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La vida de Luna

Luna se miró al espejo, recogió su maleta y una mochila y salió de casa, despidiéndose
mentalmente de su familia. Era muy mala para las despedidas y total, solo eran 4 años de
universidad. La habían concedido una beca para la universidad de Gijón, y su esperanza era
sacar el título de profesora, aprobar una oposición y asegurarse un futuro. Las cosas estaban
muy mal.

Se pusieron peor al llegar a la universidad. El colegio mayor en el que debía vivir había
traspapelado su solicitud de ingreso y, en lo que se resolvía, debía pernoctar en algún sitio. Dos
noches de hostal estrecho, húmedo y con olor a marihuana dejaron los pocos ahorros de Luna
reducidas a la mínima expresión.

Recorría el pasillo a la salida de clases en dirección a la cafetería, meditando si tomar un


café, que necesitaba para despejarse, o un sándwich, que necesitaba para subsistir, pero no
podía permitirse las 2 cosas.

En el tablón de anuncios vio varias ofertas de pisos compartidos entre estudiantes, pero al
llegar a la palabra “fianza” la faltaba poco para echarse a llorar. Pero al mover uno de los
anuncios, se fijó en otro papelito que había debajo.

“SE NECESITAN CAMARERAS”

Y un número de teléfono.

Arrancó el papel y se lo guardó. Si quería ir a un piso compartido, con su Internet, su cocina


y su baño común, debía trabajar. No era la primera vez, había hecho extras de camarera para
sacarse un dinerillo a espaldas de sus padres, para darse algún capricho o una escapada de fin
de semana con algún amigo con derechos.

Llamó al número y una chica la indicó la dirección y una hora. Ese día tenía una clase de
oratoria y tuvo que presentarse a la entrevista luciendo un ajustado traje chaqueta negro. Al
ver la fachada del bar, supo que iba vestida demasiado seria, así que entró un momento en la
cafetería más cercana, se sacó la blusa, y ya con un aspecto un poco menos informal y más de
devoradora de hombres, cruzó la puerta del “Fetish”, mezcla de bar de moteros y cabaret.

El interior del local estaba en penumbra, apenas unas pocas bombillas encima de las mesas,
pero la barra estaba algo más alumbrada y había una chica rellenando las cámaras frigoríficas
con botellas de cerveza. La chica miró hacia Luna y la saludó, haciendo señas de que se
acercara. Era pelirroja y bajita como ella, bastante pechugona, con varios piercings y tatuajes a
la vista. Iba vestida muy llamativa, con un conjunto de minifalda y corset negros, de raya
diplomática, botas altas hasta las rodillas y una gargantilla de cuero con argollas y pequeñas
cadenas colgando. Salió de la barra preguntando:

- ¿Eres la de la entrevista? ¿Cómo te llamas?


- Sí, soy la nueva. Me llamo Luna.
La chica enarcó las cejas y sonrió de oreja a oreja.

- ¿En serio? Espero que te cojan. Yo me llamo Sol - y la dio un ligero beso en la boca, sin
avisar. - Así seremos Sol y Luna. Y me gusta tu estilo vistiendo.

La agarró de la mano y la llevó por el local hasta un despacho en la parte trasera. Entró sin
llamar y gritando:

- ¡Juancar! ¡Está aquí la chica nueva! ¡Tienes que cogerla, me cae muy bien!

La dio un azotito en el culo mientras se iba hacia atrás y la tiró un beso mientras susurraba:

- Suerte…

Una puerta se abrió al fondo y a Luna se la mojaron las bragas al ver a su futuro jefe. Vestido
solo con unos tejanos ajustados y unas botas camperas, Luna lo examinó atentamente
mientras el jefe caminaba hasta un perchero y se ponía una camisa gris arrugada, que no se
molestó en abrochar. Cuarenta años, un metro ochenta, pelo castaño largo recogido en una
coleta, musculado, cubierto de tatuajes, dos aros de oro en cada oreja… y una voz profunda
que hizo que se la erizaran los pezones involuntariamente, cosa que se notó a través de la
americana, ya que el ligero sujetador lencero que llevaba no disimulaba nada.

- Buenos días… ¿Cómo te llamas?


- Luna, señor.
- No se te ocurra llamarme señor si quieres trabajar aquí. Soy Juancar. ¿Está claro?
- Sí, señor… sí, Juancar.
- Muy bien. ¿Has trabajado en una barra alguna vez?
- Sí. He hecho extras en bodas y demás y en las fiestas de mi pueblo.
- Muy bien. Contratada. Habla con Sol y que te de un uniforme. Tú librarás miércoles y
jueves. Los días de diario se trabaja de ocho de la tarde a dos de la mañana. Viernes y
sábado hasta las tres. Luego se limpia y se recoje. El sueldo es según el convenio y las
propinas son todas vuestras.
- ¿Estoy contratada así, sin más?

Juancar sonrió y la guiñó un ojo, bastante descaradamente, mientras decía:

- Me gusta tu ropa estilo ejecutiva sexy. Pegarás bien aquí.

La hizo señas de que saliera del despacho y Luna lo abandonó dando gracias mentalmente.
En cuanto cobrase podría buscar un alojamiento decente, con agua caliente. Solo ese
pensamiento ya la hizo pensar en aguantar el trabajo por duro que fuese. Se acercó hasta la
barra a hablar con Sol.

- Me ha contratado…
- ¡Bien! - la interrumpió Sol, saliendo de la barra y dándola otro beso en la boca. - ¡Ven
conmigo, compi!
La llevó de la mano hasta un vestuario, que tenía una especie de camerino. Abrió un
armario y rebuscó hasta dar con un conjunto igual que el suyo, aún precintado.

- Mira, éste está sin estrenar. Creo que es tu talla. Pruébatelo.

Luna miró alrededor buscando dónde cambiarse, pero la pícara sonrisa de Sol mirándola
hizo que perdiera la vergüenza y se quitó la chaqueta y el pantalón, quedándose en su escueta
ropa interior. Sol la miró relamiéndose, confirmando su pensamiento de que era lesbiana o, al
menos, bisexual. Y que se sentía atraída por Luna. La ayudó a ponerse el corset, tensando las
cintas desde atrás, y aprovechando para acariciarla los hombros con suavidad y disimulo.

- Sol, no me van las chicas - la dijo Luna mirándola directamente a los ojos.
- Luna, a mí tampoco. Pero de vez en cuando me gusta tirar de la cola al tigre - mientras
se echaba a reír.

La dio otro beso en la boca, esta vez agarrándola de la nuca y manteniéndola firme, pero sin
lengua. Solo un juntar de labios que a Luna se le empezó a apetecer prolongar más de lo
necesario agarrando a Sol de la cintura. Cuando se separaron, ambas soltaron una risa de
complicidad y se dieron otro ligero beso. Sol la agarró de la cintura y la hizo mirarse al espejo.

- ¡¡¡Estamos que rompemos!!!

La verdad es que Luna nunca se había tan provocativa. De ver a una mujer así vestida por la
calle, hubiera pensado que era una “chica de la calle”. Corsé tipo chaleco de traje, sin hombros,
cerrado con cremallera por delante y tan escotado que dejaba la mitad del pecho a la vista.
Minifalda a juego, muy ceñida, tanto que, como descubriría más adelante, la única manera de
que no se marcase la ropa interior era no llevarla. Botines de tacón, aunque sorprendente
cómodos, y Sol la recomendó usar medias de liga, alargándola un par. La explicación que la dio
es que así no perdía tiempo quitándose y poniéndose los panties cada vez que fuera al baño.
Aunque viendo como la miraba al ponérselas, Luna supo que su compañera tendría un sueño
húmedo con ella esa noche.

La noche pasó rápida y agotadora. Mientras recogían sus cosas, Sol la preguntó dónde vivía.
Al contestar que en la zona del puerto, porque era barato, Sol puso el grito en el cielo. La
agarró de la mano y bajó al bar otra vez, donde Juancar estaba haciendo la caja.

- ¿Olvidasteis algo, chicas? ¿O queréis una copa de fin de jornada?


- Dame la llave del apartamento D. Luna se queda a vivir a aquí.
- Oye, yo no…
- Está en mi oficina, dásela - Me interrumpió Juancar. - El alquiler te lo descuento del
sueldo, pero así no tienes excusa para llegar tarde al trabajo.

Sol desapareció un minuto y volvió con un llavero. Era una pelota de golf con una D
grabada en dorado, con dos llaves colgando, una de ellas muy brillante. La acompañó hasta la
parte trasera del local, donde había una disimulada puerta en la verja trasera. La traspasó con
una de las llaves, y vio una serie de puertas en dos plantas, que no se apreciaban desde la calle.
Sol la acompañó a la primera puerta de la segunda planta. Cuando la abrió y encendió la luz,
Luna alucinó. Era un coqueto estudio de apenas 20 metros cuadrados, pero muy bien
distribuido. Nada más entrar tenía un baño a la izquierda, con una ducha con mampara de
cristal que ocupaba todo el ancho del baño. Luego un armario que al abrir la puerta corrediza
mostraba una diminuta pero práctica cocina, y el resto era un espacio diáfano con un escritorio
en un lado y un enorme sofá-cama enfrente de una pequeña mesa. La pared frontal era entera
de cristal y daba al patio trasero. Perfecto para una estudiante y alguna visita ocasional.
Además, Sol la aseguró que el jefe las cobraba prácticamente nada comparado con los precios
de Gijón.

A partir de ese día, Luna empezó a cambiar casi sin darse cuenta. Estudiaba, trabajaba,
salía a tomar algo con los compañeros de clase los días que libraba. A veces salía al cine con Sol
o con algún cliente del bar. Se desplomaba agotada cada noche en la cama, pero se despertaba
con una energía desconocida hasta entonces. Después de un agotador examen, mientras
tomaban café en la cafetería de la facultad, alguien de la mesa comentó “noche de pizza y
pelis” y ella ofreció su casa sin pensarlo. Se apuntaron Rocío y Juan, una pareja bastante maja.
Bruno, un chico italiano que estaba de erasmus y al que todas hacían ojitos, y Pedro, un muy
buen estudiante que la prestaba los apuntes cada vez que Luna se despistaba o llegaba tarde.

Se presentaron todos a la vez. Pedro había traído un gran monitor de televisión, al que
conectaron el minúsculo ordenador de Luna. Juan tenía cuenta en una plataforma, y
empezaron un maratón de una conocida serie fantástica. Cuando llegó el repartidor de pizza,
prácticamente la devoraron. Un rato después, Bruno sugirió tomar una copa, pero Luna no
tenía alcohol en casa. “Trabajo en un bar” - pensó.

- ¡Un minuto, chicos! - Y salió corriendo escaleras abajo. Tardó apenas unos minutos en
volver con una botella de Oporto y varios botellines de 7up, una mezcla dulce que había
descubierto trabajando.

Juan y Rocío habían recibido una llamada y se habían tenido que marchar a toda prisa. Los
tres quedaron bebiendo y viendo la serie, ya sin demasiado interés, hasta que Bruno, que
estaba sentado a su lado en el sofá-cama, empezó a acariciarla la pierna. Luna le miró
sorprendida, pero no desagradada, ya que el chico era muy correcto y no hacía ninguna
insinuación picante, como el resto de compañeros de facultad. Sin prisa pero sin pausa, la
agarró del cuello y la besó. Suave al principio, pero al minuto Luna sentía su lengua
prácticamente recorriendo toda su boca. Pablo se levantó y dijo que se iba, pero Bruno lo
interrumpió sonriendo, señalando su pantalón, en el que se notaba un bulto creciente por
momentos.

- ¡Pablo! No te vayas - y empujando a Luna la echó en brazos de Pablo. - No creo que la


anfitriona quiera perderse el regalo que traes escondido.

Luna y Pablo estaban a cual más colorado, si bien es verdad que Luna se había fijado en
Pablo al besarse con Bruno y había notado su paquete. Bruno les agarró y les hizo besarse,
entre la sorpresa de Luna, y la vergüenza de Pablo. Para más sorpresa de Luna, besaba
excitantemente suave. Y cuando notó como Bruno empezaba a echarla el aliento en la nuca
mientras la acariciaba, se dejó llevar.
Luna despertó asfixiada y agobiada. El agobio tenía explicación, estaba en el medio de los
cuerpos desnudos de Bruno y Pablo. El último estaba tan bien dotado que no necesitaba
técnica, al contrario que Bruno que, con un pene más bien normalito, había desarrollado unas
técnicas amatorias capaces de satisfacer a la más exigente de las amantes. Se desató un
cinturón de cuero del cuello, parte de su agobio, preguntándose en qué momento había
llegado a ese extremo el sexo. Tosió, y expulsó algún vello púbico, la otra causa de su asfixia.
Era de Pablo, ya que Bruno estaba totalmente depilado. Admiró el pene de Pablo que, incluso
en relax, tenía un buen tamaño. Que no paraba de variar, creciendo lentamente. Al mirar a
Pablo a la cara, éste la estaba observando silenciosamente, mientras la hacía una pícara
sugerencia con la mirada. Sorprendiéndose ella misma, Luna se arrodilló, empezó a masajearle
el pene despacio, y cuando alcanzó su máximo tamaño se lo metió en la boca. Recordó las
instrucciones que la había dado Bruno anoche, y consiguió que Pablo se retorciera de placer en
segundos. De repente vio levantarse a Bruno y, antes de poder reaccionar, notó el estrecho
pene invadiendo su culo. Tuvo miedo de que la hiciese daño, pero recordó que la había
desvirgado el culo un par de veces por la noche. Con la de Pablo no se atrevió por detrás, así
que Bruno había disfrutado en exclusividad de su culito. Por eso notaba un sabroso escozor,
que se acrecentaba a cada empujón que daba Bruno. Pablo la agarró la alzó en vilo, y la montó
sobre su potente polla. Estaba tan lubricada de su saliva que la entró entera y notó
placenteramente como hacía tope en el fondo de su coño. Bruno volvió al ataque y
doblemente penetrada, encadenó una serie de orgasmos que hizo que estuviera a punto de
desmayarse, cuando ambos chicos se corrieron. Bruno en su interior, y no era la primera vez, y
Pablo salió bruscamente, pero su corrida salpicó a Luna en todo su cuerpo. Ella se miró y tuvo
otro orgasmo al ver un enorme chorretón blanco que unía sus pequeñas tetas y empezaba a
caer hacia su estómago.

Un rato después, mientras se duchaba sola, se preguntaba cómo había sido capaz, y qué iba
a decir a sus compañeros en clase. Cuando se reunieron los cinco en la cafetería, Rocío, curiosa,
les preguntó hasta que capítulo habían visto. Bruno contestó que al poco de irse ellos Luna los
había echado, que tenía que madrugar, que estaba muy cansada, etc. Vamos, que no había
querido quedarse sola con ellos dos. Rocío y Juan se sonrieron satisfechos, Pablo hizo como
que no estaba allí, Bruno estaba contestando un whatsapp y Luna dijo que no se fiaba de los
dos solos en su casa. Caso zanjado y crimen ocultado.

Las miradas a escondidas que la lanzaban sus dos compinches nocturnos hizo que su tanga
se mojase peligrosamente, hasta el punto de tener que ir al aseo a secarse y ponerse papel
higiénico para que no se traspasase la humedad a su pantalón claro.

Después de clase corrió para no llegar tarde a trabajar. El club y la facultad eran su rutina y
se adaptó bien. De vez en cuando tenía sexo con Pablo, con Bruno o con los dos, aunque
normalmente eso significaba llegar tarde a clase y dormirse en el trabajo.

Empezó a salir con Bruno en serio, en plan novios. Bruno era entretenido, esporádico y
siempre tenía un plan para los días aburridos. Cerca ya del final de curso, dejaron de salir para
centrarse en los exámenes finales. Luna estaba tan centrada que, al salir del trabajo, se duchó
y, al abrir el frigorífico, vio que solo tenía un yogurt y un tomate pocho. Miró a la puerta del
apartamento y allí, en un post-it con las palabras URGENTE-COMPRAR COMIDA en rojo, tenía la
lista de la compra, de la que se había olvidado por completo. Se puso cualquier cosa por
encima y fue hasta el apartamento de Sol, a ver si su vecina y compañera la invitaba a cenar.
Después de cinco minutos llamando al timbre, llegó a la conclusión de que su compañera había
ligado con alguien y pasaría la noche fuera. Envidiaba la falta de compromiso y responsabilidad
de Sol. La otorgaban la libertad de la que Luna se había privado voluntariamente, y eso que
estaba en primer año de carrera. Suspirando, volvía a su apartamento arrastrando los pies
cuando vio su jefe en el patio, al parecer esperando impaciente mirando el reloj y fumando un
pitillo mientras paseaba como león enjaulado. Levantó la vista y la saludó.

- ¿Qué pasa, Luna? ¿Qué haces a esta hora?

Bajó la escalera e iba a responder cuando llegó un repartidor de pizzas en una pequeña
scooter.

- Lo siento, me he perdido, y me queda otro reparto.

Juancar iba a pagarle, cuando se fijó en cómo Luna miraba la caja de pizza. Ofreció al chico
el doble por la pizza de que le quedaba por repartir, oferta que el chico aceptó encantado. Hizo
un guiño a Luna y la indicó con la cabeza que le acompañase a su apartamento. Nunca había
estado en casa de su jefe. Era un apartamento apenas un par de metros más grande que el
suyo, pero con una decoración ecléctica entre objetos militares e instrumentos musicales
antiguos colgados de la pared. Destacaban un par de rifles encima de la cama y varias guitarras
eléctricas con pinta de muy usadas colgadas sobre el sofá.

Se asustó un poco cuando Juancar sacó un enorme machete de una funda de cuero, pero lo
usó únicamente para trocear las pizzas en cuatro partes iguales. Limpió el machete y puso dos
porciones de cada pizza en unos platos.

- A cenar - dijo, mientras sacaba unas cervezas del frigorífico y le alargaba una.

Devoraron las pizzas, y después de un par de cervezas, su jefe le contó un poco de su historia.
Había sido militar varios años. Casado y divorciado varias veces, compró una Harley-Davidson
de cuarta mano y se dedicó a recorrer Europa en ella, sin rumbo fijo. Cuando regresó a España,
recorrió la costa empezando en Barcelona y recorrió todo el mapa hasta llegar a Gijón, donde
otro motorista le llevó al “Fetish”. Después de una buena borrachera con Toño, el anterior
dueño, se jugaron el bar y la moto a un pulso. Juancar ganó, pero le regaló la moto a Toño,
deseándole que la disfrutara igual que él. Toño arrancó la moto y se perdió en la noche. Nunca
volvió a verlo. Se le veía nostálgico.

- ¿Y esto? - preguntó Luna, señalando una de las guitarras eléctricas.


- Es mi favorita - dijo Juancar, descolgándola de la pared. - Se llama “Lucille”, como la de
B.B.King, y me la regaló el cantante de los rebeldes después de una noche aquí.

La rasgueó suavemente, la enchufó a un amplificador de la esquina, y con voz ronca, cantó


“Wicked Game” de Chris Isaac, mientras sus manos tocaban suavemente la guitarra. Cuando
terminó la canción, Luna estaba tan excitada por como sonaba la voz de su jefe que, sin darse
cuenta, se acababa de desnudar y se acercaba a cuatro patas a su jefe, muy lentamente,
contoneándose en el camino. Se paró delante de él y, diciéndole que no hablase, le quitó la
camisa. Empezó a besar su cuerpo. Sus músculos tenían varias cicatrices, mezcla de accidentes
de moto, peleas y muchos años de ejército. Eso la excitó sobremanera, desabrochando con
suavidad el pantalón de su jefe. Le desnudó completamente y cuando empezó a acariciar su
verga, mientras lamía sus testículos con furia, el tamaño del miembro la asombró, ya que
ganaba a la de Pablo en longitud y grosor. Se metió el glande en la boca y apenas la cabía,
haciendo casi imposible realizar una mamada, cosa que se había convertido en su especialidad.
Juancar la cogió en brazos y la arrojó sobre la cama. Se puso a lamerla el coño con tal maestría
que logró que se corriese en apenas un par de minutos. Se puso de rodillas entre sus piernas y
diciéndola que no se preocupase, que tenía hecha la vasectomía, se hundió en ella de un solo
golpe. Luna puso los ojos en blanco y se la encogieron los dedos de los pies al sentir los envites
de Juancar. Tuvo el primer orgasmo en segundos. Y así los fue encadenando hasta que notó
como su jefe arqueaba la espalda y soltaba un estilo de rugido mientras la inundaba de semen.
Se desplomó encima de ella jadeando, y mientras se sonreían mutuamente mirándose y
besándose, Luna notó como su jefe recuperaba la erección, aún dentro de ella.

- ¿Te apetece probar algo más fuerte? - la sugirió al oído.


- Claro que sí, “Jefe” - respondió Luna, mientras pensaba qué cosa podía ser más fierte
que eso.
Juancar la agarró de una mano y, tirando del cabecero de la cama, extrajo unas muñequeras
de cuero sujetas con unas cadenas. Con la rapidez que da la práctica, en un par de minutos
Luna se encontró atada en X a la cama. Luego Juancar sacó un antifaz de cuero, con el que la
vendó los ojos, y una mordaza de goma, que la metió en la boca y ató en la nuca, con lo que
sus gemidos quedaban ahogados, mientras que notaba como su saliva escurría de la boca, sin
poder hacer nada para evitarlo. Empezó a sacudirse con intención de soltarse cuando notó
como su jefe penetraba en ella otra vez. La sensación de ser follada sin poder ni participar, ser
solo un juguete sexual hizo que tuviera un orgasmo involuntario, tan fuerte que estuvo a punto
de desmayarse. Los furiosos empujones del rabo de su jefe contra el fondo de su coño la
provocaban que el clímax llegase cada pocos segundos. Extenuada después de dos sesiones de
sexo, Luna notó como la desataban las piernas, pero solo para notarlas sujeta a la altura de su
cabeza. Con el culo en pompa, sabía lo que venía. Tuvo un orgasmo solo de pensar en la larga
polla de su jefe recorriendo la entrada de su culo, deslizándose dentro sin cesar, como una
serpiente en una madriguera. Notó como una humedad fría en el ano. Al menos, Juancar había
tenido el detalle de embadurnarla de lubricante. Cuando notó como la verga empezaba a
conocer su ano destre dentro, tuvo un orgasmo de tal dimensión que arqueó tanto la espalda
que el pene se salió. Notó como su jefe la sujetaba y, esta vez, la penetraba con decisión. Sin
prisa pero sin pausa. Pasito para adelante. Pasito para atrás, otro pasito adelante. El estimulo
de notar como la carne del ano era arrastrada sin cesar hacia su propio interior la hacía gemir
sin cesar, aunque apenas se la escuchase. Sin embargo, su coño chorreaba sin cesar. Cada
varios empujones, Juancar se recreaba con un mete-saca de cerca de un minuto, sin avanzar ni
retroceder, provocándola otro orgasmo. Cuando notó que la polla de su jefe ocupaba todo su
recto y presionaba ya su intestino grueso, el orgasmo tuvo tal potencia que Luna se desmayó.
Despertó en su apartamento, ya de día. Se preguntó si lo habría soñado, pero las marcas en
su muñecas y el delicioso escozor de su ano la confirmaron que no. Luna sonrió. La quedaban
tres años de curso, y su jefe vivía justo debajo. La vida es maravillosa.

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