y


siento el deseo de romperle la mandíbula.

—Me alegra que veas que merodear por nuestra manada


no te llevará a ninguna parte. No queremos estar vinculados
con los de tu clase...

—Seline. —La voz de Sam nos interrumpe—. ¿Cómo está


mi chica favorita?

Por alguna razón, siento que la tensión acumulada en mi


interior se disipa al oír la voz de Sam, y todavía más cuando
miro en su dirección y veo la furia acerada en su mirada
conforme toma asiento. Gira sobre su taburete para mirar a
Daston y veo al otro hombre estremecerse ante las oleadas
de poder que emanan de Sam.

—No sabía que te llevaras tan bien con la gentuza local,


Seline —afirma Sam.

Me tiemblan los labios cuando veo lo roja que se le pone


la cara a Daston.

—Mira a quien ten...

El anciano de la manada se calla y su rostro palidece


cuando Sam lo mira fijamente. No me hace falta ni mirar
para ver lo acobardado que está por Sam. Nunca pensé que
el viejo brujo me caería tan bien, pero no ha sido más que
un apoyo para mí desde que lo conocí.

—Quizá deberías irte —le sugiero fríamente a Daston—.


De hecho, me parece que no deberías pisar nunca más este
bar.

—¡No puedes prohibirme la entrada a este local! —


Daston dirige su ira hacia mí. Antes de que pueda replicar,
Sam interviene con voz amenazadora.

—A mí me parece que sí. De hecho, ¿por qué no me


dejas ayudarte a sacar la basura, Seline?

La amenaza es suficiente para que Daston salga por


patas.

Observo como se marcha sin ceremonias, conteniendo la


risa.

—Dios, qué guay ha sido eso. Gracias...

Me interrumpo cuando veo que Sam me está frunciendo


el ceño.

—¿Qué? —pregunto a la defensiva.

—¿Por qué permites que te traten así? —Parece enfadado


mientras vuelve a sentarse—. Tus habilidades de bruja están
casi al mismo nivel que las de un brujo completo. Pon a esas
sanguijuelas en su sitio.
Es extraño ver tan furioso a Sam, que suele tener un
carácter afable. Lo miro boquiabierta antes de aclararme la
garganta.

—No valen la pena.

No tiene sentido decirle que mis habilidades han ido


disminuyendo desde que Austin me rechazó. Parece que mi
lobo no fue el único afectado.

—¿Te marchas? —Cambia de conversación rápidamente.

Por un momento, me parece ver agitación en sus ojos.


Pero el momento pasa y me convenzo de que estoy
imaginándome cosas.

—Sí, he dado el aviso con tres meses de antelación.

Guarda silencio un momento.

—¿Adónde piensas ir?

Me encojo de hombros.

—Siempre he querido viajar por el mundo, pero no creo


que tenga tanto dinero para eso. Así que voy a hacer lo
siguiente de mi lista. Voy a buscarme una casa junto a un
lago y alquilarla durante un año para disfrutar de un poco
de paz y tranquilidad.

Dios sabe que lo necesito.


—¿No eres demasiado joven para ir en busca de paz y
tranquilidad? —Sam me estudia atentamente.

Me río, entregándole el menú de la cena.

—Después de la vida caótica que he llevado, un poco de


paz y tranquilidad es lo que me merezco.

Parece un poco preocupado ante mis palabras.

—¿Tan infeliz fue tu infancia?

Normalmente no me gusta intercambiar historias de vida


con la gente, pero he abierto los ojos hace poco sobre las
personas que han intentado ayudarme. Aunque no son
muchas, algunas siempre han estado ahí, aunque no me
había dado cuenta hasta ahora. Esto me ha hecho
preguntarme si me he cerrado en banda a personas con las
que podría haber cultivado relaciones duraderas. Sam se ha
convertido rápidamente en alguien a quien puedo llamar
amigo.

Es difícil deshacerse de años de malos hábitos, pero


quiero hacerlo. Quiero acercarme a la gente y confiar en
ella.

Pero no me resulta fácil adoptar un enfoque más


vulnerable.

—A mi madre yo no le gustaba mucho precisamente. Y


cuando ni tu propia madre está dispuesta a protegerte, la
manada te trata como a una presa fácil.
Sam aprieta la mandíbula.

—Tratarían a una niña...

—Ah. —Vuelvo a limpiar los vasos porque necesito


ocupar las manos en algo—. Pero yo no era sólo una niña.
Era la vergüenza de la manada, la híbrida asquerosa. Y los
lobos cambiaformas no ven con buenos ojos que su linaje se
vea manchado por sangre impura.

Cuando Sam no dice nada, lo observo con inquietud.

—No pretendía ser pesimista.

—Debes haber despreciado a tu padre con ganas por no


haberte salvado de todo eso —habla con tono grave.

Sorprendida por sus palabras, me encojo de hombros.

—A veces. Otras me imaginaba cómo podría haber sido


mi vida. —Dejo el vaso en el estante—. Pero he aprendido
que la esperanza no es para gente como yo, y los sueños
tampoco. He decidido pasar este año tachando cosas de mi
lista de deseos.

Levanta la cabeza de golpe y frunce el ceño.

—¿Lista de deseos? ¿Es no es para gente a la que le


queda poco tiempo?

Me río ligeramente, pero esta vez no me atrevo a mirarle.

No puedo.
*** ***

Como brujo, Sam conoce a mucha gente, así que le


pregunto si puede encontrar a alguien que produzca la
poción curativa que me han dado. Si encuentro a alguien
que pueda hacerla a un precio más barato, pienso
comprarme todas las que pueda. No me importa lo tóxica
que sea.

Por desgracia, no vuelvo a tener noticias de Sam hasta


pasados unos días. Tampoco veo mucho a Austin, lo cual es
un alivio. Según los chicos, ha estado ocupado investigando
el asesinato de Marsha. Pero a juzgar por sus caras
sombrías, no todo marcha bien en la manada.

No me importa.

Me siento mal por Marsha y la manada. Perder a uno de


los suyos es algo de lo que lleva tiempo recuperarse.

Suspirando, hago sonar las llaves de mi apartamento al


jugar con ellas, preguntándome si habrán llegado las cajas
de embalaje. Gina cree que aún estoy conmocionada por la
noticia, pero yo no lo tengo tan claro. No puedo explicarle
que mi corazón ha recibido tantos golpes a lo largo de los
años que hasta la última pizca de fuego y esperanza se ha
extinguido. Estoy abatida por lo que me ha dicho la
curandera. Estoy enfadada porque no es justo. Pero una
parte de mí también se siente aliviada.
Lo único que no he sentido es pena, sobre todo porque
sé cómo acabará eso para mí. Con un compañero
predestinado ahí fuera, no podré conformarme con otro
hombre. Mi corazón y mi lobo nunca podrán enamorarse de
otro. Para alguien como yo, que siempre soñó con el amor,
con alguien que borrara todas las cicatrices de mi corazón
sin importar lo que yo misma dijera o demostrara, el dolor
de ser rechazada no es algo que pueda soportar.

Casi he llegado a mi edificio cuando veo a alguien


sentado en los escalones del complejo de apartamentos. Al
principio parpadeo, sorprendida, y luego la conmoción me
invade cuando reconozco a la mujer.

—¿Mamá?

Veo a mi madre ponerse en pie. Me quedo ahí de pie,


congelada, con millones de emociones recorriéndome, la
esperanza y la alegría siendo las más dominantes.

¡Ha venido a verme! ¡Sí que le importo!

—Mamá, estoy tan feliz de...

¡Zas!

Mi cabeza se desvía hacia un lado ante la fuerza de su


golpe.
Capítulo 17

Seline

Aturdida por la despiadada bofetada, por un momento no


sé cómo reaccionar.

—¡Serás zorra! —Mi madre me agarra del pelo, por corto


que sea, y tira de él. Es una cambiaformas con toda la
fuerza que se puede tener. Grito de dolor.

—¡¿Le has dicho a Jamie que ya no vas a ser la avalista?!


—me gruñe—. ¿Quién te dijo que podías hacer tal cosa?

Lucho contra sus garras, pero ella aprieta más fuerte.


Siento que me arranca el pelo y vuelvo a la época en que
era una niña vulnerable a la que castigaban por cosas que
escapaban a mi control.

—¿Quién te crees que eres? —me escupe a la cara,


haciéndome estremecer—. Me has enviado a esos putos
vampiros a mi puerta. Voy a arrancarte los ojos.

Veo que su otra mano se dirige hacia mi cara, y es el


horror y el instinto lo que me hace agacharme y empujarla a
un lado. Me tambaleo hacia atrás, al igual que ella. Parece
sorprendida por mi resistencia y me mira fijamente un
segundo antes de gruñir:

—¿Crees que puedes...? ¿Acaso has olvidado quién soy


yo?

El corazón me late con el miedo de una niña de ocho


años. Tengo que volver al presente.

—¡Ya no soy una niña, mamá! —Da un paso hacia mí, y


necesito echar mano de todo mi coraje para levantar la
cabeza y enseñarle los dientes—. ¡También soy bruja y no
voy a dejar que me sigas haciendo daño!

Enfrentarme a mi madre tras años de abusos es una de


las cosas más difíciles que he hecho nunca. Cuando la miro,
o cuando me hace daño, una parte de mí siente que es
culpa mía, que yo le arruiné la vida. Incluso ahora, su voz
me rechina en los oídos, recordándome todos mis defectos,
todo lo que he hecho para que su vida descarrilara de esta
manera.

Me mira fijamente, aparentemente incapaz de procesar


mi reacción, y yo estallo:

—No soy yo la razón por la que mi padre se fue, mamá.


No soy yo la razón de que tu vida sea un desastre. Tú eres la
razón porque te pasas el día en salas de juego, acumulando
deuda tras deuda, incapaz de serle fiel a un solo hombre,
incapaz de vivir una vida plena. Tú eres la razón, no yo.
Nunca fui yo.

Me duele tanto el pecho que me pregunto si va a estallar


de tanta agonía contenida en mi interior.

—Yo a ti no te he hecho nada, mamá. Si yo era un


problema tan grande para ti, deberías haberme dejado
morir en alguna zanja o haberme entregado a otra persona.
Pero no lo hiciste. Y está clarísimo que no fue por tu instinto
maternal, sino porque necesitabas a alguien a quien culpar.
Necesitabas herir a alguien por cada decisión equivocada
que jamás has tomado.

Cuando por fin se rompe el dique, brotan de mi boca


palabras de rabia y dolor.

Y tanto odio.

—¡Me estoy muriendo, mamá! —Quiero gritarle—. ¡Tu


hija se está muriendo! Y en lugar de intentar actuar como
una madre al menos una vez en tu vida, ahora que te
necesito tan desesperadamente, quieres que utilice lo que
me queda de vida para alimentar tu ludopatía. —Me tiembla
todo el cuerpo mientras la señalo—. Y apuesto a que mi
padre no se fue por mi culpa. Apuesto a que se fue por ti.

—¡Seline! —ruge mi madre, sorprendida y furiosa, pero


no me importa.

—Estoy en lo cierto, ¿no es así? —Me siento histérica, con


la mente entumecida por el dolor—. Seguro que no
soportaba a alguien que se burlaba de su única hija y la
maltrataba. Pero, ¿cuánto daño puedes hacerme ahora,
mamá? Ya no me queda nada. Nadie me quiere. Soy tan
inútil como dices, tan despreciable como afirmas. Y ahora
voy a morirme sin nadie a mi lado que me abrace. Nací sola
en este mundo y voy a morir sola. ¿Te hace eso feliz,
mamá? ¿Se acabará por fin tu odio hacia mí cuando muera?

Tengo que dejar de hablar para recuperar el aliento, para


tomar aire.

—¡Mereces morir como un perro! —sisea mi madre, con


una mezcla de desdén y satisfacción en la voz—. Pero no
antes de que me pagues por todos esos...

—¿Pagarte? —Casi me parto de risa—. ¿Quieres que


muera como un perro?

Me acerco un paso más a ella, con los labios curvados


por el odio a mí misma.

»Debería haber dejado que esos vampiros acudieran a ti


en primer lugar para cobrar todas esas deudas. Pero nunca
se es demasiado tarde, supongo. Voy a disfrutar de cada
gramo de sufrimiento que te hagan pasar. —El corazón me
palpita de rabia y un amor que se ha convertido en
frustración y odio sin remedio—. Te he querido. He intentado
ganarme tu amor, pero eso se ha terminado. Se ha
terminado lo de buscar tu aprobación porque eres malvada,
y esa es la única verdad. No tienes amor en tu corazón para
nadie más que para ti misma. Se acabó. Resuelve tus
propios problemas solita.

Me doy la vuelta y meto la llave en la cerradura, sólo


para que ella me escupa con desprecio:

—Yo era a la única a la que le importaba una mierda tu


vida. Ni a tu propio compañero le importa.

La mano se me queda congelada a medio camino. Quiero


preguntarle cómo lo sabe, pero me obligo a contenerme.
Seguir hablando con ella no tiene sentido. Conozco a mi
madre. Me contará medias verdades e intentará torturarme
con sus palabras.

No me importa cómo lo sabe.

Giro la llave y entro, cerrándole la puerta en las narices.

*** ***

Preparar las cajas no es tan fácil como pensaba. Es difícil


meter toda mi vida en unas cuantas cajas de cartón. Para
empezar, no es que tenga mucho, pero lo que tengo son
cacharrillos para la casa que compré en las tiendas más
baratas y en rastrillos.

A pesar de todo, he cuidado de estos objetos y me han


durado años. Y ahora tengo que tirar la mayoría o
regalárselos a gente que nunca comprenderá el valor que
tenían para mí.
Sintiéndome extrañamente sentimental por la batidora
con el vaso roto que una vez saqué de entre la basura de
alguien y arreglé, suelto un suspiro y la pongo en la caja de
los desechos. Mi corazón no está centrado en esto, y mi
mente repite una y otra vez el enfrentamiento con mi
madre. Una parte de mí, la parte condicionada, quiere correr
tras ella y disculparse. La otra parte desearía haberle dado
a probar su propia medicina.

Pero el dolor subyacente es tan crudo que me encuentro


suspirando y mirando a mi alrededor, incapaz de seguir
preparando la mudanza.

¿Qué estoy haciendo? Debería salir a pillarme un buen pedo para olvidar mis
problemas en lugar de estar tirando mis cosas en cajas.

Echo los libros de cocina en una de las cajas para donar y


me pongo en pie, estirándome. Me siento tonta y
emocionalmente agotada. Cansada, miro por la ventana y
me pregunto cuántas personas más harán trizas lo que
queda de mi corazón. Siento el impulso de meterme en la
cama, cubrirme la cabeza con las mantas y llorar a lágrima
viva.

Pero no quiero seguir sintiéndome así de dolida. Quiero plantarle cara al


universo, gritar «que os den» a los cuatro vientos. Quiero gritarles a todos los
que me insultan que yo nunca les he hecho nada. Quiero devolverles el daño
que me han causado. Quiero que sientan una pizca del dolor que yo siento.

Pero este es el mundo real. Y tengo que enterrar mi dolor


bajo una sonrisa.

O bajo el whisky más fuerte que vendan en el súper.


Y por eso, veinte minutos más tarde, me encuentro en el
parque frente a mi apartamento, sentada en un columpio y
empinándome una botella entera.

Emborracharse no es tan fácil cuando tienes el


metabolismo de una cambiaformas. Pero una botella es
suficiente para ayudarme a olvidar mis problemas.

Y ahora mismo, he alcanzado ese puntillo que hace que


te sientas feliz.

Contemplo el cielo nocturno con la segunda botella


colgando ya de mis dedos. La vida es tan sencilla cuando no
te importa nada.

Balanceo las piernas con torpeza y casi me caigo del


columpio. Un par de manos me agarran por los hombros
antes de que pueda caer de espaldas al suelo.

Levanto la vista y veo a la última persona que esperaba


ver. Mi buen humor se agria al instante.

—¿Sabes? —consigo decir finalmente, mirando a Austin


—. Te las apañas muy bien para fastidiar cada momento
bueno de mi vida. Tiene que considerarse un talento a estas
alturas.

—¿Qué haces en el parque a estas horas de la noche? —


Las firmes manos de Austin no se mueven de mis hombros,
y estoy lo bastante borracha como para que me importe
una mierda.
Además, me gusta sentir sus manos. Son firmes.

Levanto la botella y le apunto con ella, resoplando.

—¿Y a ti eso te importa porque...? No es que esté aquí


echando a perder tu reputación ni nada así. Sólo estoy
emborrachándome en paz.

A Austin no parece hacerle gracia.

—Sabes que hay algo ahí fuera dándole caza a los Otros.
¿De verdad eres tan estúpida e inconsciente?

Le dedico una sonrisa, siento que la cabeza me pesa.

—Bueno, debo serlo, tal y como te gusta recordarme a


menudo. A lo mejor tienes razón. ¡Oh! —Abro los ojos de par
en par, ebria de placer—. ¡Quizá deberías añadir eso a la
lista de razones por las que crees que no soy lo bastante
buena para ti! O para cualquier otra persona.

Le doy otro trago al whisky, disfrutando de cómo me


quema en la garganta. En mi estado de embriaguez,
empiezo a pensar que estas quejas del estilo «pobre de mí,
nadie me quiere» ya empiezan a cansar. Debería mandarlos
a todos a la mierda y vivir mi vida a placer.

Resoplo ante la idea. No me gusta nada esta versión


patética de mí misma, pero entonces parpadeo como si me
diera cuenta de algo.
Observo a Austin boquiabierta, quien me mira con el
ceño fruncido.

—Esto es culpa tuya. Todo este lío. Yo no era esta


persona hasta que llegaste tú.

—¿Qué? —Parpadea.

Me pongo en pie, tambaleándome un poco y


empujándole cuando trata de sujetarme.

»¡No! ¡Hijo de puta! ¡Todo esto es obra tuya! Yo estaba


bien. Y entonces tú y tu estúpida manada aparecisteis
intentando haceros amigos míos, para luego rajar de mí y
hacerme sentir mal conmigo misma. ¡S-serás cerdo!

Es el único insulto que se me ocurre, y por un instante


me siento orgullosa de mí misma.

—De acuerdo. —Austin suena frustrado o divertido, no


estoy segura, mientras me agarra por la muñeca oscilante
—. Vamos a llevarte a casa.

—¡No! —lo maldigo—. Quiero emborracharme en el


parque. No quiero irme...

Austin no me hace caso, me agarra del brazo y me


empuja hacia él. La botella se me escapa de las manos.
Intento cogerla, pero mis ojos se abren de par en par
cuando se rompe contra el suelo.

—¡Mi whisky! —aúllo.


Por un momento, me parece oír una risita, pero cuando
miro a Austin, tiene cara seria.

—No es seguro estar aquí fuera —asegura—. Vamos


dentro.

—He dicho que quiero emborracharme aquí.

—Y yo te he dicho que no puedes.

Entrecierro los ojos.

En respuesta, da un paso hacia mí, cubriendo la distancia


que nos separa, tanto que su pecho se aprieta contra el
mío. Siento que el corazón me da un vuelco. Su mirada es la
de un lobo, una bestia peligrosa que no debería calentarme
la sangre como lo hace.

—O te mueves tú o te llevo yo.

Me río de repente.

—¿Que me llevas? ¿Es que puedes soportar tocarme?

Oigo que le retumba un gruñido en la garganta y, de


repente, tengo unas vistas muy de cerca de la parte de
atrás de la camiseta de Austin cuando me carga al hombro
como a un saco de patatas.

—¡Bájame! —grito furiosa, golpeándole la espalda con


las puños—. Serás un estúpido, cara de cerdo...
El golpetazo que recibo en el culo me deja tan aturdida
que me hace callar. No ha sido doloroso ni mucho menos,
pero tampoco suave.

Es casi como si intentara disciplinarme como a un


cachorro rebelde.

—Hoy no te pases de la raya. —La voz de Austin es dura


—. No te voy a caer muy bien si lo haces.

—Tampoco es que sea muy fan tuya ahora mismo —


siseo, reanudando mi intento de liberarme.

Estoy tan ocupada intentando escapar de entre sus


brazos que no pienso demasiado en cómo puede abrir la
puerta del edificio, y luego la de mi apartamento.

Me pone de pie y me aferro a sus brazos para apoyarme


en algo mientras mi mundo da vueltas.

—C-cabrón.

No dice nada y lo fulmino con la mirada. El alcohol me da


más valor del que suelo tener.

—¿Quién te crees que eres para decirme lo que tengo


que hacer? ¿Y cómo vas a impedir que vuelva ahí fuera? —
me burlo cuando entrecierra los ojos—. ¿Sabes cuál es tu
problema? Eres un aburrido con un palo en el culo. Miras el
mundo y sólo ves lo que te beneficia y lo que no. Y yo no te
beneficio, así que lárgate de una puta vez para que pueda
volver ahí fuera y beber hasta emborracharme.
Austin guarda silencio un momento con ojos brillantes.

—Si sales ahí fuera, te arrastraré de vuelta aquí dentro.


Ponme a prueba.

Parpadeo y estallo en una carcajada de borracha.

—Oh. Oh. ¿Qué es esto? ¿Estás fingiendo que te importo


una mierda? ¿Después de todo lo que me has hecho? —Me
inclino más cerca—. Ni siquiera puedes soportar mi
presencia, ¿verdad? Entonces, ¿por qué hacer un esfuerzo
extra para tocarme? Ve a buscar a una de esas mujeres que
hacen cola para aparearse contigo. Ve a interpretar ese
papel de tío duro con ellas. A lo mejor, hasta te dejan que
las folles...

—¡Seline!

Las palabras de Austin son un rugido cuando me agarra


de la muñeca.

Pero me duele el corazón. Lleva doliéndome mucho


tiempo.

—¡Deja de tocarme! —Levanto la voz, odiándome por las


lágrimas que se me forman en los ojos—. ¡Si tanto detestas
mi existencia, deja de tocarme! ¡No te necesito! Hay
muchos hombres a los que les encantaría llevarme a la
cama y echarme un polvo hasta freírme el cerebro.

De repente, Austin me agarra del pelo corto y me empuja


contra la pared. Veo al lobo en su mirada, le retumba el
pecho y sé que está furioso.

—Oh. —Tiemblo un poco debido a la adrenalina y un


poco por la excitación ante su tacto—. ¿A qué viene esto?
¿Tú no quieres follar conmigo, así que nadie más debería
hacerlo? ¿Crees que, porque te repugno, a otros hombres
también debería…?

Oigo un gruñido, y entonces la boca de Austin desciende


sobre la mía.
Capítulo 18

Seline

El calor es instantáneo, su contacto casi me escalda. Por


un segundo, siento que se me ha parado el corazón. Y
entonces siento la chispa de calor y deseo recorriéndome
entera, sobreponiéndose al sentido común, mientras mi lobo
gruñe de hambre y necesidad.

Siento que algo me llama a gritos en mi cerebro, pero no


consigo escucharlo, no bajo esta intensa presión de
necesidad y deseo que me invade. Siento que Austin se
pone rígido mientras me sujeta a la pared, y una vocecita
en mi fuero interno me asegura que se apartará él primero,
más que nada porque le doy asco.

Pero entonces mueve su boca contra la mía y mis


neuronas empiezan a sufrir un cortocircuito. Un suave
gemido abandona mi boca mientras él me aprieta con más
fuerza, haciéndome sentir cada centímetro de él, incluida la
rígida dureza del tren inferior.
Mi boca se abre por voluntad propia y él se aprovecha de
ello, colando su lengua dentro y lamiéndome. Percibo en él
un calor voraz, como si no pudiera saciarse. Puedo sentir
cada centímetro de él, algo que me hace estremecerme.
Siento cómo cuela su pierna entre las mías y no me resisto;
al contrario, abro más las piernas. Jadeo y me golpeo la
cabeza contra la pared cuando levanta la rodilla y la
restriega contra mi parte más sensible.

Austin no se detiene. Tampoco entra en razón.

Es como si un dique se hubiera roto con ese beso y


ninguno de los dos pudiera controlar su cuerpo. Todo lo que
siento es un calor abrasador allá donde él me toca. Estoy
empapada y, cuando presiona la rodilla contra mi sexo, veo
las estrellas. Sin lógica ni razón, me derrumbo con un grito
entrecortado, sintiendo su boca contra mi cuello en un
frenesí. Sus deseos reprimidos resultan casi dolorosos
mientras sigue frotándome el sexo, sin permitirme bajar de
este subidón mientras su boca devora mi cuello.

—¡Austin! —jadeo. Para decirle qué, no lo sé.

No habla y sus manos me recorren el cuerpo. Me aprieta


el pecho por encima de la fina camiseta que llevo y juega
con mis pezones que están tan tiesos que duelen. Me está
despojando de todos mis sentidos, y me asusta y excita a la
vez.
Una parte de mí sigue resistiéndose, recelosa de sus
intenciones, recelosa de cómo me afectará esto, pero
entonces gruñe contra mi oreja, chupándome el lóbulo, y ya
no puedo pensar más.

—¿Que no quiero tocarte? —Suena enfadado y


hambriento a la vez—. ¡Te deseo con cada maldito aliento!

Su mano se desliza por dentro de mi pijama holgado.


Traspasa la barrera de mis bragas y recorre mi raja con los
dedos. Dejo escapar un sollozo.

—Joder, qué mojada estás. Pareces un puto grifo. —


Suena complacido. Su boca me acaricia en mi cuello
mientras deja rastros de sí mismo por todas partes.

El pecho se me agita a medida que me excita,


dejándome sin aliento y hambrienta, agitada por una
necesidad que nunca antes había sentido.

Cuando introduce sus gruesos dedos en mi interior,


suelto un grito silencioso. Me siento tan llena y a la vez tan
vacía… Siento esos gruesos dedos moviéndose dentro de mí
y la extraña sensación me vuelve loca de placer.

Dentro y fuera, a un ritmo constante que me hace ver las


estrellas.

Siento que se me tensan los músculos inferiores y me


veo cayendo al vacío. Austin no se hace esperar, me levanta
y me lleva hacia la cama. Me empuja contra ella y vuelve a
colocarse encima de mí. Recorre mi cuerpo con la lengua y
los labios, haciendo que me retuerza de necesidad y
tormento.

Cuando encuentra mi sexo, me separa las piernas y me


devora como un muerto de hambre.

Clavo las manos en la sábana mientras siento cómo


introduce la lengua en mi interior, invadiéndome tan
profundamente que se me arquea la espalda.

Austin es despiadado conmigo, clava los dedos en mis


muslos mientras me separa las piernas a la fuerza,
comiéndome con un salvajismo que me está robando la
capacidad de formar un solo pensamiento coherente. Su
lengua se enrosca en mi interior. Suelto un gemido
suplicante, entonces siento que me pellizca el clítoris
endurecido y grito.

Me desmorono bajo sus manos y su boca, e incluso


mientras me corro, sigue chupándome y lamiéndome como
si no quisiera desperdiciar ni una sola gota.

Me da un beso en el abdomen al final, concediéndome un


momento para respirar y bajar de mi subidón. Pero ese
momento dura poco, porque de repente me tumba boca
abajo y me empuja hacia él con el culo en pompa.

Ni siquiera me doy cuenta de lo que está pasando hasta


que siento su polla dura presionándose contra mi espalda.
Entonces, me atraviesa.
Esta vez, mi grito es de dolor, y su silbido de conmoción.

—¡¿Eres virgen?!

Balbuceo algo, y su mano va a parar a mi cara, girándola


hacia él, calmándome, secándome las lágrimas y
ofreciéndome un beso tan dulce que el corazón me duele
sin parar.

Se queda quieto unos instantes para que me acostumbre


a su tamaño. Esta plenitud es una sensación de lo más
extraña. Me agarro a las sábanas con los ojos cerrados y él
se mueve ligeramente. El dolor se convierte en algo
diferente, más intenso, y me estremezco.

Austin comprende lo que pasa y mueve las manos,


pasándolas por mi cuerpo y apretándome las caderas.
Suelto un sollozo cuando extrae su polla gorda hasta la
punta y vuelve a metérmela.

—¿Qué tal eso? —Su voz es un gruñido ronco.

Aúllo con una desesperación creciente.

—¡Muy bien!

Le oigo reír entre dientes, y entonces comienza a coger


velocidad poco a poco. Cada embestida suya me lleva a
alcanzar nuevas cotas de placer que nunca creí posibles. Me
arde todo el cuerpo y ni siquiera logro enfocar la vista.
Siento cada centímetro de su polla mientras se frota contra
mí, volviéndome loca.
Necesito más. Y él me lo da.

Sus embestidas son duras y brutas, los dos estamos


demasiado excitados como para preocuparnos. Austin me
rodea el cuello con una mano posesiva mientras me folla
contra la cama. Es cuando su otra mano encuentra mi
clítoris y lo retuerce, de forma casi dolorosa, cuando
finalmente pierdo el control y grito su nombre. Le oigo
gruñir cuando él también pierde el control.

Cuando se corre dentro de mí, siento que me embiste


dos veces más, y yo me desplomo sobre la cama. El
cansancio es tal que siento que se me cierran los ojos.

Pero entonces gruñe:

—¿Quién ha dicho que hemos terminado?

Abro los ojos de par en par.

*** ***

Ya ha salido el sol cuando me despierto. Parpadeo


despacio, odiando el piar de los pájaros.

Intento darme la vuelta y enterrar la cara en la


almohada, solo para jadear de dolor. Me arde toda la parte
inferior del cuerpo. Me quedo quieta, intentando respirar a
pesar del dolor.

Mis recuerdos son un revoltijo en este momento y,


mientras contemplo el techo y permito que mi mirada se
pasee por la habitación destrozada, recuerdo la noche
pasada con detalles demasiado vívidos.

Ay, joder. ¿Qué he hecho?

Mi lobo está acurrucado dentro de mí, contento.

Cierro los ojos, sin saber qué pensar. Mi apartamento


está vacío. Austin no está aquí.

Lo que significa que se ha ido.

Abro los ojos y vuelvo a mirar al techo, esta vez


sintiéndome vacía. Se ha ido. Pasó un buen rato y se largó.

Nunca antes me había sentido tan barata y usada. A


pesar del dolor, me acurruco de lado y me envuelvo en las
mantas.

Es el clic de la cerradura de la puerta principal lo que me


hace parpadear. Oigo pasos que se acercan y entonces veo
a Austin de pie en la puerta.

Le miro fijamente.

—Pensé que te habías ido.

Parece incómodo.

—Fui a buscar algo para desayunar.

Fiel a su palabra, lleva en la mano dos tazas de café para


llevar y una bolsa grande de papel.
—Hay una cafetería al final de la calle —murmura,
tendiéndome un café mientras me incorporo, tragándome el
dolor.

—Oh. —Le doy un sorbo al café y me siento ligeramente


mejor.

Él toma asiento al borde de la cama, bebiéndose su café


en silencio.

—Seline.

Me detengo.

—Esto no puede volver a pasar.

Siento que todo mi cuerpo se hiela ante sus palabras


mientras se apaga la pequeña brasa de esperanza a la que
había dejado vivir.

Separo los labios, pero cierro la boca, no me fío de mí


misma en este momento.

—Olvidemos lo que pasó anoche.

No hay rastro del desdén habitual en su voz, sólo una


tranquila calma, cosa que es mucho peor.

No sé cómo consigo controlar la voz o mis emociones


porque siento como si me hubieran apuñalado en el corazón
de la forma más brutal posible.
—Sí que debo de desagradarte para que me folles y
después me des el portazo.

Trazo la tapa de mi café con el dedo mientras dejo que


este vacío me consuma poco a poco.

—Eso no... tú y yo no hacemos buena pareja, Seline. —


Austin se vuelve para mirarme, pero me niego a
encontrarme con su mirada.

Qué tontería. Hay que ser tonta e ingenua para pensar que saldría algo
bueno de esto.

Pero no puedo hacerle responsable de mi estupidez, de


mi negativa a aprender la primera vez.

Siento una sensación de vacío, como si no quedara nada


dentro de mí, pero eso me tranquiliza. Hay dolor, pero un
dolor que ahora no puedo tocar.

Estoy disociando, un término de terapeuta que Lacy me


mencionó una vez. Me pareció un concepto interesante pero
inútil. Pero ahora siento que me está pasando eso.

—Bueno, ¿cómo va a ir esto? —Le miro, sin importarme


ya si ve todas las grietas de mi alma—. ¿Vas a venir a
echarme un polvo de vez en cuando para luego regresar con
la hembra que escojas como compañera? ¿O esto es todo?

Austin se pone en pie, con los labios apretados en una


fina línea.

—¡No seas ridícula! Acabo de decirte...


—Lo sé. —Me encojo de hombros, dejo la taza de café a
un lado y me obligo a ponerme en pie, ignorando el dolor
punzante en el abdomen. Me acerco cojeando al armario,
muriéndome de ganas por taparme—. Pero también dijiste
que no soportabas mi presencia, y luego vas y haces esto.
Así que, quiero saber dónde vas a poner de verdad el límite.

Cojo una camiseta y lucho por ponérmela. Me cae hasta


las rodillas.

—No... —Me agarra del brazo y yo lo empujo hacia atrás,


mirándole con ojos desorbitados.

—No me toques —hablo con frialdad—. No vuelvas a


tocarme.

Austin se queda helado en el sitio.

Yo tampoco me muevo.

—Vete. Vete y no vuelvas. No vuelvas a hablarme. No


vuelvas a mirarme. No vuelvas a tocarme otra vez.

Austin tensa la mandíbula.

—Vivimos en el mismo pueblo, Seline. Eso no va a ser


posible.

—No te preocupes por eso —digo lentamente—. Voy a


encargarme de que nunca vuelvas a verme.

Veo un destello de algo en su mirada y se acerca a mí.


—¿Qué estás pensando en hacer? ¡No hagas nada
estúpido, Seline!

Mi risa es exagerada.

—¿Y a ti por qué te importa? Sinceramente, no entiendo


por qué te importa una mierda, Austin. Vete de una vez.

Me mira fijamente como si quisiera decir algo. Vuelvo a


sonreír, esta vez cansada.

—Pronto dejaré de ser un problema para ti, así que


lárgate.

—Seline...

—O te vas tú por tu cuenta, o destrozaré todo este


edificio para echarte —digo despacio—. Tú eliges.

Le doy la espalda, cierro la puerta del armario y me dirijo


al baño.

Un momento después oigo cerrarse la puerta del


apartamento y cierro los ojos. Me hundo en el suelo del
baño, de espaldas a la puerta, y dejo que las lágrimas
fluyan sin control.

Chica estúpida. Estúpida, estúpida y más que estúpida.

*** ***

Me tomo unos días libres en el trabajo. Lacy se pasa por


casa y no le cuento nada, sino que me invento alguna
excusa para mi aspecto demacrado. No tengo fuerzas para
decirle la verdad.

En un arrebato de agotamiento y angustia, dejo de tomar


las pociones que me dio la curandera y me dejo consumir.
Me siento cada vez más débil y se me quita el apetito.

No cargo el móvil y dejo que la batería se le agote.

Mi semana viviendo así se acaba cuando el alcalde


Hamrington irrumpe en mi casa una noche.

Antes de que me dé cuenta, dos de los hombres que le


acompañan me agarran y me obligan a beberme un frasco
de poción antes de tirarme al andrajoso sillón sin
contemplaciones. Aún estoy parpadeando de asombro
cuando se marchan con la misma brusquedad, dejándome a
solas con mi jefe.

El silencio en la habitación es pesado y opresivo.

—¿Quieres morir? —me pregunta al fin el vampiro


anciano, con una voz tan fría que me produce un escalofrío
—. Porque puedo acabar con tu sufrimiento.

Siento que recupero algo de energía, pero guardo


silencio, no quiero enfadarlo.

—Quieres irte del pueblo. —Me mira con esos ojos


aterradores—. Eso puedo entenderlo. Pero si dejas que un
compañero, predestinado o no, te destruya tan fácilmente,
entonces no tienes la fuerza que vi en ti hace tantos años.
Puedes morir siendo miserable, mestiza, o puedes morir
feliz. La elección es tuya. Que la vida haya sido cruel
contigo hasta ahora no significa que tengas que castigarte y
dejar que tus enemigos sepan que han ganado. Porque ese
es el mensaje que les estás mandando.

Agacho la cabeza, sintiéndome avergonzada, cuando sus


palabras me abofetean.

—Ese alfa es una persona difícil y no te merece. Pero en


vez de lamentarte y hacerte daño a ti misma, ponte en pie y
contraataca. Y si tengo que venir otra vez porque te estás
matando, no sólo acabaré con tu vida como tan
desesperadamente deseas, sino que también iré a por todas
y cada una de las personas que te importan. Tenlo en
mente.

No es una amenaza vacía.

—Te he visto crecer, Seline. Y ya me siento infeliz por tu


muerte inminente. No me hagas más infeliz aún.

Apenas tengo oportunidad de decir algo porque se


marcha en un abrir y cerrar de ojos.

Había olvidado lo rápido que podía moverse.

Todo mi cuerpo tiembla de miedo porque sé que cumplirá


todas sus amenazas.

—Dios—, murmuro para mí misma, frotándome los


brazos con las manos—. Una chica ya no puede ni
lamentarse en paz.

Pero le estoy agradecida. Le estoy agradecida de que me


haya arrancado de este estado de autocompasión que se ha
vuelto demasiado habitual para mí.

El Sr. Hamrington tiene razón. ¿Por qué estoy sentada aquí llorando cuando
puedo vengarme?
Capítulo 19

Seline

No sé cómo puedo vengarme, pero vuelvo al trabajo.

Me siento mejor. Igual la charla me ayudó, o es más fácil


ocultar mis sentimientos cuando la vida de mis amigos está
en peligro.

No veo a Austin, pero Gina me dice que ha estado


viniendo todos los días y preguntando por mí. Hoy no
aparece, pero sí su segundo al mando, Jason.

He visto a Jason por el bar y por el pueblo y, aunque no


nos hemos cruzado, no se ha mostrado hostil conmigo.
Tampoco los demás, al menos los que conocí aquel primer
día en el bar.

Parece aliviado de verme cuando toma asiento en la


barra.

—Hola.

—Buenas tardes. ¿Qué te sirvo?


Mantengo un tono de voz educado, puede que un poco
rígido. No he olvidado mis anteriores interacciones con esta
manada.

—Ah, una caña, por favor. ¿Cómo has estado, Seline?

La pregunta parece bastante amistosa, pero sus ojos son


agudos y observadores.

Le dedico una pequeña sonrisa.

—Quienquiera que te haya mandado aquí a espiar, no es


necesario. Yo estoy centrada en lo mío.

Jason flaquea.

—No quería... era solo una preguntaba. —Mira a Jerry,


que pasa corriendo junto a mí para atender a un cliente—.
Has hecho un gran trabajo con este grupo de juveniles. Se
han calmado mucho en los meses que llevan trabajando
aquí para ti.

—Gracias. —Me encojo de hombros y le entrego su caña


—. Toma. Que la disfrutes.

—Espera —dice rápidamente.

Aprieto los dientes.

—¿Sí?

—Mira, sé que las cosas entre Austin y tú están


complicadas ahora mismo.
Le miro boquiabierta.

—¿Cómo dices? No hay nada entre nosotros. Él viene, me


marea la cabeza y se va. Eso es todo. También es lo que
vuestra manada me hace. Vienen a mi lugar de trabajo,
donde, por cierto, estoy ocupada con mis puñeteras cosas,
me insultan y se van. O intentan asaltarme. O me culpan de
la muerte de alguien. Me he convertido en un chiste para
vosotros, un saco de boxeo, y estoy harta. Así que, dile a
ese alfa tuyo esto mismo. Si quiere que lo odie, está
haciendo muy buen trabajo.

Allá se va mi propósito de mantener la cabeza fría.

—Seline...

—Tengo otros clientes a los que atender —replico con


frialdad—. Disfruta de la caña.

La ira me arde en la boca del estómago durante la


siguiente media hora, más aún cuando me doy cuenta de
que Jason no se ha ido. Ojalá pudiera echarlo de aquí yo
misma, pero ya he cabreado bastante al alcalde. No hace
falta echar también a sus clientes.

Es una hora más tarde cuando aparece una cabeza rubia


conocida.

—¡Seline!

Le sonrío a Loyd.
—Me alegro de verte. ¿Dónde has estado estos días?

Él no sonríe tanto.

—Estaba un tanto ocupado. ¿Puedo hablar contigo?

Su tono serio me hace desconfiar.

—¿Va todo bien?

—No lo creo. ¿Podemos ir a algún sitio privado?

Puedo ver a Jason observándonos con expresión tensa.


Lo ignoro.

—Claro. ¡Marie!

Marie se apresura a ocupar mi puesto mientras conduzco


a Loyd a la trastienda.

—Vale, ¿qué pasa?

Pone mala cara y saca su móvil.

—Escucha esto.

Sin saber qué está pasando, me acerco el teléfono a la


oreja. Poco a poco, noto que mi expresión pasa de la
confusión a la sorpresa y a la ira.

Hay varias voces en el audio. No las reconozco todas,


pero sí la voz de Austin.

Me tendió una trampa para cargar con la culpa del asesinato de Marsha.
Me agarro al borde del escritorio para no caerme redonda
al suelo.

¿Por qué? ¿Por qué haría tal cosa?

Pero no se puede negar. Su voz está ahí mismo,


diciéndole a uno de los hombres que actúe como testigo.

Se me revuelve el estómago.

—Los escuché hablando ayer de casualidad. —Loyd


recupera su teléfono—. No tuve más remedio que grabarlo.
Sé que Austin te rechazó, pero no sabía que su odio hacia ti
fuera tan profundo. Lo siento mucho, Seline. Pensé que
debías saberlo, y sabía que no me creerías hasta que
tuviera pruebas, así que grabé todo lo que pude.

No sé qué decir ahora mismo.

¿Austin está haciendo esto porque nos acostamos y ahora quiere deshacerse
de mí? Quizá no quiere que su manada sepa que se acostó con la mestiza
asquerosa.

—¿Seline? ¿Estás bien?

Sacudo la cabeza.

—No. No, no lo estoy.

Me hundo en el suelo, necesito sentarme y la silla está


demasiado lejos.

—Mira, quiero ayudarte. Si quieres, puedo hablar con


Austin.
—Como si eso fuera a cambiar algo —digo con una risa
aguada—. No, no lo hagas. Gracias por decírmelo. Lo digo
en serio, gracias.

Hace una pausa.

—Mira, me gustas de verdad, Seline. Y quiero ayudarte.


No quiero abandonarte así. Si quieres, puedes quedarte
conmigo y mi manada. Austin no podrá llegar hasta ti allí.

Me humedezco los labios, considerando seriamente


aceptar su oferta, pero algo dentro de mí me detiene.

—No. No, yo me encargo.

Dos meses más y me largo de aquí.

—Ya me encargo yo de esto. —Le sonrío débilmente a


Loyd—. No te preocupes.

Parece reacio, pero me dice:

—Sé que tienes mi número, pero guárdate este otro


también. —Me da una tarjeta—. Llámame de día o de noche
si necesitas ayuda.

Su amabilidad me sorprende y sostengo la tarjeta cerca


de mí.

—Gracias.

Veo cómo se marcha y me froto la cara con las manos.

¿Qué se supone que debo hacer ahora?


Si me van a tender una trampa, nadie puede ayudarme.
Muevo la tarjeta entre mis dedos, con el cerebro yéndome a
mil por hora. Tengo que encontrar una manera. Siempre
puedo acudir al alcalde Hamrington. Sé que no dejará que
una amenaza como esta quede impune. Pero conseguir un
favor del alcalde es un juego peligroso. Nunca se olvida de
cobrar sus deudas.

La otra cosa que me no entiendo es por qué Austin se


molestó en pedirme ayuda si planeaba inculparme. O quizá
pensó que, si me involucraba, sería más fácil culparme del
asesinato.

Mi mente está hecha un lío cuando vuelvo al bar. Para


entonces, veo que Jason se ha ido.

*** ***

Me paso los dos días siguientes dándole vueltas a este


nuevo asunto.

Una cosa que noto es que desde el momento en que


empieza mi turno, Jason, Ray, Seth y Lexi escogen una mesa
y se sientan ahí hasta que termina. Todos estos hombres
pertenecen al círculo íntimo de amigos de Austin, y tenerlos
observándome me pone nerviosa. Pero no puedo echarlos
porque se piden una bebida o algo de comer cada hora.

Pasan tres días enteros hasta que Austin por fin hace


acto de presencia.
Es cuando el bar está a punto de cerrar. Le veo entrar y
sus compañeros le saludan con la cabeza y se van. Verle
después de aquella noche hace que el abdomen se me
contraiga de necesidad. Aparto la mirada, maldiciendo a mi
cuerpo traidor.

Sólo queda otro cliente que está a punto de irse.

—Estamos cerrados —digo en voz alta, haciendo que el


viejo cambiaformas casi se sobresalte, y añado—: No se lo
digo a usted, señor López. Le he pedido un taxi.

El Sr. López me lanza una mirada de agradecimiento,


pero Austin no se va. Paso junto a él, ignorándolo mientras
cojo una silla y la pongo sobre la mesa.

—Seline.

—Estamos cerrados —digo bruscamente.

Paso por su lado y esta vez me agarra del brazo y me


empuja hacia él. Se me corta la respiración ante la
repentina proximidad, y a él también. Me suelta antes de
que pueda protestar.

Doy un paso atrás, frotándome el brazo por donde me ha


agarrado.

—No quería hacerte daño. —Parece nervioso de verdad.

Pero no me lo creo. Cuando lo miro, sólo pienso en su voz


en el audio.
—Déjame en paz —digo fríamente.

Estoy a punto de darle la espalda, pero enseguida me


dice:

—Esto es importante. Estoy buscando a alguien. Puede


que le hayas visto.

—Te repito que...

—Tiene un tatuaje de un águila en el brazo.

Entrecierro los ojos.

—¿A qué estás jugando ahora?

—Estuvo aquí en el bar la semana pasada...

—No vine a trabajar la semana pasada.

Mi voz es fría y le doy la espalda con desdén.

—Seline, es un lobo cambiaformas muy peligroso. —La


voz de Austin está cargada de urgencia—. Uno de los
juveniles vislumbró a un hombre con este tatuaje saliendo
del bar.

—¡Ya basta, Austin! —gruño, dándome la vuelta para


mirarle—. No me importa quién o qué es. No quiero saber
nada de él, ¡ni de ti! —Doy un paso hacia él—. Lo sé todo,
así que no tienes que molestarte con todo el numerito de
«ayúdame a encontrar al asesino». No voy a caer en tu
trampa. ¡Así que te deseo buena suerte, joder!
—¿De qué cojones estás hablando? —gruñe—. ¿Qué
trampa?

Le dirijo una mirada incrédula.

—Ay, no finjas que no lo sabes. Te oí pedirle a uno de tus


compañeros de manada que mintiera diciendo que me vio
hacerle algo a Marsha.

—¿Pero qué demonios estás diciendo ahora? —me gruñe


Austin.

—¡Alguien te ha oído! —Levanto la voz, empujándole—.


Lo grabaron y me lo pusieron. —Le fulmino con la mirada—.
¿Sabes?, no entiendo qué problema tienes conmigo. No
paras de meterte en mi vida y, en cuanto me convierto en
un inconveniente, decides inculparme de asesinato. Siempre
pensé que eras un miserable, pero no hasta este punto.

Austin aprieta la mandíbula.

—No sé qué crees que has oído, pero estoy intentando


ayudar a limpiar tu nombre, no...

—¿En serio? —resoplo—. Han pasado semanas desde el


asesinato. ¿Qué has estado haciendo? Ah, ¡espera!
Buscando una manera de culparme por la muerte de
Marsha. ¿Sabes qué? ¡Que te jodan, Austin!

Antes de que pueda decir nada para defenderse,


empieza a sonarle el móvil. Sin mirar la pantalla, me fulmina
con la mirada antes de contestar.
—¿Qué? —Su expresión de enfado se torna fría—. ¿De
qué estás hablando? —Veo cómo aprieta la mano en un
puño. No deben de ser buenas noticias—. ¿Cuánto tiempo
ha pasado desde entonces?

Tras un momento, dice con frialdad:

—Eso es simplemente imposible porque Seline ha estado


vigilada desde que empezó su turno.

Me pongo tensa.

»No. Voy de camino. —Se guarda el móvil en el bolsillo—.


Ha habido otro asesinato. Tu olor estaba sobre ella.

Antes de que pueda decir nada, añade:

—Terminaremos esta discusión en otro momento. Quiero


saber quién te está metiendo ideas en la cabeza.

—No te molestes —digo con desprecio, sin importarme


que hace un segundo le haya oído defenderme—. No estaré
aquí para esa conversación. Ya he tenido suficiente de que
tú y tu manada me mangoneéis a vuestro antojo.

—¿Qué se supone que significa eso? —Austin entrecierra


los ojos—. ¿A dónde te vas?

—No es asunto tuyo —digo con frialdad—. Sencillamente


estoy harta. Parece que no podemos convivir los dos en este
pueblo.

Veo que quiere discutir conmigo, pero se abre la puerta.


—¿Jefe? —grita Jason.

Austin parece frustrado.

—Voy a hablar contigo sobre esto. No te vas a ir a


ninguna parte.

Le veo marcharse.

*** ***

Esta vez, la noticia del asesinato se mantiene más en


secreto, pero nada puede permanecer oculto mucho tiempo.

Pasan unos días y empiezo a relajarme, ya que Austin


está ocupado con la investigación. A uno de los juveniles
más jóvenes se le escapa que la hembra asesinada era otra
candidata al puesto de hembra alfa.

He empezado a planificar el futuro, los pocos meses que


me quedan, y relego a Austin a un segundo plano. En
general, el plan me funciona.

Hasta que lo veo una noche.

Lacy y yo decidimos coger algo de comida barata para


llevar e irnos al parque, ya que hace tan buen tiempo.
Mientras vamos para allá con la comida, veo salir a una
pareja de un elegante restaurante francés por delante de
nosotras. Tardo un segundo en reconocer a Austin y me
quedo helada.
Tardo un minuto en reconocer a la mujer que se
encuentra a su lado. La identifico cuando se estira para
darle un beso.

Raven.

Formaba parte del grupo que intentó atacarme el otro día. Es la que me llamó
puta.

Noto el corazón en la garganta cuando la veo besar a


Austin. Y, a continuación, veo que él le pone la mano en la
cintura.

No la está alejando.

El dolor en el pecho es tan agudo que suelto un grito


ahogado.

Austin levanta la cabeza casi al instante y sus ojos se


encuentran con los míos.

Me quedo mirándolo un momento mientras Raven sonríe


con suficiencia y le apoya la mano en el pecho de forma
posesiva.

Mi lobo se estremece de dolor.

—Vamos, Seline. —Lacy me coge de la mano y tira de mí


en dirección contraria. No conoce a Austin, pero es lo
suficientemente lista como para sumar dos y dos.—.
¡Vamos!

La sigo como un ciego, sin comprender, pero plenamente


consciente de que mi lobo se retuerce de dolor.
Lo único que veo es la mano de Austin enroscándose en
la cintura de Raven cuando lo besó tan íntimamente.
Capítulo 20

Seline

Contemplo los platos rotos que hay en el suelo.

—Lacy, esos eran nuevos...

—¡No lo hagas! —Mi amiga me señala con el dedo, con la


cara roja de ira—. No te atrevas, joder.

Me callo. Cuando Lacy se pone a soltar tacos, nunca es


buena señal.

—¡¿Te estás muriendo, y no pensaste en decírmelo?!

Doy un respingo cuando otro plato se estrella contra la


pared.

—Lacy —empiezo, pero entonces veo las lágrimas en sus


ojos.

—¡Soy tu puñetera mejor amiga, Seline! ¡Crecimos


juntas! —Ahora está temblando y las lágrimas le caen de
sus bonitos ojos—. ¿Y me ocultas algo así?
La verdad era inevitable, pero debería haber manejado
mejor la situación.

Cuando Lacy me llevó de vuelta al apartamento y me


abrazó mientras vomitaba con tanta saña, me atosigó a
preguntas y no tuve más remedio que responder.

—Voy a matar a ese cabrón.

El enfado de Lacy me ha calmado un poco, lo suficiente


para ordenar mis propios sentimientos maltrechos.

—No, no vas a hacerlo.

El dolor dentro de mí es algo más que emocional. Es un


dolor físico, y sé que es porque cuando Austin y yo nos
acostamos, cimentamos nuestro vínculo un poco más. Lo
único que queda es la marca de apareamiento. Y por eso su
beso con otra hembra ha dañado el vínculo, que a su vez
me está dañando a mí.

—Lacy, escúchame.

—¡¿Por qué no estás tú molesta, Seline?!

Ver las lágrimas en los ojos de mi amiga hace que se me


contraiga el pecho hasta el punto de asfixiarme, pero alargo
la mano y la abrazo.

—Gracias. Gracias por preocuparte tanto.

Entierro la cara en su cuello y me permito derramar


algunas de mis lágrimas. Me aparto lo suficiente para
mirarla a los ojos.

—Estoy dolida. No voy a mentir y decir que no lo estoy.


Pero Lacy, ya estaba al tanto de que estaba buscando
pareja entre su manada. Debería haberme esperado esto.

Los ojos de mi amiga brillan de furia y frustración.

—¡No está bien!

—Lo sé. —Me limpio los ojos y luego los suyos—. Es un


asco, ¿vale? Pero, ¿de verdad quiero estar con alguien que
siempre me mirará como si nunca fuera a ser lo bastante
buena para él? No quiero pasarme la vida llorando por
Austin, Lacy. Quiero disfrutar de la vida, y quiero cerrar el
capítulo de Austin. Me alegro de haber visto esto. Me alegro.
Porque ahora puedo seguir adelante.

La expresión de mi amiga vacila y entonces veo en sus


ojos un brillo de furiosa determinación.

—Voy a presentarte a alguien. A alguien que esté


buenísimo.

Me río.

—Por mucho que te lo agradezca, sólo quiero irme de


este pueblo, Lacy.

—¿Vas a permitir que te haga eso? —Me fulmina con la


mirada—. ¿Vas a salir huyendo con el rabo entre las piernas
como si él hubiera ganado o algo así?
Puedo llegar a comprender su frustración; sonrío,
cansada.

—Estoy harta de autocompadecerme todo el tiempo,


Lacy. No hay nada que pueda hacer nada al respecto, y no
quiero pasarme el día suspirando por alguien que está
dispuesto a hacerme daño de esa forma. Y no quiero salir
con cualquier desconocido solo para restregárselo por la
cara a Austin. Si me gusta alguien, igual me lo pienso, pero
por ahora, por favor, no intentes emparejarme con nadie.

Veo la reticencia reflejada en su cara. Es fácil pronunciar


todas estas palabras, pero la verdad es que tampoco tengo
elección.

Desde que me enfrenté a mi madre y la dejé marchar, he


empezado a darme cuenta de que soy la única persona que
se interpone en mi camino hacia la felicidad. No puedo
hacer que Austin me quiera o me desee y, después de todo
lo que me ha hecho, ¿acaso quiero que lo haga?

Mi opinión del hombre que se supone que es mi


compañero predestinado se ha empañado
considerablemente.

—¿Y el otro alfa? —Lacy me mira con impaciencia—. Te


gustaba, ¿verdad?

Le sonrío débilmente, sin saber cómo decirle que la cosas


no funciona así. No sé cómo Austin es capaz de mantener
una relación física con otra mujer que no sea su compañera
predestinada; el asco que siente por mí tiene que ser muy
intenso para que sea capaz de ello. Pero la noche que
pasamos juntos, ese calor y hambre presente en sus ojos
cuando me tocó y la forma en que me dijo que ansiaba mis
caricias, me hace dudar.

¿Cómo le resulta tan fácil tocar a otra?

Si antes me había planteado la posibilidad de una


relación más allá de mi pareja predestinada, nuestra única
noche juntos ha echado mis fantasías por tierra. No puedo
mirar a otro hombre de esa forma, es como si todos los
hombres hubieran perdido su atractivo a mis ojos.

A fin de cuentas, Lacy nunca podrá comprender el


funcionamiento de tales vínculos. Y no quiero proporcionarle
ninguna información que pueda ponerla en peligro en el
futuro.

—Confía en mí —le aseguro—. No es posible.

Si solventar sus contraargumentos ya es difícil, tener que


presenciar sus lágrimas mientras se aferra a mí es mucho
peor. Solloza mientras nos hacemos a la idea de que los
próximos meses podrían ser todo el tiempo que nos queda
juntas.

*** ***

Saber que Austin no sólo quiere inculparme por la muerte


de su compañera de manada, sino que además intima
físicamente con sus candidatas a compañeras, es algo difícil
de digerir. Pero hago un buen trabajo tragándome el dolor
que me causa.

Desde aquella noche, mi lobo ha enmudecido. El dolor


sigue ahí, pero no puedo sentir a mi lobo. El único latido
constante dentro de mí es este vacío.

No obstante, dos días me bastan para recuperar la


compostura, cosa que resulta ser necesaria porque, al
tercer día, Austin se presenta en el bar.

Pero antes de que pueda acercarse a mí, otra persona se


le adelante.

Loyd me dedica una sonrisa

—Pensé en pasarme a echar una mano.

Sé lo que quiere decir y no puedo evitar sonreír ante su


amabilidad.

—Eres un encanto. —Le paso el menú—. A tus bebidas


invito yo esta noche.

Los ojos se le iluminan con deleite.

—Quizá debería aprovecharme de eso y quedarme a


hacerte compañía hasta que cierres.

—En realidad —Le sonrío—, mi turno acaba pronto esta


noche, dentro de veinte minutos. Así que, puedes tomarte
todo lo que quieras hasta entonces.
—¿Has dicho veinte minutos? —Loyd se inclina hacia
delante; su tono es coqueto y una parte de mí desearía
sentir algo por él. También es un lobo alfa, pero uno al que
no le importa mi condición de híbrida, un concepto
ciertamente refrescante.

Siento la pesada mirada de Austin sobre nosotros, pero la


ignoro.

—¿Por qué no me dejas invitarte a cenar más tarde? —


sugiere Loyd—. Y después, igual podríamos dar un
agradable paseo por los lindes del bosque.

—Loyd —empiezo con cautela, pero él baja la voz.

—Como amigo. Por ahora.

Me planteo su propuesta, y las palabras del alcalde


Hamrington vuelven a mí.

«Véngate».

En aquel momento, no me interesaba en absoluto,


estaba cansada de este constante tira y afloja y de las
peleas, pero al levantar la mirada y ver a Austin sentado
con sus hombres, recuerdo el despiadado puñetazo que
sentí en las tripas cuando lo vi con Raven.

Cierro los ojos un instante. Quizá no estaría mal hacerle saber que no todos
los hombres me ven como él.

Así que sonrío a Loyd y le respondo:


—¿Por qué no?

Percibo la ira de Austin cuando mi mirada se cruza con la


suya, pero no me inmuto.

Y cuando termina mi turno, me marcho con Loyd,


pasando junto a Austin de camino a la salida.

*** ***

Loyd tiene ese aire desenfadado, esa despreocupación


que me hace sonreír.

La cena es agradable y el tío nunca se queda sin temas


de conversación. Me río durante toda la velada. Sin
embargo, no siento ni una pizca de atracción hacia él.

Paseamos juntos por el pueblo, y sienta de lujo el poder


distraerme de mis otros problemas. Pero cuando Loyd me
sonríe con ojos brillantes, me siento vacía. Trata de sacar a
colación el tema de la grabación, pero le hago callar. No
quiero hablar de Austin.

Sólo quiero tener una noche en la que Austin no esté en


el primer plano de mi mente.

Mientras seguimos caminando, me doy cuenta de que


nos hemos desviado hacia el bosque y de que Loyd me está
llevando cada vez más adentro. Él sigue hablando y
probablemente aún no se haya dado cuenta, así que decido
tomar los atajos que conozco para volver de nuevo a la calle
principal.
Se hace tarde y tengo que tomar mi poción diaria. Me
está ayudando, pero sigo más cansada de lo normal.

—¿Sabes? —dice Loyd a mi lado—. Aún no has conocido


en serio a ninguno de los miembros de mi manada.

Sí que los he conocido. Simplemente no tengo muy buena opinión de ellos.

Cuando me limito a sonreírle, me dice en tono


despreocupado:

—¿Por qué te no vienes ahora conmigo? Hoy celebramos


una pequeña fiesta. Podrías...

—Estoy muy cansada, Loyd —hablo con lentitud—. Creo


que es mejor que me vaya a casa.

No miro al suelo mientras hablo y casi me tropiezo con


una raíz crecida. Loyd me agarra y me estremezco ante la
fuerza de sus dedos al clavármelos en el brazo.

—¿Estás segura? —Por un momento, me siento incómoda


cuando le miro a los ojos. Dejo que una corriente me recorra
entera, haciendo que me suelte al instante.

—Segurísima —digo con una sonrisa—. Perdona por eso.


Es la costumbre.

Me mira con extrañeza, pero este suceso ha puesto fin a


la velada para mí. Nos separamos poco después, pero no
dejo de lanzar miraditas a mis espaldas, sintiéndome
nerviosa por alguna razón.
Apresuro el paso para llegar a casa. Parte de la tensión
me abandona al doblar la esquina de mi edificio. Pero me
pongo tensa en cuanto veo al hombre de pie frente a mi
edificio de apartamentos, que claramente me está
esperando.

Ignorar a Austin no es posible ya que está bloqueando la


entrada. Le miro con frialdad.

—Pues sí que debes de tener mucho tiempo libre.

Parece agitado y un poco enfadado.

—Te dije que te alejaras de Loyd.

Resoplo por la nariz.

—¿A qué viene esto? ¿Crees que compartimos algún tipo


de vínculo inservible para que puedas dictar con quién me
relaciono? —Le empujo a un lado y meto la llave en la
puerta—. No me hagas reír, Austin.

Entro en el edificio, pero él me sigue.

—¡Es peligroso!

—¿Y qué? —Me encojo de hombros—. ¿A ti qué te


importa? Me trata bien, que es algo que aprecio en un
hombre. Nos lo hemos pasado genial esta noche.

Igual estoy tratando de devolvérsela a Austin. No todos podemos poner la


otra mejilla.
Austin me agarra del brazo cuando me dirijo al ascensor
recién instalado.

—¿Por qué haces esto? —me pregunta—. ¿Intentas


vengarte de mí por...?

No le dejo terminar la frase.

—Claro, porque a ti te importaría muchísimo… Déjame


en paz, Austin. He recibido tu mensaje alto y claro, pero si
crees que voy a ver cómo me restriegas a tus ligues por la
cara, ya puedes esperar sentado. Estás muy equivocado si
crees que me voy a echar a llorar por eso. Yo puedo hacer lo
mismo. Así que, tú ve a la cama de Raven y ya encontraré
yo la manera de meterme en la de Loyd...

Me estrella contra la pared con tanta fuerza que siento


que me tiemblan todas las costillas. Le brillan los ojos y su
lobo está furioso.

—¡Si intenta tocarte, le arrancaré la cabeza y te la


envolveré para regalo!

Por un instante, su ira me aturde antes de que la mía


propia me sobrecoja.

—¿Perdón? —Levanto las manos y le empujo hacia atrás


—. ¡Qué cara tienes! ¡¿Crees que puedes impedirme que
disfrute de mi vida mientras tú te metes en los pantalones
de toda hembra disponible después de meterte en los
míos?! Después de todo lo que me has hecho, ¿crees que
debo quedarme de brazos cruzados y llorar por ti?
¡Supérame, Austin! Además, ahora que sé las cosas que sé,
¡ni siquiera voy a quedarme por aquí el tiempo suficiente
para que me inculpes de la muerte de Marsha!

Se le tensa la mandíbula.

—Ah, hablemos de eso, de acuerdo. Porque yo no te he


inculpado ni estoy tratando de hacerlo.

Resoplo.

—Sí, claro. Me lo creo totalmente.

—¿Y si te doy pruebas de ello? —pregunta en voz baja.

¿Pruebas?
Capítulo 21

Austin

He corrido un riesgo que no debería haber corrido.

Si hubiera dejado que Seline creyera que yo estaba


detrás de todo, habría asentado su odio hacia mí, que era lo
que quería desde el principio. Pero ver ese dolor en sus ojos,
esa amargura y esa derrota por pensar que yo era capaz de
algo así, hizo que se me fuera la pinza.

El otro problema era su cercanía a ese alfa.

Que fuera él quien convenció a Seline de que yo


intentaba tenderle una trampa me hizo sentirme aún más
cauteloso respecto a él. No confío en él y ahora sé que está
tramando algo.

Desconoce la investigación que he estado llevando a


cabo, tratando de limpiar el nombre de Seline. Aunque los
ancianos de la manada insisten en que fue ella quien
asesinó a Marsha y su lógica es más que obvia, he reunido
pruebas suficientes para demostrar que no fue ella. Para mi
sorpresa, el alcalde me ha sido de mucha ayuda.

Y son dichas pruebas que le entregué hace una hora las


que la hicieron palidecer.

Lo hojeó todo mientras yo la observaba.

—Ya veo —dijo finalmente en voz baja.

Pero eso fue todo. Ni siquiera me había mirado, sólo me


había pedido que me fuera. Pero no puedo borrarme de la
cabeza esa expresión de derrota en su mirada.

En cuanto entro en la guarida, Jason se enfrenta a mí.

—¿Dónde has estado? Te dije que no fueras. Daston me


ha estado sometiendo al tercer grado desde que apagaste
el teléfono —sisea.

Me encojo de hombros y me dirijo a mi despacho, pero


Jason no ha terminado. Cierra la puerta tras de sí.

—Sabes que estás en terreno pantanoso, ¿no?

Me hundo en la silla, agotado.

—Está yendo a parar justo a manos de ese alfa, Jason.


Ese tío no es trigo limpio.

Jason parece tan frustrado como yo.

—Grayson la ha estado siguiendo, Austin. Te vio ir a su


casa para reunirte con ella. Si no lo hubiera distraído el otro
día, los ancianos de la manada habrían descubierto que te
acostaste con Seline.

La ira y la frustración son compañeros amargos. Puede


que sea el alfa de la manada de Stone Creek, pero no soy
mucho más que una marioneta.

Jason me estudia y suspira, hundiéndose en la silla frente


a mí.

—¿Sabes, Austin? Deberías ir a verla y contarle la


verdad. No todo el mundo encuentra a su pareja
predestinada.

—Si hago eso, ¿quién protegerá a esta manada? —Quiero


estrellar algo contra la pared para que se rompa de la
misma forma en que se está rompiendo mi propio corazón.
No puedo comer ni dormir, todos mis pensamientos se ven
consumidos por esa mujer de ojos tristes que se supone que
es mía. Cada vez que veo a Seline, parece más y más
abatida, por mucho que finja lo contrario. Ha perdido peso, y
me odio por ser la razón de ello—. Ya viste lo que intentaron
hacer cuando mataron a mis padres. Daston trató de
hacerse con el puesto de alfa, y lo habría conseguido si yo
no hubiera regresado a tiempo. Si renuncio por mis propias
razones egoístas, a saber cómo sobrevivirán las hembras de
la manada; ya viste lo que estaba intentado hacer.

Convertir a las hembras en criadoras para la manada, establecer


apareamientos forzados, crear un harén y eliminar la opinión y voto de las
hembras dentro de la manada.
Son actos antiguos que ahora están mal vistos en las
manadas de cambiaformas, pero Daston está decidido a
recuperarlos. Está decidido a controlar a las hembras de la
manada y arrancarles su identidad. Si yo me voy, las
aplastará a todas.

Y también está lo otro.

Todavía tengo que encontrar al asesino de mis padres.

—Ese lobo está en el pueblo —digo con fuerza—. Si está


aquí, necesito toda la mano de obra posible para cazarlo.

Jason me mira.

—Tengo gente vigilando el bar y a tu compañera.

—No es mi compañera —digo con dureza, ignorando los


aullidos de agonía de mi lobo—. Ya la he rechazado.

Jason resopla por la nariz.

—¿En serio? Entonces, ¿por qué compraste el edificio


donde vive Seline? ¿Por qué me hiciste bajar el alquiler y
empezar las reparaciones...?

Le gruño.

—El edificio estaba en venta y sabes que hace tiempo


que quiero invertir en el sector inmobiliario. Es bueno para
nosotros el tener un buen colchón económico en este
pueblo.
Y quería eliminar la presencia de ese cerdo que acosaba
a Seline. Fueron dos pájaros de un tiro. Sin embargo, una
parte de mí sabe que comprar un edificio en una zona tan
sórdida del pueblo puede no haber sido la mejor decisión
financiera.

—Estás hecho todo un mentiroso. —Mi amigo de la


infancia me fulmina con la mirada—. Estás tan enfocado en
los principios y el bien mayor de esta manada que no ves lo
que te estás haciendo a ti mismo. O a Seline. Está
sufriendo...

—Una vez que me aparee con alguien, el hilo de nuestro


vínculo de compañeros se romperá para siempre y ella
estará bien —argumento.

Pero la sola idea me provoca náuseas. Tocar a otra mujer


me pone enfermo. Esa cita con Raven que me impusieron
había sido el rato más insoportable que jamás he pasado
con otra mujer. Ya es bastante malo que Raven me caiga
mal porque tiene la misma mentalidad hambrienta de poder
que su tío, pero se pasó toda la noche intentando tocarme
de maneras para nada sutiles. El beso me había tomado por
sorpresa y estaba a punto de apartarla cuando sentí una
sensación dolorosa y vi que Seline me miraba fijamente.

No confío en que Raven no vaya a por Seline otra vez.

Ya es bastante malo que Grayson esté merodeando a


Seline, listo para matarla en cuanto reciba la orden de los
ancianos de la manada.

—Tenemos que hacer algo con Grayson —pronuncio


sombríamente—. No puedo tener a un cazador de manada
que sirva a los intereses de su propio amo.

La expresión de Jason se ensombrece.

—¿Qué esperabas? Daston lo encontró y lo crio,


aislándolo de los demás miembros de la manada. Lo preparó
desde el principio para que fuese el arma perfecta.

—Bueno, pues mientras no nos ocupemos de él, los


ancianos seguirán teniendo demasiado control sobre la
manada —murmuro.

—Porque ocuparse de Grayson es así de fácil —replica


Jason sombríamente.

No se equivoca. Grayson es una máquina de matar y ni


siquiera yo estoy seguro de poder enfrentarme a él en una
pelea. El único con la capacidad de controlarlo es Daston.

—Pero deja de cambiar de tema. —Mi amigo entrecierra


los ojos—. Estamos hablando de Seline.

—No quiero hablar de ella.

—Si hablases con algunos de los miembros de la manada


acerca de esto...

—Jason.
—Ella les gusta, Austin —interrumpe acaloradamente mi
amigo—. Al contrario de las opciones a hembra alfa, Seline
ha conseguido enderezar a los juveniles. Ha ayudado a
algunas de nuestras hembras a conseguir trabajo e incluso
ha ayudado a unas cuantas a matricularse en algunos
cursos de la universidad pública. A pesar de todo lo que se
ha dicho y hecho, no les niega su ayuda si la necesitan. Si
hablases con...

—¡Basta! —rujo.

Jason se detiene en seco y se calla.

—Ni una palabra más sobre Seline. Ella y yo nunca


vamos a estar juntos. Todo lo que ha sucedido entre
nosotros ha sido una casualidad y nada más. Tengo que
proteger a esta manada. No puedo tomar decisiones en el
calor del momento. Tú, de entre todas las personas,
deberías saberlo y entenderlo. Sabes lo que está en juego,
Jason. ¿O estás tan ciego por la noción romántica de tener
una pareja predestinada que te has olvidado de todas las
hembras de esta manada que necesitan mi protección?

Mi amigo agacha la cabeza, pero no dice nada.

Ni siquiera tiene la oportunidad de intentarlo, porque


llaman a la puerta y, antes de que pueda responder, se abre
de golpe y aparece Raven, vestida con un top muy
escotado. La ropa reveladora no me sorprende. La mayoría
de las candidatas a pareja alfa han intentado seducirme.
—¿Estás ocupado? —Raven me sonríe lascivamente.

—Salta a la vista —respondo con sequedad.

—Oh —responde ella, agitando la mano—. Pero si es sólo


Jason.

Veo el disgusto en los ojos de mi amigo.

—Estamos en medio de una reunión importante —gruñe


él.

Raven le lanza una mirada glacial.

—Y yo acabo de insinuar que se ha terminado. Así que,


lárgate.

Una de las razones por las que Raven tiene una actitud
tan arrogante es porque cuenta con el respaldo de su tío. Y
ahora también está convencida de que su papel como
hembra alfa está garantizado.

—Seguiremos con esto más tarde, Jason —digo


fríamente. Jason se encoge de hombros y, cuando está a
punto de irse, le grito—: Deja la puerta abierta.

La mandíbula de Raven se tensa, pero no tarda en


recuperarse.

—¿Cuándo me vas a invitar a nuestra próxima cita,


Austin? —Se acerca por detrás de mi silla y me rodea el
cuello con los brazos.
Me sacudo sus brazos de encima.

—¿Para esto has venido, para hacerme perder el tiempo?

Entrecierra los ojos.

—No seas tan frío conmigo, Austin. Mi tío...

—Sólo te ha convertido en candidata, Raven. Y ya no es


que yo te tenga mucho cariño de por sí.

Retrocede unos pasos.

—¿Esto es por esa puta mestiza? No sé qué es lo que te


gusta de ella, Austin. Puede que sea tu compañera
predestinada, pero apenas tiene dinero para comer y se
abre de piernas para llegar a fin de mes. ¿Es ese el tipo de
mujer que quieres a tu lado para que lidere esta manada?

Por desgracia para Raven, no me cabreo tan fácilmente.


Puede decir todas las cosas desagradables que quiera sobre
Seline porque sé que su intención es hacerme reaccionar
para poder irle con el cuento a su tío y que éste amenace
con hacerle daño a Seline.

—¿Has terminado? —pregunto con frialdad—. Tengo


trabajo que hacer.

Raven sonríe. Es una sonrisa socarrona que me pone los


pelos de punta.

—Sé que no me crees, pero te lo demostraré. De hecho,


ya tengo un plan en marcha.
Cada célula de mi cuerpo se queda inmóvil.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Pues lo que acabo de decir —se burla—. Le pedí a Tony


y a sus amigos que la localizaran y la sedujeran por algo de
dinero. E incluso si se resiste, les dije que fueran duros con
ella y le enseñaran a esa zorra cuál es su sitio, que es
debajo de ellos. Ya...

En un abrir y cerrar de ojos, Raven jadea en busca de


aliento cuando la inmovilizo contra la pared y los pies le
quedan colgando en el aire.

—Puede que tu tío tenga algo de poder en esta manada,


pero yo sigo siendo el alfa. Puedo matarte en un santiamén,
Raven, y, llegados a este punto, no me importan mucho las
consecuencias. Así que, llámalos para cancelar el plan o iré
a por ti y le presentaré tu cabeza a tu tío. —El miedo en sus
ojos me resulta satisfactorio. La presiono—: ¿He sido claro?

Asiente desesperada y yo la suelto, dejándola caer al


suelo.

—Llámalos. Ahora mismo.

Sale corriendo de mi despacho.

Noto la mandíbula tensa mientras miro fijamente la


puerta antes de cerrarla y volver a mi asiento. Cierro los
ojos y me concedo unos instantes para preguntarme cómo
habría sido mi vida si me hubiera permitido acercarme a
Seline y darle mi marca. Aquella noche entre nosotros se
repite en mi cabeza cada vez que me acuesto. Mis dedos la
buscan en sueños para terminar enroscados en una sábana
vacía.

Me siento como un monstruo por cada palabra que le


digo y cada vez que ella se repite por lo bajo esas crueles
palabras para sí misma. Es fuerte, pero está rota, y yo la
estoy rompiendo aún más.

Mi lobo gime, exigiendo a su compañera.

—No podemos —murmuro sin esperanza—. No podemos


tenerla porque tengo que mantener a nuestra gente a salvo.

Suena el teléfono y agradezco la distracción. Es Lexion.

—Jefe, es acerca de ese hechicero, Sam. Tengo algo de


información.

Me incorporo con los ojos fríos.

Puede que no pueda estar con Seline, pero sí puedo protegerla.


Capítulo 22

Seline

Me siento estúpida por confiar en un lobo.

No sé por qué Loyd hizo lo que hizo, pero cuando Austin


se marchó, le pedí que me enviara la grabación. Lacy tardó
algo menos de un par de horas en averiguar que todo el
audio había sido editado.

—Si tuviera el original, sería mucho más fácil —admitió


mi amiga—. Pero si aíslas los sonidos de fondo, resulta
bastante obvio.

Para poder hacer todo eso, Loyd debe haber mandado a


alguien a seguir a Austin.

Pero, ¿por qué haría esto? Recuerdo su insistencia en que


fuera a su guarida. No una, sino dos veces.

Aquí hay algo que no está bien.

Me planteo llamar al señor Hamrington para hacérselo


saber, pero me detengo. Aún no sé nada con seguridad.
Acabo dejándole un mensaje de voz en el que le explico que
tengo mis reticencias acerca de este nuevo lobo alfa. Sé
que, si quiere seguir hablando de ello, se pondrá en
contacto conmigo.

Paso este día lluvioso empaquetando algunos de mis


artículos más pequeños. Como se están haciendo algunas
reparaciones en el bar, no tengo que presentarme. El
corazón se me encoge mientras contemplo cómo cae la
lluvia.

Austin demostró que estaba intentando limpiar mi


nombre, pero, al final, eso no significa nada. Eso no borra
que besó a otra mujer, que sigue teniendo una mala opinión
de mí y que me rechazó.

Recojo mi joyero descolorido. Estoy a punto de meterlo


en una de las cajas de cartón cuando se me resbala de las
manos. Suspirando por mi descuido, empiezo a recoger las
joyas, sólo para darme cuenta de que faltan algunas.

Frunzo el ceño. Faltan los que suelo llevar puestas. He


estado tan distraída estos días que ni siquiera me he dado
cuenta.

Busco por todos los rincones, pero no encuentro nada.


Esto no es normal. Es imposible que haya perdido todas
estas piezas que uso a diario. No es que sean caras, pero yo
no soy de perder cosas.
Dejo la caja y las joyas desparramadas tal como están y
me quedo mirándolos desde mi posición en el sofá. Hay una
idea tratando de abrirse camino en mi cabeza, pero no
acabo de entenderla.

Una vez la comprendo, cojo el móvil.

Austin me contesta al segundo timbre.

—¿Qué pasa?

Me pregunto si es así como responde a las llamadas de todo el mundo.

—¿De dónde procedía exactamente mi olor en los


cuerpos de esas dos mujeres? —pregunto lentamente, con
los ojos fijos en las piezas de joyería esparcidas por el suelo.

Se produce una larga pausa, pero en lugar de


regañarme, responde:

—Caíste sobre el cuerpo de Marsha, así que había


muchas zonas que olían a ti, pero su muñeca derecha y su
cuello tenían el olor más fuerte. Y en Nadine eran sus orejas
y su muñeca.

—¿Llevaban alguno de estos objetos?

Describo las piezas que faltan, y el silencio al otro lado es


pesado una vez termino.

—¿Dónde estás?

—En casa.
La llamada termina bruscamente y yo me quedo mirando
el teléfono, molesta.

Será maleducado.

Igual mi idea le ha parecido ridícula. Ahora mismo me


siento bastante tonta por haberle llamado.

Me levanto para prepararme un té y le echo un poco de


la poción para disimular el sabor. Tal vez mi memoria
también se esté deteriorando.

Qué alegría pensarlo.

Cuando estoy a punto de verter la poción en el té, se oye


un fuerte golpe en mi puerta.

Me estremezco casi al instante, consciente de que mis


habilidades de bruja no paran de desvanecerse, ya que no
puedo saber quién o qué hay ahí fuera.

Cuando abro la puerta y me encuentro a Austin, me


quedo mirándolo.

—¿Qué?

Entra dentro rozándome y goteando agua por toda mi


alfombra limpia.

—¡Eh, cuidado! —Le empujo—. ¡Que esa ya está


vendida!

—¿Qué? —Parece confuso.


—¿Qué haces aquí? —Me entra la ansiedad. No lo quiero
dentro de mi casa.

—Algunas de las joyas que mencionaste las llevaban las


mujeres. —Austin me mira—. ¿Son tuyas?

—No las encuentro. —Los dedos se me cierran en un


puño—. Y esas me las pongo todos los días, así que se me
ocurrió que a lo mejor… No pensé que...

—Quiero comprobar si alguien ha entrado en tu


apartamento recientemente.

—Estuviste aquí hace sólo unos días. ¿No crees que te


habrías dado cuenta entonces? —le pregunto.

Austin me lanza una mirada larga.

—Hay formas de ocultar tu olor, incluso para los lobos


cambiaformas con el mejor de los olfatos. Pero hay
pequeñas cosas que pueden delatarlo.

No puedo detenerle mientras mira a su alrededor. Por su


expresión rígida, sé que ha encontrado algo.

—Alguien ha estado aquí —dice finalmente—. Y no una


vez, sino varias. —Me mira—. Creía que podías sentir si
alguien entra en tu territorio.

No digo nada durante un rato antes de encogerme de


hombros.
—Mi lado brujo no es tan fuerte, supongo. —Me lanza una
mirada incrédula, y rápidamente le digo—: Ya puedes irte.

Pero Austin sigue mirando a su alrededor.

—¿Por qué estás haciendo las maletas?

—No es asunto tuyo.

—¿Y qué es esto? —Coge la botella de poción.

Intento quitársela de las manos, pero no lo consigo. La


sostiene por encima de mi cabeza, estudiándola.

—¿Estás enferma? —pregunta Austin, frunciendo el ceño


cuando consigo arrebatársela. Me mira desde su altura con
los ojos entrecerrados—. ¿Qué está pasando, Seline?

Sigo su mirada y me doy cuenta de que me he dejado


todas las pociones encima de la mesa.

—Vete a casa —digo con fuerza.

—No me voy a ninguna parte hasta que me digas por


qué tienes tantas pociones curativas —gruñe.

—No tienes derecho a interrogarme —replico con


frialdad.

—Tienes pociones curativas y estás preparando la


mudanza. —Tiene la mandíbula tensa—. Te vas a alguna
parte, ¿no? Te marchas.
—Pues claro que me marcho —siseo finalmente. —No voy
a quedarme aquí y dejar que me hagas esto. Me voy dentro
de dos meses. No tendrás que volver a saber de mí. No me
verás ni tendrás que preocuparte de que mancille tu
reputación. Será como si nunca hubiera existido.

La cara se le pone blanca.

—¿Qué?

—Márchate, Austin. —Siento que me quedo sin energía—.


No tengo ganas de discutir.

Veo que quiere quedarse y hablar de esto, aunque


sinceramente no entiendo por qué.

—Si no te vas tú, me largo yo —digo con desgana.

Me lanza una larga mirada cargada de una emoción que


no alcanzo a comprender y luego se va.

Me derrumbo en el sofá, demasiado agotada


mentalmente para preocuparme de que alguien haya
estado allanando mi casa.

*** ***

A veces me pregunto si seré una optimista sin remedio


por pensar siquiera que llegaré a pasar un día sin
preocupaciones ni problemas o peticiones ridículas como la
que me plantean ahora.
Miro fijamente a los tres hombres y el billete de
cincuenta dólares sobre la barra.

—¿Cómo has dicho?

Estos no son juveniles, sino tres hombres jóvenes. Y sé


que son de la manada de Austin, razón por lo que estoy aún
más de mala hostia.

—Sólo queremos saber cómo eres en la cama. —El del


medio me guiña un ojo.

—Sí. —Su compañero suelta una risilla—. Hemos oído


que te abres de piernas para cualquiera. Así que, seguro
que no tendrás ningún problema en ponerte de rodillas
ahora mismo y chupármela.

El tercero se ríe y, como no respondo, el del medio pone


cara de sorpresa.

—Oh, ¿cincuenta es demasiado para ti? Bueno,


desconocemos cuáles son tus tarifas normales.

—Seguro que nunca ha visto tanto dinero junto en su


vida. Tiene pinta de que se arrodillaría por dos dólares.

Se ríen al unísono.

Siento que una ira fría arraiga en mi interior.

—Voy a decir esto una sola vez, así que escuchadme


bien. Si no os largáis de este bar en los próximos dos
minutos, haré que os arrepintáis de haber abierto la boca.
El del medio entrecierra los ojos.

—¿Te crees demasiado buena para nosotros?

Si el bar no estuviera cerrando y vacío, estoy segura de


que bastantes de los clientes habrían sacado de patitas a la
calle a estos tres imbéciles. Pero estoy aquí sola, como
siempre, y tengo que aguantar lo que coño sea esto.

—A por ella, chicos. Sujetadla. Vamos a enseñarle lo que


pueden hacer los hombres de verdad —se burla el del
medio.

Puede que mis habilidades de bruja estén débiles, pero


no han desaparecido por completo.

Y ahora mismo, no me importa cuántos estragos esté a punto de causar en el


bar.

Me agarro al mostrador. Antes de que puedan moverse,


el suelo se estremece, las baldosas se rompen y las
enredaderas las atraviesan y los atrapan a todos.

No son niños, así que consiguen zafarse de las lianas,


pero surgen más a medida que aumenta mi ira.

No sé quién los ha enviado aquí ni qué pretendían demostrar, pero han


conseguido que pierda la poca paciencia que me quedaba.

Los tres machos son incapaces de desenredarse de


tantas lianas, y aprovecho para llamar a Austin.

—Ven a por tus putos compañeros de manada. Estoy


hasta el coño de estas mierdas —le gruño.
Cuelgo el teléfono sin esperar su respuesta. Me tiemblan
las manos al ver cómo los machos luchan por liberarse. El
del medio lo consigue y se precipita hacia mí. Veo la muerte
reflejada en sus ojos, así que hago acopio de toda la fuerza
que aún me queda y extiendo la mano de un tirón, dándole
el susto de su vida.

Puedo oler su carne quemada mientras se catapulta


hacia atrás.

Después, todo queda en silencio, excepto los dos


hombres que llaman a gritos a Garett, que parece aturdido
mientras se esfuerza por levantarse.

Austin llega en algún momento en medio de todo esto


asunto. Debía de andar cerca.

Apenas puedo mantenerme en pie mientras señalo a los


tres, respirando con dificultad.

—Querían que me prostituyera para ellos, ya que tu


manada y tú pensáis que soy poco más que una puta. —Me
agarro al respaldo de la silla, esforzándome por
mantenerme en pie a pesar de las lágrimas de rabia me
queman los ojos—. ¿Qué es esto, Austin? ¿Qué intentas
hacerme?

Unas manchas oscuras me nublan la vista, pero le veo


volverse contra los tres machos de cara pálidas. Lo que
sigue es lo más parecido a un baño de sangre que he visto
nunca. Les propina tal paliza que casi los mata.
Observo, aturdida, mientras las rodillas me flojean. Oigo
gritos, chillidos y súplicas.

Yo me noto entumecida. Estoy agotado del todo.

Le oigo gruñirles y me permito imaginar que está


defendiendo mi honor. Es una bonita fantasía, al menos.

Pero apenas puedo ver nada, todo mi mundo se vuelve


oscuro.

Lo último que oigo es la voz de Austin gritando mi


nombre.
Capítulo 23

Seline

Es el sonido de unos pitidos lo que me despierta.


Molesta, intento girarme para apagar el despertador, pero
siento el cuerpo demasiado pesado.

Y entonces, oigo las voces.

—¿Qué quieres decir con que se está desvaneciendo?

Esa parece la voz de Austin, si alguna vez ha sonado


ansioso y preocupado.

—Pues eso mismo —responde una voz femenina—. La


chica está en los huesos, cosa que ya es bastante mala de
por sí, pero su lobo se está muriendo, Austin. Puedo verter
un poco de magia curativa, pero nada más. No puedo
salvarla.

—Tienes que hacerlo, Tammy. Tienes que salvarla. ¡No


puede morir así!
Nunca había oído a Austin tan angustiado y me pregunto
si estaré soñando.

—Por esto es que no se rechaza un vínculo


predestinado...

—¡Eso no debería matarla, Tammy! —ruge Austin.

—Deja de gritar en mi consulta —dice Tammy con fuerza


—. ¿Y qué te esperabas que iba a pasar, Austin? Venga ya,
es una híbrida. Claro que iba a reaccionar de forma negativa
al rechazo del vínculo. Dios sabe cuánto ha estado
sufriendo, no debe haber sido fácil para ella.

Sigo con la mente aturdida mientras escucho una


conversación que no parece real.

Pierdo el conocimiento una vez más, y para cuando lo


recobro, solo alcanzo a oír:

—¿… qué dice Daston?

—Ya me encargaré yo personalmente de ese cabrón. —El


tono de Austin es sombrío—. Esos tres no soltarán prenda
durante un tiempo y Raven sabe lo que le haré si dice algo.
Se me está agotando la paciencia, Tammy.

Oigo el frufrú de la ropa y un tranquilo:

—No puedes seguir haciéndote esto, Austin. Te está


pasando factura. Tus padres no habrían querido...

—Habrían querido que mantuviera a la manada a salvo.


—¿Pero a qué precio? Estás perdiendo a tu compañera,
Austin. Si se muere, se acabó. Todo esto será para nada.

—Pero, ¿¿y si puedes salvarla?

¿Por qué parece tan desesperado?

—No puedo salvarla, Austin —explica Tammy


suavemente—. Sólo tú puedes, pero tienes que decidir cuál
es tu prioridad.

Luego se hace un gran silencio.

Y después ya no recuerdo nada.

*** ***

Esta vez, el pitido ha desaparecido cuando me despierto.


Parpadeo mirando el techo blanco y sintiéndome
extrañamente cargada de energía.

—Por fin estás despierta.

Reconozco la voz, pero no la cara.

Tammy.

Mi memoria recuerda retazos de conversaciones que he


oído por casualidad. La miro fijamente, sin saber qué decir.

—¿Cómo te sientes, cariño?

Tammy no es mucho mayor que yo en apariencia, pero


desprende ternura.
Es una hembra maternal. Una curandera.

Me apresuro a atar cabos.

—Como si me acabara de despertar después de una


larga siesta.

Me sonríe.

—Me alegro de oírlo.

—¿Dónde estoy?

—En la enfermería de la manada —me informa Tammy,


observándome—. Supongo que no tengo que decirte qué
manada.

Se me hunde el estómago.

—Austin no debería haberme traído aquí, debería


haberme dejado allí sola. Habría estado bien.

—No, no es verdad —me dice Tammy con firmeza,


tendiéndome un vaso de agua—. Te habías agotado por
completo. Si te hubiera dejado allí, habrías muerto esa
misma noche y no dentro de un año.

Cuando la miro boquiabierta, me dedica otra de esas


sonrisas tranquilizadoras.

—Soy curandera, Seline. Por supuesto que lo sé.

—Se lo has dicho a Austin, ¿verdad? —Cierro los ojos, ya


sé la respuesta, pero aun así noto que se me hunde el
corazón al oírme pronunciar esas palabras.

—Tenía derecho a saberlo.

—¡No tiene ningún derecho! —estallo. Mi ira aumenta al


recordar el dolor en su voz. Lo confuso de toda esta
situación es demasiado para mí—. ¡Después de las cosas
que me ha dicho, no tiene derecho!

Tammy no me dice que me calme ni que baje la voz. Al


contrario, espera con paciencia y me ofrece más agua.

—Austin quiere hablar contigo —me hace saber una vez


que he conseguido calmarme—. Ahora mismo está lidiando
con las secuelas de haberte traído aquí. Todo el pabellón
está en alerta máxima. —Como no digo nada, me da unas
palmaditas en el hombro—. Tienes toda la razón del mundo
para estar enfadada, Seline, pero habla con él.

No dice nada más y me alegro de que se vaya. Así puedo


estar a solas con mis pensamientos.

No quiero esperar a Austin. No quiero oír más palabras


duras ni insultos. No me importa lo que escuché mientras
estaba en un estado de semiinconsciencia. Seguro que lo
soñé todo.

Después de meses de menosprecios y de que mi


autoestima alcanzara mínimos insospechados, no puedo
creer nada de lo que diga Austin. No puedo confiar en él.
Podría haber un millón de razones por las que se enfadó
cuando supo lo que me pasaba, pero la única que no voy a
creerme es la de que se preocupa por mí.

No pienso tropezarme dos veces con la misma piedra.

*** ***

Cuando Tammy dijo que el pabellón se encontraba en


alerta máxima, no exageraba.

No veo entrar ni salir a nadie de la enfermería, salvo al


puñado de personas en las que sé que Austin confía. Los
conozco a todos por su nombre, pero me niego a hablar con
ellos, incluso cuando tratan de entablar conversación
conmigo. Puede que sea de mala educación, pero ahora
mismo me siento en territorio enemigo.

Austin aún no ha venido a verme, y doy gracias por ello.


Le he pedido a Tammy que me deje marcharme, pero insiste
en que espere.

¿Que espere a qué?

Por suerte, no tengo que esperar mucho más tiempo


porque Jerry aparece dos días más tarde, con aspecto tenso.

—Está habiendo muchas peleas en la manada. Las cosas


no van bien —confiesa—. Daston quiere castigarte por lo
que le pasó a su sobrino y a sus amigos, y a Raven la han
recluido en su habitación. Austin está que echa chispas.
Nunca lo había visto tan cabreado, Seline.
—Jerry. —Miro al chico—. ¿Puedes ayudarme a salir de
aquí?

Parpadea mientras se come mi gelatina sin un ápice de


vergüenza.

—¿Por qué quieres irte? ¿No se está mejor aquí?

—No puedo quedarme. —Ahora parece abatido.

—¿No te vas a quedar en la manada, entonces?

No soy capaz de sentirme mal por él; es mi única vía de


escape en este momento.

—No me dejan marcharme —digo—. ¿No puedes


ayudarme?

Jerry parece dubitativo.

—No sé, Seline. No es que me preocupe meterme en


problemas, es que no creo que estés segura ahí fuera ahora
mismo. Creo que estarás más segura aquí.

—Eso es decisión mía, Jerry. —Le dirijo una mirada firme


—. Encontraré la forma de irme a casa. Sólo necesito que
me ayudes a salir de este sitio.

Jerry cede al fin, rascándose la cabeza.

—Joder, tío, Austin me va a matar.

*** ***
Es a altas horas de la madrugada cuando Jerry me
despierta. Tiene aspecto pálido.

—Austin acaba de abandonar tu habitación, así que


pensé que ahora sería un momento tan bueno como
cualquier otro.

—¿Ha estado aquí? —Le dirijo una mirada extrañada.

—Toda la noche. —Jerry espera a que me levante de la


cama—. Te estaba cuidando. Anoche enfermaste un poco,
¿sabes?

Pues no tenía ni idea, pero la idea de que Austin haya


estado velando por mí durante la noche me hace sentir
rara.

Pero enseguida me sacudo esa sensación de encima.

—Vamos.

Mientras Jerry me guía por la guarida, me lanza una


mirada.

—Sabes que Austin no te secuestró, ¿verdad? —Parece


un tanto nervioso—. Es que no te despertabas y tuvo que
traerte aquí a que te viera Tammy.

—Lo sé. —Le toco el hombro.

Es la parte de no dejar que me marche lo que me pone de los nervios.


A decir verdad, sé que las palabras y acciones pasadas
de Austin contradicen sus palabras y acciones actuales. Pero
ya he tenido bastante.

Escabullirse no es tan fácil, pero Jerry consigue llevarme


hasta el aparcamiento, donde Lou y otras dos personas nos
esperan con un Jeep.

Respiro aliviada cuando por fin estoy fuera del territorio


de la manada. Miro las expresiones nerviosas en las caras
de los chicos y me siento agradecida. Hacer lo que han
hecho no iba a ser fácil ni estaría libre de consecuencias,
pero lo han conseguido.

Me dedico a mirar por la ventanilla mientras el Jeep


avanza por el terreno accidentado y mis pensamientos van
a parar a Austin. Ahora que estoy lejos de la manada, me
permito pensar en lo que ha pasado hasta ahora. Sé que me
desmayé en el bar, pero lo que más recuerdo es la furia
desenfrenada de Austin y la forma en que atacó a esos
machos. Todavía puedo oír sus aullidos mientras descargaba
su furia sobre ellos. Por lo que Jerry me contó más tarde, se
encuentran en estado crítico.

Entonces, ¿por qué no estaban en la enfermería?

Y entonces recuerdo lo que Austin le dijo a Tammy


cuando pensó que yo no le estaba escuchando. Había
sonado como cualquier compañero angustiado, como si
nunca me hubiera dedicado palabras feas.
Todo es demasiado confuso. No sé qué creer, y ya no me
voy a permitir albergar ninguna esperanza.

Jerry me deja en mi edificio. Observo cómo se marchan


antes de entrar. Nada más girar la llave en la cerradura, me
invade una extraña sensación.

Me empujan contra la pared del pasillo y una figura


corpulenta se abalanza sobre mi cara.

—¡Te lo advertí, mestiza!

Cuando sus garras se clavan en mi cuello, vislumbro el


horripilante rostro de mi atacante, cubierto de cicatrices y
que está haciendo gruñir a mi normalmente silencioso lobo.

Este macho es peligroso.

Envío una corriente a través de mi cuerpo para apartarlo,


pero tan sólo da un paso atrás.

—Se te dijo que te mantuvieras alejada del alfa, mestiza.


Ahora tengo un mensaje que entregarte.

Levanta la mano y me dibuja un tajo en la cara,


haciéndome gritar de dolor. Es demasiado fuerte para que
pueda luchar contra él. Su fuerza es monstruosa, y su aura
es tan sanguinaria que no puedo pensar en nada más allá
del miedo que siento.

—Por ahora me quedaré con tus ojos. —Me enseña los


dientes—. Y si persistes, volveré a por tu lengua.
Sus manos se convierten en garras mientras el horror me
sobrecoge entera.

No puedo empujarlo hacia atrás.

Dejo escapar un grito ahogado cuando su mano se


acerca a mis ojos, pero de repente, todo su peso
desaparece de encima de mí. Abro los ojos y veo una figura
conocida delante de mí.

El alcalde Hamrington parece molesto.

—¿Qué clase de imán tienes para los problemas, Seline?

Se limpia las manos en un pañuelo limpio, sin mirar


siquiera al lobo que lucha por ponerse en pie.

Mientras intento tragar más aire, el vampiro antiguo me


estudia.

—Has destrozado mi bar.

—Porque me atacaron —consigo decir.

—Vi el video de seguridad. —Agita la mano—. Tomé el


relevo después de que tu compañero se fuera.

—Espera. —Parpadeo—. ¿Estuviste allí? ¿Y dejaste que


me llevara? Me han tenido secuestrada durante tres días.

El alcalde alza una ceja.

—Estabas con tu compañero. Creía que era eso lo que


querías. Y, además, si te hubieran retenido como rehén, te
habría traído de vuelta. —Dobla su pañuelo con pulcritud—.
Después de todo, eres una de los míos.

Me estrujo el cerebro tratando de encontrarle sentido a


nada de esto.

—Espera, ¿así que les hiciste algo a mis atacantes?

—¿A esos machos arrogantes? —El alcalde me estudia,


sin molestarse siquiera en lanzar una mirada de soslayo al
lobo que se está poniendo en pie—. Les adormecí un poco el
cerebro para incapacitarles permanentemente. No serán
capaces de comer por sí solos, y mucho menos de mirar en
tu dirección. Por cierto, me debes una por los daños
ocasionados. Te lo descontaré de tu salario. Y espero de ti
que supervises las reparaciones.

No puedo creer lo tranquilo y despreocupado que está.

Pero antes de que pueda articular palabra, el alcalde ya


ha desaparecido mi lado, ha agarrado al lobo por el cuello y
lo ha arrojado a través de la ventana abierta. Abro los ojos
como platos ante la facilidad del movimiento.

—No me gustó su cara —comenta el vampiro antiguo—.


Te veré mañana en el trabajo. No llegues tarde.

Se marcha sin más, y yo me quedo ahí sentada y atónita.

¿Qué acaba de pasar?


Capítulo 24

Seline

El alcalde Hamrington no bromeaba sobre descontarme


los gastos del sueldo y supervisar las reparaciones.

¡Viejo avaro!

Miro mi penoso salario de este mes.

—¿Cómo se supone que voy a comer con esto? ¿O a


pagar el alquiler?

Me mira sin inmutarse.

—Ya proporciono a mis empleados una comida por turno.


Y no sé por qué sigues pagando alquiler ahora que tu
compañero es el dueño del edificio. Arréglalo con él.

Casi se me cae la mandíbula al suelo.

—¿Perdona? Repíteme eso.

—Tu compañero compró el edificio. —El vampiro me mira


como si fuera una mosca particularmente molesta.
—¡¿Cuándo?!

—Ya hace un tiempo. Le envió a tu anterior casero un


mensaje muy fuerte. Deberías haberme informado de que
ese hombre estaba tratando de extorsionarte con favores
sexuales. Eso es algo sencillamente inapropiado.

—Pero sí que te lo dije. —Frunzo el ceño—. Y me


contestaste que me las apañara sola.

El viejo vampiro parece sorprendido.

—¿Ah, sí? Debo de haberlo olvidado. Supongo que la


vejez al fin está haciendo mella en...

—¡Bah, ¡ahórratelo! —gruño con frustración, ya a medio


camino de salir de la habitación—. ¡Y no es mi compañero!
¡No me quiere!

Al alcalde esto parece un divertirle un poco, pero me deja


marchar. Mientras abandono su despacho, me dan ganas de
salir dando pisotones como un niño pequeño.

¿Austin compró mi edificio?

Miro fijamente mi reflejo en uno de los escaparates que


hay junto al ayuntamiento e intento pensar. Fue más o
menos cuando Raven y sus compinches intentaron
atacarme que Lacy me habló del cambio de propietario. En
aquel momento no le había prestado mucha atención, pero
ahora esos pequeños detalles me resultan muy
sospechosos.
Pero, ¿por qué lo hizo si no dejaba de decirme que no me mezclara con él y
que mantuviera las distancias?

Hay tal cantidad de pensamientos desbocados


recorriéndome la cabeza, que no puedo atrapar ni uno solo
para centrarme en él.

Me suena el teléfono y compruebo la pantalla para ver


que es Austin quien me llama. Rechazo la llamada.

Ya estoy bastante confundida; hablar con él no es una


buena idea en este momento.

Decido tomar asiento en uno de los bancos del parque. Al


menos en público estoy a salvo.

Apenas llevo ahí unos minutos cuando alguien se sienta


a mi lado. Giro la cabeza para ver a Sam.

—Estás herida otra vez —dice con tono lúgubre.

Me toco la cicatriz de la cara.

—Me estoy tomando una de tus pociones. Desaparecerá.

Sam frunce el ceño.

—¿Qué ha pasado?

Suelto un fuerte suspiro y apoyo la cabeza en el respaldo


del banco.

—¿Por dónde empiezo? Me atacaron, me salvaron, me


secuestraron, me volvieron a salvar, supongo, me atacaron
y me volvieron a salvar una vez más. Y acabo de enterarme
de que me han descontado parte del sueldo porque casi
destruyo el bar.

Ni siquiera le miro, me siento muy cansada para hacerlo.

—¿Un caramelo? —me ofrece por fin, y abro un ojo para


ver el dulce que sostiene delante de mí.

Lo acepto, abro el envoltorio y me meto la golosina en la


boca.

—Esto es lo más bonito que me ha pasado en días —


suspiro, sintiéndome un poco feliz. Aunque me pregunto qué
dice eso de mí.

—¿Qué pasó con tus atacantes? —pregunta Sam


finalmente.

—Están en un... —Hago una pausa—. En un lugar no muy


bueno en este momento. Austin llegó a tiempo, y ayer el
alcalde apareció de improviso y me salvó. Antes jamás fui
una damisela en apuros, ¿sabes? —Frunzo el ceño de
repente, sintiéndome molesta por cómo me ha ido la vida—.
Antes yo imponía y la gente me tenía miedo.

Sam me da unas palmaditas en las manos.

—Se nota que lo eras. Y sigues siéndolo. Es sólo que la


vida te ha repartido una mala mano en este momento.
—Sí, eso es. —Me hundo más en el banco, sintiéndome
mejor y como una niña consolada tras sus palabras de
ánimo y seguridad. Vuelvo a suspirar—. La vida es un lío
ahora mismo. Justo cuando creo que algo se ha solucionado,
descubro otra cosa que lo complica.

—Estás hablando de ese lobo alfa, el que se supone que


debería ser tu compañero predestinado. —La voz de Sam es
oscura.

No me sorprende que lo sepa a estas alturas.

—Se ha portado como un cerdo conmigo, Sam —confieso


—. Me rechazó, me ha dicho cosas horribles, iba a por mis
puntos más vulnerables… Y justo cuando iba a irme del
pueblo, descubro que quizá no me odie del todo. No sé qué
parte es verdad y qué no. Compró el edificio en el que vivo
porque el anterior casero me acosaba. Me bajó el alquiler,
quizá porque sabía que vivía al día. Se enfadó mucho
cuando me atacaron en el bar. Y ahora parece que ya no sé
nada. —Miro a Sam, frotándome la cara con las manos—. Si
alguien hace todas estas cosas, no puede odiarte del todo,
¿verdad?

La expresión de Sam se ensombrece.

—No voy a mentir, Seline. Lo que tu compañero te hizo


va más allá de la crueldad. No aceptes sus migajas de
amabilidad ni las interpretes como algo más de lo que son.
No creo que haya lugar para que lo perdones en tu corazón.
E incluso si lo hay, hace tiempo que él rompió la confianza
que debería haber con sus propias manos. Si de repente
cambia de opinión, ¿significa eso que se espera de ti que le
perdones por sus actos?

Sus palabras me hacen quedarme quieta. Esto es lo que


me ha estado carcomiendo.

—Mira, Seline. —Sam me mira con seriedad—. Me iré


dentro de un mes, más o menos. ¿Por qué no te vienes
conmigo? Me gusta tu compañía y hay muchos sitios que
puedo enseñarte, ya que me traslado mucho. Y puedo
enseñarte más sobre tu lado de bruja, enseñarte magia
avanzada. Así estarías entre los tuyos.

Le miro fijamente. Sinceramente, su oferta es increíble:


la oportunidad de alejarme de este pueblo y no estar sola.
Pero solo me queda un año de vida y mis habilidades de
bruja se están desvaneciendo. Por encantadora que sea la
oferta de Sam, y por mucho que me gustaría viajar con
alguien que me trata con tanta amabilidad, sé que no puedo
hacerlo.

—Gracias, Sam —digo, cogiéndolo de la mano—. Lo digo


en serio. Pero creo que eso ya no es posible para mí. Creo
que me iré sola de este pueblo, es lo mejor para todos. —
Veo que quiere decir algo más, pero le suelto la mano—.
Tengo que irme a trabajar. Nos vemos luego, ¿vale?
No me detiene, pero su expresión abatida me hace sentir
mal. Pero, ¿qué puedo hacerle yo? No puedo cambiar mi
destino.

*** ***

Cuando llego para mi turno en Benny's, ya hay alguien


esperándome.

—¡Dios mío! —Miro a Austin con el ceño fruncido—. ¡¿Me


has puesto un GPS encima?!

—¿Por qué te fuiste? —Me agarra de la muñeca y tira de


mí hacia un rincón más apartado—. ¡Tammy te dijo que te
quedaras quieta!

—Bueno, verás, tiene gracia, pero es que no tengo que


obedecerte. —Arranco mi brazo de un tirón—. ¿Lo vas
pillando ya?

Veo la habitual mezcla de ira y frustración en su rostro.

—¡Ahora mismo no estás a salvo, Seline! ¿Por qué te


cuesta tanto entenderlo?

—Ay, ya sé. —Le dirijo una mirada firme—. Es porque uno


de los tuyos apareció en mi casa e intentó arrancarme los
ojos como castigo por no alejarme de ti. Me ha dejado una
cicatriz bonita y brillante, como puedes ver.

La expresión de Austin se ensombrece.

—¿Quién era?
—Un bruto grande y feo con cicatrices por toda la cara
y...

—Grayson —murmura Austin—. ¡¿Y aun así te quedaste


allí?!

—Él ya no era un problema. —Me encojo de hombros,


sintiéndome mucho más segura ahora de lo que me sentí
entonces—. Pero empiezo a pensar que cuanto más cerca
estoy de ti, más peligro corro.

Su rostro palidece.

—Sólo intento mantenerte con vida...

—¿Por qué? —pregunto bruscamente—. No sé a cuál de


los dos le cuesta más comprender que me hayas rechazado,
que ya estés intimando físicamente con otras hembras y
que pienses que no soy digna de ser tu compañera. Yo he
hecho las paces con eso. ¿Por qué tú no?

Se queda congelado en el sitio. Lo presiono sin piedad.

»Sé que sabes la verdad, Austin: me estoy muriendo. Y


ahora que lo sabes, esto debería facilitarte aún más las
cosas. Me marcho de aquí a un lugar lejos de ti, a un lugar
donde no tenga que ver a nadie ni oír sus palabras crueles y
sus verdades amargas sobre mí. No volverás a saber de mí.
No volverás a verme. Y, una vez que haya muerto, cualquier
vínculo que compartamos se marchitará y por fin te librarás
de mí. ¿No son buenas noticias?
Parece como si le hubiera dado un puñetazo en las tripas.

—La vida me iba bien, ¿sabes? —Lo miro a los ojos


mientras hablo—. Me iba bien hasta que te conocí. Era una
existencia desdichada, por supuesto, pero me las apañaba.
Tuve que conocerte a ti para darme cuenta de verdad de lo
cansada que estoy de estar viva... Tú con tus palabras y la
forma en que te encantaba ponerme en mi sitio... La muerte
no va a ser más que un dulce alivio. Así que, vete. Déjame
en paz. Estoy cansada de ti y de tu manada.

—Seline...

—Tengo que trabajar. —Me doy la vuelta y doy un par de


pasos antes de lanzarle una mirada por encima del hombro
—. No te preocupes. Será como si yo nunca hubiera existido.

Le dejo ahí de pie, sintiéndome un poco satisfecha por la


pizca de dolor que veo en sus ojos. No me importa.
Simplemente no me importa. Quiero que sienta algo del
dolor que yo sentí.

Al final Austin termina por irse y yo sigo con mi trabajo.

Es durante el descanso para comer de la tarde cuando


Jess viene a sentarse conmigo. No acostumbramos comer
juntas, así que me pilla un poco por sorpresa.

—¿Dónde están Anna y Bertha hoy? —pregunto.

Parece un poco tensa.


—No han podido venir. Están demasiado asustadas.

—¿Asustadas?

Parpadea mirándome.

—Creía que lo sabías. ¿No estabas en la guarida?

La manera despreocupada en que lo dice me hace


estremecer.

—No por elección propia. ¿Qué ha pasado?

—Lo del sobrino de Daston y sus amigos —dice Jess con


amargura—. Los ancianos de la manada están furiosos y
dijeron que, si ven a alguien relacionarse contigo, serán
etiquetados como traidores y ejecutados. Austin aseguró
que no permitirá algo tan ridículo, pero Daston es un
hombre temible. Puede que Austin sea el Alfa, pero es
Daston el que ejerce mucho poder. Si puede obligar a Austin
a aparearse, ¿qué no puede hacer?

Frunzo el ceño, sintiendo una pizca de inquietud.

—¿Qué quieres decir con lo de obligar a Austin a


aparearse?

Jess baja la voz.

—Cuando los ancianos de la manada se enteraron de tu


existencia, amenazaron a Austin. A menos que escoja una
pareja elegida por ellos, se desharán de ti.
El tenedor me resbala de las manos y cae en el plato con
un sonoro estruendo.

—Pero Austin me rechazó por decisión propia. Tenía


muchas razones para hacerlo.

Jess parece baldada.

—No fue porque él quisiera. No tuvo elección, Seline.


Capítulo 25

Seline

Me quedo congelada en el sitio.

—¿Perdona?

Jess se humedece los labios, con expresión culpable.

—Austin no te rechazó porque quisiese hacerlo. Si te


hubiera elegido a ti, habría tenido que abandonar la
manada. No creo que eso le hubiera importado, pero el caso
es que, ahora mismo, lo único que se interpone entre los
ancianos y las hembras de la manada es Austin.

Ya sabía que la manada de Stone Creek era un poco más


tradicionalista de lo normal, pero la declaración de Jess me
suena extraña.

Aparto el plato a un lado.

—¿De qué estás hablando?

Jess parece nerviosa.


—Las cosas iban bien cuando los padres de Austin
seguían vivos. Ellos mantenían a los ancianos de la manada
bajo control, pero cuando Austin se fue para llevar a cabo su
primera carrera, nos invadió otra manada y asesinaron a
nuestra pareja alfa. Daston decidió asumir el papel de alfa e
instaló a su hijo adoptivo, Grayson, como cazador de la
manada. Por suerte, Austin regresó a tiempo y tomó el
timón, puesto que ya se estaba preparando para convertirse
en alfa. Incluso destituyó a Grayson. Pero, entonces, a
nuestro antiguo cazador de la manada lo hallaron muerto y
Grayson le sustituyó. Desde entonces, la manada ha sido un
caos.

—¿Grayson es...? —El nombre me resulta demasiado


familiar.

—Es un macho de aspecto feo que mete miedo. —Jess se


estremece—. Se mantiene alejado de nosotros, pero es la
mayor arma de Daston.

El cazador de la manada. Grayson.

Fue él quien me atacó esa noche. Austin lo mencionó.

—Los padres de Austin nunca habrían permitido que


Grayson fuera el cazador de la manada, pero Austin ya
estaba ocupado enfrentándose a las secuelas del ataque.
Han pasado años y aún sigue buscando a ese hombre con el
tatuaje del águila.

—¿Quién es ese?
—El alfa de la manada que mató a sus padres. Austin no
lo vio, pero uno de los soldados sí, aunque solo alcanzó a
ver el tatuaje que tenía en el brazo. Austin se ha propuesto
vengarse. Todos nosotros queremos venganza. A nuestra
manada la destruyeron aquella noche. —La expresión en su
mirada está cargada—. Sus padres eran increíbles y, antes
de esa noche, Austin no era el hombre rígido y de mirada
dura que es hoy en día. Solía reír y gastar bromas. Jugaba
con nosotros en nuestras formas de lobo. Pero todo cambió
en un abrir y cerrar de ojos. Ahora tiene que enfrentarse a
Daston y sus planes descabellados.

—¿Qué tipo de planes? —pregunto despacio, no estoy


segura de querer saberlo.

—Daston quiere reinstaurar el concepto de criadoras de


nuevo en la manada —me dice Jess con un escalofrío.

Se me corta la respiración.

—¡Esa es una práctica ilegal!

—Bueno, pues él quiere reinstaurarlo. Muchos de los


hombres mayores están a favor, pero esos son los que están
de su lado. El problema es que, si se las arregla para
hacerlo, no le sucederá solo a los «botines de guerra», como
él mismo dijo como si nada. Ninguna de nosotras estará a
salvo. Ya sabes cómo funcionaban las manadas cuando este
concepto aún estaba vigor hace años. Ninguna mujer o niña
se salvaba, sin importar su edad. Las hembras
abandonaban sus manadas y las madres huían con sus
hijas.

Recuerdo haber leído sobre todo esto. Las criadoras de


manadas se hicieron populares durante las guerras que
tuvieron lugar hace siglos. La idea de continuar con una
práctica tan vil me da ganas de vomitar.

—Y eso no es todo. —Jess está pálida ahora—. Daston ha


estado presionando para evitar que ninguna hembra reciba
unos estudios. Quiere que las hembras de nuestra manada
se queden en la guarida. Quiere destituir a las que forman
parte de nuestras fuerzas de combate y nuestros altos
cargos. Y amenazó a las que se niegan a aparearse o aún no
han encontrado pareja con aparearlas a la fuerza con
machos mayores ya apareados como segundas parejas.

Ya era consciente de que había alguien podrido por


dentro en esta manada, pero esto es nauseabundo.

—Ahora mismo, Austin es todo lo que tenemos para


protegernos —continúa Jess—. Por eso, cuando apareciste,
tuvo que tomar una decisión. Elegirte a ti y dejarnos a
nuestra suerte, o elegirnos a nosotros y sacrificar su
felicidad. Nos eligió a nosotros, y ahora está pagando el
precio por ello. Los ancianos de la manada lo han
amenazado con que, si no escoge una pareja de su elección,
te harán daño a ti. Si Austin te demuestra algún signo de
amabilidad o afecto, lo amenazan. Están acabando con él
mientras él intenta protegernos a nosotros y a ti. Y, cuando
atacó al sobrino de Daston, las cosas se pusieron feas.
Quiere vengarse de ti, y Austin le ha plantado cara. —Hunde
la cabeza entre las manos—. No sé qué va a pasar ahora.

La desdicha que oigo en su voz me hace intentar


consolarla, pero me encuentro aturdida. Esto es mucho más
de lo que jamás había imaginado. De repente, algunas
cosas empiezan a cuadrar.

—Yo...

—¿O sea que esto es lo que haces cuando tienes un rato


libre, Jess?

Jess se levanta de un salto, con la cara pálida como si


hubiera visto un fantasma.

Veo a Raven de pie en la puerta, con los ojos fríos a


causa de la ira.

—Serás zorra. ¿Tienes el descaro de sentarte aquí y


discutir asuntos de la manada con una puta como esta?
¿Tienes idea de lo que voy a hacerte?

Raven se precipita hacia delante y yo estiro


inmediatamente la pierna, haciendo que se tropiece.

—Vuelve al trabajo, Jess. Ya me ocupo yo de la basura —


ladro.

Los ojos de Raven se abren de furia.

—¿Qué coño acabas de decir?


Jess se escabulle y yo le sonrío a Raven.

—Te he llamado basura, que es lo que eres. ¿Acaso me


he equivocado?

Siento un frío entumecimiento dentro de mí después de


escuchar por fin la verdad, que se transforma rápidamente
en rabia al ver a Raven.

Ésta se planta delante de mi cara, gruñendo.

—¿Crees que tienes alguna oportunidad porque Austin te


trajo a la guarida? Ha aceptado aparearse conmigo esta
misma mañana.

Asimilo este duro golpe y arqueo los labios.

—Debes de estar muy desesperada por conseguirte un


hombre como para conformarte con uno que ni siquiera te
quiere. ¿Yo? Yo tengo mucho más amor propio. Pero bueno,
supongo que de tal palo tal astilla.

El pecho de Raven se agita de la rabia.

—No he olvidado lo que le pasó a mi hermano por tu


culpa. En cuanto tenga a Austin a mi lado, me encargaré de
ti.

—Ah, ¿sí? —La miro fijamente—. ¿Y qué vas a hacer?


¿Retorcerte en el suelo y llorar como un bebé como hizo tu
hermano?
Suelta un aullido de rabia y salta hacia mí, pero le doy
una patada a la silla para lanzársela, haciéndola caer. Como
estamos fuera, dejo que unas lianas la inmovilicen contra el
suelo.

Vuelve a aullar, pero le tapo la boca con una liana.

—Puedes esforzarte cuanto quieras, Raven —digo


despacio—. Pero no me gustan los matones y tú me
desagradas especialmente, así que será mejor que te andes
con cuidado. O la próxima vez, te atravesaré con estas
lianas.

La dejo estar ahí con las lianas sujetándola y no la suelto


hasta pasados unos largos e insoportables minutos. No
entra en la cafetería.

No puedo evitar preguntarme si no me habré pasado de


la raya, pero estoy enfadada y confusa. Si a Austin lo han
obligado a hacer todo esto, ¿qué parte de lo que me dijo era
verdad? Necesito saberlo. Aunque no sea a mí a quien elija,
quiero que escuchar la verdad de su boca.

Miro el móvil, pensando en llamarle, pero cambio de


idea.

Ven a mi apartamento esta noche, le escribo en un mensaje. Tenemos que


hablar.

Lo envío y me obligo a seguir con mi trabajo.


Es difícil concentrarse con toda esta nueva información
dándome vueltas por el cerebro. Ni siquiera he procesado
del todo que Austin haya elegido a Raven como compañera.
Pero después de oírlo todo, y por las piezas que yo misma
he ido juntando, si las cosas están de verdad tan mal como
parecen, puede que la haya aceptado a ella para preservar
la paz.

No es que así el asunto me duela menos. Y tampoco hace


que esté menos enfadada con Austin por cómo me ha
menospreciado desde que lo conozco.

Cuando mi turno llega a su fin, me suena el teléfono.

Es Sam. Me pregunto cómo ha conseguido mi número,


pero parece agitado.

—¿Podemos quedar hoy? —pregunta.

Compruebo la hora.

—Estaré en el bar supervisando las reparaciones dentro


de unas horas. ¿Por qué no vienes hasta allí?

Se queda en silencio unos minutos.

—Vale.

No puedo evitar sentirme un tanto preocupada.

—¿Va todo bien, Sam? —Hoy está muy raro.


—Yo... —vacila—. Creo que será mejor que te lo cuente
en persona. Te estaré esperando en el callejón detrás del
bar. Quiero hablar contigo a solas.

Por más que suene sospechoso, Sam no me ha dado


ninguna razón para dudar de él, así que acepto.

*** ***

No recibo ninguna respuesta de Austin a medida que


avanza el día, y empiezo a preguntarme si he cometido un
error. A pesar de lo que me ha contado Jess, a lo mejor él
nunca me ha querido. Igual todas las cosas que me dijo eran
ciertas y es así como se siente de verdad.

¿Por qué si no habría optado por herirme tan profundamente con sus
palabras cuando podría haberse limitado a rechazarme y cerrar el capítulo?

Tanto pensar me está dando dolor de cabeza. Hoy me he


tomado dos pociones por la magia que empleé.

Me dirijo al bar y me encuentro a los manitas esperando


ya fuera. Me siento algo culpable por haber destruido la
propiedad del alcalde, pero tampoco es que tuviera muchas
más opciones.

A medida que se acerca la hora de mi encuentro con


Sam, comienzo a sentirme agitada. ¿Está enfadado conmigo
por mi negativa a viajar con él? No me lo imagino
cabreándose por eso. Y Austin tampoco me ha respondido
aún.
¿Acaso importa a estas alturas?, me pregunto. Todavía tengo pensado
largarme del pueblo. Él va a aparearse con Raven igualmente. Y, sabiendo todo
lo que está en juego, comprendo perfectamente sus razones para hacerlo, pero
no puedo perdonarle la forma en que me destrozó.

Sigo volviendo una y otra vez al mismo pensamiento: ¿Y si todo lo que me


dijo iba en serio?

Sintiéndome contrariada, dejo a los trabajadores para


que sigan con lo suyo y me dirijo al callejón para comprobar
si Sam ha llegado.

En el callejón reina el silencio cuando abro la puerta


trasera. Y está oscuro. Frunzo el ceño cuando veo que la
bombilla se ha fundido, lo que hace que el lugar resulte más
tétrico de lo normal.

—¿Sam? —grito, tratando de adaptar la vista a la


oscuridad. Veo que alguien se mueve delante de mí y
entrecierro los ojos—. ¿Sam?

No obtengo respuesta, y entonces puedo distinguir los


rasgos de la persona que está ahí plantada.

—¡¿Tú?!

Daston se encuentra de pie frente a mí con una sonrisa


cruel plasmada en la cara.

—¿Qué estás...?

Algo duro me golpea por detrás y todo se vuelve negro.

*** ***
No sé cuándo vuelvo en mí, pero para entonces estoy
tumbada sobre una superficie dura y fría con las manos
atadas a la espalda.

Abro los ojos. Siento el bulto palpitante en la nuca y


gimo.

—¿Estás despierta?

La voz me resulta familiar, pero no es la de Daston.


Cuando consigo enfocar la vista, veo al dueño de la voz y
me quedo paralizada.

¿Loyd?
Capítulo 26

Austin

Se muere. Mi compañera se está muriendo.

Miro fijamente mi escritorio con la mirada perdida,


sintiendo cómo mi lobo gimotea. Sus palabras de esta tarde
siguen atormentándome.

Tuve que conocerte a ti para darme cuenta de verdad de lo cansada que


estoy de estar viva. La muerte no va a ser más que un dulce alivio.

Entierro la cara entre las manos.

¿Qué he hecho?

Me reclino en el asiento, sintiéndome mentalmente


agotado, dolido por haber llevado al borde de la muerte a la
mujer preciosa y descarada que debía ser mi compañera. La
he destruido de todas las formas imaginables hasta el punto
de darle la bienvenida a la muerte.

Se va del pueblo. Y estará muerta dentro de unos meses.

Vi los signos de la enfermedad, cómo se iba apagando


poco a poco: las ojeras, la mirada perdida, cómo a veces se
sentaba sola en un banco vacío del parque y se quedaba
mirando a la nada.

Era conocedor de su situación familiar. Sabía que no


tenía familia y que estaba presionada por las deudas de su
madre. Lo sabía todo y lo usé en su contra para destrozarla
aún más, para que me odiara. Quería que creyera que había
esquivado una bala.

Pero esto no es lo que yo quería. ¿Qué hago ahora?

Cada centímetro de mí siente el impulso de ir en busca


de ella, de arreglar las cosas. Pero sé que eso no es posible.

Todo este asunto con Raven y Garett se ha salido de


madre. Le advertí a Raven que no se acercara a Seline, pero
era demasiado arrogante para obedecerme. Ahora Garett no
tiene ni media neurona y ni siquiera sabe cómo andar a
derechas, igual que sus dos amigos.

Es el golpe en la puerta me hace levantar la vista. Antes


de que pueda responder, Jason se apresura a entrar.

—Hay un intruso en la...

—No soy un intruso —exclama una voz familiar cargada


de molestia—. Estoy aquí para reunirme con tu alfa.

Parpadeo.

—Lo conozco, Jason. Déjale entrar.


El brujo que ha sido bastante majo con Seline entra en
mi despacho.

—Austin, deberíamos...

Levanto una mano y detengo a Jason a mitad de frase.

—No podías haber hecho nada para impedir que


irrumpiera en nuestro territorio. —Miro a Sam, que me
observa con expresión casi funesta—. Bueno, ¿qué puedo
hacer por el Maestro de la Torre Mágica?

Jason se queda congelado, y con razón.

La Torre Mágica controla a todos los brujos del mundo. Su


maestro es el jefe de la Torre Mágica, el brujo más fuerte del
mundo en este momento.

—Puedes empezar por devolverme a mi hija —gruñe


Sam.

Esta vez, me toca a mí quedarme a cuadros.

—¿Perdón? —Pero incluso mientras hablo, mi cerebro ya


ha empezado a atar cabos—. ¿Seline es tu hija?

—Sí, y alguien se la ha llevado. Sam parece dispuesto a


reducir mi despacho a escombros—. Alguien de tu manada.

—No te sigo. —Me pongo en pie.

—Había quedado para verme con Seline —dice el brujo,


con los ojos brillantes—. Cuando llegué, lo único que
encontré allí fue uno de sus zapatos. La huella en la pared
era la de un lobo cambiaformas, el de las cicatrices en la
cara. Tres de ellas, en realidad.

Sé de quién está hablando.

—¿Por qué no puedes rastrearla con uno de esos


hechizos localizadores?

—¡Porque es sangre de mi sangre! —gruñe Sam—. No


puedo rastrear a un pariente vivo. Es una de las reglas.

Se me hiela la sangre. Miro a Jason.

—¿Dónde está el cazador de la manada?

—Voy a ver. —Jason se marcha en un abrir y cerrar de


ojos.

Miro a Sam.

—¿Quién más estaba allí?

—Uno de ellos era el anciano de tu manada, el que


amenazó a Seline delante de mí. Y también había un
tercero. Tenía un tatuaje en el brazo, uno de un águila, pelo
dorado y...

—Ojos azules —termino por él. Siento que el estómago


se me desploma—. Ese es Loyd Rock, el alfa de la manada
de Black Stone.

Y si tiene el tatuaje de un águila en el brazo, es que es el asesino de mis


padres. Y si Daston estaba con él...
Me hierve la sangre de la furia.

—La encontraré. —Me dirijo hacia la puerta, pero Sam


me agarra del brazo y su poder crepita a su alrededor.

—Encuéntrala y devuélvemela. Todos vosotros habéis


fallado en proteger a mi hija. A partir de ahora me
encargaré de ello yo mismo.

Le miro fijamente. Mi lobo gruñendo, negándose a


dejarse intimidar.

—Es mi compañera. —Le enseño los dientes con un


gruñido.

—¿Y? —se burla Sam—. No te he visto hacer nada para


tratarla como tal, excepto destrozarla hasta reducirla a la
nada. Se suponía que eras tú quien debía amarla y darle
todo lo que se le ha negado. Se suponía que eras su red de
seguridad. Yo fracasé como padre porque desconocía su
existencia, ¿pero tú? Tú has fracasado como hombre y como
compañero. Ahora me llevaré a mi hija conmigo.

—¡No te la vas a llevar a ninguna parte! —le gruño—. ¡Es


mía! Siempre ha sido mía. Tú y los demás no podéis...

—¿Tuya? —Me lanza una mirada de incredulidad—. Si así


es como tratas a alguien que se supone que es tuyo, mi hija
está mejor sin ti. La curaré y le encontraré a alguien que
pueda quererla y tratarla como se merece.

Lo fulmino con una mirada repleta de frialdad.


—Ya veremos. Si quieres ser de utilidad, haz un hechizo
localizador para el cazador de la manada. Yo me encargaré
de Daston.

Sam no discute y le dejo en mi despacho para que se


cuide las espaldas.

Daston se encuentra en la sala común, donde se ha


reunido una multitud.

Me abro paso a empujones y veo a una de las mujeres


encogida en el suelo. La reconozco como Jess, una de las
chicas a las que Seline ayudó a conseguir trabajo.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —rujo. Veo alivio en las


caras de los otros miembros de la manada.

Raven, que está de pie junto a su tío, me mira con


desdén.

—No te metas, Austin. Sólo le estamos dando una


lección. A esta le gusta mucho irse de la lengua, así que se
la voy a cortar.

Levanto a Jess, que ahora está sollozando. Una vez que


me aseguro de que está ilesa, se la entrego a otro
compañero de manada.

—Llévala a la enfermería. No la pierdas de vista.

—Sería prudente que no interfirieras cuando se está


impartiendo disciplina —me dice Daston con frialdad.
Los otros ancianos de la manada expresaron su acuerdo.

—No te corresponde a ti disciplinar a nadie —digo con


dureza—. De hecho, recuerdo haberle dicho a Raven que se
quedara en su habitación por lo que hizo.

—No he hecho nada malo. —Raven se encoge de


hombros.

Miro a mi alrededor y, por primera vez en mucho tiempo,


me siento cansado. Pero, ¿qué estoy haciendo? Todos los
presentes podrían haber intentado intervenir, pero han
preferido no hacerlo. ¿Desde cuándo esta manada es tan
cobarde? ¿Cuánto tiempo tendré que sacrificarme por ellos?

—¿Dónde está mi compañera? —pregunto de repente.

Raven sonríe.

—La tienes delante.

—No. —Le dirijo una mirada de disgusto. Vuelvo hacia


centrarme en Daston—. ¿Adónde te has llevado a Seline?

Daston parpadea, es evidente que no había previsto que


le pillarían tan rápido, pero enseguida me dirige una mirada
tranquila.

—Te has estado olvidando de tus prioridades. Te dije que


eligieras una compañera, y no parabas de retrasarlo para ir
en busca de esa mestiza. Ha llegado el momento de que
tomes una decisión: dale a mi sobrina la marca de
apareamiento ahora mismo, o haré que ejecuten a Seline.

Se oyen gritos de indignación ante la gravedad de las


amenazas de Daston.

—Tampoco soy tan despiadado. —Sonríe Daston—.


Puedes elegir abandonar la manada, y te devolveré a tu
mestiza.

No soy ningún idiota. No dejo que la ira me controle,


sobre todo en estos momentos. La elección que tengo que
tomar es evidente. Es una que debería haber tomado hace
mucho tiempo, pero en su lugar seguí aferrándome a mi
moral.

Siempre va a ser Seline.

Contemplo a mis compañeros de manada que me


observan con preocupación y miedo en el caso de las
hembras. Y, aun así, veo lo confiados que están al respecto.
Creen que los elegiré una y otra vez.

—¿Qué pasa con Seline si elijo la primera opción? —le


pregunto a Daston.

Sonríe complacido.

—Bueno, obviamente, no puedo tenerla rondando por


aquí. Ella es la razón por la que mi sobrino está en el estado
en que está. Y como habrá dañado a la familia de sangre de
la hembra alfa, será juzgada por los ancianos de la manada
y castigada. —Hace una pausa—. Pero si eliges la segunda
opción, me temo que no puedo permitir que un alfa
renuncie tan fácilmente. ¿Y si intentas reclamar tu puesto?
Nos ocuparemos de esa mestiza, pero a ti... no puedo
dejarte vivir.

Por lo tanto, Seline muere de cualquiera de las maneras.

—No hay mucho donde elegir —murmuro.

Se hace el silencio y Daston sonríe, al igual que Raven.

Claramente me subestiman.

Me arremango.

—Elijo a Seline.

Los gritos de sorpresa me rodean. Daston aprieta la


mandíbula, aunque no parece especialmente disgustado.

Raven parece furiosa.

—¿Estás loco? ¡¿Qué ves en ella?!

—¡Es su compañera predestinada! —grita alguien—. Sois


vosotros los que vais en contra de la naturaleza de nuestra
especie. Si Austin se va, yo también.

Y así, como si se hubiera roto un dique, me veo rodeado


por murmullos de acuerdo.

—No queremos a un alfa como tú, Daston. ¡Nos hemos


cansado de esta tiranía!
—¿Eres consciente de con quién estás hablando? —gruñe
Daston, la sonrisa se le esfuma.

—No me importa —declara una de las técnicas de la


manada—. No puedo vivir en una manada bajo tu dominio.
Tú y el resto de los ancianos habéis destruido la santidad de
esta manada. No quiero vivir aquí si Austin no es el alfa, y
tampoco quiero criar a una hija mía aquí.

Se produce una ráfaga de asentimientos.

Parece que una gran parte de la manada ha decidido


tener agallas. A una o dos personas en contra de los
ancianos de la manada se las puede controlar, pero ¿a la
mitad de la manada? Puedo ver la conmoción en las
expresiones de los ancianos.

Jason se cuela en la sala para llegar hasta mí y


susurrarme algo al oído. Sonrío.

—Vámonos.

Reparo en que Daston se ha escabullido. Le hago un


gesto con la cabeza a Lexion, que también desaparece.

Voy a erradicar a estos ancianos de la manada de una


vez por todas. Y conforme observo a todos a mi alrededor,
creo que ha llegado la hora de dejar esta manada también.

Me doy la vuelta para alejarme cuando Jerry y Lou se


cruzan en mi camino.
—Queremos a ayudar a rescatar a Seline —anuncia Jerry
—. Por favor.

Sus palabras llaman la atención de los demás y, de


repente, todos se reúnen a mi alrededor.

—Vamos a traerla de vuelta a casa, Austin —asegura Lou


—. Todos nos iremos contigo.

Los estudio a todos.

—Sabéis que no es una loba completa.

Ann, una de las mujeres, toma la palabra.

—No nos importa. —Da un paso adelante—. No


deberíamos haber dejado que esto durara tanto. No
deberíamos haberte dejado seguir haciendo sacrificios por
nosotros, en especial el sacrificio de tu compañera
predestinada. Mi alianza es contigo y sólo contigo, no con
los ancianos de la manada.

Estas pocas palabras rompen los lazos con los ancianos


de la manada, que siempre han ocupado un papel
aproximado al del alfa.

Observo a mi gente.

—Ya le he hecho bastante daño yo mismo. No quiero


traerla a un lugar donde la lastimarán aún más.

—¡Jamás!
Las exclamaciones me rodean y miro a Jason con ojos
sombríos.

—Reúne a las tropas, entonces. Vamos a recuperar a mi


compañera.
Capítulo 27

Seline

—¿Qué está pasando? —Miro fijamente a Loyd—. ¿Por


qué estoy atada? ¿Y qué haces tú aquí?

Loyd esboza una sonrisa.

—Sólo he venido a echarle un vistazo a mi criadora de


manada más reciente.

Le dirijo una mirada llena de confusión.

—¿Qué?

—Has sido una buena compra. Es una suerte que ese


vejestorio no entienda el valor de los mestizos, en especial
los que son mitad hechiceros. Pero tú vales cada centavo.

—¿Perdona? —Mi cerebro es incapaz de comprender sus


palabras.

—Te he comprado. —Loyd me sonríe, sólo que esta vez


puedo ver la crueldad detrás de sus ojos—. Ese vientre tuyo
producirá lobos muy fuertes para mi manada.
Cuando se agacha, me escabullo hacia atrás, sin querer
que me toque, y sintiendo un miedo cada vez más agudo.

¿De qué coño está hablando?

—Ya está, ya está. —Loyd me acaricia las mejillas—. Te


adaptarás pronto. Tuvimos que matar a nuestra antigua
criadora. Era demasiado bocazas. Tú ya estás bastante rota
por dentro y nadie te quiere, así que es un buen trato. Si te
portas bien, te dejaré salir a que te dé una hora el sol cada
semana.

—¿Se te ha ido la pinza? —Lo fulmino con la mirada—. Ni


Daston puede venderme ni tú puedes comprarme. Soy una
persona que tiene una vida en este pueblo.

—Bueno, más bien, eras una persona. —Loyd esboza una


mueca—. Ahora eres la puta de la manada, siendo claros. Y
nadie te va a echar en falta.

Oigo reír a algunos de sus compañeros de manada.

Cuando se inclina hacia delante, veo que se le levanta la


manga de la camisa y deja al descubierto un tatuaje.

Un tatuaje de águila.

La conmoción me invade.

Él es quien mató a los padres de Austin.

Si está compinchado con Daston, ¿lo sabe éste último?


Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estamos en
uno de los almacenes vacíos a las afueras del pueblo. La
gente pasa poco por aquí porque las carreteras quedaron
destruidas tras las inundaciones de hace unos años.

No estamos los dos solos aquí, sino que veo a varios


compañeros de manada de Loyd de pie contra la pared,
como si estuvieran montando guardia. El ruido de pasos
hace que me levante bruscamente, y se me tensa la
mandíbula cuando veo entrar a Daston a grandes zancadas
y la cara roja de ira.

Loyd alza una ceja.

—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar presenciando


cómo tu sobrina recibe su marca de apareamiento?

Daston no se detiene, llega hasta mí y me asesta una


bofetada con la mano abierta. De la fuerza del golpe, me
caigo de espaldas, gritando, mientras él gruñe:

—¡Esta zorra lo ha jodido todo!

Loyd no le para los pies.

—¿Qué quieres decir?

—Ese gilipollas la ha elegido a ella por encima de la


manada. Y esos lobos que no sirven para nada lo han
elegido a él. —Me agarra del pelo y me escupe a la cara—.
¡Todo mi trabajo duro se ha echado a perder por culpa de
una cosa fea como tú!
—¡Es lo que te lo mereces! —respondo con un siseo—.
¡¿Eres consciente siquiera de que estás confabulando con el
hombre que asesinó a los padres de Austin?!

Daston parpadea una sola vez y se empieza a reír a


carcajadas antes de lanzarme contra el suelo duro.

—¿Que si soy consciente? Fui yo quien dio la orden de


que mataran a la anterior pareja alfa.

Me quedo mirándolo, atónita. Se me había pasado por la


cabeza, pero estaba convencida de que no podía ser cierto.

—Neela era mía. Se suponía que iba a ser mía, y ella fue
y se apareó con el padre de ese cabrón. ¡Y para que todos
digan que debería haber tenido elección! ¡Era una hembra!
¡Su único propósito en la vida era reproducirse y satisfacer a
los hombres!

—¿Tú escuchas lo que estás diciendo? —Le dirijo una


mirada de asco.

—¿Me equivoco? —resopla Daston—. Loyd está de


acuerdo conmigo. Es el tipo de alfa que necesitamos, de
esos que mantienen a raya a sus mujeres. Lo intenté,
¿sabes? Intenté enderezarla varias veces, pero era
demasiado arrogante. Intenté inculpar a su compañero
como un traidor. Y hubiera funcionado si Austin no hubiera
sido descubierto como el próximo alfa. Ella habría sido mía
una vez hubiese matado a su compañero y me la hubiese
quedado, pero decidí arreglar este problemilla que teníamos
en la manada. Nos estábamos modernizando demasiado.

Todavía estoy tratando de digerir sus palabras. La lujuria


que sentía por una mujer lo llevó a asesinar a los padres de
Austin.

—Deberías haber oído sus gritos cuando maté a su


compañero. —Se ríe Loyd—. Fue patético. No quería matarla
directamente, el plan era entregársela a Daston, pero mi
manada se entusiasmó demasiado y empezó a perder los
papeles. Así que, me deshice de ella también.

—Y creo que ha llegado la hora de volver a hacer


limpieza —asegura Daston, irritado. —Quizá esta vez
deberíamos deshacernos de los machos más viejos y
experimentados y mantener vivos a los jóvenes. A ellos se
les puede entrenar para que sigan órdenes. —Ahora suspira
exasperado—. Todo ese trabajo para deshacernos de esas
dos candidatas e incriminar a esta zorra… todo para nada.

Que admita haber matado a esas dos mujeres no me


conmociona precisamente, pero me pone furiosa. Me invade
la indignación ante la forma despiadada en que habla de
sus asesinatos, como si no tuvieran una familia, como si no
fueran nada, como si sólo fueran paja irrelevante.

—¡No estás hecho para ser un anciano de la manada y


mucho menos un alfa! —siseo.
—Deberías arrancarle la lengua —sugiere Daston—. No la
necesita para nada, ¿verdad?

Loyd se ríe.

—Puede que lo haga. Los dientes tampoco le hacen falta.

El corazón se me acelera por el miedo y la rabia, pero


entonces oigo un ruido. Giro la cabeza en busca del sonido,
y el alivio me invade cuando veo a Austin entrar en el
almacén, arrastrando un cuerpo que estaba fuera.

No está solo. Hay un gran número de hombres y mujeres


con él, todos armados.

—Siempre me pregunté si estabas involucrado en lo que


sucedió aquella noche, Daston —habla con frialdad y, sin
embargo, puedo ver la agonía en su mirada—. Pero ahora
que lo sabemos, has pasado a ser un traidor a la manada.

Veo que Daston se queda helado antes de conseguir


hacer acopio de lo que parece una falsa confianza.

—No sabes de lo que estás hablando.

—Acabamos de oírte todos, así que hay muchos testigos.


—Austin da un paso adelante—. Y llevo un tiempo reuniendo
pruebas contra ti, sobre todo acerca de los asesinatos
recientes.

Daston resopla por la nariz.


—¿Crees que puedes ir en contra de mí teniendo a
Grayson de mi lado?

—Creo que Grayson no puede enfrentarse a una manada


entera. ¿Tú que crees? ¿Deberíamos probar a ver qué pasa?

Loyd gruñe.

—¿Qué es esto, Daston? ¡¿Los has guiado hasta mí?!

Daston le fulmina con la mirada.

—¡Pues claro que no! ¡Deben haberme seguido desde la


guarida! ¡Éste es una nenaza traicionera, igualito que su
madre!

—Me lo tomaré como un cumplido —dice Austin con


desprecio antes de transformarse y correr hacia delante. Su
manada le sigue, y la batalla da comienzo.

Austin está dirigiéndose hacia mí. Sin embargo, sin que


mis secuestradores se percatasen, he estado quemando las
cuerdas que me tenían atada. Para cuando Austin me
alcanza, ya se han deshilachado y yo consigo liberarme.

—¡Ve! —le insto—. Puede que vosotros seáis más en


número, pero ellos son más sanguinarios.

Vuelve a adoptar su forma humana.

—Aléjate de aquí. ¡Ve tan lejos como puedas!


Está a punto de decir algo más cuando un gran lobo gris
lo placa en su forma humana y sale volando. El corazón se
me sube a la garganta, pero Austin se transforma en el aire
y aterriza de pie, gruñendo.

Tres lobos saltan a su lado y enseguida reconozco que


son sus amigos. La lucha entre los lobos y Grayson es
sangrienta, y yo ayudo con lianas y corrientes eléctricas en
lo que puedo. Pero mi poder se está agotando y sé que no
puedo seguirles el ritmo.

Loyd y Daston se enfrentan a un gran número de lobos,


pero, como alfa, Loyd es más fuerte. Escucho cómo le parte
el cuello de un lobo y Austin se precipita hacia delante. Por
desgracia, sin Austin, sus amigos se ven empujados hacia
atrás, y yo siento un extraño pinchazo en la nuca. Al
girarme, veo a Grayson cargando hacia mí.

Se echa a correr hacia mí y sé que no podré esquivarlo.


Me tiro al suelo, dispuesta a usar mis lianas para
defenderme, pero él es rápido. Me lanza al otro lado de la
habitación. Siento un dolor agudo en el estómago y miro
hacia abajo para ver que una barra de metal me atraviesa
de lado a lado. Miro atónita la sangre que brota de mí y
retrocedo tambaleándome.

Oigo el aullido de Austin y la risa de Daston.

Grayson está más cerca de mí y sé que planea terminar


el trabajo. Está solo a unos centímetros de mí y yo cierro los
ojos, sólo para sentir una ráfaga de aire frente a mi cara,
seguida de un aullido. Abro los ojos y veo la espalda de un
individuo que lleva una capucha.

Veo a varios de los hombres de Loyd volar por los aires y


estrellarse contra las paredes del almacén justo cuando la
figura se baja la capucha.

Sam me mira por encima del hombro, y no veo al hombre


de naturaleza amable al que considero un amigo. Veo a un
guerrero de mirada dura.

Corre a mi lado mientras veo a decenas de brujos


irrumpir en el almacén.

—¿Qué pasa? —arrastro las palabras, sintiendo que la


pérdida de sangre ya me está afectando.

Sam me levanta en brazos. Observo el cuerpo de


Grayson inmóvil a unos metros de mí.

—Estás herida. —Tiene la mirada empañada por el dolor


—. Oh, Seline.

—No pasa nada. —Intento levantar la mano para


enjuagarle las lágrimas, pero siento los brazos y las piernas
entumecidos—. No me importa.

—Pero a mí sí —dice bajando la cabeza. Siento sus


lágrimas derramarse sobre mis brazos—. Voy a intentar
curarte la herida, ¿vale? Vas a ser valiente por mí, ¿verdad
que sí?
Austin me alcanza justo a tiempo.

—¡Seline!

—¡Aléjate de ella! —le gruñe Sam—. ¡Esto ha pasado por


tu culpa!

—¡Puede que seas su padre, pero yo soy su compañero!


—gruñe Austin a su vez.

No oigo nada más después de eso. Mi mirada se enfoca


en la cara de Sam con la poca vida que me queda.

¿Mi padre?

¿Sam es mi padre?
Capítulo 28

Seline

Miro fijamente a Sam mientras agarra la barra de metal


que sobresale de mí.

—Voy a arrancarte esto, ¿vale? —Me está mirando y,


cuando no respondo, veo el pánico reflejado en sus ojos—.
¡¿Seline?!

—No puedes sacársela —dice Austin con apremio—. Si se


la quitas, la pérdida de sangre será demasiado grave. No
podremos llevarla a tiempo a un curandero.

—¿Crees que soy idiota? —Mi padre fulmina a Austin con


la mirada—. Yo detendré la hemorragia. Es el daño interno lo
que me preocupa. Ni siquiera la magia puede curar heridas
tan graves.

No estoy muy segura de que la magia pueda hacer gran


cosa para parar una hemorragia. A estas alturas, ya he
perdido demasiada sangre.
—¡Esta no es vuestra lucha! —les grita Daston a los
brujos mientras se dirige hacia Sam. Parece que aún no se
ha dado cuenta de que Grayson está muerto.

—¡Sí que lo es si es a mi hija a la que intentas matar! —


gruñe mi padre.

Veo cómo vacila Daston antes de recuperar su falsa


confianza.

—¿Y qué vas a hacer tú, no eres más que un simple


hechicero?

Austin se pone de pie y le toca el hombro a Sam.

—Céntrate en ella. Yo me ocupo de él. —Girándose hacia


Daston, le dice—: Hay que tener cojones para decirle eso al
Maestro de la Torre Mágica.

A Daston se le esfuma todo color de la cara.

—¿Qué?

—¿Ibas a vender a la única hija del hechicero más


poderoso que existe para convertirla en criadora de
manadas? Ese fue tu primer error. El segundo fue pensar
que podías hacerle daño a mi compañera delante de mis
narices y salirte con la tuya.

—Ándate con cuidado, Austin. —Daston da un paso atrás


—. Todavía tengo a Grayson.

—¿Te refieres a ese lobo muerto?


Daston palidece aún más al ver al difunto cazador de la
manada.

—Tu familia y tú estáis acabados. Asesinaste a mis


padres, destruiste esta manada y ahora has lastimado a mi
compañera. ¿Qué pensaste que le pasaría a un estúpido
viejo verde y codicioso como tú?

Veo cómo Daston intenta cambiar a su forma de lobo,


pero Austin se le adelanta. Su lobo es enorme y poderoso. Si
no hubiera estado ya esforzándome por respirar, me habría
quedado sin aliento al ver esa magnífica criatura.

Mata a Daston de un solo golpe, arrojando su cuerpo a un


lado como un muñeco de trapo.

Mientras tanto, mi padre me pone una mano en el pecho


junto al poste metálico.

—Esto te va a doler, pero confía en mí.

Austin ya está a mi lado, cogiéndome de las manos,


cuando mi padre empieza a pronunciar algún cántico.

Grito cuando me saca la barra y mi carne empieza a


calentarse. Mis gritos no cesan. Austin me abraza con
fuerza, susurrándome palabras de consuelo al oído y
promesas de seguridad mientras la carne me arde.

Sollozo contra su cuello mientras el calor sube y luego


baja bruscamente.
—Respira —me ordena mi padre. Lo intento, pero me
cuesta.

—Ha perdido demasiada sangre —interviene Austin con


voz tensa—. Tenemos que hacer algo.

—Ahora vuelvo.

Veo cómo mi padre se aleja corriendo mientras Austin me


abraza. Oigo el estertor de la muerte en mis pulmones y sé
que no tardará en llegar.

—No puedes salvarme —le digo. El entumecimiento se


extiende de nuevo.

—¡Vamos a salvarte! —jura Austin con ferocidad—. Te


salvaremos, y tú vas a venirte conmigo y...

No sé cómo decirle que siento como si la vida se me


estuviese escurriendo.

—No le tengo miedo a la muerte, Austin —intento


tranquilizarle.

Me gruñe.

—¡No deberías tener miedo alguno a nada! Estoy aquí


mismo.

Su pánico y su miedo hacen que me duela el corazón.


Ojalá me hubiera mostrado antes esta faceta suya.

—¡Loyd ha escapado! —Oigo gritar a Lexion—. ¡Austin!


—Déjalo irse. —Austin sacude la cabeza—. Nos
ocuparemos de él más tarde.

—Si se escapa...

—Ahora no puedo. Deja que se vaya.

Austin se muestra inflexible, sin apartar los ojos de mi


cara, y sé lo importante que es esto para él.

—Ve —lo animo cuando no se aparta de mí. Su miedo es


una presencia aguda—. Véngate.

Emite un sonido ahogado.

—¿Que me vengue? Te estás muriendo, Seline. ¿Crees


que ahora mismo me importa la venganza? —Su mano
aparta unos mechones de pelo de mi frente húmeda—. La
venganza no importa ahora mismo. Nada importa salvo tú.

Suelto una risa temblorosa.

—Hubiera estado bien oír eso antes.

La expresión de su cara es de devastación.

—Nunca quise decir ni una sola palabra de todo lo que


dije, Seline. Ni una palabra. Pensaba que estaba haciendo lo
correcto, pero lo estropeé todo. Esto es culpa mía. Te he
fallado como compañero.

Siento que la energía se me escapa e intento darle unas


palmaditas en la mano.
—No pasa nada. No estaba destinado a suceder,
¿verdad?

Lo que sea que haya hecho Sam, no está funcionando. El


mareo que siento empeora y la camisa se me humedece por
la pérdida de sangre.

Sam se acerca corriendo con algo en la mano.

—¡Seline! Seline, todavía hay una posibilidad de que


puedas vivir. Pero tienes que tomar una decisión.

—¡Dáselo y punto! —gruñe Austin con la vista fija en la


botella que mi padre tiene en la mano.

—Tú no te metas —gruñe mi padre antes de volver a


centrar su atención en mí—. Seline, puedo darte dos
opciones. Te tomas la mitad de este frasco y aceptas la
marca de apareamiento de Austin. Esta poción fortalecerá
tu lado brujo lo suficiente como para colaborar con el
vínculo de apareamiento y permitirte sobrevivir.

—¡Pues hazlo! —grita Austin.

—¿Y la otra opción? —Ignoro a Austin, mirando al hombre


que resulta ser mi padre.

—La otra opción es que te bebas toda la botella y pierdas


a tu lobo. Tu lado brujo se hará más fuerte, convirtiéndote
en una bruja completa. El vínculo desaparecerá para ambos.
No dependerás de Austin nunca más, y podrás venirte
conmigo.
Puedo sentir la vida desvaneciéndose mientras la
elección se presenta delante de mí. Puedo abandonar a mi
lobo y a mi compañero para convertirme en una bruja de
pura cepa. Así me respetarán y ya no me veré condenada al
ostracismo.

La idea es maravillosa.

—Seline. —Austin me coge la otra mano, y veo las


lágrimas en sus ojos.

Nunca le había visto llorar.

—Seline, elígeme, por favor. Lo arreglaré todo, te lo juro.


Nos iremos lejos de aquí si quieres. Sólo tú y yo. Pero, por
favor... no nos arrebates nuestro vínculo.

Tiene la voz ronca por la pena, y quiero darle la espalda


como él hizo conmigo todas aquellas veces. Pero, al mirarle,
recuerdo lo que sé ahora.

Una voz dentro de mí no quiere confiar en él. ¿De qué me


ha servido confiar en él hasta ahora?

Pero vino hasta aquí a salvarme. Me ha defendido.

Puede que no esté tomando la decisión correcta, pero es


mi corazón el que toma el relevo ahora mismo, no mi
cabeza.

Miro a Sam, el hombre que debería haberme criado hace


tantos años. Quien debería haberme salvado de todos los
abusos que sufrí a lo largo de mi vida. Está aquí. No sé por
qué ni cómo, pero está aquí por mí, ofreciéndome una
opción.

—Augg…stin —intento pronunciar su nombre, pero hablo


arrastrando las sílabas. Me esfuerzo por hablar, pero no
puedo formar ninguna palabra. Aprieto la mano de Austin
con las últimas fuerzas que me quedan.

Puedo ver la decepción en la cara de mi padre cuando se


da cuenta de lo que he elegido.

Austin baja su frente hasta la mía, y puedo oír su alivio


mientras me susurra:

—Te juro que no te defraudaré, Seline.

Mi padre suspira y aparta a Austin de en medio.

—Muy bien. —Desenrosca la botella y me levanta


ligeramente la cabeza. Es un líquido amargo, pero me baja
fácilmente por la garganta—. Dale la marca de
apareamiento ahora —le ordena Sam secamente.

Austin acerca la boca a mi cuello. A estas alturas, pierdo


y recupero el conocimiento constantemente. Siento su
lengua en mi cuello antes de notar cómo sus dientes me
perforan la piel.

Es un dolor agudo, y entonces siento que algo se tensa


dentro de mí, como si una goma elástica se hubiera estirado
y vuelto a su sitio. Es una sensación que sólo puedo definir
como un calor líquido que llena cada grieta de mí. Por el
jadeo que suelta Austin, sé que está experimentando algo
parecido.

—Se está curando —dice Sam rápidamente—. Su pulso


está mejorando.

Todos mis sentidos se encuentran en alerta en este


momento. Puedo oír los latidos del corazón de todos los
presentes en la sala.

La voz de Jason suena muy fuerte a mis oídos cuando


dice:

—Austin, nos vamos a por el resto. Loyd...

—Marchaos —ordena Austin—. Yo necesito estar con


Seline.

No es gran cosa, pero el hecho de que me haya elegido a


mí en este momento y la forma en que lo ha expresado, me
embarga de una suave felicidad.

Parece percibirlo porque baja su cara hacia la mía.

—Siempre te pondré en primer lugar. Te lo prometo.

Le miro sin saber qué decir. Ahora mismo me están


pasando demasiadas cosas.

Cuando las pisadas desaparecen, siento que me


desvanezco. Tanto mi padre como Austin me tienen
abrazada, pero se me cierran los ojos. Me derrumbo contra
esta presencia segura que hay dentro de mí, un consuelo
que nunca supe que necesitaba.
Capítulo 29

Seline

—No sé por qué tengo que quedarme aquí —murmuro,


sintiéndome incómoda ante tanta atención.

Tammy comprueba mis heridas y noto la risa en su voz.

—Bueno, Austin quiere mantenerte bajo vigilancia.

Jerry esboza una sonrisilla. Está sentado en el sofá con


las piernas cruzadas, habiéndome hecho compañía durante
las últimas semanas.

—Mi madre cree que tiene miedo de que le dejes.

No sé qué responder a eso. Me llevo la mano a mi marca


de apareamiento. Sigue pareciéndome surrealista. Puedo
sentir las emociones de Austin y, aunque posee una calma
profunda, también percibo un hálito de ansiedad.

—Tiene gracia, viendo cómo me ha abandonado otra vez


—digo tensa—. ¿Tiene pensado dejarme aquí encerrada
ahora?
¿He elegido mal?

—¿Que te ha abandonado? —Tammy niega con la cabeza


—. Pero si se pasa aquí todas las noches, velando por ti. —
Me envuelve el brazo con la venda—. El tema es que
también está enfrentándose a mucha culpa por todo lo que
te hizo pasar al tratar de protegerte.

—¿Es un cobarde, entonces? —No puedo evitar sentirme


un tanto resentida.

Sa… mi padre ha venido a visitarme una vez para ver


cómo estoy. Aún no me ha explicado por qué está aquí
ahora después de haberme abandonado de niña, pero al
menos está aquí.

—Un poco. —Tammy se ríe ligeramente—. Se siente


avergonzado. Y nadie va a dejarte aquí encerrada. Necesitas
descansar hasta que se curen tus heridas. Dado el estado
en el que estabas, tu lobo también se está recuperando
lentamente.

—¿Ahora podré cambiar de forma? —pregunto vacilante.

Tammy me sonríe.

—Por supuesto. No sólo estás completamente apareada,


sino que tu lobo es sorprendentemente fuerte. Hasta ahora
no podías cambiar porque tus habilidades de brujo eran
mucho mayores que las de lobo debido a quién era tu
padre. Pero ahora la cosa se ha equilibrado.
—¿Austin lo sabe?

—Claro que... —Tammy se detiene al ver el miedo en mis


ojos. Le echa un vistazo a Jerry—. Ve afuera.

Jerry refunfuña, pero se va.

Una vez a solas, Tammy termina de vendarme las heridas


y se sienta frente a mí, tomando mis manos entre las suyas.

—Sé que Austin aún no ha venido a verte y sé todo por lo


que te ha hecho pasar. No te estoy pidiendo que lo
perdones todavía, Seline, pero quiero que lo entiendas. Tuvo
que hacerte daño para mantenerte a salvo.

—Lo sé...

—No, no lo sabes. —La expresión de Tammy es sombría


—. El tipo de poder que han ostentado los ancianos y el
estado en que se encontraba la manada eran situaciones
muy deplorables. Si Austin te hubiera elegido a ti, habría
tenido que abandonar la manada, y sabía que los ancianos
de la manada les habrían quitado a las hembras todos los
derechos que les quedaban. Querían poseer un poder
completo sobre la manada, y no en el buen sentido. Desde
que la manada te descubrió, estabas bajo vigilancia
constante. Si Austin te hubiera elegido, los ancianos nunca
le habrían permitido seguir siendo alfa y se habrían
apoderado de la manada. No podía dejarnos en la estacada.
La otra opción era elegir a una hembra alfa de entre las
mujeres que los ancianos elegían. Él sabía que era otro
intento de controlarlo, pero...

—Estuvo a solas conmigo varias veces —la interrumpo,


con el dolor desbordándose en mis palabras—. Si hubiera
dicho una sola palabra en vez de hacerme daño...

—No sé por qué eligió ese camino, Seline, pero en


público, Austin no tenía elección. —Suspira—. Como te he
dicho, no deberías perdonarlo tan rápido, pero no le cierres
tu corazón. A Austin lo criaron para que antepusiese la
manada a sí mismo, y esta vez, llevó el asunto demasiado
lejos. Supongo que no fue hasta que se quedó sin opciones
que nos dimos cuenta de que no podíamos seguir
haciéndole esto. Incluso si no nos hubiéramos pronunciado
en contra de los ancianos de la manada, no creo que se
hubiera quedado. Sufría cada día que pasaba lejos de ti.

Llaman a la puerta y es uno de los soldados, que me


sonríe.

—Tu padre ha venido de visita.

Hago una mueca. Todavía me cuesta pensar en Sam


como mi padre.

—Gracias, puedes dejarlo pasar.

El soldado se demora.

—¿Quieres que te traiga a Austin o algo?


La manada ha sido muy amable conmigo desde que
llegué. Es como si trataran de conquistarme, cosa que no es
realmente necesaria.

—No, está bien. Gracias.

Tammy me deja a solas con Sam cuando éste entra. El


silencio entre nosotros resulta un poco incómodo al
principio, y ahora que mi padre ha eliminado la magia que
le rodeaba, puedo ver que nuestros ojos son del mismo tono
de verde.

—Tienes mejor aspecto —comenta finalmente.

—Sí.

Lo noto ansioso y suspiro.

—¿Por qué no te sientas?

Parece inquieto, pero hace lo que le digo.

—Me he reunido con tu madre.

—Es todo un encanto, ¿verdad que sí? —comento


secamente—. Me hace preguntarme cómo debías de ser
hace años para juntarte con ella.

Con eso no sólo se rompe el hielo, sino toda la puñetera


presa.

—Nunca te abandoné por elección, Seline. —Mi padre


entierra la cara entre las manos—. Tu madre no era así
entonces. Al menos, yo no la recuerdo así. Cuando me
conoció, era una joven rebelde. Tuvimos una relación física
que duró meses. Básicamente, quería hacer rabiar a su
padre porque éste estaba tratando de aparearla con alguien
que a ella no le gustaba. La última vez que la vi, hace tantos
años, fue cuando quiso que dejara la Torre Mágica. Yo era
sólo un aprendiz en ese entonces. Yo me negué, y ella me
dejó. No supe de ti hasta el año pasado, Seline. Te he estado
buscando desde entonces. Envié a mi gente en tu busca a
cada pueblo y a cada ciudad. Fueron los dos brujos a los que
envié aquí quienes te encontraron.

Hace una pausa, parece angustiado.

»Quería contártelo cada vez que nos veíamos, pero


primero quería pasar más tiempo conociéndote. Y entonces
me enteré de lo mal que te iban las cosas y que ese alfa
cabrón...

—¿Te refieres a mi compañero? —interrumpo.

—Lo habría matado como hice con esos vampiros que te


pusieron las manos encima….

—Espera, ¿qué? —Le detengo a mitad de frase—. ¿Esos


seis vampiros? ¿Fuiste tú quien los mató?

Mi padre me mira enfadado.

—¡Te hicieron daño!

Le miro fijamente.
—¿Fuiste tú?

Sus ojos se entrecierran.

—¿Dudas de mis capacidades? Soy el Maestro de la Torre


Mágica. Todos los brujos responden ante mí. ¿Crees que
deshacerme de algunos de esos chupasangres me supone
un problema?

O sea, que me estaba protegiendo. No es una mala sensación.

—Yo te habría sacado de aquí y te habría dado la


oportunidad de convertirte en una bruja de pura cepa. Aun
no entiendo por qué permitiste que ese Alfa te hablara de
esa manera. Si hubiese sabido que tu padre era...

—Pero no lo sabía —lo corto—. No estoy enfadada


contigo, Sam. De hecho, diría que una parte de mí se alegra
de que seas mi padre. Y aunque entiendo que no fue tu
elección abandonarme, eso no deshace los años de traumas
que tengo que superar. Aunque no fue culpa tuya, sino de
mi madre. Así que no puedo culparte de nada.

—Si no me culparas, no serías tan fría conmigo.

—Es que no sé qué decir. —Me encojo de hombros,


conteniendo mis emociones—. No he tenido nada que sea
mío en toda mi vida. Y ahora que tengo todo lo que quería,
no sé si puedo creérmelo. Todavía no sé si Austin me quiere
de verdad. No sé si tomé la decisión correcta. Después de
todo lo que me hizo, ¿qué dice de mí que en el momento en
que me eligió, corrí hacia él? No sé si tú te irás dentro de
unas semanas más, cuando te hayas cansado de tener una
hija. Tengo muchas cosas en la cabeza y no todo tiene
sentido en este momento.

La expresión de mi padre cambia, y de repente está a mi


lado, apretándome las manos con las suyas.

—Por más que no me guste tu compañero por lo que te


hizo pasar, sé que te quiere. Y tú eres una chica lista. No me
gusta tu decisión porque hubiera preferido llevarte conmigo
y enseñarte el mundo, pero sé que tomaste la decisión
correcta. Él estaba dispuesto a abandonar su manada por ti
al fin y al cabo; estaba dispuesto a poner en riesgo todo
aquello en lo que creía porque cada vez le resultaba más
difícil herirte y rechazarte.

Quiero acurrucarme en una bola.

—Pero me hizo daño.

—Y me pasaré toda la vida compensándotelo —llega una


voz desde la puerta.

Austin entra en la habitación. Parece casi demacrado y


tiene bolsas bajo los ojos.

—Sam. —Mira a mi padre a modo de saludo.

Mi padre le fulmina con la mirada.

—Que te defienda no significa que me gustes.

—Entiendo. —Austin suena cansado.


—Si no te pasas el resto de tu vida haciéndola feliz, te la
robaré y no volverás a verla.

Los ojos de Austin parpadean de la ira.

—No voy a dejar que nadie vuelva a separarnos a Seline


y a mí. Ni siquiera tú, Sam.

Mi padre no parece impresionado.

—Ya veremos. —Vuelve a mirarme a mí—. Ya he hablado


con tu madre, Seline. La he convencido para que se vaya
del pueblo. No volverás a verla.

Por el brillo de peligro en los ojos de mi padre, dudo que


haya sido algo tan sencillo como simplemente convencerla
de que se fuera.

—¿Puedo tener un momento a solas con mi compañera?


—pregunta Austin con rigidez.

Veo la irritación en la cara de mi padre, pero me dirige


una mirada.

—Volveré en un rato. Y no vuelvas a intentar lanzarme a


tus soldados. —La última parte va dirigida a Austin, con un
tono casi desagradable—. Ahora esta es la casa de mi hija y
entraré y saldré cuando me plazca.

Austin no dice nada, pero cierra la puerta cuando mi


padre se va. Se apoya en ella, observándome.

—¿Cómo te encuentras?
Me encojo de hombros.

Duda antes de cruzar la habitación para sentarse frente a


mí.

—Tus heridas son peores de lo esperado porque ya te


encontrabas en mal estado, pero Tammy me asegura que en
un mes estarás recuperada.

Es la primera vez que él y yo estamos cara a cara sin


animosidad.

—¿Y si todavía no puedo cambiar?

—Eso me da igual. —La respuesta de Austin es


instantánea.

—¿En serio? —sueno dubitativa.

Baja la mirada, avergonzado.

—Sé que te he dicho cosas terribles...

—Por lo visto, intentabas «protegerme» —digo con


sarcasmo.

—Eso no lo excusa —murmura, levantando la mirada


para encontrarse con la mía—. Cuando los ancianos de la
manada supieron de ti, me dieron a elegir. O abandonaba la
manada para estar contigo, o me quedaba y me apareaba
con alguien de su elección. Había estado tratando de evitar
esto mismo por un tiempo, pero tú te convertiste en una
forma de presionarme. El cazador de la manada te estaba
siguiendo. Un movimiento en falso, y te habría matado.

—Esa noche que pasamos juntos...

—Fue una casualidad —confiesa Austin—. Pensé que, si


hacía que me odiaras, sería más fácil que te alejaras de mí.
Pero conseguir que me odiaras significaba hacerte daño. Al
final, sabiendo que te morías por mi culpa y que ibas a
dejarme, decidí elegirte a ti. No podía estar lejos de ti.

Aparto la mirada.

—Me hiciste sentir como si no valiera nada, Austin.

La mano de Austin se estrecha sobre la mía.

—Pensé que mis razones eran éticas y firmes. En aquel


momento, creí que era mejor sacrificar mi felicidad por la
manada. Pero no me di cuenta de que algo así también te
perjudicaría a ti. Hubo momentos en los que estuve a punto
de ir a buscarte, pedirte perdón y darte mi marca, al diablo
las consecuencias. Pero entonces pensaba en la manada y
en toda esa gente que dependía de mí, y tenía que echar el
freno. —Suelta un suspiro entrecortado—. Pero cuando supe
cuál era tu estado, a la hora de la verdad, no pude seguir
adelante. Estaba dispuesto a abandonar mi venganza y a mi
manada, todo por ti.

No sé lo fácil que me resultará perdonarle.


»Sé que lo que hice es imperdonable, Seline —habla con
voz ronca—. Y sé que, a pesar de todo, aceptaste mi marca
de apareamiento y me elegiste. Depositaste tu fe en mí aun
cuando no la merecía y quiero demostrarte que no tomaste
la decisión equivocada.

Se produce un breve silencio y me mira a los ojos.

»Puede que estemos emparejados, pero te cortejaré


como es debido. Cuando estés lista para ser mía, si es que
me perdonas, anunciaré nuestra ceremonia de
apareamiento. Como si necesitas que pasen años para
superarlo todo, yo estaré aquí.

No sé qué decir.

Sus palabras suenan maravillosas, y la chica que era la


primera vez que supe de mi compañero predestinado habría
estado encantada. Pero todo lo que me ha pasado hasta
ahora me tiene hastiada y desconfiada.

—No confiaré en ti tan rápido —digo.

—Lo sé.

—Y tengo mucha rabia acumulada dentro de mí.

—Me la llevaré yo toda. —Me acuna la cara con las


manos; su caricia me hace estremecer mientras mi lobo
observa con recelo—. Sólo necesito tu perdón, y sé que
llevará tiempo.
—¿Y si no te perdono?

La mirada de Austin se vuelve hueca.

—Entonces seguiré luchando para ganármelo hasta que


te alejes de mí.

Se espera que lo deje.

Ahora mismo, no sé lo que me depara el futuro, pero yo


tomé esta decisión y, en mi interior, debe haber una razón
para ello. Quiero darle a esto una oportunidad.

—Vamos a intentarlo —murmuro finalmente.

Se le iluminan los ojos y espero que esto sea un paso en


la dirección correcta.
Capítulo 30

Seline

La marca de apareamiento hace maravillas respecto a mi


sanación, y mi primer cambio de forma sucede durante mi
tercer mes en la manada.

Ocurre cuando Austin me lleva de picnic al lago. Es


aterrador y estimulante al mismo tiempo y, mientras el
cambio me invade, él está a mi lado, murmurando palabras
de aliento.

Había estado tan ocupada despreciando a Austin por


todo lo que hacía que, una vez eliminados los obstáculos de
nuestro camino, puedo ver al hombre tranquilo que es.
Posee una robustez, un humor perverso que me hace reír
cuando lo saca a pasear y un sentido de la responsabilidad
que lo define. Me trata como si fuera lo más preciado de su
vida, lo cual, aunque entrañable, también ha provocado
muchas peleas entre nosotros.

Estos tres meses han sido muy ajetreados, sobre todo


cuando la manada de Black Stone sufrió un cambio drástico
de liderazgo al desaparecer su alfa. Cuando me visitó, el
alcalde Hamrington me informó de que todos los miembros
de esa manada habían sido exiliados del pueblo. Cuando
surgió el tema de Loyd, una mirada de fría ira apareció en el
rostro del vampiro antiguo.

—Rompió las reglas cardinales de los Otros. Intentar


secuestrar a la pareja de otro lobo se considera un acto de
agresión contra la paz establecida. Otras guerras han
estallado por tales actos, y él lo sabía. Por lo tanto, me he
tenido que encargar de él.

Eso fue todo lo que necesité para saber que Loyd había
sido cazado y ejecutado por el mismísimo vampiro
ancestral.

La actitud desagradable de las otras hembras, que antes


se disputaban el puesto de compañera de Austin, se ha
vuelto respetuosa y temerosa. Creo que fue necesario
exiliar a los ancianos que intentaban controlar a Austin y a
la manada para que sus familias recibieran el mensaje alto y
claro: la tolerancia ahora es limitada.

Toda la familia de Daston fue exiliada de la manada. Sin


embargo, Raven y sus padres fueron ejecutados cuando se
descubrió que estaban implicados en el complot para
asesinar a las candidatas a compañeras.

Austin me preguntó si quería presenciar la ejecución,


oferta que yo rechacé con vehemencia. Sé lo brutal que
puede ser una ejecución de manada y, a pesar de que se lo
merecían, no quería formar parte de ello. No mientras
todavía estoy en proceso de sanar.

Hubo un contratiempo en nuestros planes que ni Austin


ni yo habíamos previsto. Estando la marca del apareamiento
tan fresca, no podíamos dejar de tocarnos. Lo que
empezaron siendo ligeras caricias destinadas a
reconfortarnos se convirtieron en acalorados encuentros en
cuanto me recuperé.

Es por eso que el vestido me aprieta tanto alrededor de


la barriga ahora mismo.

Recuerdo a mi padre irrumpiendo en la guarida y


lanzando a mi compañero contra la pared cuando se enteró,
exigiendo saber si me había hecho un bebé para evitar que
alguna vez me fuera de su lado. Cuando se dio cuenta de
que los dos estábamos indecisos pero contentos por la vida
que crecía en mi interior, se transformó al instante en un
abuelo cariñoso.

A veces recuerdo al Sam de voz suave y modales


apacibles. Después recuerdo a mi padre amenazando a mi
compañero, y el contraste entre las dos versiones es
sorprendente. Sigue siendo dulce conmigo, que es lo único
que me importa. Nuestra relación ha evolucionado en estos
cinco meses. Y es bajo la red de seguridad de mi padre que
me he permitido abrirme a Austin.
—¿Seline?

Echo un vistazo por encima del hombro para ver la


puerta abierta. Austin entra y se queda helado al verme.

—¿Es eso lo que vas a llevar puesto para la ceremonia?

—¿Te gusta? —Me doy la vuelta sobre mí misma para


enseñarle mi atuendo.

Frunce el ceño.

—Es un poco demasiado. Igual deberías ponerte algo


menos ceñido. —Abre la puerta de mi armario.

Me poso en el borde de la cama y le veo revolver mi ropa


como un loco.

—Te das cuenta de que éste es el vestido de ceremonia,


¿verdad? —pregunto secamente—. No puedo celebrar mi
ceremonia de apareamiento sin el traje ceremonial.

Se queda helado antes de mirarme con el ceño fruncido.

—Bueno, hace fresco, así que te traeré un chal para


cubrirte...

—¿Quieres tranquilizarte? —Me hace un poco de gracia


—. Sí, es un poco transparente y ajustado, pero es sólo para
la ceremonia. He escogido otra cosa para la fiesta.

Le doy unas palmaditas al vestido que hay sobre la


cama. Es un vestido azul noche con diamantes cosidos. Me
lo regaló mi padre la semana pasada.

—Sin tacones —dice Austin categóricamente—. ¿Y si te


caes y te haces daño?

—No puedo bailar con zapatos planos —digo, incrédula—.


Y la mitad de la manada quiere bailar conmigo, no es por
presumir.

—No tienes que bailar con esos idiotas. —Austin se está


alterando—. Me tienes a mí. Deberías estar descansando.

—Es gracioso que digas eso. —Cojo los tacones—. Porque


cuando anoche te dije que estaba cansada, eso no te
detuvo, ¿verdad?

—¡Eso es diferente!

—¿Ah, sí? —inquiero, burlona y pasando a su lado para


coger el resto de mis cosas, disfrutando de cómo balbucea.

Me encanta ver a Austin nervioso.

—¡Eso lo disfrutaste! —exclama, siguiéndome. Cuando


no digo nada, pone cara de horror—. ¿No es así?

Me debato entre dejarlo dudar durante más rato o no,


pero si por culpa de esto le pone un alto a los ratos que
pasamos desnudos porque le preocupa que no lo disfrute,
tendremos un problema. Así que opto por apiadarme de él.

—Estaba de coña. Ahora, vámonos.


Parece aliviado y me ayuda a enderezarme antes de
depositarme un dulce beso en los labios.

—¿Nerviosa?

—Mucho —confieso.

—La manada ya te adora —me asegura Austin—. Ya has


asumido todas las funciones de hembra alfa. Esto no es más
que una formalidad. Es para celebrar nuestra unión. Y, si el
ambiente se pone tenso, puedes distraer a todos con
algunas lianas, y nos daremos a la fuga.

Hago una pausa.

—Sabes? Hace siete meses no me habría imaginado


esto, que tú estés riéndote conmigo e intentando
apaciguarme. Hace seis meses, estaba segura de que me
había equivocado y de que todas tus palabras eran en vano.

Austin me estudia.

—¿Y ahora?

Le sonrío.

—Ahora soy feliz. Todavía me enfado contigo a veces, y


te echo en cara tus palabras...

—No me importa, Seline. —Austin me besa suavemente


la mejilla—. Te lastimé de una forma en que nadie más hizo.
No todas las cicatrices se curan tan rápido, y aún me queda
mucho camino por recorrer. Pero te prometo que, aunque
tarde dos años, diez o el resto de nuestras vidas, te borraré
todas y cada una de las cicatrices. Incluso las que te hayan
hecho otros.

Él aún no lo sabe, pero en estos seis meses, Austin me


ha ido devolviendo la confianza en mí misma poco a poco.
Lo que él no ha podido hacer por mí, lo ha hecho su
manada. Es su amor lo que ha llenado el vacío de mi
corazón.

No es que no sea una buena hembra alfa, todavía estoy


aprendiendo. Me quieren porque saben que Austin estaba
dispuesto a sacrificarse para protegerlas, y él me quiere a
mí.

Le abrazo durante unos minutos, dejando que su olor me


reconforte.

—Siento enfadarme a veces.

—Y yo siento haberte hecho tanto daño —me susurra


contra el pelo.

Ambos tenemos cosas que aún necesitan sanar, pero


nuestro recorrido hacia la recuperación tiene unos cimientos
fuertes, y aún más fuertes ahora que hay una pequeña vida
dentro de mí que nos necesita a ambos.

*** ***

La ceremonia es sobre todo una declaración de la pareja


apareada. Austin me entrega un anillo que perteneció a su
madre. A veces me habla de sus padres y sé que sus
asesinatos le cambiaron, sobre todo ahora que sabe por qué
murieron de una forma tan insignificante. Así que, cuando
me da el anillo de su madre, me invade la emoción. Es lo
único que le queda de ella tras el incendio. Su posesión más
preciada.

Que me lo dé demuestra lo mucho que me quiere, y


tiemblo cuando me lo pone en el dedo.

El beso que compartimos después está cargado de


ternura y esperanza en el futuro, y se me humedecen los
ojos. Mi padre le da a Austin unas palmadas en la espalda a
regañadientes. Se me crispan los labios en una sonrisa,
sobre todo cuando Austin dice con tono burlón:

—Gracias, papá —y veo que mi padre se eriza de fastidio.

Me pongo el otro vestido en cuanto termina la ceremonia


y nos dirigimos al banquete. Aunque la ceremonia es sólo
para la manada, siendo mi padre la única excepción, la
fiesta está abierta a todos los públicos. Veo a Lacy, Gina y
Marie bailando con algunos de los soldados, pasándoselo
bien. El alcalde Hamrington aparece con su esposa durante
una hora más o menos antes de llevársela. Austin me
conduce cerca de la hoguera donde bailan las otras parejas,
pero sólo consigue darme un par de vueltas antes de que
Jason se me lleve, riendo como un loco. Austin se distrae
con alguien mientras me siguen pasando de unos brazos a
otros. Finalmente, Jerry y Lou me acaparan, haciendo un
extraño baile de aspecto torpe que me hace reír.

Esa es otra cosa que he empezado a hacer mucho:


reírme.

—Vale, ya basta. —Austin me coge en brazos al estilo


nupcial—. Devolvédmela.

Me aleja de la hoguera y de la celebración.

—Espera, ¿a dónde vamos?

—Tengo otra sorpresa para ti.

No me lleva al lago, sino a un lugar en el que ni siquiera


yo he estado nunca. Avanzamos a través de una grieta en
una roca grande cerca de un arroyo y parpadeo,
sobresaltada, al entrar en una cueva.

—¿Qué es esto? —Miro con asombro el interior


resplandeciente de la cueva. Hay una luz verde azulada que
se extiende en patrones por toda la cueva, dándole un
aspecto casi mágico.

—Te lo diría, pero eso lo haría menos romántico.

—¡Austin!

—Son gusanos luminosos. —Me sonríe—. Los descubrí


cuando inspeccioné por primera vez esta zona para nuestra
guarida.
—Bájame —susurro, embelesada por la visión de las
miles y miles de lucecitas.

Caminamos juntos de la mano hasta que entramos en


una zona más amplia.

—¿Una laguna? —Me sorprendo—. No sabía que hubiera


una aquí.

—Lleva aquí siglos, según el alcalde —me dice Austin—.


Vamos.

Conforme avanzamos, veo una manta mullida extendida


sobre el duro suelo. Está cubierta de almohadas y más
mantas para hacerla aún más mullida.

—Venga. —Austin me ayuda a sentarme y saca una


pequeña cesta de picnic.

—¿Qué es todo esto?

—La fiesta va a durar toda la noche. —Toma asiento a mi


lado—. Y sé que te cansas fácilmente.

Mi resistencia se va recuperando poco a poco, pero tiene


razón. Demasiada gente a mi alrededor, el ruido, el
movimiento... Me habría vencido el agotamiento si él no me
hubiera hecho irme.

Sonrío.

—Vale, esto no está tan mal, entonces.


La cueva está resguardada, con las paredes brillando en
bonitos patrones, el agua tranquila reflejando las luces y
dándole a todo este lugar un aspecto místico.

—Quería darte esto. —Austin me entrega una pequeña


caja.

La abro, sintiendo curiosidad por su anchura, para


descubrir una placa tallada a mano.

—Es para tu despacho —me dice Austin—. No tengo


mucho tiempo libre, así que llevo tiempo trabajando en
esto.

Seline Cross.

—Me has dado tu apellido —murmuro.

Una de las cosas de las que me despojaron cuando me


exiliaron de mi manada fue mi apellido. Como mi madre no
me había dado uno, me pusieron el apellido del alfa hasta
que me fue arrebatado. Durante años, me sentí sin
identidad, sin un lugar al que pertenecer.

—Sé que tú no tienes —dice Austin.

Lo rodeo con los brazos y lo beso en la boca con


ferocidad.

Es un pequeño regalo que puede no significar mucho


para él, pero que significa el mundo para esa niña dolida
que lloraba y lloraba por haber sido abandonada.
Sus manos se posan en mi cintura mientras me devuelve
el beso.

—No sabía que te haría tan feliz —dice con una sonrisa,
apartándose.

No contesto, lo agarro de la camisa y tiro de él hacia mí


para que continúe. Su mirada se calienta al comprender mis
intenciones.

No duda un instante.

Nuestro beso se vuelve ardiente y desesperado cuando


su lengua se cuela en mi boca. Me lame y me chupa la
lengua mientras sus manos me desabrochan la cremallera
del vestido.

Cuando hacemos una pausa para tomar aire, gruñe:

—Se suponía que esto iba a ser una cena romántica para
dos.

—¿Ah, sí? —Mi boca va a parar a su cuello a la vez que le


acaricio la polla dura y cubierta por demasiada ropa—. Una
lástima.

Su risa es un sonido ronco lleno de hambre. Me arranca


el vestido.

Mis ojos se abren de par en par al oír el sonido de la tela


rompiéndose.

—¡Austin, el vestido era un regalo!


Se encoge de hombros, enseñando los dientes.

—Una lástima.

—¡Sé que lo has hecho a propósito!

Aun mientras lo digo, mis piernas se enroscan en su


cintura, desnuda como dios me trajo al mundo, y él agarra
un mechón de mi pelo para echarme la cabeza hacia atrás,
atacarme el cuello y dejarme más marcas de las que ya
tengo.

Esta es otra cosa que he descubierto de mi compañero.


Le gusta dejar las marcas que me hace en lugares muy
obvios. Lo peor es que, cuando me toca el cuello, me pongo
salvaje.

Siento sus dientes contra la mandíbula mientras me froto


contra su dura erección. Nunca pensé que sería tan atrevida
en lo que al sexo se refiere, pero con Austin nunca he
sentido vergüenza por exigir más.

Porque a él le gusta dar.

Se baja la cremallera con una mano y se quita los


pantalones. Su mano juega conmigo mientras me provoca
con la lengua y la boca. Noto cómo sus dedos se hunden en
mi interior y, a medida que entran y salen, añade un tercer
dedo y luego un cuarto hasta que grito su nombre,
sintiéndome estirada y con una mezcla de placer y dolor
que me vuelve loca.
Sus dientes se cierran en torno al pezón endurecido. Me
contorsiono mientras lo lame y lo retuerce. Austin es un
pervertido en la cama, algo que ha llegado a gustarme. Sin
embargo, me trata con mucha delicadeza.

Me vuelve a tumbar mientras me deshago entre sus


brazos, sus dedos me han llevado al límite. Estiro las manos
hacia él, queriendo devolverle el placer, pero niega con la
cabeza.

—Esta noche va sobre ti.

No tengo oportunidad de responder porque sus manos


van a parar a mis tobillos. Me abre las piernas y baja la boca
para darse un festín con la parte de mí que ya está
chorreando. Mientras me folla con su lengua, grito su
nombre. Su lengua trabaja de forma perversa, llegando a
lugares de mí que ni siquiera sabía que existían.

No sé cuántos orgasmos me arranca, pero las almohadas


bajo mis manos están hechas jirones para cuando se
incorpora, relamiéndose los labios. No recuerdo nada más
que su nombre.

Austin no ha terminado.

Mientras estoy ahí tumbada, intentando recuperar el


aliento, él me levanta y, antes de darme cuenta, siento su
polla dentro de mí. En esta posición, lo siento muy dentro de
mí, y suelto un gemido entrecortado ante la repentina
invasión.
Sus dedos se clavan en mi cintura mientras se contiene,
y luego me alza y me deja caer de nuevo sobre su polla.
Austin controla mis movimientos, pero ni siquiera él puede
mantener este ritmo eternamente y sus propias
necesidades terminan por ganar la partida.

Me vuelve a bajar antes de penetrarme a un ritmo que


no puedo igualar. Mientras me destroza, balbuceo versiones
entrecortadas de su nombre cuando me empuja hacia un
último clímax, esta vez precipitándose conmigo con un
fuerte gruñido. Casi me desmayo de la fuerza del orgasmo.

Nuestros corazones laten al unísono, fuerte y deprisa, los


dos intentando bajar del subidón. Austin me estrecha contra
él, levantando una de las mantas que nos rodean para
mantenerme caliente.

Cuando recupero la voz, entierro la cara en su pecho.

—Deberíamos hacer esto más a menudo.

Me besa en la mejilla, abrazándome con fuerza.

—Nunca dejo de desearte, así que por mí perfecto.

Mientras nos quedamos ahí tumbados en silencio, con los


ojos recorriendo los patrones de las luces en las paredes de
la cueva, murmuro:

—A veces, parece que todo lo que pasó no ha sido más


que un mal sueño. —Austin no dice nada, pasándome los
dedos por el pelo—. Pero soy feliz, Austin.
Se queda quieto a mi lado.

—¿Lo dices en serio?

—No creía que fuera posible ser tan feliz. Sé que todavía
me queda un largo recorrido por delante, pero soy feliz con
la vida que tengo aquí contigo.

Y mi lobo está satisfecho y sano. Tengo una vida que


nunca pensé que podría tener.

Le miro, sonriendo.

—Te quiero.

Veo cómo aprieta la mandíbula y luego me entierra la


cara en el cuello, respirando con dificultad, como dominado
por la emoción. La voz le suena ronca cuando por fin habla.

—Te quiero desde el día en que te conocí, Seline. Te


quiero con cada aliento que poseo. A ti y a nuestro bebé.

Me doy la vuelta y me envuelvo en sus brazos.

—Entonces espero que estés preparado para todos los


pañales sucios que tendrás que cambiar en el futuro.

Se ríe entre dientes y yo cierro los ojos, acurrucándome


contra él.

Esta es la vida que siempre soñé, el amor que nunca


pensé que fuese para mí. Y el tenerlo todo es como si me
hubieran insuflado nueva vida.
Voy a aferrarme a esta vida con todo lo que tengo.

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