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Entrevista Como Intervención II
Entrevista Como Intervención II
LECTURAS- I
KARL TOMM
INTRODUCCIÓN
Puesto que me estaba preocupando un tanto por la tensión que se había creado
en la sesión, interrumpí la entrevista y sugerí que el terapeuta en formación
preguntara a cada hijo: “si le ocurriera algo a tu madre, de forma que se pusiera
gravemente enferma y tuviera que ser hospitalizada por un tiempo largo, o incluso
muriera, ¿qué pasaría con la relación entre tu padre y el resto de los hijos?”.
Cuando el terapeuta en formación reanudó la entrevista e hizo esta pregunta, el
primer hijo exclamó: “Oh! ¡Se volvería aún peor! ¡Se volvería más violento!”, el
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Reproducido con el permiso de Family process “Interventive interviewings Part III. Intending to ask circular,
strategic, or believe questions?, por Karl Tomm, M.D., Vol 27 Nº 1 (marzo 1988) pp 1-15. (Traducido por
Mark Beyebach).
siguiente respondió: "Pero podría vernos desde otro punto de vista, porque
tendríamos que hacer que él nos ayudara con nuestros deberes”; otro comentó:
“Sí, probablemente nos ayudaría también con la cocina y la limpieza”. Cuando
todos los hijos habían contestado, se estaba hablando acerca del padre en
términos afectuosos y paternales y, por supuesto, éste se relajó y empezó a
participar en la discusión. La pregunta había conseguido su propósito y el
terapeuta en formación pasó a explorar otras áreas del funcionamiento familiar.
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Fue en parte gracias a este incidente que llegué por primera vez a la conclusión, tal y como se indica en la
Parte I (Tomm, 1987) de estos artículos sobre la entrevista como intervención, de que se podría contestar
“sí” a la pregunta planteada por el equipo de Milán; “¿Puede la terapia familiar producir cambio a través
solamente del efecto neguentrópico de nuestra forma actual de conducir la entrevista, sin necesidad de
hacer una intervención final?” (Selvini-Palazzoli, M; Boscolo, L.; Cecchin, G y Prata, G. 1980, pg. 12).
potencial curativo para los miembros de la familia en el sentido de que les era más
fácil explorar nuevos patrones de interacción. Por tanto, la propia pregunta parecía
haber funcionado como una intervención terapéutica durante el proceso de la
entrevista. ¿Pero, por qué resultó tan terapéutica esta pregunta particular?
¿Cómo fue mediado su impacto por la familia?
Considérese, por ejemplo, que dos individuos tienen una relación interpersonal
que consideran amistosa. Ambos esperarían tener un episodio amistoso de
interacción si se encuentran. Por tanto, sus acciones iniciales tenderían a ser
amistosas y cada uno de ellos estaría orientado a interpretar las acciones del otro
como amistosas. En otras palabras, el significado atribuido a la relación
proporcionaría la fuerza contextual que determinase la naturaleza y el significado
de las conductas iniciales en el episodio interactivo. Pero supongamos que
durante el episodio entran en una discusión y empiezan a estar en desacuerdo
acerca de algún tema. Si sigue predominando la fuerza contextual de la
cordialidad, considerarán la articulación de las incompatibilidades de sus
respectivas posiciones como esfuerzos para clarificar y resolver diferencias. Sin
embargo, sus puntos de vista discrepantes tendrán aún implicaciones para la
relación; puede que su amistad se vuelva tirante. Sin embargo, si las
compatibilidades se hicieran más amplias y el desacuerdo evolucionara hacia un
conflicto airado (tal vez debido a que se viera implicado un aspecto étnico o guión
de la vida), el significado del episodio podía pesar más que la amigabilidad original
de la relación. Si ocurre esto, se produce una inversión en la jerarquía y el
episodio de conflicto se convierte en el contexto para definir la relación. Con esta
recontextualización, la fuerza contextual del episodio conflictivo podría redefinir la
relación como de competitividad y tal vez incluso como de enemistad. Cuando
esto sucede, incluso una expresión conciliadora o una disculpa son susceptibles
de ser vistas con suspicacia debido al nuevo contexto. Los futuros episodios de
interacción empezarían entonces con asunciones distintas acerca de la relación y
con conductas diferentes.
Tal vez la pregunta dirigida a la familia holandesa haya desencadenado una
inversión de este tipo. Al introducirse el escenario hipotético de la ausencia de la
madre (en forma de una pregunta reflexiva), la relación entre los hijos y el padre
fue aislada de la madre y se hicieron más claras las implicaciones de que el padre
hiciera de padre. Cuando la “fuerza implicativa” de las contribuciones positivas del
padre en cuanto progenitor se hizo lo suficientemente fuerte (tal vez en parte
porque a los ocho hijos se les hizo la misma pregunta y cada uno de ellos contaba
con las respuestas del otro), se produjo una inversión entre los niveles de la
jerarquía de significados de los hijos de modo que su concepción de la relación
con su padre pasó de una relación sin cariño a una relación cariñosa. Un cambio
de este tipo es terapéutico y potencialmente curativo porque coloca al padre y a
los hijos en un contexto que es mucho más favorable para trabajar en pos de una
solución mutuamente aceptable.
El cambio “de amigos a enemigos” descrito arriba, ilustra los efectos de una
inversión mediada por un lazo extraño. Parecería que un tipo similar de inversión
se produjo en la familia holandesa, “de no cariñoso a cariñoso”. En otras palabras,
el efecto terapéutico de la pregunta dirigida a los hijos podría haber sido mediada
por un lazo extraño. En los dos ejemplos citados, el cambio de significados
mediado por la actividad y la recontextualización reflexivas fue seguido por un
cambio dramático en la conducta: los “amigos” se volvieron hostiles, mientras que
los hijos y el padre renunciaron a su patrón de escalada de culpabilización. En
términos clínicos, nos podríamos referir a estos cambios como de segundo orden
(Watzlawick, P.: Weakland, J.H. y Fish, R. 1974).
El cambio asociado con lazos reflexivos encantados es diferente. Puesto que los
significados siguen siendo básicamente los mismos (pese a la recontextualización
reflexiva), sólo se produce un cambio de primer orden en la conducta. Por
ejemplo, hay poca diferencia en la conducta si un episodio amigable sirve para
redefinir una relación amistosa poco amistosa. De forma similar, no cambia mucho
cuando una relación hostil es recontextualizada por un episodio de confrontación.
Los cambios con los lazos encantados no son grandes o dramáticos; tienden a ser
pequeños y sutiles. La activación de la reflexividad mediada por lazos encantados
sólo da lugar a que los patrones se hagan algo más generalizados o
profundamente enraizados. No obstante, el proceso de generalización y/o fijación
es extremadamente importante. Un terapeuta puede hacer preguntas para facilitar
una extensión de patrones sanos que ya existen en la familia, o hacer preguntas
para establecer desarrollos terapéuticos nuevos que aún son débiles. En otras
palabras, algunas preguntas reflexivas pueden realizar su potencial curativo a
través de lazos encantados. Por ejemplo, durante la entrevista con la familia
holandesa, cabe pensar que el terapeuta en formación podría haber pasado a
fortalecer el cambio desencadenado por la pregunta reflexiva inicial, haciendo una
ulterior serie de pregunta reflexivas como las siguientes: (a la madre) “Cuando
están en la casa, ¿cuál de los hijos sería el que más probablemente viera lo
mucho que su marido hace para ayudarles?... ¿Quién sería el segundo con más
probabilidad de advertirlo?... ¿Quién el tercero?”; (a los hijos): “Si vuestro padre
estuviera convencido de que, en el fondo, reconocéis y apreciáis las cosas que
hace por vosotros, ¿le sería más fácil o más difícil tolerar algunos de vuestros
errores?... Cuando pensáis en vuestro padre como un padre que se preocupa por
vosotros, ¿estáis más, o menos, inclinados a hacer lo que os pide?”; (al padre): “Si
decidiera Ud. que como padre quiere convencer a Juan de que realmente le
quiere, ¿cómo lo haría?... Si se disculpara después, cuando reconociera que
había ido demasiado lejos en su disciplina, ¿piensa que le respetaría más o
menos como a un padre que se preocupa por él?... Si su mujer decidiera intentar
ayudar a su hijo a ver más sus contribuciones positivas a la familia, ¿qué podría
hacer?”. Estas preguntas podrían haber permitido una mayor consolidación de la
“nueva realidad” al orientar a la familia hacia percepciones y acciones que
apoyasen reflexivamente la nueva interpretación de la relación entre el padre y los
hijos.
Por tanto, desde un punto de vista teórico, puede que los efectos terapéuticos de
las preguntas reflexivas estén mediados por lazos encantados. Las propias
preguntas reflexivas quedan como pruebas, estímulos o perturbaciones.
Solamente desencadenan la actividad reflexiva en las conexiones entre
significados dentro del sistema de creencias de la familia. Esta explicación
reconoce la autonomía de la familia respecto a qué cambio ocurre realmente; es
decir, los efectos específicos de las preguntas están determinados por el cliente o
la familia, no por el terapeuta. El cambio se produce como resultado de las
alteraciones en la organización y estructura del sistema de significados
preexistente de la familia. Desde esta formulación, el mecanismo básico del
cambio no es el “insight”, sino la reflexividad. Las alteraciones organizacionales no
llegan a la conciencia (aunque puede que los miembros de la familia se hagan
conscientes subsiguientemente de los efectos o consecuencias de los cambios
reflexivos). Llamamos reflexivas a estas preguntas en base a este posible
mecanismo de cambio. 3
Por tanto, las preguntas reflexivas son, por definición, preguntas hechas con la
intención de facilitar la auto-curación en un individuo o la familia mediante la
activación de la reflexividad entre significados dentro de sistemas preexistentes de
creencias que permiten a los miembros de la familia generar o generalizar por sí
mismos patrones constructivos de cognición y conducta. Es importante advertir
que el designar cierta preguntas como reflexivas, se basa en la intención del
terapeuta al hacerlas, es decir, el facilitar la propia auto-curación de la familia. En
la parte III se discutirá la importancia de la intencionalidad a la hora de diferenciar
las preguntas reflexivas de otro tipo de preguntas, como las circulares, lineales o
estratégicas. Es suficiente aquí señalar que estas preguntas no se definen en
base a su contenido semántico o su estructura sintáctica, sino en base a la
naturaleza de las intenciones del terapeuta al emplearlas. El proceso de hacer
estas preguntas es denominado interrogatorio circular. Implica una utilización del
lenguaje cuidadosamente considerada y deliberada, que supone una postura
conceptual de diseño de estrategias que es facilitadora más que directiva.
Otra forma de hacer preguntas orientadas al futuro que sigue de forma natural
podría ser explorar el resultado esperado: “¿Cómo crees que progresará
realmente el próximo mes?... ¿En seis meses?... ¿Quién sería el más sorprendido
si sobrepasara este objetivo?... ¿Quién es más susceptible de sentirse
decepcionado si se queda corta?... ¿Cómo se manifestará esa decepción?”. Si el
terapeuta quisiera resaltar las consecuencias potenciales que pudieran surgir si
continuaran produciéndose ciertos patrones, podría preguntar: “Si su marido
continúa mostrando su decepción de forma en que lo hace ahora, ¿qué cree Ud.
que ocurriría con la relación entre ellos?... ¿Y dentro de 5 años a partir de
ahora?... ¿Qué tipo de relación padre-hija se habría producido para entonces?”.
Explorar expectativas catastróficas es una forma de facilitar la exposición de
temas ocultos, de modo que pueden ser manejados más abiertamente. Por
ejemplo, se podría preguntar a unos padres sobreprotectores: “¿Qué temen Uds.
que podría pasar cuando su hija sale hasta tan tarde?... ¿Qué es lo que se les
ocurre?”; (a la hija): “¿De qué te imaginas que tus padres tienen más miedo?...
¿Qué cosas terribles creen que podrían pasar y les mantienen despiertos toda la
noche?”. Cuando los miembros de la familia se muestren reticentes a ser abiertos,
estas preguntas pueden ser seguidas de otras para explorar posibilidades
hipotéticas. “¿Te imaginas que a tus padres les preocupa que caigas en las
drogas o en el alcohol?... ¿Temen que te podrías quedar embarazada?... ¿Están
incluso demasiado asustados como para mencionar este tema, porque piensan
que podrí as ofenderte?”; (a los padres): “Si comentarais estas preocupaciones
con ella, ¿pensáis que se lo tomaría como una falta de confianza?... ¿Cómo una
intromisión en su intimidad?... ¿O como una indicación de vuestra preocupación
cómo padres?”. Se podrían emplear preguntas adicionales para sugerir futuras
interpretaciones y/o acciones: (a los padres): “Si decidieran que realmente no
pueden ustedes controlar su conducta sexual, pensarán que necesita saber más
acerca de los riesgos del embarazo y sugirieran que consultara con el médico de
la familia acerca de las pastillas anticonceptivas, ¿tomaría ella esta como un
permitir la promiscuidad sexual, o como un indicador de su apoyo para que se
responsabilice más de su propia vida y conducta?... Si ella se indignara, o incluso
se encolerizara si algún chico fuera un fresco e intentara aprovecharse de ella,
¿estarían sorprendidos?”, (a la hija): “¿Te apoyarían tus padres si le denunciaras
por intento de violación?”.
Además, cuando los miembros de la familia no reconocen cómo sin darse cuenta
se están haciendo daño los unos a los otros y a sí mismos en el proceso, no
pueden aplicar a su buena voluntad para corregir su propia conducta. Las
preguntas que colocan en la perspectiva de observador están dirigidas a aumentar
la habilidad de los miembros de la familia para distinguir conductas, eventos o
patrones que no han distinguido todavía, o para ver la importancia de ciertas
conductas y eventos al reconocer su papel como eslabones o conexiones en
patrones de interacción en curso. Hacer una serie de preguntas de este tipo con
frecuencia ayuda a los miembros de la familia a “abrir sus ojos” y desarrollar una
nueva consciencia de la situación. Es posible, por supuesto, hacer afirmaciones
directas y señalar ciertas circunstancias a los miembros de la familia en vez de
intentar conseguir esto indirectamente haciendo preguntas. Puede que esto
resulte mucho más eficaz y más deseable en algunas ocasiones. Sin embargo, el
crear un contexto en el que ellos puedan generar nuevas distinciones por sí
mismos tiene ciertas ventajas. En primer lugar, cuando se les pide reflexionar
sobre su propia conducta y sus patrones de interacción, se estimula a miembros
de la familia a desarrollar mejores habilidades observacionales. En segundo lugar,
cuando establecen realmente nuevas distinciones por su cuenta, experimentan en
ellos mismos y en otros miembros de la familia los recursos observacionales
heurísticos y desarrollan una mayor confianza en su propio potencial curativo. En
consecuencia, desarrollar una menor dependencia del terapeuta y de la terapia.
Las preguntas que se hacen para explorar la interacción personal e centran sobre
algunos patrones de conducta y puede que incluyan a la persona a la que se
pregunta. Son extremadamente útiles para llamar la atención sobre la recursividad
de los patrones de conducta en relaciones diádicas, triádicas o más complejas.
Por ejemplo, para ayudar a una pareja casada a ver la naturaleza circular de si
interacción se podría preguntar a la mujer: “¿Qué es lo que hace Ud. cuando él se
deprime y se aísla?... Y cuando Ud. se frustra y se enfada, ¿qué es lo que hace
él?”; y luego al marido: “¿Qué hace Ud. cuando ella se frustra y se enfada?... Y
cuando Ud. se deprime y se aísla, ¿qué es lo que hace ella?” Para una pareja es
más fácil interrumpir un patrón de este tipo cuando pueden ver su carácter circular
que cuando están limitados a ver sólo sus propias reacciones lineales. En terapia
sistémica, el “cuestionamiento triádico” se refiere a la utilización de una serie de
preguntas que se dirigen a un tercero acerca de las interacciones entre dos (o
más) personas. En otras palabras, las preguntas triádicas exploran patrones de
conducta interpersonal que no incluyen a la persona a la que se hacen,
permitiendo así que esa persona se convierta en un observador más neutral:
“Cuando tu padre empieza a discutir con tu hermana, ¿qué es lo que hace tu
madre habitualmente?... ¿Se implica, o se queda al margen?... Cuando se implica,
¿se suele poner de parte de él, o de parte de ella?... Cuando se pone de parte de
tu hermana, ¿qué es lo que hace tu padre?... ¿Se siente traicionado por ella o
aprecia su implicación para ayudarle a darse cuenta de que ha ido demasiado
lejos?”. Este tipo de preguntas se usa con frecuencia a efectos de evaluación,
pero también pueden ser usadas reflexivamente.
Una ventaja que tiene el ver a los miembros de la familia juntos en terapia familiar
en vez de verlos por separado en terapia individual, es que el proceso de hacer
preguntas acerca de un miembro de la familia en presencia de otros siempre
coloca a los otros en la posición de ser observadores. Estos observadores
“pasivos” obtienen una gran cantidad de información. No sólo ven y oyen la
respuesta abierta de la persona a la que se está preguntando y ven las respuestas
no verbales de otros, sino que también obtienen información de sus propias
respuestas privadas a las preguntas, de “las diferencias” entre sus respuestas
privadas y las respuestas reales del preguntado, y de “las diferencias” entre cómo
respondió el preguntado en comparación con lo que los observadores pueden
haber anticipado.
Estas preguntas son útiles cuando los miembros de la familia necesiten que se les
dé un empujón un poco más específico. En cada pregunta, el terapeuta incluye
algún contenido concreto que señala en una dirección que considera
potencialmente fructífera. Sin embargo, cuando el terapeuta empieza a empujar
demasiado al cliente, por ejemplo, a ver los problemas o soluciones de la misma
forma que él, estas preguntas se convierten en estratégicas (véase parte III).
Puede que esto no sea necesariamente un problema para la terapia, pero a veces
lleva a cuasi-sermonear. La tentación de “llevar a su molino” la “verdad” del
terapeuta puede ser minimizada sí, inmediatamente después de haber hecho la
pregunta, el terapeuta vuelve rápidamente a una postura de neutralidad y acepta
las respuestas de la familia, sean las que sean.
Pueden incluirse en una pregunta una gran variedad de sugerencias. Por ejemplo,
se puede dejar implícita una reestructuración: “Sí, en vez de pensar que él se
mostraba intencionalmente obstinado, pensarás que estaba simplemente
confundido, y que simplemente no entendía la mayor parte del tiempo qué es lo
que querías de él, ¿cómo te imaginas que le tratarías?”, dejar implícita una acción
alternativo: “Sí, en vez de retirarte cuando ella estaba mal, simplemente te
hubieras sentado con ella o tal vez incluso hubieras puesto tu brazo sobre sus
hombros, ¿qué hubiera hecho ella?... Si persistieras unos pocos minutos en forma
tranquila y amable pese a su rechazo a medias, ¿sería más probable que ella
acept ase como auténtica tu iniciativa de preocuparte por ella?”; dejar implícita la
voluntad: (referente a una anoréxica): “¿Cuándo decidió ella perder su apetito?...
Cuando decide dejar de comer, ¿por qué cosa está en huelga?”; dejar implícita
una disculpa: “Si, en vez de no decir nada y evitarla, admitieras que cometiste un
error y te disculparas, ¿qué crees que pasaría?”; dejar implícito el perdón:
“Cuando llegara el momento en que estuvieras dispuesta a perdonarte, ¿lo harías
de forma silenciosa, o sería explícita al respecto?... ¿Hasta qué punto serías
capaz de perdonarte a ti mismo?”.
Puede que la atención que ponga un terapeuta sobre las distinciones hechas por
miembros de la familia sea útil de otra forma. Cuando las familias han estado
atascadas en patrones problemáticos durante mucho tiempo, es razonable asumir
que algunos miembros de la familia estén manteniendo probablemente algunas
distinciones cruciales con demasiada claridad o demasiada certeza. Esto limitaría,
por supuesto, su capacidad de tomar en consideración distinciones alternativas.
Puede que el terapeuta sea capaz de ayudar a la familia a abrir nuevos dominios
identificando las presuposiciones subyacentes cruciales y haciendo preguntas
para introducir incertidumbre: “¿Cuánto tiempo has tenido estas ideas?... ¿Cuándo
empezaste a pensar de esa forma por primera vez?... Si sucediera que estuvieras
equivocado, ¿cómo podrías descubrirlo?... ¿Cuánto tiempo te llevaría darte cuenta
de que la situación puede, de hecho, no ser como parece?... Si estuvieras ciego a
lo que hace que estas cosas sigan sucediendo, ¿cómo podrías descubrirlo?...
¿Quién sería el primero en ver tu ceguera?... ¿Hay alguien que se preocupa de
intentar convencerte de que tus puntos de vista era erróneos?... ¿Invitarías de
hecho alguna vez a algún otro a ayudarte a ver lo que no puedes ver?... ¿A
quiénes respetas lo suficiente como para creerles, si tuvieran ideas diferentes a
las tuya?”. Para ser reflexivas, el tono con el que se hacen estas preguntas tendría
que ser neutral y la postura del terapeuta tendría que ser de aceptación. De otro
modo, podrían constituir una confrontación estratégica.
Preguntas que inducen hipótesis
Las hipótesis clínicas son explicaciones tentativas que sirven para orientar y
organizar la conducta terapéutica de los terapeutas. Es razonable asumir que
también podrían servir para orientar y organizar la conducta auto-curativa de los
miembros de la familia. Si no existe una buena razón para retener la hipótesis de
trabajo del terapeuta, puede que éste enriquezca la capacidad de la familia de
encontrar soluciones nuevas por su cuenta mediante la introducción de hipótesis
heurísticas en forma de preguntas. El formato de respuestas tiende a transmitir el
carácter tentativo, que es importante en la elaboración sistemática de hipótesis, en
comparación con un enunciado o una explicación directos, que implica una mayor
certeza. Si la hipótesis es correcta y se ajusta a las experiencias de los miembros
de la familia, puede que tengan lugar cambios inmediatos y dramáticos. Si no lo
es, la familia con frecuencia proporciona información altamente relevante para que
el terapeuta revise o elabore una hipótesis. Para que tenga impacto no necesario
que la hipótesis abarque todo o sea completa. Las hipótesis parciales pueden ser
muy útiles, de hecho, el terapeuta y la familia pueden empezar a funcionar así
como un equipo clínico para co-crear una comprensión más sistémica de la
situación.
Los subtipos de este grupo pueden ser amplios. Sólo se incluirán aquí unos pocos
ejemplos para ilustrar cómo pueden ser introducidos algunos aspectos de las
hipótesis clínicas. Puede que se hagan preguntas para poner al descubierto la
recursividad: “Cuando Ud. se enfada y ella se retira, y cuando ella se retira y Ud.
se enfada, ¿qué hacen los niños?”; para revelar mecanismos de defensa: “Cuando
él no puede tolerar su propia vergüenza y culpa sino que en vez de ello se enfada
contigo, ¿qué te imaginas que le haría más fácil reconocer y aceptar el dolor?”;
para revelar respuestas problemáticas: “Sí él se enfada para tapar su
vulnerabilidad y no puede llegar a conectar con su tristeza subyacente, ¿te ve él
como castigadora y reivindicativa, o te ve como si estuvieras simplemente
protegiéndote, o incluso paralizada por tu miedo?”; para revelar necesidades
básicas: “A fin de crecer y madurar de modo natural, ¿qué tipo de protección y
cuidado afectivo necesita ella más?... ¿Ante todo algo de espacio físico y
emocional para existir y expresarse?... ¿Qué le proporcionen consuelo y apoyo?...
¿Qué se le dé orientación y dirección?”; y revelar motivos alternativos: “Cuando
buscaba pareja, qué crees que tu mujer buscaba más?... ¿Buscaba más un
compañero para ella, o un padre para sus hijos, a alguien que la mantuviera
económicamente a ella y a los hijos, una pareja sexual, o qué buscaba?”: También
pueden formularse las preguntas paradójicamente para revelar los peligros del
cambio: “Si él se viera forzado a reconocer su propia contribución a tu depresión,
incluso ante él mismo, ¿crees que podría asumirlo?... ¿O te lo imaginas abrumado
por la culpa y convirtiéndose en un suicida?”. Puede que una hipótesis sistémica
complementaria elaborada sea demasiado compleja para ser incluida en una
pregunta y que resulte más apropiado en la forma de una aseveración. No hace
falta decir que ningún terapeuta debería sentirse obligado a hacer sólo preguntas.
Los terapeutas y equipos con frecuencia formulan hipótesis acerca del proceso de
tratamiento, además de acerca de la familia. Por tanto, puede que se hagan
preguntas a fin de revelar hipótesis acerca del sistema terapéutico: “Si yo
empezara a relacionarme con vosotros más como un miembro de la familia que
como un profesional, ¿cómo se manifestaría esto?... ¿Quién entre nosotros sería
el primero en darse cuenta?... Si yo empezara a ponerme de nuevo de parte de él,
pero no me diera cuenta, ¿me lo harían notas?”; o para exponer un impasse
terapéutico: “Supongamos que fuera imposible para mí serles de ninguna ayuda
real porque mi input descalificaría automáticamente su sentimiento de
autosuficiencia, ¿qué harían Uds.?... Si yo decidiera que sólo Uds. pueden decidir
continuar si la terapia les es útil, ¿podrían Uds. aceptarlo?
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