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EL DUQUE DE SAN FRANCISCO

Mobster Series #2

Kris Hamlet
Copyright © 2023 Kris Hamlet
Todos los derechos reservados.

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares,


instituciones e incidentes son producto de la imaginación de la autora y no
deben considerarse reales. Cualquier parecido con hechos, sucesos,
escenarios, personas, vivas o fallecidas, es totalmente casual.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, archivada o


introducida en un sistema de investigación, ni transmitida en cualquier
forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, de fotocopia, de
grabación o de otro tipo) sin el permiso previo por escrito del autor.

Imágenes con licencia de AdobeStock

ISBN: 9798387116452

Traductora: Filomena Benevento


ADVERTENCIA: Esta novela está dirigida a un público adulto y, como tal,
puede contener escenas violentas, explícitas o de carácter sexual. Se
recomienda su lectura a un público consciente.
A quien nunca se siente a la altura,
a quien cree que nunca es suficiente.
Tengan el valor de ser la persona que quieren ser,
y que les importe un bledo el juicio de los demás.
PROLOGO

París, junio de 2022

Algo no está bien.


El nerviosismo invade mis venas, el sudor perla mi frente, el ritmo
cardíaco se acelera.
Es cierto que estamos a finales de junio, y aunque son poco más de las
diez de la mañana, en París ya hace mucho calor, pero tengo una extraña
sensación desde que me levanté de la cama esta mañana.
Una sensación de que algo está a punto de suceder.
No tengo idea de si es algo bueno o malo, y eso me pone aún más
nerviosa.
Sigo frotándome los ojos intentando hacer menos visible la falta de
sueño. He pasado la noche dando vueltas en la cama, y ahora la
desagradable sensación que había intentado suprimir ha vuelto al ataque.
Miro a mi alrededor una vez más, pero como todas las anteriores, no noto
nada extraño. Vuelvo a concentrarme en mis pasos, en racionalizar esta
sensación que sin motivo alguno me invade y suspiro profundamente para
calmarme.
Poco después, me comprometo a intentar dejar de lado todos estos
pensamientos negativos mientras me dispongo a cruzar el umbral de mi
universidad, una de las más prestigiosas y exclusivas de Francia y de
Europa.
Nunca habría pensado poder estudiar aquí, pero mi cuñado Frank lo ha
hecho posible. No por mí, que quede claro, sino para hacer feliz a su
esposa, mi maravillosa y protectora hermana mayor Isabella. He entendido
que Frank haría cualquier cosa por ella, y aquí estoy.
Supongo que ser el Boss de la mafia de San Francisco tiene sus ventajas.
Quién sabe qué ventajas tendrá ser su Segundo … No, no pienses en él.
Lo veo de nuevo en mis recuerdos y repensar en lo que compartimos me
desestabiliza y me deja sin aliento cada vez.
Lo veo de nuevo en mis pensamientos, y todas las veces, tiemblo ante las
cosas que he deseado hacer junto a él.
Lo veo de nuevo en mis sueños y me despierto sudorosa, agitada y
terriblemente excitada.
Me parece verlo incluso ahora, frente a mí, en el vestíbulo de la
universidad, atento a mirar a su alrededor como si buscara algo o a alguien.
Estoy empeorando, suspiro y muevo la cabeza lentamente para aclarar mi
mente, pero no funciona.
Él todavía está ahí, frente a mí, con la mirada fija en la responsable de la
secretaria de educación, Madame Dubois.
El verdadero problema, sin embargo, es que ella le devuelve la mirada y
parece estar hablando con él, como si lo estuviera viendo a su vez. Pero si
ese fuera el caso, significaría que realmente está aquí.
Me sobresalto bruscamente y me paralizo al instante, quisiera alejarme en
silencio de aquí sin atraer su atención, pero él elige justo ese momento para
darse la vuelta, y sus ojos me encuentran al instante, clavándome en el suelo
con una mirada que es pura cólera. Y cuando sus labios se estiran en una
maliciosa sonrisa que promete problemas y dolores, tiemblo. Y esta vez,
solo de miedo.
Oh, Dios.
No tengo tiempo de reflexionar, de elaborar un plan de fuga, de preparar
excusas plausibles, porque sé que él sabría inmediatamente que estoy
mintiendo.
No tengo tiempo de hacer otra cosa que darme la vuelta y salir corriendo,
tan lejos y tan rápido como sea posible.
Si me atrapara, esa ira se convertiría en una furia asesina.
Y yo sería su único objetivo.
PRIMERA PARTE
Capítulo Uno – Alex

San Francisco, Julio 2021

—¿Cómo has dicho? —le pregunto a mi madre—, porque estoy casi


seguro de haber entendido mal. La alcanzo en el salón de nuestra casa y me
siento frente a ella prestándole toda mi atención.
—Lo has entendido bien, hijo. Los planes de Lucia se han ido al traste y
su hijo Frank se casará con la mayor de las hermanas Rizzo, Isabella —
suspira casi destrozada sentada en su sillón favorito mientras sigue tejiendo
—. Esa chica es una verdadera salvaje: una rebelde en todo sentido, que
nunca hace lo que le dicen y pretende andar por ahí sin guardias... Tsk.
Pobre Lucía, no la envidio en absoluto.
Murmuro algo incomprensible como respuesta y contengo una sonrisa
maliciosa que mi madre no apreciaría, no puedo evitar preguntarme qué
habrá estado haciendo mi mejor amigo. Porque no dudo ni por un momento
que fue él quien estropeó los planes de su madre.
Hace siete meses, Frank se convirtió en el jefe de la mafia de San
Francisco y le han estado acosando desde entonces para que se case y forme
una familia. "Quien está solo, es más débil", le han hecho notar varias
veces, y sé que ya no puede más entre ingeniárselas para mantener a raya a
los Hombres de Honor más viejos, reforzar las filas entre los reclutas más
jóvenes y comprender cómo los Ghosts –un grupo de biker con los que
hemos estado luchando durante los últimos meses–se apoderan de
información sobre nuestro tráfico.
—Hijo, ¿has oído lo que he dicho?
Regreso la mirada sobre mi madre e intento descifrar su expresión. No
me gusta para nada. —No, mamá. Estaba reflexionando sobre los próximos
pasos de Frank.
—Decía que sería hora de que tú también miraras a tu alrede...
—De ninguna manera —la interrumpo brusco.
—Pero, hijo mío…
—Mamá, te ruego, no empecemos de nuevo con lo mismo —resoplo
poniendo los ojos en blanco.
—Ya tienes veinticuatro años y ni siquiera has salido con una chica de
buena familia —empieza con la historia de siempre.
Es inútil.
—Sólo tengo veinticuatro años —respondo, acentuando la exasperación
en mi tono.
—A esta edad, yo ya...
—Basta, mamá —la interrumpo de nuevo antes de que vuelva a sacar a
relucir viejas historias en las que no quiero pensar—. No estoy interesado
en casarme, ni en tener una familia, mucho menos tener hijos.
—No eres tu padre, Alex... —casi susurra, pero cada palabra es como un
puñal en el centro del pecho.
Me levanto de un salto, y sin añadir nada más, salgo de casa, dando un
portazo tras de mí.
No entiendo por qué insiste en esta maldita historia y persiste en pensar
que hay una oportunidad para mí.
¿Por qué no se rinde a la evidencia?
¿Cómo diablos no puede entender que soy mercancía dañada?
***
Como imaginaba, fue precisamente mi mejor amigo quien saboteó el plan
de su madre. Lo que nunca habría previsto, sin embargo, es que realmente
parece gustarle esta Isabella. Mierda, hace cinco minutos incluso me dio
una patada en la espinilla cuando me aventuré a satisfacer mi curiosidad
haciéndole las típicas preguntas de tipo sexual. Y hasta me pidió que la
vigilara, no sé muy bien si por la necesidad de protegerla o si sólo quiere
saber lo que hace, pero no me corresponde a mí hacer preguntas.
El Boss ordena, yo ejecuto. Simple.
A veces, sin embargo, también le propongo proyectos para desarrollar
actividades legales que vayan de la mano de las actividades "paralelas" de
la organización, porque es importante poder blanquear dinero sin levantar
sospechas y salir indemne incluso de las investigaciones más minuciosas.
Por ahora, hemos abierto un lavado de autos y una lavandería industrial,
pero esta noche pienso hablarle de algo que me anda dando vueltas en la
cabeza desde hace rato.
—Tenemos tales márgenes de beneficio que podemos invertir en nuevas
actividades y pensé en un restaurante. Un menú y un personal totalmente
italianos, mobiliario y productos directamente de Italia para crear un
ambiente sofisticado en el que sentirse como en casa, incluso lejos de casa.
¿Qué te parece? —le pregunto sin ocultar mi entusiasmo.
—Me parece muy interesante, sobre todo si mantenemos alta la calidad y
la autenticidad del lugar. Ya tengo en mente algunas estrategias de
marketing que podríamos aplicar antes y después de la apertura —responde
compartiendo mi euforia y sus conocimientos adquiridos gracias a su
licenciatura en la materia.
Cuando se distrae con el teléfono, mi mirada es atraída por un cuerpo
voluptuoso y tentador que se contonea sirviendo las mesas.
Nunca la he visto antes, debe ser una nueva bailarina y no está nada mal,
creo que me voy a dar una vuelta por allí.
—¿Espectáculo privado? —me pregunta astutamente Frank, habiendo
seguramente captado mi mirada intrigada.
—Oh, sí. Todavía no he probado a esa señorita y sabes que me preocupo
por tus actividades. ¿Qué amigo sería si no hiciera un control de calidad? —
me rio socarronamente, mientras le dirijo una sonrisa maliciosa a mi
próxima presa.
Apenas cruza la mirada, ella devuelve la sonrisa y se acerca acentuando
el movimiento de las caderas. Tetas Grandes me hará compañía esta noche,
y espero por su bien que sepa lo que le espera.
—Capo, si lo permites, nos vemos más tarde. ¿Te encuentro aquí
rumiando a tu noviecita? —Mi pregunta destila sarcasmo, y él me lanza una
mirada molesta porque sabe que le estoy poniendo a prueba, y no me
decepciona cuando le hace un gesto con la cabeza a la camarera para que le
mande a buscar su habitual compañía nocturna.
Sin más retrasos, me acerco a Tetas Grandes, la agarro de la muñeca y la
arrastro detrás de mí en dirección a las habitaciones privadas, apuntando a
la reservada para mí: minimalista pero completa, con un sofá no demasiado
cómodo en el que sentarse y disfrutar de un baile privado en el pequeño
escenario equipado con poste, una cama king-size con una mesita de noche
rebosante de preservativos, una mesa en la que doblar a la tipa de turno y un
baño adyacente.
Una vez dentro, cierro la puerta y ella se dirige al palco e improvisa un
baile sensual, aprovechando la música ambiental que sale del sistema de
hilo musical.
La recién llegada me dice su nombre, pero ni siquiera la escucho, ¿qué
hay en un nombre? Lo que llamamos rosa, incluso si lo llamáramos con
otro nombre, seguiría conservando el mismo dulce aroma, decía alguien.
Pero en todo caso, siguiendo este razonamiento, el coño sigue siendo el
coño, la llame Kat, Kitty o Kris, ¿no?
Disfruto durante unos minutos de la visión de las largas piernas que
pronto engancharé alrededor de mi cintura, de las tetas que chuparé hasta
que grite y de los labios carnosos entre los que introduciré mi polla en unos
segundos. Y entonces decido que ya he tenido suficiente de estos
movimientos, quiero pasar a los hechos.
Le hago una señal para que se acerque y no tardo en desabrocharme los
pantalones y bajármelos hasta los muslos. Libero mi erección del bóxer y
ella capta la indirecta. Se pone de rodillas y apoya las manos en mis piernas
para mantener el equilibrio, abre los labios y entrecierra los ojos antes de
lanzarse a una mamada de primera calidad: me chupa, me lame, me bombea
con una mano mientras con la otra me aprieta los testículos.
Siento la tensión acumularse en la base de mi espalda, pero ya sé que el
placer está aún muy lejos. Llevo una mano a su mandíbula y con la otra
mantengo su cabeza quieta y empiezo a follarle la boca con pasión. La
chica parece no tener el más mínimo reflejo faríngeo.
Realmente una óptima adquisición para el Stark.
Este lugar es el club de Frank, en el sentido de que es suyo y no de la
organización, y es un club con doble personalidad. En el piso de abajo hay
un club donde la diversión es más habitual; en el de arriba, la diversión se
vuelve pervertida y aún más exclusiva. Aquí, los clientes pueden satisfacer
cada una de sus fantasías o curiosidades, disfrutando del altísimo nivel de
confidencialidad que se les garantiza. La gente está dispuesta a
desembolsar cantidades disparatadas por una garantía así.
La presión en la base de mi espalda se intensifica y los músculos de mi
cuello se tensan, sigo golpeando con fuerza dentro de su boca.
Todo es inútil.
La levanto sin demasiados cumplidos y la hago retroceder hacia la mesa,
ella me mira con curiosidad, pero no dice nada, hasta que choca contra el
tablero de madera y le doy la vuelta, inclinándola. Rápidamente saco un
preservativo del cajón de las maravillas, abro el paquete y lo introduzco en
segundos, luego la penetro de un solo empujón sin piedad. Ella gime, pero
no le doy tiempo a recuperar el aliento y la inmovilizo sobre la mesa con
una mano en medio de la espalda, antes de empezar a bombear dentro y
fuera para perseguir un placer que ya sé no llegará con facilidad.
Ella gime con ardor y la encuentro molesta, un sonido estridente que casi
me distrae de lo que estoy haciendo. Aumento el ritmo, pero el placer está
tan lejos que dentro de mí se desencadena la ira.
Sólo hay una manera.
Manteniendo a raya mi furia, me retiro, la hago girar de nuevo y coloco
su culo sobre la mesa, introduciéndome entre sus muslos.
—¿Sabes quién soy? —le pregunto con los ojos sobre el coño
resplandeciente de humores.
—El Duque —responde jadeando.
Resoplo una risa ante el tonto apodo que me pusieron hace unos años,
debido en parte a mi amistad fraternal con Frank –siempre destinado a ser el
Rey– y en parte a lo que dicen de mi actitud de caballero de brillante
armadura. La verdad es que estoy convencido de que se consigue más con
una zanahoria que con un palo, pero les dejo hablar.
— ¿Sabes lo que le hago a las chicas como tú?
—He sido instruida —responde asintiendo—, pero no se me escapa el
destello de temor en sus ojos.
La penetro de nuevo y empiezo a martillar dentro con ardor, mi mirada
fija en sus tetas que se agitan arriba y abajo, me agacho a agarrarle un
pezón en la boca y chupo. Fuerte.
Ella grita y yo aumento la succión y los empujones. Suelto la punta
hinchada y le muerdo el seno, le doy una palmada en el culo, ella vuelve a
gemir, y le doy otra bofetada. Más fuerte.
Me gusta todo esto, pero sé que solo hay una manera de que pueda
venirme y no espero más. Mientras martilleo dentro de ella, le rodeo el
cuello con una mano y aprieto. Cuanto más aprieto, más se hincha mi
erección y mi excitación aumenta.
Me vuelve loco saber que literalmente tengo el control de su vida en mis
manos. Algunos pueden pensar que soy un pervertido, en realidad tengo un
trastorno parafílico establecido llamado "asfixiofilia", pero no les aburriré
con palabras científicas o médicas. Básicamente, sólo puedo alcanzar el
placer cuando estrangulo con mis propias manos a mis parejas sexuales.
No soy un asesino –bueno, no en la esfera sexual– y están perfectamente
a salvo, porque sé exactamente cuánta presión aplicar y durante cuánto
tiempo. Nunca he tenido ningún percance. Hasta ahora, al menos.
E incluso esta vez, sólo cuando la veo abrir la boca en busca de aire,
entrecerrando los ojos por miedo a morir mientras su corazón late
desbocado bajo mis dedos, siento que me recorre la emoción familiar y
justo con el tiempo para sacárselo y quitarme el condón, para empujarla
hasta que se arrodilla y metérselo en la boca mientras alcanzo la cima del
placer y me vacío en su garganta.
Capítulo Dos – Mariella

Hoy mi hermana Isabella se casará con Frank Mancuso, el nuevo Boss de


la Mafia de San Francisco... y es sólo mi culpa.
Sí, porque es un matrimonio arreglado que no tiene nada que ver con el
amor.
En teoría, el papel de consorte del Boss habría recaído en mí después de
haber superado, a mi pesar, la "selección" de la Sra. Mancuso, la madre del
Boss. Pero, como siempre, Isabella me ha protegido y esta vez ha llegado a
sacrificar su libertad para salvaguardar la mía.
No merezco su devoción, no es justo que siempre sea ella la que salga
perdiendo.
Sin embargo, a pesar de intentar convencerla de que no lo hiciera, de que
me dejara casar a mi con el Sr. Mancuso, un hombre temible y feroz cuya
sola presencia me aterroriza, no quiso ni oír hablar de ello.
—Nos sacrificamos por los que amamos y, recuerda, siempre lucharé por
ti —me dijo esta mañana, haciéndome llorar como la niña que todos creen
que soy.
Desde luego, si las miradas que intercambiaron durante la cena en
nuestra casa y las chispas que esos dos parecen provocar en el aire cuando
están juntos en la misma habitación son un indicio, algo me dice que no lo
hace sólo por un sentido del sacrificio. Aun así, no puedo entender cómo
puede sentirse atraída por ese hombre que es todo oscuridad y violencia.
La wedding planner me hace un gesto con la cabeza para llamar mi
atención y, en cuanto empieza la música de fondo, me adelanto para llevar a
buen término mi papel de dama de honor y testigo de la novia.
Miro a mi alrededor y apenas puedo controlar la ansiedad, pero no
reconozco a muchas de las personas presentes, luego mi atención se centra
en el novio que espera y desvío rápidamente la mirada por el miedo que ese
tipo me provoca cada vez que me encuentro con sus ojos de hielo.
Sin embargo, mi mirada se clava en el hombre a su izquierda, que viste
un elegante traje a medida tan negro como su pelo y sus ojos. Esos ojos son
como un fortísimo puñetazo en el estómago y parecen tener la capacidad de
succionar mi alma. Intento con todas mis fuerzas inspirar profundamente
para no perderme en esos agujeros negros en los que leo tantas cosas al
punto de provocarme vértigo.
Lo deseo.
Me estremezco, un poco asustada por este pensamiento repentino y
totalmente inapropiado que vino de quién sabe dónde.
Por el amor de Dios, camina, Mari, me insto antes de que la situación se
vuelva realmente incómoda.
Expulso el aire por la boca, separando los labios unos milímetros y
prosigo, mirando disimuladamente a los presentes, pero nadie parece
haberse percatado del intercambio entre el testigo del novio y yo.
Un chico sin duda mayor que yo, un poco más bajo que Frank, pero más
robusto. Parece recién salido de una revista de moda masculina, y la cicatriz
en la ceja hace que su encanto sea casi letal.
¿Quién demonios es ese hombre? Es hermoso y misterioso… está muy
guapo.
Si lo hubiera conocido antes de hoy, lo recordaría. Caramba, debería
escuchar más a mi padre cuando habla de los miembros de la organización,
pero siempre estoy perdida en mis libros. Apenas me contengo de poner los
ojos en blanco ante ese pensamiento y me centro en los escalones que me
separan del altar, aventuro otra mirada a ese diablo tentador, pero su
expresión impasible es completamente ilegible ahora.
Me sitúo a un lado del altar como estaba previsto y respiro hondo para
intentar recuperar una apariencia de calma, el resto de la ceremonia
transcurre en un segundo plano y me asombra la elegancia y el estoicismo
con el que mi hermana está afrontando todo esto.
Estoy muy orgullosa de ella.
Hacia el final del rito, percibo un calor subiendo por mi cuello y me
muevo un centímetro para contrarrestar la repentina sensación de
incomodidad, le echo un vistazo al testigo del novio esperando que no me
atrape mirándolo, pero es inútil desde el momento en que él me está
mirando fijamente.
Y esos ojos criminales suyos podrían hacerme derretir en un charco de
vergüenza y placer en el suelo con una simple mirada.
—Los declaro marido y mujer —afirma poco después el párroco, y yo
hago un esfuerzo por volver a centrar mi atención en los novios, que
intercambian un rápido y casto beso, antes de ser acompañados por la
wedding planner para tomar las fotos del rito.
Poco después, me encuentro en la sala del banquete y me acerco a mi
madre, visiblemente conmovida, para felicitarla. Formó parte del trío
mágico –así lo apodamos con Isa– junto con la señora Mancuso y la
wedding planner. A ellas se les reconoce el mérito de una ceremonia
elegante y de una recepción magnífica con platos típicos de la cocina
italiana de altísimo nivel y un verdadero prosecco italiano que fluye a ríos.
No es que me dejen probarlo.
—Mamá, todo es maravilloso, lo han hecho muy bien —le digo
sinceramente, dejándole dos besos en las mejillas.
— Oh, mi tesoro. Gracias, no me parece cierto que tu hermana se haya
casado —responde sin ocultar su emoción, y no puedo evitar la punzada de
culpabilidad que me recorre.
—Sí, no puedo creer que renunciara a su libertad para protegerme —
suspiro abatida, bajando la mirada al suelo.
—Cariño —me pone dos dedos debajo de la barbilla para que la mire a
los ojos—. Tu hermana es así, pero no temas, es una mujer fuerte y
testaruda y será capaz de hacer frente a cualquier cosa que tenga que
afrontar. Por favor, no te sientas culpable, ella siempre te ha protegido,
desde que eran pequeñas. Piensa que cuando te hacías daño, en vez de
correr hacia tu madre como hacían los otros niños, tú corrías hacia ella —se
ríe al recordarlo.
—Cierto, y si alguien se burlaba de mí o me molestaba, ella siempre
estaba ahí, lista para decirle cuatro cosas.
—Es verdad, tesoro. Como puedes ver, es una persona que no se deja
someter de nadie y... ¡oh! Veo que tu padre me está haciendo señas para que
me una a él. Ven, te llevaré a la mesa de los testigos. —Me toma del brazo
para llevarme a un lado de la sala donde también está colocada la mesa de
los novios.
—Pensaba que estaría sentada junto a ti y a papá, —comento un poco
incómoda.
—No, estás con el Sr. Esposito, el segundo del Boss... —me interrumpe,
antes de aclararse la garganta y mirarme de reojo—. Tranquila, pequeña. Te
recomiendo que no le des demasiada cuerda y verás que todo pasará rápido.
Por todos los diablos, si esta era su manera de mantenerme tranquila, es
un fracaso en todos los sentidos.
—Mamá, ¿hay algo que debería saber? —murmuro, mirando a mi
alrededor con disimulo para evitar oídos indiscretos.
—Cariño, no es nada de lo que tengas que preocuparte.
—Mamá... —Insisto.
—Escúchame, tesoro, no es una historia que deba interesarte. —Mira a
su alrededor de forma furtiva antes de volver a encontrarse con mi mirada
—. Piensa sólo en ser educada, pero mantenlo a una cierta distancia —
reitera, como si temiera que me abalanzara sobre él sin dudarlo. No es que
ese pensamiento no haya cruzado por mi cabeza.
—Todavía no lo entiendo —sacudo la cabeza.
—Lo sé, te explicaré, pero no es el momento ni el lugar. Lo único que
puedo decirte es que él no es digno de estar aquí con todos nosotros —
responde, sin dejar de mirar a su alrededor con circunspección.
Llegamos a la mesa, pero él aún no ha llegado. Me gustaría insistir con
mamá, pero sé que no cederá. No aquí y, sobre todo, no ahora.
—Querida, no le des confianza —insiste de nuevo, mirándome con
intensidad a los ojos, como si quisiera comunicarme algo más, pero no
encontrara las palabras adecuadas para hacerlo—. Sé cortés, pero recuerda
que es indigno de esta organización, y mucho menos de tu compañía—
sentencia sin rodeos, dejándome sin palabras aún incapaz de procesar su
última afirmación y alejándose para reunirse con mi padre.
Decido sentarme cuando una mano baja por el respaldo para apartarme la
silla, alzo la vista y me encuentro con la negra mirada de Romeo Fontana,
el Boss de Seattle, que no parece en absoluto contento de verme. Al igual
que Frank, este tipo me produce escalofríos, y si no estuviera en una
habitación llena de gente, no me lo pensaría dos veces antes de darme la
vuelta y salir corriendo. Sé que varias mujeres de la organización lo
encuentran fascinante, pero el único adjetivo que yo utilizaría para
describirlo es inquietante. Claro que tiene un físico imponente, pero sus
ojos lo hacen parecer un demonio sin alma y la cicatriz en su mejilla
completa el cuadro.
—Al parecer, las felicitaciones son obligadas también para la hermana de
la novia —dice palabras amables, pero su mirada parece querer
desgarrarme.
—Gracias —respondo, tomando asiento y rezando con todo mi corazón
para que se aleje rápido.
—Tu madre debería aprender a guardarse sus opiniones para sí misma,
sobre todo en una habitación llena de gente —sisea a mis espaldas, y todos
los músculos de mi cuerpo se tensan.
— E-ella no quee-ría.
—No me gusta que ofendan a mis amigos, harías bien en tenerlo en
cuenta, jovencita —me interrumpe bruscamente, antes de girar sobre sus
talones y desaparecer entre la multitud como un maldito fantasma.
Será una larga velada.
Capítulo Tres – Alex

No puedo creer que esta sea la chica que Frank ha rechazado. Claro,
puedo entender por qué se sintió atraído por Isabella, a pesar de que yo no
perciba su encanto en absoluto, pero su hermana menor es indescriptible.
Casi etérea. Ciertamente, intocable. Ni siquiera tiene dieciocho años, pero
mi cerebro proyecta imágenes de luz roja desde que vi sus ojos: brillantes,
puros, llenos de vida.
Todo lo que no soy y nunca podré ser. Y, sin embargo, aquí estoy,
babeando mientras sigo cada uno de sus movimientos, esperando que
vuelva a mirarme, aunque sólo sea por un momento, para volver a sentir esa
sacudida abrumadora que me golpeó en el momento en que nuestros ojos se
encontraron por primera vez.
Sin embargo, desde el momento en que llegué a nuestra mesa, me pareció
intimidada, casi asustada.
¿Por toda esta gente? ¿De mí? ¿Sabe quién soy? ¿Quién soy realmente?
Yo lo descartaría porque ya casi nadie habla de esa vieja historia, al
menos no entre los miembros más jóvenes de la organización, y ella no me
parece el tipo de chica que frecuenta a las viejas generaciones. Aun así, hay
algo que no me convence.
—¿Todo bien? —intento.
Ella asiente, pero su mirada se detiene a la altura de mis hombros antes
de volver a centrarse en el perfil de los vasos.
Movido por un instinto desconocido y por un deseo loco de tocarla, me
levanto y le tiendo la mano. —¿Bailamos? —pregunto sin ninguna
inflexión particular en mi voz.
Un momento antes de levantar los ojos hacia los míos, se sonroja un
poco, pero luego no duda y acepta mi invitación con un breve movimiento
de cabeza.
Dios, estoy muriendo de ganas de escuchar su voz.
—Supongo que estás lidiando con la decepción.
Arquea una ceja, con aire interrogativo, pero no cae en mi trampa.
—No sucede todos los días que te cases con el Boss. Lástima que tu
hermana te haya robado el puesto, ¿no? —La provoco de nuevo, porque
quiero saber si ella quisiera estar en el lugar de Isabella.
—Más bien le estoy agradecida por el sacrificio que ha hecho por mí —
responde finalmente, y su voz es casi musical.
Me pregunto si es el tipo de mujer que grita cuando se viene, o si prefiere
ahogar sus gemidos contra la almohada.
—¿Sacrificio? —resoplo—. A partir de hoy, tu hermana será considerada
igual a una reina en nuestra organización. El bien más preciado del Boss, la
que le garantizará una descendencia.
Esta vez es ella la que resopla. —Mi hermana no es una cabeza de
ganado, ni un objeto del que ostentar. Es una persona, y tendrá hijos si
quiere y cuando quiera.
—Lo dudo, niña. Así es nuestro mundo, y ambos cónyuges lo saben. En
otras circunstancias, Frank no se habría casado con ella.
—Tu amigo Frank debe considerarse muy afortunado por haberse casado
con mi hermana y espero por su bien que sea consciente de ello.
Esta vez me toca a mí arquear una ceja. —¿De lo contrario qué? ¿No
querrá amenazar la integridad del Boss?
Una esquina de su boca se levanta y yo me pregunto qué sabor tiene. —
De lo contrario, tendrá que vérselas con Isa, y te aseguro que mi hermana
muerde.
—Yo también, pero sólo si tú quieres —suelto, antes de recuperar el
control del filtro boca-cerebro.
Joder, debo haber enloquecido.
Se sonroja, pero no recibo la bofetada que esperaría. De hecho, no baja la
mirada. —¿Y si lo quisiera? —responde, dejándome sin palabras.
—Nena, te sugiero que no incites al monstruo —le hago dar una vuelta,
porque necesito recuperar el aliento y aplacar la media erección que está
creciendo en mis pantalones.
—No soy una niña en absoluto.
—No sólo eres una niña, sino también una florecita pura y delicada, un
alma tan inocente que eres intocable, inalcanzable en tu candor y, créeme,
podría ensuciarte de manera irremediable.
—¿Cómo me ensuciarías?
Contengo el instinto de presionar contra su muslo aquello que utilizaría
para hacerlo, pero ignoro mi creciente erección y me acerco un par de
centímetros más a su oreja, a una distancia aún apropiada. —Te doblegaría,
te rompería, te haría perder la cabeza porque no lograrías gestionar todos
los orgasmos que te daría. Debajo de mí morirías de placer, nena.
Inhala bruscamente, pero no retrocede ni da señales de alejarse. Cuando
vuelvo a mirarla, me doy cuenta de que sus mejillas se han ruborizado y sus
ojos están un poco vidriosos. Le toma un momento, pero vuelve a la carga.
—Ni siquiera me conoces —resopla, poniendo los ojos en blanco.
—Tal vez no, pero conozco a las chicas como tú. Eres la típica princesita
que ha crecido en la comodidad y el desconocimiento; a todos los efectos
formas parte de la organización, pero no tienes ni idea de lo que significa
realmente.
Se pone rígida, pero no retrocede ante la confrontación. —No he pedido
yo formar parte. Quiero irme lo más lejos posible de aquí y vivir mi vida.
—Imposible —sentencio sin piedad, porque no soporto siquiera la idea
de desertar, pero cuando sus ojos son atravesados por un destello de dolor,
me siento como un imbécil, y siento el instinto de enmendar lo dicho—.
Pero ahora que eres la hermana de la consorte del Boss, puedes tener todo
lo que deseas: joyas, ropa de diseñador, zapatos de moda —la tiento,
consciente de que a las chicas estas cosas les hacen perder la cabeza.
—Me gustan los libros —me desconcierta de nuevo.
Y no estoy seguro que me guste la sensación.
—Bien, podrías tener todos los libros que quieras. Tal vez algunas
primeras ediciones muy caras que son definitivamente difíciles de localizar.
—No aparto la mirada, y estoy seguro de que está pasando algo entre
nosotros, pero no sabría decir qué.
Un rincón de mi cerebro registra que la música ha cambiado y que este es
nuestro segundo baile. Debería acompañarla de vuelta a la mesa y dejar que
baile con los demás invitados, para no arriesgarme a dar la impresión
equivocada o hacer pensar que hay algo entre nosotros, pero mi cuerpo se
niega a alejarse de ella.
—Sí, una montaña de libros para llenar una jaula dorada... —murmura en
voz baja.
—¿A dónde te gustaría ir? —le pregunto, sin siquiera saber por qué. Solo
sé que no me gusta la punta de amargura que ha asumido su voz.
—Paris.
—Una elección previsible y banal. Supongo que te imaginas como una
princesa en un castillo encantado esperando al príncipe azul —la provoco,
porque al fin y al cabo sigo siendo un imbécil.
—¿Y tú? —me pregunta, sorprendiéndome.
—¿Yo qué?
—¿Quién te gustaría ser? —me exhorta.
—Soy exactamente lo que me gustaría ser. Soy el segundo del Boss de la
mafia de San Francisco y mi vida es jodidamente magnifica —declaro con
determinación.
—¿No desearías estar en su lugar? —pregunta impertinente—, y si
hubiera sido cualquier otro quien insinuara tal cosa, las cosas se habrían
puesto violentas en un instante. Pero no hay malicia en su pregunta, sólo
curiosidad inocente.
—Nunca. Estoy orgulloso de ser la mano derecha de Frank, siempre nos
hemos cuidado las espaldas mutuamente y él es mi hermano desde que
tengo uso de razón. No de sangre, sino por elección. ¿Sabes lo que quiero
decir? —y me encuentro pensando que es importante que lo entienda
realmente.
Ella asiente con la cabeza y una leve sonrisa se dibuja en sus labios. —
Tengo una hermana que literalmente haría cualquier cosa por mí, y por
mucho que tú me veas como una princesa en el mundo de los cuentos de
hadas, lo mismo me pasa a mí. Pero, ¿Quién lo hubiera dicho? Casi pareces
tener una conciencia.
—La conciencia está sobrevalorada. Nos vuelve a todos cobardes, el
color natural de nuestro ánimo se mustia con el pálido matiz del
pensamiento, y empresas de gran peso y entidad por tal motivo se desvían
de su curso y ya no son acción. Lo habré leído en el cartón de leche —le
explico con una sonrisa socarrona, mientras sus labios se entreabren y su
mirada se llena de asombro.
La música vuelve a cambiar, pero ni ella ni yo damos señales de querer
separarnos, y me siento obligado a advertirle. —Debería acompañarte de
vuelta a la mesa antes de que la situación se vuelva inapropiada, ¿no crees?
Su mirada desciende peligrosamente hasta mi boca y cuando vuelve a
mirarme a los ojos siento un nuevo espasmo contraerme la entrepierna de
los pantalones. Esta situación podría llegar a ser realmente inapropiada.
—En realidad, preferiría que siguieras citándome a Shakespeare. —Una
pequeña sonrisa alarga sus labios y siento un instinto casi incontrolable de
estrellar mi boca contra la de ella para averiguar qué sabor tiene.
Debería haber imaginado que sabría de quién era la cita.
Todavía estamos a una distancia prudencial aceptable, pero siento su piel
sedosa bajo mis dedos, y los círculos que dibujo en su espalda con el pulgar
le ponen la piel de gallina, sus pupilas se dilatan un poco.
Me pregunto si está mojada entre los muslos.
Me aclaro la garganta, esperando no dejar traslucir la excitación que esta
situación empieza a hacerme sentir. —Me temo que tendremos que dejarlo
para la próxima vez.
—¿Habrá una próxima vez?
No puedo evitar captar la esperanza en su voz y el rubor que tiñe sus
mejillas, y es como una cuchilla entre las costillas.
Debería decirle que no la habrá, porque no puede haber nada entre
nosotros. Ella es demasiado buena, demasiado inocente y pura para mí.
Es simplemente demasiado.
Pero sus ojos me clavan a la verdad, y no puedo mentirle. —Eso espero,
joder —exclamo, y cuando la música se desvanece, recupero un poco de
lucidez y doy un paso atrás para acompañarla a la mesa.
Sin embargo, vacilo un momento y espero de todo corazón que nadie se
haya dado cuenta.
Poco después, me estoy alejando del mostrador del bar cuando me
interceptan Romeo y Leonardo y la expresión de satisfacción de este último
me hace querer cambiar de camino. ¿Quién sabe por qué quiere romperme
las pelotas?
—Vaya, amigo, no te tomaba por alguien a quien le gustan las chicas
inocentes —bromea Leonardo Russo, el hijo del Boss de Los Ángeles. Lo
llaman el Príncipe, quizás porque más que un mafioso siempre parece
sacado de una sesión fotográfica, aunque en realidad pasa la mayor parte
del tiempo sobre una tabla de surf, como demuestran su piel bronceada y su
melena salvaje hasta los hombros.
Pongo los ojos en blanco mientras correspondo a su palmada en el
hombro, pero evito contestar, porque ni siquiera yo creía que pudieran
gustarme las jovencitas inexpertas. Sin embargo, es así.
Detrás de él viene Romeo y no puedo evitar ponerme un poco tenso. El
tipo es inquietante, está a unos diez centímetros de mí y tiene dos agujeros
negros en lugar de ojos y una cicatriz en la mejilla que promete problemas.
Y lo digo yo que tengo una cicatriz en la ceja.
—Buenas noches, Alex —me saluda con su habitual tono sereno, y como
de costumbre nunca puedo adivinar lo que se le pasa por la cabeza.
—Hola, amigos, estoy realmente feliz de que se hayan unido a nosotros y
estoy seguro de que Frank es de la misma opinión. Trato de mantener un
tono amigable, pero no demasiado informal, sigo estando delante del Boss
de Seattle y el futuro Boss de Los Ángeles.
—¿Qué coño es esta formalidad? —suelta Leo, y me cuesta contener una
sonrisita—. Adelante, yo estoy aquí por las noticias jugosas. Como, ¿quién
es la chica más follable? Quizás mayor de edad, ¿eh? —me guiña un ojo y
entiendo que no va a soltar el hueso—. Por otra parte, su talento consiste
precisamente en descubrir los secretos de los demás. Lástima que no tengo
intención de compartir mis ideas pecaminosas sobre Mariella.
—Te sugeriría que evites a las invitadas, a menos que también quieras
organizar tu propia boda —digo mientras me río irónico, intentando desviar
su atención.
—Por caridad, tengo demasiado para dar a las mujeres como para
limitarme a una sola —responde, con una sonrisa desvergonzada, luego se
acerca con aire conspirativo y continúa—, aunque la inocente hermanita
podría ser una diversión interesante para la velada.
De repente, su cuerpo retrocede varios centímetros y cuando bajo la
mirada, me doy cuenta de que le he dado un codazo en las costillas. Mierda.
Se echa a reír a carcajadas. —¡Ah, pillado! —Desvía la mirada hacia
Romeo, que me observa con una ceja levantada—. Te lo había dicho, Romy,
a nuestro amigo le gusta la chica.
Romeo no responde, ni siquiera al estúpido apodo que le han puesto, pero
sé que debo aprovechar el momento para desviar la atención de Leonardo.
—Es sólo porque es la hermana de la consorte del Boss, ¿qué me importa
alguien así? Deberías saber que me gustan las chicas con experiencia. Quizá
podríamos pasarnos por el Stark más tarde e incluso podría prestarte mi
picadero; créeme, podrías encontrar algunos juegos divertidos ahí.
—¿Picadero? —pregunta Romeo, arqueando también la otra ceja.
—Un pequeño loft dentro de un viejo cobertizo industrial que alquilé y
renové a las afueras de la ciudad —respondo—. Lo utilizo cuando tengo la
intención de participar en sesiones más bien intensas o cuando mis
compañeras son mujeres que no pertenecen a la organización. Es decir,
siempre.
Finalmente, la mirada de Leo se ilumina con interés y por dentro respiro
aliviado. Peligro evitado, al menos por el momento.
—Ya sabes, un picadero podría serme de utilidad, a estas alturas ya he
pasado por todas las chicas más bellas de Los Ángeles y creo que es hora de
ampliar mis límites. Ahora, si me disculpas, me he dado cuenta de que las
tetas de la barman no están nada mal —se aleja, murmurando para sí
mismo.
—No está mal —comenta Romeo.
Desvío la mirada hacia él y esta vez me toca arquear una ceja. —¿La
barman?
—Tu técnica evasiva. Con él, el sexo siempre funciona —se ríe
sarcástico.
—Qué te parece —trato de liquidar el asunto como si fuera algo sin
importancia.
—Pero ten cuidado —insiste—. La unión entre Frank y la Rizzo aún no
tiene raíces fuertes. Una sacudida demasiado fuerte podría derrumbarlo
todo —sentencia enigmático, como si fuera Nostradamus.
—No habrá ninguna sacudida, no me interesa esa chica —replico, e
intento creérmelo también.
—Claro, lo que tú digas, amigo. Alcanzaré a Leo antes de que cause
algún problema —dice antes de alejarse a su vez.
Y, esta vez, me permito un verdadero suspiro de alivio. Un alivio que ya
sé que durará muy poco, porque si ellos dos se han dado cuenta de mi
interés por Mariella, entonces seguro que Frank también. Y él podría
despellejarme vivo.
Capítulo Cuatro – Mariella

—Tesoro, tengo que ir a recoger el vestido para la fiesta. ¿Quieres venir


conmigo y aprovechar para dar una vuelta por el centro? —me pregunta
mamá desde la puerta.
Levanto la cabeza del libro que estaba leyendo y me tomo un momento
para pensarlo. Nunca he sido una amante de las compras, me divierte ir con
mi hermana, pero solo porque ella sabe darme óptimos consejos.
—En realidad, preferiría pasar por la biblioteca, si no te importa. Tengo
algunos libros que devolver y un par para tomar en préstamo.
Mamá sonríe y asiente comprensiva. —Claro, ¿quién no preferiría una
montaña de libros polvorientos a comprar zapatos y ropa?
—Mamá —murmuro, incapaz de contener la sonrisita que se dibuja en
mis labios.
Ella levanta las manos en señal de rendición. —Oye, estoy bromeando.
Tú puedes pasar un par de horas en tu reino encantado mientras yo vacío
algunas tiendas —se ríe—. Te espero en el vestíbulo en diez minutos.
No pierdo ni siguiera un segundo y me pongo de pie de un salto para
ponerme el primer vestido cómodo que encuentro. Estamos a finales de
septiembre, pero el clima de Frisco sigue siendo suave y agradable.
Cuando entro en la Biblioteca Pública, siento que me invade una
sensación de paz. Por suerte, convencí a mamá de que no necesito
guardaespaldas en un lugar público a plena luz del día, y ahora puedo
relajarme y disfrutar de la lectura en uno de mis lugares favoridos.
Devuelvo a la empleada los libros que había tomado en préstamo y, poco
después, me dirijo a la sección de literatura francesa, mientras observo con
el rabillo del ojo mi alojamiento para las próximas horas.
Una vez encontrado el libro que buscaba, tomo asiento junto a la ventana.
Aquí, la iluminación es perfecta y la vista de la ciudad no está nada mal.
No tengo ni idea de cuánto tiempo me he pasado perdida en la
inquietud de los escritos de Simone de Beauvoir, pero cuando siento que se
me eriza el vello de la nuca, me doy cuenta de que me están observando. Y
no sé cómo, pero sé que es él quien lo hace.
Levanto la vista e inmediatamente encuentro la suya. Allí, de pie entre
las estanterías, inmóvil como una estatua de mármol, está el hombre más
hermoso que he visto nunca.
Reprimo el instinto de correr hacia él, pero cuando me sonríe, no puedo
evitar corresponderle. Se acerca lentamente, y tiene todo el aire de un
depredador listo para atacar.
Aprieto las piernas en busca de alivio al calor que me asalta y sus ojos se
clavan en ese mismo punto, adquiriendo un brillo letal y peligroso, antes de
volver a los míos con la fuerza de un volcán a punto de entrar en erupción.
¿Qué tan loca debo estar para sentirme atraída por él?
Se acomoda en el sillón frente al mío, manteniendo una distancia
decorosa entre nosotros.
Una distancia que odio con todas mis fuerzas.
—Ella —me saluda con una inclinación de la cabeza, sin apartar sus ojos
de los míos
—Alex —le correspondo en el mismo tono—, me esfuerzo por no apartar
la mirada, a pesar de que el calor se está extendiendo hasta el pecho. Me
muevo sobre el sillón, apretando más fuerte el libro que tengo entre las
manos, froto mis piernas suavemente. Me gustaría que fuera un movimiento
imperceptible, pero estoy bajo la lente de su microscopio, y él no se pierde
nada.
—Deberías dejar de agitar al monstruo, ¿sabes? Sus ojos ya negros se
convierten en dos charcos líquidos en las que quiero ahogarme.
—Todavía estoy esperando a que muerdas. Tal vez, sin embargo, eres un
monstruo sólo de palabras.
¿Por qué cada vez que hablo con él no puedo mantener la bocaza
cerrada? ¿Por qué me siento tan audaz como para provocarlo? ¿Y, sobre
todo, porque él no cede?
—No voy a morder a una chica de diecisiete años, nena —responde, pero
sus ojos dicen todo lo contrario.
—Mañana cumpliré dieciocho.
—De todas maneras, sigues siendo una nena —replica
—Entiendo.
—¿De verdad? —pregunta arqueando las cejas.
—Cierto, llamarme nena es el recordatorio que te sirve para no olvidar
que no puedes tocarme. Pero, me pregunto qué es lo que tú quieres.
Definitivamente debería aprender a callarme de vez en cuando.
—Quería una próxima vez, y aquí está —responde, refiriéndose a la
forma en que nos despedimos en la boda.
—¿Sabías que iba a estar aquí? —pregunto incrédula.
—Eso esperaba —responde enigmático.
¿Es posible que él haya pensado en mí como yo lo hice con él? ¿O esta
obsesión es solo mía?
—¿No quieres nada más? —pregunto antes de lograr morderme la
lengua.
—No hagas preguntas cuya respuesta no estás lista para escuchar, nena.
Permanezco en silencio, porque tengo miedo de lo que podría decir, y él
hace lo mismo.
Me observa con atención, desciende hasta el suelo y luego asciende en un
lento examen que despierta cada centímetro de mi cuerpo y lo vuelve
reactivo y sensible.
Parece que me está estudiando, como si fuera un enigma que no puede
resolver o una especie alienígena que no puede catalogar. —Pero, ¿quién
eres tú que, avanzando en la oscuridad de la noche, tropieza con mis más
secretos pensamientos? —pregunta por fin volviendo a citar a Shakespeare.
—Entre Romeo y Julieta las cosas no terminaron tan bien —trato de
desdramatizar—, pero su expresión se hace seria de golpe y de su rostro
desaparece toda emoción.
—Entre nosotros dos sólo podría terminar peor —declara levantándose y
alejándose sin dignarse a mirarme de nuevo.
***
Hoy es veintiocho de septiembre y cumplo dieciocho años.
Siempre pensé que en este día tan especial me habría sentido en el
séptimo cielo, eufórica, feliz.
Debería sentirme así.
Soy una chica acomodada, vivo en una casa grande y tengo una familia
que me ha colmado de atenciones desde que era sólo una niña.
El problema es, sin embargo, que hoy me siento más sola que de
costumbre, y no puedo evitar acordarme de todas las emociones que Alex
desató en mi interior hace mes y medio.
Cuando nuestros caminos se cruzaron, él me hizo sentir viva como nunca
antes, como si una llama me ardiera en el centro del pecho y su calor llegara
hasta la punta de los pies.
Claro, también insistió toda la noche con el cuento de la nena. Como si lo
necesitara a él subrayando que crecí bajo una campana de cristal, protegida
en todos los sentidos no solo por mis padres, sino también por mi hermana
Isabella.
Por caridad, no quiero parecer desagradecida, porque si no hubiera sido
por su extrema necesidad de defenderme bajo cualquier circunstancia, a esta
hora estaría viviendo en un ático de Pacific Heights y soportando compartir
mi existencia con un hombre aterrador y diabólico como Frank Mancuso.
En cambio, aquí estoy, recordando, por millonésima vez, a un hombre
fascinante e intimidante que, después de bailar conmigo, me ignoró sin
ningún problema durante el resto de la velada. Después de dejar claro que
no me tocaría ni siquiera por accidente. Un concepto que reafirmó incluso
durante nuestro breve encuentro en la biblioteca.
Llaman a la puerta y reconozco el toque de mi madre. —Mari, ¿puedo
entrar?
—Adelante, mamá.
—¿Cómo estás, tesoro? —me pregunta.
—No puedo esperar a que llegue esta noche —respondo con sinceridad
—. Estoy súper intrigada y deseosa de averiguar qué ha organizado Isa, no
me ha dicho nada para sorprenderme, pero me muero de la curiosidad.
—Solo puedo imaginar lo que ha hecho tu hermana, sabe muy bien
cuánto te importa esta fiesta y estoy convencida de que será un evento
magnífico y todos hablarán de ello durante meses —ríe, antes de suspirar y
encontrar mi mirada, la diversión en sus ojos se ha disuelto—. Bueno,
quería hablarte también de otra cosa.
—Dispara —digo, aunque me temo que sé adónde nos llevará esta
conversación y no tengo ningún deseo de dejarme arruinar mi día especial.
—Tesoro, quisiera que habláramos de nuevo de Armando, tu padre nos
tendría…
—Mamá, te ruego, no de nuevo —la interrumpo, gimiendo disgustada a
la sola mención de ese tipo.
—Debes comprender, Mari, que se trata del hijo de Don Ciro, íntimo
amigo de tu padre.
Don Ciro es el Tesorero de la organización y mi padre, ahora que ha dado
a su hija mayor en matrimonio al Boss, está convencido de que también
puede casarme con algún buen partido.
—Entiendo, mamá. Eso no cambia el hecho de que Armando es
realmente terrible y sólo se preocupa de una cosa: comer. Y sabes que no
exagero. Ese tipo come todo el tiempo y considera que es la única actividad
digna de atención e importancia, dejando de lado otras que, de hecho, son
imprescindibles. Como, lavarse.
Mamá voltea los ojos, pero veo cómo sus labios se contraen en un intento
de reprimir una risita. —Mari, entiendo tu vacilación y, en parte, la
comparto, pero es la mujer la que se ocupa de su hombre. Si fueras su
esposa, podrías ayudarlo a regular mejor su vida.
Ya he escuchado esta apelación varias veces en el último mes, pero el
resultado nunca cambia. Sólo hay un hombre del que me gustaría ocuparme.
Caramba, en el último mes, estos pensamientos se han vuelto cada vez más
frecuentes, inoportunos y... a luces rojas.
—Por lo tanto, debería ser su niñera, no su esposa —resoplo, volviendo
mi atención a la discusión, mientras una idea se abre camino en mi mente
—. Vamos a hacer esto, tú me explicas finalmente lo que querías decir sobre
Alex en la boda de Isa y Frank, y me lo pensaré. No te aseguro nada, pero
podría proponerle tomar un café antes de partir —ofrezco, esperando que
me dé la información que deseo desde hace un mes, pero que siempre ha
evitado darme.
—¿Alex? —repite, arqueando una ceja—. ¿Lo llamas por su nombre?
—Mamá, solo tiene unos pocos años más que yo. Llamarlo señor
Esposito me parecería fuera de lugar —replico sin pestañear.
—Cariño, a propósito de esto —se lleva las manos al regazo, y entiendo
que está a punto de llegar un sermón—. Noté su interacción durante el
matrimonio, y no me pareció en absoluto fría y distante como te había
recomendado.
—No me has dado explicaciones elocuentes y él se ha portado
impecablemente conmigo. Es el mejor amigo de Frank, además de su
Segundo, puede que tenga que frecuentarlo por su relación con Isa y me
gustaría saber más sin tener que verme obligada a preguntar al directo
interesado. No me queda más que acorralarla para conseguir lo que quiero.
Por un momento, abre los ojos sorprendida, y estoy segura de que no se
hará de rogar más. —De acuerdo, pero no le digas a tu padre que te lo he
dicho yo. Y, sobre todo, quiero esperar que después de haber satisfecho tu
curiosidad, te asegurarás de evitarlo lo más posible —me mira con decisión,
sin sospechar en absoluto que quiero todo lo contrario—. Es una historia de
la que casi nadie habla, especialmente en los alrededores de la familia
Mancuso, pero Alex es el único hijo de Lorenzo Esposito, un Hombre de
Honor que desapareció hace muchos años. Y cuando escapó, le robó mucho
dinero a la organización e incluso mató a dos Hombres de Honor.
—Dios mío —resoplo.
—Sí, y sé que también hubo una traición con una chica mucho más
joven, pero no conozco toda la historia.
En ese momento, me doy cuenta de un detalle.
—Pero si es así…
—Su familia debería haber sido repudiada y exiliada, sí. —Asiente
consciente—. No ocurrió por la amistad fraternal que lo une al Boss desde
que eran dos niños. Ahora, ¿entiendes por qué no quiero que tengas nada
que ver con ese hombre? Podría empañar tu reputación. Por otra parte,
Armando es un buen partido, si pasamos por alto algunos detalles.
—Detalles para nada insignificantes —replico, agradecida de que haya
cambiado de tema, porque no habría sabido qué decir sobre Alex—. Y
luego, ¿qué sentido tiene hablar de esto ahora? Frank ya se ha ocupado de
mi inscripción en la universidad, mamá. Por los próximos años voy a
estudiar en una de las universidades más importantes de Europa, el
matrimonio no está en mi mente en absoluto.
Mi hermana consiguió convencer a su marido de que me enviara a
estudiar literatura a Francia, realizando así el sueño que tenía desde niña. Es
una oportunidad única, y ciertamente no voy a desperdiciarla por
"frecuentar” un chico con el que nunca me casaré.
El único al que quisiera frecuentar –y no sólo– me ha etiquetado como
"nena" y me ha descartado sin muchos cumplidos. Yo, por otro lado, no
puedo pensar en nada más que en sus ojos, en sus manos sobre mí, la forma
en que me hizo sentir en esos pocos minutos entre sus brazos.
Me doy cuenta de que mamá está en silencio y noto sus labios apretados
en una línea delgada, la clara señal de que algo no la convence. Sí, apuesto
a que puede sentir temblar la campana de cristal bajo la que me han tenido
desde siempre, pero esta vez no cederé. Isabella y su marido me están
dando los medios para realizar mi sueño, y no puedo rendirme a un paso del
éxito.
—Cariño, es solo que... —inspira profundamente, como si estuviera
buscando el valor para continuar—. No estoy segura de que sea lo mejor
para ti. Por favor, no me malinterpretes, me alegro de la oportunidad que te
ha sido dada, pero…
—¿Pero? —la presiono, curiosa de conocer su opinión sincera.
—Estarás a miles de kilómetros de distancia, sola por primera vez en tu
vida, y no estará Isa para cuidarte —concluye, y entiendo que ese es el
verdadero problema.
Porque Isa siempre ha sido mi hermana mayor protectora, la hermana
mayor que luchaba las batallas de ambas.
Si por una parte me hiere que mi madre piense que soy incapaz de
valerme por mí misma, por otra soy consciente de que yo misma he
contribuido a esta situación, cada vez que no he dicho lo que pensaba, que
he secundado las decisiones de los demás, que dejaba hacer a Isa.
Cada vez que no iba a tomar lo que realmente quería.
Mea culpa.
No puedo culpar a nadie más que a mí misma.
Pero sólo tengo dieciocho años y toda la vida por delante, quién dice que
no puedo enderezar la trayectoria de mi vida. ¿Que no pueda encontrar mi
independencia? ¿Que no pueda finalmente tomar lo que deseo? O aquel a
quien anhelo.
—Mamá, entiendo tus miedos y te agradezco que seas sincera conmigo.
Sin embargo, me iré, a pesar de las dificultades que sin duda encontraré y
de los temores que me abrumarán cuando esté sola. Pero debo hacerlo, me
lo debo a mí misma. He crecido y te demostraré que puedo hacerlo.
Me estrecha en un abrazo y la oigo sollozar suavemente. —Tesoro,
intenta tener cuidado, por favor. Y, recuerda, que aunque haya un océano
entre nosotros, siempre estaremos a tu lado.
Le devuelvo el abrazo y la estrecho con más fuerza, aún más convencida
del objetivo que me he marcado.
De hecho, ambos objetivos.
Sí, porque así fuera la última cosa que haga, Alex será mío.
Capítulo Cinco – Alex

Un club nocturno como el Stark transformado en el lugar de fiesta de un


decimoctavo cumpleaños es algo que nunca habría esperado.
Pero nunca habría esperado volver a ver a un Frank casi "humano". Sin
embargo, en las últimas semanas, Isabella está haciendo verdaderos
milagros sobre mi amigo. Quién sabe si su hermana también tiene estas
habilidades... no.
Después del matrimonio, el Boss y yo tuvimos un intercambio telefónico
bastante bueno y sus órdenes fueron más que claras.
—¿Ya hay problemas en el Paraíso? —le respondo casi de inmediato.
—El problema es más bien el infierno que desatará mi mujer si se entera
de que mi Segundo ha estado tonteando con su hermana —responde sin
perderse en palabrerías.
—Joder, ¿por quién me has tomado? Es una niña, no soy un pervertido
hasta ese punto —me indigno, a pesar de que un remoto rincón de mi
cerebro me está mostrando imágenes bastante indecentes de Mariella y yo.
—¿Estás seguro, Alex? Porque, sinceramente, vi cómo la mirabas y la
electricidad entre vosotros dos era bastante obvia, incluso desde la mesa en
la que estaba sentado.
—Hermano, vamos, nadie me conoce mejor que tú. Es una chica
interesante, lo reconozco, pero incluso dejando de lado el tema de la edad,
nunca podría follar con ella, maldición. Sabes el tipo de cosas que me
gusta hacer con una mujer, ¿de verdad crees que ella me lo permitiría? —
suspiro sin conseguir ocultar del todo mi decepción ante la verdad de mis
palabras.
—Alex... —insiste y no soporto más.
—Frank, quédate tranquilo. Sé que la niña está fuera de los límites. No
sería digno de esa chica, aunque pasara lo que me queda de la vida
redimiéndome. Y luego, ya sabes, que nunca podría tener una relación.
Dios, también es virgen... —me interrumpo porque, maldición, he dicho
demasiado y me desahogo lanzando el vaso de bourbon que acababa de
servirme para adormecer mis pensamientos. Suspiro profundamente—. N-
no puedo. No lo haré, quédate tranquilo, hermano, —pero la voz me
tiembla y la vacilación es evidente incluso para mis oídos. Mierda.
—Alex, todas las esperanzas de que yo estuviera tranquilo acaban de
irse por el retrete. ¿Te das cuenta de que estás desvariando? ¿Qué diablos
te pasa? Escúchame bien, hermano, sé que es una chica hermosa, pero por
favor, encuentra un par en el Stark y da rienda suelta a tus perversiones
con mujeres que saben lo que quieren y cómo conseguirlo. Mujeres que
pueden darte lo que quieres de una mujer. Una mujer de verdad. Mariella
es una maldita niña. Fin de la discusión. Alex, dime que lo has entendido.
—Lo entiendo. Y estoy de acuerdo. Quédate tranquilo, no tengo intención
de causar problemas. Esa chica es demasiado inocente, nunca la habría
tocado —concluyo con toda la convicción que logro encontrar.
—Bien, hermano. Ahora me siento mejor. Hablaba en serio, ve al Stark y
desahógate. Voy a consumar mi puto matrimonio.
Es decir, tengo que alejarme de la pequeña Rizzo, una sirena de piel
diáfana y los ojos más verdes que jamás haya visto.
Y esta noche estoy aquí, vigilando. Me toca ver cómo Mariella llega a la
edad adulta, y espero con todas mis fuerzas que nadie se le insinúe delante
de mis ojos, porque me arriesgo a enloquecer de verdad.
Esa chica despierta muchos instintos dentro de mí. Y no todos son
positivos. Por eso decido ahogar algunos de ellos en alcohol y tomar asiento
en una de las mesas más apartadas; desde aquí puedo observar sin ser
molestado y estar lo bastante cerca si la situación lo requiriese.
Mis ojos la encuentran inmediatamente con ese vestido rojo que me
provoca una media erección al instante. Es un marcado contraste con su
pelo tan rubio que parece blanco y su piel tan clara que me muero por
probar.
Quién sabe qué tonalidad adquiriría su piel después de ser chupada,
lamida, golpeada. No.
No puedo tener esos pensamientos aquí, o me arriesgo a cargarla sobre
mi hombro y mandar a todos a la mierda.
Dios, cuando sonríe, me dan ganas de llorar de alegría y devoción,
porque estoy seguro de que esa sonrisa la han creado los ángeles del
Paraíso. Mariella es una chica preciosa, pero esta noche está de infarto
fulminante y espero de verdad sobrevivir.
Por el rabillo del ojo, veo a Frank entrar en la sala principal del local y
me concentro aún más para mantener una expresión impasible, pero cuando
veo que se dirige hacia su mujer –que me ha estado fulminando con la
mirada desde que llegó– doy un breve suspiro de alivio. Pronto se
distraerán mutuamente, dejándome libre para mirar descaradamente a mi
chica. Joder, no es mía. Ni siquiera cerca.
Poco después, Mariella baja a la pista de baile con unas amigas y cuando
las palabras de Hippie Sabotage hablan de demonios en los ojos, ella me
encuentra sin siquiera tener que buscarme.
Mueve las caderas y me mira desde debajo de las pestañas, se mueve
lenta y sensual, y es como la llamada de una sirena.
Tenso cada músculo de mi cuerpo para no saltar de este maldito taburete
y abalanzarme sobre ella para follarla contra la primera pared disponible.
Ella no es así.
Aplaco los instintos, pero mi cerebro no deja de imaginar todas las
formas en que podría adorar su cuerpo, la media erección es ahora completa
cuando veo que el vestido se le sube unos centímetros por los muslos.
Me concentro en el alcohol que tengo delante, pero mis ojos están
impotentes, incapaces de dejarla marchar, o tal vez es ella la que me
mantiene aprisionado.
La música cambia, la gente gravita a su alrededor, pero ella se queda ahí,
mirándome, ahora más descarada, más segura de sí misma, y empiezo a
preguntarme si ese cóctel que tiene en la mano es realmente sin alcohol.
Tiene la mirada un poco brillante y las mejillas sonrojadas. Cristo, parece
excitada.
Se gira lentamente mientras sigue contoneando las caderas, moviendo las
manos en una danza sensual, y cuando está de espaldas a mí, observo que
tiene la espalda casi completamente desnuda.
No saldré vivo de aquí.
Termina su vuelta y vuelve a mirarme a los ojos. Sin la menor vacilación.
Cuando se agacha para decirle algo a su amiga, la curiosidad casi me
ahoga, pero cuando la veo dirigirse tranquilamente hacia mí, casi me dan
ganas de salir corriendo. Sí, porque ella puede ponerme de rodillas, sólo
que aún no lo sabe.
—No deberías estar aquí —gruño mientras ella apoya las manos en mi
mesita, y casi espero que sea una alucinación inducida por el alcohol.
Se inclina hacia mí y me enseña su escote, tiene unos pechos pequeños y
redondos que serían perfectos entre mis manos.
No.
—Oh, no creo que haya otro lugar en el que quisiera estar —responde,
apartando su larga melena rubia de la espalda, que permanece desnuda, y su
piel de porcelana atrae mis ojos sin dejarme escapatoria.
—Estás provocando al monstruo equivocado, nena. Deberías alejarte
mientras todavía estás a tiempo —vuelvo a advertirle. Normalmente, nunca
hago todas estas advertencias a mis presas.
Ella no es mi presa.
—Tal vez eso es exactamente lo que quiero: ser devorada por el monstruo
equivocado.
En ese momento, veo rojo y sé que mi resistencia está a un paso de
derrumbarse, todo el alcohol que he estado bebiendo ciertamente no ayuda
y no me queda nada más que hacer que batirme en retirada.
Salto del taburete como si estuviera ardiendo y me dirijo al primer
ascensor disponible sin mirar atrás.
Afortunadamente, el Stark tiene habitaciones privadas en el piso de
arriba, y algunas son exclusivas para nosotros en la organización. Allí,
nadie llega sin autorización y ni siquiera están abiertas para las reuniones en
caliente que se celebran en las salas privadas habilitadas para ese único fin.
En este momento, mi habitación privada es la única vía de escape que me
queda antes de provocar un desastre de proporciones épicas.
Respiro aliviado por el peligro evitado mientras las puertas del ascensor
se cierran, pero un instante antes de ponerme a salvo, una mano se
introduce en el medio y vuelve a abrirlas. Obviamente, no puede dejarlo
pasar.
Mariella entra en el cubículo y debe de haber corrido para alcanzarme a
juzgar por su respiración ligeramente entrecortada. Hincha el pecho y ese
movimiento hace que mi mirada se quede clavada en su escote. Otra vez.
El sonido que señala la llegada al piso y la apertura de las puertas me
caen encima como un cubo de agua helada. Entre yo, Mariella y una cama
disponible hay unos pocos pasos y una puerta. Demasiado poco.
Malditamente demasiado poco.
Le dirijo la mirada más fría de la que soy capaz. —Debes irte —la
amonesto con severidad.
—Quiero estar aquí, quiero estar contigo —sonríe con esa pícara
inocencia suya que me vuelve loco—. Y yo diría que tú también quieres
eso.
—Tonterías, no tienes ni idea de lo que quiero —replico.
—Bueno —señala la entrepierna de mis pantalones—. Tengo una idea
bastante precisa.
Bajo la mirada y, cuando veo la erección que estira mis pantalones, casi
me dan ganas de golpearme la cabeza contra la pared. Mi cuerpo hace lo
suyo cada vez que me acerco demasiado a esta chica. Pero no puedo darle la
ventaja de saber el efecto que tiene en mí. Me acerco lentamente a ella,
controlando cada músculo.
Cuando estoy cerca de ella, observo atentamente sus ojos, que parecen
bastante brillantes, pero tengo que asegurarme. Me inclino un poco para
alcanzar su oreja. —Nena —rozo su lóbulo con mis dientes—. ¿Cuánto has
bebido?
—Me mojé los labios con prosecco, pero no me gustó —responde y casi
hace un puchero. —Quizás sea porque no es lo que realmente quiero —
afirma antes de posar una suave mano en mi pecho.
—¿Quieres saber lo que quiero? —pregunto.
Ella asiente brevemente, pero no se aleja. Mi valiente niña no retrocede.
—Quiero arrancarte este vestido y saborearte, quiero enterrarme entre tus
muslos y oírte gritar mi nombre mientras bombeo dentro de ti sin descanso.
Quiero hacerte daño, quiero hacerte llorar, quiero hacerte sangrar. ¿Y sabes
por qué? Porque tu dolor me excita, tu dolor me la pone dura. Y luego,
cuando haya tenido suficiente, quiero sentir cómo aprietas mi polla cuando
te vienes.
Salta bruscamente, pero no retrocede.
No. Retrocede.
Y ya no sé a qué santo acudir para no dar rienda suelta a mis palabras.
Hasta que ella, con su dulce descaro y seductora ingenuidad rompe las
reglas, traspasa mis defensas y me provoca un cortocircuito. Lo consigue
con una sola pregunta, sólo tres palabras.
—¿Qué estás esperando? —susurra y yo pierdo.
Pierdo la calma que me he impuesto para no hacer tonterías, pierdo la
paciencia porque no puedo más que sólo hablar, quiero realizar todas las
cosas que sueño hacerle desde hace tiempo. Pero sobre todo pierdo la
cabeza, porque ese es el efecto que tiene en mí.
Sin más preámbulos, me inclino para agarrarla por detrás de los muslos y
levantarla, ella me rodea la cintura con las piernas y yo la arrastro fuera del
ascensor sin más remordimientos por las consecuencias. Sobre lo que tendré
que explicar a mi jefe. Somos sólo ella y yo, y esta química inexplicable.
Paso la tarjeta magnética y cierro la puerta tras de mí con una patada.
Justo antes de tirarla a la cama y follármela como un animal, la racionalidad
desciende sobre mí y me doy cuenta de que no puedo hacerlo. Al menos, no
antes de que le quede absolutamente claro lo que está a punto de ocurrir en
esta habitación.
Con un esfuerzo casi sobrehumano, la vuelvo a dejar en el suelo y su cara
adopta una expresión confusa.
Estoy tratando de comportarme bien, nena, te lo mereces.
—Mariella, ¿sabes lo que quiero hacerte? —le pregunto, porque necesito
que esté segura.
—Nada menos que lo que quiero que me hagas —responde sin dudar y
casi me desarma.
—No hay vuelta atrás, en el momento en que entre dentro de ti, serás mía
—afirmo, y casi me sobresalto ante la verdad grabada en mis palabras—. Al
menos, por esta noche —rectifico, porque ella no puede ser mía. Se merece
mucho más.
—Que así sea —sentencia con decisión y suelto el freno.
Me acerco en un instante y estrello mi boca contra la suya. Dios, qué
gusto tiene.
Nunca he sido amante de los besos, pero este beso, que no debería ser
más que un entrelazamiento de lenguas como preludio del sexo, se
convierte en mucho más. Se convierte en mi forma de reclamarla, de
hacerle comprender todo lo que nunca podré decirle. No tiene nada de
suave a pesar de ser nuestro primer beso, es una guerra de dientes, lenguas
y manos recorriendo el cuerpo del otro, descubriéndose, explorándose
mutuamente. La libero del vestido y me arranco la ropa sin darle
importancia, pero cuando la encuentro delante de mí con un pequeño
conjunto de encaje blanco, me quedo sin aliento y la cabeza me da vueltas.
Es perfecta.
Me mira a los ojos un instante, se aferra a mi mirada como si buscara
fuerzas y se desprende de los dos últimos trozos de tela que la ocultaban de
mi vista. Es magnífica.
Mi instinto me grita que la acorrale y la tome al instante, pero mi cerebro
me exige calma, me ordena que no la asuste.
La hago retroceder hacia la cama y, cuando levanta de nuevo sus ojos
verdes hacia mí, deseo que éste sea el último momento de mi vida, porque
nunca he experimentado nada más especial.
—No sé qué hacer —susurra tímida y dulcemente.
Sin pensarlo, alargo una mano y rozo su mejilla. —Yo me ocupo de ti.
Sólo tienes que relajarte y disfrutar de cada momento, ¿de acuerdo?
Ella asiente y su cabello cubre sus pechos como una delicada cortina casi
transparente. Recorre mi cuerpo con su mirada y desearía ser digno de las
emociones que leo dentro de ella. Pero no lo soy.
—Eres bellísimo —suspira.
—Dios, Ella, eres perfecta.
—Me gusta Ella, nadie me llama así.
—Y a partir de ahora, nadie tendrá que hacerlo nunca, ¿de acuerdo? —
Bajo la mano para rozar la curva de su cuello hasta que cierro mi mano
ahuecada sobre su pecho para empezar a masajearlo.
—Sí —jadea.
—Dime que tomas la píldora, por favor.
—Desde que tenía quince años.
Dios, gracias por eso. La hago recostarse y cubro su cuerpo con el mío,
cada una de sus curvas presionadas contra cada uno de mis duros bordes,
me contengo para no frotar mi erección contra ella, pero me cuesta cada
pizca de autocontrol que tengo. Nunca he practicado sexo sin preservativo,
pero la necesidad de estar dentro de ella piel con piel es tan primordial que
casi me vuelve loco.
—Si algo no te gusta, o te incomoda, me lo dices, ¿vale? —le pregunto,
porque necesito que entienda que ella manda.
Ella asiente y yo me muevo más abajo hasta colocarme entre sus piernas
y se las abro de par en par con un golpecito en las rodillas.
Mantengo mis ojos en los suyos y bajo a chuparle el clítoris. Gimo al
conocer su carne ardiente, su sabor divino, y el cerebro se me nubla por
completo.
Lamo, chupo, acaricio sus muslos y siento cómo su tensión se disuelve
bajo mis manos. Esta chica es el Paraíso en la Tierra y yo quisiera morir
aquí entre sus humores.
Un rincón de mi cerebro me grita que vaya muy despacio, sé con certeza
que es virgen y quiero que ésta –la única vez que podré tenerla antes de que
mi Boss y mejor amigo me meta una bala en la frente– sea inolvidable.
—Dime si es demasiado —murmuro contra su piel justo antes de
introducirle un dedo, o más bien medio dedo. Joder, está tan estrecha.
Se estremece un poco bajo mi boca, pero el gemido que sale de ella me
da esperanzas.
—¿Te has tocado alguna vez? —le pregunto, y cuando la veo sonrojarse
de repente, me pregunto si he ido demasiado lejos.
—Sí. —Un susurro tan débil que apenas puedo oírlo.
—Buena niña. ¿Y en qué pensabas mientras lo hacías? El movimiento de
mi dedo es imperceptible, pero rápidamente se empapa de su excitación.
—Yo... —vacila, y me siento como un cretino. Estoy a punto de decirle
que no pasa nada si no quiere contármelo, pero ella se lleva todas las
palabras. —En ti.
Es oficial, estoy muerto. He muerto y he ido directo al Paraíso. Pero,
joder, no merezco el Paraíso. Por lo tanto, esto debe ser el infierno y el
sabor de Mariella será mi tortura eterna, porque en realidad, nunca podré
tenerla.
Capítulo Seis – Mariella

—Alex —lo llamo y su mirada se dirige rápidamente a la mía—. ¿Todo


bien?
Oh Dios, tal vez se ha dado cuenta de que no vale la pena perder el
tiempo conmigo. Que no soy lo suficientemente buena para él. Por otra
parte, ¿cómo podría? No tengo la menor experiencia práctica, aunque sé
mucho de teoría, y él tiene todo un club nocturno a su disposición. ¿Y si se
dio cuenta de que le mentí? ¿Que bebí más que unas copas de prosecco
para tener el valor de dar un paso al frente?
—Nena —parece despertar de su trance y una sonrisa maliciosa se dibuja
en su boca—. Estoy deseando cumplir todas tus fantasías. Ahora, sin
embargo, mantente fuerte.
Es el único aviso que recibo antes de que se sumerja entre mis pliegues y
empiece a chupar y lamer, mientras su dedo entra y sale de mi cuerpo y la
incomodidad inicial es rápidamente sustituida por una tensión que se
concentra en mi bajo vientre. Es como si todo en mí se estuviese
agarrotando, y es una sensación desconocida, a pesar de haber leído al
respecto muchas veces.
Dejo a un lado las reminiscencias literarias y me concentro en él. Por fin
está aquí conmigo. Lo he deseado desde la primera vez que puse mis ojos
en él, aunque sé que no es el tipo de hombre que se compromete en una
relación y que se olvidará de mí en cuanto llegue al orgasmo, para mí es un
momento épico.
Siento cómo jadea y su dedo entrar aún más. —Cristo santísimo, Ella,
estás tan mojada...
Abro más las piernas, porque quiero que el contacto entre nosotros sea
total, completo, desenfrenado.
Si sólo será una vez, quiero que sea memorable para él.
—Quiero más —le pido, porque mi cuerpo se despierta quitándome la
razón.
—Ella, sabes tan bien —vuelve a gemir, y su cálido aliento en mi sexo
casi me pone al límite. Cuando levanta esos ojos criminales sobre mí, la
intensidad de la situación, de las sensaciones que siento en este momento
aumenta hasta el punto de envolverme y llevarme más lejos.
Exploto. Sí, no hay otra forma de explicar lo que me está pasando, y lo
hago en su boca, pero él no se inmuta, más bien chupa y gime más fuerte y
ese dedo hace maravillas entre mis piernas.
—Debería haber adivinado que eres el tipo de mujer que grita cuando se
viene —murmura contra mi carne sensible, y juro que puedo sentir cómo la
temperatura de la habitación aumenta al menos diez grados. Dios, no puede
hablarme así, corro el riesgo de perder la cordura.
Aunque, tal vez, ya la he perdido.
—Te deseo —susurro de hecho, sin saber lo que le estoy pidiendo. O
quizá sí, pero no me atrevo ni a pensarlo.
—Todavía no, nena, estás muy apretada y sólo te haría daño —me
rechaza, y siento una punzada de decepción, aunque lo esté haciendo por
mí.
—Pero te deseo... —murmuro, un momento antes de sentir una punzada
entre las piernas y dirigirle una mirada interrogante.
—He metido el segundo dedo, nena. ¿Ves por qué no podemos
precipitarnos? —explica.
Asiento y aprieto las manos entre las sábanas mientras me chupa el
clítoris con más fuerza. Cuando introduce también el tercer dedo, siento que
estoy de nuevo a un paso del éxtasis, pero mis manos arden de deseo por
tocarlo.
—Quiero tocarte —jadeo.
Aunque no sé cómo se hace.
Él se endereza y, por primera vez, tengo una vista completa de su cuerpo
escultórico.
Jesús, ayúdame. Tiene una erección enorme, que nunca jamás podrá
entrar toda en mi cuerpo.
Lo oigo reír y vuelvo a poner la mirada sobre su rostro. —Deberías ver
tu cara, Ella. Pareces aterrorizada.
—Yo... eh... no creo que...
—¿Qué no crees? —me provoca, llevándose una mano sobre la erección
y envolviéndola. Caray, necesitaría las dos manos. Y no estoy segura de
que sería suficiente.
—Es demasiado grande, no entrará nunca —susurro, y casi espero que no
me oiga, porque es la confirmación de mi total falta de experiencia.
—Oh, nena, no tengas miedo. Está hecho para estar dentro de ti, tú estás
hecha para mí, ¿lo entiendes? —me pregunta y sus ojos son agujeros negros
de lujuria y seducción en los que me muero por perderme.
No sé qué me pasa, pero tengo unas ganas irrefrenables de tocarle, y no
me lo pienso dos veces antes de acercarme, sentada en la cama con él frente
a mí, masajeando aún su erección.
—¿Qué debo hacer? —pregunto, deseosa de aprender.
—No hay nada que debas hacer, solo hay lo que quieres hacer. Entonces,
Ella, ¿qué quieres hacer? —me devuelve la pregunta.
Sus ojos me hablan, me invitan a tener valor. El valor de tomar lo que
deseo.
Cierro en un cajón la vergüenza, la timidez, el miedo a no ser capaz, y me
dejo llevar.
Extiendo una mano y la cierro sobre la suya, siguiendo el movimiento,
acerco la cara a su vientre, y lo lamo. Dios, sabe tan bien.
—Cristo, Ella. —Sus músculos se tensan bajo mi lengua mientras me
levanto para seguir mi camino hasta su pezón perforado, noto su frialdad
contra su piel ardiente y continúo mi exploración trazando la línea de sus
tatuajes hasta el cuello—. Este hombre es una obra de arte, realmente
espero que alguien escriba un soneto para su cuerpo.
—Me estás matando —jadea, envolviendo mi cuello con su mano libre
para mirarme a los ojos, aprieta lentamente y un destello de algo que no
puedo definir pasa por los suyos, me suelta rápidamente como si le hubiera
quemado y su expresión se vuelve interrogante.
No sé qué se le pasa por la cabeza, pero dejo de preguntármelo en cuanto
sus labios vuelven a encontrar los míos y me hace volver de nuevo a la
cama, sobre la que caigo pesadamente y, al cabo de un momento, se hace
sitio entre mis piernas, cubriéndome como la manta más cálida y cómoda
del mundo, aunque lo siento duro en todos los sitios correctos. Dios, ¿se
puede perder la cabeza por unos abdominales? ¿Y por un piercing en el
pezón? Pero sé que él es mucho más… No, no puedo pensar en eso.
Sobre todo, no ahora.
—No te diré que no duele —dice mordisqueándome el hombro y
subiendo hacia el cuello—. Lo hará, y si es demasiado, quiero que me
detengas —me hace cosquillas en el lóbulo de la oreja—. Pero te doy mi
palabra, nena, que pasado el dolor inicial, te haré gozar hasta perder la
cabeza —me sopla en el oído—. ¿Lo quieres? —me pregunta moviéndose
para mirarme a los ojos.
—Sí —soplo contra sus labios un instante antes de que se abalance sobre
ellos, abro los míos y su lengua saquea mi boca. Siento una tremenda
punzada entre las piernas, pero recuerdo su promesa y me concentro en la
emoción que me provoca su lengua, sus manos en mis pechos, sus ojos
encadenados a los míos.
Me relajo y el dolor disminuye un poco, él sigue moviéndose, acelerando
el paso poco a poco, pero sus ojos nunca se apartan de los míos. Es como si
me llevara de la mano en la experiencia más abrumadora y emocionante de
mi vida, veo cómo se adapta a mi ritmo y una emoción desconocida florece
en mi pecho.
He estado esperando este momento durante tanto tiempo y hemos estado
dándole vueltas tan largamente que ya siento el orgasmo subir de nuevo y
también sus ojos están empañados por el placer.
—Joder, Ella, estás tan mojada y apretada. Eres perfecta, joder.
—Es bellísimo —murmuro abrumada por la emoción, y espero que
detrás de ese adjetivo lea todo lo que no sé decir.
Me sonríe y baja la mirada hasta mis labios. —Tú eres bellísima —
murmura en respuesta—, tus pupilas dilatadas por el placer son bellísimas
—deja un beso húmedo en mis labios—, tus mejillas sonrojadas por el
orgasmo son bellísimas —traza el contorno de mis labios con su lengua—,
tus labios hinchados por mis besos son bellísimos —baja su cara hasta la
cavidad de mi cuello para murmurarme al oído las palabras que marcan mi
final—. Pero tu coño que me aprieta la polla mientras disfrutas es la
perfección.
—Dios, Alex, siento que…
—Sí, nena, te siento, me estás triturando. Déjate ir, ven por mí, sus
palabras me empujan más allá del límite y me parece alzar el vuelo, arqueo
la espalda y me dejo ir y, pocos minutos después, lo oigo hacer lo mismo
mientras se viene dentro de mí, marcándome, haciéndome completamente
suya.
***
Cuando una luz me golpea los ojos, temo que alguien haya entrado en la
habitación y casi me caigo de la cama en mi prisa por incorporarme.
Afortunadamente, es solo la luz del día que se filtra a través de las
cortinas... ¡Un momento!
Es por la mañana y sigo aquí, en una cama, con Alex y un buen dolor de
cabeza por la resaca. Debo haber colapsado después del enésimo orgasmo...
He perdido la cuenta, pero definitivamente estamos en un número de dos
dígitos.
Dios mío, ¿cómo reaccionará cuando se despierte, cuando se dé cuenta
de que lo seduje, que prácticamente le salté encima?
Estoy casi segura de que me sacará a patadas en el trasero, y no podría
soportarlo.
Mi corazón no resistiría semejante golpe. Un corazón que pasó a ser suyo
por la dulzura que me mostró cuando me limpió la sangre después de la
primera vez, cuando me masajeó la espalda en la ducha para quitarme el
sudor después de la cuarta vez, cuando se resistió a mí porque decía que
estaba adolorida cuando empecé a tocarle de nuevo. Me ha permitido tocar
su cuerpo en todos los sentidos, y ha adorado el mío con sus manos, con su
boca, con sus palabras.
Me volteo para mirarle y me encanta la expresión relajada de su rostro,
pero sé que la perderá en cuanto abra los ojos. Ya me imagino las cosas que
me va a decir, todo lo que ya me dijo ayer: que soy una niña, que tiene
mucha más experiencia que yo, que soy intocable, y todas esas tonterías que
no me importan nada.
Pero a él sí.
Y ese es precisamente el problema.
Y si ayer tenía el valor líquido que me dio el alcohol para protegerme,
hoy no podría enfrentar su contrariedad o, peor aún, su decepción
No quiero ser tratada como una niña una vez más; por lo tanto, lo miro
una última vez para grabar este momento en mi memoria, intento recoger
mis cosas de la manera más rápida y silenciosa posible y me deslizo hasta el
cuarto de baño para ponerme de alguna manera presentable. Por supuesto,
cuando salga de aquí con el vestido de anoche, quedará claro para
cualquiera que me vea que me detuve a dormir aquí, de forma bastante
inesperada.
Tengo que volver a casa, rápido y sin llamar demasiado la atención.
Necesito un plan para afrontar las consecuencias de lo que hice, pero
ahora sólo quiero esconderme en mi habitación y hacer las maletas.
Capítulo Siete – Mariella

Estoy evitando a mi hermana.


No hay forma más amable de decirlo. Y también me siento una perra,
porque le contesto casi con monosílabos por teléfono, tan convencida estoy
de que me leerá en la cara que he tenido sexo.
Y no cualquier sexo. Sino del sexo caliente, sucio y fantástico.
Con Alex.
Isa perderá la cabeza y no la quiero en la cárcel por homicidio.
Por encima de todo, no quiero que le haga daño a él.
Siento la piel en llamas cada vez que recuerdo la noche más inolvidable
de mi vida, hace tres días.
Sus manos en mis muslos, su lengua explorando la mía, su...
Llaman a la puerta y casi me da un infarto.
—Adelante —digo, intentando estabilizar los latidos de mi corazón.
Esther abre ligeramente la puerta y me dedica una sonrisa tranquila. —La
señora Rizzo la desea en el salón, señorita.
Esta mujer literalmente me vio nacer, pero siempre es tan formal. Me
apresuro a bajar las escaleras, preguntándome qué necesita mamá, pero me
quedo helada cuando cruzo el umbral del salón y me encuentro con la
mirada inquisitiva de mi hermana.
Oh, caramba.
Siento el instinto incontrolable de escaparme a mi habitación y
encerrarme allí hasta el fin de mis días.
Oh Dios, ¿ya se ha dado cuenta de lo que ha pasado realmente? Puede
leer en mi cara todo lo que hice con…
No, mantén la calma.
—Hermanita —me saluda con una sonrisa que no puede ser más falsa, y
mi huida se ve frustrada porque su brazo se engancha al mío, y sé que todo
ha terminado para mí.
No hay forma de escapar de ella ahora.
—Precisamente le estaba diciendo a mamá lo mucho que me gustaría que
fuéramos a desayunar juntas. ¿Por qué no vas a ponerte algo de ropa y
vamos a esa pastelería italiana por un maxi capuchino y un croissant de
chocolate blanco con granola de pistacho?
Sabe que no puedo rechazar mi desayuno favorito en la pastelería de mi
corazón sin llamar la atención de mamá y, conociendo a mi hermana, sería
muy capaz de llevar a cabo su interrogatorio aquí mismo, en el salón. Me ha
fregado.
Suspiro y me preparo para afrontar la tormenta de mierda en la que me
veré envuelta en breve. —De acuerdo, Isa, vuelvo enseguida.
Sin muchas ceremonias, vuelvo a mi habitación y apenas contengo las
lágrimas.
Me visto con calma, pero sin demorarme demasiado.
Sólo espero seguir teniendo una hermana al final de este día.
—Adelante, escúpelo, —me dice mientras tomamos asiento en nuestra
mesa favorita de la pastelería Da nonna Clara.
Se portó bien, no dijo ni una palabra en el coche, pero por el reflejo en la
ventanilla vi cómo su rodilla subía y bajaba todo el camino, sus manos se
agarraban al borde del asiento y sus ojos me escrutaban sin dejarse notar.
Mantuve la mirada fuera de la ventanilla todo el tiempo, porque lo que
más temo de esta confrontación es leer el juicio en sus ojos, y sobre todo su
lástima.
Sabía en lo que me metía cuando corrí detrás de Alex en mi fiesta de
cumpleaños, y no me he arrepentido de nada. De hecho, si de mí dependiera
lo volvería a hacer cada noche.
Pero nunca me buscó, y un tipo como él tiene todos los medios para
encontrar a quien quiera. Así que supongo que consiguió lo que quería y
siguió adelante.
Ahora, mi mirada apunta a cualquier parte menos hacia ella, pero puedo
sentir su creciente inquietud y cuando se aclara la garganta, sé que está a
punto de enloquecer. Y todavía no sabe nada.
—No entiendo a qué te refieres —hago un vano intento, en el que creo
aún menos que ella.
—Mari, tesoro, las dos sabemos que no saldremos de aquí hasta que me
expliques por qué llevas días evitándome.
Agradezco la calma que está mostrando, pero sé que en el fondo, su vena
protectora está a punto de explotar, y no quiero.
Sacudo la cabeza e intento desviar de nuevo. —Isa...
—No te atrevas. Llevo días atormentándome y no te vas a librar con una
mentira. ¿No te gustó la fiesta? ¿Querías algo diferente? ¿He hecho algo
mal? ¿Sucedió algo de lo que no me di cuenta? —dispara preguntas en
ráfaga, pero sólo la última da en el blanco.
—Me encantó la fiesta, todo fue magnifico, ¿cómo puedes pensar que
hiciste algo mal? Dios, van a estar hablando de mi decimoctavo cumpleaños
durante meses —exclamo, porque no hay duda de que me haya organizado
una fiesta grandiosa.
—¿Pero...?
—Sin peros. Por favor, créeme, la fiesta ha sido perfecta. Mi vestido era
perfecto, la torta era perfecta, todo era absolutamente perfecto —afirmo con
decisión, porque necesito que sepa que no podría haber deseado nada mejor,
pero cuando mi mirada no se sostiene, sé que he perdido la batalla decisiva.
—¿Entonces por qué parece que estás a punto de llorar? Puedes contarme
cualquier cosa, lo sabes. Estoy aquí para ti, siempre estaré aquí —me
tranquiliza apretándome una mano, y no sé cómo hare para seguir
resistiendo.
—Isa, por favor, ¿podemos evitar hablar de esto? No tiene ninguna
importancia, todo está en el pasado ahora —lo intento de nuevo.
—Cariño, estás perturbada, es obvio que sea lo que sea, no ha terminado
en absoluto; así que no, no podemos no hablar de ello. Dime qué pasa,
hermanita, háblame. —Su mirada es amor y devoción mientras intenta
sonsacarme un secreto que querría guardarme con todas mis fuerzas, pero
es mi hermana mayor, mi punto de apoyo, y no puedo mentirle.
—Isa... —lo intento de nuevo, pero se me escapa un sollozo
incontrolado, y sé que esto decreta el fin de mi condena. Ahora, Isa nunca
lo dejará pasar.
—Pequeña, por favor, háblame. Soy yo, tu hermana mayor. Sea lo que
sea, te ayudaré, te protegeré, lo sabes.
—¿No vas a juzgarme? —pregunto con voz débil.
—Por supuesto que no.
—¿Prometes no enfadarte y montar un lío? —le pregunto, pero sé que
será imposible mantenerla tranquila.
—Mari, ¿de qué se trata? —suelta de vuelta.
—No, Isa, si quieres saberlo, debes prometérmelo. De lo contrario, por lo
que a mí respecta, será mejor que nos quedemos aquí y observemos el
paisaje sin decir ni una palabra —le digo con toda la determinación que
puedo reunir en mí, porque sé el valor que Isa concede a las promesas.
—No puedo prometerte que no me enfadaré, pero prometo que no hare
un escándalo.
Eso es algo, incluso si… —¿No vas a hablar de ello con la persona
interesada? —especifico, y temo haber estirado demasiado la cuerda.
—¿Quién demonios es el directo interesado? —responde y un destello de
ira ilumina sus ojos.
Esto no acabará bien. —Primero, promét...
—Lo prometo, lo prometo. Ahora habla, joder —me interrumpe, y me
doy cuenta de que ha llegado a su límite.
No me queda otra alternativa, no puedo hacer otra cosa que confesar,
suspiro profundamente y me mantengo fuerte.
—Me acosté con Alex —digo de un tirón y le sostengo la mirada.
Un millón de emociones y expresiones pasan por el rostro de mi
hermana, pero no acabo de entender a qué conclusión ha llegado cuando
estalla en carcajadas como si hubiera perdido la cabeza.
Oh Dios, ¿y si le hubiera hecho perder la cabeza?
Bueno, demonios, iba a tener sexo con alguien en algún momento de mi
vida de todos modos, ¿no?
No puede ser un shock tan grande.
¿O sí?
—Isa, ¿has entendido lo que te he dicho?
Respira hondo antes de hablar. —Mari, mi mente ha hecho una hipótesis
absurda tergiversando completamente tus palabras, pero luego he
comprendido que las había malinterpretado. Puede ocurrir que cuando
bebes un poco más de lo habitual, hagas cosas bastante inusuales. No sé
cómo acabaste en la cama con Alex, y comprendo que la situación te
perturbara mucho, pero no tienes de qué preocuparte. Si ese imbécil va a
difundir rumores sobre ti, me encargaré de ello.
Ah, bueno. Así que no perdió la cabeza, pero decidió creer en la menos
probable de las posibilidades antes que en la más verosímil.
No me queda más que sacarla de su error de una vez y rápidamente.
—Tienes razón, puede que haya utilizado palabras fácilmente
interpretables. Intentaré ser más directa y menos mal interpretable: Tuve
sexo con Alex.
—¿Qu-ué... cómo... tú, tú... ¿qué coño? —tartamudea con una voz muy
fina que no parece la suya.
—Isa, por favor, cálmate. Respira, está bien. No ha pasado nada —
intento calmar la ansiedad y la rabia que leo en su cara, pero me temo que
es demasiado tarde.
—¿Nada? ¿Llamas a eso nada? ¿Le diste tu virginidad a un imbécil de
primera clase y a eso lo llamas nada? ¿Cómo hago para calmarme? Le había
dicho que se mantuviera alejado de ti, se lo había dicho. Ahora verá.
—Lo prometiste, Isa. Quiero que no hagas nada en absoluto —le
recuerdo con firmeza, porque yo me ocuparé del asunto. Diablos, ahora soy
una adulta.
—Entonces, ¿por qué estás tan devastada, ¿eh? ¿Qué te ha hecho? ¿Te ha
hecho daño? ¿Ha sido rudo? Dios mío, ¿en qué estabas pensando? ¿Por qué
precisamente él?
—Creo que lo amo. En este punto da lo mismo decirle todas las verdades
que llevo por dentro.
—¿Estás bromeando? Te acostaste con él y ahora, de repente, ¿estás
enamorada de él?
—En realidad, me ha impresionado desde tu boda, sabes, y no he dejado
de pensar en él ni un instante desde entonces. Nada más que mi verdad.
—Tesoro, apenas tienes dieciocho años y le has visto dos veces. ¿Cómo
puedes pensar que sientes algo por él más allá de la atracción física?
No me atrevo a corregir el número de nuestros encuentros, pero entiendo
su pregunta, aunque honestamente no sabría responder de manera racional.
La verdad es que lo que me atrajo de Alex es tan grande que resulta
incomprensible. Es él, la forma en que me habla, la forma en que me mira y
me toca, la forma en que sacude cada certeza. Y mi alma canta por él.
—Isa, Alex nunca me trató como a una muñeca de cristal. Es directo,
irreverente, casi irritante, pero me hizo sentir viva. Cada vez que estoy
cerca de él, lo siento todo en mi piel. De nuevo, toda la verdad.
—Pero entonces, ¿por qué estás tan perturbada? Te echó a la mañana
siguiente, ¿no?
—No me echó, pero me escabullí de la habitación antes de que se
despertara. No tenía, y todavía no tengo, el valor de mirarle a la cara. ¿Y si
me dijera que no soy lo bastante buena para él? Él es... intenso, pero estaba
decidido a no tocarme. No sabes cuánto tuve que presionarle para que
cediera, cómo tuve que…
—Y me gustaría seguir sin saberlo, muchas gracias. Por favor, no entres
en los detalles. No creo que pueda soportarlo todavía, ¿de acuerdo? —me
interrumpe, y no podría estar más que de acuerdo con ella.
—Mari, me alegro de que hayas confiado en mí. Estoy aquí, lo sabes,
siempre y para cualquier cosa.
De hecho, hay algo en lo que podría ayudarme, porque no puedo
esconderme para siempre. —Bueno, hay una cosa: me gustaría adelantar mi
partida a París. ¿Me ayudarías a convencer a nuestros padres de dejarme ir
lo antes posible?
Y esta vez, realmente espero no haber estirado demasiado la cuerda.
***
—¿Seguro que estás bien? —le pregunto a mi hermana, observando una
vez más los moretones en su cara.
Han pasado poco menos de dos semanas desde nuestro desayuno, pero a
mí me parece que ha pasado toda una vida. Cuando me enteré de que Isa
había sido secuestrada por los Ghost recé a todas las deidades conocidas por
el hombre para que mi hermana fuera encontrada sana y salva.
Afortunadamente, tiene un marido con una puntería infalible que está
decidido a proteger a su familia y, aunque ahora está guardando las
distancias para dejarnos unos momentos a solas, no le quita los ojos de
encima ni un instante. A su extraña manera, ese tipo es romántico. Me
pregunto si él... no.
Me he impuesto no pensar en el Segundo del Boss, porque cada vez que
lo hago se apodera de mí la tristeza. Todavía no he podido borrar del todo
mi decepción hacia él por no haberme buscado nunca. Aun así, sigo
diciéndome que debería haber sabido qué esperar. Sólo fue cosa de una
noche, no tiene sentido sentirse mal por ello.
—Estoy bien, todavía un poco adolorida, pero feliz —responde Isa,
mirando por encima del hombro en dirección a Frank—. ¿Tú más bien?
¿Estás segura de que no quieres que mamá o yo vayamos contigo? Al
menos en los primeros tiempos, podr...
—Isa —la interrumpo—. No es necesario, ya soy adulta y quiero poder
arreglármelas sola. Ambas sabemos que tú y mamá no me lo permitirían —
hago una pausa al ver la decepción colorear su expresión—. Nunca podré
expresar con palabras el amor que siento por ti y lo agradecida que estoy
por la oportunidad que tú y Frank me están dando, pero quiero hacerlo yo
sola. Tengo que hacerlo, ¿entiendes?
Me mira intensamente durante un largo momento, finalmente suspira y
asiente. —Sí, supongo. Es solo que es más difícil de lo que esperaba dejarte
ir al otro lado del océano. Podría pasarte cualquier cosa y yo estaría muy
lejos.
—Estaré bien, evitaré todas las situaciones peligrosas. Iré a la
universidad y, una vez acabadas las clases, directamente a casa. Quizá algún
desvío a museos o bibliotecas populares, pero siempre a plena luz del día y
en horas punta —la tranquilizo, recordando algunas indicaciones de Frank y
nuestro padre.
Ella asiente, pero no añade nada más, echa un vistazo rápido al reloj y
por su expresión me doy cuenta de que es la hora.
—Bueno, me tengo que ir —le sonrío y me tiro sobre ella para abrazarla
fuerte porque pasarán meses hasta que pueda volver a hacerlo y ya sé que la
echaré mucho de menos.
—¡Ay! —grita por un momento, pero cuando intento retirarme
recordando sus moretones, me aprieta más fuerte—. Ni se te ocurra —me
dice, arrancándome una sonrisa.
—Te quiero, hermana mayor. —Nunca las palabras fueron más ciertas.
—Yo también, hermanita. Si necesitas algo, llámame. ¿De acuerdo?
Prométemelo.
—Prometido.
Capítulo Ocho – Alex

Qué perra.
No me lo puedo creer. Se fue de verdad. Lo hizo sin mirar atrás, ni
siquiera se dignó a hablarme.
Después de abandonarme como un imbécil en mi habitación del Stark,
sin un mensaje, una nota, una maldita señal de humo.
Qué perra.
De acuerdo, quizá sea mi ego el que habla, pero lo que pasó la noche de
la fiesta no lo había vivido nunca y, con toda honestidad, me ha trastornado.
Trastornado hasta el punto de que debería estar concentrado en rastrear
las conexiones de los Ghosts en la ciudad para averiguar cómo demonios se
las arreglaron para secuestrar a la esposa del Boss con tanta facilidad, pero
mi mente sigue divagando de una manera completamente inoportuna.
Afortunadamente, con el apoyo de Leonardo y Romeo, hemos blindado
la ciudad y ahora sólo nos queda verificar la información que conseguimos
sonsacar a los sobrevivientes del asalto a su cuartel general en las afueras de
la ciudad. Por desgracia, Brody, el Presidente del Chapter MC que
arrasamos en una operación de estilo paramilitar, ha conseguido huir y, lo
que es más importante, se ha escondido. Ese bastardo no aparece por
ninguna parte y, teniendo en cuenta los recursos que hemos movilizado
sobre el terreno, esto me pone muy nervioso porque la única conclusión
posible es que alguien le está ayudando.
Contesto el teléfono al primer timbrazo. —Esposito.
—Señor, las preguntas no están llevando a ninguna parte. Personalmente,
me parece un callejón sin salida —explica de manera concisa Sam, uno de
los hombres que se ocupa de los sobrevivientes, antes de aclararse la
garganta—. Sólo hay un detalle...
—¿Cuál? —ladro, mientras la frustración empieza a correr por mis
venas.
—Nuestro huésped actual masculla algo sobre una mujer, pero no parece
nada concreto. Esto también podría ser una pista falsa, pero me parece justo
señalarlo —explica, prestando mucha atención a lo que dice debido a las
intervenciones telefónicas con las que tenemos que lidiar todos los días.
—Has hecho bien. Insiste en ello. Haz que te lo cuente todo y luego
despeja la habitación para el siguiente invitado —cuelgo sin despedirme,
mientras mi cerebro se ha ido por la tangente pensando en quién podría ser
el traidor.
O más bien, aparentemente, la traidora.
¿Una mujer? Pero ¿quién podría ser? ¿Quién podría llegar al nivel de
conocer la información detallada sobre los movimientos de la mujer del
Boss? ¿Quizás la esposa de uno de los Hombres de Honor de más alto
rango? Pero, ¿con qué finalidad?
La frustración palpita en mis sienes cuando no logro obtener ningún
resultado. Odio sentir emociones tan intensas, porque sé que nos hacen
débiles. Esa fue una de las primeras lecciones que me dio el padre de Frank
cuando me tomó bajo su tutela. En aquel momento, yo era sólo un niño que
lo había perdido todo y él debería haberme mandado lejos de San Francisco
a patadas en el trasero, pero en lugar de eso me enseñó todo lo que sé.
Sin embargo, en los últimos tiempos las emociones intensas se han
apoderado de mí.
Obviamente, pienso en Mariella, su piel de porcelana, los ojos más
hermosos que he visto nunca, la boca más inocente y pecaminosa que he
probado jamás.
Nunca me había ocurrido sentir un placer tan intenso, tan abrumador, sin
sentir el impulso irrefrenable de mi parafilia de entrar en acción. Por
primera vez en mi vida, he disfrutado con una mujer sin sentir la necesidad
física de estrangularla. De hecho, la sola idea de arriesgarme a hacerle
daño me horrorizaba.
Lo que percibí fue una conexión primaria y profunda, pero debo de
haberla percibido sólo yo, dado que, a la mañana siguiente, la cama estaba
vacía y ella se había escabullido de mi habitación como una ladrona.
También temí que se hubiera arrepentido, o que yo hubiera
malinterpretado sus intenciones cuando Frank me citó en su oficina.
—¿En qué coño estabas pensando, Alex? Mi mujer tuvo una crisis
histérica, mi cuñada está haciendo las maletas para Paris y tu pareces
jodidamente tranquilo, demasiado tranquilo. ¿Quieres decirme qué coño te
ha pasado antes de que te meta una bala en la frente? —suelta apenas
cruza el umbral.
—Hermano —intento razonar con él.
—Hermano, una mierda. No tienes ni idea del estado en el que dejé a mi
mujer, pensé que se haría añicos ante mis ojos. Ya sabes lo protectora que
es con su hermana. Cristo, la única razón por la que aceptó casarse
conmigo fue para salvarla a ella.
—No me parece que se la pase tan mal...
—No hables de mi mujer. No. Te atrevas. A hablar. De. Ella. Más bien
explícame qué carajo pasó entre tú y mi cuñada.
—No es que sea asunto tuyo...
—Alex, ¿has decidido morir hoy? Porque, hombre, déjame decirte que
ahora mismo me siento realmente magnánimo y podría acceder a tu
petición. Te sugiero que empieces a hablar. Ahora, —ordena, dando un
puñetazo en la mesa.
Pero su vozarrón nunca ha funcionado conmigo. Resoplo ante ese alarde
de poder, porque yo me cortaría un brazo o una pierna por él, y sé que es
recíproco, pero después veo por un instante sus ojos más allá de la máscara
y me doy cuenta de que de verdad quiere sangre. Preferiblemente la mía, ya
que he perturbado a su dulce mujercita.
No me queda otra cosa por hacer que confesar lo que ya sabía.
—Mira, Frank, sé lo que me habías dicho, pero ha sucedido, ¿de
acuerdo? No fui a buscarla a propósito, no era mi intención en absoluto.
Joder, si quieres saberlo, pensé que era demasiado inocente para mi gusto,
pero entonces me besó. Y no he entendido nada más. Sentí... no sé, algo.
Ella... me hace algo. ¿Qué quieres que te diga? No lo planeé y no quería ir
en contra de tus órdenes, pero no habría podido hacerlo de otra manera.
¿Tiene sentido lo que digo?
No lo creo, pero todavía estoy confundido por todo lo que pasó y no he
tenido tiempo de procesarlo en profundidad.
—Jódete, Alex, con todas las mujeres que se te echarían encima en
menos de tres segundos, tenías que acostarte precisamente con mi cuñada.
—Ninguna de ellas es Mariella —intento explicar.
—Tonterías, Alex, es conmigo con quien estás hablando. Olvidas
que te conozco, que hemos compartido mujeres más veces de las que puedo
recordar. Y recuerdo que, a veces, ni siquiera les mirabas a la cara, porque
lo único que necesitabas era que respiraran.
—Frank... no sé qué decir. O mejor dicho, no sé cómo decirlo.
—No, nada de Frank. Lo hecho, hecho está. Encontraré la manera de
aplacar a Isabella y, eso sí, tendré que hablar con Mariella para ver si todo
está bien con ella. En caso de que no sea así, joder, no sé, habrá que pensar
en una solución. Es imperativo que a partir de ahora te mantengas alejado
de ella, ¿me has entendido, Alex? No le hables, no la busques, nada de
nada. Es una orden que no quiero repetir y, esta vez, si desobedeces las
consecuencias serán drásticas.
—Mierda, ¿por qué me haces esto? Ella... creo que me gusta —intento
mediar, porque tal vez si pudiera salir con ella, podría entender por qué
tiene este efecto sobre mí, pero él me quita la tierra de debajo de los pies
con una sola pregunta.
—¿Estarías dispuesto a casarte con ella? —me pregunta a quemarropa.
Pero yo no soy digno. ¿Lo ha olvidado?
Y no podría nunca ser digno de una chica como Mariella.
—¿Q-qué? ¿Estás loco? He dicho que me gusta, no que quiera casarme
con ella y, además, ni siquiera nos conocemos y, lo que es más importante,
sabes que no soy del tipo que se compromete en una relación. Joder, no
sabría ni por dónde empezar.
—Entonces, está decidido. Aléjate de ella y consideraré el asunto
cerrado, intenta acercarte a ella de nuevo y te verás obligado a casarte con
ella.
Creo que ha sido la peor pelea que hemos tenido desde que nos
conocemos.
Estuve a punto de mandar a la mierda al Boss, a mi jefe, a mi hermano
para poder hablar con ella, pero no le importó una mierda.
Se subió a su bonito avión con destino a París y si te he visto no me
acuerdo.
Qué perra.
***
Ha pasado un mes desde la última vez que la vi.
Treinta días desde la única vez que la tuve.
Setecientas veinte horas desde que mi mundo se volteó de cabeza.
Más de cuarenta y tres mil minutos desde la última vez que tuve sexo.
Vengo, por caridad, pero cada vez que Alex Junior es llamado a la
acción, no hay nada que lo estimule.
Es malditamente humillante, pienso mientras veo a Kat hundir su cara
entre las piernas de la recién llegada, cuyo nombre descubrí que era
Candice. No es que me importe.
Llevo días mirando a las dos hermosas mujeres que tengo delante
dándose placer, pero cuando llega mi turno, mi erección me abandona, mi
cerebro se desvía hacia el sedoso pelo rubio que ya no puedo acariciar, los
dulces labios que ya no puedo saborear, y las náuseas me asaltan ante la
idea de hundirme en el cuerpo de cualquiera que no sea ella.
¿En qué coño me he convertido?
Hace quince días, Kat me chupó hasta las pelotas sin ningún reflejo de
arcada, confirmando la profesionalidad que la distingue. Lástima que
cuando cerré los ojos, dos charcos verdes aparecieron inmediatamente
frente a mí, perforando la niebla de lujuria en la que intentaba perderme al
recordarme sin piedad lo que no puedo tener.
Hace una semana, me arriesgué a matar a Candice: pensé que recurriendo
al estrangulamiento podría acabar, ponerme lo suficientemente duro para
follármela, pero resultó ser un fracaso casi total.
Lo único que consigue distraerme de mis pensamientos fijos es el nuevo
proyecto al que me dedico en cuerpo y alma: el restaurante italiano de la
organización. El hecho de que los Ghosts hayan desaparecido literalmente
de la circulación nos da la oportunidad de volver al plan original de
combinar las actividades legítimas con las más "clásicas" de la
organización.
El Piccolo Amore –así se llamará, al menos provisionalmente– será un
ambiente exclusivo donde uno podrá sentirse como en Italia a pesar de los
miles de kilómetros que nos separan del Bel Paese.
Frank está elaborando algunos estudios de mercado para que podamos
proceder de la mejor manera posible, y yo ya estoy trabajando en el
personal y la ubicación. El Boss preferiría algo chic entre el Marina District
y el Embarcadero o, mejor aún, en la zona de Nob Hill. A mí me parecen
elecciones bastante obvias, y habría encontrado una alternativa en un
precioso teatro en desuso de Mid-Market, el hecho de que esté al lado de la
Biblioteca Pública es sólo una coincidencia, como ya le he repetido mil
veces a mi mejor amigo. Frank, de hecho, duda que fuera una coincidencia
que encontrara este lugar justo al lado del sitio favorito de Mariella. Nunca
caería tan bajo, ¿no?
—Alex, ven a jugar, vamos —me invita Kat, moviendo su culo desnudo
delante de mí, mientras la chica a la que le está lamiendo gime palabras
banales que forman parte de un guion ya probado. Se levanta y se da la
vuelta jugueteando con sus pezones y me mira a través de sus pestañas
postizas—. Aprieta tus manos alrededor de mi cuello, quiero que lo aprietes
muy fuerte —intenta convencerme usando mi parafilia, pero no funciona.
Al instante, recuerdo cuando rodeé el cuello de Mariella con la mano y
cada célula de mi cuerpo me gritó que tuviera cuidado, mi instinto protector
se puso en marcha y la sola idea de arriesgarme a hacerle daño casi me
destroza. Hubiera preferido abrirme la caja torácica y arrancarme el corazón
antes que hacerle ni un rasguño. Joder, eso nunca me había sucedido.
Por primera vez en mi vida, el placer y la satisfacción de la mujer con la
que follaba se convirtieron en mi prioridad absoluta y la asfixia perdió todo
su encanto.
—Vamos, Alex —me exhorta de nuevo Kat—. No estarás pensando
todavía en esa inocente niña Rizzo —resopla sarcástica, riéndose con su
amiguita.
Mis ojos se clavan en ella y arqueo una ceja fingiendo una indiferencia
que no siento. —¿De qué coño estás hablando?
—Un hombre como tú nunca podría conseguir lo que quiere de alguien
así —continúa con desdén y yo estoy sobre ella en un instante.
Le aprieto el cuello con una mano. Tengo su vida entre mis dedos, y eso
me embriaga, pero no es la excitación la que domina todo, sino la rabia por
el tono que utilizó al hablar de ella.
—¿De qué coño estás hablando? —vuelvo a preguntar.
—¿Te sorprende que lo sepa? Deberías saber que cuando tengo la boca
llena, los hombres se relajan —me sonríe con alusión—. Y cuando los
hombres se relajan, hablan, —ríe.
De verdad me gustaría saber quién es el imbécil que habla de mí —
¿Quién?
—Oh, todo el mundo, nadie. Los rumores circulan, se amplifican, se
rompen. Se conoce el pecado, nunca al pecador, ¿verdad? Sus manos
terminan en mi polla, que no se ha endurecido mientras le apretaba el
cuello. Suelto la presa y regreso a reclinarme contra el respaldo del sofá,
tratando de mantener a raya el desánimo por mi cuerpo, que, a estas alturas,
hace lo que le da la puta gana.
—Puedo hacerte sentir bien, déjame hacerlo, vamos —me invita Kat de
nuevo, pero niego con la cabeza y mi mente vuelve a divagar—. Esta vez,
con la imagen de una Mariella inmersa en sus novelas francesas favoritas, y
aunque tengo una secreta preferencia por la literatura inglesa, no puedo
negar el encanto de mi nena sonrojada ante la historia de una fotógrafa de
moda locamente enamorada de René, por quien estaría dispuesta a todo,
como ocurre en la famosa novela de Pauline Réage.
Y es mientras pienso en la dinámica descrita en "Histoire d'O" que mi
mano encuentra la erección semi-erecta en mis pantalones y comienza a
trabajarla. Mariella pasa los dedos por las páginas y me estremezco al
pensar en su tacto, se sonroja desde las mejillas hasta el escote y mi
erección se hincha, jadea mientras abre un poco los labios y mi cuerpo se
tensa, mira hacia arriba apuntándome directamente y me vengo. Como un
maldito chiquillo cachondo.
Capítulo Nueve – Mariella

Estoy viviendo la vida que siempre soñé.


Estoy en París desde hace casi un mes, en un lujoso loft en pleno centro,
a dos pasos de la universidad de mis sueños, a la que voy todas las mañanas
cruzando el Jardín du Luxembourg y atravesando unas cuantas librerías
históricas que no veo la hora de examinar a fondo.
Cada día, cuando vuelvo a casa, tomo una nueva ruta para perderme
admirando las maravillas de una ciudad que aún me deja con la boca
abierta.
Ayer fui al centro cultural italiano para preguntar por la posibilidad de
cambiar unas horas de práctica de conversación en italiano por
conversación en francés para repasar mis viejos conocimientos, y cuando
salí, me di cuenta de que estaba delante de una iglesia gótica realmente
preciosa, la iglesia de San Severino. Obviamente, pasé allí el resto de la
tarde.
Y, sin embargo, me falta algo. O quizá sería más exacto decir alguien.
No me atrevo a admitir ni siquiera a mí misma lo que es, pero no puedo
negar la creciente melancolía que tiñe mis días.
—Marielle —me llama la camarera, "afrancesando" mi nombre, mientras
coloca mi maxi cappuccino y un café con leche en una bandeja junto con un
cruasán de chocolate blanco con granola de pistacho –mi favorito– y otro
con mermelada de albaricoque, me adelanto para recoger mi desayuno y
darle las gracias, antes de acomodarme en una mesita con vista a la calle.
—Aquí estoy, aquí estoy —oigo la voz entrecortada de Chloé y sonrío.
Mi nueva amiga tiene la manía de llegar siempre tarde.
—Tienes suerte, el café con leche aún está caliente.
—Oh, trésor, hasta te has acordado de cómo me gusta mi cruasán —
exclama, moviendo las pestañas de cervata que tiene.
Chloé Bertrand es mi nueva compañera de estudios y amiga en ciernes,
es de Estrasburgo y, afortunadamente, entiende y habla mi idioma de
manera excelente, ya que mi francés aún está bastante oxidado. Es una
chica bellísima, pero no se fija para nada en su aspecto, es más bien una
"nerd literaria". Tal vez por eso nos llevamos tan bien desde el momento en
que nos conocimos.
—Llevamos tres semanas desayunando juntas, ya lo he aprendido —
respondo con una sonrisa levantando la mirada. Desde que puse un pie en la
facultad el primer día, Chloé decidió tomarme bajo su protección, cualquier
cosa que eso signifique, y ser mi guía turística por la ciudad –y realmente
no tengo el valor de decirle que la conozco mejor que ella–, por la
universidad y, sobre todo, por las fiestas que, según ella, los estudiantes de
primer año no pueden perderse.
—Entonces, ¿has preparado la lista de las lecturas? Yo voy por la mitad,
y la verdad es que no sé si incluir a Woolf, me parece una autora demasiado
reciente.
El profesor de literatura inglesa nos pidió una lista de nuestras lecturas
favoritas para poder asignarnos trabajos que entregar en junio. Ni que decir
que mi corazón me ha llevado a Shakespeare. Demasiado para no querer
pensar en él.
—En realidad, me he concentrado en Shakespeare, enumerando casi
todas sus obras. Me encantaría trabajar sobre él —reflexiono mientras doy
el primer mordisco a mi cruasán, pero siento un malestar inmediato en la
boca del estómago. No de nuevo.
Desde hace un par de días, tengo una sensación general de malestar que
va y viene, creo que mi cuerpo aún se está adaptando a los nuevos ritmos, y
que el cansancio acumulado se está haciendo sentir todo junto.
—Oye, ¿estás bien? Te has puesto pálida.
—Sí, creo que sí. No estoy precisamente en forma, quizá sólo necesite
descansar.
—Lástima que tengamos que preparar un ensayo de literatura francesa
para la semana que viene, —resopla ella, más aficionada a la literatura
italiana. Me recuerda mucho a Isa, y creo que es otro de los aspectos por los
que me agrada tanto.
—Sí —concuerdo un poco abatida y sin estar preparada para el mareo
que siento de repente—. Uff —me llevo una mano a la cabeza y cruzo la
mirada preocupada de Chloé.
—Oye, ¿estás segura de que puedes hacerlo? En mi opinión, tienes que
recostarte y dormir bien, —me dice posando una mano sobre la mía.
—Ojalá pudiera, pero sabes que tengo que estar en clase, no puedo
perderme ni una lección. Llegué aquí con el curso académico ya iniciado y
los ritmos de estudio son muy ajustados; por lo tanto, tengo que esforzarme
mucho para estar al día.
—Lo entiendo, pero no tienes buen aspecto —insiste.
Un momento después, una oleada de náuseas me pone la piel de gallina.
—Oh Dios, tengo ganas de vomitar.
—¿Pero no estarás embarazada? —se ríe.
—Imposible —respondo un poco más brusca de lo necesario—. Tomo la
píldora y además, bueno, sólo lo he hecho una vez en mi vida.
Afortunadamente, las náuseas pasan sin consecuencias.
—¿Queeé? —exclama Chloé, escupiendo un poco de leche—. ¿Estás
bromeando? Pero, ¿por qué? —me mira como si fuera una criatura extraña.
—Digamos que mi familia es un poco estricta al respecto. Además,
estaba esperando al indicado, pero parece que me equivoqué, porque no lo
era para nada —miento, porque no borraría lo que compartimos por nada
del mundo, pero necesito defender mi corazón.
—Entiendo —asiente pensativa—. Bueno, podemos reanudar nuestra
búsqueda en suelo extranjero, —comenta mientras una sonrisa maliciosa se
dibuja en su rostro—. Nerd literaria, aunque no sólo.
—Claro, como quieras. Dale, vámonos, o llegaremos tarde a clase —
liquido el asunto antes de adentrarme en terreno peligroso.
***
—Trésor, esta noche Jean da una fiesta en su casa. ¿Vamos? Dalee, por
favor —susurra entusiasmada cuando se reúne conmigo en la biblioteca.
Es la quinta vez en quince días que Chloé me propone ir a una fiesta y yo
declino la invitación con excusas cada vez menos plausibles.
El ensayo de literatura francesa.
Las video llamadas a mi hermana a horas imposibles.
El estudio que me impone ritmos alucinantes que respetar.
Las llamadas de mi madre cuando estamos a mitad de la noche.
El estudio.
Y además, bueno, ¿ya he dicho el estudio?
En resumen, mis excusas empiezan a agotarse. De hecho, por esta noche,
no puedo encontrar nada que sea al menos verosímil. Estamos a finales de
noviembre y la carga de trabajo se sitúa en el lado de "mucho, pero
manejable", y los profesores no están adelantando demasiado con los
programas con vistas a las vacaciones de Navidad.
Vacaciones durante las cuales lo más probable es que me quede aquí en
Francia en lugar de volver a San Francisco, aunque todavía no sé cómo
decírselo a mi familia. A mi hermana.
No tengo valor para volver a la ciudad, aún no he encontrado el valor
para enfrentarme a él. Y quizá nunca lo encuentre.
—No lo sé... —le respondo tímidamente a mi amiga, que arquea una ceja
y estoy casi segura de que me va a pillar el bluff.
—Y la excusa de hoy, ¿es?
Justamente.
—No es excusa, ya sabes que aún no estoy en forma —le recuerdo.
De hecho, he perdido peso en la última semana, porque para evitar las
náuseas que me invaden de repente, me he mantenido alejada de las
preparaciones complicadas, prefiriendo las galletas saladas y las tostadas de
queso.
—¿Has vuelto a vomitar? —me pregunta levantando la voz.
—Ssh —la miro mal, recordándole que estamos en un lugar donde el
silencio es obligatorio.
—De cualquier forma, sólo me ha pasado un par de veces esta semana,
debo haber comido algo que me sentó mal —me justifico.
—Bueno, seguro que no comer nada no puede ser la solución, Mari —me
reprende, y siento verdadera preocupación en su voz.
—Lo sé, pero los últimos días me cuesta soportar los olores especiados
de la cafetería, y no tengo tiempo de escaparme de la universidad para
comer fuera.
Me mira fijamente durante un largo instante, suelta un profundo suspiro
y me coge de la mano. —Vamos, realmente creo que es hora de hacer algo.
***
Las líneas van a decidir la dirección de mi vida.
Dos líneas, embarazada.
Una línea, no embarazada.
—Resultado en menos de tres minutos —dice la hoja de instrucciones.
En ciento ochenta segundos, podría tener que cuestionar todo.
O quizás no.
Tal vez se trate de una simple influencia debida al cambio de clima y de
hábitos.
Sí, podría ser simplemente ésta la razón.
Casi dos meses de adaptación me parecen demasiado tiempo, susurra
una vocecita malvada en un rincón de mi mente, pero me niego a
escucharla.
—Entonces... —oigo la voz de Chloé al otro lado de la puerta del cuarto
de baño de la primera planta de la universidad, pero no me atrevo a bajar la
mirada, que mantengo fija en la pared que tengo delante.
En el espejo que refleja mi imagen.
En el soporte del cepillo de dientes.
Ah, la crema dental casi se acaba. Tal vez debería probar la que tiene
blanqueador, tal vez pueda…
—Mari, ¿te has desmayado? —vuelve a intentar Chloé, y me doy cuenta
de que no puedo salir de aquí sin una respuesta.
De hecho tres, ya que cuando me arrastró a la farmacia compramos nada
menos que tres pruebas, sólo para estar seguras. Chloé balbuceó algo sobre
falsos positivos, y no tengo intención de arriesgarme a tal eventualidad.
—Estoy aquí... yo...
—Si no quieres hacerlo sola, abre la puerta.
—No, no, puedo hacerlo. Tengo que hacerlo.
Respiro hondo y me convenzo de que en un momento podré volver a mi
vida, que nada cambiará, porque ¿qué posibilidades hay de que esté
embarazada?
Bajo la mirada e inmediatamente cierro los ojos, con la esperanza de que
cuando vuelva a abrirlos vea algo diferente.
Pero no ocurre.
Los tres resultados que tengo ante mis ojos no mienten. El primero podía
ponerlo en duda, con dos podía desafiar la probabilidad, pero tres de tres es
irrefutable.
Estoy embarazada.
Sólo he tenido sexo una vez en mi vida –aunque durante toda la noche,
superando con creces los diez orgasmos… ¡pero estoy divagando!– y mi
método anticonceptivo decidió traicionarme esa única noche.
Haciendo un cálculo rápido, debería estar alrededor de los dos meses de
embarazo, todavía a tiempo para... ¿qué? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo
hacer?
—Joder —murmuro.
Tomo mi cabeza entre las manos y me gustaría abrírmela en dos para
obtener claridad. Quisiera tener la solución, pero cualquier decisión que yo
tomé tendrá repercusiones drásticas en mi vida.
Resoplo y me paso una mano por el pelo, el nerviosismo es galopante y
sé que la única persona que realmente podría ayudarme a razonar y
entender lo que es correcto hacer es mi hermana Isabella.
Pero, ¿realmente puedo darle a ella también esa responsabilidad? No
reaccionó nada bien cuando se enteró de lo mío con Alex, enterarse de las
consecuencias que tuvo sería aún peor.
De acuerdo, Mari, respira hondo y razona.
Abro la puerta y Chloé sólo necesita una mirada para comprender. Me
envuelve en un abrazo y, durante un momento que parece durar una
eternidad, ninguna de las dos dice nada.
Ella es la primera en romper el silencio. —Todo saldrá bien, Mari.
—¿Cómo es posible que todo salga bien? Mi vida acaba de dar un vuelco
y no tengo ni idea de lo que se supone que debo hacer —respondo, y puedo
percibir claramente la nota de desesperación en mi voz.
—¿Qué quieres hacer?
La miro, pero durante un largo momento me quedo sin palabras. —Yo...
no tengo ni la menor idea. No sé qué hacer, y mi instinto me dice que llame
a mi hermana, pero no puedo. No sé, yo, no sé qué pensar, y mucho menos
qué debo hacer.
—De acuerdo. Primero, respira hondo. Razonemos juntas, verás que será
más fácil, ¿ok? La primera elección fundamental que tendrás que hacer es
decidir si quieres tenerlo o no.
Abro la boca y la vuelvo a cerrar sin encontrar las palabras.
—Ni siquiera sé eso—respondo finalmente, desconsolada.
—¿Tú lo quieres? —me insiste.
Resoplo, luego respiro hondo antes de intentar analizar mi situación
objetivamente. —Tengo dieciocho años, estoy a nueve mil kilómetros de
casa y no tengo ni idea de cómo criar a un niño. Ciertamente, nunca podré
decírselo a su padre. Sería capaz de matarme con sus propias manos
pensando que intenté atraparlo en una relación duradera. Por no mencionar
el hecho de que mi padre me repudiaría por tener un hijo fuera del
matrimonio.
Me quedaría sola, mi bebé y yo, contra el mundo.
En las últimas semanas le he explicado un poco a Chloé cómo funciona
mi familia, sin entrar en detalles, aunque creo que ha entendido mucho más
de lo que aparenta. Y ahora estoy agradecida de poder hablar de todo esto
con ella.
—Es normal que estés asustada, no puedo ni imaginarme cómo debes
sentirte ahora, lejos de casa y de tu familia. Pero sabes que estoy aquí,
puedes contar conmigo.
—Gracias, Chloé. Pero no sé si puedo hacerlo. ¿Cómo puedo cuidar de
otro ser humano si aún estoy aprendiendo a cuidarme a mí misma? ¿Cómo
voy a ser madre si todavía estoy intentando ser mujer?
No tengo la menor idea.
—Entonces, ¿no quieres tenerlo? —me pregunta con más cautela, tanto
en la mirada como en la voz.
—¿Quieres decir si quiero matar a mi hijo? —respondo, y antes de que
pueda contestar continúo—. ¿De verdad puedo pasar por un camino tan
intenso y difícil como el aborto sólo porque no me siento preparada? —
Saco fuera las preguntas que se arremolinan enloquecidas en mi cabeza.
No tengo la menor idea.
—No tienes forzosamente que abortar, también existe la adopción.
—¿Adopción? —repito, un poco aturdida.
—Sí, podrías ponerte en contacto con una agencia de adopción y dejar a
tu bebé con una pareja que no puede tener hijos, y darles la inmensa alegría
de criarlo —me explica con calma, como si yo fuera la niña.
¿En serio encontraría la fuerza para conocer a mi hijo sólo para dejarlo
ir inmediatamente después?
Dios, ayúdame. No tengo ni idea de qué hacer.
Las preguntas en mi cabeza se multiplican, la confusión se apodera de mi
corazón, y no sé qué hacer.
—Tengo tanto miedo, miedo de no ser suficiente, miedo de no
conseguirlo —sollozo y busco de nuevo el abrazo de mi amiga.
—Hey, tranquila. Ya verás que todo se resolverá para bien.
Me separo de su abrazo e intento recuperar el control de mi emotividad,
voy al lavabo donde aún permanecen abandonadas las barritas y me enjuago
la cara. Me seco la cara y me miro en el espejo, buscando en mis ojos las
respuestas que no encuentro en mi cabeza.
—Mira, Mari, no quiero presionarte, pero creo que lo mejor es que te
pongas en contacto con una ginecóloga y pidas una cita.
—¿Por qué? —pregunto, aunque sé que es lo correcto. No podré
encerrarme en casa y fingir que esto no está ocurriendo.
—Bueno, en primer lugar necesitas saber cómo van las cosas, si el bebé
está bien. Y quizá ella pueda darte sugerencias más objetivas y, desde
luego, más profesionales sobre cómo afrontar este proceso. En cualquier
dirección que quieras ir —señala finalmente, lanzándome una mirada
cómplice a través del espejo.
—Tienes razón —suspiro, y una vez más quisiera tener a Isa a mi lado.
Pero yo quería la bicicleta, y ahora me toca pedalear.
Capítulo Diez – Alex

Esa chica es increíble, maldición.


Ni siquiera viene a casa para Navidad y cuando Frank me lo dijo, no
podía creer lo que oía. Y todavía no puedo.
—¿Estás realmente seguro? —vuelvo a preguntarle—, dejando de golpe
mi vaso de bourbon sobre la mesita del Stark. Por suerte, aún es pronto y no
hay mucha gente a nuestro alrededor; así que puedo permitirme relajarme
contra el respaldo del sofá y continuar con el interrogatorio a mi amigo.
—Hermano, no me gusta ser repetitivo —responde glacial, pero sus ojos
azules esconden una chispa de preocupación que nadie notaría porque la
máscara de Frank siempre está bien colocada y es inescrutable. Excepto yo,
que llevo toda una vida interpretando sus gestos, sus miradas, sus palabras
no dichas.
Hay algo que le preocupa, pero no quiere contármelo.
Y eso me inquieta, mucho.
—Entonces explícame, ¿por qué no han insistido? Estoy convencido de
que tú podrías encontrar la manera de convencerla de que volviera, si
realmente lo quisieras.
—¿Pero se puede saber lo que quieres de mí? ¿Crees que puedo sacar a
una ciudadana libre de un Estado extranjero y traerla de vuelta a casa contra
su maldita voluntad y, sobre todo, sin atraer atenciones indeseadas? —
replica y noto su exasperación.
Algo me dice que, de hecho, podría haberlo pensado. Bastante. Pero lo
único que realmente no me queda claro es por qué aún no ha pasado a los
hechos.
—Quiero que esta situación te importe algo, porque pareces más bien
indiferente —suelto enojado, decidido a llegar al fondo del asunto, porque
quiero aclarar esto de una vez por todas.
—Tú, en cambio, me pareces demasiado interesado en el asunto y no me
gustaría verme obligado a preguntarte el motivo. —Me escruta, arqueando
una ceja y sin esforzarse siquiera por disimular su escepticismo.
Mierda, tal vez fui demasiado obvio.
—Es sólo que me parece increíble que ni siquiera vuelva para las
vacaciones de Navidad. En resumen, intento ponerme en el lugar de Isabella
e imagino que no es agradable para ella.
—Tú ocúpate de tus propios asuntos que yo me ocuparé de los de mi
mujer —replica mirándome mal de nuevo, pero entonces resopla y sé que
ha intuido el motivo de mi enfado—. ¿Crees que eso no me cabrea tanto o
más que a ti? —casi me gruñe, antes de terminar su bebida e indicar a la
camarera que traiga una nueva ronda.
—Bueno, entonces haz algo al respecto —repito, odiando con todas mis
fuerzas el matiz suplicante que tiñe mi voz. Ligero, casi inexistente, pero lo
he sentido.
Y si yo lo he hecho yo, no puede no haberlo hecho él.
Me mira fijamente un momento antes de inhalar profundamente. —No es
fácil, maldición. El problema principal es que Isa es una verdadera creyente
del libre albedrío, y aunque está sufriendo mucho por ello, nunca le quitaría
la libertad de decisión a nadie. Y mucho menos a su hermana.
—Eso es una estupidez, —resoplo sardónico—. Mariella lleva tres meses
fuera, ¿es posible que no tenga ningún deseo de volver a casa, de volver a
ver a su familia?
¿De volver a verme a mí??
—Dios, Alex, no lo sé. Cada vez es más escurridiza, reduciendo las
llamadas al mínimo y siempre tan apresurada. —Deja el vaso ahora vacío
sobre la mesita y se pasa una mano por el cabello—. Mierda, tendrías que
ver cómo está Isa, justo ahora que... —se interrumpe bruscamente, pero mis
antenas captaron el temblor en su voz.
La camarera deposita las nuevas bebidas en la mesita, me dedica una
sonrisa seductora que hago como si no viera, y espero a que se eche atrás
para continuar presionándolo. —¿Justo ahora qué?
—Olvídalo —responde, sin mirarme a los ojos.
Sí, claro... que no. —Vete a la mierda, ¿te olvidas de con quién estás
hablando? —le insisto, porque él sabe tan bien como yo que, cuando me
pongo a ello, puedo ser peor que un perro con un hueso, y este desliz suyo
no es más que la confirmación definitiva de que hay algo de lo que no me
está hablando, algo que lo perturba.
—Mira, este no es el momento... —lo intenta de nuevo.
—¿Hablas en serio? ¿Desde cuándo hay cosas de las que no hablamos?
Joder, esto me faltaba, —resoplo, intentando ocultar tras el sarcasmo la
punzada de decepción que me produce esta actitud suya. Siempre lo hemos
compartido todo, desde que éramos niños, nos hemos cubierto las espaldas
mutuamente, y cuando yo no era más que un "hijo de un perro", como
solían burlarse de mí, nuestros compañeros de colegio, él me tendió una
mano y me sacó del abismo en el que me estaba hundiendo.
Pero Frank es mi hermano en todo lo que importa y solo necesita una
mirada para ver más allá de mi máscara de indiferencia.
Suspira con fuerza antes de dirigirme una mirada severa. Esta
información es estrictamente confidencial. Isa quiere que la primera en
saberlo, además de ella y yo, sea precisamente Mariella; así que cierra la
puta boca o te corto la lengua —me amenaza, señalándome con el dedo, con
una mirada que haría huir con el rabo entre las piernas a la mitad de los
hombres que conozco, pero que a mí no me asusta. Sin embargo, me
contengo para no resoplar, poner los ojos en blanco y, sobre todo,
desternillarme de risa.
Él sigue siendo el Boss de la mafia de San Francisco.
Mira a su alrededor con circunspección y respira hondo. —Isa está
embarazada, —dice en voz tan baja que ni siquiera sé cómo he oído la
bomba que ha soltado sin previo aviso.
Me quedo sin palabras, sólo parpadeo, necesito un momento para
reiniciar mis conexiones sinápticas, pero aún no estoy convencido de haber
entendido el significado de lo que ha dicho. Creo que tal vez he bebido
demasiado.
—¿Qué coño has dicho? —pregunto, recalcando cada palabra
lentamente.
—Has oído muy bien. Nadie lo sabe aún y es algo muy reciente. Estamos
en torno a los dos meses, aún no he averiguado cómo funciona el recuento
con las semanas.
—Carajo —murmuro aún atónito, justo antes de tragarme medio vaso de
bourbon.
—Sí —asiente, pasándose una mano por el pelo, ahora desordenado—.
Voy a ser padre y no sé ni por dónde coño empezar.
—No me preguntes —replico incapaz de reprimir la nota de amargura en
mi tono.
Sus ojos se clavan en los míos. —Amigo, no pretendía... —empieza, pero
levanto una mano para interrumpirle.
—Eso es historia antigua, y ni siquiera merece ser recordada. Mejor
dicho, ¿ya sabes si es niño o niña? —cambio de tema al instante.
—Todavía no, creo que es pronto, pero la doctora que atiende a Isa nos
ha asegurado que todo va bien. Tiene programadas revisiones mensuales, y
probablemente para la próxima revisión podremos oír los latidos de su
corazón —responde con una sonrisa de felicidad que creo no haberle visto
nunca.
Al menos no desde que nos hicimos adultos.
Entonces me doy cuenta de algo y se me dibuja una sonrisa de
satisfacción en la comisura de los labios. —¿Me estás diciendo que estoy al
tanto de una información de la que tu madre y la mía no saben nada? Oh,
qué maravilla —me carcajeo divertido.
Esas dos siempre lo saben todo de todo el mundo, pero ay de ti si las
llamas "chismosas", son bastante susceptibles: hace un par de años las llamé
así y, por pura casualidad, a la semana siguiente todas mis camisas blancas
se habían vuelto rosas. Un error de la empleada doméstica, me había
explicado mi madre con una sonrisa digna del Gato de Cheshire.
Frank me reprende con la mirada, pero me doy cuenta de que, a su vez,
está conteniendo una sonrisa pícara. —Asegúrate de ser reservado —señala
de nuevo mientras saca su teléfono, que suena con la llegada de un mensaje.
—A juzgar por la sonrisa traviesa de tu cara, apuesto a que es un mensaje
de tu mujer —le digo, porque sé lo protector que es con Isabella.
Cuando levanta la vista, puedo ver más allá de su máscara por un
momento y no encuentro oscuridad y violencia, como siempre, sino algo
diferente. Y ni siquiera es lujuria ante la idea de echar una buena follada, es
algo diferente, algo... más.
¿Es afecto? ¿Amor?
¿Es así como te sientes cuando tienes una familia?
¿Es así como te sientes cuando puedes confiar en la persona con la que
compartes la cama?
—Sí, es ella, —sonríe orgulloso mientras se bebe lo que queda de la
bebida—. Hermano, me voy a casa. Tú, en cambio, deberías quedarte y
relajarte un poco.
Me da una palmada en la espalda antes de levantarse y marcharse, pero
yo ignoro su invitación. De nuevo.
No puedo creer que mi mejor amigo vaya a ser padre; hace seis meses,
habría sido una blasfemia siquiera contemplar tal eventualidad.
Intento imaginármelo junto a Isabella sosteniendo a una niña de pelo
negro y ojos azules como los suyos, pero me parece una imagen tan extraña,
casi ajena, que cambia de repente.
Y ahora, la niña tiene el pelo rubio muy claro y el hombre que la sostiene
soy yo, y a mi lado está Mariella.
Maldita sea.
Nunca podré permitirme tener un hijo.
Mi nombre está manchado, como mi sangre.
Me borro la imagen de la cabeza y hago señas a la camarera para que me
traiga otra ronda de bourbon, con la esperanza de que calme la creciente sed
de violencia que siento en mi interior.
Sí, creo que voy a quedarme aquí esta noche y aliviar un poco la tensión,
o me arriesgo seriamente a perder el control sobre las malditas ganas que
tengo de tomar el primer avión para traer de vuelta a casa así sea por la
fuerza, si es necesario, a la única mujer que parece capaz de hacerme perder
la cabeza.
Capítulo Once – Mariella

París, junio 2022

Unos labios recorren mi clavícula, haciéndome estremecer y doblar los


dedos de los pies.
—Te he encontrado, nena —me susurra roncamente al oído, un momento
antes de mordisquearme el lóbulo de la oreja.
Su voz, el contacto con su boca y ahora sus dedos rozando mi espalda
provocan un súbito incendio que se extiende desde mi vientre hasta la punta
de mis extremidades.
Mi espalda se adhiere a su pecho esculpido y me derrito contra él, me
acaricia los pechos hinchados y adoloridos antes de empezar a masajearlos
con decidida delicadeza, y siento cómo su erección se convierte en piedra
contra mi trasero.
—Espero que estés preparada, porque voy a hacer que grites mi nombre
el resto de la noche —murmura, justo antes de que una mano roce mi
vientre y dos dedos se abran paso hasta los pliegues de mi sexo, empezando
a masajear mi carne húmeda y caliente.
—Estás mojada por mí, Ella. —Acelera el ritmo y aumenta la presión del
pulgar dibujando círculos perfectos sobre el clítoris necesitado de
atenciones. Dentro y fuera, dentro y fuera.
La habitación es silenciosa y sombría, los únicos sonidos que la llenan
son los de nuestra carne encontrándose y mi placer goteando sobre sus
dedos cada vez más voraces y despiadados.
—Vente sobre mis dedos, déjame sentir cuánto me deseas —me incita, y
la excitación es tan embriagadora que casi se me sube a la cabeza. Su
aliento caliente en mi cuello, sus dientes arañando mi piel suavemente, sus
dedos hundiéndose más rápido dentro de mí, el coño queriendo mantenerlos
prisioneros dentro de él, mi corazón martilleando fuerte en mi pecho, y sé
que estoy cerca. Muy cerca.
Me pellizca el pezón con fuerza, me muerde el cuello y los dedos que
tengo dentro se convierten en tres, y caigo en el precipicio del placer.
Todavía no he vuelto a tierra después de levantar el vuelo en un éxtasis
que me hace sentir ligera y feliz de volver a oír su voz.
—Siempre te encontraré, nena —promete con seriedad—. Y pagarás por
cada puta mentira.
Abro los ojos de par en par, sorprendida y aún excitada, con los dedos
aún hundidos en mi intimidad.
¡Mierda!
He tenido un sueño erótico con el único hombre que no puedo tener y en
el que realmente no debería estar pensando, y aunque no son ni las seis de
la mañana, el sueño hace tiempo que se ha ido.
Aprovecho para darme una ducha tranquila y relajante, con la esperanza
de que aleje todos los pensamientos inapropiados que aún rondan por mi
mente.
Me acaricio el vientre e inmediatamente recibo una patada como saludo.
Normalmente, el dicho "el tiempo vuela" no es más que eso, pero en mi
caso es realmente cierto.
Junio empezó hace un par de días, pero a mí me parece que fue ayer
cuando miraba fijamente las barritas de las pruebas de embarazo y acudía a
la ginecóloga para mi primera revisión, a la que siguieron otras cada mes.
Cuando hablé con la doctora sobre mis dudas, supo explicarme claramente
todas las opciones que tenía, y ni una sola vez me hizo sentir como una
perra cuando decidí que daría a mi niña en adopción.
Sí, llevo en mí vientre a una niña a la que daré a luz en poco menos de
tres semanas, al menos eso dice la fecha estimada del parto, y cuando nazca
tendré que firmar una montaña de papeles para renunciar a todos los
derechos legales sobre ella antes de que sea entregada a una familia que
pueda garantizarle amor y estabilidad.
Nadie deberá saber nunca nada de mi hija. Por eso, con la inestimable
ayuda de Chloé, en cuanto me fue imposible ocultar mi condición, utilicé el
dinero que había ahorrado de las clases de inglés a mis compañeros de
universidad y me mudé a un pequeño apartamento en las afueras.
Espero que sea suficiente precaución para tener algún aviso por si alguien
de San Francisco viniese a buscarme.
Después de ducharme y secarme el pelo, me pongo la ropa más cómoda
que encuentro y me preparo para afrontar una mañana de estudio.
Acabo de terminar de revisar por centésima vez la maleta que llevaré
conmigo al hospital el día del parto cuando suena el interfono y se me
dibuja una sonrisa en los labios. Infaltable, como todas las mañanas.
Desde hace algún tiempo, Chloé se presenta en mi casa poco después de
las ocho con mi desayuno favorito, porque dice que no quiere que me canse
demasiado andando por ahí con este calor, pero sé que lo hace para venir a
ver cómo estoy.
—Buenos días, mamita. ¿Cómo estás hoy? —me pregunta en cuanto le
abro la puerta.
—Igual que ayer —me río.
—Y, al igual que ayer, traigo regalos. —Levanta la bolsa que contiene el
cruasán de chocolate blanco y mi capuchino.
—Ven, entra. Estuve repasando el programa del último examen, ¿ya te
sientes preparada?
—¿No deberías estar descansando? —me responde, mirándome
seriamente.
—En absoluto, la ginecóloga dice que estoy en perfecto estado y que no
hay contraindicaciones para hacer el examen la semana que viene.
—Estás mal de la cabeza, ¿y si das a luz en la facultad? ¿No sería
peligroso para ti y para la bebé?
—Para nada, he leído en internet que cuando se tiene el primer hijo, se
suele pasar la fecha de parto; así que no tendré ningún problema.
—Si tú lo dices. ¿Y cuándo vas a avisar a tu familia?
Decidí decirles a mis padres y a Isa que estaré ocupada con un grupo de
estudio a finales de mes, para poder recuperarme del parto y del estrés
emocional al que estaré sometida. Al menos, ése fue el consejo de Chloé, y
la ginecóloga confirmó que tomarme un tiempo después del parto será
crucial para una recuperación rápida y completa.
—En cuanto tenga el valor —hago una mueca.
Sacude la cabeza y me mira con complicidad. —Cuanto más lo
pospongas, peor será. Deberías salir de eso cuanto antes —me reprende.
Pongo los ojos en blanco, pero no replico, sé que tiene razón. —Dale,
ven. Pongámonos a estudiar.
Le abro paso a la pequeña sala de estar donde he instalado mi rincón de
estudio, ya que evito ir a la biblioteca. Ahora atraigo muchas miradas
curiosas. Y yo sólo quisiera pasar inadvertida.
Después de un par de horas de estudio, necesito estirar las piernas y
beber un poco de agua. —¿Quieres un café? —le pregunto a mi compañera
de estudio.
—Puede ser, gracias. Quédate sentada, yo lo preparo —se ofrece.
—No, no te preocupes, necesito caminar un poco, de lo contrario mis
tobillos se convertirán en dos salchichas —me río, levantándome.
Cuando vuelvo a la mesa, dejo una taza de café humeante delante de mi
amiga, que me dirige una sonrisa de agradecimiento, y vuelvo a mi asiento
con mi agua a temperatura ambiente y arreglo algunos apuntes de un
examen que ya he presentado, mientras organizo mi día mentalmente.
En resumen, estoy buscando pretextos para de no volver al libro que me
espera sobre la mesa.
—¿Qué te pasa? —pregunta Chloé al darse cuenta de mi comportamiento
fuera de lo normal.
—Hemos llegado a Shakespeare —suspiro y ella arquea las cejas—. Para
mí es inevitable acordarme de él y todavía me duele. Es un recuerdo al que
no puedo enfrentarme, porque a pesar de los kilómetros y el tiempo que ha
pasado, lo que siento por él sigue aquí en mi corazón —le explico.
Y a juzgar por las bragas mojadas que tengo, no sólo ahí. Un momento.
Entiendo la excitación de pensar en él, sobre todo después del sueño
caliente de esta mañana, pero esto me parece demasiado, pienso un
momento antes de bajar la mirada y ver un mar de agua derramándose por
el suelo. Maldición, ¿qué demonios está pasando?
Mi cabeza se bloquea y busco a Chloé con la mirada. La encuentro con la
boca abierta mirando el líquido del suelo y, cuando levanta los ojos hacia
los míos, parece que acaba de ver un fantasma.
Todo lo que puedo hacer es sacudir la cabeza.
—Oh, carajo, amiga. Tenemos que llamar inmediatamente a una
ambulancia. No soy una experta, pero diría que acabas de romper fuente.
Por suerte, ella tiene la entereza de ponerse de pie y marcar el número de
emergencias, mientras yo me quedo petrificada sin hablar, sin pestañear
siquiera, y lo único que puedo pensar es: Mierda, supongo que Google no
es un asesor médico confiable.
***
—¿Estás segura de que quieres hacerlo ahora? —me pregunta Chloé sin
poder ocultar del todo su preocupación.
No será fácil, pero se lo debo.
Sé que ella espera mi regreso pronto, pero eso ya no es una opción.
Le romperé el corazón, pero no tengo alternativa.
—No tengo otra elección, Chloé. Llevo semanas esperando y no puedo
aplazarlo más. Estamos a finales de junio, sé que se espera mi regreso para
las vacaciones de verano.
Sin más demora, cojo el teléfono e inicio la llamada.
—¿Mari? —contesta mi hermana al segundo timbrazo.
—Hola Isa, ¿cómo estás? —le pregunto, buscando el coraje para lo que
tengo que decirle.
—Todo bien, gracias. Frank y yo seguimos sin ponernos de acuerdo
sobre el nombre, pero por lo demás todo va genial, ¿y tú? ¿Qué me cuentas?
¿Cuándo vas a terminar los exámenes? ¿Cuándo piensas regresar? —
dispara preguntas en ráfaga, como si tuviera miedo de que yo pudiera
deslizarme entre sus dedos.
No le falta razón; en los últimos tiempos siempre me he mostrado
apresurada al teléfono, por miedo a que se me escapara la verdad y le dijera
lo mucho que la echo de menos y cuánto la necesito. Si hubiera hecho tal
cosa, habría cogido el primer avión a París y adiós a no decirle nada a
nadie.
Me río amargamente ante esa posibilidad. —No te preocupes, hermana,
seguro que al final llegarán un acuerdo, así funcionan las parejas, ¿no? —
Me doy cuenta con pesar de que no he conseguido suprimir por completo la
ironía en mi tono, pero antes de que pueda indagar, continuo—. En fin,
estoy bastante bien. Todavía estoy agobiada estudiando para mis próximos
exámenes y justo te estaba llamando para eso, en realidad —suspiro, porque
aquí estamos. Es el momento de romperle el corazón a mi hermana.
—Te escucho —responde secamente, y me doy cuenta de que ya ha
intuido a dónde quiero llegar.
Aprieto los dientes y suelto lo que tengo que decir. —En las próximas
dos o tres semanas estaré muy ocupada con un grupo de estudio, al que no
puedo de ninguna manera faltar. Creo que no podremos escucharnos por
teléfono, pero intentaré enviarte correos electrónicos más a menudo.
Realmente tengo que terminar este ensayo antes de las vacaciones de
verano y todavía tengo mucho que…
—Mari —me interrumpe, y percibo toda su desilusión como un golpe en
el corazón.
Se me llenan los ojos de lágrimas y sé que se me acaba el tiempo. —Isa,
lo siento, pero realmente me tengo que ir ahora.
—Mari, ¿vas a volver para las vacaciones de verano? —me pregunta
yendo directo al grano, porque mi hermana nunca ha sido de las que le
gustan los rodeos.
No sé qué responder.
—Mari, ¿estás ahí? —me presiona.
Suspiro profundamente y me dispongo a darle el golpe de gracia.
—No, Isa, creo que me quedaré aquí para las vacaciones de verano. París
es maravillosa en esta época del año y algunos de mis compañeros ya me
han sugerido excursiones para hacer por Francia. Es una oportunidad
imperdible —lo digo todo sin pausa, tratando de inyectar alegría a mis
palabras, tratando de darles veracidad. Me temo que he fracasado
miserablemente.
—Lo entiendo —se limita a decir, pero se le quiebra la voz y se me parte
el corazón.
—Isa, por favor, no te pongas así. —A mí también me tiembla la voz.
—¿Así cómo? Te necesito, desde hace meses, pero estás al otro lado del
Océano. Estoy embarazada de casi ocho meses y quería que fueras la
primera en saberlo, pero no volviste para Navidad. Y traté de entenderte, de
comprender la decepción sentimental que estabas sintiendo, porque aunque
no hablemos de ello, sé que has sufrido, y tal vez aún sufres por Alex. Pero
el parto se acerca y me gustaría tenerte cerca. Que estuvieras aquí, que
conocieras a tu sobrino. Joder, te necesito.
Su desesperación me lacera como una cuchilla en el corazón —Me
gustaría contártelo todo, Isa, pero aún no puedo. Necesito tiempo, lo siento,
quiero estar cerca de ti, pero no puedo. Simplemente, no puedo. Te quiero
—sollozo, y mi tiempo se acabó. Si me quedaba en la línea, le diría toda la
verdad, pero no puedo hacerlo.
Cuelgo sin despedirme.
Un momento después, Chloé me estrecha entre sus brazos.
—Me va a odiar —farfullo entre lágrimas.
—Imposible. Tu hermana te quiere y haría cualquier cosa por ti. Cuando
estés preparada, se lo contarás todo y estoy segura de que encontrará la
manera de estar a tu lado —intenta consolarme.
Me aparto de su abrazo para intentar serenarme. —No puedo decirle la
verdad —le respondo, consciente de que efectivamente es así.
—Mari —suspira mi amiga—. Has decidido quedarte con Alexis. Esto
significa que, tarde o temprano, tendrás que enfrentarte a tu familia. ¿O
pretendes no volver a ver a ninguno de ellos?
Desvío la mirada hacia mi pequeña por un momento y pienso en cuando
nació y la pusieron sobre mi pecho. En ese momento, algo sucedió.
Oí su primer llanto, inhalé su olor, toqué su piel, y ella se lo llevó todo.
Mi corazón.
Mi alma.
Y en ese mismo momento, supe que nunca podría dejarla.
Puede que no sea la mejor de las madres. Y es probable que no pueda
garantizarle una vida perfecta, sobre todo sin contar con la ayuda de mi
familia. Pero me esforzaré por ser una buena madre. Me esforzaré cada día
para hacer feliz a Alexis.
Incluso ponerle un nombre tan parecido al de su padre era una apuesta
arriesgada, pero cuando vi su pelo negro azabache y el adorable mohín que
ponía cuando la sacaban de mi pecho para las revisiones rutinarias, me
quedó claro que es una fotocopia en miniatura de él.
Y como lo es para mí, lo sería para cualquiera que conozca a Alex. Así
que nunca podría mostrársela a mi familia sin revelar mi secreto. Si él
llegara a verla algún día, sabría sin la menor duda que es suya.
—Tendré que inventarme algo, Chloé —respondo finalmente a su
pregunta—. Pero realmente no sé qué. Mi familia sabría a primera vista
quién es su padre, y la verdad no creo que mi padre estaría tan dispuesto a
amarla a pesar de haber nacido fuera del matrimonio —suspiro.
—Dios, me sigue pareciendo una visión tan arcaica —resopla mi amiga,
pero ella no sabe cómo funcionan las cosas en nuestro ambiente. Lo menos
que podría resultar es una boda por compromiso, pero eso no es lo que
quiero.
—Si papá la viera, obligaría a Alex a casarse conmigo —le explico con
amargura.
—¿Y eso sería malo?
—¿No es obvio?
—Pues, sinceramente, me parece que sigues sintiendo algo por él —
replica ella, bajando un poco el tono de voz, como si tuviera miedo de mi
reacción.
—Es verdad —lo admito, porque no tiene sentido seguir negándolo—.
Pero obligarlo a casarse estaría realmente mal. Además, sé que ni siquiera
sería necesario porque su honor le obligaría a responder por sentido del
deber —recupero el aliento, intentando expresar con palabras lo que siento
—. Verás, me gustaría que me eligiera por mí... y por ninguna otra razón.
Oh Dios, ni siquiera sé si lo que estoy diciendo tiene sentido.
Chloé me sonríe comprensiva antes de volver a abrazarme. —Eso tiene
mucho sentido. Y espero de todo corazón que, tarde o temprano, tu cuento
de hadas se haga realidad —intenta animarme.
—Oh, pero si Alex se enterara, sería más bien el inicio de la peor
pesadilla de mi vida en vez de un cuento de hadas.
Capítulo Doce – Alex

San Francisco, junio 2022

—Oye, vagabundo —se burla Nando, dándome un empujón e


intercambiando una risotada con otros dos chicos de mi edad.
Me obligo a mantener la calma, el Boss Mancuso me dijo que
mantuviera un perfil bajo, pero no siempre es fácil.
Lo ignoro y sigo mi camino, pronto empezarán las clases y quiero
empezar mi segundo año de instituto sin problemas.
Sin embargo, parece que mis compañeros de clase piensan de modo
diferente. Alguien me empuja por detrás, los demás se ríen divertidos,
respiro hondo y recupero el equilibrio.
No reacciono.
—¿Qué pasa, vagabundo? ¿No te gusta tu nuevo apodo? En realidad,
hijo de perro sería más apropiado, ¿no? ¿Es posible que en casa de los
Esposito no tengan ni una pizca de dignidad? Deberían ser exiliados de
una puta vez, no eres digno de quedarte ni de convertirte en un Hombre de
Honor.
Cada una de sus palabras destila desprecio y lo peor es que creo que
tiene algo de razón.
—Déjalo en paz, Nando, es el favorito del Boss —se ríe otro cuyo
nombre ni siquiera sé.
Eres un vagabundo sin pelotas, Esposito. Tu padre es un asesino traidor
y tú deberías pagar por sus crímenes. Jódete, el Boss debería colgarte y
echar a tu madre a patadas en el trasero, lo apoya otro.
Mi cerebro se descontrola y lo siguiente que sé es que estoy cara a cara
con un chico que puede que tenga mi edad, pero al que supero en al menos
cinco centímetros de altura.
—No menciones a mi madre —le siseo en la cara—. Digan lo que
quieran de mí —continúo, desviando la mirada hacia la manada de cinco
cretinos que piensan que pueden atormentarme—, pero si se atreven a
hablar mal de mi madre, los mato.
El Boss Mancuso nos está enseñando a Frank y a mí a jugar al póquer
porque dice que nos será útil en el futuro. También dice que el truco está en
leer a la gente que tenemos delante.
Lo que veo ahora en algunos es temor por mi repentina reacción, en la
mirada del chico que tengo delante destella el miedo, pero en los ojos de
Nando veo brillar el desafío, y ya sé que no acabará bien.
Cuando veo que en su boca asoma una mueca cruel, los músculos de mi
cuerpo se tensan y ya estoy listo para estallar. —¿Esa pobre desgraciada
cornuda que...? El resto de su pregunta se pierde cuando le rodeo la
garganta con una mano y aprieto.
Qué sensación tan jodidamente divina.
Descargo en ese apretón la rabia, la tristeza y la decepción que fluyen
dentro de mí, y cuando veo que abre los ojos de tal manera que parece que
se le van a salir de las órbitas, siento una descarga de adrenalina que
nunca antes había sentido y que empieza en la base de la espalda y me
llega hasta la punta de los dedos.
—Demasiadas cámaras y demasiados testigos que resolver, amigo. —La
voz de Frank llega con calma detrás de mí y no me sorprende su análisis de
la situación. Es un año mayor que yo, pero ya es un puto maniático del
control y no me atrevo ni siquiera a imaginar en lo que se convertirá de
adulto.
Suelto mi agarre sobre Nando, que entretanto ha adquirido una tez
violácea, y me volteo para saludar a mi mejor amigo.
—Vámonos —murmuro en voz baja antes de dirigirme hacia la entrada.
Frank, sin embargo, tiene otros planes. —Si vuelvo a oír una palabra
poco amable sobre la señora Esposito —dice de hecho—, me aseguraré de
señalarle a Alex todos los puntos ciegos de las cámaras de esta escuela, y
confíen en mí, hay bastantes.
Devuelvo la mirada al vaso de bourbon que tengo delante y bebo un
sorbo generoso para ahuyentar lo que queda de esos molestos recuerdos.
Al menos después de ese día, nadie volvió a hablar de mi madre. Sobre
mí, por otro lado…
Necesito un momento para recuperar la calma y me concentro en lo
único que va como debe ir en mi vida: la inauguración de Piccolo Amore
está muy cerca y no puedo negar que estoy orgulloso de este logro. Llevo
ocupándome del proyecto desde sus inicios y ahora que tengo delante el
plan de apertura, casi no parece real.
Los estudios de mercado que Frank ha realizado minuciosamente son
muy positivos y prometen grandes resultados desde el primer semestre de
actividad.
Al final, encontré un rastro de pelotas y ahogué ese soplo de
romanticismo que se me había encendido en el estómago cuando había
propuesto Mid Market por su proximidad a la Biblioteca Pública, y en su
lugar optamos por el exclusivo barrio de Nob Hill, para satisfacción de
Frank.
El restaurante será propiedad de la organización, pero yo lo dirigiré y
tomaré las decisiones de dirección.
Espero que el compromiso que de ello se derive me ayude a mantener mi
energía bajo control.
Sí, porque debo tener un excedente desde el momento en que estuve a
punto de eliminar al Tesorero cuando, durante una de las inspecciones, soltó
algo sobre su futura relación con el Boss. Al parecer, el imbécil está
convencido de que su hijo Armando se casará con Mariella dentro de un par
de años. Hubiera querido explotar y reírme en su cara o romperle el cráneo
contra el suelo, pero tuve que esbozar una sonrisa de cortesía sin expresar
mi opinión al respecto.
Primero tendrá que pasar sobre mi cadáver.
Sé que no tengo ningún derecho sobre ella, y que nunca podrá ser mía en
ese sentido, pero joder que no voy a verla dar un paso así con nadie. Ni
dentro ni fuera de la organización.
¿Qué implica todo esto?
No es una pregunta que pretenda responder.
Lo único que sé por el momento es que, últimamente, el nivel de mis
ganas de matar a alguien ha aumentado mucho, y con el embarazo de
Isabella llegando a su fin, Frank también está cada vez más nervioso y pasa
mucho tiempo en casa para asegurarse de que nada le suceda a su mujer.
Esos cabrones de los Ghosts han dejado una marca en ambos y aunque
nuestras investigaciones internas se han suavizado –desde el momento en
que no hemos vuelto a saber nada de ellos y nuestro tráfico se ha reanudado
a toda velocidad sin más contratiempos–, el hecho de que "una mujer" de la
organización colaborara presuntamente con ellos es un detalle que no
olvido.
No me cabe duda de que en cuanto Isabella haya dado a luz, Frank se
calmará y reanudaremos nuestra investigación a fondo.
Cuando mi teléfono empieza a sonar, mi mirada se dirige al reloj y me
doy cuenta de que ni siquiera son las ocho de la mañana.... Debe ser
importante o condenadamente urgente. Lo confirmo cuando veo el nombre
de Frank en la pantalla y un rincón de mi cerebro reza para que no sea el
niño.
—¿Qué está pasando? ¿Echabas mucho de menos el sonido de mi voz?
—empiezo, disimulando la preocupación con mi habitual sarcasmo.
—Prepárate, tienes que ir a París —ordena brusca y tajantemente.
—¿Qué coño has dicho? ¿Puedo ir a buscarla? —pregunto asombrado
mientras mi cerebro procesa el significado de sus palabras. Volveré a verla
antes de lo que imaginaba.
—Y acuérdate de mantener las manos quietas, ya sabes cuáles serían las
consecuencias —apaga rápidamente mi entusiasmo.
En parte.
—Entendido —cuelgo sin despedirme y me pongo en pie a toda
velocidad lleno de energía. Un subidón de adrenalina me invade mientras
preparo una bolsa ligera con un par de mudas y me apresuro a coger el
automóvil, tecleando furiosamente en mi teléfono para reservar el primer
vuelo disponible.
Estoy llegando, nena.
***
Menos de cuarenta y ocho horas después estoy en la capital francesa y
me he tardado muy poco en darme cuenta de que algo está mal.
En efecto, nada más aterrizar, me dirigí directamente al apartamento en
las inmediaciones del Museo del Louvre que el Boss había alquilado para
Mariella, pero lo encontré vacío y, según una vecina, lleva así desde hace
unos meses.
Extraño, esta es la dirección que Frank me ha dado; por lo tanto, él no
tiene conocimiento de este cambio.
Por si fuera poco, esta mañana me he levantado temprano, a pesar del jet
lag que me está provocando un dolor de cabeza espantoso, y he venido a la
universidad a hablar con una tal Madame Dubois, la jefa de la secretaría de
enseñanza, para que me diera su horario de clases. Parece, sin embargo, que
Mariella ha estado acumulando muchas ausencias últimamente, y que
durante el último semestre cambió dos cursos de asistencia obligatoria por
dos cursos para cursar en línea. Bastante extraño.
Completa el cuadro de rarezas el detalle de que Mariella ha optado por
asistir sólo a un curso de verano, del que debe examinarse dentro de poco
más de una semana, porque al parecer ha anulado su reserva previa para la
sesión de principios de junio. Entonces, ¿por qué carajo, según lo que me
dijo Frank antes de abordar el avión, Mariella le dijo a su hermana que
estaría ocupada con un grupo de estudio durante las próximas dos
semanas?
Pero no puedo detenerme demasiado en esta pregunta, porque siento que
un escalofrío me recorre la espalda y me doy cuenta de que debe de estar
cerca. Me doy la vuelta y sólo tardo un momento en encontrarme con los
ojos más bonitos que he visto nunca, pero mientras un estremecimiento de
ira florece en mi interior al encontrarla después de que me haya abandonado
sin miramientos, el miedo aflora en sus ojos. En su mirada destella un terror
visceral, como si temiera que pudiera hacerle daño. ¿Qué coño está
pasando?
Ni siquiera he dado un paso, cuando ella gira sobre sus talones y se va sin
mirar atrás. Doy rápidamente las gracias a la empleada de la universidad y
la sigo. Cuando salgo, Mariella no aparece por ninguna parte, pero eso no
me preocupa.
Sin duda, no he llegado hasta aquí para dejarme desanimar por un intento
de fuga inútil. Saco el teléfono del bolsillo y recorro los contactos hasta
encontrar el número del genio informático más hábil que conozco e inicio la
llamada.
—Amigo, ¿sabes qué puta hora es? —responde Romeo y yo abro los ojos
como platos ante su inusual improperio. Le echo un vistazo a mi reloj y, con
un rápido cálculo, me doy cuenta de que son casi las dos de la madrugada
en Seattle. Contengo una carcajada que no ayudaría a mi causa y voy
directo al grano.
—Lo siento, amigo, no te habría llamado si no fuera urgente.
—¿Qué necesitas? —pregunta brusco, entrando inmediatamente en modo
de negocios.
—Necesito una dirección. Tienes que rastrear el teléfono de Mariella
Rizzo —digo tratando de mantener un tono neutral, que no deje filtrar nada
menos que la máxima profesionalidad.
—Alex... —él suspira y sé lo que está pensando.
Estoy aquí por orden del Boss. Tengo que llevar a Mariella a casa, no hay
más —concluyo bruscamente, pero la mentira en mis últimas palabras
resuena claramente en mis oídos. Sólo puedo esperar que él no se dé cuenta.
—Mariella utiliza un teléfono de la organización con el GPS desactivado.
Llevará tiempo reactivarlo a distancia.
—No tengo tiempo —replico exasperado, y luego se me ocurre una idea
—. Si te enviase la lista de inicio de sesión de un curso en línea, ¿podrías
averiguar así desde dónde se conecta su ordenador?
—Se puede hacer, envíame esa lista y tendrás tu dirección en unos
minutos. Pero, si se conecta desde un punto de Internet, resultará ser un
callejón sin salida. Y, amigo, ten cuidado —concluye lapidario—, porque ni
siquiera él se tragó mis estupideces.
No pasan más de cinco minutos entre que vuelvo a entrar para conseguir
esa lista, aprovechando las cuantiosas donaciones que el Sr. Mancuso envía
regularmente, y mandársela a Romeo, pero a mí me parece una eternidad y
el nerviosismo me revuelve el estómago.
No tengo la más mínima idea de por qué intentó perder su rastro, pero
tengo mucha curiosidad por averiguarlo. No nos andemos con rodeos: de
eso se trata. Esa chica tendrá que dar muchas explicaciones. Es decir, tendrá
que dárselas a su hermana y a su familia.
Es precisamente su actitud hacia Isabella lo que más me asombra. Al fin
y al cabo, las dos siempre han sido inseparables y tan leales la una a la otra
que, en cierto modo, me recuerdan mi relación con Frank. Y ahora que
Isabella está a punto de dar a luz, y realmente necesita ese tipo de apoyo, su
hermana sigue estando ausente. Algo no cuadra.
Un momento después, el timbre de mi teléfono por la llegada de un
mensaje calma mi inquietud y una sonrisa se dibuja en mi boca.

Romeo: 1 Rue Yvonne, 92340 Bourg-la-Reine. Me debes un favor.


Alex: Cuando quieras, amigo. Gracias.

Recojo el automóvil de alquiler e introduzco la dirección en el GPS del


ordenador de a bordo. Enseguida me doy cuenta de que se ha alejado del
centro, casi parece estar en las afueras.
Aparto a un rincón todas las preguntas que continúan amontonándose en
mi mente y salgo a toda velocidad hacia mi destino.
Vengo a buscarte, nena.
SEGUNDA PARTE
Capítulo Trece – Alex

Después de más de media hora de viaje, estaciono el automóvil no muy


lejos de la dirección que Romeo me envió y, como mínimo, me quedo
perplejo cuando me encuentro frente a un pequeño bloque de pisos de dos
plantas con una valla de madera pintada de blanco. ¿Por qué una joven
estudiante debería elegir vivir aquí en vez de en el lujoso loft que Frank
había alquilado para ella?
Permanezco al acecho unos veinte minutos para comprobar los
alrededores y evaluar la zona. No hay cámaras ni seguridad alrededor. Me
estremezco sólo de pensar en ella volviendo de una velada con amigos en
un lugar tan aislado.
Estoy a punto de salir del vehículo de alquiler cuando suena mi teléfono
y estoy tentado a dejarlo sonar. Me imagino que es Frank pidiéndome una
actualización, pero he estado evitando enviarle mensajes de texto durante
un par de días porque primero quiero llegar al fondo de toda esta situación.
Sin embargo, cuando veo el nombre de Leonardo en la pantalla, frunzo el
ceño. Son casi las tres de la mañana en Los Ángeles y debe ser urgente.
—Esposito —respondo sin más demora.
—Eh, amigo, ¿cómo estás? ¿Estás por aquí?
—En realidad, estoy en Europa.
—Jodeeeer, lo has conseguido, amigo. Me preguntaba cuándo ibas a ir a
buscarla —se burla.
—No, Leo, lo has entendido todo mal. Estoy aquí por orden de Frank.
—Sí, me imagino. Bueno, ¿ya le has dado otro mordisco a tu golosina?
Me aprieto el puente de la nariz y suspiro profundamente. Sólo está
intentando provocarme. No, y no tengo intención de hacerlo, pero ¿hay una
razón para esta llamada de madrugada?
—Ah, sí, claro —se aclara la garganta antes de adoptar un tono más
formal y yo me dispongo a interpretar lo que va a decirme—. Según parece
hay mucho más movimiento en la frontera mexicana en las últimas semanas
y a mi viejo le gustaría venir de viaje a San Francisco para hablar con sus
viejos amigos.
Mierda, el Boss de LA quiere organizar una reunión con Frank y Romeo,
y yo estoy al otro lado del Océano Atlántico.
—De acuerdo, eso se puede arreglar sin problemas. Debería estar en casa
mañana por la tarde si todo va como debería. ¿Dentro de tres días estaría
bien?
—Genial, se lo diré a mi padre. Buen viaje, tortolitos. —Cuelga sin
darme la oportunidad de mandarlo a la mierda.
Vuelvo a centrar mi atención en la carretera y, tras mirar a mi alrededor,
salgo del auto y me apresuro hacia la puerta principal. Abrirla es un juego
de niños, y si no tuviera ya demasiadas cosas por las que reprenderla, juro
que le echaría la bronca sólo por esto.
Hago un rápido recorrido por el edificio y cuando me doy cuenta de que
tanto la entrada como el garaje están en la parte delantera del edificio, estoy
casi seguro de que no tiene escapatoria. No logrará huir de nuevo.
Llego a la puerta y a duras penas contengo el instinto de forzarla
también, pero quiero tratar de comportarme e intentar que coopere; así que
golpeo con fuerza.
Silencio.
Vuelvo a llamar, pero no oigo nada.
¿Será posible que se haya ido a otra parte y no haya vuelto a casa?
Empiezo a pensar que ha sido solo el enésimo tentativo inútil, cuando
oigo un ligero ruido al otro lado de la puerta.
Está aquí.
—Sé que estás ahí, Ella. Abre la maldita puerta o, juro por Dios, que no
dudaré en echarla abajo.
—Vete, Alex. No tengo nada que decirte.
—No hay necesidad de que hablemos, pero estoy aquí para cumplir las
órdenes del Boss. Y sabes muy bien que lo haré, de una forma u otra.
—¿Y cuáles serían esas órdenes? —pregunta titubeante.
—Abre la puerta y estaré encantado de informarte —la provoco.
—Alex... —refunfuña.
—Debes volver a casa —la complazco.
Que no se diga que no estoy dispuesto a colaborar.
—Ya le he explicado a Isa que no puedo volver a casa, tengo
compromisos que cumplir. En cuanto pueda, reservaré el primer vuelo
disponible —dice, pero el temblor de su voz la delata y me doy cuenta de
que sólo me está contando más mentiras.
—Sé que mientes, he hablado con los responsables de tu programa
universitario. Déjate de tonterías, o abres por tu propia voluntad o me
encargo yo. Esta es la última advertencia que estoy dispuesto a darte.
—Suspira tan fuerte que puedo oírla desde aquí. Cuando, un momento
después, se abre la puerta, y ella parece un cachorro asustado, y si no
estuviera tan cabreado, quizá la abrazaría para tranquilizarla.
Ahora, sin embargo, lo que más me importa es entender por qué hizo
todo lo posible para que la organización le perdiera la pista, como si no
quisiera que la encontráramos. ¿O quizás que yo la encontrara?
Sin embargo, ella es la que huyó sin afrontar lo que pasó entre nosotros,
la que me apartó de su vida como si lo que pasó entre nosotros la noche de
su decimoctavo cumpleaños no fuera gran cosa, un pequeño incidente en el
camino, de poca importancia.
¿Será posible que sólo en mí haya tenido un efecto muy diferente?
No se aparta ni me invita a entrar, pero he llegado demasiado lejos para
que me detengan los buenos modales. Sin ninguna formalidad, me meto en
su casa. La rozo sin querer y mi polla se pone firme al instante por ese
contacto involuntario.
Quieta ahí, este no es el mejor momento.
Vuelvo a prestar atención al ambiente que me rodea y frunzo el ceño.
Ante mis ojos tengo la descarada confirmación de que el lujoso loft
alquilado por Frank ha sido sustituido por un modesto agujero con una
pequeña cocina abierta, un cuarto de baño tan pequeño que ni siquiera tiene
bañera y lo que imagino que es el dormitorio tras la única puerta cerrada.
—¿Por qué diablos vives aquí?
Miro a mi alrededor en busca de indicios, pero no encuentro nada útil que
pueda revelarme sus secretos, porque a estas alturas estoy seguro de que la
chica que tengo delante oculta algo.
Aún no ha dicho ni una palabra, pero su mirada es diferente de la última
vez que me perdí en ella.
Parece diferente, más madura, más consciente, más mujer.
Sin embargo, en el fondo de esos ojos verdes, sigo vislumbrando aún a
mi nena ligeramente desorientada.
—¿Y bien? —pregunto, incapaz de contener mi curiosidad.
Ella no responde, sigue mirando a su alrededor de forma frenética, como
si buscara una vía de escape.
—Ni se te ocurra huir, porque volvería a encontrarte. Una y otra vez —le
advierto, por si acaso.
—Este es mi hogar, nunca me escaparía. Más bien te echaría a ti a
patadas —responde finalmente.
—¡Entonces todavía hablas! Empezaba a temer que hubieras perdido el
uso del habla.
Resopla, pero no comenta nada.
—Debes hacer las maletas, el Boss requiere tu presencia en San
Francisco —repito impasible.
—No hago nada de nada, ahora vivo aquí. No tengo intención de volver
—replica ella—, enderezando la espalda, pero es una batalla que no puede
ganar.
Oh, nena, ¿de verdad quieres enfrentarte a mí?
—¿Te ha parecido una pregunta? Bueno, nena, no lo era en absoluto.
—No me llames así —replica con dureza, pero le tiembla un poco la voz.
—Te llamo como quiero, nena. Ahora date prisa, no tengo todo el día y
ya vamos retrasados con el cronograma.
—Quizá no me he explicado lo bastante bien, Duque —subraya mi apodo
y suelto el aire entre los dientes.
Me irrita sobremanera que me llame así. Ni siquiera sé por qué. Quizá
porque, con ella, siempre he sido yo mismo, nada más. Tal vez porque, ese
apodo pone una distancia entre nosotros que me niego a reconocer.
—Me quedo aquí. Quizá no te llegó el memorándum: ya soy mayor de
edad —insiste.
—Créeme, recuerdo muy bien la noche en que alcanzaste la mayoría de
edad. ¿Y tú? —la provoco y contengo una sonrisa de satisfacción al verla
estremecerse.
—Así que, ya sabes que la mayoría de edad me otorga la capacidad de
hacer lo que me plazca, ahora soy una persona independiente —elude
totalmente la indirecta sobre la noche de su decimoctavo cumpleaños, pero
es evidente en el rubor que sube desde su cuello hasta sus mejillas que no le
soy tan indiferente como quiere hacerme creer.
—¿Independiente? —suelto una risita—. Sin Frank, tú no estarías aquí,
lo sabes, ¿verdad?, —pregunto sin poder evitar una pizca de acritud en mi
tono.
—Soy consciente de ello y nunca podré agradecérselo lo suficiente. Pero,
como puedes ver, he encontrado mi propio alojamiento y ya no me
aprovecho de la suma que ha puesto a mi disposición y le devolveré todo en
cuanto pueda —me explica y no puedo evitar que una oleada de orgullo
florezca en mi pecho porque mi nena ha crecido de verdad. Pero la suprimo
rápidamente; después de todo, tengo órdenes que ejecutar.
—Sin embargo, no tienes más que una opción: empaquetar tus cosas con
calma y ordenadamente o puedo encargarme yo metiéndolo todo de manera
desordenada dentro de un par de maletas, ¿qué te parece? —Echo un
vistazo a mi entorno, pero lo encuentro extrañamente estéril, todo
perfectamente ordenado, pero sin fotos ni adornos que den a la casa un
toque personal. Contengo el impulso de abrir las puertas de los muebles
para comprobar que realmente vive en esta casa y vuelvo a mirarla a ella,
que sigue sin hablar—. Bueno, me parece que no hay mucho que empacar.
Mejor así, tardaremos sólo unos minutos —la provoco.
Cuando insiste en la táctica del silencio, decido hacerlo a mi manera. Me
doy la vuelta y camino hacia lo que supongo que es el dormitorio.
—¿Qué haces? Detente —me ordena, pero con una inesperada nota de
desesperación, que hace que se me ericen los pelos del cuello y los brazos.
Un escalofrío helado me tensa la espalda y me doy cuenta de que las
cosas están a punto de ponerse muy feas.
¿Y si éste es el gran secreto que ha estado ocultando durante meses? ¿Y
si hubiera un hombre en su cama? Mierda, seguro que lo mataría.
Y luego tendría que limpiar la escena y volver a California sin que me
atrapara la Interpol o Frank me daría una patada en el trasero.
Dejando a un lado su débil intento de interponerse entre la puerta y yo, la
empujo con furia y siento cómo la adrenalina tensa cada músculo de mi
cuerpo mientras me preparo para el combate.
Y es justo aquí, en este preciso instante, cuando mis oídos captan un
sonido totalmente fuera de contexto, un estruendo tan profundo que por un
momento me aturde, inmovilizándome en el acto.
Es en este momento cuando comprendo todo lo que no tenía claro.
Finalmente, todas las preguntas que se habían ido amontonando en mi
cabeza durante estos meses encuentran una respuesta clara e irrefutable.
Sí, porque, en este preciso momento, podrían dispararme en el centro del
pecho y ni siquiera me daría cuenta.
Porque lo único que llena mis oídos, y mi cerebro, es el llanto de un
recién nacido.
Capítulo Catorce – Mariella

San Francisco, junio 2022

Cuando llaman a la puerta, mi corazón se llena de esperanza de que sea


Isa que quiere hablar, pero cuando la cabeza de Loretta asoma por la puerta
un momento después, el corazón se me hunde en el estómago por la
desilusión.
—¿Puedo pasar? —pregunta cortésmente la empleada doméstica del
matrimonio Mancuso—. Es una dama de modales siempre tan amables, y es
la única que me ha dedicado una sonrisa de ánimo desde que llegue aquí
anoche con mi niña, de manera inesperada.
—Claro que sí.
—Pensé que tendrías un poco de hambre. Debes comer regularmente y
beber mucho. Tu cuerpo está sometido a mucho estrés durante la lactancia
—me explica mientras coloca una bandeja llena de fruta fresca y almendras
peladas en la mesita junto al televisor.
Esta mujer es realmente amable y me ha visto dos veces en su vida.
Sin motivo aparente, se me llenan los ojos de lágrimas y me veo obligada
a resoplar. Miro a mi bebé, que duerme plácidamente en su cuna junto a mi
cama.
—Oh, pequeña. No quería hacerte llorar —dice acercándose a mí.
—No es culpa tuya. Es sólo que ya no estoy acostumbrada a toda esta
atención, y entonces... no sé, tal vez sean las hormonas —sollozo, mientras
me pasa un brazo por los hombros y me acerca a ella como si fuera una tía y
yo una niña asustada.
—Todo saldrá bien —intenta tranquilizarme, pero tengo serias dudas al
respecto.
—No lo creo en absoluto. Mis padres aún no saben que he vuelto a casa y
cuando se enteren será el fin del mundo, y mi hermana, que siempre ha sido
mi aliada contra el mundo, ni siquiera puede mirarme a la cara. —Las
lágrimas surcan ahora mis mejillas sin control.
Anoche, cuando llegamos a casa de Frank e Isa tras un vuelo de unas
doce horas, a ambos les bastó una mirada a la bebé que Alex llevaba en el
portabebés para darse cuenta de todo. Mi hermana me lanzó una larga
mirada llena de desilusión y se marchó. Ni una palabra, ni una caricia a mi
niña. Nada de nada. Y hubiera preferido mil veces que me gritara a este
silencio hostil.
Loretta suspira profundamente y me aprieta un poco más antes de hablar.
—Mariella, ahora eres una mujer joven y estoy convencida de que, lejos de
casa y de tus seres queridos, has tenido que crecer más rápido de cuanto
esperabas. —Me mira de reojo antes de continuar—: Sin embargo, debes
comprender que tus actos, pero también tus palabras, tienen el poder de
crear, herir o incluso destruir a quienes nos rodean. Y cuanto más cerca
estén de nosotros, cuanto más se preocupen por nosotros, más fuerte será
ese poder sobre ellos, y tendrá repercusiones. Dale tiempo a tu hermana,
deja que se adapte a esta nueva realidad y a la nueva tú. —Loretta me
observa, quizá midiendo mi reacción, pero mentiría si dijera que estoy
totalmente de acuerdo con lo que dice.
—Tal vez tengas razón, pero Isa es una roca, nadie puede herirla ni
destruirla. En realidad, creo que está más desilusionada por mi
comportamiento, por haber dejado que una noche con Alex tuviera
consecuencias tan importantes y definitivas. No se puede volver atrás y
fingir que nunca ocurrió. Y cuando le diga que no volvería atrás, que no
cambiaría a mi niña por nada del mundo, se sentirá aún más desilusionada
—respondo con amargura, porque la decepción que he leído en sus ojos no
es nada comparada con la que tendré que afrontar con mis padres.
Loretta me escruta todavía por un momento, antes de levantarse y
dirigirse a la puerta. Mientras gira la manilla, me mira por encima del
hombro y me sonríe. —Eres una chica lista, Mariella, pero no dejes que el
miedo al juicio ajeno nuble tu visión objetiva de lo que realmente piensan
los que te rodean —dice enigmática antes de marcharse y dejarme un poco
aturdida.
¿Qué quería decir?
Lo único que sé es que tengo que hablar con mi hermana, y aunque a una
parte de mí nada le gustaría más que quedarse encerrada en esta habitación
llena de comodidades y cosas ricas para comer, sé que tengo que
encontrarla y aclarar de manera definitiva, o casi, esta situación, antes de
que degenere ulteriormente. Echo un último vistazo a la pequeña Lexie, la
acaricio rápidamente, acomodo las sábanas de algodón a su alrededor y
enciendo el monitor de bebé.
—Mamá regresa pronto con la leche, pequeñita —murmuro suavemente.
Mi primer intento es la cocina: cuando estaba en el tercer trimestre de
embarazo, tenía un hambre crónica, y me pasaba la mayor parte del día
entre la nevera y la despensa, aun si después me saciaba en cuanto picaba
algo; contengo una sonrisa de satisfacción cuando me doy cuenta de que he
dado en el blanco.
Isabella está concentrada en prepararse un té, y teniendo en cuenta que
cuando mi hermana está nerviosa se le cierra el estómago, supongo que esa
es la medida de su descontento conmigo.
—Hola —empiezo un poco vacilante al entrar en la cocina y percibo
cómo toda mi timidez se estrella sobre mí. Rechazo la sensación con todas
mis fuerzas, pues nunca me he sentido incómoda con mi hermana, y no voy
a empezar ahora.
Isa levanta la vista un momento, algo brilla en su mirada cuando se
encuentra con la mía, pero no tengo tiempo de identificarlo antes de que la
aparte para devolverla a su taza humeante.
—Espero que tengas todo lo que necesitas en tu habitación; si te falta
algo, puedes pedírselo a Loretta sin ningún problema. Además, sabes que
puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, nadie te presionará —la
voz casi robótica de mi hermana me parte el corazón. Mira a todas partes
menos a mí.
Es probable que la disguste hasta el punto de que incluso le cueste
mirarme.
Por desgracia, la suya no es una rabia hirviente que vierte sobre mí como
lava, gritándome que fui una cobarde y una perra por excluirla de mi vida,
por no contarle el lío en que me había metido. No. Su ira, más bien, es una
losa de hielo que te atraviesa de lado a lado antes de cubrirse a si misma y
arrojarte fuera de su corazón.
—Todo es perfecto, sólo echo de menos una cosa... —Empiezo y dejo
que mis palabras se desvanezcan, mientras espero a que vuelva a mirarme.
—Como he dicho, puedes recurrir sin ningún problema a Loretta. Te
conseguirá todo lo que necesites —dice Isa, sin apartar la mirada de la mesa
en la que ha colocado su taza. Juguetea con unas galletas, pero no se lleva
ni una a la boca.
—Te echo de menos —continúo impertérrita. La veo respirar hondo,
cerrar los ojos un instante, pero nada más. Será difícil romper esta maldita
losa.
—Estoy aquí —responde al final—. Siempre he estado aquí —subraya
cada palabra, mirándome a los ojos sólo por un breve instante. Y es en ese
preciso instante cuando veo la furia que se desata bajo la impecable
fachada. La losa todavía debe tener algunas grietas.
—No podía decírtelo, te habría puesto en una situación terrible. Habrías
tenido que mantenerlo en secreto para mamá y papá, de lo contrario habrían
impuesto un matrimonio reparador. ¿Y qué le habrías dicho a tu marido?
¿Crees que podrías haberle dicho que esperaba un hijo con su mejor amigo
y no habría hecho nada? No, porque él es el Boss y el Código de Honor le
habría exigido que ordenara a Alex que se casara conmigo y eso no es lo
que quiero. No. Es. Eso. Lo Que. Quiero. Saco a relucir todas las razones
que me han impedido decirle la verdad a mi hermana durante los últimos
nueve meses, todos los temores que perturban mi sueño y mi conciencia, y
espero de verdad que comprenda que nunca quise excluirla de mi vida y
omitir la verdad, pero no tenía otra opción.
—Vete a la mierda —responde en voz tan baja que apenas la oigo.
Mis cejas casi rozan el nacimiento del cabello. —¿Cómo, disculpa?
—He dicho: ¡vete a la mierda! —repite, elevando dos tonos la voz—. Di
un paso al frente para ocupar tu lugar en un matrimonio concertado, y que
quede bien claro que no te echo en cara mi matrimonio, porque Dios sabe lo
feliz que soy con el hombre con el que me casé y no lo cambiaría por nada
del mundo. Pero, joder, Mari. Lo hice para darte una oportunidad. De
estudiar en el extranjero, de vivir donde siempre has soñado, de disfrutar de
tus dieciocho años como nunca pudiste hacerlo aquí, de ser quien quisieras
lejos de la rigidez de la organización... ¿y tú qué haces? ¡Lo tiras todo por el
retrete por una follada! Yo misma te acompañé donde la ginecóloga cuando
te recetó la píldora anticonceptiva, ¿qué has hecho? ¿Dejaste de tomarla?
—No, bebí un poco en la fiesta y luego me enfermé del estómago y…
—Maldición! —impreca de nuevo Isa, mientras se levanta y se dirige
hacia la ventana de la cocina que ocupa toda la pared—. ¿Cuándo te diste
cuenta?
—¿De qué?
—¿De estar embarazada? ¿Cuándo te diste cuenta?
—Bueno, tuve náuseas y un poco de malestar, y cuando no pasó en unos
días, una compañera de la universidad me arrastró a la farmacia a comprar
algunas pruebas, y el resto puedes imaginarlo.
—No pregunté el cómo. ¿Cuándo? —vuelve a insistir.
—Poco antes de Navidad —murmuro, bajando la mirada al suelo.
—Increíble —comenta—, me has mentido durante casi siete meses, me
has contado un montón de mentiras, me has excluido de tu vida. ¿En qué
demonios estabas pensando? —grita, y yo sólo quiero abrazarla y pedirle
perdón.
—Tenía miedo —digo solamente.
—¿Y por qué diablos no me llamaste? ¿Alguna vez te he negado algo, te
he dejado sola en alguna dificultad, te he abandonado a tu suerte sin buscar
juntas una solución?
—No —murmuro, y sólo quiero hundirme en la vergüenza.
—Entonces, ¿por qué? —grita a pleno pulmón, dándome un susto de
muerte.
—Isa, por favor, cálmate. Piensa en el bebé, por favor.
—¿Calmarme? ¡Quiere que me calme! Mi dulce e inocente hermanita se
acuesta con uno de los hombres más peligrosos de la ciudad, pero aun así
me las arreglo para salvaguardar su reputación y sacarla de aquí para que
pueda estudiar donde siempre quiso y ¿qué hace? Se condena por voluntad
propia a una vida con ese cabrón —exclama, y vuelve a mirarme—. Porque
espero que tengas claro que ahora que sabe lo de la niña, Alex nunca te
dejará marchar. La vida que querías, el futuro con el que soñabas se
esfumaron en el mismo momento en que supo que era padre, que podía
tener influencia sobre ti. Te mantendrá atada a él con sus brusquedades y
esa alma negra que tiene y no quiero ni imaginarme lo cabrón que puede
llegar a ser en la vida en pareja y... Oh Dios, no puedo... yo... —empieza a
balbucear mientras pierde el equilibrio y se aferra con dificultad a la
encimera de la cocina.
—Mierda, Isa, ¿qué tienes? —corro a su lado, pero ella no responde y
cae al suelo inconsciente. No me queda más remedio que acompañar ese
movimiento para evitar que ella se golpee la cabeza o que el niño reciba un
golpe. —Loretta, —grito con todo el aliento que tengo en cuerpo. Llama a
una ambulancia—. Enseguida —ordeno con la desesperación que brota de
mis palabras. Dios mío, te ruego, haz que mi hermana esté bien. Haz que
ambos estén bien.
Capítulo Quince – Alex

—¿Te lo puedes creer, joder? —grito en el despacho de Frank mientras


mi amigo llena dos vasos. Bourbon para mí, Lagavulin para él. Ni siquiera
es la hora de comer, pero necesito aliviar la tensión que me agarrota los
hombros.
Estamos esperando a que se nos unan los demás Boss de la Costa Oeste
tras la convocatoria enviada por Romeo en el chat de grupo, pero no puedo
quedarme quieto y creo que voy a dejar un surco en el suelo de su
despacho. Debería concentrarme en el motivo de esta reunión urgente, pero
mi mente está en otra cosa totalmente distinta. Una cabecita llena de
cabellos negros, unas manitas tan pequeñas que temo romperlas y una
perra que me ocultó su existencia.
—En realidad, todavía estoy sin palabras, hermano. Lamento que te haya
sobrevenido semejante verdad —me mira con circunspección, porque sabe
lo que siempre he pensado sobre la idea de ser padre.
Repulsión, eso es.
Pero no hacia un posible hijo, sino hacia mí mismo.
—Estoy tan furioso que quiero estrangularla —vuelvo a soltar, incapaz
de controlar la rabia que fluye imparable por mis venas.
Frank arquea las cejas y se lo piensa un instante antes de hablar. —Alex,
tal vez…
—No, maldición —replico con brusquedad, porque sé lo que quiere
pedirme incluso antes de que hable—. No necesito a ninguna de las putas
del Stark para desahogarme. Tengo ganas de estrangularla porque es una
perra y me ocultó una gran verdad, y yo merecía saberlo, joder.
—Lo entiendo y estoy totalmente de acuerdo contigo. Pero te conozco,
amigo, y no quisiera que esta necesidad se te fuera de las manos.
Literalmente.
—No sucederá.
—¿Seguro? Porque recuerdo nuestra llamada de ayer y, déjame decirte, si
sigues adelante con tu plan, Mariella y tú pasarán mucho tiempo juntos.
Sé a qué se refiere y no me sorprende que lo haya mencionado. Ayer,
justo antes de embarcar en nuestro vuelo de regreso a San Francisco, llamé
a mi mejor amigo para avisarle de nuestro regreso y para que me confirmara
que, pasara lo que pasara, contaría con su apoyo.
Alex, ¿dónde coño has estado? Tienes que volver a casa ahora mismo —
contesta Frank al primer timbrazo.
—Hermano... —y sé que le basta el tono de mi voz para entender que
algo anda mal.
—¿Qué? —pregunta de hecho un momento después.
—Necesito tu apoyo, como Boss y como mi hermano —respondo más
serio que nunca mientras la ansiedad toca niveles que nunca había
experimentado.
—Lo tienes —responde, sin vacilar, y casi me conmueve la lealtad que
sentimos el uno por el otro.
—Ni siquiera sabes lo que estoy a punto de decirte —intento advertirle.
—Sea lo que sea, es tuyo —otra vez, sin dudarlo.
—Gracias, amigo —no puedo evitar suspirar aliviado.
—¿De qué se trata? —me pregunta y en su voz percibo su curiosidad,
pero no es algo para discutir por teléfono.
Por mucho que me cueste, tengo que interrumpir esta conversación y
reanudarla cuando esté en suelo estadounidense. —No puedo explicártelo
con detalle, lo haré en cuanto estemos en casa, tienes mi palabra. Solo
tienes que saber que regresamos y que, tan pronto como sea posible, me
casaré con Mariella. —Cuelgo sin darle la oportunidad de responder.
Es hora de llegar a una solución y poner las cosas en su sitio.
—Llegaré hasta el final y me casaré con Mariella —sentencio con
determinación, y esas palabras extrañamente no me asustan, de hecho,
simplemente me parecen acertadas.
—¿Eres consciente de lo que eso significa? —insiste.
—¿Me lo pregunta mi hermano o mi Boss? —No hace mucho, él me hizo
una pregunta parecida, pues ambos somos conscientes de que papeles
diferentes pueden dar lugar a respuestas diferentes.
—Como Boss, debería imponerte un matrimonio reparador —responde
secamente—. Pero como hermano, necesito que sepas en qué lío te estás
metiendo, y que quede bien claro, no lo hago sólo por ti. También por Isa.
Puede que ahora mismo esté muy enfadada con su hermana, pero ambos
sabemos que más pronto que tarde le perdonará, y no estoy seguro de que
vaya a dar saltos de alegría cuando conozca tus intenciones; así que,
necesito saber que Mariella estará perfectamente a salvo contigo... y con tus
impulsos.
Suspiro profundamente, no me gusta compartir mis emociones, pero
comprendo, y en cierto modo aprecio, su preocupación por Mariella. —
Intenté apretarle la garganta cuando estuvimos juntos —ignoro el brusco
respingo de Frank y continúo, antes de perder el valor para seguir adelante
—. Y me pareció jodidamente horrible. La sola idea de arriesgarme a
hacerle daño me repugnaba, me horrorizaba, me aniquilaba... elige un
sinónimo y también servirá. Mierda, conozco los límites y sabes que nunca
he ido más allá con una mujer, pero cuando sentí su suave carne bajo mis
dedos, tuve un miedo atroz de dejarle incluso una pequeña marca y, créeme,
preferiría cortarme la mano.
—¡Oh, joder!
— ¿Qué? —exclamo, regresando mi mirada hacia él.
—Casi parece que tú la amaras —comenta asombrado.
Me gustaría desmentir sus palabras y tachar su idea de ridícula, pero las
palabras se me atascan en la garganta y guardo silencio.
Frank me observa y me lee por dentro como si fuera transparente para él,
y probablemente lo sea, porque es la única persona que conoce todas mis
paranoias sobre los lazos familiares y románticos.
—Mierda —murmura tras su minucioso escrutinio, pero no necesito
investigar más para saber que estoy jodido.
Agacho la cabeza entre las manos y desvío la conversación porque, en
serio, ¿qué otra cosa puedo hacer? —¿Cómo se lo tomó Isa?
—Oh, ahora mismo, realmente no lo sé. Todo iba genial hasta el otro día,
pero desde que descubrió el gran secreto que le ocultaba su hermana, es
como si estuviera envuelta en un manto de tristeza e indiferencia. Preferiría
verla gritando y despotricando contra mí o contra su hermana que este
distanciamiento suyo. Puedo con sus garras, no con su pasividad.
—Mierda, amigo, supongo que no es así como te imaginabas vivir el
último periodo del embarazo.
—Sí —masculla Frank, pero no continúa y el silencio a nuestro alrededor
se carga de tensión. La suya por el embarazo de Isabella, la mía por la
situación con Mariella.
—¿Podemos volver a lo nuestro? —pregunto intentando emplear un tono
sarcástico, pero sólo consigo sonar desesperado.
Afortunadamente, mi amigo me concede una tregua.
—Sí, por supuesto. —Se aclara la garganta y retoma la conversación en
un tono más formal—. Anoche, a última hora, llegó un mensaje de Romeo
en el chat de grupo y, cuando le llamé desde la línea segura, me dijo que
tenía información crucial. No es precisamente una noticia tranquilizadora,
ya que me dijo que el Cártel Ramírez podría estar implicado —explica
pasándose una mano por el cabello oscuro.
El Cártel Ramírez es uno de los peores cárteles mexicanos con los que
tener que lidiar: tienen fama de despiadados y disfrutan torturando y
matando. Sería un verdadero problema tenerlos en nuestro territorio,
significaría una guerra abierta.
En ese preciso momento llaman a la puerta y entra un miembro del
personal de seguridad del Stark. —Capo, Boss Russo y Boss Fontana están
aquí.
—Haz que se acomoden, gracias, Sal.
Un momento después, hacen su entrada los dos Boss que, junto con
Frank, dominan la costa oeste de Estados Unidos, y me levanto para
estrecharles la mano en señal de respeto.
Nuestros huéspedes son como la noche y el día, y no podrían ser más
diferentes: el padre de Leonardo es bajo y fornido, con los mismos ojos
claros que su hijo y el pelo canoso; Romeo es un gigante tan alto como
Frank, pero con un físico más robusto que podría rivalizar con el de
cualquier luchador de MMA, y sus ojos son aún más oscuros que los míos.
—Es un placer volver a verlos, señores —comienza Don Mario—, mi
hijo, por desgracia, no podrá acompañarnos debido a compromisos
improrrogables, concluye sardónico, mientras una sonrisa cómplice se
dibuja en los rostros de Frank y Romeo.
Sí, estos días se está celebrando en Los Ángeles un encuentro
internacional de surfistas de todo el mundo, y ese pequeño cabrón no
dejaría pasar la oportunidad de surfear y follar como un conejo por nada
del mundo.
—Les pido disculpas por haberlos convocado con tanta urgencia, pero
era necesario —explica Romeo con la seriedad formal que lo caracteriza.
Este hombre es muy especial, tiene una inteligencia fuera de lo común y es
un verdadero genio de la informática, pero siempre es muy reservado, hasta
el punto de que, aunque es increíblemente popular y deseado por la
población femenina, nunca le he visto con una mujer. Cuando está de
invitado en el Stark, sé que le gusta mirar, pero nunca utiliza para si mismo
los servicios prestados por el club. Y le han sido ofrecidas mujeres, hombres
y una cierta cantidad de perversiones.
—¿Puedo ofrecerles algo de beber? —pregunta Frank y, cuando capto su
mirada, me doy cuenta de que me he aislado demasiado tiempo en mis
cavilaciones.
Una vez que los dos Boss tienen sus bebidas en la mano, podemos pasar
a asuntos más urgentes y estoy seguro de que ninguno de nosotros esperaba
semejante bomba.
—Mi teoría es que no sólo se trata de una mujer que vive aquí en San
Francisco, sino que debe formar parte de la más alta jerarquía de la
organización, o tener que tratar con un hombre que forma parte de ella.
Tras un momento de silencio atónito, Frank deja el vaso de golpe sobre la
mesita y se levanta, furioso. —Así que, si lo he entendido bien, ¿esta mujer
fantasma no sólo ha revelado los movimientos de mi mujer a esos hijos de
puta para que pudieran secuestrarla, sino que está trayendo a miembros del
Cártel Ramírez a mi maldito territorio, y delante de mis putas narices? —
ruge, y sé que quisiera romperlo todo.
—Me temo que sí —confirma Romeo, y la máscara de impasibilidad de
su rostro se resquebraja, porque esta noticia también lo perturba. Tener
gente así tan cerca de nuestras casas es un problema enorme.
—Debemos responder al fuego con fuego, a la antigua usanza —
interviene Don Mario—. Sé que ustedes, los jóvenes, son tecnológicos, pero
aquí es preciso hacer valer nuestra potencia de fuego para devolverlos a
patadas en el culo a su casa.
—¿Se dan cuenta de que deberíamos prepararnos para una maldita
guerra, no sólo materialmente, sino también psicológicamente, exigiendo a
nuestros hombres que no compartan nada de esto con ninguna mujer de sus
vidas: madres, hermanas, esposas, hijas incluso? —pregunta Frank.
—Y putas —murmuro pensativo.
—¿Cómo? —pregunta Frank, mirándome de reojo.
—Bueno, la mayoría de los hombres charlan incluso cuando están
ocupados haciendo otra cosa, —explico encogiéndome de hombros,
recordando por un instante una vieja conversación con Kat—. Si las paredes
del Stark pudieran hablar, creo que oiríamos todo tipo de cosas.
Frank hace una mueca de disgusto y luego pone los ojos en blanco.
Como si hasta el año pasado no hubiera pasado casi todas las noches
follando con Kat. —Dudo que nuestros hombres hablen de negocios
mientras hacen cualquier otra cosa, pero también especificaremos ese
detalle.
Romeo asiente y Don Mario también parece satisfecho con la solución,
pero parece ansioso por llevar una guerra de verdad al porche de nuestras
casas.
—Sin embargo, estoy convencido de que deberíamos atacar
inmediatamente, cuando menos se lo esperen, como una guerra relámpago.
—afirma de hecho.
—En mi opinión, la mejor estrategia... —comienza Romeo, pero es
interrumpido por el timbre del celular de Frank.
—Disculpen, tengo que contestar —dice Frank mientras se levanta y se
lleva el teléfono a la oreja, alejándose hacia la ventana. Sigo discutiendo
posibles estrategias con Romeo y Don Mario, pero por el rabillo del ojo
observo a Frank.
Cuando se da la vuelta, está blanco como el papel y empiezo a sudar frío.
Lo he visto en este estado sólo en otra ocasión: cuando el año pasado se
enteró de que su mujer había sido secuestrada por los Ghosts.
—Voy enseguida —dice, y yo ya estoy en pie, listo para la acción.
—Amigo, ¿qué sucede? —pregunta Romeo, poniéndose en pie de un
salto a su vez.
—Isabella está yendo al hospital. Ha tenido un desmayo, tengo que irme.
—Claro, Frank. Adelante. Nosotros te alcanzaremos allí —interviene el
Boss Russo—, pero mi mejor amigo y yo ya estamos con un pie fuera de la
puerta.
Capítulo Dieciséis – Mariella

—¿Podría saber cómo está mi hermana, por favor? —le pregunto a la


enfermera en la computadora detrás del mostrador de recepción.
—¿Cómo se llama su hermana? —responde secamente.
—Isa. Quiero decir, Isabella... Isabella Rizzo —respondo, tratando de
mantener bajo control la ansiedad que me ahoga desde que vi a Isa
desplomarse en la cocina de su casa.
Debió haberse sentido mal por mi culpa, estaba muy enfadada. Nunca
me perdonaría si algo le pasara a ella o al niño.
—Todavía la están examinando —explica tras echar un rápido vistazo a
su libreta.
—¿Cuándo podré saber algo?
—Cuando el doctor venga a hablar con usted, Señorita Rizzo. Le ruego
que tome asiento en la sala de espera.
—Por favor, mi hermana está casi al final de su embarazo. ¿Puede
decirme al menos si el bebé está bien?
—Señorita, como le he dicho, no puedo decirle nada por el momento.
Siéntese al fondo a la izquierda —insiste la mujer sin levantar la vista de la
pantalla de la computadora.
Resoplo, porque de todas formas no voy a conseguir nada, y giro sobre
mis talones, pero me chocó contra un muro humano que me clava en el sitio
con la mirada negra que tanto me gusta, mientras el gigante que tiene al
lado fulmina a la enfermera con una mirada que me haría esconderme hasta
el fin de mis días.
Mierda, el Boss parece realmente furioso.
—¿Mi esposa? —sisea, y me vuelvo de nuevo hacia el mostrador de
información.
Mientras tanto, la enfermera se puso en pie de un salto y adoptó una
actitud mucho más sumisa. —Salve, Señor Mancuso. ¿Cómo puedo serle
útil?
—Mi. Esposa —repite él, inflexible.
—N-no me han informado de que la Señora Mancuso sea nuestra pa-
paciente —tartamudea ella.
—Es mi hermana —intervengo, ganándome una mirada asesina de la
mujer.
—¿Hay algún problema? —oigo preguntar a Alex en un tono que me
hace estremecer, un momento antes de pegar mi espalda a su pecho.
—N-no, absolutamente. Voy enseguida a buscar al médico —responde,
antes de correr en dirección a las puertas dobles tras las cuales los médicos
examinan a los pacientes.
Resoplo ante esa evidente diferencia de actitud, pero no puedo evitar
alegrarme al saber que, gracias a la influencia de Frank, pronto tendremos
noticias de Isa.
—¿Alexis? —murmura Alex en mi oído y me doy la vuelta.
—Con Loretta.
—¿Qué ha sucedido? —quiere saber Frank.
—Estábamos en la cocina, yo calentaba la leche para Lexie e Isa estaba
merendando, pero entonces se sintió mareada y, cuando intentó levantarse,
se desmayó y me entró el pánico. Por suerte, Loretta intervino, alertó a los
guardias y enseguida llamaron a una ambulancia —cuento recordando
aquellos aterradores momentos.
Mi hermana siempre ha sido mi roca, mi punto de referencia, y verla en
el suelo, inconsciente, con el conocimiento de que podría haber ocurrido
por mi culpa fue terrible.
—¿Merienda? ¿No almorzó? —pregunta Frank, justo cuando vuelve la
enfermera acompañada de un médico, y salvándome de tener que decirle
que cuando Isa está demasiado alterada se le cierra el estómago.
—Salve, caballeros, les pido disculpas por haberles hecho esperar. Pero
quiero tranquilizarlos de inmediato: la Señora Mancuso está bien. Tuvo
vértigos y un desmayo debido a una bajada de tensión. Le estamos
administrando y controlando algunos valores sanguíneos. También estamos
controlando su presión arterial en este momento para evitar el riesgo de
gestosis, pero el bebé parece no haberse visto afectado.
—¿Parece? —insiste Frank con una voz tan fría que la temperatura
ambiente desciende al menos diez grados.
El médico se pone un poco pálido, pero se recompone rápidamente. —
Estamos s-seguros, Señor Mancuso, pero para estarlo aún más, volveremos
a hacer todas las pruebas.
—Bien, dense prisa. —Frank despide al médico con un gesto de la mano
y vuelve a mirarme.
Me preparo mentalmente para afrontar su interrogatorio, pero una voz
aguda me deja inmóvil.
—¡Tesoro, estás aquí! —grita mi madre, acercándose por detrás y tirando
de mí y estrechándome en un abrazo.
—Mamá... —palidezco.
—No sabíamos que habías vuelto, hija mía —dice mi padre, y me abraza
rápidamente.
—Se suponía que era una sorpresa —digo—, tratando de evitar el fin del
mundo.
—¿Estabas con tu hermana cuando se sintió mal? ¿Cómo está ahora? ¿Y
el pequeño? —pregunta mi madre, con el rostro marcado por la
preocupación.
—Sí, estábamos en su casa, pero el médico acaba de tranquilizarnos
diciéndonos que ella y el bebé están bien. Por suerte, sólo fue un desmayo.
—Menos mal, estábamos muy preocupados —suspira mamá—. ¿Podrá
volver a casa esta misma noche?
—Creemos que sí, pero estamos esperando la confirmación de los
médicos —le explico, mientras busco una forma de desviar la atención.
—Bien —comenta papá, entonces, podemos hacer que nos traigan tus
maletas para que tu hermana descanse y se recupere. Podréis estar juntas en
los próximos días —me expone su agenda, ajeno al pequeño detalle que me
espera en casa. Un detalle que no pueden conocer, no aquí, no ahora.
Tengo que buscar una excusa rápidamente e, instintivamente, busco a
Alex con la mirada.
No sé qué lee en mis ojos, pero da un paso adelante y se encara con mis
padres, bajo la mirada intrigada del Boss. —Mariella se quedará en casa del
Boss, señores. Isabella podrá descansar sin problemas, pero estoy seguro de
que querrá tener a su hermana con ella después de todos estos meses fuera
—dice en voz baja, pero con firmeza.
Veo que mi padre frunce el ceño, no parece nada convencido con este
argumento, pero justo cuando está a punto de replicar, Frank cierra el
asunto. —Es lo que Isa quiere y, en consecuencia, yo también.
Cuando, hace año y medio, Frank sucedió a su padre en el puesto de
"Boss", algunos de los "Hombres de Honor" de la vieja guardia dudaron
bastante de su capacidad para dirigir la organización de la mejor manera
posible, pensaban que era demasiado joven para comprender el valor de los
lazos familiares: de ahí la imposición, no demasiado velada, de un
matrimonio concertado. Un matrimonio en el que el amor no estaba
planeado, pero que floreció contra todo pronóstico y los ha trastocado tanto
a él como a mi hermana. Y ahora, el hombre frente a mí haría cualquier
cosa para hacer feliz a su reina.
Mi padre sabiamente decide guardar silencio, y yo suspiro aliviada,
ganándome una mirada cortante de mi cuñado.
—Mariella, una palabra.
El Boss no pregunta. Él comunica su voluntad y nosotros, simples
mortales, sólo podemos cumplirla. De hecho, cuando se da la vuelta y se
aleja por el pasillo, ni siquiera mira hacia atrás para asegurarse de que le
sigo. Simplemente lo da por hecho, y yo no le decepciono. Por otra parte,
acaba de salvarme de una tragedia anunciada. Por ahora
Se mete en una pequeña habitación vacía y va directo a la ventana.
Irradia tensión, parece una bomba de tiempo a punto de estallar, y no me
gustaría estar tan cerca de él.
—Mi mujer no es capaz de comer cuando la ansiedad o el nerviosismo le
cierran el estómago. Mierda. Ahora, por lo general, estoy acostumbrado a
eliminar el problema de raíz —continúa, dándose la vuelta y clavándome en
el sitio con una mirada asesina.
¿Podría hacerme daño? No, Isa sufriría demasiado, y él no lo permitiría,
¿verdad?
Enderezo los hombros, porque he aprendido que así es como se afrontan
los problemas. —Intuyo que hay un pero —comento y él arquea una ceja,
porque no se esperaba mi reacción. Quizá piense que sigo siendo la niña
indefensa y aterrorizada de aquella cena en casa de mis padres el año
pasado, pero ha pasado mucha agua bajo el puente. Ahora soy madre y
estoy lista para afrontar cualquier dificultad con tal de volver a casa con
mi hija.
Me observa aún un instante antes de asentir, y vislumbro una nueva luz
en su mirada, pero no consigo encuadrarla. —Veo que ahora tienes carácter.
Estoy seguro de que lo necesitarás en la vida que te espera, pero me gustaría
darte una sugerencia amistosa: no te conviertas nunca en una fuente de
infelicidad para mi mujer, chiquilla, porque eso te convertiría en mi
problema.
—¿Por casualidad estás amenazando a mi futura esposa, hermano? —
pregunta la voz grave de Alex detrás de mí.
¿Qué acaba de decir?
Me doy la vuelta y lo encuentro de pie en la puerta con una expresión tan
letal que me da escalofríos. Pero, a pesar de ello, quiero refugiarme en sus
brazos.
¿Me acogería?
—¿Qué has dicho? —le pregunto en su lugar, porque no permitiré que
ocurra lo mismo que temí cuando supe que esperaba a Lexie. Alex no se
casará conmigo por sentido del deber.
Él, sin embargo, me ignora y mantiene la mirada fija en Frank, que
responde calmado: —Ya me conoces, hermano. No me gustan las
amenazas, prefiero las promesas. La tensión en la sala se eleva a niveles
casi insoportables y me doy cuenta de que la situación está a un paso de
agravarse.
Decido desviar la atención de Alex del enfrentamiento que se avecina. —
¿Qué demonios querías decir con futura esposa? No tengo la menor
intención de casarme contigo —doy un paso hacia él, pero sus ojos se
cruzan con los míos sólo un instante, antes de volver a mirar al Boss.
—La nena ahora tiene carácter, ¿eh? No te envidio en absoluto —se ríe
Frank a mis espaldas, y yo me pongo tensa al oír el apodo que Alex me
puso hace tanto tiempo.
—Si yo fuera tú, pensaría más en preocuparme por las garras de tu
muñequita cuando se entere de tus promesas a su hermana, amigo. Alex no
cede un centímetro y la jerarquía voló literalmente por la ventana. Aquí no
se trata del Boss y su Segundo, sino de Frank y Alex, dos mejores amigos,
dos hermanos dispuestos a dejarse matar el uno por el otro. Ahora, sin
embargo, están dispuestos a darse de golpes para demostrar que tienen la
razón, y eso es lo que ocurrirá si no dejan de provocarse mutuamente.
—La señora Mancuso recibirá el alta en breve —dice Romeo, un hombre
al que esperaba no volver a ver nunca más. Sin embargo, resulta decisivo en
esta coyuntura, porque la tensión se desvanece bruscamente y Frank sale de
la pequeña habitación sin decir una palabra más.
Alex le sigue de cerca y yo intento hacer lo mismo, cuando el Boss de
Seattle se inclina hacia mi oreja y me dice en voz tan baja que incluso yo
apenas lo escucho: —Espero de verdad que ahora si tengas carácter y hayas
dejado de huir, chiquilla. Sería una amarga decepción darme cuenta de que
no eres digna de mi amigo.
Otra vez con ese maldito adjetivo, pero no me da tiempo de abrir la boca
porque Alex se da cuenta de que no estoy detrás de él y se gira, dirigiendo
una mirada interrogante a Romeo, que le corresponde con una enigmática
sonrisa. —Sólo quería felicitar a la futura esposa.
Sí, claro, como no.
Capítulo Diecisiete – Alex

Los médicos y las enfermeras han tranquilizado a Carmine y Assunta


Rizzo sobre el estado de salud de su hija mayor y, mientras esperamos a que
Isabella reciba el alta, no puedo evitar preguntarme cuál sería su reacción si
les revelara la existencia de Alexis.
Inevitablemente, no puedo evitar reflexionar sobre mi propia vida y
aprieto los puños sobre los muslos para contener la oleada de rabia que
corre por mis venas.
Falta un rato para embarcar y, a pesar de mi resistencia, mis ojos
vuelven una y otra vez al cochecito rojo que tengo delante, junto al que está
sentada Mariella, enojada y asustada al mismo tiempo.
Dios, qué hermosa es.
Dios, cómo la odio.
Se mueve inquieta en el asiento y percibo sus ganas de hablar. Ya la he
callado dos veces, espero que no vuelva a intentarlo.
No tengo ningún deseo de hablar de sus mentiras.
—Alex —comienza vacilante, y adiós esperanza—. Tenemos que hablar.
—¿Sobre todas tus mentiras, tu huida mezquina, o lo que me ocultaste?
Dime, Ella, ¿siquiera tomaste la píldora alguna vez?
Susurra bruscamente como si la hubiera golpeado y sus mejillas se
ponen moradas. —¿Qué insinúas? —sisea ella.
—¿Qué te parece a ti?
—No te he mentido.
Resoplo ante la evidente sandez.
—Quiero decir, no te mentí sobre mi anticonceptivo —aclara—. En
efecto, tomaba la píldora, pero esa noche había bebido un poco, y luego
estaba enferma y, bueno, supongo que no me hizo efecto.
Me limito a mirarla fijamente, porque no puedo enloquecer dentro de un
aeropuerto. —Dijiste que sólo te habías mojado los labios con prosecco.
—Yo…
—¿Estabas borracha? —insisto incrédulo—. No es posible, me habría
dado cuenta, y nunca la habría tocado.
—No, no. Estaba perfectamente consciente, sólo había tomado un par de
copas, sólo estaba un poco alegre, de lo contrario no podría haberlo hecho.
—¿Necesitabas estar alegre para acostarte conmigo?
—Dios, no. Sólo quería ser más desinhibida, más valiente —explica,
bajando la mirada.
¿De verdad? No se da cuenta de que siempre ha sido perfecta tal y como
es. Pero, ahora mismo, no puedo permitirme sentir nada más que rabia.
—¿Cuándo pensabas contarme lo de la bebé? —insisto.
—No lo sé —responde insegura, pero sincera—. No sabía qué hacer,
cómo remediar la situación que había creado.
Si busca consuelo, no lo obtendrá de mí.
—Por favor, Alex. —Se inclina hacia mí para cogerme la mano, pero se
la retiro sin miramientos.
—No me toques, joder —siseo cruelmente—. Puede que ahora no me
veas enloquecido, pero créeme, esta calma es sólo aparente. Nada me
gustaría más que castigarte y hacerte ver cuánto te has equivocado en todo
lo que has hecho. Pero tienes suerte, estamos en un lugar público, y lo
estaremos durante unas horas más. Me veo obligado a compartir este
espacio con ustedes, pero no crean que lo hago de buena gana.
El dolor se dibuja en su rostro, pero no se rinde. —Lo siento, no quería
herir a nadie. No sabía qué hacer —repite, pero no puedo concebir todas
las mentiras que dijo para mantener oculta la verdad: mi hija.
Devuelvo la mirada hacia Señor Rizzo y decido que es hora de
comunicarles mis planes.
Aprovecho el momento en que Mariella se aleja para llamar a Loretta y
asegurarse de que todo va bien en casa con la niña para presentarme. Desde
que estamos aquí, Ella no ha hecho más que andar de puntillas alrededor de
sus padres, quizás temiendo que la verdad se le escape de la boca, o que yo
sea un sádico de mierda dispuesto a soltarla.
Aunque no tengo intención de reconfortarla, puede estar tranquila: no es
el momento ni el lugar para informar a los señores Rizzo de que se han
convertido en abuelos. También tendré que encontrar el momento adecuado
para informar a mi madre, pero ya me preocuparé de eso más adelante.
Por ahora, prefiero tratar de inmediato el asunto que más me preocupa
con sus padres, y luego lidiar con las objeciones de Mariella cuando
lleguemos a casa. No dudo de que ella preferiría esperar y procrastinar
indefinidamente, pero no tengo intención de perder más tiempo. No más de
lo que ya me ha quitado.
En la sala de espera también está Frank, que, sin embargo, permanece de
pie junto a la ventana perdido en quién sabe qué pensamientos, y cuando
me levanto, noto que su mirada me encuentra a través del reflejo, antes de
sacudir lentamente la cabeza. Él también preferiría que esperara.
Lo siento, amigo, no voy a esperar más.
—Señor y señora Rizzo, les pido disculpas de antemano por mi falta de
sentido de la oportunidad, pero necesito robarles un minuto de su tiempo —
los halago, esperando que la amabilidad juegue a mi favor—. Por desgracia,
soy consciente de que este no es ni el mejor lugar ni el mejor momento para
hacerlo, pero no puedo esperar más —digo, aclarándome la garganta y
sintiéndome de repente como un chiquillo avergonzado.
—Por supuesto, hijo, —responde circunspecto el padre de Mariella, y
busco en su mirada un juicio sobre mí, pero no encuentro nada evidente.
Y, sin embargo, estoy casi seguro de que sabe quién es mi padre.
—Iré directamente al grano, porque no se me dan muy bien los
preámbulos. —Intento sonreír, pero tengo los músculos de la cara tan tensos
que seguro que me sale algo más parecido a una mueca—. Sé que puede
parecer una decisión precipitada, pero ya he abordado el tema con el Boss y
tengo su consentimiento para... —Vuelvo a aclararme la garganta, que en
este momento parece el puto desierto del Sahara—, …casarme con Mariella
—concluyo encontrando de nuevo mi determinación, mientras la
convicción de que es lo correcto cala en mis huesos.
Porque Mariella siempre ha sido mía.
Y quizá lo habría hecho incluso sin Alexis.
No, no es verdad, nunca quise una familia con mujer e hijos.
Pero siempre la he querido a ella.
Basta, me exhorto a mí mismo dejando a un lado la batalla que se libra
en mi interior y enfrentándome a la expresión de confusión de los cónyuges
Rizzo.
Su madre arruga la frente por un instante. —¿Qué le has hecho? —
pregunta, y sus palabras están impregnadas de repugnancia.
Y no tengo ninguna duda de que ella conoce muy bien quién es mi padre.
Su marido le lanza una mirada penetrante, pero cuando se da la vuelta
para fulminarme con la mirada, parece listo para retarme a duelo. Si tal cosa
estuviera todavía en uso.
—¿No crees, hijo, que lo más apropiado sería empezar por frecuentarse
primero? —pregunta en voz baja, sin darse cuenta de que estamos mucho
más allá.
—Con todo respeto, Señor. Rizzo, he esperado meses el regreso de
Mariella, y no voy a perder más tiempo.
Frank se voltea para observar nuestra interacción, pero no interviene.
El Señor Rizzo le echa una mirada rápida, pero se cuida de no
involucrarlo. —Sin embargo, ustedes ni siquiera se conocen, ¿cierto?
Cualquier respuesta a esta pregunta sería insuficiente. Sólo nos hemos
visto tres veces, es cierto, y no conozco su color favorito, ni su plato
preferido, ni siquiera su poeta favorito. Pero reconocería el olor de su
excitación entre mil, el sabor de su carne entre miles de millones, y la forma
en que se contrae alrededor de mi erección cuando alcanza el placer está
grabada a fuego en mi memoria. Pero, no creo que deba explicárselo a mi
futuro suegro.
—Nos conocimos en la boda de Frank e Isabella, y volvimos a vernos en
su fiesta de dieciocho años —señalo, sin entrar en detalles.
—Como he dicho, no se conocen —insiste.
Miro a Frank, pero se limita a arquear una ceja, dejando que me las
arregle solo. Qué buen amigo.
—Siento tener que contradecirle, Carmine, pero no creo que sea exacto
decir que no nos conocemos. Conozco a su hija —también desvío
brevemente la mirada hacia Assunta— y sé lo que quiero: unirme a ella en
matrimonio. Espero recibir su bendición, como ya he recibido la del Boss
—vuelvo a recalcar, intentando hacerles entender a ambos que no tienen
ninguna puta opción.
Ella es mía.
Fin de la discusión.
Carmine echa un vistazo por encima de mi hombro y me doy cuenta de
que se me ha acabado el tiempo.
—¿Qué está pasando? —pregunta en efecto, Ella detrás de mí, y la
circunspección es evidente en el tono de su voz.
—Les estaba contando a tus padres nuestra decisión. Elijo cada palabra
con cuidado, luego me volteo para comunicarle con la mirada todo lo que
quiero que entienda: estamos juntos en esto y no hay alternativa.
Si las miradas mataran, ahora mismo estaría tirado en el suelo. Lo que
Ella me dirige es puro fuego que desea carbonizarme, y yo correspondo con
la frialdad que me distingue.
En sus ojos leo el deseo irrefrenable de desafiarme una vez más, pero la
verdad es que sabe muy bien que no tiene otra opción. Cuando veo que sus
hombros se encogen ligeramente, imagino que se ha dado cuenta de que no
puede ganar esta batalla.
Por otro lado, no puede ignorar el pequeño detalle de que si les contara a
sus padres la existencia de Alexis, serían ellos mismos quienes organizarían
rápidamente un matrimonio reparador, tratando lo que ocurrió entre
nosotros como algo de lo que avergonzarse o etiquetándolo de prohibido e
inapropiado. Que se jodan todos.
—S-sí, papá. De hecho, quería contárselos yo misma, —confirma mi
versión ante las expresiones cada vez más sorprendidas de sus padres—.
Aunque habría preferido hacerlo en casa, —concluye resentida, lanzándome
una breve mirada fulminante—, pero su estocada ni siquiera me roza.
¿Se merece siquiera una pizca de caballerosidad de mi parte después de
tratarme como su pequeño y sucio secreto? En absoluto, sigue siendo la
perra que me ocultó la existencia de mi hija. Que se joda ella también.
Su madre se acerca a ella con el aire de quien quiere expresar su
desilusión, y espero de verdad que se lo piense dos veces antes de abrir la
boca, porque no tengo ninguna gana de escuchar las quejas de nadie.
—¿Cuándo? —interviene su padre, suspirando derrotado.
—Mañana —respondo, justo cuando Mariella dice: —No hay prisa.
Frank contiene una carcajada camuflada de tos y cuando mi mirada se
cruza con la de Mariella es de nuevo una batalla de voluntad.
Estoy a punto de repetir mi idea cuando arquea una ceja y me toma
desprevenido.
—Bueno, no tenemos tanta prisa. El amor no cambia en unas horas o
semanas, sino que soporta sin miedo el día del juicio final, ¿no es así? —
dice y una sonrisa de satisfacción se dibuja en sus labios.
Cree que ha ganado, pero vamos. ¿De verdad quiere hablarme de amor
delante de sus padres después de dejarme en aquella habitación sin ninguna
explicación, después de lo que hizo y, lo que es más importante, ¿de verdad
cree que puede usar a Shakespeare en mi contra? Pobre ilusa.
No es una cuestión de prisa, Ella, sino de no querer huir más de este
sentimiento, ¿no crees? —Y sé que nota el sarcasmo con el que lleno cada
palabra—. Por otro lado, el amor huye como una sombra del verdadero
amor que lo persigue, persiguiendo a los que huyen, huyendo de los que lo
persiguen.
Frank ni siquiera hace el esfuerzo de disimular sus risitas antes de
intervenir: —Estoy seguro de que Isa estará encantada de sugerir la fecha
óptima para organizar la boda perfecta, pero no demasiado lejos. ¿Están de
acuerdo? —Parece una pregunta, pero en realidad no lo es.
Los esposos Rizzo asienten, y su escepticismo queda olvidado ante la
orden no demasiado velada del Boss.
—Sí, absolutamente —confirma Mariella, quizás esperando que también
esta vez su hermana encuentre la manera de salvarla.
Lo siento, nena, pero esta vez no te me escapas.
—Bueno, ahora que estamos de acuerdo e Isa está a punto de regresar a
casa, tengo algunos asuntos bastante urgentes de los que ocuparme —digo,
volviéndome hacia el Boss.
—Claro, adelante —responde Frank, tan consciente como yo de que
tenemos varias patatas hirviendo en la olla.
Rastrear al maldito topo.
Finalizar la apertura del restaurante.
Torturar al maldito topo hasta la muerte.
Garantizar el desarrollo normal de todas las actividades de la
organización.
Eliminar los restos del maldito topo de la faz de la tierra.
Volver a casa y estrechar ese pastelillo de manitas diminutas y pasar
horas preguntándome cuánto tiempo pasará antes de que pronuncie la
palabra papá.
Hacer un infierno de la vida de la perra que trató de mantenerme
alejado del susodicho pastelillo.
Capítulo Dieciocho – Mariella

—¿Cómo te encuentras? —le pregunto a Isa por cuarta vez en los últimos
quince minutos.
Pone los ojos en blanco y resopla, pero no puede contener una sonrisa. —
Al igual que hace tres minutos, estoy bien. En serio, deja de preocuparte.
Más bien tú, ¿cómo te sientes aquí?
Desde que le dieron el alta, hace ya unos diez días, siempre tengo miedo
de que vuelva a sentirse mal. Sobre todo, ahora que no puedo vigilar de
cerca la regularidad de sus comidas, porque hace poco menos de una
semana, me he mudado con Alexis al apartamento de Alex.
Por suerte, somos prácticamente vecinos, ya que el apartamento de Alex
está en el piso de abajo con respecto al de Frank e Isa. Aunque llamar
apartamento a este pequeño palacio es un eufemismo.
Quizás no sea el ático soñado del Boss, pero tiene una cocina digna de un
restaurante con estrellas Michelin, un enorme televisor de pared con un
rincón de lectura con vistas al barrio de Pacific Heights que, a todos los
efectos, se ha convertido en mi nuevo sueño erótico, y más dormitorios de
los que un soltero podría necesitar jamás.
Un soltero que lleva días evitándome, pasando la mayor parte del tiempo
que transcurre en casa en el gimnasio privado, ayudado también por
haberme alojado en un dormitorio contiguo a la guardería de Alexis, ambos
alejados del suyo. Tarde o temprano tendrá que afrontar las consecuencias
de la declaración que hizo delante de mis padres.
—Casi siento que vivo sola con la bebé, si no fuera por los dos días a la
semana que Loretta viene a traer provisiones, —sonrío con sarcasmo,
porque no sé qué haría sin ella.
Desde hace unos meses, Loretta también se ocupa de la casa de Alex, y
no puedo ocultar mi alegría por ello, ya que mis habilidades culinarias son
mucho más parecidas a las de mi madre: inexistentes.
—Sí, a estas alturas ya reconozco la sazón, el almuerzo también estuvo
estupendo —se ríe socarrona mi hermana.
Acabamos de almorzar una berenjena a la parmesana perfectamente
crujiente que Loretta preparó anoche, dejándome instrucciones sobre cómo
cocinarla en el horno. Todo lo que tuve que hacer fue encenderlo, y voila.
Un almuerzo de ensueño, que entre charla y charla se va convirtiendo en
merienda de media tarde mientras Alexis duerme en su guardería y yo la
controlo a través del monitor de bebé.
—Isa —empiezo, pero ella me detiene inmediatamente levantando una
mano.
—No hace falta que hablemos de ello —corta bruscamente, pero su voz
está tensa.
Está aquí conmigo, es cariñosa con Alexis, me ayuda a que nadie sepa lo
de la niña, pero hay algo extraño flotando en el ambiente entre nosotras. Es
como si nuestra relación se hubiera resquebrajado por haber dejado
demasiadas cosas sin decir. No repetiré el mismo error callando lo que
quiero decirle.
—Yo creo que sí, en cambio. —Enderezo la espalda y llevo los hombros
hacia atrás.
Me observa por un instante y su mirada se suaviza. Aunque sólo sea un
poco. —De acuerdo, hablemos —me invita con un medio encogimiento de
hombros
—Te pido disculpas. Siento haberte ocultado cosas, no haberte dicho la
verdad desde el principio, pero sobre todo siento haberte alejado por miedo
de no lograr no decirte nada. Sabía que, si seguíamos hablando con la
frecuencia habitual, algo se me escaparía. Una revisión que ha ido bien, un
trimestre superado sin problemas —suspiro—. No quería hacerlo, pero
sucedió. No hay nada que cambiaría de mi vida —ignoro sus cejas que se
mueven hacia arriba, me centro en sus ojos brillantes, concluyo—. Excepto
esto. Si pudiera volver atrás, hablaría contigo.
No sé si pasan segundos, minutos o incluso una hora, pero Isa me
observa sin decir nada, y en este momento desearía poder leer sus
pensamientos. El silencio se apodera de nosotras, pero es un momento
tranquilo que ha perdido cualquier atisbo de incomodidad, y no tengo
ninguna prisa por romper el momento.
—Has cambiado, Mari —empieza, y no sé muy bien cómo esperar que
continúe—. Eres tú, pero ya no eres tú —suelta una pequeña carcajada—.
Ya no eres la niña indefensa asustada de la vida que eras hace apenas un
año. Eres una Mariella 2.0, y por mucho que me haya herido quedarme
fuera del mayor acontecimiento de tu vida, me gusta la mujer en la que te
has convertido y estoy deseando conocerla a fondo. —Intercambiamos una
sonrisa y me doy cuenta de que, con el tiempo, nuestra relación puede
volver a ser tan fuerte como antes, quizás incluso más.
—Te quiero, Isa.
—Yo también te quiero, pequeña. Recuerda que ya no estás sola al otro
lado del Atlántico, y pase lo que pase, yo estoy aquí.
Me río socarronamente. —En realidad, incluso al otro lado del Atlántico
no estaba exactamente sola. ¿Recuerdas que te hablé de mi amiga Chloé?
—Sí, tu compañera de clase. ¿Ha estado cerca de ti?
—Prácticamente me adoptó —me río entre dientes—. Fue ella quien me
acompañó al hospital cuando rompí aguas, y cuando te llamé para decirte
que no volvería en verano —bajo la mirada, porque aquel fue uno de los
momentos más dolorosos de mi vida—, estuvo a mi lado para darme
fuerzas. Incluso ahora que he vuelto, me manda mensajes a horas poco
convenientes, dada la diferencia horaria —pongo los ojos en blanco—, pero
no puedo negar que me alegra volver a tener noticias de mi amiga. No sé
cómo me las habría arreglado sin ella durante mi embarazo.
—Bueno, ya me gusta esta Chloé. Podrías invitarla a quedarse aquí lo
que queda de las vacaciones de verano, ¿no?
—Mmm, sí, esa podría ser una buena idea. Podría comentárselo a ver qué
le parece —reflexiono, y me doy cuenta de que me gustaría mucho que
viniera a verme, también porque dudo que vaya a volver a Francia pronto.
Oímos pasos en el pasillo y, un momento después, Alex entra en la
cocina. Su mirada evita la mía y se encuentra con la de Isabella.
—Buenas noches, Isabella —la saluda cordialmente, antes de acercarse a
la nevera para sacar una botellita de agua.
—Buenas noches, Alex —le corresponde mi hermana en tono tranquilo,
dirigiéndole una mirada condescendiente, que él ignora sin problemas.
Cuando regresa por donde ha venido, sin mirarme siquiera, una tormenta
de emociones empieza a agitarse en mis venas.
—¿Te das cuenta? Ni siquiera me ha saludado, le soy completamente
indiferente... —Dejo que mis palabras se desvanezcan, porque estoy
enfadada, desconcertada y decepcionada.
¿Será posible que me haya vuelto transparente para el hombre que
ocupa cada uno de mis pensamientos?
—Mari, sé que te lastima su actitud, pero trata de ver más allá. Si le
fueras indiferente, no tendría ningún problema en hablar contigo, aunque
sólo fuera para maltratarte, ¿verdad? A mí, más bien, me parece que está —
hace una breve pausa antes de poner los ojos en blanco—, y es jodidamente
increíble que sea yo la que diga esto, pero... —se mueve un mechón de pelo
detrás de la oreja— creo que está herido. —Resopla como si le costara algo
de esfuerzo admitirlo.
—¿Herido en el orgullo? ¿Por qué no le conté lo de la bebé? Pensé que le
hacía un favor dejándole seguir con el estilo de vida que siempre ha
conocido.
—Mari, cuando te fuiste, no se lo tomó bien —insiste. Precisamente ella
que me dijo en todos los modos que debía alejarme de él.
No sé qué responderle y me limito a arquear una ceja, mostrando mi
escepticismo.
Ella se encoge de hombros, pero no dice nada más.
Yo, sin embargo, ya no puedo seguir así, y no voy a esperar más a que él
resuelva el asunto conmigo.
—¿Puedo ir a casa contigo? —le pregunto de repente a mi hermana.
Tras una larga mirada de asombro, suspira profundamente. —Mari, no
creo que esta sea la solución, pero si crees que es lo correcto, mi casa está
siempre abierta para ti y Alexis.
Me levanto de un salto y me extiendo sobre la mesa para darle un rápido
beso en la mejilla. —Gracias, Isa. Sé que no es la solución definitiva ni
óptima, pero necesito espacio para pensar lejos de él.
Niega con la cabeza, pero me estrecha en un rápido abrazo. —Como tú
quieras. Ve por tus cosas, yo me encargaré de cambiar a Alexis y empacar
su maleta.
—¿Estás segura de que puedes hacerlo? No quisiera que te esforzaras
demasiado.
—Me ayudará a practicar para cuando llegue este pollito travieso —
sonríe soñadoramente y se pierde imaginando a su hijo. Aún no sabe que
será diferente a cualquier cosa que podría imaginar jamás, porque será
mucho más.
Voy volando a mi dormitorio y saco algunas mudas, no me hago ilusiones
de que esta huida sea algo permanente, pero espero que la distancia me dé
la oportunidad de centrarme en la situación y averiguar cómo salir de este
lío.
Cuando me doy la vuelta, casi corro el riesgo de sufrir un infarto.
Alex está en la puerta, escudriñándome como un halcón. —¿Qué estás
haciendo?
—Vuelvo a casa de Isa y Frank.
—No.
—¿Te ha parecido una pregunta? Bueno, Duque, no lo era en absoluto —
le provoco imitando su voz y sigo llenando una bolsa de viaje con lo
imprescindible.
Se acerca a mí con pasos lentos y medidos, pero no dejo que me
distraiga. Se acerca a mí, pero sin arriesgarse a tocarme.
—Y tú, nena, ¿de verdad sientes que tienes elección?
Resoplo, pero no respondo. Quiere provocarme, pero no le seguiré el
juego.
—Te lo diré sin rodeos: no te irás de esta casa. Ya sea por las buenas o
por las malas.
Mi mirada se clava en la suya. —¿Quieres secuestrarme?
—No, quiero casarme contigo —responde impasible.
—¿En serio? Pues resulta que has dicho que quieres casarte conmigo,
pero llevas días evitándome. Ni siquiera me miras cuando estamos en la
misma habitación. Eso significa que obviamente es un sacrificio para ti y
que te estoy dando una tarjeta de "sal gratis de la cárcel". Tal y como yo lo
veo, deberías estar agradecido, joder.
—¿Agradecido?
—Me has oído bien.
—Eres increíble, carajo.
—Gracias, me lo dicen a menudo —replico en tono agrio.
Me lanza una mirada asesina, pero estoy demasiado lejos para
preocuparme.
—Si me disculpas, necesito privacidad para cambiarme. Tienes que salir
de mi dormitorio —lo invito sarcástica.
—Crees que puedes hacer lo que te de la puta gana con la vida de los
demás, ¿verdad? —me escarnece, acercándose de nuevo—. Pues despierta,
porque aquí lo que tú quieras no cuenta una mierda.
¿Cómo se atreve? Si cree que voy a quedarme aquí a que me pisoteen,
está muy equivocado.
Levanto la barbilla y subo la apuesta en juego. Doy un paso adelante y
acorto la distancia entre nosotros, nuestros pechos se tocan, su aliento es
caliente en mi boca. —Pues bien, puede que no lo sepas, pero la mujer salió
de la costilla del hombre, no de los pies para ser pisada, no de la cabeza
para ser superior, sino del costado, para ser igual, bajo el brazo para ser
protegida, junto al corazón para ser amada.
—No te atrevas. —Su mirada se enciende y sólo quiero derretirme contra
él.
— ¿A hacer qué? —finjo inocencia.
—A citar a Shakespeare —sigue mirándome con desprecio, pero su
mirada ardiente baja hasta mis labios.
—No sé de qué me hablas, lo leí en el cartón de leche —le suelto la
misma tontería que intentó hacerme creer en la boda de Isa y Frank.
—Vuelve a poner tus cosas en su sitio, no vas a ir a ninguna parte con mi
hija. La discusión está cerrada —sentencia tajante.
—¿Se puede saber cuál es tu problema?
—¿Quieres saber cuál es mi problema, eh? —se inclina hasta que sus
labios están a un suspiro de los míos, y toda mi ira se evapora dando paso a
la lujuria que sólo él puede despertar en mí con tanta prepotencia—. El
problema no es que hayas huido de aquí, de mí. El puto problema es que te
habrías deshecho de mi hija. —Cada palabra es lenta, estudiada, ponderada
para apuñalarme en el pecho.
—Ees-to no es v-erdad. Y realmente no lo es, porque desde el instante en
que vi a mi pequeña, supe que nada podría ser más importante que ella.
—¿Ah, ¿no? Entonces explícame por qué no le habías dicho nada a nadie
—me reta.
—Ya te lo dije, no quería que me juzgaran ni que me trataran como a una
niña —intento justificarme, pero sé que es inútil, porque él ya lo hizo, y
además me condenó.
—Déjame ser más preciso: ¿por qué no se lo habías dicho a Isabella?
—Y-yo —balbuceo, incapaz de hilvanar una frase completa, porque la
verdad es que, si hubiera seguido el plan, habría dejado a Alexis con una
pareja cariñosa, y nadie habría sabido nunca nada de mi pequeña. Ni
siquiera Isa.
—Ambos sabemos que tu hermana te habría ayudado, protegido y nunca
te habría juzgado. Ambos sabemos que te salvó de un matrimonio en el que
habrías sido infeliz. ¿Por qué no contarle al menos a ella?
Incapaz de encontrar una razón plausible, bajo la mirada hacia su pecho y
me siento tremendamente avergonzada.
—Porque te habrías deshecho de mi hija, maldición, y lo habrías hecho
sin informarme de su existencia.
Su acusación me golpea como un tren de carga, porque a mi pesar es
cierta, y no puedo refutarla. —No sabía qué hacer, tenía miedo, yo...
—¡Basta! —ruge—. No tengo ganas de escuchar tus patéticas excusas de
mierda.
—Tienes que dejar que te lo explique.
—Nunca te perdonaré. Me esforzaré por ser un buen padre, y seré un
marido honorable, pero nunca volveré a tocarte. Mantente alejada de mí,
maldita sea. Se marcha enfadado, mientras las lágrimas abandonan mis ojos
y el sentimiento de culpa casi me ahoga.
Cuando vuelvo a levantar la vista, encuentro a Isa en la puerta
mirándome comprensiva. —Lo siento, no quise escuchar.
Resoplo. —Habría sido imposible no hacerlo por la forma en que nos
gritábamos —sollozo.
Isa se acerca y me estrecha la mano, pero en sus ojos veo el impulso de
hacerme esa pregunta.
—Adelante —la invito—, pregúntame.
—¿Es verdad? —pregunta de hecho.
Suspiro profundamente, antes de sacar lo más incómodo de mi verdad. —
Sí, iba a dar a Alexis en adopción a una pareja seleccionada por la agencia a
la que me había dirigido al principio del embarazo y nadie sabría nunca
nada. Pero entonces... —suspiro de nuevo— nació y, cuando la vi, supe que
sería más fácil arrancarme el corazón con mis propias manos antes de
renunciar a ella. No debería haberle puesto nombre, pero cuando vi que era
un Alex en miniatura, inmediatamente le puse ese nombre, y… —un
sollozo quiebra mi voz—, cuando la doctora me preguntó si quería cogerla
en brazos al menos una vez, me la puso en el pecho y supe inmediatamente
que nunca más la dejaría marchar. —Me encuentro con la mirada
sorprendida de mi hermana, porque necesito hacerle entender que nunca
hubiera renunciado a mi hija, a pesar de mis temores iniciales.
—No me atrevo a imaginar por lo que pasaste y cómo te sentiste, Mari —
me abraza con fuerza—, pero creo que también deberías decírselo,
explicarle cómo fueron las cosas en realidad. Y deja de huir.
Correspondo a su abrazo y me repongo, porque voy a necesitarlo.
Echo un vistazo a la bolsa de viaje que hay sobre mi cama y sé que no
voy a ir a ninguna parte.
Mi lugar está aquí.
Capítulo Diecinueve – Alex

San Francisco, julio 2022


—¿Entonces? ¿Qué te han dicho?
—Ambos están bien, quieren mantener a Isa aquí un par de días más para
monitorear la situación, pero regresaremos a casa pronto —hace una pausa
por un momento antes de concluir—. Creo que me tomaré un tiempo lejos
de todo, Alex. Necesito estar con mi hijo y mi mujer. —Su voz vacila y me
doy cuenta de que ha tenido miedo de perder a la mujer que ama.
Durante su revisión mensual donde la ginecóloga, la tensión arterial de
Isabella era más alta de lo normal y, a pesar de los intentos de la doctora,
cuando no empezó a bajar, sino que siguió subiendo, los médicos decidieron
inducir el parto para evitar complicaciones ulteriores y más graves.
Afortunadamente, sólo faltaba una semana para la fecha prevista del
parto, por lo que el bebé no tuvo ningún problema y tras unas horas de
trabajo de parto, Riccardo Mancuso vino al mundo el veinticuatro de julio,
en perfecto estado de salud.
—Tranquilo, amigo. Lo entiendo, es normal, supongo.
—Alex —se aclara la garganta—. ¿Fue así también para ti? Hablo de
cuando viste a Alexis por primera vez.
Comprendo inmediatamente lo que quiere decir, porque en el instante en
que mis ojos se posaron en esa niña y mi cerebro registró que era mía, el
mundo cambió de rumbo y mis prioridades fueron reiniciadas.
La adrenalina fluye rápidamente por mis venas mientras abro de par en
par la puerta del dormitorio de este apartamento de mierda, haciéndola
chocar contra la pared. El intento de Mariella por impedirme entrar es en
vano, y si no estuviera dispuesto a matar a alguien, me arrancaría una
sonrisa burlona.
Busco al enemigo con la mirada, pero más que ver, oigo. Oigo un sonido
que no esperaba, algo que me desestabiliza, casi haciéndome perder el
equilibrio, porque pegada a la cama de Mariella hay una cuna. Pero lo más
aterrador es que dentro hay un pequeño bulto rosa que llora
desesperadamente y cuando Mariella la toma en brazos para consolarla, yo
no puedo moverme. Estoy anestesiado, congelado, ni siquiera puedo
metabolizar lo que estoy viendo.
—¿Pero qué carajo es eso?
—¿Necesitas un dibujito? —replica picada, apretando a la bebé contra
su pecho.
—¿Cuándo carajo pensabas decírmelo?
—¿Decirte qué? ¿Qué tiene que ver contigo? —replica, lanzándome una
mirada desafiante.
—Mariella —le advierto, porque mi paciencia se agota peligrosa y
rápidamente.
—No es lo que piensas —dice y en su mirada leo el impulso de
desafiarme, de mentirme, de decirme que esa niña de pelo negro no es mía.
Ni por carajo se lo permitiré.
Me acerco mucho a ella y huelo a mi hija por primera vez. Me gustaría
frotarme la nariz contra ese pelo y arrodillarme para preguntarle a Dios
cómo se le ocurrió hacer padre a un ser indigno como yo.
—No es lo que pienso, ¿eh? Bueno, no veo ningún elemento masculino
en esta habitación, ni en el resto de la casa. Así que, supongo que si no es
lo que pienso, te has dejado follar de cualquiera nada más llegaste a París,
tal vez en una discoteca, tal vez después de beber demasiado. ¿Te follaron
en el baño de un club doblada a noventa entre vómito y orina? Si no es lo
que creo que es, ¿quieres decirme que has pasado de ser una virgen de
dieciocho años, tímida e inexperta a una zorra que se va con cualquiera sin
siquiera tomar precauciones? —Le vomito encima todas las palabras
soeces mientras mantengo el tono bajo para no asustar a la niña. Sólo
quiero destrozar a su madre.
—Yo... —farfulla, pero sus ojos se llenan de lágrimas.
—Basta —corto bruscamente—. Regresamos a casa hoy mismo.
Me doy la vuelta y me voy sin añadir nada más, pero cuánto hubiera
querido quedarme en esa habitación para tomar a mi hija en brazos, para
decirle que, a partir de ahora, su papá nunca la abandonará.
Suspiro profundamente. —Sí, amigo, yo diría que sí.
—Bueno, entonces entiendo tu decisión de seguir adelante con la boda —
responde, y sé que eso es un gran avance por su parte—. Hermano —
continúa—, no dudo ni un segundo de que serás un padre excelente.
Me río entre dientes, porque él sabe lo importante que es que me lo diga.
—Ya veremos, joder.
—Isa se está despertando, tengo que irme. Tú te encargas de todo.
—Ve con tu familia. Del resto me encargo yo.
Nos despedimos rápidamente y me quedo en compañía de mis
pensamientos sobre la paternidad. Me pregunto si realmente conseguiré ser
un buen padre a pesar del ejemplo de mierda que tuve.
Los recuerdos intentan invadir mi mente, pero no se los permito, tengo
demasiadas cosas de las que ocuparme como para distraerme.
Aunque con la llegada del verano, y todos nuestros imprevistos
familiares, el trabajo en el restaurante se ha ralentizado, sigo teniendo que
controlar regularmente la marcha de otras actividades, sin olvidar las
investigaciones que estamos llevando a cabo.
Hemos sembrado pequeñas pistas falsas aquí y allá, pero ninguno de
nuestros almacenes o socios ha sido atacado.
Aunque no podemos sino alegrarnos por ello, también significa que
seguimos en alta mar y no sabemos muy bien qué rumbo tomar.
Cojo el teléfono y llamo a quien esté a cargo de los estrictos controles en
la frontera mexicana.
—Hola, papi —me saluda Leonardo al primer timbrazo.
—Amigo, ¿estás ocupado? —replico, ignorando el apodo.
—No más ocupado que de costumbre. Cuéntamelo todo, ¿quieres que
organice tu despedida de soltero en el Stark? —pregunta sarcástico.
—No necesito una despedida de soltero —respondo tajantemente—,
justo cuando oigo gruñidos de fondo al otro lado de la línea. ¿Estás
asfixiando a alguien?
—Bueno, se podría decir que sí —ríe divertido, antes de que se le escape
un gemido.
Un maldito gemido.
—Amigo, dime que no has contestado al teléfono mientras te estás
follando a alguien. —Me pellizco el puente de la nariz, porque este tipo es
increíble.
—De acuerdo, no te lo diré. Oh, joder —gruñe.
No puedo hacerlo. Llevo demasiado tiempo masturbándome, no puedo
escuchar a alguien teniendo sexo. —Vuelvo a llamarte cuando hayas
terminado.
—No, no —dice con voz ronca—. Lo tengo, amigo, oh sí, lo tengo. —
Emite un largo grito gutural mientras yo me quedo mirando el teléfono
entre asqueado y estupefacto—. Aquí estoy, he terminado.
—Apestas, lo sabes, ¿verdad?
—Vamos, seguro que has hecho cosas peores —se ríe socarrón, y no
puedo negarlo.
—Volviendo a los negocios, llamaba para ver si hay noticias de la
frontera.
—Mmm, cucarachas y hormigas varias, pero nada de ratas. Por ahora,
estamos comprobando algunas cosas, parece que hay algunas migas de
queso y queremos ver a dónde conducen. Lo que significa que, aparte de
algunos delincuentes de poca monta y unos cuantos pobres que intentan
cruzar la frontera clandestinamente, el Cártel Ramírez no ha sido visto,
pero están siguiendo algunas pistas que podrían resultar interesantes. —Yo
diría que podemos estar tranquilos, al menos por ahora, especialmente tú,
novio prometido. Por cierto, ¿has decidido ya la fecha?
—Esperaremos a que Isa se recupere y, sinceramente, no tengo ni idea de
cuánto tardará. Puede ser una semana o un mes.
—Hey, Alex —dice Leo, de repente serio—. ¿Qué se siente al ser padre?
—pregunta.
Guau, qué pregunta tan seria. No te lo esperarías de alguien como él,
pero me hace reflexionar.
—Ser padre es aterrador. De repente te das cuenta de que has creado una
vida y de que esa vida depende de ti, en todos los sentidos. Aunque no te
apetezca, aunque ese día tengas fiebre o las pelotas volteadas, sigues siendo
padre. A pesar de todo, tienes que cumplir con todas tus tareas: la comida,
el cambio de pañales, la siesta y después una y otra vez. Y no puedes
olvidarte de ningún puto detalle, o harás daño a esa criaturita que has traído
al mundo. —Lo dije todo de un tirón, y me doy cuenta de que cada palabra
es verdadera y sincera.
—Gracias, amigo —responde Leo con seriedad—. Fuiste realmente
decisivo.
Mierda, ¿no estará pensando en ser padre? Es dos años más joven que yo,
le gusta divertirse demasiado y realmente no creo que esté preparado para
ese tipo de responsabilidad.
Casi tiemblo cuando le pregunto: —¿Para qué?
—Para reservar una vasectomía y evitar la mínima posibilidad de crear
pequeños seres humanos. Me despido, estoy listo para el siguiente asalto.
—Se ríe y cuelga.
Es un cabrón.
Leonardo es el que más se divierte de los cuatro, entre competiciones de
surf y mujeres a montones, aún no me creo que tarde o temprano será el
Boss de Los Ángeles y tendrá todo un reino que gobernar. Espero que tenga
tiempo de sobra para comprender lo que significa desempeñar el papel de
Boss y comportarse en consecuencia. De verdad espero que Don Mario
goce de buena salud durante los próximos veinte años.
Salgo de mi despacho y me dirijo a la cocina para informar a Mariella de
las noticias sobre su hermana, aunque estoy seguro de que ya lo sabe todo.
Pero esto me da la oportunidad de verla y hablar con ella, aunque sólo sea
por un breve instante.
Tras el enfrentamiento que tuvimos en su habitación hace unos diez días,
las relaciones entre nosotros son tensas y no intercambiamos más que un
par de frases al día, consiguiendo comportarnos civilizadamente sólo
cuando Alexis está presente y ambos estamos centrados en el bienestar de la
niña.
Cuando no encuentro a Mariella ni en la habitación ni en la cocina, un
arrebato de ansiedad se abre paso en mi pecho, pero me obligo a mantener
la calma. Hay dos guardias en la puerta y la seguridad de este edificio es
impresionante. No se me escapará más, y me importa una mierda si parezco
un acosador.
Finalmente, mi búsqueda da sus frutos en el gimnasio de casa, donde
encuentro a Mariella en la cinta de correr, y al instante me arrepiento de
haberla encontrado.
Está de espaldas, y es una puta visión en leggings ajustados que dibujan
su culo perfecto. No corre muy rápido, pero su camiseta de tirantes blanca y
mojada deja claro que lleva tiempo haciéndolo.
Mierda, ese trozo de algodón no deja lugar a la imaginación.
Mariella levanta la vista y me descubre babeando detrás de ella, apaga la
máquina y se agacha con un movimiento fluido para coger una toalla con la
que se limpia la cara y el pecho. ¿Se puede envidiar a una puta toalla?
Cuando viene hacia mí, espero a que me pregunte por su hermana o
inicie la conversación de alguna manera, pero hace por adelantarme y
pierdo la poca paciencia que tengo.
—¿Adónde coño vas? —suelto, agarrándola de la muñeca y tirando de
ella hacia mí. Su espalda se adhiere a mi pecho y su culo se apoya en mi
polla, que se tensa con ese contacto. Mala idea.
—¿Qué quieres? —replica enfadada, pero es tan pequeñita en mis brazos
que sólo tengo que mirar hacia abajo para ver que se le han hinchado los
pezones. Estamos demasiado cerca.
A ti, quiero responder, pero la giro y choco con sus ojos verdes que
disparan llamas y, una vez más, lanzo mi ira contra ella. —Destruirte.
Basta un segundo para que mi boca encuentre la suya y mi lengua se abra
paso entre sus labios.
Basta un segundo para que el impulso de desnudarla y hacerla mía
alcance niveles muy altos y muy peligrosos.
Basta un puto segundo para que me acuerde de todas las putas razones
por las que estoy enfadado con ella.
Doy un paso atrás como si me hubieran escaldado.
No debería haberlo hecho.
No debería haber perdido el control así.
Mierda.
Con ella, nunca logro controlarme.
¿Cómo coño lo hace?
Me doy la vuelta y salgo a toda prisa del gimnasio, llego a mi habitación
y cierro la puerta tras de mí. Me paso una mano por el pelo con frustración,
camino de un lado a otro como un animal enjaulado, estoy jodido.
Esa mujer me quita el control, la racionalidad, y toma el mando sobre mi
cuerpo, mi cerebro y sobre la polla que se levanta furiosa en los pantalones.
Dejo de pensar y me desnudo, necesito una ducha helada para calmar mis
nervios y mi sangre, pero cuando me encuentro bajo el chorro, ni siquiera la
temperatura gélida me distrae de ese culo firme y esa mirada ardiente que
me incendia el pecho.
Aprieto mi erección de acero en el puño y suspiro, cerrando los ojos.
Apoyo la mano libre en la pared y me dejo invadir, esta vez
voluntariamente, por los recuerdos de su sabor, su olor, de lo apretada que
estaba aquella primera vez alrededor de mi polla.
De la alegría que me hizo sentir.
De lo completo que me había sentido por primera vez en mi vida.
Mi mano aumenta la velocidad al recordarla frente a mí, con los muslos
abiertos y los ojos excitados, su dulce inocencia luchando contra la traviesa
curiosidad de descubrir un mundo completamente nuevo, y de hacerlo
conmigo.
Siento la familiar tensión en la base de la espalda y, tras un par de
caricias más, me vengo en la impecable pared de la ducha.
Cierro el chorro de agua fría, me envuelvo el cuerpo con una bata de
felpa, con la piel ya casi entumecida, y salgo.
Vuelvo a mi habitación con una nueva determinación para recuperar mi
autocontrol habitual.
No puedo permitirme dejar libres los sentimientos que siento por ella.
Debo esforzarme más por mantenerlos bajo llave.
No merece saber lo que sentí, y lo que aún siento, por ella.
Sólo por ella.
Capítulo Veinte – Mariella

—¿Estás listo? —le pregunto a Alex en la puerta de su dormitorio.


Me echa una breve mirada por encima del hombro y se limita a hacer un
gesto afirmativo con la cabeza. Debe costarle demasiado esfuerzo
responderme verbalmente.
Consciente de que, como de costumbre, no quiere entablar conversación,
vuelvo a la habitación de Alexis y la recojo de su columpio donde admira
embelesada las luces y las formas ganándome un divertido gorjeo.
—Amor de mamá —la mimo, dándole un beso en esa mejilla que
provoca mordisquear. —¿Estás lista para ir con tus tíos? Tenemos que
celebrar el primer mes de tu primito Riccardo Mancuso, hijo mayor del
Boss de San Francisco —le digo imitando la voz de mi madre que insiste
cada vez en enunciar por completo el título de mi sobrino, como si fuera un
título nobiliario.
—¿Alexis está lista? —pregunta una voz grave detrás de mí.
Le pago con la misma moneda y simplemente asiento con la cabeza.
Sí, exactamente. Mi prometido sigue ignorándome todo lo posible, evita
hacerme preguntas directas y hay días en los que ni siquiera nos cruzamos
dentro de casa. Es cuando menos agotador, entre otras cosas porque es
como tener un suculento postre al alcance de la mano y no poder estirarla
para devorarlo.
Lo que más me jode es que lo más probable es que él satisfaga sus
necesidades físicas en el Stark y a mí sólo me queda el hágalo usted misma.
Esto, sin embargo, me ha dado una manera de ponerlo nervioso y la
última vez fue casi hilarante.
He aprovechado el paseo de Loretta con Alexis para darme una ducha
rejuvenecedora y, mientras me paro delante del armario para decidir qué
ponerme para una tarde de relax, oigo la puerta cerrarse de golpe a mi
espalda.
Me doy la vuelta y me encuentro con un Alex furioso frente a mí, me ciño
más la toalla alrededor del cuerpo, aunque lo único que quiero es
deshacerme de ella.
—¿Crees que esto es divertido? —sisea, manteniendo su mirada fija en
mi cara.
Bueno, creo que el paquete que ordené ha llegado... el cuarto.
Contengo una sonrisa maliciosa y finjo ignorancia. —Debería saber de
qué estás hablando?
—Mariella, Como de costumbre, tratas de azuzar al monstruo
equivocado.
Esa voz persuasiva suya es caramelo derretido sobre mi piel y no puedo
evitar apretar las piernas, su mirada se dirige por un instante justo en ese
punto y veo cómo le tiemblan las fosas nasales. Con él, siempre es difícil
adivinar si quiere destrozarme o follarme. Cualquier cosa sigue siendo
mejor que su indiferencia.
—No creo que la última vez me fuera mal —respondo apresurada—, pero
la vergüenza no tarda en llegar y siento un calor que me sube desde el
pecho hasta el cuello, y ahí es donde su mirada se detiene y el hambre que
leo en sus ojos es casi letal. Dos frases y un par de miradas sucias, y aquí
estoy: excitada a morir por un hombre que no me quiere.
—¿Es eso lo que piensas? —me pregunta, y por un momento temo haber
hablado en voz alta—. ¿Que no te fue mal? Ni siquiera tienes diecinueve
años y eres madre fuera del matrimonio de una hija... mía —apenas
termina, y puedo sentir en mi piel todas las emociones que se arremolinan
en su interior. ¿Puede ser que uno de los hombres más temidos y deseados
de la Costa Oeste se vea tan afectado por la opinión que algún imbécil de
mente estrecha pueda tener sobre él?
—Soy madre de una niña maravillosa y sana, hija de uno de los hombres
más respetados de la ciudad. Y no sólo el más atractivo y el único capaz de
incendiarme con una sola mirada, pero evito decírselo. —Como he dicho,
no diría que me ha ido mal. Ahora, ¿puedo tomar mi paquete? —Mantengo
la mirada fija en el paquete que tiene en la mano para evitar mirarle a los
ojos y permitirle que lea toda la verdad.
—¿Quieres esto? —Abre la caja y saca el artículo que pedí por Internet
ayer por la tarde—. Por cierto, explícame qué es.
—Ehm, no creo que te concierna
—No era una pregunta, nena —responde—. Sin embargo, puedes decidir
si me lo explicas verbalmente o con una demostración práctica. Y, te
advierto, esto ocurrirá con cualquier otro paquete que recibas.
Mierda. Está jugando conmigo, y no voy a ceder, como de costumbre. Me
acerco a él haciendo alarde de una confianza que no siento, llevando sólo
una toalla y una excitación a punto de estallar, y le tiendo una mano con la
palma hacia arriba. —Es mi nuevo entrenador de suelo pélvico, sirve para
hacer ejercicios de Kegel para recuperar el tono muscular y evitar
problemas en el periodo posterior al embarazo. Ahora, ¿podrías dármelo?
—¿Tienes problemas de suelo pélvico? —pregunta escéptico, arqueando
una ceja—. No tengo intención de responder, pero me estremezco cuando
con un paso lo encuentro pegado a mi pecho. —¿O quizás de oído? —
vuelve a preguntar ante mi silencio.
Me limito a levantar la barbilla en señal de desafío.
—Abre la boca —ordena perentorio.
A pesar de todo el tiempo transcurrido, Alex tiene un control total sobre
mi cuerpo, porque ejecuto sin vacilar, y desliza el entrenador entre mis
labios, sobre mi lengua.
—Chupa.
Soy prisionera de sus ojos, esclava de sus órdenes.
Cuando está satisfecho, lo saca suavemente. —Abre las piernas.
Oh, mierda. Me niego a pensar en lo que quiere hacer, simplemente hago
lo que me pide.
—Inhala profundamente, —me ordena de nuevo, y cuando lo hago siento
cómo el entrenador se desliza entre mis pliegues ya húmedos, llenándome.
—Ves, ha sido fácil, —comenta—. Supongo que ayudó que estuvieras
empapada. Además del diseño ergonómico, claro —se burla.
Sé que todo esto es una provocación, pero podemos jugar entre dos a
este juego.
Muevo las caderas y el dorso de su mano roza mi clítoris, haciéndome
gemir.
Sus pupilas se dilatan y su mirada se fija en mi boca. Quizá mi monstruo
favorito no sea tan indiferente después de todo.
—Nena —murmura en voz baja.
—Ayúdame a averiguar cómo usarlo —le ruego, y espero de todo
corazón que no me rechace.
No contesta, pero la saca hasta la mitad y luego me la vuelve a meter
hasta el fondo.
Echo la cabeza hacia atrás y gimo.
Dentro y fuera.
Dentro y fuera
—Alex —gimo, alargando una mano para agarrar su erección por
encima de los pantalones.
—No me toques. —Su rechazo es como un ácido, pero su mano, que sigue
trabajándome, lo borra todo y sólo deja el placer creciendo y
arrastrándome hacia el clímax.
Me gustaría decirle tantas cosas, pero cuando encuentro sus ojos, sé que
me lee por dentro.
—No te atrevas a decir ni una palabra ahora, nena.
Sus palabras son glaciales, pero su cuerpo está ardiendo apretado contra
el mío y su mano hace magia en mi vientre.
Dentro y fuera.
Dentro y fuera.
Una y otra vez.
Cada vez más rápido.
Cuando estoy a punto de venirme, sustituye el entrenador por sus dedos y
dibuja círculos en mi sensible clítoris con el pulgar. —Móntame la mano,
nena —me insta, con su voz enronquecida.
Sacudo las caderas y él me ayuda alineándose con mis movimientos,
avivando el fuego que arde en mi interior.
Me aferro a sus hombros y apenas noto que la toalla se desliza, con su
mano libre aprieta uno de mis pechos y empieza a masajearlo, los
movimientos se vuelven cada vez más frenéticos, hasta que alcanzo el
clímax y me vengo con fuerza agarrada a él.
En cuanto recupero un mínimo de lucidez y me encuentro con su mirada,
noto que de repente está más frío.
—Diría que te contraías a la perfección alrededor de mis dedos —los
saca y se los lleva a la boca, lamiéndolos lentamente uno tras otro, sin
apartar los ojos de los míos—. Tanto que pensé que me los ibas a arrancar.
Deja de traer juguetes sexuales a mi puto apartamento, tu suelo pélvico
está de maravilla —sentencia antes de girar sobre sus talones y dejarme
allí de pie, satisfecha y desnuda, y absolutamente sin palabras.
Al recordarlo, una sonrisa maliciosa se dibuja en mis labios, pero no me
doy tiempo para reflexionar al respecto y tomo la bolsa de Alexis antes de
dirigirme hacia la puerta sin mirar a Alex.
***
—¡Aquí están! —exclama Isa, haciéndonos entrar en la casa antes de
abrazarme con Alexis en brazos y colmar de besos a mi pequeña—. Deja el
cochecito en la puerta principal, he preparado una trona para ella y una
alfombra cercada por si quiere jugar más tarde.
—Eres una tía fantástica, Isa —me río, devolviéndole el abrazo. Isa es
siempre cariñosa y atenta a las necesidades de mi pequeña. —Estoy segura
de que serás una madre increíble.
Una sonrisa ilumina su rostro y me alegro de que en el último mes la
relación entre nosotros se esté reconstruyendo poco a poco y, aunque sé que
nos queda mucho trabajo por hacer, es agradable tener esperanza.
Incluso con mis padres las cosas van mejor de lo que esperaba. Por
supuesto, cuando se enteraron de lo de Alexis, a los dos casi les da un
ataque y yo viví un cuarto de hora de pesadilla.
—Mamá, papá, tengo que hablar con ustedes —exclamo una vez que
están sentados en el salón del apartamento de Alex. Miro a mi alrededor
nerviosa, aunque sé que Loretta se ha encargado de retirar todas las
pertenencias de Alexis.
—¿Qué te pasa, cariño? —pregunta preocupada mi madre—. ¿No
quieres esta boda? Puedes contárnoslo.
Mi padre le lanza una mirada mordaz, pero luego me mira con
determinación. —Mari, no sé qué está pasando aquí, pero es todo muy
extraño. —Me toma la mano y suspira—. Decidieron casarse en un par de
días después de verse dos veces y vives aquí con él. Por mucho que la
organización intente ser más moderna, nunca se había visto algo así.
Necesito que hables conmigo, hija mía.
Ya está, no puedo demorarlo más.
—Estoy enamorada de Alex y no tengo dudas de querer estar con él —
aclaro enseguida, porque quiero que entiendan que mis sentimientos son
reales y que no me interesa casarme con él para evitar las habladurías de
la gente—. Aunque la situación entre nosotros ahora mismo es un poco
complicada.
—¿Te está forzando de alguna manera, cariño? —pregunta mamá
alarmada.
—No, mamá. De hecho, sería más exacto decir que yo fui la que dio el
primer paso con él. Al principio, él ni siquiera quería saber de mí.
Mamá se sobresalta, papá suspira.
—¿Cómo se atreve a...? —empieza indignada.
—Assunta, déjala hablar, por favor —la interrumpe mi padre y tengo la
sensación de que su paciencia se está agotando.
No hay forma fácil de decir la verdad; por eso, opto por ir directamente
al grano.
—Alex me ha impresionado desde la boda de Isa y le coqueteé en mi
cumpleaños. La atracción entre nosotros siempre fue magnética, pero
siempre hubo una conexión más profunda y nunca aceptaría un no por
respuesta. —Respiro hondo—. Nos acostamos —ignoro las caras de
consternación de mis padres y continúo—, y a la mañana siguiente me
escapé para evitar la vergüenza de que me echaran sin ningún miramiento.
Luego me fui a Francia, pero unas semanas después empecé a sentir
náuseas y mareos.
—Joder —murmura mi padre, mi madre se lleva una mano a la boca.
Bajo la mirada, porque no podría terminar si viera la vergüenza en sus
ojos. —Cuando me hice la prueba y salió positiva, me asusté y al final
decidí no decir nada a nadie y dar la bebé en adopción, pero entonces
nació y no pude hacerlo. Era mi niña, no podía abandonarla, nunca podría
hacerlo —suspiro con voz temblorosa. Siento un sabor salado en la boca y
me doy cuenta de que las lágrimas han empezado a surcarme las mejillas.
—¿Él ha decidido asumir su responsabilidad? —pregunta mi padre, más
tranquilo de lo que habría esperado.
Arriesgo una mirada en su dirección y asiento con la cabeza.
—¿Isa lo sabía? —quiere saber mamá y me limito a negar con la cabeza.
—Nunca me hubiera imaginado que te metieras en una situación
semejante —suspira papá y me agarra la mano con más fuerza—. Créeme,
si no supiera que él tiene la intención de asumir sus responsabilidades y
que se van a casar pronto, mi reacción sería muy distinta, pero quiero que
sepas que eres y siempre serás nuestra pequeña. No puedo imaginar cómo
te sentiste pasando por todo esto tú sola, pero quiero que sepas que no
importa dónde estés o con quién, tu hogar siempre será tu puerto seguro.
Nosotros siempre seremos tu puerto seguro.
—No quería que se avergonzaran de mí —confieso entre sollozos.
—Nunca, cariño —responde él con seguridad.
—¿Somos abuelos? —pregunta mamá despistada y su ternura me hace
sonreír.
—Sí, asiento. —¿Quieren verla? —pregunto un poco intimidada.
—Dios, sí —exclama papá y una sonrisa de felicidad se asoma a sus
labios.
En resumen, fue mucho mejor de lo que esperaba. Y no puedo negar que
son abuelos cariñosos y siempre dispuestos a echar una mano.
—Estás estupenda —le digo sinceramente a mi hermana mientras la
observo de pies a cabeza. Tuvo un parto bastante difícil con trabajo de parto
inducido, pero se recuperó estupendamente. El mérito también es de su
marido, que no deja que le falte de nada y está a su lado en cada paso de
este nuevo y maravilloso viaje de tres. Cómo me gustaría que también... No.
No puedo permitirme semejante pensamiento, las cosas siguen tensas
entre Alex y yo y decir que se comporta glacialmente conmigo es un
eufemismo. Bueno, excepto en algunas ocasiones esporádicas.
—Gracias, Mari —responde mientras Frank llega con su bebé dormido
en brazos. La paternidad le sienta bien, sin duda.
—Buenas noches —nos saluda el Boss.
Me limito a sonreír amistosamente, mientras Alex le corresponde con una
ligera palmada en el hombro, y noto que mira con asombro al bebé que su
amigo sostiene en brazos.
—Todavía no me hago a la idea de lo pequeño que es —comenta
inmediatamente después—. ¿No tienes miedo de romperlo? —Podría
parecer una broma, pero en su voz detecto una nota de temor reverencial.
Me acerco y echo un vistazo al ángel moreno que le robó el corazón a mi
cuñado y me doy cuenta de que ha engordado un poco desde que nació, no
es tan pequeño. —A mí no me parece tan pequeño. Debe pesar unos cuatro
kilos, ¿no? —Lanzo una mirada a mi hermana, que asiente con la cabeza
confirmando mi suposición.
—Alexis pesaba tres kilos y cien gramos cuando nació, pero la mayor
parte del peso era su pelo, —suelto una carcajada, un momento antes de
darme cuenta de mi gaffe.
La temperatura de la habitación parece bajar diez grados, mientras la
mirada de Alex se agudiza y la de Isa se entristece. Mierda.
—Creo que he oído sonar el temporizador del horno —interviene Frank
—. Supongo que es hora de sentarse —señala con el brazo libre la mesa del
comedor.
Un momento después, sorprende a todos entregando Riccardo a Alex. —
¿Te importaría sostenerlo un minuto? —le dice, pero en realidad no es una
pregunta porque prácticamente lo empuja a sus brazos mientras él adopta
una expresión de asombro.
—Muñequita, haz que se acomoden y toma asiento. Esta noche me ocupo
yo de servirte —le guiña un ojo y se dirige a la cocina. Estoy segura de que
aquel servirte esconde promesas mucho más ilícitas. O tal vez simplemente
soy yo que no he tenido un orgasmo desde hace tiempo.
Inevitablemente, mi mirada se desplaza hacia el objeto de mis deseos y
Alex está allí mirándome fijamente, como si pudiera leerme la mente
mientras una luz maliciosa ilumina su mirada, que un momento después
baja hacia Alexis y el resentimiento vuelve de forma prepotente a sus ojos.
—Ven, Mari, vamos a acomodar a mi sobrina en su trona —me dice Isa,
y yo le agradezco en silencio que me haya sacado del impasse—. ¿Qué ha
sido eso? —me susurra al oído mientras nos dirigimos al comedor.
—El tira y afloja al que me somete ese imbécil desde hace casi dos
meses, así están las cosas, —respondo, manteniendo la voz en un susurro.
—En realidad, a mí me pareció que estaba dispuesto a follarte contra la
pared, pero también podría equivocarme —se mofa, luego se encoge de
hombros y me quita a Alexis de los brazos para acomodarla en la trona,
mientras yo permanezco observándola sorprendida.
Isa siempre ha utilizado un lenguaje más descarado y grosero que el mío,
pero lo que me deja sin palabras es que nunca ha ocultado su aversión a una
relación entre Alex y yo, de hecho, cuando le dije que habíamos tenido
sexo, pensé que le iba a dar un infarto. Desde que vivo con Alex, siempre
ha parecido resignada al hecho de que teníamos que vivir juntos. Así que
verla casi divertida por la tensión sexual entre Alex y yo me desconcierta.
Supongo que esto también lo abordaremos en algún momento; por ahora
sólo quiero disfrutar de mi cena.
Capítulo Veintiuno – Mariella

Bajo la pantalla del portátil con una sonrisa de satisfacción.


Acabo de terminar una video llamada con Madame Dubois, y me ha
asegurado que no habrá ningún problema en convertir algunos cursos de
asistencia obligatoria con otros que puedo cursar en línea, al igual que hice
al final de mi embarazo. Además, me remitió un calendario, aunque
provisional, de los primeros exámenes que tendré que realizar a principios
de este segundo año. Por supuesto, imagino que no volveré a París en breve
y que tendré que trasladarme a una de las universidades de California para
terminar mis estudios, porque tampoco voy a tirar por la borda todo un año
de intenso compromiso. Mientras tanto, seguiré estudiando y espero que eso
me impida pensar siempre y sólo en él.
—Mariella.
Una palabra.
Le basta una palabra para hacerme más sensible y consciente de su
repentina cercanía.
Me doy la vuelta y lo encuentro en la puerta de la pequeña biblioteca que
esconde esta magnífica casa.
Es una habitación no demasiado grande, pero acogedora a pesar de estar
amueblada con colores fríos y muy pocos muebles, ni un cuadro, ni una
pintura, sólo una extensión de libros. Me sentí como en casa desde el primer
momento. Creé un pequeño rincón de lectura en el suelo con cojines de
colores de distintos tamaños y encargué unas mantas mullidas para el
invierno. Esperaba alguna protesta del propietario, pero no llegó.
—¿Todo bien?
Alexis está con mis padres y, normalmente, cuando la niña no está en
casa, Alex me evita todo lo que puede. Con ella es un padre cariñoso y
afectuoso, ha aprendido a cambiarle el pañal enseguida y no se echa para
atrás ni siquiera a la hora del baño nocturno, que siempre se convierte en
una ducha también para mí. Conmigo, en cambio, la situación es fluctuante:
hay momentos en los que soy casi transparente a sus ojos y otros en los que
su mirada me quema por dentro hasta el punto de que temo que
incendiemos la casa con la tensión sexual que vibra entre nosotros.
—Ha llegado esto —responde un poco sombrío, sacando un paquete de
su espalda.
—Oh.
—Sí, oh. —Me dedica una media sonrisa indescifrable, se despega del
marco de la puerta y se acerca a mí con pasos lentos y medidos, dignos de
una pantera elegante y letal—. ¿Recuerdas lo que te dije la última vez?
“Puedes decidir si me lo explicas verbalmente o con una demostración
práctica. Y, te advierto, esto ocurrirá con todos los demás paquetes que
envíes”.
—No —miento.
—Mentirosa —se aleja un paso de mí—. Espero que hayas hecho tu
elección.
—Ni siquiera sé lo que contiene. Y, esta vez, no miento. Entre comprar
artículos online para amueblar la biblioteca, encargar juguetes para Alexis y
algunos libros para mí, no he llevado la cuenta de todos los juguetes
sexuales que he encargado con el único fin de provocarlo.
—Supongo que lo averiguaremos —murmura, y ahora se cierne sobre
mí, elegante como siempre, mientras yo voy descalza y con ropa mucho
más informal.
Sin prisas, desenvuelve el paquete, abre la cajita y revela su contenido.
Oh Dios, sí que he pedido algunas cosas extrañas.
Cuando vuelve a mirarme, arquea una ceja, pero noto que se le tuerce la
comisura de los labios. —¿En serio? —pregunta imperturbable,
mostrándome el objeto que tiene en la mano.
—Todavía sueño con esa noche —y cuando le veo cerrar los ojos y
suspirar profundamente, sé que no necesito especificar qué noche—. Y
todas las cosas magníficas que me has hecho —suelto con coraje y audacia,
a pesar de sentir que la vergüenza me sube hasta las orejas. Aun así, deseo
con todas mis fuerzas al hombre que tengo delante. Ahora, sólo tengo que
averiguar si este deseo es recíproco, o si realmente es demasiado tarde para
nosotros.
Cuando Alex vuelve a abrir los ojos y encuentra los míos, veo algo en
ellos, pero no puedo identificarlo con certeza. Parece furioso, pero
complacido y bastante excitado. Pero también hay algo más.
¿Qué tan demente tengo que estar para que esta combinación me excite
a morir?
—Recuéstate sobre las almohadas. —Su voz es grave, casi
completamente desprovista de cualquier emoción.
Un escalofrío de incertidumbre me recorre la espalda, pero no es
momento de echarse para atrás. Hago lo que me dice y me acomodo entre
las almohadas, sin dejar de mirarlo.
—Abre las piernas. —Otra orden sin ninguna inflexión en su voz.
Me levanto la falda de flores hasta las caderas y, cuando ve la tanga roja
de encaje, sisea entre dientes y su mirada se ensombrece. Me siento ya
húmeda por la tensión que crepita entre nosotros en esta habitación, y estoy
segura de que el color de mis bragas es más oscuro de lo normal.
—Nena —suspira, y yo casi me derrito—. Apuesto a que no puedes
esperar a que use esto contigo.
Me había olvidado por completo del juguete sexual, un estimulador de
clítoris que promete milagros orgásmicos con sus diez suaves lenguas de
silicona preparadas para diferentes modos de estimulación –sí, he leído
atentamente la descripción en la página web– y lo compré pensando en
cuando Alex literalmente me hizo ver estrellas.
—Yo... —no sé qué decir. Lo deseo a él, pero no tengo el valor de ser tan
atrevida.
Pulsa el botón de encendido y las lenguas empiezan a arremolinarse,
sonríe maliciosamente y cuando me mira, esos ojos criminales suyos no
prometen más que problemas.
Se acomoda de rodillas entre mis muslos, yo semidesnuda y él aún
perfectamente vestido con su impecable traje a medida.
—Cierra los ojos. Cumplo y un momento después siento el juego erótico
en mi piel, pero no donde habría imaginado. Me lo ha puesto en el cuello, y
ahora va hacia abajo, entre mis pechos, rozando mis pezones, jugando con
ellos sólo unos instantes y luego bajando lentamente por mi vientre, y mis
muslos, subiendo de nuevo, pero sin llegar nunca a donde yo quisiera.
Quiere matarme.
—Alex —suspiro cuando ya no puedo más, porque la excitación me
retumba en los oídos y deseo que tome el control de una vez por todas para
guiarme al océano de placer que sólo él me hace sentir.
—Ssh —me calla bruscamente, pero me complace—. Un segundo
después, de hecho, el juguete sexual encuentra por fin un lugar entre mis
piernas y comienza a estimular mi clítoris. La sensación es agradable, pero
nada comparado con lo que sé que él puede hacerme sentir.
—Más —le imploro, pero él sólo aumenta la intensidad del juguete.
—Debes. Estar. Callada —ordena, pero su voz es ronca y me doy cuenta
de que este momento está teniendo efecto también sobre él. Aunque no
quiera, aunque me odie, no es tan indiferente como quisiera hacerme creer.
La excitación y la frustración luchan en mi interior y mi cuerpo está en
vilo, hasta que siento el cambio, la auténtica revolución.
Pone su lengua en mi coño, empieza a lamer y chupar mi clítoris,
masajeándolo y estimulándolo hasta que veo las estrellas, un momento
antes de bajar más hasta mi abertura para follarme con su lengua mientras
con el juguete vuelve a rozarme el clítoris. La doble estimulación, su lengua
follándome con fuerza, es tal emoción que me abruma y me deja a un
suspiro del orgasmo.
—Alex —murmuro de nuevo, incapaz de contenerme—. Te deseo —
suspiro—, y luego me quedo helada, porque habría esperado cualquier
reacción, cualquier puñalada envenenada directa al corazón, pero nunca
habría esperado el frío que me golpea entre los muslos cuando él se levanta
de golpe y se va a toda prisa, sin decir una sola palabra, dejándome
desnuda, vulnerable y malditamente frustrada a un paso del orgasmo.
Maldición.
***
Esta mañana me he levantado temprano y, aprovechando que Alexis aún
dormía, me he hecho una mascarilla facial rejuvenecedora y un exfoliante
corporal. Es una rutina de mimos que pongo en práctica cada cumpleaños,
normalmente complementada con un desayuno en familia, pero este año
presiento que será muy diferente.
Por suerte, Alexis ha encontrado su ritmo de sueño y ha empezado a
dormir toda la noche sin interrupción.
Cuando llego a la cocina, no me sorprende encontrarla vacía y ordenada.
Alex no está, debe haberse ido temprano como de costumbre.
Desde el episodio de la semana pasada en la biblioteca, me evita aún con
más cuidado y las ya pocas palabras que intercambiábamos se han reducido
drásticamente.
Ojalá no sintiera la oleada de amargura que me asalta, pero no puedo
negar que me duele que ni siquiera me deseara un feliz cumpleaños antes de
salir.
No sólo cumplo diecinueve años hoy, sino que ha pasado un año desde
que estuvimos juntos, y no sólo es importante porque le di mi virginidad,
sino también porque concebimos a nuestra dulce niña, que con el paso del
tiempo sigue pareciéndose más a su padre que a mí, a pesar de que la llevé
en mi vientre durante nueve meses. Pequeña traidora.
De hecho, no podría estar más contenta con la relación que están creando
los dos, aunque me gustaría que su papá me perdonara, o al menos tomara
una decisión clara y definitiva. Si no puede haber nada más entre nosotros,
que lo diga abiertamente y aprenderé a vivir con eso.
No. Eso no es verdad, estaría destrozada. Lo quiero a él, la familia que
podemos tener juntos, el futuro que podemos construir como familia.
Mientras dejo mi taza de café en la isla de la cocina, me doy cuenta de
que hay una caja bastante grande sobre la mesa del salón.
Es azul, justo de la tonalidad que me di cuenta que era el color favorito
de Alex, y en él hay una nota con una sola palabra escrita en elegante
caligrafía: Nena.
Levanto la tapa de la caja y me estremezco llevándome una mano a la
boca.
No es posible.
Contengo un grito y hojeo lo más suavemente que puedo la portada del
que podría ser uno de los libros más raros y caros del mundo, y se me pone
la piel de gallina de la emoción.
Delante de mí hay un ejemplar del First Folio de Shakespeare, la primera
publicación que contiene treinta y seis de sus obras, de la que se
imprimieron poco menos de mil ejemplares en el siglo XVII.
No puedo creer lo que ven mis ojos.
Es un regalo enorme, me faltan las palabras para describir lo que siento
en este momento. Mis ojos se desvían un poco y encuentro un vestido del
mismo tono de azul que la caja, que combina a la perfección con mi tez
siempre demasiado pálida.
Cuando lo levanto, me doy cuenta de que una nota se desliza hasta el
suelo y me agacho para recogerla.
A la 1 de la tarde en el Piccolo Amore.
Seco.
Ni un "feliz cumpleaños", ni siquiera un "te espero".
Ningún "con amor", o al menos afecto. Per...
Pero no tengo tiempo de reflexionar demasiado, porque llaman a la
puerta y corro a ver quién es.
—¡Feliiiiz Cumpleaños! —exclama Isa en cuanto abro la puerta, antes de
estrecharme en un abrazo digno de tal nombre.
—Gracias —sonrío, correspondiéndole con un fuerte abrazo.
—Te quiero, hermanita mamá —me dice cuando nos separamos.
Debo de haber puesto una mala cara ante el nuevo apodo que intenta
ponerme.
—¿Qué? Me parece muy dulce —resopla, luego se agacha para recoger
unos sobres que no sabía que llevaba y entra en casa—. ¿Dónde está la
dulzura de la tía? —pregunta dirigiéndose hacia la cocina.
—Está todavía dormida.
—Ah, qué suerte tienes —suspira—. Riccardo me está quitando el sueño,
tiene cólicos, pobre tesoro de mamá, y llora prácticamente toda la noche.
Luego, él se duerme como una piedra a las seis de la mañana y yo durante
el día parezco alguien que huyo de casa. Hace pucheros, pero sé que no
cambiaría estas noches en vela por nada del mundo.
—No te preocupes, ya verás que dentro de un tiempo todo irá mejor —
intento animarla, aunque no soy médico y, sobre todo, no sé muy bien cómo
funciona, porque Alexis ha sufrido muy poco.
—¡Crucemos los dedos! —exclama, sonriendo de nuevo—. Y ahora,
¿desayuno o regalos?
—¡Regalos, qué pregunta!
—Mmm, bien. Empecemos con esto —me dice, entregándome una caja.
Dentro, encuentro unas preciosas decolleté cristallo. —¿Las Avril de
Jimmy Choo? ¿Te has vuelto loca? —exclamo dando saltos de alegría.
—Me gustaría atribuirme el mérito, pero la verdad es que tienes suerte de
llevar treinta y siete, si no te los habría quitado sin piedad.
—¿Qué significa? —La miro con las cejas arqueadas.
—Son de parte de Alex. Supongo que para combinar con eso —responde
guiñando un ojo y señalando la caja con el vestido azul.
—Oh, por el amor de Dios. ¿Me tomas el pelo? ¿Sabes qué más hay ahí?
—No tengo ni idea, pero por la cara que pones parece mejor que estos
zapatos, aunque me parezca imposible —comenta con sorna.
—Ven a ver.
Cuando le enseño la pieza de edición limitada, a ella también se le llenan
los ojos de lágrimas por la emoción y nos abrazamos felices. No en vano
somos dos hermanas nerds literarias.
—Dios mío, es un regalo magnífico.
—Sí, pero me parece tan absurdo. Es un regalo importante, más aún para
alguien como yo. Y él lo sabe. Entonces, ¿por qué me hace unos regalos tan
bonitos, pero me evita como a la peste? No puedo evitar preguntarle a mi
hermana lo que no logro dejar de preguntarme a mí misma.
—No lo sé, cariño. Pero seguro que luego se lo puedes preguntar tú
misma, ¿no?
—¿Sabes eso también? —La miro un poco desconcertada.
—Por supuesto —se encoge de hombros—, mamá vendrá más tarde y se
ocupará de Alexis, luego iremos todos juntos al Piccolo Amore. Es un
anticipo de la inauguración oficial, y debo decir que estoy un poco
emocionada. Sé lo mucho que Frank y Alex han trabajado en ello, y que
además aplazaron la inauguración para darme tiempo a recuperarme lo
mejor posible. —Ella baja la mirada y yo le tomo la mano.
—No tienes que sentirte culpable. Estoy segura de que disponer de
plazos más largos les permitió estar aún más preparados y resolver hasta el
más mínimo detalle.
—Sí —suspira, pero no parece del todo convencida—. Pues manos a la
obra y a enseñarle a ese cabezón lo que se pierde —sonríe Isa, frotándose
las manos con aire conspirador.
Bueno, ahora sí que empiezo a preocuparme.
Capítulo Veintidós – Alex

Me miro en el espejo y no estoy seguro de que me guste lo que veo.


Desplazo mi mirada y cruzo la de Frank, que me mira como si supiera.
—¿Crees que esto es una estupidez?
—Todo saldrá bien —me dice, pero niego con la cabeza suavemente.
—Ella es tan joven, es hermosa, tiene una inteligencia que desarma, y
yo... —Dejo que mis palabras se desvanezcan mientras intento armarme de
valor para dirigirle a mi mejor amigo la pregunta que me atormenta desde
hace semanas, de hecho, desde que supe lo de Alexis—. ¿Qué tengo para
ofrecerle?
—Debes parar con estas pendejadas —murmura sombríamente. Da un
paso adelante y me clava la mirada—. Eres un buen hombre, tan bueno
como nosotros podemos serlo.
Resoplo y termino de ajustarme la chaqueta, los gemelos en su sitio, y
finjo no notar el ligero temblor de mis manos.
—¿Están todos? —pregunto sólo para distraerme de lo que estoy a punto
de hacer.
Frank echa un vistazo rápido a su teléfono. —Sí, todo el mundo en sus
asientos, y el alcalde acaba de llegar también. Sólo faltan las chicas, pero
Isa me ha dicho que están a punto de salir de casa y que su coche va a dar
una vuelta más larga. Cuando se hayan marchado, Loretta recogerá a
Alexis, y en el garaje encontrarán un automóvil preparado para traerlas
aquí. No te preocupes, todo saldrá como tiene que salir —me tranquiliza mi
mejor amigo—. Cuando él planea algo, nunca dudo que todo saldrá sin
tropiezos.
—Entonces, vamos.
Cuando salimos de la habitación privada que he habilitado
temporalmente como camerino, encontramos la sala del Piccolo Amore ya
bastante abarrotada de gente y decorada de manera festiva, con el azul y el
marfil entrelazándose para crear una sinfonía de colores sobria pero
elegante.
El restaurante está listo y abrirá oficialmente sus puertas en quince días,
pero hoy está dedicado sólo a nosotros, y ante la expresión de felicidad de
mi madre y las sonrisas de satisfacción de mis amigos, empiezo a sentir que
el momento es cada vez más real.
—Si quieres, tengo un automóvil fuera listo para escapar —se burla
Leonardo, acercándose a mí.
—No —me río entre dientes—. Creo que me quedaré aquí. ¿Está todo
bien? —le pregunto, señalando con la cabeza a Frank y Romeo que se
alejan hablando entre ellos.
—Sí, olvídate de esos dos. Todo trabajo, cero diversión. No entiendo qué
gusto encuentran en ser el Boss —resopla, poniendo los ojos en blanco y
ganándose una mirada fulminante por mi parte—. ¿Qué pasa?
—Tú también vas a ser Boss, más temprano que tarde.
—Sí, y todo el mundo espera que sea más tarde que temprano.
—Sólo porque te esfuerzas en parecer un imbécil, pero ambos sabemos
que no lo eres. O, al menos, no sólo —concluyo, dándole una palmada en el
brazo.
A pesar de su apariencia de surfista demasiado confiado al que le
importan un bledo nuestros asuntos, Leonardo es un tipo listo y un astuto
hombre de negocios que siempre se las arregla para obtener los secretos de
todo el mundo. Su habilidad con las cuchillas probablemente también
ayuda.
—Creo que ya es hora —responde Leo, alejándose para recuperar su
asiento—. Cruzo la mirada de Frank y me indica que tenemos tres minutos.
Desvío la mirada hacia la entrada y veo entrar a Loretta con Alexis en el
cochecito. Me abstengo de ir a saludar a mi hija, porque me llevaría mucho
más de tres minutos. Cada vez que miro a mi pequeña, el mundo cobra
sentido, y cuando ella me devuelve la mirada, mi corazón se infla hasta el
punto de que temo que pueda estallar, y no me importa si parezco un cursi,
pero no creo que haya formas más bonitas de irse. Bueno, tal vez entre las
piernas de Ella podría ser una alternativa igual de buena.
Vuelvo a centrar mi atención en la sala que tengo delante y me dirijo al
lugar que me han indicado.
Mi madre está en primera fila, visiblemente emocionada, junto a la
señora Rizzo, que sonríe cordialmente. Loretta se une a ellas y las dos
abuelas saludan cariñosamente a su nieta, pero yo vuelvo a centrarme en la
entrada, donde ahora espera el señor Rizzo.
Se dicen algo, pero estoy demasiado lejos para entender qué es, entonces
ella asiente y su padre la coge del brazo.
Oigo a Frank aclararse lentamente la garganta e imagino que está
pensando en cuando nuestros papeles estaban invertidos.
La emoción me cierra la garganta, pero intento con todas mis fuerzas
mantener una expresión neutra.
Cuando están a un paso de mí, le doy la mano al Sr. Rizzo, que
inmediatamente después me tiende la mano de Mariella
Me sonríe tímidamente y acaricio sus labios con la mirada.
—Feliz cumpleaños —la saludo, inclinándome hacia ella.
—Estás loco, ¿lo sabías?
—Sí, soy consciente de ello —respondo sonriendo. Su mirada se
desplaza hacia mi boca, y aunque ahora mismo nada me gustaría más que
tomarla entre mis brazos y besarla hasta dejarla inconsciente, nos volvemos
hacia el alcalde que celebrará nuestro matrimonio civil.
***
La celebración fue rápida e indolora, aunque tuve algo de dificultad para
evitar mantener los ojos constantemente pegados a la que ahora es, a todos
los efectos, mi esposa.
El escote de su vestido es un señuelo peligroso, y cada vez que se
sonroja, su cuello se convierte casi en una tentación demasiado grande.
He intentado concentrarme en el banquete a base de pescado que nos
sirvieron, y debo admitir que estoy muy satisfecho con las habilidades de
los que trabajan en la cocina y de los encargados del comedor.
En fin, no veo la hora de que llegue la inauguración de este bendito
restaurante, cuyo diseño me mantuvo cuerdo cuando lo único que quería era
enloquecer y follarme a media ciudad por despecho.
Como si estuviera en piloto automático, mi mirada vuelve al motivo de
mi locura y mi corazón casi estalla cuando la veo saludar a nuestros
invitados con nuestra pequeña en brazos.
Está radiante, es hermosa, es mía.
Ambas lo son.
De aquí a la eternidad.
Y haré todo lo que esté en mis manos para protegerlas y ver sus sonrisas
cada día.
Frank no lo ha confirmado ni desmentido, pero estoy seguro de que
informó con antelación a todos los presentes de la presencia de Alexis y les
sugirió que no hicieran preguntas incómodas o embarazosas sobre la bebé.
Noto que la sonrisa de Ella vacila por un momento mientras habla con
Don Ciro, el Tesorero de la organización. El imbécil ya arriesgó su vida
conmigo en un pasado no muy lejano.
No pierdo tiempo y me acerco discretamente a los dos, pero noto que
Frank me observa con una ceja levantada y, cuando niega con la cabeza, le
dirijo una sonrisa tranquilizadora.
No tengo intención de matar a nadie en mi boda.
Salvo causas de fuerza mayor.
—Don Ciro, me alegro de verle —saludo tan cordialmente que me
merezco un aplauso.
—Alex, felicidades a ti también, muchacho. Bonita recepción y excelente
comida. Estoy seguro de que el restaurante será un verdadero éxito. Ahora,
si me disculpan, voy a reunirme con mi mujer, —se despide de manera algo
apresurada y bastante sospechosa.
Desvío la mirada hacia Mariella, que sigue sonriendo a los invitados que
se acercan, pero se cuida de no mirarme a los ojos.
—¿Está todo bien? —murmuro, poniendo una mano en su espalda y
sonriendo a Alexis.
—Sí, claro —responde, pero la vacilación de su voz hace que mis ganas
de derramar sangre se disparen.
—Nena —digo entre dientes y sus ojos se clavan en los míos.
—Alex, por favor, no quiero escenas en nuestra boda, y menos delante de
nuestra niña —murmura en voz baja.
—¿Qué carajo te ha dicho ese imbécil? —Aprieto los puños, apelando a
la poca racionalidad que me mantiene lúcido.
Ella me mira a los ojos durante un largo instante, luego me acaricia la
mejilla y el resto pierde importancia. Quisiera apoyarme a su tacto,
preguntarle si es feliz, si le gusta cómo cocinan en mi restaurante.
Joder.
—Intentas distraerme —la acuso, pero sonrío. Los invitados de fuera no
ven más que la romántica estampa de una pareja de recién casados
haciéndose mimos.
—¿Está funcionando? —Aventura una tímida sonrisa.
—Ni siquiera un poco —miento—. Dime, ¿debería sólo romperle el
cuello o sería más apropiado despellejarlo?
Ella palidece y un rincón de mi mente se pregunta si he ido demasiado
lejos.
—Alex, por favor, déjalo. No tiene importancia. Lo único que importa es
que estamos juntos los tres. Somos una familia, el resto no cuenta.
—Escúchame bien, Ella, puedes decirme lo que te he preguntado o puedo
ir a sacárselo a punta del cuchillo que tengo en el bolsillo.
—De nuevo, felicidades, amigos. —La voz de Frank detrás de mí suena
alegre y despreocupada, pero sé que ha notado la tensión en mis hombros.
Mariella se vuelve para saludarlo y noto que tiene una sonrisa menos
intimidada que de costumbre. —Gracias, Boss.
Frank extiende una mano para acariciar la mejilla de Alexis, pero sigue
mirando a Ella y le devuelve la sonrisa. —Por favor, Mariella. Somos
familia, ahora aún más, dejemos las formalidades a un lado. ¿Estás de
acuerdo, hermano?
—Por supuesto —respondo sin demora, pero la rigidez es evidente
incluso en mi mandíbula apretada.
—¿Por qué quieres matar al Tesorero? —pregunta Frank impasible, como
si estuviera conversando sobre el clima.
Mariella se sobresalta, pero interviene. —Es culpa mía, no debería
haberme acercado yo sola.
Pongo los ojos en blanco. —Nena, por favor. Eres una mujer adulta e
independiente, y por lo que a mí respecta, podrías irte a tomar un trago con
Frank, eso no es lo que me irrita. Pero quiero saber qué te dijo.
—Mariella, siéntete libre de hablar, por favor. Estoy seguro de que mi
amigo Alex se lo pensará mucho antes de hacer algo que pondría en nuestra
contra a toda el ala más arcaica de nuestra organización. Para ese trago,
podemos organizarnos —añade Frank con sarcasmo, pero la advertencia de
sus palabras anteriores llega alto y claro.
Esto no le salva, sin embargo, del codazo que le meto en las costillas.
¿Cómo se atreve a invitar en serio a mi mujer a tomar una copa?
Mariella suspira, pero sabe que no puede echarse atrás ante una petición
directa del Boss. Formalidades dejadas de lado o no.
—Se ha congratulado por el matrimonio, diciendo que al menos ahora
Alexis ya no será una hija ilegítima —Mariella respira profundamente, y
tengo la clara sensación de que lo peor está a punto de llegar—. Ni indigna
de formar parte de esta organización.
Voy a matar a ese hijo de puta.
—No —dice Frank, y me doy cuenta de que he dado voz a mis
pensamientos—. Seguiremos disfrutando de esta fiesta con buen humor e
ignorando los desafortunados comentarios de la gente envidiosa. Si alguien
entonces ha tenido o tendrá la osadía de faltar al respeto a mi Segundo,
pagará las consecuencias, en el lugar y momento adecuados.
El Boss me acaba de dar una orden directa de no hacerle nada al cabrón
que se ha atrevido a poner semejante adjetivo a mi hija.
Juro que, ahora mismo, las ganas que tengo de matarlo y colgarlo de las
pelotas superan incluso a las ganas que tengo de hundirme entre los muslos
de mi mujer. Y eso es mucho decir.
—Mari —Isabella se une a nosotros y está radiante con el pequeño
Riccardo en brazos—. Los cónyuges Marini se marchan, vengan a
despedirse. Y, en un instante, con un movimiento digno de una reina, se
lleva a mi hija y a mi esposa.
—No sé cómo, pero sé que tú la trajiste aquí —afirmo, volviéndome
hacia Frank para fulminarlo con la mirada.
Se ríe entre dientes, pero no refuta mi acusación. —Ven, amigo, vamos a
brindar —responde en cambio, arrastrándome hacia la barra donde Leo y
Romeo nos esperan.
Capítulo Veintitrés – Alex

Cuando llegamos a casa, parece que han pasado días y no sólo unas horas
desde que salí esta mañana.
Alexis duerme en su cochecito y tiene una expresión tan pacífica e
inocente que, cada vez que la miro, me pregunto cómo es posible que haya
una parte de mí en ella.
Sigue durmiendo mientras Mariella y yo, como un mecanismo bien
engrasado, la cambiamos y le ponemos su pequeño pijama rosa, antes de
acomodarla en su cuna, cada movimiento es lineal y fluido como si lo
hubiéramos hecho desde siempre.
Cuando salimos de su habitación, Mariella se aclara la garganta, pero no
habla.
Sé que ha percibido mi cambio de humor, pero probablemente no tenga
ni idea de cómo averiguar por qué sin entrar en una confrontación directa.
Me dirijo al salón, intento contener mi ira, tal vez sofocarla, pero no
puedo.
Estoy enfadado porque, una vez más, pensó que tenía que arreglárselas
sola y, en lugar de pedirme apoyo para enfrentarse de frente a ese cabrón
del Tesorero, permitió que la interacción la incomodara, en lugar de recurrir
a mí. Ella lo descartó como algo menor, pero sé que la alteró.
Me encanta su deseo de ser una mujer independiente, pero odio con todas
mis fuerzas esa misma autonomía que le hace pensar que tiene que hacerlo
todo sola.
Me despojo de la chaqueta y me sirvo una bebida, no le pregunto si
quiere algo. Permanezco de pie, porque tengo demasiada tensión nerviosa
agitándose en mi interior.
Evito el contacto visual, porque estoy realmente enojado con ella, pero
cuando me señala con esos faros verdes, caigo dentro de ellos y pierdo todo
mi maldito autocontrol. Cada vez que la miro a los ojos, toda mi
determinación de hacerla sufrir como ella hizo conmigo se desvanece.
Sin embargo, a pesar de todo, aún no estoy preparado para dejar ir esta
rabia, porque soy demasiado consciente de que, cuando lo haga, me
encontraré a sus pies rogándole que me perdone por haberla tratado tan mal
desde que dejamos París para volver a San Francisco.
Pero ella no está dispuesta a dejarlo pasar.
—Alex, ¿qué pasa? —pregunta, poniéndose enfrente de mí y cruzando
los brazos sobre el pecho.
No la miro, no le respondo.
Resopla y mis ojos se fijan en su boca. Su boca carnosa y perfecta que
debería tener siempre mi sabor sobre ella.
—¿Entonces? —insiste.
—No me gusta —respondo sibilinamente.
Arquea una ceja y espera a que me explique mejor.
No es fácil, desde luego.
—Quiero que sepas que puedes contar conmigo. Y que lo hagas, maldita
sea. Quiero que seas consciente de que ningún cabrón puede molestarte y
salirse con la suya. —Desecho mis pensamientos y devuelvo la mirada al
bourbon que se balancea lentamente en mi vaso.
Da un paso hacia mí, luego otro.
Busca mis ojos, no los encuentra, pero no se rinde.
Está descalza, debe haberse quitado los tacones al salir de la habitación
de Alexis. Tiene unos tobillos sexys por los que me gustaría pasar la lengua,
antes de sujetarlos con un cuero.
Se acerca de nuevo.
¿Cuándo demonios se volvió tan temeraria?
Tal vez en los doscientos setenta y cuatro días que vivió lejos de ti,
susurra una voz en mi cabeza como respuesta. La misma que me recuerda
constantemente que Ella me mantuvo alejado de mi hija, y que si no hubiera
ido a Francia para traerla a casa, tal vez nunca hubiera sabido de su
existencia.
Tengo que parar, estos pensamientos no ayudan a calmar mi ira, sino todo
lo contrario.
Noto su proximidad y no puedo evitar darme cuenta de que mi mujer es
realmente menuda, hasta el punto de que apenas me llega al pecho, pero se
clava en mí, puedo sentirla justo debajo de mis costillas.
Y esta cercanía no ayuda, su olor en mis fosas nasales no ayuda.
Suspira profundamente, y su cálido aliento atraviesa la tela de mi camisa
y lo siento en total contraste con el frío metal que adorna mi pezón.
—Tú me confundes —afirma—. Me evitas durante días como si fuera un
virus altamente transmisible y luego me regalas una preciosa primera
edición. Finges no verme cuando estamos en el mismo espacio, pero
organizas nuestra boda en un lugar que sé que tiene un significado especial
para ti. Me envías señales tan contradictorias que no sé ni por dónde
empezar a interpretarlas. —Alarga una mano, me roza el pecho, y la
electricidad entre nosotros se despierta—. Sé que tú también sientes esta
conexión, pero necesito saber si es sólo atracción física. Necesito saber si
aún puedo luchar por nosotros, o si ya has decidido que es un asunto
cerrado. —Inhala profundamente y continúa—. Necesito saber si te casaste
conmigo sólo por obligación.
¿Será posible que de verdad no haya entendido un carajo de lo que me
hace?
No puedo poner en orden los pensamientos, y mucho menos las palabras.
Me permito soltarlo todo: la rabia, las reflexiones, cada maldita cosa. No
sé cuánto durará, pero pretendo aprovechar al máximo cada momento.
Aprieto mis labios contra los suyos, me reencuentro con su sabor sin pedir
permiso, y cuando me da acceso a su boca, siento como si la luz volviera a
iluminar mi alma negra.
¿Tienen presente cuando sale el sol sobre un prado cubierto de escarcha?
Pues, esta nena es mi sol, ella es la razón por la que la sangre sigue
bombeando en mi corazón, a pesar de que en este momento está todo más
concentrado en mi área de la ingle, y si ella sigue así, mi polla va a estallar.
Somos un amasijo de dientes, lenguas y almas en la punta de los dedos y
es una sensación tan abrumadora que casi me da vueltas la cabeza.
Quisiera rozarla con delicadeza, pero mis manos ya la están marcando,
agarrando y apretando su espalda, su cuello y sus muslos.
Quisiera besarla con calma, pero mi lengua ya la está reclamando,
lamiendo y chupando, mientras le follo la boca.
Y ella gime, un sonido que reverbera desde su garganta hasta mi pecho,
directo a mi erección ahora de mármol.
—Alex, te lo ruego.
—¿Qué quieres, nena?
—A ti —suspira—. Siempre y sólo a ti.
Dios santo, esta mujer me va a matar.
Mis dedos tocan sus bragas de encaje y, cuando las siento un poco
húmedas, creo que podría morir al instante.
Gimo contra su oído. —Joder, nena. Ya estás mojada, ¿verdad?
—¿Por qué no lo averiguas? —replica—, y cuanto había extrañado su
ingenio, su nunca echarse para atrás en un enfrentamiento.
—Con mucho gusto. —Deslizo dos dedos por debajo de la costura y
entre sus pliegues, hundiéndome sin vacilar en su calor—. Mierda, está tan
estrecha. Dime que no ha habido nadie más —le digo, y por mucho que
quiera parecer resoluto, la plegaria en mi voz es evidente.
Gira ligeramente la cabeza para encontrarse con mi mirada. —
¿Cambiaría algo? Si hubieras follado con otra persona durante estos meses,
¿pararías ahora?
No, porque no aguanto más estar lejos de ti, pero te juro por Dios que los
encontraré uno a uno y les cortaré el cuello.
—Depende —respondo, sin dejar de mover los dedos.
—¿De qué? —replica con un brillo curioso en los ojos y la respiración
entrecortada por la creciente excitación.
—Si han entrado sólo en tu coño, o también en tu corazón —le digo,
haciendo girar mi pulgar sobre su clítoris y aplicando una suave presión.
Ella jadea, pero su mirada permanece anclada a la mía. Sus humores
gotean sobre mis dedos y los pantalones me están quedando demasiado
ajustados.
—Nadie puede entrar en ninguna parte si ese lugar ya está lleno. ¿No
estás de acuerdo? Quisiera parecer impasible, pero sé que quiere una
confirmación de mi parte.
—No sabría decirte. Mi corazón te lo llevaste cuando te subiste a ese
maldito avión.
Se acabó el tiempo de las palabras y, antes de que su sonrisa de
satisfacción se ensanche aún más, vuelvo a estar sobre ella. Antes de morir
de combustión espontánea, me despojo de mis pantalones de traje a medida
y mi bóxer y, finalmente, vuelvo a estar dentro de ella.
Está tan apretada que me siento como la primera vez, pero esta vez no le
doy tiempo a recuperar el aliento, porque empiezo a penetrarla como si me
fuera la vida en ello. Y tal vez sea exactamente así.
—Dios, sí, así —jadea.
—Lo sé, nena. Pero mi nombre es Alex —la corrijo, riéndome contra su
cuello.
Me da un golpecito en el hombro antes de volver a gemir. —Deja de
hablar y fóllame más fuerte.
Esta. Mujer. Me. Matará.
—A sus órdenes, mi señora.
***
Durante las siguientes tres horas, no hice más que adorar su cuerpo,
perdiéndome en sus ojos y en el olor de su piel. Me pierdo incluso ahora,
mientras mi mirada acaricia su cuerpo dormido y satisfecho.
Mariella es como el mar, una ola constante que me acaricia y cura cada
herida, me sumerge para dejarme respirar inmediatamente después,
haciéndome apreciar cada momento de esta vida.
Hasta que vuelve la lucidez, y los pensamientos vuelven a la carga, junto
con la ira, a la que me aferro para no perder todas las certezas en las que he
basado mi vida.
Me levanto y me meto en la ducha esperando que un chorro de agua
hirviendo pueda calmar la ira que ha vuelto a encenderse dentro de mí.
Me mintió.
Me ocultó la verdad.
Me escondió a mi hija.
Si no hubiera ido a París, ¿habría sabido alguna vez lo de la niña?
¿Cómo podría siquiera pensar en confiar en ella?
Las preguntas que se repiten en mi cabeza no hacen más que avivar la
rabia que siento hacia ella, haciéndome recuperar la lucidez hacia
sentimientos que no quiero sentir, porque el amor puede destrozarte.
Puedo enfrentarme a la tortura y no tengo ningún problema en
arriesgarme a morir cada día, pero admitir mis sentimientos por Mariella
significaría darle el poder de destruirme.
Oigo cómo se abre la puerta de cristal de la ducha y, oculto un respingo,
levanto la vista y me encuentro con la sonrisa socarrona de la mujer que me
quita el equilibrio. Está desnuda y magnífica, pero la rabia que me recorre
está demasiado cerca de la superficie como para dejar que se acerque.
—Si necesitas la ducha, ya he terminado, dame un momento y salgo —
digo, y sueno patético a mis propios oídos. Sólo puedo esperar que capte la
indirecta.
—En realidad, me gustaría ducharme contigo —me guiña un ojo y cubre
la distancia que nos separa, el chorro de agua se desliza sobre su piel y el
calor la enrojece, y mi polla se despierta de nuevo porque siempre estoy
hambriento de mi mujer. Y adiós a la indirecta.
—No creo que... —Empiezo, pero me callo cuando la veo arrodillarse
delante de mí y mi cerebro se atasca sin piedad.
Me mira desde debajo de las pestañas húmedas, mi cuerpo la protege del
agua, su pose es relajada pero rendida. Casi parece... no, imposible. Mi nena
no tiene ni idea de lo que es la sumisión.
—Castígame —susurra, dejándome sin aliento.
No puedo hablar, mi ya atascado cerebro ha desconectado por completo
la función verbal de mis capacidades, y lo único que hago es mirarla con la
boca abierta. Y con una erección ya lista.
No espera mi réplica, avanza y se apoya en mis muslos para mantenerse
en equilibrio, luego abre la boca y posa esos labios que provoca comerse en
la punta de mi polla.
Mierda, me va a dar un infarto.
Arrastra los labios hasta la mitad de la erección, luego aplana la lengua
contra ella y retrocede, cuando vuelve a intentarlo trata de llegar más abajo,
pero una arcada le aprieta la garganta y retrocede casi de golpe.
¿Y yo? Yo estoy todavía parado como un pendejo bajo un chorro de agua
que me despellejará la piel si no bajo la temperatura, y sin saber ya cómo se
articulan las palabras.
Recupérate, por el amor de Dios.
—No tienes por qué hacerlo, no quiero castigarte más —consigo decir
por fin—, aunque la última parte no sea del todo sincera.
Ella gime, no deja de chupármela, de hecho, aumenta la velocidad.
Entonces, se aparta y me clava una mirada excitada que me hace vibrar el
pecho. —No se trata de obligación —afirma—. Es lo que quiero. Quiero
probarte, quiero darte placer como tú me lo das a mí, pero, sobre todo,
quiero redimirme por haber arriesgado a arruinar las cosas entre nosotros.
Me gustaría replicar, decirle de nuevo que no quiero castigarla, pero un
rincón oscuro de mi mente sabe que necesito hacerlo, porque ella me quitó
el control durante todos los meses que estuvo lejos, dejándome a merced de
recuerdos y deseos que ni siquiera esperaba poder hacer realidad.
Aumenta el ritmo, la saliva le gotea por los lados de la boca y nunca ha
estado tan sensual como ahora.
Justo cuando creo que no puede asombrarme más, mueve una mano para
agarrar mis testículos y los masajea, haciendo que mi excitación se dispare
hasta las estrellas. Sólo ella puede llevarme a un paso del orgasmo en pocos
minutos, sólo ella puede llevarme al umbral del placer sin despertar mi
parafilia.
Siento la tensión en la base de mi espalda y sé que estoy a segundos de
venirme con fuerza. —Voy a... —le digo, incapaz de terminar—, pero sé
que lo ha entendido cuando encuentra mi mirada y asiente lentamente con
la cabeza.
Quiere matarme.
Me gustaría cerrar los ojos y perderme en el placer, pero no lo hago, y
cuando exploto en su boca, apunto mi mirada hacia ella. La observo
desconcertado, está mojada y hermosa, arrodillada ante mí, con mi polla en
la boca, tragándose todo mi placer, y me doy cuenta de que no se está
sometiendo en absoluto como ella cree.
No, porque ella tiene todo el poder y lo que más me desorienta es que no
lo ostenta sólo en el plano sexual, sino también en el de las emociones y de
las sensaciones. Estoy jodido.
Capítulo Veinticuatro – Mariella

No puedo continuar así.


Soy una recién casada y ya estoy en medio de una verdadera crisis
matrimonial.
Sí, porque después de una ardiente noche de bodas en la que Alex me
llevó al Paraíso más veces de las que pude contar, en los días siguientes me
ha arrastrado hasta el umbral del Infierno.
Me ignora, yo lo provoco dando vueltas por la casa en ropa interior u
olvidando cerrar la puerta mientras me ducho, él me ve, me desea, pero
luego quién sabe qué le pasa por la cabeza, y se aleja, muy enojado.
Probablemente, conmigo.
Este es el resumen breve de nuestras dos semanas de matrimonio.
Tengo que hacer algo, pienso mientras bebo mi primer café del día
apoyada en la encimera de la cocina. Pero, ¿qué?
Suena mi teléfono y no tengo ni idea de quién puede ser, pero se me
dibuja una sonrisa en la cara cuando leo el identificador de llamadas.
—Tú me lees el pensamiento —respondo alegre llevándome el teléfono
al oído.
—¡Ehilà, extranjera! ¿Qué tal? ¿Cómo está mi sobrinita favorita? ¿Va
todo bien? —Chloé empieza con una ráfaga de preguntas que me hacen
sonreír.
En los últimos tiempos, no hemos estado muy en contacto, debido sobre
todo a la diferencia horaria y a sus compromisos universitarios, que se
reanudan a toda marcha. Afortunadamente, nos mantenemos al día a través
de mensajes de texto, y ella me está empujando a seguir adelante con el
programa para solicitar un traslado de estudios aquí a la ciudad antes del
inicio del segundo semestre.
—Digamos que todo va bien. Tu sobrinita está visitando a su abuela
paterna y van a pasar el día juntas. Esta noche es la gran inauguración del
restaurante, así que hay un poco de electricidad en la casa.
—Estoy convencida de que sabes cómo utilizarla de forma interesante —
responde con un toque de malicia.
Resoplo, pero no respondo.
—¿Otra vez? —pregunta.
—Sí.
—Mira, trésor, no me puedo creer que tengas a un bombón así dentro de
casa, que dicho bombón sea tu marido, y que aún hayas tomado la
residencia sobre su regazo. Por el amor de Dios, yo no volvería a dejarlo
salir de casa —se ríe socarronamente.
—No es tan fácil —me lamento sin ocultar mi exasperación—. Cada vez
que tenemos un momento de intimidad, enseguida vuelve a levantar todas
sus barreras y, en los días siguientes, me evita como a la peste.
—Y tú ve a buscarlo justo cuando te evita, mejor aún, no dejes que tenga
en absoluto la posibilidad de retraerse en su caparazón. De hecho, haz una
cosa: ese puto caparazón, rómpelo directamente.
La imagen es tan graciosa que me arranca una carcajada, y estoy muy
contenta de tener una amiga como Chloé en mi vida. Es una chica
burbujeante y un poco alocada, aunque tenga un pasado difícil del que sólo
me contó algunos detalles.
—Lo intentaré —concedo, aunque aún no sé muy bien cómo.
—No, de eso nada. Lo lograrás, y lo harás esta noche. Mira, los hombres
son criaturas simples, es inútil que te quedes ahí esperando a que razonen y
se den cuenta por sí mismos de que no pueden cambiar el pasado, sólo
construir un futuro juntos. ¿Y sabes por qué? Porque su cerebro se enredará
y llegará a la conclusión de que todo es demasiado difícil y te evitará, hasta
que sus instintos le lleven de nuevo a ti en un bucle sin fin.
—Buen análisis. Entonces, ¿qué hago?
—Lo vas a buscar y lo colocas frente a una elección. Contigo o sin ti, de
una vez por todas.
—Mierda —murmuro, asustada ante la idea de no estar segura de qué
elección tomaría, a pesar de los momentos que hemos compartido. Me dijo
que me lleve su corazón, algo debe significar, ¿no? Por lo tanto, ¿tengo que
seducirlo?
—Como he dicho, los hombres son criaturas simples —se ríe
socarronamente.
—Bueno, pero quiero que sepas que, si el plan resulta un fracaso, vendré
a París sólo para patearte el trasero —bromeo.
—Bueno, en ese sentido, podría no ser necesario —se aclara la garganta
—. En el tercer año, existe la posibilidad de estudiar uno o dos semestres en
el extranjero y... —no concluye, pero yo ya lo entiendo y grito de felicidad.
—Sólo dime cuando llegas.
—Todavía no es nada seguro, tengo que mantener una media muy alta y
pasar la prueba. Además, las universidades socias son la Universidad de
Washington y la NYU —explica, apagando parte de mi entusiasmo. Son dos
universidades muy buenas, una con sede en Seattle y la otra en Nueva York,
no exactamente cerca de Frisco, pero tampoco al otro lado del Atlántico.
—Estoy segura de que lo conseguirás. Para cualquier cosa, cuentas
conmigo, ya lo sabes.
—Te quiero, amiga. Y no abandones tus estudios, puedes hacerlo. Estoy
segura de que ninguna universidad de California rechazaría tu solicitud con
las notas que tienes, sólo tienes que mantener alto el promedio de
calificaciones hasta el final del primer semestre. Cuenta conmigo para lo
que sea, y mantenme informada de lo que decidas hacer.
—No lo sé. Tendré que hablarlo con Alex, las cosas funcionan de manera
diferente aquí en la ciudad. —Como mínimo, tendría que ir a la facultad
con dos guardaespaldas, y eso no me entusiasma en absoluto.
—Si es tu sueño, no te rindas. Aquí has conseguido mantener tu
promedio muy alto, estudiando y haciendo exámenes mientras llevabas
adelante tu embarazo. Estoy segura de que podrás alcanzar cualquier
objetivo que te propongas.
—Gracias, yo también te quiero.
—Maldita sea, tengo que volver, tengo una clase que empieza en 15
minutos.
—Anda ve, ya nos pondremos al día.
Nos despedimos rápidamente y, cuando dejo el teléfono sobre la
encimera, recupero mi determinación.
Voy a romper ese puto caparazón.
Menos de una hora después, ligeramente maquillada, con un sencillo
vestido negro y mis botas bajas favoritas, me dirijo a la sala de estar y salgo
disparada hacia la puerta principal. La abro y no me sorprende encontrar a
los dos guardias fuera, Alex me advirtió que siempre estarían aquí y que no
podría salir sin al menos uno de ellos, sobre todo después de lo que le pasó
a Isa.
—En cinco minutos, me gustaría ir a la zona de Washington Square.
—Ningún problema, señora. Gracias por avisarnos, ¿vamos a algún
destino en particular?
—Una pequeña boutique en los alrededores del parque —le explico.
—Perfecto, haremos que revisen el perímetro.
Me contengo de poner los ojos en blanco y vuelvo a entrar, me miro por
última vez en el espejo, envío un mensaje rápido a Isa para pedirle que se
reúna conmigo, meto el móvil en el bolso y salgo.

Isabella: Sólo me apunto si después paramos en el SPA.

Contengo una risita mientras subo al auto, pero realmente me vendría


bien un masaje para liberar la tensión que he estado acumulando estos días.
¿Por qué no?

Mariella: ¡Me gusta la idea, pero date prisa! Te espero donde Carmen.
Isabella: ¡Vaya! ¿Eso significa que tienes malas intenciones?
Mariella: Las peores :-)
Isabella: Tu marido no sabe lo que le espera.

Poco después, entro en el paraíso de las telas cuando entro en Carmen


Clothing, una pequeña boutique que encontré casi por casualidad durante un
paseo por Long Beach. Está lejos de la mundanidad de Union Square, pero
Carmen es una maga y nadie es tan buena como ella para convertir a una
chica sencilla como yo en una auténtica princesa.
—Buenos días —saludo al entrar. Por suerte, mis guardaespaldas se
quedaron fuera.
—Oh, Mariella, buenos días querida, ¿cómo estás? Hace mucho que no
te veo.
—Estoy bien, gracias. Estuve un tiempo fuera de la ciudad, pero he
vuelto de forma permanente —explico antes de entrar en materia—.
Necesitaría un vestido, algo elegante y sofisticado, pero sobre todo sexy —
le guiño un ojo.
Carmen aplaude, emocionada ante el nuevo reto y me lanza una mirada
maliciosa. —Ya tengo algo en mente. ¿Color?
No tengo dudas, el color favorito de Alex. —Azul.
***
Son casi las siete de la noche cuando me miro al espejo y estoy contenta
con lo que he elegido: un vestido azul con un profundo escote en V y una
abertura lateral que llega hasta medio muslo, la espalda descubierta y
Swaroski para dar brillo a todo el vestido que baja en línea sirena,
acentuando las pocas formas que tengo haciéndolas resaltar. Me maquillé
ligeramente, y me puse los zapatos de la boda, porque me di cuenta de la
forma en que Alex traga cuando me los pongo.
Me pongo un abrigo corto que no oculta lo que hay debajo y me dirijo a
la cocina, donde encuentro a Alexis en su columpio, empeñada en jugar y
"charlar" con Loretta, que está terminando de preparar todo. En la práctica,
es su tercera abuela.
—¿Ya están compartiendo confidencias? —bromeo.
—Sí, decíamos que esta noche la mamá es realmente una hermosa
princesa —responde, lanzándome una sonrisa maternal.
—Eres muy amable, Loretta. Gracias por esta noche. —Cada vez más,
Loretta se queda para echarnos una mano con la bebé—. Sé que deberíamos
empezar a pensar en una niñera, pero significaría confiar a Alexis a una
desconocida, y eso me pone un poco nerviosa.
—En absoluto, es un placer. Además, es verdad, esta noche estás
radiante, por no decir otra cosa.
—Ah, todo gracias al masaje a cuatro manos que nos dimos Isa y yo esta
tarde —suspiro soñadoramente, recordando la relajación a la que nos
sometimos mi hermana y yo antes de una velada con tacones.
—¿Cuatro manos? —La voz de Alex detrás de mí me hace sentir un
escalofrío a lo largo de la espalda.
Noto la sonrisita de Loretta, tan ponto me doy la vuelta elijo la primera
flecha de la noche. —Cuatro manos muy hábiles.
Le doy un beso rápido a mi hija, me despido de Loretta y me apresuro
hacia el ascensor. Alex, detrás de mí, murmura un rápido saludo a ambas y
se une a mí sin decir palabra.
El viaje en ascensor parece durar una eternidad, ya que la tensión entre
nosotros se hace palpable y Alex no aparta sus ojos de los míos, los hace
bajar durante un largo instante hasta mis pies y luego volver a subir, es una
caricia caliente hecha de deseo y pasión, pero también de algo más oscuro
que no consigo identificar. Pero sólo dura un momento, porque cuando
cierra los ojos y los vuelve a abrir, parece como si sobre nosotros hubiera
caído un telón hecho de hielo.
Y la desilusión es aún mayor cuando se abren las puertas, y se va sin
dirigirme una segunda mirada.
Será una larga velada.
***
Se ha preparado un bufé para el aperitivo, mientras que en el escenario en
forma de media luna, cerca de la terraza, los músicos entretienen a los
invitados con música jazz.
Este local es un sueño, y no lo creo porque lo haya diseñado mi marido.
Ahora que por fin está terminado, Piccolo Amore tiene un ambiente
refinado y elegante gracias al azul intenso que decora las paredes,
entremezclado con el papel tapiz azul y negro diseñado exclusivamente
para el restaurante. Las lámparas proporcionan una luz suave que juega con
los miles de matices de azul y la barra de mármol de Carrara negro da a este
lugar ese toque made-in-Italy que realmente lo convertirá en uno de los
lugares más populares de la ciudad.
Además, para la ocasión, la sala cuenta con una mesa redonda cerca del
escenario, en la que se sentarán los Boss de la Costa Oeste –Frank, Romeo
y Don Mario–, Alex como Segundo del Boss de San Francisco y Don Ciro
como Tesorero. Isa y yo también nos sentaremos en la misma mesa, y
Leonardo, a quien el Boss de Los Ángeles trajo como miembro de la
familia, mientras que Romeo vino solo. Como siempre.
—Tienes ojos de corazón —me susurra Isa al oído.
—No podría ser más bonito —suspiro sinceramente.
—Sí, tu marido lo ha hecho bien.
Y no puedo negar que me emociona que se refiera a él de esa manera. —
Realmente muy bien.
—Ven, vamos a sentarnos, Frank y Alex acaban de terminar de hablar
con Don Mario y el Señor Fontana.
Reprimo un escalofrío. —Ese tipo es realmente inquietante.
Isa hace una mueca, pero no parece asustada. —Es un tipo diferente a lo
habitual, pero Frank confía en él; así que podemos estar tranquilas. —Me
aprieta ligeramente el brazo para enfatizar sus palabras.
Cuando llegamos a la mesa redonda, los hombres ya están allí, y me doy
cuenta de que la situación podría volverse, como mínimo, incómoda. En la
mesa con nosotros, de hecho, Don Ciro ha decidido sentar a su hijo
Armando.
Sólo espero que mantenga la boca cerrada y no insinúe la posibilidad de
algo romántico entre nosotros a lo que apuntaban nuestros padres.
Frank acerca una silla para sentar a su esposa, me encuentro con la
mirada de mi marido, pero él la aparta rápidamente y toma asiento a la
derecha de Frank, sin invitarme a acompañarle ni nada por el estilo.
Empezamos bien.
Noto la tensión en su rostro, pero me niego a acentuar la incomodidad de
la situación y, sin esperar a Alex, tomo asiento junto a Isa y, como si nada,
Armando se sienta a mi izquierda. Mierda.
Isa se pone rígida a mi lado, desvío la mirada por un segundo hacia Alex
y él está concentrado en fulminar a Armando con la mirada, los demás
comensales parecen ajenos, pero sé que todos son conscientes de la tensión
que reina en la mesa.
—Me gustaría renovar mis agradecimientos a Don Mario y Don Romeo
por estar aquí esta noche. Se trata de una etapa importante en el crecimiento
y la evolución de nuestra organización, y nos complace poder compartirla
con ustedes, nuestros aliados de siempre. —Felizmente, Frank toma la
palabra y centra la atención en sí mismo—. En primer lugar, debo dar las
gracias a Alex, mi Segundo, pero sobre todo mi mejor amigo: este proyecto
es tuyo, en todos los aspectos que cuentan, y no puedo estar más orgulloso
del esfuerzo que has invertido para llevarlo a término —concluye con una
sonora palmada en el hombro de Alex.
Todo el mundo se congratula con él, y no me sorprende descubrir lo
mucho que lo aprecian sus amigos; no sólo es un hombre magnífico, sino
también un empresario temible y extremadamente capaz, gracias a su
intuición y a una formación universitaria con las máximas calificaciones.
—Confiamos en el éxito de la inversión, que dará nuevo esplendor a la
organización, —interviene el Tesorero, regodeándose al pensar en todo el
dinero que llenará las arcas de la organización. Como si no estuvieran ya
desbordados.
—En serio, todo es precioso. Ahora, ¿podemos empezar a beber? —
interviene Leonardo, levantando su vaso con una sonrisa divertida en la
cara, y de esta manera provoca una carcajada a toda la mesa.
Brindamos e intercambio una mirada divertida con mi hermana, un
momento antes de que ella dirija a su marido una mirada soñadora y
enamorada, y tengo que contenerme para no mirar a Alex, porque sé que me
arriesgaría a no encontrar el mismo amor evidente en los ojos de Frank cada
vez que mira a Isa.
—Hablando de proyectos de éxito —reanuda Don Ciro, desviando la
mirada hacia mi hermana, con el aspecto de un tiburón que ha apuntado a su
presa—. Isabella, sé que te va muy bien en la universidad y me gustaría
darte mis más sinceras felicitaciones. ¿Qué diablos le importan los logros
académicos de mi hermana?
Isabella no pierde detalle y sonríe, pero es una sonrisa que no es sincera.
—Muchas gracias, Don Ciro. No negaré que ha sido agotador compaginar
el embarazo y los estudios, pero no han faltado las satisfacciones. Ahora he
decidido tomarme un semestre de pausa para concentrarme en el bebé,
luego ya veremos.
—Me parece un buen plan —comenta complacido el Tesorero, luego
centra su mirada en mí, y no sé cómo ni por qué, pero me doy cuenta de que
yo era el objetivo final—. ¿Y tú, Mariella? Espero que te hayas retirado de
la universidad parisina.
¿De qué manera sería asunto suyo? Me muerdo la lengua y me trago la
desagradable respuesta que me ha venido a la mente. —A decir verdad,
todavía no, pero estoy siguiendo un programa personalizado con cursos en
línea para no perder el año. Aún estoy pensando qué hacer y...
—Quizás necesitarías una orientación más firme —me interrumpe—, y
no sé si estoy más asombrada o indignada por su comentario.
—No entiendo lo que quiere decir, Don Ciro. —Decido hacerme la tonta,
porque no creo que sea el caso mandarlo a la mierda delante de todos los
Boss de la Costa Oeste, que están observando la interacción con interés.
Lástima que desde mi posición no pueda ver la expresión de Alex sin girar
la cabeza.
—Bueno, eres una chica joven y tus elecciones no siempre te han llevado
en la dirección correcta —se atreve a explicar el Tesorero—, y cuando
lanzo una breve mirada a Alex, me doy cuenta de que lo está incinerando
con la mirada, mientras Isa que está a mi lado, se convierte en mármol. Me
refiero a París, obviamente —señala Don Ciro, mirando a Alex a los ojos y
levantando las manos en señal de rendición.
—Obviamente —repite Alex, pero ese adverbio tiene todo el aire de una
amenaza implícita.
Pero el tiempo en que dejaba que otros hablaran por mí se ha acabado y
no tengo intención de dar un paso atrás precisamente ahora. —Estoy
exactamente donde quiero estar, gracias por su interés, Don Ciro, pero no
necesito a nadie que me guíe. Ahora soy adulta y puedo tomar mis propias
decisiones. De hecho, no me arrepiento de ninguna de las elecciones que he
hecho en mi vida —respondo, esperando que Alex capte el mensaje—: no
me arrepiento de haberle dado mi virginidad, de haberme casado con él, de
estar aquí con él. No me arrepiento de nosotros. Pero algo falla y mi
mensaje no llega a su destino. O es eso, o bien es él quien está arrepentido
de nosotros.
—Con permiso —dice Alex entre dientes, un momento antes de
levantarse y marcharse a toda prisa.
Capítulo Veinticinco – Alex

Camino de un lado a otro en el baño como un animal enjaulado y lucho


por contener las ganas de destrozarlo todo.
No se arrepiente de ninguna de las elecciones que ha tomado en su vida.
Tal vez se refería a dejarme tirado en una cama después de hacer el amor
toda la noche o, mejor aún, elegir no contarme la existencia de mi hija,
elegir mantenerme alejado de ella durante quién sabe cuánto tiempo, tal vez
para siempre. Al diablo con sus elecciones de mierda.
Un momento después, las puertas se abren bruscamente, chocando contra
la pared, y un cauteloso Frank hace su entrada. —¿Qué coño haces aquí
dentro?
—¿Qué coño haces tú aquí? Por allá están tus invitados —replico
conteniendo el sarcasmo. Él no es el objeto de mi ira.
—Vete a la mierda, amigo. Todos sabemos que este es tu proyecto. Así
que, ¿por qué no sacas la cabeza del culo y disfrutas de la velada?
—Has oído a ese cabrón de Don Ciro, ¿verdad?
—¿Y de quién es la maldita culpa de que le hable así? —responde sin
pestañear, muy consciente de que entiendo.
—¿Qué carajo quieres decir, eh?
—Quiero decir que tú también tienes una elección que hacer, hermano. O
sigues esta vida con tu mujer y tu hija y dejas la rabia y los remordimientos
de una vez por todas y la disfrutas de verdad o dejas que Mariella se vaya
con Alexis, podemos arreglar los papeles del divorcio muy rápido y dejar
que todo el asunto pase desapercibido, ella mantendrá un perfil bajo durante
un tiempo y luego decidirá qué hacer con su vida, quedarse aquí o volver a
París, donde nadie conoce su pasado, y quizás dentro de un tiempo podría
rehacer su vida con un hombre que la quiera y no le guarde rencor.
En un segundo, voy a fondo.
—Ella. Es. Mia —rujo, y estoy completamente fuera de mí.
—No lo parece en absoluto —replica impasible.
—Sé lo que estás haciendo. Para de una puta vez —le advierto
amenazador—. Me ha lanzado un anzuelo y yo lo he mordido
completamente.
—Si no funciona, es que lo estoy haciendo mal. Tal vez tengo que
insistir, quizás le sugiera al Tesorero que le diga a su hijo que saque a bailar
a Mariella —arquea una ceja desafiante, pero no estoy de humor para
juegos.
—Eres un cabrón —le grito, pero la voz me tiembla.
—Y tú eres un pendejo, hermano. ¿Se puede saber qué coño te pasa, eh?
—pregunta, sacudiendo la cabeza, pero sin dejarme responder—. No puede
ser sólo rabia porque ha omitido la verdad sobre Alexis, y no me digas que
no estás involucrado porque yo estuve allí todos esos putos meses y vi lo
mucho que sufriste estando lejos de ella, amargado por perderla y sin follar
con nadie porque sólo la querías a ella. Así que, ahora que la tienes cerca, y
que ha demostrado una y otra vez que te quiere, ¿me explicas de una vez
por todas cuál es tu maldito problema? —me grita en la cara las últimas
palabras.
—No soy digno —respondo en un susurro y casi espero que no me haya
oído. Casi.
Frank me observa durante un minuto, pero no habla, sólo parpadea y su
máscara de impasibilidad se mantiene en su sitio. No tengo la menor idea
de lo que pasa por su cabeza.
Finalmente, suspira y una pequeña sonrisa se dibuja en la comisura de
sus labios. —Entonces, yo tenía razón.
Arqueo una ceja, porque realmente no sé de qué está hablando.
—Amigo mío —comienza con seriedad—. Tú. Eres. Un. Imbécil —
recalca cada palabra.
Frunzo el ceño, porque no estoy seguro de que me guste lo que está
diciendo.
—Eres un hombre inteligente, exitoso y con mucho dinero. Tienes
amigos que te quieren y siempre te cubrirán las espaldas. Tienes una mujer
que te ama y te ha dado una niña preciosa y sana. Podrías tener una familia
maravillosa y feliz, sólo tienes que tomarla. Y tú te sientas aquí, en un puto
retrete, rumiando la mierda que hizo tu padre en un pasado que no es de
nuestra incumbencia. A quién coño le importa, digo yo. Yo sé quién eres, la
gente que te quiere sabe quién eres. De los demás, te debería importar una
mierda. En cambio, tú sigues aquí. Ergo, eres un imbécil. Con afecto, eh —
concluye, dándome una palmada en la espalda.
—Estoy de acuerdo —afirma una voz desde la puerta, y cuando me doy
la vuelta, me encuentro con la mirada divertida de Romeo.
—Joooder, si hubiera sabido que la fiesta se había trasladado al cuarto de
baño, habría traído el tequila —interviene Leonardo, mirando a su alrededor
y apreciando claramente el mármol negro italiano de las paredes—. Bonitos
retretes, por cierto —comenta, ganándose una mirada de reproche de
Romeo.
Resoplo una carcajada, pero quizá por primera vez veo con claridad lo
que me rodea.
Puedo contar las personas importantes de mi vida con los dedos de una
mano, los tres hombres de este baño forman parte del grupo, sin duda, y
están aquí conmigo ahora, porque, aunque sea a su mala manera, me están
apoyando, me están diciendo que somos una familia, aunque desordenada y
completamente fuera de lo común; sin embargo, yo continúo a dejarme
condicionar por lo que los demás puedan pensar de mí.
Como lo he hecho toda mi vida.
Suspiro profundamente y me doy cuenta de que tengo que hablar con mi
esposa. Sólo estoy perdiendo el tiempo, arruinando la oportunidad de tener
una familia feliz con la mujer por la que he perdido la cabeza.
—Creo que acabo de tener una revelación —me río entre dientes. Soy un
imbécil. Necesito hablar con Ella ahora mismo, joder.
—Yo pasaría por alto el lugar de la revelación —sugiere Leo
sarcásticamente, mientras Frank y Romeo sueltan una carcajada.
—Gracias, amigos. —Los miro uno tras otro y espero transmitir sin
palabras lo importante que es para mí lo que acaban de hacer. Creo que lo
he conseguido cuando veo que asienten lentamente. —Ahora, con su
permiso, voy a buscar a mi familia.
Pero no tengo tiempo de ordenar las palabras que quiero decirle a
Mariella, no logro llegar a la puerta, ni siquiera puedo tocar el picaporte
antes de que un estruendo estalle al otro lado de la puerta de madera y me
haga volar hacia atrás entre el polvo y los improperios de mis amigos.
***
Cuando vi por primera vez la cabecita morena de mi hija, pensé que se
había desencadenado un terremoto dentro de mí, y que nada más podría
conmocionarme de la misma manera, pero estaba equivocado, muy
equivocado.
Esta toma de conciencia me golpea como un tractor a toda velocidad: no
se trata sólo de Alexis, quiero a mi hija y estoy dispuesto a dar mi vida para
protegerla, pero hay más.
Está su madre, la nena que me dejó sin aliento a primera vista y me
arrebató el corazón al primer beso. La nena que se convirtió en una joven
mujer y madre lejos de mis ojos, pero que nunca estuvo lejos de mis
pensamientos.
Estos segundos de incertidumbre me están destrozando, no puedo
respirar, y no por el polvo o el humo, sino porque no sé qué coño le ha
pasado a mi esposa.
Necesito tener la certeza de que ella está bien para volver a introducir
aire en los pulmones.
Me abro paso entre los desechos y los escombros, intento ayudar a quien
puedo, levanto mesas volcadas para liberar a los invitados, pero mi mirada
recorre la sala buscando ese vestido azul, en vano. El sistema de extinción
de incendios se ha activado y empapa a los adoloridos invitados.
Unos gritan, otros lloran.
Es un maldito delirio.
He perdido de vista a Frank y a los demás, pero necesito saber dónde está
Ella. Necesito saber que está bien, pero cuando mis ojos encuentran el lugar
donde estaba nuestra mesa, siento que me muero, porque está cerca de lo
que parece el lugar donde explotó la bomba. Demasiado cerca.
No, no puede ser.
Un rincón de mi mente empieza a razonar cómo ha podido ocurrir. La
seguridad del restaurante era muy alta y estaba en alerta máxima debido a la
presencia de los tres Boss, pero alguien consiguió colocar un artefacto
explosivo en medio de la sala de mi restaurante. ¿Cómo diablos ha ocurrido
esto?
Pasa un momento, o tal vez toda una vida, entonces oigo gritos
desesperados y me acerco lo más posible a lo que queda de la mesa en la
que estaba sentado unos minutos antes.
—Dios mío, no respira —grita alguien.
—¿Se escucha el pulso? —responde otra persona.
—¡Ya no respira!
—¡Qué tragedia!
Las voces se confunden, mis oídos zumban y mis pasos vacilan. Reduzco
la velocidad y Frank me adelanta apretándome el hombro, pero no dejo de
avanzar.
—Está muerta —dice alguien y mis piernas tiemblan con más fuerza.
—Otra tragedia para la familia del Boss —murmura una voz rota de
tristeza y caigo de rodillas mientras mi visión se vuelve borrosa y el rostro
de Frank se convierte en piedra.
No me mires, joder.
No me lo digas.
Dime que no es ella.
Cualquiera, pero no ella.
Todos, pero no ella.
No quiero oírlo.
No quiero saberlo.
Cuando se vuelve para mirarme, leo el dolor más allá de su impecable
máscara de imperturbabilidad, y sólo quiero cerrar los ojos y fingir que
nada de esto ha sucedido.
Capítulo Veintiséis – Mariella

Veo a mi marido alejarse como si el diablo le pisara los talones y


realmente desearía tener la capacidad de leer la mente para saber qué
demonios está pasando por su cabeza.
Desde que llegamos al restaurante, actúa como si mi cercanía le
molestara, casi como si sintiera repulsión al estar cerca de mí.
Este constante vaivén de emociones me está agotando y sólo quiero
bajarme del carrusel.
—Con permiso —digo, sin encontrar la mirada de las personas que me
rodean—. Necesito un poco de aire, —concluyo antes de alejarme hacia la
terraza con vistas a San Francisco.
Cuando estoy fuera, el aire fresco de la noche me golpea las mejillas y
camino hasta aferrarme con las manos a la barandilla. Contemplo la ciudad
y no puedo negar que Frisco es preciosa, tan diferente de París, pero igual
de fascinante. Nací y crecí aquí y no me di cuenta realmente de lo unida que
estaba a este lugar hasta que me encontré sola en otro continente.
Oigo que las puertas dobles de la terraza se abren detrás de mí,
provocando que la música en vivo se cuele hacia afuera, y no necesito
darme la vuelta para saber que mi hermana se ha unido a mí.
—Mari, ¿va todo bien?
—¿Por qué se comporta como un imbécil? —respondo con una pregunta.
—Bueno, si dijera 'te lo dije', ¿haría el papel de hermana cabrona? —
responde sin contener el sarcasmo.
Le dirijo una mirada aguda por encima del hombro.
Se coloca a mi lado y pone una mano sobre la mía, aún de pie en la
barandilla. Toma aire antes de hablar, como hace siempre que le cuesta
decir algo. —Creo que te quiere de verdad, pero sigue demasiado atado a su
ira.
—Le he pedido perdón un millón de veces, pero cambia de humor tan a
menudo que ya no puedo seguirle el ritmo. Primero me quiere a mí, luego
quiere espacio, pero si me alejo, me vuelve a atraer. Me confunde
muchísimo —resoplo exasperada, conteniendo las lágrimas que siempre
amenazan con salir cuando me siento tan impotente.
—Sabes, Mari, no creo que las disculpas sigan siendo necesarias. Creo,
más bien, que él necesita tiempo, para entender que tú mereces su confianza
y que te quedarás con él porque él vale la pena para ti —hace una pausa
antes de volver a encontrar mi mirada—. Ya sabes, por todo lo que le ha
sucedido en el pasado.
Es mi turno de suspirar profundamente, y cierro los ojos por un breve
instante. —Es imposible que todavía piense que no es digno. Yo nunca he
creído semejante estupidez, y no me interesa lo que piensen los demás.
—Haces bien, hermanita, pero por desgracia él creció entre prejuicios y
desprecio por sí mismo. Le pregunté a Frank y, aunque me contó muy poco,
me di cuenta de que no debió de tenerlo fácil de niño. Y, por desgracia, no
basta un chasquido de dedos para olvidar algo así.
—Así que debo continuar mostrándome dócil y comprensiva hasta que
ese testarudo malhumorado entienda que lo amo y que no hay nadie más
con quien quiera vivir mi vida?
—Mmm —murmura mi hermana, y me doy cuenta de que las ruedas de
su cerebro se están poniendo en marcha para un plan malvado.
—Casi me das miedo, Isa.
—Mmm. Podrías provocarle, tal vez ponerle celoso.
—No, en absoluto. No quiero la sangre de nadie en mi conciencia, y sé
que Alex dejaría de pensar con claridad si lo provocara de ese modo.
—Mmm —murmura de nuevo, pensativa—. Sí, quizá tengas razón. —Se
encoge de hombros antes de continuar—. Bueno, entonces tienes que
encontrar la manera de que tome una decisión definitiva.
—¿Y si no me gustase su decisión definitiva?
—Vamos, hermanita —me dirige una mirada divertida—. Es evidente
para el mundo lo que Alex siente por ti, y aunque nunca te he ocultado lo
mucho que me desagrada, bueno, no puedo negar la evidencia.
—¿Y si sólo fuera una actitud posesiva lo que siente hacia mí?
Isa reflexiona un momento y luego suspira. —Desde luego, los hombres
que hemos elegido no son santos, de hecho diría que son sujetos muy
peculiares, y seguro que el sentido de ser posesivos forma parte de ellos y
de la oscuridad que llevan dentro, pero eso también significa que están
dispuestos a protegernos con todas sus fuerzas, que están dispuestos a
luchar por nosotras hasta su último aliento, y si eso no es amor, no sé qué
otra cosa lo sea. —Su mirada se desvía hacia el paisaje y, por la sonrisa en
sus labios, sé que está pensando en su marido.
Isa y Frank se casaron por obligación y sacrificio, pero juntos crearon
una familia llena de amor, respeto y apoyo mutuo.
No puedo negar que me dan esperanzas para mi futuro con Alex.
—Quiero esto —suspiro, llamando la atención de mi hermana.
—¿Esto? —Ella arquea una ceja perfectamente definida.
—Sí, lo que tienen Frank y tú. La forma en que se apoyan mutuamente,
él gravita alrededor de ti cada vez que estás en una habitación, y tú lo miras
como si tuviera súper poderes.
Isa se sonroja de repente e intenta contener una risita. —Bueno, algún
superpoder seguramente sí tiene —me guiña un ojo.
—¡Por favor, Isa! —Esa no es una imagen que necesite, demasiada
información.
—¡Por favor! Creo recordar que tienes una hija, hermanita, seguro que tú
también has experimentado algunos súper poderes —se ríe ahora
abiertamente.
Intento mantener una expresión seria, pero cuando pienso en los juguetes
sexuales que continúo haciendo llegar al piso de Alex, no puedo evitar
soltar una carcajada a mi vez.
Isa me mira interrogante y justo cuando estoy a punto de explicarle cómo
ya le estoy enseñando a mi marido lo que se está perdiendo, siento que las
puertas vuelven a abrirse.
Por un instante me quedo sin palabras cuando me encuentro con la madre
de Alex, la señora Esposito, una mujer menuda de ojos amables que es
buena amiga de la señora Mancuso. Hemos intercambiado algunas charlas y
no somos muy amigas, probablemente por la extraña forma en que
emparentamos, pero Alex la visita a menudo con Alexis y no tengo nada
que reprocharle como abuela.
—Señora Esposito —la saludo con un gesto de la cabeza.
—Buenas noches chicas, no quería molestarlas —corresponde con una
sonrisa dirigida a mí y a mi hermana—. Y por favor, Mariella, puedes
llamarme Lina sin problema. Ahora somos familia.
—Oh, sí, por supuesto. Es la costumbre.
—Si puedes concederme un minuto —comienza, lanzando una fugaz
mirada a mi hermana—, quisiera hablar contigo.
Isa arquea ligeramente las cejas, pero su mirada adquiere un matiz
consciente y busca la mía, más confusa.
—Bueno, las dejo a solas, no tomen demasiado frío —se despide Isa, la
observo regresar y, por encima de los hombros de la señora Esposito, la veo
entretenerse en las cercanías. Mi hermana mayor protectora de siempre.
No me esperaba una confrontación, no tengo ni idea de lo que quiere
decirme, sólo espero que no se sienta decepcionada. Supongo que Alex
podría haber apuntado mucho más alto, entre su encanto, su aspecto letal y
su posición en la jerarquía de la organización, habría podido tener a
cualquier chica, pero en lugar de eso me tiene a mí y a un matrimonio
reparador.
—De verdad lo lamento —empieza.
Lo sabía. Me preparo para sus siguientes palabras, pero me desconcierta.
—Siento no haber podido darle a mi hijo más seguridad emocional, estoy
desolada por el modo en que te trata.
Abro la boca y la vuelvo a cerrar, sin saber qué decir, y creo que se nota
en mi expresión.
—He visto cómo se ha levantado de la mesa, y me he dado cuenta de su
actitud de esta noche hacia ti. Quisiera que él fuera diferente, pero tienes
que saber que todo es culpa mía —murmuro la última parte, bajando la
mirada, y doy un paso adelante.
—No sé qué decir —farfullo—. Pero no es culpa tuya, Lina, en absoluto.
—Pongo un pie delante del otro hasta encontrarme frente a ella y, en ese
punto, la veo. Veo el sufrimiento oculto, el temor escondido, el dolor
archivado en un cajón, quizá no demasiado profundo. Sigo estando frente a
una mujer cuya reputación se ha visto manchada por la actitud de su
marido, que la ha traicionado y abandonado.
Por instinto, le tomo la mano, casi esperando que se aleje, pero no lo
hace, sino que me corresponde estrechando la mía.
—Mariella, eres una chica tan dulce, pero han ocurrido cosas en el
pasado que no se pueden borrar, y no sé cuánto tiempo podrás resistir junto
a mi hijo. Verás, él ha vivido acontecimientos que lo han marcado, tal vez
de manera irreparable —se le quiebra la voz al pronunciar la última
palabra, y comprendo perfectamente lo que quiere decir.
Alex podría estar marcado hasta el punto de que ya no confíe en mí lo
suficiente como para amar, podría no ser nunca capaz de corresponder
plenamente a mis sentimientos manteniendo la guardia alta en todo
momento, incluso podría convencerse a sí mismo de que Alexis y yo somos
un daño colateral que hay que manejar para evitar más escándalos en su
familia.
Sí, podría.
Pero sé, en el fondo de mi corazón, que no es así.
Que él me ve, me siente dentro, cada vez que estamos juntos, cada vez
que se permite derribar sus defensas para dejarme entrar.
—Lina, sé por lo que has pasado, y me gustaría quitarte todo el
sufrimiento que has experimentado durante estos años, pero no puedo. Lo
único que puedo hacer es quitarte una preocupación: nunca dejaré a Alex
por su pasado. Puede ser un testarudo antipático y cambiar de humor
bruscamente, eso no lo voy a negar, pero encontraré la manera de atravesar
su coraza, porque sé que en el corazón que esconde cuidadosamente, está
todo su amor por Alexis.
Lina ahoga un sollozo y me atrae hacia ella, abrazándome como lo haría
una madre con su propia hija, y me doy cuenta de que realmente somos una
familia. Por encima de su hombro, veo a Isa sonreír conmovida y asentir
con la cabeza, antes de darse la vuelta para volver a nuestra mesa. Ahora
sabe que me ha dejado en buenas manos.
Y entonces se me ocurre una idea.
Dentro de unos veinte días llegará Halloween, la fiesta favorita de Alex –
sí, incluso la prefiere a la Navidad, muy a mi pesar. Podría organizar una
fiesta inolvidable, añadiendo un toque picante para hacerlo ceder
definitivamente– ¿y quién es la mejor organizadora de fiestas de mi vida?
Me libero con rapidez pero con delicadeza del abrazo de Lina. —Tengo
una idea, espérame aquí —le digo—, avanzando ya hacia las puertas de la
terraza.
Las abro, doy un par de pasos dentro y llamo a Isa, que se da la vuelta, un
poco asombrada.
Está ya a medio camino, casi delante del escenario, pero le hago una
señal para que se reúna conmigo rápidamente y ella no duda en darse la
vuelta y caminar de nuevo hacia mí.
Mientras los engranajes, en mi cabeza empiezan a girar, pensando en qué
sorpresas podría prepararle, cómo podría sorprenderlo una vez más,
haciéndole comprender finalmente que somos él y yo contra el mundo, todo
se vuelve del revés. Y no lo digo en sentido metafórico.
Soy empujada hacia atrás por la fuerza de la explosión que destruye la
mitad del restaurante, me golpeo contra las puertas de cristal que,
afortunadamente, no se rompen, gracias Alex por elegir cristales antibalas,
pero mis ojos están fijos en mi hermana que sale despedida a varios metros
de distancia.
Una sensación de terror se apodera de mí cuando se desata el putiferio a
mi alrededor, pero entre los gritos de los invitados, veo que Isa levanta la
cabeza y me mira a los ojos, y una sola pregunta invade mi mente.
¿Alex, donde estás?
Capítulo Veintisiete – Alex

La llegada al hospital es un confuso caos de luces intermitentes y sirenas.


Frank subió a la ambulancia con Isabella, que tenía una herida en la
cabeza y otra poco profunda en el abdomen.
Sólo empecé a razonar de nuevo cuando me encontré con los ojos de
Mariella, agitada y confusa, pero aún alerta y viva. Prácticamente tuve que
arrastrarla hasta aquí, porque no paraba de repetir que estaba bien, pero no
quise atender a razones y ahora las dos hermanas están siendo examinadas y
medicadas.
Siento que llevo horas en esta sala de espera con Frank, y la ansiedad me
está consumiendo.
De momento, estoy coordinando las operaciones en contacto permanente
con Matt y, dado su pasado, confío plenamente en él y en sus dotes de
investigador.
Como si lo hubiera invocado, suena mi teléfono y su nombre aparece en
la pantalla.
—Esposito —contesto al primer timbrazo.
—El restaurante está vacío y las llamas están contenidas, la policía y los
bomberos están en el lugar. Todos los heridos han sido atendidos in situ o
trasladados al hospital: sólo dos de los más graves se encuentran
actualmente en terapia intensiva —hace una pausa antes de continuar con la
parte más dolorosa—. Confirmada la muerte en el acto de la viuda Mancuso
a causa de sus heridas y, por desgracia, deben saber que Don Mario también
falleció durante el traslado al hospital. Los médicos y las enfermeras lo
intentaron todo para salvarlo, pero no fue suficiente.
—Maldita sea —murmuro aturdido.
El Boss de Los Ángeles ha muerto.
—¿Leonardo? —pregunto aún incrédulo.
—En este momento, junto a él está Romeo.
Y no podría estar en mejores manos, pero su vida acaba de dar un vuelco
y grandes cambios le esperan en el horizonte. Sólo espero que esté
preparado.
—Dime que has averiguado algo —suspiro.
—Mejor aún —responde Matt sin ocultar la satisfacción en su tono—.
Dos equipos de nuestros mejores Hombres de Honor llegaron casi de
inmediato al restaurante para para la toma de muestras antes de que la
policía inicie su investigación. Por desgracia, mantener a la policía alejada
no fue posible dada la confusión que siguió a la explosión —resopla y me
paso una mano por la cara. Tendremos que hacer varias declaraciones a la
prensa para calmar los ánimos.
—Descargué las grabaciones y retrocedí las imágenes hasta ayer por la
tarde —continúa, y rezo para que tenga un nombre que perseguir—. La
bomba fue colocada justo debajo del escenario por dos hombres que
tuvieron sumo cuidado de no mostrar nunca sus rostros a las cámaras.
—Mierda.
—Pero no se dieron cuenta, o no sabían, de las cámaras que habías
instalado en la entrada —concluye.
—Las hice instalar hace tres días —reflexiono en voz alta.
Sólo unos pocos conocían de su existencia.
—Sí. Y eso apoya nuestra tesis: se trata de alguien de adentro. Ya
estamos rastreando sus movimientos.
—¿Qué me dices sobre el objetivo del ataque?
Se aclara la garganta, como si meditara cada palabra antes de
pronunciarla. —Imposible decir con seguridad quién era el objetivo, aunque
la mesa más cercana fuera la de los Boss. —No da más detalles, pero
percibo algo en su tono.
—Di lo que quieres decir —le insisto, porque creo en sus habilidades
como antiguo Navy Seal y si su instinto le dice algo, suele tener razón.
—Después de montar una operación así, yo habría intentado acabar con
los tres Boss, no sólo con Don Mario.
Suspiro, porque yo había pensado lo mismo. Y no podría imaginar un
escenario peor.
—Entonces, ¿qué sucedió? —le pregunto, con la esperanza de que ya se
haya formado una opinión, porque yo aún ando a tientas en la oscuridad
total.
—No lo sé, es demasiado pronto para aventurar alguna conjetura. Ni
siquiera podemos descartar un error, al menos hasta que sepamos si la
bomba era accionada a distancia o por un temporizador.
—¿Cuándo sabremos más?
—En no menos de cuarenta y ocho horas. Mientras tanto, en cuanto
tengamos una pista sobre los dos hombres, nos activaremos.
—Bien, quiero actualizaciones cada hora.
—Claro —se aclara de nuevo la garganta antes de preguntar—: ¿Cómo
se lo ha tomado el Boss?
Desvío la mirada hacia Frank, que está de pie en el lado opuesto de la
sala de espera, no ha dicho ni una palabra desde que llegamos al hospital,
pero puedo sentir la furia agitándose bajo su piel. Está mirando fijamente
por la ventana mientras esperamos noticias de Mariella e Isabella. Su madre
murió y él no pudo hacer nada para evitarlo.
Bajo la voz para que sólo me oiga mi interlocutor. —Perdió a su madre y
a su padre en menos de dos años, y a ambos de forma bastante violenta y
repentina. Estuvo a punto de ver morir a su mujer, otra vez. Decir que
quiere venganza es el eufemismo del siglo.
—Sí —suspira Matt y sé lo que está pensando.
Todos los Hombres de Honor están conmocionados, les gustaría vengarse
en nombre de los familiares de ambos Boss, responder sangre con sangre,
pero el asunto es mucho más delicado y complicado.
Hay que estudiar y analizar la situación desde todos los ángulos y,
cuando estemos preparados para responder a esta afrenta, hacerlo con
frialdad y cinismo, calculando cada movimiento milimétricamente.
—Boss Mancuso —dice una enfermera en el umbral.
—Tengo que irme —le digo a Matt y cuelgo, poniéndome en pie
mientras Frank se da la vuelta.
—La señora Mancuso está despierta y alerta, la han medicado y le han
puesto un par de puntos. De momento, estamos esperando las imágenes de
diagnóstico. Si quiere ir a verla, puede pasar.
Frank ni siquiera le contesta, sino que marcha rápidamente hacia el
pasillo y es la mujer quien lo sigue a él, que ya conoce el número de
habitación de su mujer. Como buen viejo maniático del control.
—Señor Esposito —me llama otra enfermera a través de la puerta.
La alcanzo en un par de zancadas impacientes. —¿Cómo está mi esposa?
—La señora Esposito está razonablemente bien, los médicos están
terminando los últimos chequeos antes del diagnóstico oficial, pero si
quiere verla, no hay problema.
—Sí, gracias.
—Habitación 412, la segunda a la derecha.
Ni siquiera espero a que termine la frase, mis pies ya han arrancado en
esa dirección.
Cuando llego a su puerta, la doctora que la examinó está saliendo y me
planto delante de ella.
—Buenas noches, señor Esposito, precisamente iba a verlo. —Su tono es
profesional, pero no detecto ninguna señal de preocupación en su voz, lo
que me tranquiliza un poco. Sólo un poco.
—¿Cómo está mi mujer? —Voy directo al grano, nunca he amado las
cortesías.
—El cuadro general y las constantes vitales son buenas y están dentro de
lo normal. Tiene una contusión leve en el hombro izquierdo y un
traumatismo craneoencefálico leve, ambos debidos al impacto en el
momento de la caída. Podríamos haberla mantenido aquí en observación
durante las próximas veinticuatro horas, pero la señora prefiere regresar a
casa. Sólo tendrá que descansar durante los próximos diez días y,
obviamente, en caso de manifestar nuevos síntomas, vuelvan aquí
inmediatamente. ¿Tiene alguna pregunta?
—No, gracias. Ha sido muy clara. ¿Puedo pasar? —pregunto, haciendo
un gesto con la barbilla a su espalda.
—Por supuesto. Vuelvo enseguida con los papeles del alta —se despide,
alejándose.
No me entretengo más y abro el batiente, buscando inmediatamente sus
ojos y, cuando los encuentro, me permito volver a respirar a pleno pulmón.
—Nena —murmuro, y siento como si me hubieran quitado un enorme
peso de encima. No me había dado cuenta de la tensión que había
acumulado hasta que entré en esta habitación. Tuve un miedo terrible.
—¿Cómo está Isa? —pregunta con la voz un poco temblorosa, y me doy
cuenta de que ella también debe haber estado muerta de miedo.
—Está bien, quédate tranquila. Frank ha ido a verla, puede que la tengan
en observación toda la noche, pero no corre peligro su vida —la tranquilizo
mientras me acerco a su cama y le tomo la mano.
—¿Y Alexis?
—Loretta se quedará en casa esta noche. Durante los próximos días, tú
solo tendrás que pensar en descansar, yo me ocuparé de la niña.
—Gracias, yo... —empieza, pero un sollozo ahoga su voz y baja la
mirada a nuestros dedos entrelazados.
—Lo sé. Aprieto con fuerza su mano, queriendo hacerle saber que estaré
a su lado y la apoyaré siempre.
—Tenía miedo de no volver a verte —dice con una voz que me llega
dentro como un tren.
A quién se lo dices, pienso, pero no me atrevo a abrir la boca. He sido un
imbécil durante las dos primeras semanas de este matrimonio. De hecho,
sería más exacto decir que he sido un imbécil desde que irrumpí en su piso
de París. Me gustaría enmendarlo, cambiar las cosas, pero no sé ni por
dónde empezar.
Cuando vuelve a mirarme, sus ojos brillan y sé que espera una respuesta.
No me da tiempo a encontrar el valor para exponerme como debería, como
ella merece verme. Para entender si realmente me quiere, si realmente
quiere a alguien como yo.
—Alex, he hecho mal, lo sé y te lo he admitido a ti y a la gente a la que
he hecho daño marchándome y omitiendo la verdad, pero no quiero seguir
viviendo con ello. Necesito que sueltes este resentimiento, o nunca
podremos construir una vida juntos. Un amor derrumbado, reconstruido,
crece fuerte, más grande que antes. Creo en ello, creo en nosotros, ¿puedes
hacer lo mismo? ¿Crees que puedes volver a tener este sentimiento por mí?
—No —respondo sin vacilar, y su expresión esperanzada vacila mientras
los ojos se le llenan de lágrimas—. No es amor el amor que se transforma
con el cambio, o se desvanece cuando el otro se aleja —continúo,
inclinándome hacia ella. Clavo mis ojos en los suyos, antes de decirle toda
la verdad—. No puedo empezar a quererte otra vez porque yo. Nunca. He.
Dejado de Hacerlo.
La sonrisa que me dedica es como el sol que vuelve a brillar después de
la tormenta, y me llena de esperanza, de confianza en un futuro que podría
ser diferente de cómo siempre lo he imaginado. —Pero tienes que dejar de
usar a Shakespeare en mi contra —le digo, frunciendo el ceño. Amo cuando
cita a mi autor favorito.
—Nunca. Puede que seas un mafioso grande, gordo y malo, pero también
eres un nerd literario... exactamente como yo.
Contengo una carcajada ante la definición de "grande, gordo y malo",
pero ella baja la mirada un momento, como si de pronto se hubiera vuelto
tímida, y luego reanuda la conversación.
—Sé que quizá no sea la mujer con la que hubieras querido compartir tu
vida, pero....
—¿De qué estás hablando? —la interrumpo, incrédulo ante sus absurdas
palabras.
—Alex, tengo diecinueve años y muy poca experiencia.
—Nena —vuelvo a interrumpirla, antes de que saque a relucir algún
tonto complejo sobre su experiencia vital—. Tú eres magnífica y tienes un
corazón tan grande que me siento abrumado cada vez que estoy a tu lado —
suspiro reuniendo el valor que necesito para contárselo todo—. Siempre
supe que no era digno de ti, y quizá nunca lo seré. Imaginé que tú también
te habías dado cuenta después de aquella noche juntos, y cuando te fuiste, te
lo llevaste todo contigo. Fui un zombi durante tanto tiempo que ya nada
tenía sentido, pero cuando Frank me envió a París, tuve la esperanza de una
segunda oportunidad. Y entonces, te encontré con Alexis y mi mundo se
sacudió con tal fuerza que no sabía si quedaría en pie —hago una pausa,
pero le estrecho la mano porque aún no he terminado—. Y Dios es testigo
de que habría muerto esta noche si te hubiera pasado algo. Pero puedes
apostar tu magnífico culito a que pasaré cada día de mi puta vida intentando
ser mejor... por ti y por Alexis. Ustedes lo son todo para mí, no sólo mi
familia. Ustedes son el aire que respiro, la sangre que corre por mis venas,
la chispa de mi alma. No puedo vivir sin ustedes, no quiero hacerlo.
¿Puedes perdonarme por ser un imbécil egoísta?
—Depende —responde, quitándome el poco aliento que me queda.
—¿De qué?
—Tendrás que dejar de creer que no eres digno. La mañana después de la
fiesta, cuando me escabullí de tu habitación como una ladrona, tenía miedo
de que me echaras porque te arrepintieras de lo que había pasado entre
nosotros, y no habría podido soportar ese golpe. Cuando no diste señales de
vida, me convencí a mí misma de que tenía razón e intenté seguir adelante,
pero nunca pude olvidarte —solloza y siento toda su emoción en mi piel—.
Eres el hombre que quiero y querré siempre a mi lado, te quise incluso
cuando no podía tenerte, y no voy a dejar que sigas creyendo esas idioteces.
Eres un padre maravilloso y un amigo leal, y nada quiero más que ser tu
mujer, tu esposa, tu pareja, pero sobre todo tu nena.
Nuestras bocas por fin se reencuentran y el amor que sentimos elimina
todas las incertidumbres, todas las inseguridades, todas las cosas que no
cuentan para nada, dejando libre para brillar lo único que importa.
Nosotros.
EPÍLOGO

Cuatro meses después


Recorro la clavícula de mi mujer dejando suaves besos en ella y su piel
que se cubre de escalofríos es una descarga directa a mi erección. Que Dios
me ayude, nunca tengo suficiente de esta maravillosa mujer.
Llevamos casados poco menos de cinco meses, pero conozco cada
milímetro de su piel perfecta, cada nota de su voz y cada entonación de su
risa, y las amo a todas.
Durante este período, he trabajado mucho sobre mí mismo y sobre la
aceptación de mi pasado. Me enfrenté a los demonios que llevaba dentro y
por fin le hablé con el corazón a mi madre. Puedo decir que ambos hemos
cerrado definitivamente ese capítulo. Me dijo que siempre ha estado
orgullosa de mí y del hombre en que me he convertido, y que está
impaciente por saber qué gran padre seré. Ni para que decir que le encanta
ser abuela, incluso ha montado una guardería en su casa con todos los
artilugios que ha podido encontrar, y a estas alturas exige que le dejemos a
la niña por la noche al menos una vez a la semana, por no hablar de las
tardes que pasa con ella. En resumen, entre mi madre y mis suegros, no me
cabe duda de que Alexis se convertirá en una princesita mimada.
Afortunadamente, sin embargo, de esta manera tengo casa libre a menudo y
a mi esposa toda para mí.
Ella se mueve, pero sus ojos permanecen cerrados y su expresión
permanece relajada. Ahora tiene mucho más tiempo libre, porque decidió
tomarse un semestre libre de sus estudios para centrarse en nuestra familia,
pero no tengo ninguna duda de que en septiembre querrá retomar sus
estudios con su hermana aquí, en la UCLA, y yo estaré dispuesto a apoyarla
en cada elección.
Nunca me ha importado una mierda ver dormir a alguien, pero Mariella
tiene un aspecto tan apacible que me quedo embelesado mirándola durante
horas. No bromeo, a veces me levanto temprano por la mañana y, en lugar
de ir al gimnasio a dedicarme a hacer ejercicio, me quedo en la cama y me
deleito con su calor y su expresión relajada. Incluso ahora, mientras
Mariella descansa en nuestra cama, saciada y satisfecha tras los tres
orgasmos que le he regalado esta noche para celebrar San Valentín a nuestra
manera. Yo, sin embargo, no logro descansar porque mi mente está inquieta
con todos los proyectos que la abruman.
En primer lugar, la venganza. Encontrar y extirpar al topo del Cártel
Ramírez se ha convertido en la prioridad de todos los Hombres de Honor de
la Costa Oeste. Han sido cuatro meses intensos de interrogatorios, torturas y
negociaciones, pero aún no hemos obtenido ninguna información concreta.
Matt, con la ayuda de Romeo, localizó a los dos trabajadores que habían
escondido la bomba y conseguimos atrapar a uno de ellos cerca de Portland.
Tras días y días de tortura, el muy cabrón nos dio algo con lo que
trabajar: parece que la infame traidora tiene un tatuaje de un pájaro. Cuál
pájaro o en qué parte del cuerpo no tuvo tiempo de decírnoslo antes de que
finalmente perdiera el conocimiento en el suelo del almacén donde lo
matamos a golpes. No es mucho pero es algo.
Cuando el imbécil se volvió completamente inútil, fue despedazado y
arrojado a la frontera con México para enviar un mensaje alto y claro. De
Los Ángeles a Seattle, todo el mundo sabe que estamos en pie de guerra.
Inevitablemente, la tensión en las calles ha aumentado, aunque Frank y
Romeo son maestros en el arte de la diplomacia y han renovado la paz sin
demasiado esfuerzo con la mafia rusa y china.
La situación es un poco diferente para Leonardo, que se ha mostrado
cada vez más irritable en las últimas semanas. Por lo que sé, su primo Mark
se ha convertido en su Segundo y está teniendo bastantes problemas para
mantenerlo alejado de los problemas.
Desde que perdió a su padre, la vida de nuestro amigo ha dado un vuelco
sin previo aviso y ahora se encuentra a la cabeza de la mafia de Los
Ángeles. Por supuesto, sabía que tarde o temprano tendría que suceder a su
padre, pero fue un shock la forma en que sucedió. Él, siempre
despreocupado y amante de la diversión, más inclinado a entretenerse con
mujeres y tablas de surf que con las actividades típicas de la organización,
se volvió huraño, taciturno y siempre de mal humor. Sólo espero que no se
ahogue al encontrarse sin darse cuenta en esta oscuridad.
En segundo lugar, ha llegado el momento de volver a trabajar en nuestro
territorio con la seguridad que siempre nos ha distinguido. No me hago
ilusiones de que haya terminado aquí, pero debemos continuar nuestras
actividades "paralelas" sin demora o nos arriesgamos a perder nuestra
supremacía.
Por último, hemos decidido reabrir el Piccolo Amore. Por supuesto,
llevará algún tiempo y también mucho dinero, pero Frank cree que es el
mensaje correcto que hay que enviar a aliados y enemigos por igual: “nos
doblamos, pero nunca nos romperemos”.
También es el lugar donde me uní en matrimonio con mi esposa, y no
puedo negar que recomponerlo tiene un significado sentimental, además de
estratégico.
Salgo de la cama poniéndome rápidamente los pantalones y asomo la
cabeza en la habitación de Alexis al pasar. Mi niña duerme plácidamente
con el pelo negro desordenado que le regalé y una media sonrisa en los
labios carnosos que le robó a su madre.
Me encanta cuidar de mi pequeña, aunque el baño vespertino sea cada
vez más complicado ahora que en su dieta se han introducido las primeras
papillas y alimentos homogeneizados de frutas que encuentro en los lugares
más impensables.
Es adorable, joder.
A veces, todavía me maravillo de cómo yo haya contribuido a crear algo
tan puro y perfecto. Pero ella es mía, al igual que su madre.
Y yo soy un afortunado bastardo.
Un rincón no demasiado remoto de mi conciencia me propone una
imagen de Mariella embarazada, y juro que a mi mente no se le podría
ocurrir nada más erótico. Tarde o temprano, tendré el honor de verla de
nuevo así y estar a su lado paso a paso. Y follármela inclinada a noventa
sobre mi escritorio mientras sostengo su barriga entre mis manos.
Tras una rápida parada en la esquina del bar del salón, que ahora parece
más bien un parque infantil, me dirijo a mi despacho con un vaso de
bourbon en la mano, cuando alguien llama al timbre.
Me pongo rígido por un momento, desconcertado, pero luego me
recuerdo a mí mismo que nadie puede llegar al ático sin el código de
seguridad. Y puedo contar con los dedos de una mano las personas que
tienen el mío.
Rápidamente, recupero una de las armas que guardo en casa detrás de
uno de los cuadros favoritos de Mariella y me la meto en la cintura del
pantalón. Sólo por seguridad.
Un segundo después, abro la puerta de golpe y me quedo inmóvil.
Podría pensar que la oscuridad ha vencido por fin a mi amigo Leonardo y
que se ha vuelto completamente loco, si no fuera por la mirada clara y
satisfecha que me dirige.
Podría pensar que se ha presentado en mi casa para charlar y tomar una
copa, si no fuera porque está en compañía de una mujer a la que nunca he
visto antes.
Podría pensar que la mujer en cuestión es la última conquista de mi
amigo Leo, si no fuera por la blusa manchada de sangre que lleva y su
mirada endemoniada.
Pero, en realidad, no puedo pensar nada de esto porque tengo la foto de
esta chica delante de mí desde hace meses, desde la noche siguiente a la
explosión del Piccolo Amore.
Desde que empezamos a trabajar en los posibles autores y la gente de su
entorno.
Arqueo una ceja ante la sonrisa sarcástica y complacida del nuevo Boss
de Los Ángeles y Ángela Ramírez, la única hija del Boss del cártel más
despiadado de México.
—Parece que, después de todo, voy a necesitar tu picadero, amigo —dice
Leo, destilando sarcasmo y tironeando del puño de la blusa de la chica para
mostrarme el tatuaje de un ave fénix.
Pero ¿qué coño?
FIN
PLAYLIST

Devil Eyes – Hippie Sabotage


Can’t Hold Us (feat. Ray Dalton) – Macklemore & Ryan Lewis
I Put A Spell On You – Annie Lennox
Run – OneRepublic
Way Down We Go – KALEO
Counting Stars – OneRepublic
Call Out My Name – The Weeknd
Something Better – The Broken View
Sono qui per l’amore – Ligabue
…Ready For It? – Taylor Swift
Do I Wanna Know? – Arctic Monkeys
R U Mine? – Arctic Monkeys
Say You Won’t Let Go – James Arthur
AGRADECIMIENTOS
Otro hermoso viaje ha llegado a su fin y sólo puedo dar las gracias a
todas las personas que han formado parte de él.
A mi marido, que me estimula a sacar fuera todas las ideas más bizarras
que da a luz mi cerebro y siempre me empuja a hacer lo que me apasiona.
A mis hijas, siempre.
A mi mamá, mi lectora alfa, porque me mantienes con los pies en la
tierra.
A mis preciosas betas: Roberta, GRACIAS porque crees en mis "viajes"
desde el día cero; Isabella, cada una de tus notas ha sido preciosa y me
encantan tus "viajes infinitos"; Federica, tu apoyo está siempre presente y es
fundamental.
A Paola Chiozza, Lea Landucci y Naike Ror, por haber organizado el
#NoMoItalia que me permitió darme un objetivo concreto y ponerme a
escribir con constancia y compromiso.
A Elena Piras, tu tarjeta de evaluación es siempre inestimable y crucial,
me hace rectificar donde sea necesario y ver dónde puedo empujar... ¡Me
encanta cómo entiendes a mis chicos!
Después de la publicación de El rey de San Francisco me vi literalmente
desbordada por un cariño que no esperaba en absoluto, y buena parte del
mérito es de los blogger, bookstagrammer y booktoker que me ayudaron a
dar a conocer la historia de Isa y Frank. Muchas gracias por todo el apoyo y
cariño que me demuestran día a día.
¡A ti, lector, que has llegado hasta aquí! Gracias por darle una
oportunidad a la historia de Alex y Mariella, espero que te haya gustado y
sería genial para mí saber qué te ha parecido: si quieres, escríbeme o
etiquétame en las redes sociales para hacerlo. No puedo esperar para saber
tu opinión!

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SOBRE LA AUTORA

Kris Hamlet es el seudónimo de una madre, esposa y profesora de inglés


que no quiere perturbar a sus alumnos (ni a sus padres).
Vive en Italia, con sus dos hijas y su marido, y le gusta pasar las tardes
en el sofá entre series de Netflix y palomitas de maíz.
Come demasiado chocolate (sobre todo blanco) y llora como una fuente
ante las películas románticas.
Ávida lectora de romances, lee y aprecia cada matiz.
OTROS LIBROS DE LA AUTORA
El Rey de San Francisco (Mobster Series #1)

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