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Antologia de La Direccion Teatral
Antologia de La Direccion Teatral
ORSINI (EXTRACTOS)
UN RITO
Es cierto que antes de la aparición del director de escena, el espectáculo no es
un mero producto del azar. Está regido por un orden determinado. Este orden
es anterior a la representación teatral y al mismo texto. La forma se establece
de manera anticipada, intangible. Cada representación sigue siendo entonces
una manifestación, de esta forma que constituye en sí misma todo el sentido
del espectáculo. Este es el proceso que se observa en el teatro ritual, tal como
se representa aún en África o Asia. El teatro occidental rompió con semejante
ritualización, pero todavía conserva algunos de sus rasgos.
Cuando se habla del teatro de los siglos pasados, se suele emplear el término
puesta en escena: Mme. Pero no nos equivoquemos: se trata del orden del
espectáculo concebido como un cuadro inmutable y estereotipado y no del
significado escénico del texto. El hombre de teatro que tiene autoridad en la
representación actúa como un maestro de ceremonias. Él “ordena” el
espectáculo o la fiesta de acuerdo con modelos más o menos consagrados,
más o menos variables.
Sin embargo, ya en aquella época, algunos teóricos van más lejos y exigen
nada menos que el advenimiento del director de escena. En 1640, Jules de la
Mesnardière; Sebastián Mercier, un siglo más tarde, estima necesario la
intervención de un poder intermediario que no participase de los intereses del
poeta, ni los del actor. Solamente en el siglo XIX es cuando se produce el
reconocimiento de la puesta de escena, es decir, el paso de la simple
administración de los elementos a la puesta en escena. La puesta en escena
sería “una interpretación personal sugerida por la obra dramática que llega a
coordinar todos los elementos de un espectáculo, por regla general con base
en una estética particular”, mientras que la primera consiste en el “simple
ordenamiento objetivo (…) de la animación teatral y de sus accesorios”.
UN SALTO DIALÉCTICO
Antoine fue el primero, en Francia, que se distingue con nitidez como director
de escena, al resto convierte en sus subordinados. La puesta en escena, en ese
momento, se liberó tanto de la tiranía del decorador. La tarea del director deja
de ser la de ajustar, embellecer o decorar. Comprende algo más que la
elaboración de un cuadro o la ilustración de un texto. Es la mediación necesaria
entre un texto y un espectáculo. Hasta entonces esa mediación esta puesta
como entre paréntesis; era ignorada o incluso suprimida: el texto justificaba el
espectáculo o el espectáculo era la razón de ser del texto. Uno se disolvía en el
otro y recíprocamente. Ahora, en cambio, se condicionan mutuamente y son un
modo de expresiones el uno para el otro. Antoine ya hacía esta observación en
1903 “la puesta en escena no es mero cuadro para la acción, sino que
determina su verdadero carácter y constituye su atmósfera”. Es el tránsito de
la cantidad a la calidad: un salto dialéctico.
NUEVAS TÉCNICAS
La creciente complejidad de los medios de expresión escénicas había
provocado la especialización del director, dándole primacía sobre todos los
demás elementos del espectáculo. La primera mitad del siglo XIX ha estado
marcado por un cambio en la concepción del decorado de teatro y por la
utilización de técnicas cada vez más variadas. Pasamos del decorado
compuesto por un solo telón de fondo, de las bambalinas pensadas para
facilitar entradas-salidas y de las franjas de cielo, a un decorado hecho de
instalaciones libres (decorados de teatro montados sobre bastidores) que
permiten combinaciones más variadas. Se impone el uso de transparentes y
puentes voladizos. Se podían, de esta manera, utilizar distintos planos y
multiplicar los efectos de la perspectiva.
El espacio escénico ha dejado de ser único e inmutable, ahora cambia con cada
espectáculo. Toda representación teatral plantea el problema de su espacio
escénico: cada vez hay que construir e imaginar uno nuevo y original.
NUEVOS PÚBLICOS
En el transcurso del siglo XIX, el público de teatro aumentó de manera
considerable. Sugirió Becq de Fouquières, en 1884, que “La Revolución rompió
las barreras que separaban entre sí a las clases”. Esta multiplicación estuvo
acompañada de una modificación en la composición del público, que se volvió
más heterogéneo. Durante la primera mitad del siglo se produce una división:
los espectadores más selectos iban a los teatros oficiales mientras que el
público popular acudía a los teatros especializados. En la época del Segundo
Imperio, se produjo una mezcla de estos dos tipos de público. Desde entonces
ya no existe ningún acuerdo previo fundamental sobre el estilo y el sentido de
estos espectáculos entre espectadores y hombres de teatro. Se ha producido
un cambio de actitud hacia el teatro.
Este nuevo teatro tuvo como particularidad positiva y peculiar un carácter muy
modesto, que fue dado no solo por la estrechez de la sala y la sencillez de sus
decorados, sino por el hecho de que los actores eran aficionados, lo cual les
permitía una naturalidad única en la expresión.
Su incansable actividad le dio ocasión de montar numerosas obras, lo cual
reflejaba la profunda confusión que caracterizaba el criterio de selección de
Antoine, quien representaba el caso típico del autodidacta intuitivo que pecaba
siempre de limitados criterios, ya que junto a grandes aciertos alineó proyectos
catastróficos. Aun así logró desarrollar un instinto descubiertos de grandes
valores que le valió la consagración del término “teatro libre”. Concibió un
montaje de Tolstói, más tarde difundió la obra de Ibsen; estrenó piezas de
Strindberg y le abrió pasos a extranjeros que también cultivaban el
naturalismo. Cuando dispuso del odeón, emprendió la tarea de recrear clásicos
como Shakespeare, Moliére y los griegos, con los cuales logró renovar y
dignificar sus modestas presentaciones.
En realidad su óptica fue más bien realista, y si cayó en los extremos, fue
porque se vio empujado por las circunstancias. En el campo de la decoración,
terminó con aquel amaneramiento de los continuadores de Ciceri dando carta
de naturaleza estética al interior modesto y, segundo, con aquella hibridez
aventurándose por decoraciones íntegramente reales. Este es uno de sus
méritos en la historia del teatro.