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M. Kaipper Ceraiti
Los espacios públicos sin basura deben formar parte de una estrategia integral para reducir
el crimen en Latinoamérica y el Caribe, afirman expertos
Una calle desolada, poca iluminación y un contenedor de basura volcado. Bolsas de
residuos abiertas y restos desparramados en la acera. ¿Caminaría solo por allí? Puede que
su sexto sentido le indique que no.
Pero no es solo el instinto lo que nos impide avanzar por esa vía, hay toda una teoría detrás
que desde hace varios años refuerza la idea que tener calles más limpias y ordenadas,
espacios públicos iluminados y bien mantenidos pueden desalentar a criminales y pandillas.
Los barrios urbanos de América Latina y el Caribe son el hogar del 70% de los pobres de la
región. Allí, donde viven los más pobres, los espacios muchas veces carecen de
infraestructura básica, abastecimiento de agua y recolección de residuos.
“Un espacio con desorden y basura es percibido como que no hay personas cuidando ese
lugar”, explica John Morton, experto ambiental del Banco Mundial. Así, si un barrio tolera
el desorden, ya sea tirar basura o calles sucias, podría producir – hipotéticamente- un
ambiente más propicio al crimen. Estas formas de desorden pueden servir como señales a
los criminales de que los delitos no serán ni denunciados ni controlados, es decir, que nadie
está a cargo. “Es el síntoma y también es parte de la causa; el barrio se advierte como más
indefenso”, asegura Morton.
Una reciente experiencia en Kingston, Jamaica es prueba de ello.
Central Village, un barrio que enfrenta altas tasas de criminalidad y desempleo, se propuso
limpiar las calles para revalorizar sus espacios públicos. “Había una constante presencia de
basura en la comunidad. Eso enviaba una señal de que a nadie le importa el lugar y era una
entrada para el vandalismo”, cuenta Mona Sue-Ho, especialista en desarrollo social del
Fondo de Inversión Social de Jamaica (JSIF por sus siglas en inglés) que llevó adelante el
proyecto con apoyo del Banco Mundial.
Sacar la basura de las calles es parte de una estrategia más amplia llamada “prevención del
crimen a través del diseño ambiental”, una metodología canadiense que busca reducir las
oportunidades de cometer delitos, así como minimizar el temor de la comunidad a través
del diseño de ciudades más seguras. La estrategia tiene que ver con que los vecinos
recuperen y se apropien de los espacios públicos. No tiene que ver con “mano dura” sino
con la mejora de espacios urbanos.
“Para sentirnos seguros en nuestras ciudades necesitamos recuperar algo que hemos
perdido, el contacto humano”, explicó la arquitecta chilena Macarena Rau Vargas,
presidenta y fundadora de la Corporación para la Prevención de la Delincuencia Mediante
el Diseño Ambiental, durante su última charla TEDX en Argentina. “Necesitamos
conectarnos con los vecinos para sentir seguridad”, afirmó.
Parte de la solución
“Limpiar no va a arreglar todo pero definitivamente ayuda”, dice Morton. Con esto
coincide la especialista social y experta en seguridad ciudadana del Banco Mundial, Joan
Serra Hoffman: “Mantener los espacios públicos puede aumentar los controles informales,
pero es tan solo un aspecto de todo lo que pueden hacer las municipalidades para reducir el
crimen y la violencia”.
“El desorden físico es tan solo uno de los síntomas de muchas otras carencias. Esos mismos
barrios muchas veces no tienen una escuela secundaria cerca donde los jóvenes puedan
estudiar o no hay acceso a servicios básicos”, explica. “No hay una píldora mágica, pero
hay evidencia empírica en la región donde estrategias comunitarias en las que se trabaja con
los factores que inciden en el crimen y con las familias o poblaciones en riesgo han
funcionado”, concluye.
Por esta razón, programas con una mirada holística son clave para la reducción del crimen.
Existen, de hecho, iniciativas que involucran la participación de los jóvenes no solo en la
gestión de los residuos sólidos en su comunidad sino también como una actividad
alternativa al crimen y la violencia.
Uno de ellos es la orquesta de Cateurá de Paraguay. “Este chelo está hecho de una lata de
aceite, maderas y una cuchara para hacer ñoquis”, dice Bebi, uno de los de integrantes de la
agrupación paraguaya que crea instrumentos musicales a partir de lo que niños y jóvenes
considerados en situación de vulnerabilidad encuentran en el vertedero de Cateurá, en las
afuera de Asunción.
A pesar de sus escasos recursos, hoy llevan recorridos más de 25 países y fueron teloneros
del grupo de rock Metallica. En palabras de Favio Chávez, el director de orquesta: “El
mundo nos envía basura, nosotros le devolvemos música”.