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Pinta mi corazón

Catherine Spencer

Pinta mi corazón (1994)


Título Original: Elegant Barbarian (1994)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Bianca 645
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Jason Connery y Laura Mitchell

Argumento:
Él no era un caballero…
Y en la empresa de Jackson Connery, Laura Mitchell era
solo una dama… ¡una absolutamente lasciva! Pero, ¿cómo
un hombre, que apenas puede intercambiar una palabra
civilizada con nadie, es capaz de despertar tal anhelo en
ella? ¿Y por qué ella tenía que encontrarse tan atraída por
un hombre que claramente quería estar solo?
Por primera vez en su vida, Laura fue descaradamente
tentada a ejercer sus encantos femeninos. Pero ¿podría ella
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ser feliz con una breve aventura, cuando lo que realmente


quería era el amor de Jackson?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 1
Alguien la estaba mirando. No desde atrás, donde las gaviotas
volaban bajo un cielo despejado y azul, sino desde las rocas.
Laura levantó la vista y lo vio de inmediato. Allí estaba. De pie, con
las piernas un poco separadas, parecía un guerrero vikingo examinando su
territorio. El hombre contempló la inmensidad del océano y después sus
ojos se posaron en ella.
Su mirada era hostil; inmóvil, su figura parecía opacar el brillo del sol.
Él era el guerrero y el cazador; ella, el enemigo y la víctima. Laura sintió el
frescor de la brisa sobre su piel y tomó su toalla para cubrirse. Por primera
vez en su vida sintió temor de encontrarse sola en la pequeña cala; se
sentía amenazada por aquel desconocido.
Con gran decisión, él empezó a bajar por las rocas. Sus piernas se
movían con la seguridad del que se disponía a reclamar algo de su
propiedad. Se acercó más y más hasta quedar a escasos metros de ella.
Laura sintió deseos de echar a correr antes de que se acercara
demasiado, pero su orgullo se lo impidió. Después de todo él era el
intruso.
Era un hombre muy alto, musculoso; tenía el cabello rubio decolorado
por el sol. Su mirada era fría; la joven podía percibir la agresividad en el
fondo de aquellos ojos azules.
—¿De dónde vienes? —le preguntó él, amenazante.
Ella le señaló la casa que se levantaba sobre las rocas al final de la
caleta. Después respondió:
—De allí.
—¡No me gusta la compañía! —dijo él sin titubear y con el mismo
tono amenazante—. ¡Vete ahora y no vuelvas a bajar!
Ella no se movió. Le disgustaba presenciar escenas violentas y más
aún intervenir en ellas, pero el orgullo le impidió moverse.
—¡No lo haré! —exclamó ella apoyando las manos en las caderas—. Si
deseas soledad, búscala en otra parte —al ver su expresión airada, añadió
con valentía—: ¡Y no trates de asustarme, no se me intimida con facilidad!
—Mientes —se burló él—. ¡Debajo de ese traje de baño tan caro estás
temblando de miedo! ¡Estarías gritando aterrorizada si no fuera porque el
miedo te lo impide!
Ella sacudió la arena de su toalla y se sentó en ella; después repuso:
—Demuéstramelo si puedes.
Él la miró de pies a cabeza. Admiró su hermoso y bien cortado cabello
y sus sandalias italianas de cuero y, al final, fijó la vista en las rodillas que
ella rodeaba con los brazos. Riendo, afirmó con ironía:

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—De acuerdo —y al decir esto, se llevó las manos a la cremallera de


sus pantalones cortos que hacían las veces de traje de baño.
Laura se ruborizó de inmediato. ¡No se atrevería! ¿O sí?
Al oír el peculiar sonido de una cremallera al bajarse, comprendió que
sí se estaba atreviendo. El sentido común le indicó que ese era el
momento de retirarse. No estaba lejos de la casa, como mucho a unos
doscientos metros. Frank, el jardinero de su abuela, la ayudaría sin duda
alguna.
Pero… algo la detenía. ¿Perversidad? ¿O… acaso una deliciosa e
insana curiosidad?
Paralizada por un momento, Laura clavó la mirada en los pies del
desconocido. Tenía los dedos largos, elegantes y bronceados, al igual que
los de sus manos. Se preguntó quién podría ser.
Estuvo a punto de preguntárselo cuando él separó las piernas en un
rápido movimiento. En ese instante la joven emitió un grito de horror. Sin
pensarlo, su mirada se posó en sus musculosas piernas y en sus caderas.
La risa de aquel desconocido la hizo volver en sí.
—¡Vete con tu «mami», niña tonta de ciudad! —exclamó para luego
añadir con un gesto diabólico—: ¿No sabes lo peligroso que es hablar con
desconocidos?
Con lentitud, él se volvió y se despojó de sus pantalones que dejaron
al descubierto un traje de baño. Se dirigió hacia donde se encontraba la
tabla de surf, ignorándola por completo; la tomó y la deslizó sobre el agua.
Sin titubear, se dirigió hacia la cresta de una gran ola y, midiendo el
tiempo como un experto, se irguió sobre la tabla y con elegancia se dejó
llevar por la fuerza de la ola.

—He conocido a un hombre esta mañana en la playa —le dijo Laura a


su bisabuela durante la comida. Abrió una de las ostras que había en su
plato esperando parecer lo más calmada posible.
Su bisabuela, a quien llamaban «Honey Bee», tenía ochenta y nueve
años, pero conservaba íntegras todas sus facultades. Al otro lado de la
mesa, Honey Bee se limpió los labios con una servilleta y luego preguntó:
—¿Alguien del pueblo de Haida?
—No —repuso Laura, recordando los brillantes ojos azules del intruso.
—¿Cómo puedes estar tan segura, querida? —le preguntó su
bisabuela, frunciendo el ceño.
Laura recordó el musculoso cuerpo del desconocido; también era
demasiado alto como para poder pasar por uno de los nativos a los cuales,
en ocasiones, les compraba pescado.
—No era tan moreno —respondió—, además, tampoco era muy…
amable.

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—No sabía que hubiese desconocidos en la zona, pero la verdad es


que ya casi no salgo. Es probable que se trate de algún artista o de algún
aficionado al kayac, esas pequeñas embarcaciones. A veces llegan hasta
estos lugares, pero es muy probable que para mañana ya se haya ido.
«Un kayac, ¡claro!», pensó Laura. Eso explicaría su aspecto, como si
hubiera estado expuesto a las inclemencias del tiempo. Laura había
estado tan ocupada pensando en su amenaza que no se le había ocurrido
preguntarse de qué lugar provenía. Si había llegado hasta allí en kayac, le
sería muy fácil esconderlo entre las rocas. Esa parecía ser la explicación.
En realidad, más allá de la caleta sólo se extendía el inmenso océano que
azotaba con fuerza los arrecifes. La caleta sólo estaba comunicada con
Pierce, el pueblo de pescadores, por medio de un estrecho sendero que se
encontraba a unos cuantos kilómetros de la casa de Honey Bee.
La caleta ofrecía muy poco interés a los turistas y esa era la razón
principal por la cual Laura visitaba el lugar con la mayor frecuencia
posible. Se dijo que Honey Bee tenía razón; al día siguiente, el
desconocido ya se habría ido a bordo de su kayac y la joven tendría toda
la bahía para ella sola.

Honey Bee se había equivocado. Él estaba allí a la mañana siguiente,


desenterrando ostras a la orilla del mar. Al verlo inclinado, tan bronceado
y con su rubio cabello despeinado, el corazón de Laura dio un vuelco.
Pensó en ignorarlo, pero en ese momento él se volvió y descubrió su
presencia; entonces la ignorada fue ella.
—Creí que te habrías marchado —dijo Laura.
—¡Ni en sueños! —respondió él, molesto, sin interrumpir su labor—.
Estaré aquí durante algún tiempo.
—¿Cuánto tiempo con exactitud?
—Hasta que me haya cansado de este lugar, o sea, no muy pronto.
—Espero que te des cuenta de que estás invadiendo una propiedad
privada.
Él se detuvo por un momento y repuso:
—Ahórrate tus palabras; la propiedad privada termina donde el agua
empieza, y aunque fuera así, se necesitaría mucho más que tus
advertencias para que yo me marchara. Así que ya puedes irte.
—¿Te han dicho alguna vez que eres un maleducado? —observó.
—¡Y no sólo eso! Me gusta maldecir a todas horas y además me
aprovecho de las mujeres. Es mejor que corras a esconderte, «mosquita
muerta».
—¡Debí imaginar que cualquier cosa sería mejor que tratar de
intercambiar algunas palabras civilizadas con alguien como tú! —exclamó
Laura al instante y añadió—: ¡Deberías estar enjaulado!

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El intruso se volvió hacia ella y, con una facilidad increíble, la tomó de


las muñecas. Luego la acercó hacia sí y casi la hizo caer sobre sus rodillas.
Si la semana anterior alguien la hubiera avisado de que se encontraría en
una playa desierta frente al hombre más furioso del planeta, tal vez no
habría ido a ese lugar, pero habría supuesto que sería una emocionante
experiencia para ella. En ese momento temblaba aterrorizada, pero de
manera inexplicable clavó la mirada en los labios del desconocido y su
imaginación la hizo desear sentirlos sobre los suyos. ¡Pero eso era
absurdo!
A su vez, sus fríos ojos azules se clavaron en ella. Laura podía sentir
su respiración casi con la familiaridad de un amante.
—Tengo que enseñarte una lección —murmuró él—. Para que
aprendas a mantener la boca cerrada.
—¡Suéltame de inmediato!
Así lo hizo y ella casi cayó al suelo, pero para evitarlo, se agarró a su
brazo, que parecía hecho de granito.
En ese momento la furia de los ojos del desconocido se desvaneció.
Era como si al haberlo tocado hubiera derribado la muralla de su
intimidad. Ella lo soltó de inmediato, reprimiendo el deseo de disculparse.
Se dijo que quien había cometido la falta era él, no ella.
Él tomó de nuevo el artefacto que estaba usando para abrir las
almejas y lo dirigió hacia arriba. En ese momento Laura recordó una
pintura que había visto en una galería: El Dios del Mar. Él poseía el mismo
poder e indiferencia que la divinidad que representaba aquella pintura. Se
preguntó quién podría ser y cuál sería su pasado.
Con el artefacto él trazó sobre la arena una línea entre los dos,
continuándola hacia las rocas. Aquel acto no necesitaba explicación
alguna. Laura sabía que estaba delimitando su territorio.
—Mantente en tu territorio —le advirtió él con calma, con la seguridad
de que ella obedecería y respetaría la frontera.
Laura pensó que esa había sido la mejor solución, al fin y al cabo. Le
habría gustado disfrutar en soledad de la caleta, pero él tenía razón; no
estaba invadiendo una propiedad privada. La propiedad de Honey Bee no
abarcaba toda la caleta, y mucho menos parte del océano. Además, Laura
no estaba dispuesta a permitir que un vecino semejante le estropeara las
vacaciones, ni tampoco a molestarse intentando ser amable con él.
Extendió su toalla y desplegó una pequeña tumbona de lona. Colocó
sus sandalias a un lado y se dispuso a aplicarse crema bronceadora sobre
todo el cuerpo. Después se puso su sombrero de paja y abrió el libro que
estaba leyendo.
Era mediados de julio y Laura tenía por delante mes y medio para
disfrutar de aquel paradisíaco lugar. Sólo Archie, su socio, sabía dónde
localizarla y aunque había planeado hacer una exposición de arte en
octubre, no esperaba ser interrumpida por él. El episodio de la novela que
estaba leyendo trataba de un hombre y una mujer que se encontraban en

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una habitación en penumbra. El hombre la miraba fijamente, con deseo en


los ojos. En el borde del agua, el desconocido aún parecía dedicado a la
tarea de recoger lo que, al parecer, constituiría su cena. Cada vez que se
inclinaba para recoger una ostra, sus músculos se movían con gracia.
Su mirada permanecía fija en lo que estaba haciendo a excepción de
algún que otro vistazo hacia el mar.
Hacía bastante calor. Tenía la frente perlada de sudor. «Los hombres
sudan», recordaba que le había dicho Rose, cuando ella aún era una
adolescente, durante alguna de las pocas veces que había visitado la
caleta. «Los caballos sudan también, pero las damas se cubren de rocío…»
A Laura no le importaba. Había decidido no buscar la aprobación de
Rose al mismo tiempo que se propuso no ser como ella. Pero fuera lo que
fuese, el sudor de su rostro era bastante molesto y la distraía. Le resultaba
difícil continuar leyendo el capítulo de su novela, cuando la frescura del
agua la invitaba a sumergirse en ella.
Decidió darse un chapuzón. La arena le quemaba la delicada piel de
la planta de los pies, así que llegó hasta el agua dando pequeños saltos. Al
sentir la primera ola, sus pantorrillas experimentaron el frío de las
corrientes procedentes del norte. Laura intentó regresar, pero las olas no
tardaron en mojarle los muslos por completo.
Él la miró, interrumpió lo que estaba haciendo y enterró el artefacto
en la arena para disfrutar del espectáculo. Al darse cuenta de ello, Laura
se dispuso a hacer lo único que podía en esas circunstancias: ¡zambullirse!
Las olas la cubrieron por completo, borrando todo rastro de calor de
su cuerpo, tomó aire como pudo y empezó a nadar para combatir el frío.
Dio unas brazadas mar adentro y después otras tantas hacia la seguridad
de la playa. Otros saltos hacia el lugar que había abandonado y ya estaba;
eso era todo.
El intruso había permanecido impertérrito, con su habitual gesto
adusto. De repente se quitó sus pequeños pantalones vaqueros y los dejó
al lado del cubo donde guardaba las ostras. Su traje de baño negro se
adaptaba a su perfecta figura. Laura se preguntaba cómo podía resistir el
fuerte oleaje al nadar contra él y contempló maravillada cómo se alejaba.
Tardó tanto tiempo en volver, que la joven empezó a preocuparse.
Después, descubrió su cabeza emergiendo en la distancia. Dando lentas
brazadas se acercó a la playa, como queriendo decirle que a él el frío no le
hacía nada y que tenía todo el tiempo del mundo para divertirse en el mar.
«Espero que termines en Japón», pensó Laura extendiendo su toalla
sobre la arena. Luego se tumbó para secarse al sol. Poco a poco, se relajó
por completo. Cerró los ojos. Hacía un día demasiado hermoso como para
desperdiciarlo preocupándose por alguien que no merecía la pena.

—Te estás asando, cariño.


Si hubiera habido por lo menos un mínimo de preocupación en su
tono, Laura lo habría disculpado por haber interrumpido ese momento de

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semiinconsciencia en el que se encontraba. Pero su voz tenía la misma


dureza que seguramente había en su rostro. Cuando se volvió para
mirarlo, el sol la deslumbró y sólo pudo distinguir su sombra.
—¿Y…? —repuso ella con idéntica frialdad.
—Nada, por mí como si te carbonizas —y tras decir esto, se encogió
de hombros y se alejó—. Sólo te estaba advirtiendo.
—Bueno, no te metas en lo que no te importa y mantente alejado de
mi mitad de playa.
Él soltó una carcajada que la hizo sentirse como una niña estúpida.
—Seguro —añadió él y volvió hacia donde se encontraba su cubo y su
abridor de ostras. Tomándolos con una sola mano, trepó por las rocas del
mismo modo que había nadado, sin esfuerzo alguno y con la natural
elegancia de un atleta.
Laura tuvo que dormir desnuda esa noche; hasta la ropa más fina la
sentía como lija sobre su piel quemada. Cuando a la mañana siguiente se
miró en el espejo, tenía la piel del color de una langosta bien cocida.
—¡Laura! —exclamó Honey Bee sorprendida—. ¡Te has quemado
terriblemente, niña! ¿Cómo has podido ser tan descuidada?
—Me quedé dormida en la playa —respondió Laura y se quejó al
sentir los tirantes de su traje de baño en los hombros.
Pasó el día a la sombra de un grande y viejo magnolio que su abuelo
había plantado para su novia después de construir la casa.
—Me encanta este jardín —dijo Laura suspirando, y contempló el cielo
a través de las ramas del gran árbol—. Recuerdo que cuando era una
chiquilla solía desear poder estar aquí todo el año.
—Eso no le habría parecido bien a Rose —opinó Honey Bee—. Tres o
cuatro días era lo más que podía estar aquí, y todavía es así.
Laura se sintió irritada con sólo oír el nombre de su madre.
—Entonces, ¿por qué se molesta en visitarte?
La sonrisa de Honey Bee era casi cínica.
—Porque piensa que si no lo hace, la desheredaré. Cree que por lo
menos debe hacer un esfuerzo.
—Dile que piensas dejarle todo el dinero a una sociedad protectora de
animales —sugirió con maldad—. Eso le permitirá tener más tiempo para
su ocupación principal: buscarse otro marido.
—Hablando de eso… —la interrumpió Honey Bee y, mirándola con
dulzura, le preguntó—: ¿Por qué no hay ningún hombre en tu vida,
querida?
Laura sonrió y explicó:
—De hecho, existen cinco hombres en mi vida, Honey Bee; cuatro se
encuentran enmarcados y expuestos en la galería y el otro será enviado

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próximamente desde Italia. Es una pena que hayan muerto hace casi
trescientos años, ¿no es verdad?
—¡Has heredado la audacia y el carácter de tu abuelo! —repuso
Honey Bee tratando de parecer severa—. ¡Estás sacrificando tu felicidad y
el amor por un trabajo!
Intentando olvidarse de sus quemaduras, Laura se puso de pie.
—¡No es verdad! ¡Soy muy feliz y llevo una vida muy feliz también!
—¡Bah! ¿Cómo puede ser tu vida tan perfecta y feliz si no existe un
señor Felicidad a tu lado?
—¡Honey Bee! —Laura no pudo dominar su exasperación—. El mundo
está lleno de hombres atractivos, pero el que yo necesito no va a caer del
cielo cuando yo lo ordene. Si algún día aparece en mi vida, pues
estupendo, pero si no, no poseo ni el tiempo ni el entusiasmo suficiente
como para dedicarme a cazarlo. De hecho, no lo necesito por el momento;
hay muchas otras cosas en mi vida que requieren de mi atención.
—Toda mujer necesita de un hombre, Laura —insistió Honey Bee.
—Si en realidad crees eso, ¿por qué no te casaste otra vez? Estoy
segura de que no fue por falta de ofertas.
—Porque nadie pudo reemplazar al hombre que una vez tuve.
Stephen murió hace casi cincuenta años, pero él fue el único hombre que
contó para mí. Y si tuviera la oportunidad de estar con él otra vez, lo haría,
aun sabiendo que tendría que derramar muchas lágrimas y pasar mucho
más tiempo como viuda que como esposa.
A pesar de lo que pensaba, Laura se sintió vencida por un momento.
En el fondo de su corazón, estaba de acuerdo con Honey Bee… Un hombre
especial, un amor especial… ¿acaso existía alguna mujer en el mundo que
no deseaba encontrar el amor de su vida? ¡Pero… no en ese momento!
Laura ya tenía bastantes problemas intentando poner en orden todo lo
que estaba ocurriendo en su vida como para involucrarse en una relación
amorosa.
Después de cenar, Laura decidió caminar un poco para disfrutar de la
fresca brisa del mar. La marea había subido y el único lugar donde podía
hacerlo era en las rocas. Además, desde allí podía contemplar la puesta de
sol.
Se había alejado bastante de la bahía y ya se disponía a volver
cuando el descubrimiento de una pequeña luz que se filtraba entre los
árboles la hizo retroceder. A sólo unos pasos de donde se encontraba
había una cabaña que había permanecido abandonada durante años. La
cabaña estaba rodeada de cedros que la protegían de las inclemencias del
tiempo. Sin titubear, Laura echó a andar por el sendero que llevaba hacia
la cabaña.
Alguien estaba viviendo allí. Incluso habían lavado alguna ropa. Había
toallas tendidas y fundas para almohadas. También ropa interior; era tan

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diminuta que la joven se ruborizó. También había una camiseta bastante


vieja y unos pantalones vaqueros cortos de las mismas características.
Al otro lado del porche habían construido una ducha; consistía
simplemente en una bomba y una manguera.
Había una barra de jabón en una jabonera y a su lado un frasco de
champú. Al lado, un par de zapatillas sin cordones, secándose. Cerca de la
pared se encontraba una caña de pescar así como un cubo y un abridor de
ostras, que ella conocía muy bien.
Dos tablas de surf se encontraban una junto a la otra, apoyadas
contra la pared. Laura intentó no hacer ruido al acercarse a la ventana.
El desconocido se encontraba frente a una mesa cubierta casi en su
totalidad por libros y papeles. La lámpara de petróleo que iluminaba la
habitación hacía que su cabello brillara como el color del trigo. Vestía una
camiseta de color azul marino y pantalones vaqueros; estaba descalzo.
Había libros esparcidos por casi toda la cabaña y Laura descubrió que el
desconocido llevaba en ese momento unas gafas de montura dorada que
le daban un aire intelectual.
De repente, él se puso de pie y se irguió. Laura había tenido que ser
ciega para no darse cuenta de la anchura de sus hombros y por otra parte
tenía que admitir que aquel hombre poseía un magnífico cuerpo. Muchos
de los hombres que ella conocía debían pasar varias horas al día en el
gimnasio para poder obtener un cuerpo semejante, que en él parecía
natural. Se dijo que era una pena que sus modales fueran los de un
bárbaro.
Él se quitó las gafas y las dejó sobre uno de los libros; luego se dirigió
a la parte posterior de la cabaña y desapareció. Laura supuso que debía
de haber una cocina en ese lugar, ya que lo único que podía ver en esa
habitación era un sillón cubierto por una colcha de estilo indígena, un
camastro sobre el cual se encontraba un saco de dormir y un par de
cojines. En medio de los dos había una pequeña mesita donde estaba la
lámpara de petróleo. Una chimenea de piedra cubría casi por completo
una de las paredes.
En ese momento, aunque la chimenea estaba apagada, ella pudo
distinguir el olor a humo. El aroma se hizo más intenso y le recordó las
navidades que solía pasar cuando era niña. Laura cerró los ojos tratando
de recordar.
«¡Tabaco cubano! ¡Claro!», expresó en silencio. Alguien estaba
fumando habanos, de la misma clase que su tío John solía fumar después
de la cena de Navidad. Pero su tío había muerto hacía más de quince años
y Laura no creía en fantasmas. Era lógico que la única persona que podía
estar fumando era aquel desconocido, y como el humo del tabaco no
atravesaba las paredes, llegó a la conclusión de que debía de existir una
salida posterior en la cabaña.
Con mucha precaución, Laura se alejó de la ventana, pensando en
retirarse de la misma manera que había llegado, es decir, en completo
silencio. Pensó que sería indignante que la descubrieran espiando a través

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de la ventana, sobre todo una persona tan violenta como aquel


desconocido.
Pero ya era demasiado tarde. El desconocido la estaba mirando
mientras permanecía apoyado en la pared del porche, fumando su
habano.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 2
A menos que pudiera dar un salto gigantesco desde la ventana hasta
los arbustos, más allá de la cabaña, Laura no tenía más remedio que
hacerle frente.
—¡Qué vicio tan feo! —exclamó después de decidir que la mejor
defensa era un buen ataque—. Una vez leí que besar a un fumador es
como limpiar con la lengua las cenizas en un cenicero.
—Si crees que voy a dejar que pruebes tu teoría, pierdes el tiempo —
repuso él—. No tengo deseos de besar a nadie —Laura se quedó
boquiabierta al escucharlo—. Cierra la boca —añadió él acercándose a
ella, haciendo que su corazón comenzara a latir aceleradamente—. ¡Puede
que te entren moscas! Al menos, claro, que me expliques qué estabas
haciendo espiándome por la ventana.
—Vi una luz —intentó explicarse, nerviosa—. Me estaba preguntando
de quién podría tratarse y… después vi tu ropa tendida.
—Lo cual hizo que te emocionaras y no pudiste resistir el deseo de
mirar por la ventana para ver si tenía otra muda de ropa o no.
Sin duda alguna, pensó Laura, era el hombre más grosero que había
conocido en toda su vida, y también el más engreído.
—En realidad —continuó Laura—, me estaba preguntando por qué un
hombre que utiliza sólo la mitad del cerebro se gasta el dinero en habanos
caros, cuando podría emplearlo en algo mejor, algo que fuera realmente
beneficioso. Fumar es muy malo para los pulmones y esas… —señaló el
par de zapatillas que se encontraban secándose—… ese calzado necesita
ser renovado.
Él se apoyó contra uno de los postes del porche. Al exhalar el humo
de habano, el hombre formó un anillo perfecto, y mientras contemplaba
cómo se desintegraba, contestó con calma:
—No te desveles pensando en ello, ya que se trata de mis pulmones y
de mis pies. Por lo tanto no es asunto tuyo.
—Bien —murmuró Laura. La cabaña estaba a sus espaldas, a un lado
de ella se encontraba una hiedra que sabía era venenosa; al otro lado
había una especie de maquinaría que no pudo reconocer. La única salida
estaba donde él se encontraba—. En ese caso, me ahorraré mis palabras,
y si te haces a un lado, podré irme y podrás disponer de tus pulmones
como mejor te parezca.
Él la miró de pies a cabeza y, haciendo un gesto malicioso, repuso:
—No tengo ganas de moverme, «cara bonita».
—¿Entonces, cómo quieres que me vaya?
Él se encogió de hombros y respondió:

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—Es obvio que te enorgullezcas de ser una mujer inteligente.


Resuelve ese problema tú sola.
Por lo regular las noches eran un poco frescas. Ella habría preferido
ponerse unos pantalones, pero como tenía la piel tan sensible por las
quemaduras del sol, se había puesto una falda. Y no estaba dispuesta a
proporcionarle un espectáculo gateando para salir de allí.
—¡No eres muy caballeroso que digamos! —exclamó, acercándose
hacia donde él se encontraba.
—¡Y tú tampoco eres una dama! —repuso él—, ya que si lo fueras,
buscarías otra forma de satisfacer tus «apetitos frustrados», en lugar de
espiar a un hombre por la ventana de su hogar.
Laura no pudo reprimir el deseo de propinarle una patada, pero en el
momento en que intentó levantar la pierna para hacerlo, él extendió un
brazo y la inmovilizó sujetándola del tobillo. Parecía haberle leído el
pensamiento.
—Error —murmuró él—. Terrible error, cara bonita. Te equivocas al
suponer que mi encantadora naturaleza esconde un corazón que perdona
con facilidad.
—He visto cucarachas más encantadoras que tú.
—¡Vaya, parece que disfrutas sufriendo! Ahora tendrás que
disculparte dos veces.
—¿Disculparme? —preguntó incrédula—. ¡Tal vez lo haga cuando el
infierno se congele!
—Puedo prever que esta va a ser una larga noche —repuso el hombre
sacudiendo la cabeza, después suspiró y añadió—: ¡Gracias a Dios que
tienes buenas piernas!
Como para comprobar lo que acababa de decir, deslizó una mano
hacia su pantorrilla. Ella sintió un estremecimiento en el resto del cuerpo.
—¡Eres un cerdo! —exclamó Laura, cuando recobró el aliento.
—¿Es justo? Primero una cucaracha y ahora un cerdo —le apretó la
pierna—. ¿Acaso te he insultado, a pesar de que tú fuiste quien vulneró mi
intimidad, estropeándome la noche?
Laura nunca se había desmayado, pero se dijo que existía una
primera vez para todo, ¿o qué otra explicación podía dar al mareo que
empezaba a aturdiría? Se sintió perdida por un momento al sentir la mano
del desconocido deslizándose por su pierna con suavidad.
—¡Lo siento! —exclamó Laura sujetándose al poste para no perder el
equilibrio.
—Y no vulneraré mi intimidad otra vez —la instó a que repitiera lo que
era casi una orden.
—¡No vulneraré tu intimidad otra vez! ¿Ahora me dejarás pasar?

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—Supongo que debo hacerlo —asintió con ironía explorando la piel de


su pierna por última vez—. ¡Es una pena! Tienes una piel deliciosa, a pesar
de que está un poco «tostada». ¿Ves lo que pasa por ignorar mis
advertencias?
Él estaba intentando molestarla más, pero Laura esperaba que no se
diera cuenta de que también la estaba poniendo nerviosa. Ella se
consideraba una persona bastante precavida, sin llegar a la neurosis. En la
ciudad, siempre se aseguraba de cerrar las puertas con llave y tampoco se
exponía al peligro paseando por parques o callejones solitarios. Aun así, se
dio cuenta de que deseaba encontrar algún pretexto para poder seguir al
lado de ese hombre al que apenas conocía. Peor que eso, deseaba que
siguiera tocándola, porque aunque se daba cuenta de que él sólo se
estaba burlando de ella, le parecía una experiencia emocionante.
Para su fortuna, él se cansó de su juego; la soltó y se hizo a un lado
para dejarla pasar.
«¿Cómo te llamas?», deseaba preguntarle Laura. «¿De dónde
vienes?»
Pero él ya no se ocupaba de ella. Cuando Laura se marchó, el
desconocido estaba contemplando el horizonte; parecía como si su mente
estuviera ocupada en cosas mucho más importantes. Su completa
indiferencia hizo que a Laura le pareciera ridícula la prisa que tenía por
retirarse.

El orgullo hizo que Laura utilizara sus quemaduras como pretexto


para no ir a la playa y no fue durante el resto de la semana. Sin embargo
estaba ansiosa por saber más acerca del desconocido. Por primera vez en
su vida, se sentía dispuesta a ir a buscarlo, de «cacería», contrariamente a
lo que le había dicho a su bisabuela tan sólo unos días antes.
Por fortuna y antes de que sucumbiera al deseo de ir a la playa con la
franca disposición de averiguar más cosas acerca de ese hombre, el
tiempo cambió. Se trataba de un viento del norte que azotaba toda la
costa del Pacífico, protegiéndola de sí misma.
—¿Te gustaría ir al pueblo? —le preguntó a Honey Bee una tarde al
ver que la lluvia no cedía—. Podríamos cambiar de escenario por un par de
horas. Incluso, podríamos ir de compras, si así lo deseas.
—¡Es una idea excelente! —exclamó Honey Bee con el rostro
iluminado de alegría—. Hace semanas que no voy a Pierce; la última vez
que fui, charlé muy a gusto con Jessie. ¡Qué buena idea has tenido, hija!
En silencio, Laura le dio la razón. Sabía muy bien que Honey Bee y
Jessie Morrison, el dueño de la tienda más grande de Pierce, eran grandes
amigos, y lo más probable era que intercambiaran noticias y rumores
durante toda la tarde. Jessie era una auténtica mina de información. Si
alguien sabía algo acerca del desconocido, sin duda alguna era él.

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Pero Laura sabía también que Jessie no era ningún tonto, y si no


deseaba que corrieran los rumores acerca de su propio interés por aquel
desconocido, debería ser muy cuidadosa al preguntarle acerca de él.
Honey Bee le ahorró el mal momento al saludar a Jessie:
—Sí, ya sé que ha pasado mucho tiempo desde mi última visita, y te
aseguro que habría pasado más si no hubiera sido porque mi biznieta se
quemó en la playa el otro día y queremos algún remedio que alivie las
molestias. ¿Tienes algo para ese tipo de quemaduras?
—Loción de calamina —respondió Jessie, buscando en uno de los
armarios—. Es lo único que te permitirá gozar del resto de tus vacaciones.
¡Aquí está, sabía que tenía un frasco en alguna parte!
—Qué pena que no la hubieras tenido cuando te quemaste, Laura—
repuso Honey Bee—, aunque supongo que no te habría servido de mucho
a menos que ese desconocido te hubiera ayudado a aplicártela.
—¿Un desconocido? —la nariz de Jessie se arrugó un poco con la
emoción de enterarse de algún chisme—. ¿Acaso hay desconocidos en la
caleta, Honey Bee?
—Sólo uno —respondió Honey Bee—. Creemos que es un aficionado a
navegar en kayac. No parece que sea de aquí, por la descripción de Laura.
Dijiste que era rubio, ¿verdad, querida?
Laura se dijo que era ridículo que, con la sola mención de su nombre,
pudiera evocar tan vivida mente el color de sus ojos y su piel bronceada
por el sol, y además recordara la sensación que experimentó cuando sus
fuertes manos le acariciaron la pierna, sin importarle que hubiera estado a
punto de traspasar todo límite de decencia.
—Me parece recordar que sí —asintió Laura, fingiendo estar distraída
examinando los contenidos de la cámara frigorífica que Jessie tenía a la
entrada del almacén.
—¡Oh, el ermitaño! —repuso Jessie con seguridad—. ¿Es un hombre
fuerte, verdad, Laura? Sí, de pelo rubio. Debe de llevar meses sin
cortárselo.
—Sí, me lo imagino —respondió con aparente desinterés—. No puse
mucha atención.
—Compró provisiones hace una semana —Jessie acercó una silla para
Honey Bee y se sentó en el banco que estaba detrás del mostrador, como
preparándose para una larga sesión de revelaciones—. Compró
provisiones como para dos meses y pagó en efectivo. No quiso establecer
ninguna clase de crédito, como muchos de mis clientes suelen hacer.
Déjame decirte que su comportamiento no me disgusta del todo. No habla
mucho, pero de todas formas intercambiamos algunas palabras. Me dijo
que lo que está buscando es paz y tranquilidad y que detesta a los
visitantes. No es que yo quiera visitarlo, teniendo en cuenta la cabaña que
ha alquilado. ¡Ni un perro podría vivir ahí, a decir verdad!
—¿Qué cabaña? —preguntó Honey Bee.

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—La cabaña que pertenecía a Ned Kelly; la que usaba para guardar
sus aparejos de pesca. Está al otro lado de la caleta. Acuérdate de que
Ned, cuando le tocó la lotería, se fue a vivir a la ciudad y la abandonó.
Desde que él se marchó ha estado vacía.
Jessie hizo un gesto de asco.
—Me imagino que ese ermitaño debe de sentirse como en su casa.
Laura no pudo contenerse y exclamó:
—¡No es justo! ¡Él es muy limpio!
—¿De verdad? —preguntó Jessie con ironía—. Parece que pusiste más
atención de lo que creíamos, Laura. Tienes buen ojo para los hombres
apuestos, aunque no vistan bien. ¡Claro, eres la hija de Rose!
Rose había sobrevivido a sus cuatro maridos y en la actualidad se
encontraba en busca del quinto. Laura odiaba la mentalidad de su madre
cuando le decía que cualquier hombre era mejor que nada. Ignorando el
comentario de Jessie, la chica se volvió hacia Honey Bee y le preguntó:
—¿Te gustaría comer pescado fresco para cenar, si todavía están
vendiendo en los botes?
—¡Claro, me encantaría, querida!
—Entonces, creo que ya deberíamos irnos, si es que aún deseas ir a la
biblioteca antes de que cierren.
Cuando llegaron al muelle, uno de los botes de pesca acababa de
atracar. En ese momento se desató un aguacero.
Al llegar a la biblioteca, para sorpresa de Laura, el desconocido se
encontraba allí, cargado con una bolsa llena de libros.
—Permítame, señora —dijo él abriendo la puerta para permitirle el
paso a Honey Bee. Después se dio cuenta que Laura la seguía y, al verla,
hizo una mueca de disgusto—. Oh, tú otra vez —añadió con un suspiro.
Llevaba un impermeable amarillo y pantalones vaqueros. La miró con
desinterés.
Ella asintió y se dio cuenta de la mirada de Honey Bee, que estaba
esperando a que se lo presentara.
Pero por desgracia Laura no podía hacerlo ya que no tenía la menor
idea de su nombre.
Siguió un largo silencio y Honey Bee decidió hacer las cosas a su
manera.
—Soy Beatrice Cárter, jovencito —exclamó—, y no creo conocerlo.
—Yo soy Jackson Connery —señaló él y la sonrisa que le brindó a
Honey Bee hizo estremecer a Laura.
—Encantada —Laura conocía muy bien a Honey Bee y sabía que se
encontraba en su elemento; le encantaba estudiar las situaciones y sacar

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sus propias conclusiones—. Parece que ya conoce a mi biznieta, Laura


Mitchell.
—Sí —respondió él y se volvió para mirar a Laura otra vez—. Me
sorprende verte aquí.
—¿En la biblioteca, quieres decir? ¿Por qué? ¿Acaso creías que no
sabía leer? —preguntó ella.
Una chispa de ironía apareció en la mirada de Jackson al agregar:
—No sé por qué tengo tendencia a asociarte con otra clase de lugares
y, sobre todo, con otra clase de propósitos.
Laura se volvió, temerosa de que él hubiera descubierto su rubor, y le
informó a Honey Bee:
—Este es el hombre al que se refería Jessie, abuela —después añadió
con malicia—: el vagabundo que vive en la vieja cabaña de Ned.
—Oh, sí —Honey Bee asintió mirando a Laura y después a Jackson—.
Por lo que recuerdo, esa cabaña es un lugar bastante primitivo. Debería
acompañarnos a cenar un día, señor Connery, y pasar una velada con
nosotras. Estoy segura de que le encantaría el cambio.
—Yo también, señora Cárter.
—Pero que no sea hoy —lo interrumpió Laura, indicándole la puerta a
su abuela—. ¡No he comprado suficiente marisco para tres!
—¡Niña! —exclamó Honey Bee en el mismo momento en que Laura le
cerraba la puerta en las narices a Jackson, al salir—: ¡Has sido muy
grosera con ese joven tan encantador, y además estás ruborizada! ¿Hay
algo que no me has dicho?
—¡Bastante! —respondió Laura de inmediato—. Para empezar, es uno
de los hombres más impertinentes que he conocido y el menos indicado
para que lo califiques de «encantador».
—Ya veo —repuso Honey Bee con expresión meditabunda, como si
estuviera intentando atar cabos para conocer la exacta relación entre
ellos.
—¡Lo dudo! —exclamó Laura—. No es de nuestra clase, y no creo que
haya sido muy inteligente invitarlo a cenar. En realidad no sabes nada de
él, y por lo poco que yo sé, no parece muy recomendable.
—Siempre has tenido muy buenos modales —observó la anciana—.
No es muy usual que te comportes como lo has hecho con el señor
Connery. ¿Por qué te molesta tanto, querida?
—Parece la clase de hombre que robaría en una casa.
Honey Bee soltó una carcajada; parecía divertirse mucho.
—¡Oh, me divierte tanto verte cuando intentas engañarte a ti misma!
En ese momento, Laura recordó las palabras que le había dirigido
Jackson en la playa: «Mientes, te estás muriendo de miedo».

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Para mucha gente, ella era Laura Mitchell, copropietaria de la famosa


galería Sanderland, una prueba viviente de que la mujer ya no necesitaba
depender de nadie para tener éxito en la vida. Pero él se había atrevido a
descubrir otra Laura, la verdadera, y ella se había estremecido de miedo.
—¡No me estoy engañando! —exclamó con firmeza—. ¡Tienes
demasiada imaginación!
—¡No fue mi imaginación lo que hizo que te ruborizaras, querida! —
insistió Honey Bee—. Fue el hombre que se encuentra ahí dentro,
fingiendo estar buscando con interés un libro, pero que en realidad te está
mirando a ti.
Como una estúpida, Laura se volvió. Jackson Connery la contemplaba
disgustado; no tardó en desviar la vista, como si le ofendiera mirarla.
Laura deseó desaparecer en ese mismo momento. Por desgracia
descubrió que el dicho «ojos que no ven, corazón que no siente», no podía
aplicarse en su caso, ya que era incapaz de apartar la mirada de él.
Sabía que era innegable la atracción que Jackson ejercía sobre ella.
Era una joven muy realista y le gustaba tener respuestas para todo, y
Jackson Connery parecía formar parte de algo un poco irreal, algo que
representaba un reto. Tal vez fue eso lo que la hizo decidirse a volver a la
playa al día siguiente.
Jackson se encontraba reparando un viejo bote de madera. Parecía no
haber notado su presencia. Ella se acercó al mar y probó la temperatura
del agua. Estaba más fría que nunca debido a las recientes tormentas. A
pesar de ello nadó hacia la parte tranquila, sin hacer aspavientos por si él
la miraba, y después se dispuso a salir.
Jackson pensó que, si no se hubiera distraído mirándola, ya habría
terminado su trabajo y en ese momento se encontraría disfrutando de las
olas en su tabla de surf. Pero Laura había vuelto con el aparente propósito
de distraerlo de nuevo. Vestía un fino traje de baño que permitía admirar
la perfección de su esbelto cuerpo.
Por más que maldijo, Jackson no pudo apartar la mirada de ella. «Qué
mujer», pensó. «¿No ha podido encontrar otro lugar para jugar a la ninfa
de los mares?»
Tuvo que reconocer que ella no tenía toda la culpa. A pesar de que
Laura parecía disfrutar llamando su atención, el verdadero culpable era él.
No podía quitarle la vista de encima. No podía ignorarla, así como
tampoco podía ignorar los mensajes que su cuerpo le enviaba a su mente,
y eso era lo que más lo enfurecía.
Se dijo que había sido tonto al provocar la discusión aquella mañana,
cuando la conoció. Todavía no podía entender por qué se había visto
impulsado a hacerlo. En ese momento lo acosaban las imágenes de Laura,
de su suave y esbelto cuerpo. ¿Cómo se sentiría debajo del suyo? Se dijo
que esos eran pensamientos peligrosos… y ella una mujer peligrosa.
Ya le habían advertido que era probable que eso ocurriera. «Una
mujer puede obsesionarte, querrás mirarla y tocarla», recordaba que le

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habían dicho. «Es natural, sólo tienes que controlar tus reacciones, si no
quieres meterte en problemas. Pero si te rechazan, lo mejor es apartarte
del camino, así te evitarás sufrimientos innecesarios».
Habría encontrado divertida esa advertencia, si no se hubiera
olvidado prácticamente de reír. No podía imaginarse a sí mismo perdiendo
su precioso tiempo con una mujer en cosas vanas, cuando todo lo que
deseaba era más tiempo para curar su atormentado espíritu. Él no
necesitaba a nadie. Y sobre todo, no la necesitaba a ella, a pesar de toda
su distinción. Bastaba echarle un vistazo a su joyería de oro de
veinticuatro quilates o a su vestuario de diseño exclusivo, para darse
cuenta de que la vida le había ofrecido lo mejor que poseía. Y eso le
recordaba lo diferentes que parecían ser el uno del otro.
Pero aquella anciana de plateado cabello… ella era diferente.
Delicada y refinada como una joya exquisita. Aquella mujer poseía algo
distinto que le proporcionaba una especie de tranquilidad mental. Era la
clase de persona que Jackson encontraría irresistible. Respetaba a las
personas mayores por considerarlas más sabias, y Honey Bee parecía
saber demasiado.
Todo aquello era como un reto para él. Hasta ese momento le había
parecido ridícula la idea de sentirse atraído por ella… por Laura…
—Laura… Lorelei… —exclamó en voz alta, sin poder evitarlo. Con
discreción miró hacia atrás para asegurarse de que nadie lo había
escuchado o lo había descubierto haciendo semejante tontería. Era mejor
continuar buscando razones para enfurecerse; por lo menos era otro
mecanismo de defensa, después de haber recurrido a la indiferencia
forzada.
Doblegando su voluntad, su mirada se posó en Laura otra vez. ¿Qué
diablos estaba intentando demostrar? ¿Acaso pensaba que si ponía su
vida en peligro, él trataría de salvarla? ¡Era difícil! ¡La única persona a la
que estaba dispuesto a salvar era a sí mismo!
Cuando Laura salió del agua, Jackson todavía no había terminado de
reparar el bote e hizo un esfuerzo por aparentar indiferencia. Cuando ella
pasó a unos metros de distancia, él le preguntó:
—¿Está buena el agua?
—Sí —respondió Laura y se volvió sorprendida hacia Jackson en el
mismo momento en que, con rapidez, él bajaba la cabeza pretendiendo no
prestarle la más mínima atención—. ¡Está deliciosa!
—¿No estaba demasiado fría para ti? —preguntó Jackson riendo.
—¡Para nada! —repuso ella sonriente.
—Mentira —repuso Jackson, a punto de terminar su trabajo.
—¿Perdón?
Él se inclinó, ocupado en dar al bote los últimos toques, y añadió:
—He dicho que estás mintiendo.

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—Eso es lo que creí escuchar —repuso la chica con frialdad—. ¿Y… se


puede saber la razón por la que has llegado a esa conclusión?
—Porque —respondió a punto de soltar una carcajada—… tienes los
labios casi morados y estás temblando de frío.
Laura sabía que no había la menor duda en lo que él acababa de
decirle, pero de cualquier modo, agregó:
—Bueno, ¿acaso te importa?
Jackson la miró de pies a cabeza; la sonrisa se había borrado de su
rostro y sus ojos azules la escudriñaron con atención. Después de unos
minutos, replicó:
—En realidad no, cara bonita.

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Capítulo 3
Ni por un minuto a Laura se le ocurrió pensar que Jackson aceptaría la
invitación de Honey Bee; sin embargo se quedó muy sorprendida al darse
cuenta de que él no había vuelto a la playa. Era absurdo, pero lo echaba
de menos. Sobre todo, echaba de menos la atrevida manera que tenía de
hablarle; añadía algo diferente a sus días allí. Le habría gustado creer que
era el mal tiempo lo que lo disuadía de la idea de acercarse a la playa,
pero sabía que Jackson no se intimidaría por una ligera lluvia. Entonces
Laura prefirió pensar que tal vez la caleta de Cárter no fuera un lugar de
su gusto. Pensando en ello, se dirigió hacia la cabaña y se encontró con la
evidencia de que él todavía seguía allí, aunque no lo vio.
Un día cuando ya había empezado a creer que se había ido, Jackson
apareció. La reacción de Laura al verlo fue casi mágica, como si su propio
cuerpo le dijera que estaba ansiosa por una simple caricia suya. Su
corazón latió aceleradamente y se estremeció casi sin control, una
experiencia antes desconocida para ella.
—Creí que te habías marchado —comentó Laura y se acercó un poco
más a él. El día era frío y Laura vestía pantalones largos y un suéter. Él no
parecía afectado por la temperatura y llevaba sus habituales vaqueros
cortos y una camiseta negra.
Él la miró con la frialdad y el desprecio usuales.
—No es verdad. Has estado vigilándome con bastante regularidad
durante los últimos días. A una hora exacta…
—¡Si estás sugiriendo que he estado espiándote por la ventana,
siento desilusionarte, pero no ha sido así! ¡No he puesto un pie en tu
propiedad!
—Técnicamente no —repuso él con ironía—… A propósito, dejaste la
pequeña huella de tu nariz sobre el cristal de la ventana en tu última
visita… Pero estuviste tentada de hacerlo.
—¡Ya quisieras tú!
—¿Cuántos años tienes?
—No creo que sea de tu interés. ¿Por qué deseas saberlo?
—Porque creo que ya no deberías sonrojarte, en especial cuando
mientes. Supongo que algunos hombres lo encuentran halagador.
—Pero no tú —señaló Laura con resentimiento y se volvió para ver
cómo subía la marea.
—En realidad —admitió—, puedes parecer muy atractiva a veces;
cuando no te comportas de forma autoritaria y agresiva.
—Y tú —respondió ella de inmediato—… me imagino que prefieres
que tus mujeres sean sumisas y obedientes.

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—Pero como tú no eres una de ellas, ¿importa mucho lo que yo


prefiera?
Laura no se atrevió a responder. Sabía que no debería sentirse herida
por lo que pudiera decir él; sin embargo, las lágrimas amenazaron con
inundar sus ojos.
¿Qué diablos era lo que Jackson Connery poseía? Laura no podía
mantener una conversación civilizada con él y, aun así, había algo que la
hacía anhelar sus caricias, estar con él. Era hostil y muy grosero. ¿Era
posible que con veintiocho años pudiera dejarse arrastrar por una especie
de magnetismo animal?, se preguntó desesperada, fijando la vista en el
mar.
Jackson se arrepintió al darse cuenta de que la había herido. Se
acercó un poco y, cogiéndole una mano y extendiendo suavemente sus
largos dedos, repuso:
—No estás casada… ni comprometida. ¿Hay alguien esperándote en
algún otro lugar?
Laura sacudió la cabeza sin volverse. Le pareció ver a lo lejos algo
que se resistía a ser arrastrado por la corriente.
—¿Qué pasa, Laura? ¿Qué ves? —inquirió preocupado al ver que ella
continuaba con la vista fija en el horizonte.
Ella sintió que él la miraba, pero no deseaba que se diera cuenta de lo
mucho que la habían afectado sus palabras.
—¡Creo que allí hay un cuerpo! —exclamó a punto de desmayarse.
—¿En dónde? —preguntó él, apretándole la mano con firmeza.
—Allí —respondió. Se dijo que podía ser el hombre más hostil y
agresivo que ella hubiera conocido, pero tenía la certeza de que sabría
qué hacer en esa situación—. ¿Lo ves?
—¡No! ¿No puedes ser más específica?
—A la derecha. ¡Oh, ahí está! Acaba de remontarse en la cresta de la
ola.
—¡Sí, lo veo! ¡Creo que es demasiado pequeño para tratarse de un
cuerpo humano, aunque pudiera tratarse de…!
—¡Un niño! —murmuró Laura.
—¡No apartes la vista de él ni por un segundo, Laura! ¡Voy a intentar
sacarlo, sea lo que sea, pero necesitaré que tú me dirijas desde aquí!
—¡Ten cuidado, Jackson!
Al percibir el miedo en la voz de Laura, él se volvió, la tomó de la
barbilla y la miró.
—¡Mira, no es el mejor momento para dejarte llevar por el pánico!
¡Tienes que soportarlo por lo menos hasta que yo haya regresado!
¿Entiendes? Bueno, ¡manos a la obra! —al decir eso, se quitó la camiseta y
los pantalones cortos con una rapidez inusitada—. ¡Deséame suerte!

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Laura se dijo que Jackson era un excelente nadador; no había razón


para preocuparse. Pero aun así, cuando lo vio desaparecer entre las olas,
empezó a imaginarse lo peor. ¿Qué podría ella hacer en caso de que algo
malo ocurriera? ¿Sería posible ir a buscar ayuda a tiempo?
Al verlo emerger a lo lejos, echó a correr por la arena.
De pronto lo vio desaparecer otra vez. Laura rezó en voz alta:
—¡Por favor, Dios, por favor! ¡Jackson! —y continuó corriendo por la
playa; intentaba no perderlo de vista, pero le resultaba casi imposible.
Seguía gritando, aunque sabía que Jackson no podía oírla, pues estaba
demasiado lejos.
Él nadaba a toda velocidad, pero el objeto parecía alejarse cada vez
más de la playa. El oleaje era muy poderoso y parecía que Jackson nunca
alcanzaría lo que estaba buscando. Por fin, después de algunos minutos, él
alcanzó el objeto y, tomándolo con una mano, inició el trayecto de
regreso. Laura empezó a sollozar de alegría, y sin importarle nada, se
metió en el agua con las manos extendidas, como si esperara con ansia la
vuelta de alguien muy querido.
Jackson se acercó un poco más y empezó a sacudirse el agua del
cabello, llevaba un pequeño bulto de color marrón en los brazos. No podía
contener la emoción.
—¡Mira hacia otro lado! —dijo, intentando cubrir su cargamento.
No era un ser humano, sino una cría de foca. El animal parecía
inconsciente, pues tenía los ojos cerrados.
—Oh, Jackson. ¿Qué le ha pasado?
—No lo sé.
Laura lo cogió del brazo mientras volvían a la playa.
—¿Está viva?
—¡Apenas! —Con ternura depositó al animal sobre la arena—. Laura,
¿podrías extender mi camiseta sobre la arena para cubrirla?
—¿Qué haremos después?
—Me la llevaré a la cabaña y, mientras, tú puedes ir a tu casa y llamar
por teléfono.
—¿A quién?
—Al acuario Vancouver. Sí, llámales y diles que hemos encontrado
una foca.
—¡Oh, ya ha abierto los ojos! —lo interrumpió emocionada—. ¡Oh
Jackson, está viva!
—Escucha Laura, es importante que llamemos cuanto antes al acuario
si queremos salvarla.

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Mientras hablaba, Jackson levantó al animal y trató de hacerle entrar


en calor abrazándolo. En ese momento, el pequeño animal emitió un
chillido, como si hubiera reconocido el calor maternal en sus brazos.
—¡Caray! —murmuró Jackson sonriendo.
—Ya sé que no eres la clase de hombre que suele echarse a llorar por
cosas como ésta —sollozó Laura sin vergüenza alguna—. Así que espero
que no te importe si yo lo hago por los dos.
—¡Vamos, es mejor que hagas esa llamada! —Le indicó él
bruscamente y, volviéndose, añadió—: ¡Vamos! ¡Llorar no va a resolver
nada! Diles que pesa unos diez kilos, y que no le hemos descubierto
herida alguna, pero que al parecer se encuentra bastante débil.
A Laura le llevó casi media hora poder comunicarse con el acuario.
Cuando lo hizo, habló con un biólogo que le dio algunas recomendaciones
para atender a la cría mientras ellos se ponían en camino.
—¡Niña! —exclamó Honey Bee al verla colgar el auricular—. ¡Si hay
algo que yo pueda hacer, házmelo saber!
—Sí hay algo. El biólogo dijo que debemos darle un antibiótico, en
caso de que exista infección, pero no creo que haya ningún veterinario
cerca de la caleta.
—Llamaré al doctor Barrow —respondió Honey Bee—. Hace años que
lo conozco y creo que él me podría dar la prescripción. Después enviaré a
Frank a buscar la medicina lo antes posible. ¿Necesitas algo más?
—También necesitamos alguna comida para bebés, que no contenga
lactosa. También vitaminas.
—¿Necesitas un biberón para darle de comer? —preguntó la anciana
mientras le tendía a Laura una bolsa conteniendo algunas viejas toallas y
un cojín.
Laura se quedó pensativa por un momento.
—No se me ocurrió preguntarlo, pero creo que no, porque los del
acuario me dijeron que teníamos que preparar algo bastante espeso; y eso
me recuerda que también debemos conseguir algo de pescado.
—¡No te preocupes por eso, querida! Estoy segura de que Frank
podrá encargarse de eso —Laura recordó en ese momento que Honey Bee
siempre había sido de gran ayuda en las emergencias—. ¡Pero… vamos,
no te quedes pensando! Lo mejor es que vuelvas con ese agradable joven
y te asegures de que no intente alimentar a la foca con leche de vaca.
¡Sería una pena perderla después de todo lo que habéis hecho!
Cuando llegó a la puerta de la cabaña, Laura advirtió que la puerta
estaba abierta. Pero al recordar el episodio de la ventana, no se atrevió a
entrar.
—¡Pasa, Laura Mitchell! —gritó Jackson—. ¡No es momento para
quedarse afuera e intentar espiar por la ventana!

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Jackson se encontraba al lado del catre, donde, encima de su saco de


dormir, yacía la pequeña foca.
—¡Jackson! —exclamó Laura sorprendida—. ¡Tu cama va a oler
bastante mal después de esto!
—¡No tiene importancia! —respondió—. ¿Qué te han dicho?
Él ya se había cambiado. En ese momento vestía una sudadera y
unos vaqueros. Laura le explicó todo lo que había pasado, y también le
dijo que Frank se haría cargo de las provisiones.
—A juzgar por su peso, esta cría no debe de tener más de dos días —
comentó Laura, acercándose a la cama—. El biólogo con el que hablé me
dijo que es muy probable que la madre hubiese sido muerta por algún
pescador; también me advirtió que no podrá sobrevivir si no le enseñamos
a pescar su propio alimento.
—¡Parece que vamos a estar muy ocupados durante un par de
semanas, por lo menos! —exclamó Jackson, pero por primera vez, al
dirigirse a Laura, la habitual frialdad de su mirada había desaparecido. Y
no sólo eso; además, le había sonreído—. ¿Piensas quedarte mucho
tiempo por aquí?
—Sí, estaré aquí por algún tiempo —contestó con nerviosismo e
intentó cambiar de tema—. ¿Cómo vas a llamarla?
—Charlie —respondió él sin titubear.
—¿Alguna razón en particular? —inquirió Laura sonriendo y la
seguridad con la que habló Jackson le pareció graciosa.
—Creo que es un buen nombre para un niño —se apartó un poco de
Charlie y, dando unas palmaditas en la cama, la invitó a acercarse—: ¡Ven
a acariciarlo, es suave como la seda!
El colchón se movió un poco debido al peso de Laura, ella también se
desequilibró un poco y fue a dar contra las piernas de Jackson; por un
momento sintió que se ruborizaba, pero él le dijo sonriendo:
—No te preocupes. No mordemos. ¿Te han dicho algo acerca de
mantener húmedo a Charlie?
—No es necesario —repuso—. Debe estar en un lugar bien ventilado,
protegido de los rayos del sol y de otros animales. Si lo abrazas
ocasionalmente está bien. Pero no te sorprendas si después te sigue a
todas partes. Creo que lo más probable es que te adopte como si fueras su
madre. Durante los primeros días de su vida, necesita una figura materna.
A Jackson no parecía disgustarle la idea.
—Ya se ha dormido —repuso, acariciándole la cabeza—. ¡Pobrecillo,
creo que lo encontramos a tiempo!
—¡Tú fuiste quien lo salvó! —repuso Laura—. ¡Si yo hubiera estado
sola, creo que no habría podido salvarlo!
—¡Pero tú fuiste quien lo descubrió! —le recordó Jackson con ternura.
La joven pensó que, al parecer, la pequeña creía de foca lo afectaba de

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una manera total, haciendo aflorar lo mejor que había en él. Por primera
vez desde que lo conoció, Jackson parecía feliz. Mirándola con dulzura,
añadió—: ¡Los dos lo salvamos!
Continuaron hablando como si fueran dos orgullosos padres
sorprendidos de su propio milagro. En ese momento, Laura se dio cuenta
de que, por desgracia, había vacíos en su vida, profundos vacíos que su
vida profesional aparentemente perfecta no había logrado llenar.
Laura nunca se había considerado a sí misma como una mujer vacía;
sin embargo, en ese momento le pareció como si hasta ese momento
hubiera vivido engañada, olvidándose de lo realmente importante. La
mujer que por lo regular solía dar gracias por todo lo que la vida le había
proporcionado, por un momento se encontró deseando lo que no poseía.
Ella nunca había tenido una experiencia como la que estaba viviendo en
ese momento. Había experimentado una absoluta confianza en Jackson al
darse cuenta de su capacidad para salvar a aquella criatura indefensa.
De repente, sintió un gran deseo de quedarse con él. Rescatar a
Charlie era apenas el principio de algo más fuerte que ella misma
deseaba; ese sentimiento de compartir algo juntos le proporcionaba un
placer temporal que tal vez terminaría con el verano. A menos que se
quedase… Se preguntó qué se sentiría al estar cerca de Jackson, al
mantener una aventura con él. Una aventura, por supuesto, se decía la
joven, y no un amor, porque ella no creía en milagros…
Ambos eran demasiado orgullosos como para aceptar sus
necesidades emocionales, pero la noche cayó sobre ellos y la cabaña se
convirtió en un lugar especial donde los dos podían encontrar el «refugio»
que tanto ansiaban.
—¡Estás chorreando agua! —exclamó Jackson al mirar los pantalones
de Laura—. ¿Por qué no te cambiaste en tu casa?
—Me olvidé —dijo ella—. ¡Había cosas más importantes de las cuales
preocuparse!
—¡Puedo encender la chimenea! —señaló Jackson, posando una mano
sobre la pierna de Laura de una manera que a ella le pareció posesiva—.
Podrías secarte mientras esperamos a que lleguen las provisiones.
—¡Sería una buena idea! —repuso distraída por sus pensamientos.
Con rapidez, él metió varios leños en la chimenea y los prendió fuego.
Poco a poco, las llamas se agrandaron hasta calentar el lugar.
Él tomó otro saco de dormir y lo extendió.
—Quítate esos pantalones y cúbrete con esto. ¡Estás temblando!
Laura se dijo que era verdad, estaba temblando, pero no era debido
al fío. ¡Si él supiera! ¿Por qué no podía ser un poco más intuitivo y darse
cuenta de lo que necesitaba, en lugar de mostrarse tan reservado y
misterioso?, se preguntó mientras se quitaba los pantalones y se cubría
con el saco. Al fin, la venció la curiosidad y se atrevió a preguntar:

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—¿Quién eres en realidad? —Laura se acercó más a él y sin poder


evitarlo le delineó el rostro con los dedos y luego lo tomó de la barbilla.
Sorprendido, Jackson se retiró casi instintivamente.
—Apártate —murmuró.
Laura odiaba ser rechazada y por lo regular nunca llevaba la
iniciativa, tratándose de hombres. Podía haber saltado para recoger sus
pantalones y salir corriendo dejándolo con su foca y su soledad, pero no lo
hizo; su mente no parecía aceptar nada que significara alejarse de él.
También él se sentía confundido; Laura podía verlo en sus ojos.
Parecía que trataba de luchar contra sus sentimientos, pero era en vano.
Quizá la tentación que tenía frente a sí era más poderosa que aquel
terrible mar contra el que había luchado hacía tan sólo algunas horas.
Tal vez eso le infundió valor a Laura. Ignorando su orden, hundió los
dedos en su cabello enredado y lo acarició como hipnotizada. Él gimió de
placer, pero al mismo tiempo intentó apartarla.
—¡Basta, Laura! ¡A menos que estés preparada para afrontar las
consecuencias!
—¡Y si lo estoy?
—¡No soy tu tipo! —respondió él con seriedad.
Ella habría estado de acuerdo con él hacía tan sólo una semana, pero
en ese momento había cambiado de opinión. Laura lo tomó de la barbilla
otra vez, forzándolo a mirarla.
—Tonta —dijo él—. Estás tan preparada para jugar a la sirena como
esa pequeña foca para buscar su propio alimento.
Laura se dijo que Jackson tenía razón. Había estado tan ocupada en
otras cosas que su experiencia amorosa era nula. Y en ese momento se
encontraba allí, mostrando sus emociones y necesidades de una manera
que nunca había imaginado, y todo debido a un hombre que ella tampoco
imaginó que tendría la capacidad de afectarla tanto. Y no tenía la menor
idea de cómo empezar. Con veintiocho años, aún era una primeriza en el
arte de la seducción.
Sin embargo, nada parecía importarle en ese momento. El instinto la
hizo comunicarse con Jackson.
—Entonces, enséñame —murmuró e introdujo la mano por la abertura
de su camisa.
Su pecho era firme, de contornos bien definidos. Laura sintió en la
punta de los dedos el fino vello que lo cubría; también sintió que el ritmo
de sus latidos se alteraba.
Laura detestaba la violencia y también a las mujeres que la
soportaban en nombre del amor. A pesar de ello, cuando él intentó
apartarla, ella no se lo permitió y ambos cayeron al suelo. La chica pensó
que tal vez era algo vergonzoso, pero en el fondo de su corazón sabía que

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Jackson era el único hombre que podía llenar ese vacío que había sentido
durante los últimos días.
Ella aspiró deleitada su olor; una fragancia combinada con su
personal aroma masculino. Jackson trató de levantarse apoyándose con
las manos, pero no pudo hacer lo mismo con sus piernas, que se habían
entrelazado de una manera muy íntima con las de ella. Laura había
pensado en él como en un dios, un vikingo, un salvaje y otras muchas
imágenes que no eran muy halagadoras, pero el hecho innegable era que
se trataba de un hombre a merced de sus propias emociones, le gustara o
no. Laura podía sentir su pasión a flor de piel, pero también se daba
cuenta de que se resistía a ser víctima de sus emociones.
—Esto es un error —murmuró Jackson, pero sus propios labios lo
contradijeron al sellar los de ella con un beso.
Nadie la había besado nunca de esa manera, con tanta pasión y a la
vez con tanta delicadeza, y entreabrió los labios, invitándolo. Aceptándolo
de esa manera, ella le estaba diciendo sin palabras que todo lo que tenía
era para que él lo tomara cuando así lo deseara.
El saco de dormir resbaló por completo y el fuego de la chimenea los
bañó con su luz y su calor. Laura sintió que todas las inhibiciones que
siempre la habían rodeado empezaban a derretirse y a desaparecer bajo
la pasión que sentía.
Él bajó la mano hasta encontrarse con el muslo desnudo de Laura. Al
sentir ella esa íntima caricia, impulsos de placer empezaron a hacerse
presentes en otras zonas de su cuerpo que aún no había tocado.
Laura buscó la mano de Jackson y la acercó a uno de sus senos. Sabía
que las palabras no eran necesarias, que la agonía que la consumía
hablaría por sí sola. Se sentía excitada, su deseo reprimido durante tanto
tiempo la hacía anhelar la cercanía de Jackson, y toda la pasión que él
pudiera brindarle.
Laura se atrevió a mirarlo a los ojos y lo que vio fue una expresión
atormentada.
—¿Qué pasa, Jackson? —imploró casi sin aliento—. ¿Estoy haciendo
algo mal?
Él sacudió la cabeza, cerró los ojos y, apartándose un poco de ella,
dejó escapar un gemido lleno de dolor. Ella se sintió desesperada, ya que
ignoraba la causa de su tormento. Pensó que tal vez fuera su propia
torpeza y empezó a acariciarle el pecho otra vez. Al no recibir queja
alguna, se volvió más atrevida; le desabrochó la camisa y se la sacó de los
vaqueros. Laura lo había visto con menos ropa, pero sentir su piel era toda
una experiencia. Jackson poseía un refinamiento especial nada acorde con
la fiera imagen que pretendía proyectar al exterior.
Su abdomen era duro y liso, sus caderas estrechas y de contornos
perfectos. Maravillada, sin poder contenerse, Laura deslizó las manos por
su cintura para explorar territorio prohibido. Quería sentir ese cuerpo
presionado contra el suyo, y la vergüenza no la iba a detener.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¡Basta! —el grito la hizo estremecerse. Jackson la tomó de las


muñecas con fuerza.
—¡No! —fue la respuesta de Laura. Fue más bien una súplica que una
orden.
Él pareció enfurecerse. Se levantó, tomó los pantalones de Laura y los
arrojó a su lado.
—¡Vístete! —Le ordenó mientras se abrochaba la camisa y añadió—:
¡Y basta ya de intentar seducirme! ¡No me gustan las exhibicionistas!
La joven pensó que si le hubiera clavado un cuchillo, le habría dolido
menos. Había hecho que se sintiera como una cualquiera. No se había
comportado como una dama ocultando sus sentimientos, ni como una
mujer satisfaciéndolo. Se puso los pantalones y arrojó el saco de dormir al
pie del catre.
Jackson se volvió hacia la ventana, como si no pudiera soportar
mirarla.
—Las provisiones acaban de llegar —le informó y se dirigió hacia la
puerta, dejándole unos minutos para recobrarse.
Frank no era un hombre que hablara mucho. Cuando Laura salió de la
cabaña, él ya se había puesto en marcha hacia la casa de Honey Bee.
—Si te das prisa, puedes irte con él —señaló Jackson con indiferencia
—. Creo que podré arreglármelas yo solo.
Tratando de utilizar su orgullo herido como un escudo, Laura quiso
devolverle algún insulto.
—¡No eres el único! —exclamó—. ¡Se congelará el infierno antes de
que vuelva a molestarte!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 4
Jackson deseó poder creerla. Habría preferido que Laura le dijera que
lo encontraba repugnante y que era la antítesis de todo lo que ella
respetaba en un hombre. Eso lo habría herido mucho menos de lo que en
ese momento tenía que soportar. Pero después de todo lo que había
sufrido durante más de dos años, sabía que la crueldad era algo
despreciable, y él había sido muy cruel con Laura. Había visto el dolor en
sus ojos, había visto cómo la ternura que ella poseía se había opacado por
la vergüenza, que en primer lugar nunca hubiera debido sentir. Se
encontraba destrozado por no haberla tomado en sus brazos y haberle
pedido que lo perdonara.
Furioso por todas las cosas que no podía cambiar, asestó un puñetazo
a uno de los postes que soportaban el porche; deseaba que el cielo le
cayera encima y lo aplastara sin piedad. ¿Cómo había ocurrido? ¿Por qué
había tenido que elegir justamente ese lugar en medio de toda la
Columbia Británica para encontrarse a sí mismo?
Mirando al cielo, exclamó:
—¡No merezco esta clase de castigo y ella tampoco!
Se dijo que ya era hora de cambiar el curso de las cosas. Sus instintos
de supervivencia lo habían avisado desde la primera vez que la vio, en la
playa. Los había ignorado, se había repetido una y mil veces que no
estaba dispuesto a permitir que una mujer lo distrajera y le hiciera perder
la tranquilidad y esa intimidad de la que por primera vez en su vida estaba
disfrutando. Se había repetido una y otra vez que no permitiría que la
claridad de sus ojos lo sedujera, que había aprendido una buena lección
hacía ya tiempo.
O por lo menos así lo creía, porque si en realidad tenía algo de
inteligencia, ¿cómo era posible que se sintiera de esa forma, que no
pudiera caminar por la caleta sin el temor de encontrarse con ella?
—Charlie —murmuró buscando el alimento de la pequeña foca—,
espero que sobrevivas y aprecies los riesgos que estoy corriendo por ti.
La cría de foca levantó la cabeza y gimió algo parecido a:
—Ma… ma…

Si alguien le hubiera dicho a Laura que su madre llegaría a la caleta


Cárter, no habría ido a visitar a Honey Bee. Pero se trataba de un hecho y,
al fin y al cabo, Rose representaría una distracción, justo lo que Laura
necesitaba en esos momentos.
Por supuesto, la paz y la armonía que reinaban en la casa de Honey
Bee desapareció en el mismo momento en que Rose aparcó su Mercedes
descapotable frente a la puerta de la casa.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¡Abuela! —se quejó Rose al bajar del coche—. Deberían arreglar


este camino. ¡Es muy peligroso, y sólo Dios sabe lo que le ha hecho a la
pintura de mi coche! Laura, querida, esperaba verte por aquí.
—Encantada de verte, mamá —repuso Laura secamente, rechazando
el abrazo de Rose. La asqueaba besarla.
—¡Deja de quejarte del camino y entra, Rose! —exclamó Honey Bee
—. ¡Por Dios, la pintura no se va a derretir, y si es verdad lo que dicen de
los coches importados, no deberías preocuparte! ¿Cómo estás?
—¡Agotada! —contestó Rose suspirando. Luego sacó su polvera y la
abrió para examinar su rostro en el espejo—. ¡Oh, el polvo del camino no
le ha sentado muy bien a mi cutis!
—Estoy segura de que una copa de vino hará que te sientas mejor—
repuso Honey Bee un poco molesta y añadió—: Frank se encargará de
llevarte el equipaje a tu habitación. Estamos tomando un aperitivo en el
patio. Laura tiene un aspecto estupendo, ¿no crees?
Rose se volvió hacia Laura con una mirada crítica.
—Un poco más gruesa y con la piel quemada. ¿Tu blusa es marca Liz
Clairbone, Laura?
—En realidad es Jones de Nueva York. Honey Bee, ¿quieres que sirva
el vino?
—¡Gracias, cariño! Buena idea.
Se trataba de un vino australiano muy fino. Rose hizo un gesto y se
quejó:
—No es precisamente Moét et Chandon, ¿verdad? Laura, ¿aún estás a
cargo de esa pequeña galería?
—Sí.
—¿Y todavía soltera y sin compromiso alguno?
—Tú serías la primera en saberlo si fuera así, ¿no es verdad, madre?
—Laura, ya casi tienes treinta años.
—Estoy en mi mejor edad, madre.
—Creo que deberías preocuparte un poco por tu edad, ¿no crees?
El teléfono sonó en ese momento.
—¡Tú te preocupas por las dos! ¿No te parece? Honey Bee, ¿deseas
que traiga el teléfono?
—No es necesario, iré a contestar —en ese momento Rose se puso de
pie y, adelantándose a Honey Bee, dijo:
—Si quieres contesto yo.
—No es necesario, estoy esperando una llamada de ese incompetente
corredor de bolsa; yo contestaré.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—Claro —respondió. Luego se volvió hacia Laura—. ¿De qué crees


que tiene que hablar con su corredor de bolsa en privado?
—Creo que los asuntos de Honey Bee sólo le conciernen a ella. No
existe razón alguna por la que deba compartirlos con nosotras.
Rose se sonrojó y cambió de tema:
—¿Por qué no la llamas bisabuela como lo haría cualquier otra
persona? ¿No crees que eso de «Honey Bee» la molesta? —inquirió.
—Mi bisabuelo solía llamarla así.
—Ese era su problema. ¿Tienes que hacerlo tú también?
—Resulta que creo que le sienta muy bien —respondió Laura y bebió
un poco de vino. «Avispa» era el sobrenombre que mejor le quedaba a su
madre, pensó. A juzgar por el nerviosismo de Rose, Laura podía imaginar
que la «cacería» del quinto marido no iba muy bien—. ¿Cuánto tiempo
piensas quedarte?
—¡Ni un minuto más de lo necesario, querida!
—¡Puedes apostarlo! La vida en el campo no es mi estilo —se
desperezó y, mirándola a los ojos, agregó—: Laura, creo que es muy
bueno que seas independiente, pero cuando llegue el momento en que no
te sientas tan llena de vida, tal vez te arrepientas de no haber sido
previsora con tu futuro y de no haber buscado un marido cuando podías
hacerlo.
—Considerando la rapidez con la que tú te deshaces de los tuyos, no
creo que merezca la pena —respondió con frialdad—. ¿Podríamos hablar
de otra cosa? ¿La deuda pública o tal vez la contaminación de la ciudad?
—¡Dios me libre! Mi hija es una intelectual —exclamó Rose con ironía
y después inquirió—: ¿Son imaginaciones mías o te encuentras
especialmente malhumorada hoy?
—Lo siento, madre —Laura se daba cuenta de que no había sido muy
amable, pero Rose la había molestado, como siempre, con el tema de su
boda. Pensó que Honey Bee tenía razón; la relación madre—hija que
existía entre ellas no era natural.
—¿Qué pasa? —preguntó Rose, acercándose a ella—. ¿Acaso estás
preocupada por tu bisabuela? ¿Se encuentra bien?
—Estoy bien, Rose, y pienso vivir cien años —declaró Honey Bee,
sorprendiéndola—. Laura, querida, tienes visita. Rose, este es el señor
Connery, mi vecino.
Jackson vestía pantalones vaqueros y una camisa blanca; se había
subido las mangas, dejando al descubierto sus fuertes y bronceados
antebrazos. Parecía que acababa de ducharse y afeitarse. Laura se quedó
boquiabierta al verlo.
—¿Jackson, qué estás haciendo aquí? ¿Le ha ocurrido algo a Charlie?
—No. He venido a hablar contigo.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—He intentado convencerlo de que comiera con nosotras —intervino


Honey Bee—, pero no he tenido mucho éxito. Tal vez tú puedas
persuadirlo, querida.
Él se volvió hacia Honey Bee y, al descubrir la presencia de Rose,
señaló:
—Gracias, señora. Tal vez en otra ocasión. Hoy necesito hablar con
Laura en privado.
—Entonces sírvete una copa de vino, jovencito, y deja que mi nieta te
enseñe mis orquídeas. Podéis gozar de toda la intimidad que gustéis en el
invernadero.
El invernadero estaba situado en el lado este de la casa, bastante
alejado del jardín. Laura pensó que era bastante improbable que Rose
escuchara su conversación.
—¿Y bien? —Lo retó la joven en el momento en que la puerta se cerró
a sus espaldas—. ¿Qué te hace pensar que deseo escuchar lo que tengas
que decir, Jackson? —preguntó, recordando la crueldad con la que él la
había tratado hacía apenas unas noches.
—Sé muy bien que decirte que lo siento no ayudará mucho. Pero
quiero que sepas que estoy muy arrepentido de haberte hablado como lo
hice la otra noche.
—Así que te arrepientes de la manera en que lo dijiste, pero no de lo
que dijiste. Bueno, no creo que existan muchas maneras agradables de
decirle a alguien que no te gusta —repuso ella.
—Creo que los dos sabemos que eres una mujer atractiva.
«Todo fue una locura pasajera, debida tal vez a la euforia de haber
salvado a la cría de foca», pensó Laura. Se sintió decepcionada; había
albergado la esperanza de que él hubiera ido a decirle que no podía dejar
de pensar en ella. Sin embargo, después de todo, se dijo que sólo se
trataba de un hombre. Luego añadió en silencio: «Sí, pero… ¡qué
hombre!»
—Bueno —asintió, esperando que él no sospechara lo que estaba
pensando—. Ahora que ya te has sacado esa espina de tu conciencia, ¿hay
algo más que quieras decirme?
—Las disculpas tienden a ocultar el problema real —repuso él—, y
creo que no soy muy diplomático, pero…
—Acusarme de ser una cualquiera es algo más que no ser
diplomático. En mi opinión es algo muy cruel —repuso.
—Tuve que detener lo que estaba sucediendo —explicó Jackson
visiblemente avergonzado.
—Creo que un simple «no gracias», habría sido suficiente —Laura lo
miró a los ojos y continuó—: ¡No había necesidad de insultarme
recordándome que no soy muy voluptuosa que digamos!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¡Me pareces encantadora! —señaló él—. Y creo que eres muy


deseable.
—¡Basta, no te burles de mí! —algunas lágrimas brotaron de sus ojos
y se volvió de espaldas.
—¡Escucha…! —Jackson maldijo en silencio al ver lo que había
provocado.
—¡No! ¡Vete!
El silencio que siguió la hizo pensar que Jackson se había ido. Pensó
en llorar, pero en lugar de eso sólo emitió un sollozo.
Jackson la tomó de los hombros con suavidad.
—Laura, mírame.
—No tienes que ser amable —murmuró ella, alejándose de inmediato
—. ¡No soy una cría que necesite que lo rescaten!
—¡No necesitas a nadie! —La corrigió—, sobre todo a un hombre
como yo. En realidad te hice un favor al negarme a hacerte el amor.
—¡Por favor no me hagas más favores! —le rogó con sarcasmo—,
porque no creo que tengas ni la menor idea de lo que yo necesito.
—Tal vez no —repuso él con calma—, pero sé muy bien lo que veo en
tus ojos cuando me miras.
La miró de pies a cabeza. Su mirada le acarició los labios como el sol,
cálido y potente. Después contempló sus senos y luego su cintura. Al final,
la miró a los ojos fijamente.
Jackson asintió con la cabeza y declaró:
—Eres una mujer muy atractiva, Laura, con todas las curvas
necesarias en los lugares exactos. Debe existir…
—Recuerdo que me dijiste que dejara de seducirte —repuso furiosa y
agregó—: También dijiste que no te gustaban las mujeres exhibicionistas.
—Y… a pesar de la evidencia de lo contrario, me creíste —suspiró y,
tomándola de los hombros, la sacudió con suavidad—. ¿Qué voy a hacer
contigo?
La joven se dijo que la forma en que la estaba tocando no era en
absoluto sensual. Sin embargo, el simple contacto con su piel hizo que se
excitara. Sin poder contenerse, Laura le preguntó:
—¿Por qué tienes que hacer algo al respecto? ¿No puedes dejar que
las cosas ocurran naturalmente? ¿Permitir que lo que tenga que ser, sea?
—¡Sería un desastre! —la tomó de la barbilla y la obligó a mirarlo—.
Quiero que me mires bien, y que me digas qué es lo que tenemos en
común.
Sus cejas eran rubias como su cabello, su nariz recta, sus orejas
pequeñas y bien delineadas. Laura no se atrevió a mirar más allá. La
tentación habría sido demasiada.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—No sé lo que es, pero algo existe entre nosotros. Lo presiento y sé


que tú también.
—No sabes de lo que estás hablando, Laura —insistió Jackson—.
¡Venimos de mundos diferentes! ¡Creo que no soy el hombre adecuado
para una mujer como tú!
Ella cometió el error de mirar sus labios y recordó la manera en que
había correspondido a sus besos. No podía soportar la idea de no
experimentar ese placer otra vez. A toda prisa, desvió la mirada.
—¡Sólo te estás inventando excusas! —murmuró todavía hipnotizada
por su cercanía—. ¡Creo que soy lo bastante mayor como para poder
decidir lo que me conviene o no!
—¿Y se puede saber qué es? —inquirió él.
—Esto… —respondió sin poder resistirse a la intensidad de su mirada;
luego le acarició el cabello y lo atrajo hacia sí para besarlo otra vez.
Por un momento, él cedió, saboreando la dulzura de sus labios, pero
después intentó apartarla tomándola del cuello.
Laura intentó convencerse de que algo andaba mal. Pensó que tal vez
se tratara de una «fiebre de verano» o algo por el estilo. Esa clase de
comportamiento sólo le acarrearía desgracias. Pero por otro lado, sabía
que Jackson no era un hombre inadecuado para ella, pues sólo él podía
proporcionarle lo que necesitaba. De pronto, dejó escapar un gemido de
placer.
Por desgracia, él no parecía estar de acuerdo.
—No —murmuró contra sus labios—. Esto no es lo que necesitas.
Laura se alejó un poco y vio el brillo de sus ojos. Él estaba tan
excitado como ella.
—Entonces, ¿qué es, Jackson?
Él suspiró, como si deseara que algo o alguien lo salvara de esa
bochornosa situación y, acercando de nuevo los labios a los de ella,
respondió:
—¿Amistad, tal vez? Quizá si dejáramos de discutir, no sentiríamos
esta necesidad de ir al extremo opuesto.
—Los amigos no se besan así —murmuró ella.
—No —respondió él y bajó los brazos a sus costados—. Tendremos
que mantener… —no pudo continuar; le temblaban los labios.
—Sí… —suspiró Laura.
—Después de todo… te irás muy pronto.
—Sí.
—Y yo permaneceré aquí, o tal vez me vaya también.
—¿A dónde? —inquirió ella, deleitándose con el aroma de su cabello.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¡A donde sea! No me interesa establecer raíces en ningún lugar. ¿A


dónde vas tú?
—¡Tengo un trabajo! —respondió con fastidio—. Tengo prioridades.
Tienes razón, somos muy diferentes…
Esas palabras rompieron el encanto. Jackson se apartó de ella, y
después dijo:
—Exacto. Eres una mujer muy hermosa, Laura, pero nunca serás mi
tipo de mujer.
—Lo sé —asintió Laura y se preguntó por qué esa afirmación la hacía
sentirse tan triste.

Honey Bee se dio cuenta de la expresión pesarosa de Laura y no


insistió en que Jackson los acompañara.
—Me doy cuenta de que tiene que dar de comer a una cría de foca,
señor Connery, y que debe regresar, pero es una pena que tenga que
retirarse sin probar el excelente bouillabaisse que mi ama de llaves
prepara. ¿Le gustaría llevarse un poco? Creo que tanto a Charlie como a
usted les gustaría muchísimo.
—Estoy seguro de ello, señora Cárter. Él está tan cansado de mi
cocina como yo.
La candida sonrisa que le brindó a Honey Bee hizo que a Laura le
doliera aún más verlo partir.
Sin embargo, Rose se mantuvo indiferente y preguntó:
—¿Acaso su hijo se llama Charlie?
—Es una cría de foca —respondió él.
—¿Se refiere a una de esas criaturas cuya piel sirve para fabricar
unos abrigos tan estupendos?
Jackson dirigió a Rose una mirada tan fría, que Laura sintió temor.
—Así es —repuso y añadió—: Pero puedo asegurarle, señora, que
Charlie nunca terminará en la espalda de una de esas mujeres ricas.
Laura conocía a Jackson y sabía que había llegado a su límite, pero
Rose, más incisiva, todavía se atrevió a agregar:
—¿Y pretende desperdiciar el bouillabaisse con ese animal? En caso
de que no se dé cuenta, señor Connery, bouillabaisse es el término
francés utilizado para referirse al fino pescado que…
—¡Mamá! —intervino Laura con el fin de evitar una escena
desagradable.
Jackson la miró con frialdad y repuso:
—¡No tienes que intervenir, Laura! ¡Yo puedo defenderme…! Y en
Italia… —añadió con ironía—, ese plato tan «fino» se conoce con el
nombre de cioppino.

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Rose rechinó los dientes y exclamó sobresaltada:


—¡Qué ilustrado! ¿Acaso lee libros de cocina como pasatiempo?
—¡Rose! —exclamó Honey Bee, poniéndose de pie. Se acercó a Rose
y señaló, molesta—. El señor Connery es un huésped de honor en mi casa,
y así espero que sea tratado —después tomó el brazo que Jackson le
ofrecía como apoyo y sonrió—. Venga conmigo, señor Connery. Le
presentaré a Wanda, mi ama de llaves, pero no crea que voy a aceptar
más excusas acerca de mi invitación a cenar. Espero que nos acompañe
muy pronto.
En cuanto Jackson se alejó, Rose empezó con sus reproches.
—¡Laura! —Se acercó a su hija y le preguntó—: ¿Dónde conociste a
ese salvaje?
—En la playa, madre. Y no creo que sea tan salvaje. A juzgar por la
manera en que te hizo callar, es bastante ingenioso. ¿No crees?
Como siempre, cada vez que se enfrascaba en una discusión con
Laura y ésta llevaba la ventaja, Rose recurría a las más bajas formas de
intimidación.
—Se te ha corrido la pintura de labios —dijo, burlona—. Si no te
conociera, pensaría que has besado a ese sapo con la esperanza de que
se convirtiese en príncipe.
—¡Eso es ridículo! —exclamó Laura.
—¿Verdad que sí? —Rose Tinkerbell soltó una carcajada—. Aun así, te
has ruborizado, querida, ¡qué mala costumbre la tuya! ¡Siempre tan
traicionera! Cualquiera pensaría que encuentras bastante atractivo a ese
semental.
Laura pensó en varias maneras de contestarle, pero prefirió no
empeorar las cosas; además, si lo hacía, se traicionaría aún más.
—¡Me imagino que fue una excentricidad, una tentación fascinante!
¡Viviendo solo en una casucha y con una foca como compañía! ¡Debe de
ser intrigante!
—¡No toda la gente es tan esnob como tú, madre! No hay nada malo
en vivir de una manera sencilla.
Rose frunció el ceño.
—Pero tiene mucho de malo tener una mente sencilla, que es lo que
tú tendrías si dieras más importancia de la que merece a ese salvaje. ¡Por
Dios Laura, creí que eras lo bastante distinguida como para no fijarte en
alguien así!
Al escuchar la verdad en toda su crudeza, como se la presentaba
Rose, Laura no pudo evitar pensar en el abismo que se abría entre ellos.
¿Por qué le resultaba tan difícil aceptarlo?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Rose partió dos días después, para alegría de Laura. Por lo menos, la
joven no tendría que estar a la defensiva. Podía emplear el tiempo en
enfrentarse a sus propios problemas. Honey Bee era muy intuitiva y se
daba cuenta de que lo que Laura necesitaba era tranquilidad y armonía.
El corazón de Laura parecía albergar un demonio que insistía en
llevarle la contraria cuando intentaba ser razonable. Cuando se repetía
que Jackson y ella eran la pareja menos adecuada que pudiera existir, su
corazón se negaba a aceptarlo.
«Debemos ser amigos». El recuerdo de las palabras de Jackson la
atormentaba en la oscuridad de la noche. «¿Por qué ser sólo amigos,
cuando deseamos ser algo más?», se preguntaba Laura.
Pero sabía que eso era ridículo, ya que además de proceder de dos
mundos totalmente opuestos, el tiempo de que ella disponía era
insuficiente. ¡No podría sacrificar sus planes por una aventura
sentimental! Laura era muy feliz con su vida actual, y sus actividades
futuras obstaculizarían cualquier clase de relación que ella deseara
establecer con Jackson. Eso, si él permitía que las cosas llegaran tan lejos,
lo cual era improbable.
Por otra parte, era imposible que el amor surgiera por medio de una
pura atracción física. Según Laura, el amor nacía de un profundo
conocimiento y de la comprensión mutua y ellos carecían de eso.
Sinceramente tenía que reconocer que no sabía prácticamente nada
acerca de Jackson, y por otra parte, estaba muy lejos de comprender su
comportamiento.
De hecho, a Laura le parecía que había algo de verdad en lo que Rose
le había dicho: existía algo en él que no encajaba con su comportamiento,
pequeñas contradicciones que sugerían que Jackson no era lo que
pretendía ser.
Él sabía cómo hablar y comportarse en público cuando así lo deseaba.
La camisa que vestía el día en que la visitó era elegante y cara. Los libros
que había visto esparcidos sobre su mesa parecían libros de ciencia o
cuestiones académicas.
Pero lo que más la confundía era la forma en que él se protegía
debajo de esa coraza recubierta por su apostura y sensualidad. Era un
hombre sin pasado cuya reserva escondía mucho más que simple timidez.
A Laura le resultaba muy difícil respetar su intimidad, ya que había
demasiadas preguntas en su mente que no podía ignorar.
Fue su gran curiosidad lo que al final la hizo aceptar la oferta de
Jackson de ser amigos; pensó que de esa forma podría llegar a conocerlo
mejor. Incluso llegó a albergar la esperanza de que, una vez que lo
conociera bien, tal vez se diera cuenta de que en realidad él no la atraía
tanto como creía.
A la mañana siguiente, Laura decidió dominar sus emociones e ir a la
playa. Se detuvo en la mitad de la caleta y buscó con la mirada a Jackson.
Casi de inmediato, su figura apareció en la orilla del mar, haciéndola sentir

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que todos sus propósitos por mantener la calma eran vanos. Era como si
alguien hubiera asestado una puñalada a su sensible corazón.
Tuvo la oportunidad de retirarse, pero no lo hizo. En ese momento él
la miró.
—¡Oye! —exclamó, acercándose a ella—. ¡Has llegado justo a tiempo!
Charlie va a tomar un baño. No ha visitado el mar desde el día en que lo
salvamos.
Si Laura pensó por un momento que casi una semana de razonar y de
intentar convencerse a sí misma de que Jackson no era su tipo de hombre,
iba a hacerla cambiar sus sentimientos con respecto a él, estaba muy
equivocada. El hombre que tenía delante no era el mismo que ella había
imaginado, o pretendido imaginar, que no estaba a su altura. Al contrario,
se trataba de un hombre encantador; le resultaba casi imposible hablar
con él sin besarlo.
Sus hombros eran tan anchos como ella recordaba, y su espeso
cabello de un rubio casi blanco debido al sol. Solamente llevaba un traje
de baño y, mientras el bronceado de la joven había desaparecido casi por
completo debido al mal tiempo, el de él se había acentuado. El azul del
cielo palidecía en comparación con el azul de sus ojos, y el sol mismo
parecía enfriarse frente al calor de su sonrisa. Era como si el propio
mundo, con su presencia, hubiese perdido un poco de su grandeza.
—¿Y bien? —inquirió él, ofreciéndole una mano—. ¿Qué dices?
«Di que no», le decía una vocecita desde lo más íntimo de su ser.
«Inventa alguna excusa».
Ella miró la mano de Jackson y comprendió que si la tocaba estaría
totalmente perdida. Sus largos y fuertes dedos la invitaban a disfrutar de
las fantasías más increíbles que hubiera tenido alguna vez, a pesar de que
ella sabía que Jackson en realidad no tenía conciencia de ello.
—¿Laura? —preguntó con cierta impaciencia.
Laura no pudo resistirse más; tomó su mano y se preguntó por qué la
electricidad que se había generado con ese contacto no la había hecho
caer fulminada en ese mismo instante.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 5
Charlie chapoteó en el agua tanto como quiso. Ese era su medio
natural. Más grueso y fuerte, estaba más adorable que nunca. Y era
mucho más feliz.
Usando a la pequeña foca como pretexto para soltar la mano de
Jackson, Laura acarició la cabeza del animal. Era suave como la seda.
—¡Vaya, vaya! ¡Sí que ha crecido!
—Creo que es una costumbre que tienen las crías —bromeó y soltó
una carcajada—. ¡Ha crecido tanto que ya no cabemos en la ducha, creo
que ya está listo para cosas más grandes!
Como si estuviera intentando demostrar la verdad de las palabras de
Jackson, Charlie se deslizó sobre las olas con perfecto equilibrio y
elegancia.
—Creí que ya estaba listo para una zambullida —comentó Jackson,
acercándose a Laura—. ¡Pero al parecer anhela ampliar sus horizontes!
—¿No estarás pensando en dejarlo libre? —preguntó preocupada.
—¡No, todavía no! Creo que aún es demasiado joven para que
sobreviva por sí mismo —en ese momento, lanzó una pequeña piedra y,
dirigiéndose a la foca, le ordenó—: ¡Charlie, atrápala!
La foca no pudo conseguirlo, gimió un poco y miró a Jackson con
ternura.
—¿Te das cuenta de lo que digo? No podrá ser independiente hasta
que sea capaz de cazar por sí mismo.
—Aun cuando esté listo, ¿soportarás dejarlo partir, cuando lo has
tenido contigo desde que apenas era un recién nacido? ¡Yo en tu lugar no
podría!
Jackson adoptó una expresión seria al escucharla.
—En ese caso, le agradezco a Dios que no te encuentres en mi lugar.
¡Tiene derecho a su libertad! —declaró un poco molesto—. Y va en contra
de mis principios mantenerlo cautivo un solo día más de lo necesario. Un
hombre tiene que tener una muy buena razón para hacerle eso a cualquier
ser vivo.
—Bueno, existen otras opciones, Jackson.
—¿Como un circo, por ejemplo, donde pueda aprender a bailar con
una pelota sobre la nariz? —repuso con un gesto.
—¡No! Como el acuario de Vancouver, donde podrán cuidarlo muy
bien.
—¡Odio ese tipo de lugares!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¡Pues agradeciste mucho sus consejos el día que encontramos a


Charlie! —le recordó Laura.
—Una cosa es utilizar su servicio para ser capaz de cuidar de
animales huérfanos o enfermos, y otra muy diferente llevarlos allí para
que pasen el resto de su existencia encerrados.
—¡Jackson, estás levantando la voz!
Él la miró un poco avergonzado.
—Sí, tienes razón—admitió—. Parece que ejerces ciertos efectos en
mí que aún no puedo controlar.
—¡Me imagino que me culpas porque el mundo no fue creado de
acuerdo con tus principios!
—¡Sí… no! ¡Demonios! Creí que habíamos acordado que
intentaríamos ser amigos. ¿Por qué nos resulta tan difícil llegar a algún
acuerdo?
—Los amigos, por lo regular, son comprensivos y nunca tratan de
buscar razones para discutir si en verdad no existen. Por la manera en que
acabas de reaccionar —señaló—, me temo que tal vez has cambiado de
opinión y prefieres, después de todo, conservar tu mitad de playa y
dejarme la otra mitad a mí, tal como acordamos al principio.
Él la miró con seriedad.
—Yo… bueno… no exactamente.
—Pero aún tienes tus reservas…
—Si las tengo —repuso él—, es mi problema, no el tuyo. ¿Por qué no
intentas lanzarle a Charlie uno de estos pescaditos? Tal vez se esfuerce
más por ti.
—Lo dudo. Creo que está más acostumbrado a ti.
—Sí, pero creo que se dará cuenta de que tú eres mucho más bonita.
—¡Adulador! —dijo Laura, sonriendo. Se sentía más relajada. Después
de todo, Jackson podría ser un buen amigo y tal vez eso era lo que ella
necesitaba: amistad, sin las complicaciones de un idilio.
—Bueno, es verdad. Yo creo que ya está un poco aburrido de la
misma rutina —acercó el cubo a donde se encontraba Laura—. ¡Vamos!
¡Inténtalo! ¡Toma uno de los pescados y lánzalo para ver si lo puede
atrapar!
Ella miró el cubo con expresión de asco y le preguntó a Jackson:
—¿Quieres que coja una de esas cosas sin guantes?
Fue la primera vez que Jackson soltó una carcajada limpia, sin ironías
o segundas intenciones.
—¡Ya están muertos, Laura! No te morderán.
—Pero… son un poco… viscosos…

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¡Apuesto a que fuiste una de esas niñas que nunca se ensuciaban


en los juegos! —asintió y luego agregó—: Sí, debí imaginarlo.
—Y supongo que tú eras muy travieso, ¿verdad?
—Así es —admitió—. Mi madre solía decirme que yo era el
responsable de cada una de sus canas. Y también que deseaba que
tuviera mis propios hijos para que supiera lo que era luchar todo el día con
un chico como yo.
La imagen de un chiquillo travieso, caminando tal vez con un perro a
su lado, cruzó por la mente de Laura.
—¡Vaya, esta es la primera vez que me cuentas algo de tu pasado! —
comentó, pero se arrepintió de inmediato ya que pensó que tal vez
Jackson no volviera a hacerlo a causa de esa observación.
—Porque no merece la pena desenterrar mi pasado —replicó con
frialdad, como si la coraza que lo protegía se erigiera nuevamente entre
ellos. Laura sabía que no debía insistir. ¿Quién podía saber la clase de
experiencias que Jackson habría vivido cuando era niño?
—Tienes razón —repuso Laura, intentando reírse para disimular la
tristeza que la embargó al darse cuenta de que ni siquiera podía ganarse
su confianza. Introdujo la mano en el cubo y tomó uno de los pescados. Se
dio cuenta de que la sensación era tan desagradable como había
imaginado.
—¡Qué asco! —exclamó y lanzó el pescado, disgustada.
Charlie lo siguió con la vista, se lanzó al mar y lo atrapó con los
dientes para engullirlo de inmediato.
—¡No es justo! —repuso Jackson un poco molesto—. ¡Suerte de
principiantes! ¡Apuesto a que si lo haces otra vez, Charlie fallará!
—¡Yo sólo apuesto cuando estoy segura de ganar; además, para un
día, creo que ya es suficiente! —Al decir esto, Laura se enjuagó las manos
y se puso de pie—. ¡Me ha encantado verte otra vez, Charlie! ¡No crezcas
tan rápido!
Jackson se quedó boquiabierto.
—Oye, ¿qué crees que estás haciendo?
«Intentando poner alguna distancia entre nosotros, ya que parece
que esa es la única solución para no perder la cordura», pensó Laura, pero
lo que dijo dejó a Jackson todavía más sorprendido:
—He traído un libro que estoy leyendo. Ser amigos no significa que
tengamos que estar juntos todo el tiempo.
—¡Puedes leer a cualquier otra hora! —protestó él.
—No, no puedo. Por lo regular estoy bastante ocupada y lo único que
puedo leer es el periódico —se dirigió hacia donde había dejado su bolsa
de playa y Jackson la siguió, con Charlie a su lado.

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—Mira, si ya has llegado a la conclusión de que es mejor no tener


ninguna clase de relación conmigo, sólo tienes que decirlo. No me
impondré. ¡Sólo dilo y te dejaré en paz!
Pero eso era lo último que se le había pasado por la cabeza a Laura.
Sabía que la única persona a la que castigaba alejándose de Jackson era a
sí misma.
—¿Has cambiado de opinión? —insistió Jackson al no obtener
respuesta.
—No exactamente —repuso Laura—. Lo que pasa es que no creo que
podamos seguir adelante con esta farsa de «amistad».
Pero estaba equivocada; los días siguientes se lo demostraron. Se
vieron todos los días. En cierto modo, sin planearlo, siempre se
encontraban, ya fuera mañana, tarde o noche. Y, contrariamente a lo que
ella había pensado, llegaron a conocerse más.
Para empezar, era Laura quien por lo regular hablaba. Pero poco a
poco él también fue abriéndose un poco más y se atrevió a hablar de sí
mismo.
Un día vieron un barco en el horizonte, y Jackson empezó a decir:
—De niño quería navegar y conquistar el mundo entero. Después, al
crecer un poco más, quise dar la vuelta al mundo en un cazabombardero.
Pero cuando cumplí catorce años, me di cuenta de que era demasiado alto
y que no cabría en la cabina. Entonces, decidí seguir los pasos de mi tío.
En aquel tiempo parecía la mejor opción; él había sido mi héroe, el dios de
mi infancia, así que estaba listo para seguirlo.
—¿Tuviste éxito? —preguntó ella.
—¡No, para nada! —repuso con amargura. Laura no pudo contenerse
y preguntó:
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Murió. Y con él también mis sueños. Crecí y me di cuenta de que los
dioses sólo habitan en los templos.
Después de decir eso, su mirada se perdió en el horizonte. Para Laura
fue una señal de que ella tendría que sostener sola el peso de la
conversación. Jackson Connery no diría ni una palabra más.
Laura le habló acerca de su asociación con Archie, en la galería
Sunderland, y de sus viajes a Europa, al lejano oriente y a Sudamérica con
el propósito de adquirir más piezas de arte. Cuando terminó, Jackson sólo
dijo:
—Hay un colibrí cerca de tu toalla. No muevas los pies, cara bonita, si
no quieres espantarlo.
Algunas veces Laura se preguntaba si él le prestaba atención o si sus
palabras se iban con la brisa marina. Pero en otras ocasiones, él
comentaba algo que la hacía darse cuenta de que había escuchado cada
palabra suya; la joven suponía que Jackson no quería parecer muy

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

interesado para que ella no pudiera pensar cualquier otra cosa acerca de
su amistad.
Por lo regular, él nunca se sentaba demasiado cerca de ella. En
realidad, nunca había derribado la barrera que los separaba; sólo le
contaba algunas partes de su vida, como si tuviera otras que ocultar.
Laura nunca pensó que la invitaría a cenar, pero un día él le comentó:
—Tengo una olla llena de almejas. Muchas más de las que podría
comer. ¿Te gustaría volver después de la puesta de sol, cuando hace más
fresco, y ayudarme a deshacerme de ellas? Podríamos comer un pastel de
almejas en la playa.
No se trataba de la invitación más elegante que Laura hubiera
recibido en su vida, pero sin duda era la más preciada. La joven no
recordaba haberse emocionado más con una invitación. De todas formas,
aceptó intentando disimular su emoción.
Fue una noche fabulosa, las estrellas parecían diamantes incrustados
en un cielo aterciopelado. La arena todavía estaba tibia por el sol del día y
el sonido del mar era como una canción de cuna acariciando sus oídos.
Laura y Jackson disfrutaron de una deliciosa velada con almejas y pan
casero elaborado por Wanda, la cocinera de Honey Bee. Jackson había
llevado incluso una botella de vino.
—Siempre recordaré este lugar —repuso él tumbado en la arena.
Después de suspirar, continuó—: Es el lugar donde empecé a recobrar mi
paz interior.
Laura, adivinando lo que quería decir, pretendió no darle mayor
importancia.
—De niña, solía pasar todas las vacaciones escolares aquí —señaló—.
Todos los veranos, cuando hacía tanto calor como para andar desnuda, y
en Navidades, cuando el frío era terrible. Recuerdo que Frank solía decir
que el viento era tan frío que podría cortar a un hombre en dos —añadió,
esperando que Jackson también le contara algunas cosas acerca de su
infancia—. Todos mis recuerdos de esos años están llenos de recuerdos de
la caleta Cárter. A veces pienso que todo lo que ha sido realmente
importante para mí, ha ocurrido aquí; crecer, aprender acerca de la vida…
y tal vez… del amor.
—Días felices —repuso Jackson.
—También tristes —dijo Laura—. Recuerdo el día en que Taffy murió.
Era una perra muy querida de Honey Bee, recuerdo con claridad la manera
en que meneaba la cola al recibirme todos los veranos. La encontramos
una mañana en la terraza, cerca de los narcisos. Frank la enterró bajo un
árbol y yo lloré todo el día. Esa noche, Honey Bee me llevó a la terraza y
señaló una estrella; me dijo que allí iban todos los perros que morían. Me
dijo también que Taffy estaría en compañía de amigos nuevos y que desde
allí podría ver su antigua casa —a Laura le tembló un poco la voz—. Creo
que es mejor que cambiemos de tema o me pondré a llorar otra vez.
Jackson lo entendió y añadió, señalando la estrella.

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—Sirio —repuso—. La estrella de los perros. Es la estrella más


brillante del cielo, y estoy seguro de que tu Taffy debe de estar muy
contenta allí.
—¿Cómo supiste dónde estaba?
—Bueno, he pasado muchas noches observando el infinito y
deseando estar allí, rodeado de la nada. Muchas veces he ansiado estar
allí en lugar de disfrutar de la compañía de otras personas. Creo que hay
mucho de cierto en el dicho: «Cuanto más conozco a la gente, más quiero
a mi perro».
Laura pensó en la gente que ella conocía: Archie y su esposa, sus
socios. Eran gente decente y buena. También pensó en otras personas,
gente que le sonreía al pasar a su lado. Recordaba a un hombre que
detuvo el ascensor para esperarla, no por tratarse de una mujer, sino por
simple amabilidad. Se preguntaba por qué Jackson estaba tan amargado.
—¿Por qué te disgusta la gente? —sabía que corría el riesgo de recibir
una mala respuesta y se sorprendió cuando él respondió con una
carcajada.
—Bueno, algunas personas me gustan. Tu abuela, por ejemplo, y
Wanda, que es una excelente cocinera, y algunas veces incluso tú me
gustas —bromeó.
—Parece como si no necesitaras a nadie —repuso ella con tristeza.
—No —asintió él y agregó—: Ninguno de nosotros necesita a nadie en
realidad. Nosotros mismos elegimos que otras personas llenen nuestra
vida, pero al final, los únicos que contamos somos nosotros. Nacemos
solos y solos moriremos.
—¿Has amado a alguien alguna vez, Jackson? —preguntó Laura—.
¿Tus padres, tus hermanos? ¿No tienes algún amigo que sea importante
para ti?
—Fui hijo único y mis padres ya murieron. Pero si quieres saber la
respuesta, sí, los amé. Y también tengo un par de amigos que son
importantes para mí, pero no los necesito. No les pido ni exijo nada. No
creo que ellos tengan nada que ver con mi felicidad, ni me siento con el
derecho de preocuparlos con mis problemas.
«Entonces, no son realmente tus amigos, Jackson», pensó Laura sin
atreverse a expresarlo en voz alta, pues sabía que si lo hacía dañaría la
relación que estaba empezando a construir.
Un día, durante la tercera semana de agosto, Laura recibió otra
invitación.
—El agua está mucho más cálida que hace unas semanas —comentó
Jackson—. ¿Te gustaría ir a bucear conmigo por la tarde?
Laura pensó que la vida era injusta algunas veces. Habría dado
muchas cosas porque la relación con Jackson fuera progresando, pero
bucear era demasiado.
—¡No! —repuso con firmeza.

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—¿Por qué no?


—Porque —tomó aire para poder continuar—: Porque… —no pudo
decir más.
—¡Vamos, esa no es una respuesta, Laura Mitchell, y tú lo sabes! —
sorprendido, Jackson la tomó de la barbilla para obligarla a mirarlo y le
preguntó con ternura—: ¿Acaso he dicho algo que te ha molestado?
—No.
—Entonces, ¿por qué…?
—Porque no me gusta el agua hasta ese punto —admitió resignada.
—Pero te he visto nadar.
—Me las arreglo para no ahogarme —lo corrigió—. Pero no soy muy
buena para los deportes acuáticos.
—¿Deportes acuáticos, Laura? —Jackson estalló en una carcajada.
—Sabes a lo que me refiero. Si Dios hubiera querido que me moviera
como un pez en el agua, me habría provisto con un par de aletas
naturales. ¡Sí, el mar me da miedo, y la única razón por la que a veces
intento superarlo, es porque no me gusta darme por vencida ante miedos
tontos!
—No es tonto temerle al mar, cara bonita —repuso Jackson—. Sólo los
tontos pretenden que no sea así.
—Aun así —indicó ella—, no iré a bucear contigo. Simplemente la idea
de tener una bombona a la espalda y de sumergirme en el agua me
aterroriza —se estremeció—. ¡También hay animales extraños debajo del
agua!
—¿Como cuáles, Laura?
—¡Tiburones, pulpos…! —explicó con ingenuidad.
—Pulpos —repitió él—. Son muy tímidos. Lo que quiere decir que, a
menos que bajes a más de diez metros, no hay posibilidad alguna de que
te encuentres con ellos. Además, no te sugería bucear con equipo, sino
nada más con tubo, que sólo te permite estar en la superficie.
—¡Ni siquiera poseo esa clase de equipo!
—Yo tengo unas gafas y un tubo; puedes quedártelas si quieres.
Venga, hazte un favor a ti misma e inténtalo. Te sorprenderás de lo que
encontrarás bajo el agua.
Ella titubeó. La tentación de compartir una nueva experiencia con él
era muy fuerte, pero no era fácil librarse de viejos temores.
—No sé…
—El mar está muy tranquilo hoy. De hecho, la marea habrá subido
por la tarde, así que lo peor que puede pasar es que no tengamos mucho
espacio para estar en la playa —al decir eso, Jackson la tomó de la mano y
se la apretó—. ¿Qué pasa, no confías en mí?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—Apenas un poco más de lo que confío en mí misma —murmuró


Laura, estremeciéndose por la manera en que él la hacía sentirse
simplemente con tocarla. Sabía que no había desarrollado inmunidad
alguna contra él—. ¿Queda muy lejos de la playa el lugar donde
tendríamos que ir?
Él señaló un lugar donde el mar adquiría un tono turquesa y
respondió:
—Como a la mitad de donde el mar cambia su tonalidad.
—Está bien —se apresuró a decir, temerosa de perder la razón debido
a su cercanía.

—Laura—señaló él con paciencia, después de dos fallidos intentos por


hacerla respirar a través del tubo.
Ella levantó el rostro, se quitó las gafas y el tubo y exclamó
desesperada:
—¡No puedo!
—¡Sí, sí puedes! No es difícil hacerlo. Sólo tienes que ser paciente.
Laura sentía que la nariz le ardía por la sal del agua.
—Sí, para ti es muy fácil decirlo, pero…
—Cara bonita, estás flotando en la superficie del agua —Jackson la
sujetaba por la cintura, con mucha seguridad—. ¡Vamos, inténtalo otra
vez! Simplemente sumérgete lo suficiente como para que el agua te cubra
la cabeza y respira con lentitud. Estoy contigo, nada te puede pasar.
Laura deseaba que estuviera orgulloso de ella; se odiaba a sí misma
por su cobardía. Se imaginaba monstruos marinos aguardándola en el
fondo y listos para sorprenderla en cualquier momento.
—¡No hay nada que ver! —se quejó con temor.
—Una vez más —dijo él—. Y si no puedes hacerlo en esta ocasión, te
aseguro que no insistiré.
Laura se preguntó por qué era tan importante para ella no
desilusionarlo. Era algo insignificante, sin embargo, revestía una tremenda
importancia para ella.
Se colocó las gafas una vez más, contó hasta diez, ajustó el tubo y se
dispuso a intentarlo por última vez.
—Despacio —murmuró Jackson; su voz era tan suave como la espuma
de las olas.
Ella sumergió la cabeza, sintió el agua a su alrededor e intentó
respirar con lentitud. Milagrosamente, el aire entró en sus pulmones.
Alrededor de ella, el sol filtrado en el agua reflejaba prismas de color
turquesa.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

De repente Laura pudo ver a Jackson; aunque no podía distinguir su


expresión detrás de las gafas, tenía la certeza de que estaba sonriendo.
De reojo, Laura pudo distinguir los arrecifes a lo lejos. Podía sentir el
sol acariciándole la espalda. A su lado, Jackson la dirigía, tomándola de la
mano e infundiéndole cada vez más seguridad. Laura abrió más los ojos al
ver una multitud de pequeños peces rojos y amarillos saliendo de una
pequeña oquedad y haciendo que algunas algas de color ámbar se
movieran con lentitud.
Jackson señaló hacia otro lado. Los rayos del sol bañaban las
anémonas, haciendo destacar sus brillantes colores, naranja y azul. A sólo
unos centímetros de su rostro, un pez verde nadaba sin importarle la
presencia de los intrusos. Poco a poco, Laura empezó a descubrir ese
maravilloso mundo del que Jackson le había hablado. Todo estaba en
movimiento y parecía muy apacible.
Era maravilloso, era como un gran jardín submarino que ella nunca
habría descubierto de no haber sido por Jackson.
—¿Y bien? —Le preguntó Jackson cuando decidieron detenerse,
tomándola de la cintura y levantándola como si fuera una niña pequeña—.
¿Ha merecido la pena?
—¡Sí! —Se abrazó a él y soltó una carcajada—. ¡Es maravilloso! ¡Me
he sentido como una sirena! ¿Estás orgulloso de mí?
Depositándola en la arena con suavidad, respondió:
—Sí, estoy muy orgulloso de ti. ¡Es una pena que no pueda darte un
pescado crudo como recompensa!
En el cielo, un águila voló surcando el horizonte. Por un momento, la
vida le pareció a Laura plena y perfecta. Su risa desapareció con el sol y
empezó a ahogarse, no en el agua cristalina del mar que le llegaba hasta
la cintura, sino en la profundidad del azul de los ojos de Jackson.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 6
Jackson la tomó suavemente por la espalda y la abrazó. Ella sintió que
sus senos se oprimían contra su musculoso pecho; sus muslos estaban
entrelazados. A pesar de estar fuera del agua, a Laura le resultaba más
difícil respirar que cuando había estado sumergida. Se estaba ahogando,
asfixiándose… y era una agonía, ya que sentía que los labios de Jackson
estaban tan lejos de ella, que nunca podría poseerlos.
—Jackson —murmuró sin aliento.
Él contempló sus labios durante largo rato, memorizando su contorno.
Después su mirada volvió a sus ojos hechizándola y haciendo que los
párpados se le cerraran sin poder evitarlo. El rostro de Jackson estaba muy
cerca del suyo.
—Lorelei —le murmuró Jackson al oído y justo antes de que la tortura
la destruyera, sus labios reclamaron los de Laura.
El tiempo desapareció; fue como si el sol y el agua alrededor de ellos
se hubieran esfumado. Su pasión por fin desató el deseo en Jackson y
Laura lo abrazó por el cuello, anhelante.
Su cuerpo era fuerte y varonil. Laura recordó que lo máximo que le
había prometido era su amistad, pero estaba dispuesta a utilizar todas y
cada una de sus armas femeninas para poder obtener lo que anhelaba.
Deseaba con todo su ser seducirlo, hacer que se olvidara de toda la
represión que parecía existir en él. No le importaba el precio que tuviese
que pagar. Lo único que ocupaba su mente en esos momentos era la
electrizante sensación de tenerlo cerca de ella.
Laura le acarició el cabello, los labios… y con la lengua enjugó
algunas gotas de agua que resbalaban por su pecho. Lo abrazó con fuerza.
Jackson gimió de placer al tiempo que exploraba su cuerpo con las
manos. Laura podía sentir su creciente pasión.
Él le acarició sus partes más íntimas, proporcionándole sensaciones
que nunca antes había experimentado. Sus dedos sortearon el traje de
baño de la chica y descubrió algo más suave, mucho más suave que el
satén. Se escuchó una voz, era la de ella, al sentir la lengua de Jackson
jugando con sus ardientes pezones. Parecía que trataba de controlarse y
en ese momento Jackson la besó en los labios como para evitar escuchar
lo mucho que ella lo deseaba, lo mucho que lo amaba…
Laura no sabía qué habría ocurrido si la naturaleza no hubiese
intervenido. Se encontraba tan atrapada en sus propias emociones, que
nunca se habría detenido debido a algo tan vulgar como una simple ola.
Pero el mar eligió ese momento para ejercer su autoridad y poner fin a ese
beso que la había transportado a los más remotos lugares del universo.
Una ola los cubrió y los hizo volver a la realidad al verse en la necesidad
de buscar aire.

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Sucedió justo a tiempo. Laura se dijo que era como si Dios la hubiese
ayudado. Un minuto más y Jackson la habría poseído. La poca protección
de su traje de baño no se lo habría impedido, puesto que él ya había
explorado la suavidad de la piel que el sol nunca había tocado.
Jackson se había dado perfecta cuenta de la manera en que la pasión
se apoderó de ella. Deliberadamente había puesto a prueba su propia
resistencia sin saber por qué, a pesar de haber pasado los últimos días
intentando convencerse de que Laura no era para él. ¿Qué demonios
había querido demostrar? ¿Que estaba hecho de piedra? ¿O tal vez que los
expertos tenían razón al afirmar que ningún hombre era capaz de pasar
por esa clase de pruebas con su integridad intacta?
—Escucha —dijo él, tomándola con firmeza del brazo al tiempo que
caminaban hacia la playa—. Yo no quise que esto pasara. Debes creerme.
—¿Cómo voy a hacerlo? —repuso ella y lo miró fijamente—. ¡Si los dos
sabemos que lo deseamos y que no hay nada malo en ello!
—¡Sí hay algo de malo! —dijo él con expresión atormentada—. ¡Nunca
será posible entre nosotros! ¡Y si no puedes aceptar ese hecho, es mejor
que nos olvidemos de todo esto de una vez…! —se detuvo y rechinó los
dientes con frustración. ¿Cómo podía decirle algo parecido a Laura?
¿Cómo podría cualquier hombre matar algo tan increíblemente hermoso
sin hacer nada por evitarlo? Intentó tranquilizarse un poco y continuó—:
Creo que lo mejor es que olvidemos todo esto acerca de la amistad y
seamos adversarios, como antes, porque creo que terminaremos como
enemigos de todas formas.
Laura palideció; su mirada estaba llena de dolor. Él se apresuró a
volver para no caer víctima de la tentación otra vez; no se atrevió a
enfrentarse a la tristeza de su hermoso rostro. Le resultaría casi imposible
olvidarla, tal como estaban las cosas…
—¡Déjame solo! —le rogó—. ¡Por piedad, Lorelei, aléjate y olvida que
todo esto ocurrió!

Ella lo obedeció. No tenía opción. No se arrojaría a los brazos de un


hombre que evidentemente se había arrepentido del breve momento en
que la deseó. Si a pesar de todo, su cuerpo anhelaba las caricias de
Jackson, ella tendría que sobreponerse.
Pero le dolía. Le dolía muchísimo. Se preguntaba cómo podría
olvidarse de Jackson Connery. Echaba de menos esa relación «amistosa»
que habían mantenido. Lo echaba de menos a él.
Estuvo a punto de irse, pero la persuasiva Honey Bee la hizo olvidarse
de eso. Por otra parte, la caleta Cárter era el lugar preferido de Laura y no
estaba dispuesta a huir al verse vencida.
Aun así, Laura optó por frecuentar el otro lado de la caleta, que era
mucho más rocoso que la otra playa, y menos accesible. Por lo tanto era

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poco probable que se encontrara con Jackson. Pensó que había algo que
siempre recordaría con alegría: las tibias aguas de agosto mientras
descubría los placeres del buceo al lado de Jackson.
Una tarde, Laura decidió internarse nadando hacia donde las aguas
eran más profundas; absorta en la contemplación de una roca llena de
almejas, no se dio cuenta de que esta pisando algas y toda clase de
criaturas vivientes. Horrorizada, sacó un pie y lo apoyó sobre una roca
cubierta por algo áspero y puntiagudo. Antes de que pudiera registrar
dolor alguno, sintió en los dedos el contacto de algo afilado y vio cómo el
agua se teñía de rojo.
Trató de volver a la playa. Estaba bastante alejada de la casa y de
cualquier otra clase de ayuda. Utilizando su toalla improvisó una venda
que, aunque no era muy funcional, por lo menos impedía que la arena
penetrara en la herida.
La resultaba difícil trepar por las rocas en ese estado. Al llegar a la
playa, desesperada, se dejó caer indefensa deseando que su ángel
guardián apareciera y la ayudara. En lugar de eso, apareció Jackson.
—¿Qué diablos…? —Viendo la toalla ensangrentada, Jackson exclamó
—: ¿Qué te ha ocurrido?
—Estaba bailando claque y resbalé —respondió molesta. El dolor
empezaba a afectarla—. ¿Qué parece? —inquirió.
—Que has estado caminando descalza sobre las rocas —repuso él
examinando la herida—, lo cual sería ridículo, ya que tú eres demasiado
inteligente como para hacer algo así, ¿verdad, Laura? —la miró a los ojos.
—No estoy de humor para que me regañen, Jackson. ¡Déjame sola y
vuélvete a casa!
—¡No voy a dejar a una mujer en medio de una playa solitaria
desangrándose!
Mientras hablaba, Jackson le movía los dedos de los pies como para
asegurarse de que todavía estaban firmemente unidos.
—¡Ah! ¡Eso duele! —se quejó Laura.
—¡No puedo imaginarme por qué! —repuso él secamente—. ¡Sólo
tienes un corte hasta el hueso! ¿Puedes levantarte?
—Sobre una pierna.
—Será suficiente —señaló—. ¡Agárrate a mis brazos!
—¡Oh! —de pronto él la levantó sin dificultad y la sentó sobre sus
hombros. Después empezó a caminar como si estuviera llevando a un niño
pequeño.
—¿Me vas a llevar así hasta la casa?
—¿Se te ocurre algo mejor?

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La joven pensó que en sus brazos sería mucho mejor. Le habría


resultado mucho más fácil soportar el dolor en sus brazos, que en esa
extraña posición. Con debilidad repuso:
—Bueno… no estoy muy cómoda.
Pero un idilio era lo último en lo que pensaba Jackson.
—Bueno, esta es la mejor posición para evitar que sangres más —
observó él, asiéndola con fuerza de las piernas—. Espero que Frank pueda
llevarte al pueblo. Vas a necesitar que te den puntos en la herida y una
vacuna contra el tétanos.
—Siento desilusionarte, Jackson, pero Frank llevó el vehículo al taller,
y Honey Bee no tiene carnet de conducir.
Jackson murmuró algo entre dientes y repuso un poco molesto:
—Entonces supongo que tendré que hacerlo yo mismo.
Laura pensó que, para tratarse de su salvador, Jackson no se estaba
portando precisamente como un caballero, así que también murmuró
entre dientes:
—Espero que entiendas que no lo he hecho para estropearte el día.
—Cara bonita —repuso—, desde que te vi por primera vez, has
estropeado mis noches, mis días y mis tardes. Creo que ya me estoy
acostumbrando.
Aquellas palabras la hicieron sentirse feliz, aunque sólo fuera por
unos minutos. El camino era algo largo y muy accidentado.
—Espero que no se te haya ocurrido llevarme hasta el pueblo en esta
posición, porque si es así, mejor olvídalo.
—Iremos en bicicleta.
—¿Qué bicicleta? —preguntó, sorprendida.
—La mía —respondió al llegar a su cabaña. La bajó al suelo del porche
y dijo—: Siéntate mientras encuentro algo más apropiado para vendarte.
—No sabía que tuvieras una bicicleta.
—¿Cómo crees que traigo mis provisiones? ¿Con palomas
mensajeras?
—No había pensado en eso. ¿En dónde guardas la bicicleta?
—Bajo una lona, al lado del porche. ¿Acaso no la viste el día que me
estabas espiando?
Jackson salió de la cabaña con un frasco de desinfectante y un
botiquín de primeros auxilios.
—No tiene buen aspecto —dijo, arrodillándose frente a Laura y
lavándole la herida—. Creo que será mejor no decirle nada a tu abuela
hasta que te curen esto bien —la miró preocupado y le preguntó—: ¿Cómo
te sientes?
—Tengo frío —de hecho, Laura estaba temblando.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¡Es un shock! —exclamó Jackson—. Es una lástima que no tengas


nada más que ponerte. Tengo un suéter que te hará entrar en calor.
Jackson se dispuso a vendarle el pie y ella contempló su trabajo
admirada:
—¡Lo haces muy bien! ¿No serás un médico disfrazado?
—¡Claro que no! ¿Te duele mucho?
—En realidad no. Lo tengo entumecido.
—No por mucho tiempo. Estoy seguro de que te empezará a doler
dentro de poco, y puedo asegurarte que no sentirás ningún deseo de
bailar claque cuando lleguemos al hospital.
A Laura no le importaba el dolor. Todo merecía la pena con tal de
estar cerca de él.
—Cara bonita. Agárrate a mi cintura con fuerza —le dijo Jackson al
montar en la bicicleta—. Va a ser un viaje bastante agitado.
Partieron hacia el pueblo. Aunque estaba bien protegida por los
amplios hombros de Jackson, Laura no podía evitar sentir dolor cada vez
que pasaban sobre un bache. Cuando llegaron a la clínica, se sentía
bastante mal y tenía náuseas.
Él lo notó; no dijo nada, pero se sentó junto a Laura en la sala de
espera y la tomó de la mano con fuerza.
Laura no estaba preparada para tal emoción. Miró las manos fuertes y
bronceadas de Jackson. Su corazón dio un vuelco. Tal vez no fuera muy
amable algunas veces o no resultase fácil hablar con él, pero era el tipo de
hombre al que cualquier mujer podría entregarle su vida.
Pero, al parecer, ella no era esa mujer. De pronto las lágrimas
empezaron a fluir.
—¿Qué te sucede? —preguntó Jackson—. ¿Te duele mucho?
Ella sacudió la cabeza, sin poder hablar.
—¿Entonces? —preguntó de nuevo, acercándole un pañuelo—. ¿Acaso
también le tienes miedo a las inyecciones, cara bonita?
—¡Oh, Jackson!
—Estaré aquí contigo todo el tiempo. Puedes apretarme la mano
hasta que te suplique piedad. Mira, es muy probable que yo tenga más
miedo que tú. ¿Sabías que las mujeres son mucho más fuertes que los
hombres? Esa es la razón por la que vosotras sois las que dais a luz.
«Daría a luz a una docena de niños, si tú fueras el padre», pensó
Laura sin atreverse a expresarlo, pues sabía que esas no eran la clase de
confesiones que le gustaban a Jackson.
—¿Esa es la razón por la que no quieres enamorarte, porque tienes
temor?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Él no respondió; ni siquiera se movió. Laura evocó una ocasión en la


que visitó el rancho de unos amigos y tuvo la oportunidad de entrar en los
establos para ver a los magníficos sementales. Aquella aura salvaje que
los rodeaba era la misma que sentía al ver a Jackson.
—No sé por qué te he preguntado eso —murmuró—, en realidad es
algo que no me interesa, ni tampoco es la razón por la que estaba
llorando.
—Entonces, ¿por qué estabas llorando?
—Bueno —respondió—, quería llevarle algunas almejas a Honey Bee,
ya que le encantan, y ahora…
—¿Qué? —Jackson la interrumpió a punto de soltar una carcajada.
—Sí —insistió Laura—. De hecho, ese es su plato favorito, estaba tan
emocionada por haberlas encontrado, que no me di cuenta de dónde
ponía el pie y… —sintió deseos de llorar otra vez—… además, me siento
muy mal, sucia y…
—¡Y es verdad! Pero creo que se te puede disculpar, dadas las
circunstancias.
Por fortuna, en ese mismo momento la llamaron a la sala de
curaciones.
Cuando se reunió con Jackson, al cabo de media hora, con el pie
vendado, Laura se sentía mucho más tranquila y sonrió.
—¡Listo! —declaró—. Tengo que concertar una cita para el próximo
jueves para que me quiten los puntos y ya está. Creo que podemos irnos.
De regreso a casa, la tarde había caído. Laura abrazó a Jackson con
más fuerza; quería conservar el recuerdo de su piel porque sabía que
seguramente sería lo único que le quedaría de él. Un recuerdo para poder
sobrevivir durante el siguiente invierno.
Pero sobreviviría. Sí, regresaría a la antigua vida que había dejado
atrás, y volvería a adoptar su habitual imagen de perfección y elegancia,
con la diferencia de que nadie adivinaría que se trataba solamente de una
máscara. Con el tiempo, tal vez ella misma se riera de haber estado a
punto de perder la razón por un «amor de verano».

La herida del pie cicatrizó con rapidez, mucho más deprisa que la de
su corazón. Cuando Laura volvió de su segunda visita a la clínica, Wanda
sirvió almejas para cenar.
Para sorpresa de la joven, la cocinera le explicó que Jackson había
dejado una bolsa grande de almejas durante su ausencia.
—Qué hombre tan amable y considerado —exclamó Honey Bee al
oírlo.
«Di mejor que cobarde», pensó Laura. Jackson no se había
molestando en preguntar o ir a ver cómo se encontraba. Él sabía que su

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cita era el jueves, y había planeado su visita a la hora exacta en que sabía
que ella no estaría allí.
Más tarde, Honey Bee comentó algo más acerca de Jackson.
—¿Debo suponer que señor Connery y tú habéis superado vuestras
diferencias, cariño?
—Mmm… —Laura trató de aparentar desinterés al respecto.
—Me parece bien, porque vendrá a cenar con nosotros el sábado por
la noche.
—¿Sábado por la noche? —exclamó sorprendida, y luego, al darse
cuenta de que su reacción había sido demasiado evidente, añadió—: ¿De
verdad? No sabía que hubieras hablado con él últimamente.
—¡Sí, claro! ¿No te lo dije? Cuando vino a dejar las almejas,
coincidimos en la cocina y charlamos un rato.
—¡No, no me lo dijiste! —repuso Laura con acidez. Sabía que ni su
bisabuela ni él hablarían de frivolidades, de cosas sin interés. Por otra
parte, observó que Honey Bee no se atrevía a mirarla a los ojos—. ¿Así que
lo invitaste a cenar y aceptó sin pretexto alguno? ¡Te confieso que me
sorprende!
—Oh… bueno, esta vez no acepté su negativa y creo que él es
demasiado educado como para negarle un favor a una anciana —Honey
Bee levantó el rostro y esa vez sí miró a Laura—. ¿Estás segura de que no
te molesta que lo haya invitado, cariño?
—¿Por qué me lo preguntas? Es algo que no me interesa lo más
mínimo.
Laura fingió indiferencia y se rió de una manera tan falsa como lo
había hecho su madre.

A Honey Bee le agradaba ser una buena anfitriona. No era en


absoluto rígida con las convenciones sociales, sino muy tolerante. Sin
embargo, había algo que jamás estaría dispuesta a tolerar: que en una
cena sus invitados no se presentasen correctamente vestidos.
A Laura le encantaba esa costumbre. Sentarse a la mesa con Honey
Bee era garantía de una experiencia gastronómica. Y ese fue el pretexto
que utilizó la joven para arreglarse especialmente la noche del sábado.
Se puso falda larga y negra y una exquisita blusa de seda color marfil
que resaltaba su elegante cuello y sus delgados hombros.
El sol contribuyó a darle ese precioso tono dorado a su piel que
combinaba a la perfección con su brillante joyería. Sólo utilizó un poco de
maquillaje para los párpados y algo de rimel para sus largas pestañas.
El reloj del abuelo marcó las siete y cuarto. Después de perfumarse,
Laura se sentía perfectamente preparada para enfrentarse con Jackson,
para sentarse frente a él y dejar que la noche siguiera su curso.

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Capítulo 7
Jackson llegó puntual, a las siete y media, y lo primero que Laura
advirtió fue que se había cortado el pelo. Llevaba la misma elegante
camisa que usó la primera vez que visitó la casa de Honey Bee, pero
recién lavada y planchada. Vestía unos pantalones de corte europeo, muy
ajustados, que parecían haber sido especialmente diseñados para él.
Sus gafas sobresalían del bolsillo de su camisa. También llevaba reloj.
Ella no podía creerlo; Jackson no parecía un hombre que viviera pendiente
del tiempo.
También se había afeitado. Olía a jabón y agua pura, un aroma
encantador. Estaba tan apuesto, que Laura se preguntó si sería capaz de
resistir sin derretirse ante él.
—¡Ejem! —Honey Bee alertó a Laura con un pequeño carraspeo para
que desviara la vista.
Laura empezó a temblar.
—Hola Jackson —saludó con tono inseguro.
Honey Bee, a punto de reír a carcajadas, la rescató diciendo:
—¿Señor Connery, sería usted tan amable de servir las bebidas?
—Será un placer —respondió él y agregó—: Y por favor, llámeme
Jackson.
—A mí me gustaría un poco de jerez, pero si tú prefieres algo más
fuerte, también tengo vodka o whisky. Por favor, Jackson, ¿podrías llevar
la bandeja al jardín? ¡Hace una noche demasiado maravillosa para estar
dentro!
—¿Qué quieres beber, Laura? —por primera vez él se dirigió a ella.
«La botella entera de vodka», pensó en responder, pero sabía que si
ya le resultaba difícil controlarse en plena posesión de sus cinco sentidos,
sería un desastre si se enfrentaba a él después de haber bebido vodka.
Reprimió sus pensamientos y contestó:
—Un jerez estará bien.
Él se ocupó de las bebidas dándole oportunidad a Laura de admirar su
perfecto físico. Sintió el deseo de besarlo en el cuello para saborear su
piel.
—¡Estás impidiéndome el paso! —la voz de Jackson la devolvió a la
realidad de nuevo, y con horror, se dio cuenta de que tenía razón. Se
había quedado tan embelesada mirándolo que, al volverse, él la había
descubierto. Lo único que pudo hacer fue murmurar una disculpa y
esperar que él no se hubiera dado cuenta de su falta de control.

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Si así había sido, Jackson no mostró el menor interés en hablar de


ello. Su atención estuvo centrada casi por completo en Honey Bee. Aparte
de preguntarle a Laura por su herida, él prácticamente la ignoró.
Estaban tan enfrascados en su conversación, la cual versó desde los
temas ecológicos hasta los albergues para indigentes, que Laura pudo
observarlo de cerca sin temor alguno de que él la descubriera.
Ella habría asegurado que Jackson sería un invitado taciturno y de
modales cortantes. Incluso el frágil vaso en sus manos no iba con su
imagen; Jackson debería estar bebiendo de la botella. Sin embargo, como
de costumbre, sus reacciones eran impredecibles, y se estaba
comportando como un auténtico caballero. Honey Bee estaba mucho más
impresionada que Laura.
«¿Por qué me sorprendo?», se preguntó al mirarlo de reojo, después
de que Wanda sirviera el plato principal. Laura recordó que las reacciones
de Jackson siempre la habían sorprendido y creía que nunca dejarían de
sorprenderla.
—¿Qué pasa? —murmuró él y, acercándose a Laura, añadió—:
¿Creíste que te avergonzaría sorbiendo la sopa o utilizando el cuchillo
como tenedor?
—No sé de qué estás hablando —se defendió Laura, mirando
fijamente su plato.
—¡Mentirosa! —se burló—. ¡Estás tan sorprendida como si estuvieras
cenando con un gorila bien entrenado!
—¿Acaso estás sugiriendo que soy una esnob?
—No, cara bonita —sonrió con tranquilidad—, sólo un poquito
burguesa, que es lo que he estado intentando decirte durante todo este
tiempo.
Laura se ruborizó de inmediato. Sabía que no lo había dicho por
herirla, pero aun así, al oír la forma en que le había llamado «cara bonita»,
sintió que todo su ser se estremecía.
Si Honey Bee escuchó su conversación, no comentó nada al respecto.
Miró a Jackson con expresión tranquila y después a su biznieta. Laura
sabía que Honey Bee era muy inteligente y que rara vez se equivocaba al
hacer sus juicios. Deseaba que todo terminara de una vez por todas.
Pero parecía que su abuela no pretendía irse a la cama temprano.
—¿Fumas, Jackson? —le preguntó Honey Bee, dirigiéndose hacia una
de las sillas del patio. En los candelabros había grandes velas que daban
un toque muy especial a la noche. Wanda había dejado una bandeja con
café y brandy listos para ser servidos.
Jackson respondió, clavando la mirada en Laura y sacudiendo la
cabeza.
—Ya no, señora Cárter, me convencieron de que renunciara a ese
sucio hábito.

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Honey Bee sonrió y preguntó:


—Bueno, ¿y qué hay de la música? ¿Te gusta?
—¡Claro que sí! Me ha salvado de volverme loco en muchas
ocasiones.
«¿Por qué nunca se abre conmigo de la misma manera?», se
preguntó Laura con tristeza mientras servía el café. Honey Bee había
logrado en un par de horas lo que ella no había conseguido en todo el
tiempo que había pasado con él.
—¡Poseo una gran colección! —afirmó la anciana—. Algunos temas
son de los años treinta. Por supuesto, no es posible escuchar los originales
en los modernos aparatos estéreos, pero tengo copias en disco compacto.
¿Por qué no echas un vistazo y escoges algo? Creo que ya estamos hartas
de Mozart por hoy.
—Honey Bee —empezó a decir Laura cuando Jackson desapareció—,
si no te molesta, creo que es mejor que me retire y os deje solos, me
siento…
—¡Vamos, querida! —exclamó su bisabuela—. ¡No vas a hacer tal
cosa! Sería extremadamente grosero por tu parte y, además, si hay
alguien que debe retirarse, en ese caso soy yo, ya que mi edad no me lo
permite. ¡Pero no tú!
En ese momento, el tema Stardust, llenó la habitación con su melodía
suave y seductora. Laura pudo ver la luz de las velas reflejada en la
montura dorada de las gafas de Jackson.
—¡Una excelente elección! —exclamó Honey Bee—. Bailé esa pieza
muchas veces con mi marido, ¡hace mucho, mucho tiempo, claro!
—Pues bien —la voz de Jackson era aterciopelada. Se quitó las gafas y
las puso sobre la mesa—. ¡Tal vez no baile tan bien como su esposo,
señora Cárter, pero me sentiría muy honrado si aceptara bailar conmigo!
«Tiene ochenta y nueve años», pensó en protesta Laura. «Sus huesos
son muy frágiles, podría caerse y romperse una cadera…»
Pero Honey Bee tomó la mano de Jackson, dispuesta a aceptar su
ofrecimiento. Él la guió de manera protectora hacia el centro del patio. La
luz de las velas arrancó reflejos a los diamantes de Honey Bee, y el cabello
de Jackson adquirió un tono ocre.
Los ojos de Laura se llenaron de lágrimas, por el mismo dolor que
experimentó el primer día que vio a Jackson. En ese momento se daba
cuenta del gran vacío que había en su vida, y de que estaba cansada de
fingir que todo estaba bien. No podía evitar sentir envidia al ver a su
bisabuela al lado de Jackson.
Laura deseaba que Jackson la abrazara a ella con ese gesto protector.
Que sus ojos le sonrieran sólo a ella, del mismo modo que le sonreían en
ese mismo momento a Honey Bee. Y la razón era simple; Jackson era un
hombre muy especial para ella. Había intentado resistirse, pero no había

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tenido suficiente fuerza. El hecho era que estaba locamente enamorada


de él. Lo supo desde el principio.
Contrariada por sus propios sentimientos, Laura se volvió hacia el
jardín, lejos de la pareja. Avergonzada, se dio cuenta de que estaba celosa
de la atención y el tiempo que Jackson le brindaba a su abuela, ¡una
anciana de ochenta y nueve años!
Se sobresaltó al sentir una mano en el hombro.
—¡Baila conmigo! —le pidió Jackson.
—No puedo —repuso con debilidad—. ¿Te has olvidado de la herida
de mi pie?
—¡Tu pie está bastante bien! ¡Ni siquiera cojeas!
—Es un milagro, ya que tuve una recaída ayer.
Él se acercó a ella, inclinó la cabeza y le murmuró al oído:
—¡El único milagro que veo es que no te ha crecido la nariz por esa
mentira! ¡Estás mintiendo otra vez, cara bonita!
—Sólo un poco. ¡Pero no voy a bailar contigo!
—¡Sí lo harás! ¡Prometo no pisarte! —Al decir eso, Jackson la tomó de
la mano con firmeza y agregó—: Pero más bien, creo que lo harás por
darle el placer a tu bisabuela de verte divirtiéndote, en lugar de
permanecer en un rincón como si fueras el «patito feo».
Laura miró de reojo y se dio cuenta que Honey Bee intentaba
animarla.
—Entonces creo que no tengo más remedio —suspiró, odiándose a sí
misma.
Laura permaneció rígida en los brazos de Jackson. Cuando el ritmo
cambió, él la tomó de la cintura y la acercó hacia sí hasta que sus muslos
se movieron al unísono.
Una sonora trompeta cambió el ritmo. Laura pudo sentir que Jackson
era capaz de hacerla flotar con la música.
Se preguntó qué era lo que hacía que Jackson pareciera el epítome
del romanticismo. Pensó que tal vez fuera el efecto creado por la luna, el
murmullo del mar, o aquella melodía que hacía evocar otros tiempos,
cuando todo era más sencillo.
Él la miró. El efecto que ejercía sobre ella era devastador. Alto,
apuesto, misterioso, ¡y tan sexy! «Oh, Dios», pensó aturdida. «¡Sólo el
amor puede ser el culpable de esto!»
Jackson la miraba, se daba perfecta cuenta de lo que ella sentía.
Laura era como un libro abierto en el que podía leer a través de sus ojos.
No había nada que pudiera ocultarle, pero él, como siempre, permanecía
silencioso, lleno de secretos… o por lo menos, eso pretendía.

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Los ojos de Jackson parecían esforzarse por esconder algo. Tenía una
expresión seria, como si detestara el poder que Laura ejercía sobre él, y
que le impedía separarse de ella.
—Cierra los ojos —murmuró él y, acercándola más hacia sí, apoyó la
barbilla contra su sedoso cabello. Cuando sintió la frescura del césped bajo
sus pies, comprendió que él la había alejado de la luz de las velas.
Entonces se quitó los zapatos de tacón que llevaba y se acercó más a
Jackson, sin importarle nada en absoluto, como el hecho de que Honey
Bee pudiera estar mirándolos.
Una melodía tras otra. Eso parecía ser lo único que la ayudaba a
darse cuenta de que el tiempo seguía transcurriendo. Humo en tus ojos,
Extraños en la noche. Tenía la sensación de que aquellos compositores
habían entendido el amor mucho mejor que ella.
Jackson la dirigía con soltura y facilidad. Bailaban como si lo hubieran
estado haciendo durante toda la vida. Su comunicación era perfecta; por
primera vez parecía no haber problemas entre ellos. Bailaban al unísono.
Hasta sus corazones parecían latir con la misma frecuencia.
Bañados por la luz de la luna, Laura no podía sentir nada más que la
frescura del césped bajo los pies y, a sus espaldas, los acordes de un
clarinete…
Sabía que él iba a besarla. Esa comunicación mágica que estaba
surgiendo entre ellos era como el preludio de algo más poderoso.
Jackson deslizó una mano por su espalda hasta llegar a la nuca. Laura
levantó la cabeza, y descubrió que sus ojos estaban llenos de pasión.
Entonces la besó.
La música pareció transportarlos a otra dimensión, donde los sueños
imperaban. La manera en que la besó allí, bajo los ciruelos, la hizo sentirse
como si él hubiera tomado su alma entre las manos y la hubiera
depositado bajo el sol. Un calor benigno inundó todo su ser y Laura
comprendió que nunca nada volvería a ser igual para ella.
Sintió el aliento de Jackson cerca de una oreja. Los dos se
estremecieron al mismo tiempo, y como temiendo que la noche pudiera
separarlos, se abrazaron con más fuerza. Después, Laura sintió sobre el
cuello la humedad de su lengua. ¡Debía tratarse de un sueño! ¡No podía
controlarlo!
No podía mantenerse de pie; ya no la obedecían sus músculos. Quiso
decir algo, pero las palabras no salieron de su garganta y lo único que
pudo hacer fue emitir un débil gemido.
Entreabrió los labios. Jackson deseaba más y ella se lo ofrecía, todo lo
que él quisiera tomar. Su calor y su sabor la embriagaron; Laura parecía
derretirse poco a poco.
—Escucha —dijo él de repente y levantó el rostro.
—¿Qué? —preguntó—. No puedo escuchar nada.
—Exacto —respondió Jackson—. Ya no suena la música.

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—Pero… ¿debemos…?
—Mira, tengo muchos defectos, Laura. Pero aprovecharme de la
hospitalidad de mi anfitriona seduciendo a su biznieta en el jardín de su
propia casa es ir demasiado lejos. ¡Nunca podría traicionar la confianza de
tu bisabuela!
Laura deseó poder odiarlo por lo que acababa de hacer; deseó poder
borrar el color de su ruborizado rostro. Deseó, en pocas palabras, que él
no tuviera la razón.
—Creo que Honey Bee ya se ha retirado —suspiró melancólica.
—Aun así…
—Y creo que yo debo hacer lo mismo —lo interrumpió, molesta.
—Laura —la detuvo tomándola del hombro—, compréndelo, no es el
momento apropiado.
—¿Lo ha sido alguna vez? —preguntó ella con amargura.
—Tal vez… hace algún tiempo —respondió él, acariciándole una
mejilla.
De repente, Laura creyó comprenderlo todo. Incrédula, se alejó de él
de un salto.
—¡Estás casado! ¡Eso es lo que pasa!
—¡Demonios! ¡No! —se rió sin poder evitarlo—. No se trata de algo
tan sencillo.
Laura siempre pensó que las mujeres que se relacionaban con
hombres casados no merecían ningún tipo de miramientos si después
lloraban de decepción. Pensaba que el amor era como una subasta de
arte; el mejor postor era el que se llevaba el cuadro, y el perdedor debía
olvidarse de la prenda y buscar otra.
No, no podía esta enamorada de un hombre que legal y
emocionalmente estaba ligado a otra mujer. Se acercó otra vez a Jackson
y lo miró a los ojos:
—Es lo único que podría cambiar lo que siento por ti.
—¡Laura!
La joven pudo ver el conflicto en sus ojos; esperanza y desesperación
luchando entre sí. Pero ella tampoco había elegido enamorarse.
Después de lo de esa noche, después de haberse besado como lo
hicieron y después de la manera en que ella le había correspondido no
sólo con su cuerpo, sino con su alma y su corazón, ¿qué otra opción tenían
si no era la de enfrentarse a sus verdaderos sentimientos? Necesitaban
estar a solas, saborear el milagro que había ocurrido entre ellos sin
siquiera darse cuenta.
—Está bien —asintió Laura y lo besó con ternura—. Lo entiendo
perfectamente; lo que pasa es que estoy un poco fuera de control.

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El se volvió hacia el sendero que llevaba hasta su hogar y le dijo:


—Por favor, agradécele de mi parte a tu abuela esta deliciosa velada.
Lo habría hecho yo mismo si hubiera podido y…
—Lo sé —afirmó—. Buenas noches, Jackson.
Él se detuvo por un momento. Sus buenos modales le decían que se
retirara; sin embargo, no podía hacerlo.
—Buenas noches, Laura —al fin se despidió y empezó a caminar.
Laura se dijo que no tenía importancia. Todavía existían muchos días
y ella esperaba poder compartirlos con él.

Laura durmió como una niña con el corazón lleno de esperanza. El sol
brillaba, los pájaros cantaban, el mar era azul… tan azul como los ojos de
Jackson.
—Bueno, cariño —señaló Honey Bee al verla—. Después de todo, la
idea de la cena no fue tan mala, ¿verdad?
—¡Fue una idea estupenda! —repuso Laura, descubriendo toda su
alegría con una gran sonrisa que no podría engañar ni a un niño—: ¡De
hecho, es la mejor idea que has tenido en mucho tiempo!
—¿Debo asumir que a Jackson también le pareció bien?
—Estoy segura de ello. Me pidió que te diera las gracias por una
velada tan maravillosa. Lo habría hecho él mismo, pero no se dio cuenta
de que ya te habías retirado.
—Dudo que cualquiera de los dos se hubiera dado cuenta incluso de
un terremoto —repuso la anciana con seriedad—. Prueba esta mermelada
de melocotón que ha preparado Wanda; es una receta especial.
Laura se ruborizó un poco y sonrió.
—Sabías cómo me sentía mucho antes que yo, ¿verdad?
—Tiendo a sospechar cuando percibo hostilidad entre un hombre y
una mujer —respondió—, en especial, cuando no existe razón alguna para
ello.
—¡Creo que sería capaz de creer en milagros! —exclamó Laura
alegremente—. ¿Quiere eso decir que soy una niña ingenua?
—No lo creo —repuso Honey Bee—. ¿Y Jackson? ¿Siente lo mismo por
ti?
Laura cerró los puños y sacudió la cabeza.
—¡Así lo espero! ¡Así lo creo!
Pero durante el transcurso de ese día Laura empezó a dudarlo. No
sabía qué esperar; sentía una cierta aprensión en el corazón, algo
parecido a un presentimiento. Jackson no llamó, ni tampoco fue a la playa.
Después de comer, Laura fue hasta su cabaña, pero no había rastro
de él. Charlie se encontraba dormido durmiendo a la sombra del porche.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Laura pensó que tal vez había ido a comprar algo al pueblo. Se dijo que
esa debía de ser la razón por la que no la había llamado.
De vuelta a la casa de Honey Bee, Laura estaba nerviosa, los minutos
pasaban con lentitud. Se sintió desesperada.
—Si no te importa, querida —Honey Bee interrumpió sus
pensamientos—, creo que cenaré en mi habitación, ¡no soporto este calor!
Sin nada que la distrajera, Laura se hundió más en sus pensamientos.
¿Acaso lo que había significado una revelación para ella no significaba lo
mismo para Jackson? ¿Era posible que él dejara que transcurriera todo un
día sin siquiera llamarla?
Por un momento Laura pensó que ella era como una de aquellas
mujeres que hacían cualquier cosa con tal de no estar solas. ¿O tal vez era
demasiado ingenua?
Su falta de experiencia en cuestiones amorosa le impedía hacer
cualquier tipo de comparación.
Muchas veces se había preguntado cómo era posible que la gente se
dejara llevar por sus sentimientos para terminar siendo víctimas de ellos.
Bueno, en ese momento lo entendía mejor. Cuando el corazón se imponía
a la razón, no había muchas opciones para escoger.
—No tengo mucho apetito —respondió cuando Wanda se acercó para
anunciarle que la cena estaba lista.
—Espero que no esté enferma —observó el ama de llaves,
preocupada.
«Sólo si el amor pudiera calificarse como una enfermedad», se dijo
Laura.
—En realidad, no —contestó —supongo que es el tiempo el causante
de mi inapetencia.
—He preparado salmón con ensalada de pepinos —le informó—. Pero
si prefiere otra cosa…
«Lo que prefiero es cualquier tipo de pretexto para ir a visitar a
Jackson, cualquier cosa que me dé la oportunidad de verlo otra vez sin
tener que pasar por encima de mi orgullo…», pensó.
Wanda metió una mano en el bolsillo de su delantal y dijo:
—A propósito, el caballero olvidó esto ayer —le entregó las gafas de
Jackson—. Las encontré en la mesa del patio esta mañana. Deseaba
decírselo antes pero me olvidé. Espero no haber causado ningún
problema.
—¡No te preocupes! —exclamó Laura y su apetito mejoró de
inmediato—. Daré un paseo un poco más tarde y yo misma se las
entregaré. Después de todo, creo que me encantaría probar ese delicioso
salmón que preparaste.

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Capítulo 8
Laura esperó a que el sol desapareciera en el horizonte. Se cambió de
ropa y escogió un vestido de algodón con grandes dalias estampadas en la
parte posterior. Era ajustado en la parte superior y tenía una falda de gran
vuelo. Era suficiente para hacerla sentirse confiada y no demasiado
elegante para una ocasión informal.
Jackson había regresado. El suave sonido de una guitarra la recibió y
toda la ansiedad que Laura había padecido durante el día se desvaneció al
reconocer la melodía; se trataba de una de las piezas que habían bailado.
Él estaba sentado en el porche, apoyado contra uno de los postes.
Una guitarra de seis cuerdas descansaba sobre su regazo. Sus largos y
finos dedos arrancaban los acordes de la melodía que había estado todo el
día en su memoria.
Sin decir nada, Laura permaneció a la sombra de un árbol, detrás de
él. Jackson vestía una camisa azul y pantalones vaqueros. Su relajamiento
era tal, que parecía un sacrilegio interrumpirlo.
Sin embargo, después de algunos segundos la música se detuvo. Él
no se movió, ni siquiera se volvió hacia ella. Contemplando el azul del
mar, dijo:
—Sabía que no serías lo suficientemente sensata como para
mantenerte alejada.
Laura se dijo que, por experiencia propia, sabía muy bien que era
inútil intentar pasar desapercibida. Desde el principio había advertido que
Jackson poseía una cualidad especial para darse cuenta de la presencia de
los demás. Era como un instinto de supervivencia, como si siempre
estuviera alerta. Y no era nada sorprendente el hecho de que siguiera
resistiéndose a la atracción que ella ejercía sobre él. No era la clase de
hombre que se daba por vencido con facilidad.
Laura se acercó un poco más y le preguntó:
—¿Te gustaría que me marchara?
—¿Respetarías mi decisión si así fuera? —preguntó, resignado.
Laura no dijo nada. En lugar de eso lo miró fijamente a los ojos.
Después de algunos segundos, Jackson volvió la vista hacia el oscuro
horizonte y Laura se dio cuenta de que no se había equivocado con
respecto a él. Haciendo acopio de valor, se atrevió a decir:
—¿Crees —empezó con suavidad—… que si me rechazas ahora,
olvidaré la manera en que me besaste anoche? ¿O tal vez crees que soy
tan ingenua que no sé cómo el deseo a veces traiciona a un hombre? —
Laura se acercó todavía más y puso un dedo sobre el cuello de Jackson; su
pulso parecía haberse acelerado—. Ayer nos abrazamos estrechamente.
Sé muy bien que me deseas, Jackson… —acercó su rostro hacia él. Jackson

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

podía sentir su aliento—… pero, ¿tienes la menor idea de lo mucho que te


deseo?
Él dejó la guitarra a un lado. Las manos le temblaban un poco.
—Sabes tanto de esto como un recién nacido —dijo para luego añadir
bruscamente—: No te das cuenta de que estás jugando con fuego, o que
provocar a un hombre con un cuerpo como el tuyo es lo mismo que meter
la mano en un horno.
Ella le puso el dedo índice sobre sus labios para acallarlo.
—Tal vez no —repuso—, pero estoy segura de que entre nosotros hay
mucho más que sexo.
Él volvió la cabeza y exclamó visiblemente molesto:
—¡Demonios! ¡Para ti no existe el sentido común!
—El sentido común nada tiene que ver con lo que está pasando entre
nosotros, no más que…
—¡Escucha!
—¡No, escúchame tú! —exclamó Laura y le tomó la mano. Entonces la
colocó sobre su pecho para que él pudiera sentir la fuerza de los latidos de
su corazón—. ¡Escucha lo que realmente importa, Jackson!
Laura pudo ver que la mirada de Jackson se oscurecía. Sus perfectas
facciones revelaban su dolor. Sin poder resistirse, él le robó una caricia
tocando el suave pezón a su alcance con una ternura increíble.
Ella no pudo evitarlo. Le cubrió la mano con la suya y la apretó con
fuerza; pensó que de ese modo el dolor que él sentía disminuiría. Pero lo
que ocurrió fue que ella misma perdió el control.
Un gemido escapó de su garganta; la respuesta de Jackson fue otro
gemido, pero no de placer. Era como si estuviera haciendo un esfuerzo
enorme.
Laura inclinó la cabeza y le besó el cabello. Sus sentidos se llenaron
de su fragancia a agua pura y jabón.
—Te amo —le murmuró Laura al oído.
Jackson respondió de inmediato; con la otra mano acarició las piernas
de Laura.
La sorpresa y el placer se combinaron y la hicieron perder el aliento.
Ningún hombre la había tocado antes de esa forma. Un mar de emociones
llenaron su ser, incluso más que el día en que fue a bucear con él. Estaba
preparada para afrontar lo que fuera…
Se dijo que aquello era diferente. Ella misma lo había planeado. Sí,
era una seducción planeada. Jackson la había llamado Lorelei y había
tenido que pasar todo ese tiempo para poder entenderlo. Laura había
decidido llegar después de la puesta de sol, estaba decidida a no tolerar
interrupciones de ningún tipo ni tampoco arrepentimiento. De forma
inocente, pensó que lo tenía todo bajo control.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Con lentitud, Jackson se puso de pie. Movió una mano como


hipnotizado para delinearle la curva de las caderas; luego le levantó la
falda hasta la cintura y con violencia la acercó hacia sí.
—¿Cuánto me deseas? —murmuró él, buscando sus labios con los
suyos hasta que ella los aceptó con pasión. Después la besó.
Laura lo deseaba intensamente, con una pasión que ni ella misma
alcanzaba a comprender. Jackson la abrazó con fuerza y la joven pudo
sentir su deseo. Ella se quedó sin aliento y sus ojos se inundaron de
lágrimas de emoción.
Lo besó prometiéndole todo lo que poseía, no solo su cuerpo, sino su
alma, su corazón, su vida entera a cambio de nada. Parecía transpirar
deseo. Y él lo sabía.
Jackson la levantó en brazos, la llevó a la cabaña y cerró la puerta de
una patada. En el interior, las sombras eran más espesas.
Con extremada delicadeza, la puso en pie, le delineó la curva del
cuello con los dedos y después recorrió el mismo camino con la lengua.
Con decisión, le deslizó los delgados tirantes del vestido.
Laura estaba aterrorizada de hacer el ridículo, de desilusionarlo. Y
también de que se detuviera. La delgada tela de algodón de su vestido le
acarició la piel conforme él se lo fue quitando, exponiendo su cuerpo
desnudo a la tenue luz. Laura se encontraba frente a la barrera de lo
desconocido y no sabía cómo decírselo.
Vio que Jackson, medio en sombras, se despojaba de la camisa y
después oyó el sonido de la cremallera de sus pantalones vaqueros. Luego
las dos prendas cayeron al suelo. Antes de que pudiera asustarse más,
Laura sintió la suavidad de su cuerpo masculino contra el suyo, y
experimentó una intensa sensación de placer en la aterciopelada
oscuridad de su intimidad.
Él sabía cómo complacerla. La sábana que cubría el camastro le daba
frescor, pero sus besos la poseyeron con un fuego acumulado durante
mucho tiempo.
Laura nunca había creído tener tanta capacidad de sensibilidad. Su
cuello era un centro nervioso que mandaba señales hasta la punta de los
pies, electrizándole todo el cuerpo a su paso. Lo único que sabía era que él
la protegía y que le estaba dando justo lo que necesitaba. Cuanto más se
abrazaba a él, más certeza tenía de que todo estaba bien, de que todo lo
que estaba ocurriendo entre ellos era correcto, era el producto de su
amor.
Por un momento se olvidó de que carecía de la experiencia para
complacer a un hombre y, movida por una curiosidad que nunca antes
había experimentado, se dispuso a descubrirlo poco a poco. Nunca había
imaginado, por ejemplo, que en algunos lugares de su anatomía, la piel de
Jackson podía ser tan delicada como la de ella, o la manera que tenían
ciertos músculos de reaccionar a sus caricias. De hecho, estaba tan
abstraída contemplando y experimentando con el cuerpo de Jackson, que

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

no se dio cuenta de que él la reclamaba, hasta que sintió una caricia


íntima que casi la hizo desfallecer.
Esa vez las olas del mar no intervinieron, aunque ella estuvo a punto
de gritar para que así sucediera. Sin embargo, un minuto después, Laura
gemía deseando que no se detuviera. Sentía algo parecido a descargas
eléctricas en todo el cuerpo. De repente, una descarga se apoderó de ella,
dejándola tan indefensa como la niña pequeña a la que él se había
referido con anterioridad.
Incluso Laura, sin experiencia sexual de tipo alguno, comprendió que
los dos habían llegado a un punto en el que era imposible tratar de
regresar. De repente experimentó un breve y agudo dolor acompañado de
un titubeo por parte de Jackson.
Poseída por un sentimiento diferente, Laura se aferró a él, encantada
por la armonía de sus movimientos. Nunca podría haber imaginado que
alguna vez existiría tanta armonía entre ellos. Él era todo poder y fuerza, y
ella parecía hecha para él, como si fuera su otra mitad. Laura tenía en ese
momento todo lo que deseaba, todo lo que pudiera desear en ese
momento, ¡sí, por un momento él fue suyo!
Por desgracia, lo perdió demasiado rápido. Ella lo sintió
perfectamente. Estaba intentando buscar algo sobre la mesa, en la
oscuridad. En seguida, el fuego de una cerilla le permitió vislumbrar su
rostro, duro y lejano; al tiempo que procedía a encender la lámpara de
petróleo.
Él se volvió para mirarla y le dijo con tono acusador:
—Eras virgen, ¿verdad?
No había razón para negarlo. Con sólo mirar su rostro podía darse
cuenta de que lo había decepcionado, después de todo.
—Sí.
Él se alejó de ella, se puso de pie y se vistió con una rapidez que
añadió un toque ofensivo a su comportamiento. Un escalofrío recorrió el
cuerpo de Laura, borrando las huellas de la pasión que habían
experimentado juntos.
Ella se sentía sola, patética, inadecuada…
—¿Acaso importa? —se atrevió a preguntar con timidez.
—¡Sí que importa, y mucho! —gritó él.
—¿Por qué?
—Porque no permitiré que me responsabilices por eso.
Eso no era en absoluto lo que ella había esperado. ¿Dónde se
encontraba aquella ternura después de hacer el amor que tanto había
anhelado?
—No te estoy pidiendo que asumas la responsabilidad, Jackson. Yo
elegí venir esta noche y quedarme.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¿De verdad? —La fulminó con la mirada—. Bueno, creo que ahora
es mi turno. Voy a bajar a la playa y cuando regrese, espero que te hayas
ido. Fuera de mi casa y fuera de mi vida, ¿entiendes?
El fuerte portazo que dio al salir hizo que las delgadas paredes de la
cabaña se estremecieran y el impacto sacudió a Laura, alertándola
momentáneamente. «¿Por qué era tan terrible ser virgen?», se preguntó
con ingenuidad. Se vistió con rapidez y decidió seguirlo. ¡Esa vez no
tendría él la última palabra!
Lo encontró sentado sobre un madero mirando al océano, con
expresión de furia en los ojos. La luz de la luna hacía que la espuma del
mar pareciera una infinita línea de plata delineando el movimiento de las
olas. Y también le permitía darse cuenta del rostro endurecido de Jackson.
Estaba realmente furioso, pero ella también tenía motivos para ello.
—Has dicho lo que querías y puedo asegurarte que no volveré a tu
casa tal y como ordenaste —empezó a decir Laura en voz baja—, pero
antes de que desaparezca de tu vida, yo también tengo algunas cosas que
decir. ¿Por qué pensé que hacer el amor contigo sería una buena idea? En
este momento no lo sé, pero como adulta, soy totalmente responsable de
mis actos aunque después me arrepienta por completo. Por lo menos,
espero que te comportes con una madurez similar y no busques un chivo
expiatorio para apaciguar tu complejo de culpa, o lo que sea que te pone
en tal estado. Además —continuó tomando más aire—, siempre pensé, por
lo que he leído, que un hombre debería sentirse honrado de ser el
primero, en especial con alguien de mi edad. Basándome en eso,
encuentro absurda tu actitud.
Jackson maldijo entre dientes.
—¡No juegues a la «dama virtuosa» conmigo, Laura Mitchell! No soy
la clase de hombre que hace negocios con limosna de otros, y mucho
menos con su castidad.
Laura, enardecida, se dispuso a atacar de nuevo.
—Bueno, no tuve que obligarte a que me llevaras a tu cama, y a
menos que esté engañada, no te opusiste mucho ante la perspectiva.
—¡Qué tonto he sido! —repuso con tono cortante.
—Bueno, ¡siento mucho haberte desilusionado! ¡Achácalo a mi
inexperiencia!
Para su asombro, Laura se sintió tan terriblemente furiosa que prefirió
volverse; de inmediato sus ojos se inundaron de lágrimas. Prefería morir
antes que dejarle ver a Jackson lo mucho que la había herido.
Sin embargo, antes de que pudiera alejarse, él la alcanzó y la obligó a
volverse.
—¡No he dicho que estuviera desilusionado! —murmuró entre dientes.
—¡No tenías necesidad! Fue evidente.
Él suspiró; parecía un poco contrariado.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—Entonces, creo que tienes mucha menos experiencia de lo que


crees, Laura.
Otra vez, Laura pudo sentir el suave contacto de su piel. Recordó que
de esa forma fue como ella había perdido el control, después de todo.
—No me toques —exigió sin convicción.
—Lo haré —dijo él—, si te haces a ti misma un inmenso favor: olvida
que alguna vez me conociste.
Tenía que aceptarlo. El instinto le decía a Laura que lo mejor sería
olvidarlo todo a partir de ese mismo momento, cuando todavía algunas de
sus ideas románticas estaban intactas. Pero el comportamiento racional
era algo que pertenecía a los tiempos de antes de conocerlo.
—¿Y si no puedo olvidarte? ¿Y si no quiero? —preguntó.
—Entonces, tendré que obligarte —repuso Jackson con frialdad.
Ella podía percibir la frustración de Jackson; sabía que estaba
traspasando límites seguros. Pero también sabía que no importaba que él
intentara persuadirla de diferentes maneras; no podía retirarse y
pretender que nada había ocurrido esa noche. Jackson había cambiado
todo su mundo.
Ya no era la misma Laura Mitchell que se había despertado esa
mañana y nunca más sería la misma.
—Es demasiado tarde para hacer lo que quieres, Jackson —empezó
Laura—… y la razón por la cual es tarde… —lo que iba a decir la
sorprendió terriblemente a ella misma. Era una sensación parecida a la de
estar contemplando un río desde una elevada colina, y saber que saltar
era la única opción existente ya que la colina estaba ardiendo. Dio un
largo suspiro y terminó diciendo—: La razón es… que te amo.
—¡Demonios! —exclamó furioso—. ¡Laura Mitchell, ese es el segundo
truco en el que tampoco caeré!
—¡No puedes hacer nada al respecto! —chilló.
Con una mano, Jackson la asió del brazo y la acercó hacia sí. Sus ojos
brillaban como dos zafiros, pero con la frialdad del hielo.
—Oh, yo no diría eso —señaló él con suavidad—. Puedo decirte
muchas cosas acerca del hombre al que dices amar, que te llevarían
volando de regreso a tu mundo de perfección, sin siquiera detenerte para
decir adiós.
—Nada que puedas decir podrá cambiar mis sentimientos—insistió
ella, preguntándose por el motivo por el cual lo que debería haber sido un
momento agradable, después de hacer el amor, se había convertido en
una discusión tan violenta.
—¿De verdad? —inquirió con una voz aterciopelada—. ¿Ni siquiera si
te digo que estuve en prisión?
—¿Prisión? —repitió de un modo estúpido—. ¿Qué clase de prisión?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—Del tipo clásico, con barrotes y muros de hormigón, cara bonita. Del
tipo donde enviaron a hombres que han cometido algún delito, crímenes,
atracos… Del tipo donde los guardias siempre llevan rifles, listos para
disparar a la menor provocación, y vigilan a los hombres a todas horas,
cuando comen, cuando duermen y hasta cuando se duchan.
Él se había acercado tanto a ella que podía sentir su aliento. A la luz
de la luna, Laura podía ver delineada la perfecta silueta de Jackson a su
lado. Él le acarició una mejilla y la miró a los ojos.
—¿Todavía quieres que te bese, Laura? ¿Todavía deseas que un ex—
convicto acaricie tu suave cuerpo?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 9
Laura sacudió la cabeza.
—¡No te creo! ¡Te estás inventando todo eso para librarte de mí! ¡Sé
que te lo has inventado todo palabra por palabra! ¡Ya te conozco!
—¿De verdad? —aprisionó a Laura por la cintura con increíble fuerza
—. Dime, Laura. ¿Qué es lo que sabes exactamente?
«Que cada vez que te miro a los ojos, me siento desfallecer», deseó
decirle. «Que percibo cierta magia en el aire cada vez que estoy cerca de
ti, y que nunca antes había sentido. Que no importa que sea lógico o no;
te reconocí desde la primera vez que te vi; somos el uno para el otro y
quiero envejecer a tu lado, porque me haces creer en finales felices».
Pero Laura no pudo decir nada de eso, porque temía que fuera a
reírse de ella. Debía buscar razones más sensatas.
—Eres amable —indicó—. Y bajo esa coraza de piedra, hay una
persona que se preocupa por sus semejantes. Rescataste a Charlie,
bailaste con Honey Bee, a quien por cierto, le gustas mucho. También me
enseñaste a bucear, me ayudaste cuando me corté el pie, y… oh, ¿cómo
sé que el sol saldrá mañana, o que a la primavera le seguirá el verano?
¡No me lo preguntes, simplemente lo sé!
Laura se dijo que tal vez estaban discutiendo de una manera
demasiado apasionada, pero, ¿cómo podía usar su inteligencia con
Jackson mirándola de esa manera tan extraña?
—¡Jackson, no es gracioso! ¡Me estás haciendo daño en las muñecas!
Por favor, déjame ir.
—Eres libre —repuso él, soltándola y extendió las manos para
demostrarlo. Después, mirando hacia el horizonte, añadió—: Y es culpa
tuya si resultas herida. No has debido insistir tanto, Laura. Es lo primero
que te enseña el mundo, a ir de acuerdo con el sistema; de otro modo,
puedes salir muy mal parada —se sacudió las manos y continuó—: Ahora
veamos, creo que estabas enumerando mis virtudes, ¿verdad? Creo que
estabas exagerando un poco, ¿no es así?
—Bueno, considerando que eres tan comunicativo como una almeja…
Debo confesar que al principio creí que se trataba de mis hormonas…
—Así fue —la interrumpió—, y los dos sabemos que no debemos tener
tanta fe en ellas.
—Pero eso no fue todo, Jackson —reuniendo valor, Laura se acercó a
él y deslizó una mano por sus fuertes hombros hasta su pecho—. Después
me di cuenta de que no era una simple atracción física. Descubrí ciertas
cosas acerca de ti: que eres una persona bastante inteligente y que, en
cierto modo, aunque tratabas de esconderte bajo esa apariencia
impenetrable, no pudiste esconder tu verdadera personalidad y tus
modales delante de Honey Bee. Jackson, si en realidad eres sincero, no

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

creo que puedas negar que estamos hechos el uno para el otro. Casi
somos almas gemelas.
Él no dijo nada; parecía meditar sobre sus palabras. Y eso era mucho
más enervante para Laura que si hubiera dicho algo.
—Traté de que no ocurriera, Jackson —continuó ella—. Me dije una y
mil veces que eras el hombre equivocado, en el tiempo equivocado
también, y que si me enamoraba de ti, me romperías el corazón —suspiró
desolada—. Y ahora parece que eso fue lo único en lo que acerté.
—No —repuso inexorable—. Laura, tú misma admitiste que guardo
muchos secretos y al mismo tiempo dices respetar mi inteligencia. No la
insultes ahora intentando hacerme creer que nunca te has preguntado por
qué decidí llevar esta clase de vida —extendió un brazo y señaló el mar y
la caleta—, sin ambiciones, como la de un ermitaño, y sin el más mínimo
interés por el dinero y por todas las cosas que contribuyen al éxito de un
individuo.
Él la estaba asustando, obligándola a enfrentarse con la respuesta de
muchas cosas que Laura prefería no preguntarse por temor a encontrar
algo desagradable.
—Mucha gente está cansada de la sociedad.
—Tal vez, pero estoy seguro de que no se trata de tus amigos.
—No —repuso ella, dándole la razón—, pero tal vez por eso mismo,
soy incapaz de enamorarme de ellos. Si fuera así, esta noche no habrías
terminado haciéndole el amor a una virgen y no tendríamos esta absurda
discusión.

¿Acaso no podía ver que sus palabras lo estaban matando?, se


preguntó Jackson. Siempre se había sentido atraído por la elegancia, por el
cuerpo perfecto de Laura. Aún en medio de toda la discusión que él mismo
había causado, todavía podía disfrutar admirando su cuerpo; pero su
rostro… ¡no! No podía mirarla a la cara.
No podía enfrentarse a aquellos ojos claros, llenos de dolor, que
amenazaban con destilar toda la amargura que sentían. No podía mirar
sus suaves labios sin resistirse a la tentación de besarlos. Y sabía que
nunca había tenido el derecho de hacerlo.
Laura necesitaba un verdadero hombre, alguien capaz de brindarle
todo lo que se merecía. Pero por desgracia el mundo que él conocía era
demasiado corrupto, había soportado demasiadas traiciones y
humillaciones. Su alma estaba llena de odio y sedienta de venganza, y su
corazón demasiado destrozado para entender el amor. Y no sabía cómo
cambiarlo.
El dolor que había experimentado durante tantos años parecía querer
emerger aunado con el dolor de no poder poseerla. Por más que la
deseara, sabía que no podía hacerlo. Y ese era el verdadero castigo, el
precio a pagar, saber que la libertad que él había ansiado durante los

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

últimos cuatros años no significaba nada sin ella. Había salido de un


infierno, sólo para caer prisionero en otro.

Ella lo tomó por la barbilla y lo obligó a mirarla.


—Sé muy bien por qué estás jugando a ese estúpido juego, Jackson.
Estás intentando hacerme creer que no eres lo suficientemente bueno
para mí por que no llevas trajes de miles de dólares, o porque no posees
un Lamborghini. ¿Acaso no sabes que lo que cuenta es el hombre que hay
dentro?
Esa vez, él le sujetó la mano con fuerza y se la apartó.
—Es el hombre que llevo dentro lo que precisamente convenció a los
jueces de la necesidad de encerrarme —dijo con frialdad—. Ya es hora de
que crezcas y dejes de creer en cuentos de hadas. ¡No soy un héroe
disfrazado!
Nerviosa ante tanta vehemencia, el miedo de Laura se transformó en
pánico.
—Pero… yo pensé que…
«¿Que porque lo había besado lo habías convertido en príncipe, tal y
como Rose te dijo?», se preguntó Laura con escepticismo. ¿Acaso era
estúpida y no podía darse cuenta de que él no la amaba? ¡No, no podía
ser! Jackson era la clase de hombre que siempre salía adelante cuando las
circunstancias lo obligaban a ello.
—¡Para mí sí eres un héroe! —murmuró Laura.
Él permaneció de pie, como un ángel caído.
—¡No, no lo soy! —exclamó Jackson—. Y ya basta de intentar hacerte
la tonta pretendiendo que lo que deseas se haga realidad. Estuve en la
prisión de Stilwell. Me dejaron libre en marzo.
Laura se dijo que no podía ser. Ella siempre había sabido que era
diferente, pero no de ese modo.
—¡No, por favor! —suplicó.
—¡Sí! —su mirada era oscura como el mar, y su voz fría—. Así que
como ves, en realidad no somos «almas gemelas». Eres una mujer con
principios, Laura, llena de una inocencia que yo dudo haber poseído
alguna vez. Te mereces lo mejor, y yo tengo muchos defectos que ni
siquiera comprenderías. No puedo darte lo que necesitas ni lo que deseas.
Se quedó destrozada. ¿Era posible que Laura Mitchell, la mujer con
principios e inteligencia, hubiera hecho el amor con un ex convicto? Peor
que eso, le había entregado su corazón, había confiado en él.
Como movido por la compasión al ver lo que había provocado,
Jackson se acercó a ella, le cogió las dos manos y se las cubrió con las
suyas.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—Olvídame. Vuelve a tu ciudad, a tu galería de arte, y a tu vida llena


de felicidad.
—No estaré llena de felicidad sin ti —se estremeció, como si intentara
hacer un último esfuerzo por retenerlo.
—Lo serás si lo intentas realmente.
—¿Cómo se olvida el amor, Jackson?
Él retrocedió un paso y dijo:
—No es amor, y te darás cuenta de eso cuando pongas tu atención en
otra parte.
—Hemos compartido momentos felices. Recuerda…
—Bórralos de tu memoria, y ten siempre presente las cosas malas,
como el hecho de que soy un ex convicto.
Él estaba intentando aconsejarla para que pudiera olvidarlo. Una
razón para contradecir el mensaje que su corazón le enviaba.
—No te quiero, Laura —le dijo con calma.
Destrozada, la joven hizo un último intento por recomponer su sueño.
—¿Lo harías… —inquirió casi sollozando—… si pudieras integrarte en
la clase de vida que yo llevo, a pesar de todo lo que te ha pasado?
—¡No quiero integrarme! —exclamó furioso y añadió con tono hiriente
—: ¡Odio todo lo que tu sociedad representa, sus leyes, su hipocresía, en
fin, cada pieza de este asqueroso sistema!
—¡No! —gritó—. ¡No lo creo!
—¿Por qué no? ¿Por que hiciste el amor con un hombre que no cree
en los mismos valores que tú? ¿O por que la gente se compadecería de ti
si se diera cuenta de lo que has hecho?
—¡No tienen por qué saberlo!
—¿No? —se burló—. ¡No te engañes, cara bonita! Tarde o temprano
todo se sabría y entonces, ¿qué harías? ¿Sentirte obligada a disculparme
ante tus amigos? ¿Intentas explicarle a tu madre y a Honey Bee que en
realidad me has rehabilitado y que no corres riesgo alguno al estar
conmigo?
—¿Por qué no?
—Yo te lo diré: porque la prisión es un lugar que deja huellas en un
hombre que hacen que nunca más vuelva a ser el mismo. Aunque él
estuviera dispuesto a olvidar su pasado, la sociedad no lo está. El trauma
de haber estado en prisión nunca lo abandona.
—Estoy segura de que a la gente se le pude hacer entender…
—¡No entiendes nada, Laura! —dijo él con violencia—. ¡No me
esconderé debajo de tu falda, ni soportaré gestos de compasión! ¡Así que
llévate tu amor muy lejos! ¡Demonios! ¿Puedo ser más claro? ¡No te
quiero! ¡Vete y déjame solo!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Una oleada de pasión se apoderó de ella y, sin poder dominarse, le


dio una bofetada. Jackson permaneció imperturbable, como si nada
hubiera ocurrido. Simplemente dijo:
—Creo que ya te has convencido, ¿verdad?
Laura se alejó un poco. Sabía que fuera lo que fuera lo que ella había
deseado, él no era el hombre al que amaba; se trataba de un terrible
error.
—Sí, ya me he convencido.
La joven se dijo que era una pena que hubiera tardado tanto tiempo
en aceptar lo que debería haber aceptado desde el principio. Había
suplicado y combatido. ¡Y pensar que había criticado a Rose por sus
relaciones!
Un suspiro interrumpió el silencio. Laura no deseaba nada, quería
olvidarse cuanto antes de esa humillación. Jackson fue el primero en
hablar.
—No me has preguntado por qué me encerraron.
—¿Acaso importa? Asesinato, robo… ¿qué más da? —él le había
robado el alma, había matado su espíritu. No podía soportarlo, ni lo que le
había hecho, ni lo que ella se había hecho a sí misma—. Una vez pensé
que deseaba saberlo todo acerca de ti, pero creo que estaba equivocada.
—Y yo tenía razón —señaló él con arrepentimiento—. Desde el
principio supe que eras la clásica mujer víctima de los convencionalismos.
De las que usan vestidos negros y perlas. Ni por un momento me atreví a
pensar algo diferente —se volvió y contempló el arrecife; luego exclamó—:
Vuelve a donde perteneces, Laura, y encuentra un hombre que te
merezca, en tu sociedad.
Lo dijo como si pronunciara un insulto, como si el hombre que la
mereciera tuviera que usar corbata para hacerle el amor.
Por otra parte, Laura no podía culparlo. Él había hecho todo lo posible
por ahuyentarla; al final, fue ella quien insistió como si se tratara del
sueño de una quinceañera. Debería agradecerle la sinceridad de sus
palabras, y sobre todo que se lo hubiera informado a tiempo para poder
alejarse de él. En realidad, era como quitarse un peso de encima. ¡Sí,
realmente se sentía liberada!
Entonces, ¿por qué le resultaba tan difícil marcharse? Tenía la
sensación de que sus pies se hundían como si estuviera pisando arenas
movedizas, y no podía enfocar la vista, ya que las lágrimas le inundaban
los ojos. Al volverse, temerosa, lo único que vio fue la silueta de Jackson
recortada contra la luz de la luna. Lo único que oyó fue un chillido de
Charlie, y recordó lo que Jackson le había dicho acerca de él:
«¡Va en contra de su libertad y quedarme con él iría en contra de mis
creencias. No pienso quedarme con él ni un día más de lo necesario». En
ese momento Laura podía comprenderlo. «Un hombre tiene que tener una

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muy buena razón para hacer eso con otro ser vivo», recordaba que le
había dicho él.

A la mañana siguiente, se despertó con los ojos inflamados y


congestionados a causa del llanto. Honey Bee debió de notarlo, pero
cuando ella le dijo que tenía que volver a la ciudad lo antes posible, su
bisabuela, con gran tacto, repuso que sólo esperaba que su exposición
fuera un éxito.
Pero cuando Laura entró en la galería un día después, su socio,
Archie, fue mucho menos diplomático con ella.
—¡Tienes un aspecto realmente malo! —La saludó, estudiando su
rostro como si se tratara de una mala adquisición pictórica—. ¿Fue algo
que comiste o alguien que conociste?
—Ninguna de las dos cosas —respondió ella, negándose a profundizar
en un tema que le evocaba tan amargos recuerdos—. Creo que… soy
alérgica al sol. Además, estaba preocupada, falta muy poco tiempo para la
inauguración de la exposición de Fragonard.
Archie le sirvió una taza de café.
—No te creo ni una palabra. Sin embargo, hay infinidad de cosas
importantes de las que tenemos que hablar. Hay mucho trabajo atrasado y
yo no puedo concentrarme. El niño ha pasado una noche horrible y Molly y
yo también.
—¿Cómo está? —Laura aprovechó esa oportunidad para cambiar de
tema. Ignoraba por cuánto tiempo sería capaz de fingir, así que si existían
otras cosas que pudieran distraerla, no dudaría en tomarlas en cuenta.
—Tiene el mismo aspecto que un ángel de los que Miguel Ángel pintó
en la Capilla Sixtina, pero el encanto se desvanece cuando llora. Entonces
se parece más bien a mi suegra.
Laura pensó que su decisión había sido la correcta. Ella había creído
que nunca podría reírse otra vez, pero Archie siempre la hacía sentirse
bien.
Archie se acercó y, pasándole un brazo por los hombros, le dijo con
sinceridad:
—¿Sabes, pequeña? Si alguna vez necesitas a alguien con quien
hablar, el tío Archie es esa persona. Si necesitas ayuda para poder ordenar
ciertas cosas, yo soy tu amigo incondicional —nada más decir eso, Laura
se echó a llorar.
—Creo que estoy pasando por una crisis —intentó disculparse
mientras se enjugaba las lágrimas—. ¡Lo siento! Sé que los hombres odian
a las mujeres que lloran sin razón.
—Estoy acostumbrado —repuso él, acariciándole la cabeza de manera
paternal—. Molly se comportaba de la misma manera al principio de su
embarazo. Lloraba todo el tiempo. ¡Oye, no estoy insinuando que tú estés
embarazada!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Laura se dijo que esa suposición era sencillamente absurda. Ella no


era la clase de mujer que cometería ese tipo de error. Todo el mundo lo
sabía.
Sólo que había un pequeño detalle: ya no era virgen… ¿Acaso existía
la posibilidad de que se hubiera quedado embarazada?
Durante las dos siguientes semanas dedicó todo su tiempo a
organizar la exposición que se llevaría a cabo muy pronto.
Se mantuvo constantemente ocupada, compró nuevos marcos, lo
preparó todo para la inauguración, invitó a compradores, críticos, en fin,
hizo todo lo posible por olvidarse de Jackson Connery.
Pero al anochecer, las pocas horas de sueño que tenía, las pasaba
evocando los momentos felices que había pasado con él. Podía escuchar
en sueños su varonil voz y admirar el azul profundo de sus ojos, para
después despertarse desesperanzada y solitaria.
A pesar de lo ocupada que estaba, los días pasaban con lentitud. Él se
había marchado por completo de su vida y no le quedaba nada excepto un
gran vacío que le había destrozado el corazón. A menos que…
«No es posible, las mujeres no se quedan embarazadas la primera
vez que hacen el amor, las probabilidades son casi nulas. Y… si fuera
verdad… ¿Qué le diría a los demás? ¿Qué le diría a Rose o a Bee?»,
pensaba asustada.
Transcurrieron dos semanas y después tres. Ella marcaba los días en
el calendario; desde su última menstruación había pasado ya más de un
mes. Empezó a preocuparse.
Archie se dio cuenta de que sucedía algo extraño.
—Tienes ojeras, chiquilla—le comentó una mañana—. Hay dos
opciones, intenta distraerte con algo más o intenta descansar bien por la
noche.
—Buena recomendación —asintió Laura. Pero no podía llevar a cabo
lo que él le sugería. Era demasiado orgullosa como para aceptar que la
razón de su sufrimiento era un hombre. No podía dormir bien y había
perdido el apetito.
—Si eso es lo que entiendes por comer… —la criticó un día Archie al
ver que sólo comía un yoghurt de limón—… creo que esa es la razón por la
que has pasado de ser esbelta a flacucha.
Eso también le recordó el comentario que había hecho Jackson al
verla desnuda. Por otra parte, existía la posibilidad de que llevase en sus
entrañas a su hijo, ¿un niño, una niña?… Sería el hijo de un ex convicto.
¿Quién podía saber la clase de delitos que había cometido?
Laura había cambiado de la noche a la mañana. La nueva Laura, que
ya no tenía tanta confianza en sí misma, prefería escuchar a su corazón y
no a la razón.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Se dijo que Jackson Connery no podía ser un hombre malvado. ¿Cómo


una persona que había sido tan amable con una anciana y se había
apiadado de una pobre e indefensa cría podría ser malvada?
Él le había pedido que utilizase la razón, que aceptara los hechos de
la vida y dejara de creer en cuentos de hadas. Pero era inútil. A pesar de
todas sus advertencias, lo amaba. Y no tenía la menor duda de que
también amaría a su hijo. ¿Sería verdad?
Meditó sobre ello durante varios días. Llegó a la conclusión que sólo
había una manera de resolverlo. Tal vez la enviaría de regreso, alegando
que él no tenía ninguna responsabilidad en una aventura que ella misma
se había buscado; tendría que arriesgarse a eso. Pero algo estaba muy
claro: tendría que decírselo. No para atraparlo, nadie pensaría en atrapar a
alguien como él; sencillamente él era el padre y tenía derecho a saberlo.
Y tal vez al saberlo, toda esa ternura que él poseía y que tanto temía
mostrar saldría a flote y lo ayudara a cambiar su vida y la forma en que se
sentía.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 10
Laura voló hacia la caleta Cárter el viernes siguiente. Honey Bee
estaba encantada con la sorpresa y también muy impresionada por su
aspecto.
—¿Sólo el fin de semana? —La amonestó cuando Laura le explicó que
se trataba de una visita corta—. Querida, si valoraras un poco más tu
salud, te quedarías más días.
—¡Es imposible! —dijo Laura—. La exposición empieza a fin de mes y
todavía no hemos terminado con los preparativos.
—¿Por qué no contratas a algún ayudante?
«Porque eso me permitiría pensar más en mis problemas
personales».
—A estas alturas, una persona nueva complicaría más las cosas —
explicó e intentó cambiar de tema—. ¿Piensas venir a la ciudad para la
inauguración?
—¡Claro, no me la perdería por nada del mundo! —repuso mientras le
servía una taza de chocolate—. ¡Creo que será algo memorable!
Laura se dispuso a visitar a Jackson vestida con unos pantalones de
ante y una capa que hacía juego. Era temprano y una brisa otoñal jugaba
con su cabello, pero también arrastraba grandes nubarrones sobre el mar.
No podía fijar su atención en nada más que en su entrevista con Jackson.
Estaba aterrorizada sólo de pensar en la forma en que él la recibiría.
Jackson había rehusado responsabilizarse de su amor ni de su virginidad.
¿Sería realmente diferente si ella le hablaba de un niño?
Pero al llegar a la cabaña, se dio cuenta que sus temores eran
infundados. La cabaña estaba vacía. Reinaba un olor a desolación.
Pequeñas telarañas habían empezado a formarse en las esquinas del
porche. Sabía que era inútil llamar a la puerta porque nadie respondería.
La bicicleta y la manta con que la cubría no estaban. No había nada de
Jackson, excepto un trozo de jabón rosa que había dejado en un
recipiente.
Ella lo recogió y trató de oler el poco aroma que quedaba. Sólo por un
momento, logró evocar imágenes de Jackson. Pudo ver otra vez sus
perfectas facciones y el azul intenso de sus pupilas. Casi pudo sentir su
fresco aroma junto a ella y después saboreó uno de sus besos. El viento
parecía susurrar: «Hiciste que te amara, Jackson».
Después pasó la magia, y al parpadear, Laura se dio cuenta de que
estaba llorando. En todas las imágenes que se había formado acerca de su
regreso, Jackson siempre estaba presente. Por otra parte, no tenía la
menor idea del lugar donde él pudiera encontrarse. Podría estar en
cualquier lugar del mundo, México, el Tibet, la Antártida… A Jackson no le

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

importaría, con tal de estar lejos de cualquier cosa que pudiera significar
alguna atadura.
Enjugándose las lágrimas, se preguntó qué habría pasado con Charlie.
¿Jackson le habría enseñado a sobrevivir antes de abandonarlo?
Laura se ajustó la capa y se preparó para irse. No había nada allí que
fuera de su interés y el viento había arreciado.

Laura regresó a la ciudad el lunes por la mañana, y el siguiente


jueves fue a ver al ginecólogo.
—Bueno —señaló el médico—; usted no está embarazada, señorita.
Eso no era lo que Laura deseaba oír y alegó:
—Pero tengo que estarlo. Tengo todos los síntomas.
—¡No! —repuso él con firmeza—. ¡Usted presenta todos los síntomas
de una mujer joven bajo presión que se niega a cuidar de su propia salud!
La presión sanguínea es baja, tiene algo de anemia y podría asegurar que
se encuentra usted en una etapa desgraciada de su vida, pero no soy
psicólogo. Sin embargo, una cosa es cierta: no está usted embarazada.
Se sentía tan contrariada, que ni siquiera recordaba haber bajado en
el ascensor. De repente se encontró rodeada por el ruido de la calle, entre
miles de personas y automóviles.
¡No podía ser! ¡Tenía que estar equivocado! Un hijo era lo único que
pensaba iba a quedarle de Jackson. Pero el médico tenía razón, no sólo
acerca de su embarazo sino también acerca de su estado de salud.
Después de una semana, la intensidad de su sufrimiento había empezado
a originar los correspondientes síntomas físicos.
De nada le servía repetirse una y otra vez que su ruptura fue lo mejor
que había podido ocurrirle en su relación con Jackson, que él no era un
hombre fácil de manipular o cambiar. Y no podía importarle menos que la
gente se sorprendiera por sus pocas ortodoxas costumbres.
Pero no podía dejar de preguntarse si habrían tenido un final diferente
las cosas, si él le hubiera dicho desde un principio que era un ex convicto.
No le importaba, ella lo amaba de todas maneras. Tal vez él no había
creído realmente en su amor.
Nunca lo sabría. Sintiéndose más deprimida que nunca, Laura trabajó
duro en su exposición, prometiéndose que todo sería un éxito a pesar de
que su vida personal se encontrara destrozada.
Ella intentó olvidarlo con todas sus fuerzas, pero sin resultado alguno.
Las noches eran interminables y la falta de sueño no tardó en verse
reflejada en su rostro.
—¡Pequeña! —exclamó Archie dos días antes de la inauguración—.
¡Pareces a punto de morir! ¡Haznos un favor, te lo suplico, no vayas de
negro el viernes! ¡No queremos que la gente piense que estamos en un
entierro!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Laura se dijo que tenía razón.


—¿Crees que podrás arreglártelas sin mí durante el resto de la tarde?
—le preguntó a Archie la mañana antes de la inauguración—. Creo que
voy a ir de compras y después al salón de belleza.
—¿Me abandonas en una hora como ésta? —bromeó Archie y luego
añadió—: ¿Qué puedo hacer si se cae el techo? ¿Dónde puedo
encontrarte?
—Hay suficiente champán en la nevera. Abre una botella y relájate.
Volveré con suficiente tiempo como para encargarme de cualquier
problema de última hora.
—¿Laura? —dijo él antes de que ella abriera la puerta—. Olvídate de
la galería durante las próximas horas y pásatelo bien —la abrazó y añadió
—: No creas que no me he dado cuenta de lo duro que has trabajado los
últimos días.
—Creo que lo haré —repuso ella—. Me ayudará a relajarme un poco.
Pero no sucedió tal cosa, ya que cuando estaba recibiendo un
tratamiento completo de belleza, su madre entró en el salón.
—¡Emilio me dijo que estabas aquí, querida! Parece que el único lugar
donde puedo hablar con mi hija sin que huya de mí es el salón de belleza.
—No puedo hablar —murmuró Laura.
—Bueno, yo sí —le aseguró Rose—. Recibí tu invitación, y por eso he
venido. No me gustaría que te sintieras avergonzada de mí delante de tus
clientes importantes.
—¡No seas absurda, Rose!
—Eres tan perfecta, Laura. Siempre tan segura de ti misma. ¿Crees
que no me doy cuenta de que me miras con desprecio? ¿Acaso no te
importa lo mucho que me afecta el desprecio de mi única hija?
—¡Madre… no creo que este sea el lugar ni el momento para hablar
de esto!
—¡Siempre es así! —respondió Rose mientras encendía un cigarrillo—.
¡No tener a nadie cerca es un infierno! Vivo con el temor constante de que
algo pueda pasarme en mi apartamento. ¡Nadie se enteraría! ¡Pero como
tú estás tan ocupada siendo famosa…! —Rose rió con ligereza antes de
continuar—: Ya sé lo que estás pensando. Hace mucho tiempo que tu
padre murió y yo nunca intenté acercarme a ti… Lo que pasa es que me
gustaría que fueras un poco más comprensiva. Yo necesito a alguien que
me apoye, siempre ha sido así, y al morir tu padre, no creí que una niña
de ocho años pudiera darme el apoyo que necesitaba. ¡No te culpo,
querida! ¡Sólo me gustaría que no estuvieras tan alejada de mí y, tal vez,
si llegamos a conocernos mejor, que pudiéramos ser buenas amigas!
—Madre —Laura casi no podía hablar; sentía un fuerte dolor en el
pecho. ¡Qué fácil era criticar los errores de los otros con dureza, y no
darse cuenta de los propios! Se sintió como una niña pequeña que
necesitaba el consuelo que sólo una madre podía brindarle.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Rose rió con amargura y añadió:


—Creo que Emilio ya está listo para arreglarme el cabello, así que ya
no te quitaré más tiempo. No sé por qué te he dicho todo esto. En realidad
lo único que quería era desearte suerte, por si no puedo hablar contigo
más tarde. ¡Estoy segura de que todo va a salir a la perfección, como
siempre!
Laura oyó los tacones de Rose sobre el suelo de mármol.
—¡Mamá, no te vayas!
—¡Cielos, Laura, estás llorando! ¡No lo hagas, querida! ¡Estás
estropeando la mascarilla! Y no te preocupes. No pienso avergonzarte esta
noche presentándome con algún tipo peculiar. Voy a ir yo sola.
—¡No estarás sola! ¡Honey Bee y yo estaremos contigo!
—¡Claro, Honey Bee siempre está contigo!
Laura tenía los ojos inundados de lágrimas. ¡Toda una vida criticando
a su madre, y nunca se había dado cuenta de lo sola que se sentía!
—Pero tú eres mi madre —dijo ella a punto de sollozar—, y no creo
que pudiera estar sola esta noche sin ti.
—Oh, querida. ¿Te sientes bien?

Desde que se abrió la galería esa tarde, a las siete de la noche, una
sucesión de coches de todos los tipos recorrió la avenida para detenerse
frente al local.
Desde el balcón de la galería, Laura y Archie miraban cómo sus
invitados se agolpaban frente a la entrada.
La joven pensó que muy bien podría haberse tratado de una escena
pictórica de Renoir. Mujeres elegantemente vestidas paseaban por el
salón admirando los cuadros que habían sido colgados en lugares bastante
estratégicos.
—¡Todo un éxito, pequeña! —exclamó Archie, arreglándose la corbata
por quinta vez—. Los periódicos de Los Ángeles y Chicago publicarán
artículos, además de los periódicos locales. ¡Y echa un vistazo a los trajes
y a la joyería que deambulan allí abajo!
—Basta, Archie —murmuró con discreción—, estás delante de la
televisión.
—Tienes razón —repuso él al darse cuenta de que una cámara seguía
sus movimientos—. ¡Todo está maravilloso, las flores, la plata sobre la
mesa, y por supuesto, tú! ¿Es ese tu nuevo vestido?
—Sí. ¿Te gusta?
—¡Claro! Lo que no me puedo imaginar es cómo encontraste tiempo
para ir de compras.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¡Casi llego tarde! —repuso. Rose y ella habían ido a tomar un café
juntas tratando de recuperar ¡casi veinte años perdidos! Laura no sabía
qué le había causado más impresión, si las confesiones tan íntimas que
hizo a Rose, o la manera en que ella las acogió, con absoluto respeto e
interés.
—Me duele que te haya herido, querida. Pero a la vez te estoy
agradecida por su sinceridad y, porque de otra forma, no estaríamos
charlando en este momento. Y en cuanto al amor a primera vista, no creas
que no existe, lo que pasa es que la gente muy pocas veces escucha a su
corazón.
—¿Es eso lo que te sucedió a ti, madre?
Rose suspiró y asintió.
—Con tu padre sí. A él no le interesaba acumular dinero ni ser
famoso. Por eso nos separamos siendo tú aún muy pequeña. Cuando me
di cuenta de que él era el único hombre que contaba realmente para mí,
ya se había marchado a la expedición del Himalaya, donde murió. Y desde
entonces he estado buscando a alguien que se le parezca.
La gratitud de su madre al ser solicitada como asesora para comprar
su nuevo vestido, hizo que Laura se sintiera muy arrepentida de los años
que había desperdiciado sin su compañía. Era como Jackson le había
dicho; se preocupaba demasiado por el exterior de las personas y se
olvidaba del interior.
—Querida —le había dicho Rose—. Ese vestido destaca todo lo que
hay que destacar en ti. En especial esos ojos Cárter que heredaste y que
siempre he envidiado. Estás muy elegante, Laura. En realidad, estás
preciosa.
Era un vestido muy bonito. Bastante ajustado, cubierto de miles de
cuentas, que brillaban con el movimiento.
—Elegante está bien, mamá, pero «preciosa»… ¡no lo creo!
—¡Vamos Laura, sabes muy bien que posees esa elegancia propia de
las mujeres delgadas! Y también el cuerpo en el que piensan los
diseñadores cuando lanzan sus creaciones.
Laura contempló su imagen con los pendientes de esmeraldas que
Honey Bee le regaló cuando cumplió veintiún años.
—Laura, ¿no es esa tu bisabuela? —Archie llamó su atención
señalándole a Honey Bee, que estaba espléndida con su vestido de
terciopelo negro, contrastando con sus carísimos diamantes. Pero no fue
eso lo que más la impresionó; Laura había creído ver a Jackson entre el
grupo que acompañaba a su abuela.
Se dijo que muy bien podía haber sido un efecto causado por el
reflejo de alguna de las luces, pero tenía que cerciorarse. ¡Tenía que ir a
ver si se trataba de él!
Se disculpó de inmediato y se dirigió a su oficina, desde donde podía
contemplar casi toda la sala de exposición. Al lado de Honey Bee había un

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hombre pero, aunque era muy bien parecido, no podía tratarse de Jackson.
Debía de tener más de sesenta años de edad.
¡Tal vez había bebido demasiado! Desilusionada, estuvo a punto de
romper el cristal de su escritorio debido a la fuerza con la que dejó su
vaso.
¡No podía ser! ¡Justo cuando pensaba que ya se estaba reponiendo y
haciéndose con las riendas de su vida otra vez, un hombre que se parecía
físicamente a Jackson volvía a desequilibrarla de nuevo! Se enjugó algunas
lágrimas que escaparon de sus ojos.
En ese momento, la puerta se abrió. Era Archie.
—Siento interrumpirte, querida. Pero creo que debemos salir. Los
primeros visitantes están a punto de terminar de ver la exposición.
Recuerda que son clientes potenciales.
—¡Claro! —repuso Laura—. ¿Todavía está mi madre esperando?
—No. Ha ido a saludar a tu bisabuela, pero hay un hombre que insiste
en hablar contigo. Está interesado en algo. Me dijo que ya había hecho
tratos contigo con anterioridad, pero no recuerdo su rostro.
—¿Cómo se llama?
—Johnson… ¡no, no! —Sacó una tarjeta del bolsillo y leyó el nombre
—: Jackson Connery…
La noticia se mezcló con la música de Paganini que en ese momento
se escuchaba en la sala. Sólo para cerciorarse, Laura, al borde del
desmayo, dijo:
—¡No, debes de estar equivocado, Archie! El único Jackson Connery
que conozco es la última persona que esperaría encontrar aquí.
—¡Pues prepárate para la sorpresa, querida! —exclamó Archie,
tomándola del brazo—. No sólo está aquí. También parece ansioso por
hablar contigo.

Laura era consciente de las cabezas que se volvieron para


observarlos mientras bajaban por la escalinata. Pero no podía distinguir a
Jackson. De repente, casi se le salió el corazón del pecho al descubrirlo. Se
había cortado el pelo a la perfección y lucía un maravilloso bronceado.
Jackson despedía un magnetismo tal, que la multitud se abrió paso ante
Laura para que pudiera dirigirse directamente a él.
—¡Vaya! —exclamó Archie al darse cuenta de la situación—. Creo que
no son necesarias las presentaciones.
Jackson inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y Archie tuvo
que irse y empezar a hablar con otros invitados. Jackson iba vestido con
un traje de corte impecable.
¡Estaba allí! ¡Su adorado rebelde! ¡Al alcance de su mano y, al mismo
tiempo, tan distante!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¿Cómo supiste dónde encontrarme? —fue lo único que logró decir.


—¡Sé como arreglármelas! —dijo al tiempo que se acercaba a ella.
Poco a poco, todo a su alrededor fue dejando de tener importancia.
No podía escuchar ni ver a nadie más que a él. El fresco aroma que
despedía le recordaba la naturaleza que tanto amaba. Sabiendo que sus
ojos revelaban su profunda pasión, bajó la vista. Pudo ver los
resplandecientes zapatos de Jackson.
—¿Por qué has venido? —le preguntó Laura con timidez, atreviéndose
a mirarlo por un momento.
—¡Porque odio dejar mis negocios sin terminar! ¡Y creo que tú y yo
tenemos uno pendiente! ¿A qué hora saldrás de aquí? —le preguntó
Jackson, molesto en medio de aquella multitud.
Laura nunca había esperado encontrarse con Jackson en una sala de
arte, rodeados de conocidos y clientes. Recordó la razón por la que estaba
allí y repuso:
—¡No muy pronto! ¡Me temo que estoy trabajando!
Jackson tomó una copa de champán que un camarero le ofreció y,
después de darle un rápido trago, declaró:
—¡Tendrá que ser mucho antes, Laura! ¡No soy un hombre muy
paciente!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 11
Ni paciente, ni razonable! ¿Se suponía que el mundo entero debía
marchar a su ritmo? ¿O simplemente se trataba de su obsesión de
mantener a la gente pendiente de él? Porque si se refería a cuentas
pendientes, Laura tenía algunas también.
Para empezar, él había criticado duramente su estilo de vida.
¿Entonces qué estaba haciendo al acudir a un lugar lleno de personas que
él decía odiar? Por otra parte, ¿cómo había entrado sin invitación?
¡Pretendía no saber nada acerca de modas, pero ciertamente había sabido
qué vestuario elegir para semejante ocasión!
—¿Y se supone que yo debo estar dispuesta a poner en peligro una
exposición a la que he dedicado meses, simplemente porque tú apareces
sin invitación y quieres que así sea? ¡Han pasado casi dos meses! ¿Por qué
tienes tanta prisa ahora?
—Te he echado de menos —bajó la mirada por un momento. Luego la
miró con tal deseo en los ojos, que parecía estar haciéndole el amor en
medio de la habitación.
—¿De verdad? —inquirió ella con ironía—. ¡Pues déjame decirte que
yo he pasado los dos meses más miserables de mi vida, y no creo estar
tan segura de querer volver a verte! ¡Creo que he encontrado la felicidad!
—¡Ah sí! ¿Qué clase de felicidad? —la interrumpió.
—¡La que proviene de vivir dedicada a mi profesión, sin aventuras
peligrosas!
—¡No creo que exista un mundo semejante!
—Oh sí, ¡claro que existe! —respondió de inmediato—. ¡Y yo soy una
prueba viviente de ello! ¡Una virgen recatada que es feliz viviendo en su
mundo de perlas y vestidos negros! ¿Recuerdas?
Jackson se acercó a ella y le tocó los pendientes de esmeralda.
—Estos pendientes no son de perlas —murmuró—. Son de
esmeraldas, tan llenas de fuego como tus ojos, y te quedan mucho mejor.
Incluso ese pequeño contacto hizo que Laura se estremeciera
íntimamente.
—¡No me toques! —chilló.
—Laura, creo que soy culpable de muchas cosas, pero me estás
tratando como si te hubiera pegado. Muchas veces agotaste mi paciencia,
pero nunca pensé en hacer algo así. Pensé que eras una mujer demasiado
delicada para saciar los apetitos de un hombre con un pasado como el
mío.
—¿Saciar tus apetitos? —repitió incrédula—. ¿Por qué no vas
directamente al grano y me llamas prostituta?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—Baja la voz, cara bonita —sugirió él—. Recuerda que estamos entre
tus invitados. Ni por un momento he pensado que tú eras una mujer,
ejem, de vida licenciosa.
A pesar de que lo que había dicho era bastante gracioso, Laura
repuso con seriedad:
—Casi lograste destruirme. ¡Pero puedo asegurarte que eso nunca
volverá a ocurrir!
—¡No, no volverá a ocurrir! ¡Porque ahora tienes una clara visión que,
hasta hace poco, yo no tenía! ¡Eres una mujer inteligente que sabe lo que
quiere!
—¿Es esa la razón por la que estás aquí, Jackson? —preguntó Laura
con ironía—. ¿Por que respetas mi consejo profesional y deseas adquirir
alguna pieza de arte?
—¡Sabes muy bien que no es así! —gruñó él—. ¡Estoy aquí porque
somos como una pintura sin terminar, y no me daré por vencido hasta que
vea la última pincelada! ¡Estos son mis términos, así que creo que será
mejor que aceptes!
Laura pensó que ése era precisamente el problema, que desde que se
conocieron todo había transcurrido bajo sus términos y sus condiciones. El
corazón le dio un vuelco, pero no quiso ceder con tanta rapidez.
—En ese caso, te doy una cita para la semana que viene; tal vez
pueda recibirte si no tengo cosas más importantes que hacer.
—¡De eso, nada! —repuso él—. ¡Ya te lo he dicho, no me iré de aquí
hasta que tú y yo hayamos arreglado nuestras diferencias!
Laura pensó que parecía mucho más decidido y arrogante que antes.
—Entonces aguarda aquí, hasta que te salgan raíces —declaró Laura
y añadió—: Pero resígnate a perder mi compañía. Hay otras personas que
desean hablar conmigo. ¡Y deja de llamarme «cara bonita»! Laura se alejó;
le parecía que las cuentas de su vestido le aplaudían con su rumor. De
inmediato, otros invitados se acercaron para intercambiar opiniones con
ella. ¡La exposición estaba resultando todo un éxito!
—¡Una exposición impresionante, querida…!
—¡Estamos encantados con la acuarela que hay al pie de la
escalera…!
—¿Podrías enviarnos otro catálogo? A nuestra hija le encanta el arte…
Las siguientes horas pasaron con rapidez. Laura, como la experta que
era, tenía las respuestas adecuadas para cada uno de sus invitados y
clientes. Eso duró hasta que los Mclntyre llegaron. Charles Mclntyre era un
destacado hombre de negocios que había trabajado duro para lograr su
posición, pero Margery, su esposa, respondía al clásico modelo de «nueva
rica», y era bastante vulgar y maleducada.

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—¡Es una noche maravillosa! —comentó Charles—. ¡Nos gustaría


visitar la galería cuando no haya tanta gente! A propósito, Laura, me ha
gustado que incluyeras a Jackson Connery en la lista de invitados.
—Bueno… naturalmente —respondió Laura bastante sorprendida.
Para su sorpresa, al mirar a su alrededor, había descubierto a Jackson
rodeado de varias personalidades bastante conocidas. Resultaba evidente
que él también era bastante conocido.
Charles Mclntyre continuó hablando:
—He oído rumores acerca de que piensa ponerse al frente del negocio
otra vez. ¡Ya era hora!
Por desgracia, Margery Mclntyre no tenía los mismos modales que su
marido. Varias personas empezaban a volverse curiosos por descubrir de
dónde provenía aquella voz tan chillona.
—Pero, Charles, ¿no es ese el hombre que fue enviado a prisión por
un escándalo en el mercado de valores?
—Por desgracia sí, Margery, y fue una verdadera pena. ¿No lo crees
así, Laura?
—Desde luego —murmuró Laura, recordando las palabras de Jackson:
«No quiero que me justifiques ante tus amigos». «No deseo la lástima de
los demás». Aun así, respondió al comentario de Margery:
—Pero como eso ya pasó, no veo que tenga sentido desenterrar el
pasado.
—¡Pero, querida! —objetó Margery—. ¡Creo que no es la clase de
hombre con el que me gustaría casar a mi hija! ¡Si entiendes lo que quiero
decir!
—¡No! —exclamó, molesta—. ¡En realidad no la entiendo, señora
Mclntyre!
Otra mujer intervino a favor de Margery y le explicó:
—Déjame decírtelo de este modo: A mí no me gustaría que se hiciera
cargo de mi capital.
—¡Ni de nada que fuera mío! —añadió Margery.
—¡Margery, basta ya! —Charles Mclntyre se había sonrojado. Estaba
muy avergonzado y parecía deseoso de retirarse para no tener que
soportar los comentarios ignorantes de su esposa—. Jackson Connery es
todo un caballero y un gran hombre de negocios. Yo le confiaría mis
inversiones en cualquier momento. Es una lástima que tanto la familia
Connery como los Kilbourne hayan arruinado su reputación sólo porque
sus socios no supieron conducirse con honradez. El hecho de que uno de
ellos permitiera que su sobrino asumiera toda la responsabilidad fue un
verdadero crimen. Y si Jackson Connery puede reponerse de esa mala
jugada, entonces será mucho mejor porque solamente una persona con su
integridad puede hacer subir a la compañía otra vez —y a continuación,
tomó la mano de Laura y se despidió—: Querida, volveremos otro día.

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Estamos interesados en varias pinturas, pero no disponemos de mucho


tiempo. ¡Vamos, Margery!
Laura los siguió con la mirada. En ese momento, sabía algo más de
Jackson, pero no lo suficiente. Por otro lado, era un alivio ver irse a la
señora Mclntyre.
Se dijo que Jackson tenía razón cuando le habló del estigma que
suponía para un hombre haber estado en prisión. También le había
advertido de la manera en que ella trataría de disculparlo ante los demás.
De hecho, había tenido razón en todo. Pero Laura no podía imaginarse el
motivo que él había podido tener para ir a verla a ese lugar. ¿Sobre qué
tema podría Jackson desear hablar con ella? ¿De su infortunado amor?
Laura se acercó a los James Margetsons con la esperanza de realizar
una venta segura. Jackson no la perdía de vista ni un minuto. Incluso Tom
Robinson estaba admirado, ya que nunca había visto que una mujer
pudiera llamar la atención de Jackson de esa forma… Tom era un conocido
hombre de negocios y le había ofrecido un proyecto bastante interesante.
Resultaba evidente que Jackson estaba pendiente de Laura. El
movimiento de sus caderas, así como el resto de su cuerpo, eran
irresistibles. Y los ojos de Jackson parecían lanzar chispas, chispas de furia.
No le había sorprendido la reacción de Laura. En ningún momento
había pensado que ella se lanzaría a sus brazos al verlo en la galería. De
hecho, eso le habría molestado. Sí, su mujer no era alguien que dejara que
un hombre la pisoteara y después le diera las gracias. No había la menor
duda, sabía que no iba a ser fácil recobrarla, pero él ya había sufrido y no
le importaría hacerlo otra vez.
—¿Qué dices, Jackson?
—Que merece la pena soportar todos sus agravios.
—¿Cómo? —Tom Robinson estaba confundido—. No te he entendido
bien, Jack.
—Tal vez otro día, Tom. Esta noche tengo algo muy importante que
hacer —explicó Jackson al ver que Archie tomaba a Laura de los hombros
de una manera demasiado «amistosa» para su gusto.
—Así lo espero, Jack. Tal vez podríamos vernos la próxima semana.
—Seguro —respondió—, pero creo que es justo advertirte que no
estoy buscando socios externos. Pretendo mantener la compañía en
familia.
—¡Pero si no tienes familia! —señaló Tom.
Jackson contempló a Laura extasiado. Desde su breve cintura, hasta
las bien formadas pantorrillas que asomaban por debajo de su vestido.
—Dame tiempo, amigo, dame tiempo —murmuró.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Y como solía ocurrir, cuando algunas parejas empezaron a retirarse,


una buena cantidad de personas decidió hacerlo también. Laura se
encontraba en la puerta, despidiendo a toda una multitud.
Mientras hablaba con otros hombres de negocios, Jackson se las
arreglaba para no perder de vista a Laura.
La joven sonrió a todos y cada uno de sus invitados hasta que sintió
dolorido el rostro. Deseaba desesperadamente que todos se marcharan
para después hacerlo ella.
Quedaba aproximadamente una docena de personas cuando Rose se
acercó a Laura y le preguntó:
—¿Va todo bien, querida? —miró hacia donde Jackson se encontraba
charlando con Wallis Roscoe, uno de los más respetados banqueros de la
ciudad y su esposa—… Quiero decir, podemos echarlos si así lo deseas. No
pareces precisamente muy feliz de verlo aquí.
—¡No interfieras, Rose! —exclamó Honey Bee acercándose a ellas—.
¡Las cosas nunca han salido mejor!
—Ignoro cuánto sabes acerca de ese hombre —explicó Rose—. Pero
yo opino que necesita dar algunas explicaciones. Además, a juzgar por la
expresión de Laura, parece que no ha tenido mucho éxito.
—Yo confío absolutamente en él. Esa es la razón por la que está a
cargo de todas mis inversiones.
—¡No estoy hablando del señor Roscoe! —la interrumpió Rose.
—¡Yo tampoco! —explicó Honey Bee.
—¡No puedes estar diciendo que le has confiado toda la fortuna de la
familia a Jackson Connery! ¡Sabes que su pasado no es muy limpio!
—Nadie es perfecto, Rose. Todos tenemos algo que esconder. Y
puedo asegurarte que conozco a la perfección el triste pasado de Jackson
Connery. Por otra parte, el dinero me pertenece y, si quisiera empapelar
las paredes con él, podría hacerlo —Honey Bee sonrió a Jackson desde
lejos y fue correspondida con otra sonrisa—. Aun así, puedo asegurarte
que le estoy dando un mejor uso. Buenas noches, Laura.
Laura se dio cuenta de que algo extraño estaba sucediendo y de que
Honey Bee estaba envuelta en ello.
—¡Sabías que él vendría esta noche! Tú lo invitaste, ¿verdad?
—Bueno, pensé que era necesaria una pequeña ayuda externa,
querida.
—¡Oh, Dios! —Rose tembló, indignada—. ¡Creo que estás perdiendo la
razón!
—¡Para nada! —Honey Bee se acercó a su nieta y la besó en la mejilla
—. Llámame mañana, querida. Me hospedo en el Sheraton y estaré
ansiosa por recibir tu llamada.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

No se habían acercado mucho a la puerta cuando Jackson apareció.


Colocó su abrigo sobre los hombros de Laura y le murmuró al oído:
—Es hora de despedirse, Laura.
—Tal vez para ti. Pero yo todavía tengo algunos compromisos
sociales.
—¡No lo creo! —repuso él.
—¡Todavía no se han marchado todos! —señaló—. ¡Quedan por lo
menos cinco parejas más!
—¡Puedo contar tan bien como tú, Laura! Y creo que tu socio es tan
capaz como tú de hacerse cargo de ellos.
—¡Yo soy la anfitriona! ¡Es mi…!
Jackson esbozó una sonrisa que la hechizó.
—¡Resulta que ya se me ha acabado la paciencia, cara bonita! —y sin
prestar atención a su negativa, la tomó del brazo y la obligó a
acompañarlo.
Un elegante coche se detuvo a su lado a la entrada de la galería.
—¡Ese no es mi coche! —señaló Laura.
—¡Es el mío! ¡Lo uso para mis negocios! —repuso él y le abrió la
puerta a Laura antes de que el chófer tuviera tiempo de hacerlo—. ¡Entra!
—¡Te voy a demandar por secuestro y esta vez no se tratará de
pruebas falsas! —exclamó furiosa.
Jackson la ignoró y se sentó junto a ella. Subió el cristal entre ellos y
el conductor y el coche se dirigió a una de las autopistas.
Avergonzada por lo que había dicho, Laura permaneció inmóvil en un
rincón del coche. Jackson tampoco dijo nada. Se inclinó un poco, abrió un
panel que contenía un equipo de sonido y un minibar. Sirvió un poco de
brandy y le ofreció un vaso a Laura; después se acomodó lo más lejos
posible de ella.
Con el reflejo de las luces de la ciudad, Laura pudo distinguir que
Jackson estaba muy serio, tal vez un poco avergonzado. ¿Cómo era posible
que ella le hubiera dicho lo que acababa de decirle, cuando se trataba del
hombre al que tanto había amado?
—Lo siento, Jackson —se atrevió a decir—. ¡Lo que he dicho ha sido
sencillamente imperdonable!
Él agitó su vaso y la miró.
—Cuando tenías toda la razón del mundo para odiarme, me amabas
—repuso él—. ¿Por qué ahora, cuando estoy determinado a ganarte otra
vez, me odias?
—¡Porque me das miedo! ¡No puedo comprenderte!
—¡Soy lo que ves! —declaró con calma—. ¡Un hombre que ha
recobrado la razón hace muy poco!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¿Cómo puedo creerlo? —miró a su alrededor—. ¡Mírate! ¿Qué ha


pasado con el hombre que conocí en la playa y que me rechazó, alegando
que no podía soportar la sociedad en la que yo vivía?
—¿Es eso tan importante? ¿El hecho de que no sea un vagabundo sin
un céntimo?
—¡No! —repuso, mostrando su furia—. ¡Lo importante es que hiciste
que me sintiera vacía y estúpida, sólo por creer en convencionalismos y en
la respetabilidad! ¡Luego te encuentro en una exposición de arte,
impecablemente vestido, y también me doy cuenta de que no eres un
completo desconocido en estos círculos! ¡Hasta conoces a muchos de mis
invitados! ¡Y se me ocurre que lo que sucedió entre nosotros fue sólo una
broma… una terrible broma que me hizo sufrir mucho!
—¡Me extraña que te sientas la víctima de una broma! —dijo él—.
Porque ese es el modo en que me sentí al darme cuenta de que fui
engañado por alguien en quien confiaba. Cuando alguien hace algo así,
duele mucho, ¿verdad? Y se tarda mucho tiempo en poder perdonar.
—¡Sí, tienes razón! ¡Pero dos equivocaciones no pueden resultar en
un bien!
—¡Tal vez no! Pero hasta los santos cometen errores a veces. ¿Te has
equivocado alguna vez, Laura?
Ella pensó en su madre y, después de un momento, respondió:
—Sí.
—¿Y no puedes perdonarme por haber tardado tanto en comprender
lo que significas para mí? ¿Por intentar alejarte porque no quería destruir
tu vida con mi amargura?
—Hiciste que me sintiera como una mujer frívola y vanidosa —
argumentó—. Cuando todo lo que deseaba era entenderte. Aun así, ¿cómo
podía llegar a conocerte si siempre te negaste a contarme cosas de tu
vida desde el primer momento en que nos conocimos?
—¡No estaba preparado! —se defendió él.
—¿Y ahora lo estás?
—Sí.
—¿Y en realidad crees que sólo porque has vuelto a aparecer podrás
borrar todo el sufrimiento que me causaste durante los dos últimos meses,
Jackson? —inquirió Laura con amargura—. ¡Dios mío, si Archie no hubiera
estado a mi lado, habría enloquecido y tal vez habría perdido mi galería
también.
—¡Nunca se me ocurrió esperar que me buscarías en la cabaña!
Cuando Honey Bee me dijo que lo habías hecho, no pude ir a buscarte.
Pero algunas veces no puedes decidir con rapidez. Todavía estaba
intentando rehacer mi vida. Tenía que arriesgarme a perderte antes de
que pudiera tener éxito.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¿Dónde estabas, Jackson, durante todo ese tiempo que tardé en


recobrar la razón al saber que tú no me amabas?
—Estaba aquí, Laura. En la ciudad.
La cadencia de su voz casi hizo que Laura lo perdonara, hasta que se
dio cuenta de lo que había dicho.
—¿En la ciudad? ¿Y nunca te molestaste en llamarme o visitar la
galería? ¿Por qué no lo hiciste, Jackson? ¿Era demasiado problemático
para ti? ¿Tal vez porque estabas muy ocupado tratando de rehacer tu vida
sin espacio alguno para una recatada mujer de «vestido negro y perlas»?
¿Acaso era demasiado tonta para tu nueva y elegante vida?
—Me pregunto por qué te llamé así. ¡Ya veo que va a ser muy difícil
hacer que lo olvides!
—¡Ni te molestes en mencionarlo! —lo interrumpió—. ¿Cuál es la
verdad, Jackson Connery? ¿Decidiste reunirte con la raza humana de
nuevo porque esperabas encontrarte con un viejo amor que aguardaba
con paciencia a que te encontrases a ti mismo? ¿Es por eso por lo que
estabas molesto de haberle hecho el amor a una mujer virgen?
—¿Acaso estás celosa, cara bonita?
—Podría golpearte, Jackson —lo amenazó.
—Por lo menos, no muestras indiferencia, cara bonita. Después de
todo, para ti soy todavía un ex convicto culpable de todo lo que se le
acusa.
—¡Puede que sea muy convencional, Jackson Connery, pero confío
mucho en mis instintos y siempre supe que eras incapaz de hacer ningún
mal! ¡Ni siquiera sé por qué te encerraron!
Él la tomó de la mano y, mirándola a los ojos, dijo:
—No soy culpable de ningún crimen, Laura, excepto tal vez de mi
propia estupidez, que me dejó totalmente indefenso aquella mañana
cuando llegué a mi oficina y me arrestaron. ¡Ese día empezó una larga
pesadilla!
Su confesión tranquilizó a Laura y la joven le preguntó con calma:
—¿Por qué transcurrió tanto tiempo hasta que te dejaron libre?
Él apoyó la cabeza contra el respaldo y empezó a explicarle:
—Provengo de una familia de corredores de bolsa, Laura. El abuelo de
mi madre fundó el negocio. Mis padres no habrían soportado lo que yo
tuve que soportar. Me alegro de que murieran antes. Cuando todo esto
empezó, yo tenía veintinueve años y recibía una cantidad como socio. Mi
tío, que me enseñó todo lo que sabía acerca del negocio, hizo algunas
malas jugadas y me utilizó como su chivo expiatorio. Fue muy simple, los
investigadores encontraron pruebas de blanqueo de dinero, esto es,
proveniente de negocios sucios, y encontraron muchos certificados en mi
cuenta. También había certificados falsos en el archivo, sobre el escritorio
y hasta en mi portafolios. ¡Yo ni siquiera sabía de su existencia!

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¿Por qué te hizo algo así tu propio tío? —Laura estaba sorprendida.
Rose tal vez no había sido un modelo de madre, pero estaba segura de
que ella nunca haría nada para perjudicarla deliberadamente.
—La ambición cambia a los hombres, Laura. En el caso de mi tío,
invirtió mucho dinero en el mercado de valores, y también tuvo algunas
ganancias provenientes de negocios dudosos. Después se dio cuenta de
que su capital se estaba acabando. Desesperado, empezó a depositar
grandes cantidades de dinero usando domicilios y nombres falsos. Habría
podido continuar si una de las aseguradoras no hubiera investigado el
dudoso destino de una factura. Por supuesto, él se dio cuenta de que los
problemas habían empezado y trató de lavarse las manos como pudo,
protegiéndose e inculpándome a mí.
—¿Cómo pudiste probarlo, Jackson?
—El muy estúpido retomó sus negocios sucios el año pasado. Como
yo todavía estaba en prisión, las investigaciones condujeron a él
directamente.
—¿Así que él está en prisión ahora?
Jackson sonrió con ironía y explicó:
—En realidad, sufrió un ataque cardíaco y falleció. Pero tuve la
oportunidad de hablar con él al salir de prisión. ¿Y sabes qué me
respondió? Que lo había hecho porque yo era un hombre joven, al que le
sería fácil empezar de nuevo después de la prisión, pero como él era un
hombre ya maduro, no podía permitirse el lujo de empezar otra vez. ¡Ni
siquiera tuvo un gesto de arrepentimiento o de vergüenza! Pero ya ves, al
final probó una cucharada de su propia medicina.
Laura no tenía razón alguna para dudar de las palabras de Jackson;
además, los comentarios de Charles Mclntyre corroboraban su confesión.
Pero todavía albergaba algunas dudas en su corazón.
—Si todo fue así, tú no tenías culpa alguna, ¿por qué no me lo
contaste desde el principio? ¿Por qué fingiste que sólo eras un ermitaño
que no poseía un céntimo? ¡Creo que te darás cuenta de lo dolorosas que
son las decepciones!
—Sí, lo sé —respondió él después de un minuto—. Y no creas que me
siento orgulloso de la manera en que te traté.
—¿La razón por la que viniste a la galería es que deseabas aclarar la
situación, Jackson? ¿Eran los cabos sueltos a los que te referías?
—Sí.
—¿Por qué? ¿Para poder continuar con tu vida sin sentir
remordimientos?
—Así es.
Laura pensó que ya lo había comprendido todo. Para su desgracia,
Jackson quería absolución cuando lo que deseaba ella era amor. El coche
se detuvo frente a un muro de piedra gris.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó Laura al ver que el chófer
de Jackson se aproximaba para abrirle la puerta.
—Porque, todavía queda un cabo suelto, y creo que debe ser atado
antes de que cierre este capítulo acerca de mi pasado y empiece el de mi
futuro. Y porque espero que seas lo suficientemente justa como para
dedicar el resto de la noche a escuchar mis justificaciones, aunque sé que
yo no siempre he sido justo contigo, ¿verdad?
—Media hora —repuso ella.
La noche era fresca; el aroma de vegetación húmeda inundaba el
ambiente.
—¿Qué lugar es este, Jackson?
—El lugar donde crecí.
Era una casa enorme, más bien una mansión. El interior de la misma
era mucho más impresionante. Los suelos de madera de pino estaban
cubiertos por riquísimas alfombras y la decoración era exquisita. Era un
ambiente muy acogedor y Laura recordó los tiempos felices que vivió con
Honey Bee. El hogar de Jackson parecía poseer la misma magia que las
casas conservadas durante generaciones, como la de su propia bisabuela.
—¿Puedo llevarme tu abrigo? —ofreció él.
—¡No! ¡Ya te he dicho que no me quedaré mucho tiempo! ¡Ya has
respondido a mis preguntas!
Pero lo que realmente deseaba oír era lo que sentía él por ella, y
Jackson no había comentado nada al respecto.
—¿Podrías por lo menos entrar un momento en mi estudio?
—¿Por qué no?
Él se acercó a la chimenea y encendió el fuego. En la pared había una
antigua pintura que representaba a un hombre de cabello rubio, muy
apuesto y de ojos de un tono azul profundo, como los de Jackson.
Contemplaba el horizonte como si el mundo le perteneciera.
—¿Es tu padre? —preguntó Laura.
—Mi abuelo —repuso él y añadió—: Y por el tono de tu voz, podría
apostar a que te gustaría mucho verme a su lado, tal vez… ¿Colgado?
—¡No presumas de poder conocer mis pensamientos, Jackson! ¡Como
yo no presumo de conocer los tuyos!
—En otras palabras —Jackson la miraba a los ojos—. ¡Basta de
palabrería y dime la razón por la que te he traído aquí! ¿Verdad, Laura?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Capítulo 12
Laura asintió.
—Así es.
—Me imagino que no querrás sentarte.
—¡No!
—Muy bien —dijo Jackson—. Desde que nos despedimos, el verano
pasado, he estado bastante ocupado.
—¡Me lo imagino! —exclamó ella.
—Existían ciertas prioridades que debía atender.
Laura pensó que, evidentemente, ella no había formado parte de esas
prioridades.
—Me pareció que lo más importante era volver al mundo de los
negocios y…
—¡Claro!
—Lo segundo fue restaurar esta casa y darle su antigua gloria.
Imagínate; cuando llegué, sólo había telarañas y muebles en mal estado.
—¡Vaya! —comentó con ironía—. ¡Nunca habría pensado que sentías
tanto orgullo por una casa, teniendo en cuenta el lugar donde vivías
cuando nos conocimos!
Jackson la miró fijamente. Antes de que pudiera evitarlo, se acercó y
la inmovilizó, sujetándole los brazos.
—Algunas veces —gruñó—, las acciones son mejores que las palabras
y también ahorran mucho tiempo, y como veo que estás decidida a
ridiculizar todo lo que te diga, tendrás que creer esto.
Y entonces la besó con ternura y pasión.
«No correspondas a sus caricias», se advirtió Laura, pero sus
emociones eran mucho más fuertes que su razón; al principio intentó
librarse de él, pero no lo logró. Era irresistible.
En realidad no había imaginado otra cosa. Lo único que pedía era un
poco de fuerza para poder resistirse a su pasión. Durante demasiado
tiempo había estado repitiéndose a sí misma que debía olvidarlo, y en
cuestión de unos minutos estaba descubriendo que en ese momento era
más vulnerable que antes.
—¡Basta! —le rogó al darse cuenta de que el beso de Jackson la
estaba haciendo hundirse en aguas más profundas.
Él la soltó con suavidad y le preguntó:
—¿Me tienes miedo?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—Sí —respondió antes de que su gesto pudiera revelar el dolor que


sentía.
—¿Por qué?
—Porque me heriste demasiado.
—¿Qué podré hacer para que puedas volver a confiar en mí, Laura? —
preguntó con expresión atormentada.
—¡Oh, Jackson! —la voz de Laura reflejaba la amenaza de llanto que
podía verse en sus ojos. ¿Acaso pensaba que con sólo mencionarlo iba a
reparar todo el daño que le había hecho? Aun así, su amor era tan grande
que había sobrevivido a peores tormentas—. ¿Por qué tenías que entrar en
mi vida, justo cuando creí que ya me había recuperado de esta enfermiza
pasión?
—Porque he tardado mucho más tiempo del que pensé en
recuperarme de la traición de mi tío. Estaba lleno de odio cuando me
conociste, Laura. Imagínate; el hombre a quien yo admiraba más que a mi
padre, me había traicionado. Y la sociedad en la que había vivido también
me volvió la espalda y me juzgó injustamente.
—Pero la misma sociedad admitió su error liberándote.
—Sí, pero después de robarme dos años de mi vida que nunca podré
recuperar. ¿Puedes entender la rabia que sentí, Laura?
—¿Pero qué pretendías conseguir acumulando todo ese odio en tu
corazón? Tu inocencia fue demostrada, y por lo tanto la sociedad se
disculpó por su injusticia.
—Mi querida cara bonita, tú siempre tan inocente. ¿No te expliqué
que, una vez hecho el daño, era casi imposible regenerarse por completo
frente a la gente? ¿Confiarías en un hombre que ha sido encarcelado por
fraude?
Laura se dijo que ella le confiaría su propia vida, si Jackson le diera
una señal de que así lo quería.
—¡Qué injusto! —protestó.
—Lo sé —repuso él—. Además, la prisión te enseña otra clase de
valores. Te hace valorar las cosas simples, le da un significado totalmente
diferente a la palabra «libertad». Así que yo opté por rechazar a esa
misma sociedad que me rechazó a mí —concluyó—. Además, de ese
modo, estaba diciendo algo importante.
La imagen de Jackson era borrosa, como si lo estuviera contemplando
a través de la lluvia. Se trataba del llanto de Laura, que distorsionaba toda
su visión.
—¿Por qué has vuelto, Jackson? —preguntó temblorosa.
—No porque quisiera verte llorar, cariño —señaló él.
—¡Oh! —suspiró resignada y agregó—: Últimamente he llorado
mucho.

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

Él se acercó a ella y le preguntó:


—¿Por mi causa?
—¡No, por mí! Porque sólo podía ver lo que quería ver, como tú
sugeriste. Y porque me he comportado de una manera injusta e ilógica.
Jackson se acercó aún más y la tocó.
—Creí que ibas a responderme que porque me amas de la misma
manera que yo a ti.
—Entonces, ¿por qué tardaste tanto en decírmelo?
—Porque quería ofrecerte lo mejor.
—¡Tú has sido siempre lo mejor! —repuso Laura con pasión.
—¡Gracias por decirlo, cariño, aunque no sea verdad!
—¡Tú eras el que estaba equivocado!
—Sí, pero tú fuiste la castigada injustamente —se sentó en el sofá
delante de la chimenea y la sentó sobre sus piernas—. ¡Estaba tan
ocupado planeando mi venganza, que no pude aceptar un sentimiento tan
noble como tu amor!
—¿Qué te hizo cambiar?
—Recordé a un compañero de prisión, un médico que había ayudado
a un hombre a morir con dignidad. Cuando me liberaron, me dijo: «No
seas un mártir, Jackson. A la larga, todos terminan heridos». Comprendí
que tenía razón. Cuando te fuiste porque yo te lo pedí, me di cuenta de lo
mucho que te había herido y de lo equivocado que estaba.
—¿Y Honey Bee?
—Bueno, ella era una de las pocas personas en quienes confiaba, así
que fui a verla a la caleta Cárter. Ignoraba hasta qué punto conocía lo
nuestro, pero quería que se enterara de que mis intenciones eran
totalmente honorables. Nunca esperé que me diera su bendición.
—¡Ella lo entendió todo desde el principio!
—¡Así es! ¡Y es por eso por lo que la mantuve informada de mis
progresos! ¡Y por otra parte, yo podía obtener información acerca de ti!
—¡Pudiste ahorrarme todo este sufrimiento! ¿Por qué tardaste tanto,
Jackson?
—¡Porque no podía aceptar tu amor antes de rehacer mi vida! ¡Tú te
merecías mucho más que una cabaña miserable!
—El dinero no lo es todo, Jackson.
—Cuando una mujer le ofrece todo a un hombre, creo que se merece
todo, y a ser posible, todo lo mejor. Y ahora que he rehecho mi vida, te la
ofrezco, Laura, para bien o para mal.
Su beso fue como un símbolo que selló su amor.
—¡Sí! —asintió suspirando—. ¿Hay algo más que desees?

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Catherine Spencer – Pinta mi corazón

—No.
—Entonces, ¿podría preguntarte algo?
—¡Cualquier cosa! —dijo él y la besó con rapidez.
—¿Y Charlie?
—¡Lo he traído conmigo! ¿Qué esperabas?
—¿Está aquí?
—¡No exactamente en esta habitación, pero sí, es muy probable que
se encuentre jugando en la playa! Me sorprende que no lo hayas oído.
—¡Creo que he oído algo!
—¡Es Charlie, Laura! —exclamó Jackson, sonriendo.
—¿De verdad lo trajiste a la ciudad? —preguntó sorprendida.
—Mmm… Las personas del acuario tenían razón. Charlie cree que soy
su madre. ¡Es una suerte que vayamos a vivir cerca del mar! ¡Cuando esté
listo para explorar el océano no tendrá que ir muy lejos! —Al decir esto, la
besó en la mejilla repetidas veces y añadió—: ¿Alguna otra pregunta?
La felicidad parecía estar explotando dentro del corazón de Laura,
dejándole una sensación muy grata.
—¿Puedo pedirte algo?
Jackson se inclinó y le besó el cuello; luego le deslizó con los labios los
tirantes del vestido.
—¡Dime!
—¿Me llevarías arriba y me harías el amor?
—¡Será un placer, cara bonita! —murmuró Jackson—. ¡Y durante el
resto de mi vida si así lo deseas, cariño!

Fin

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