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Capítulo I

La Suicida del Puente

Era un día lluvioso. El atardecer estaba siendo escondido por las nubes que
habían gobernado los cielos durante todo el día. A pesar de que Saulo era consciente de
que no había una razón importante para llegar temprano a casa, no podía evitar mirar
compulsivamente su reloj en un afán por cumplir con su hábito de llegar a recidencia a
las siete en punto. Nuevamente apartó su manga para descubrir que eran las 6:52pm.
Para entonces, ya había alcanzado el lugar de "Los Amarillos", que era el nombre de dos
puentes construidos sobre una gran sanja, la cual drenaba toda el agua de lluvia de
Petare.

Comenzó una llovizna, la cual marcó rápidamente puntos oscuros en su camisa.


Saulo había salido recientemente de un resfriado y no quería volver a él, así que se puso
bajo el inútil resguardo de una gorra de béisbol del Magallanes, esperando asi disminuir
las probabilidades de enfrentar nuevamente una molesta congestión nasal.

Por el puente, los autos estaban ausentes; tampoco había gente, pues no era muy
usado por peatones. Además, en ese momento, todo el mundo se resguardaba del clima,
excepto por una mujer. Saulo la vio a la distancia. Ella estaba de pie sobre una de las
barandillas del puente, contemplando desde la altura el bravo río que recorría la gran
sanja debajo de sus pies. Saulo dedujo que la mujer había estado expuesta a la larga
lluvia de la tarde, pues el vestido azul que prendaba estaba empapado junto a sus
zapatos y su cabello. Cada vez estaba más cerca de ella y podía verla mejor; era joven,
no mayor que él. Pudo ver cuando la mujer levantaba un pie hacia adelante dejándolo
colgar fuera del puente, para posteriormente, dejar caer su zapato.《Chuf》No habían
dudas, la mujer ponderada algo; "algo" que tal vez no estaba muy segura de querer
hacer.

Saulo no sopesó su andar. Mantuvo la velocidad en la que daba sus pasos. Pronto
estuvo lo suficientemente cerca para oirla llorar. Esos gemidos incontenibles hubiese
hecho que cualquiera contemplara la opción de detenerse a razonar con la mujer, pero
Saulo solo contemplaba la opción de llegar pronto a casa.

Era obvio lo que la mujer quería hacer, pero a pesar de que Saulo sintió el
llamado de su deber como cristiano, se negó a ser el "instrumento", el "vaso"; se negó a
ser el evangelista que por mandato divino debía ser.

Finalmente ocurrió lo que Saulo quería evitar. La mujer lo notó y volteó a verlo; y
él, prontamente sujetó el ala de su gorra y la inclinó para cubrir su cara. Quería evitar
cruzar miradas con ella, así sería más fácil ignorarla. Siguió caminando y pasó por su
lado haciendo de cuenta que ella no estaba ahí. Él no podía verla, pero sabía que ella sí
lo estaba mirando a él como si esperara algo. Sin embargo, con la mujer a sus espaldas,
se sintió aliviado; la presión de tener que hacer algo por ella se desvanecía con cada
paso que daba, dejando en su mente solo espacio para el ruido de las gotas de lluvia
cayendo sobre el metal del puente.《Chuf》, se oyó un gran chapoteo en el agua, lo cual
indudablemente había sido causado por algo mucho más grande que un zapato. Al oírlo,
Saulo se congeló, se quedó paralizado ahí donde estaba. Sus ojos se abrieron como
platos a la vez que un frío desagradable invadía su pecho. Su corazón lo acusó y casi le
es motivo de llanto, pero Saulo nunca fue un hombre de lágrimas, así que logró
contenerse. A pesar de su gran curiosidad, no fue capaz de voltear a ver; no tuvo el valor
de confirmar con sus ojos lo que percibieron sus oídos.

— Ya no hay nada que hacer — dijo en voz baja como excusa para seguir su
camino.

En su residencia nadie le recibió. Nadie le dió la bienvenida. Pasó por el lado del
portero sin que este siquiera voltease a verlo; era un hombre muy amable, pero con
Saulo no aplicaban las cortesías de "Buenos días, buenas tardes, ni buenas noches", por
lo que el mismo señor ya se había acostumbrado a que Saulo no saludaba. Al abrir la
puerta de su pieza, Saulo se quedó en silencio contemplando la oscuridad de su sala, sin
nadie que le preguntara cómo había estado su día. No podía contarle a nadie las vidas
que ayudaba a salvar en su trabajo como enfermero; tampoco había quien le diese
consuelo y lo ayudara a calmar el temblor en sus manos que le había dejado el incidente
del puente.

Pasó, encendió las luces, tiró el bolso y la chaqueta sobre el mueble, colgó la
gorra sobre una de las esquinas de la única silla que tenía en casa; luego tomó la misma
y la acercó a la ventana para sentarse a contemplar la lluvia esperando calmar así su
ansiedad.

Estando en casa se resguardó del frío del ambiente lluvioso de afuera; tomó café,
comió caliente su cena y nada le impidió acostarse en su cómoda cama a su respectiva
hora. Todo estaría muy bien, de no ser por un detalle:

— ¡Ese maldito puente! — pensaba.

No podía olvidarlo. Se repetía una y otra vez en su cabeza. La lluvia, el puente, el


ruido de los zapatos cayendo al agua: 《Chuf, chuf》.

Eran las doce de la media noche, y estos pensamientos lo mantenían despierto. Se


imaginaba a la mujer cayendo del puente una y otra vez, como si fuese una burla cruel
de su mente, como un castigo kármico de alguna entidad superior. ¿Orar?... hacía tiempo
que no lo hacía, ya había perdido el hábito, e incluso se podría decir que había olvidado
cual era el propósito de hacerlo. A pesar de eso, horas después logró dormir, pero ni aún
así pudo librarse de aquellas imágenes que, aún en sueños, lo visitaban. Nuevamente el
puente, la lluvia cayendo sobre sus hombros, y la mujer sobre las barandillas. Saulo
estaba de pie junto a ella, mirándola de perfil; y ella, con una expresión neutral miraba
bajo el puente, el cual estaba sobre un abismo negro y sin fondo.

La mujer dejó caer sus zapatos, los cuales se perdieron en el abismo debajo de
ellos.

— Ya viene — dijo ella —. Anatémanod… Viene para atormentar. Viene para


castigar.

— ¿Castigar? — pregunta Saulo acercándose para oírla mejor — ¿Castigar a


quién? ¿A ti?

— No — responde ella mientras voltea a verlo con un rostro sin ojos y sin nariz
—. A ti.

La mujer se dejó caer y fue tragada por la oscuridad. Saulo se quedó mirando el
abismo el cual parecía agrandarse y rugir, como si fuese algo vivo e inmensamente
terrible. Algo capaz de tragarse no solo a él y a la mujer, sino al mundo entero.
Finalmente despertó por una terrible sensación de vértigo. Fue allí cuando lo descubrió;
el sentimiento de culpa no lo dejaría nunca.

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