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TIERRA FIRME

HÉROES SIN ATRIBUTOS


JULIO PREMAT

HÉROES SIN ATRIBUTOS


Figuras de autor en la literatura argentina

VA LOGO
NUEVO

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

MÉXICO - ARGENTINA - BRASIL - CHILE - COLOMBIA - ESPAÑA


ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA - GUATEMALA - PERÚ - VENEZUELA
Primera edición en Argentina ÍNDICE

Premat, Julio
Héroes sin atributos / Julio Premat. - 1a ed. - Buenos Aires : Fondo de
Cultura Económica, 2008.
276 p. ; 21x14 cm. - (Tierra firme)
ISBN 978-950-557-xxx-x Introducción. Héroes sin atributos ............................................ 9
1. Crítica Literaria. I. García Márquez, Gabriel, prolog. II. Título
CDD 809

I. Macedonio: el escritor Cotard.................................................. 33

II. Borges: genio, figura y muerte ............................................... 63

III. Di Benedetto: silenciero........................................................... 99

IV. Lamborghini: Lacan con Macedonio .................................. 135


Armado e ilustración de tapa: xxxxxxxxxxxx

V. Saer: un escritor del lugar ........................................................ 167

VI. Piglia: loco lector ........................................................................ 203


D.R. © 2008, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA DE ARGENTINA, S.A.
El Salvador 5665; 1414 Buenos Aires, Argentina
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Av. Picacho Ajusco 227; 14200 México D.F.

ISBN: 978-950-557-xxx-x
Bibliografía .......................................................................................... 253
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Hecho el depósito que previene la ley 11.723

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Introducción. Héroes sin atributos

O poeta é um fingidor.
Finge tão completamente
que chega a fingir que é dor
A dor que deveras sente.

FERNANDO PESSOA, “Autopsicografia”.

Debo convertirme en mi propio comentador,


o mejor todavía, en mi propio escenógrafo. Debo forjar
a un Gombrowicz pensador, un Gombrowicz genio,
un Gombrowicz demonólogo de la cultura y muchos
otros Gombrowicz indispensables.

WITOLD GOMBROWICZ, carta al director de Kultura.

El escritor debe ser, según las palabras de Musil,


un “hombre sin atributos”, es decir un hombre
que no se llena como un espantapájaros con un puñado
de certezas adquiridas o dictadas por la presión social,
sino que rechaza a priori toda determinación.

JUAN JOSÉ SAER, “Una literatura sin atributos”.

Como pocos escritores en el siglo XX, Witold Gombrowicz se


construyó un lugar propio, autónomo, en contra de los abru-
madores imperativos estéticos, ideológicos y sobre todo histó-
ricos que pesaban sobre las frágiles espaldas de alguien como
él, un escritor polaco desterrado en el suburbio del mundo. Si
su viaje a Argentina en 1939 puede calificarse de contingencia,
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su decisión de quedarse en el margen, de no regresar a su país zás sea su texto más notable) corresponde a un objetivo de ese
ni incorporarse al exigente mundillo cultural del exilio polaco orden: Gombrowicz afirma querer “construirse”, es decir darse
(en particular el existente en París), debe verse como una de- a conocer, darse a leer, en tanto que personaje, desde el margen
fensa de la especificidad de su obra: sólo desde afuera, en la absoluto que era Argentina. Para volver legibles los textos, para
intemperie de lo ajeno, Gombrowicz parece poder mantener el que los textos existan, es necesario agregarles una segunda di-
tono y la libertad de expresión que necesita. Lo que no supone mensión ficticia, que en alguna medida los englobe y complete.
un esteticismo ahistórico, al contrario: una lectura de su Dia- Valga un ejemplo: la cita que figura en epígrafe, tomada de una
rio permite comprobar la importancia que la reflexión sobre el carta del 6 de agosto de 1952 al director de Kultura (revista y
pasado y el presente de Polonia ocupa en su pensamiento; de editorial del exilio intelectual polaco), en la que Gombrowicz,
lo que se trata, más bien, es de una confianza sin titubeos en el preocupado por salir de su aislamiento y disipar los malenten-
valor de la propia palabra, aun desde la perspectiva de una re- didos producidos por la recepción de La boda, explica que ha
visión radical de los mitos nacionales y las creencias culturales decidido comentarse a sí mismo. O esta afirmación, leída en su
más afianzadas en su país (o sus países, la Polonia comunista, Diario (1954): “Yo soy mi problema más importante y posible-
la “Polonia parisina”). Basta con recorrer, someramente, la his- mente el único: el único de todos mis héroes que realmente me
toria de la cultura polaca desde 1945 hasta la actualidad para interesa. [...] Comenzar a crearse a sí mismo y hacer de Gom-
comprobar la lucidez que las posiciones de Gombrowicz, en su browicz un personaje, como Hamlet o Don Quijote (¿!)”.
momento, suponían. Aún hoy, a pesar de haber engendrado Esa construcción obedece a variadas exigencias: justifi-
fervorosos lectores en el mundo entero, inclusive y ante todo car y pensar el proyecto, hacerse escritor reconocido, adquirir
en su propio país, su figura no termina de “encajar” en un pano- prestigio sin estar dentro de un medio literario asfixiante. Pero
rama cultural institucional ni se deja del todo “amaestrar” por también construirse supone forjarse una identidad: ser polaco
homenajes, museos y ediciones prestigiosas (huelga recordarlo: de otra manera –o sea, redefinir lo que es un “ser nacional po-
lo que sí sucedió, con creces, en el caso de Borges). Algo de la laco”–, ser escritor de otra manera –integrando la insolencia in-
radicalidad de su juventud perdura en toda su producción y se madura, e inclusive irresponsable, como posición de creador–.
prolonga en la recepción póstuma de sus textos. La ferviente, explícita y ardua búsqueda de la originalidad, la
Ese lugar imposible (el margen) y el rechazo de esa heren- imposible posición de un escritor polaco en el exilio en los años
cia nacional aplastante (la hecatombe histórica, el mandato pa- cuarenta y cincuenta, el descentramiento ético de Gombrowicz,
triótico) parecen anular, en su caso, la posibilidad de existir en todo eso puede resolverse o al menos procesarse con la escritu-
tanto que escritor original. Y no sólo Gombrowicz lo es, sino ra del diario y con la autofiguración que éste contiene. Al res-
que consigue intervenir y hacerse oír del otro lado del océano, pecto, se podría evocar el excelente libro de Nathalie Heinich,
en el centro o los centros que cuidadosamente había evitado. Être écrivain, en el que se estudia la identidad de los escritores,
Lo consigue con un gesto de escritura fuerte, que es el objeto mostrando que ésta no es una constante ni está dada de una
teórico estudiado por este libro: la invención de una figura de vez por todas, sino que es el resultado de una operación ver-
autor. La justificación misma de la escritura del Diario (que qui- tiginosa: el paso de una actividad (“escribo”) a un ser (“soy es-
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critor”), operación que la impregnaría de una indeterminación que se crea, según una afirmación repetida y lúcida, en el in-
y una inestabilidad esenciales. La identidad de un autor estaría tersticio entre el yo biográfico y el espacio de recepción de sus
caracterizada por la presencia simultánea de imperativos con- textos. Gombrowicz confiesa ensayar roles y actitudes, atribu-
tradictorios (la afirmación de una singularidad y de cierta per- yéndoles sentidos diferentes a sus experiencias; si algunos de
tenencia a una colectividad, la reivindicación de una filiación esos roles y sentidos parecen corresponder con las expectativas
y de un autoengendramiento, la ambivalencia entre la margi- del público, los adopta como definitivos. La autoficción en este
nalidad y la integración, etc.), contradicciones que conllevan caso es, a ojos vista, una etapa indisociable del proceso de crea-
la necesidad, a cada paso de una carrera literaria, de afianzar ción de una obra; es decir, no sólo de escritura, sino también de
y reconstruir el “ser escritor”. Estas tensiones van a procesarse circulación inteligible y de reconocimiento o sea, de existencia
según estrategias diversas; por ello, y paradigmáticamente, las social. A la función-autor definida por Foucault en “¿Qué es un
ficciones de autor, en tanto que relato, y las figuras de autor, en autor?” habría que agregarle por lo tanto una ficción de autor
tanto que imagen, son espacios privilegiados para proponer so- (o, si se quiere, la ficción de autor sería, al igual que el nombre,
luciones dinámicas. Así, el acto de escritura puede verse como parte integrante de esa función). La inestabilidad de la identi-
una “puesta en intriga” de la identidad, según la expresión de dad de la instancia que escribe se materializa en esa ficción,
Ricœur: se construye un relato pero también una coherencia, que no fija rasgos unívocos sino que acompaña la polisemia y
una dialéctica identitaria del que escribe. ambigüedad del texto.
El caso de Gombrowicz es ejemplar en ese sentido –como Valga el –aparente– desvío polaco para presentar el obje-
también lo es el de Fernando Pessoa–: para convertirse en es- to de este libro: estudiar en algunos escritores argentinos las
critor hay que, primero, fingirse escritor: “El espíritu nace de la peculiares maneras de construirse una figura, junto a o dentro
imitación del espíritu, y el escritor tiene que imitar al escritor, de la producción de sus textos. O sea, además de la ficción de
para al final convertirse en escritor él mismo” (Diario, 1953). Un suceder, la ficción de ser –o de personaje–, como podría haber-
volverse escritor que no implica, empero, la construcción de lo dicho, irónicamente, Macedonio. Desvío relativamente po-
una identidad límpida y explicativa, ni la pretensión de ocupar laco, ya que puede discutirse el lugar que conviene atribuirle
el lugar decimonónico del demiurgo y de la conciencia estéti- a Gombrowicz en la literatura argentina postulando que ese
co-moral de un país, sino, por el contrario, la puesta en esce- gesto de “invención de autor” tiene que ver con un sistema lite-
na de una identidad atractiva, enigmática y ficticia (como los rario nuevo o, por qué no, también inventado, es decir volunta-
propios textos), lo que le daría una dimensión más misteriosa riamente edificado, en tanto que conjunto, por los intelectuales
a lo escrito (“En este diario me gustaría comenzar a construir- del Centenario (y en paralelo a otra construcción voluntarista,
me abiertamente mi talento [...] ¿Por qué abiertamente? Porque la de una identidad nacional). Aunque el gesto de escritura del
al ponerme en evidencia, deseo dejar de ser para vosotros un Diario tenga transparentes motivaciones polacas, la utilización
enigma demasiado fácil de descifrar. Al introduciros entre los de una autofiguración para afrontar dificultades de circulación
bastidores de mi ser, me obligo a esconderme aún más pro- y de existencia, proponiendo una revisión de la identidad de
fundamente.”) (Diario, 1953). Una autofiguración, un personaje, autor, una reorganización inédita de la tradición, postulando
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la fertilidad de una creación desde el margen, interviniendo in- la vez dialéctica y potente. Los ejemplos de Cortázar y Borges,
clusive en la recepción y en la inteligibilidad de lo escrito, todo sin ir más lejos, confirman la existencia de elementos en co-
lo cual sí podría verse como una dinámica literaria típicamente mún con el caso Saer, y dichos elementos pueden encontrarse
argentina. Y en todo caso, la insolente posición de Gombrowicz, en otros escritores. Después de haber pensado en una serie de
que conoció a Macedonio y fue amigo de Adolfo de Obieta, no ensayos sobre autores melancólicos, lo que privilegiaría por lo
es ajena a esa filiación macedoniana, la de una creación de figu- tanto la primera constante, fue la segunda la que se impuso: la
ras de autor paradójicas, filiación que será comentada aquí. hipótesis de que la escritura moderna en Argentina (aunque
Sin embargo, y a pesar de la fuerte impronta macedoniana las especificidades de ese sistema literario al respecto queden
perceptible en el párrafo precedente y en buena parte de los por demostrarse) supondría, en paralelo con la producción de
textos que lo componen, Héroes sin atributos es, ante todo, un una obra, la construcción de una figura de autor. Una figura de
libro saeriano –empezando por su título, que también alude a autor, tanto en el plano tradicional y conocido de los medios
una concepción antiheroica del individuo contemporáneo, to- culturales, académicos y editoriales, como, lo que es menos
mada de la novela de Musil, Un hombre sin atributos–. Saeria- previsible, un personaje de autor, una ficción de autor en los
no en el sentido de que el proyecto y las primeras ideas sobre textos. Esa ficción, esa particular esfera de la metaliteratura (no
las figuras de autor en la literatura argentina son el resultado sólo narrar la aventura de la escritura sino inventar al respon-
de un extenso trabajo sobre la obra de Saer, publicado hace ya sable de lo que se lee, o sea al cabizbajo héroe de esa aventura),
varios años (La dicha de Saturno. Escritura y melancolía en la estaría marcada por una representación contradictoria –ser un
obra de Juan José Saer). Al leer a algunos importantes autores gran escritor es no ser nada o nadie–, que podría llamarse una
argentinos a partir de las conclusiones de ese libro, y al tratar representación oximorónica. Allí, en la conjunción de una repre-
de ampliar la perspectiva para incluir a la especificidad saeriana sentación negativa, la creación de un personaje operativo en la
en un sistema más amplio, dos constantes parecían imponerse: recepción de los textos, la melancolía y el pensamiento oximoró-
por un lado, la tendencia de los escritores a representarse den- nico, Macedonio, a modo de evidencia, pasó a ocupar el primer
tro de una tradición, renovada pero reconocible, de la melanco- plano en tanto que figura referencial o modelo para rastrear una
lía occidental. Por el otro, la fuerte dimensión negativa de esta constante. Como sucede a menudo, la causa o la organización
representación del sujeto que escribe; en la versión saeriana, lógica aparecieron tardíamente, a fuerza de pensar en el efecto.
una cita aforística que se refiere, precisamente, a Gombrowicz: En todo caso, la intención no es la de fijar los rasgos de una
“El escritor no es nada, nadie”. Representación contradictoria figura nítida y unívoca, sino de identificar espacios dinámicos
con la tradición del escritor nacional en América latina y con la en los que se representan oposiciones, tensiones, conflictos. En
herencia decimonónica al respecto, cuya negatividad funciona ese sentido, la figura de autor funciona como una de las “con-
como la afirmación paradójica de una presencia de autor y la tradicciones narrativas” que Saer teoriza en un breve texto de La
vigencia renovada de la obra literaria. La paradoja sería una narración-objeto que lleva ese título. Allí, plantea que la eficacia
manera de ocupar un lugar así como la modestia o la anulación de todo relato se funda en una contradicción: “la de alcanzar lo
de sí mismo son modos de definir una identidad de escritor a universal manteniéndose en el dominio riguroso de lo particu-
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lar”, y propone el ejemplo célebre de Flaubert, que afirmaba, si- el payador perseguido, es el Martín Fierro que toma la guita-
multáneamente: “Madame Bovary soy yo” y “Hay una madame rra, se pone a cantar e inventa una literatura. Desde esa página
Bovary en cada pueblito de Francia”. Esta contradicción sería inaugural, la ficción de autor irrumpe como una evidencia en
dialéctica, porque “de la oposición entre los dos términos, lo la historia de las letras de ese país; ser autor es así inscribirse
particular y lo general, nace un tercero que los comprende: la en una filiación de autores legendarios, los de la gauchesca, y
narración”. Puede extenderse esta idea de una contradicción no en la herencia de un José Hernández. Una filiación que co-
narrativa a la construcción de un lugar y de una figura –o una mienza entonces con un conflicto que asocia y distingue a un
mitografía– de autor: ambos suponen la presencia simultánea escritor real de un autor ficticio (que será el que quedará en la
de contrarios y una síntesis, que sería la existencia eficaz y fun- memoria colectiva). Inventar una literatura, si tomamos el mito
cional de un autor. fundador que le atribuye al Martín Fierro un lugar central es,
Dicho esto, hay que reconocer que la idea de una tradición por lo tanto, inventar a un escritor.
específica, de corte macedoniano, es, en un punto, una ficción O inventarse como escritor. Ricardo Güiraldes es el ejem-
crítica que permite esbozar lecturas simultáneas, ya que, por plo paradigmático de una construcción a partir de esa filiación
definición, el peso de las influencias y el valor de las constan- imaginaria. Después de repetidos fracasos literarios y después
tes en el campo literario están sometidos a una dosis fuerte de de haber intentado en una novela de aprendizaje, Raucho, di-
relatividad. Entre líneas, se postula aquí la operatividad de la bujar los rasgos de una identidad de escritor tironeado entre
figura de Macedonio (su ductilidad para significar, según las dos culturas (Francia y Argentina, la ciudad y el campo), en Don
circunstancias y las intenciones, sentidos diversos), más que Segundo Sombra Güiraldes va a resolver las tensiones de su po-
un peso modélico comprobable. Esa figura sería entonces un sición con una reescritura de esa primera novela de aprendiza-
pretexto para crear sistemas de relación y esbozar paralelismos je, que se transforma en mito personal de acceso a la literatura
que, quizás, resulten esclarecedores. gracias a la inscripción del hijo de estancieros en una filiación
Ahora bien, y en la medida en que se identificarán repeti- de gauchos. Don Segundo Sombra, modelo e iniciador, no sólo
ciones y analogías en una literatura, al ejemplo de Macedonio, le enseña a Fabio el control de las pulsiones, sino resulta ser
tutelar en los estudios que siguen, conviene inscribirlo en un un maestro de narraciones; el aprendizaje narrado en la no-
contexto como para circunscribir introductoriamente los aná- vela también consiste en controlar la impetuosidad del joven
lisis propuestos. Ante todo, si pensamos en las figuras de autor para que logre aprender el laconismo, la sabiduría y el control
y en las modalidades del ser escritor, la literatura argentina tie- del relato que caracterizan al viejo gaucho, heredero putativo
ne un antepasado absoluto, una figura referencial, que no es, de tantos payadores (Don Segundo se inscribiría en la filiación
como sucede en algunas literaturas europeas, un escritor idea- imaginaria de la gauchesca, que ya estaba vigente en los princi-
lizado o canonizado (Shakespeare, Dante, Goethe, Cervantes, pales textos del género, como lo demuestra Julio Schvartzman).
Victor Hugo o Flaubert), sino un escritor ficticio, un personaje Porque, claro está, la pampa es un lugar de identidad y de pro-
de escritor. La figura legendaria del ser escritor en Argentina no yectos ideológicos, pero al mismo tiempo constituye un marco
es el exiliado Sarmiento ni el romántico Echeverría, sino que es mítico para el nacimiento del escritor argentino. Un narrador
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argentino sería aquél que funda una tradición y una identidad ción del lugar peculiar que el poeta puede tener en la definición
soñándose gaucho, el que se sitúa en el cruce entre pulsión y de una nacionalidad. Leemos en El Payador: “El poeta es, en gran
razón, entre civilización y barbarie, el que se pelea con el va- parte, un agente involuntario de la vida heroica por él mismo re-
cío pampeano como único lugar heredado, como única página velada”. Para Lugones el gaucho Martín Fierro es antes que nada
posible desde donde leer y reescribir las bibliotecas europeas. un “Payador”, es decir un poeta, y es gracias a ese dominio crea-
La ficción de autor en ese relato permite, así, la coexistencia tivo y fundador del lenguaje que él puede “civilizar a la pampa”:
de contrarios: el guacho es gaucho, el estanciero es payador, ser un héroe. Cuando Lugones, en el poema inicial del libro que
la estética modernista y la novela de aprendizaje decimonóni- marca su entrada en la escritura (Las montañas de oro) decide
ca le dan cabida a una leyenda pampeana, proveniente de la ponerse “del lado de los astros”, o cuando afirma, en el prólogo
gauchesca y situada en una atemporalidad legendaria. Güiral- de su libro más original y ambicioso, Lunario sentimental, que
des actualiza el heroísmo que, compulsivamente, su maestro los poetas cumplen una función social, la de definir, como lo
Lugones le atribuía al gaucho-escritor y, gracias a la fábula de haría un héroe, una nacionalidad gracias al lenguaje, él está a la
la novela, se instala en el lugar del doble heredero: de la propie- vez asimilando toda una tradición europea del escritor nacional
dad del campo y de la palabra literaria. El gesto de apropiación y despejando un lugar para su figura. Como es sabido, Lugones
se ve repetido y ampliado en la singular dedicatoria del libro: será un escritor que desarrolla sistemáticamente una estrategia
Güiraldes le dedica Don Segundo Sombra a Segundo Ramírez, para instituirse en tanto que el Gran Escritor que el país necesita,
modelo real del personaje de Don Segundo, y al mismo tiempo un escritor omnívoro que se apropia de todo el idioma, de todos
se lo dedica a sí mismo, o mejor, se lo dedica a su ficción de au- los géneros, de todo el saber; con una autocanonización y con
tor, es decir y con sus propios términos, al “gaucho que llevo en repetidas afirmaciones de poderío, Lugones se “hace” él mismo
mí, sacramente, como la custodia lleva la hostia”: otra vez, ma- su ley, su estatua y su día del escritor.
dame Bovary soy yo, hay una madame Bovary en cada pueblito A pesar del relativo fracaso de la operación (la filiación que
de Francia. Como en Proust, la novela cuenta el devenir de una prospera en Argentina es, vía Borges, la de una identidad du-
escritura; Fabio se vuelve autor al mismo tiempo que Güiraldes dosa, irónica y contradictoria, heredera de las vanguardias y de
alcanza, por fin, el triunfo literario y el reconocimiento de un Macedonio), el lugar de Lugones sigue marcado por ella: aun-
lugar en la literatura argentina. que se lo lea poco y nada –quizás menos que a Macedonio–, se
No es casual, a partir de esta constatación, que Lugones, uno lo menciona siempre como a un punto de referencia; ya no hé-
de los responsables de esta mitificación del payador, sea al mis- roe mítico (como Martín Fierro), sino patriarca histórico, ante-
mo tiempo el que intenta construirse como figura central del sis- pasado venerable que vivió y escribió, pareciera, en un mundo
tema literario y como un escritor mesiánico o, si se quiere, solar; y una época alejadísimos de los de los escritores que, una ge-
su posición supone que antes de él no habría más que figuras neración mediante, van a modelar la literatura del siglo XX (sim-
legendarias, no escritores reales. Y al mismo tiempo la elección plificando: Arlt, Girondo, Borges). Para encontrar una ficción de
de Martín Fierro en tanto que figura heroica tiene que ver con autor comparable a la de Lugones (y mucho más eficaz) hay
una intención de “estetización de la historia” y con una concep- que cruzar los Andes y pensar en el caso Neruda, que a partir
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de una exaltación telúrica y la idea a la vez romántica y marxis- rica, valga una afirmación general: el autor no es un concepto
ta del poeta como voz privilegiada, capaz de plasmar sentidos unívoco, una función estable ni, por supuesto, un individuo en
colectivos, pone en escena una repetida imagen heroica de sí el sentido biográfico, sino un espacio conceptual, desde el cual
mismo. En particular, en el fresco mesiánico que es Canto gene- es posible pensar la práctica literaria en todos sus aspectos –y,
ral, el poeta, ya en el preámbulo (“Amor América”), es aquél que en particular, la práctica literaria en un momento dado de la
viene a “contar la historia” desde la sangre de la tierra y que, evolución de una cultura–. Sin pretender entonces llevar a cabo
después de recorrer historia y geografía, inscribe, en la última una definición actualizada y precisa del concepto de autor, un
parte del poemario, a su propia existencia mitificada (“Yo soy”) mínimo panorama teórico es necesario para delimitar, aunque
como parte inseparable de todo un continente y como remate más no sea aproximativa y pragmáticamente, la concepción
de un proyecto de autoglorificación. En Argentina, pocos escri- de “ficción de autor” aquí utilizada, en particular porque en
tores intentaron, después de Lugones, afirmarse en tanto que los análisis propuestos se omiten las justificaciones y ejempli-
hombres poderosos y superiores, radicalmente diferentes, po- ficaciones tomadas de la bibliografía teórica consultada. Con
seedores de una palabra transformadora y de una misión social ese objetivo, algunas ideas más o menos sintéticas al respecto,
–aunque quizás David Viñas, con ciertas poses y juicios, pueda ideas que son el telón de fondo de los estudios que siguen.
inscribirse en esa filiación–. No se puede hoy en día plantear la cuestión del autor sin
Es en este marco y en contrapunto con la figura de Lugo- recurrir a una especie de página legendaria del pensamiento
nes y la tradición de una ficción de autor como héroe o profeta crítico contemporáneo que es esa “muerte del autor” decreta-
–contrapunto en general disonante pero a veces armonioso–, en da por Barthes en 1968 y ampliada por la “función autor” y el
los estudios que siguen veremos entonces algunas modalidades “poco importa quién habla” de Foucault en 1969. Sin embargo,
de representarse a sí mismo negativamente, como una manera, la puesta en duda del sujeto biográfico en tanto que origen uní-
al fin de cuentas dominante, de ser escritor en Argentina. voco del texto literario y de la intencionalidad como clave de la
creación son inherentes a los discursos literarios sobre la mo-
dernidad, y muy particularmente los del siglo XX: desde la opo-
PRESUPUESTOS TEÓRICOS sición a Sainte Beuve de Proust, desde Valéry y Mallarmé, hasta,
por supuesto, la gran “saga” de las vanguardias que trastocó
Como seguramente ningún otro concepto de la teoría literaria, los conceptos de escritura, de autoría, de obra, de representa-
el de autor cristaliza una intricada red de posibilidades de aná- ción, de originalidad. En ese sentido, el texto de Barthes puede
lisis y posee una larga y polémica historia en su elaboración. leerse como una forma sui generis de manifiesto vanguardista,
Hasta tal punto las cosas son así, que parece difícil definir al que cristalizaría en posiciones teóricas polémicas una práctica
autor sin recurrir a una serie de restricciones (es decir: autor literaria que va del Nouveau roman francés a la novela de los
percibido desde tal o tal perspectiva) y de delimitaciones tem- sesenta en América latina. Su aparente rigor o extremismo no
porales (cierta concepción del autor inscrita en la historia de la es más que un efecto contextual que radicaliza cierta concep-
literatura y del discurso crítico). Fuera de toda dimensión histó- ción y cierta praxis del autor, que el propio Barthes va a matizar
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en los libros siguientes hasta contradecirlas en su último semi- vo espacio para suscitar espejismos con la identidad y con el
nario (La preparación de la novela), en el que propone una re- sentido; luego, en lo que cabe denominar una “moda crítica”,
visión frontal de postulados anteriores –revisión que anuncia, que multiplica coloquios, volúmenes y ensayos tanto sobre la
dicho sea de paso, la evolución de los veinte años siguientes–. autoficción, las ficciones de autor, la mitografía autoral, como
Sin sobrevalorar el peso del pensamiento crítico en la produc- sobre la subjetividad; por último, en el lugar que el autor ha re-
ción literaria, puede pensarse que esa concepción, cristalizada cuperado en el espacio público (de la venta de reproducciones
en el sintagma “la muerte del autor”, no es ajena, por otro lado, de manuscritos convertidos en libros de arte a las exposiciones
a ciertas autorrepresentaciones de los escritores, que estudiare- sobre escritores, que parecen ser una forma sofisticada y mer-
mos aquí, como sujetos ausentes, impotentes, que se ignoran a cantil del añejo “vida y obra”). O sea: este auge se correspon-
sí mismos. En todo caso, en esos años sesenta-setenta, la puesta dería, también, con una redefinición de la subjetividad, de la
en duda de “la autoridad del autor” se instrumentaliza en cua- intimidad, del lugar del individuo en un período histórico y
tro niveles: el lingüístico (la lengua es un sistema autónomo y cultural determinado. La problemática del autor plantea por lo
preestablecido, hablar es elegir entre formas preexistentes), el tanto la concepción colectiva del sujeto: su percepción, su fun-
psicoanalítico (el sujeto escindido no controla sus acciones ni cionamiento, su estructura, su metafísica. Es uno de los espa-
sus pensamientos, sino que es hablado por otro; su propia iden- cios privilegiados para analizar la manera en que una sociedad
tidad es un juego de imágenes contradictorias, con un punto piensa la subjetividad (y en ese sentido sería simétrico a otra
ciego fuera de alcance), el sociológico (el autor es una institu- vieja instancia polémica, la de personaje).
ción social determinada, superior a los sujetos que escriben e La amplitud y ambigüedad del término autor se corres-
inherente al auge del humanismo burgués), el filosófico (en la ponde entonces con su lugar en nuestra cultura: la literatura
corriente que desarrolla una deconstrucción múltiple del sujeto occidental es una literatura que funciona alrededor del sujeto,
cartesiano). Los cuatro niveles socavan el principio en sí de la que problematiza y dramatiza la subjetividad (aun cuando, en
intencionalidad en tanto que clave de interpretación del texto. algunas opciones teóricas, la niegue). Las obsesiones sobre la
Este balance sigue siendo pertinente si obviamos las utopías originalidad de la literatura imponen la presencia de un sujeto
de aquellos años: la de excluir al autor del análisis literario, la único, determinado, cuya intención y voluntad se cristalizaría
de fomentar una circulación libre de textos sin un sujeto en su en cada texto. La importancia de las biografías podría analizarse
origen, la de borrar la frontera entre autor y lector. en términos parecidos; la aparición de autorrepresentaciones
Por lo tanto, el “retorno del autor” y el “retorno del sujeto” del escritor que institucionalizan la relación entre lo biográfico
de los últimos años no es sólo un aggiornamiento revisionista y lo textual dataría de fines del siglo XVIII. Progresivamente, el
de los setenta, sino un cambio que impone una transforma- escritor se vuelve personaje, personaje de autor, cuyos rasgos
ción del autor –es decir: estamos pensando al autor de mane- dominantes y cuyas peripecias vitales transforman y determi-
ra diferente–. Las manifestaciones del fenómeno abundan: por nan el sentido de los textos. Estas mitologías autorales pueden,
lo pronto, en la producción literaria, donde surgen variantes en casos extremos, existir independientemente de lo escrito
y modulaciones de lo autobiográfico y lo íntimo, como nue- y funcionar como relatos más o menos ficticios y económica-
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mente suficientes (Rimbaud, Kafka o, claro está, Macedonio); e tencionalidad, de un lugar de resistencia al flujo discursivo y a
inclusive, ser el resultado de un proyecto personal, bastante ex- lo infinito del proceso de significación. En la perspectiva de la
plícito: el caso Gombrowicz lo demuestra. Así como todo relato “ilusión biográfica”, uno de los principales beneficios del acto
produce la impresión de un conjunto preestablecido de circuns- de lectura de relatos sería el de atribuirle una lógica y un sen-
tancias, un déjà arrivé antes de comenzar la lectura, la marca tido a las existencias personales, convertidas en biografía, y a
supuestamente vivencial de la literatura, la correspondencia di- una visión del mundo, transformada en voluntad y compren-
recta o indirecta con un relato biográfico, constituyen elemen- sión. En El placer del texto Barthes hablaba de un “deseo de
tos esenciales de la recepción. En ese sentido se podría hablar de autor”; en todo caso, frente a la proliferación de discursos, el
una “ilusión biográfica”, así como hay una “ilusión referencial”; discurso del autor es un discurso que me está destinado y cuyo
detrás de toda ficción, de todo fragmento narrativo, se situarían sentido, aunque sea en última instancia indescifrable, está su-
las trazas de una vida (y que, siendo la vida de un gran escritor, puestamente cargado de revelaciones. El autor es un otro yo
o al menos de un escritor admirado, tendría sentido, sería una que organiza, establece, determina, delimita, y por supuesto,
vida infinitamente significativa y sobredeterminada). Y no sólo significa. Un otro yo que funcionaría tanto para la persona que
de una vida, sino de una vida organizada en relaciones de causa escribe como para la persona que lee. Leer es, a la vez, con-
a efecto, como sucede en el relato autobiográfico; la existencia frontarse con un discurso y con un origen del discurso, origen
imaginaria de la vida del autor detrás del texto postula que toda que es simultáneamente ideológico e imaginario. En el funcio-
vida tiene una dimensión narrativa coherente. Los escritores ac- namiento textual siempre estaría en juego un otro ideal o un
tuales, los que escriben después de la muerte del autor de los se- otro proyectivo, que permite la existencia del texto; esa otredad
tenta, después de la pérdida de las ilusiones sobre la verdad de tiene que ver con identidades fantasmáticas del lector y del es-
lo autobiográfico, con la conciencia de la ineluctable combina- critor, pero también es el Otro de la Ley (la norma lingüística, la
ción de realidad, representaciones e identidades fantasmáticas tradición, las convenciones sociales y culturales).
que es toda vida humana, estos escritores recurrirían entonces a La fascinación por los manuscritos –inherente a la figura de
una ilusión biográfica y a los espejismos de la autoficción como autor– se relaciona con este fenómeno: en ellos hay una mano,
estrategia de supervivencia o de resurrección. En todo caso, des- un cuerpo, un gesto que marca, que hace (un homo faber) ese
de el psicoanálisis puede afirmarse que toda la literatura, y muy texto que, para el lector, será confusamente suyo; la realidad de
particularmente todo relato, es una autoficción, en el sentido la redacción (en el manuscrito está el movimiento de la pluma)
de puesta en escena fantasmática de peripecias pulsionales y no hace sino corroborar la relación imaginaria con el acto de
biográficas del sujeto que escribe. Asumirse en tanto que pro- escritura. Escribir supondrá entonces construir un personaje o
tagonista de la ficción, como sucede en lo que la crítica literaria darle consistencia a una instancia virtual; en un “como si”, un
denomina así –la autoficción–, es llevar a sus últimas conse- hombre o una mujer se instalan en una posición progresiva-
cuencias un funcionamiento inherente al relato literario. mente definida, la de autor/a. La mayor riqueza del análisis de
Porque la función autor o el efecto autor tienen que ver manuscritos es, también, ese poder observar cómo, en variantes,
con una búsqueda de sentido, con la construcción de una in- elecciones, correcciones, el hombre que escribe actualiza cons-
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tantemente una instancia que lo supera; cómo parece dialécti- sobre sí mismos hasta los modos en que reaccionan adaptán-
camente crear y someterse a ese otro que encuadra y determina dose a los efectos de sus propios textos, de escritores que, en-
lo que se escribe. El autor es a la vez el origen del texto y su tonces, producen una figura de sí en tanto que autores. Figura
producto; es un origen paradójico que se define a posteriori. de sí que es perfectamente ambivalente y condicionada en dos
Al respecto, Guy Rossolato afirma que el autor se sitúa, sentidos: condicionada desde fuera, por el campo literario en el
frente a su obra, en las tres posiciones del triángulo edípico: es que se incluye, condicionada desde dentro, por las resonancias
el padre, ya que le da su nombre y fija sus reglas; es la madre, con el yo ideal y con las ficciones de la escritura. Borges es un
ya que la engendra, desde sus entrañas; es el hijo, ya que su espléndido ejemplo de este proceso, que puede denominarse,
existencia en tanto que autor está determinada por la aparición como algunos críticos lo han hecho, una autofiguración.
previa de la obra. Ahora bien: el autor es una figura inventada El autor es un concepto diacrónico y relacional: autores son
por la sociedad y por el sujeto, tanto como es un efecto textual. los otros, los que preceden la propia creación, ante los cuales
Una serie de textos con el mismo nombre es un autor, pero el texto que surge se sitúa. Escribir es enfrentar al padre, es
también una estética es un autor (un común denominador de marcar la hoja con una marca transgresiva. Es inscribir, por lo
características, con el efecto de intencionalidad supuesta que tanto, al personaje que se crea en el juego de las influencias, de
así se define). O sea: el texto crea al autor pero el autor es el las filiaciones, de las rebeliones edípicas, de los parricidios y las
que crea las condiciones de posibilidad de la obra; el autor y su expiaciones –en todo caso, así es para los escritores hombres
nombre son el lazo que lleva de una miscelánea de textos a ese estudiados aquí–. Porque si el autor es esa figura que legitima
conjunto coherente y organizado, delimitado y cerrado, que lla- la creación, la asocia a una propiedad y a una producción, esa
mamos obra. Al autor se lo construye: construcción social en la legitimación es a menudo una autolegitimación de cara a la
medida en que el campo literario fija parámetros y expectativas, dimensión histórica del fenómeno. No se es nunca autor solo o
construcción imaginaria en tanto personaje funcional. Conse- aislado; definirse como autor, u observar el funcionamiento del
cuentemente, al autor se lo fabrica con los mismos materiales concepto de autor en un texto, implica una red relacional. Se es
fantasmáticos que la ficción, y al igual que en la ficción, el re- autor frente a, con respecto a, en reacción a, en contradicción
pertorio de rasgos, elementos, opciones, es colectivo; ser autor a alguien o algo. Axioma que se cumple desde la sociología de
es desplegar una identidad fantasmática que agrupa una serie la literatura (se es autor en relación con presupuestos del mer-
de condicionantes y posibilidades que se encuentran en una cado, del campo literario y de sus figuras dominantes), desde
cultura en un momento dado (la cuestión de la escritura feme- el psicoanálisis (en relación con figuras paternas, referenciales,
nina podría, por ejemplo, analizarse también en esta perspecti- o con una identidad genérica: ser autor, ser autora), desde la
va). La historia literaria está repleta de ejemplos de escritores historia literaria (relación con el panteón establecido, con el ca-
que, desde el manuscrito y los ritos de escritura hasta las estra- non, con los centros dominantes de una cultura, con la defini-
tegias de edición, desde la puesta en escena ficticia del acto de ción masculina de la autoridad de escritura).
creación hasta los debates estéticos subyacentes en sus textos, En esa perspectiva, y retomando comentarios generales dis-
desde las imágenes fotográficas o discursivas que promueven persos en los puntos precedentes, puede afirmarse que, en un
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siglo marcado por una literatura problemática, experimental y palabra, se encuentran así dramatizadas y ocupan, junto con la
dubitativa, la crispación alrededor del sentido lleva a una reno- urdimbre de lo narrado, el primer plano de los textos.
vación paradójica de las constantes decimonónicas: ya no vida-
obra, sino una invención de personajes de autor que, asumien-
do la relatividad contemporánea, completan la ficción literaria, ESTE LIBRO
sirviéndole de marco y de marca frente a una inestabilidad y
a una incertidumbre estructurales. Ya no intentar resolver los Este libro reúne seis capítulos sobre seis escritores (Macedonio
conflictos con afirmaciones positivas o programáticas, sino re- Fernández, Jorge Luis Borges, Antonio Di Benedetto, Osvaldo
fugiándose en una identidad ficticia, es decir contradictoria, Lamborghini, Juan José Saer, Ricardo Piglia) que, a pesar de sus
que permita a la vez afirmar una lucidez sobre lo que está en diferencias, a veces radicales, pueden asociarse en las maneras
juego, sin renunciar a la literatura ni a la función autor. Esas fic- de trabajar una autofiguración. Enumero, como primeras imá-
ciones serían entonces espacios para resolver conflictos ante la genes activas en ellos: Macedonio, el gran mito de la literatura
tradición, ante los imperativos de originalidad, ante las expec- argentina, el escritor que no escribe, el escritor de la novela fu-
tativas y presiones sociales, pero también un espacio para lidiar tura; Borges, el escritor de la reescritura, de una originalidad he-
con el yo ideal, un espacio para proyectarse en personajes que, cha de repetición, tanto en la producción como en la identidad:
como sombras en un sueño, acompañan al hombre o a la mujer reescribir clásicos, ser Homero o ser Shakespeare; Di Benedetto,
que se pone a escribir o se atreve a seguir escribiendo. Ya que escritor del silencio, de una extrañeza casi demente pero siem-
la identidad del escritor es inestable, desplegar esa inestabilidad pre lacónica; Lamborghini, escritor del goce, de lo no escribible,
bajo modos ficticios es, entonces, una modalidad de afirmar de una destrucción utópica del lenguaje en la cloaca pulsional
procesos identitarios. Por lo tanto, ver en él una ficción implica y, también, el nuevo mito del escritor maldito; Saer, el escritor
leerlo a partir de la ambivalencia de cualquier ficción: polisémi- borrado, sin imagen ni biografía, que delimita una presencia
co, a medias entre lo biográfico y lo imaginado, a la vez fantas- fuerte a través de la construcción ambivalente de un lugar y de
mático y socialmente determinado, involuntario y consciente una compleja gama de personajes de escritor; Piglia, por fin, in-
de sus actos, y en todo caso, operativo en la circulación de sus vestigador detectivesco, delincuente demente, máquina de es-
textos. Y como insistentemente se lo ha afirmado en los párrafos cribir o lector de la cultura universal, que presenta su relación
precedentes, en los ejemplos estudiados en este libro se tratará con la literatura como una apropiación ilícita, una despersona-
de una ficción negativa, lo que define un lugar peculiar para la lización radical o un borrado de la identidad del hombre que
escritura: al dramatizar una imagen dubitativa en contrapunto escribe. Agrego al final un artículo breve sobre César Aira que
al escritor mesiánico y todopoderoso, se actualiza a la escritura podría leerse a modo de conclusión general del recorrido.
como una utopía, se pone constantemente en juego un libro Me gustaría precisar que en ninguna medida el proyecto
maravilloso, fuera de alcance, se barajan imágenes proyectivas suponía una filiación macedoniana exhaustiva ni la enumera-
del yo, como ideales melancólicamente perdidos. La cuestión ción completa de todos los escritores argentinos marginales o
de la identidad, la del sujeto, la de la relación entre conciencia y con una leyenda de, digamos, genios paradójicos (Juan Filloy y
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Alberto Laiseca, por ejemplo, podrían haber sido mencionados rredaccional y los manuscritos de esas novelas (o sea un trabajo
en esa perspectiva). La ausencia del nombre de Julio Cortázar sobre el “taller” del autor).
merece, en particular, una explicación, en la medida en que, Otra precisión. Por razones de legibilidad, preferí omitir las
desde el Morelli de Rayuela a “el que te dije” de El libro de notas al pie. El lector encontrará en la bibliografía final las refe-
Manuel, sus libros se inscriben doblemente en la orientación rencias de los libros citados. Consecuentemente, los títulos que
definida: filiación macedoniana y autofiguración de un autor figuran luego, en la “Bibliografía consultada”, deben tomarse
en conflicto, incierto y dudoso, autofiguración en la que se di- como una serie de reenvíos que completan lo dicho pero tam-
rimen tensiones íntimas, paradojas biográficas, conflictos ideo- bién como un reconocimiento de fuentes de lo escrito. En par-
lógicos y polémicas estéticas. Sin embargo, la perspectiva de ticular, sobre los autores argentinos trabajados, muchas afirma-
volver a recorrer caminos tan transitados (los de la concepción ciones de este libro están directa o indirectamente inspiradas
del escribir novelístico en Rayuela, o los de la relación entre por la tradición crítica allí mencionada.
el intelectual y el compromiso político en El libro de Manuel, Los capítulos que siguen presentan textos que dieron lu-
por ejemplo), terminó inhibiendo la escritura sobre el tema. No gar a ediciones parciales durante los últimos años en diferentes
puedo sino constatar que esta anécdota –la ausencia de Cor- espacios académicos e editoriales, como se lo indica en la bi-
tázar en el presente libro–, refleja una constante de la crítica bliografía, aprovechando las peripecias de la vida universitaria
literaria argentina de los últimos diez o quince años: a Cortázar, para esbozar estudios sobre estos autores, aunque todos fueron
a pesar de la importancia de su figura y la vigencia de la recep- siempre pensados, redactados, corregidos y en algunos casos
ción de su textos, no se lo incluye casi nunca en filiaciones y reescritos en la perspectiva de este proyecto. Los textos aquí
panoramas analíticos. La constatación, en sí, es ya un desafío publicados son por lo tanto el resultado de un trabajo inter-
para investigaciones futuras. mitente que se prolongó durante varios años, a lo largo de los
Con respecto a Saer, permítaseme comentar que me pare- cuales tuve diferentes ocasiones de presentar algunas líneas de
ció inevitable volver a escribir sobre él, aun si hacerlo suponía reflexión sobre el tema. En ese sentido debo mencionar, agra-
correr el riesgo de la repetición –sólo queda la esperanza de decidamente, a los miembros del grupo LI.RI.RI.CO. (Literaturas
una variación amplificadora de lo ya escrito, variación de cor- del Río de la Plata contemporáneas) de la Université Paris VIII,
te saeriano, como para justificar el capítulo que se le dedica–. Vincennes-Saint Denis, a los estudiantes de la Maestría de Lite-
En relación con el libro publicado en el 2002, varios aconteci- ratura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Bue-
mientos justifican y alimentan una nueva escritura: ante todo, nos Aires, y a todos los colegas que suscitaron o permitieron la
la edición de La grande, novela póstuma. Luego, el prematuro redacción de borradores de estos textos: Roberto Ferro y Noé
fallecimiento del escritor en junio del 2005 que, a pesar de ser Jitrik sobre Macedonio, Diego Alonso sobre Borges, Norah Dei
un acontecimiento biográfico, tiene efectos, creo, en la recep- Cas y Jimena Néspolo sobre Di Benedetto, Natalia Brizuela y
ción de los textos. Por último, el trabajo llevado a cabo, junto Anne-Cécile Druet sobre Lamborghini, Rose Corral y Floren-
con Diego Vecchio y Graciela Villanueva, en el marco de una cia Garramuño sobre Saer, Néstor Ponce sobre Piglia, Michel
edición Archivos de Glosa y El entenado, sobre el material pre- Lafon sobre Aira. Algunos amigos fueron lectores de primeras
32 HÉROES SIN ATRIBUTOS

versiones e interlocutores generosos: Daniel Attala, Daniel Bal- I. Macedonio: el escritor Cotard
derston, Sergio Delgado, Cristina Iglesia, Adriana Rodríguez
Pérsico, Julio Schvartzman, Graciela Villanueva, y sobre todo
Diego Vecchio, que no sólo fue un tenaz introductor en lides
macedonianas, sino que también comentó paso a paso la escri-
Advierto que siempre me ocupo de las estatuas ajenas
tura de este libro con amistosa inteligencia.
y nunca de la propia. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar
que mi escritorio es el único paraje del mundo en que
París, diciembre del 2007
pueden hallarse páginas en blanco? Por este solo hecho
meritísimo debería reservarse para mí la primera estatua
que sobre. Pienso que desgraciadamente habrá que
esperar mucho hasta que haya pedestal en blanco.

MACEDONIO FERNÁNDEZ, Continuación de la Nada.

Una tradición crítica, que fue progresivamente constituyéndose


y en la cual cabe integrar el presente libro, postula que Mace-
donio Fernández fue un autor operativo en la producción de
buena parte de los grandes escritores argentinos del siglo XX.
Ahora bien, la combinación de intervenciones orales (públicas
o personales) con ediciones parciales y tardías de sus textos, la
evidente voluntad sacralizadora de un grupo de “herederos”, las
dificultades de lectura que plantean sus obras, todo ello lleva a
una posibilidad de influencia, difícil de sintetizar. Lo que se ana-
liza es una ficción crítica, o al menos un efecto retrospectivo: se
lee a Macedonio y a su figura a la luz de la producción literaria
argentina posterior. Inevitablemente, Macedonio es su leyenda,
es el antepasado creado por la mirada de su posteridad (tanto
la de los escritores como la de Adolfo de Obieta, el hijo respon-
sable de la obra), aunque en los últimos años numerosos traba-
jos críticos se hayan propuesto hacer existir per se el tramado
textual macedoniano gracias a lecturas interpretativas (como lo
intentan los de Daniel Attala, Julio Prieto y Diego Vecchio). Estas
lecturas, concentradas por ejemplo en despejar las modalidades
33
34 HÉROES SIN ATRIBUTOS MACEDONIO: EL ESCRITOR COTARD 35

de un pensar macedoniano (de raigambre filosófica), los grandes O sea, interrogar de nuevo la característica mayor de este pre-
rasgos de una teorización de la literatura y la inserción de sus cursor, inmortalizada por el juicio borgeano, la de un “escritor
textos en su contexto de producción (a saber, el fin de siglo XIX sin obra”. La hipótesis sería la de suponer que la figura de Ma-
y las vanguardias), tratan de eludir el obstáculo de una invasora cedonio no es ajena a lo escrito sino que es el resultado a la
figura de autor, detrás de la cual pesa tanto la de Borges. Esta vez de lo personal-biográfico (tan abundantemente tratado), de
manera de entrar en lo que se ha dado en llamar la “obra” postu- una construcción posterior (por sus herederos y por discursos
la por lo tanto que no sólo Macedonio es un hito en un panteón e instituciones del campo literario argentino), pero también de
literario periférico sino también que sus libros pueden ocupar, dinámicas textuales. Es decir que su figura sería significativa,
que ya ocupan, un lugar importante en la biblioteca argentina. no sólo en tanto que “mito”, sino en tanto que concepción de la
Los otros acercamientos a Macedonio, más tradicionales, mar- literatura, en tanto que ficción, en tanto que modo de ubicarse
ginalizan lo escrito en función de un personaje, un personaje en una modernidad inacabada: su figura sería una obra. En los
sobre el que se realizan procesos de apropiación y de exaltación diferentes espacios definidos (las leyendas biográficas, los tex-
paradójicos cuando no ambivalentes, ya que navegan a veces tos), vemos que esa figura plantea, una y otra vez, las preguntas
entre reivindicación y anulación, exaltación y vaciamiento. En del cómo escribir, del qué escribir, del cómo inventar una mo-
estos casos se convoca a los textos con frecuencia, pero sólo dalidad de autor en ciertas coordenadas culturales. En conso-
para corroborar una figura preexistente, autónoma y poderosa: nancia con lo dicho, habría que matizar el lugar de “marginal”
la del marginal extravagante, el destructor de todo sentido y de y “raro” que tan abrumadoramente caracteriza a Macedonio, en
toda tradición, el precursor de procedimientos (por ejemplo, de la medida en que parte de su “marginalidad” y de su “rareza”
la novela abierta), el pensador metafísico (aunque no hubiese terminaron siendo fundacionales.
metafísica), el viudo inconsolable, el incansable humorista, el Para reducir estos objetivos a un conjunto abarcable y sig-
escritor de lo efímero (de los manuscritos perdidos o quemados, nificativo con respecto a la construcción y la divulgación de
de una oralidad fugaz), el Sócrates, el genio que tuvimos y per- su figura de autor, voy a correr el riesgo de la repetición, es
dimos (Borges dixit: “Era como si Adán, el primer hombre, pen- decir, voy a leer los dos libros más conocidos y más “literarios”
sara y resolviera en el Paraíso los problemas fundamentales”), de Macedonio: Papeles de Recienvenido y Continuación de la
ese Adán que, a orillas del Plata, pensó y resolvió los problemas Nada, por un lado, y el Museo de la novela de la Eterna, por
fundamentales, pero sin marcar huellas, dejándonos irrepara- el otro. Papeles de Recienvenido significa doblemente una in-
blemente huérfanos e infinitamente capaces, a partir de él, de tervención en tanto que autor. Por un lado, las dos ediciones
imaginar nuestro mundo, de escribir nuestra literatura. del libro (la primera, de 1929, la segunda, ampliada con una
Aquí intento retomar la leyenda Macedonio y la construc- segunda parte, de 1944) retoman textos leídos en actos o ce-
ción de su figura pero a partir de sus textos, como contribución remonias públicas del medio literario porteño (como la serie
a una mejor comprensión de esa tan paradójica herencia, la de “brindis” a intelectuales, algunos muy conocidos: Ricardo
del autor que fue célebre antes de la publicación de su obra, la Güiraldes, Marinetti, Norah Lange, Leopoldo Marechal, Scala-
del antepasado literario que se menciona y convoca sin leerlo. brini Ortiz, Jules Supervielle) y textos publicados en revistas
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culturales, a veces de notable repercusión (Proa, Martín Fierro, y no lo contrario). Escribir en público es escribirse. Recienveni-
Sur, y hasta Orígenes de La Habana). Por otro lado, después do se presenta a sí mismo, dialoga, interpela a los lectores y a
del enigmático No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928), los editores, brinda en homenaje a celebridades, discute. La se-
este volumen le da a Macedonio (que propone, por ejemplo, un rie heterogénea de textos gira alrededor de él y de una primera
liminar aclaratorio) una visibilidad o presencia de autor. El hilo persona omnipresente aunque inestable. En realidad, más que
conductor o el coagulante de estos textos, además de ser ejer- de la invención coherente de un personaje pleno, se trata de la
cicios de humorística –según lo afirma la “Salvedad” liminar–, puesta en escena de ese gesto de invención de sí mismo, de esa
son las repetidas menciones a la llegada de Recienvenido a la dinámica de seudónimos y variantes de figuras de autor que
literatura, gracias a escenas, anécdotas, autorretratos, autobio- declinan hasta la saturación una desvalorización y un borrado
grafías y otros textos por el estilo. Es la presentación, creación y de identidad. Además del Recienvenido que “firma” el nombre
variación de una figura de autor. Por otro lado, Museo de la no- del libro (son sus “papeles” los que se publican), aparecen: el
vela de la Eterna es el centro de su proyecto literario y, a pesar “Bobo de Buenos Aires”, “Macedonio García”, “el señor López”,
de que varias generaciones de escritores no lo leyeron, algunos “el conocido escritor oral Macedonio o Marcelino Rodríguez o
adelantos (Una novela que comienza) y las constantes estrate- Fernández”, “el artista del Rehacer”, “el mártir de la Reposición”,
gias de promesas de Macedonio hicieron de ese libro un pilar el “Desconocido”, etc.; el juego con los seudónimos es constan-
de su concepción conocida de la literatura (aunque el término te: además de los que se pueden leer en Museo, Diego Vecchio
“novela” signifique, en realidad, mucho más que un género: es cita y comenta otros, como los de “Impensador-Mucho”, “Pen-
una posición ante el mundo, es un sinónimo de producción sador-Poco”, “Ningunamuno” (en referencia a Unamuno), “polí-
artística, e inclusive la cifra de un imposible). Desde el punto grafo del silencio”. O se alude al autor con perífrasis negativas:
de vista de su recepción, si hay un texto citado, comentado y el “autor ignorado y que no se sabe si escribe bien”, el autor “in-
existente en la creación macedoniana, ese texto es Museo. En cógnito”, el autor de un “manuscrito encontrado”, la “autobio-
ambos se destaca una fuerte originalidad: la importancia de los grafía de un desconocido hasta el punto de no saberse si es él”,
procesos de autoficción pero también las concepciones y prác- el que arranca “páginas de cualquier novela” y las firma. Asimis-
ticas estéticas que, indirectamente, están a su manera definien- mo, Recienvenido llega y se pone en tela de juicio –se ponen en
do ese “cómo ser escritor” según Macedonio. escena–sus conflictos con los editores (hay siempre conflictos
con los redactores y editores), su falta de lectores (hay siempre
conflictos con los lectores), su falta de éxito (hay siempre alu-
TROPEZAR EN EL ESPEJO siones a la inmensidad de su no-celebridad), su falta de obra,
su falta de estatua propia –cuando no se comenta su pequeña
Llegar a la literatura, ser el Recienvenido, pasa en Macedonio, estatura–. Negatividad que da lugar a variaciones múltiples de
no por la publicación de libros, sino por un gesto tan caracte- una inexistencia del ser y la imposibilidad del hacer (o sea, del
rístico como inédito, el de inventarse en tanto que personaje de escribir): “ser por un instante el absurdo creído, la nada intelec-
autor (se publica Papeles para poner de relieve a ese personaje, tualista”; “ser un experto en el no-hacer y el no-suceder”; “Esto
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era la autenticidad del No-Hacer, que es lo que les había faltado Otra versión de lo mismo. El principio de presencia tiránica
siempre”. Resumiendo: “Macedonio es analfabeto”. También se gracias a un borrado humillante se intensifica en la sección or-
alude a él gracias a filiaciones y analogías, jugando con el pres- ganizada bajo el título “A fotografiarse”, que reúne cinco textos
tigio de los nombres célebres: se lo compara con Shakespeare o subtitulados, como una serie de fotos, “poses” (de número uno a
con Einstein. Recienvenido no es sólo entonces un seudónimo número cinco) y que es sólo una parte de las insistentes referen-
sino una imagen o una representación de Macedonio en el es- cias a la autobiografía como extrañamiento, como imposibilidad
pejo del espacio público, del libro publicado. El texto en sí y el comunicativa y como género parodiado. Encontramos en estas
personaje se confunden, como lo muestra el primer título de la poses lo que podría resumirse primero como una recuperación
serie de “papeles”: “El Recienvenido (fragmento)”. Publicar un de rasgos constantes de la autobiografía y el autorretrato: la fe-
libro hecho de fragmentos es crear a un autor fragmentado. cha de nacimiento (punto determinante del relato de una vida),
El movimiento es, por lo tanto, ambiguo: por un lado la los orígenes familiares (con sus consabidas determinaciones he-
afirmación de un yo autoral, bajo la óptica de una galería de re- reditarias), las anécdotas infantiles (anunciadoras de una voca-
flejos deformantes. Por otro lado, un borrado de esa presencia, ción de escritor), la afirmación, gracias a un relato propio, de la
con una exacerbación de la autohumillación y la pérdida de los identidad autoral, la evocación de las circunstancias de produc-
atributos habituales de todo autor, en particular de su caracte- ción de la obra ya escrita, asociando condiciones de creación y
rística esencial: la intensidad semántica del nombre. Este autor balance de intenciones, etc. Todos estos elementos se integran
no tiene una denominación estable, no sella los textos con una bajo una forma decepcionante, digresiva, absurda o paródica.
identidad, no es “padre” de sus obras, ya que, si le creemos a la El segundo movimiento sería entonces el borrado de la au-
declinación de seudónimos, no tiene apellido, no tiene inteli- tobiografía, la anulación de sus objetivos habituales. Siguiendo
gencia, no tiene cultura, no tiene lectores, no tiene editor, no el orden de la enumeración precedente: el propio nacimiento
tiene originalidad, no tiene fama; es un mártir del vacío, de la aparece sobredeterminado como punto de partida del mundo y
nada (de esa “Continuidad de la Nada” que prolonga la figura de no sólo del yo, llevando hasta sus últimas consecuencias la sa-
autor en la segunda parte). Si es “recienvenido”, resultará ajeno cralización de esa fecha en una perspectiva idealista (“El Univer-
y extranjero; siempre estará fuera de su lugar. O sea, su discur- so o Realidad y yo nacimos en –sic– 1° de junio de 1874”). Ser
so es egocida, pero un egocidio en tanto que atributo principal descendiente de uno de los mayores pintores españoles explica
de una poderosa figura de autor (o, mejor, del oxímoron como una herencia opuesta a la que era de esperar: la de la “incapaci-
atributo principal del autor). Con inigualada intensidad, Mace- dad completa para el dibujo.” Las anécdotas infantiles parecen
donio es el autor que se crea a sí mismo como un autor que no digresivas con respecto a lo que las precede, ya que narran el
está. Sea cual fuere la negatividad de la imagen, es la autofic- paso del “ver” al “mirar” sexual y la capacidad innata de “caer-
ción lo que domina. En Papeles de Recienvenido se instauran se”, en particular de balcones, lo que le da la primera entrada
los cimientos de un mito de autor singular: el del autor inexis- en la fama tan anhelada: “Mis chichones sobresalían no sólo en
tente. Escribir y publicar son sinónimos de un despliegue de esa el cuerpo sino en el barrio.” De la vida del autor “no hay nada
inexistencia, de esa teatralización de una ausencia. sobresaliente que contar” (la autobiografía, en sí, no existe); a la
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autobiografía la escribe otro o se la califica de género embus- texto, el yo autoral interviene en todo momento, apropiándose
tero y adulterado. Por fin, la presentación de la obra ya publi- de lo dicho en escenas ficticias de escritura y de recepción, en
cada se resume afirmando que No toda es vigilia la de los ojos particular con frecuentes apóstrofes a lectores (el más célebre:
abiertos no contiene “de sabido sino cuáles y cuántas eran mis “¿De qué lado duerme usted, lector? Usted contestará: — Antes
preguntas” y recordando que los ejemplares de la primera edi- dormía de espaldas, pero ahora... — ¿Cómo ‘ahora’? ¿Ya se duer-
ción de Papeles fueron regalados todos (de nuevo: el autor que me usted en mi primera página? — Déjeme hablar... — ¡Cómo
no sabe, el autor sin lectores, el autor que no vende). En cambio, ‘déjeme hablar’; ya quiere usted ser autor!”). Así vemos el desliz
leemos un anuncio (una de las promesas diría Macedonio) de la que va de la ficción a la metaficción, de lo escrito a la enun-
doble novela (Adriana Buenos Aires y Museo), en una tonalidad ciación percibida como aventura y enfrentamiento. El procedi-
programática. La única escritura seria es la futura, la inexistente miento remite a cada paso, claro está, al yo de la escritura. No
y no la ya realizada, aunque esa escritura por venir tampoco hay discurso macedoniano que no esté regido por una voz au-
traerá éxitos: “mis lectores caben en un colectivo y se bajan en toral o que no se encuentre desviado hacia la instancia que lo
la primera esquina.” A la serie de procedimientos deformantes profiere. Este gesto tiene, por supuesto, un efecto doble: por un
cabría agregarle la intensidad de algunas fantasías anatómicas lado el de actualizar constantemente la representación ficticia
(“quizá estoy mirando por debajo de las pupilas como quien de un autor (que es a la vez personaje de acciones y nombres y
se levanta los anteojos a la frente”), y por último la profusión el responsable directo de un discurso); por el otro, el de anular
digresiva del estilo macedoniano, que en el interior de la frase y la naturalidad del texto, fracturando la representación directa.
del párrafo deriva de un sujeto a otro, diluyendo la coherencia Al segundo efecto se le ha dado mucha importancia; el primero,
de lo dicho –incluso la del humor o la de la parodia–. creo, ha sido a menudo ignorado. Nótese, también, que estas
Otra versión de lo mismo. Lo más evidente, conocido y co- intervenciones tienen, lo que es frecuente en el discurso ma-
mentado de Macedonio: la escritura a la vista, o sea la irrupción cedoniano, la textura de la oralidad: como pequeños sainetes
constante de un “autor” que desbarata lo enunciado, que cam- o escenas teatrales, irrumpen diálogos y dinámicas discursivas
bia la orientación de lo que se afirma o se narra, para introducir típicas de lo dicho (estímulo-respuesta, exclamaciones, léxicos
comentarios sobre la enunciación que está teniendo lugar. El y alusiones coloquiales) y no de la prosa narrativa. Ese autor
texto macedoniano salta constantemente de un nivel a otro, que “interviene” se presenta, entonces, como alguien que está
es decir de la ficción o de la teorización a la metaficción: “Un hablando, no escribiendo: como un escritor oral.
instante, querido lector: por ahora no escribo nada”; o: “Hace Otra versión de lo mismo. Para Recienvenido, llegar a la lite-
cinco años conocía a la mamá de un amigo rosarino y vine a ratura pasa por tropezar, caerse, salirse del marco del espejo, de-
saber que... No lea tan ligero, mi lector, que no alcanzo con mi jando ver apenas un movimiento fugaz hacia el costado. Desde
escritura donde está usted leyendo”. La ficción de personajes (el ya, los primeros textos, reunidos como se reúnen en un volumen
amigo rosarino, su mamá), se quiebra bajo el peso de la otra fic- las entregas de un folletín, acumulan los procedimientos de des-
ción: la que une al personaje autor con el personaje lector. O di- estabilización: el escritor, apenas entrevisto, se sale de la imagen.
cho de otro modo: sean cuales fueren los temas y objetivos del Metafórica y concretamente: el autor tropieza en esos textos del
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libro, textos que esbozan un relato incipiente: el accidente de constante imposición del Misterio”: por lo tanto, el humor que
Recienvenido “dándose” contra la vereda (y la sección intitulada sigue está enmarcado por un sujeto sufriente, temeroso, some-
“Continuación de la Nada” también comienza con un tropiezo: tido a los irresolubles enigmas del universo. Todo el discurso
el que el escritor se da con “la nada de un segundo viaje de sobre sí mismo en el libro se caracteriza por un vacío de afecto,
Colón”). Tropiezo en público, en plena calle: acto fallido, dolor, por una ironía omnipresente, por una posición anestesiada, pero
humillación, comicidad hasta el extremo del gag. El autor entra la inclusión del epígrafe rescata en alguna medida la sombra de
en escena golpeándose, cayéndose, saliéndose: el tropiezo sería un yo lírico y un origen doloroso del humor (posición que es
una figura de la escritura macedoniana, un “descalabrarse del constante en otros textos de Macedonio). El epígrafe es la vela-
hablar”, según Julio Prieto. Si se trataba de presentar, de retratar, da firma de otro yo, de un yo mortal. La segunda posibilidad de
de “llegar” a la literatura, desde el inicio se anuncia un gesto que lectura, más sofisticada, vería en estas “autobiografías escritas
se amplifica repetidamente luego: el de la representación de un por otro” la materialización de una teoría del sujeto y de una
autor ausente, el de una parodia de los procedimientos de la au- utopía de inmortalidad: no existir para no morir, representarse a
tofiguración, el de una distorsión a veces violenta de la imagen sí mismo como un no-sujeto, lo que va a ampliarse en el proyec-
de sí mismo. Recienvenido no entra del todo, no está, su imagen to del Museo. Ambas interpretaciones presuponen fuertemente
en el espejo textual es un vacío o una caída, no hay reconoci- una idea de intención, de programa, de pensamiento literario.
miento ni definición. No se puede divulgar y repetir los rasgos Sin contradecir estas perspectivas, contentémonos con cons-
de un escritor sin identidad: Recienvenido, en realidad, sigue tatar la obsesiva repetición de ese gesto a la vez egocéntrico y
afuera. Entra y sale de la literatura tropezando en el espejo, pero egocida: lo que se hace es hablar únicamente del yo y represen-
los textos no hablan de otra cosa, el marco no contiene otra ima- tar infinitamente un extrañamiento, un tropiezo, un borrado de
gen, no hay nada más que la nada o el siendo-nada del autor. ese yo. Verse en el espejo como otro, jugar con la propia imagen
La serie que antecede sugiere una repetición: nombre, au- hasta temer salir a la calle para no andar desmintiendo “retratos
torretrato, metaficción, tropiezo, significarían lo mismo. ¿Y qué y biografías propios”. Las teorías pueden sustentar el fenómeno
significarían? En la tradición crítica, encontramos dos lecturas textual o ser otra manifestación de lo mismo: en todo caso, el
complementarias. La primera es la más simple: tomar el con- espejo está vacío pero el espejo soy yo y yo soy otro. Leemos en-
junto como un texto humorístico desacralizador, de tonalidad tonces a un yo obsesivamente central en estas presentaciones
vanguardista. El humor funcionaría sobre todo de cara a la his- de, digamos, tercer grado: un autor que se automutila, que se
toria literaria en tanto que parodia: Macedonio “desvirtuaría”, afirma incapaz de fijar la palabra y el sentido, que se declina, in-
“vaciaría” la forma autobiográfica y la autorrepresentación: el sistente, de personaje en personaje. Un recién escritor, autor sin
humor tendría aquí una función programática, la de oponerse lector, incapaz e ignorante, sin dones, plenamente desconocido,
a convenciones y formas de la literatura heredada. Nótese al siempre en plena autoficción, tan humorística como sufriente.
respecto y discutiendo esta posibilidad, que a modo de epígrafe Un autor agujereado, diríamos desde la melancolía.
un texto inaugural en el libro orienta la lectura, y en él “M. F.” La escritura literaria no presenta aquí objetivos de plenitud,
inscribe al humor en la perspectiva de “muchos miedos y una coherencia, estilo, intrigas, personajes y pasiones, sino que se
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plantea como una especie de autoconstrucción. O como una au- a saber: su candidatura para la presidencia de la república y
tobiografía en el sentido macedoniano, sugerido en estas dos citas la campaña correspondiente: la “escritura” comienza colectiva-
paralelas: “La autobiografía o la confesión biográfica son las dos mente, en proyectos de intervenciones públicas, con el objetivo
oportunidades más logradas de ocultarse.” Y al mismo tiempo: prioritario de divulgar el nombre de Macedonio. Luego, la serie
“Todo lo que afirma de sí el autobiografiado es lo que no fue y notable de anuncios y promesas que acompaña la escritura de
quiso ser.” A la vez mentira y ficción, ocultación e ideales, pro- las primeras versiones o esbozos del texto: más que la publi-
yección de deseos y de imposibilidades. Ahora bien, el personaje cación o la escritura, es la “propaganda” y la “promesa” lo que
múltiple así creado recuerda a otro personaje, el de Macedonio cuenta, como un gesto de escritura o creación en otra esfera
“biográfico” (o recuerda más bien al mito Macedonio, es decir el que la habitual. Novela futura, novela por escribirse, novela vir-
conjunto de anécdotas biográficas transmitidas por sus amigos tual, novela de la escritura de la novela, el libro como ficción de
y amplificadas por cincuenta años de transmisión múltiple). Una libro, la literatura como expectativa frustrada, como un proceso
evidencia salta ya a la vista: ese mito, tan frecuentemente comen- que se origina y funciona ante el espacio público y gracias a él,
tado, no es sólo una creación de Borges y algunos otros jóvenes al anuncio, a la inminencia siempre postergada: muchas claves
vanguardistas, sino que es perceptible en la única palabra que del texto publicado se deducen de lo que Ana Camblong llamó
nos queda de Macedonio: sus textos. Si Macedonio fue primero la “máquina de prometer”. En esa dinámica vemos una inter-
una figura antes de ser una obra, si su figura fue más influyente vención muy fuerte, probada por una abundante documenta-
e incisiva que sus textos, la explicación también está en lo que él ción, de un Macedonio escribiendo su propia imagen, constru-
escribía (en todo caso, así es en este libro, que presenta textos que yendo su propia leyenda. Quiero decir: esta historia/leyenda
circularon muy tempranamente). Al papa lo que es del papa: la fic- genética implica algo así como una no-escritura que se muestra
ción de Macedonio es una autoficción. Su leyenda le pertenece. (Macedonio como el no-escritor, como el siempre-prometedor),
equivalente por lo tanto a la metaficción arriba comentada y
que puede considerarse como una imagen de la novela que
NOVELA EN BLANCO acompaña a la novela. Por último, tercer elemento, en todo co-
mentario crítico hay que recordar que el libro que leemos es
No se puede leer Museo de la novela de la Eterna sin tener en una construcción de Adolfo de Obieta (el hijo crea la obra que
cuenta la historia de su producción y de su edición. Del lado justifica, retrospectivamente, la aureola de gran escritor del pa-
de la producción, y más allá del indefinido número de años que dre). La siempre paradójica cuestión de la intención y de los
duró su gestación (y la expresión “gestación” ya presupone un objetivos de un escritor se plantea en Macedonio con particu-
topos legendario, el del trabajo sistemático y progresivo en la lar agudeza, ya que un gesto fundamental en la determinación
“concepción” de un texto importante, cuando nada prueba que del sentido de su opera magna, vale decir la estructuración y
ésa haya sido la dinámica de escritura), tres elementos parecen edición, es fruto de otra persona, de un “heredero”. O sea que
destacarse. Primero la coincidencia entre el proyecto de la no- el texto publicado, el gran libro escrito por Macedonio es, tam-
vela y la anécdota más comentada de la leyenda Macedonio, bién, un texto y una construcción legendarios.
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Así como en Papeles se trazaban los rasgos de una singular la Eterna y la niña de dolor la Dulce-Persona, de-un-amor que
ficción de autor, en Museo tenemos por lo tanto una ficción de no fue sabido (con la doctrina de la artística)” o “Museo de la
Novela (a menudo con mayúscula) a la que se alude constante- novela de la ‘Eterna’ y la niña de dolor, la ‘Dulce-Persona’ de-
mente. Lo que así se denomina en el libro no es el texto publica- un-amor que no fue sabido”. El título, con su valor de anuncio
do, sino un horizonte, una eventualidad. Dos grandes vertientes y de establecimiento de sentidos, instaura a la vez un enigma
de esa inexistencia: la novela es lo que se pospone (la novela fu- (por la extrañeza del sintagma que denomina la novela) y un
tura, la novela prometida) y lo que no se dice (la novela oculta- secreto irrevelable (antes de narrar, el amor ya fue “no sabido”).
da, la novela reprimida). En lo que concierne la “novela futura”, La extrañeza del texto implica ocultación: narrar será en Ma-
ese género “nunca habido”, mucho se ha escrito. Recordemos cedonio no narrar, comentando algo que nunca se contó. Así,
simplemente que el dispositivo (la expansión de prólogos, la los prólogos van instalando indicios sobre lo no dicho (“Pró-
reducción de lo narrado a fragmentos inconexos) deja siempre logo-Novela, cuyo relato se da a escondidas del lector en los
para después una publicación, un cierre, un final. Escribir es prólogos”), sin que por supuesto sea posible reconstituir relato
seguir escribiendo, y el resultado de la escritura ocupa el lugar o secreto alguno (en ese sentido es un texto delirante, que pre-
preciso de una utopía de gran ambición. Leemos constantemen- supone contenidos, razonamientos y mensajes inexistentes).
te el anuncio elogioso de la propia novela (primera “novela bue- El mecanismo se refuerza a la hora de empezar la “novela”
na”, la “novela perfecta”, la “novela modelo”, que es siempre una en sí (o sea en la sección numerada como capítulos). Un ejem-
novela del después). Conciencia de la ambición y de la novedad plo entre muchos: en el capítulo V se reproduce una carta
del proyecto (en ninguna medida se trata de una idea modesta del Presidente a Eterna, en la que se alude repetidamente a
de la literatura, al contrario), pero una ambición que lo convier- conversaciones y encuentros con la mujer, transmitiendo una
te en irrealizable. Publicar es la muerte y de lo que se trata es gran carga de sufrimiento y complejidad psicológica. Luego de
de suspenderla, como puede leerse en las últimas líneas de la la carta, al igual que en Papeles, irrumpe entonces el autor con
sección “narrativa” de la edición Archivos: “Al entrar en prensas un comentario singular: “...es notorio que se trata de corres-
esta novela se ha cumplido la dispersión de las espaldas [de los pondencia privada no destinada al público lector pues faltan
personajes], la despedida sin mirarse, la muerte académica.” Por todos los datos para entenderla y adivinar su desenlace, sino a
supuesto, el “Prólogo final” (“Al que quiera escribir esta novela”) persona que ya sabe todo lo que le van a decir.” Este episodio
es en esta perspectiva un texto central: el libro queda abierto, es significativo: por un lado una expansión lírica, que aparece
incitando a otros a escribirlo. No es novela de pedestal, es no- constantemente en la novela; por el otro, un distanciamiento
vela de comienzos, novela para que otros sean novelistas. No se humorístico e irónico, que borra lo dicho, que introduce la
fija la forma y el discurso, sino que transmite una posibilidad, voz autoral que ya conocemos, ese discurrir burlón, agresivo
una quimera que es la novela futura. y anestesiado, fuera de todo sufrimiento. Se huye del relato,
Del lado de lo secreto –o de lo hipotéticamente secreto–, de la representación, de la realidad incluso, como de la peste,
notemos que el título completo del libro, tal cual aparece en los o se escribe más bien un relato sin peripecias ni causalidades,
dos primeros prólogos de la edición Archivos sería: “Novela de sin ninguna verosimilitud, reduciéndose a lo que no se pue-
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de narrar, a lo irrepresentable o indecible del sufrimiento: el peripecia folletinesca, una intensidad no realista sino fantasmá-
relato de la escritura es el relato de un ocultamiento. Se narra tica, que habitualmente se excluye del horizonte de lecturas
a una persona que “ya sabe todo lo que le van a decir”, o sea macedonianas.
que se narra delimitando constantemente una esfera emotiva Por lo tanto, el dispositivo no quiere decir que no haya nin-
callada o acallada. guna intriga ni acción: todo alude a ella. Si no hay pistas que per-
Otro ejemplo, mucho más agudo, permite pasar de la ex- mitan reconstituirla, hubo algo así como una presencia pulsio-
pansión lírica a la pulsión sexual incestuosa. Como se sabe, nal, o sea que hay, más allá del libro, una sombra, la sombra de
Macedonio escribió o dictó resúmenes de presentación de la una intriga, de una cadena causal, de presencias, de pasiones, de
novela que en general parecen hablar de un libro diferente del pérdidas, de una serie de peripecias que justifican la carga afecti-
que se publicó. Uno de esos resúmenes, reproducido por Adol- va, intensa pero críptica, que recorre el texto. Narrar ocultando,
fo de Obieta en Macedonio. Memorias errantes, se refiere a un entonces, o incluso reprimiendo, si seguimos la lúcida hipótesis
episodio en que Dulce-Persona y Padre dialogan sobre una falta de Julio Prieto, cuando postula que el proyecto de doble nove-
cometida por ella y un castigo (o proyecto de castigo) ideado la (Adriana Buenos Aires como novela sentimental parodiada
por él. Poco másse entiende de lo que se trata. Efectivamente, y Museo como manifestación de una estética positiva) fue una
en el capítulo I leemos: “(Padre recuerda con horror el instante construcción posterior a la escritura de la primera de las dos.
en que, es cierto, pensó dejar en su hija una mancha que nada Habría un cambio entre ambas, fruto de ese intento frustrado,
pudiera borrar. Y piensa: ‘felizmente no pude consumar lo que que llevaría a postular que lo “bueno” es la novela inescribible.
sólo el deseo y nunca el odio puede ejecutar’).” Ahora bien, el Una intervención autoral estaría en este caso creando sentidos,
relato que estaría en juego en este fragmento sería, si le cree- no con una afirmación sino con una disimulación de lo dicho.
mos al resumen de Macedonio: Pero, sigue suponiendo el crítico, Museo presenta la huella de
ese conflicto, a saber: la escisión entre la veta vanguardista (dis-
Este relato contiene de más fuerte el caso de la Dulce-Persona tanciada, metanarrativa, humorística) y la veta verista (autobio-
cuyo padre concibió sin deseo, por extrema exasperación, cas- gráfica, emotiva, romántica), constantemente presentes, como el
tigarla con la desfloración irreparable, ya que retos, sacrificios ejemplo citado lo muestra. Conflicto que podría declinarse en
y golpes (era un hombre muy bueno pero tosco) no influían en otras opciones, como la oposición entre la autenticidad y el fin-
ella para que no llevara a toda la familia a la ruina económica; gimiento, o los “hilarantes” y los “enternecientes”, retomando las
por falta de deseo el acto fisiológico fue imposible (lo que pu- categorías que aparecen en el texto. Más que parodia, de lo que
rifica la terrible brutalidad planeada) y en su furor –lo que se trata entonces es de la imposible expresión de la emoción –y
quiere es un castigo indeleble– la desflora con su mano. la del fantasma– así como el repetido intento de expresarlos. En
Museo circulan historias amorosas que pujan por ser escritas; la
Sean cuales fueren las interpretaciones que se construyan so- crítica de toda representación, la distancia humorística, pueden
bre este episodio (incesto e impotencia que se censura, transmi- leerse, volviendo al epígrafe de Papeles, como un resto de “mu-
sión narrativa malograda), a las claras hay aquí, a partir de una chos miedos y una constante imposición del Misterio.”
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En esta perspectiva, una impresión de lectura puede merecer ciado en estas líneas. Pero en Museo también se profundiza el
un comentario: la de la monotonía. Es decir, la impresión de que mecanismo, ya que la anulación del yo autoral, como es sabido,
a lo largo de esos veinte, treinta o cuarenta años de redacción, el está puesta en la perspectiva de un ideal construido a partir de
conjunto de los textos que compondrán el Museo giran, desde lecturas filosóficas: la negación de la muerte. El “Prólogo a mi
un punto de vista imaginario, en alguna medida alrededor de lo persona de autor” comienza con esta afirmación muy citada:
mismo: yo y ella, yo y la escritura, yo y la novela (que es, obsesi- “Soy el imaginador de una cosa: la no-muerte; y la trabajo artís-
vamente “mi novela”). Lo mismo sucede con los personajes: po- ticamente por la trocación del yo, la derrota de la estabilidad de
niendo de lado algunos comparsas secundarios, en los textos de cada uno en su yo.” El lector (y los lectores que serán los escrito-
Macedonio no hay sino dos instancias con espesor (una habla, la res futuros) deben tener la impresión de “no vivir” para alcanzar
otra reacciona o es deseada): yo y ella, él y ella, Autor-Presiden- una creencia en la “no existencia”, arma para vencer a la muer-
te-Quizágenio-Padre y Eterna-Dulce-Persona. El autor se refleja te. El “mareo” del yo aparece, así, programático, en el sentido de
en todos los hombres y todo lo demás se convierte en mujer ser la piedra de toque de una metafísica –o de una mística–. En
presente/ausente, real/utópica. Del otro lado de la página, el crí- todo caso, esta función del egocidio aclara las paradojas de la
tico, el Lector, el Editor, no son sino espectadores de ese diálogo autoficción macedoniana: si sentirse no existir es un modo de
monológico entre un yo (ese “yo, el autor”) y su amor perdido. existir eternamente, no ser autor llevaría a ser autor desde otro
Porque, claro está, Museo prolonga y profundiza la autofic- lugar, a ser el autor del futuro, a ser el autor que anuncia una
ción de Papeles. Prolonga en la medida en que ese yo autoral ocu- celebridad diferente para sí mismo.
pa también un lugar central, apoderándose de todos los discursos Se puede establecer una analogía entre la novela y ese no
y situaciones, declinando su figura desvalorizada, sus interrupcio- ser autor, ese yo ausente y maltratado que ocupa todo el lugar
nes coloquiales, en constantes lides de celebridad frustrada, afir- del discurso. La afirmación es a la vez de la novedad e impor-
mando explícitamente que la autoficción sería una condición pre- tancia radical del texto (“yo buscaré confiado el juicio de la pos-
via a la escritura. Por ejemplo, en el “Prólogo a lo nunca visto”: teridad universal acerca de mi novela”), de evaluación negativa
de los escritores del pasado (“La antigua posteridad con todo el
Yo, el más nombrado y mejor identificado de los desconocidos, tiempo que se tomaba para pensarlo consagró multitud de nu-
me veo en apuros de Obras completas, para empezar, de modo lidades como gloriosos artistas”), y la irrupción inminente de su
que todo el porvenir, toda mi carrera literaria será posterior, propio texto (“30 de septiembre de 1939, día de su aparición im-
en mi caso, a dichas Obras: sólo porque el público no se ha postergable”). O sea que el no-autor se integra, decididamente,
parado a esperarme para darme nombre de un gran descono- en la historia de la literatura, diseñando un mapa de lecturas y
cido y ahora tengo que merecerlo, componiéndome de golpe de rechazos, creando un espacio para su propia obra, con duras
un pasado de autor y poder luego comenzar a escribir. críticas a varias figuras consagradas y calificando al pasado lite-
rario de “Tonelada Estética”, todo lo cual se cristaliza en una hi-
Primero inventarse y luego escribir, para asegurarse una carrera potética “novela”. El espacio para su propia obra, su protocolo de
futura: todo el devenir de la figura de Macedonio está anun- lectura, la posibilidad de existencia de una novela radicalmente
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nueva, es un no-espacio de una no-obra, nunca leída porque no- una “enfermedad de la forma”, según Pierre Fédida, en el sen-
existente, todo lo cual es una manera de existir, leer, ocupar de tido de la atracción o la impregnación de lo “informe”). Porque
otro modo un espacio. Por lo tanto, los prólogos funcionan a la el estallido de la acción, su entierro bajo prólogos merodeantes
vez como un manifiesto y como una preparación para una lec- y diálogos alusivos, es, por supuesto, un rasgo melancólico: lo
tura de su obra (suponen crear las condiciones de una recepción que se expresa es la impotencia expresiva, borrando peripecias
posible). En eso los objetivos de Museo, en tanto que proyecto bajo discursos crípticos. La pérdida es innombrable, el lenguaje
de escritura, son comparables a esa “trocación del yo” capaz de y el saber no pueden dar cuenta de eso alrededor de lo cual se
producir inmortalidad: son una utopía desmedida. Suponen es- construye el yo como ausencia o como agujero; y la escritu-
cribir, no sólo fuera de la realidad e innovando tajantemente, ra incomprensible –glosolalia cifrada– es también una huella
sino también negando la muerte, en una eterna posesión amo- saturnina. Por lo tanto, al reprimir la acción, el relato, la re-
rosa hecha de antirrepresentación. Su figura de no-autor es la presentación, se está significando lo perdido pero guardándolo
del escritor con mayor ambición, una ambición titánica que su- secreto; el texto, así, no nombra una pérdida sino que se crispa
pera con creces las fuerzas humanas. Borges, con su sistemática alrededor de la posesión de una pérdida, de una trama en la
invención de mundos, culturas, lenguas y cosmogonías, está, a que el yo se entreteje como materia misma de la pérdida. El tex-
su manera, prolongando el mesianismo macedoniano. to renuncia a hablar de lo perdido y se concentra en el yo per-
Por eso puede decirse que Museo es una novela en blanco diente, en el yo vaciado por la pérdida y en una gesticulación
(ése sería el sentido de la novela que se deja, al final, “libro silenciosa. En otros escritores, decir la pérdida es suponer que
abierto”). En Macedonio, una serie obsesiva de sintagmas re- alguna vez se poseyó eso que ya no está; lamentar la pérdida
miten a la idea de una “página en blanco” (como leemos en el es, retrospectivamente, apoderarse de lo deseado. Así, Borges,
texto que figura en el epígrafe de este capítulo: “mi escritorio Onetti o Saer, autores marcados por una postura melancólica,
es el único paraje del mundo en que pueden hallarse páginas construyen obras potentes a partir de una percepción pesimis-
en blanco”) y a una novela no escrita: “novela en estado de no- ta del sentido; escribiendo la negatividad, edifican sobre ese
existencia efectiva”, “medio-escrita por semi-novelista”. Toda terreno inseguro modos renovados de comunicación literaria.
representación verosímil y todo relato coherente destruyen el Macedonio, mucho más radical, no cede en su ambición y en
objetivo de la escritura, esa forma superior que él denominaba su extraña grandeza. La utopía implica escribir constantemente
Belarte: la escritura, la belleza, “...para acariciar / El ansia de un lo mismo, ese interminable proyectar un texto utópico, capaz,
mundo, / Para adormir en laxitud de logro / La peregrinación de no de decir la pérdida (porque sería aceptarla), sino de restau-
esa búsqueda descaminada y presintiente.” Macedonio trans- rar una presencia, de alcanzar ese estado regresivo de “Visión
formó un límite, una imposibilidad, en estética: la estética en pura” que inmortalizaría al sujeto. Dejando la página en blanco,
blanco (esa “búsqueda descaminada y presintiente”). Se instaló el texto en silencio, el yo en ausencia, se inscribe una nada ar-
en ese escribir lo inescribible hasta sus últimas consecuencias. caica en el sujeto y en su discurso. No se trata de una fantasía
O sea: Macedonio desarrolló una poética melancólica, que consoladora de recuperación de algo perdido y añorado, sino,
también supone una dilución de la forma (la melancolía sería mucho más radicalmente, de sugerir a cada paso otra forma de
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posesión, es decir, desde un punto de vista literario, la inminen- dría invertirse y devolverle al sujeto una experiencia traumática:
cia de un sentido nuevo. por eso se borra también a la realidad con una oposición siste-
mática. Así, los enfermos afirman no tener sangre, venas, cerebro,
órganos genitales. Están vacíos como un armario. No tienen fa-
LA HERENCIA DEL ESCRITOR-COTARD milia, nombre, edad, sentimientos. Un diálogo con una paciente,
trascrito por Jules Cotard: “— ¿Cómo se llama usted, señora? — La
Lo que antecede retoma una de las más fértiles opciones inter- persona de yo misma no es una señora. [...] — No conozco su
pretativas sobre Macedonio, la que inauguró Germán García en nombre, ¿podría decírmelo? —La persona de yo misma no tiene
1975 con Macedonio Fernández: la escritura en objeto, postu- nombre; desea que usted no siga escribiendo. [...] — ¿Qué edad
lando que la melancolía es el eje central de la estructura psíqui- tiene usted? — La persona de yo misma no tiene edad”. La nega-
ca del escritor. Por mi lado me limito a subrayar aquí que, en ción concierne también al mundo exterior: a los pacientes se les
los textos, el personaje creado y los proyectos literarios defini- muestra una flor y dicen que no es una flor, no hay nada alrede-
dos acumulan hasta el paroxismo algunos rasgos melancólicos. dor de ellos: ni cosas, ni gente. Tampoco existen nociones o seres
En esa perspectiva, aunque la figura de Macedonio se inscriba abstractos: no hay virtud, no hay Dios. Nada es, ni el mundo ni
en una larga tradición de autorrepresentación de los artistas, el sujeto. Otra paciente, otro diálogo, esta vez con el psiquiatra
su figura saturnina es particular, a la vez más aguda y digamos Jules Seglas: “— ¿Qué edad tiene usted? — ¿Qué sé yo? Cuando el
hiperbólica. Para evaluar esa especificidad, pero excluyendo mundo se vino abajo yo creía tener cincuenta y dos años. — ¿Cuál
todo pseudodiagnóstico biográfico y limitándome más bien a es su nombre? — Me hacía llamar M... No tengo más nombre [...]
una descripción de su manera de ser escritor, una analogía sería — ¿En qué año estamos? — No hay más años. — ¿Qué siglo? — No
posible, la de la posición del personaje autor de Macedonio con hay más siglos. No hay nada.” Junto con la negación, Cotard iden-
los enfermos que sufren una variante de la melancolía delirante, tifica un delirio de enormidad: los enfermos están en el infinito,
denominada el “síndrome de Cotard”. en los millones de millones; son inmensos, gigantescos. Sus cabe-
Una breve presentación primero. En 1880, el psiquiatra fran- zas tocan el cielo, los cuerpos son colosales: de no ser nada pasan
cés Jules Cotard (que alguna vez se convertirá en el modelo, para a ser todo. La idea hipocondríaca de no tener más cuerpo ni órga-
Proust, de su personaje de médico, Cottard) publica un ensayo nos produce una forma curiosa de inmortalidad; en la medida en
identificando un tipo de psicosis que denomina “delirio de ne- que no están más sometidos a las reglas habituales de existencia
gaciones”, y que sería una entidad autónoma de la melancolía. y de organización física, los pacientes creen evitar las leyes de la
Este síndrome, posteriormente bautizado “síndrome de Cotard”, fatalidad. Esos cuerpos sin nada son cuerpos sin carencia y por
se caracteriza por una oposición radical, por ideas absolutas de eso mismo inmortales. La negación de la muerte no es más que el
negación, que pueden interpretarse como afirmaciones de no corolario de la negación de la vida; en ellos aparece por lo tanto
posesión, de plenitud cerrada sin agujeros, de una carencia de lo que se denomina una inmortalidad melancólica, estudiada por
carencia. Un rechazo. a su manera regresivo, que funciona como Jean Clair, diferente del delirio de grandeza: son inmortales para
un mecanismo de defensa primario en contra de todo lo que po- seguir sufriendo eternamente sus males.
56 HÉROES SIN ATRIBUTOS MACEDONIO: EL ESCRITOR COTARD 57

Un ser no siendo y siendo gigantesco, un vacío que con- textos: escribir es escribirse y alrededor de ese yo que se es-
lleva inmortalidad, una negación sistemática como modo de cribe se aglutinan proyectos, estéticas, metafísica. Por lo tanto,
inscribirse en el discurso: si se los extrapola de la psicosis a la y éste era mi punto de partida, la autoficción es una clave de
literatura, estos rasgos son los de Recienvenido, o sea, no los de la recepción y de la transmisión de su figura. Macedonio es
un hombre sino los de su ficción (los de su sueño de creador). una ficción de autor operativa en sí misma; la mayor herencia
Macedonio Fernández se vio así, como un escritor inmortal e que dejó fue ésa: la de su imagen de escritor-Cotard, que es la
inexistente: fue el escritor-Cotard. Si Borges se pone en escena gran ficción de autor de la literatura argentina y seguramente
retomando una iconografía saturnina tradicional (por ejemplo, uno de sus rasgos distintivos. Sean cuales fueren los alcances
en “La Biblioteca de Babel”), en Macedonio la figura que he- de la Obra completa, su figura funcionó como la del autor de
mos ido recorriendo va mucho más allá, incluso más allá de lo no escrito, como emblema de un confuso mesianismo, en
la desvalorización del yo y la autohumillación habitual de los conflicto con los textos efectivamente redactados y en algún
melancólicos. Así como los pacientes mencionados viven sin momento publicados. Por eso el juicio de Borges no es tan des-
órganos (o sea que existen sin los requisitos físicos elementales acertado: Macedonio es un caso único de antepasado reivin-
para poder existir), éste es un autor que se automutila, o que dicado al que no se le asoció la letra magistral. La originalidad
al menos constata haber perdido todos los atributos que lo de- de su pensamiento estético y la complejidad de su filosofar no
finen como tal: es un autor sin nombre, sin palabra, sin libro, se cristalizaron en la letra clásica, antesala del mármol y del
sin lectores, sin editor, sin lugar público; proyecta novelas sin homenaje. La literatura argentina puede o podrá decidir que
personajes, sin vida, sin representación, sin intriga; escribe en Macedonio es un autor “clásico”, pero será difícil instaurar a su
la negativa, la parodia destructora, el humor que desmonta los obra como “clásica”; a pesar de la mitificación de Piglia o los di-
efectos textuales y semánticos. Un no ser, no estar, no figurar, tirámbicos juicios de Saer (“Museo es la mejor novela escrita en
que culmina en esa radical no-existencia tanto individual (des- lengua española”), los textos resisten al tipo de legibilidad que
personalización) como cósmica (la “desrealización” que supone supondría ese lugar. En un período histórico que vio el paso
la oposición a cualquier verosimilitud representativa). Una for- del mito del autor al mito de la escritura, de la sacralización
ma de hipocondría autoral –y habría mucho que decir sobre la de la persona a la sacralización del resultado de la creación,
función del cuerpo en la leyenda y la autoficción macedonia- Macedonio retomó el mito de autor desde el vacío, no sólo del
na–. Ahora bien, esa serie negativa es el fundamento de una sujeto sino también del resultado. Si hay procedimiento, en el
enormidad mesiánica, la de una escritura que devolvería, o per- sentido vanguardista del término, ese procedimiento es la anu-
mitiría, una plena posesión amorosa y llevaría a la inmortalidad lación del ser y de la creación al mismo tiempo: las preguntas
(que, dicho sea de paso, Recienvenido consiguió: Macedonio es de “¿cómo ser escritor?” y “¿qué escribir?” siguen resonando en
ese gran autor inexistente al que se le dedicó un tomo entero el espacio futuro bajo su forma negativa (cómo no ser escritor,
en la reciente Historia crítica de la literatura argentina). cómo no escribir). Una negatividad, repito, que sería fértil por-
Todo lo dicho es inseparable de la autoficción: es en ella que anuncia, promete, postula; una negatividad utópica que se
en donde se articulan las diferentes líneas de sentido de sus proyecta hacia el futuro.
58 HÉROES SIN ATRIBUTOS MACEDONIO: EL ESCRITOR COTARD 59

En lo que concierne a antepasados que inauguran un siglo acumula en sus ficciones autorretratos grotescos afirmando re-
de literatura, retomemos el paralelismo con Lugones esbozado petidamente que los escritos sólo cumplen la función de crear
en la Introducción. Lugones intenta fundar, fundarse él (desde al autor (Aira), etc. La autoficción macedoniana (el viejo ironista
El Payador a los blasones familiares citados en el inicio de Lu- que transmite un legado irreverente, el marginal desconocido
nario sentimental). Sin embargo, la filiación que prosperó fue que inventa todo o que inventa todo de nuevo) será prolongada
la de Macedonio: la de la incertidumbre, la del humor, la de por otros, tanto en la leyenda como en la literatura, hasta con-
la ironía, la de la postura metafísica (escribir el pensamiento vertirse en un tipo de figura de antepasado literario rioplatense
desde la ficción, hacer de la experimentación formal un gesto –en un topos–: piénsese en el Morelli de Rayuela o en el Was-
de trascendencia); una filiación hecha de quimera y de borrado hington Noriega de Glosa, y en general en la manera en que
como terrenos de creación. La figura de Macedonio introduce se construyó ese mito paralelo, el de Juan L. Ortiz. Piénsese en
en Argentina la imagen de un escritor impotente, escindido, el personaje de Lamborghini que postulan Aira y la “neovan-
que pone en escena la propia escritura como aventura; o sea, guardia” de los setenta, buscando así una simetría con la de los
introduce una de las modalidades de autorrepresentación que veinte, o inclusive en algunas reivindicaciones actuales de Juan
caracteriza a la literatura del siglo XX, pero que en el marco la- Filloy. Su figura fue fértil en su aparente esterilidad (al revés de
tinoamericano pareciera ser específica del Río de la Plata. Esta la de Lugones, el escritor solar y afirmativo pero también deci-
autorrepresentación tendrá en otras culturas avatares y modali- monónico), gracias, entre otras cosas, a los sistemáticos “errores
dades a veces diferentes pero encontramos un rasgo en común: de lectura” a los que fueron sometidos sus textos. Su recepción
la transformación del sujeto autor y de la actividad de creación deformante, a menudo estudiada, está inscrita en las caracte-
en temáticas que problematizan la crisis del sujeto y del senti- rísticas de su proyecto y de su personaje de autor. Macedonio
do, proponiendo una visión stricto sensu subversiva. es un ejemplo paradigmático de un misreading creativo y de
En esta perspectiva, y tanto o más que las vanguardias, Ma- la productividad de una “desherencia”, que él mismo ya había
cedonio fue un vector de modernidad en nuestra literatura. Ser teorizado en un texto de juventud que lleva ese título, afirman-
escritor terminará siendo, en Argentina, asumir la “nadería de do, por ejemplo: “El siglo que suprimirá la herencia empezará
la personalidad”, será desplegar el espejeo del oxímoron o in- por no heredar casi nada.”
ventarse como autor que reescribe lo ya escrito (de Borges a En ese sentido es interesante que, frente a las obsesiones
Menard o de “Borges” a “yo”); será postular que no se “está del por el pasado de Lugones (filiación familiar, filiación literaria),
todo” o imaginar una bohemia lúdica y antirracional (Cortázar); Macedonio se inscriba constantemente en la transmisión, en
no ser “nadie, nada” desde un afuera percibido como un mar- una proyección generacional, en ese “la dejo libro abierto”. Y es
gen (Saer); ser un “silenciero” o un “hacedor de silencio” ante notable que el signo con el que ese “padre” entró en la historia
una modernidad indescifrable (Di Benedetto) o dejarse llevar de la literatura sea un nombre desprovisto de apellido, un “Ma-
por una fantasía de despersonalización mecánica (la máquina cedonio” a secas que es, también, una autodenominación, una
de narrar de Piglia); ser el “maldito” genial que escribe mejor creación suya. Su nombre de pila nos incluye en una intimidad,
que nadie pero que no publica (Osvaldo Lamborghini) o el que en una conversación hipotética, en una proximidad opuesta a
60 HÉROES SIN ATRIBUTOS MACEDONIO: EL ESCRITOR COTARD 61

lo editado y lo inmortalizado. Macedonio es un antepasado que de la historia de las letras: en ese sentido sus textos son una
no transmite un linaje, aunque su figura sea inseparable del verdadera revolución literaria.
“mitema” que lo relaciona con sus hijos literarios o sus hijos Francisco Luis Bernárdez declaró: “la obra de Macedonio
biográficos. Adolfo de Obieta (el hijo biográfico y literario) ha era él mismo, ustedes conocen algo así como las cenizas de
escrito buena parte de la obra, él la ha publicado y divulgado; lo que él fue.” Esas cenizas de lo que fue, su “gran obra” son
sin él, Macedonio no existiría más que como un personaje de entonces sus textos en tanto que expansión de una teoría y de
Borges. Sin embargo, Adolfo de Obieta no sólo no lleva el nom- una práctica del sujeto autor. Quedó eso: Macedonio y su figu-
bre del padre, sino que dedica todo un capítulo de sus Memo- ra no son monumentos, retratos ni páginas inviolables de una
rias errantes a afirmar que no puede sentirse hijo de ese hom- tradición, sino que son esas móviles cenizas presentes en casi
bre, sino amigo: “Ser hijo de MF es para mí algo tan lejano [...] todos los proyectos narrativos de envergadura del siglo XX. Refi-
Debo hacer un esfuerzo para sentirme todavía hijo de MF, si ya riéndose a Arlt (“el más contemporáneo de nuestros escritores”)
en vida lo que fui es sólo y todo un amigo.” Nótese que lo dice y para cristalizar su lugar en la literatura, Ricardo Piglia elige
refiriéndose a Macedonio con siglas (MF): así omite ese apellido, una imagen: la del féretro del escritor suspendido sobre Buenos
el que debería ser o haber sido el suyo. Aires. Para Macedonio propongamos otra: su figura sería esa
Diríamos, para terminar, que el extremismo de Macedonio leve capa de ceniza, esos restos impalpables de un antepasado
configura los rasgos de un antepasado aceptable. Se lo puede que cubren, sin ningún peso pero siempre visibles, a quienes
poner en el lugar del fundador porque no ocupa lugar, porque escribieron o escriben la literatura argentina.
su lugar deja lugar para los demás. Más allá de la intensidad
de lo que escribió, queda la manera en que operó su figura:
a la vez enorme, inmortal, mesiánica e inexistente. Es un es-
critor-Cotard. Macedonio no como autor, sino como promesa
de autor, su obra como obra de lo inminente, de lo siempre
postergado, su novela como imagen platónica de novelas por
escribirse (que escribirán los demás, los “numerosos hombres
inteligentes y jóvenes” que lo rodeaban, leemos en algún texto
de Museo). Como también lo dice la cita de Papeles que figura
en epígrafe de este capítulo: su estatua es un “pedestal en blan-
co”; allí queda espacio para otras estatuas, para otros bronces,
para otras glorias. Una página escrita por él sigue siendo una
página en blanco, una página en la cual se sigue escribiendo.
Su figura es un pedestal disponible en el cual se irán instalando
otros escritores. Macedonio parece escribir para que otros escri-
ban la novela argentina, para que otros ocupen los pedestales
II. Borges: genio, figura y muerte

Genio y figura: ese imperativo de cierta filología polvorienta es


uno de los tantos terrenos redefinidos por el fenómeno literario
que llamamos “Borges”. En él, y siguiendo a Macedonio, escribir
es escribirse, narrarse, representarse, intervenir con su voz y su
imagen en espacios públicos, creando y modulando a un per-
sonaje. En paralelo a la producción textual, o imbricada en ella,
se juega otra ficción, que impone, no sólo escribir textos sino
también inventarse como autor de esos textos: no hay genio sin
figura, la figura es el espacio en que se resuelven las imposibi-
lidades y las tensiones de la escritura en el siglo XX. No hay un
genio nuevo sin una figura diferente. Por lo tanto, uno de los
ejes que permitiría una lectura, si no lineal, al menos homogé-
nea de la trayectoria de Borges, es el que recorrería la construc-
ción de una autofiguración, autofiguración que concierne tanto
a una incorporación mitificante de su biografía en los textos, las
abundantes ficciones de autor que circulan en ellos, como a la
puesta en escena de un personaje público. Esta autofiguración,
múltiple y proliferante, es entonces el espacio privilegiado para
resolver las aporías de la creación, al establecer las condiciones
de posibilidad de la obra y el medio para legitimar su identidad
de escritor. Ser escritor, inventarse como escritor implica, en
él, barajar las tres imágenes heredadas que, según vimos en la
introducción, podían identificarse en la literatura argentina: la
del autor personaje (Martín Fierro), la del autor Mesías (Lugo-
63
64 HÉROES SIN ATRIBUTOS BORGES: GENIO, FIGURA Y MUERTE 65

nes), la del autor ausente (Macedonio). La autofiguración en vez leemos episodios que funcionan como mitemas de una cos-
Borges reúne, utiliza y desarrolla estas tres imágenes, haciendo mogonía personal –o autobiografemas, diría Michel Lafon–. Se
de él el epítome del escritor argentino: Borges es el escritor ficti- narra el regreso de Europa en barco del joven Borges en términos
cio, el escritor ególatra y el escritor egocida al mismo tiempo. El atemporales: “yo volví de las viejas tierras antiguas del Occiden-
lugar que ocupa en el sistema literario nacional mucho le debe, te” (“Versos de catorce”), como un hijo pródigo: “He atravesado
seguramente, a esta insólita polivalencia. el mar. / He conocido muchas tierras” (“Mi vida entera”), o evo-
Uno de los modos de proponer una periodización de la pro- cando páginas gloriosas de la historia nacional, las del destierro
ducción, decíamos, es recurrir a las etapas de una autobiografía de hombres de letras: “Al cabo de los años del destierro volví a la
ficticia y a la serie de espejeos que reproducen a Borges bajo casa de mi infancia” (“La vuelta”). Se narra un reencuentro que es
los rasgos de otros escritores. Como tantos otros, este tema ha un descubrimiento de pertenencia: el espacio (la ciudad, las ori-
sido muy trabajado por la crítica. A falta de originalidad y para llas, la pampa) está interiorizado hasta confundirse con el propio
limitar las repeticiones, voy a insistir sobre todo en la última sujeto y con su sensibilidad (“yo presentí la entraña de la voz las
etapa de la vida de Borges, los textos de la vejez pero, de modo orillas” –”Versos de catorce”–; “Las calles de Buenos Aires ya son
liminar, mencionaré tres imágenes para, sino definir, al menos la entraña de mi alma” –”Las calles”–; “Pampa: (...) Sé que estás
esbozar tres avatares anteriores en la autofiguración borgeana. en mi pecho” –“Al horizonte de un suburbio”–). Se narra una
Se podría hablar, de manera algo abrupta, de tres figuras que no búsqueda iniciática que permita pasar de lo cotidiano y familiar
son estrictamente sucesivas ni se excluyen entre sí: la del héroe a una exaltación creadora: “Mis pasos claudicaron / cuando iban
fundador, la del hijo melancólico, la del ciego célebre, antes de a pisar el horizonte” (“Arrabal”); “Toda la santa noche he cami-
desarrollar la cuarta y última figura, la de la representación de nado” (“Calle con almacén rosado”), recorrido que desemboca en
la propia muerte. Me propongo entonces focalizar el análisis una encrucijada que se abre a menudo hacia una “hondura” del
en el final del proceso, interrogándome cómo ese “desenlace” cielo en atardeceres mágicos. Se narra por fin la emergencia de
pudo intervenir en la posteridad literaria del autor. la palabra poética: “sentí Buenos Aires”, “pienso y se me hace voz
ante las casas”, “yo forjo los versos de mi vida y mi muerte / con
esa luz de calle” (“Calle con almacén rosado”).
EL HÉROE Esta aureola de inicio, de primera página, corresponde con
la voluntad de “inventar” Buenos Aires literariamente y de darle
En los primeros libros de poesía de Borges (Fervor de Buenos la “poesía, la música y la pintura y la religión y la metafísica”
Aires –1923–, Luna de enfrente –1925–, Cuaderno San Martín que le faltan, según escribe en “El tamaño de mi esperanza”,
–1929–) circula un relato, o fragmentos de un relato, el de una en una afirmación programática y mesiánica de su proyecto
fundación, que es a la vez una fundación literaria de Buenos literario: se trata de “ser dioses” –como también se lo proponía
Aires y una fundación de la propia obra. Ya se sabe: nadie es en esa época Huidobro– y de trabajar en la encarnación de la
escritor, todos se vuelven, de una manera u otra, escritores. En urbe del futuro. Ese gesto voluntario de fundación se corres-
el caso del argentino, ese “volverse” es legendario: una y otra ponde con una entrada en la escritura narrada en términos de
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una autogénesis a la vez mítica y criolla. El comienzo de una versión paródica), de esa nada de una primera página, pasamos
obra se confunde entonces con la invención de una ciudad. al surgimiento de una serie de tópicos discursivos, espaciales y
Y la figura del yo es el lugar estratégico, es el vector y el ori- argumentales de la primera obra de Borges. Porque se recorda-
gen de una poesía transformadora de la realidad: junto con la rá que en el poema aparecen el cruce del mar (simétrico al del
geografía literaria se esboza progresivamente una entidad de joven Borges), la llegada azarosa, el descubrimiento progresivo,
escritor específica, un sujeto autónomo de la escritura (“Estoy y, de pronto, vemos surgir –”florecer” es el verbo utilizado–, no
solo y conmigo”, escribe en “Cercanías”). Constatamos enton- la capital argentina sino transitados elementos de la obra bor-
ces, primero, una relación de pertenencia mutua entre Buenos geana del período: el almacén rosado, el truco, el compadrito,
Aires y el yo, luego una permeabilidad entre Buenos Aires y la el organito, el corralón, el tango, la calle sin vereda de enfrente,
obra (“Hacia los cuatro puntos cardinales / se van desplegando organizados en círculos concéntricos alrededor de su figura: mi
como banderas las calles; / ojalá en mis versos enhiestos / vue- patria, mi ciudad, mi barrio, mi manzana, mi casa, yo.
len estas banderas” –“Las calles”–). Así, una dinámica analógica El poema desplaza los orígenes, borrando o superponien-
queda establecida, yo, Buenos Aires, obra, anunciando lo que do cronologías: es “cuento” que empezó Buenos Aires, ya que
va a escribirse. En palabras de Enrique Pezzoni: “Borges fabrica Buenos Aires es un cuento, es literatura. Lo que era un relato
el suburbio, el arrabal porteño para volverlo metáfora-anécdota intermitente en los primeros poemas se convierte aquí en cos-
del Yo empeñado en la empresa de afirmarse y negarse.” Y se mogonía ordenada y confundida con los mitos fundadores de
afirma como escritor nato, vocacional, inspirado, que en una la patria. Misión cumplida, podría decirse, porque la conclusión
encrucijada del arrabal, al igual que un compadrito topándose es que “los hombres compartieron un pasado ilusorio”, el que
con su destino, se encuentra con una voz que estaba latente la literatura acaba de crear. La evocación “mitológica” de la fun-
en su pasado. El tópico del “niño prodigio” que acompañará su dación de Buenos Aires, al final de tres libros de poesía y de
imagen posterior está implícitamente sugerido en esta etapa. La varios de ensayo, es el balance de un proceso de autofundación
creación surge ya como un desdoblamiento: ser otro, ser más y literaria: en 1926 Borges ya puede narrar, en un plano ideal, el
más grande que sí mismo. surgimiento y las características de su propia obra. A partir de
El funcionamiento llega a su clímax y a su punto crítico en ahora, ya no hay un “vacío” de origen: hay un espacio (el de ese
el texto más célebre de ese corpus poético temprano, “Funda- simulacro de ciudad), hay, escribe Sylvia Molloy, un “panteón
ción mítica de Buenos Aires” (primera edición en 1926), verda- familiar a través del cual se define el yo”, hay una primera pá-
dero programa que organiza al universo y a la obra por venir gina que podrá ser reescrita. Sin embargo, la tonalidad irónica
alrededor del sujeto autor. Asistimos en el poema a un doble del texto puede considerarse como una fisura en lo afirmado:
fenómeno: por un lado, a la fundación de Buenos Aires, gesto en el momento de mitificar lo creado la ironía prepara el des-
mesiánico que retoma cierta sacralización de la escritura. Por encanto y la nostalgia melancólica de la obra futura, basada en
otro lado, esa fundación se vuelve, en una articulación vertigi- una experiencia de la pérdida. Algo similar podemos ver en el
nosa, fundación de la propia mitología, de la propia obra. De la orden de los títulos: de un “fervor” eufórico y vanguardista por
“historia” de la ciudad (la saga de los españoles reescrita en una Buenos Aires o de una “luna” tan lugoniana como arrabalera,
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pasamos a una referencia metatextual: es el soporte de escritu- como con una concepción lugoniana. Ese regreso a la patria que
ra (el cuaderno) el que, aunque sea argentino (es el Cuaderno se inventa un origen y la narración repetida de la emergencia de
San Martín) funciona como un espejo: el título ya no nombra al la palabra y de la representación estética están trabajando con
arrabal o a la orilla, no se habla de la metafísica de la ciudad ni las tensiones entre Europa y Argentina, entre nacionalismo y
de la historia de la poesía argentina, sino que alude a sí mismo, cosmopolitismo, entre ultraísmo y criollismo, entre ciudad futu-
a la propia página escrita. rista y ciudad del pasado, entre la tradición y la novedad, entre
La entrada en la literatura supone entonces una autofigu- la filiación y la invención, entre “nadería de la personalidad”
ración compleja, en la cual Borges intervino luego con gestos (título de un ensayo de Inquisiciones, 1925) y mesianismo. Y
de reescritura y corrección de estos textos, mitigando “excesos también entre Lugones y Macedonio. El lugar de autor elegido
barrocos”, limando “asperezas” y tachando “sensiblerías y va- no resuelve las tensiones, sino las narra, convirtiéndolas en una
guedades” (según lo afirma en el prólogo de la reedición de dinámica en la cual coexisten los contrarios; ésa es la condición
1969), pero también introduciendo una coherencia entre ese para alcanzar una escritura propia, es decir, la emergencia de
personaje juvenil y su posteridad. Coherencia que no supone una singularidad: de la palabra y de la identidad.
uniformidad, al contrario, porque juega con cierta ambigüedad:
sus declaraciones afirman repetida y contradictoriamente, que
el autor de esos versos es el mismo autor que el de la vejez, que EL HIJO
no ha hecho luego más que desarrollar “los temas presentados”
en Fervor de Buenos Aires o, al contrario, que el joven Borges Hay dos maneras de narrar la evolución de fines de la década del
es alguien ajeno, uno de los múltiples “otros” de su producción, treinta que desemboca en la escritura de Ficciones y El Aleph.
uno de esos yo que son capaces de atomizarse y tomar diversos La primera sigue operaciones textuales y acercamientos progre-
rostros y contenidos. sivos, pasando por ensayos ficcionalizados, la Historia universal
Por el momento, el yo es un yo transformador y situado por de la infamia, “Hombres pelearon”, “Hombre de la esquina ro-
lo tanto en lo colectivo, frente a un público y a una cultura: el sada” y “El acercamiento a Almotásim”, narración que el propio
“nosotros” mayestático que surge de tanto en tanto en los poe- escritor alentó con indicios y juicios sobre una timidez ante la
mas remite a una generación artística tanto como a una vaga ficción poco a poco superada. La otra narración es una mitogra-
instancia generalizante que serían “los porteños”. Ante todos fía personal: alrededor de ese cambio Borges ha construido una
ellos, Borges es el paladín y el portavoz, él es capaz de nombrar segunda fundación de su obra, simétrica a la autofundación
lo que los otros ignoran e incluso necesitan. La presencia de lo estudiada, transformando en leyenda una reorientación de su
autobiográfico se encontrará a su vez mediatizada por una re- literatura. Ese relato retrospectivo de la entrada en escritura
presentación programática, la de una ambición literaria (para él ficcional está centrado en el accidente de 1938 y se va constru-
y para la Argentina); la primera imagen del autor en su obra será yendo en una serie de textos. Los más importantes son “El Sur”
la de un yo heroico, que se corresponde al mismo tiempo con y su Autobiografía, libro que retoma elementos dispersos en
el perfil vanguardista e insolente del Borges de aquel período un sinnúmero de entrevistas. La versión autobiográfica inclu-
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ye, como es sabido, la muerte de Jorge Borges, el accidente, el ante las figuras referenciales de la cultura universal y argentina,
miedo de haber perdido la “razón” y el ápice del relato, que es es decir su trabajo sutil con la filiación, parece aquí anunciado.
una escena de intimidad con la madre en la cual ella le lee en Así se le atribuye a ese texto un valor fundacional, de origen o
inglés Out of the silent planet de C. S. Lewis y él se emociona de parteaguas de una obra todavía por escribirse; así se acentúa
descubriendo que todavía puede entender el discurso literario un valor legendario de “novedad” (“algo que nunca había hecho
y la lengua inglesa –literatura e inglés heredados ambos de un antes”), novedad que debe pensarse, claro está, en resonancia
padre recientemente fallecido–. El paso por la muerte y por el con el tema y los postulados del cuento sobre lo novedoso de
sufrimiento físico aparece así como una prueba iniciática en la una reescritura; novedad ante la cual incluso un fracaso, dice
cual, finalmente, la cercanía de la madre está mediatizada por Borges, sería una “revelación final”.
un código paterno. Ahora bien, “Pierre Menard” es, ante todo, la invención de
Estas circunstancias, impregnadas de una tonalidad edípica y un autor y de un proceso de escritura, en la perspectiva de una
narradas en muchos otros textos, a veces casi idénticas, a veces herencia: en el cuento, el fiel amigo evoca a un hombre de le-
con significativas variaciones, tienen un desenlace incongruente, tras fallecido. Ya en Evaristo Carriego Borges había avanzado
es decir, la escritura de uno de los textos mayores de Borges, “Pie- en el camino de una ficcionalización de la biografía de un es-
rre Menard, autor del Quijote”. En la versión de la Autobiografía: critor (Alan Pauls lee en la evocación del poeta del suburbio
un “escandaloso autorretrato” que funcionaría como el primer
Poco después me atemorizó la idea de no volver a escribir nun- paso “para adueñarse de esa nueva identidad”, la de un escritor
ca más. Había escrito una buena cantidad de poemas y docenas “modesto, opaco y abstinente”) y ya había practicado, en el “El
de artículos breves, y pensé que si en ese momento intentaba acercamiento a Almotásim”, el comentario de libros inexisten-
escribir una reseña y fracasaba, estaría terminado intelectual- tes. En el cuento de 1939 da un paso más: se trata de transfor-
mente. Pero si probaba algo que nunca había hecho antes y mar la creación literaria en invención de autor o, si se quiere, en
fracasaba, eso no sería tan malo y quizá hasta me prepararía fabularse como otro antes, en vez de o para fabular ficciones. No
para la revelación final. Decidí entonces escribir un cuento, y el percibir la propia vida como obra, según la herencia romántica,
resultado fue “Pierre Menard, autor del Quijote”. sino imaginar infinitas vidas e identidades de autor en tanto que
dinámica de creación literaria. Y, segundo paso, se trata de ima-
La relación causa-efecto es una falacia evidente y sin embargo ginarse como un autor en alguna medida fracasado, impotente,
deber tener alguna dimensión de verdad (una verdad que, repito, invisible. El relato del accidente narra el final del heroísmo del
no es factual, porque Borges ya ha escrito varios cuentos en esa joven Borges, la confrontación con el padre muerto y con una
fecha y “Pierre Menard, autor del Quijote”, que se asemeja más a tradición, o sea la escritura a partir de una posición edípica. El
una reseña que a un cuento, se publica en mayo de 1939 en Sur accidente sitúa al escritor de lo épico en el papel del hijo.
sin especificar que se trata de una ficción). En todo caso, la muerte Michel Lafon primero y Robin Lefere más recientemente
del padre y su presencia simbólica son un mitema central en esta han demostrado que puede verse en Menard una figura paró-
explicación legendaria: las complejísimas operaciones de Borges dica del propio Borges. En todo caso, esta construcción de una
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ficción de autor, gracias a imposibilidades lógicas, logra borrar Recordemos que Museo de la novela de la Eterna, que prolonga
los imperativos de las filiaciones literarias, desestabilizando el y profundiza la autoficción de Papeles de Recienvenido, pasa
lugar de los clásicos y de lo heredado. Porque el cuento plantea en 1939 por uno de sus muchos períodos de escritura febril.
explícitamente la pregunta del ¿cómo seguir escribiendo? –o, si Al mismo tiempo, la “trocación” macedoniana del yo se inscri-
se quiere, ¿cómo escribir un clásico en Argentina en los años be, como vimos en el capítulo precedente, en un pensamien-
treinta?–: escribir el Quijote (escribir un clásico) en su momento to mesiánico: la figura de no-autor es la del escritor con una
era una “empresa razonable, necesaria, acaso fatal”, mientras que ambición titánica que supera con creces las fuerzas humanas.
hacerlo a principios del siglo XX “es casi imposible”. Esa constata- Una ambición que subyace en el personaje de Macedonio visto
ción lleva a inventar nuevos modos de ser autor, la de Pierre Me- por Borges, ese hombre capaz de repensar con total libertad y
nard, esa fabulosa figura de un escritor menor que, paseándose originalidad lo ya pensado. O ese argentino que Borges descu-
por los “arrabales de Nîmes”, logra realizar una tarea titánica: bre al volver de Europa y que le deja entrever la posibilidad
“repetir en un idioma ajeno un libro preexistente”. Sin ocupar el de recomenzar la historia del pensamiento desde las orillas del
lugar de Cervantes, el maestro, sino siendo ese escritor marginal, Plata (una cita célebre de “Macedonio Fernández (1874-1952)”:
provincial y sin obra visible, él consigue escribir de nuevo la “ese hombre gris que, en una mediocre pensión del barrio de
gran obra, como si nunca hubiese sido escrita; y escribirla, inclu- los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuera
so, “mejor”. El mito Menard supone invertir el orden de escritura: Tales de Mileto o Parménides, podía reemplazar infinitamente
todos pueden escribir un clásico, cualquiera puede escribir un los siglos y los reinos de Europa”). La negatividad, el humor, la
clásico (incluso un hijo cuyo padre acaba de fallecer, incluso utopía, la ambivalencia de Menard, su proyecto que busca ini-
un argentino, incluso Borges, que al escribir el cuento está es- ciar de nuevo la historia de las letras: encontramos estos rasgos
cribiendo su primer “clásico”). El mito de autor así inventado en el Macedonio de Borges.
vuelve posible, bajo los oropeles de la modestia, la escritura de Volviendo al cuento desde la idea de una utopía literaria,
una obra transformadora. Confrontado con lo paterno en tanto vemos que dos frases con un evidente valor programático apa-
que figura (Cervantes), en tanto que texto (El Quijote) y en tanto recen en el desenlace, antes de una broma final. La primera,
que código heredado de una tradición (una lengua y una cultura cita indirecta de Macedonio, es una reivindicación insolente y
impuestas), Menard es el instrumento para la afirmación de un profética (“Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y
deseo y el de un imposible mandato, personal y social: ser escri- entiendo que en el provenir lo será”); la segunda anuncia un
tor en vez del padre, ser escritor mejor que el padre, y al mismo programa de escritura basado en una “técnica nueva”: “la técni-
tiempo rendir un culto paradójico a las figuras referenciales que ca del anacronismo deliberado y las atribuciones erróneas”. Si
están siendo destronadas. le agregamos al conjunto algunas afirmaciones sobre la trans-
Evidentemente, el personaje de Pierre Menard, el progra- formación de los sistemas filosóficos, que dejan de ser una “des-
ma literario que subyace en el texto así como el uso agudo cripción verosímil del universo” para ser una línea o un nombre
de la afirmación paradójica, mucho le deben a Macedonio, ese en la historia de la filosofía (o de la literatura), vemos que la
escritor que, como Menard, tendría una escasa “obra visible”. invención de este autor, Menard, es un espacio para afirmar y
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anunciar un proyecto de escritura. La herencia macedoniana go escrito en 1954 para la Historia universal de la infamia) al
es fundamental en él, no sólo por el desparpajo intelectual y proyecto mesiánico de inventar Tlön, ese –leemos en el cuen-
el derecho a escribir (ese poder empezar de nuevo), sino sobre to– “mundo ilusorio” suficientemente potente para irrumpir en
todo por el valor semántico de la paradoja, la negatividad, la el mundo real, substituyendo su “historia armoniosa” por un
ironía, el humor (o, si se quiere, del oxímoron como forma de “pasado ficticio”. Un “mundo ilusorio”, nueva versión de ese
afirmación). No escribir seriamente ni coherentemente para po- “pasado ilusorio” que los hombres compartían en la “Fundación
der escribir en serio y construir una obra con una coherencia mítica de Buenos Aires”.
tan inédita como propia. En la figura de Menard, Borges trans- El fundador oculto que sería Menard va a conocer una lar-
forma la negatividad macedoniana en creatividad, exponiendo ga serie de reflejos y avatares en la obra de Borges. Uno de ellos
la impotencia de escritura (“todo ha sido escrito”) en cimiento es, creo, fundamental para completar la figura que se construye
de una innovación radical, es decir, probando que se puede se- a fines de los 30. Es la imagen que aparece en otro “clásico”,
guir escribiendo aunque se haya llegado “después”. En Menard “La Biblioteca de Babel”. El cuento es a su vez la reescritura de
se inventa otra manera de ser autor, gracias a un mito personal un ensayo, “La biblioteca total”, que desarrolla varias versiones
que desmonta la aporía de la creación moderna, despejando el de las utopías que fueron dándose en el pensamiento humano
camino para una obra sin parangón en la literatura argentina. sobre una biblioteca que reuniese todo lo escrito y todo lo es-
Podría agregarse, para terminar con este aspecto, que la in- cribible. Este texto, publicado en Sur en agosto de 1939 (y por
solente ambición del cuento debe relacionarse con la de “Tlön, lo tanto inmediatamente posterior a “Pierre Menard”), conclu-
Uqbar, Orbis Tertius”, en donde no sólo aparece un personaje ye con reflexiones sobre el contenido de la biblioteca bastan-
de “Borges” que al comienzo proyecta la escritura de un cuen- te similares a las del cuento. Las diferencias son, sin embargo,
to junto con “Bioy” y alrededor del cual se organiza la intriga, radicales: primero, la utopía (o, más bien, la “imaginación horri-
sino que allí se pone en escena la creación de un universo que ble”, anunciada en “La biblioteca total”) se organiza como una
refleja, distorsionada y ominosamente, la historia de la cultura pesadilla; segundo, en la biblioteca hay alguien, una primera
humana. Universo entero que, otra vez, es la imagen cifrada o persona sufriente. Dicho de otro modo: la diferencia entre el
el Aleph del mundo literario que Borges empieza a escribir por ensayo y el cuento reside en la inclusión de un sujeto: de un
esos años. Si en los primeros libros de poesía se “inventaba” una autorretrato. De un autorretrato sesgado que cristaliza una fan-
ciudad, Buenos Aires, en el umbral del primer libro de cuentos, tasía íntima, una posición imaginaria y afectiva.
El jardín de los senderos que se bifurcan, Borges anuncia, como Esa autoficción, como todo, sale de un libro, un libro que
un demiurgo velado o, mejor, como un Hacedor, el cosmos que faltaba en “La biblioteca total”: la Anatomía de la melancolía de
surgirá de su pluma eficaz: los principales cuentos serán escri- Robert Burton, del que Borges saca el epígrafe para el cuento,
tos en los diez años siguientes. Pierre Menard es el instrumento inscribiéndolo en una serie de rasgos codificados de “la enfer-
paradójico que le permite pasar de los juegos de un “tímido medad del alma”. Por un lado, la biblioteca se transforma así en
que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear espacio paradigmático de la melancolía: paisaje desvitalizado,
y tergiversar [...] ajenas historias” (según lo afirma en el prólo- puro espacio mental, desierto de penumbra y repeticiones sin
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deseo ni presencias femeninas, mundo muerto al borde del ca- aparece, casi veinte años después, en el “Poema de los dones”,
taclismo o del derrumbe definitivo. Por otro lado, frente a lo ya en donde lo vemos errar por las lentas galerías de una alta y
escrito, a la combinatoria de signos que borra lo dicho, aparece honda biblioteca afirmando: “soy el otro, el muerto”; así apare-
una tonalidad melancólica (queja, pesimismo, imágenes de la cerá en la proliferante iconografía de su vejez. A los cuarenta
descomposición interminable del cuerpo, mirada lúcida y do- años, Borges no sólo era el escritor capaz de inventar mundos y
lorosa sobre el pasado). Ese hombre viejo, cerca del fin, semi- de reescribir los grandes textos de nuestra cultura, sino que ya
ciego, escéptico, que busca en vano el sentido de un universo se veía como ese anciano, a veces bibliotecario, a menudo en la
tan caótico como simétrico, ese hombre sufriente ante una ley frontera con la muerte, ciego y elegantemente melancólico, en
arbitraria, ese hombre abrumado por todo lo que se ha escri- el que se irá convirtiendo con el tiempo.
to y pensado antes de él, es otra figura espléndida del escritor
moderno. Una figura de lectura infinita, del ensimismamiento
nostálgico ante un saber heredado, después de largas investiga- EL CIEGO
ciones inútiles en pos de una página esencial y reveladora, todo
lo cual condensa rasgos arquetípicos: en Occidente el artista es El hacedor (1960) está en parte compuesto, como se recordará,
un melancólico. La ironía, la lucidez enciclopédica y descreída, por una serie de retratos de escritores, en los cuales se proyec-
la modesta desvalorización de lo realizado, las poses y actitudes ta más o menos definidamente una imagen de Borges: de “ser
pensativas, el nihilismo latente, todos ellos rasgos de la melan- dioses” y fundar Buenos Aires o fundar Tlön a ser –si se puede
colía, van a acompañar el resto de la obra de Borges. decirlo así– el Hacedor a secas: la identidad ficticia de autor está
La clave es una pérdida, pérdida imaginaria que va a con- puesta en el primer plano, en detrimento de la lectura y de la
vertirse en la posición existencial del escritor. O en lo que Alan escritura. La reconciliación imaginaria con Lugones que se narra
Pauls califica de “mito de fundación”. Ese mito transforma el va- en la relatada dedicatoria que abre el libro no es ajena, segura-
cío en ausencia, lo inexistente en algo que se tuvo alguna vez: mente, a esta posición: de entrada se restaura al Gran Escritor
la literatura será una materialización de esa ausencia. Junto con de la literatura argentina, antes de recorrer una serie de identi-
la ambición de lo inventado –“El universo (que otros llaman ficaciones heroicas de un “yo ideal” poderoso con “próceres” de
Biblioteca)”, es la primera frase del cuento–, aparece el desen- las letras universales. En estos retratos encontramos a la vez una
canto amargo de una carencia, aparece eso que se le escapa al cristalización de procedimientos anteriores, como la utilización
escritor todopoderoso. Frente a la intrépida juventud fundacio- de la erudición; aquí también se cita, se reescribe, se alude, con-
nal de los veinte, ahora el escritor es un muerto (Menard) o un vocando, en la superficie del texto, a toda la cultura occidental
anciano descreído, abrumado por una pérdida indefinida. Así (que incluye, por supuesto, a la gauchesca o a los compadritos
aparece al final de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en vísperas del o a Carriego), pero sin concebir a esa cultura como una fuerza
hundimiento final, aislándose en una inútil traducción; así apa- de validación, sino, diría Piglia, como una “sintaxis” textual o
rece en el tardío prólogo de Evaristo Carriego (1955), encerrado un “procedimiento”. Al mismo tiempo, aparecen algunas opera-
en la biblioteca paterna repleta de ilimitados libros ingleses; así ciones que se corresponden con los dos fenómenos que se dan
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durante los años cincuenta, la ceguera y la fama, convertidas rá- cubre, antes o después de morir, que tampoco Dios es alguien
pidamente en términos de un oxímoron: la máxima incapacidad (Dios le afirma: “Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú
que sería la ceguera para alguien que ha alcanzado la máxima soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño
capacidad de circular, juzgar y ser visible en el campo literario. estás tú, que como yo eres muchos y nadie”). Si según una nota
O, dicho de otra manera, la “magnífica ironía de Dios” que le da, célebre de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “todos los hombres que
a un tiempo, la dirección de la Biblioteca Nacional y la imposi- repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare”,
bilidad de leer lo que ella contiene, según el “Poema de los do- éste, como los demás, como Dios, no es nadie. La destrucción
nes”; ser el responsable de todos los libros de una cultura, pero de la especificidad distintiva del que sería una figura fundado-
a partir de una fisura, de una impotencia. Otro relato incipiente ra, un padre, un héroe de la creación, el origen de la literatura
se esboza entonces: cómo Menard y el bibliotecario se vuelven del porvenir, tiene inmensas consecuencias: si todos son nadie,
“Borges”, es decir, en 1960, cómo la escritura termina de cons- hasta alguien como Shakespeare, Homero o Dios, todos pueden
truir a un personaje en el que se van a procesar esas dos grandes ser todos, cualquiera puede ser Shakespeare, Homero o Dios.
modificaciones, una de orden personal (la ceguera, rápidamente Incluso Borges, que confiesa, en el epílogo de El hacedor, que la
convertida en un rasgo de imagen y en un fenómeno textual), miscelánea que acabamos de leer (y que incluye esa afirmación
la otra de orden colectivo (el reconocimiento nacional e interna- del vacío del sujeto-Homero o del sujeto-Shakespeare) no hace
cional que irá in crescendo hasta los apoteósicos años ochenta más que trazar la imagen de su propia cara. La ceguera, el vacío
que fijan su perfil de gran escritor). del yo, la inexistencia de una identidad estable, no son marcas
El relato inaugural del libro (“El hacedor”) en donde se nos de una desvalorización del otro, sino que son las condiciones
cuenta la génesis de la escritura en Homero, autor inventado de posibilidad para que el yo sea visto como otro, como el gran
por la tradición y legendariamente ciego, es espectacular en escritor reconocido por una tradición. La marca macedoniana,
este sentido. Anonimato inicial (el futuro escritor es un hombre la del escritor borrado, es visible en el pedestal lugoniano que
sin atributos), ceguera como disparador de la escritura (se cons- El hacedor construye para Borges.
truye una memoria y un pasado a partir de la pérdida), recupe- Al negar la originalidad, al inscribir a los clásicos en la pers-
ración de un mandato paterno asociado a la épica (el padre le da pectiva de lo contingente, al percibir la tradición como cons-
una espada y autoriza sus ensueños heroicos), todo lo cual lleva trucción, no se borran las grandes figuras de la historia de la
a la emergencia de una vida virtual, hecha de “ruidos y hexáme- cultura occidental (abundantemente convocadas), sino que se
tros”, la de La Ilíada y La Odisea. La ceguera y el sueño permiten socava el concepto y la trascendencia en sí de las “grandes figu-
pasar así de una vida cualquiera a una vida de autor. Algo simi- ras”. Su destino podría compararse con el de los Dioses en el re-
lar sucede con Shakespeare. La figura tutelar de la literatura in- lato de un sueño, también incluido en El hacedor, “Ragnarök”.
glesa está puesta en escena en la perspectiva de una anulación En él, los Dioses paganos, después de un destierro de siglos,
del sujeto, jugando esta vez con referencias al teatro –máscaras, irrumpen de pronto en la Facultad de Filosofía y Letras durante
falsas identidades, apariencias fugaces–. En “Everything and una reunión de elección de “autoridades”. Borges se encuentra
nothing”, Shakespeare no es nadie (“Nadie hubo en él”) y des- allí junto a Pedro Henríquez Ureña que, según se nos informa,
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“en la vigilia ha muerto hace muchos años”. Pero los Dioses, cristaliza un funcionamiento que hace de la figura de autor
desplazados por el Islam y el Cristianismo, ya no saben hablar, una instancia distinta del yo. El título condensa la idea central
están envejecidos, aparecen vestidos como si pertenecieran y el funcionamiento ambiguo del texto: una disociación entre
a un “garito” o a un “lupanar” del Bajo. Entonces Henríquez el nombre (Borges), sujeto de la enunciación y su expresión dis-
Ureña y Borges sacan pesados revólveres y, “alegremente”, dan cursiva, el pronombre deíctico “yo”. El escritor es un personaje
muerte a esos Dioses-compadritos. La elección de las autorida- creado por el yo, pero que ha cobrado autonomía y ha tomado
des en la Facultad pasa por convocar Dioses otrora adorados el poder, falseándolo todo. En este texto, que es un lugar co-
(los de los Olimpos europeos), pasa por la constatación de una mún de la exégesis borgeana, se ha leído la oposición entre el
decadencia y una argentinización de los que fueron divinida- hombre público, el hombre de letras y el hombre privado, es
des (ahora son Dioses salidos de lo popular-gauchesco), y pasa decir una dramatización de la construcción o imposición de la
por un alegre asesinato. Y, teniendo en cuenta que Henríquez imagen de escritor y de sus efectos sobre el proceso de produc-
Ureña también está muerto, queda claro que la única autoridad ción de la obra. También se ha señalado en el texto la formali-
elegible en la Facultad de Filosofía y Letras es, por supuesto, zación de varios “Borges”: el localista o criollista de sus inicios,
Jorge Luis Borges. el cosmopolita y especulativo de los años cuarenta y cincuenta,
Constatamos por lo tanto un doble movimiento. Por un y el anuncio de algunos libros siguientes, como El informe de
lado, no se trata ya de escribir (ni de reescribir, como Menard), Brodie (1970). A esto cabría agregarle la lacónica maestría con
y ni siquiera de leer, sino de ser: ser Homero, ser Shakespeare, la que se desestabiliza la idea de sujeto, lo que vuelve ambiguo
ser Dante, ser Quevedo, ser Ariosto –ser la autoridad, ser el el origen de cualquier obra literaria. Duda inherente a la crea-
director de la Biblioteca Nacional–. Por el otro, representar a ción, cristalizada en el texto siguiente de El hacedor, el “Poema
estos modelos desde la muerte, el descreimiento, la vejez, el de los dones”, en dos versos célebres: “¿Cuál de los dos escribe
vaciamiento de su poder, como preámbulo para una identifi- este poema / De un yo plural y de una sola sombra?” En “Borges
cación paradójica. Borges legitima su propia construcción de y yo” se asocian entonces las tensiones de un “yo plural” a esa
autor desmontando las construcciones de los demás. También “sombra”, a la muerte: el ser autor está puesto en escena en
podría decirse que Borges pasa de la construcción de filiación relación con la desaparición del yo: “yo estoy destinado a per-
a una “afiliación horizontal” (como la llama Edward Said), o sea derme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá so-
a una filiación transformada en elección, en una pertenencia brevivir en el otro” o, más lejos: “Así mi vida es una fuga y todo
colectiva gracias a una anulación de las distancias cronológicas lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.” La escritura plantea
y de los juicios sociales de valoración. una dinámica de pérdida y supervivencia más allá de la muerte,
Sin embargo, lo más espectacular del libro reside en un por lo que el desdoblamiento entre el yo y su imagen, entre el
texto en donde los espejeos de identificación y conflicto no se sujeto y el escritor, por más conflictivo que sea, se justifica por
juegan con otros escritores sino consigo mismo. Por supuesto, la presencia fatal de esa “sola sombra”.
me refiero a “Borges y yo”. Aunque un personaje de “Borges” El texto cambia la perspectiva: de escribir como los otros
aparece recurrentemente desde los primeros relatos, aquí se escritores a ser los otros y de ser los otros a ser él mismo el te-
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rreno en que se juegan los espejeos de una identidad de autor Primer texto. Diecisiete años después de “Borges y yo”, y ya
siempre en procesamiento y reconstrucción. No se trata, por lo en la vejez (el autor tiene 75 años), se publica una reescritura
tanto, de intentar hacer del simple sujeto mortal un escritor (o ficcional de ese texto, el cuento “El otro”. Allí se pone en escena
sea, de hacer coincidir identidades conflictivas), sino de forma- un encuentro improbable: el de Borges, ya anciano, en 1969 y
lizar una contradicción. No se trata de buscar una unidad, sino a orillas del río Charles (en Cambridge, Estados Unidos), con
de acentuar una fractura. Así, la ceguera y la fama coinciden el joven Borges que está en Ginebra, a orillas del Ródano, en
para significar una disociación de la realidad y un paradójico re- una fecha indeterminada (pero sabemos que el escritor vivió en
conocimiento en ella, cambiando las coordenadas: ya no cómo Ginebra entre 1914 y 1919). El punto de vista del cuento y su
escribe un héroe fundador, ni cómo escribe un hijo sino cómo focalización espacio-temporal están situados del lado del ancia-
lee, cómo escribe un ciego. Un ciego ultralúcido, por supuesto, no, el de 1969, y su personaje corresponde plenamente con el
que interioriza al mundo y, con él, a los demás escritores: “Aho- de un autor reconocido. O sea que, si en “Borges y yo” leíamos:
ra el mundo está en mí y veo mejor, ya que puedo ver todas las “poco a poco voy cediéndole todo”, el proceso está termina-
cosas que sueño”, afirmaba por entonces Borges. do; ya no hay una escisión interna entre el Borges público y el
hombre privado: sólo existe el Borges escritor. Pero no por eso
es único: su doble es, ahora, el otro yo de la juventud. En reali-
EL MUERTO dad asistimos a un autoengendramiento, a una autofiliación: la
relación entre ellos es la de un padre con un hijo (ambivalen-
La larga y prolífica vejez de Borges lleva a preguntarse cómo se cia entre insolencia y respeto temeroso en el joven, tolerancia
cierra, desde la escritura, una obra, o cómo, en esa biografía ima- enternecida y a veces irritada del mayor), como lo reconoce el
ginaria se integra la destrucción del personaje creado, responsa- narrador: “Yo, que no he sido padre, sentí por ese pobre mucha-
ble de lo escrito. E incluso, cómo ese desenlace, ese último ava- cho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor”.
tar ha intervenido en la extraordinaria posteridad del autor. Así, Ya lo decían Bioy Casares y una enciclopedia ficticia en “Tlön,
los textos de Borges, además de tantas otras problemáticas sobre Uqbar, Orbis Tertius”: los espejos multiplican a los hombres,
la producción y la circulación del texto literario del siglo XX, lle- son un modo de reproducción sin sexualidad.
van a plantearse, y el fenómeno es singular, cómo se envejece y El diálogo entre ellos se reduce a dos temas principales:
se muere dentro de una obra constituida. En ese sentido, Onetti por un lado, a analizar el encuentro, a entender su posibilidad
sería otro ejemplo, paralelo y en alguna medida opuesto (pién- y, por otro lado, a oponer gustos literarios. La conversación es
sese en la destrucción del universo ficcional y de la coherencia tensa; los dos Borges no se entienden. Los gustos del joven pa-
narrativa que leemos en Dejemos hablar el viento y Cuando ya recen ingenuos, así como sus posiciones políticas y estéticas
no importe). Para estudiar este aspecto me propongo primero la en general; el narrador afirma, incluso, que “cada uno de los
lectura de dos textos que prolongan “Borges y yo” (“El otro” y dos era el remedo caricaturesco del otro”: son dos simulacros
“25 de agosto de 1983”), y luego una ampliación de la perspecti- aunque, sin lugar a dudas, el que representa la sabiduría esté-
va al conjunto de lo que cabe llamar el “último Borges”. tica es el anciano: el consabido rechazo de los textos, lecturas
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y posiciones de juventud (en ensayos, entrevistas y decisiones de los dos asiste a los últimos momentos del otro y registra sus
editoriales) tiene un correlato ficticio: Borges, en su vejez, se últimas palabras, pero el responsable del discurso es el Borges
encuentra con aquel otro Borges y desacredita sus posiciones, de 1960: el que muere no soy yo, es el otro. El diálogo entre
reafirmando y validando sus preferencias posteriores. Por últi- ellos gira, de nuevo, alrededor de la explicación del encuentro,
mo, e inversamente, nótese que se resuelve la posibilidad del atribuido a un sueño (“Es, estoy seguro, mi último sueño”, dice
encuentro atribuyéndolo a un sueño del joven: el Borges an- el Borges mayor); también hablan de algunos acontecimientos
ciano sería un sueño, ya no de Dios (como lo era Shakespeare del futuro de uno y del pasado del otro (lo sucedido entre 1960
en “Everything and nothing”), sino un sueño de sí mismo, una y 1983). En particular, el mayor se refiere a un libro supuesta-
creación de sus sueños de juventud. Así, Borges, el gran Borges mente escrito en 1979 y que él juzga como su “obra maestra”,
de la vejez, doctor honoris causa de tantas universidades del la culminación, por fin, de todos los borradores que serían los
mundo entero, sería una creación de su deseo, de un deseo an- libros precedentes. Ese libro, publicado en Madrid bajo un seu-
tiguo, del deseo de un casi adolescente que se pasea por las ori- dónimo, habría sido considerado por la crítica como una torpe
llas del Ródano durante la Primera Guerra Mundial europea. imitación de Borges, una simple repetición de lo exterior del
Segundo texto. Publicado por primera vez el 27 de marzo modelo (lo que el menor comenta diciendo: “No me sorprende...
de 1983 en el diario La Nación, el cuento “25 de agosto de 1983” Todo escritor acaba por ser su menos inteligente discípulo”). El
se integra luego, de manera póstuma y con un ligero cambio de final es, aquí también, sorpresivo: después de la muerte, el Bor-
título, en el volumen intitulado La memoria de Shakespeare. Es ges de 1960 huye de la habitación pero, afuera, no encuentra
decir que, en su primera edición, se juega con la anticipación la realidad sino otros sueños; es decir que se sugiere que lo
(de marzo a agosto del 83), dato que tiene su importancia si narrado fue el sueño del que acaba de fallecer: el último sueño
se piensa que el 24 de agosto era el cumpleaños de Borges y de Borges en el que terminó siendo su último cuento.
que ese año cumplió ochenta y cuatro años. El cuento es una Destaquemos por lo pronto el evidente valor de negación de
variación de “El otro”: de nuevo, dos Borges de edades distintas la muerte que tiene este dispositivo: si en el momento de morir
se encuentran y dialogan sin entenderse del todo; pero ahora, Borges en 1983 se encuentra con su doble de 1960, la escena de
uno de los dos muere por decisión propia: el más anciano ha la muerte está condenada a repetirse, cíclicamente, cada vein-
decidido suicidarse. El título pone el acento en una fecha única titrés años. En ese sentido, el cuento desarrolla una posibilidad
que tiene lo singular y patético de ser la fecha de la muerte ficti- que estaba implícita en “El otro” y en esa noche de Las mil y una
cia de Borges; y la autorrepresentación del autor aquí es –nada noches, varias veces comentada por Borges, en la que Sherezade
menos– una representación de la propia agonía. Se trata por lo cuenta su propia historia: la muerte se producirá infinitamen-
tanto de trastocar tiempos, para escribir algo que nadie puede te, cada veintitrés años y el tiempo dejará de transcurrir. En el
escribir, a saber: el relato de su propia muerte. Este encuentro postrer instante, hay una verdadera escena de transmisión del
se da el mismo día (ese 25 de agosto), pero de dos años distin- yo anciano al yo maduro, del yo padre al yo hijo. La vejez es un
tos: 1983 y 1960, y el narrador ya no es el anciano sino el más período de descubrimiento de la muerte (a partir de 1960), un
joven (el Borges maduro, que tiene sesenta y un años); así, uno período también de difícil aprendizaje que dura veintitrés años,
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pero ese descubrimiento y aprendizaje volverán a empezar. Hay Se trata de un lacónico resumen de la propia obra de Borges y
que subrayar, también, el cambio de perspectiva: en “El otro” seguramente una referencia indirecta a sus libros de la vejez,
el narrador era el escritor experimentado que poseía la verdad poco apreciados por la crítica. En el momento de la muerte y
y que resultaba ser un sueño del joven; en “25 de agosto de de la transmisión, y en tanto que herencia, hay una última re-
1983”, el narrador es el más joven, como producto del sueño y petición que define la originalidad de lo escrito y que incluye,
del deseo del mayor en su lecho de muerte; en uno, el joven se con vehemencia, la posibilidad de que lo real (en este caso la
sueña patriarca de las letras, en el otro, el agonizante se da, to- muerte) no exista (“El hombre que se cree una imagen, el refle-
davía, veintitrés años de vida y de escritura, como en el cuento jo que se cree verdadero, los falsos recuerdos”, etc.). Discípulo
“El milagro secreto”. La muerte, que es el acontecimiento único de sí mismo, heredero de sí mismo, hijo de sí mismo, a Borges
por antonomasia, el acto que sirve de frontera y que construye le quedaría por escribir el arquetipo o la idea platónica de sus
el sentido de una biografía, se desdibuja –y, significativamente, propios textos: después de haber inventado tantos libros mara-
esa muerte aparece como un suicidio público, anunciado en el villosos atribuidos a los demás, ahora la fantasía concierne a su
diario La Nación, y no como un acontecimiento biológico in- propia obra, transformada en un texto imaginario. Porque ese
eluctable; o, mejor, aparece como un reflejo tardío del suicidio arquetipo sería entonces el equivalente del concepto de obra:
de otro escritor, Lugones, en 1938–. un conjunto orientado, organizado y coherente, en el cual cada
Por otro lado, es notable la proliferación de simetrías y des- fragmento ocuparía un lugar necesario, saturado de sentido, en
doblamientos en el cuento, y en particular en el resumen que una especie de plenitud final. En realidad, la fantasía es, como
se da de ese libro supuestamente escrito y publicado en Madrid siempre en Borges, ambigua: por un lado, retomar lo escrito en
bajo seudónimo: el libro perfecto, ese libro maravilloso que ter- un libro ideal es postular una permanencia e inteligibilidad post
minaría con los demás libros, el texto definitivo, es un reflejo mórtem de los textos dispersos que se han ido publicando (una
anacrónico de los temas borgeanos más clásicos. Se lo describe transformación de esos textos en obra); por el otro, al imaginar
en estos términos: un fracaso para dicho libro, se deja abierta la posibilidad de con-
tinuar infinitamente la tarea.
Mis buenas intenciones no habían pasado de las primeras pági- Estos comentarios podrían prolongarse analizando los tres
nas; en las otras estaban los laberintos, los cuchillos, el hombre otros cuentos que completan el volumen La memoria de Shakes-
que se cree una imagen, el reflejo que se cree verdadero, el tigre peare. Una trama de obsesiones, temas y peripecias presentes en
de las noches, las batallas que vuelven en la sangre, Juan Mu- la obra anterior aparecen en dos de ellos, “Tigres azules” y “La
raña ciego y fatal, la voz de Macedonio, la nave hecha con las rosa de Paracelso”. En “Tigres azules” unas piedras sagradas que
uñas de los muertos, el inglés antiguo repetido en las tardes... se reproducen –o que se autoengendran– de manera inquie-
Además, los falsos recuerdos, las largas enumeraciones, el buen tante y que desbaratan la idea de unidad o de cálculo, van a ser
manejo del prosaísmo, las simetrías imperfectas que descubren legadas por un “profesor de lógica occidental y oriental” a un
con alborozo los críticos, las citas no siempre apócrifas. “mendigo ciego”. El mendigo, como contrapartida, le dice: “Te
quedas con los días y las noches, con la cordura, con los hábitos,
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con el mundo.” Entre estas dos facetas del autor (el ciego, el filó- des diferentes, algo del “yo” del escritor en tanto que otro. No
sofo) circula entonces, por un lado, lo sagrado, lo sobrenatural, es casual, en ese sentido, que en el cuento se retomen frases de
lo alógico (que circunscribe también la producción literaria de dos textos estratégicamente centrales en una autofiguración,
Borges) y, por el otro, la vida mortal (que es lo que el mendigo le “El Sur” (“Mis amigos venían a visitarme; me asombró que no
lega al profesor de filosofía, un hombre que tuvo y perdió esos percibieran que estaba en el infierno”) y “Borges y yo” (“Todas
objetos mágicos). En “La rosa de Paracelso”, se contrapone un las cosas quieren perseverar en su ser, ha escrito Spinoza. La
Paracelso análogo a Buda y a Dios, capaz de todos los prodigios, piedra quiere ser una piedra, el tigre un tigre, yo quería volver
con la imagen que el sabio le transmite a un anhelado discípulo, a ser Hermann Soergel”). El cuento se inscribe así en una auto-
la imagen de un “viejo maestro” venerado, agredido, insigne y filiación, superponiendo la posteridad del escritor inglés con el
hueco, una máscara detrás de la cual no hay nadie. Paracelso legado de la obra del argentino: junto con la memoria de otro
no hace alarde de su poder, sino que alude a un saber negativo se transmite lo propio. Más allá de la muerte, algo podría perdu-
y paradójico, saber que el discípulo, en una actitud que se ase- rar, sobrevivir y heredarse; Borges en tanto que Shakespeare y
meja a la del joven Borges (el de “El otro” y el de “25 de agosto Shakespeare en tanto que Borges seguirían existiendo.
de 1983”), rechaza. Los dispositivos de ambos cuentos reflejan Por otro lado, es interesante notar que fue el propio Borges
la misma obsesión de posteridad, multiplicidad de identidades, el que decidió agrupar bajo el título La memoria de Shakespeare
transmisión intergeneracional, junto con la evocación sutil de cuatro cuentos para la edición de la Bibliothèque de la Pléiade,
pérdidas imaginarias. y que pensaba agregarle tres otros, entre ellos un cuento en
En el último relato del libro, “La memoria de Shakespeare”, el cual Dante prolongaría La Divina Comedia y otro sobre el
se narra también una transmisión, la transmisión sobrenatural último capítulo del Quijote, centrado en Alonso Quijano y no
y por un simple pacto oral, de la memoria del escritor inglés; en Don Quijote, su personaje, distinción que recuerda el desdo-
así, el narrador, que es parcialmente ciego, comienza afirman- blamiento de “Borges y yo” o el de Borges y Pierre Menard, pero
do: “Shakespeare ha sido mi destino”, y vive, durante varios que también podría verse como una variación sobre la muerte
años, con una memoria doble, la suya y la de otro. Él es quien de un escritor o una continuación de la obra de un escritor in-
siempre fue y también es, en cierta medida, Shakespeare; vive ventado después de su fallecimiento. Y si en la edición de 1989
una vida banal y al mismo tiempo una vida extraordinaria (por de las Obras completas en castellano el volumen de cuentos
lo tanto, “harto más extraordinaria que la de Shakespeare”). A la aparece como un título más entre Nueve ensayos dantescos y
larga, esa otra memoria, esa memoria ajena o inventada termi- Atlas, la edición de Jean-Pierre Bernès en la Pléiade le atribuye
na amenazando su propia memoria e identidad, por lo que de- un lugar estratégico –el del final–, entre otras cosas porque el
cide legarla a un desconocido. Esta fábula, que es el desenlace editor francés declara haber recibido personalmente el mandato
de una larga serie de textos en donde Borges juega con la ima- de agrupar los cuatro textos con ese título. Por lo tanto La me-
gen de Shakespeare, dramatiza a su vez la transmisión: no ya moria de Shakespeare es el último libro, y es también el único
escribir lo que escribió el otro, ni ser simplemente el otro, sino libro digamos inacabado que se incluye en ambas ediciones. O
prolongar, a través del tiempo, de las generaciones e identida- si no inacabado, es en todo caso un libro sin “umbrales”, es decir
90 HÉROES SIN ATRIBUTOS BORGES: GENIO, FIGURA Y MUERTE 91

sin esas dedicatorias, prólogos, inscripciones, epígrafes, epílogos hostil y justificada indiferencia ante lo escrito entonces, visto
o notas finales que enmarcan los demás libros de Borges. No como un torpe remedo de los textos anteriores. Y cierto es que
hay una intervención ni un juicio sobre lo escrito: un libro sin la frase más conocida de todos esos libros, la que figura en el
autor porque no aparece esa voz responsable de lo producido, “Prólogo” de La moneda de hierro, es, también, la más indigna
tan reconocible por los lectores y que siempre orienta la recep- o la más imperdonable que él haya escrito nunca (allí leemos:
ción. En ese sentido puede vérselo como un libro de transición “Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal
–y de transmisión– entre todo lo anterior y la serie de libros que vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese
Borges seguirá publicando después del día señalado, después curioso abuso de la estadística. J. L. B., Buenos Aires, 27 de julio
del 14 de junio de 1986 (el primero de ellos, Textos cautivos, se de 1976”). Pero sea cual fuere el interés de esa producción, ésta
publica en septiembre, con autorización del escritor); una serie no se reduce a una repetición o, borgeanamente, la repetición
de títulos (de “novedades de Borges”) que hemos ido compran- apunta a sentidos a veces nuevos, en particular en relación con
do y comentando a lo largo de los años, títulos que constituyen su personaje de autor y su autobiografía ficticia.
progresivamente un volumen póstumo de las Obras completas En los últimos libros de poesía, Borges teje y desteje su ce-
y que ocupan, en alguna medida, el lugar de ese libro que toda- guera, su vejez y su muerte, con su propia obra, con el pasado
vía quedaba por escribir en “25 de agosto de 1983”. personal y con la cultura universal. Se trata de un esfuerzo re-
Ahora podemos preguntarnos cómo se integran estos textos petido por convertir lo que le sucede y lo que está por sucederle
en un conjunto más amplio, que es la producción literaria de la en ficción de sí mismo: ése es el trabajo literario de su vejez,
vejez del escritor. El Borges de ochenta años es, en la esfera pú- trabajo que Borges parece llevar a cabo con serenidad y entu-
blica, un personaje que disimula su producción literaria. Sin em- siasmo. En ese sentido, el hecho de que el viejo “Borges” de “25
bargo, a pesar de esa omnipresencia en prólogos, medios, insti- de agosto de 1983” se suicide y no muera de muerte natural es
tuciones, homenajes y encuentros académicos, algo sucedía del significativo en tanto que decisión de dominar su propio final,
lado de la creación. Desde ya, algo sucedía con la cadencia en sí. haciendo de él un discurso, un acto voluntario, el resultado de
La vejez de Borges fue tan fértil como su juventud, si tomamos un deseo. Blanchot decía que matarse era tomar una muerte
en cuenta el volumen de lo editado: entre 1975 y 1985 (entre (la que se piensa, se imagina, se calcula, se enuncia) por la otra,
sus 76 y 86 años) él publica varios libros por año de poemas, re- la misteriosa, la incontrolable, la que es radicalmente ajena al
latos, ensayos, antologías, compilaciones de prólogos o de con- yo. El suicidio es entonces un juego de palabras extraño (una
ferencias, reediciones de textos anteriores, ediciones ilustradas muerte por otra) lo que, visto desde la creación literaria, per-
más o menos confidenciales, etc., lo que en cierta medida niega mite desplazar a esa desconocida amenazadora. Y recuérdese
la inminencia del fin y el agotamiento de la vida. Una masa tex- que el punto de partida de esa ficción sería una anécdota real,
tual y una presencia en la actividad editorial que no suscitaron un intento de suicidio en el hotel Las Delicias de Adrogué en
el reconocimiento de la crítica especializada. La visibilidad de los años 30. O sea que en el cuento se reproduce el mecanismo
Borges en los medios editoriales, periodísticos y culturales du- que lleva del accidente real de 1938 a la intriga inventada en
rante los peores años de la dictadura también pudo suscitar una “El Sur”; así se empieza a crear un nuevo “autobiografema” en
92 HÉROES SIN ATRIBUTOS BORGES: GENIO, FIGURA Y MUERTE 93

una autobiografía constantemente reescrita, autobiografema mento (“La prueba”), o evocaciones de lo que vendrá como algo
que sería la propia muerte. esperado: “querer hundirme en la muerte y no poder hundirme
En todo caso, en el corpus tardío se da un recorrido insis- en la muerte” (“Dos formas del insomnio”), e incluso: “Sólo una
tente por una muerte declinada en posturas variadas y a veces cosa no gustada espero, / una dádiva, un oro de la sombra, / esa
opuestas: más que de un contenido estable, se trata de una virgen, la muerte.” (“Eclesiastés, 1, 9”). La muerte es fértil, engen-
proliferación. Para ilustrar esta proliferación, en los párrafos si- dra una escritura contrastada y paradójica, en la que también se
guientes cito versos o frases sacados de cinco libros de poesía: convocan autoridades: “Macedonio Fernández, tan temeroso de
La rosa profunda (1975), La moneda de hierro (1976), Historia la muerte, nos explicaba que morir es lo más trivial que puede
de la noche (1977), La cifra (1981) y Los conjurados (1985) y de sucedernos” (“Esquinas”). Estos últimos textos de Borges buscan
un libro misceláneo, Atlas (1984). Nótese que al hacerlo uni- ser leídos como un autoepílogo o un autoepitafio: “Soy aquel
formizo un corpus en donde se podría constatar matices. En otro que miró el desierto / y que en su eternidad sigue mirándo-
particular en La rosa profunda, el tema de la muerte parece lo. / Soy un espejo, un eco. El epitafio” (“Yesterdays”).
ser bastante opresivo, por ejemplo en los poemas “Yo” o en “El En estos textos, el laberinto temporal, después de haber
suicida”: “Moriré y conmigo la suma / del intolerable universo”, trastocado el pasado se abre hacia el futuro. Se retoma así una
o ser algo todavía innombrable: “Ciertamente son talismanes, larga serie temática, en particular la obsesión borgeana por mo-
pero de nada sirven contra la sombra que no puedo nombrar, dificar el pasado y el orden de generaciones, como por ejemplo
contra la sombra que no debo nombrar” (“Talismanes”). La en algún poema de Los conjurados (“El pasado es arcilla que el
transmisión es también mucho más ardua en estos textos que presente / labra a su antojo”) (“Todos los ayeres, un sueño”). Al
en los siguientes: “Lego la nada a nadie” (“El suicida”). hacerlo, se proyecta la inestabilidad temporal hacia lo que ven-
Pero la tonalidad dominante parece diferente. Por ejemplo, drá, transformándola en una construcción sobre un cómo mo-
evocando al amigo, a Abramowicz, se afirma una inmortalidad rir literariamente. Una y otra vez leemos imprecisos presagios.
transhistórica: “nos asombraba y maravillaba ese hecho tan Por ejemplo, en Atlas trabaja el recuerdo antes de que la cosa
notorio de que nadie puede morir” (“Abramowicz”). Luego, se suceda: “Siento ya la nostalgia de aquel momento en que sen-
evoca constantemente la inminencia de la muerte y su valor tiré nostalgia de este momento” (“Madrid, julio de 1982”). Por
ineluctable: “No te salva la agonía / de Jesús o de Sócrates ni eso, cuando escribe la muerte está escribiendo un más allá de
el fuerte / Siddharta de oro que aceptó la muerte / en un jar- la muerte: “Quizás del otro lado de la muerte / sabré si he sido
dín, al declinar el día” (“El ápice”), aunque: “Más vale pensar en una palabra o alguien” (“Correr o ser”). Que la edición de 1974
otros / cuando se acerca la hora” (“Milonga de Juan Muraña”). de sus Obras completas incluya un “Epílogo” escrito por él y
Leemos, una y otra vez, amagos de escritura de la muerte de fechado en 2074, proyectando su escritura durante un siglo, es
Borges a través de las muertes de los otros: la de su abuela en una materialización de ese “otro lado”. Asimismo, que la última
Ginebra (en “La jonction”), la de Xul Solar (“Laprida 1214”) o la línea del último texto del último tomo de sus Obras completas
de Francisco Luis Bernárdez en el poema “Epílogo”: “digo que de 1989 tenga una tonalidad profética (“Acaso lo que digo no
has muerto / yo también he muerto”. O narraciones de ese mo- sea verdadero; ojalá sea profético”) (“Los conjurados”) no deja,
94 HÉROES SIN ATRIBUTOS BORGES: GENIO, FIGURA Y MUERTE 95

por supuesto, de ser significativo. Su tonalidad actualiza una duradera, es una permanencia: “mi cuerpo se hundirá larga-
creencia (“ojalá”) en contra de la prueba de realidad: es la visión mente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por
de la creencia según el psicoanálisis: ya lo sé, y sin embargo. la caída, que es infinita”, escribía, ya, en 1941, en “La Biblioteca
La literatura es ese “sin embargo” que pone en duda, una y de Babel”. En la vejez se amplifica esta eternidad, como una
otra vez, la evidencia de lo inminente: “Sigue leyendo mientras apoteosis melancólica.
muere el día / Y Shahrazad te contará tu historia” (“Metáforas El mecanismo lleva entonces a ver la propia vida como algo
de las Mil y Una Noches”). “No soy”, decía macedonianamente separado del yo, como un objeto anhelado, poseído en el mo-
el Borges de los treinta, preparando otra paradoja, el “he muer- mento de su desaparición, un objeto pleno de sentido bajo la
to” que profiere, en eco, el de los ochenta: en ambas afirmacio- mirada retrospectiva. Porque también de deseo se trata. Verse
nes circula una posición conflictiva, una imposibilidad expre- muerto es poder decir “he realizado mi deseo”; en este caso, mi
sada en términos incompatibles que intentan eludir a la vez los deseo de obra, mi deseo de ser, de volverme Borges, agotando
imperativos de la lógica y los de la vida humana. y cerrando el proceso de escritura de mí mismo, esa singulari-
Borges, al esbozar la narración de su final, se sitúa entonces zación identitaria. Yo ser plenamente él, el autor, el hacedor, el
entre dos muertes: después de la de Menard, la del bibliote- héroe, el hijo, el ciego, el célebre y modesto Borges. Este pos-
cario de Babel, la de “El inmortal”, la de Dahlman; después de trer avatar permitiría unificar los reflejos, crear una perspectiva
la de Juan Muraña, la de Homero y Shakespeare; después de única, un yo inédito y potente, ser a la vez el intrépido Aquiles
la su abuela, la de Macedonio, la de sus amigos, la de su pa- y la sabia tortuga, ocupando, definitivamente, todos los luga-
dre; después, incluso, de la de Borges. O sea, entre una muerte res. Recuperar, en el apacible fin de un viejo erudito, el heroís-
simbólica, narrada, textual, y la otra, la muerte real. Entre-dos- mo de un destino: en la muerte “el hombre sabe para siempre
muertes: el término es el que usa Lacan en La ética del psicoa- quién es” (como leemos en “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”).
nálisis para comentar la situación de Antígona emparedada en Porque Lacan también postula que sólo se puede decir “haber
la tumba, al lado o del lado de todos sus muertos, pero con realizado su deseo” desde la muerte: no hay forma perfectiva
alimentos suficientes para sobrevivir, suspendida en una zona para el deseo satisfecho. Los ensueños de Borges muriendo y
entre la vida y la muerte. Antígona es entonces capaz de ver y volviendo a morir, intentan eludir ese absoluto viéndose, antes
pensar la vida desde un límite que está más allá, es decir verla de morir, como el gran escritor muerto, el que escribió el libro
y prolongarla bajo la forma de una pérdida, pérdida incluso de definitivo; en la fantasía borgeana hay siempre lugar para esa
una vida que no tuvo. La narración profética en Borges crea un página suplementaria que, repitiendo y reflejando lo anterior,
espacio que podríamos comparar con esa peripecia trágica: el intenta convertir al conjunto en una obra ideal, teleológica-
desplazamiento hacia la muerte futura lleva a mirar la muer- mente orientada hacia un final mágico y esclarecedor. De más
te como una pérdida, como un acontecimiento del pasado, y está decir que estas “dos muertes” también toleran una lectura
no como una frontera hacia la que se avanza. Así se incorpora bíblica; después del Apocalipsis de Juan, algunos, los elegidos,
lo desconocido a lo conocido, lo imprevisible a lo ya escrito, participarán en la primera resurrección, evitando una segunda
amplificando la posición melancólica comentada; la muerte es muerte y reinando con Jesucristo durante mil años. El desdo-
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blamiento de la muerte, la vitalidad y fuerza de la pérdida quie- Creerse inmortal, jugar con la muerte o convocarla pueden ver-
ren asegurarle ese tipo de inmortalidad gloriosa. se, claro está, como trabajo íntimo de un duelo anticipado, pero
Que el escritor que sirvió para justificar ciertas posiciones en Borges hay algo más: un último gesto de dominio de su
teóricas radicales sobre la muerte del autor haya creado un dis- biografía y una última serie de espejeos para intentar decir un
positivo tan sofisticado para postular su perduración, cuando último imposible: después de haber sido un héroe fundador, un
no su inmortalidad, es por lo menos paradójico. Evidentemente, hijo melancólico y un ciego célebre, después de haber inven-
no resulta extraño constatar que esta poderosa construcción tado Buenos Aires, de haber escrito el Quijote, de haber creado
textual marcó la desaparición física del hombre y las maneras un mundo Tlön que reemplazará a nuestro mundo, de haber
en que evolucionó su herencia: el relato, degradado, continúa sido Homero, Shakespeare o Groussac, transformar el “voy a
después de la desaparición del escritor. La autofiguración bor- morir” en “he muerto”. O, en la agonía, proferir por escrito sus
geana sigue actuando y transformándose. Sin adentrarnos en últimas palabras para asegurarse un intersticio de futuro, como
lo que sucedió con su destino editorial y su herencia legal, que las que el viejo Borges le dice a su otro yo en “25 de agosto de
funcionan como una parodia a veces grotesca de los textos, 1983”: “No será mañana, todavía te quedan muchos años”. Na-
notemos que el extraordinario destino post mórtem del fenó- rración de la muerte, transformación anticipada de ese hecho
meno Borges no es sólo el fruto de la personalidad de sus alle- en texto, puestas en escena de una transmisión, de una perdu-
gados, ni de características del medio literario argentino, ni de ración, de un más allá o de un retorno: la última imagen de la
la lógica amplificadora de la academia universitaria, sino que autofiguración borgeana sería, retomando los títulos de los dos
también se inscribe en la dimensión profética del relato creado primeros cuentos de El Aleph, la del muerto inmortal. Ése es el
por el propio Borges. En particular, la manera en que se lo lee, autorretrato del escritor muerto, ése es el triunfo postrero de
es decir la infinita red de sentidos que se le atribuye a sus tex- la literatura que Borges tuvo tiempo de proponernos. Ésa es la
tos, la supuesta capacidad de abarcar todos los temas que éstos imagen suya que, aún hoy, seguimos leyendo y releyendo.
tendrían, la perfecta complejidad e impecable visibilidad que
caracterizarían a su obra, el valor sobredeterminado de toda
palabra suya, tienen que ver con ese relato, ya que transforman
su heterogénea producción en un libro maravilloso.
Retomemos, concluyendo. Sus textos de la vejez actualizan,
una y otra vez, esta dinámica que supone la disociación, no de
la identidad, sino de la muerte en sí. En el más allá del fin no
hay un vacío sino una multitud de posibilidades y ecos: no hay
anulación sino discurso. No estamos frente a una escritura ne-
gativa, silenciosa, que significaría la muerte sino en los antípo-
das: en una vitalidad, en una creatividad, en una multiplicación.
La pérdida es un relato, una temática, una profusión barroca.
III. Di Benedetto: silenciero

La cancel da directamente al menguado patio


de baldosas. Yo abro la cancel y encuentro el ruido

ANTONIO DI BENEDETTO, El silenciero.

EL MARGEN

Sabemos que una “entrada en escritura” determina la obra fu-


tura pero también implica un gesto de continuidad o de anta-
gonismo con lo anterior: Borges y su Fervor de Buenos Aires,
Osvaldo Lamborghini y El fiord, Saer y En la zona, son claros
ejemplos del valor del primer título publicado, ante todo en lo
que concierne a una posición de autor en una tradición litera-
ria. En este sentido, la “entrada en escritura” de Antonio Di Be-
nedetto, estudiada en detalle por Jimena Néspolo en Ejercicios
de pudor, es singular. Sus dos primeros libros (Mundo animal,
1953, y El pentágono, 1955) se sitúan en la experimentación
narrativa y la aterritorialidad referencial, rompiendo con el ho-
rizonte regionalista que hubiese podido esperarse en un escri-
tor mendocino por esos años y esbozando filiaciones originales
para su proyecto literario. Los desarrollos futuros de su obra no
van a contradecir sus orientaciones inaugurales.
Del lado del apólogo o de la fábula, con trazas kafkianas,
marcas freudianas y tonalidades oníricas, los breves textos de
Mundo animal multiplican metamorfosis, mutilaciones, intru-
siones violentas, en donde lo humano está a cada paso sometido
o igualado a lo animal. Con ese libro y otros relatos posteriores,
99
100 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 101

Di Benedetto le da la espalda al localismo e intenta inscribirse a rie de transgresiones genéricas. El origen de la escritura en Di
su manera en una literatura fantástica mal definida, pero que lo Benedetto estaría del lado de la fragmentación, tanto del cuerpo
relaciona, en esos años cincuenta, con la esfera de la revista Sur y del sujeto (invadido, multiplicado en reflejos deformantes, mu-
y con Borges. A lo largo de toda su trayectoria, él siempre se am- tilado) como del relato (una novela desmontada en segmentos
paró en esa clasificación genérica –lo fantástico–, clasificación similares y diferentes), así como estaría en un proceso de des-
que funciona como un catálogo de nombres prestigiosos y una humanización (el mundo humano convertido en mundo ani-
suerte de metafísica del sujeto, más que como una orientación mal, las relaciones amorosas reducidas a formas geométricas).
textual definida. Una anécdota, en 1958, reúne la referencia a la El proyecto de El pentágono, libro escrito a fines de los cuarenta
literatura fantástica y a una figura tutelar. Borges, por entonces y quizás antes de los cuentos de Mundo animal, implica una
director de la Biblioteca Nacional, lo invita a dar una conferencia posición de antirrealismo (que va a la par con la extrañeza de al-
sobre el tema, conferencia comentada luego en los diarios porte- gunos cuentos del autor) pero también de elección de la estruc-
ños y recordada a menudo por Di Benedetto: un reconocimiento tura novelesca como espacio de innovación radical y negativa.
nacional y una ubicación en el mapa de autores argentinos se La antinovela, si se quiere, el “contar de otra manera” (expre-
perfila en ese momento. Sin embargo, la adhesión explícita del sión utilizada por Di Benedetto en el prólogo de la reedición de
autor a la tradición de literatura fantástica es poco convincente. 1974), la geometrización de la intriga, como primeros gestos de
El parece buscar la legitimación de una práctica genérica origi- un joven escritor de provincia: difícil no ver en esto una impron-
nal gracias a un rótulo universalizante, pero a pesar de ello resul- ta vanguardista y una filiación macedoniana que desestabilizan
ta problemático situarlo en esa tradición, a menos de entender la tranquilizadora etiqueta de “literatura fantástica”.
como fantástica toda literatura no realista o no referencial en el Esa entrada lateral en la novela va a la par con una ficción
sentido más lato del término (desde otro lugar, muy diferente de autor: las historias narradas en los relatos que componen
pero también marginal, lo mismo sucede con los extraños cuen- El pentágono, por su carácter repetitivo e inverosímil, carecen
tos que Silvina Ocampo escribe por esos mismos años). de peso, mientras que sí cuenta la historia de la escritura de
Luego, en El pentágono (esa “novela en forma de cuentos”), esos textos, narrada en una “Introducción al pentágono”. Así
una serie de variaciones alrededor de un tema clásico, el adul- se pone en escena a un autor ficticio y a una escritura ficticia
terio, lleva al estallido del relato único, a la formalización de las del libro que leeremos. O sea que a la narración efectiva de una
relaciones amorosas en triángulos y pentágonos y a una diná- intriga se la reemplaza por un esbozo sintético de psicologías y
mica de repetición de lo mismo, todo lo que ocupa, significati- situaciones que explican la escritura o, al menos, que explican
vamente, el lugar de la primera novela. Estos dos libros plantean el proyecto y la intención de la escritura. Se nos cuenta que la
entonces una representación fraccionada del individuo, en una novela es el consuelo primero por un amor imposible (el prota-
relación tensa con lo no racional. Lo indecible de lo pulsional, gonista empieza imaginando diferentes situaciones en que una
las angustias identitarias, los límites de lo cultural, los conflictos mujer amada, de haberse casado con él, lo habría engañado) y
éticos no originan un gran relato organizador sino, al contrario, luego por una traición conyugal (lo imaginado se vuelve real
una proliferación, una división, una repetición negativa, una se- por infidelidades de la verdadera esposa, dando lugar a otra se-
102 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 103

rie de intrigas al respecto). Esta escritura de dos triángulos amo- de narrar esa historia alejada (en el tiempo y en el espacio), es
rosos (uno imaginario, otro real) termina resumiéndose en figu- decir pone a punto el artificio de una pseudo lengua del siglo
ras geométricas y en ese pentágono que le da el título al libro: XVIII, y al hacerlo termina de forjar algunos procedimientos re-

el pentágono es el paso del deseo imposible o de la pérdida a tóricos que luego serán características permanentes de su estilo
la literatura . Y es, también, el paso de la razón y de la escritura (anacoluto, hipérbaton, analogías raras, antinaturalidad léxica
programada (por la que empieza la historia en la Introducción) y sintáctica). Según Saer (en “Zama”), la suya sería una lengua,
a la locura: al final, el personaje de escritor anda por “diferentes un estilo fuera de toda época determinada: “no se trata de una
lugares, dibujando sus pentágonos”, “los traza en las paredes, imitación pedestre a la manera de nuestros neoclásicos, sino de
en el suelo, en la mesa del café, en el diario, en el cuadernos de un sabio procedimiento alusivo y secundario incorporado a la
los alumnos...” y quizás “en el aire”. entonación general de la lengua personal de Di Benedetto.” Esa
Posición marginal en el campo literario –incluso ante las “entonación general de la lengua personal”, ese escribir como
tradiciones regionalistas– que esa reivindicación de lo fantásti- un “sabio procedimiento alusivo y secundario”, se definen en el
co no modifica, lenguaje críptico de signos, fragmentación del afuera, en el margen, en la frontera del territorio, de la historia
relato y del individuo, dramatización de una creación puesta en y de la cultura argentinos.
el centro del escenario narrativo: éstas son las coordenadas de En el marco de esa novela –en ese margen– aparece, fugi-
la “entrada en escritura” de Di Benedetto. Así, desde una visión tivamente, un personaje de escritor. Manuel Fernández es una
problemática y negativa de la literatura él se plantea a la vez un especie de Kafka (una variante del mito de Kafka), un simple
“cómo ser escritor” y un “cómo no ser un escritor mendocino”. funcionario que escribe una novela a escondidas de sus supe-
Encontraremos elementos similares en el libro inmediata- riores jerárquicos en un despacho estrecho. Escribe una nove-
mente posterior, Zama (1956), su obra mayor. La novela elige la que Zama intenta leer pero que le resulta incomprensible
una posición tres veces excentrada. Primero temporalmente, (“leí algunos párrafos con detenimiento, porque el pensamiento
ya que está situada en el pasado histórico del Virreinato, pero aparecía enrevesado”). Una escritura ininteligible por estar fue-
en un pasado (últimos años del siglo XVIII) sin acontecimien- ra de época, por ser un anuncio de una escritura futura. Manuel
tos centrales para la fundación de los países del Plata. Luego, Fernández afirma su indiferencia a la censura y a la falta de
espacialmente, en la medida en que se desarrolla en un lugar recepción, ya que él escribe para las generaciones venideras:
lateral dentro del mapa virreinal (Asunción, como una pro-
yección de Mendoza, en vez de Buenos Aires) pero también Escribo porque siento la necesidad de escribir, de sacar afuera
del mapa cultural (la novela termina en el corazón de la selva lo que tengo en la cabeza. Guardaré los papeles en una caja
en vez de hacerlo en la inmensidad connotada de la pampa). de latón. Los nietos de mis nietos los desenterrarán. Entonces
Semejante aterritorialidad podría verse como una manera de será distinto.
defender la especificidad del espacio literario, o de afirmar un
extrañamiento radical ante lo propio. Y, por último, excentrada La anécdota y el comentario funcionan como una puesta en
estilísticamente, ya que Di Benedetto inventa una lengua capaz abismo, a la vez de la verdadera escritura de la novela (la afir-
104 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 105

mación sobre una escritura expresiva que consiste en “sacar una cultura lateral), es una manera de crear espacios para una
afuera” lo que está en la mente va a repetirse en muchos otros obra a la vez diferente e imposible, es un intento de dar cuenta
textos de Di Benedetto) y de su publicación, algo así como cien- de una posición de pérdida y de crisis del sujeto, pérdida y crisis
to cincuenta años después del tiempo de la acción (del fin del tanto en el mundo como ante la hoja en blanco.
siglo XVIII a 1956).
Pero, por supuesto, también podemos leerlos como una re-
ferencia a Macedonio, nombre que ya estaba, presente y cifrado, EL SILENCIO
en “Manuel Fernández”, y por lo tanto como una referencia a la
idea de una novela utópica, transformadora, maravillosamente Estas figuras de autor y alguna de sus características se ampli-
significante, que será escrita algún día y que tendrá, gracias a fican en dos otros relatos, situados en períodos más tardíos de
herederos alejados en el tiempo (“nietos de mis nietos”), un sen- la producción de Di Benedetto: El silenciero (novela de 1964) y
tido cristalino y pleno. Una idea de novela que se transmite, una “Aballay” (un cuento publicado en 1978).
novela que se encuentra y que se lee por casualidad, como un “La cancel da directamente al menguado patio de baldo-
tesoro ignorado: antes del Morelli de Cortázar (en Rayuela), ya sas. Yo abro la cancel y encuentro el ruido.” Este brevísimo
habría aquí una ficción sobre un Macedonio personaje. Asimis- párrafo, citado en epígrafe, es el inicio de El silenciero. Con su
mo, la anécdota del manuscrito guardado en la “caja de latón” agudo laconismo, el incipit resume y anuncia el relato que allí
dramatiza de antemano la recepción problemática de la obra de comienza. El nudo argumental, que podría verse como una
Di Benedetto, pero también podría aludir a una de las anécdotas variación o inversión del de “Casa tomada” de Cortázar, será
más célebres de la leyenda macedoniana: la escritura de un chef la irrupción progresiva de ruidos hostiles en el espacio de una
d’oeuvre –el poema “Elena Bellamuerte”– y su olvido (?) en una casa en donde vive el narrador con su madre primero, con
lata de bizcochos, antes de una publicación “triunfal” en Sur. In- ella y su joven esposa luego, hasta el despojamiento de ese
cluso el destino del manuscrito (contradiciendo sus objetivos y hogar, un largo peregrinaje por pensiones y alojamientos tem-
la importancia que le atribuye al libro, Manuel Fernández se lo porarios, un intento de instalación en otra casa y, por fin, la
regala a un viajero que se aburre por falta de lectura), recuerda pérdida definitiva, no sólo del espacio de vida familiar, sino
la tan comentada indiferencia de Macedonio por sus escritos. también de la esposa, del hijo y de la libertad. Después de
Así vemos que, en paralelo a la filiación Borges-Di Benedetto, haber incendiado, quizás, un taller de electricidad vecino, el
reivindicada por este último en busca de legitimación para una protagonista termina en la cárcel: así se cierra la novela. La
obra poco reconocida en Argentina, Zama, la gran novela, in- entrada que se da en el primer párrafo (“Yo abro la cancel y
cluye otra línea que la asocia a la figura tutelar y negativa de encuentro el ruido”) anuncia por lo tanto una salida o, mejor,
Macedonio. La referencia vale ante todo como gesto: escribirse una expulsión: de esa casa, de todas las casas, de la sociedad y
como escritor es instaurar una relación conflictiva con el código en alguna medida de la razón.
novelesco y estilístico, es una estrategia de inscripción en una La novela cuenta lo mismo que cuentan la mayoría de los
filiación y en una cultura (en este caso, una filiación cifrada y relatos de Di Benedetto: el desajuste de un hombre frente a la
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sociedad en la que vive; la combinación de una imposible pose- escribir siempre se frustran, entremezclados en tramas que a la
sión amorosa con la puesta en escena de una situación edípica; vez simbolizan y traban el acto de creación. El ser escritor se
su posición kafkiana de víctima culpable o de inocente respon- confunde entonces con una serie de peripecias que implican
sable; la maraña de intentos de protegerse de “eso” que “impide lo contrario de la escritura pero que, evidentemente, la están
ser” –en la novela, el ruido intrusivo–. También podría decirse significando, así como el ruido reemplaza la palabra inaugural
que El silenciero cuenta el paso de una situación material (el rui- en el incipit. La versión legendaria, o al menos imaginaria del
do en un espacio dado) a una situación inmaterial (el ruido me- ser escritor en Di Benedetto, puede rastrearse en esas tramas
tafísico, un malestar existencial y, finalmente, la locura): en Di cruzadas sobre un impedimento, sobre ese no poder pronun-
Benedetto, las simples intrigas tienen a menudo prolongaciones ciar una palabra que sea “tan elegida, tan perfecta o tan apta
alegóricas que en este caso apuntarían a ese “ruido” que suena para la comprensión de los demás que no rompa la armonía del
detrás de lo racional y lo verbal. Por lo tanto, abrir la cancel silencio” según la definición del propio autor en una entrevista
(abrir lo que anula, lo que oculta) y encontrar el ruido es abrir (“La soledad como protección”). La autodenominación –ese “ser
una introspección, es acceder a las bambalinas de una concien- escritor”–, aunque no tiene ningún correlato práctico ni un re-
cia, es entrar en contacto con la parte oscura del hombre. Por conocimiento editorial público, no se encuentra nunca puesta
último, nótese la extrañeza en sí de las dos frases inaugurales: en duda. Nunca se nos dice: “no puedo, no logro ser escritor”,
léxico inusual (“la cancel”), adjetivación sobria pero expresiva sobreentendiendo: “soy un escritor porque no escribo”. La no-
(“menguado patio”: la casa está ya disminuyendo o faltando en vela narra por lo tanto una serie de experiencias que serían
el epíteto), ritmo entrecortado (dos frases escuetas y punto y las de la escritura, sin dar lugar a ella; la “novela de artista”
aparte), laconismo que compacta el sentido, sugiriendo más que en la versión dibenedettiana no es descubrir y desarrollar una
diciendo; la extrañeza surge de una exposición del lenguaje y esencia, un destino de autor, una vocación de pronto revelada,
de la escritura, de una exhibición de su artificio e inclusive de sino una sucesión de experiencias de impotencia organizadas
su dificultad. Un lenguaje trabado, impedido y alienado. en variadas tramas argumentales. En ellas podemos leer la más
Lo singular, en este caso, es que El silenciero es, también, aguda autofiguración dibenedettiana y también la configura-
la historia de una escritura –de una no escritura– y que el pro- ción metafórica más clara de cierta relación con la literatura.
tagonista de la novela es un escritor –un no escritor–: abrir la La primera de estas tramas sería edípica, retomando una
cancel es empezar la escritura, escribir es entrar en la página en analogía tópica entre filiación literaria y filiación personal. En el
blanco y, en vez de dar con la palabra, encontrar el ruido. inicio de El silenciero encontramos una pareja madre-hijo (com-
Porque en la intriga y en paralelo a las peripecias centrales plicidad, intimidad, identificación mutua) después de la muerte
que conciernen a la lucha contra el ruido invasor, se plantea rá- del padre; ambos forman una pequeña familia, ambos ocupan
pidamente a la vez un proyecto de escritura (una novela “sobre plenamente la casa, ambos transportan y se refieren a un piano,
el desamparo” intitulada El techo) y una identidad de escritor, herencia del que no está. Ese piano es un “monumento fami-
afirmada desde las primeras páginas. Esa identidad no corres- liar de los recuerdos” que pesa y estorba a lo largo de toda la
ponderá con ninguna actividad precisa, ya que los intentos de novela, y que significa la presencia/ausencia del padre: a la vez
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indispensable, omnipresente y mudo (ni el narrador ni la madre sin escritura; inmediatamente después se duerme, toma un “té
saben tocarlo), el piano simboliza materialmente una triangu- con pastas dulces”, conversa “algo” con la madre y piensa en la
lación, pero también una imposibilidad. En varias ocasiones, el misión que tiene un colega y amigo, Besarión, la de “inmolarse,
narrador intenta refugiarse en la música clásica para escaparle destruirse para el bien”, creyendo que así se podrá destruir el mal.
al ruido invasor, pero inútilmente; esa armonía ya no puede Y no escribe: “Después no escribo. Me dejo estar y me disperso.”
sonar en la casa. El ruido no se opondría sólo al silencio sino Otra escena de escritura repite un éxito imaginario; des-
también a la música: la escritura, esa escritura quimérica es una pués de programar tareas literarias se dice para sí las primeras
música armoniosa, un sonido equilibrado, ahora fuera de alcan- frases que le resultan “netas”, por lo que piensa: “su ajuste a
ce. La herencia es en este sentido la de una degradación de la mi esperanza era perfecto.” También entonces se demora en
música en ruido, razón por la cual sólo se puede desear y buscar “darse al libro”, y en cambio narra, enseguida, un sueño situa-
un silencio anulador. El silencio, así, sería una respuesta a ese do significativamente en la pampa del siglo XIX, sueño que lo
piano, imaginariamente estruendoso y, en simetría, una identifi- convierte en un héroe épico. La omnipotencia es simétrica a la
cación con su silencio –el que en todo momento puede sonar, el imposibilidad; se trata más de una prohibición que de una falta
que sería capaz de reproducir las mejores melodías de la cultura de proyecto o de inspiración: la novela está y no se la puede
occidental, y sin embargo calla: el lugar del padre es ése–. escribir. Aquí, escribir es pensar, desear, soñar las palabras, sin
Porque la herencia tiene una relación estrecha con la pa- lograr decirlas. Por eso el personaje se define como escritor, por
labra, como este otro ejemplo lo demuestra: alguna de las es- eso sus dificultades no ponen en duda esa identidad.
casas tentativas de escritura empieza con la contemplación de Dos otros relatos de Di Benedetto presentan situaciones
una biblioteca ante la cual el narrador “acata el contagio” de análogas que facilitarían eventuales interpretaciones de estos
las “novelas heredadas” del padre; ahora bien, ese “acatar” un episodios. En Los suicidas, novela de 1969 que en buena medi-
“contagio” de la tradición literaria (acatar, contagiar: el léxico da funciona como la prolongación de El silenciero, el conflicto
hace de ella una orden y una enfermedad) va a la par con una central es la tentación por el suicidio que el narrador hereda del
afirmación de poderío: padre y que, combinada con una relación amorosa, lo lleva a los
límites de una autoanulación –autoanulación que, en términos
Lo tengo casi todo en la cabeza. Nada más me falta elegir la de escritura, equivaldría entonces al silencio–. La única manera
punta: qué digo primero, con qué empiezo. de “ser” (esta vez a secas, sin el complemento “escritor”), es no
Sentado al escritorio, lo medito, y esas criaturas que he ser, es estar callado o muerto. La novela narra ese conflicto,
pensado ya hacen lo que deben para vivir el drama prefijado. esa tentación y un eventual renacimiento (o sea, un no callar,
Les he dicho que anden, y andan. Me maravillo de la magia de un ser en acción). El segundo relato es uno de los cuentos de
mi pensamiento. Mundo animal, “Amigo enemigo” (1953), que Di Benedetto ree-
ditó varias veces. Ese “amigo enemigo” del título es un pericote
“Les he dicho que anden, y andan”: omnipotencia exaltante, ra- refugiado en cajones de libros heredados de su padre por el
yana con lo crístico o profético (“Literatura, levántate y anda”), protagonista del relato, aunque los libros no son la única heren-
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cia: también “heredó” una mudez que le produjo el encontrar al Cuando sienta necesidad de ella, pensaré que es un per-
padre ahorcado en la ducha. El personaje alimenta al pericote, sonaje de ficción, la criatura de mi segunda obra. Y algún día
tratando en vano de impedir que el animal devore la biblioteca también ese libro escribiré.
paterna, hasta que en una escena pesadillesca, la bestia surge
de las cajas en el momento en que el hombre está escribiendo En una obra obsesionada por las conquistas amorosas y las frus-
una carta; la lapicera se convertirá en un arma de defensa: traciones sexuales, la escritura no es sólo un diálogo conflicti-
vo con la herencia y con un mandato paterno atroz, sino que
Forcejeó más y se arrojó, se arrojó hacia mí; cayó como un también es una actividad compensatoria. En El pentágono, este
derrame de leche condensada, de puro gordo y graso, de pura funcionamiento ocupa el primer plano, como vimos. Por lo tanto
miga y papel. Y grande, deforme, pelando dientes, avanzaba, podría decirse que escribir El techo sería la recuperación posible,
avanzaba, arrastrado, gomoso, hasta que sentí en mi mano la gracias a la escritura, de algo que nunca se tuvo. Una novela so-
lapicera y se la lancé como un puñal. Se le clavó en el lomo y bre el desamparo como modo de obtener, en el texto, un amparo
vi la sangre brotar en un chorro mugriento, curvo, decadente, imaginario, un amparo que, de antemano, se sabe quimérico.
pero continuo en su manar. Esta dimensión quimérica es paradójica (u oximorónica, di-
ríamos desde Macedonio): la novela no escrita sobre el desam-
Del papel a la espalda del monstruo, la trayectoria de la lapicera paro y focalizada en problemáticas de hogar y casa (El techo)
muestra el desvío de la escritura. El personaje recupera el habla sería, claro está, la novela que leemos, narrada en presente por
en el espanto de esa confrontación pero, como el Edipo legen- un narrador homogéneo en primera persona. Pero la parado-
dario, pierde la vista. Podrá quizás escribir pero ya no ver. ja está signada por la negatividad, no por un triunfo indirecto
La escritura aparece así entremezclada con un horror produ- (como puede leerse en Saer, en donde la constante exposición
cido por la filiación: mudez, ceguera, fracaso, silencio, suicidio. de una desconfianza e impotencia da lugar a un estilo armó-
El deseo y el poder que se le asocian conciben la creación como nico y sofisticado, a representaciones intensas y evocadoras).
un desafío, como una afirmación en contra de la castración y Porque aquí la historia termina en la cárcel, un edificio común
la impotencia. En ese sentido, la trama familiar de El silenciero con visos de infierno o purgatorio en donde el protagonista está
se prolonga y amplía en una trama amorosa; el ser indirecto es, sometido a ruidos impuestos –el castigo es de orden moral y
también, amar a una muchacha y casarse con otra: “Y no, por- no sólo legal–, o sea que la intriga desemboca en lo opuesto
que soy indirecto (como que amo a Leila y hablo a Nina).” En del techo buscado y de la casa que se proyectaba construir.
el desplazamiento de un objeto amoroso por otro, aparece de Se escribe afuera (en el descampado, en el desamparo) y en el
nuevo la escritura como intento de consuelo o como fantasía encierro (en el castigo, en la condena).
de haber perdido a una mujer que nunca se poseyó: Asimismo, al poner en escena un doble plano (el libro de-
seado e imposible, el libro que narra esa imposibilidad y que
Tendré que prescindir de Leila. Me resultará más tranquiliza- es el que leemos), la novela expone un malestar y frustración
dor que sea así. ante sí misma, se desvaloriza, se autocastiga; neuróticamente
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nos dice que no era ésa la historia que se quería contar y se acciones de defensa en contra de ese ruido que viene de afuera;
menosprecia, entre líneas, el resultado de la escritura. En vez buena parte de la novela narra intentos de comprender, planifi-
de contar su propia génesis o las circunstancias fabulosas que car e impedir el ruido; la idea del complot constituye una línea
la volvieron posible (una iniciación a la palabra escrita) como temática importante. Por ejemplo, con los numerosos trámites
lo hacen tantos otros textos, la novela nos cuenta un fracaso de judiciales y policiales, pedidos de ayuda a vecinos, familiares y
escritura y se representa a sí misma como una página en blanco técnicos, y hasta lecturas enciclopédicas y redacción de algún
–o en silencio–; la novela no es más entonces que la traza de un artículo en la prensa, apelando siempre a la ley en contra de
intento fallido y que, en el mejor de los casos, habría que borrar la perturbación sonora y constatando siempre lo inoperante de
o acallar. Algo del Museo de la novela de la Eterna circula en todo sistema de regulación de la vida colectiva. El ambiente de
esta posición ante la escritura, pero sin mesianismo. complot se prolonga, por otro lado, en las misteriosas actividades
Retomando: la novela de artista en El silenciero –la angus- del amigo-alter ego Besarión, que cumple “misiones” y trabaja
tia de la página en blanco, vuelta legendaria en la búsqueda para algún movimiento o causa secretos. Este conflicto entre
de un tema para su literatura por parte de Marcel en Proust–, fuerzas incomprensibles que actúan en lo invisible vuelve natu-
se convierte aquí en un moroso combate en contra del ruido, ral la posición de víctima del protagonista, que será luego la del
combate que, de antemano, se sabe inútil. Sólo se escribe ese inocente culpable, posiciones en las que de nuevo podemos ver
mismo ruido (se lo describe, se lo localiza, se narra su irrupción tonalidades kafkianas. De acusador a acusado; cada intento de
y su evolución así como las peripecias de la relación que el conseguir amparo y protección en lo legal se vuelve en contra
sujeto establece con él); en vez de las frases imaginadas que de él (“Ya estoy en descubierto. Tengo que ser, para esa gente,
mágicamente suenan en la mente, la novela exhibe, expone, se el molesto, el peligroso. Su ruido era inconsciente; en adelante
reduce al ruido. Escribir sería abrir la puerta cancel y constatar a conciencia puede redoblar y herir, vengar”). Hay un estrato
la ausencia de la palabra de otrora, la palabra utópica, encon- paranoico en las ficciones de Di Benedetto, de una paranoia le-
trando sólo un discurso degradado, marcado por la pérdida y guleya y a veces complotadora, que acumula análisis sucesivos
por lo incomprensible (“Otros, ellos, antes, podían” dirá, años de situaciones y posibilidades, recursos encontrados a derechos
más tarde Saer, refiriéndose a ese mismo Proust en “La mayor”). y deberes, entramados asfixiantes de obligaciones y reivindica-
Escribir sería anhelar el silencio, la escritura sin escritura, como ciones, conflictos a veces irrisorios producidos por numerosos
refugio ante la transformación de la música heredada en ruido. miedos y malentendidos. En este caso, se trata de prever las
Sería esbozar una escritura imposible que pudiese transmitir la fuentes de ruido, de describirlas, identificarlas y comprenderlas,
nostalgia por una plenitud nunca poseída: tanto una plenitud para finalmente intentar contrarrestarlas, atacarlas o anularlas,
del ser como de una lengua absoluta e inexistente. en una perspectiva de resistencia al ataque de algún enemigo
Ahora bien, esta constatación nos aleja de la dimensión de supuesto o de enfrentamiento a una conspiración enigmática.
introspección e intimidad de la intriga y sugiere modos pecu- La no escritura pasa, también, por estas circunstancias.
liares de inscripción en lo colectivo: sugiere una trama social. Por eso un “prolijo ronroneo intermitente” que proviene de
El protagonista, en vez de escribir, emprende constantemente un taller mecánico vecino da lugar a una cascada de interro-
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gantes que desplazan progresivamente lo que estaría en juego: Cristalizando una culpabilidad cifrada, el protagonista ter-
mina, como dijimos, en la cárcel, sin que sepamos si cometió
¿Qué es...? ¿Qué hace...? ¿Devana un filamento resistente? ¿Se el acto del que se lo acusa, y en resumidas cuentas sin que
arrastra y al arrastrarse engrana una simétrica dentadura de sepamos si la acusación es la de incendiar un taller o la de ha-
acero? Cuando su cuerda se acaba, ¿acomete, frota, muerde, ber, a pesar de todo, escrito esa novela sobre el desamparo, la
tritura con tesón que lo reconduce al camino de la espiral o novela que leemos. La posición social del escritor se define así
de los dientes...? como la de una marginalización progresiva y radical: escribir es
Si yo supiera algo de eso, también podría saber si ha sido ir perdiendo, ir despojándose de un lugar en la colectividad, ir
puesto para que quede y envejezca a mis espaldas. instalándose en una diferencia sufriente, una soledad culpable.
La intriga, a partir de ese “encontrar el ruido” es un avance en la
Varios comentarios posibles sobre esta cita. Primero, el texto degradación, primero material (de casa en casa, con pérdida de
dramatiza la relación del sujeto con lo ininteligible de las ma- bienes y dinero), luego afectiva (amores desgraciados, conflic-
quinarias y con la tecnología deshumanizadora; una referencia tos con la esposa, abandono), y por fin intelectual (progresiva-
contextual evidente de la novela es la urbanización y sus con- mente, el personaje entra en una especie de demencia).
secuencias en la capacidad de explicar la realidad y de definir Esta serie de pérdidas supera lo circunstancial y lo local.
una identidad estable. Esta perspectiva, explícitamente presen- Por lo pronto, hay que notar la intención generalizante de una
te, se bifurca hacia otras dimensiones, más ambiguas. Porque especie de indicación previa que aparece en tanto que epígrafe
la incomprensión de la máquina o de lo inexplicable del ruido, de la novela: “De haber ocurrido, esta historia supuesta pudo
es autorreferencial en tanto que ataque al sentido, es decir al darse en alguna ciudad de América Latina, a partir de la pos-
sentido del lenguaje como medio de denominación satisfacto- guerra tardía (el año cincuenta y su después resultan admisi-
ria del mundo. “¿Qué es...? ¿Qué hace...?”: el texto se interroga bles).” El anonimato de Mendoza y la ampliación a toda una
sobre su propia enunciación, percibiéndose como una maqui- área cultural apuntan a descontextualizar esta historia nimia
naria extraña que se arrastra, engrana, acomete, frota, muerde, (una casa, una familia, el día a día de un hombre que quiere
tritura. La literatura se ha convertido en un mecanismo mons- escribir), inscribiéndola en planos más amplios que incluirán
truoso. Al protagonista lo “abruma”, luego de largas investiga- luego, en el texto, referencias mitológicas, analogías con expe-
ciones, el descubrimiento de que el aparato en cuestión es un riencias y afirmaciones de Schopenhauer, y el descubrimiento
“torno”: la palabra que denomina al objeto no cierra el interro- de similitudes entre la modernidad y los “pueblos primitivos”
gante y pacífica, sino que acrecienta el sufrimiento: la palabra ya que en ambos el drama del ruido permanece idéntico. Se
es a la vez enigmática y ruidosa –de nuevo: la palabra ahora es sugiere, así, una constancia transhistórica o metafísica.
ruido–. Por último, este efímero enigma sobre un ruido ininte- Por lo tanto, la trayectoria primero íntima lleva a la inscrip-
ligible, lleva a delimitar una posición de víctima, de víctima de ción del personaje en una modalidad épica, la de un hombre
una intencionalidad agresiva (“ha sido puesto para que quede y solo enfrentando fuerzas que lo superan. El escritor sería enton-
envejezca a mis espaldas”). ces una especie de héroe, en combate a la vez con lo histórico
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(la modernidad, las herencias culturales) y con lo imaginario enunciación (el silencio como solución a la antiepopeya de es-
(con la propia locura, con lo que engendra y determina la escri- critura que se narra).
tura). El cuento “Falta de vocación” (publicado por primera vez En este sentido debe interpretarse la marca más espec-
en Grot, 1958), que pone en escena las perturbaciones psíquicas tacular de la producción dibenedettiana, que es a la vez una
ocasionadas por el trabajo de creación, sería una versión más li- fragmentación radical y una utilización extremada de la pausa.
gera de lo mismo: ser escritor es entrar en contacto con algo en- Cualquier lector acostumbrado al corpus reconoce enseguida
loquecedor –ser escritor es abrir la puerta cancel y encontrar el un ritmo o escansión de esa prosa, producidos por el uso agudo
ruido–. La tonalidad de parábola bíblica de los últimos párrafos de la interrupción de lo dicho, perceptibles desde el nivel más
de la novela refuerza esa impresión de una trayectoria de asce- elemental de la frase y el párrafo hasta la serie de acontecimien-
sis que no es ajena a las alusiones repetidas a una hagiografía a tos y el encadenamiento causa-efecto que permiten el avance
lo largo del texto: de lo cotidiano a lo mítico, de la modernidad de la narración. El lenguaje dibenedettiano está marcado por
a la martirología cristiana, la intriga recorre ese camino como una cadencia sincopada que sería el paroxismo de un estilo,
relato legendario de la escritura. Y nótese, adelantando lo que tanto discursivo como de estructuración del relato: frase-pau-
será dicho luego, que la trayectoria del gaucho estilita, Aballay, sa-frase-pausa (el incipit de El silenciero, arriba comentado, es
cristaliza mucho más claramente lo que ya estaba sugerido en un ejemplo del fenómeno). Esta manera de llevar adelante la
El silenciero: el lugar del escritor sería el de un santón involun- acción tiene que ver con un tipo de focalización: la narración
tario, el de un héroe degradado. integra constantemente una subjetividad ante lo que sucede,
gracias a ese vaivén entre la acción y el sujeto, de un sujeto
situado, como lo afirma Sergio Chejfec, en el entrecruzamiento
EL TEXTO EN BLANCO de “percepción, acontecer y recuerdo.” Porque el vaivén pasa
por el uso sistemático de períodos cortos y del punto y aparte,
Esta imagen de escritor va a la par de los variados sentidos que que introducen un tempo semánticamente sugestivo (el de la
toma el silencio en la obra de Di Benedetto. En la novela co- observación, el de la reflexión, el del interrogante) pero tam-
mentada, el silencio deseado supone situarse del lado de la no bién negativo (el de lo callado, lo indecible, lo no narrado). En
enunciación, desarrollando una atracción morbosa por lo ar- las pausas, en la exposición del silencio, en la combinación de
caico y por la muerte. En algún momento surge una especie de percepciones, deducciones y narraciones, se amplifica y prepa-
mito genético del silencio (“silencio era lo increado y nosotros ra la continuación de la acción, pero también allí se expone a
los creados venimos del silencio”). El silencio buscado es una alguien que no habla: en la literatura de Di Benedetto se re-
anulación de lo existente, una vuelta a lo increado, una visión presenta siempre a un personaje que calla. Así se subraya tam-
de la vida para la muerte con tonalidades regresivas (“Del silen- bién la textura verbal, las resonancias, los ecos y otros efectos
cio fuimos y al polvo del silencio volveremos”), todo lo cual no fónico-semánticos que esta misma escasez induce –al igual
es ajeno a la atracción por el suicidio, y que sería, en el plano que en la poesía–; la palabra dibenedettiana es “pesada” por
biográfico, un equivalente del silencio buscado por la propia su dramática parquedad. El minimalismo, lo compacto de los
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períodos discursivos, son los que se expanden en modalidades los que contaba dispersar los relatos de El pentágono en sec-
de organización globales: el relato está casi siempre dividido ciones distintas, borrando la justificación que los asociaba has-
en minisecuencias, a veces de pocas líneas pero relativamente ta entonces: una novela en forma de fragmentos que a su vez
autónomas, separadas por espacios en blanco que a su vez ter- se fragmenta hasta esfumarse. El gesto de reedición de estos
minan componiendo secciones breves, en general divididas por cuentos, disociados de su organización y justificación primeras
tres sobrios asteriscos. y perdidos entre otros textos escritos en períodos a veces muy
En resumidas cuentas y retomando lo dicho, este rápido pa- posteriores, es característico del modo de construcción –o de
norama deja entrever entonces una conclusión que tiene múl- deconstrucción– sistemática de lo escrito por su propio autor.
tiples resonancias en la novela que comentamos: el silencio, O, si se quiere, de una dinámica de inestabilidad y de puesta en
la pausa, la no escritura, ocupan un lugar semánticamente ex- duda de lo definitivo que supone el paso a la publicación (del
presivo y estratégicamente central en la construcción literaria borrador al libro) y del conjunto de libros a una “obra” (progre-
de Di Benedetto. En esta perspectiva, escribir es hacer silencio, sión, segmentos reconocibles, cierre).
ordenar el silencio, hacer sonar el silencio. La visión del escritor Si ser escritor es haber publicado tal o tal libro (x es el au-
como silenciero tiene esta dimensión legendaria, es la versión tor de y o de z), libro con un título estable; si ser escritor es,
personal de un mito de la escritura moderna, cotejable con esas también, organizar un corpus en etapas y circunstancias que
escrituras borradas, en blanco o ilegibles que abundan en la implican un relato intrínseco (de la escritura de un texto a la
producción del siglo XX (en particular en la poesía): el hombre construcción de un conjunto estructurado), la inestabilidad de
que escribe el ruido y desea el silencio, que escribe buscando la la obra dibenedettiana estaría socavando una identidad de es-
anulación de la propia palabra. critura. Porque la reedición desperdigada de esa primera novela
Semejante concepción de la creación concierne no sólo a la es sólo una anécdota en una larga lista de intervenciones, a
intriga, el estilo y la organización del relato, como vimos, sino veces muy posteriores, en lo ya publicado. No se trata de un
también a una actitud, más que una estrategia, ante la edición proceso de corrección hacia una especie de ideal exigente o de
y la reedición de las obras. Di Benedetto modificaba los tex- escritura progresiva en busca de un resultado acabado, sino la
tos en el momento de reeditarlos, los corregía, cambiándoles a muestra de una relación conflictiva con la creación, que lle-
menudo los títulos. El pentágono es un buen ejemplo del pro- varía más a una negación que a una afirmación, a un silencio
cedimiento: Di Benedetto redacta primero esa novela experi- más que a una expresión inteligible, a un desplazamiento más
mental a fines de los años cuarenta, luego la publica con varias que a una posición estética firme. Los cambios de títulos o las
modificaciones en 1955, para reeditarla en 1974 con otro título importantes correcciones de algunos textos, a menudo varias
(Annabella) y con algunos cambios significativos. Pero esta se- décadas después de la escritura, son prácticas constantes en
rie de transformaciones, en los años ochenta, tendría que haber Di Benedetto, prácticas vertiginosas porque transforman lo ya
desembocado en una desaparición de la novela en tanto que publicado en borradores, en aproximaciones, en variantes de
unidad: al fallecer, en 1986, el autor estaba preparando una un relato nunca narrado del todo. O de una obra que no se
edición de Cien cuentos para la editorial Alianza de Madrid, en escribirá nunca.
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Lo más sintomático de este mecanismo es, claro está, el de vacío, a un no ser. La figura de autor de Di Benedetto parece
cambio de título (de El pentágono a Annabella): así llegamos tomar al pie de la letra ciertas imágenes metafóricas produci-
a la aparente aberración de ser la tradición editorial y crítica la das por la crítica en los años sesenta: el autor que “entra en la
que fijó los títulos de algunos libros, como puede constatarse muerte” cuando empieza a escribir (de “La muerte del autor” de
con estos dos casos opuestos: El silenciero se reeditó en España Barthes), el autor que “juega el papel del muerto” en la escena
durante los difíciles años del exilio con el título, efímero, de El de escritura (de “¿Qué es un autor?” de Foucault).
hacedor de silencio (1982), sin que el segundo título prospera- El texto dibenedettiano producido en estas condiciones se-
se, mientras que Cuentos claros (1969), en su primera versión, ría un texto en blanco, sin nadie atrás para atribuirle un sentido.
se intitulaba Grot (1958), título éste rápidamente olvidado. Más Un texto no escrito, un texto sin autor y, en un caso al menos,
que el escritor fueron los lectores y editores los que, en un pun- un texto sin personaje. Efectivamente, en 1958, Di Benedetto
to, decidieron qué títulos se considerarían definitivos. publica un extraño relato, “El abandono y la pasividad”, que se-
Ahora bien, con respecto a El silenciero, se afirmó a menu- ría el resultado de un desafío (según alguna declaración suya),
do que el nuevo título –El hacedor de silencio– era inferior al el de contradecir la opinión expresada por Ernesto Sábato sobre
hallazgo léxico que suponía el primero. Pero más allá de este la imposibilidad de escribir un relato sin personajes. El texto
juicio discutible, el cambio de título funciona como una autoin- que leemos es una descripción diacrónica de una habitación, es
terpretación y como un deseo de filiación ya evocado en los pri- decir que da cuenta de lo que sucede en ella, de las transforma-
meros párrafos de este capítulo. Al retomar el título borgeano y ciones posteriores a la partida de una mujer (partida que tiene
las consonancias demiúrgicas que supone el término “hacedor”, connotaciones de un abandono amoroso), hasta la llegada de
Di Benedetto inscribe a la novela en una posición filial con res- un hombre al mismo lugar, después de un tiempo indetermi-
pecto a la gran figura literaria argentina, pero al mismo tiempo nado pero importante. La habitación se degrada en ese lapso,
delimita su espacio: autorrepresentarse como escritor no será y en particular se degrada una carta dejada por la mujer. El
ser el análogo de Homero, Shakespeare o Lugones (analogías mensaje, que se supone hubiese podido explicar las circunstan-
desarrolladas en El hacedor y ya comentadas), sino ser, macedo- cias de una separación, se vuelve ilegible: en el papel, mojado
nianamente, el escritor que no escribe; no será “hacer” La Ilíada por el agua de un florero, ajado por el sol, ensuciado por el
o La Odisea, sino que será ser un productor de nada. La cita des- polvo, la escritura se borra. El tiempo transcurrido impide la
viada del título de Borges funciona como una especie de despo- comprensión del texto, impide aclarar las coordenadas de una
jamiento frente a la figura literaria respetada, gesto que también pasión o contar las circunstancias de su fracaso. Este breve re-
recuerda al Macedonio refiriéndose a los elogios de ese mismo lato termina con un intento de lectura, indirectamente narrado:
Borges (por ejemplo, el célebre “comencé a ser yo el autor de lo el “papel” se acerca a la luz y “tiembla un rato inacabable ante
mejor que él había producido” que leemos en Continuación de los lentes redondos.” El hombre (deducimos) no logra descifrar
la nada). La analogía establecida entre el personaje escritor de lo escrito: el mensaje “no se entrega. No es más un mensaje.”
la novela y la operación de El hacedor refuerza la autohumilla- Este relato sin personaje retomaría el modelo de la creación en
ción, reduciendo la propia obra y la propia figura a una especie Di Benedetto (o lo que aparecía como justificación legendaria
122 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 123

de la innovación): la pérdida, la deshumanización, la fragmen- La pampa y el gaucho estaban, desde siempre, ausentes en
tación. La carta borrada sería la imagen paradigmática de un el horizonte de este corpus o, mejor dicho, los relatos dibene-
proyecto de escritura: la escritura como una mancha, que fue dettianos se caracterizaban por una serie de desplazamientos
sentido pero que sufrió un proceso de deformación, de oculta- dentro de la oposición pampa-ciudad y civilización-barbarie.
ción, de represión, que la convierte en un dibujo no figurativo, En muchos relatos suyos se realiza una doble operación: por
ahora incomprensible; la escritura como una cicatriz dejada por un lado, el conflicto fundacional del espacio argentino (Buenos
un abandono ya sucedido; la escritura como una práctica sin Aires-pampa) se transforma en una oposición ciudad/no ciu-
mensaje, sin comunicación, hecha por lo tanto de silencio inin- dad centrada en el contexto mendocino, lo que es una manera
teligible y al borde de una desaparición. de modificar lateralmente la tradición. Así como la ciudad ya
no es Buenos Aires sino una imprecisa Mendoza, la pampa se
convierte en un verdadero desierto, el que domina el paisaje de
EL GAUCHO esa provincia. Por otro lado, en la serie de textos que marcan la
estructuración del mapa argentino en términos literarios, Di Be-
En El silenciero vimos surgir conflictos con la herencia, la tra- nedetto lee la subjetividad, las proyecciones afectivas, la capaci-
dición y el lugar en un sistema literario, pero también una afir- dad de fantasear o soñar el espacio (características presentes en
mación a la vez de marginalidad y de negatividad. Varios años el Facundo y a veces dominantes en Radiografía de la pampa).
después Di Benedetto escribe un relato, “Aballay” (primera edi- El espacio de la no-ciudad es el espacio de la barbarie (Sarmien-
ción en Absurdos, 1978), que completa significativamente esta to), de un determinismo negativo (Martínez Estrada), pero es
puesta en escena del escritor frente a una herencia por descifrar también la pantalla de proyección de un universo íntimo. En
y la completa integrando la temática cultural central en Argen- ese caso, el desplazamiento de la pampa a Mendoza debería to-
tina: la tradición pampeana y la figura del gaucho. marse como una posición de lectura: de Sarmiento a Güiraldes,
Nada anunciaba que el mendocino iba a escribir, práctica- de Martínez Estrada a Borges, la escritura del desierto aparece
mente al final de su producción, un texto que no sólo dialoga con aquí marcadamente intertextual.
una filiación ficcional y problematizadora de la figura del gau- Ahora bien, remontando esta manera de situarse en una
cho, sino que puede considerarse como un cuento magistral que tradición apropiándosela, Di Benedetto inventa una figura de
“cierra” cierto tipo de ficciones al respecto, es decir que intervie- escritor que prolongaría las que hemos estudiado. En “Aballay”
ne en una de las líneas fundamentales de la literatura argentina. ser escritor será imaginarse como gaucho (lo que, efímeramente,
El movimiento va del margen de Zama o de la aterritorialidad ya sucedía en un sueño de El silenciero), visitando textos sobre
generalizante de El silenciero a una inscripción en el centro de la pampa del siglo XIX por, a veces, los caminos más transitados.
una cultura. Aunque, stricto sensu, Aballay no sea un escritor, los O sea que pasamos, vertiginosamente, de la marginalidad y de
numerosos ecos de libros anteriores que resuenan en esa historia la tensión experimental de la producción anterior de Di Bene-
autorizan, creo, una lectura del gaucho estilita en tanto que ima- detto a un sistema muy marcado por reescrituras, sin solución
gen de autor, o al menos, en tanto que sujeto ante una tradición. de continuidad. En 1976 (fecha verosímil de su redacción) el
124 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 125

cuento retoma entonces, dramatizándola, una figura mítica del Para analizar la posición ante la cultura y la escritura que
autor argentino: ser escritor es ser gaucho. Y ser gaucho es una la intriga esboza, comentemos ante todo algunas operaciones
manera errada, casual, de ser héroe y de ser argentino. de reescritura. La expiación de este gaucho criminal proviene
El punto de partida de la intriga es un duelo, anterior al de un relato y de una palabra. Aballay oye, en un sermón, una
tiempo de la historia, en el cual Aballay mata a un hombre y palabra que trae consigo una figura de expiación de pecados y
guarda en la memoria la mirada acusadora del hijo de éste. Una una tradición, ajena pero ejemplificadora, ajena pero reutiliza-
referencia hecha al pasar por un predicador en la pampa lo va ble para resolver los conflictos de ese presente (el cuento está
a llevar a imitar el ascetismo de los estilitas de la Antigüedad: situado en la pampa del siglo XIX, en algún momento impreciso
en vez de subirse a las columnas que quedaron después de la después de la muerte de Facundo Quiroga). Esa palabra es “es-
destrucción de los templos paganos, Aballay va a subirse “para tilita” (“En el sermón de la tarde, el fraile ha dicho una palabra
siempre” a su caballo y a expiar su culpa con una vida de sa- bien difícil, que Aballay no supo conservar, sobre los santos que
crificios y de largos recorridos por la pampa. El argumento del se montaban a una pilastra”, así empieza el cuento). Efectiva-
cuento consiste, en grandes líneas, en dar cuenta de la dificul- mente, un cura de campo menciona, con valor ejemplificador, a
tad y de la posibilidad en sí de esa curiosa manera de vida; el esa corriente mística del Cercano Oriente, la de ermitaños que
desarrollo de esta idea central lleva a visitar varias peripecias, se instalaban sobre una columna o un pilar y permanecían allí,
espacios y tópicos de la literatura pampeana (y a través de ella, subsistiendo en medio de privaciones, emblemas vívidos de un
de la gauchesca). En algún momento, huyendo de las patrullas sufrimiento encaramado sobre las ruinas del pasado glorioso y
de soldados, debe internarse “tierra adentro”, del otro lado de rechazado: el del paganismo grecolatino. Aballay, a partir de esa
la frontera, en el mundo de los indios. Su regreso es el inicio de palabra, traduce, establece equivalencias y toma una decisión
una transformación involuntaria y paradójica: le van naciendo magnífica: la de volverse él mismo estilita, es decir, en térmi-
“mitos”, “historias”, y la gente termina tomándolo por un san- nos pampeanos, no bajar nunca más de su caballo, convertirse
to; casi involuntariamente, él mismo se adapta a su papel de en una reproducción gauchesca de ese ejemplo insigne, de esa
“hombre-caballo” puro, sin que el malentendido sobre la san- palabra revelada. Al hacerlo, Aballay intenta, compulsivamen-
tidad calme los reclamos de su conciencia. Al final del relato, te, alejarse del determinismo telúrico de la tierra sin límites,
el protagonista regresa al punto de partida. Allí lo espera ese bárbara, refugiándose en la cultura, en la espiritualidad, en un
encuentro tan sorpresivo como previsible; el gaucho estilita se relato mítico preexistente; al mismo tiempo, si lo pensamos des-
topa entonces con el hijo del muerto, quien, veinte años des- de El silenciero, el personaje elige voluntaria y definitivamente
pués, se ha convertido él también en una especie de anacoreta, el desamparo en vez de buscar un techo protector fuera de al-
pero anacoreta de la venganza ya que el hombre lo sigue para cance, pero también prefiere la tradición, aunque sea ardua e
cobrarle la muerte de su padre. En un segundo duelo, simétrico indescifrable, al “ruido” de lo arcaico.
al primero, Aballay destroza la boca de su adversario y, al bajar Símbolo de la culpa y la redención, Aballay es, como puede
por fin del caballo para ayudar al herido que agoniza, éste lo verse, un gaucho expiatorio. Es decir un gaucho responsable de
hiere mortalmente. una muerte causada en un duelo (como lo era Martín Fierro),
126 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 127

pero torturado por la culpa. Es un gaucho que integra, entonces, na, con un pesimismo digno de Ezequiel Martínez Estrada y de
la dimensión ética que a menudo Borges comentó en su lectura su visión apocalíptica de la pampa, tragándose al gaucho mártir
del poema de Hernández, señalando que la figura elegida como –o a este anacrónico gaucho existencialista–.
antepasado colectivo de los argentinos era un asesino. Aballay El texto parece avanzar, por momentos, a partir del discur-
es un Martín Fierro culpable (es decir, un Martín Fierro leído por so del cura, por asociación de palabras, tomando ese discurso
Borges), pero consciente de la culpa e inscrito en una perspec- como ejemplo o tomándolo como un intertexto enigmático que
tiva de redención. En este sentido y a diferencia del payador, el se interroga. A menudo el protagonista se refiere a ese discurso
estilita sí sería un antepasado posible. En todo caso, su regreso anterior, cifrado y determinante, lo que se agudiza al final del
y el segundo duelo retoman también el desenlace del Martín cuento. Aballay hiere al hombre con una caña que, por acci-
Fierro, en el cual un nuevo duelo, de payadas esta vez, enfrenta dente, se ha vuelto afilada (la caña se incrusta en la boca del
al protagonista con el hermano del Moreno asesinado otrora. retador y se la destroza). Entonces se plantea para el gaucho
Como lo recuerda Beatriz Sarlo, Borges en su momento había un dilema: ¿puede o no desmontar?, dilema que amplifica un
prolongado, en “El fin”, el desenlace del poema de Hernández; interrogante constante a lo largo del texto sobre la norma de
en ese cuento de Ficciones, unos días después de la payada, su conducta, sobre lo acertado del comportamiento del pro-
Martín Fierro vuelve a enfrentarse con el hermano del muerto y tagonista, comparado siempre con las explicaciones liminares
muere; pero al cumplir su propio destino –al cerrase la biografía del cura. La duda, de tonalidades también existencialistas, se
de Martín Fierro, dejada abierta por Hernández–, él le transmite formula en estos términos: “Desmonta a dar socorro y llega has-
involuntariamente al otro Moreno su propio destino de asesino ta el vencido, pero lo bloquea su ley: no bajar al suelo, y lo ha
y de gaucho perseguido (la reescritura propuesta por Borges, hecho. Angustiado, levanta la mirada para consultar, y por su
Josefina Ludmer lo señala, ignora la transformación del duelo cuenta resuelve que en esta ocasión será justo que permanezca
en payada y la dimensión didáctica, y hasta moralizadora, de La todo lo que haga falta”.
vuelta de Martín Fierro). En la versión de Di Benedetto, el duelo Esa duda, ese interrogante formulado a la palabra paterna,
no produce, como en el cuento de Borges, una repetición o una a la tradición, al pasado, a Dios, le es fatal: “El instante de vaci-
reproducción de destinos: no es el hijo el que mata para con- lación basta para que el vengador de abajo alce de punta el cu-
vertirse en un nuevo culpable, sino que Aballay, sin quererlo, chillo y le abra el vientre.” Lo que se le plantea a Aballay, en el
repite su gesto asesino (hiere al hijo después de haber matado al momento de actuar, es un interrogante ético sin respuesta, un
padre), y él mismo termina su recorrido de expiación recibien- dilema sin solución, pero que remite a un discurso heredado, a
do una herida mortal en el momento en que decide bajar del una visión tradicional del mundo y a los cimientos de la trage-
caballo para socorrer al hombre agonizante. Hay por lo tanto dia (según Piglia, a la tragedia puede vérsela como un género
una especie de anulación ética, una fatalidad de la verticalidad que establece una tensión entre el héroe y la palabra de los
negativa; la repetición indica la falta de libre albedrío en el com- dioses, del oráculo, de los muertos: “La tragedia, como forma,
portamiento del gaucho y lo ineluctable de esa repetición que, es esa tensión entre una palabra superior y un héroe que tiene
desde el inicio, Aballay pretende evitar. La tierra bárbara termi- con esa palabra una relación personal”). La palabra del cura (los
128 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 129

estilitas y el conjunto normativo que se esboza detrás de esa perspectiva, subrayemos que los indios que Aballay encuentra
denominación), ¿qué quiere decir exactamente? ¿Cómo inter- durante su vida retirada piensan que no es que él no quiera
pretarla? ¿Cuál es la norma? ¿Cómo actuar? Éste sería el primer sino que no puede desmontar, y deducen, por lo tanto, que se
segmento de una larga serie de preguntas que la reescritura de trata de un “hombre-caballo”, es decir, de un Centauro. La mi-
la reescritura borgeana del Martín Fierro va a ir suscitando. A rada de los indios integra, irónicamente, al gaucho perseguido
pesar de y pasando por “El escritor argentino y la tradición”, la en el Olimpo de los griegos.
palabra heredada, la palabra aprendida en la cultura occidental, En todo caso, muchas peripecias de la trayectoria del gau-
no permite enfrentar las contradicciones de la realidad, ni defi- cho estilita inducen una lectura en ese sentido, es decir, el de
nir una posición ética, en Argentina y a mediados de la década la emergencia de un héroe nacional gracias a un malentendido.
del setenta. Resulta singular, de más está decirlo, que sea en el Porque, anecdóticamente, es un malentendido el que origina la
contexto literario de la pampa y en un cuento quizás escrito en transformación a la que aludo. Aballay gana una apuesta y el
la cárcel que esta problemática moral, frecuente en la obra de perdedor, resentido, le paga tirándole las monedas al piso, al pie
Di Benedetto, se plantee con tanta agudeza. del caballo. El jinete, para evitar la humillación de pedir ayuda y
Pero la problemática moral y los interrogantes a la palabra lo ridículo del gesto de intentar recuperarlas él mismo, prefiere
heredada se fundamentan y desarrollan a partir de un malen- renunciar a un dinero que en realidad está necesitando y hasta
tendido, también de raigambre, digamos, intertextual. Efecti- codiciando. Ese gesto, mal interpretado, ya que no correspon-
vamente, “Aballay” retoma una conocida paradoja histórica. El de a un desprendimiento voluntario, es el punto de partida de
gaucho perseguido, menospreciado y marginado en la Argen- una particular reputación: a Aballay le “nacen famas”. Luego,
tina del XIX, da lugar a un texto de reivindicación y defensa de cuando regresa de una difícil estada en la “bruta pampa”, sucio,
su estatuto y de su figura, el Martín Fierro, que tendrá, como menesteroso, sediento, su decadencia física da lugar, de nuevo,
es sabido, una masiva repercusión popular. Entre la intencio- a una interpretación errada: “‘Lleva su cruz’, se susurran, con
nalidad eventual de Hernández, la repercusión de su obra y su actitud reverente.” Aballay, al oír ese comentario, decide cons-
contradictoria “canonización” por la generación del Centenario, truirse una cruz con dos palos y hace abluciones –otra vez, la
una serie curiosa de inversiones, muy comentadas, acompañan palabra metafórica se convierte en instrucción de comporta-
el texto. Muerte y transfiguración del Martín Fierro, decía Mar- miento–. Empieza a ser reconocido, no en tanto que Aballay,
tínez Estrada. Ahora bien, esta historia, la historia del devenir sino en tanto que imagen de esos relatos anónimos. Aballay se
del texto y la de esa figura, la del gaucho perseguido convertido adapta a un personaje creado por la imaginación popular, hasta
en santo laico para una sociedad transformada por el aluvión convertirse en santo –le ofrecen pan y vino, aludiendo a una
inmigratorio, es la historia narrada en el cuento de Di Bene- comunión– o sea que se ha convertido en una traducción del
detto. Aballay se irá volviendo, a pesar suyo, un objeto de culto personaje mencionado en el relato del cura (como el gaucho
y veneración. Desde ya, las resonancias grecolatinas del ejem- Martín Fierro traduciría al Cid o a Ulises, en la visión de los
plo de los estilitas sugieren una afinidad con la lectura épica intelectuales del Centenario). Finalmente se le piden curacio-
del gaucho y del Martín Fierro hecha por Lugones. Y, en esta nes milagrosas y a la pregunta “¿quién sos?” contesta, como
130 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 131

Cristo en tantos cuentos populares, “un pobre”. Este proceso que ver, ante todo, con este aspecto. Así como Sarmiento, el san-
es, entonces, la dramatización de un malentendido: el crimi- juanino, escribe desde el exilio sobre una pampa que no conoce,
nal, el excluido, el culpable, se convierte, sin buscarlo, en el Di Benedetto, el mendocino que durante muchos años y varios
centro espiritual de la región. Por supuesto, la hipótesis es que libros buscó su propia originalidad en algunos espectaculares
esta exaltación de un gaucho malo, esta construcción casual experimentos narrativos (pienso en ejemplos comentados, como
de un héroe, ficcionaliza la recepción del Martín Fierro en su El pentágono y “El abandono y la pasividad”), y que nunca fue
momento y la mitificación paradójica de la crítica nacionalista. reconocido en los centros de legitimación del sistema literario
La historia de Aballay repite el Martín Fierro y multiplica sus nacional, ese Di Benedetto termina deambulando por el espacio
eventuales interpretaciones. fundador de una literatura, justo antes de que ese mismo país
Al mismo tiempo, en el relato de Di Benedetto es notable el lo expulse a otro exilio. Las coordenadas del espacio literario
desliz hacia la hagiografía. En vez de un héroe épico, encontra- en Di Benedetto, arriba evocadas, permiten aprehender, creo, la
mos en “Aballay” a otro tipo de héroe y otro tipo de relato: una dimensión que toma la pampa en su cuento: la de una esceno-
vida de santo, una vida de mártir. Como la vida de San Antonio grafía que, metonímicamente, significa el lugar de la creación.
y sus variopintas tentaciones, como la de San Simón el viejo, el Lugar de creación, es decir, lugar de cruce de lo imaginario con
más célebre estilita de la Antigüedad, que pidió que le constru- lo cultural, de lo pulsional con la tradición (o de lecturas imagi-
yeran una columna de cuarenta codos para alejarse de su pro- narias de lo cultural, de lecturas pulsionales de la tradición).
pio prestigio espiritual y de las multitudes de espectadores que La inscripción en la tradición como error, la figura del gau-
asistían a sus actos de contrición, la de Aballay es también una cho convertida en un héroe involuntario, la imposibilidad de
vida de pulsiones, revelación, conversión, privaciones y marti- encontrar verdades en la palabra heredada, la apropiación del
rio. El destino del gaucho como una canonización involuntaria; espacio fundador de la literatura argentina dentro de obsesio-
su expiación como un fracaso; su identidad –supuestamente nes y constantes personales: Di Benedetto cristaliza en “Aba-
determinante para los argentinos de hoy– como un malenten- llay” su relación con la cultura y con el sistema literario a los
dido. La ironía que implica convertir al héroe mítico en santón que pertenece. Y, por supuesto, que lo haga retomando la fi-
errado es intensa y muy negativa, ya que supone el fracaso, otra gura del payador es significativo para una obra centrada hasta
vez, de toda referencia ética. Ese gaucho expiatorio, ese santón entonces en otros espacios y otras reescrituras. En este sentido
errado, es el que representaría al payador-escritor en la versión puede leerse “Aballay” a partir de la relación conflictiva que se
de Di Benedetto, si retomamos la asociación canónica del gau- instala, desde las primeras páginas, entre el relato de Di Bene-
cho con el autor, en particular la de Lugones y El payador. detto y otros relatos, otras tradiciones: la cultura clásica, la tra-
Si escribir es manchar la hoja en blanco, marcar el cuerpo dición cristiana, la gauchesca, sus lecturas e interpretaciones. El
materno con una palabra a la vez heredada y parricida, escribir gaucho Aballay no puede sino interpretar, repetir, releer, rees-
en Argentina pasaría por la capacidad de dejar una huella en la cribir, intentar descifrar correctamente un mensaje heredado y
inmensidad de esa llanura literaria. La actualización de esa serie polisémico; y también buscar en esa biblioteca un camino para
de imágenes heroicas alrededor del gaucho que recorrimos tiene su propia culpa, para su propio crimen, para su propio destino,
132 HÉROES SIN ATRIBUTOS DI BENEDETTO: SILENCIERO 133

para su propia palabra. El intento de purificación (o de glorifica- una tradición. Ya Borges había intentado concluir el proceso al
ción) gracias a la identificación con los modelos es, de por sí, un inventar un final para esa historia con espectaculares operacio-
gesto del pasado, condenado a fracasar: ya no se puede elegir nes de lectura, pero dejando intersticios: la repetición, la circu-
ser ermitaño sobre una columna, ya no se puede inventar nada laridad, la fatalidad. En el momento de la dictadura, “Aballay”
sobre gauchos y pampa, sólo se puede recorrer un laberinto de se instala en esos intersticios borrando todo futuro: el gaucho
nombres canonizados y frases ya impresas, leídas e interpreta- como héroe inerte y su vida como símbolo de anulación ética
das: la ilimitada llanura de “Aballay” sería la modesta “Bibliote- ya no tendrán más avatares. Simultáneamente, El fiord (1969)
ca de Babel” de Di Benedetto. de Osvaldo Lamborghini y Moreira (1975) de César Aira, intro-
Después de escribir desde el margen y la aterritorialidad, ducen otros modos, irrespetuosos, paródicos, histriónicos, de
aquí se constata que la pampa es incapaz de brindarles imá- referirse a lo popular-gauchesco, modos que se prolongarán en
genes heroicas renovadas a los autores argentinos; el anacro- la década del ochenta con otras novelas de Aira (Ema la cautiva,
nismo aparente termina definiendo coordenadas muy actuales El vestido rosa) y con el irrisorio escritor-payador que resulta
de cierta disolución melancólica de una tradición, de una tra- ser el personaje de Waldo en La ocasión de Saer.
dición que ha dejado de ser un concepto operativo. Si Martín Pero este último avatar del gaucho-escritor no carece de
Fierro se ponía a cantar y fundaba una literatura, si el gaucho grandeza. Aballay es un héroe pasivo, fruto de una construc-
Don Segundo Sombra resultaba ser un diestro maestro de es- ción que le es ajena y que se fundamenta en una ausencia, en
critura, Aballay sólo copia, reproduce, mima –o, si se quiere, un vacío, en un silencio. Aballay, héroe triste, observador me-
calla, hace silencio–. Estilita o estilista, ese lugar elevado sobre lancólico de un pasado espléndido, de una escritura sin dificul-
una columna, un pilar, un caballo, es el emblema del escritor tades. Aballay, héroe alejado, que renuncia, que se retrae en su
en la versión de Di Benedetto, ermitaño sufriente, instalado en propia duda y en su propia culpa, héroe cuyo único acto volun-
las ruinas de una arquitectura equilibrada y perfecta, de una tario es la falta de voluntad –esa decisión de no actuar, lo que
creencia y una belleza sin fallas, de una escritura a su manera no impide que mate nuevamente–. Aballay, imagen patética del
clásica (la de Hernández, la de Lugones, la de Borges), imposible que sería el último héroe argentino, el escritor, al que la socie-
de imitar pero todavía imponente. dad entroniza en un lugar ambiguo, presente y borrado, sabio
“Aballay” cristaliza entonces una concepción de la escritura y mudo, pero que no puede sino contemplar en silencio un
y una representación del autor presentes en otros relatos an- mundo sin héroes. El escritor, como el gaucho, sería, entonces,
teriores de Di Benedetto, enriquecida aquí con el contrapunto un héroe casual. O, parafraseando a Musil y a Saer y retomando
heroico propuesto por la tradición pampeana y por sus mitos el título de este libro, el escritor, imagen degradada del gaucho
de creación. Pero más allá de sus implicaciones dentro de esa que alguna vez fundó legendariamente nuestra literatura, sería
obra, el cuento cierra un ciclo o termina con las reescrituras ahora un héroe sin atributos.
reverenciales o trascendentales del gaucho y de la pampa. O,
tal vez, es la última peripecia de una expectativa: la del gau-
cho-escritor, la de un escritor heroico, heredero y fundador de
IV. Lamborghini: Lacan con Macedonio

...el gran escritor es, dicho en lengua vulgar,


una pasión del Otro.

O.L.

Lacan y Macedonio velan en la entrada de la carrera literaria de


Osvaldo Lamborghini. Junto con El fiord, verdadero mito de ori-
gen para ese autor y texto con el que se lo identifica aún hoy, la
primera edición de 1969 propone un ultílogo analítico, redacta-
do por Germán García, de tonalidad vagamente lacaniana, más
extenso que el texto comentado y firmado “Leopoldo Fernán-
dez”. Lacan vago, Macedonio cifrado (Leopoldo/Macedonio): la
irrupción de ese texto “ilegible” se encuentra así mediatizada
por dos figuras tutelares de las vanguardias de los sesenta; Ma-
cedonio, en tanto que escritor secreto, sin circulación pública
ni obra “visible” (El fiord se edita con un falso pie de imprenta y
un nombre de editorial inventado); Lacan, en tanto que sistema
explicativo que, a falta de normalizar, parece autorizar una ex-
presión transgresiva –sexual y discursivamente–, constituyen-
do una especie de horizonte de inteligibilidad. Ahora bien, ésta
es quizás una perspectiva creada por la publicación (y, retros-
pectivamente, por la recepción) y no por el texto en sí. O, mejor,
esta doble marca subraya los aspectos de la textualidad en El
fiord que podrían ser leídos dentro de una dimensión macedo-
niana o lacaniana. Una doble presencia que va a acompañarlo a
Lamborghini a lo largo de toda su producción, e incluso, en el
caso de Macedonio, más allá de su muerte. “Lacan con Macedo-
nio”: para ser exhaustivos, habría que decir “Lacan con Perón y
135
136 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 137

Macedonio”; pero lo político ha sido, creo, más trabajado, por lo Del lado de Lacan, está, primero, la relación personal –y
que reduzco la trilogía a una dualidad. conflictiva– con Oscar Masotta y Germán García, así como la
Del lado de Macedonio, sabemos que el escritor proyectaba participación en Literal (revista en donde cierta lectura de La-
una edición de El fiord precedida por veintiún prólogos (de Gar- can jugó un papel relevante). Luego, la mención, por períodos
cía, Oscar Masotta, Leónidas Lamborghini, Eugenio Trías, Héc- abrumadora, de nombres y conceptos sacados del psicoanálisis
tor Libertella, Severo Sarduy, Lezama Lima, etc., reproduciendo en general y de la obra del francés en particular, por ejemplo en
por lo tanto el gesto de Museo de la novela de la Eterna, cuya El Niño Taza, en donde resuenan la muerte del padre del escri-
primera publicación era muy reciente entonces: 1967); sabemos tor, la muerte de Masotta y la muerte de Lacan con tonalidades
que Lamborghini va a escribir con Josefina Ludmer un estudio igualmente irreverentes en los tres casos. O, en un poema in-
sobre “Elena Bellamuerte” (publicado en Literal) y que, lector titulado “Die Verneinung” –término freudiano problematizado
asiduo de Macedonio, va a mencionar a menudo su nombre en por Lacan– se evoca “la aventura de tenerlo a Lacan en el cuarto
sus textos –a mencionarlo respetuosamente, lo que es excepcio- contiguo”, después de haberlo calificado de “ídolo gema” y de
nal–; podemos pensar también que ciertas boutades célebres y aludir a “El inconsciente, el pequeño objeto a y el ser para la
poses radicales (“primero publicar, después escribir”, “no leía ja- muerte”. Más allá, como veremos, puede pensarse que la posi-
más pero sus subrayados eran perfectos”) tienen que ver con ese ción (o más bien, la afirmación de una posición) de la sexualidad
escritor y con su figura ficticia, Recienvenido; también podrían en la escritura, íntimamente asociada al lenguaje y a los juegos
tener una relación con los escritos de ese autor algunos fenó- de significantes, no es indiferente tampoco a las particularida-
menos textuales como el barroquismo humorístico y hermético, des de los textos de Lacan. Y, de nuevo, la definición de un vacío
una indiferencia provocadora por el lector, una tendencia al ni- del sujeto que enuncia, la visión del sujeto como una instancia
hilismo y a la autodestrucción del sentido. Por último (aunque discursiva y como una instancia deseante, se inscribiría en la
lo que precede no sea una enumeración estricta, como se verá), misma esfera de influencias.
es macedoniana la posición del sujeto de escritura dentro y, so- Simplificadoramente, éstas son algunas de las coordenadas
bre todo, fuera del texto: por un lado, borrado, anulación, auto- de una relación con Macedonio y con Lacan –indisociables de
destrucción del autor y, por el otro, una concepción del escritor la delimitación de un lugar y de una figura de autor–, que in-
como un escritor de procedimientos y de proyectos, no de resul- tentaremos recorrer aquí. Pero antes de empezar, corresponde
tados. Fuera del texto y más allá, la excentricidad del “mito Lam- restringir y, en buena medida, desautorizar por adelantado el
borghini” (“maldito mito”, según Alan Pauls), recuerda al mito análisis que sigue. Del lado de Macedonio hay que recordar,
Macedonio en algunos rasgos dominantes: un predominio de la claro está, la dificultad de referirse a ese escritor sin aludir a las
figura sobre los textos, una oralidad supuestamente genial, una construcciones legendarias que lo acompañan: Macedonio es,
producción secreta y proliferante, un genio precursor y fuera de ante todo, un mito. Un mito que se transforma poderosamente
época y, sobre todo, una edición de manuscritos y borradores en los años sesenta: la publicación de Museo..., la edición de
hecha por terceros hasta, en buena medida, construir una obra entrevistas sobre Macedonio, realizadas y agrupadas por Ger-
y cambiar el contenido de lo escrito. mán García en 1969 (el mismo año que El fiord), los ecos de
138 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 139

Macedonio que se pudieron leer en la gran novela experimen- sus trabajos sobre el pop art y sus espectaculares incursiones
tal de la década, Rayuela, más las aparentes coincidencias entre en los happenings (al defender, de nuevo, una hibridación que
las teorías del escritor y algunos faros conceptuales del perío- pudiera “intranquilizar o desorientar”). El Lacan que se lee en-
do (la muerte del autor, la obra abierta), sacaron a Macedonio tonces, en semejante contexto y mediatizado por Masotta, viene
del jirón borgeano, para hacer de él un escritor sesentista y marcado por esa heterogeneidad, esa posición irreverente, esa
neovanguardista. Esta operación, este nuevo misreading que se politización de toda teoría o estética: su pensamiento funciona
prolonga en Literal y en el libro, en buena medida lacaniano, de dentro de una serie de discursos que ponían radicalmente en
–otra vez– Germán García (Macedonio Fernández: la escritura duda las concepciones heredadas sobre el sujeto, la palabra y
en objeto, 1975), implica una ampliación y una modificación la sexualidad. Todavía en 1991, Néstor Perlongher, en su cono-
del mito, no su destrucción; aún hoy, cuando por fin algunos cido artículo sobre Lamborghini (“Ondas en El fiord. Barroco y
trabajos meticulosos y matizados sobre la textualidad macedo- corporalidad en Osvaldo Lamborghini”), se refiere, al hablar de
niana han sido publicados, es imposible hablar del escritor elu- los setenta, a un período de “lacanismo de combate” que, bien
diendo las construcciones legendarias heredadas (la de Borges, mirado, podría más bien compararse con una concepción a la
la de los sesenta y, ahora, la de Ricardo Piglia). Por lo tanto, al Deleuze del inconsciente (por ejemplo, la del Anti Edipo), en
analizar la presencia de Macedonio en Lamborghini estamos tanto que pensamiento sobre el deseo sin normatividad, como
construyendo sobre una construcción: cómo leer huellas de ese una maquinaria o un mecanismo capaz de “jugar” más allá de
escritor “sesentista” (Macedonio) en un autor en alguna medida todo discurso interpretativo. O sea: Lacan es a la vez una nove-
legendario, Osvaldo Lamborghini, un autor que quizás quede dad radical, rápidamente asimilada, y un pensamiento deforma-
como el “nuevo Macedonio”. do por el contexto de recepción en Argentina (todo esto entre
Del lado de Lacan, hay que recordar que sus textos se in- comillas, ya que las particularidades del pensamiento y de la
tegran en un air du temps relativamente heterogéneo, en don- expresión lacanianos hacen que no haya recepción directa, lisa,
de se mezclaban Sartre y Artaud, Bataille y Althusser, Barthes no conflictiva o no deformante: en un punto, a Lacan siempre
y Lévi-Strauss. En el centro de la efervescencia sesentista está se lo lee “mal”).
Oscar Masotta: su figura es ineludible en la transmisión de ese En esas condiciones, elegir el paradigma lacaniano para ex-
corpus teórico. Antes de llegar a la institucionalización de la Es- plicar ciertas particularidades de la producción lamborghiniana
cuela Freudiana de Buenos Aires, la traducción cuidada de los es, a ojos vista, una operación arbitraria; tanto más si se toma
textos del psicoanalista francés y la edición de algunos libros en cuenta que repetidos indicios sugieren que los primeros tex-
pedagógicos de iniciación, Masotta fue el apasionado lector de tos del autor (los más conocidos y los que parecen fijar las prin-
Sartre y de su San Genet, comediante y mártir, fue el autor de cipales características de su escritura, a saber El fiord y “El niño
Roberto Arlt, el suicidado por la sociedad, en donde afirma inso- proletario”) habrían sido escritos antes de que Lamborghini en-
lentemente que el no dominio de un tema, que cierta ignoran- trara en contacto con Masotta y con el psicoanálisis. Sin embar-
cia son un motor de escritura porque permiten “descolocarse” go, y con un efecto de singular influencia retrospectiva, el lugar
ante los demás. Ilegitimidad del saber reivindicada también en que la textualidad lamborghiniana le dará a ese pensamiento
140 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 141

en algunos períodos posteriores parece ser el de un marco que de los sesenta. Pero más allá de esta presencia temática, hay en
canaliza y orienta, cambiando el sentido de lo ya escrito. La “in- Lamborghini una insistente proyección de valores, discursos,
fluencia” vendría después de la emergencia –digamos– de una instituciones, tradiciones, cultura, hacia otro lado, hacia una
poética explosiva. Podríamos ver el fenómeno a partir entonces cara oscura que sería la de la pulsión, única ley y único motor
de los postulados del mismo Masotta sobre las “correlaciones de las acciones humanas. La verdad, los supuestos fantasmáti-
históricas entre movimientos estéticos (o producciones artís- cos acallados, lo que se oculta en la literatura y en el peronis-
ticas) y áreas del saber”, postulados que lo llevaban a asociar, mo, en la escuela y en la Historia, en el saber y en la moral, sería
por ejemplo, “el surrealismo al psicoanálisis y las búsquedas un goce (siguiendo las afirmaciones Dardo Scavino: “El humor
más contemporáneas a la semántica, la semiología y estudios cínico de Lamborghini se caracteriza entonces por considerar
del lenguaje”, como lo afirma Ana Longoni. En buena medida, que detrás de la vanidad simbólica de la comedia humana hay
el paradigma lacaniano parece ser un modelo que valida prácti- una sola cosa real: el goce”). Leídos a partir de Barthes, los tex-
cas balbuceantes pero ya existentes. Es con estas limitaciones y tos serían entonces “textos de goce” (que intentan expresar lo
en este sentido que pienso interrogarme sobre la función de la “real del goce”) o sea, a la vez textos imposibles, insostenibles,
huella lacaniana en esa producción literaria; es decir, leyendo fuera del placer, reacios a todo discurso crítico, condenados a
a Lamborghini como el símbolo de cierta relación entre psicoa- lo indecible. Textos que suscitan miedo o, como diría Lacan en
nálisis y literatura en los años sesenta y como emblema de la La ética del psicoanálisis, que incluso aburren, porque se acer-
evolución de la herencia macedoniana en esa época, más allá can a un centro de incandescencia, a un cero absoluto, que es
de una filiación fehaciente y transformadora. psíquicamente irrespirable: son textos malos. Esta constatación
general inscribe, desde ya, la producción bajo el signo de una
lectura sesgada del psicoanálisis: pasamos de nombrar lo otro
LA CÁTEDRA DEL DESEO de la conciencia, la razón y el lenguaje a borrar todo sentido,
toda lógica y todo lenguaje que no sean expresiones pulsiona-
El primer nivel de una “influencia retrospectiva” es lo que cons- les. Bataille y Artaud podrían también citarse en el horizonte de
tituye al mismo tiempo la característica más espectacular de los lecturas que permite una visión tan radical del asunto.
principales textos de Lamborghini, a saber, un cinismo radical Porque mucho más que en un “decir lo sexual”, es en un de-
que convierte todo en asuntos pulsionales: esa omnipresencia cir desestabilizado por lo sexual en el que encontramos una es-
de lo sexual en una vertiente transgresiva salta a la vista, en pecificidad. En eso hay una dimensión, digamos, programática.
particular en los textos que mantienen una estructura narrativa En uno de los escasos textos ensayísticos de Lamborghini, “La
relativamente tradicional (además de El fiord y “El niño proleta- intriga”, publicado anónimamente en Literal en 1973, leemos:
rio”, “La causa justa”); en ese sentido una marca importante de “Desde su riesgosa cátedra, el deseo dicta hoy la pertinencia de
su lugar de autor y de las modalidades de su circulación tienen los halos de connotación, los árboles de palabras, los sueños, el
que ver con una verbalización amoral que puede asociarse tanto bosque, niebla donde ninguna figura es del todo reconocible
al Marqués de Sade y a Jean Genet como a la revolución sexual ni absolutamente incierta.” El deseo como una cátedra riesgosa
142 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 143

que determina las connotaciones, las intrigas oníricas o las orga- las redes de la significación. En adelante habrá que pensar en
nizaciones del bosque narrativo, impregnando al conjunto con términos de superficies, de retorcimientos de superficies y de
una incertidumbre esencial o con un sentido negado: esta frase bordes, en la representación en el plano de figuras espaciales
puede leerse como un proyecto de escritura. En resonancia con imposibles y en el espacio de figuras planas improbables.
el contexto de producción, el deseo es un asunto de lenguaje
y en esa dinámica entre sexualidad y discurso se establece, sin Esta aguda revisión de la transmisión, este borrado del sujeto y
duda, la principal marca lacaniana. La declaración de principios del sentido en beneficio de un desliz de significantes, abren las
de la revista Literal, cuando afirmaba que proponer “un objeto puertas para una escritura hecha de juegos, distorsiones, neolo-
para la carencia no hace más que subrayar lo inadecuado de la gismos, polisemias, declinaciones paradigmáticas, en contra de
respuesta a la pregunta que se intenta aplastar”, completa esta todo simbolismo: una escritura de denotación pura. Simplifican-
idea: una literatura situada del lado de la pregunta, del pedido, do: en el prólogo de la primera edición de Novelas y cuentos (en
de la carencia como elemento constitutivo del hombre, y no del 1988), César Aira se pregunta: “¿Quién había oído, por ejemplo,
de la respuesta, la plenitud tranquilizadora, la satisfacción. En la palabra ‘tento’, antes de leer la frase ‘El Sebregondi con plata
una perspectiva similar, el uso de un lenguaje psicoanalítico para es un Sebregondi con-tento?’”; la respuesta sería, por supuesto,
procesar fenómenos colectivos –en este caso, culturales o políti- que, antes de que lo hiciera Lamborghini, los que ya habían
cos– también puede tomarse como un rasgo característico. oído la palabra “tento” habían sido Masotta y Lacan.
Como para completar un horizonte de contextualización Porque, consecuentemente, para el psicoanálisis, la escu-
sobre la irrupción urbi et orbi del psicoanálisis en tanto que ins- cha, la interpretación, la asociación (vale decir, el efecto semán-
trumento para repensar el lenguaje, tomemos dos citas de Ma- tico del lenguaje, su involuntaria eficacia de transmisión) están
sotta que evocan, involuntariamente, la obra de Lamborghini. en la falla, el lapsus, la polisemia; en todo caso, ésa es la visión
Primero, un texto de la revista Los libros publicado en agosto propuesta por Masotta en Lecturas del psicoanálisis:
1970 y citado por Germán García en La entrada del psicoanáli-
sis en Argentina, en el cual se asocian vanguardias, subversión, Hay diálogo psicoanalítico cuando en la palabra del paciente
vacío del sentido, redefinición del sujeto y desliz de significan- se escucha la emergencia del significante. Para hacerlo no hay
tes en formas barrocas e inciertas: que escuchar lo que el paciente dice [...] Un ejemplo: “Papá
me siento mal”. La actitud no analítica, sería tratar de com-
Como en el surrealismo, el dadaísmo y las expresiones más prender qué le sucede para ayudarle. Lo analítico sería decir:
nuevas del arte contemporáneo, la subversión freudiana ha to- “Siéntate bien”. La interpretación, si ustedes quieren, por decir
cado fondo en el espacio de la representación. Un significante algo, tiene que ver con el trasero, con el erotismo anal. En este
no representa nada. Al revés, el significante (según fórmula punto se ve el desvío por el doble significado de la palabra.
de Lacan) representa al sujeto para otro significante. Repre-
senta el sitio topológico del sujeto como intersticio, ese sujeto Si cruzamos las dos citas, encontraríamos que lo “más nuevo”
de la teoría psicoanalítica que Freud descubrió enredado en en la representación es percibir al “sujeto como intersticio” y al
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lenguaje como “retorcimiento”; la literatura, por lo tanto, su- Hoy no: no hoy. Esclavizado a este evento/total. El juicio
pone el “desvío por el doble significado de la palabra.” El estilo oral/cagar/en la boca, cagado en la boca, el juicio: –Oral. Pero
de Lamborghini podría leerse a partir de este cruce de afirma- (¿pero?) el gran escritor es, dicho en lengua vulgar, una pa-
ciones, afirmaciones que no son ajenas, a su vez, a las marcas sión del Otro. Quien define un género (masculino/femenino)
surrealistas y barrocas que encontramos en el propio Lacan. promulga desde su mayúscula la Ley, pero también la minús-
Una escritura que desdeña la representación, en donde se tra- cula y el, el a del goce b, que funda la posibilidad de que otro,
ta, “por decir algo”, del “erotismo anal” o, “si ustedes quieren”, cualquiera, hable/le. Quien erige el Género, y en él se erige,
de una desubicación incomodante de lo “trasero”. Un estilo de promulga la sexuación, convierte en un incluso, incluso, a los
sentarse “mal”. meros devaneos eróticos del ser (individual: indiviso, para su
Más allá de esta afirmación general, y sin ceder a una dis- desdicha): al se hace la pista –el escritor grande–, y gracias a él,
cutible enumeración de procedimientos comparables a los del le, hasta el gruñido de Josefina se vuelve canto– él promueve
psicoanalista francés o a una clasificación de mecanismos, pero la Fábula, y entonces, también los animales hablan: así como
intentando, eso sí, desarrollar y ejemplificar lo tajante de los pá- el Artista del Hambre y el del Trapecio, sin olvidar a Sancho
rrafos precedentes, digamos que la lectura de la prosa de Lam- Panza y a la Pantera: sin olvidar a Martín Fierro, epónimo (por
borghini nos confronta con una cascada de efectos retóricos sinonimia) del anonimato. Hablan todos gracias. Gracias al que
cuya agudeza, a veces, vacía el sentido, la relación causa-efecto aquí se pone: a cantar, se pone, en el lugar del Otro.
y el desarrollo de la frase. La dinámica de invención, digresión
y variación está a menudo en el centro de la enunciación, vol- Hiatos, cursivas, guiones, mayúsculas, dos puntos, barras, pa-
viéndose un sinónimo de la escritura en sí: se escribe el proce- réntesis, etc., etc., aparecen a cada paso, en un discurso que, en
dimiento, se dice lo proliferante. Así como Breton y Soupault en este caso, funciona como un pastiche bastante transparente de
Los campos magnéticos intentaban, gracias a la escritura auto- las marcas de muchos discursos del período (“telquelista”, derri-
mática, alcanzar una escritura “inconsciente”, transmitiendo lo diano pero también lacaniano). En Lamborghini, como en Ma-
que en ellos les murmuraba la “boca de sombra”, Lamborghini cedonio –¿y en Lacan?–, hay un desaliño sintáctico, un vértigo
parece materializar una escritura de significantes desligados lógico y una gramática que Ricardo Piglia hubiese calificado de
del significado pero apuntando siempre a una dimensión re- “onírica”. En estos juegos también encontramos una presencia
primida de turbias connotaciones pulsionales: ese “algo” entre- fuerte, con valor paródico, del psicoanálisis en la utilización de
visto y transgresivo. El desliz se lleva a cabo a veces con una un léxico específico y hasta de una jerga connotada: Oral, Otro,
acumulación de deformaciones sintácticas y de utilizaciones Ley, sexuación, goce; aquí, como en tantas otras páginas, los
irregulares de la puntuación en tanto que procedimientos enfá- conceptos psicoanalíticos figuran, carnavalizados. En particu-
ticos, aunque a menudo no sepamos qué idea, efecto o sentido lar, el “a del goce b” va a dar lugar, algunas líneas después, a un
se está subrayando de esa manera: la proliferación, los excesos torrente de “a” que remitiría al objeto del deseo en la definición
de sobreentendidos e indicios anulan en parte la comunicación lacaniana, el objeto a: “Escribo tan bien como un níspero que se
unívoca. Por ejemplo, un fragmento de Sebregondi se excede: las diera A de torero. Sin embargo, es verdad mientras mi lápiz
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–labial– (sentimental) en lágrimas empero se baña. Aña tras aña Che, Osvaldo. ¡Osvaldo, Osvaldo!
es verdad: es así, es Literal, es SIC: a de náusea y a, a de abunda: ¿Por qué no Lamborghini? Mi hache intermedia no logra
¿que yo “tengo” –tengo– la culpa? O a, de acaso me adelanto, clavarme una jeringa (descartable) en el ano adicto materno-in-
¿acaso yo la culpa tengo?” fantil cuando más lo necesito –cuando más lo necesito: con un
Escritura, inversión sexual (“lápiz –labial–” para escribir) y temblor de manos. Comprendemos entonces esa novela. Y esa:
esa acumulación de “a” que sitúa lo que se escribe en el lugar petaca de alcohol, ya-ya. Un inconsciente estructurado como
de lo deseado, de lo vacío y de lo imposible. De una manera u una mujer: tachada, suprimida como la Virgen –Nuestra Seño-
otra, el modelo discursivo lacaniano sería operativo para situar ra– en la Trinidad Santísima. Empieza a comenzar, bajo el signo
el aluvión, entre conceptista y obsceno, de Lamborghini. del empuje: la pulsión permanente, trabajadora, mundial.
En paralelo, vemos en las citas precedentes que la profu-
sión integra figuras histriónicas de la escritura (sacadas de Ka- Ampliando la perspectiva, recordemos que la heterogeneidad y
fka, Cervantes, José Hernández y otros más): el que se “pone a la riqueza de referencias enciclopédicas y populares del estilo
cantar” (un Martín Fierro “epónimo del anonimato”), el Sancho de Lacan –varios estudios lo muestran– hacen que su expresión
Panza que podemos imaginar campesino y refranero, el “artista tenga una fuerte dimensión de comentario cultural. A menudo
del hambre” que en el cuento de Kafka agoniza afirmando que se ha puesto de relieve su manierismo, su autodefinición de
no hay comida que le guste, el que hace hablar a los animales barroco y su práctica de la agudeza, su inspiración mallarmea-
(¿Esopo o San Francisco?), son todas imágenes negativas que, na –en la condensación y el hermetismo–, su fascinación de
agresivamente, dialogan con la tradición. Ser “escritor grande” juventud por Breton, su paso por la escritura poética, su recu-
es una operación imaginaria que incluye las figuras de autor peración de modos de escritura de Freud (otro “escritor” del
del pasado (se es escritor por “pasión del Otro”), pero apelma- psicoanálisis) y, en general, el valor sofisticado y trabajado de
zándolas en una despersonalización, en un desorden, en una su expresión (escrita u oral-escrita en sus seminarios). Una de
confusión: la tradición es a su vez un lapsus o un juego de pa- las características de esa escritura es entonces el carácter de
labras insolente. El psicoanálisis fomentaría entonces semejante comentario heterogéneo: mezcla de referencias ultracultas (de
desestructuración y desautorización de la tradición heredada. las más institucionalizadas y marmóreas de Francia: los grandes
Masotta recuerda que, para Lacan, “el inconsciente es el discur- poetas clásicos y los alejandrinos correctamente ritmados) y de
so del Otro”; para Lamborghini, es el escritor quien está en ese juegos con la lengua cotidiana, en algunos casos en un registro
lugar (“el lugar del Otro”). Escribir es situarse estruendosamente francamente grosero. Por ejemplo, el célebre y complejo calam-
del lado del “inconsciente” (ya se sabe, “estructurado como un bur: “Il ne faut pas convaincre. Le propre de la psychanalyse,
lenguaje”) o hablar desde un supuesto “inconsciente” con un c’est de ne pas vaincre, con ou pas”. El calambur se juega alre-
lenguaje virulentamente desestructurado. Un ejemplo de ese lu- dedor del prefijo con-, que también significa, en francés, “bo-
gar en forma de, digamos, autorretrato que combina drogas, al- ludo” y “vagina”: el insulto coloquial, la diferencia sexual y las
cohol, inversión sexual, pulsión, estadio anal y una perplejidad referencias a la penetración se expanden en múltiples direccio-
ante el significante Lamborghini, leído en Las hijas de Hegel: nes, como en una agudeza conceptista.
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Esa combinación de lo alto y lo bajo, del paroxismo barroco de fijarla. La tiranía de lo sexual lleva a transformar la relación
y el clasicismo, de lo insultante y lo elevado, son marcas de una con las palabras, la posibilidad de producir discurso y sentido,
posición que recupera una herencia y la desbarata (como desba- el paso del vacío (de la página en blanco) a la obra, convirtién-
rata las palabras, con una práctica lúdica y creativa, en particular dolos en una búsqueda de objeto (esa “a” recurrente, hasta en
inventando palabras compuestas). Esta descripción podría a su lo inconcebible: la “A de torero”). De un objeto que, histriónica-
vez aplicarse al estilo lamborghiniano. A la torcedura de signifi- mente, va a materializarse una y otra vez en un “pene” o, mejor,
cantes y a la irrupción constante de lo sexual, ya evocadas, habría en un “falo”, de engañosos visos lacanianos. Masotta, de nuevo:
que agregarles por lo tanto el comentario cultural heterogéneo e “El falo como fundamento de la neurosis”, o citando a Freud:
irrespetuoso, que también tiene resonancias macedonianas por “el falo es la premisa universal del pene.” En Lamborghini, a
esa saturación de referencias cifradas y mezcla de registros (lo través de una cobinación de obsesiones colectivas y personales
culto, lo obsceno, la oralidad, la cita literaria) y por esa dinámica con alusiones cultas, el falo parece dejar de ser un concepto o
de renovación de la lengua gracias a una afirmación vanguar- una “premisa universal” para reflejarse en una infinita serie de
dista de la novedad, aun de cara al psicoanálisis: “la realidad es unidades; deja de ser un elemento de intercambio simbólico
el lugar donde el mate circula” (Sebregondi se excede). Louis para verse proyectado en un imaginario inagotable; el falo deja
Soler compara a Lacan con el lobo de una supuesta expresión de ser la marca de diferenciación que instaura la Ley –en par-
de Valéry –que en realidad habla de un león-– (“el lobo está he- ticular la del lenguaje– para recuperar una espesa e hipotética
cho de cordero asimilado”); este otro lobo o león, Lamborghini, materialidad anatómica. Se vuelve más bien la premisa univer-
incorpora, transforma, deforma, traiciona, toda una cultura, una sal de la escritura, de la cosa producida, del libro existente: “El
lengua, una tradición –y ante todo lo hace, de más está decirlo, optimismo a todo trapo del psicoanálisis falo, hablo” (también
con el ya por entonces prestigioso Jacques Lacan–. en Sebregondi se excede). Es el hueso para roer del sentido en
textos que canibalizan barrocamente todo lo que tocan.
La imposible representación lamborghiniana no sería la
EL PARODIO de un vacío de realidad o una antirrealidad, de corte idealis-
ta (según el juicio tradicional sobre las posiciones al respecto
Volviendo a las citas precedentes, digamos que el término “pa- de Macedonio), sino un vacío pseudolacaniano: el vacío del
rodia”, aunque sea pertinente, no alcanza, creo, para mostrar no-pene, el del objeto imposible (y la inestabilidad lingüística
la amplitud del fenómeno: hay una búsqueda de sentido, de no es ajena, seguramente, a esta inversión de lo simbólico). En
palabra, una puesta en escena de la creación a la que, exaspe- todo caso, la búsqueda se encuentra así mediatizada por una
radamente, se la descodifica en términos sexuales, pasando por cita, una deformación o una parodia del discurso psicoanalí-
algo así como por un código de representación de lo pulsional tico que resuenan en esa, a veces, morosa denominación, en
que se construye gracias al psicoanálisis. A la vez escritura del los textos, de sexos masculinos tan formidables como huidizos.
deseo que descompone la morfología y la sintaxis, pero tam- Otros ejemplos: “Usted usted y yo o yo. Quiero decir, o eso
bién escritura deseada, que, en cada gesto, se rehúye a la hora al menos digo: pee, peer, pen, pensere, preiserne, per, pbenser,
150 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 151

pbai, senere, persenerai, pbn” (Sebregondi retrocede). El discur- El comentario cultural, la filiación literaria trazada (Genet, Sartre,
so literario sería ese vaivén entre “usted” y “yo”, entre “yo o Mallarmé, en este caso), la palabra de esas figuras protectoras
yo”, entre el “querer decir” y el “decir”, vaivén que da vueltas que acompañan el nacimiento de la obra y del autor (su “auto-
alrededor de tres significantes: “pensar”, “problema” y “pene” biografía empieza”), llevan a poder entender (“yo también puedo
(y que alude, por qué no, a un instrumento de escritura, el pen entender”), es decir, a integrar analíticamente una herencia cul-
inglés). El pene, que irrumpe constantemente en la página lam- tural antes de escribir. Pero empezar a ser escritor, o a narrar su
borghiniana, se vuelve así un sinónimo de escritura imaginaria propia biografía de escritor, también es asimilar y compartir el
o de escritura utópica. La búsqueda del pene, en una dinámica deseo homosexual, según el sentido coloquial corriente del ver-
de espera voraz y denominación insistente (como por ejemplo bo entender, en particular en los años sesenta y setenta en Ar-
en El fiord, Sebregondi retrocede, El cloaca Iván), es un leit- gentina (“hay otras cosas que puedo entender”). La escritura, de
motiv que remite constantemente a la posibilidad de creación nuevo, es una dinámica que asocia lo anal y lo fálico, situándose
en sí. Por lo tanto, el acto de escritura, verdadero paso al acto en el contacto entre el “falo de las palabras” y un “ano compla-
en términos de deseo, aparece a menudo confundido con otro ciente”. Una escritura de penes pero también en busca de pene,
acto, la sodomización, un acto que produce, según una cita de una escritura del deseo reprimido y de una zona sexualmente
un poema para niños de Conrado Nalé Roxlo, “música porque negada del cuerpo masculino, el ano: “Si no fuera puto tendría
sí, música vana” (Sebregondi retrocede), o sea, literatura. tiempo para escribir. En cambio (pero no cambio) así sólo me
Por ejemplo, en la primera página de Poemas, en una espe- queda tiempo para publicar y publicar. Es el Orden del Mundo,
cie de declaración programática inaugural, leemos: es: es el Orificio de mi Manantial” (Sebregondi se excede).
Escritura excremental (los excrementos aparecen a menu-
fui un aventurero y Sartre lo entendió / prólogo a Stéphane / do asociados a lo sexual y a lo discursivo), publicación anal,
el Yo estaba primero FUI definidas ambas en términos de goce y que tienden constante-
ladrón homosexual activo y pasivo y Sartre lo entendió / San mente, más allá de una transgresión sistemática, hacia un vacío
San Genet imposible de llenar.
y yo - yo - también puedo entender Por lo tanto, la profusión fálica y su insistente denomina-
pero hay otras cosas, sobre todo, que puedo entender: ción no cubren ni alcanzan, sino que delimitan ese vacío a par-
las palabras las tir del cual se escribe: “Entre el pene y las matemáticas no hay
la melodía la nada, escribía Louis-Ferdinand Céline. En ese vacío apoyar los
melodía labios sedientos, beber allí”. Porque lo deseado, convocado en
de las palabras / cada / palabra / cada / melodía cada página, produce en reacción esa nada (de sentido, de escri-
y fui un homosexual pasivo el ano tura, de deseo insatisfecho): “Perdido, operación del duelo y de
el ano complaciente ofrecido al falo de las palabras la pérdida. Siempre anda. Uno, rondando ciertas palabras. Hasta
- y entonces - que las atrapa. No se atrapa. Nada y jamás”. Escribir es entonces
- aquí mi autobiografía comienza - trazar una carencia de sentido, una carencia del ser e inclusi-
152 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 153

ve una parodia de la carencia: “Vamos a escribir unas cuantas escritura se construye a partir de una mala lectura. En esta pers-
frases para no entender, siguiendo el hilo, desde el supuesto de pectiva, el psicoanálisis es una máquina de producir texto, es
entender”. Esto se corresponde con un movimiento de anula- una manera de suscitar texto, redefiniendo prácticas y temas
ción de lo escrito en la propia afirmación –movimiento también posibles. O aun: permitiendo una expansión y cristalizando un
presente en Macedonio–, gracias a la exposición de una negati- tono que constituyen a la vez rasgos definitorios y valores esté-
vidad y a una enunciación que se autodestruye en constantes ticos de una prosa sin parangón en la literatura argentina: una
paradojas y contradicciones (por ejemplo: “Cualquier dibujo de prosa de/con inconfundible “estilo”. Y en un plano más amplio
chico, si se lo mira bien, y aunque esto seguramente no es cier- y evidente, recordemos que los textos de Lamborghini, al hacer
to (nada de esto) revela la influencia del padre...”) (las cuatro de lo sexual transgresivo el centro de las peripecias, en un gesto
citas son de Sebregondi retrocede). El texto no tiene sentido, fuerte de verbalización de un dominio reprimido en el discur-
también como una falta de dirección, una falta de objetivos. La- so literario (si hay un Marqués de Sade en Argentina, ése es
can decía: les mots manquent à la vérité. Lamborghini parece Lamborghini), se focalizan en la censura; la censura es la línea
afirmar: les mots manquent à la littérature (o sea: las palabras le alrededor de la cual se produce el gesto literario (se dice lo pro-
faltan a la literatura, o las palabras le fallan a la literatura, o las hibido pero se define, al hacerlo, la esfera de un indecible). Esta
palabras yerran la literatura). En esa carencia se da el texto, esa paradójica posibilidad de “decir lo real del goce” que no es aje-
carencia es la literatura, según la afirmación programática de na, por lo tanto, a la irrupción de una teoría psicoanalítica como
la revista Literal arriba comentada: “un objeto para la carencia la de Lacan, considerada menos normativa que otras, termina
no hace más que subrayar lo inadecuado de la respuesta a la trazando un horizonte de impotencia expresiva. Un horizonte
pregunta que se intenta aplastar.” que, de nuevo, recuerda la ambición y los límites del proyecto
Ahora bien, a estas representaciones imaginarias y textua- macedoniano. Y, más allá, no sería absurdo postular que la idea
les de la escritura y del sentido se las podría leer, por supuesto, del síntoma, del exceso, del delirio como modos de creación,
como una recuperación grotesca del concepto de falo y de la podría ser, también, macedoniana.
relación entre palabra y Ley en Lacan. Al sentido del texto, a la Pero, por otro lado, constatemos la agresividad latente de
ley del lenguaje, a la esfera simbólica, se las transfiere o reba- semejante desliz del pensamiento lacaniano hacia un pensa-
ja hacia una genitalidad y una analidad obsesivas. Un sistema miento cínico: la única verdad es el goce, la única palabra es la
conceptual y un modo de expresión (tanto léxico como sintácti- del goce –aunque ciertas lecturas que Lacan hace de la obra de
co) se integran en una poética marginal, vanguardista, negativa. Sade y del goce podrían coincidir con las representaciones lam-
Estas deformaciones y desplazamientos de términos teóricos, borghinianas del asunto–. En esta perspectiva, Germán García
valga el repetido paralelismo, recuerdan ciertos misreadings de escribe que, para Lamborghini, el psicoanálisis era “un objeto
Freud por parte de los surrealistas; en ambos casos, un aporte parodiar”. Efectivamente, entre odio y parodia se juega algo de
exterior a la literatura termina de delimitar un tipo de discurso la esfera de la transferencia afectiva: el parodio como posición
estéticamente anómalo: lo nuevo, así, toma forma. Se puede de escritor. Una agresividad circula, entonces, entre Lamborg-
por lo tanto constatar la relativa fertilidad de la desviación: la hini y la tradición, entre Lamborghini y el psicoanálisis, pero
154 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 155

también entre Lamborghini y el receptor que presuponen sus logo de El fiord en adelante, el reconocimiento está asociado
textos: el que lee, el que “escucha”, el que se deja atrapar en una en algún punto a desciframientos que pasan por esa teoría –así
función de interlocutor. En la prosa de Lamborghini –como en como pasan, a menudo, por una referencia a discursos políti-
la prosa de Macedonio, caracterizada por una ininteligibilidad cos–. Por lo tanto, habría una ambivalencia: por un lado, los
programática–, hay algo de una teatralización, de un monólogo textos desvían el sentido y los objetivos de una teoría, pero sin
histriónico y de un gesto provocador, semejantes a la oralidad. ella, sin la clave, si es una clave, de lectura lacaniana, los textos
Oralidad y agresividad en las cuales también resonarían mode- de Lamborghini habrían permanecido, quizás, en el limbo de
los lacanianos. Es sabido: el discurso del psicoanalista no es, en una ilegibilidad radical: no se publicarían ni leerían como lite-
buena medida, un discurso escrito, sino que esa peculiar moda- ratura. Por un lado pervierten la teoría, mostrándola en tanto
lidad de expresión está indisociablemente unida al seminario, que obscenidad; por el otro, la teoría justifica y, aunque sea
es decir al público y, puede afirmarse, a una representación ri- lateralmente, ennoblece una textualidad perversa. Sin servir de
tual. Es una palabra en diálogo. Así es como muchos momentos “mecanismo de explicación”, un eventual acercamiento laca-
de esos seminarios de Lacan tienen trazas de la presencia de niano delimita la transgresión de esa producción –y, de nuevo,
los interlocutores: Lacan interpela, bromea, agrede, reacciona las claves políticas o ideológicas han cumplido una función si-
a las risas o a las dudas, muchas veces con ironía, a veces con milar en la recepción–. Aparentemente, los textos fundan una
un desprecio latente. Si le agregamos a estas trazas directas el teoría de lo agramatical, del “todo deseante”, del desmembra-
hermetismo de lo enunciado y el intento de romper los reflejos miento del cuerpo, de la palabra, del sujeto; frente a semejante
lógicos del discurso, o sea, si le agregamos la ininteligibilidad radicalidad, la referencia lacaniana sería uno de los medios de
como modo de comunicación, vemos que habría algo de una autorizar y de autorizarse prácticas discursivas inéditas. Así,
postura de provocación (en todos los sentidos: de hostilidad, este psicoanálisis revisado funcionaría como la ley de lo ilegal,
de búsqueda de reacción, de puesta en movimiento del afecto el marco para un discurso fuera de marco.
y de lo no dicho). Esta provocación aparece, magnificada, en Con estas restricciones y para terminar con este aspecto,
Lamborghini: indiferencia por la legibilidad de los escritos, ver- puede pensarse que el discurso lacaniano, mediatizado por Ma-
balización insistente de lo callado, teatralización hostil, efectos sotta y por referencias indirectas a otros teóricos franceses de
que quiebran el discurso, interpelación violenta, son algunos los cincuenta y sesenta, está en el centro del corpus teórico que
gestos suyos que podrían asociarse con el sistema de comu- legitima ciertas prácticas literarias incendiarias y ciertas repre-
nicación lacaniano, pero que también dan de él una imagen sentaciones del lugar del autor. Aunque no haya que sobrein-
caricaturesca. Reduciendo las distancias: visto desde Lamborg- terpretar ni sobredeterminar el papel de Lacan (hay todo un air
hini, el seminario lacaniano sacralizado sería una especie de du temps, dijimos, que lo incluye y lo combina con otros siste-
happening vanguardista. mas de pensamiento y de expresión análogos) y aunque haya-
Sin embargo, a contrapelo de la parodia y la deformación mos postulado que la teoría no es la causa que, mágicamente,
agresivas, hay que recordar que el psicoanálisis fue, al mismo explicaría una palabra anómala, el psicoanálisis parece ineludi-
tiempo, un vector de circulación para estos textos. Desde el epí- ble a la hora de evaluar, hoy, esa producción. A un tiempo, pre-
156 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 157

texto de escritura y referente externo que la autoriza: el doble Barthes y de Lacan cambia, por supuesto, la percepción de sus
movimiento podría dar cuenta del fenómeno. Curiosamente, textos). ¿En qué sentido Macedonio sería, entonces, operativo en
esta incorporación paródica e irrespetuosa vuelve más visible Lamborghini? ¿Qué imagen de Macedonio se esboza a partir de
los orígenes surrealistas del estilo lacaniano: la reescritura su- los textos de Lamborghini? O, mejor, ¿en qué medida esta doble
braya las fuentes de sus fuentes. Así, y como siempre en el caso presencia (Lacan y Macedonio) determinan una manera de ser es-
de las diferentes vanguardias, la ilegalidad supuesta y la nove- critor y de construir, textual y socialmente, una figura de autor?
dad absoluta se transforman en desplazamiento de lo mismo, En esta perspectiva, tres elementos son ante todo destaca-
es decir un desplazamiento de lo que puede escribirse. Gracias bles: primero, un modo de producción de corte vanguardista.
a la autoridad de un pensamiento venido de París, pensamiento Segundo, esa manera paradójica de representarse como autor
que se lee marginalmente –o sea, como si fuese un desafío a en los textos. Tercero, una posteridad editorial y un tipo de lu-
otra autoridad–, los textos de Lamborghini cambian las coor- gar en la cultura argentina. Sobre los modos de producción, hay
denadas de la censura, incorporando a la literatura discursos ecos evidentes entre dos literaturas que se estiran así en textos
hasta entonces excluidos de ella: redefinen lo decible. Cortázar, sin límites ni géneros claros (mezclando, en particular, poesía
en esos mismos años sesenta, se quejaba de la pudibundez del y prosa), que se acumulan sin, casi, publicaciones o que se pu-
discurso literario sobre la sexualidad en Argentina –el glígli- blican clandestina y lateralmente, materializando en la edición
co, lengua inventada en Rayuela, es la materialización de una una posición peculiar frente a la recepción (recuérdese al res-
imposibilidad expresiva–. Las lecturas vanguardistas de Lacan pecto el célebre calambur lacaniano sobre el hecho de poublier,
parecen haber transformado, duraderamente, esta situación. asociación de publicar –publier–, olvidar –oublier– y tacho de
basura –poubelle–). La producción presupone a cada paso una
negación de la institución literaria –mercado, géneros, proto-
LA PASIÓN DEL OTRO colos de edición y de escritura–, asociada con una visión cari-
caturesca de la tradición. Porque no se escribe “algo” sino que
Las páginas precedentes incluyen, en filigrana, una línea de lec- el texto representa siempre un estar escribiéndose, un escribir
tura alrededor de la redefinición de la obra y del lugar del autor, intransitivo; en alguna medida, lo que cuenta es la figura de un
tanto en los textos de Lamborghini como en el espacio público Macedonio o de un Osvaldo Lamborghini escribiendo, y no la
en donde pudo intervenir su figura: autor marginal, autor trans- edición de lo que escriben –o, en todo caso, éste es un rasgo po-
gresivo, autor maldito; obra de deseo, obra hablada por otro, obra deroso de sus leyendas, rasgo que no es ajeno a sus modalida-
sin más forma que lo informe de la asociación de significantes des en sí de creación–. No hay “obra”, “libros”, etc., sino que hay
o de irrespetuosos comentarios de las herencias culturales. Este gestos, posiciones de escritura. Este aspecto, de raigambre van-
largo desarrollo nos trae de vuelta a Macedonio porque todo lo guardista, va a la par en Lamborghini con un desdén por la di-
anterior crea una semejanza inesperada –o muy esperada, si ha- vulgación programática de las prácticas literarias, en el sentido
blamos de precursores en términos borgeanos–: Lacan se parece de no intervenir con ensayos y acotaciones para volver legibles
a Macedonio (y/o, en todo caso, leer a Macedonio después de textos que introducen una novedad radical (como podía hacer-
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lo, en esos mismo años, Saer y sus ensayos escritos después de riencia y como actividad semejante a la sexual. Los textos de
Cicatrices, que teoriza sus prácticas y su relación con la novela, Lamborghini, que en realidad son muchas veces fragmentos,
o Cortázar, con Morelli, el autor-ensayista de Rayuela, que fun- borradores, esbozos sin una estructura clara, pasan una y otra
ciona como la inclusión, dentro del texto experimental, de las vez por una representación contradictoria del yo y del sujeto
justificaciones del gesto vanguardista). En ese sentido, puede como instancias ajenas para el propio enunciador: “Me embo-
afirmarse que no hay un proyecto autónomo, sino un paso a la rraché, entonces solo, si es que alguna vez yo digo y estoy: en-
escritura en tanto que proyecto, un paso como quien dice un tonces y solo” (Sebregondi retrocede); “Esto lo escribí hoy. Un
paso al acto, que aunque funcione como una teorización de lo poema de Osvaldo Lamborghini, ayer” (Sebregondi se excede).
escrito, lo hace sin concesiones. En un punto, en todo caso, se Por un lado, el procedimiento actualiza la concepción para-
borra la frontera entre teoría y prácticas: Macedonio teorizaba dójica de un sujeto a la Lacan, ya que presupone que detrás de
ficticia y profusamente, Lamborghini incluye en sus relatos una lo escrito no hay nadie (parafraseando: “se habla”, “se escribe”).
profusa y ficticia teoría. Por el otro, esta tenaz primera persona resulta, a fin de cuentas,
Sobre la paradójica representación del sujeto de enuncia- bastante homogénea a pesar de la multiplicidad de vicisitudes
ción, notemos que, como en Macedonio, la premisa del vacío y avatares, al menos en la afirmación constante del no ser, de la
del sujeto que escribe está puesta en escena junto con una incredulidad, de la inestabilidad, de la extrañeza ante sí mismo.
irrupción constante de la metaficción en medio de la frase: los El que escribe es el Otro, un obsesivo y reconocible yo-Otro, en
textos dramatizan la enunciación en vez de respetar el enun- particular y con singular constancia, un Otro-mujer: “Esa mujer
ciado, y al hacerlo refuerzan la puesta en escena de un “estar era el mismo Yo”. La palabra también provendría, en Lamborg-
escribiéndose”. Por ejemplo: hini, de un “in-vaginario” (las dos citas de Las hijas de Hegel), o
sea de un vacío del sujeto-pene y al mismo tiempo de un espa-
Bueno, escribí El Niño Proletario, así que puedo seguir la serie cio fértil, disponible para el engendramiento.
(si hay serie)... Bueno. En fin. El Niño Taza debe ser topológico. Por lo tanto, ser autor no es verse como personaje de escri-
Esto quiere decir: en este contexto no quiere decir mucho. Estoy tor (en el sentido de instancia narrativa tradicional, símil realis-
leyendo, pero dejo el libro (estoy acostado) y agarro el cuaderno ta de un ser humano, coherente, condicionado por su medio,
y la lapicera (y sigo acostado) agarro –el cuaderno, la lapicera– y etc.), más o menos distorsionadamente reflejado en figuras de
escribo esto (y sigo acostado): y. Niño. (Sebregondi retrocede). antepasados literarios. El personaje-autor es un yo escindido,
es el yo del fantasma o del sueño. El autor es un sujeto, pero
A cada paso encontramos estas irrupciones de una voz que se no entendido como garante de sentido y origen de la palabra
asemeja a la de un yo poético, un yo responsable de lo dicho dominada, sino como el sujeto de la enunciación y el sujeto
que está a la vez dentro y fuera de tenues diégesis –ya que su del deseo. O, leyendo a Masotta, el sujeto como eso que está
voz se confunde a menudo con la de los personajes– y que, a “sujetado, sujeto, determinado por el significante”, es decir,
partir de su aparente variedad, tiene una forma de estabilidad, como una instancia discursiva. La imagen de autor es entonces
asociable a la escritura como espacio interrogado, como expe- imprecisa, abstracta aunque paradójicamente carnal: no hay
160 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 161

obra, tampoco hay autor, en el sentido de entidades plenas que vida” hecha de anécdotas, a veces extravagantes, que en última
permitan negociar con la cultura, entrar en ella, pelear en ese instancia buscan explicar o encontrar causas, en particular “de
ámbito con otros “personajes” y “obras”. El autor, oximoróni- su muerte, de su clandestinidad, de la calidad de su obra, de su
camente, no sabe y nombra el mundo, no posee una palabra exilio en Barcelona, de su súbita celebridad” (escribe al respecto
plena y sin embargo sigue escribiendo. La literatura deja de Adriana Astutti). Las peculiaridades de su vida se fueron vol-
tener visos de verdad o de recurrir a una voluntad de verdad viendo un espacio de insistentes interrogantes, hasta tal punto
socialmente codificada, para dejar ver las fallas, las dudas, la que el novelista Ricardo Strafacce ha escrito una biografía de
incertidumbre: esa misma posición estaría en el modelo del sa- 1200 páginas sobre él (lo que es por lo menos paradójico, tra-
ber lacaniano. O, al menos, el lugar que ese saber ocuparía ante tándose, otra vez, de un escritor de significantes y de borrado
la razón sería simétrico al que Lamborghini le atribuye a su de identidades). Esta mitificación de una vida es a la vez contra-
propia literatura frente a los objetivos tradicionales de toda li- dictoria y coherente con el extremismo de los textos: detrás de
teratura. En El orden del discurso Foucault supone, recuérdese, lo ilegible, de lo radical y de lo transgresivo, se remonta hacia
que el autor es lo que le da al inquietante lenguaje de la ficción el hombre para intentar fijar un sentido o construir una legi-
su unidad, sus nudos de coherencia, su inserción en lo real. En bilidad o completar un efecto; y también, mal que le pese a
la versión Lamborghini tenemos, en un primer momento, una toda una vertiente de la crítica, para buscar ecos biográficos (en
diseminación de textos clandestinos, no publicados, de textos particular sobre prácticas sexuales, posicionamientos políticos y
que ponen en escena una dispersión del sujeto: en ese caso, la consumo de drogas) que pudieran sustentar el extremismo de
fisura no es sólo discursiva o transgresiva, sino también estruc- los textos. Podría decirse, de todos modos, que Lamborghini di-
tural: el sujeto que no está, la disociación entre la palabra y el señó una autofiguración más o menos legendaria, con constan-
sujeto inducen el caos textual y aparentemente preservan ese tes variantes alrededor de su nombre, de su cuerpo, de su deseo,
“inquietante lenguaje”. Pero con otra vuelta de tuerca, diríamos de sus afinidades intelectuales. En el umbral a toda lectura, su
que la ausencia y el caos textual resultan un modo potente imagen de autor se pone entonces en escena pero en tanto que
de ser autor desde otro lugar y con otras armas –aunque con presencia –o que gesto, diría Giorgio Agamben–, indescifrable.
funciones similares a las definidas por Foucault–, gracias a un La figura central de este proceso, de más está decirlo, es
aggiornamento lacaniano de lo que fue la manera contradicto- César Aira. Aira, albacea literario y heredero putativo, es al mis-
ria y eficaz, como vimos, de ser autor en Macedonio. La “des- mo tiempo el Adolfo de Obieta y el Borges de Lamborghini, es
trucción” del lenguaje, de las formas literarias, de la figura de decir, el principal responsable del “mito” (con la colaboración, a
autor, es, siempre, paradójica: la negación, en este terreno, es menudo polémica, de Héctor Libertella, Germán García y otros)
una afirmación; la afirmación del no lleva a modos desplazados y el que transforma una serie dispersa de textos y borradores en
de trabajar lenguaje, forma y sujeto-autor. obra. La primera edición que él realiza de las Novelas y cuentos
Este efecto es indisociable de la evolución póstuma de la en las Ediciones del Serbal de Barcelona (1988), cristaliza, en
figura de Lamborghini. Su muerte en noviembre de 1985 dio todo caso, los dos aspectos: un extrañísimo prólogo, de tona-
lugar a una proliferación de relatos sobre él, una “fábula de su lidad ditirámbica, sobre un personaje de escritor a ojos vista
162 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 163

ficticio y la presentación de esa constelación de fragmentos ejemplo mínimo para sustentar estas conclusiones: en Las hijas
como una acumulación de chefs-d’œuvre plasmados en una de Hegel encontramos epígrafes repetidos –dos textos distintos
perfección indiscutible: ambos gestos deberían imponernos to- aparecen en varios lugares con esa función–, lo que podría ha-
mar en cuenta sistemáticamente, cada vez que hablamos de la berse visto como una eventual duda sobre la ubicación de tal
producción de Lamborghini, los efectos inducidos por semejan- o cual cita. La ubicación doble y definitiva de esos epígrafes en
tes condiciones de publicación –y esto, sean cuales fueren los un texto publicado engendra un efecto de voluntad supuesta,
objetivos paródicos o humorísticos que, supuestamente, habría de una intencionalidad que conlleva, a su vez, una hipótesis de
tenido Aira en ese prólogo–. La segunda edición de Novelas y sentido. Lo mismo puede decirse sobre el uso abusivo de las ca-
cuentos, en Argentina esta vez y en dos tomos (en 2003), aban- tegorías de clasificación: en los textos de Lamborghini abundan
dona la introducción elogiosa, que es reemplazada por dos “No- los calificativos de “novela” y “capítulos” (por ejemplo en Sebre-
tas del compilador”, mucho más acordes con los protocolos de gondi se excede), sin que la realidad de los textos obedezca, aun
la edición crítica o genética (historia de los textos, descripción en una concepción amplia, a lo que esos términos significan. Y
somera de los manuscritos, justificación de algunas decisiones sin embargo, Aira retoma las categorías para presentar y comen-
editoriales), pero no deja de llevar a cabo una serie de operacio- tar los textos. Al hacerlo, la edición postula una legibilidad, una
nes con lo que se publica. En última instancia, la misma decisión honorabilidad y reivindica, para Lamborghini, un lugar en la
de recopilar bajo la doble referencia de “novelas” y “cuentos” los historia de la literatura argentina que, quiérase o no, exige pasar
manuscritos de Lamborghini implica hacer pasar a la solidez del por la existencia de una Obra, compuesta a su vez de Poemas,
libro y a un marco genérico reconocible textos incipientes, des- de Novelas hechas de Capítulos, y así sucesivamente.
ordenados, escritos –según la impresión que dan a veces– como La operación de Aira finaliza, por lo tanto, una trayectoria
borradores desechados o, en todo caso, sin un marco nítido. Al en donde los textos aparecen como sustento para “hacer a un
editarlos, al volverlos legibles, al hacerlos circular, aureolados autor” (según repetidas declaraciones suyas sobre la cuestión),
por el prestigio de la editorial Sudamericana y por algunos tex- y en este caso, el “ser autor” es, muy claramente, ser un ante-
tos realmente pensados por Lamborghini para ser publicados, pasado posible para una nueva vanguardia; lo que, de paso,
Aira ennoblece la escritura, expande la homogeneidad de la ca- excluye a otros “ex vanguardistas”: Borges y Cortázar. El propio
lidad del autor a cada palabra suya y, por lo tanto, inscribe todo Lamborghini alentó esa posición suya de guía y gurú para un
en la “obra” (o sea, en un conjunto organizado, coherente, con supuesto grupo de jóvenes, por ejemplo al parafrasear la céle-
constancias de calidad, según la visión de Foucault). El paso del bre frase con la que Gombrowicz se despidió de Argentina y de
borroneo a lo editado da autoridad, intencionalidad y valores sus discípulos (“Muchachos, maten a Borges”), escribiendo: “MU-
estéticos a cada página, lo que no es discutible en sí, a condición CHACHOS, hay que seguir escribiendo; porque yo no soy padre:

de no ignorar la fuerte intervención que ese paso supone. soy un destino” (Las hijas de Hegel). Ese fue su legado, ser un
Así, los tanteos, estadios preliminares o, repito, esa escritura precursor que no es, efectivamente, un padre, sino un eterno
autosuficiente, no destinada a terceros, se convierten en un acto adolescente, un anciano menor o una especie de “bebé muy
de comunicación definitivo, fosilizado en la página impresa. Un viejo”, como lo describe Libertella:
164 HÉROES SIN ATRIBUTOS LAMBORGHINI: LACAN CON MACEDONIO 165

Pues bien, ese bebé muy viejo, agachado en el fondo de una cuentran en un punto transformados en sentido: si Macedonio
botella y en posición fetal (como está el gusano en la botella de es un gran escritor, quiere decir que se lo puede ser sin obra;
mezcal) no es un escritor; obviamente. No quiere comunicar. si el sujeto es un sujeto de deseo, el texto que se produce tie-
Tampoco es un literato. No quiere alcanzar la Enciclopedia. ne, a falta de inteligibilidad, una razón de ser, etc. La figura de
Sólo quedó fijado eternamente en la etapa del vagido. Si asume Macedonio propone un modelo mítico en donde se puede ser
ese idiolecto hasta la decrepitud (los románticos morían a los gran escritor así, siendo una pasión del Otro, es decir, también,
20 años; Lamborghini murió anciano, a los 45), lo hace enton- una pasión de los herederos, una pasión o una figura poten-
ces con la vieja autoridad del noble sabio suicida. te en la posteridad. Lamborghini prolonga esa posición mítica,
actualizando la idea de una novedad hecha de radicalidad, de
En el mismo sentido, cuando Damián Tabarovsky, un escritor negatividad, de marginalidad. Sus instrumentos son sesentis-
de las nuevas generaciones, reivindica en su ensayo Literatura tas: lingüística, política, formalismo y, sobre todo, lacanismo.
de izquierda una literatura “sin público”, que sea a la vez inno- Pero el efecto es entonces similar al de Macedonio: ambos se
vadora (vanguardista, si se quiere), marginal (que “esté fuera de vuelven operativos en ese momento en el que los escritores o el
todo”) y que se oponga a las determinaciones del mercado que campo literario se ponen a soñar con un Otro, con un escritor
pesan en la literatura producida hoy en Argentina, también va que esté en otro lugar, afuera, un escritor que anule los espe-
a inscribirse en una paradójica herencia de un canon/contra-ca- jismos del ser, las limitaciones de la propia palabra, el funcio-
non fijado en los ochenta según él y que pasa en particular por namiento institucional de la literatura (universidad, evaluación
Lamborghini. Remontando la cronología, frente a los herederos crítica, mercado). Alguien que permita devolverle un horizonte,
luminosos de Macedonio que ocupan el espacio literario en los una dinámica, un más allá, aunque sea inoperante, al discurso
sesenta (Cortázar y Borges), Lamborghini se situaría en el lugar literario. Alguien que, para retomar lo citado, “a cantar, se pone,
del hijo impío. No prolonga su obra ni aprovecha el espacio en el lugar del Otro.”
creado, sino que sería él mismo otro Macedonio, o lo sería de La infinita obscenidad y el extremado exhibicionismo de
nuevo: así parecen leerlo Aira y Tabarovsky. O sea, es el padre los textos de Lamborghini (“mirá, lo tengo, lo tengo, lo tengo”
parricida, el padre que empieza de cero, que no impide ni sirve / “leé, lo digo, lo digo, lo digo”) trazan, por lo tanto, una figura
de modelo, sino que indica un camino y una posibilidad de es- de escritura posible, hipotética, futura, que es al mismo tiempo
critura. Dicho de otra manera: es el creador de una escritura im- una escritura estéril, frustrada, condenada a la repetición y al
posible que se vuelve modélica e imaginariamente productiva. silencio. En ese sentido, y dejando de lado la repetitiva genita-
Y no deja de ser significativo que, a pesar de repetidas reivindi- lidad, sus prácticas no son ajenas a las de Macedonio. Se trata
caciones, los “influidos” (Aira, Tabarovsky, Strafacce y otros) se en ambos casos de escribir en la frontera de una imposibilidad:
parezcan poco y nada al “influyente”, tal como sucedía con Bor- la de una metafísica mesiánica en un caso, la de una expresión
ges, Cortázar, Saer o Piglia frente a un ensalzado Macedonio. plena del goce en el otro. La crispación alrededor de esa uto-
Porque la arbitrariedad semántica, el caos, la inexistencia pía literaria les da a ambos la grandeza del fracaso (fracaso, si
de la obra en tanto que conjunto constituido y pensado, se en- juzgamos las respectivas producciones a partir de juicios tradi-
166 HÉROES SIN ATRIBUTOS

cionales sobre obra, legibilidad y circulación). Sin embargo, las V. Saer: un escritor del lugar
marcas que los dos han dejado en la literatura argentina –más
profundas en un caso que en el otro, obviamente– podrían ex-
plicarse por la virulencia de un gesto que prefiere enunciar la
frontera con lo inconcebible en vez de ornamentar la pérdida
y consolarse con el símbolo de lo inexistente. Al representar la
utopía de una escritura de lo que no se puede escribir, ambos
ampliaron, indudablemente, el espacio de lo que sí se escribe y
se seguirá escribiendo. Y las extrañas leyendas (una tan “van-
guardista”, la otra tan “setentista”) que cubren sus biografías, Junto con Borges, Saer es uno de los autores argentinos que con
también funcionan como un símbolo de la escritura en tanto más clarividencia y dramática intensidad instaló en el centro de
que aventura, que compromiso total: la figura de escritor en sí su literatura la pregunta del cómo ser, o volver a ser, o seguir
misma representa, engañosamente, esa posición de búsqueda siendo, escritor. Las respuestas que fue dando, sea en las moda-
de una literatura futura. Por lo tanto, leído por o desde Lam- lidades peculiares que tomó la producción de sus ficciones (lo
borghini, el “no escribir” macedoniano es muy diferente del que cabría denominar su proyecto), sea en un uso original de
“escritor sin obra visible” que postula Borges. Las maneras de la metaliteratura (representación ficticia de escritores, de me-
ser –de no ser– escritor que tuvo Osvaldo Lamborghini trans- dios literarios, de procesos de escritura), sea en una teorización
forman a Macedonio en un modelo para una transgresión que, sobre el lugar del escritor (en particular en sus ensayos de los
en sí misma, es tan indispensable como inalcanzable. años setenta, período de afirmación de su obra) y en las estra-
tegias de intervención o de no intervención en medios acadé-
micos, periodísticos y culturales (estrategias que, a su vez, fue-
ron transformándose a medida que se transformaba lo escrito),
todas estas respuestas tienen en común dos elementos. Por un
lado, la afirmación tenaz de un modo de pertenencia: ser escri-
tor es, en Saer, ser un escritor con un territorio, un escritor que
se construye un lugar, que transforma las coordenadas del pro-
pio origen para hacer de él el cimiento de una identidad litera-
ria. A la pregunta “cómo ocupar un lugar”, Saer parece entonces
responder escribiéndose él mismo ese lugar –que es también
un lugar de lectura, un modo de recepción de sus textos–.
Por otro lado, esa afirmación de una pertenencia, ese lugar
en la literatura y en el mapa argentino, son, como todas las otras
respuestas dadas, móviles, inestables y, macedonianamente, pa-
167
168 HÉROES SIN ATRIBUTOS SAER: UN ESCRITOR DEL LUGAR 169

radójicas. Es decir, que las respuestas al “cómo ser escritor” o al La escritura sería como esa caminata de Leto y el Matemático
“cómo ocupar un lugar” integran, aquí también, la coexistencia a lo largo de veintiuna cuadras y cincuenta y cinco minutos el
simultánea de posiciones opuestas, para construir sistemas que 23 de octubre de 1961: un avanzar constante, tan lineal como
vuelvan viable la creación. Como queda dicho en la introduc- zigzagueante. Cierto es que una serie de digresiones, a lo largo
ción, son ficticias o sea, en la versión de Saer, son una mezcla del paseo, narran el pasado de Leto y del Matemático y narran
inextricable de empírico y de imaginario, una manera de dar también lo que les sucederá a los personajes entre esa mañana
cuenta de la indeterminación del sentido del universo y del de 1961 y algún día trágico de 1979, o sea que el recorrido li-
hombre, una propuesta para redefinir, problemáticamente, lo neal tiene, en realidad, bifurcaciones, variaciones, pausas. Pero,
que entendemos por “verdad”. Una constante dimensión con- contra vientos y mareas, la novela continúa su movimiento, de
tradictoria va a caracterizar, por lo tanto, los diferentes aspectos cuadra en cuadra. Igualmente, aunque los relatos de Saer vayan
analizados en el texto que sigue. integrando variantes, innovaciones, trasgresiones del propio
principio de construcción, una frase lleva a la otra, una página a
la siguiente, una novela a su continuación futura.
LA MUERTE DEL AUTOR El conjunto da una impresión de proyecto y de homogenei-
dad prevista de antemano, porque ciertas reglas, que se van de-
Más que de obra o de saga, el conjunto de los relatos escritos finiendo de libro en libro, rigen su funcionamiento, y también
por Juan José Saer podría calificarse de cadencia, es decir que porque el lector atento descubre, ante cualquier texto nuevo,
esos textos se caracterizan por una frecuencia de producción, indicios y anuncios en textos anteriores (por ejemplo, algún
por una singular manera de avanzar, por un ritmo, por una con- cuento de En la zona anuncia la primera novela redactada, La
tinuidad que se prolonga de título en título. Así, desde su primer vuelta completa y varias posteriores, como Glosa y La grande).
libro de cuentos, En la zona (1960), vemos aparecer y reaparecer Con una singular coherencia retrospectiva, todo parece previs-
personajes y situaciones que se prolongan, se cruzan, se com- to desde el inicio, todos los textos parecen haber existido desde
pletan, dejando siempre la puerta abierta para otra página, para el primer texto, o al menos, ese efecto se produce cuando lee-
otra peripecia, para otra frase que suena y resuena como una mos ahora las ficciones juveniles. Efecto de coherencia, creado
melodía a la vez conocida y diferente. A pesar de algunos pun- por la dinámica de expansión y variación de la obra, que es
tos en común con dos modelos eventuales, Balzac y Proust, la inseparable de otro efecto: el de inventar a un autor, centro y
práctica es original: no hay ninguna visión panorámica de una responsable de esta arquitectura.
sociedad (como en Balzac), ni una continuidad que termina, en Una articulación significativa al respecto es el prólogo in-
un último suspiro y página escrita, recuperando tiempos perdi- cluido en En la zona, que puede tomarse como el prólogo de
dos, armando la historia de una escritura (como en Proust), sino toda la obra. Ahí leemos: “Para todo escritor en actividad la
que hay un movimiento incesante, un conjunto inconsistente. mitad de un libro suyo recién escrito es una estratificación
Glosa, que es quizás la novela central del corpus saeriano, nos definitiva, completa, y la otra mitad permanece inconclusa y
propone una imagen posible para describir el funcionamiento. moldeable, erguida hacia el futuro [...]. Si ante un libro suyo in-
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completo un escritor muere o se dedica a otra cosa, era que en incorporación de cada parte en una totalidad redefinida no es
realidad ya no le quedaba nada por decir y su visión del mundo entonces una rectificación del conjunto sino un modo de fun-
era incompleta”. cionamiento: el efecto se vuelve causa; la excepción, norma; lo
Ya a los veintitrés años Saer afirmaba ese principio de lo inédito, lo extraño, lo sorprendente se convierten en un episodio
incompleto y de la cadencia que trato de describir, principio ya previsto y programado. Se trata de un principio de inclusión
que constituye el marco en que se definirán las especificidades a posteriori: cada texto funciona como una anomalía con res-
de su función de autor. Escribir no es cerrar, terminar y com- pecto al sistema, pero el trabajo de escritura supone una adapta-
pletar, sino que supone una doble operación: fijar un sentido ción, una transformación del sistema, para poder integrarlo.
hoy y erguir otro, la otra mitad, para el futuro: un libro escrito Así, esa cadencia de escritura es, en sí, el proyecto. El pro-
tiene siempre una mitad “inconclusa y moldeable”. Si a un es- yecto es un efecto de dos o tres reglas básicas y de esa cadencia.
critor le quedan cosas por decir, si tiene una visión del mundo, El seguir siempre escribiendo, el ampliar, variar e integrar, son
todo libro incompleto lo protege de la muerte. La firmeza de la un modo de movimiento, un ritmo que también identificamos
cadencia de escritura más la impresión de lucidez e intencio- en el estilo del escritor, esas largas frases, a la vez extensas,
nalidad –como si, desde el inicio de los tiempos, en el mundo digresivas y de pulso seguro; frases que parecen poder integrar
saeriano todo estuviese predeterminado a ocupar el lugar que, todo lo lateral y lo inédito, sin perder de vista su sentido. En
más tarde, ocupará–, dan, ambas, una impresión fuerte de pre- una obra que habla obsesivamente de los estragos del tiempo
sencia autoral, de sujeto dueño de una voluntad clarividente y y de la muerte, esta cadencia está, a su manera, negando tam-
todopoderosa, poco compatible con el borrado del autor que, bién toda idea de cierre: el punto final es lo único que nunca
en otras perspectivas, constatamos en los textos de Saer. Pero puede suceder. Nada parece poder interrumpir ese flujo, nada
se trata de un efecto producido por los textos y no una causa parece poder quebrar un dispositivo de singular perennidad. Si
u origen de esos textos: la cadencia, el modo de producción, en Glosa el narrador nos transporta hacia otras circunstancias
dibuja entonces una figura imaginaria de autor. y peripecias que transforman la caminata juvenil y primaveral
Porque en la práctica, no es que todo esté pensado y pre- en el anticipo de una tragedia ineluctable, cierto es que el libro
visto (que la obra esté cerrada, aunque más no fuera a nivel vuelve, al final del paseo, a esa mañana de 1961 y nos deja la
del proyecto), al contrario: cada paso implica, por supuesto, una imagen de un Leto joven, para quien la vida está todavía por
novedad e incluso un cambio con respecto al episodio prece- delante. Esos cincuenta y cinco minutos, los de la obra literaria,
dente. Sin embargo, una serie sutil de mecanismos lleva siem- desafían lo que el narrador sabe y narra del desenlace de las
pre a integrar el desvío, a naturalizar lo extraño y a producir lo biografías de los personajes: en alguna medida, ese tiempo se
que se podría calificar de coherencia retrospectiva, sugiriendo puede prolongar para siempre. Para hablar de los textos de Saer
una apertura hacia lo que vendrá (una nueva mitad inconclusa, habría entonces que utilizar una forma verbal imperfectiva: no
“erguida hacia el futuro”). La obra es una totalidad dinámica, y están escritos, sino siendo escritos, siempre por escribirse, siem-
de ninguna manera una estructura rígida. Cada novela produce pre en movimiento. La obra es eterna y nosotros, los lectores,
un cambio de reglas, y el cambio de reglas, nuevas novelas. La lo somos con ella.
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Estas características de la composición del corpus se confir- peripecia, de un retorno de la misma melodía, del mismo ritmo,
man si observamos el proceso de escritura (que pude estudiar de la misma mirada lúcida, irónica, hedonista y espantada del
para una edición genética de Glosa y El entenado). Saer escri- mundo. Y también es este seguir, esta cadencia, esta dinámica
bía lentamente a mano, en prolijos cuadernos con renglones a la vez decidida y reticente, lo que traza, con peculiar constan-
y márgenes, en donde iba inscribiendo el texto sin borradores cia, una presencia de autor, como aquél, no que sabe, decide y
anteriores, sin blancos, sin pausas, sin arrepentimientos. Sus determina, sino como esa fuerza que prolonga, a lo largo de los
textos están escritos así: una frase después de la otra, una pá- años y de los libros, la frase, el fantasma, el epifánico percibir.
gina después de otra, con una especie de fuerza tranquila, de A la descripción que precede hay que leerla en realidad
fluidez que se siente, luego, en el resultado. Glosa, por ejemplo, en tiempos pasados. La muerte de Juan José Saer el 11 de ju-
cuya complejidad estilística, cuya trama intrincada de planos nio del 2005 fue un cataclismo que, a su manera, trastocó un
temporales, cuya red fluctuante de versiones y personajes, son mundo, ese espacio único, la zona. Carlos Tomatis, Pichón Ga-
notables, está escrita así: una palabra después de la otra, un ray, Washington Noriega y tantas otras figuras que transitaban
paso y otro paso, una frase después de la otra, de cuadra en de relato en relato, han desaparecido, o al menos se han fija-
cuadra, una página y otra página y por fin tres cuadernos, vein- do para siempre en las mismas frases socarronas y los mismos
tiuna cuadras y una estructura impecable. Por otro lado, es im- comportamientos dubitativos. Los insistentes interrogantes a la
posible fijar el comienzo y el fin de la producción de un texto: percepción y a lo real quedarán, ahora, determinados en carac-
en los documentos preparatorios aparecen pistas para novelas terísticas restringidas y resumibles. Y ese fluir estilístico deja
distintas, a veces muy alejadas en el tiempo y, en última ins- de ser un movimiento continuo que parecía no poder agotarse
tancia, puede considerarse que cada novela sirve de borrador nunca para formar un círculo cerrado. La cadencia se detuvo,
para la siguiente. Esa cadencia también se percibe entre cada el tiempo queda suspendido. En el plano estrictamente literario,
fragmento del corpus: sólo unos días separan el fin de la escri- la muerte de Saer es, entonces, un acontecimiento mayor: la
tura de El entenado y el inicio de la de Glosa. Y Glosa se cierra, última página está escrita. Se suele decir, de cara a la muerte de
en el medio de un cuaderno, con una fecha (“11 de septiembre un escritor, que él sigue vivo en sus textos. En el caso de Saer
de 1986”) e, inmediatamente después, en la página siguiente, no es así: su muerte, la frontera entre lo que escribió y lo que
sin ni siquiera dar vuelta la hoja, se lee otro título (“De lo im- no escribirá nunca, son una revolución que pasa a formar parte
posible”), otras fechas (“13/4/87”, “15/5/87”, “10/9/87”) y otros de la obra, que la transforma. Sin lugar a dudas, el sistema pro-
tanteos de comienzos. Otros tanteos de comienzos que se ini- ductivo y su capacidad de integrar lo anómalo van a atribuirle
cian repetidamente con la palabra “Sigo”. Y así es: se trata de la un lugar específico a ese final, van a hacerlo resonar como algo
novela que sigue, de La ocasión. La cadencia es ésa, la cadencia extrañamente previsto, como un efecto retrospectivo. Otra obra
es eso: la escritura de Saer “sigue”. Este “seguir” es un elemento comenzó entonces, diferente de la que habíamos leído.
importante de lo que cabría denominar el “efecto Saer”: es una Esas resonancias, esos efectos retrospectivos, empiezan ya
obra que se va leyendo y releyendo a sí misma, pero siempre a percibirse. Porque significativamente, la última página es una
esperando o incluyendo la expectativa de otro episodio, de otra novela inconclusa, La grande, en donde reaparecen personajes e
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intrigas de la obra anterior, en una dinámica narrativa de gran inicio de un párrafo, el inicio de un texto nuevo y el inicio de
amplitud. Final abierto que, por supuesto involuntariamente, una semana nueva. Lunes, primera frase y después nada, nadie,
cierra una posible continuación. Una novela que, coincidencia, nunca. Escritura suspendida en un momento cualquiera, dispo-
vuelve a pasar por En la zona, La vuelta completa, por Cicatrices, nible para una continuación imposible. El escenario de la escri-
por La mayor, por Glosa, por La pesquisa, por Lugar. Una novela tura queda vacío, sin que haya habido gesticulaciones patéticas
que transita, como quizás nunca antes en Saer, por territorios ni tonos definitivos. De pronto, la cadencia se interrumpe, el
relativamente tradicionales: intrigas complejas, referencialidad escritor se esfuma.
estricta, fuerte impregnación autobiográfica. Es decir que la obra Encuentro, en la obra misma de Saer, una situación que
se termina y se detiene en esa “gran” novela que a su manera podría servir de alegoría de esta muerte percibida como una
refleja y retoma lo ya escrito, tanto en la propia obra como en la suspensión cotidiana, como una interrupción suave y total al
literatura universal. Repito: esto no es más que una dramática mismo tiempo. Me refiero a la descripción que leemos, en La
casualidad o, como hubiese dicho Saer, una contingencia (una pesquisa, de la casa de Rincón después del secuestro del Gato
contingencia de ésas que, según él, rigen buena parte de lo que y Elisa (episodio anunciado entre líneas en Nadie nada nunca y
los hombres pretenden entender, reivindicar o dominar). Ver un narrado en Glosa): después de un paseo en barco, los persona-
testamento en este último relato, ver un cierre voluntario en esa jes y la novela “pasan” por el espacio de la acción de Nadie nada
novela trunca, sería aberrante: el proyecto de La grande se con- nunca. La irrupción del horror deja, según se nos cuenta enton-
funde con el de Glosa, es decir que tiene más de veinte años y ces, la casa intacta, en una sobria descripción que, aunque algo
Saer preveía una novela breve que, de alguna manera, prolonga- extensa, vale la pena citar:
ría La grande. Pero, de nuevo, la causalidad es significativa retros-
pectivamente: es en el momento de casi terminar este recuento y De esa casa habían desaparecido varios años antes, sin de-
este panorama de lo anterior que la escritura se detiene. jar literalmente rastro, el Gato y Elisa. Fueron, como tenían
Es más, se detiene en un momento, de una manera, en una la costumbre de hacerlo desde hacía años, a pasar un par de
frase, que merecen comentario. Como sabemos, La grande ter- días juntos, y nunca nadie más volvió a verlos. La casa de
mina en la última parte de la novela, una especie de breve epí- Rincón había sido desde siempre para ellos el recinto sacro-
logo intitulado “Lunes”. La novela está dividida en siete días, santo donde repetían periódicamente el ritual del adulterio. La
de “Martes” a “Lunes” y la acción principal terminaba al final puerta de calle estaba como de costumbre sin llave, pero todo
del “Domingo”. Lo que queda, entonces, pasado en limpio en seguía limpio y ordenado. No había señales de lucha o de pres-
una computadora, prolijo y aparentemente listo para su publi- encias extrañas. Las camas estaban hechas y la mesa puesta.
cación, son los seis primeros días, luego el título “Lunes”, un En la heladera, los alimentos para varios días se encontraban
subtítulo, “Río abajo”, y la primera frase de ese epílogo: “Con todavía en buenas condiciones. Aunque había algunos objetos
la lluvia, llegó el otoño, y con el otoño, el tiempo del vino.” La de valor, máquina de escribir, ventiladores y otros artefactos,
última frase está allí, río abajo y hablando del otoño, del tiempo no faltaba nada y cada cosa seguía, intacta y en perfecto estado
y del vino. La obra se cierra con un epílogo que es un inicio, el de funcionamiento, en su lugar. Un amigo publicitario, para
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el que el Gato hacía de tanto en tanto algún trabajito, fue el la cadencia productiva y la definición, digamos, retrospectiva
que descubrió que habían desaparecido: como eran tiempos del proyecto planteaban ya el problema de la intencionalidad;
de terror y de violencia, y como al entrar en la casa silenciosa, el proyecto es, en alguna medida, la materialización de un su-
empezó a sentir un olor nauseabundo, el amigo publicitario se jeto autor: el autor no es nada, nadie, según la frase saeriana,
asustó bastante, pero cuando entró en la cocina descubrió que a lo que cabría agregar que no es nada y nadie más que esa
el olor venía de un pedazo de carne que se descomponía sobre palabra –ese flujo, esa cadencia– y ese deseo que le daban a la
el fogón, en un plato. Al lado había un gran cuchillo de cocina obra su potencia tranquila. Si se quiere, esa cadencia implica
y una tabla de picar carne, pero no habían tenido tiempo de ciertas modalidades, procesos y momentos de la definición de
usarlos. En el momento en que habían sacado el plato de carne un autor, visto como un efecto de la escritura, como un efecto
de la heladera y lo habían depositado sobre las baldosas rojas transformado legendariamente en causa de lo escrito.
del fogón, el fluir de sus actos se había detenido y ellos se La cadencia arriba resumida tendría por lo tanto dos re-
habían como quien dice volatilizado. sultados simultáneos y superpuestos: la constitución de una
serie de textos en obra, la transformación de la instancia en-
Así queda la zona de Saer, con sus calles y casas, con su luz gendradora de esos textos en autor. Su interrupción marca una
y sus árboles, con su río y sus personajes: decorado y elenco extraña modalidad de ausencia, es decir, fija para siempre una
inmovilizados. Así, dejando todo el dispositivo de su obra en or- presencia pasada. Ésa es la paradoja saeriana que, me parece,
den, intacto y en “perfecto estado de funcionamiento”, de pron- se sitúa en el centro de su producción y de su manera, a la vez
to se detiene el fluir de la escritura y el autor se volatiliza del lateral y sintomática, de ser escritor, de seguir siendo escritor o
escenario de creación. Ese fue, ése es el último gesto, la manera de volver a ser escritor, después de Borges.
extraña en que se suspende, más que termina, la producción
literaria de Juan José Saer.
Doble constatación de lo que precede. Por un lado, esta LOS TÍOS NARRADORES
suspensión, en vez de una palabra final, un cierre o un clímax
después de una vida de escritura, acentúa la impresión de una En los textos de Saer vemos repetirse la puesta en abismo, a
cadencia autónoma, independiente del sujeto. Pero al mismo nivel temático o argumental, del engendramiento del texto y
tiempo, la fuerza que cobra este final discreto es una confirma- de su funcionamiento estructural. Siempre, en algún rincón de
ción, a posteriori, de la eficacia del procedimiento. Evidente- una ficción saeriana, se encuentra, a veces disimulado, el es-
mente, en una obra que insiste en el borrado de toda voluntad, pejo que refleja el propio relato, su lógica de construcción, sus
en una práctica escéptica del concepto de personaje y en una condiciones de posibilidad. Y, siempre, ese reflejo, esa puesta en
teorización de la ausencia de autor, es singular que la muerte escena inmediata o mediatizada, gira alrededor de lo problemá-
del escritor sea un acontecimiento que transforma el sentido tico y lo indeterminado, cuando no de lo arcaico y lo originario.
de los textos y reorganiza el conjunto de la producción. Por lo El tema de la escritura es también el sistema productivo, su
tanto algo, antes, debía preparar este efecto inesperado. Porque dinámica y su inestabilidad, dramatizados como una peripecia
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angustiante que incluye, lateralmente, la promesa de una posi- una herencia, una colectividad, una situación en la tradición
ble continuación. Así, en la ficción saeriana la creación supone occidental. La segunda toma la forma de un mito que narra,
plasmar en la hoja lo que se escribe como mensaje sin sentido una y otra vez, el momento de aparición de la palabra, gracias
para una vidente que no ve y para un escritor que observa, a una regresión, un despojamiento, un hundimiento en lo an-
incrédulo, lo que está escribiendo: “el sopor, la somnolencia, la terior y lo informe; en sus versiones más complejas, la ficción
miopía, llenan mi carta de presentación”, leemos en la “Carta a supone remontar hasta tiempos fuera del tiempo y, desde el
una vidente” que cierra La mayor. Los personajes de autor en la barro primero y la página en blanco, ver surgir, a partir de esa
obra y los episodios de escritura que figuran en ella presentan, nada, el propio mundo narrativo, la propia obra.
todos, cierta indefinición, cierto automatismo, cierta sumisión Del lado de la ficción histórica, hay que notar la constancia,
a un dictado de algo que viene de otra parte. Vemos repetir- quizás desdeñada por la crítica, con la cual Saer fue constru-
se imágenes de escritores que no escriben, como Tomatis, que yendo una narración de la vida intelectual y literaria de la ciu-
se hunden en el agua chirle de la melancolía, que bromean dad. Desde las deshilachadas conversaciones de –ya– Tomatis
con desesperada ironía. O que se van y regresan (Pichón Ga- y tres amigos en “Algo se aproxima” (1960) a una de las líneas
ray, Gutiérrez), o que llegan a la zona (el entenado, Bianco, el argumentales fundamentales de La grande (2005) (la anécdota
doctor Real). El que no está, el que no escribe, el que perdió, el del “falso vanguardista”, que es el punto de partida del proyecto
que vuelve en busca de un pasado quimérico, el que no logra de la novela en los años ochenta), pasando por las discusiones
descifrar lo real: esas coordenadas recurrentes constituyen las estéticas de la primera parte de Cicatrices (1969), las irónicas y
coordenadas de un “ser-en-el-mundo” saeriano, y por lo tanto chispeantes polémicas del cumpleaños de Washington en Glo-
son inherentes a la tarea de escritura. La puesta en escena en el sa (1986), o las peripecias ocasionadas por la herencia literaria
relato del propio engendramiento significaría, en todo caso, una de ese mismo Washington en La pesquisa (1994), la obra vuel-
incredulidad y las ilusiones perdidas del narrador, en palabras ve, una y otra vez, a narrar o a representar un medio artístico en
del propio Saer en “Razones”. O sea que se interroga la escritura general y literario en particular, una manera de situarse frente
y la autoría como un enigma, en una galería de personajes que a la cultura universal, frente a las tensiones políticas y estéticas
son autorretratos desautorizados y falsos, modos soñados de argentinas, frente a las ideologías, al regionalismo, a la moral,
ser escritor que funcionan como imágenes de una posibilidad: al poder económico, etc. Y a poner en escena, como un modo
todos son y ninguno es, mientras la escritura sí “está siendo”. natural de estar en el mundo, a escritores o a hombres más o
Matizando esta primera constatación general, vemos yux- menos directamente relacionados con la literatura, empezando
taponerse dos ficciones distintas sobre el origen de los textos. por Tomatis y Pichón Garay, los dos personajes más importan-
La primera sería histórica, hecha de una puesta en escena de tes de la obra. Se narra así un primer plano amistoso –el grupo,
escritores de la zona, de grupos artísticos, de polémicas y mo- en el que se incluyen los recurrentes personajes de la zona– y,
dalidades de funcionamiento de un medio literario mínimo y luego, las interrelaciones de ese grupo al que se pertenece con
particular que, según uno de los postulados esenciales de la los otros, los adversarios, con el poder económico, político y
obra, tendría la capacidad de significar lo universal: es decir, artístico de ciudad o de la región.
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O sea que, en contrapunto a las figuras estériles de escrito- necesidades o el deseo del sujeto que escribe. La pertenencia
res melancólicos, la obra reproduce y construye un mundo in- es una ficción personal, una apropiación imaginaria de lo exis-
telectual en el que fue o habría sido engendrada, inscribiendo a tente, lo que implica un doble movimiento: por un lado, situar
la creación en cierto tipo de prácticas literarias, en cierto arte de un pasado, un nosotros, un origen intelectual y espacial para
la conversación muy determinado, en ciertos tonos y preocu- la obra. Por el otro, en la afirmación misma de esa pertenencia,
paciones identificables con una época y un lugar: Saer renueva exponer una singularidad, una diferencia radical, ya que ese
el tópico literario argentino de la reunión de amigos y las tras- grupo, ese medio, ese lugar y ese tiempo son ficciones. Porque
nochadas discusiones intelectuales. Las descreídas representa- a pesar de la parcial referencialidad de lo representado (com-
ciones de escritores que caracterizan sus relatos, así como los probable en el caso de algunos personajes y peripecias, según
vehementes postulados universalizantes que los rigen, son la rumores santafesinos), la transformación que lleva a cabo Saer
otra vertiente de un gesto repetido que tiende a arraigar a los de esos materiales hace de su propia historia y de su propio
textos en un contexto fuerte, en un horizonte de origen en par- origen intelectual una leyenda. Y, repito, en contradicción con
te legendario y en parte referencial –en parte empírico, en parte esta fuerte pertenencia afabulada, los textos ensayísticos afir-
imaginario–, reivindicando un espacio inédito en la literatura man, intensamente, una especificidad, un rechazo de cualquier
nacional. O si se quiere, en una obra marcada por una especie determinación de origen, una individualidad que, aunque sea
de orfandad cósmica y de autonomía exacerbada –si tomamos incierta y escéptica, no por ello es menos sólida. Si, siguiendo
al pie de la letra ciertas articulaciones y afirmaciones metali- a Nathalie Heinich, los escritores vacilan por un lado entre la
terarias del escritor–, los textos ponen en escena, se detienen nostalgia por los grupos literarios, la incorporación en una tra-
detalladamente, en la narración de un origen colectivo, de un dición y el reconocimiento de modelos, y, por el otro, un “as-
medio, es decir, en una pertenencia. Según una frase conocida censo en singularidad” que lleva a una diferenciación radical y
de Saer (de Una literatura sin atributos) “todos los narradores la definición de una especificidad, esta pertenencia ficticia de
viven en la misma patria: la espesa selva virgen de lo real”, pero Saer es, sin duda, un compromiso entre una socialización y un
él, antes de irrumpir en esa espesa selva virgen, delimita un particularismo reconocible.
medio literario tan afabulado como santafesino. En esa dinámica, el gesto más importante será, quizás, la
Ahora bien, el contrapunto entre la afirmación normativa construcción dentro de ese medio, grupo o generación, de una
del ensayo –en general polémica– y la sutil práctica narrativa es filiación. El personaje de Washington Noriega supone, gracias a
más que significativo; o, si se quiere, el hecho de que a la perte- su figura, una recuperación personal de Juan L. Ortiz, más allá
nencia (a un grupo, a una corriente literaria, a una generación, de la defensa directa del valor de su obra, a menudo expuesta
a un período histórico, lo que podría considerarse como una en los ensayos. En esa defensa Saer desbarata los juicios tradi-
etapa indispensable en la construcción de una figura de autor) cionales que forman el canon literario argentino –Juanele, repe-
se la exponga más en la ficción que en ensayos o entrevistas tidamente, es el “mejor poeta argentino”–, y al hacerlo sitúa en
es un gesto fuerte, ya que, consecuentemente, esa pertenencia el Litoral la escritura de una obra de gran envergadura y de am-
será rastreable, referencial, y al mismo tiempo creada por las bición universalizante. De esta manera, se inscribe a sí mismo
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en una filiación de poetas y no de narradores: un lugar posible cumbre al respecto), filiación que tendrá su vertiente legendaria
para su propia obra se encuentra así dibujado. Y hay que notar en la relación entre el Padre Quesada y el entenado. Frente al
también que en Washington encontraríamos elementos de Ma- escritor que vive en la “selva espesa de lo real”, que no es “nadie
cedonio, según alguna declaración suya, lo que se correspon- y nada”, que escribe despojándose de todas sus determinaciones
de con una voluntad de superponer las dos figuras. Más allá: y todos los elementos que harían de él “alguien”, es decir, tam-
con una intención de poseer su “propio” Macedonio, pero sobre bién, que anula toda posibilidad de ser el hijo de otro, los relatos
todo de transformar a Macedonio en un antepasado para el pro- vienen, en sentido inverso, a narrar una sucesión de generacio-
pio proyecto –un antepasado que no sea Borges–; en este caso, nes, un modo de transmisión, un lazo entre el sujeto que escribe
el iniciador de una experimentación narrativa extremada en la y los que lo precedieron. Aunque entrecortada, hay entonces en
literatura argentina. Vía un personaje inventado, Washington, ese grupo literario un esbozo de novela familiar. Un grupo lite-
Juanele y Macedonio se vuelven los padres putativos en esa rario regido por la incredulidad, una filiación de desconfianza,
“gran tradición de Occidente” reivindicada en La narración-ob- un código común de negatividad: ése sería el linaje intelectual,
jeto, “compuesta casi exclusivamente de marginales”. Padres tan argentino después de todo, que Saer crea en sus ficciones.
putativos o, para decirlo con Saer, tíos narradores, según la ex- En el universo de la zona, Washington no es el único “ante-
presión que usa en un artículo sobre Guimarães Rosa incluido pasado”, ya que en algunos textos dispersos aparecen dos otros
en Trabajos. Allí, efectivamente, el escritor defiende la creación personajes de escritores de la misma generación que Washing-
de una filiación novedosa, tomando el ejemplo de Dostoievski, ton, Higinio Gómez y Adelina Flores, que, aunque no ocuparon,
torturado por la muerte del padre: finalmente, un lugar importante en la obra, están presentes en
textos preparatorios de las novelas como dos “pares” del viejo
A esa fatalidad familiar, en tanto que novelista, le opuso una poeta. Los tres personajes (asociados por la edad y por la activi-
filiación propia, personal, una filiación cultural [...]. Sus tíos dad de escritura, según Saer) son mencionados en un documen-
narradores se llamaban Gogol, Balzac, Cervantes, Shakespeare, to prerredaccional de El entenado, que tiene la forma de una
Homero. Transportándolo a un mundo más grande y más flex- cronología de los principales acontecimientos de esa novela (en
ible que el de su fatalidad biológica y familiar, no solamente lo 1515 se señala la muerte del capitán, en 1525 el encuentro con
salvaron, sino que lo hicieron uno de los suyos, apto a trans- españoles que llevan al entenado de vuelta a Europa, y así suce-
mitir no únicamente una visión propia, sino también, como sivamente). Al final, dando un salto vertiginoso, aparecen estas
ellos, una tradición renovada. últimas fechas y estos últimos acontecimientos: “1577 Muerte
del entenado; 1891 Nace en San Javier Jorge Washington No-
Pero más allá de las especulaciones sobre el valor del personaje riega; 1908 Nace, en la ciudad, en el Barrio Sur, Adelina Flores;
de Washington en tanto que posición de lectura ante la biblio- 1915 Nace en Rincón Higinio Gómez.” Luego de la “prehistoria”
teca literaria argentina, conviene subrayar un gesto más simple, –la vida de la tribu colastiné–, empieza entonces la historia de
esa discreta ficción de filiación entre el viejo sabio y los jóvenes la zona, con sus primeros personajes “históricos” (y el gesto se
intelectuales (la fiesta de cumpleaños en Glosa es el momento repite, también, con la insistente evocación de la fundación de
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la ciudad, en particular la que, supuestamente, lleva a cabo un tación, después de haberse desnudado en un frío hostil, allí,
antepasado de los mellizos Garay). O sea que, si construye y en la somnolencia de un duermevela atónito, Tomatis recupe-
reconoce una filiación santafesina, atribuyéndole un lugar a un ra, uno a uno, rasgos narrables de una experiencia del pasado.
Washington –bastante Juanele y algo Macedonio–, también es O sea, deja de lado a Proust y afirma una impotencia radical,
cierto que el propio Washington es a su vez un heredero, el como para lograr renovar su gesto: él también, como el peque-
heredero de un personaje saeriano, es un vástago del entenado. ño Marcel en la primera frase de En busca del tiempo perdido,
El título de la novela en francés fue, con el acuerdo de Saer, “Longtemps, je me suis couché de bonne heure”, se acuesta (la
L’ancêtre (el antepasado), lo que funciona, lo vemos, como una historia no precisa, hay que reconocerlo, si se acuesta temprano
interpretación de la relación de esa novela con el resto de la o tarde). O, si se quiere, borra a Proust para efectuar otra vez
obra, como una afirmación de la creación de linajes imagina- ese gesto, más allá de toda repetición o prolongación de lo ya
rios en ella, pero también como una afirmación, por parte del escrito. En El limonero real, varias veces, encontramos la mis-
propio Saer, de su lugar de heredero de un personaje suyo, un ma dinámica de anulación del relato en una nada originaria y
heredero de sí mismo, un heredero de un personaje sin origen, una progresiva reconstrucción de la literatura a partir de ella.
sin familia y sin linaje. La caída de la palabra en un rectángulo negro y el inicio des-
Estas últimas afirmaciones nos llevan a las ficciones legen- de cero –desde el balbuceo de un lenguaje infantil–, peripecia
darias o míticas sobre el origen de los textos, esa serie de rela- muy comentada de la obra, son otro ejemplo de este movimien-
tos de autoengendramiento que vuelven, una y otra vez, a una to de anulación cósmica de lo dicho y de puesta en escena de
especie de grado cero u hora primera, en la cual no sólo surge una primera página, de una primera palabra, producida por un
la escritura, sino, cósmicamente, el mundo entero. La nada, la sujeto único. Por eso, retomando una afirmación de Saer sobre
incredulidad, la incomprensión y la desorientación que carac- Onetti leída en Trabajos, podemos matizar la aparente modestia
terizan al acto de creación en sus versiones ficcionales son las del gesto y considerar que “algo hay de heroico” en ese descen-
condiciones para integrar una recurrente representación arcai- so al infierno del sentido disuelto y de la frase empantanada
zante de la escritura: una y otra vez, la obra parece perder en el para lograr reinventar una mínima expresión, aunque más no
camino todo saber, toda cronología, toda determinación cultu- sea –siguiendo con la cita sobre el escritor uruguayo– “para
ral, y retroceder hasta un tiempo fuera del tiempo, a un instante narrar la imposibilidad de vivir, el fracaso, el desengaño”. Es el
mágico, involuntario y sufriente, a una dimensión en la cual heroísmo de Tomatis, de nuevo, en Lo imborrable, cuando des-
la tradición, ausente, se encuentra reemplazada por la pulsión: ciende así hasta el “penúltimo escalón” y entra en contacto con
sólo entonces se logra pasar de la nada a la primera palabra. el agua “chirle” de la depresión, para después remontar hacia la
“La mayor” es un ejemplo perfecto de esa regresión y ese escritura gracias a un soneto dedicado a la mujer prehistórica,
despojamiento: después de dejar de lado la posibilidad de pro- Lucy (el personaje practica el soneto “como terapia”).
longar el gesto proustiano de recuperación del tiempo perdido, Esta ficción mitificante del origen de la propia obra se cris-
después de haber desplegado hasta la exasperación la desorien- taliza, límpida, en El entenado, que es la historia legendaria de
tación de la conciencia ante el lenguaje y el paso a la represen- una escritura, una escritura que supone ante todo una regre-
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sión radical en el tiempo, la pérdida de la cultura y de la lengua, de lo perdido para protegerse de la muerte. Ser la voz de aquello
la confrontación con el más recóndito mundo pulsional del que, mágica y enigmáticamente, engendra la escritura sin que el
hombre, la inscripción del pasado familiar como el de un huér- sujeto consciente y racional llegue a dominarlo o comprender-
fano que elige y construye su filiación, la recuperación de una lo. Y cualquier hombre, entendemos leyendo la novela, puede,
figura paterna y el reaprendizaje de la palabra simbólicamente circunstancialmente, ocupar ese lugar: cada año, un extranjero
significativa, y por fin la evocación nostálgica e incierta de algo diferente es el def-ghi. El escritor, en sí, no es nadie.
que existió otrora y que desapareció para siempre. La proeza Pero también, ser escritor es ser el entenado, ser aquél que
narrada en esa novela no cambia el valor paradójico del proce- tira por la borda toda una tradición (la de la picaresca, la de las
so. Escribir es una misión que supera la conciencia y la volun- novelas de aventuras o de aprendizaje, la de las Crónicas), y que
tad, en donde se intenta, en buena medida inútilmente, decir desde la segunda página del texto parte hacia un más allá qui-
lo pulsional y lo reprimido; la negatividad posee, ahora, una mérico, hacia otra orilla, virgen y utópica, en donde la fruta es
vertiente anterior, una página fundacional. Y al mismo tiempo, “más sabrosa y más real”. Es escribir desde afuera, desde el des-
Saer crea allí su propio espacio, se vuelve el primer escritor de pojamiento, desde un destierro visto como situación existencial
Santa Fe, pero también de Argentina, asumiendo, como un de- definitoria de lo humano. Ser escritor es olvidar su lengua y su
miurgo, el papel de hacedor de lo existente; hasta la localidad cultura, es inventar las circunstancias desde las cuales se vuelve
en donde vivió durante unos años (Colastiné Norte), termina a aprender esa lengua y esa cultura. Es ser un escritor huérfano,
transformándose en el nombre, histórico a decir verdad, de una un escritor adoptado por varios grupos humanos hasta cons-
tribu legendaria. truirse una filiación afectiva, eligiendo a sus “tíos narradores”,
Dos retratos de escritor se desprenden de este relato. Prime- en un otrora situado antes del comienzo de la historia argen-
ro, ser escritor es ser el def-ghi, función enigmática que exige tina. Y al mismo tiempo, es escribir desde el inicio, despojado
toda una vida para ser descifrada (sólo en la vejez el grumete de todo, es fundar, heroicamente, un territorio y una literatura.
entiende que los indios esperaban que él sobreviviese para ser Huérfano radical o función de testigo de lo otro del hombre, en
“ante el mundo, su narrador”), y en ese enigma y en la polisemia ambos casos el origen de la escritura se sitúa, imaginariamente,
del término, ya se sugiere la dificultad esencial de definir al au- fuera de la razón, de la tradición y de la herencia.
tor, de entender su papel y trazar su identidad: en realidad, es En todo caso es significativo que en esa novela Saer, como
la escritura, es el cumplimiento inconsciente de la función que quizás nunca en toda su obra, haya representado la práctica
se le atribuyó otrora, lo que hace de él un escritor. Ser escritor material de la escritura, o si se quiere, llevado hasta sus últimas
aparece así como una consecuencia y no como una causa: es consecuencias la alucinación del propio gesto de escribir: los
el resultado de la obra. Porque de lo que se trata no es de una prolijos cuadernos que contienen el manuscrito y que hablan
autobiografía, sino de un rito colectivo, de un mandato de los de esa mano trémula de un viejo que escribe en el umbral de
otros, o sea, de llegar a ser un escritor-testigo de la orgía, ser un la muerte sobre un episodio enigmático de su juventud son un
escritor-testigo espantado de la locura de lo real, de lo irreducti- espejo en donde el escritor escribió delirándose a sí mismo con
blemente pulsional del hombre, ser la simple memoria incierta su propia ficción de escritura. Por un lado, esta mitificación y
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esta creación de una versión imaginaria de la actividad creado- sobre, otra vez, Onetti, haciendo hincapié en la especificidad
ra no desembocan en respuestas operativas ni en afirmaciones irredimible de ese territorio inventado: “Hay que decir también
tajantes, ya que la duda y la prudente modestia acompañan el que, con su propio nombre o con un nombre inventado, como
proceso, es decir que la dimensión problemática de la escritura la Cacania de Musil, o sin nombre en absoluto, el territorio en el
se prolonga en su versión legendaria. Pero también se le atri- que un narrador instala sus ficciones, sólo tiene un parentesco
buye a una práctica incierta, como es la creación, una serie de lejano con el espacio o la geografía habitados por los seres de
ecos intensos en un pasado fuera del tiempo. La escritura, la po- carne y hueso que chapaleamos en lo empírico”.
sición del sujeto que escribe, son suficientemente enigmáticos Consecuentemente, cuando Arcadio Díaz Quiñones le pro-
para merecer la invención de un mito privado que tendría un puso a Saer establecer un mapa de la zona (según el modelo
valor indefinidamente explicativo. Así, la zona saeriana, pasa a del mapa del condado de Yoknapatawapha de Faulkner), la res-
tener un rutilante relato fundador. La fuerte reorientación de puesta del escritor fue un gesto en tres etapas que se asemeja
la producción de Saer después del El entenado no sería ajena a su propia escritura: desplegar un mapa de Santa Fe, borrar el
a esa reinvención de lo propio, a saber, la figura de autor y el nombre de la ciudad y sólo entonces situar en él los principales
lugar de lo narrado. lugares de los relatos ya escritos, convirtiendo al espacio exis-
tente en espacio ficticio.
Sin embargo, y desde ya paradójicamente, dentro de los do-
UN LUGAR DE AUTOR cumentos preparatorios para la escritura de Glosa se encuentra,
por ejemplo, un diario de viaje a Santa Fe (llevado a cabo en
“Mito” e “historia”, autoengendramiento o ficción de pertenen- septiembre/octubre de 1982), con precisiones y detalles refe-
cia son las maneras de construirse una figura de autor o, como renciales (sobre clima, vegetación, cambios de la ciudad, mo-
lo indica la insistente espacialización metafórica del fenómeno dos de hablar, etc., etc.) dignos de una ficha redactada por un
que vengo repitiendo, la manera de hacerse un lugar. Ambos escritor naturalista, viaje y diario que jugaron probablemente
relatos desembocan, en todo caso, en la problemática del te- un papel esencial en el proceso de creación de la novela. O, con
rritorio de las ficciones, la zona. Ahora bien, la elección de un respecto a otros textos, existen trazas de indagaciones minucio-
espacio único que sería el lugar de origen del escritor, Santa Fe, sas –sobre el comercio de vino en Santa Fe, por ejemplo– que
pero con exclusión sistemática del nombre constituye, como es prueban una constante y quizás creciente preocupación por la,
bien sabido, uno de los puntos de partida más evidentes del pro- sino “verdad” referencial, cierto tipo de verosimilitud de lo na-
yecto y un eje alrededor del cual van girando y escribiéndose rrado. Y, claro está, el despliegue topográfico de La grande, con
las diferentes variaciones de la obra. Es, incluso, una condición sus repetidos recorridos por una ciudad reconocible, refuerzan
necesaria, de valor general, para cualquier obra, según repetidas esa impresión. Por lo tanto, el “parentesco” entre el territorio de
afirmaciones del escritor: “la invención de un territorio propio las ficciones y el espacio de Santa Fe y sus alrededores será “le-
para implantar en él [las] ficciones [...] es la condición necesa- jano” (siguiendo la cita precedente), pero el trabajo del escritor
ria de casi todas las empresas narrativas”, escribe en Trabajos, parece haberlo llevado, sobre todo en las últimas etapas de su
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obra, a aumentar el parentesco en vez de a volver más visible que entretejida en las intrigas proliferantes de la novela, Saer se
la lejanía. acerca, como nunca antes, a la narración de una trama autobio-
Porque resulta, en un punto, demasiado fácil resolver la gráfica, inseparable, por supuesto, de esa ciudad, de ese lugar.
cuestión afirmando que la zona saeriana es una Santa Fe ubi- Podemos suponer que de lo que se trata no es, solamente,
cada en un mapa literario, que es una Santa Fe imaginada, y de plantear lo problemático de la representación de una rea-
que el anonimato postula, como una frontera infranqueable, la lidad y la defensa de un estatuto ambiguo del texto literario
especificidad del mundo ficticio frente al mundo real o, si se (que son afirmaciones programáticas repetidas), sino de, repi-
quiere, la fractura sin solución entre lo real y la representación. to, “hacerse un lugar”, es decir, hacer de un espacio existen-
Demasiado fácil ya que, una vez que reconocemos estos postu- te, anónimo, quizás gris y sin relieve, el propio espacio para
lados, la continua referencialidad de la zona sigue resonando. una literatura. O sea, transformarlo gracias a una mirada, a una
¿En qué y por qué ese espacio no sería “realista”? ¿Alcanzaría perspectiva personal. Transformarlo no en el sentido de con-
la ausencia de nombre para propulsarlo en una esfera de li- vertirlo en un espacio fabuloso o legendario (como, para tomar
terariedad? ¿La ausencia de nombre no es una modalidad de, un ejemplo radical, García Márquez cuando pasa de su pueblo
no sólo postular negativamente, sino también intentar llevar a natal, Aracataca, a Macondo), sino transformarlo en el sentido
cabo positivamente la representación de esa ciudad? El asunto de una apropiación, es decir, hacerlo existir exclusivamente a
es seguramente mucho más complejo de lo que una primera través de la propia percepción y sensibilidad. El ejemplo que
impresión, respetuosa de las posiciones de Saer al respecto, nos podría ser modélico, a pesar de algunas diferencias conocidas,
indica. Entre otras cosas, porque las posiciones son coherentes es el de Santa María de Onetti: crear otro espacio, una ciudad
y constantes, pero la praxis narrativa de ese “lugar” es inestable, propia, mundo aparte de la ficción, que al mismo tiempo es
evolutiva y a menudo contradictoria. En ese sentido, hay que un territorio que no tiene ninguna característica peculiar, que
notar también la sucesión de, por un lado, una ampliación verti- no es un espacio de pesadilla ni de maravilla, que es el mis-
ginosa del concepto de lugar (en los cuentos del libro Lugar, del mo espacio disfórico y triste de la vida cotidiana (o del magma
2000): al haber ya construido un espacio literario fuerte y reco- empírico en donde chapalean los hombres de carne y hueso).
nocible, el mundo entero entra en él. En esos relatos, el lugar Pero que es un espacio dominado por la imaginación o el sue-
puede ser cualquier lugar, El Cairo, Chernobil, Cadaqués o Vie- ño de un sujeto. Para ser escritor hay, entonces, que crear lo
na. Por otro lado, inmediatamente después de haber afirmado existente, hay que empezar de nuevo la fundación del mundo
la universalidad del lugar y su carácter, digamos, virtual (sería (y de la literatura): hacerse un lugar es edificar una ciudad que,
un espacio puramente literario), en La grande Saer vuelve, con aunque sea semejante a la real, pueda ser sin embargo propia,
una inédita meticulosidad referencial y evocativa, a la ciudad dominable. Es la sensibilidad y el tono –la mirada, la perspec-
de Santa Fe. Plenamente propietario de ese mundo, lo despliega tiva– o, para decirlo con Saer, la manera –“es la manera lo que
y hacer funcionar con evidente placer, como si la universaliza- cuenta”–, aquello que convierte a ese territorio en epítome del
ción del libro precedente liberara su capacidad de nombrar el universo entero, por supuesto, pero sobre todo lo que hace de
espacio de siempre, el espacio propio. Y no sólo de nombrar, ya ella el lugar de una escritura diferenciada.
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Si tomamos a Borges como paradigma de una entrada en de lo existente; es el lugar, por fin, para convertir en materia
escritura y de las estrategias del ser autor en Argentina –lo narrativa variable la confusa red de acontecimientos, recuer-
que es discutible y lo que Saer hubiese rechazado con virulen- dos e impresiones que constituyen la propia vida. Si ampliamos
cia– podemos encontrar analogías entre el Borges de los años vertiginosamente el análisis y el concepto, la conclusión sería
20, que se inventa una ciudad y un espacio para su proyecto que, en Saer, el lugar es su más nítida figura de autor o que es,
literario (esa invención de las orillas y esa “Fundación mítica de al menos, la condición indispensable para balbucear un rela-
Buenos Aires”, que también pasa por Díaz de Solís) y Saer, que to personal que logre trazar, paso a paso y página a página, el
en su primer libro se sitúa (En la zona) y en su primera novela mapa de su cara.
funda (recuérdese la historia de los orígenes de la ciudad narra-
da en La vuelta completa). O sea: hacer de una ciudad existente
un lugar literario como manera de hacerse/volverse escritor. La LAS TEORÍAS DE AUTOR
comparación con Borges, sea cual fuere su pertinencia, tiene, al
menos, un interés, el de medir la creencia en el propio destino A la luz de las afirmaciones precedentes, puede llevarse a cabo
literario que supone ese gesto y también, por qué no reconocer- una lectura peculiar de los discursos críticos de Saer, en parti-
lo, la ambición así marcada. No es casual entonces que, al final cular de sus ensayos. Una lectura desde la propia producción y
de El entenado, después del amenazante eclipse que permite no desde los objetivos explícitos de esos textos. Allí encontra-
palpar la “pulpa brumosa de lo indistinto”, el entenado confie- mos un pensamiento que no guía y prepara la propia práctica,
se una –inverosímil– pertenencia: “Al fin podíamos percibir el sino un pensamiento que surge de una práctica y que, con otro
color justo de nuestra patria”. El escritor, después de ese mito efecto de causalidad retrospectiva, viene a justificar y a atribuir-
fundacional, se inscribe en un nosotros, en una tierra de padres le sentido a gestos y elecciones ya realizados (y, por lo tanto, a
(una patria) y tiene un “suelo firme” en el que, como lo afirma preparar nuevos gestos y elecciones que darán lugar, a su vez,
el narrador de esa novela al llegar a las costas americanas, es a otras teorizaciones). Ante todo, en ese conjunto de textos se
posible “plantar [su] delirio”. El escritor acaba de encontrar, de define una ética del rechazo como condición elemental para
fundar, su lugar. la propia escritura: las tomas de posición prefieren a menudo
La invención de un territorio es un proceso particular: el afirmar lo que no se quiere en vez de lo que se quiere –en opo-
territorio inventado termina inventando al autor, en el sentido sición al gesto repetido de fundación y autofundación en sus
de imponerle rasgos, características, limitaciones, postulados, relatos–. Un ejemplo sacado de “Razones”:
dinámicas, relatos. El territorio es el lugar para contarse, para
trazar las peculiaridades de un tono, para decir un deseo y una En mi caso, el trabajo mismo de la escritura se hace sin pre-
pérdida, para desplegar un modo de percibir; es el lugar para, conceptos teóricos. En cierto modo, me valgo de una poética
ante el amplio horizonte de todo lo posible, refugiarse en una negativa: tengo mucho más claro lo que no quiero o no debo
pertenencia, inscribirse en una filiación; es el lugar para expre- hacer que lo que voy a hacer en las próximas páginas. ¡A lo
sar el espanto ante el mundo y cantar el maravilloso cabrilleo mejor todo es una simple cuestión de fobias! Es mucho más
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lo que descarto que lo que encuentro. Podría compararse al malistas”) el sectarismo teórico de Ricardou y de Robbe-Grillet
trabajo alquímico en la medida en que, seleccionando elemen- o critica la lingüística-ficción que, como una paranoia teórica,
tos y poniéndolos en relación para que se modifiquen mutua- perseguiría a los escritores. El mejor ejemplo de este fenómeno
mente, busco obtener un residuo de oro. es, seguramente, el desparpajo con el que proclamó, una y otra
vez, la muerte del género novelesco desde un proyecto de re-
En su trayectoria intelectual se suceden así los escándalos con- novación de ese género y de escritura sistemática de grandes
tra las instituciones tradicionales y porteñas de la literatura ar- y ambiciosas novelas. O sea, aun en las reivindicaciones polé-
gentina, contra los imperativos del regionalismo o del realismo micas de los otros o de principios programáticos, encontramos
(en los años sesenta); una oposición al Boom, al realismo mágico la búsqueda de una singularidad, de una escritura titánica a su
en tanto que identidad literaria para América Latina, a la inte- manera, asumida hasta sus últimas consecuencias y por lo tan-
gración de discursos mediáticos en la literatura, al exilio y el to autónoma, cuando no opuesta a los demás escritores, a las
sufrimiento como pathos ineluctable del escritor rioplatense (en teorías, al mercado, a las convicciones y creencias.
los setenta); se sucede la puesta en duda del culto a Borges y de Los ensayos de los fines de los sesenta y de los setenta po-
ciertas operaciones literarias que integrarían mercado y teoría nen en duda el pensamiento metaliterario, afirman la necesidad
literaria, como la de Umberto Eco (en los ochenta y los noventa), de despojarse, de escribir desde una intemperie, en contra de
etc. Estas lecturas trastocan las figuras fuertes de la literatura, su propio tiempo –para llegar a ser paradójicamente, su tiem-
creando una filiación paralela, leyendo en los otros los propios po mismo–: “No ha de tener, el narrador, ningún compromi-
principios o leyendo lo que en los otros vendría a justificar la so previo con nadie ni con nada, y sobre todo, con ninguna
propia obra. Por ejemplo, se protege del Boom gracias a la auste- teoría”, leemos en “Narrathon” (1973). De hecho, no hay tal
ridad del Nouveau roman, entra en los debates sobre el compro- despojamiento ni singularidad radical, pero toda lectura será
miso o sobre el realismo con ideas freudianas sobre la creación, autocentrada, preocupada por las eventuales apropiaciones de
ataca al canon establecido gracias a Juan L. Ortiz y a Antonio Di saberes y discursos. Por ejemplo, también en “Narrathon”, pos-
Benedetto, retoma la negatividad de Adorno frente a la poética tula que el escritor debe trabajar imaginariamente la lingüística
positiva del realismo mágico, elude toda rigidez teórica gracias a o la teoría de la narración ya que lo que cuenta son “los ecos
Barthes y a su escritura del “cuerpo” y así sucesivamente. indecibles que ese repertorio conceptual despierta, de un modo
Hay que notar, matizando y precisando las afirmaciones vago, en él” (así funciona, dicho sea de paso, su relación con el
precedentes, que la recuperación de tal o cual bandera progra- psicoanálisis, la filosofía, la antropología o la historia: El entena-
mática es siempre utilitaria, en la medida en que no implica una do es, en ese sentido, un espléndido ejemplo de una lectura au-
adhesión concreta. Por ejemplo, si retoma las teorías del texto, tocentrada). O sea, en la visión saeriana, que no es ajena a una
los postulados del Nouveau roman y el psicoanálisis en con- idealización legendaria personal, la creación exige una posición
tra del realismo mágico y la cuestión del compromiso, también “superyoica” potente, porque se lleva a cabo desde una tensión
denuncia, muy tempranamente (desde 1972-1973, o sea, en el entre las exigencias de la obra y las solicitaciones de una carre-
momento de escritura de los relatos considerados más “maxi- ra literaria (tensión que, según Saer, suscita un desgarramiento
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y que sólo puede remediarse con el éxito del escritor): en todo ca del escritor Juan José Saer. Me refiero a sus intervenciones
caso, es lo que escribe en un ensayo sobre El hacedor de 1971. mediáticas, al lugar atribuido a la autobiografía en sus declara-
Estas tomas de posición, en algunos casos impregnadas de ciones y textos, a sus acciones y modos de vida, tal cual trascen-
un espíritu de denuncia y provocación, son a menudo contra- dieron y circularon en los medios literarios. Por lo pronto, hay
dictorias con las prácticas literarias (algunas contradicciones que señalar una peripecia biográfica de inmensas consecuen-
resultan evidentes en los párrafos precedentes). De lo que se cias: el viaje a París en 1968. Poco importa cuáles hayan sido
trata, más bien, es de crear un espacio para el propio proyec- las motivaciones personales de ese viaje, el efecto fue el de des-
to, es delimitar un terreno de lo posible y de lo legible para lo plazarse (el de borrarse a medias, se diría desde sus ficciones)
que se está escribiendo. Porque lo singular del fenómeno es con respecto al espacio de origen, Santa Fe, y de cara al centro
que, en contrapeso a ese rechazo no encontramos tanto una literario del momento, Buenos Aires. París vivido como un lu-
estética operativa, clara y reivindicable, o una posición progra- gar de margen, como un afuera en donde es posible escribir (y
mática y vanguardista (a pesar de la importancia atribuida a lo casi todos los grandes textos surgen allí); escribir, digamos, “no
nuevo y a la experimentación, afirmaciones que se correspon- estando” o, si se quiere, no siendo escritor, no lidiando con la
den, también, con la posición de rechazo ya mencionada), sino construcción de una imagen pública de escritor. En ese sentido,
que encontramos una prolongación de la indeterminación de su posición se asemeja a otra, conocida y comentada por Saer,
las representaciones ficcionales de la escritura. Lo reivindica- la de Gombrowicz al mantener una ex-centricidad argentina
do es la dimensión involuntaria, cuando no inconsciente, de la frente al sistema literario polaco de posguerra –ejemplo citado
creación; de una creación vista como un dictado fuera de todo en la introducción de este libro–: París y Buenos Aires, en am-
proyecto, de una creación para la que se reivindica vehemente- bos casos, son una tierra de nadie, en donde la propia escritura
mente un valor ético y un espacio de libertad. Así se desarrolla se vuelve posible.
una teoría de la anulación de la voluntad, de una somnolencia, Esta constatación, novedosa si se la compara con la posi-
que termina rastreándose en la historia de la literatura y en ción de Cortázar y con la larga tradición argentina sobre exilios
una familia literaria que se va esbozando de ensayo en ensayo. parisinos, va a la par con una de esas afirmaciones negativas –lo
Ser escritor sería saber canalizar un flujo discursivo e imagina- que no se quiere–: el rechazo de todo discurso autobiográfico
rio cuyo origen se desconoce y que apenas se comprende. Esta público. No sólo me refiero a la displicencia con la que intituló
canalización supone una posición modesta, la de una literatu- “Una concesión pedagógica” la presentación de su biografía en
ra sin atributos, en la que el autor se representa a sí mismo y escuetas frases (en un texto esencial para su recepción en Ar-
representa a la escritura como instancias dudosas; supone una gentina, como lo fue la antología Juan José Saer por Juan José
teorización de ese surgimiento enigmático; supone, consecuen- Saer), sino incluso, y mucho más allá, a la manera en que ma-
temente, un activo y enérgico rechazo de todo lo que trabaría, nejó durante años su imagen como la de un escritor sin ima-
limitaría o volvería ilegible “eso” que se escribe. gen. Con una notable constancia, Saer buscó, no ocultar, sino
Este tipo de opciones y de tensiones se observa también en excluir a la vida privada de la esfera de los discursos críticos y
la esfera, ya más directa, de construcción de una figura públi- literarios, afirmando que únicamente si desdibujaba su figura y
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sus intervenciones en el mercado, podría, tal vez, tener alguna rrar. Porque el rechazo sistemático de ciertas posiciones, ciertas
certeza sobre la recepción y valor de sus textos. Los textos, así, actitudes, ciertas maneras de ser escritor, tienen que ver con
deberían funcionar “solos”, sin autor. Asimismo, sus entrevis- la eventualidad, entrevista, de relacionar elementos y obtener,
tas buscan, sistemáticamente, tomar posición sobre fenómenos por fin, ese “residuo de oro” mencionado en una cita anterior.
culturales, literarios y a veces políticos del momento, intentan Dicho de otra manera: el ser un gran novelista, según los mejo-
sugerir pistas de lectura de tal o cual libro suyo, tratando de res ejemplos de la historia literaria, pasó en Saer por una toma
orientar la recepción, pero nunca introducen, en términos de de distancia con el repertorio disponible de figuras de autor y
discursos explícitos, una historia personal, una exaltación de lo de modos de escribir. Rechazar las poses, los mitos, los rituales,
vivido, un relato complaciente sobre sí mismo. no sólo por lucidez y descreimiento, sino como un intento de
Aun en los últimos años de su vida, cuando la repercusión poder ser realmente escritor, más allá de poses, mitos y rituales
mediática de su obra lo llevó a sistemáticas intervenciones pú- –aunque la duda y el pesimismo lo condenasen a la incerti-
blicas, el mismo rechazo siguió, a su manera, actuando. Por dumbre al respecto y aunque el rechazo sea, a su vez, un modo
ejemplo, a la hora de aceptar ser el centro de un documental de autorrepresentación, una pose legendaria–.
(me refiero a la película de Rafael Fillippelli, Retrato de Juan Porque es interesante volver a recordar que los diferentes
José Saer, 1996): efectivamente, en él observamos cierta inti- rasgos de una anulación de su figura pueden discutirse y cote-
midad del escritor (una comida con amigos y su compañera jarse, paradójica cuando no conflictivamente, con otras posicio-
Laurence en París, otra en Buenos Aires, una tercera en Santa nes, afirmaciones, intenciones. Por ejemplo, sus opiniones sobre
Fe), pero esa intimidad está signada por una voluntad explícita la muerte de la novela, sobre las exigencias de experimentación,
(y afirmada como tal): la de mostrar que se rechazan tajante- sobre las tensiones y originalidad de la forma, sobre la indeter-
mente los remanidos procedimientos de autorrepresentación y minación del sujeto que escribe, deben leerse conjuntamente
de puesta en escena personal que utilizan los escritores; la de con una reivindicación explícita del trabajo de escritor (una pro-
mostrar, por lo tanto, gracias a la prueba visual, que no hay fesionalización, una exaltación del esfuerzo, una “seriedad” y un
nada que mostrar, que el escritor es un hombre como todos y “peso” de la escritura); leerse conjuntamente con la precisión de
que, en el fondo, el autor no está en la película que vemos, que su estilo, con la intención de producir algunos efectos afecti-
el autor es ese nadie del que nada puede saberse. vos característicos de la gran literatura (tanto el humor como la
Todo lo que antecede, de más está decirlo, produce uno emoción). O sea, leer el borrado del autor junto con una singular
de los mayores “efectos retrospectivos” que intentamos definir tenacidad, que aunque pase por el no estar allí en donde se lo
en el inicio de este capítulo: el de una estrategia, que podrá ser podría encasillar, mantiene siempre una misma orientación en
involuntaria, que podrá ser el fruto de una serie de reacciones un mismo camino (o en lo que termina siendo hoy perceptible
y decisiones contingentes, pero que termina cobrando un senti- como un camino). Todo lo que lleva, por lo tanto, a la defensa de
do: una estrategia de ser escritor sin serlo, de escribir una gran un profesionalismo y a un juicio radical sobre la trascendencia,
obra sin un pathos de creación, de situarse en un lugar desde la vitalidad, la importancia de la literatura, para sí mismo, para
el cual se puede todavía renovar un género y una forma de na- los hombres, las culturas y los grupos sociales.
200 HÉROES SIN ATRIBUTOS SAER: UN ESCRITOR DEL LUGAR 201

En ninguna medida se puede entonces esbozar una imagen grandes novelas. La experiencia es inenarrable y la percepción
de Saer como un escritor ingenuo o espontáneo, marginal o se difunde en ecos proliferantes, pero la experiencia sensible
atípico. De lo que se trata es de cómo fue tomando forma su será lo más poderosamente evocador en mis textos, etc. No hay
figura personal y su proyecto para resolver las aporías de toda discursos válidos que den cuenta de la creación, pero esa mis-
creación y, en particular, de la creación literaria en la época en ma complejidad de la situación es un motor y un vector de una
que le tocó vivir, logrando así innovar, reinventar, afirmar un creación original. Así la trayectoria de Saer define otra manera
estilo, una manera, una personalidad literaria. Y esa novedad de ser escritor, postula una teoría propia de la literatura, una
pasó tanto por un sistema de producción (la cadencia de escri- forma de intencionalidad y de control que renuncian a la omni-
tura), por la delimitación de un territorio, como por la compleja potencia pero no al lugar del sujeto en el proceso de creación.
elaboración en negativo de su figura de autor. Ésa sería la sime- Su trayectoria, su manera de ser escritor, son respuestas per-
tría con Borges: para ser un gran escritor en Argentina se lleva a sonales a esa pregunta, a ese cómo ser escritor, a cómo seguir
cabo una construcción negativa y, por eso mismo, potente. siendo escritor, hoy, a pesar de todo.
Porque la defensa sistemática del “vacío” del escritor, su En el conjunto de sus intervenciones mediáticas y edito-
afirmación del carácter involuntario y pulsional de la actividad riales, en resumen, vemos una constancia notable, la atribu-
literaria, el rechazo frontal de toda mitificación de su figura y ción a la literatura de una función de primera importancia y,
de su biografía (la reticencia y la incomodidad a la hora de ocu- paradójicamente, un retraimiento del yo que escribe. Más que
par un lugar del escritor), los peculiares senderos de su filiación de modestia, de marginalidad o de desinterés por las estrate-
intelectual, su alejamiento de Argentina, el silencio mediático gias propias de una carrera literaria, lo que puede leerse en su
que caracterizó buena parte de su carrera son, también, gestos trayectoria es entonces un intento de poner a sus relatos en el
reactivos. Reactivos en el sentido de que deben comprenderse primer plano, invirtiendo un funcionamiento más tradicional,
en el marco de la “muerte del autor” de los setenta, de la tiranía el del autor que domina y determina los textos. Así como el
de ciertos pensamientos críticos, de la crisis de la función de proyecto se reduce, in fine, al resultado, el autor Saer está au-
los discursos literarios en nuestras sociedades, de la invasión sente, no es nadie, para que se lean distorsionadas figuras de
del mercado y de las instituciones, no sólo en la circulación autor en Tomatis, en Washington, en el entenado, en Pichón
y recepción, sino también en la producción de los textos. La Garay, en el hombre saeriano en general –para poder estar en
posición, dijimos, sería la de un borrado, la de una modestia todos ellos al mismo tiempo–. Lo que hay para decir se en-
negativa, la de un abandono de ciertos mitos y espacios que los cuentra en los textos y el resto (poéticas, ensayos, entrevistas,
autores ocupaban tradicionalmente. Pero ese abandono tiene imágenes, autobiografías) funciona como un complemento
como consecuencia entonces afirmar lo negado, reintroducir que debe llevar a ellos. Renunciar al mito de autor público
lo perdido, restaurar la autoridad del escritor, en otro espacio y fue, para él, crear un mito en el texto, o sea, reivindicar y de-
de otra manera. La literatura es fantasma y deseo, de acuerdo, fender el valor de su obra; la obra, en su propia dinámica, irá
pero el sujeto de ese fantasma soy yo. La novela, en su forma creando en espacios inéditos, otras identidades y figuras de
decimonónica no existe más, pero a partir de esa idea escribo autor. Si la ciudad es una Santa Fe ficticia, el escritor no es por
202 HÉROES SIN ATRIBUTOS

lo tanto el Saer biográfico sino que lo son sus personajes, sus VI. Piglia: loco lector
textos, su territorio.
Así logró, no sólo escribir novelas, seguir escribiendo no-
velas, sino también escribir la gran novela que Macedonio dejó
inconclusa o la que Borges no escribió nunca. Así logró avanzar
en el más amplio y ambicioso proyecto novelesco de la litera-
tura argentina.

La posición ante la tradición de Piglia podría introducirse en tér-


minos comparativos –empezar así este capítulo no es arbitrario
si tomamos en cuenta ciertas tonalidades de su proyecto lite-
rario–. Su posición es contraria, en alguna medida, a la de Saer.
Saer intenta, como vimos, borrar las huellas, afirmar una auto-
nomía, delimitar un espacio –un lugar– de singularidad plena.
Piglia, al contrario, se sitúa exacerbadamente en una actitud de
lector: lector de novela policial, de Borges, de Macedonio, de
Walsh, de Arlt, intensificando algunos rasgos de esos textos y
figuras como manera de llegar, por el camino de una repetición
deformadora y hasta de una falsificación multiforme, a una ver-
sión personal, a una singularidad. Frente a los textos de Saer, la
mirada del crítico tiende a marcar los gestos de relectura y de
influencia. En Piglia, la influencia, la lectura, exasperadas, des-
plegadas en el primer plano, vueltas intriga y suspenso, llevan
a señalar una originalidad indirecta. Más ampliamente todavía:
Saer funcionaría como Macedonio y Di Benedetto. Los tres es-
criben obviando referencias, escriben a partir del margen o de
nada, o al menos a partir de una construcción ficticia de un
origen propio. En cambio Piglia (como Borges y Lamborghini:
valga la disonante trilogía) expone la biblioteca, distorsionada-
mente, estableciendo recorridos personales a través de la explí-
cita palabra heredada, interrogada hasta el paroxismo. Por eso
Piglia retoma la idea de la literatura o de la lectura como fuente
203
204 HÉROES SIN ATRIBUTOS PIGLIA: LOCO LECTOR 205

de la creación, mientras Saer pone en el origen de la literatu- mente, el propio “Piglia”, personaje que irrumpe en todo tipo
ra la pulsión, lo secretamente íntimo, lo único que, en nuestra de “textos” (novelas, cuentos, ensayos, películas, entrevistas),
cultura, sería reacio a lo ya escrito (aunque lo pulsional pueda borrando o mezclando fronteras entre realidad y ficción, perso-
irrumpir, de la mano de la locura, en Piglia, y Saer lleve a cabo naje que resulta dominante en los ensayos, en donde el comen-
sofisticadas operaciones de lectura y reescritura). tario erudito, la interpretación esclarecedora y la ficción del yo
Esta diferencia pesa y cuenta en las características de los se superponen, a veces inextricablemente (como puede cons-
textos de unos y otros. En Piglia, domina una literatura frag- tatárselo en Formas breves –2000–, en cuyo Epílogo leemos:
mentada, híbrida, que no se aparta de sus mecanismos de pro- “La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe
ducción, exhibidos y dramatizados, o de sistemas de reformula- su vida cuando cree escribir sus lecturas”). Las operaciones de
ción de lo leído, todo lo cual irrumpe a cada paso en la ficción. alusión enigmática y edición parcial de un Diario del escritor
Por lo tanto, en su trayectoria, el relato, omnipresente, parece al –de un texto virtual– son el eslabón más complejo en la cons-
mismo tiempo inalcanzable, ya que su concepción de la litera- trucción de ese personaje.
tura lo lleva a enfrentar o a dejarse llevar por fuerzas de desvío, Más allá de estas generalidades, los dos últimos libros to-
mediatización, reflexión, fuera de una supuesta narración ple- talmente nuevos de Piglia (Plata quemada, El último lector), sin
na, de un tradicional despliegue imaginario de circunstancias, introducir un corte o una ruptura, implican variantes significa-
actos, caracteres. Literatura es lo que leemos como literatura, tivas en esa relación con el relato y en ese proceso de autofigu-
afirma Piglia, trayendo hacia ese terreno textos alejados de la ración. Por un lado, Plata quemada (novela de 1997), convierte
ficción, crispados en lo conceptual y, al mismo tiempo, constru- al proceso de escritura y de reflexión sobre la literatura en una
yendo relatos fragmentados, lacónicos, indirectos. ficción de largo aliento. En la perspectiva de los relatos ante-
Esta posición explica también, claro está, la importancia riores, Plata quemada sería una excepción o una apertura del
que tiene, en la génesis y el funcionamiento de su obra, un sistema: no sólo se narra, sino que la virulencia y la emoción de
despliegue polimorfo y múltiple de figuras de autor –de su fi- lo narrado parecen surgir y afirmarse gracias a la dilución de la
gura de autor en tanto que espacio privilegiado de fabulación–. razón, gracias a la entrada en la locura. En un plano bien dife-
En palabras de Piglia, citadas por María Antonieta Pereira, el rente, El último lector (2005) lleva a cabo un cambio semejante;
escritor “tiene como sentido inventarse una vida, una tradición, allí se deja de lado la fragmentación extremada para instalar
incluso un parentesco.” Y la crítica fue, a lo largo de los años, una fluidez anecdótica y conceptual (todo un libro sobre un
comentando las modalidades de algunas de esas figuras, inhe- mismo tema), retomando, es cierto, temáticas y obras ya comen-
rentes a una práctica literaria. Renzi, ante todo, protagonista tadas en ensayos anteriores (Crítica y ficción, Formas breves) y
de un diseminado relato de iniciación a la literatura y alter ego acentuando la interpretación minuciosa de obras del pasado.
que aparece en buena parte de sus textos. La “máquina” de La En ambos libros, desde algún punto de vista, Piglia prolonga lo
ciudad ausente luego, punto nodal de una despersonalización que él mismo, en una entrevista, llama su “autobiografía falsa”,
de la escritura, de la idea de una combinatoria de lo ya escrito esa escritura de “construcciones imaginarias de la propia vida”
y de la puesta en ficción de Macedonio y sus teorías. Y, final- (“Conversación imaginaria con Ricardo Piglia”). Autobiografía
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que pasa, por ejemplo, por el relato “En otro país” –de Prisión el policial argentino”, según Adriana Rodríguez Pérsico, Plata
perpetua– y por esa misma entrevista, en la que acumula falsos quemada retoma rasgos fundadores de toda narración.
indicios e informaciones contradictorias sobre, por lo menos, Pero si el desenlace implica una irrupción de la ficción y de
la existencia, real o no, de un escritor y maestro llamado Steve lo imaginario, también encontramos en el Epílogo del libro una
Ratliff y de una revista literaria supuestamente editada junto afirmación del proyecto y de la historia del texto. “Esta novela
con Juan José Saer y Juan Carlos Martini, El Traje del Fantasma. cuenta una historia real”, afirma allí el escritor, narrando enton-
Sobre este aspecto, como también sobre la construcción de una ces, como en una novela de enigma, los pasos y circunstancias
voz femenina en tanto que instancia de escritura, los estudios de la pesquisa que lo llevó, trabajosamente, a lograr conocer
de Teresa Orecchia Havas son esclarecedores. la historia. Los dichos y acciones estarían reconstituidos con
Ahora bien, una serie de personajes ficticios de autor (o “materiales verdaderos” (artículos de diarios, interrogatorios,
interpretables como tal) aparecen en Plata quemada y El último informes psiquiátricos, declaraciones testimoniales, legajos
lector recorre textos y escritores en un movimiento de autorre- judiciales del caso, transcripción de grabaciones secretas rea-
presentación cifrada. El comentario sucesivo de esos dos libros lizadas por la policía en el departamento), lo que le permitió
permitirá delinear las figuras de autor del “último Piglia” en “reconstruir con fidelidad los hechos narrados en este libro”.
tanto que imágenes periféricas y tardías dentro de la estrategia No sólo los hechos, por otro lado, ya que el texto respetaría los
general del escritor al respecto. Entre ambos libros se impone, diálogos efectivos y las explicaciones o hipótesis formuladas
en todo caso, una articulación conflictiva y fértil en la construc- por los protagonistas. Ahora bien, y a diferencia de otros textos
ción de una identidad ficticia: la de la locura con la lectura. de “investigación” (como los de Walsh), la tensión genérica (la
de la novela policial), la fuerza de dramatización de la causali-
dad (proveniente del relato en tanto que forma), la polisemia
LOS ESPEJOS Y LA CÓPULA SON ABOMINABLES discursiva y retórica, el uso constante del lenguaje figurado y la
intensidad imaginaria, irrumpen a cada momento, excediendo
Dos relatos aparecen en Plata quemada: el relato de un crimen, esta supuesta “historia real”, volviendo inverosímil el pacto de
el relato de una escritura. El relato del crimen, construido alre- lectura propuesto a posteriori.
dedor de una escena, el desenlace, de gran intensidad dramá- Dos relatos entonces: el crimen, la escritura; o más bien,
tica, imaginaria y simbólica, expone las consecuencias de un la historia de un crimen que presupone una segunda historia,
asalto sucedido en septiembre de 1965 en las afueras de Buenos la de la escritura, y que por lo tanto incluye a otro tipo de per-
Aires. La intriga gira alrededor de la huida sangrienta de tres sonajes y funciones: la del autor, la del lector, ya que en el
delincuentes que terminan encerrados en un departamento de Epílogo leemos la historia de la construcción de la historia leí-
Montevideo, sitiados por la policía de dos países, por los medios da. Según esa historia, en el origen del texto encontramos una
de comunicación, por una proliferación de imágenes y discur- compleja red de relatos (o una red de fragmentos y visiones de
sos que convierten al desenlace en una especie de paradigma una historia incierta) que el escritor compila, y que a su mane-
del acontecimiento. Thriller, relato heroico, “relato mítico para ra interpreta, al menos por el modo en que los escucha. Cito
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el Epílogo: “yo la escuché [la historia] como si me encontrara interpretaciones de los conflictos en palabras. A la sociedad se
frente a una versión argentina de una tragedia griega.” Piglia la percibe, también, como un vivero de relatos, a los que se les
prolonga ese juicio paradójico afirmando que, al escribir esa presta espacio, escucha, para que se desarrollen: ciertas lecturas
historia en 1995, intentó ser “absolutamente fiel a la verdad de de Bajtín y de Foucault no son ajenas al dispositivo así descrito.
los hechos”, pero una verdad de hechos sucedidos treinta años La dramatización de la acción y la dimensión histórica, ética y
antes y que él ya había intentado escribir por aquel entonces. sexual de la novela están constantemente amplificadas por una
Por lo tanto, afirma Piglia, la distancia que lo separaba de lo su- tensión entre voces distintas, relatos dispares, que se repiten, di-
cedido (una escritura treinta años después de los acontecimien- fieren entre sí, se contradicen, cuentan fragmentos de sus histo-
tos), los transformó, convirtiéndolos entonces en “el recuerdo rias, introducen modos de pensar, de juzgar el mundo, modos
perdido de una experiencia vivida”, recuerdo que estableció que entran en conflicto con otros, también presentes, en un mo-
una lejanía entre él y la historia por narrar. Trabajó en ese re- vimiento continuo, paralelo a la agudización de la intriga. El ha-
lato, dice, como en el “relato de un sueño”. La historia de la bla se confunde con la escritura, en la medida también en que en
novela pasa de la verdad o la realidad a la dimensión íntima del todo momento se pone de relieve ciertos términos, los persona-
recuerdo y a la construcción onírica, proceso de interiorización jes se interrogan sobre ciertas palabras, se dramatizan la función
que es sinónimo del paso a la ficción personal. La oralidad, tal semántica y los alcances ideológicos del lenguaje. El resultado
cual aparece explicada y delimitada en el proyecto enunciado es un extrañamiento ante lo que Piglia denominaría los relatos
a posteriori (en el desenlace de su escritura), se plantea por lo sociales, presentados como ficciones que intervienen en la vida
tanto en términos paradójicos. En las afirmaciones precedentes pública, pero también un extrañamiento ante la propia lengua.
es fácil percibir una tensión entre los materiales de base (la no- Vemos cómo la función de la oralidad y la polifonía remiten,
vela como recomposición y organización de lo dicho por otros, antes que nada, a las condiciones de producción y a una figura-
o sea, lo oído) y una transcripción desrealizante de ese mismo ción de autor, según se las explicita en el Epílogo: la literatura
material, percibido en tanto que “tragedia griega” o “sueño”. De no es creación sino el fruto de una investigación, el resultado
la oralidad preexistente a dos grandes universos tradicionales de una escucha particular, la transmisión coherente de lo que
y referenciales del relato (dos “mitos de origen” de todo relato): “suena” en el oído del escritor: es un robo, es un plagio de lo ya
la tragedia griega con su cohorte de héroes y el sueño como un existente, es la reproducción de otras voces. El narrador se re-
análogo de la creación ficcional en la perspectiva freudiana. La pliega en una posición de “compilador”; como en una antología,
compilación y la escucha modestas de los relatos, de las voces él es alguien que no toma la palabra, sino que la distribuye y la
de la realidad, terminan, en el momento mismo de la recepción organiza. Modestia y borrado que son una variante de una tra-
y del trabajo de escritura, negándose, superándose, transfor- dición argentina específica ya comentada. Por lo tanto, y extra-
mándose en literatura. polando sobre la escritura como recuperación, la antología de
En Plata quemada esa realidad es polifónica (es una “selva relatos policiales argentinos de Piglia, Las fieras, podría leerse
de voces”). A la sociedad se la percibe como una red intrincada como una anticipación de Plata quemada o un dispositivo, una
de maneras de hablar, de usos de lengua, de transformaciones e maquinaria productiva que explica su escritura.
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Ahora bien, la afirmada veracidad del texto es estrictamen- frentado a una imposibilidad, a un freno, a una inconcebible
te convencional y, aun, ficticia. Más allá de toda información palabra propia. La “investigación” es una ficción de autor.
extratextual (sobre las prácticas y opiniones literarias de Piglia, Al mismo tiempo, e inesperadamente, el Epílogo introduce
por ejemplo), una simple lectura inmanente prueba la inverosi- al escritor en la escena ficcional, introduce otro relato, el del
militud de la focalización utilizada en el texto. Constantemente “encuentro” con la historia (cuando, supuestamente, Ricardo
se pasa de las fuentes a la transformación figurada, a lo soñado, Piglia se encontró, en 1966, con una sobreviviente de la aven-
a lo imaginado. A partir de lo cierto, de las palabras pronuncia- tura delictiva). No sólo narración de una pesquisa, tramposo
das, de los acontecimientos sucedidos, surge el mito, se revela y pacto realista, afirmación de fuentes y documentos para seña-
materializa el mal, se amplifica la desorientación ética, explota lar su superación, sino también la emergencia de la historia, la
lo afectivo y lo onírico. La literatura es el reflejo, pero en el re- dramatización de la figura del escritor que coincide con un re-
flejo mismo se produce una ficcionalización mayúscula, la del lato preexistente y, en cierta medida, las etapas, impedimentos,
escritor y su gesto de invención. En ese sentido, Plata quemada posibilidades de la narración. Plata quemada no sólo funciona
está situada sobre una línea de fractura: por un lado, la historia alrededor del paso de lo real a la ficción (la lectura o la escritura
preexistente, el material verbal utilizado, las fuentes, la investi- de lo que no es literatura como literatura) sino que también se
gación; por el otro, la intrincada relación que el texto establece inscribe en una larga serie de textos de Piglia en donde se pone
con el pensamiento crítico de Piglia, con otros textos de la lite- en escena un acto deseado e improbable: el hallazgo de una
ratura (una verdadera antología subterránea recorre la novela historia narrable.
con alusiones o evocaciones posibles a Arlt y a Los siete locos,
a Mansilla y los Ranqueles, a Osvaldo Lamborghini, al Funes *****
borgeano, a Kafka, al Martín Fierro, a La cautiva, etc.) y, sobre
todo, con otros textos de ficción del escritor (en particular con En la novela podemos identificar a tres personajes que reflejan,
la presencia de Renzi y mediante peripecias en común con, por en abismo, la producción del texto, anunciando la aparición
lo menos, dos cuentos: “El laucha Benítez cantaba boleros” y de “Ricardo Piglia” en el Epílogo (identificación arbitraria y por
“La caja de vidrio”). La verdad –la de la historia sucedida– habla lo tanto significativa de un funcionamiento: Michelle Clayton
del imaginario del autor, de una tradición literaria, de la dificul- percibe otra imagen de autor, la del Malito, el organizador del
tad de inventar historias. Habla de la sombra del “Escritor fra- asalto, el jefe que “había hechos los planes y había armado los
casado” de Arlt, ese “tipo que no puede escribir nada original, contactos”, o sea, el que “escribe” parte de la intriga que será na-
que roba sin darse cuenta”, según leemos en el “Homenaje a rrada). La primera, la más simple, es la de Emilio Renzi, personaje
Roberto Arlt”, el cuento de Piglia; y también leemos allí: “así son recurrente que asocia la novela con textos anteriores del escri-
todos los escritores en este país, así es la literatura acá. Todo fal- tor. Renzi, periodista en el diario El Mundo, figura como un in-
so, falsificaciones de falsificaciones”. A ese “fracaso” se le agrega vestigador, interroga, desconfía y formula hipótesis iconoclastas
una teoría y una representación del autor como oyente, ladrón, sobre lo sucedido. Y no sólo hipótesis, sino también sugiere in-
sujeto presente y ausente, máquina, ente despersonalizado, en- terpretaciones alrededor de conceptos que nada tienen que ver
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con el periodismo y que inscriben al texto en una esfera de signi- se convierten en una máquina de narrar; la escucha ilícita de
ficación superior: muthos e hybris. Crítico, detective, testigo, se lo que sucede adentro, del otro lado de la pared, engendra el
trata de un doble transparente del autor e identificado como tal: relato paranoico.
el autor está dentro y fuera de la ficción o, mejor, el autor está El relato como producto social, como elemento que circula
presente en las dos ficciones: en la novela, en el Epílogo. (en el caso de Renzi), el relato como resultado de una escucha
El segundo personaje es un empleado de la policía, un “ope- imaginaria, de un robo, de un trabajo de espía y de apropiación
rador de inteligencia”, Roque Pérez (cuyas iniciales remiten, in- ilícita (en el de Roque Pérez): nos alejamos progresivamente de
diciariamente, a Ricardo Piglia), que gracias a un transistor y la investigación verosímil y del acto de escritura como reproduc-
con los auriculares puestos “opera con la inteligencia”, siguien- ción de lo real, pasamos así del periodismo a una tarea creadora
do las alternativas de lo que sucede en el departamento sitia- de oyente que completa las señales opacas que le brindan los de-
do. Esa tarea de oyente, de espía de palabras ajenas y de vidas más. Estas dos opciones coinciden con características ya citadas
desconocidas, se va transformando en una tarea de fabulación del trabajo de escritor según Piglia (oyente, ladrón, máquina).
(Roque Pérez “completa” lo oído, proyecta sus recuerdos, utiliza La tercera imagen, la más radical, pone en duda las fuentes
su imaginación para darle cuerpo a los sutiles indicios sono- reales del relato y la intervención de la razón en su emergencia;
ros que le brinda la realidad). Su intervención comienza con la tercera figura autoral es la del Gaucho Dorda, el psicópata, el
la incertidumbre (“¿De quién era esa voz?”) y se prolonga en asesino, la encarnación del mal, el héroe. Ya no la escucha de
varios episodios que poco a poco producen un distanciamiento los relatos de la realidad o la construcción imaginaria a partir
con respecto a la acción, una despersonalización: los personajes de las palabras de los demás, sino la escucha delirante. De él
se convierten en puras voces, en sonidos imprecisos, en cruce se nos dice que es esquizo con tendencia a la afasia, que habla
de palabras (y recuérdese que la novela entera obedece a una poco, que es callado porque oye voces: “Los que no hablan, los
construcción de ese tipo). El espía, el técnico que escucha para autistas, están todo el tiempo sintiendo voces, murmullos, un
la policía, termina figurando entonces una representación del cuchicheo interminable.” El Gaucho Dorda lleva un sobrenom-
trabajo y del interés del escritor: “...no quería captar el senti- bre que lo relaciona con la tradición pampeana de la creación
do [...], sino el sonido, la diferencia de las voces, los tonos, la literaria, tradición que coincide con el contenido de su ima-
respiración”. La escucha del sonido robado, el espionaje, como ginario (indios ranqueles, lagunas, tacuaras, totoras) y con su
modo de escritura; la literatura como estilo, como lenguaje, pasado biográfico, lo que lo incluiría, supone Dardo Scavino,
como respiración de una lengua (una respiración verdadera, no en la tradición de “gauchos rebeldes” o “criminales sociales” del
una “respiración artificial”). Pero la escucha, por fin, se vuelve siglo XIX (Martín Fierro, Moreira, Hormiga Negra). Ese Gaucho
alucinada; Roque Pérez se pone a imaginar, la realidad se des- oye voces entonces; y ese rasgo, presente desde el inicio de su
dibuja, lo que emerge de la máquina se desdobla (“De dónde caracterización, constituye un elemento esencial en la evolu-
venían esos rezos, quizás de la propia memoria del radiotelegra- ción y la justificación de la intriga (es uno de los mecanismos
fista [...] Iba grabando los sonidos y al lado alguien trataba de causales que explican lo que sucede). Frente a lo real se opone
orientarse en esa selva de voces.”). El transistor, los auriculares, el otro plano, el otro discurso, lo que oye el personaje. Esas vo-
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ces reproducen la polifonía de la novela y la escucha de Roque El resultado es que el apocalipsis final conlleva, también,
Pérez, pero en una órbita delirante: “Sentía como un murmullo una imagen aguda, dramática, de la escritura: el que oye está
en la cabeza, una radio de onda corta que trataba de filtrarse en solo, desterrado, sitiado, cubierto de sangre, rodeado de cadá-
las placas del cráneo, trasmitir en la parte interna del cerebro, veres semidesnudos, en medio de un espacio cotidiano conver-
algo así. A veces había interferencias, ruidos raros, gente que tido en campo de batalla y campo de ruinas. De la compilación
hablaba en lenguas desconocidas, sintonizaban, vaya a saber, a la investigación, de la investigación a la escucha ilícita, de la
de Japón por ahí, de Rusia”. Son voces de mujeres, que le dan escucha ilícita al delirio psicópata: la palabra, surgida de la rea-
órdenes, que lo tratan de “guacha”, de “yegua”, y que, desdibu- lidad, originada en los relatos sociales y en las voces colectivas,
jando el pacto realista, deteniendo la cronología controlada y se libera progresivamente de sus lazos referenciales y raciona-
verosímil, irrumpen al final de la novela bajo el efecto conjunto les. La imposible irrupción de la imaginación, de la emoción, y
de la droga, la violencia, las heridas, el agotamiento. Otra cita: el corolario inmediato, la irrupción del deseo, son el contrapun-
“los que matan por matar es porque escuchan voces, oyen ha- to constante a la referencialidad de la historia narrada.
blar a la gente, están comunicados con la central, con la voz de Pero el Gaucho no es sólo una singular figura de escritor,
los muertos, de los ausentes, de las mujeres perdidas”. sino también un oxímoron identitario y pulsional, un absurdo
Efectivamente, después de la muerte del Nene se interrum- en términos de definición genérica. Si bien se siente atraído
pe el relato fidedigno, el departamento en ruinas se puebla de por la Nena, se enorgullece de sus actos de violencia y tortura
imágenes, de recuerdos traumáticos surgidos nadie sabe de pero también del tamaño de la verga que lo violó, adora los co-
dónde; el Gaucho oye entonces frases sin locutor identifica- ches, tiene orígenes “puros” (honestos inmigrantes del interior
do, tiene incluso recuerdos ajenos (recuerda los recuerdos del y campesinos), es valiente y muchos de sus actos corresponden
Nene muerto). La precisa maquinaria puesta en marcha desde a los de un “duro” (un hard-boiled que pone a raya a todos los
el primer capítulo desemboca en una imagen pesadillesca de enemigos); el Nene dice que en la “época del general San Mar-
liberación de las voces internas, de las palabras no dichas, de tín, el Gaucho [...] tendría un monumento. Sería, no sé, qué sé
imágenes antes reprimidas. El psicópata, a quien le cuesta ha- yo, un héroe”; el Gaucho es creyente y aun místico (“había que-
blar, tiene en ese momento una biografía, recupera su pasado, rido ser sacerdote”) y está poblado por la maldad (“yo soy un
vive sueños convertidos en realidad: la escucha de lo imagina- descarriado de la primera hora”). Su posición sexual, su discur-
rio es entonces el resultado de la investigación en la verdad de so, quiebran todas las categorías: “Hay que ser muy macho para
los hechos. En una perspectiva semejante, lo mismo sucedía en hacerse coger por un macho, decía el Gaucho Dorda. Y sonreía
un cuento anterior de Piglia, “La loca y el relato del crimen”: como una nena, más frío que un gato”. Esa definición de lo im-
la revelación, la verdad, se encuentran, cifradas, en el discurso pensable, de lo que está fuera de lo organizado, las identidades,
de la demencia. Otra versión sería esta afirmación, aforística y los roles y las funciones, surge de la locura y dramatiza la litera-
de connotaciones psicoanalíticas, leída en Tres propuestas para tura (esa verdad, esa realidad descontrolada), pero también re-
el próximo milenio (y cinco dificultades): “La literatura sería el mite a una circulación del deseo en la novela que es simétrica a
lugar en el que siempre es otro el que habla.” la circulación de voces. La anulación ética, la multiplicación de
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versiones y discursos, la irrupción del azar como causa, como categorías, invierte la compilación, la investigación, la escucha
motor de la historia, la indeterminación generalizada se reflejan respetuosa de las voces sociales. La homosexualidad, al igual
en el plano de las prácticas, pulsiones e imágenes sexuales del que la demencia, es una figura utópica del relato.
texto: ése sería el lugar de la escritura.
Así, la sexualidad se inscribe en una órbita de poder (de *****
poder puesto en duda), de espacio de intercambio no previs-
to, no codificado, no dominado. Como sucedía con el pacto de Junto a la historia explícita, Plata quemada esboza, como vemos,
realidad traicionado, excedido por el imaginario, la sexualidad otra historia, otra ficción ya narrada en textos anteriores de Ricar-
inscribe a la historia sucedida en un insistente más allá. La do Piglia, la historia de un hombre que, como se decía en La ciu-
sexualidad, al igual que el crimen y que el asesinato, es trans- dad ausente, “no tiene palabras para nombrar el horror. Algunos
gresión, en la medida en que no está aquí enmarcada por insti- dicen que [su relato] es falso, otros dicen que es la pura verdad”.
tuciones, expectativas, comportamientos previsibles. Y aparece Creación trabada, creación que ficcionaliza al escritor como al-
una Lolita que “se calienta como una loca” cuando se entera guien que desaparece, que no hace más que esperar que el relato
que Mereles es un delincuente, hay fantasías exhibicionistas o surja, se imponga. Algo así como una coincidencia mágica: la
de intercambio de compañero, pulsiones por madres o mujeres historia encuentra su escritor, la palabra el libro, la imagen el
embarazadas y, por supuesto, una visión iconoclasta de la ho- sentido (“no tener [...] nada personal para contar, salvo los rastros
mosexualidad que no es ni “perversión” ni identidad ni historia que dejan los otros”, leemos en “Hotel Almagro”, texto inicial de
de amor, sino peripecia del deseo (algo que, como la intriga, Formas breves). Esta otra historia, esta ficción oculta que repre-
sucede, sin más, se da, se produce, es algo que se puede “oír”). senta la representación, es un elemento impregnado por un mito
La sexualidad se comparte, se desplaza, ignora el bien y el mal, personal de la creación. O un mito sobre la esterilidad, sobre la
está tanto del lado de los culpables como del lado de la policía despersonalización, mito del cual la máquina de narrar de La
o del público, convierte en inasibles los discursos sociales y el ciudad ausente, como ya dijimos, sería seguramente el episodio
poder de la palabra institucionalizada. Por ejemplo, cuando el más patético. Es también un largo proceso que va de lo real y lo
Nene sale en busca de un contacto homosexual fugaz, él se social, de la mudez y la escucha, a la exuberancia imaginaria y
siente atraído por algo que se parece a la plenitud: “Es como pulsional. Si en Plata quemada no aparece, sorprendentemente
buscar algo que se ha perdido y que de pronto aparece bajo con respecto a otros textos de Piglia, ningún metadiscurso explí-
una luz blanca, en medio de la calle”. Porque si a lo masculino cito, es porque el dispositivo de construcción integra, en tanto
se lo presenta en la novela como un papel asociado al poder y que intenso secreto, la posibilidad de la narración.
al dinero, el contacto homosexual es la figura de un deseo libre, En todo caso, digamos que el reflejo, la representación, la
fuera de los relatos éticos y los relatos sociales: es el relato ple- homosexualidad, la locura, la oposición entre el bien y el mal,
no, lo homosexual es el otro relato, es la expansión del relato. entre lo femenino y lo masculino, funcionan alrededor de un
Como la ficción final, como la irrupción del imaginario, el deseo acto que, imaginariamente, puede dar cuenta de la novela: la in-
homosexual trastoca y desdibuja lo representado, mezcla las versión. Como esos espejos, que en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”
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Bioy Casares asocia a la cópula y que tanto lo asustan cuando es un autor?”). Ese capítulo se inicia con algunas afirmaciones
ve en ellos la imagen de dos hombres solos a altas horas de la programáticas, que desarrollan la previsible marca borgeana en
noche, la literatura es abominable no sólo porque refleja sino un libro sobre la lectura y el parangón autor-lector que la refe-
porque multiplica la realidad, trastocando sus apariencias, re- rencia a la crítica de los sesenta-setenta sugiere. El proyecto es
velando sentidos ocultos, liberando deseos que no son visibles buscar “figuraciones del lector en la literatura”, para trazar “una
al derecho sino sólo al revés. Esa reproducción mimética, esa historia imaginaria de los lectores”. Y responder a la pregunta
adhesión entre el objeto y su imagen, corresponden también al “qué es un lector” supone responder a “la pregunta de la litera-
proyecto de Plata quemada, una “historia verdadera” que repro- tura”. Para nosotros, situados afuera del libro –pero en alguna
duce (que refleja, que invierte) algo sucedido. En esa reflexión manera incluidos en su funcionamiento: el libro calla pero deli-
se juega una novela que pone en escena una violencia estatal e mita a un lector detective y nosotros, al intentar descifrar líneas
individual, una anulación ética, un triunfo del caos, el fracaso de sentido de El último lector, estamos cumpliendo con una
del sentido, pero que también dramatiza, en términos legenda- eventualidad que el dispositivo preveía, lo que en alguna medi-
rios, la posibilidad de la ficción. La historia, el poder, el hombre da restringe por adelantado toda interpretación: en “Tema del
son, en Plata quemada, “abominables”. En el espejo, el reflejo traidor y el héroe”, ese cuento de Ficciones, sucede, en el plano
invertido libera el sentido, introduce el imaginario, da lugar, en de la intriga, algo semejante–, para nosotros, entonces, desde
su tenue frontera, a la literatura. nuestra posición de lectores del libro, la pregunta sería cómo
Piglia se instala, se construye y se sueña en tanto que lector.
Situando la problemática autor/lector en un plano general
RARO CISNE (en todo caso, en la perspectiva del presente libro, que ya pasó
por algunas representaciones de ese tipo), cabría interrogarse
En el 2005 se publica un ensayo, El último lector, que piensa también por qué, en el fin del siglo y comienzo de milenio,
la literatura a partir de una elaborada teoría de la lectura, esta- se repite en Piglia esta peculiar imagen, es decir, la del lector
blece un paradójico autorretrato del autor en tanto que lector, como un reflejo legendario, pero desviado, del escritor moder-
situándolo a él y a sus libros en y frente a la biblioteca argen- no. Ahora bien, sabemos que en el marco de una revisión de las
tina e universal, y que, solapadamente, orienta la recepción de concepciones tradicionales sobre el autor a lo largo del siglo XX,
los textos precedentes de Piglia. El recorrido que se lleva a cabo tanto creadores como críticos parecen haber desplazado el eje
(Borges, Kafka, Poe, Chandler, el Che, Tolstoi, Joyce y algunos o el centro de la creación del sujeto que escribe hacia el sujeto
más) está regido por dos aperturas intertextuales: ante todo, en que lee. Tres citas célebres al respecto: “En realidad cada lector,
el Prólogo, una ficción sobre un hombre que, en una casa del cuando lee, es el propio lector de sí mismo” (Proust, En busca
barrio de Flores, construye una réplica de una ciudad (ciudad del tiempo perdido); “A veces creo que los buenos lectores son
derivada del Aleph en el cuento homónimo). Luego, en el título cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos auto-
del primer capítulo: “¿Qué es un lector?”, una pregunta que re- res” (Borges, Historia universal de la infamia); “... para devolver-
suena como un eco tardío del célebre texto de Foucault (“¿Qué le su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el
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nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor” (Barthes, sería aquél que tendría la capacidad de descifrar signos y de
“La muerte del autor”). Importancia de la escritura del yo y de la atribuir un sentido e incluso un efecto estético, transformando
introspección en la búsqueda de lo narrable en Proust, inicio de a un texto yerto en literatura. Sería aquél que comprende y
una poética de la reescritura y esbozo de una construcción de evalúa una cultura, una tradición, fijando ciertas orientaciones
imagen propia como infinito lector o como sabio bibliotecario en una biblioteca presente o heredada. El lector sería, por lo
en el Borges de 1935, invención de una instancia que permita tanto, aquél que entiende o reconstruye una imagen del mun-
ocupar el lugar del autor sin serlo en un Barthes siempre al bor- do, del hombre y del arte. Así, el lector sería un autor, un autor
de de la novela inalcanzable: estas tres citas, si no me equivoco, de segundo grado, liberado del arduo trabajo de escritura, de
hablan, no del lector en tanto que sujeto o concepto, o no sólo la incierta intención y de la quimérica originalidad, liberado de
del lector, sino ante todo de una figura de autor en posición de la percepción engañosa del mundo y del peso inhibidor de lo
lector: de un avatar ficticio del que escribe. leído antes. A partir de lo ya escrito, de lo ya escrito por otros, él
Se podría entonces afirmar que los escritores construyen delimita, comprende, juzga y, a veces, se maravilla. La tarea de
–es lo que hace Piglia– imágenes literarias del lector dentro de lectura deja de ser una dócil sumisión al flujo del texto, deja de
obras inacabadas, fragmentadas, ambiguas, abiertas, obras que ser una impregnación imaginaria (una creencia infantil pasiva)
se crean en buena medida en oposición a una plenitud perdi- y se convierte en un símil del trabajo del detective: desconfian-
da, esa plenitud que legendariamente la novela decimonónica za, comparación, análisis de polisemias, despliegue cruzado de
representaría. Ante una totalidad de sentido imposible y una indicios, etc. Hasta, por fin, alcanzar una verdad: la del crimen,
intencionalidad demiúrgica en crisis, surgiría el lector como la de la literatura.
instancia extratextual capaz de compensar la pérdida, de re- El lector como último autor o como nuevo autor: existe
construir el conjunto, de restituir la intención, de cristalizar la un mito de ese orden, paralelo a los mitos de escritor –un mito
emoción: el lector es, podría decirse, una eventualidad, un hori- “dado vuelta”, como quería Barthes–, que podemos descifrar
zonte utópico. La lista de afirmaciones de escritores que se refie- en nuestra literatura, obsesionada por la cuestión del sujeto, la
ren a una paradójica presencia o a un papel del lector en tanto creación y el sentido. El escritor se convierte en otro yo, el que
que alter ego invertido del autor es extensa. Tres ejemplos más, lee o leyó, e intenta escribir desde un lugar de libertad: hay un
también célebres. Faulkner, con una frase a menudo citada por traspaso de responsabilidades hacia ese reflejo del yo. Vista por
Piglia y que se refiere a El sonido y la furia: “Escribí este libro y los escritores, la lectura sería entonces una puesta en escena de
aprendí a leer”. Sartre, en ¿Qué es la literatura?: “En una palabra: la no escritura, una escritura de la no escritura, una escritura
la lectura es creación dirigida”. Y, tradition argentine oblige, la de la relación con lo ya escrito. Así, algunas expresiones se han
representación de una escritura en diálogo de Macedonio (en vuelto significativamente tópicas: alguien “escribe sus lectu-
Papeles de Recienvenido): “No lea tan ligero, mi lector, que no ras”. O: “un texto lee a otro”. Las lecturas de un escritor son, en
alcanzo con mi escritura donde está usted leyendo”. ese caso, los libros que un escritor escribe.
Lo que precede determina un lugar de lectura que no coin- Éste sería el mito desde el cual Piglia concibe El último lec-
cide con experiencias empíricas sino que las idealiza: el lector tor: un tardío avatar –el último avatar– de ese mito. Volviendo
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ahora al inicio, la pregunta es, entonces, cómo funciona, en el nudo del indicio al “otro” texto. El sistema se vuelve explícito
marco del mito arriba delineado, esa figura de autor en función al comentar la presencia del hipotexto homérico en el Ulises
de lector. O, más simplemente: ¿qué significa “leer” para Piglia? de Joyce (comentarios que por algo se encuentran en el lugar
Una respuesta en tres acciones, en tres actos, para estructurar del “desenlace”, es decir al final): “La estructura oculta (borrada
el análisis: leer es revelar, leer es narrar, leer es ser. y por eso visible) se transforma en uno de los significados del
mensaje joyceano. El texto perdido se muestra al mismo tiempo
que su versión: en la duplicidad se impone la parodia. Es preci-
Revelar so, claro, conocer el texto segundo: ésta es la lección de Joyce”.
Pero, por supuesto, este desdoblamiento o multiplicación
La primera acción es la más previsible, teniendo en cuenta la de niveles narrados supera, con creces, el trabajo intertextual,
presencia múltiple y recurrente de la literatura policial en la para convertirse en sistema general. Incluso en el Joyce de Du-
obra. En ella se escribe y se lee a partir de un postulado im- blinenses “una historia ‘olvidada’, secreta, circula bajo la super-
plícito: la existencia siempre de dos textos, de dos tramas, de ficie y define los hechos.”
algo afirmado y algo secreto (secreto que tiene que ver con Este modo de leer integra una visión a la vez panorámica
el complot, con la sexualidad, con la muerte, con una visión (sobre toda una obra, sobre todos sus postulados estéticos, so-
apocalíptica de lo social), secreto perceptible gracias a una bre toda la literatura y toda la crítica) y detallada (ecos nimios,
tenue red de indicios. Reconocible en muchas articulaciones ejemplos mínimos, o, como lo escribe Piglia, “pequeños detalles
del pensamiento crítico del escritor, esta bipolaridad también y pequeñas distinciones”). Porque los indicios permiten acceder
funciona en la construcción de sus ficciones con mecanismos a algo que se presenta, estratégicamente, como una amplifica-
múltiples, dispositivos dobles, alusivos e inestables. Leer en- ción extraordinaria del sentido, con fuertes efectos de dramati-
tonces es, no profundizar en el sentido hermenéutico clásico, zación, a la vez argumental, biográfica y social. La serie sobre la
sino lograr pasar de lo dicho a lo ocultado, de lo evidente a lo papa en Joyce es ejemplar: enigmática en su primera aparición
cifrado, de lo aparentemente casual y contingente a lo motiva- en el Ulises (“Potato I have”), “mal” leída por el traductor Salas
do y organizado. Nora Catelli afirma que Madame Bovary lee Subirat, la serie va a ser recorrida en varias ocurrencias, siguien-
toda la literatura, sea cual fuere, como literatura romántica o do el “hilo”, las “hebras que se pierden en el texto”, para termi-
sentimental. Piglia, en ese caso, leería toda la literatura como nar descifrando “el enigma”, con una revelación tan coherente
literatura policial. como sorprendente. Esa papa misteriosa tendría que ver con dos
Consecuentemente, en El último lector se recorren y des- “series”: la primera, privada, es la de la enfermedad y la muerte.
pliegan los valores del detalle vuelto indicio: una mención de Enfermedad y muerte, no sólo del personaje que sufre de reuma
Madame Bovary en El idiota de Dostoievski, una lámpara que y que se protege gracias al tubérculo, sino también del propio
usa Anna Karenina para leer, un comentario de Guevara en el Joyce, que padece reumatismo –un reumatismo que le produci-
momento de su muerte, un diálogo sobre poesía en una novela rá más tarde la ceguera–. Y también una serie social trágica, la
de Chandler, etc. Los recorridos de El último lector pasan a me- de la papa en la historia irlandesa, asociada inevitablemente a la
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hambruna del siglo XIX y a la emigración masiva en esa época. es la clave”. Y sobre el Ulises, tres frases en la misma página:
Pero la revelación no es sólo una especie de desenlace de “Una palabra enigmática es la clave”, “Podríamos decir que en
un suspenso creado por la lectura indiciaria, sino también con- el Ulysses se trabaja centralmente con la idea de palabras clave
cierne a un modo de expresión, un tono o, quizás pueda decir- no comprendidas”; “La distorsión de la palabra es el núcleo mis-
se, una retórica (una retórica de la certeza la denomina Alberto mo de la técnica narrativa de Joyce”.
Giordano). Los enunciados de El último lector giran a menudo Ese sentido revelado exige la creación de expresiones e
alrededor de una certeza por fin expresada y puesta de relie- imágenes: “Si tuviéramos que acuñar una fórmula, irónica...”
ve enfáticamente. Encontramos ante todo una proliferación de “Acuñar una fórmula”: el acto está implícito en muchas afir-
afirmaciones taxativas o aforísticas: “Todos los escritores son maciones; dar con la serie, revelar la clave, fijar fundaciones y
ciegos”; o juicios “una de las más irónicas y memorables de cierres, pero también encontrar los términos, concentrados y
la literatura argentina” (sobre una frase de Los siete locos), o sugestivos, que den cuenta de la complejidad de lo analizado.
clasificaciones, en general binarias: “La mujer fatal que inspira Descifrar, revelar, es crear lenguaje. Lo mismo podríamos de-
y la mujer dócil que copia”; o: “Dos son, entonces, los gran- cir sobre las analogías propuestas. En un punto, el libro busca
des mitos de lector en la novela moderna: el que lee en la isla determinar, aislar metáforas que puedan expresar un sentido:
desierta y el que sobrevive en una sociedad donde ya no hay “El derroche, la limosna, los préstamos, el crédito, todos estos
libros”. También se multiplican las series, redes y correlaciones términos podrían ser metáforas muy productivas de los modos
alrededor de anécdotas o figuras que organizan una coheren- de leer”; también el asma en el Che o la metempsicosis en el
cia, que atribuyen un sentido: “Robinson se instala en esa tra- Ulises serían metáforas para cristalizar líneas de lectura, a veces
dición”, “En ese sentido, me gustaría construir otra red con la polisémicas. Metáforas no siempre inteligibles o esclarecedoras,
que rodear a Kafka”. O se integra lo dicho en movimientos que sino expresivas, ya que “hay otra claridad, otra oscuridad, se
fundan o cierran géneros, tipos, períodos: “otro ensayo, tam- busca el sentido en otra parte”, leemos en el Epílogo.
bién fundador”; “Podríamos decir, entonces, que la serie que se Este procedimiento es una manera de construir una ficción
abre en una oscura librería de la rue Montmartre en París, en de lectura que retoma el postulado de la inteligibilidad de lo
1841...”, etcétera. real en el valor del razonamiento y de la interpretación para
Ciertos giros recurrentes son significativos de esa tenden- ordenar lo aparentemente enigmático y caótico del universo,
cia, como lo son los que subrayo en esta cita: “Ese encuentro incluyendo en él una vertiginosa conciencia sobre las dificul-
con Linda es el centro secreto de la historia secreta de Marlowe tades del gesto. Es decir, el procedimiento recupera la idea de
(la que va por debajo de todos sus casos y define la obra de la explicación esclarecedora (el “fetiche de la inteligencia pura”,
Chandler)”. Al respecto conviene señalar el uso de la palabra escribe Piglia, con distancia irónica) pero también la incerti-
“clave” y sus equivalentes (núcleo, por ejemplo). En dos páginas dumbre que, desde el nacimiento de la novela policial, se ha ido
sobre ese autor (sigo subrayando): “La relación con las muje- acumulando en el camino de cualquier elucidación exhaustiva.
res y con el dinero es la clave”, “la condición básica del géne- No se trata por lo tanto de un acto de simplificación lógica, sino
ro”; “Todo se juega en esa tensión”; “La relación con el dinero de un gesto de lectura que exige o necesita presuponer, en un
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plano virtual, la existencia de una explicación –de una expli- Narrar


cación ficticia, literaria–. O, si se quiere, de una lectura que se
sitúa en el lugar de receptáculo de sentido, de tarea de elucida- Si la lectura es una dinámica de asociación, interpretación y
ción –de creación– infinita de sentido: la revelación no revela, revelación, la lectura sería una modalidad de escritura. Leer
no crea sistemas, sino que define una función del lector. Si la una novela es reescribirla, ya que ningún libro está terminado,
literatura se presenta como una confusa avalancha de signos y “por más logrado que parezca”. Es lo que sucede en numerosas
de indicios, ese lector debe postular, en un punto indefinido, articulaciones del texto, y no sólo en la referencia previsible a
una razón de ser: leer es entrar en la dinámica de revelación Borges en este terreno. Más precisamente, según se lo afirma en
de esa razón quimérica, siempre futura. La literatura de Piglia el primer capítulo, responder a la pregunta “¿Qué es un lector?”
parece organizarse así; al volver más y más compleja la red de es narrar, ya que la respuesta es “un relato: inquietante, singu-
interpretaciones, niveles y operaciones, sus textos intentan pro- lar y siempre distinto”. En un punto, un lector es un testigo y el
yectarse hacia una razón de ser. testigo, pasivo y simplemente oyente de las voces de los demás,
La construcción de los análisis pero también el tipo de ex- era una de las figuras privilegiadas del narrador en episodios
presión presuponen entonces a cada paso una ultrasignifica- precedentes de la obra –empezando por Plata quemada–. En
ción paranoica de lo que se lee; leer es sobrecargar de sentido, todo caso, si en Formas breves se afirma que Macedonio na-
sobredeterminar o inventar el sentido de las escenas leídas, de rra el pensar como se narra “un viaje o una historia de amor”,
las series entrevistas, de los proyectos. Ahora bien, aunque esta podemos pensar que Piglia hace algo similar: narra la lectura
reconstrucción de sentido retome una retórica y una dinámica –la manera en que las voces de los otros resuenan en el suje-
de revelación, lo hace para desembocar en un punto ciego: en to– como un viaje o una historia de amor. El último lector se
la metáfora oscura, en el uso de la significación relativa: “El instala así como una ficción de la literatura, como una novela
sentido depende del relato y es siempre un punto de fuga”. de la literatura.
Por lo tanto, el libro de Piglia delimita la eventualidad de un Las diferentes operaciones dan lugar a relatos, a veces com-
sentido gracias a relatos (narra la lectura, reescribe la tradición) pletos, a veces fragmentados, relatos proliferantes que parecie-
pero, pese a la lógica detectivesca que le sirve de modelo, el ran surgir de La ciudad ausente. El título del segundo capítulo
resultado termina abriéndose hacia la inmensidad o la incer- ya lo anuncia: “Un relato sobre Kafka”: la lectura es una máqui-
tidumbre: hacia un “punto de fuga” o hacia la locura, como na de producir historias. Y así funciona El último lector: Piglia
ya sucedía en Plata quemada. Paul de Man, después de anali- cita un párrafo del Diario de Kafka y lo comenta minuciosa-
zar la puesta en escena de la lectura en En busca del tiempo mente, construyendo un sistema causal y hermenéutico, que
perdido, concluye que la novela de Proust “narra el vuelo del será a su vez ampliable a los grandes relatos de ese autor. O, de
significado, pero esto no impide que su propio significado esté, manera más compleja todavía, primero cita una carta del mis-
incesantemente, en vuelo”. Algo similar podría decirse en este mo Kafka que narra una anécdota, luego lee los comentarios
caso: Piglia, al igual que Joyce, afirma hacer un uso “privado de Benjamin sobre ese acontecimiento, y por fin comienza una
del sentido”. narración diferente sobre las acciones que figuran en esos tex-
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tos: “¿Qué fue lo que sucedió? Debemos reconstruir la escena. na medida leer es, como en cierta crítica filológica tradicional,
Esa noche en la casa de Brod, pasan la velada en dos cuartos desmontar una intencionalidad y una intervención del autor.
separados por una oscura sala central...”, etc. Alrededor de la Así, la voluntad, el heroísmo, la singularidad, la envergadura
pregunta, qué es un lector, y de la red de intrigas que suscita la subjetiva del hombre que escribe, expulsados de la escena crí-
respuesta, circula otro interrogante sobre qué escribir o cómo tica por el pensamiento teórico de los últimos cuarenta años,
narrar. Y la respuesta es: leyendo. regresan de la mano de una ficción personal, en la cual los es-
El dispositivo lleva a una proliferación de planos narrativos critores son protagonistas, están en el centro de este relato de
y a una combinación de niveles de realidad. En algunas bifur- segundo grado, un relato cifrado, el que Piglia fabrica leyendo
caciones particularmente barrocas del procedimiento, Piglia lee textos de los demás. Por eso, no es sorprendente que en la ga-
y comenta a los escritores leyendo (a Kafka leyendo un cuen- lería de personajes figure el Che y que, significativamente, el
to suyo, “La condena”, y descifrando en él su propio futuro o relato más estructurado y el personaje más coherente del libro
destino: “Kafka anticipa lo que vendrá, lee ahí lo que todavía sea ése, el de Guevara lector. Su ejemplo aparece como un lugar
no ha vivido”). La frontera, tenue, entre leer y escribir se des- de conflictos entre experiencia y lectura (lectura en relación
vanece entonces constantemente: “La clave es cómo lee Kafka con la muerte, con la acción política, con las tensiones sociales,
su propio relato, qué lee allí”. Ahora bien, el efecto es que los con el viaje, con el fracaso literario). En el relato que lo concier-
escritores se transforman en personajes, análogos a los perso- ne, se exalta al hombre (no la causa o la ideología), un hombre
najes de sus propias ficciones o a los personajes de las ficciones que enfrenta la “sombra de la traición”, que defiende la “ética
de Piglia. Personajes heroicos en lides de creación literaria que del sacrificio”, que practica la ascesis del ejemplo. El Che es el
no pasan por arrebatos de inspiración o elucubraciones genia- héroe “absoluto”.
les, sino que leen de manera extraordinaria: “Ahora se entiende La lectura como narración lleva a ennoblecer una figura de
mejor el uso que hace Kafka del poema chino. Ver cómo lee el lector que desdibuja o desplaza al autor en tanto que creador.
poema chino, cómo vuelve a leerlo, es ver cómo usa una situa- No en el sentido borgeano estricto sino tomando a la lectura
ción narrativa...” como una actividad mitificada o épica, una actividad que in-
La lectura de los textos ficcionales de Kafka y la de los tex- terfiere en la escritura: la dificultad de producir vendría (caso
tos, digamos, “confesionales” (diarios, cartas) se lleva a cabo en Kafka) de la serie compleja de fenómenos que se producirán
el mismo nivel, estableciendo por lo tanto una equivalencia después de ella, fenómenos que son incontrolables y que inhi-
entre K. y el autor: es el mismo sujeto el que circula de un ben, in fine, la creación (por eso aparece la puesta de relieve de
tipo al otro. Todo es literatura, por supuesto, en particular la la interrupción en ese autor –escribir es detenerse–; por eso el
vida de un escritor, vuelta relato. Las especulaciones, comenta- comentario sobre su imagen utópica de la escritura, la escritura
rios y relatos sobre Kafka, sobre sus voluntades e intenciones, en una cueva, sin recepción, sin entorno, sin lectores: escribir
retoman una perspectiva habitual en los ensayos de Piglia: la para nadie, escribir evitando la intervención de los otros en
literatura es una historia cuyos protagonistas son los escritores, el propio texto). Una dinámica de oposiciones y seducciones
verdaderos personajes que actúan, proyectan, deciden. En algu- convierte a la escritura en el comienzo de una trama relacio-
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nal. Porque la escritura no es, en sí, una etapa esencial, sino el obra del que lee. De todos modos, a cada paso –el ejercicio de
punto de partida de una trayectoria de recepción, circulación, demostrarlo sería fastidioso y siempre aleatorio– podría esta-
reacción e interacción entre lo escrito y sus lecturas: a la vez blecerse paralelismos y similitudes entre lo que Piglia lee y lo
modesta e infinitamente, la escritura se extiende más allá de sí que Piglia escribe (o escribió: toda su obra anterior figura, entre
misma, englobando la recepción. El libro deja de ser un desti- líneas, en El último lector. Jorge Fornet señala que de ese modo
no, pasa a ser un origen –de sentidos, de relatos–. O, como lo se propone construir “al lector que la obra requiere”). Es decir
diría Sylvia Molloy refiriéndose a “El Evangelio según Marcos” que este libro agrega nuevas operaciones y realiza desplaza-
de Borges: “El Libro no es meta sino prefiguración: disonante mientos inéditos en la laberíntica red que constituye la obra.
conjunto de textos a menudo fragmentados, de trozos sueltos Pero lo hace con una fluidez en la lectura, una respiración en
de escritura, es materia para comienzos”. el ritmo, una coherencia en los postulados: la compleja red da
lugar, esta vez, a un texto pleno.
Lo que predomina aquí es un bovarismo de autor: leer como
Ser modalidad imaginaria de ser. Una de las series que recorre el El
último lector es ésa: una y otra vez se vuelve al bovarismo (en
“Leer a los demás productores de ficción es posiblemente un particular con el hermoso inicio del capítulo dedicado a una
modo de leerme a mí mismo”, afirma Piglia en el epílogo del Anna Karenina viajando en tren y queriendo vivir los aconte-
libro de Nicolás Bratosevich, Ricardo Piglia y la cultura de la cimientos leídos en una novela inglesa). Habría, entonces, un
contravención. Esta cita indirecta de Proust remite a una evi- fenómeno similar al de la protagonista de la novela rusa que
dencia: la dimensión reflexiva que cobra todo lo leído (o, como concierne a las vidas y experiencias de escritores: un deseo de
diría Bourdieu, el “narcisismo hermenéutico” de la lectura), por ser Kafka, de ser el Che, de ser Borges, de ser Chandler (además
lo que El último lector aparece como una suerte de desenlace de ser Anna Karenina, Marlowe y Hamlet). Como se afirma en
de una trayectoria anterior, hecha de identificaciones mitifican- alguna digresión: “el lector lee todo como si le estuviera perso-
tes con grandes figuras literarias, de apropiaciones ilícitas de lo nalmente dirigido. Una locura novelística”. Este funcionamien-
dicho por otros, de falsificaciones de fuentes y referencias. Por to es el paroxismo de una problemática central de la obra, la
ejemplo, cuando Piglia le atribuye a Kafka los mecanismos que de la ficción entrando en lo real, o una percepción de lo real
vemos desplegarse en su libro, y más precisamente cuando le como un equivalente de la ficción. Pero más allá, el bovarismo
atribuye lo que él está haciendo con el propio Kafka: “Ése es el supone buscar el sentido de una vida, según la cita de Sartre
modo que tiene Kafka de leer la literatura: primero concentrar que aparece en ese mismo capítulo sobre Anna Karenina: “¿Por
la historia en un punto, luego invierte la motivación y establece qué se leen novelas? Hay algo que falta en la vida de la persona
nuevas correlaciones; inmediatamente narra su versión de la que lee, y esto es lo que busca en el libro. El sentido es eviden-
historia (narra lo que no ha visto el narrador original)”. temente el sentido de su vida...”
No sólo leer es escribir lo escrito, sino que la obra de los Por supuesto, el bovarismo es una manera, borgeana según
otros habla, entonces, del estilo, de las especificidades, de la pudimos ver en un capítulo precedente, de situarse en una tra-
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dición. El último lector retoma nombres centrales en la biblio- se trata de una modalidad en alguna medida formal, un modo
teca personal de Piglia, ampliando un mecanismo presente en de escritura (continúa la cita: “En Borges la erudición funciona
articulaciones anteriores, como el que le permitió apoderarse como sintaxis, es un modo de darles forma a los textos”). Son
de la figura y de la obra de otros escritores (Arlt, Macedonio), dispositivos de escritura y no objetivos buscados o postulados
convirtiéndolos en personajes y problemáticas de lo que se es- definitivos; el conjunto del procedimiento transforma todo en
cribe, vampirizándolos en alguna medida. Ya que se es pasivo literatura, borrando la operatividad efectiva de tal o cual gesto.
ante la creación y no se tiene nada que contar –ése era el pro- El lugar que ocupa la locura en Plata quemada como desenlace
grama de Plata quemada–, ser escritor es apropiarse de una me- de la investigación y la verdad de los hechos tiende a probarlo.
moria ajena, de recuerdos artificiales que destruyen el recuerdo Y el Epílogo (en el que se lleva a cabo un gesto de apropia-
personal (por lo que no es una casualidad que Piglia comente ción ficticia de lo escrito por una instancia denominada Piglia)
detalladamente el cuento de Borges “La memoria de Shakes- introduce una primera persona biográfica y literaria en el texto,
peare” en Formas breves). La operación con la tradición en El esa primera persona que estaba implícita como tema velado en
último lector, con sus trompe-l’œil y desplazamientos (de autor todo lo dicho (Piglia lector, Piglia leyendo). Epílogo que es por lo
a lector, la filiación o el reflejo como secreto, como información tanto simétrico, en su construcción y en sus efectos de revelación
cifrada, etc.), sería por lo tanto un ejemplo de construcción de final, al Epílogo de Plata quemada. En ese texto, el escritor define
una filiación desviada, multidireccional, zigzagueante, móvil. como imaginarios los análisis propuestos (“este libro hecho de
En tres niveles distintos podemos constatar, a esta altura, casos imaginarios y de lectores únicos”), reforzando de paso una
un procedimiento similar: recuperación de la hipótesis de un línea de interpretación del conjunto. Esa línea gira alrededor de
sentido esclarecedor o una razón de ser de las acciones hu- la figura omnipresente de Borges, en particular por alusiones a
manas (propia de la novela policial). Actualización de la figura El hacedor, libro que se define como una referencia obligada en
de escritor como fuente de intencionalidad y como relato bio- Argentina a la hora de situarse en una autofiguración de escri-
gráfico de tintes heroicos, figura capaz de completar y orientar tor. La última frase del Epílogo reescribe, cifradamente, el final
el sentido de los textos. Identificación idealizada con grandes de ese libro (recuérdese: “De cuantos libros he entregado a la
personalidades de las letras, como una modalidad de igualar- imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y
se, imaginariamente, con los hitos de una filiación imponente desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda
y de compensar una imagen borrada de sí mismo. Estos tres en reflejos y en interpolaciones...”). Un libro “personal” porque
aspectos, dos de ellos anacrónicos y el tercero de corte bor- “abunda en reflejos y en interpolaciones”, lo que en la versión
geano, no tienen, sin embargo, el efecto que aparentemente se de Piglia se convierte en: “Desde luego, este libro no intenta ser
les podría atribuir: se trata de posiciones, de mecanismos; por exhaustivo. No reconstruye todas las escenas de lectura posi-
eso uso la palabra procedimiento, retomando la afirmación de bles, sigue más bien una serie privada; es un recorrido arbitrario
Piglia sobre Borges en Crítica y ficción, cuando dice que ese por algunos modos de leer que están en mi recuerdo. Mi propia
escritor “lleva al límite, casi a la irrisión, [el] uso de la cultura, lo vida de lector está presente y por eso este libro es, acaso, el más
vacía de contenido, lo convierte en puro procedimiento”. O sea, personal y el más íntimo de todos los que he escrito”.
234 HÉROES SIN ATRIBUTOS PIGLIA: LOCO LECTOR 235

Esta reescritura cierra la constante referencia a Borges (ex- autor (hacedor/lector). Recordemos que hacedor es una expre-
plícita e implícita), iniciada por la mención de un Borges último sión ambigua que remite tanto a la humildad del artesano (el
lector casi ciego en la primera página y por la alusión velada que hace) como a la omnipotencia del demiurgo que crea (un
al Aleph en el Prólogo. Un trayecto junto a Borges que pasa símil de Dios). El último lector de Piglia sería comparable: a la
del bovarismo (ser el otro) a la confesión (el libro “más perso- vez modesto receptor de lo ya escrito, pero también el defen-
nal y más íntimo”). En esta perspectiva, que incluye también la sor postrero de una literatura amenazada. Y, más allá todavía,
situación estratégica del libro en el conjunto de la obra de su “último lector” no es un concepto ni remite a un referente sino
autor, El último lector sería El hacedor de Piglia, o sea, un libro que es una metáfora: una fórmula, sugerente y dispersiva en
de madurez que interviene, retrospectivamente, sobre lo ya es- sus efectos semánticos. El último lector incluye una dimensión
crito, proponiendo modos de lectura y fijando rasgos de una milenarista o apocalíptica: leer después de la muerte del autor y
figura de autor. Una figura de autor que se corresponde, para- en el momento del fin de la literatura. Otra posibilidad, más mo-
digmáticamente, con las orientaciones globales de Héroes sin desta, implica un programa: el que lee lo que los demás ya han
atributos: la autobiografía y la confesión, puestas en evidencia, leído, el que llega después, no sólo de la escritura (como Pie-
llevan a un ocultamiento (según la afirmación programática de rre Menard), sino también después de las lecturas de los otros;
Gombrowicz citada en las primeras páginas: “Al introduciros lo que, según Adriana Rodríguez Pérsico, se inscribiría entre la
entre los bastidores de mi ser, me obligo a esconderme aún más pérdida y la restauración. En ese sentido, Fornet escribe que el
profundamente”). Es lo que postula Graciela Speranza, refirién- último lector es a la vez una figura de “clausura” pero también
dose a la posición general de Piglia al respecto: “la autobiografía de “apertura”. El final (cataclísmico o no) forma parte de la uto-
es sólo un relato estratégico destinado a indicar cómo leer la pía macedoniana de Piglia: la de una literatura siempre futura.
obra del narrador”; o cuando concluye: “La mezcla deliberada Por lo tanto, la tradición se convierte, según el modelo arri-
de autobiografía, crítica y ficción, es, si se quiere, una forma de ba esbozado, en una ficción personal, lo que corresponde con
ocultar al otro Piglia en una reescritura ingeniosa y expandida los modos de leer descritos por Barthes en su último seminario,
de ‘Borges y yo’”. La preparación de la novela: “El conflicto leer / escribir, lo in-
terpreto así [...]: leer es una actividad metonímica, devoradora;
***** uno atrae hacia sí toda la capa de la cultura, se entra como en
alta mar, en el Imaginario de la Cultura, el concierto, la polifo-
Estas serían algunas de las características del mito del autor nía de mil voces de los otros con las cuales mezclo las mías”.
como lector que propone el libro de Piglia. Como lector o, más Leer, para Piglia, es escribir, en el sentido de escribir entran-
precisamente, como “último lector” (expresión que es también do, como se entra en alta mar, en el Imaginario de la Cultura
una cita, la que figura en el epígrafe y que se refiere a alguien (en su Imaginario de la Cultura, hecho de complots, de héroes,
que se sienta bajo un árbol para leerse a sí mismo), como “úl- de secretos, de series ocultas). En el conjunto subyace una con-
timo hacedor”. Volviendo a Borges: alguna similitud resuena cepción legendaria de la literatura: la literatura es ese gran tex-
en los títulos, en tanto que denominaciones de personajes de to hecho de escritores y lectores, de autores y de personajes, en
236 HÉROES SIN ATRIBUTOS

donde circulan y chocan gestos, palabras, actos, intenciones, Coda. Aira: el idiota de la familia
proyecciones. La literatura es una especie de hiperrealidad eng-
lobadora, que traga y transforma todo, alterando fronteras, po-
siciones, jerarquías, en una indiferenciación a la vez terrorífica
y reveladora. Escribir, leer –o sea, ser escritor– implica estable-
cer cortes y esbozar recorridos en ese conjunto preexistente. Siguiendo las instrucciones de la alegoría... yo
Pero la reescritura cifrada de El hacedor remite al mismo también puedo estar ejerciendo un oficio del que
tiempo a un autorretrato indirecto y cósmico. Al cotejar los dos no sé nada, manipulando con infinita perplejidad
textos, se vuelve más visible la dimensión subjetiva del libro de objetos de los que no sé ni entiendo nada, por ejemplo
Piglia, la búsqueda de una imagen, el intento de fijar identida- los recuerdos. Pero eso no quita la realidad de los
des de escritor, la apropiación de una tradición, de una biblio- hechos, la realidad de que mi padre fuera electricista
teca, en tanto que arduo autorretrato. Se vuelve más visible una y yo sea escritor. Se trata de alegorías reales.
autobiografía cifrada e imaginaria (el intento de darle sentido a CÉSAR AIRA, El tilo.
la propia vida gracias a las múltiples vidas de los demás), como
único relato posible de una vida de escritor. Este aspecto del Para Lugones, la misión del escritor, su papel en la fundación de
proyecto se encuentra resumido al final, justo antes del Epílo- un lenguaje y de una nacionalidad, reside, como queda dicho,
go: “La escena revela un uso extraordinario de la lectura como en la creación de una figura grandiosa de sí mismo. El objetivo
clave del desciframiento del secreto. La intimidad de una lec- es inventar un autor, es inventarse como autor y no, necesaria-
tura reconstruye un lenguaje cifrado en ese párrafo. El lector mente, generar textos perfectos. Para ser el Gran Escritor que la
avanza a ciegas para reconstruir un sentido perdido y lee siem- nueva Argentina reclamaría hay que autoatribuirse un saber y
pre en el texto los indicios de su propio destino”. un poder inéditos. En 1909, cuando publica su Lunario senti-
Cisne tenebroso y singular, como decía Borges, Piglia se mental, esa superioridad pasa por definirse en tanto que “perito
sitúa en el lugar de un lector, no ideal sino mítico, de un lector en lunas” y “experto en Selenología”; así, el libro va a acumular,
capaz de descifrar el secreto y avanzar a ciegas en ese mar, en hasta el abarrotamiento y el cansancio, una variación sin fin de
ese Imaginario; un lector capaz de leerlo todo, de leer un sen- lo mismo, es decir: todo un conocimiento heredado y toda la
tido sin sentido, un sentido perdido y de leer su propio destino capacidad de innovar frente a ese emblema de la cultura lite-
en esa infinita polifonía, de leerse a sí mismo en ese todo. Rara raria que es la luna. Más allá del resultado, lo que importa es,
avis, Piglia es un lector capaz de entonar el canto del cisne de entonces, el procedimiento: mostrar una capacidad ilimitada de
la literatura y al mismo tiempo de reconocer su propia voz en nombrar, de apropiarse y, a veces, de transgredir con insolencia
el distante canto de las sirenas. O de reconocer su voz en el cierta tradición poética. Ese procedimiento tiene como objetivo
canto de lo que, alguna vez y en alguna tradición, los hombres convertir a Lugones en el Gran Escritor, superior a Darío y a
quisieron llamar sirenas. Hernández, y no escribir un libro clásico (porque el libro clásico
ya está escrito y es el Martín Fierro).
237
238 HÉROES SIN ATRIBUTOS CODA. AIRA: EL IDIOTA DE LA FAMILIA 239

Treinta años después, en 1939, un escritor ambicioso, re- fecha de publicación de El fiord, 1969, que “cerraría” el sistema.
conocido por sus libros de poesía y ensayo, publica un cuento Académicamente, renuncio a esta teoría de las “cuatro fechas”
extraño que, también, parece plantearse como objetivo nuclear (ficticiamente inspirada por Aira en persona en su ensayo Las
la invención de un escritor. Más que contar una historia, el tres fechas) y prefiero retomar lo que fue una hipótesis inicial
cuento traza los rasgos inhabituales de un autor, de un autor a y lo que sería un esbozo de conclusión de Héroes sin atributos:
la vez paródico y patético. El sujeto que se propone en ese texto la serie así esbozada mostraría que todo proyecto de escritura,
ha perdido el heroísmo del “perito en lunas”; ahora se trata de al menos en Argentina y al menos en el siglo XX, impone, como
un autor de reescrituras (porque, de nuevo, ya está todo escri- condición previa, la invención de un autor.
to), un autor de lecturas, un autor periférico que vive en una Invención de un autor en una literatura en la que, pare-
aburrida ciudad de provincias y que ni siquiera escribe en su ciera, todo estuvo siempre escrito, incluso antes de que se la
propia lengua. Esta ficción de un autor menor, paradójicamente empezara a escribir. “El mundo fue inventado antiguo”, decía
grandioso en su incapacidad de escribir un gran texto nuevo, otro autor que se inventó a sí mismo, Macedonio, en su Mu-
es el cimiento de la obra más trascendente y más original de la seo. Y hablando de invenciones –de nacimientos–: el libro de
literatura argentina. A partir de “Pierre Menard, autor del Qui- Aira obedece o responde a su cumpleaños. Un libro confesional
jote” (primera edición en la revista Sur en 1939), a partir de como regalo para sus cincuenta años; también eso ya estaba
su invención de escritor, Borges encuentra las condiciones de escrito, por supuesto. El precursor es conocido: Henry Brulard
posibilidad de su propia obra, obra que resultará ser, también, (una ficción de escritor creada por Stendhal, seudónimo de un
una infinita variación sobre esa “ficción de autor”. Aquí, otra señor llamado Henri Beyle), ese Henry Brulard que de lo alto del
vez, lo que cuenta primero es el procedimiento: no intentemos monte Janículo recuerda que está a punto de cumplir cincuenta
escribir los clásicos, que ya están escritos, sino que escribamos años y, ante el espléndido panorama de la cultura pasada (el
a los autores que los escribieron, escribámonos como autores a Castel Gandolfo, la villa Aldobrandini, el Castel San Pietro, la
nosotros mismos. Y si el resultado es extraordinario (si conse- Via Appia, Santa Maria Maggiore: toda Roma está a sus pies),
guimos “algunas páginas válidas”, según el juicio del “yo” sobre piensa que, a esa edad, ya es tiempo de empezar a conocerse. La
“Borges” en “Borges y yo”), eso se dará por añadidura. Vie de Henry Brulard, una verdadera autobiografía ficticia, será
Noventa años después del Lunario..., sesenta después del la respuesta a su propia exhortación.
“Menard” y seis meses antes del fin del siglo, el dieciocho de Mejor detener aquí al demonio de la analogía –y al de la
julio de 1999 para ser precisos, César Aira termina de escribir filiación–. Stendhal, Lugones, Borges, Aira, sirven para poner de
Cumpleaños, libro que es también una ficcionalización de su relieve, por oposición en lo que sería una similitud imaginada,
autor y que es, sin duda, un hito importante en la construcción que evidentemente todas las teorías pueden probarse en el am-
de lo que él denomina su “mito de escritor”. A esta altura, la plio campo de lo literario, por ejemplo, estableciendo una analo-
coincidencia de fechas en nueve (1909, 1939, 1999) y los plazos gía, sugerida por el título de este texto, entre Aira y el niño Gus-
de treinta/sesenta años resultaron ser una tentación de interpre- tave, reacio a la lectura, en conflicto con las palabras, ingenuo,
tación numerológica de la creación, tentación reforzada por la casi tonto y siempre crédulo, que Sartre lee al comienzo de su
240 HÉROES SIN ATRIBUTOS CODA. AIRA: EL IDIOTA DE LA FAMILIA 241

célebre El idiota de la familia (idiotez que, dicho sea de paso, es Por su lado, Sandra Contreras dedica intensas páginas al
la condición esencial de una larga demostración de cómo y por tema, narrando las etapas de una “Novela de escritor”; y cierto
qué Flaubert “elige” ser escritor). Pero más allá del bosquejo de es que mucho se ha escrito y se escribe sobre la autoficción en
filiaciones improbables, la introducción que precede sirve para Aira. Sin embargo, voy a volver al asunto, porque interrogar esa
destacar la manera en que Aira se apropia del gesto de creación invención de autor, esbozar los rasgos y la dinámica de esa figu-
de un mito de escritor. Un mito que no tiene puntos en co- ra creada por los textos es, creo, una etapa ineludible en la recep-
mún con Lugones cuando se sitúa “del lado de los astros”, con ción y la comprensión, ya no de la “obra” sino del “efecto Aira”.
el enciclopédico Borges cuando reescribe el Quijote puñal en El gesto vanguardista de los relatos de Aria es conocido:
mano y ni siquiera con la edípica introspección de Stendhal. Sin lo que cuenta no es el resultado sino el procedimiento (como
embargo, en la inestable producción de Aira, producción que él mismo lo dice en Copi) y en el procedimiento, las zonas de
fluye poniendo en duda los criterios y mecanismos de lectura y tensión de la literatura que ese procedimiento vuelve visibles.
evaluación estética, no son los textos de ficción en sí mismos los Sin contradecir este primer balance de su escritura, se podría
que ocupan el centro del sistema, sino un “efecto Aira”, hecho agregar que no es cierto que no cuente el resultado, lo que no
de procedimientos de escritura, de estrategias editoriales, de cuenta es la percepción habitual del resultado (la obra, el texto
acumulación, de frivolidad, de intensas y paradójicas reflexio- cerrado, la calidad), pero hay un producto del procedimiento.
nes metaliterarias y, sobre todo, de una figura de autor. Ese producto, ese resultado, sería entonces la definición repe-
En Nouvelles impressions du Petit Maroc, Aira afirma que tida de una figura, o de un fragmento de figura, que iría a
un escritor es una proliferación de teorías, de teorías falsas, de integrarse en la “gran obra” de Aira, es decir la creación de un
ejemplos falsos, de una falsedad que no remite a lo auténtico autor. Obra invisible, ilegible, virtual, pero que flota por encima
sino a la ficción: a una irresponsabilidad del discurso. Según él, de un corpus magmático de textos, presente en todas partes y
un escritor inventa y sostiene todas las teorías a la vez, todas en ninguna.
las teorías opuestas y disparatadas. Esta posición desautorizaría Cumpleaños, dijimos. Si Lugones era “Selenólogo”, si Stend-
cualquier lectura al pie de la letra de sus hipótesis sobre la lite- hal desplegaba una mirada dominante sobre la cultura antes de
ratura; con todo, hay una “teoría” que por su constancia puede empezar a hablar de sí mismo, Aira llega a los cincuenta años sin
considerarse medular: la que supone que los libros no cuentan conocer informaciones elementales sobre los ciclos lunares (so-
por sí mismos, ya que su única función es crear a un autor. bre una Luna escrita con mayúscula, a la vez astronómica, feme-
Teoría o fantasía, obsesión o adivinanza cifrada, se trata de una nina y cultural, por supuesto). Al hito temporal del cumpleaños
afirmación frecuentemente repetida y siempre relativamente se lo introduce narrando una escena singular. En las primeras
enigmática. Un ejemplo, leído en una entrevista hecha por Cris- páginas del libro, Aira, al descubrir su ignorancia (a pesar de
tina Breuil: “los escritos sólo cumplen una función, que es crear considerarse “un intelectual, un hombre cultivado, curioso e in-
al autor; y una vez que la han cumplido deben desaparecer, teligente”), intenta ocultarla y salir del paso con un “chiste malo”,
porque su persistencia podría empezar a actuar en contra, a supone que su saber se detuvo seguramente en la infancia (en
confundir la nitidez de la figura que han dibujado”. una infancia muy temprana, ya que “un niño de ocho años”, “un
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salvaje, un primitivo, el primer hombre, en su primer intento de En esta escena, y en sus asociaciones y consecuencias, po-
pensamiento”, podrían haber sacado las conclusiones del caso). demos leer algunos valores recurrentes de la figura de escri-
Este primer descubrimiento lleva a deducciones y recuerdos que tor en Aira que, por otro lado, se definen y precisan a lo largo
merecen evocarse: poco después él afirma que la ignorancia mo- de todo Cumpleaños: la ignorancia a pesar de la cultura (una
tiva su literatura, como “compensación a una incapacidad de vi- ignorancia que debilita al sujeto: “Yo estoy agujereado”); una
vir” y para ocultar sus “deficiencias abismales”. Su no saber sobre desautorización irónica de sí mismo (una autorrepresentación
la Luna es también el punto de partida del relato de dos escenas en donde cierto narcisismo está teñido de ambivalencia sexual
del pasado en donde el ingenuo César, de niño, teme una burla o genérica, de crueldad, de deformaciones, a veces de humilla-
o una mirada crítica. Primero de sus amiguitos, que le tienden ciones); el omnipresente y rechazado humor –el chiste– como
trampas a su credulidad. Luego, en un negocio, la mujer del due- un recurso para disimular algo (“mi estilo [...] bromista por ne-
ño les muestra a César y a su madre un cuadro colgado (“un re- cesidad, por tener que justificar lo injustificable diciendo que
trato, creo que de una mujer, un retrato de nadie”) que tiene una en realidad no hablaba en serio”); la persistencia de la infancia,
virtud muy especial para esa señora: los ojos de la mujer pintada de sus modos de percepción, sus sistemas de deducción y de
seguían mirando a los ojos del que la miraba, “fuera uno a don- sus creencias en la edad adulta; el temor de la mirada irónica
de fuera, la pintura le devolvía la mirada en los ojos, como un de sus amigos y de la burla de su madre (y quizás, también,
truco de magia”; al salir del negocio su madre se ríe (se burla ella de ese “retrato de una mujer” o de ese “retrato de nadie” que
también) de la ignorancia de una señora que considera como un sigue mirándolo, esté donde esté), o sea, el miedo de “pasar
rasgo único y maravilloso lo que “era una característica de todos vergüenza” (una vergüenza que, según él, es un concepto im-
los cuadros o fotos en los que el modelo miraba al pintor o a la portantísimo en el que toda la literatura, todo el arte, debería
cámara”. Los dos recuerdos no tienen aparentemente relación, basarse); una dinámica temporal a la vez acelerada y conflicti-
pero el narrador los asocia, “triangulándolos” con su ignoran- va (una escritura rápida, a costa de la calidad, para no morirse
cia sobre la Luna: “yo a los cincuenta años haciendo el papel antes de terminar); y por regla general la incertidumbre sobre
del adulto transtemporal que tenía ese preciso hueco de saber”. la intención de todo lo afirmado: discurso de primer, segundo,
El conjunto de lo dicho en estas primeras páginas motivaría el tercer grado, irónico, autoparódico, voluntariamente incierto,
proyecto del libro que leemos, ya que afirma: “Pues bien, todo lo voluntariamente falso, etc.: el sentido como una coordenada
que escribí hasta este punto me lleva a pensar que el momento problemática o en alguna medida ausente.
en que cometí mi error o distracción o explicación apresurada Del conjunto destaco una escena. La escena es el papelón,
respecto de las fases de la Luna es el origen de mi incapacidad como horizonte temido, como materialización de lo que se de-
de vivir. De modo que si pudiera hacer la historia de ese instante sea evitar: la esposa, los amiguitos, la madre, el retrato de nadie
resolvería el misterio que me persigue”. que descubren que César es demasiado crédulo para ser –o no
La Luna, que, dicho sea de paso, es un emblema no sólo ser– ignorante; hay algo que ocultar, algo en relación con un
femenino o cultural, sino también una imagen temporal: “ese saber y un poder; ese algo es perfectamente ambivalente: hay
poético recordatorio del tiempo perdido”. que ocultar que no se sabe-puede nada y, al mismo tiempo,
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que se sabe-puede todo. Al final de Las curas milagrosas del Dr. escrito a lo largo de papelitos que se multiplican raudamente,
Aira, como lo analiza Sandra Contreras, el papelón sucede, el los papelitos, es decir, las “novelitas” de César Aira.
“papelón más grande de su carrera, el definitivo”, un papelón En todo caso, el “mito de autor” del que se trata no sólo se
que es lo que más se quería evitar y que es la demostración de define en sofisticadas estrategias de autoficcionalización, sino
los poderes ilimitados de la cura milagrosa (la capacidad crea- también en la política de edición, en los ensayos, en sus decla-
dora y transformadora como vergüenza). En El mago, después raciones sobre literatura y, por supuesto, en la lógica misma de
de pasar toda la novela pensando en cómo lograr que un acto sus relatos. Leer esas ficciones supone así confrontarse con una
sobrenatural, fruto de sus dones, parezca un truco de magia, perspectiva repetidamente construida: la de un narrador que
el narrador encuentra la solución: en una autoparodia del sis- no entiende, la de una acción que se desmenuza, la de una peri-
tema de producción y edición de Aira, el narrador decide utili- pecia incongruente que echa a perder una historia hasta enton-
zar sus capacidades ilimitadas para escribir libros, mostrando y ces tan prometedora. Una literatura que funciona, no a partir
disfrazando así su saber-poder. En Los dos payasos, el escriba, de la ingenuidad o la marginalidad, sino de un saber frustrado,
públicamente, entiende mal y se come el regalo, estropeando de una aplicación torpe de los criterios que rigen la “gran litera-
la carta que le han dictado (la desobediencia involuntaria, el tura” (evitando y produciendo al mismo tiempo el papelón). El
malentendido como vergüenza). En Cómo me hice monja, la personaje típico en Aira observa el mundo pero no lo conoce,
niña César Aira sufre el escándalo de tener que afirmar, ante quiere descifrar lo elemental y lee mal, suscita la ficción por el
las irritadas expectativas de su padre, que el helado de frutilla desplazamiento de su lógica, aparentemente racional pero en
está feo, horrible, amargo, afirmación que desemboca en un realidad absurda: sus intentos de comprensión, sus reacciones
asesinato. Etcétera. En Aira el papelón es lo que está por pro- desorientadas, sus juicios incongruentes son muchas veces el
ducirse, lo que casi sucede en sus ficciones, es lo que corre el motor de la ficción. Una literatura de monstruo o de idiota, de
riesgo de irrumpir a cada momento y a lo que se le atribuye una extranjero o de salvaje, pero sobre todo una literatura de punto
seriedad sin relación con las catástrofes y amenazas que pasan, de vista. El procedimiento Aira, tan comentado, es ante todo el
ligeras como el aire, por la escena narrativa: la mirada del “re- de una perspectiva: son las andanzas de un idiota en el mundo
trato de nadie” que sigue por todas partes a los personajes es de la peripecia. Ya que las intrigas se vacían, se autodestruyen,
mucho más grave –en el sentido de la ley de gravedad– que los produciendo una ligereza, una superficie lisa sin espesor se-
efímeros apocalipsis. La defensa frente al papelón es el papel: la mántico, para entenderlas habría que concentrarse por lo tanto
escritura móvil, que ya está en otra parte antes de que termine- en esa figura, en el escritor creado por las obras, capaz de darles
mos de leerla, más allá de la escena en la cual el papelón es una un marco y un principio de organización a las “novelitas”. Pero
inminencia, antes de que nadie (ni la esposa, ni los amiguitos, ese personaje creado es un yo ideal que decepciona al lector y
ni la madre, ni el retrato anónimo, ni nosotros, los lectores) nos que expone sus límites; el escritor ficticio o mítico, fruto de la
demos cuenta. La defensa es un papel, es decir una figura in- obra, es un idiota –o un monstruo o un extranjero o un salva-
ventada, una galería de papeles, un no ser siendo muchos que je, según otras posibilidades conceptuales quizás menos ope-
parece resumirse en un papel dominante, el papel de idiota, rativas para esta lectura–. Como Clément Rosset, Aira parece
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postular que lo “real” es, en sí, “una idiotez”, es decir simple, potética aprehensión. Aira escribe para no ser leído, aunque en
particular, único, no desdoblable –por lo que hablar de la idio- la negación misma de lo escrito (que ya fue, que ya es pasado
tez sería entonces evocar lo real–. y que ya está olvidado) queda un resabio, un indicio, un relato
Este dispositivo tiene efectos paradójicos, cuando no con- subterráneo, su “mito de autor”. Exposición y negación simul-
tradictorios. Por un lado, hay lo que se podría denominar un táneas que tienden a suscitar un enigma o un “deseo de autor”
proyecto de ilegibilidad –que poco tiene en común con la ile- en el lector que no quiere, simétricamente, convertirse en idiota
gibilidad luciferina de Lamborghini–. La engañosa sencillez de también él: la idea del autor como una instancia de revelación/
los relatos se encuentra dinamitada por la proliferación y la di- ocultamiento y de enfrentamiento con el lector, desarrollada
gresión, por una función atribuida a la imaginación que desafía por Maurice Couturier, funciona perfectamente en este caso.
cauces o sistemas; la obra, entonces, no está nunca donde se la Si leer es abarcar, si leer es conceptualizar, si leer es integrar, si
espera. A la vez decepcionante y sorprendente, se construye a leer es, ante todo, releer, Aira superpone procedimientos para
partir de efectos, de rupturas, de un autoengendramiento con- seguir siendo ilegible. Su obra sería comparable a esa rata de
tinuo. Es ilegible en el sentido en que se desplaza para evitar Copi, tan parecida a la liebre legibreriana que aparece en varias
construir un sistema o ser atrapada por lecturas críticas organi- novelas suyas: “una pieza móvil que corre delante del sentido”.
zadas. Es difícil centrarse en un texto: hay que leer el conjunto, Por otro lado, ese vértigo de reflejos, teorías, peripecias, au-
lo que equivale a postular que no hay que leer nada. Es lo que tofiguraciones, declaraciones contradictorias, termina funcio-
Aira afirma en alguna entrevista, asegurando que, para tener nando como el eco de ese “yo agujereado” que aparecía en el
una idea completa de él, como autor, hay que leer todos sus inicio de Cumpleaños. El mito de escritor en Aira es una galería
libros, lo que deja entonces al sentido –por ejemplo, a su figu- de máscaras, un juego de identidad, un malabarismo de/con sí
ra de autor–, en alguna medida, fuera de alcance. La mirada mismo, una proliferación. El gesto de escritura es una búsque-
de conjunto queda para después, para después de la muerte. da detrás de los “yo” posibles (que, como los dioses hindúes
Este horizonte que se promete y se rehúye como posibilidad o el sereno Buda, abarcan infinitos avatares). No fabricar una
funciona, por lo tanto, como la imagen en el tapiz en el célebre imagen estable, entonces, no existir gracias a un mito de escri-
cuento de Henry James: ese “mito” es una promesa sugerida tor definido, sino instalarse, como en el teatro, en lo que Daniel
a atónitos lectores, una construcción mucho más hermética Sibony llama la dinámica de la identificación y la desidentifi-
de lo que parece. Hay una estrategia evidente de ocultación: cación; refugiarse en la risa, mejor que en el humor, una risa
todo corte en busca del significado es inapropiado y, en Aira, que permite ser otro en un movimiento de algunos segundos,
sería “letal”, para retomar su propio juicio sobre Copi. Esa es su una risa que descompone y recompone la identidad, que la sa-
principal operación de significación. El sentido es un corte, el cude como se sacude un árbol. No ser, ser otros, suponer que
sentido interrumpe y fija, el sentido mata. El sentido transforma la vida es a la vez múltiple y diferente, que se la va a ubicar
al papel en papelón –es decir, en obra seria y en vergüenza de en otro escenario, en la próxima máscara. El procedimiento en
lo revelado–; pero al mismo tiempo que se lo borra o diluye, se vez del resultado, es decir, la máscara en vez de la obra. En el
promete sentido en una instancia extratextual, difusa y de hi- centro inhallable encontraríamos, si el sistema se detuviese, un
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ser agujereado, un manque à être. Pero es una simple especu- En esta perspectiva, sus ensayos forman parte de una es-
lación: la verdad, ya se sabe, está en la máscara y no en lo que trategia del ailleurs, de una reconstrucción literaria (o una
se oculta; la verdad está en el sistema relacional que la máscara construcción de un lugar para la propia literatura) basada en
crea alrededor suyo, en cómo el sujeto-máscara se inscribe en un extrañamiento frente a la tradición –incluyendo en ella a la
una red simbólica, diría Slavoj Zizek. Esa máscara móvil es la tradición vanguardista o a la tradición académica de lo nuevo–.
de un idiota: Extrañamiento que pasaría, también, por un modo de ausencia:
Aira comentaba en 1987 el hecho de que los únicos novelistas
En ese sentido, un escritor inteligente revela más que uno idi- “presentables” de la Argentina (Puig y Saer) no estaban “presen-
ota. Yo me he esforzado, en la escasa medida de mis posibili- tes”, es decir, residían en ese entonces en el extranjero, para no
dades, en preservar toda mi idiotez natural, para que la litera- ser “aplastados”, “esterilizados” por la jactancia de sus compatrio-
tura actúe sin trabas en mí. Aunque ahí aparece otra paradoja: tas. Así, el ser novelista impresentable y el vivir en un extranjero
pues se necesita cierta inteligencia, o mucha (lo he compro- interno (el barrio de Flores) sería el tipo de supervivencia elegi-
bado, ay, a mis expensas) para escribir. De donde resulta que da. Por lo tanto, las representaciones de autor de Aira, su desdén
mi idiotez es un simulacro levantado por mi inteligencia, que a por la obra, su posición narrativa e ideológica de idiota podrían
su vez es un simulacro utilitario que levanta mi idiotez astuta leerse en contrapunto con ciertas construcciones del campo in-
(Nouvelles impressions du Petit Maroc). telectual argentino sobre la figura de escritor. Construcciones
en donde la reflexión metaliteraria (posición ante la producción
Y a propósito de una red simbólica, es interesante señalar la textual y crítica de la universidad), la estrategia de inserción en
peculiar relación que este juego de máscaras, este último avatar la tradición (la exposición de un mapa de lecturas como una es-
de un mito de autor, establece con la literatura argentina y con pecie de documento de identidad), las modalidades voluntarias
la tradición en general. El ser idiota supone reivindicar la falta y programadas de intervenir o suscitar eventos públicos (pre-
de memoria, el no ser de la filiación como condición para exis- mios, lugar de ediciones, medios en general), todos estos rasgos
tir: para poder inventarse como autor hay que olvidar, postula forman parte del “ser escritor”. Pero tampoco hay que olvidar
Aira, hay que excluir la mirada del “retrato de nadie”, hay que que, simultáneamente, Aira, en un movimiento paradójico que
expulsar al otro que se inmiscuye en la escena de la escritura, no es ajeno al de Borges o al de Saer, también “diccionariza” la
hay que rechazar una corrección que es abrirle la puerta al ad- literatura, maneja el criterio de calidad (invirtiéndolo, suponien-
versario: corregir es correr el riesgo del papelón definitivo (en do que lo “malo” es lo “bueno”), parodia textos en sus ficciones
palabras de Aira: “Corregir es invocar a un fantasma. Yo escribo (de Borges en Las ovejas a Glosa en Varamo), juzga, valora, re-
como quien soy, pero si lo escrito estuviera mejor escrito, sería chaza y fija un canon propio. Es decir, reorganiza, como todo
como si lo hubiera escrito otro, algún gran escritor”). O sea: hay escritor, un sistema literario alrededor de sí.
que impedir que se fijen los rasgos en un retrato de “gran escri- Esa reorganización estaría basada en un concepto inédito
tor”, lo que sería, ya no máscara de teatro, ya no avatar de autor, o, al menos, en un epíteto provocador: el de literatura idiota, es
sino máscara mortuoria. Sería la cara oscura de la Luna. decir, una escritura que retoma los grandes gestos de la tradi-
250 HÉROES SIN ATRIBUTOS CODA. AIRA: EL IDIOTA DE LA FAMILIA 251

ción, no transgrediéndolos sino echándolos a perder, arruinán- Literatura idiota, entonces, como estrategia de existencia y
dolos –o sea, desplazándolos–. Literatura idiota que, en nega- de defensa. En realidad, la inteligencia arriba mencionada tiene
tivo, propone una lectura del corpus literario argentino como que ver con el punto de partida: cómo seguir escribiendo, cómo
una literatura inteligente. Inteligente Lugones y su cultura en proteger los textos, cómo negar la propia lucidez, cómo olvidar
Lunas (aunque termine comparando al satélite con un queso), a Barthes y a Benjamin, a Adorno y a Lacan, cómo huir de un
inteligente Macedonio y su negación del autor (aunque el Cos- espacio de la creación atravesado por las miradas de los otros:
mos sea, como en el cuento, un Zapallo), inteligente Borges con cómo evitar el papelón. Se ha afirmado que la de Aira es una
su infinita biblioteca de libros ingleses (aunque Funes recuerde literatura de después, cuando ya todo sucedió, todo fue dicho,
sin entender y Pierre Menard escriba doctamente algo que ya todo fue leído. Por eso mismo su literatura se sitúa en un prin-
está escrito), inteligente Cortázar con su juego como trampo- cipio ficticio, antes de la llegada de la inteligencia, cuando no
lín metafísico (aunque los Cronopios se dediquen a perder tre- se sabía aún la verdad sobre las caras de la Luna. Literatura del
nes y las familias a construir inútiles cadalsos en los jardines), final –de fin de siglo–, pero también literatura de principio –de
inteligente Piglia, fabricando herramientas de lectura en sus principio de milenio–. Al interrogante ¿cómo seguir escribien-
ensayos y cerrando interpretaciones posibles (aunque el ma- do?, él contesta simplemente “escribiendo, llevando adelante la
yor personaje de su obra sea, en Plata quemada, un psicópata escritura”, ya que el significado está siempre en lo que sigue,
tan lúcido como distraído), inteligente Saer, cuando construye no en lo que se ha escrito, no en lo que se ha leído. El sentido
una saga de inédita amplitud (aunque defienda, con discutible se sitúa en el futuro y no en el pasado. La literatura argentina y
ingenuidad, la ignorancia del escritor frente a su obra). Inteli- sus figuras de autor estarían todavía por inventarse. La apuesta
gentes, por supuesto, los profesores y críticos, inteligentes las es, en sí, vertiginosa.
cátedras de la Universidad de Buenos Aires y los suplementos
culturales, inteligentes los directores de colección, inteligentes
los Congresos de literatura, inteligentes los libros críticos como
éste. Ser escritor en Argentina es ser un escritor inteligente. Sí,
frente a todos ellos Aira se sitúa en el lugar del idiota, del idiota
de la familia, el que intenta y no lo logra, el que practica, como
él mismo lo sugiere, una philosophie amusante, que intertex-
tualiza, cita y reescribe pero que termina siempre convirtiendo
al cosmos en un zapallo o en un gusano verde, que incluye
claves de autointerpretación que desembocan en un vacío, que
pareciera querer escribir una saga y le sale una historieta, y que
instala trampolines metafísicos todo el tiempo en sus ficciones
pero que son inútiles, porque si se salta de ellos uno se rompe,
lógicamente, la crisma.
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