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Catherine Spencer
Argumento:
Él no era un caballero…
Y en la empresa de Jackson Connery, Laura Mitchell era
solo una dama… ¡una absolutamente lasciva! Pero, ¿cómo
un hombre, que apenas puede intercambiar una palabra
civilizada con nadie, es capaz de despertar tal anhelo en
ella? ¿Y por qué ella tenía que encontrarse tan atraída por
un hombre que claramente quería estar solo?
Por primera vez en su vida, Laura fue descaradamente
tentada a ejercer sus encantos femeninos. Pero ¿podría ella
Catherine Spencer – Pinta mi corazón
Capítulo 1
Alguien la estaba mirando. No desde atrás, donde las gaviotas
volaban bajo un cielo despejado y azul, sino desde las rocas.
Laura levantó la vista y lo vio de inmediato. Allí estaba. De pie, con
las piernas un poco separadas, parecía un guerrero vikingo examinando su
territorio. El hombre contempló la inmensidad del océano y después sus
ojos se posaron en ella.
Su mirada era hostil; inmóvil, su figura parecía opacar el brillo del sol.
Él era el guerrero y el cazador; ella, el enemigo y la víctima. Laura sintió el
frescor de la brisa sobre su piel y tomó su toalla para cubrirse. Por primera
vez en su vida sintió temor de encontrarse sola en la pequeña cala; se
sentía amenazada por aquel desconocido.
Con gran decisión, él empezó a bajar por las rocas. Sus piernas se
movían con la seguridad del que se disponía a reclamar algo de su
propiedad. Se acercó más y más hasta quedar a escasos metros de ella.
Laura sintió deseos de echar a correr antes de que se acercara
demasiado, pero su orgullo se lo impidió. Después de todo él era el
intruso.
Era un hombre muy alto, musculoso; tenía el cabello rubio decolorado
por el sol. Su mirada era fría; la joven podía percibir la agresividad en el
fondo de aquellos ojos azules.
—¿De dónde vienes? —le preguntó él, amenazante.
Ella le señaló la casa que se levantaba sobre las rocas al final de la
caleta. Después respondió:
—De allí.
—¡No me gusta la compañía! —dijo él sin titubear y con el mismo
tono amenazante—. ¡Vete ahora y no vuelvas a bajar!
Ella no se movió. Le disgustaba presenciar escenas violentas y más
aún intervenir en ellas, pero el orgullo le impidió moverse.
—¡No lo haré! —exclamó ella apoyando las manos en las caderas—. Si
deseas soledad, búscala en otra parte —al ver su expresión airada, añadió
con valentía—: ¡Y no trates de asustarme, no se me intimida con facilidad!
—Mientes —se burló él—. ¡Debajo de ese traje de baño tan caro estás
temblando de miedo! ¡Estarías gritando aterrorizada si no fuera porque el
miedo te lo impide!
Ella sacudió la arena de su toalla y se sentó en ella; después repuso:
—Demuéstramelo si puedes.
Él la miró de pies a cabeza. Admiró su hermoso y bien cortado cabello
y sus sandalias italianas de cuero y, al final, fijó la vista en las rodillas que
ella rodeaba con los brazos. Riendo, afirmó con ironía:
próximamente desde Italia. Es una pena que hayan muerto hace casi
trescientos años, ¿no es verdad?
—¡Has heredado la audacia y el carácter de tu abuelo! —repuso
Honey Bee tratando de parecer severa—. ¡Estás sacrificando tu felicidad y
el amor por un trabajo!
Intentando olvidarse de sus quemaduras, Laura se puso de pie.
—¡No es verdad! ¡Soy muy feliz y llevo una vida muy feliz también!
—¡Bah! ¿Cómo puede ser tu vida tan perfecta y feliz si no existe un
señor Felicidad a tu lado?
—¡Honey Bee! —Laura no pudo dominar su exasperación—. El mundo
está lleno de hombres atractivos, pero el que yo necesito no va a caer del
cielo cuando yo lo ordene. Si algún día aparece en mi vida, pues
estupendo, pero si no, no poseo ni el tiempo ni el entusiasmo suficiente
como para dedicarme a cazarlo. De hecho, no lo necesito por el momento;
hay muchas otras cosas en mi vida que requieren de mi atención.
—Toda mujer necesita de un hombre, Laura —insistió Honey Bee.
—Si en realidad crees eso, ¿por qué no te casaste otra vez? Estoy
segura de que no fue por falta de ofertas.
—Porque nadie pudo reemplazar al hombre que una vez tuve.
Stephen murió hace casi cincuenta años, pero él fue el único hombre que
contó para mí. Y si tuviera la oportunidad de estar con él otra vez, lo haría,
aun sabiendo que tendría que derramar muchas lágrimas y pasar mucho
más tiempo como viuda que como esposa.
A pesar de lo que pensaba, Laura se sintió vencida por un momento.
En el fondo de su corazón, estaba de acuerdo con Honey Bee… Un hombre
especial, un amor especial… ¿acaso existía alguna mujer en el mundo que
no deseaba encontrar el amor de su vida? ¡Pero… no en ese momento!
Laura ya tenía bastantes problemas intentando poner en orden todo lo
que estaba ocurriendo en su vida como para involucrarse en una relación
amorosa.
Después de cenar, Laura decidió caminar un poco para disfrutar de la
fresca brisa del mar. La marea había subido y el único lugar donde podía
hacerlo era en las rocas. Además, desde allí podía contemplar la puesta de
sol.
Se había alejado bastante de la bahía y ya se disponía a volver
cuando el descubrimiento de una pequeña luz que se filtraba entre los
árboles la hizo retroceder. A sólo unos pasos de donde se encontraba
había una cabaña que había permanecido abandonada durante años. La
cabaña estaba rodeada de cedros que la protegían de las inclemencias del
tiempo. Sin titubear, Laura echó a andar por el sendero que llevaba hacia
la cabaña.
Alguien estaba viviendo allí. Incluso habían lavado alguna ropa. Había
toallas tendidas y fundas para almohadas. También ropa interior; era tan
Capítulo 2
A menos que pudiera dar un salto gigantesco desde la ventana hasta
los arbustos, más allá de la cabaña, Laura no tenía más remedio que
hacerle frente.
—¡Qué vicio tan feo! —exclamó después de decidir que la mejor
defensa era un buen ataque—. Una vez leí que besar a un fumador es
como limpiar con la lengua las cenizas en un cenicero.
—Si crees que voy a dejar que pruebes tu teoría, pierdes el tiempo —
repuso él—. No tengo deseos de besar a nadie —Laura se quedó
boquiabierta al escucharlo—. Cierra la boca —añadió él acercándose a
ella, haciendo que su corazón comenzara a latir aceleradamente—. ¡Puede
que te entren moscas! Al menos, claro, que me expliques qué estabas
haciendo espiándome por la ventana.
—Vi una luz —intentó explicarse, nerviosa—. Me estaba preguntando
de quién podría tratarse y… después vi tu ropa tendida.
—Lo cual hizo que te emocionaras y no pudiste resistir el deseo de
mirar por la ventana para ver si tenía otra muda de ropa o no.
Sin duda alguna, pensó Laura, era el hombre más grosero que había
conocido en toda su vida, y también el más engreído.
—En realidad —continuó Laura—, me estaba preguntando por qué un
hombre que utiliza sólo la mitad del cerebro se gasta el dinero en habanos
caros, cuando podría emplearlo en algo mejor, algo que fuera realmente
beneficioso. Fumar es muy malo para los pulmones y esas… —señaló el
par de zapatillas que se encontraban secándose—… ese calzado necesita
ser renovado.
Él se apoyó contra uno de los postes del porche. Al exhalar el humo
de habano, el hombre formó un anillo perfecto, y mientras contemplaba
cómo se desintegraba, contestó con calma:
—No te desveles pensando en ello, ya que se trata de mis pulmones y
de mis pies. Por lo tanto no es asunto tuyo.
—Bien —murmuró Laura. La cabaña estaba a sus espaldas, a un lado
de ella se encontraba una hiedra que sabía era venenosa; al otro lado
había una especie de maquinaría que no pudo reconocer. La única salida
estaba donde él se encontraba—. En ese caso, me ahorraré mis palabras,
y si te haces a un lado, podré irme y podrás disponer de tus pulmones
como mejor te parezca.
Él la miró de pies a cabeza y, haciendo un gesto malicioso, repuso:
—No tengo ganas de moverme, «cara bonita».
—¿Entonces, cómo quieres que me vaya?
Él se encogió de hombros y respondió:
—La cabaña que pertenecía a Ned Kelly; la que usaba para guardar
sus aparejos de pesca. Está al otro lado de la caleta. Acuérdate de que
Ned, cuando le tocó la lotería, se fue a vivir a la ciudad y la abandonó.
Desde que él se marchó ha estado vacía.
Jessie hizo un gesto de asco.
—Me imagino que ese ermitaño debe de sentirse como en su casa.
Laura no pudo contenerse y exclamó:
—¡No es justo! ¡Él es muy limpio!
—¿De verdad? —preguntó Jessie con ironía—. Parece que pusiste más
atención de lo que creíamos, Laura. Tienes buen ojo para los hombres
apuestos, aunque no vistan bien. ¡Claro, eres la hija de Rose!
Rose había sobrevivido a sus cuatro maridos y en la actualidad se
encontraba en busca del quinto. Laura odiaba la mentalidad de su madre
cuando le decía que cualquier hombre era mejor que nada. Ignorando el
comentario de Jessie, la chica se volvió hacia Honey Bee y le preguntó:
—¿Te gustaría comer pescado fresco para cenar, si todavía están
vendiendo en los botes?
—¡Claro, me encantaría, querida!
—Entonces, creo que ya deberíamos irnos, si es que aún deseas ir a la
biblioteca antes de que cierren.
Cuando llegaron al muelle, uno de los botes de pesca acababa de
atracar. En ese momento se desató un aguacero.
Al llegar a la biblioteca, para sorpresa de Laura, el desconocido se
encontraba allí, cargado con una bolsa llena de libros.
—Permítame, señora —dijo él abriendo la puerta para permitirle el
paso a Honey Bee. Después se dio cuenta que Laura la seguía y, al verla,
hizo una mueca de disgusto—. Oh, tú otra vez —añadió con un suspiro.
Llevaba un impermeable amarillo y pantalones vaqueros. La miró con
desinterés.
Ella asintió y se dio cuenta de la mirada de Honey Bee, que estaba
esperando a que se lo presentara.
Pero por desgracia Laura no podía hacerlo ya que no tenía la menor
idea de su nombre.
Siguió un largo silencio y Honey Bee decidió hacer las cosas a su
manera.
—Soy Beatrice Cárter, jovencito —exclamó—, y no creo conocerlo.
—Yo soy Jackson Connery —señaló él y la sonrisa que le brindó a
Honey Bee hizo estremecer a Laura.
—Encantada —Laura conocía muy bien a Honey Bee y sabía que se
encontraba en su elemento; le encantaba estudiar las situaciones y sacar
habían dicho. «Es natural, sólo tienes que controlar tus reacciones, si no
quieres meterte en problemas. Pero si te rechazan, lo mejor es apartarte
del camino, así te evitarás sufrimientos innecesarios».
Habría encontrado divertida esa advertencia, si no se hubiera
olvidado prácticamente de reír. No podía imaginarse a sí mismo perdiendo
su precioso tiempo con una mujer en cosas vanas, cuando todo lo que
deseaba era más tiempo para curar su atormentado espíritu. Él no
necesitaba a nadie. Y sobre todo, no la necesitaba a ella, a pesar de toda
su distinción. Bastaba echarle un vistazo a su joyería de oro de
veinticuatro quilates o a su vestuario de diseño exclusivo, para darse
cuenta de que la vida le había ofrecido lo mejor que poseía. Y eso le
recordaba lo diferentes que parecían ser el uno del otro.
Pero aquella anciana de plateado cabello… ella era diferente.
Delicada y refinada como una joya exquisita. Aquella mujer poseía algo
distinto que le proporcionaba una especie de tranquilidad mental. Era la
clase de persona que Jackson encontraría irresistible. Respetaba a las
personas mayores por considerarlas más sabias, y Honey Bee parecía
saber demasiado.
Todo aquello era como un reto para él. Hasta ese momento le había
parecido ridícula la idea de sentirse atraído por ella… por Laura…
—Laura… Lorelei… —exclamó en voz alta, sin poder evitarlo. Con
discreción miró hacia atrás para asegurarse de que nadie lo había
escuchado o lo había descubierto haciendo semejante tontería. Era mejor
continuar buscando razones para enfurecerse; por lo menos era otro
mecanismo de defensa, después de haber recurrido a la indiferencia
forzada.
Doblegando su voluntad, su mirada se posó en Laura otra vez. ¿Qué
diablos estaba intentando demostrar? ¿Acaso pensaba que si ponía su
vida en peligro, él trataría de salvarla? ¡Era difícil! ¡La única persona a la
que estaba dispuesto a salvar era a sí mismo!
Cuando Laura salió del agua, Jackson todavía no había terminado de
reparar el bote e hizo un esfuerzo por aparentar indiferencia. Cuando ella
pasó a unos metros de distancia, él le preguntó:
—¿Está buena el agua?
—Sí —respondió Laura y se volvió sorprendida hacia Jackson en el
mismo momento en que, con rapidez, él bajaba la cabeza pretendiendo no
prestarle la más mínima atención—. ¡Está deliciosa!
—¿No estaba demasiado fría para ti? —preguntó Jackson riendo.
—¡Para nada! —repuso ella sonriente.
—Mentira —repuso Jackson, a punto de terminar su trabajo.
—¿Perdón?
Él se inclinó, ocupado en dar al bote los últimos toques, y añadió:
—He dicho que estás mintiendo.
Capítulo 3
Ni por un minuto a Laura se le ocurrió pensar que Jackson aceptaría la
invitación de Honey Bee; sin embargo se quedó muy sorprendida al darse
cuenta de que él no había vuelto a la playa. Era absurdo, pero lo echaba
de menos. Sobre todo, echaba de menos la atrevida manera que tenía de
hablarle; añadía algo diferente a sus días allí. Le habría gustado creer que
era el mal tiempo lo que lo disuadía de la idea de acercarse a la playa,
pero sabía que Jackson no se intimidaría por una ligera lluvia. Entonces
Laura prefirió pensar que tal vez la caleta de Cárter no fuera un lugar de
su gusto. Pensando en ello, se dirigió hacia la cabaña y se encontró con la
evidencia de que él todavía seguía allí, aunque no lo vio.
Un día cuando ya había empezado a creer que se había ido, Jackson
apareció. La reacción de Laura al verlo fue casi mágica, como si su propio
cuerpo le dijera que estaba ansiosa por una simple caricia suya. Su
corazón latió aceleradamente y se estremeció casi sin control, una
experiencia antes desconocida para ella.
—Creí que te habías marchado —comentó Laura y se acercó un poco
más a él. El día era frío y Laura vestía pantalones largos y un suéter. Él no
parecía afectado por la temperatura y llevaba sus habituales vaqueros
cortos y una camiseta negra.
Él la miró con la frialdad y el desprecio usuales.
—No es verdad. Has estado vigilándome con bastante regularidad
durante los últimos días. A una hora exacta…
—¡Si estás sugiriendo que he estado espiándote por la ventana,
siento desilusionarte, pero no ha sido así! ¡No he puesto un pie en tu
propiedad!
—Técnicamente no —repuso él con ironía—… A propósito, dejaste la
pequeña huella de tu nariz sobre el cristal de la ventana en tu última
visita… Pero estuviste tentada de hacerlo.
—¡Ya quisieras tú!
—¿Cuántos años tienes?
—No creo que sea de tu interés. ¿Por qué deseas saberlo?
—Porque creo que ya no deberías sonrojarte, en especial cuando
mientes. Supongo que algunos hombres lo encuentran halagador.
—Pero no tú —señaló Laura con resentimiento y se volvió para ver
cómo subía la marea.
—En realidad —admitió—, puedes parecer muy atractiva a veces;
cuando no te comportas de forma autoritaria y agresiva.
—Y tú —respondió ella de inmediato—… me imagino que prefieres
que tus mujeres sean sumisas y obedientes.
una manera total, haciendo aflorar lo mejor que había en él. Por primera
vez desde que lo conoció, Jackson parecía feliz. Mirándola con dulzura,
añadió—: ¡Los dos lo salvamos!
Continuaron hablando como si fueran dos orgullosos padres
sorprendidos de su propio milagro. En ese momento, Laura se dio cuenta
de que, por desgracia, había vacíos en su vida, profundos vacíos que su
vida profesional aparentemente perfecta no había logrado llenar.
Laura nunca se había considerado a sí misma como una mujer vacía;
sin embargo, en ese momento le pareció como si hasta ese momento
hubiera vivido engañada, olvidándose de lo realmente importante. La
mujer que por lo regular solía dar gracias por todo lo que la vida le había
proporcionado, por un momento se encontró deseando lo que no poseía.
Ella nunca había tenido una experiencia como la que estaba viviendo en
ese momento. Había experimentado una absoluta confianza en Jackson al
darse cuenta de su capacidad para salvar a aquella criatura indefensa.
De repente, sintió un gran deseo de quedarse con él. Rescatar a
Charlie era apenas el principio de algo más fuerte que ella misma
deseaba; ese sentimiento de compartir algo juntos le proporcionaba un
placer temporal que tal vez terminaría con el verano. A menos que se
quedase… Se preguntó qué se sentiría al estar cerca de Jackson, al
mantener una aventura con él. Una aventura, por supuesto, se decía la
joven, y no un amor, porque ella no creía en milagros…
Ambos eran demasiado orgullosos como para aceptar sus
necesidades emocionales, pero la noche cayó sobre ellos y la cabaña se
convirtió en un lugar especial donde los dos podían encontrar el «refugio»
que tanto ansiaban.
—¡Estás chorreando agua! —exclamó Jackson al mirar los pantalones
de Laura—. ¿Por qué no te cambiaste en tu casa?
—Me olvidé —dijo ella—. ¡Había cosas más importantes de las cuales
preocuparse!
—¡Puedo encender la chimenea! —señaló Jackson, posando una mano
sobre la pierna de Laura de una manera que a ella le pareció posesiva—.
Podrías secarte mientras esperamos a que lleguen las provisiones.
—¡Sería una buena idea! —repuso distraída por sus pensamientos.
Con rapidez, él metió varios leños en la chimenea y los prendió fuego.
Poco a poco, las llamas se agrandaron hasta calentar el lugar.
Él tomó otro saco de dormir y lo extendió.
—Quítate esos pantalones y cúbrete con esto. ¡Estás temblando!
Laura se dijo que era verdad, estaba temblando, pero no era debido
al fío. ¡Si él supiera! ¿Por qué no podía ser un poco más intuitivo y darse
cuenta de lo que necesitaba, en lugar de mostrarse tan reservado y
misterioso?, se preguntó mientras se quitaba los pantalones y se cubría
con el saco. Al fin, la venció la curiosidad y se atrevió a preguntar:
Jackson era el único hombre que podía llenar ese vacío que había sentido
durante los últimos días.
Ella aspiró deleitada su olor; una fragancia combinada con su
personal aroma masculino. Jackson trató de levantarse apoyándose con
las manos, pero no pudo hacer lo mismo con sus piernas, que se habían
entrelazado de una manera muy íntima con las de ella. Laura había
pensado en él como en un dios, un vikingo, un salvaje y otras muchas
imágenes que no eran muy halagadoras, pero el hecho innegable era que
se trataba de un hombre a merced de sus propias emociones, le gustara o
no. Laura podía sentir su pasión a flor de piel, pero también se daba
cuenta de que se resistía a ser víctima de sus emociones.
—Esto es un error —murmuró Jackson, pero sus propios labios lo
contradijeron al sellar los de ella con un beso.
Nadie la había besado nunca de esa manera, con tanta pasión y a la
vez con tanta delicadeza, y entreabrió los labios, invitándolo. Aceptándolo
de esa manera, ella le estaba diciendo sin palabras que todo lo que tenía
era para que él lo tomara cuando así lo deseara.
El saco de dormir resbaló por completo y el fuego de la chimenea los
bañó con su luz y su calor. Laura sintió que todas las inhibiciones que
siempre la habían rodeado empezaban a derretirse y a desaparecer bajo
la pasión que sentía.
Él bajó la mano hasta encontrarse con el muslo desnudo de Laura. Al
sentir ella esa íntima caricia, impulsos de placer empezaron a hacerse
presentes en otras zonas de su cuerpo que aún no había tocado.
Laura buscó la mano de Jackson y la acercó a uno de sus senos. Sabía
que las palabras no eran necesarias, que la agonía que la consumía
hablaría por sí sola. Se sentía excitada, su deseo reprimido durante tanto
tiempo la hacía anhelar la cercanía de Jackson, y toda la pasión que él
pudiera brindarle.
Laura se atrevió a mirarlo a los ojos y lo que vio fue una expresión
atormentada.
—¿Qué pasa, Jackson? —imploró casi sin aliento—. ¿Estoy haciendo
algo mal?
Él sacudió la cabeza, cerró los ojos y, apartándose un poco de ella,
dejó escapar un gemido lleno de dolor. Ella se sintió desesperada, ya que
ignoraba la causa de su tormento. Pensó que tal vez fuera su propia
torpeza y empezó a acariciarle el pecho otra vez. Al no recibir queja
alguna, se volvió más atrevida; le desabrochó la camisa y se la sacó de los
vaqueros. Laura lo había visto con menos ropa, pero sentir su piel era toda
una experiencia. Jackson poseía un refinamiento especial nada acorde con
la fiera imagen que pretendía proyectar al exterior.
Su abdomen era duro y liso, sus caderas estrechas y de contornos
perfectos. Maravillada, sin poder contenerse, Laura deslizó las manos por
su cintura para explorar territorio prohibido. Quería sentir ese cuerpo
presionado contra el suyo, y la vergüenza no la iba a detener.
Capítulo 4
Jackson deseó poder creerla. Habría preferido que Laura le dijera que
lo encontraba repugnante y que era la antítesis de todo lo que ella
respetaba en un hombre. Eso lo habría herido mucho menos de lo que en
ese momento tenía que soportar. Pero después de todo lo que había
sufrido durante más de dos años, sabía que la crueldad era algo
despreciable, y él había sido muy cruel con Laura. Había visto el dolor en
sus ojos, había visto cómo la ternura que ella poseía se había opacado por
la vergüenza, que en primer lugar nunca hubiera debido sentir. Se
encontraba destrozado por no haberla tomado en sus brazos y haberle
pedido que lo perdonara.
Furioso por todas las cosas que no podía cambiar, asestó un puñetazo
a uno de los postes que soportaban el porche; deseaba que el cielo le
cayera encima y lo aplastara sin piedad. ¿Cómo había ocurrido? ¿Por qué
había tenido que elegir justamente ese lugar en medio de toda la
Columbia Británica para encontrarse a sí mismo?
Mirando al cielo, exclamó:
—¡No merezco esta clase de castigo y ella tampoco!
Se dijo que ya era hora de cambiar el curso de las cosas. Sus instintos
de supervivencia lo habían avisado desde la primera vez que la vio, en la
playa. Los había ignorado, se había repetido una y mil veces que no
estaba dispuesto a permitir que una mujer lo distrajera y le hiciera perder
la tranquilidad y esa intimidad de la que por primera vez en su vida estaba
disfrutando. Se había repetido una y otra vez que no permitiría que la
claridad de sus ojos lo sedujera, que había aprendido una buena lección
hacía ya tiempo.
O por lo menos así lo creía, porque si en realidad tenía algo de
inteligencia, ¿cómo era posible que se sintiera de esa forma, que no
pudiera caminar por la caleta sin el temor de encontrarse con ella?
—Charlie —murmuró buscando el alimento de la pequeña foca—,
espero que sobrevivas y aprecies los riesgos que estoy corriendo por ti.
La cría de foca levantó la cabeza y gimió algo parecido a:
—Ma… ma…
Rose partió dos días después, para alegría de Laura. Por lo menos, la
joven no tendría que estar a la defensiva. Podía emplear el tiempo en
enfrentarse a sus propios problemas. Honey Bee era muy intuitiva y se
daba cuenta de que lo que Laura necesitaba era tranquilidad y armonía.
El corazón de Laura parecía albergar un demonio que insistía en
llevarle la contraria cuando intentaba ser razonable. Cuando se repetía
que Jackson y ella eran la pareja menos adecuada que pudiera existir, su
corazón se negaba a aceptarlo.
«Debemos ser amigos». El recuerdo de las palabras de Jackson la
atormentaba en la oscuridad de la noche. «¿Por qué ser sólo amigos,
cuando deseamos ser algo más?», se preguntaba Laura.
Pero sabía que eso era ridículo, ya que además de proceder de dos
mundos totalmente opuestos, el tiempo de que ella disponía era
insuficiente. ¡No podría sacrificar sus planes por una aventura
sentimental! Laura era muy feliz con su vida actual, y sus actividades
futuras obstaculizarían cualquier clase de relación que ella deseara
establecer con Jackson. Eso, si él permitía que las cosas llegaran tan lejos,
lo cual era improbable.
Por otra parte, era imposible que el amor surgiera por medio de una
pura atracción física. Según Laura, el amor nacía de un profundo
conocimiento y de la comprensión mutua y ellos carecían de eso.
Sinceramente tenía que reconocer que no sabía prácticamente nada
acerca de Jackson, y por otra parte, estaba muy lejos de comprender su
comportamiento.
De hecho, a Laura le parecía que había algo de verdad en lo que Rose
le había dicho: existía algo en él que no encajaba con su comportamiento,
pequeñas contradicciones que sugerían que Jackson no era lo que
pretendía ser.
Él sabía cómo hablar y comportarse en público cuando así lo deseaba.
La camisa que vestía el día en que la visitó era elegante y cara. Los libros
que había visto esparcidos sobre su mesa parecían libros de ciencia o
cuestiones académicas.
Pero lo que más la confundía era la forma en que él se protegía
debajo de esa coraza recubierta por su apostura y sensualidad. Era un
hombre sin pasado cuya reserva escondía mucho más que simple timidez.
A Laura le resultaba muy difícil respetar su intimidad, ya que había
demasiadas preguntas en su mente que no podía ignorar.
Fue su gran curiosidad lo que al final la hizo aceptar la oferta de
Jackson de ser amigos; pensó que de esa forma podría llegar a conocerlo
mejor. Incluso llegó a albergar la esperanza de que, una vez que lo
conociera bien, tal vez se diera cuenta de que en realidad él no la atraía
tanto como creía.
A la mañana siguiente, Laura decidió dominar sus emociones e ir a la
playa. Se detuvo en la mitad de la caleta y buscó con la mirada a Jackson.
Casi de inmediato, su figura apareció en la orilla del mar, haciéndola sentir
que todos sus propósitos por mantener la calma eran vanos. Era como si
alguien hubiera asestado una puñalada a su sensible corazón.
Tuvo la oportunidad de retirarse, pero no lo hizo. En ese momento él
la miró.
—¡Oye! —exclamó, acercándose a ella—. ¡Has llegado justo a tiempo!
Charlie va a tomar un baño. No ha visitado el mar desde el día en que lo
salvamos.
Si Laura pensó por un momento que casi una semana de razonar y de
intentar convencerse a sí misma de que Jackson no era su tipo de hombre,
iba a hacerla cambiar sus sentimientos con respecto a él, estaba muy
equivocada. El hombre que tenía delante no era el mismo que ella había
imaginado, o pretendido imaginar, que no estaba a su altura. Al contrario,
se trataba de un hombre encantador; le resultaba casi imposible hablar
con él sin besarlo.
Sus hombros eran tan anchos como ella recordaba, y su espeso
cabello de un rubio casi blanco debido al sol. Solamente llevaba un traje
de baño y, mientras el bronceado de la joven había desaparecido casi por
completo debido al mal tiempo, el de él se había acentuado. El azul del
cielo palidecía en comparación con el azul de sus ojos, y el sol mismo
parecía enfriarse frente al calor de su sonrisa. Era como si el propio
mundo, con su presencia, hubiese perdido un poco de su grandeza.
—¿Y bien? —inquirió él, ofreciéndole una mano—. ¿Qué dices?
«Di que no», le decía una vocecita desde lo más íntimo de su ser.
«Inventa alguna excusa».
Ella miró la mano de Jackson y comprendió que si la tocaba estaría
totalmente perdida. Sus largos y fuertes dedos la invitaban a disfrutar de
las fantasías más increíbles que hubiera tenido alguna vez, a pesar de que
ella sabía que Jackson en realidad no tenía conciencia de ello.
—¿Laura? —preguntó con cierta impaciencia.
Laura no pudo resistirse más; tomó su mano y se preguntó por qué la
electricidad que se había generado con ese contacto no la había hecho
caer fulminada en ese mismo instante.
Capítulo 5
Charlie chapoteó en el agua tanto como quiso. Ese era su medio
natural. Más grueso y fuerte, estaba más adorable que nunca. Y era
mucho más feliz.
Usando a la pequeña foca como pretexto para soltar la mano de
Jackson, Laura acarició la cabeza del animal. Era suave como la seda.
—¡Vaya, vaya! ¡Sí que ha crecido!
—Creo que es una costumbre que tienen las crías —bromeó y soltó
una carcajada—. ¡Ha crecido tanto que ya no cabemos en la ducha, creo
que ya está listo para cosas más grandes!
Como si estuviera intentando demostrar la verdad de las palabras de
Jackson, Charlie se deslizó sobre las olas con perfecto equilibrio y
elegancia.
—Creí que ya estaba listo para una zambullida —comentó Jackson,
acercándose a Laura—. ¡Pero al parecer anhela ampliar sus horizontes!
—¿No estarás pensando en dejarlo libre? —preguntó preocupada.
—¡No, todavía no! Creo que aún es demasiado joven para que
sobreviva por sí mismo —en ese momento, lanzó una pequeña piedra y,
dirigiéndose a la foca, le ordenó—: ¡Charlie, atrápala!
La foca no pudo conseguirlo, gimió un poco y miró a Jackson con
ternura.
—¿Te das cuenta de lo que digo? No podrá ser independiente hasta
que sea capaz de cazar por sí mismo.
—Aun cuando esté listo, ¿soportarás dejarlo partir, cuando lo has
tenido contigo desde que apenas era un recién nacido? ¡Yo en tu lugar no
podría!
Jackson adoptó una expresión seria al escucharla.
—En ese caso, le agradezco a Dios que no te encuentres en mi lugar.
¡Tiene derecho a su libertad! —declaró un poco molesto—. Y va en contra
de mis principios mantenerlo cautivo un solo día más de lo necesario. Un
hombre tiene que tener una muy buena razón para hacerle eso a cualquier
ser vivo.
—Bueno, existen otras opciones, Jackson.
—¿Como un circo, por ejemplo, donde pueda aprender a bailar con
una pelota sobre la nariz? —repuso con un gesto.
—¡No! Como el acuario de Vancouver, donde podrán cuidarlo muy
bien.
—¡Odio ese tipo de lugares!
interesado para que ella no pudiera pensar cualquier otra cosa acerca de
su amistad.
Por lo regular, él nunca se sentaba demasiado cerca de ella. En
realidad, nunca había derribado la barrera que los separaba; sólo le
contaba algunas partes de su vida, como si tuviera otras que ocultar.
Laura nunca pensó que la invitaría a cenar, pero un día él le comentó:
—Tengo una olla llena de almejas. Muchas más de las que podría
comer. ¿Te gustaría volver después de la puesta de sol, cuando hace más
fresco, y ayudarme a deshacerme de ellas? Podríamos comer un pastel de
almejas en la playa.
No se trataba de la invitación más elegante que Laura hubiera
recibido en su vida, pero sin duda era la más preciada. La joven no
recordaba haberse emocionado más con una invitación. De todas formas,
aceptó intentando disimular su emoción.
Fue una noche fabulosa, las estrellas parecían diamantes incrustados
en un cielo aterciopelado. La arena todavía estaba tibia por el sol del día y
el sonido del mar era como una canción de cuna acariciando sus oídos.
Laura y Jackson disfrutaron de una deliciosa velada con almejas y pan
casero elaborado por Wanda, la cocinera de Honey Bee. Jackson había
llevado incluso una botella de vino.
—Siempre recordaré este lugar —repuso él tumbado en la arena.
Después de suspirar, continuó—: Es el lugar donde empecé a recobrar mi
paz interior.
Laura, adivinando lo que quería decir, pretendió no darle mayor
importancia.
—De niña, solía pasar todas las vacaciones escolares aquí —señaló—.
Todos los veranos, cuando hacía tanto calor como para andar desnuda, y
en Navidades, cuando el frío era terrible. Recuerdo que Frank solía decir
que el viento era tan frío que podría cortar a un hombre en dos —añadió,
esperando que Jackson también le contara algunas cosas acerca de su
infancia—. Todos mis recuerdos de esos años están llenos de recuerdos de
la caleta Cárter. A veces pienso que todo lo que ha sido realmente
importante para mí, ha ocurrido aquí; crecer, aprender acerca de la vida…
y tal vez… del amor.
—Días felices —repuso Jackson.
—También tristes —dijo Laura—. Recuerdo el día en que Taffy murió.
Era una perra muy querida de Honey Bee, recuerdo con claridad la manera
en que meneaba la cola al recibirme todos los veranos. La encontramos
una mañana en la terraza, cerca de los narcisos. Frank la enterró bajo un
árbol y yo lloré todo el día. Esa noche, Honey Bee me llevó a la terraza y
señaló una estrella; me dijo que allí iban todos los perros que morían. Me
dijo también que Taffy estaría en compañía de amigos nuevos y que desde
allí podría ver su antigua casa —a Laura le tembló un poco la voz—. Creo
que es mejor que cambiemos de tema o me pondré a llorar otra vez.
Jackson lo entendió y añadió, señalando la estrella.
Capítulo 6
Jackson la tomó suavemente por la espalda y la abrazó. Ella sintió que
sus senos se oprimían contra su musculoso pecho; sus muslos estaban
entrelazados. A pesar de estar fuera del agua, a Laura le resultaba más
difícil respirar que cuando había estado sumergida. Se estaba ahogando,
asfixiándose… y era una agonía, ya que sentía que los labios de Jackson
estaban tan lejos de ella, que nunca podría poseerlos.
—Jackson —murmuró sin aliento.
Él contempló sus labios durante largo rato, memorizando su contorno.
Después su mirada volvió a sus ojos hechizándola y haciendo que los
párpados se le cerraran sin poder evitarlo. El rostro de Jackson estaba muy
cerca del suyo.
—Lorelei —le murmuró Jackson al oído y justo antes de que la tortura
la destruyera, sus labios reclamaron los de Laura.
El tiempo desapareció; fue como si el sol y el agua alrededor de ellos
se hubieran esfumado. Su pasión por fin desató el deseo en Jackson y
Laura lo abrazó por el cuello, anhelante.
Su cuerpo era fuerte y varonil. Laura recordó que lo máximo que le
había prometido era su amistad, pero estaba dispuesta a utilizar todas y
cada una de sus armas femeninas para poder obtener lo que anhelaba.
Deseaba con todo su ser seducirlo, hacer que se olvidara de toda la
represión que parecía existir en él. No le importaba el precio que tuviese
que pagar. Lo único que ocupaba su mente en esos momentos era la
electrizante sensación de tenerlo cerca de ella.
Laura le acarició el cabello, los labios… y con la lengua enjugó
algunas gotas de agua que resbalaban por su pecho. Lo abrazó con fuerza.
Jackson gimió de placer al tiempo que exploraba su cuerpo con las
manos. Laura podía sentir su creciente pasión.
Él le acarició sus partes más íntimas, proporcionándole sensaciones
que nunca antes había experimentado. Sus dedos sortearon el traje de
baño de la chica y descubrió algo más suave, mucho más suave que el
satén. Se escuchó una voz, era la de ella, al sentir la lengua de Jackson
jugando con sus ardientes pezones. Parecía que trataba de controlarse y
en ese momento Jackson la besó en los labios como para evitar escuchar
lo mucho que ella lo deseaba, lo mucho que lo amaba…
Laura no sabía qué habría ocurrido si la naturaleza no hubiese
intervenido. Se encontraba tan atrapada en sus propias emociones, que
nunca se habría detenido debido a algo tan vulgar como una simple ola.
Pero el mar eligió ese momento para ejercer su autoridad y poner fin a ese
beso que la había transportado a los más remotos lugares del universo.
Una ola los cubrió y los hizo volver a la realidad al verse en la necesidad
de buscar aire.
Sucedió justo a tiempo. Laura se dijo que era como si Dios la hubiese
ayudado. Un minuto más y Jackson la habría poseído. La poca protección
de su traje de baño no se lo habría impedido, puesto que él ya había
explorado la suavidad de la piel que el sol nunca había tocado.
Jackson se había dado perfecta cuenta de la manera en que la pasión
se apoderó de ella. Deliberadamente había puesto a prueba su propia
resistencia sin saber por qué, a pesar de haber pasado los últimos días
intentando convencerse de que Laura no era para él. ¿Qué demonios
había querido demostrar? ¿Que estaba hecho de piedra? ¿O tal vez que los
expertos tenían razón al afirmar que ningún hombre era capaz de pasar
por esa clase de pruebas con su integridad intacta?
—Escucha —dijo él, tomándola con firmeza del brazo al tiempo que
caminaban hacia la playa—. Yo no quise que esto pasara. Debes creerme.
—¿Cómo voy a hacerlo? —repuso ella y lo miró fijamente—. ¡Si los dos
sabemos que lo deseamos y que no hay nada malo en ello!
—¡Sí hay algo de malo! —dijo él con expresión atormentada—. ¡Nunca
será posible entre nosotros! ¡Y si no puedes aceptar ese hecho, es mejor
que nos olvidemos de todo esto de una vez…! —se detuvo y rechinó los
dientes con frustración. ¿Cómo podía decirle algo parecido a Laura?
¿Cómo podría cualquier hombre matar algo tan increíblemente hermoso
sin hacer nada por evitarlo? Intentó tranquilizarse un poco y continuó—:
Creo que lo mejor es que olvidemos todo esto acerca de la amistad y
seamos adversarios, como antes, porque creo que terminaremos como
enemigos de todas formas.
Laura palideció; su mirada estaba llena de dolor. Él se apresuró a
volver para no caer víctima de la tentación otra vez; no se atrevió a
enfrentarse a la tristeza de su hermoso rostro. Le resultaría casi imposible
olvidarla, tal como estaban las cosas…
—¡Déjame solo! —le rogó—. ¡Por piedad, Lorelei, aléjate y olvida que
todo esto ocurrió!
poco probable que se encontrara con Jackson. Pensó que había algo que
siempre recordaría con alegría: las tibias aguas de agosto mientras
descubría los placeres del buceo al lado de Jackson.
Una tarde, Laura decidió internarse nadando hacia donde las aguas
eran más profundas; absorta en la contemplación de una roca llena de
almejas, no se dio cuenta de que esta pisando algas y toda clase de
criaturas vivientes. Horrorizada, sacó un pie y lo apoyó sobre una roca
cubierta por algo áspero y puntiagudo. Antes de que pudiera registrar
dolor alguno, sintió en los dedos el contacto de algo afilado y vio cómo el
agua se teñía de rojo.
Trató de volver a la playa. Estaba bastante alejada de la casa y de
cualquier otra clase de ayuda. Utilizando su toalla improvisó una venda
que, aunque no era muy funcional, por lo menos impedía que la arena
penetrara en la herida.
La resultaba difícil trepar por las rocas en ese estado. Al llegar a la
playa, desesperada, se dejó caer indefensa deseando que su ángel
guardián apareciera y la ayudara. En lugar de eso, apareció Jackson.
—¿Qué diablos…? —Viendo la toalla ensangrentada, Jackson exclamó
—: ¿Qué te ha ocurrido?
—Estaba bailando claque y resbalé —respondió molesta. El dolor
empezaba a afectarla—. ¿Qué parece? —inquirió.
—Que has estado caminando descalza sobre las rocas —repuso él
examinando la herida—, lo cual sería ridículo, ya que tú eres demasiado
inteligente como para hacer algo así, ¿verdad, Laura? —la miró a los ojos.
—No estoy de humor para que me regañen, Jackson. ¡Déjame sola y
vuélvete a casa!
—¡No voy a dejar a una mujer en medio de una playa solitaria
desangrándose!
Mientras hablaba, Jackson le movía los dedos de los pies como para
asegurarse de que todavía estaban firmemente unidos.
—¡Ah! ¡Eso duele! —se quejó Laura.
—¡No puedo imaginarme por qué! —repuso él secamente—. ¡Sólo
tienes un corte hasta el hueso! ¿Puedes levantarte?
—Sobre una pierna.
—Será suficiente —señaló—. ¡Agárrate a mis brazos!
—¡Oh! —de pronto él la levantó sin dificultad y la sentó sobre sus
hombros. Después empezó a caminar como si estuviera llevando a un niño
pequeño.
—¿Me vas a llevar así hasta la casa?
—¿Se te ocurre algo mejor?
La herida del pie cicatrizó con rapidez, mucho más deprisa que la de
su corazón. Cuando Laura volvió de su segunda visita a la clínica, Wanda
sirvió almejas para cenar.
Para sorpresa de la joven, la cocinera le explicó que Jackson había
dejado una bolsa grande de almejas durante su ausencia.
—Qué hombre tan amable y considerado —exclamó Honey Bee al
oírlo.
«Di mejor que cobarde», pensó Laura. Jackson no se había
molestando en preguntar o ir a ver cómo se encontraba. Él sabía que su
cita era el jueves, y había planeado su visita a la hora exacta en que sabía
que ella no estaría allí.
Más tarde, Honey Bee comentó algo más acerca de Jackson.
—¿Debo suponer que señor Connery y tú habéis superado vuestras
diferencias, cariño?
—Mmm… —Laura trató de aparentar desinterés al respecto.
—Me parece bien, porque vendrá a cenar con nosotros el sábado por
la noche.
—¿Sábado por la noche? —exclamó sorprendida, y luego, al darse
cuenta de que su reacción había sido demasiado evidente, añadió—: ¿De
verdad? No sabía que hubieras hablado con él últimamente.
—¡Sí, claro! ¿No te lo dije? Cuando vino a dejar las almejas,
coincidimos en la cocina y charlamos un rato.
—¡No, no me lo dijiste! —repuso Laura con acidez. Sabía que ni su
bisabuela ni él hablarían de frivolidades, de cosas sin interés. Por otra
parte, observó que Honey Bee no se atrevía a mirarla a los ojos—. ¿Así que
lo invitaste a cenar y aceptó sin pretexto alguno? ¡Te confieso que me
sorprende!
—Oh… bueno, esta vez no acepté su negativa y creo que él es
demasiado educado como para negarle un favor a una anciana —Honey
Bee levantó el rostro y esa vez sí miró a Laura—. ¿Estás segura de que no
te molesta que lo haya invitado, cariño?
—¿Por qué me lo preguntas? Es algo que no me interesa lo más
mínimo.
Laura fingió indiferencia y se rió de una manera tan falsa como lo
había hecho su madre.
Capítulo 7
Jackson llegó puntual, a las siete y media, y lo primero que Laura
advirtió fue que se había cortado el pelo. Llevaba la misma elegante
camisa que usó la primera vez que visitó la casa de Honey Bee, pero
recién lavada y planchada. Vestía unos pantalones de corte europeo, muy
ajustados, que parecían haber sido especialmente diseñados para él.
Sus gafas sobresalían del bolsillo de su camisa. También llevaba reloj.
Ella no podía creerlo; Jackson no parecía un hombre que viviera pendiente
del tiempo.
También se había afeitado. Olía a jabón y agua pura, un aroma
encantador. Estaba tan apuesto, que Laura se preguntó si sería capaz de
resistir sin derretirse ante él.
—¡Ejem! —Honey Bee alertó a Laura con un pequeño carraspeo para
que desviara la vista.
Laura empezó a temblar.
—Hola Jackson —saludó con tono inseguro.
Honey Bee, a punto de reír a carcajadas, la rescató diciendo:
—¿Señor Connery, sería usted tan amable de servir las bebidas?
—Será un placer —respondió él y agregó—: Y por favor, llámeme
Jackson.
—A mí me gustaría un poco de jerez, pero si tú prefieres algo más
fuerte, también tengo vodka o whisky. Por favor, Jackson, ¿podrías llevar
la bandeja al jardín? ¡Hace una noche demasiado maravillosa para estar
dentro!
—¿Qué quieres beber, Laura? —por primera vez él se dirigió a ella.
«La botella entera de vodka», pensó en responder, pero sabía que si
ya le resultaba difícil controlarse en plena posesión de sus cinco sentidos,
sería un desastre si se enfrentaba a él después de haber bebido vodka.
Reprimió sus pensamientos y contestó:
—Un jerez estará bien.
Él se ocupó de las bebidas dándole oportunidad a Laura de admirar su
perfecto físico. Sintió el deseo de besarlo en el cuello para saborear su
piel.
—¡Estás impidiéndome el paso! —la voz de Jackson la devolvió a la
realidad de nuevo, y con horror, se dio cuenta de que tenía razón. Se
había quedado tan embelesada mirándolo que, al volverse, él la había
descubierto. Lo único que pudo hacer fue murmurar una disculpa y
esperar que él no se hubiera dado cuenta de su falta de control.
Los ojos de Jackson parecían esforzarse por esconder algo. Tenía una
expresión seria, como si detestara el poder que Laura ejercía sobre él, y
que le impedía separarse de ella.
—Cierra los ojos —murmuró él y, acercándola más hacia sí, apoyó la
barbilla contra su sedoso cabello. Cuando sintió la frescura del césped bajo
sus pies, comprendió que él la había alejado de la luz de las velas.
Entonces se quitó los zapatos de tacón que llevaba y se acercó más a
Jackson, sin importarle nada en absoluto, como el hecho de que Honey
Bee pudiera estar mirándolos.
Una melodía tras otra. Eso parecía ser lo único que la ayudaba a
darse cuenta de que el tiempo seguía transcurriendo. Humo en tus ojos,
Extraños en la noche. Tenía la sensación de que aquellos compositores
habían entendido el amor mucho mejor que ella.
Jackson la dirigía con soltura y facilidad. Bailaban como si lo hubieran
estado haciendo durante toda la vida. Su comunicación era perfecta; por
primera vez parecía no haber problemas entre ellos. Bailaban al unísono.
Hasta sus corazones parecían latir con la misma frecuencia.
Bañados por la luz de la luna, Laura no podía sentir nada más que la
frescura del césped bajo los pies y, a sus espaldas, los acordes de un
clarinete…
Sabía que él iba a besarla. Esa comunicación mágica que estaba
surgiendo entre ellos era como el preludio de algo más poderoso.
Jackson deslizó una mano por su espalda hasta llegar a la nuca. Laura
levantó la cabeza, y descubrió que sus ojos estaban llenos de pasión.
Entonces la besó.
La música pareció transportarlos a otra dimensión, donde los sueños
imperaban. La manera en que la besó allí, bajo los ciruelos, la hizo sentirse
como si él hubiera tomado su alma entre las manos y la hubiera
depositado bajo el sol. Un calor benigno inundó todo su ser y Laura
comprendió que nunca nada volvería a ser igual para ella.
Sintió el aliento de Jackson cerca de una oreja. Los dos se
estremecieron al mismo tiempo, y como temiendo que la noche pudiera
separarlos, se abrazaron con más fuerza. Después, Laura sintió sobre el
cuello la humedad de su lengua. ¡Debía tratarse de un sueño! ¡No podía
controlarlo!
No podía mantenerse de pie; ya no la obedecían sus músculos. Quiso
decir algo, pero las palabras no salieron de su garganta y lo único que
pudo hacer fue emitir un débil gemido.
Entreabrió los labios. Jackson deseaba más y ella se lo ofrecía, todo lo
que él quisiera tomar. Su calor y su sabor la embriagaron; Laura parecía
derretirse poco a poco.
—Escucha —dijo él de repente y levantó el rostro.
—¿Qué? —preguntó—. No puedo escuchar nada.
—Exacto —respondió Jackson—. Ya no suena la música.
—Pero… ¿debemos…?
—Mira, tengo muchos defectos, Laura. Pero aprovecharme de la
hospitalidad de mi anfitriona seduciendo a su biznieta en el jardín de su
propia casa es ir demasiado lejos. ¡Nunca podría traicionar la confianza de
tu bisabuela!
Laura deseó poder odiarlo por lo que acababa de hacer; deseó poder
borrar el color de su ruborizado rostro. Deseó, en pocas palabras, que él
no tuviera la razón.
—Creo que Honey Bee ya se ha retirado —suspiró melancólica.
—Aun así…
—Y creo que yo debo hacer lo mismo —lo interrumpió, molesta.
—Laura —la detuvo tomándola del hombro—, compréndelo, no es el
momento apropiado.
—¿Lo ha sido alguna vez? —preguntó ella con amargura.
—Tal vez… hace algún tiempo —respondió él, acariciándole una
mejilla.
De repente, Laura creyó comprenderlo todo. Incrédula, se alejó de él
de un salto.
—¡Estás casado! ¡Eso es lo que pasa!
—¡Demonios! ¡No! —se rió sin poder evitarlo—. No se trata de algo
tan sencillo.
Laura siempre pensó que las mujeres que se relacionaban con
hombres casados no merecían ningún tipo de miramientos si después
lloraban de decepción. Pensaba que el amor era como una subasta de
arte; el mejor postor era el que se llevaba el cuadro, y el perdedor debía
olvidarse de la prenda y buscar otra.
No, no podía esta enamorada de un hombre que legal y
emocionalmente estaba ligado a otra mujer. Se acercó otra vez a Jackson
y lo miró a los ojos:
—Es lo único que podría cambiar lo que siento por ti.
—¡Laura!
La joven pudo ver el conflicto en sus ojos; esperanza y desesperación
luchando entre sí. Pero ella tampoco había elegido enamorarse.
Después de lo de esa noche, después de haberse besado como lo
hicieron y después de la manera en que ella le había correspondido no
sólo con su cuerpo, sino con su alma y su corazón, ¿qué otra opción tenían
si no era la de enfrentarse a sus verdaderos sentimientos? Necesitaban
estar a solas, saborear el milagro que había ocurrido entre ellos sin
siquiera darse cuenta.
—Está bien —asintió Laura y lo besó con ternura—. Lo entiendo
perfectamente; lo que pasa es que estoy un poco fuera de control.
Laura durmió como una niña con el corazón lleno de esperanza. El sol
brillaba, los pájaros cantaban, el mar era azul… tan azul como los ojos de
Jackson.
—Bueno, cariño —señaló Honey Bee al verla—. Después de todo, la
idea de la cena no fue tan mala, ¿verdad?
—¡Fue una idea estupenda! —repuso Laura, descubriendo toda su
alegría con una gran sonrisa que no podría engañar ni a un niño—: ¡De
hecho, es la mejor idea que has tenido en mucho tiempo!
—¿Debo asumir que a Jackson también le pareció bien?
—Estoy segura de ello. Me pidió que te diera las gracias por una
velada tan maravillosa. Lo habría hecho él mismo, pero no se dio cuenta
de que ya te habías retirado.
—Dudo que cualquiera de los dos se hubiera dado cuenta incluso de
un terremoto —repuso la anciana con seriedad—. Prueba esta mermelada
de melocotón que ha preparado Wanda; es una receta especial.
Laura se ruborizó un poco y sonrió.
—Sabías cómo me sentía mucho antes que yo, ¿verdad?
—Tiendo a sospechar cuando percibo hostilidad entre un hombre y
una mujer —respondió—, en especial, cuando no existe razón alguna para
ello.
—¡Creo que sería capaz de creer en milagros! —exclamó Laura
alegremente—. ¿Quiere eso decir que soy una niña ingenua?
—No lo creo —repuso Honey Bee—. ¿Y Jackson? ¿Siente lo mismo por
ti?
Laura cerró los puños y sacudió la cabeza.
—¡Así lo espero! ¡Así lo creo!
Pero durante el transcurso de ese día Laura empezó a dudarlo. No
sabía qué esperar; sentía una cierta aprensión en el corazón, algo
parecido a un presentimiento. Jackson no llamó, ni tampoco fue a la playa.
Después de comer, Laura fue hasta su cabaña, pero no había rastro
de él. Charlie se encontraba dormido durmiendo a la sombra del porche.
Laura pensó que tal vez había ido a comprar algo al pueblo. Se dijo que
esa debía de ser la razón por la que no la había llamado.
De vuelta a la casa de Honey Bee, Laura estaba nerviosa, los minutos
pasaban con lentitud. Se sintió desesperada.
—Si no te importa, querida —Honey Bee interrumpió sus
pensamientos—, creo que cenaré en mi habitación, ¡no soporto este calor!
Sin nada que la distrajera, Laura se hundió más en sus pensamientos.
¿Acaso lo que había significado una revelación para ella no significaba lo
mismo para Jackson? ¿Era posible que él dejara que transcurriera todo un
día sin siquiera llamarla?
Por un momento Laura pensó que ella era como una de aquellas
mujeres que hacían cualquier cosa con tal de no estar solas. ¿O tal vez era
demasiado ingenua?
Su falta de experiencia en cuestiones amorosa le impedía hacer
cualquier tipo de comparación.
Muchas veces se había preguntado cómo era posible que la gente se
dejara llevar por sus sentimientos para terminar siendo víctimas de ellos.
Bueno, en ese momento lo entendía mejor. Cuando el corazón se imponía
a la razón, no había muchas opciones para escoger.
—No tengo mucho apetito —respondió cuando Wanda se acercó para
anunciarle que la cena estaba lista.
—Espero que no esté enferma —observó el ama de llaves,
preocupada.
«Sólo si el amor pudiera calificarse como una enfermedad», se dijo
Laura.
—En realidad, no —contestó —supongo que es el tiempo el causante
de mi inapetencia.
—He preparado salmón con ensalada de pepinos —le informó—. Pero
si prefiere otra cosa…
«Lo que prefiero es cualquier tipo de pretexto para ir a visitar a
Jackson, cualquier cosa que me dé la oportunidad de verlo otra vez sin
tener que pasar por encima de mi orgullo…», pensó.
Wanda metió una mano en el bolsillo de su delantal y dijo:
—A propósito, el caballero olvidó esto ayer —le entregó las gafas de
Jackson—. Las encontré en la mesa del patio esta mañana. Deseaba
decírselo antes pero me olvidé. Espero no haber causado ningún
problema.
—¡No te preocupes! —exclamó Laura y su apetito mejoró de
inmediato—. Daré un paseo un poco más tarde y yo misma se las
entregaré. Después de todo, creo que me encantaría probar ese delicioso
salmón que preparaste.
Capítulo 8
Laura esperó a que el sol desapareciera en el horizonte. Se cambió de
ropa y escogió un vestido de algodón con grandes dalias estampadas en la
parte posterior. Era ajustado en la parte superior y tenía una falda de gran
vuelo. Era suficiente para hacerla sentirse confiada y no demasiado
elegante para una ocasión informal.
Jackson había regresado. El suave sonido de una guitarra la recibió y
toda la ansiedad que Laura había padecido durante el día se desvaneció al
reconocer la melodía; se trataba de una de las piezas que habían bailado.
Él estaba sentado en el porche, apoyado contra uno de los postes.
Una guitarra de seis cuerdas descansaba sobre su regazo. Sus largos y
finos dedos arrancaban los acordes de la melodía que había estado todo el
día en su memoria.
Sin decir nada, Laura permaneció a la sombra de un árbol, detrás de
él. Jackson vestía una camisa azul y pantalones vaqueros. Su relajamiento
era tal, que parecía un sacrilegio interrumpirlo.
Sin embargo, después de algunos segundos la música se detuvo. Él
no se movió, ni siquiera se volvió hacia ella. Contemplando el azul del
mar, dijo:
—Sabía que no serías lo suficientemente sensata como para
mantenerte alejada.
Laura se dijo que, por experiencia propia, sabía muy bien que era
inútil intentar pasar desapercibida. Desde el principio había advertido que
Jackson poseía una cualidad especial para darse cuenta de la presencia de
los demás. Era como un instinto de supervivencia, como si siempre
estuviera alerta. Y no era nada sorprendente el hecho de que siguiera
resistiéndose a la atracción que ella ejercía sobre él. No era la clase de
hombre que se daba por vencido con facilidad.
Laura se acercó un poco más y le preguntó:
—¿Te gustaría que me marchara?
—¿Respetarías mi decisión si así fuera? —preguntó, resignado.
Laura no dijo nada. En lugar de eso lo miró fijamente a los ojos.
Después de algunos segundos, Jackson volvió la vista hacia el oscuro
horizonte y Laura se dio cuenta de que no se había equivocado con
respecto a él. Haciendo acopio de valor, se atrevió a decir:
—¿Crees —empezó con suavidad—… que si me rechazas ahora,
olvidaré la manera en que me besaste anoche? ¿O tal vez crees que soy
tan ingenua que no sé cómo el deseo a veces traiciona a un hombre? —
Laura se acercó todavía más y puso un dedo sobre el cuello de Jackson; su
pulso parecía haberse acelerado—. Ayer nos abrazamos estrechamente.
Sé muy bien que me deseas, Jackson… —acercó su rostro hacia él. Jackson
—¿De verdad? —La fulminó con la mirada—. Bueno, creo que ahora
es mi turno. Voy a bajar a la playa y cuando regrese, espero que te hayas
ido. Fuera de mi casa y fuera de mi vida, ¿entiendes?
El fuerte portazo que dio al salir hizo que las delgadas paredes de la
cabaña se estremecieran y el impacto sacudió a Laura, alertándola
momentáneamente. «¿Por qué era tan terrible ser virgen?», se preguntó
con ingenuidad. Se vistió con rapidez y decidió seguirlo. ¡Esa vez no
tendría él la última palabra!
Lo encontró sentado sobre un madero mirando al océano, con
expresión de furia en los ojos. La luz de la luna hacía que la espuma del
mar pareciera una infinita línea de plata delineando el movimiento de las
olas. Y también le permitía darse cuenta del rostro endurecido de Jackson.
Estaba realmente furioso, pero ella también tenía motivos para ello.
—Has dicho lo que querías y puedo asegurarte que no volveré a tu
casa tal y como ordenaste —empezó a decir Laura en voz baja—, pero
antes de que desaparezca de tu vida, yo también tengo algunas cosas que
decir. ¿Por qué pensé que hacer el amor contigo sería una buena idea? En
este momento no lo sé, pero como adulta, soy totalmente responsable de
mis actos aunque después me arrepienta por completo. Por lo menos,
espero que te comportes con una madurez similar y no busques un chivo
expiatorio para apaciguar tu complejo de culpa, o lo que sea que te pone
en tal estado. Además —continuó tomando más aire—, siempre pensé, por
lo que he leído, que un hombre debería sentirse honrado de ser el
primero, en especial con alguien de mi edad. Basándome en eso,
encuentro absurda tu actitud.
Jackson maldijo entre dientes.
—¡No juegues a la «dama virtuosa» conmigo, Laura Mitchell! No soy
la clase de hombre que hace negocios con limosna de otros, y mucho
menos con su castidad.
Laura, enardecida, se dispuso a atacar de nuevo.
—Bueno, no tuve que obligarte a que me llevaras a tu cama, y a
menos que esté engañada, no te opusiste mucho ante la perspectiva.
—¡Qué tonto he sido! —repuso con tono cortante.
—Bueno, ¡siento mucho haberte desilusionado! ¡Achácalo a mi
inexperiencia!
Para su asombro, Laura se sintió tan terriblemente furiosa que prefirió
volverse; de inmediato sus ojos se inundaron de lágrimas. Prefería morir
antes que dejarle ver a Jackson lo mucho que la había herido.
Sin embargo, antes de que pudiera alejarse, él la alcanzó y la obligó a
volverse.
—¡No he dicho que estuviera desilusionado! —murmuró entre dientes.
—¡No tenías necesidad! Fue evidente.
Él suspiró; parecía un poco contrariado.
—Del tipo clásico, con barrotes y muros de hormigón, cara bonita. Del
tipo donde enviaron a hombres que han cometido algún delito, crímenes,
atracos… Del tipo donde los guardias siempre llevan rifles, listos para
disparar a la menor provocación, y vigilan a los hombres a todas horas,
cuando comen, cuando duermen y hasta cuando se duchan.
Él se había acercado tanto a ella que podía sentir su aliento. A la luz
de la luna, Laura podía ver delineada la perfecta silueta de Jackson a su
lado. Él le acarició una mejilla y la miró a los ojos.
—¿Todavía quieres que te bese, Laura? ¿Todavía deseas que un ex—
convicto acaricie tu suave cuerpo?
Capítulo 9
Laura sacudió la cabeza.
—¡No te creo! ¡Te estás inventando todo eso para librarte de mí! ¡Sé
que te lo has inventado todo palabra por palabra! ¡Ya te conozco!
—¿De verdad? —aprisionó a Laura por la cintura con increíble fuerza
—. Dime, Laura. ¿Qué es lo que sabes exactamente?
«Que cada vez que te miro a los ojos, me siento desfallecer», deseó
decirle. «Que percibo cierta magia en el aire cada vez que estoy cerca de
ti, y que nunca antes había sentido. Que no importa que sea lógico o no;
te reconocí desde la primera vez que te vi; somos el uno para el otro y
quiero envejecer a tu lado, porque me haces creer en finales felices».
Pero Laura no pudo decir nada de eso, porque temía que fuera a
reírse de ella. Debía buscar razones más sensatas.
—Eres amable —indicó—. Y bajo esa coraza de piedra, hay una
persona que se preocupa por sus semejantes. Rescataste a Charlie,
bailaste con Honey Bee, a quien por cierto, le gustas mucho. También me
enseñaste a bucear, me ayudaste cuando me corté el pie, y… oh, ¿cómo
sé que el sol saldrá mañana, o que a la primavera le seguirá el verano?
¡No me lo preguntes, simplemente lo sé!
Laura se dijo que tal vez estaban discutiendo de una manera
demasiado apasionada, pero, ¿cómo podía usar su inteligencia con
Jackson mirándola de esa manera tan extraña?
—¡Jackson, no es gracioso! ¡Me estás haciendo daño en las muñecas!
Por favor, déjame ir.
—Eres libre —repuso él, soltándola y extendió las manos para
demostrarlo. Después, mirando hacia el horizonte, añadió—: Y es culpa
tuya si resultas herida. No has debido insistir tanto, Laura. Es lo primero
que te enseña el mundo, a ir de acuerdo con el sistema; de otro modo,
puedes salir muy mal parada —se sacudió las manos y continuó—: Ahora
veamos, creo que estabas enumerando mis virtudes, ¿verdad? Creo que
estabas exagerando un poco, ¿no es así?
—Bueno, considerando que eres tan comunicativo como una almeja…
Debo confesar que al principio creí que se trataba de mis hormonas…
—Así fue —la interrumpió—, y los dos sabemos que no debemos tener
tanta fe en ellas.
—Pero eso no fue todo, Jackson —reuniendo valor, Laura se acercó a
él y deslizó una mano por sus fuertes hombros hasta su pecho—. Después
me di cuenta de que no era una simple atracción física. Descubrí ciertas
cosas acerca de ti: que eres una persona bastante inteligente y que, en
cierto modo, aunque tratabas de esconderte bajo esa apariencia
impenetrable, no pudiste esconder tu verdadera personalidad y tus
modales delante de Honey Bee. Jackson, si en realidad eres sincero, no
creo que puedas negar que estamos hechos el uno para el otro. Casi
somos almas gemelas.
Él no dijo nada; parecía meditar sobre sus palabras. Y eso era mucho
más enervante para Laura que si hubiera dicho algo.
—Traté de que no ocurriera, Jackson —continuó ella—. Me dije una y
mil veces que eras el hombre equivocado, en el tiempo equivocado
también, y que si me enamoraba de ti, me romperías el corazón —suspiró
desolada—. Y ahora parece que eso fue lo único en lo que acerté.
—No —repuso inexorable—. Laura, tú misma admitiste que guardo
muchos secretos y al mismo tiempo dices respetar mi inteligencia. No la
insultes ahora intentando hacerme creer que nunca te has preguntado por
qué decidí llevar esta clase de vida —extendió un brazo y señaló el mar y
la caleta—, sin ambiciones, como la de un ermitaño, y sin el más mínimo
interés por el dinero y por todas las cosas que contribuyen al éxito de un
individuo.
Él la estaba asustando, obligándola a enfrentarse con la respuesta de
muchas cosas que Laura prefería no preguntarse por temor a encontrar
algo desagradable.
—Mucha gente está cansada de la sociedad.
—Tal vez, pero estoy seguro de que no se trata de tus amigos.
—No —repuso ella, dándole la razón—, pero tal vez por eso mismo,
soy incapaz de enamorarme de ellos. Si fuera así, esta noche no habrías
terminado haciéndole el amor a una virgen y no tendríamos esta absurda
discusión.
muy buena razón para hacer eso con otro ser vivo», recordaba que le
había dicho él.
Capítulo 10
Laura voló hacia la caleta Cárter el viernes siguiente. Honey Bee
estaba encantada con la sorpresa y también muy impresionada por su
aspecto.
—¿Sólo el fin de semana? —La amonestó cuando Laura le explicó que
se trataba de una visita corta—. Querida, si valoraras un poco más tu
salud, te quedarías más días.
—¡Es imposible! —dijo Laura—. La exposición empieza a fin de mes y
todavía no hemos terminado con los preparativos.
—¿Por qué no contratas a algún ayudante?
«Porque eso me permitiría pensar más en mis problemas
personales».
—A estas alturas, una persona nueva complicaría más las cosas —
explicó e intentó cambiar de tema—. ¿Piensas venir a la ciudad para la
inauguración?
—¡Claro, no me la perdería por nada del mundo! —repuso mientras le
servía una taza de chocolate—. ¡Creo que será algo memorable!
Laura se dispuso a visitar a Jackson vestida con unos pantalones de
ante y una capa que hacía juego. Era temprano y una brisa otoñal jugaba
con su cabello, pero también arrastraba grandes nubarrones sobre el mar.
No podía fijar su atención en nada más que en su entrevista con Jackson.
Estaba aterrorizada sólo de pensar en la forma en que él la recibiría.
Jackson había rehusado responsabilizarse de su amor ni de su virginidad.
¿Sería realmente diferente si ella le hablaba de un niño?
Pero al llegar a la cabaña, se dio cuenta que sus temores eran
infundados. La cabaña estaba vacía. Reinaba un olor a desolación.
Pequeñas telarañas habían empezado a formarse en las esquinas del
porche. Sabía que era inútil llamar a la puerta porque nadie respondería.
La bicicleta y la manta con que la cubría no estaban. No había nada de
Jackson, excepto un trozo de jabón rosa que había dejado en un
recipiente.
Ella lo recogió y trató de oler el poco aroma que quedaba. Sólo por un
momento, logró evocar imágenes de Jackson. Pudo ver otra vez sus
perfectas facciones y el azul intenso de sus pupilas. Casi pudo sentir su
fresco aroma junto a ella y después saboreó uno de sus besos. El viento
parecía susurrar: «Hiciste que te amara, Jackson».
Después pasó la magia, y al parpadear, Laura se dio cuenta de que
estaba llorando. En todas las imágenes que se había formado acerca de su
regreso, Jackson siempre estaba presente. Por otra parte, no tenía la
menor idea del lugar donde él pudiera encontrarse. Podría estar en
cualquier lugar del mundo, México, el Tibet, la Antártida… A Jackson no le
importaría, con tal de estar lejos de cualquier cosa que pudiera significar
alguna atadura.
Enjugándose las lágrimas, se preguntó qué habría pasado con Charlie.
¿Jackson le habría enseñado a sobrevivir antes de abandonarlo?
Laura se ajustó la capa y se preparó para irse. No había nada allí que
fuera de su interés y el viento había arreciado.
Desde que se abrió la galería esa tarde, a las siete de la noche, una
sucesión de coches de todos los tipos recorrió la avenida para detenerse
frente al local.
Desde el balcón de la galería, Laura y Archie miraban cómo sus
invitados se agolpaban frente a la entrada.
La joven pensó que muy bien podría haberse tratado de una escena
pictórica de Renoir. Mujeres elegantemente vestidas paseaban por el
salón admirando los cuadros que habían sido colgados en lugares bastante
estratégicos.
—¡Todo un éxito, pequeña! —exclamó Archie, arreglándose la corbata
por quinta vez—. Los periódicos de Los Ángeles y Chicago publicarán
artículos, además de los periódicos locales. ¡Y echa un vistazo a los trajes
y a la joyería que deambulan allí abajo!
—Basta, Archie —murmuró con discreción—, estás delante de la
televisión.
—Tienes razón —repuso él al darse cuenta de que una cámara seguía
sus movimientos—. ¡Todo está maravilloso, las flores, la plata sobre la
mesa, y por supuesto, tú! ¿Es ese tu nuevo vestido?
—Sí. ¿Te gusta?
—¡Claro! Lo que no me puedo imaginar es cómo encontraste tiempo
para ir de compras.
—¡Casi llego tarde! —repuso. Rose y ella habían ido a tomar un café
juntas tratando de recuperar ¡casi veinte años perdidos! Laura no sabía
qué le había causado más impresión, si las confesiones tan íntimas que
hizo a Rose, o la manera en que ella las acogió, con absoluto respeto e
interés.
—Me duele que te haya herido, querida. Pero a la vez te estoy
agradecida por su sinceridad y, porque de otra forma, no estaríamos
charlando en este momento. Y en cuanto al amor a primera vista, no creas
que no existe, lo que pasa es que la gente muy pocas veces escucha a su
corazón.
—¿Es eso lo que te sucedió a ti, madre?
Rose suspiró y asintió.
—Con tu padre sí. A él no le interesaba acumular dinero ni ser
famoso. Por eso nos separamos siendo tú aún muy pequeña. Cuando me
di cuenta de que él era el único hombre que contaba realmente para mí,
ya se había marchado a la expedición del Himalaya, donde murió. Y desde
entonces he estado buscando a alguien que se le parezca.
La gratitud de su madre al ser solicitada como asesora para comprar
su nuevo vestido, hizo que Laura se sintiera muy arrepentida de los años
que había desperdiciado sin su compañía. Era como Jackson le había
dicho; se preocupaba demasiado por el exterior de las personas y se
olvidaba del interior.
—Querida —le había dicho Rose—. Ese vestido destaca todo lo que
hay que destacar en ti. En especial esos ojos Cárter que heredaste y que
siempre he envidiado. Estás muy elegante, Laura. En realidad, estás
preciosa.
Era un vestido muy bonito. Bastante ajustado, cubierto de miles de
cuentas, que brillaban con el movimiento.
—Elegante está bien, mamá, pero «preciosa»… ¡no lo creo!
—¡Vamos Laura, sabes muy bien que posees esa elegancia propia de
las mujeres delgadas! Y también el cuerpo en el que piensan los
diseñadores cuando lanzan sus creaciones.
Laura contempló su imagen con los pendientes de esmeraldas que
Honey Bee le regaló cuando cumplió veintiún años.
—Laura, ¿no es esa tu bisabuela? —Archie llamó su atención
señalándole a Honey Bee, que estaba espléndida con su vestido de
terciopelo negro, contrastando con sus carísimos diamantes. Pero no fue
eso lo que más la impresionó; Laura había creído ver a Jackson entre el
grupo que acompañaba a su abuela.
Se dijo que muy bien podía haber sido un efecto causado por el
reflejo de alguna de las luces, pero tenía que cerciorarse. ¡Tenía que ir a
ver si se trataba de él!
Se disculpó de inmediato y se dirigió a su oficina, desde donde podía
contemplar casi toda la sala de exposición. Al lado de Honey Bee había un
hombre pero, aunque era muy bien parecido, no podía tratarse de Jackson.
Debía de tener más de sesenta años de edad.
¡Tal vez había bebido demasiado! Desilusionada, estuvo a punto de
romper el cristal de su escritorio debido a la fuerza con la que dejó su
vaso.
¡No podía ser! ¡Justo cuando pensaba que ya se estaba reponiendo y
haciéndose con las riendas de su vida otra vez, un hombre que se parecía
físicamente a Jackson volvía a desequilibrarla de nuevo! Se enjugó algunas
lágrimas que escaparon de sus ojos.
En ese momento, la puerta se abrió. Era Archie.
—Siento interrumpirte, querida. Pero creo que debemos salir. Los
primeros visitantes están a punto de terminar de ver la exposición.
Recuerda que son clientes potenciales.
—¡Claro! —repuso Laura—. ¿Todavía está mi madre esperando?
—No. Ha ido a saludar a tu bisabuela, pero hay un hombre que insiste
en hablar contigo. Está interesado en algo. Me dijo que ya había hecho
tratos contigo con anterioridad, pero no recuerdo su rostro.
—¿Cómo se llama?
—Johnson… ¡no, no! —Sacó una tarjeta del bolsillo y leyó el nombre
—: Jackson Connery…
La noticia se mezcló con la música de Paganini que en ese momento
se escuchaba en la sala. Sólo para cerciorarse, Laura, al borde del
desmayo, dijo:
—¡No, debes de estar equivocado, Archie! El único Jackson Connery
que conozco es la última persona que esperaría encontrar aquí.
—¡Pues prepárate para la sorpresa, querida! —exclamó Archie,
tomándola del brazo—. No sólo está aquí. También parece ansioso por
hablar contigo.
Capítulo 11
Ni paciente, ni razonable! ¿Se suponía que el mundo entero debía
marchar a su ritmo? ¿O simplemente se trataba de su obsesión de
mantener a la gente pendiente de él? Porque si se refería a cuentas
pendientes, Laura tenía algunas también.
Para empezar, él había criticado duramente su estilo de vida.
¿Entonces qué estaba haciendo al acudir a un lugar lleno de personas que
él decía odiar? Por otra parte, ¿cómo había entrado sin invitación?
¡Pretendía no saber nada acerca de modas, pero ciertamente había sabido
qué vestuario elegir para semejante ocasión!
—¿Y se supone que yo debo estar dispuesta a poner en peligro una
exposición a la que he dedicado meses, simplemente porque tú apareces
sin invitación y quieres que así sea? ¡Han pasado casi dos meses! ¿Por qué
tienes tanta prisa ahora?
—Te he echado de menos —bajó la mirada por un momento. Luego la
miró con tal deseo en los ojos, que parecía estar haciéndole el amor en
medio de la habitación.
—¿De verdad? —inquirió ella con ironía—. ¡Pues déjame decirte que
yo he pasado los dos meses más miserables de mi vida, y no creo estar
tan segura de querer volver a verte! ¡Creo que he encontrado la felicidad!
—¡Ah sí! ¿Qué clase de felicidad? —la interrumpió.
—¡La que proviene de vivir dedicada a mi profesión, sin aventuras
peligrosas!
—¡No creo que exista un mundo semejante!
—Oh sí, ¡claro que existe! —respondió de inmediato—. ¡Y yo soy una
prueba viviente de ello! ¡Una virgen recatada que es feliz viviendo en su
mundo de perlas y vestidos negros! ¿Recuerdas?
Jackson se acercó a ella y le tocó los pendientes de esmeralda.
—Estos pendientes no son de perlas —murmuró—. Son de
esmeraldas, tan llenas de fuego como tus ojos, y te quedan mucho mejor.
Incluso ese pequeño contacto hizo que Laura se estremeciera
íntimamente.
—¡No me toques! —chilló.
—Laura, creo que soy culpable de muchas cosas, pero me estás
tratando como si te hubiera pegado. Muchas veces agotaste mi paciencia,
pero nunca pensé en hacer algo así. Pensé que eras una mujer demasiado
delicada para saciar los apetitos de un hombre con un pasado como el
mío.
—¿Saciar tus apetitos? —repitió incrédula—. ¿Por qué no vas
directamente al grano y me llamas prostituta?
—Baja la voz, cara bonita —sugirió él—. Recuerda que estamos entre
tus invitados. Ni por un momento he pensado que tú eras una mujer,
ejem, de vida licenciosa.
A pesar de que lo que había dicho era bastante gracioso, Laura
repuso con seriedad:
—Casi lograste destruirme. ¡Pero puedo asegurarte que eso nunca
volverá a ocurrir!
—¡No, no volverá a ocurrir! ¡Porque ahora tienes una clara visión que,
hasta hace poco, yo no tenía! ¡Eres una mujer inteligente que sabe lo que
quiere!
—¿Es esa la razón por la que estás aquí, Jackson? —preguntó Laura
con ironía—. ¿Por que respetas mi consejo profesional y deseas adquirir
alguna pieza de arte?
—¡Sabes muy bien que no es así! —gruñó él—. ¡Estoy aquí porque
somos como una pintura sin terminar, y no me daré por vencido hasta que
vea la última pincelada! ¡Estos son mis términos, así que creo que será
mejor que aceptes!
Laura pensó que ése era precisamente el problema, que desde que se
conocieron todo había transcurrido bajo sus términos y sus condiciones. El
corazón le dio un vuelco, pero no quiso ceder con tanta rapidez.
—En ese caso, te doy una cita para la semana que viene; tal vez
pueda recibirte si no tengo cosas más importantes que hacer.
—¡De eso, nada! —repuso él—. ¡Ya te lo he dicho, no me iré de aquí
hasta que tú y yo hayamos arreglado nuestras diferencias!
Laura pensó que parecía mucho más decidido y arrogante que antes.
—Entonces aguarda aquí, hasta que te salgan raíces —declaró Laura
y añadió—: Pero resígnate a perder mi compañía. Hay otras personas que
desean hablar conmigo. ¡Y deja de llamarme «cara bonita»! Laura se alejó;
le parecía que las cuentas de su vestido le aplaudían con su rumor. De
inmediato, otros invitados se acercaron para intercambiar opiniones con
ella. ¡La exposición estaba resultando todo un éxito!
—¡Una exposición impresionante, querida…!
—¡Estamos encantados con la acuarela que hay al pie de la
escalera…!
—¿Podrías enviarnos otro catálogo? A nuestra hija le encanta el arte…
Las siguientes horas pasaron con rapidez. Laura, como la experta que
era, tenía las respuestas adecuadas para cada uno de sus invitados y
clientes. Eso duró hasta que los Mclntyre llegaron. Charles Mclntyre era un
destacado hombre de negocios que había trabajado duro para lograr su
posición, pero Margery, su esposa, respondía al clásico modelo de «nueva
rica», y era bastante vulgar y maleducada.
—¿Por qué te hizo algo así tu propio tío? —Laura estaba sorprendida.
Rose tal vez no había sido un modelo de madre, pero estaba segura de
que ella nunca haría nada para perjudicarla deliberadamente.
—La ambición cambia a los hombres, Laura. En el caso de mi tío,
invirtió mucho dinero en el mercado de valores, y también tuvo algunas
ganancias provenientes de negocios dudosos. Después se dio cuenta de
que su capital se estaba acabando. Desesperado, empezó a depositar
grandes cantidades de dinero usando domicilios y nombres falsos. Habría
podido continuar si una de las aseguradoras no hubiera investigado el
dudoso destino de una factura. Por supuesto, él se dio cuenta de que los
problemas habían empezado y trató de lavarse las manos como pudo,
protegiéndose e inculpándome a mí.
—¿Cómo pudiste probarlo, Jackson?
—El muy estúpido retomó sus negocios sucios el año pasado. Como
yo todavía estaba en prisión, las investigaciones condujeron a él
directamente.
—¿Así que él está en prisión ahora?
Jackson sonrió con ironía y explicó:
—En realidad, sufrió un ataque cardíaco y falleció. Pero tuve la
oportunidad de hablar con él al salir de prisión. ¿Y sabes qué me
respondió? Que lo había hecho porque yo era un hombre joven, al que le
sería fácil empezar de nuevo después de la prisión, pero como él era un
hombre ya maduro, no podía permitirse el lujo de empezar otra vez. ¡Ni
siquiera tuvo un gesto de arrepentimiento o de vergüenza! Pero ya ves, al
final probó una cucharada de su propia medicina.
Laura no tenía razón alguna para dudar de las palabras de Jackson;
además, los comentarios de Charles Mclntyre corroboraban su confesión.
Pero todavía albergaba algunas dudas en su corazón.
—Si todo fue así, tú no tenías culpa alguna, ¿por qué no me lo
contaste desde el principio? ¿Por qué fingiste que sólo eras un ermitaño
que no poseía un céntimo? ¡Creo que te darás cuenta de lo dolorosas que
son las decepciones!
—Sí, lo sé —respondió él después de un minuto—. Y no creas que me
siento orgulloso de la manera en que te traté.
—¿La razón por la que viniste a la galería es que deseabas aclarar la
situación, Jackson? ¿Eran los cabos sueltos a los que te referías?
—Sí.
—¿Por qué? ¿Para poder continuar con tu vida sin sentir
remordimientos?
—Así es.
Laura pensó que ya lo había comprendido todo. Para su desgracia,
Jackson quería absolución cuando lo que deseaba ella era amor. El coche
se detuvo frente a un muro de piedra gris.
—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó Laura al ver que el chófer
de Jackson se aproximaba para abrirle la puerta.
—Porque, todavía queda un cabo suelto, y creo que debe ser atado
antes de que cierre este capítulo acerca de mi pasado y empiece el de mi
futuro. Y porque espero que seas lo suficientemente justa como para
dedicar el resto de la noche a escuchar mis justificaciones, aunque sé que
yo no siempre he sido justo contigo, ¿verdad?
—Media hora —repuso ella.
La noche era fresca; el aroma de vegetación húmeda inundaba el
ambiente.
—¿Qué lugar es este, Jackson?
—El lugar donde crecí.
Era una casa enorme, más bien una mansión. El interior de la misma
era mucho más impresionante. Los suelos de madera de pino estaban
cubiertos por riquísimas alfombras y la decoración era exquisita. Era un
ambiente muy acogedor y Laura recordó los tiempos felices que vivió con
Honey Bee. El hogar de Jackson parecía poseer la misma magia que las
casas conservadas durante generaciones, como la de su propia bisabuela.
—¿Puedo llevarme tu abrigo? —ofreció él.
—¡No! ¡Ya te he dicho que no me quedaré mucho tiempo! ¡Ya has
respondido a mis preguntas!
Pero lo que realmente deseaba oír era lo que sentía él por ella, y
Jackson no había comentado nada al respecto.
—¿Podrías por lo menos entrar un momento en mi estudio?
—¿Por qué no?
Él se acercó a la chimenea y encendió el fuego. En la pared había una
antigua pintura que representaba a un hombre de cabello rubio, muy
apuesto y de ojos de un tono azul profundo, como los de Jackson.
Contemplaba el horizonte como si el mundo le perteneciera.
—¿Es tu padre? —preguntó Laura.
—Mi abuelo —repuso él y añadió—: Y por el tono de tu voz, podría
apostar a que te gustaría mucho verme a su lado, tal vez… ¿Colgado?
—¡No presumas de poder conocer mis pensamientos, Jackson! ¡Como
yo no presumo de conocer los tuyos!
—En otras palabras —Jackson la miraba a los ojos—. ¡Basta de
palabrería y dime la razón por la que te he traído aquí! ¿Verdad, Laura?
Capítulo 12
Laura asintió.
—Así es.
—Me imagino que no querrás sentarte.
—¡No!
—Muy bien —dijo Jackson—. Desde que nos despedimos, el verano
pasado, he estado bastante ocupado.
—¡Me lo imagino! —exclamó ella.
—Existían ciertas prioridades que debía atender.
Laura pensó que, evidentemente, ella no había formado parte de esas
prioridades.
—Me pareció que lo más importante era volver al mundo de los
negocios y…
—¡Claro!
—Lo segundo fue restaurar esta casa y darle su antigua gloria.
Imagínate; cuando llegué, sólo había telarañas y muebles en mal estado.
—¡Vaya! —comentó con ironía—. ¡Nunca habría pensado que sentías
tanto orgullo por una casa, teniendo en cuenta el lugar donde vivías
cuando nos conocimos!
Jackson la miró fijamente. Antes de que pudiera evitarlo, se acercó y
la inmovilizó, sujetándole los brazos.
—Algunas veces —gruñó—, las acciones son mejores que las palabras
y también ahorran mucho tiempo, y como veo que estás decidida a
ridiculizar todo lo que te diga, tendrás que creer esto.
Y entonces la besó con ternura y pasión.
«No correspondas a sus caricias», se advirtió Laura, pero sus
emociones eran mucho más fuertes que su razón; al principio intentó
librarse de él, pero no lo logró. Era irresistible.
En realidad no había imaginado otra cosa. Lo único que pedía era un
poco de fuerza para poder resistirse a su pasión. Durante demasiado
tiempo había estado repitiéndose a sí misma que debía olvidarlo, y en
cuestión de unos minutos estaba descubriendo que en ese momento era
más vulnerable que antes.
—¡Basta! —le rogó al darse cuenta de que el beso de Jackson la
estaba haciendo hundirse en aguas más profundas.
Él la soltó con suavidad y le preguntó:
—¿Me tienes miedo?
—No.
—Entonces, ¿podría preguntarte algo?
—¡Cualquier cosa! —dijo él y la besó con rapidez.
—¿Y Charlie?
—¡Lo he traído conmigo! ¿Qué esperabas?
—¿Está aquí?
—¡No exactamente en esta habitación, pero sí, es muy probable que
se encuentre jugando en la playa! Me sorprende que no lo hayas oído.
—¡Creo que he oído algo!
—¡Es Charlie, Laura! —exclamó Jackson, sonriendo.
—¿De verdad lo trajiste a la ciudad? —preguntó sorprendida.
—Mmm… Las personas del acuario tenían razón. Charlie cree que soy
su madre. ¡Es una suerte que vayamos a vivir cerca del mar! ¡Cuando esté
listo para explorar el océano no tendrá que ir muy lejos! —Al decir esto, la
besó en la mejilla repetidas veces y añadió—: ¿Alguna otra pregunta?
La felicidad parecía estar explotando dentro del corazón de Laura,
dejándole una sensación muy grata.
—¿Puedo pedirte algo?
Jackson se inclinó y le besó el cuello; luego le deslizó con los labios los
tirantes del vestido.
—¡Dime!
—¿Me llevarías arriba y me harías el amor?
—¡Será un placer, cara bonita! —murmuró Jackson—. ¡Y durante el
resto de mi vida si así lo deseas, cariño!
Fin