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Recuerdos de mi vida – El Reverendo Dr. Miguel A.

Hernández

Cuando era niño pasaba la mayor parte del tiempo en el puesto de vendedores de mi madre en el

mercado Miriam, en San Jacinto, San Salvador. Mi mamá Paca nos despertaba cuando ella se

levantaba. Había días en los que me levantaba a las tres de la mañana, ella no tenía un reloj

despertador. Tan pronto como me despertaba, me duchaba y poco después corría a la panadería

de Don Rafa. Yo era responsable de recoger una bolsa de pan recién horneado y distribuía el pan

a varios clientes que vivían en el camino hacia el mercado Miriam. Después de terminar con las

rondas de distribución de pan, en viviendas de gente pobre, llegaba al mercado alrededor de las

7:00 a.m. y tomaba un desayuno rápido.

Después del desayuno, corría hacia la escuelita Orantes ubicada cerca de la Escuela Nacional de

Comercio (ENCO), ahora (INCO), localizada en San Jacinto. Estudié la primaria en la escuela

Orantes hasta tercer grado. Recuerdo que repetí el primer grado dos veces ya que estaba tan

agotado que me quedaba dormido durante la clase. No tuve el beneficio de que nadie me ayudara

con mis tareas escolares. Cuando estaba a punto de repetir el primer grado por tercera vez al

inicio del año académico, el maestro hizo una pregunta: ¿Qué come el burro? Respondí al

instante: ¡Hierba! Entonces el maestro me dijo: deberías estar en segundo grado. Ya de adulto,

años después, leí La hojarasca de Gabriel García Márquez e hice una conexión con lo que me

pasó en la escuelita. Un médico llega a un pueblo y alguien le pregunta al hombre: ¿Qué es lo

que le gustaría comer? Y el médico respondió: hierba, de la que come el burro. Quizás el maestro

que me ascendió a segundo grado fue porque él había leído La hojarasca, quién sabe…

Ser un niño de los años sesenta significó que estuve expuesto a numerosas situaciones. Seguí

yendo a la escuela de manera muy esporádica ya que la mayor parte del tiempo los maestros de

las escuelas públicas estaban protestando en las calles y participando en huelgas que duraban

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mucho tiempo. Entonces, desde cuarto hasta sexto grado, estaría faltando a la escuela y mi

escuela primaria Orantes fue trasladada de un lugar a otro. El séptimo grado, en secundaria, me

ubicaron en el Instituto “Manuel José Arce”. Las huelgas de docentes interfirieron con el año

escolar. Estuve un tiempo sin asistir a clase y me informaron casi al finalizar el año que ofrecían

un examen para aprobar el séptimo grado. Hice el examen y lo pasé. El octavo grado fue difícil,

ya que mi padre Miguel quería que aprendiera un oficio, pero eso no funcionó. En cuanto a

aprender el oficio, el dueño del lugar me mandó a comprar repuestos para los autos, y una vez

me castigaron físicamente porque extravié algunas piezas. Me fui de ese taller.

Mi madre me encontró un lugar en la Maestranza, un taller militar en El Salvador, se suponía que

allí también aprendería un oficio, pero ocurrió otra experiencia terrible. A un grupo de

muchachos, la mayoría de nosotros probablemente teníamos catorce años o algo así, se nos pidió

que trasladáramos un escritorio del taller de reparaciones a la oficina de un coronel. En camino a

la oficina, tuvimos que subir unos escalones empinados y el escritorio se rompió. Por eso, al

grupo de muchachos, incluido yo, nos pusieron en arresto domiciliario en el recinto de la

Maestranza. Estuvimos allí dos semanas. Un sargento, que fue responsable de nosotros durante el

período de castigo, habló con nosotros y nos dijo que éramos jóvenes y que deberíamos volver a

la escuela. El sargento tenía unos cuarenta años y nos dijo: “Miren, soy viejo y no he hecho nada.

Encuentren una manera de volver a la escuela”. Este hombre me hizo cambiar de opinión.

Después de pedir la baja de la Maestranza, volví la escuela. El octavo grado lo completé en el

Instituto Latinoamericano; el noveno grado lo cursé en la escuela Jorge Lardé en San Jacinto,

San Salvador.

Después de eso, completé dos años en el Instituto Técnico Industrial de San Salvador. Como la

vida da vueltas, mi hermano Ismael me trajo a la ciudad de Nueva York en 1977. El plan era que

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trabajara para mantenerme, esta transición fue dolorosa. Tuve que adaptarme a un nuevo lugar, a

un nuevo idioma y me llené de frustración porque no terminé mi educación de bachillerato en El

Salvador.

Mientras buscaba mejorar mi situación, comencé a tomar clases de inglés, y fue en la Escuela de

Idiomas para Inmigrantes en Manhattan donde conocí a un señor al que llamé “el dominicano

desconocido”. Esta persona me habló de una escuela donde podría obtener un diploma

equivalente al bachillerato. Logré esa meta en junio 1977. En septiembre de ese año, me

matriculé en el New York City Community College y completé mi título de asociado de ingeniero

técnico en 1980.

Durante la década de los 80, participé en apoyo a la Universidad de El Salvador en el exilio. Me

dediqué a solicitar ayuda para las personas que habían sido detenidas por el gobierno y también

visité varias universidades en Estados Unidos incluyendo Harvard, Columbia, y otras hablando

sobre la ocupación militar de la Universidad de El Salvador.

Mientras continuaba trabajando a tiempo completo y también yendo a la escuela, en 1982

completé una licenciatura en el City College de Nueva York. En 1984, conseguí un trabajo en

AT&T Bell Labs en Holmdel, Nueva Jersey. Mi jefe, Robert Muise, me motivó a completar una

maestría en ingeniería. Completé la maestría en Ingeniería Eléctrica en la Universidad

Politécnica de Nueva York en 1992.

Han transcurrido muchos años desde que llegué a Estados Unidos. En 1998, comencé a tomar

clases de teología en la Escuela de Teología de Newark. En el 2013 y 2014, completé dos

maestrías en teología en el Seminario Teológico General de la Ciudad de Nueva York. En 2018,

completé un Doctorado en Ministerio en el Seminario Teológico de Nueva York.

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Desde el 2014, me desempeño como sacerdote en la Diócesis Episcopal de Newark, Nueva

Jersey. La educación me abrió muchas puertas. Imparto clases en el Seminario Anglicano

Episcopal en El Salvador, Universidad Caldwell, y tuve el honor de impartir cursos de nivel

doctoral en el Seminario Teológico de Nueva York asistiendo a cinco estudiantes obtener el título

de Doctor en Ministerio.

Los mentores han sido una bendición para mí. Me han ayudado a llegar a lugares que nunca

pensé que serían posibles. Dios ha sido muy bueno conmigo.

Estoy escribiendo estos recuerdos de mi vida el 26 de abril de 2024.

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