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TERAPIA FAMILIAR

LECTURAS- I

M. Beyerbach y G.L Rodríguez-Arias (comps)

Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca- 19981

La entrevista como intervención


Parte II: Las preguntas reflexivas como forma de posibilitar la autocuración

KARL TOMM

INTRODUCCIÓN

El principal estímulo para el trabajo que aquí se resume provino de una


interesante experiencia en Rotterdam, Holanda, en 1981. Se dio la circunstancia
de que yo estaba tras un espejo unidireccional observando una sesión de terapia
familiar que llevaba un terapeuta en formación. La familia constaba de los padres,
de mediana edad, y de ocho hijos (desde la preadolescencia hasta la
adolescencia). Habían sido derivados debido a que el padre había sido
excesivamente violento a la hora de disciplinar a los chicos mayores. Una serie de
preguntas circulares reveló rápidamente que había una división en las funciones
parentales, adoptando la madre el papel cálido y protector y el padre el firme papel
disciplinario. De hecho, los hijos/as describirían a su padre como todo un tirano.
Se le consideraba una persona poco cariñosa que siempre estaba enfadada y no
era razonable en sus exigencias parentales. La conducta no verbal de los hijos
indicaba una fuerte coalición con su madre comprensiva y que les apoyaba. A
medida que transcurría la sesión, el padre se iba volviendo cada vez más tenso y
aislado.

Puesto que me estaba preocupando un tanto por la tensión que se había creado
en la sesión, interrumpí la entrevista y sugerí que el terapeuta en formación
preguntara a cada hijo: “si le ocurriera algo a tu madre, de forma que se pusiera
gravemente enferma y tuviera que ser hospitalizada por un tiempo largo, o incluso
muriera, ¿qué pasaría con la relación entre tu padre y el resto de los hijos?”.
Cuando el terapeuta en formación reanudó la entrevista e hizo esta pregunta, el
primer hijo exclamó: “Oh! ¡Se volvería aún peor! ¡Se volvería más violento!”, el
1
Reproducido con el permiso de Family process “Interventive interviewings Part III. Intending to ask circular,
strategic, or believe questions?, por Karl Tomm, M.D., Vol 27 Nº 1 (marzo 1988) pp 1-15. (Traducido por
Mark Beyebach).
siguiente respondió: "Pero podría vernos desde otro punto de vista, porque
tendríamos que hacer que él nos ayudara con nuestros deberes”; otro comentó:
“Sí, probablemente nos ayudaría también con la cocina y la limpieza”. Cuando
todos los hijos habían contestado, se estaba hablando acerca del padre en
términos afectuosos y paternales y, por supuesto, éste se relajó y empezó a
participar en la discusión. La pregunta había conseguido su propósito y el
terapeuta en formación pasó a explorar otras áreas del funcionamiento familiar.

Más tarde, durante la discusión de la intersesión, el equipo elaboró una hipótesis


acerca de la dinámica interpersonal de la familia. Había consenso acerca de que
se le echaba mucho la culpa al padre y que estaba relativamente aislado de la
familia. Esta posición le disponía al exceso de ira y de punitividad. Su hostilidad, a
su vez, tenía el efecto de unir a la madre y a los hijos, lo que, de forma circular,
disparaba las acusaciones colectivas y mantenía su aislamiento. Se desarrolló una
intervención final que se centraba en romper este patrón. Adoptó la forma de una
opinión paradójica que connotaba positivamente la conducta despegada y tiránica
del padre como una forma de ayudar a la madre y a los hijos a unirse más y
apoyarse mutuamente (de momento), porque sabía lo mucho que se iban a echar
de menos cuando los hijos abandonaran el hogar paterno. Al oír esta opinión, los
hijos protestaron inmediatamente, diciendo que su padre no era poco cariñoso ni
tiránico. ¡Insistieron en que era muy afectuoso y que les resultaba de mucha
ayuda! Esta respuesta de la familia constituyó una sorpresa para el equipo,
especialmente después de que el padre hubiera sido descrito de forma tan
negativa durante la parte inicial de la sesión. Tras una reflexión ulterior quedó
claro, sin embargo, que, mientras que el equipo había quedado preocupado con la
información elicitada al comienzo de la entrevista, los hijos habían cambiado su
visión del padre durante el transcurso de la entrevista de la sesión. ¡En otras
palabras, la orientación de la familia hacia el padre había cambiado más que la del
equipo! Retrospectivamente, no había, de hecho, necesidad de hacer la
intervención final. 2

¿Cómo se había producido este cambio en la familia? Parecía que la pregunta


dirigida a los hijos acerca de los efectos de la hipotética ausencia de la madre
había contribuido a interrumpir el proceso maligno de la culpabilización y había
permitido a los hijos “sacar a la luz” una interpretación de su padre como un
progenitor que se preocupaba por ellos. Esta “realidad” alterada no sólo permitió
que la entrevista prosiguiera más fácilmente, sino que también supuso un

2
Fue en parte gracias a este incidente que llegué por primera vez a la conclusión, tal y como se indica en la
Parte I (Tomm, 1987) de estos artículos sobre la entrevista como intervención, de que se podría contestar
“sí” a la pregunta planteada por el equipo de Milán; “¿Puede la terapia familiar producir cambio a través
solamente del efecto neguentrópico de nuestra forma actual de conducir la entrevista, sin necesidad de
hacer una intervención final?” (Selvini-Palazzoli, M; Boscolo, L.; Cecchin, G y Prata, G. 1980, pg. 12).
potencial curativo para los miembros de la familia en el sentido de que les era más
fácil explorar nuevos patrones de interacción. Por tanto, la propia pregunta parecía
haber funcionado como una intervención terapéutica durante el proceso de la
entrevista. ¿Pero, por qué resultó tan terapéutica esta pregunta particular?
¿Cómo fue mediado su impacto por la familia?

Al plantearme estas cuestiones empecé a buscar otras preguntas que parecieran


tener efectos terapéuticos similares. Para satisfacción mía, fue posible identificar
una gran cantidad de ellas. De hecho, parece que la mayoría de los clínicos
emplean de vez en cuando estos tipos de preguntas, aunque de diferente forma y
con distintos grados de consciencia. Tras discutir con diversos colegas la
naturaleza de estas preguntas y explorar diversas posibles explicaciones, decidí
llamarlas “reflexivas”. Resultó muy útil dar un nombre a estas preguntas. Las
preguntas reflexivas se volvieron más “tangibles y reales” para mí. A continuación
empecé a emplearlas más frecuentemente en mi práctica clínica. Con el tiempo,
advertí que las intervenciones terapéuticas eran introducidas en forma de pregunta
reflexivas en la mayor parte de mis sesiones. Empezó a perder fuerza la
necesidad de la intervención formal al final de la sesión. A veces parecía bastante
irrelevante, ocasionalmente incluso contraindicada. Pasó a ser más importante lo
que se respiraba momento a momento durante la entrevista. Aunque con
frecuencia empleo aún una intervención final cuidadosamente preparada, ahora la
considero como solo un componente del proceso de tratamiento y no como el
agente terapéutico esencial, como la consideraba antes.

UNA FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA

El término “reflexivo” fue tomado del Coordinated Management of Meaning (CMM),


una teoría de la comunicación propuesta por Pearce y Cronen (Pearce, W.B. y
Cronen, V.E. 1980). En la teoría CMM, la reflexividad es considerada una
característica inherente a las relaciones entre significados dentro de los sistemas
de creencias que guían las acciones comunicativas. Una breve descripción de la
teoría de Cronen y Pearce ayudará a explicar a qué se refieren ellas con
reflexividad, y por qué elegí ese término para caracterizar estas preguntas.

La teoría CMM considera la comunicación humana un complejo proceso


interactivo en el que los significados son generados, mantenidos y/o cambiados a
través de la interacción recursiva entre seres humanos. Es decir, no se toma la
comunicación como un simple proceso lineal de trasmisión de mensajes de un
emisor activo a un receptor pasivo; es más bien un proceso circular e interactivo
de co-creación por parte de los participantes implicados. Cronen y Pearce fueron
los primeros en diferenciar y describir las reglas que organizan este proceso
generativo. Se describieron dos categorías de reglas: reglas regulativas (o de
acción) y reglas constitutivas (o de significado). Las reglas regulativas determinan
en qué medida deben desempeñarse o evitarse conductas específicas en ciertas
situaciones. Por ejemplo, una regla regulativa en un sistema particular de
comunicación podría especificar que “cuando es desafiada la propia integridad, es
obligatorio defenderse”. Las reglas constitutivas tienen que ver con el proceso de
atribución de significado a una determinada conducta, manifestación, evento,
relación interpersonal, etc. Por ejemplo, una regla constitutiva podía especificar
que “en el contexto de un episodio de disputa un cumplido constituye sarcasmo u
hostilidad más que amabilidad o respeto”. La teoría CMM propone que una red de
estas reglas regulativas y constitutivas guían la acción de las personas en
comunicación en cada momento.

De particular relevancia para la noción de preguntas reflexivas es la organización


de las reglas constitutivas. Apoyándose en la aplicación por parte de Bateson
(Bateson, G. 1972) de la teoría de los tipos lógicos de Russell, Cronen y Pearce
sugieren que los sistemas de comunicación en los que están inmersos los
sistemas humanos implican una jerarquía. Ellos establecen una jerarquía
idealizada de seis niveles de significado en vez de los solos dos (niveles de
informe y de mandato) que han popularizado Watzlawick, Beavin y Jackson
(Watzlawick, O.; Beavin, J. II.; y Jackson, D.D., 1967) y el grupo de Mental
Research Institute (MRI). Estos seis niveles incluyen: contenido (de un enunciado),
intervención (la emisión como un todo), episodio (es decir, todo el encuentro
social), relación interpersonal, guión de vida (de un individuo), y un patrón cultural.
Además, siguiendo a Bateson postulan una relación circular entre los niveles en la
jerarquía (no una relación lineal como en un principio indicaron Russell y el primer
grupo DMRI). Por ejemplo, no sólo la relación (nivel mandato) ejerce una
influencia al determinar el significado del contenido (nivel de informe), sino que el
contenido de lo que se dice influencia el significado de la relación interpersonal.
Las relaciones organizativas entre dos niveles cualesquiera de significado –
contenido e intervención, contenido y episodio, relación y guión de vida, patrón
cultural y episodio, etc.- son circulares o reflexivas. El significado a cada nivel
vuelve reflexivamente para influenciar al otro. Por tanto, la jerarquía de Cronen y
Pearce no es simplemente una organización vertical, sino una red auto-diferencial.

Cronen y Pearce pasan a describir la naturaleza de esta relación reflexiva entre


reglas constitutivas. En cualquier momento, la influencia de un nivel de significado
sobre otro, por ejemplo, del ítem A en un nivel sobre el ítem B de un nivel más
bajo; puede parecer más fuerte que, viceversa, la influencia de B sobre A. En este
caso, Pearce y Cronen dirían que A ejerce dentro de la jerarquía una “fuerza
contextual” hacia abajo, de forma que A determina el significado de B. Sin
embargo, ellos señalan que mientras que la relación entre estos niveles puede
parecer lineal y estable, respondiendo B pasivamente a la dominancia de A (como
una jerarquía vertical), la relación en realidad sigue siendo circular y activa. Es
decir, B siempre sigue ejerciendo sobre A una “fuerza implicativa” hacia arriba. La
naturaleza circular de la relación se hace más evidente cuando las implicaciones
de B para A se hacen más viables. Por ejemplo, la fuerza implicativa de B puede
ser potenciada cuando se establecen conexiones entre aspectos de B y ciertos
significados de niveles más altos que A. Además, si la fuerza implicativa de B
aumenta su importancia, su influencia superará finalmente la fuerza contextual de
A. Cuando esto sucede, los niveles de la jerarquía se invierten súbitamente.
Entonces B se convierte en el contexto, y lo que previamente era la “fuerza
implicativa” hacia arriba de B, se convierte ahora en la “fuerza contextual” hacia
debajo de B que entonces redefine el significado de A. Según la naturaleza de B,
una inversión de este tipo puede dar lugar a un cambio dramático en el significado
de A. Esto podría producir un cambio súbito en las conductas comunicativas
debido a que ahora se aplica una regla constitutiva diferente.

Considérese, por ejemplo, que dos individuos tienen una relación interpersonal
que consideran amistosa. Ambos esperarían tener un episodio amistoso de
interacción si se encuentran. Por tanto, sus acciones iniciales tenderían a ser
amistosas y cada uno de ellos estaría orientado a interpretar las acciones del otro
como amistosas. En otras palabras, el significado atribuido a la relación
proporcionaría la fuerza contextual que determinase la naturaleza y el significado
de las conductas iniciales en el episodio interactivo. Pero supongamos que
durante el episodio entran en una discusión y empiezan a estar en desacuerdo
acerca de algún tema. Si sigue predominando la fuerza contextual de la
cordialidad, considerarán la articulación de las incompatibilidades de sus
respectivas posiciones como esfuerzos para clarificar y resolver diferencias. Sin
embargo, sus puntos de vista discrepantes tendrán aún implicaciones para la
relación; puede que su amistad se vuelva tirante. Sin embargo, si las
compatibilidades se hicieran más amplias y el desacuerdo evolucionara hacia un
conflicto airado (tal vez debido a que se viera implicado un aspecto étnico o guión
de la vida), el significado del episodio podía pesar más que la amigabilidad original
de la relación. Si ocurre esto, se produce una inversión en la jerarquía y el
episodio de conflicto se convierte en el contexto para definir la relación. Con esta
recontextualización, la fuerza contextual del episodio conflictivo podría redefinir la
relación como de competitividad y tal vez incluso como de enemistad. Cuando
esto sucede, incluso una expresión conciliadora o una disculpa son susceptibles
de ser vistas con suspicacia debido al nuevo contexto. Los futuros episodios de
interacción empezarían entonces con asunciones distintas acerca de la relación y
con conductas diferentes.
Tal vez la pregunta dirigida a la familia holandesa haya desencadenado una
inversión de este tipo. Al introducirse el escenario hipotético de la ausencia de la
madre (en forma de una pregunta reflexiva), la relación entre los hijos y el padre
fue aislada de la madre y se hicieron más claras las implicaciones de que el padre
hiciera de padre. Cuando la “fuerza implicativa” de las contribuciones positivas del
padre en cuanto progenitor se hizo lo suficientemente fuerte (tal vez en parte
porque a los ocho hijos se les hizo la misma pregunta y cada uno de ellos contaba
con las respuestas del otro), se produjo una inversión entre los niveles de la
jerarquía de significados de los hijos de modo que su concepción de la relación
con su padre pasó de una relación sin cariño a una relación cariñosa. Un cambio
de este tipo es terapéutico y potencialmente curativo porque coloca al padre y a
los hijos en un contexto que es mucho más favorable para trabajar en pos de una
solución mutuamente aceptable.

El trabajo más reciente en la teoría CMM ha explorado dos variaciones en esta


relación reflexiva entre niveles de significado. Cronen, Johnson y Lannaman
(Cronen, V.E.; Johnson, K.M., y Lannaman. J.W., 1982) sugiere que cuando la
influencia contextual e implicativa llegar a ser relativamente iguales, se crea,
inmediatamente la activación de la reflexividad inherente, un “lazo reflexivo”. Se
describen dos tipos de lazos: lazos extraños y lazos encantados. Un lazo extraño
significa un proceso reflexivo en el que la inversión de niveles da lugar a un
cambio importante de significado, es decir, se activa una regla constitutiva opuesta
o complementaria. Por otro lado, un lazo encantado indica un proceso reflexivo en
el que la inversión hace que los significados sigan siendo básicamente los
mismos.

El cambio “de amigos a enemigos” descrito arriba, ilustra los efectos de una
inversión mediada por un lazo extraño. Parecería que un tipo similar de inversión
se produjo en la familia holandesa, “de no cariñoso a cariñoso”. En otras palabras,
el efecto terapéutico de la pregunta dirigida a los hijos podría haber sido mediada
por un lazo extraño. En los dos ejemplos citados, el cambio de significados
mediado por la actividad y la recontextualización reflexivas fue seguido por un
cambio dramático en la conducta: los “amigos” se volvieron hostiles, mientras que
los hijos y el padre renunciaron a su patrón de escalada de culpabilización. En
términos clínicos, nos podríamos referir a estos cambios como de segundo orden
(Watzlawick, P.: Weakland, J.H. y Fish, R. 1974).

El cambio asociado con lazos reflexivos encantados es diferente. Puesto que los
significados siguen siendo básicamente los mismos (pese a la recontextualización
reflexiva), sólo se produce un cambio de primer orden en la conducta. Por
ejemplo, hay poca diferencia en la conducta si un episodio amigable sirve para
redefinir una relación amistosa poco amistosa. De forma similar, no cambia mucho
cuando una relación hostil es recontextualizada por un episodio de confrontación.
Los cambios con los lazos encantados no son grandes o dramáticos; tienden a ser
pequeños y sutiles. La activación de la reflexividad mediada por lazos encantados
sólo da lugar a que los patrones se hagan algo más generalizados o
profundamente enraizados. No obstante, el proceso de generalización y/o fijación
es extremadamente importante. Un terapeuta puede hacer preguntas para facilitar
una extensión de patrones sanos que ya existen en la familia, o hacer preguntas
para establecer desarrollos terapéuticos nuevos que aún son débiles. En otras
palabras, algunas preguntas reflexivas pueden realizar su potencial curativo a
través de lazos encantados. Por ejemplo, durante la entrevista con la familia
holandesa, cabe pensar que el terapeuta en formación podría haber pasado a
fortalecer el cambio desencadenado por la pregunta reflexiva inicial, haciendo una
ulterior serie de pregunta reflexivas como las siguientes: (a la madre) “Cuando
están en la casa, ¿cuál de los hijos sería el que más probablemente viera lo
mucho que su marido hace para ayudarles?... ¿Quién sería el segundo con más
probabilidad de advertirlo?... ¿Quién el tercero?”; (a los hijos): “Si vuestro padre
estuviera convencido de que, en el fondo, reconocéis y apreciáis las cosas que
hace por vosotros, ¿le sería más fácil o más difícil tolerar algunos de vuestros
errores?... Cuando pensáis en vuestro padre como un padre que se preocupa por
vosotros, ¿estáis más, o menos, inclinados a hacer lo que os pide?”; (al padre): “Si
decidiera Ud. que como padre quiere convencer a Juan de que realmente le
quiere, ¿cómo lo haría?... Si se disculpara después, cuando reconociera que
había ido demasiado lejos en su disciplina, ¿piensa que le respetaría más o
menos como a un padre que se preocupa por él?... Si su mujer decidiera intentar
ayudar a su hijo a ver más sus contribuciones positivas a la familia, ¿qué podría
hacer?”. Estas preguntas podrían haber permitido una mayor consolidación de la
“nueva realidad” al orientar a la familia hacia percepciones y acciones que
apoyasen reflexivamente la nueva interpretación de la relación entre el padre y los
hijos.

Por tanto, desde un punto de vista teórico, puede que los efectos terapéuticos de
las preguntas reflexivas estén mediados por lazos encantados. Las propias
preguntas reflexivas quedan como pruebas, estímulos o perturbaciones.
Solamente desencadenan la actividad reflexiva en las conexiones entre
significados dentro del sistema de creencias de la familia. Esta explicación
reconoce la autonomía de la familia respecto a qué cambio ocurre realmente; es
decir, los efectos específicos de las preguntas están determinados por el cliente o
la familia, no por el terapeuta. El cambio se produce como resultado de las
alteraciones en la organización y estructura del sistema de significados
preexistente de la familia. Desde esta formulación, el mecanismo básico del
cambio no es el “insight”, sino la reflexividad. Las alteraciones organizacionales no
llegan a la conciencia (aunque puede que los miembros de la familia se hagan
conscientes subsiguientemente de los efectos o consecuencias de los cambios
reflexivos). Llamamos reflexivas a estas preguntas en base a este posible
mecanismo de cambio. 3

Por tanto, las preguntas reflexivas son, por definición, preguntas hechas con la
intención de facilitar la auto-curación en un individuo o la familia mediante la
activación de la reflexividad entre significados dentro de sistemas preexistentes de
creencias que permiten a los miembros de la familia generar o generalizar por sí
mismos patrones constructivos de cognición y conducta. Es importante advertir
que el designar cierta preguntas como reflexivas, se basa en la intención del
terapeuta al hacerlas, es decir, el facilitar la propia auto-curación de la familia. En
la parte III se discutirá la importancia de la intencionalidad a la hora de diferenciar
las preguntas reflexivas de otro tipo de preguntas, como las circulares, lineales o
estratégicas. Es suficiente aquí señalar que estas preguntas no se definen en
base a su contenido semántico o su estructura sintáctica, sino en base a la
naturaleza de las intenciones del terapeuta al emplearlas. El proceso de hacer
estas preguntas es denominado interrogatorio circular. Implica una utilización del
lenguaje cuidadosamente considerada y deliberada, que supone una postura
conceptual de diseño de estrategias que es facilitadora más que directiva.

TIPOS DE PREGUNTAS REFLEXIVAS

La variedad de preguntas que se podrían emplear reflexivamente es enorme.


Pueden ser tan variadas como las hipótesis que puede formular un terapeuta
acerca de los problemas de un cliente o familia individual y las estrategias que él o
ella considere útil a la hora de capacitar a los miembros de la familia para que
encuentren alternativas en sus actividades de resolución de problemas. Al
presentar la noción de preguntas reflexivas a otros colegas, me ha resultado útil
proporcionar ejemplos de preguntas reflexivas que parecen caer en grupos
naturales: preguntas orientadas al futuro, preguntas que colocan en la perspectiva
de observador, preguntas de cambio inesperado de contexto; preguntas con
sugerencia implícita, preguntas de comparación normativa, preguntas que
clarifican distinciones, preguntas que inducen hipótesis, preguntas que
interrumpen el proceso. Aunque las preguntas incluidas en estos grupos están
unidas por uno o dos conceptos básicos, hay un considerable solapamiento entre
ellas. Su secuencia y clasificación no proporciona una receta para la conducción
de una entrevista. Los ejemplos específicos se ofrecen solo para ilustrar el tipo de
preguntas que se podrían emplear para aprovechar las oportunidades
momentáneas de intervención terapéutica respetando a la vez la autonomía de la
3
Aunque la elección del adjetivo “reflexivo” no se basó en su utilización gramatical, como en el caso de los
versos reflexivos (en los que el sujeto hace algo a sí mismo), la similaridad es compatible y adecuada.
familia para generar soluciones por sí misma. Para ser apreciada completamente
como reflexiva, cada pregunta tendría que ser colocada en el contexto de un
escenario terapéutico como el de la familia holandesa y analizada en términos de
la reflexividad de la teoría CMM.

Preguntas orientadas al futuro

Este constituye un grupo extremadamente importante. Las familias con problemas


están a veces tan preocupadas por las dificultades actuales o las injusticias
pasadas que, en efecto, viven como si “no tuviera futuro”. Es decir, se centran tan
poco en el tiempo que tienen por delante que quedan empobrecidas respecto a las
alternativas y elecciones futuras. Haciendo deliberadamente una serie de
preguntas acerca del futuro, el terapeuta puede incitar a los miembros de la familia
“atadas al presente” o “atadas al pasado” no sean capaces de responder estas
preguntas durante la sesión. Pero esto no debería disuadir al terapeuta de
hacerlas. Con frecuencia los miembros de las familias “se llevan las preguntas a
casa” y continúan trabajando por su cuenta. Las eventualidades futuras tienen, por
supuesto, implicaciones importantes para los compromisos y la conducta
presentes. Es a través de estas implicaciones como las preguntas de futuro
ejercen sus efectos reflexivos. 4

Se pueden describir varios subtipos de preguntas orientadas al futuro. El más


directo y sencillo es desarrollar metas de la familia: metas colectivas, metas
personales, o metas para otros. Por ejemplo, se podría preguntar a una hija
adolescente que está teniendo un mal rendimiento en la escuela: “¿Qué planes
tienes respecto a estudiar una carrera?... ¿Qué otras cosas te has planteado?...
¿Cuánta educación formal crees que necesitarías?... ¿Qué tipo de experiencia
sería útil para conseguir ese tipo de trabajo?... ¿Cómo harán para conseguirlo?; (a
los padres): ¿Qué logros tienen en mente para su hija?... ¿Qué sería razonable
para el año próximo?... ¿Hay alguna meta en la que todos estén de acuerdo y
para la que se imaginen trabajando juntos ahora?... ¿Cómo tiene planeado
ayudarla a alcanzar estos objetivos?”. Si el terapeuta considera que sería útil para
los miembros de la familia operacionalizar objetivos vagos, podría preguntar:
“¿Cómo sabrás cuando se ha alcanzado la meta?... ¿Qué tendría que hacer ella
para mostrar que lo ha terminado?... ¿Qué conducta específica sería la más
convincente para usted?”. Al hacer estas preguntas reflexivamente, el terapeuta
está menos interesado por el contenido concreto de las respuestas que por el
hecho de que los miembros de la familia tomen en consideración las preguntas y
empiecen a experimentar las implicaciones que podrían tener las respuestas. De
todas formas, las respuestas se convierten en una útil fuente de datos para la
4
Utilizando un marco teórico diferente, Penn (Penn, P. 1985) ha descrito la utilización de preguntas de
futuro como una técnica de “feed-forward”.
creación de hipótesis y el diseño de estrategias por parte del terapeuta acerca de
qué otras preguntas hacer.

Otra forma de hacer preguntas orientadas al futuro que sigue de forma natural
podría ser explorar el resultado esperado: “¿Cómo crees que progresará
realmente el próximo mes?... ¿En seis meses?... ¿Quién sería el más sorprendido
si sobrepasara este objetivo?... ¿Quién es más susceptible de sentirse
decepcionado si se queda corta?... ¿Cómo se manifestará esa decepción?”. Si el
terapeuta quisiera resaltar las consecuencias potenciales que pudieran surgir si
continuaran produciéndose ciertos patrones, podría preguntar: “Si su marido
continúa mostrando su decepción de forma en que lo hace ahora, ¿qué cree Ud.
que ocurriría con la relación entre ellos?... ¿Y dentro de 5 años a partir de
ahora?... ¿Qué tipo de relación padre-hija se habría producido para entonces?”.
Explorar expectativas catastróficas es una forma de facilitar la exposición de
temas ocultos, de modo que pueden ser manejados más abiertamente. Por
ejemplo, se podría preguntar a unos padres sobreprotectores: “¿Qué temen Uds.
que podría pasar cuando su hija sale hasta tan tarde?... ¿Qué es lo que se les
ocurre?”; (a la hija): “¿De qué te imaginas que tus padres tienen más miedo?...
¿Qué cosas terribles creen que podrían pasar y les mantienen despiertos toda la
noche?”. Cuando los miembros de la familia se muestren reticentes a ser abiertos,
estas preguntas pueden ser seguidas de otras para explorar posibilidades
hipotéticas. “¿Te imaginas que a tus padres les preocupa que caigas en las
drogas o en el alcohol?... ¿Temen que te podrías quedar embarazada?... ¿Están
incluso demasiado asustados como para mencionar este tema, porque piensan
que podrí as ofenderte?”; (a los padres): “Si comentarais estas preocupaciones
con ella, ¿pensáis que se lo tomaría como una falta de confianza?... ¿Cómo una
intromisión en su intimidad?... ¿O como una indicación de vuestra preocupación
cómo padres?”. Se podrían emplear preguntas adicionales para sugerir futuras
interpretaciones y/o acciones: (a los padres): “Si decidieran que realmente no
pueden ustedes controlar su conducta sexual, pensarán que necesita saber más
acerca de los riesgos del embarazo y sugirieran que consultara con el médico de
la familia acerca de las pastillas anticonceptivas, ¿tomaría ella esta como un
permitir la promiscuidad sexual, o como un indicador de su apoyo para que se
responsabilice más de su propia vida y conducta?... Si ella se indignara, o incluso
se encolerizara si algún chico fuera un fresco e intentara aprovecharse de ella,
¿estarían sorprendidos?”, (a la hija): “¿Te apoyarían tus padres si le denunciaras
por intento de violación?”.

Las preguntas orientadas al futuro que introducen posibilidades hipotéticas


permiten al terapeuta compartir sus propias ideas en un proceso de co-creación,
junto con la familia, de un futuro. Pueden ser empleados para estimular a las
familias a que tomen en consideración posibilidades que puede que nunca haya
considerado por sí mismas, pero que son compatibles con sus valores y creencias
preexistentes; (a los padres): “¿Pueden imaginarse que su profundo compromiso a
la de estar con sus amigos y, por tanto, a la hora de desarrollar excelentes
habilidades sociales, podría dar lugar a una carrera exitosa en el campo de la
promoción?... Con su talento para hablar, ¿cómo cree que se desempeñaría como
vendedora?... ¿Qué puntuación creen que obtendría en “relaciones humanas” en
un test de aptitudes?... ¿Disponen de este tipo de test en la escuela?... ¿Dónde
podrían conseguirlos?”. Lo que resulta tan seductor de las preguntas hipotéticas
de futuro es que ofrecen oportunidades ilimitadas para la imaginación creativa del
terapeuta. El formato interrogativo puede usarse incluso para introducir historias y
plantear dilemas; (a la hija): “Imaginémonos que tu hermana encuentra a un joven
que le gusta mucho, y que él se preocupa bastante por ella como para intentar
hacerla dejar la bebida, ¿crees que ella estaría más dispuesta a escuchar su
consejo que el de tus padres?... ¿Qué crees que harían tus padres si descubrieran
que él tiene más influencia sobre ella que ellos?... ¿Seguirían negándose a dejarla
salir, o la animarían a pasar el tiempo con un amigo así?”. Las preguntas de futuro
también pueden ser empleadas para instigar esperanza y desencadenar
optimismo, (a los padres): “Cuando (no “si”) ella encuentre la forma de cuidar
mejor de sí misma, ¿quién será el primero en advertirlo?... ¿De qué manera se
manifestará vuestro alivio o gratitud?... ¿Cómo mejorará vuestra relación?...
¿Quién sería el primero en sugerir que se celebre el cambio?

Preguntas que colocan en la perspectiva de observador

Este grupo de preguntas se basa en la asunción de que el convertirse en


observador de un fenómeno o patrón es un primer paso necesario para ser capaz
de actuar en relación con él. Por ejemplo, es imposible empatizar con otra persona
cuando se es incapaz de hacer algunas observaciones acerca de las condiciones
de su experiencia.

Además, cuando los miembros de la familia no reconocen cómo sin darse cuenta
se están haciendo daño los unos a los otros y a sí mismos en el proceso, no
pueden aplicar a su buena voluntad para corregir su propia conducta. Las
preguntas que colocan en la perspectiva de observador están dirigidas a aumentar
la habilidad de los miembros de la familia para distinguir conductas, eventos o
patrones que no han distinguido todavía, o para ver la importancia de ciertas
conductas y eventos al reconocer su papel como eslabones o conexiones en
patrones de interacción en curso. Hacer una serie de preguntas de este tipo con
frecuencia ayuda a los miembros de la familia a “abrir sus ojos” y desarrollar una
nueva consciencia de la situación. Es posible, por supuesto, hacer afirmaciones
directas y señalar ciertas circunstancias a los miembros de la familia en vez de
intentar conseguir esto indirectamente haciendo preguntas. Puede que esto
resulte mucho más eficaz y más deseable en algunas ocasiones. Sin embargo, el
crear un contexto en el que ellos puedan generar nuevas distinciones por sí
mismos tiene ciertas ventajas. En primer lugar, cuando se les pide reflexionar
sobre su propia conducta y sus patrones de interacción, se estimula a miembros
de la familia a desarrollar mejores habilidades observacionales. En segundo lugar,
cuando establecen realmente nuevas distinciones por su cuenta, experimentan en
ellos mismos y en otros miembros de la familia los recursos observacionales
heurísticos y desarrollan una mayor confianza en su propio potencial curativo. En
consecuencia, desarrollar una menor dependencia del terapeuta y de la terapia.

Las preguntas que colocan en la perspectiva del observador pueden categorizarse


según la persona a la que se le pide que comente y la(s) persona(s) o relación(es)
sobre la(s) que se pregunta. Por ejemplo, puede que se empleen las preguntas
dirigidas a un individuo para aumentar la auto-consciencia, es decir, para
convertirse en un mejor observador de uno mismo: “¿Cómo reaccionaste?...
¿Cómo interpretaste la situación que desencadenó esos sentimientos?... ¿Qué
cosas podrían haber hecho?... Si tuvieras la oportunidad, ¿qué harías de manera
diferente?”. Las preguntas sobre la experiencia pueden fomentar el tener
consciencia del otro: “¿Qué pensaba él al respecto?... ¿Qué imaginas que
experimenta él cuando se mete en una situación como ésta?... Cuando piensa de
esa forma, ¿cómo se siente?”. A veces se llama a estas preguntas, preguntas de
lectura del pensamiento. Puede que se elaboren más para explorar la percepción
interpersonal. “¿Qué piensa él que piensas tú que está pasando cuando amenaza
con suicidarse?... Si él sacara la impresión de que tú piensas que él no está en
realidad tan deprimido y que solamente está intentando llamar la atención, ¿crees
que tendría menos deseos de suicidarse o incluso más?

Las preguntas que se hacen para explorar la interacción personal e centran sobre
algunos patrones de conducta y puede que incluyan a la persona a la que se
pregunta. Son extremadamente útiles para llamar la atención sobre la recursividad
de los patrones de conducta en relaciones diádicas, triádicas o más complejas.
Por ejemplo, para ayudar a una pareja casada a ver la naturaleza circular de si
interacción se podría preguntar a la mujer: “¿Qué es lo que hace Ud. cuando él se
deprime y se aísla?... Y cuando Ud. se frustra y se enfada, ¿qué es lo que hace
él?”; y luego al marido: “¿Qué hace Ud. cuando ella se frustra y se enfada?... Y
cuando Ud. se deprime y se aísla, ¿qué es lo que hace ella?” Para una pareja es
más fácil interrumpir un patrón de este tipo cuando pueden ver su carácter circular
que cuando están limitados a ver sólo sus propias reacciones lineales. En terapia
sistémica, el “cuestionamiento triádico” se refiere a la utilización de una serie de
preguntas que se dirigen a un tercero acerca de las interacciones entre dos (o
más) personas. En otras palabras, las preguntas triádicas exploran patrones de
conducta interpersonal que no incluyen a la persona a la que se hacen,
permitiendo así que esa persona se convierta en un observador más neutral:
“Cuando tu padre empieza a discutir con tu hermana, ¿qué es lo que hace tu
madre habitualmente?... ¿Se implica, o se queda al margen?... Cuando se implica,
¿se suele poner de parte de él, o de parte de ella?... Cuando se pone de parte de
tu hermana, ¿qué es lo que hace tu padre?... ¿Se siente traicionado por ella o
aprecia su implicación para ayudarle a darse cuenta de que ha ido demasiado
lejos?”. Este tipo de preguntas se usa con frecuencia a efectos de evaluación,
pero también pueden ser usadas reflexivamente.

Una ventaja que tiene el ver a los miembros de la familia juntos en terapia familiar
en vez de verlos por separado en terapia individual, es que el proceso de hacer
preguntas acerca de un miembro de la familia en presencia de otros siempre
coloca a los otros en la posición de ser observadores. Estos observadores
“pasivos” obtienen una gran cantidad de información. No sólo ven y oyen la
respuesta abierta de la persona a la que se está preguntando y ven las respuestas
no verbales de otros, sino que también obtienen información de sus propias
respuestas privadas a las preguntas, de “las diferencias” entre sus respuestas
privadas y las respuestas reales del preguntado, y de “las diferencias” entre cómo
respondió el preguntado en comparación con lo que los observadores pueden
haber anticipado.

Estos fenómenos se producen siempre en terapia marital y familiar, pero puede


que se utilicen deliberadamente (mediante la utilización de preguntas que colocan
en la perspectiva de observador) para ayudar a los miembros de la familia a ver u
oír ciertas cosas. Para hacer esto de forma eficaz el terapeuta debe llegar a
acoplarse lo suficiente con los miembros de la familia como para ver lo que están
viendo, y para oír lo que están oyendo y lo que no. En otras palabras, los
terapeutas deberían esforzarse por observar las observaciones de sus clientes y
por escuchar lo que escuchan sus clientes cuando diseñan estrategias acerca de
qué preguntas hacer de una forma precisa.

Es interesante señalar que los individuos no tienen necesariamente que llegar a


hacerse conscientes de una observación para que ésta tenga efecto sobre su
conducta. Puede que los fenómenos y las conexiones que están implícitos en las
preguntas del terapeuta o en las respuestas de la familia sean reconocidos de
forma no conscientes y que aun así desencadenen un cambio en los patrones de
pensamiento y acción. Por otra parte, es necesaria una consciencia explícita de un
objeto o proceso para que los miembros de la familia actúen sobre él con un
propósito consciente. Por lo tanto, puede que las preguntas que colocan en la
perspectiva de observador operen a dos niveles de complejidad respecto al
observador/oyente.

Preguntas de cambio inesperado de contexto

Cualquier cualidad, significado o contexto puede ser considerado una distinción


que se hace en contraste con alguna otra distinción, es decir, en contraste con una
cualidad, significado o contexto opuesto o complementario. Sin embargo, el hecho
de establecer una distinción determinada con frecuencia enmascara su
complementario u opuesto. Es fácil olvidar que “lo malo” sólo existe en relación
con “lo bueno”, y que la tristeza y la desesperación solo existen en contraste con
la felicidad y la esperanza. Las preguntas dirigidas a desencadenar un cambio
inesperado en el contexto se centran en poner de manifiesto aquello que ha sido
enmascarado o perdido. Los miembros de la familia con frecuencia se empeñan
en ver ciertos eventos desde una perspectiva, y sus opciones de conducta quedan
consiguientemente limitadas. Puede que necesite ayuda para ver el punto de vista
recíproco a fin de abrir nuevas posibilidades para ellos mismos. A veces unas
pocas preguntas bien colocadas pueden conseguir esto, es decir, liberarles de una
disposición cognitiva y permitirles que tomen en consideración otras perspectivas.

Un subtipo de preguntas de cambio inesperado de contexto es el explorar un


contexto opuesto. Por ejemplo, una pareja vino quejándose de la depresión de su
mujer. Explicaron cómo habían soportado una larga serie de enfermedades físicas
graves en varios miembros de las familias nucleares y extensas durante los
últimos años. La mujer había estado muy preocupada por ellas. Su desaliento era
fácil de entender. Una investigación reflexiva según las líneas siguientes
desencadenó una transformación: “¿Cuándo fue la última vez que ustedes dos lo
pasaron bien juntos?... ¿Qué hicieron durante esos días, que les parece
agradable?... ¿Qué tipos de acontecimientos celebran usualmente?... ¿Y juntos,
como toda una familia?... ¿Por qué tipo de cosas están más agradecidos?”. La
mujer se dio cuenta de repente de que seguían vivos, que tenían buenos ingresos,
un hogar confortable, etc. En la siguiente sesión la pareja anunció con alegría que
habían decidido terminar la terapia y que iban a tomarse unas vacaciones “por
primera vez en muchos años”.

Una o dos preguntas intermitentes que introduzcan el aspecto opuesto o


complementario de un tema puede aumentar el interés de los miembros de la
familia por el proceso así como aflojar patrones rígidos de percepción y
pensamiento. Por ejemplo, en el contexto de quejas acerca de discusiones y
peleas incesantes (que se da por supuesto que son algo indeseable), se podría
explorar un contexto opuesto: ¿Quién sería el primero en reconocer que papá se
enfada porque se preocupa demasiado y no demasiado poco?”. Pueden
formularse tipos parecidos de preguntas para explorar una necesidad de mantener
el status quo: “Asumamos que hubiera una razón importante para que continuaras
con ese patrón incómodo, ¿cuál podría ser?... ¿Qué está pasando en tu familia
que necesita este tipo de conducta?... ¿Qué otros problemas más serios puede
estar resolviendo o evitando esta dificultad?”. Esta última línea de investigación es,
de hecho, un método para desencadenar el que la familia genere su propia
connotación positiva de los patrones problemáticos.

Estas preguntas pueden ser utilizadas también para introducir confusión


paradójica: “¿Se te da bien robar?... ¿Cómo es que te cogen tan fácilmente?...
¿No puedes robar mejor?”. Las implicaciones de este tipo de preguntas
establecen una paradoja: robar es bueno, pero es malo; que te pillen es malo,
pero es bueno. Con cuidado estas preguntas pueden incluso utilizarse para unirse
a impulsos temidos momentáneamente: ¿Cómo es que aún no te has matado?...
¿Qué ideas o pensamientos deben morir?... ¿Hay algunos patrones de conducta
que, de hecho, necesiten ser destruidos y enterrados?”. Cuando se dirigen a un
cliente atrapado en una lucha contra ideas suicidas, puede que estas preguntas se
experimenten como una liberación y que faciliten una nueva re-evaluación de la
situación.

Preguntas con sugerencia implícita

Estas preguntas son útiles cuando los miembros de la familia necesiten que se les
dé un empujón un poco más específico. En cada pregunta, el terapeuta incluye
algún contenido concreto que señala en una dirección que considera
potencialmente fructífera. Sin embargo, cuando el terapeuta empieza a empujar
demasiado al cliente, por ejemplo, a ver los problemas o soluciones de la misma
forma que él, estas preguntas se convierten en estratégicas (véase parte III).
Puede que esto no sea necesariamente un problema para la terapia, pero a veces
lleva a cuasi-sermonear. La tentación de “llevar a su molino” la “verdad” del
terapeuta puede ser minimizada sí, inmediatamente después de haber hecho la
pregunta, el terapeuta vuelve rápidamente a una postura de neutralidad y acepta
las respuestas de la familia, sean las que sean.

Pueden incluirse en una pregunta una gran variedad de sugerencias. Por ejemplo,
se puede dejar implícita una reestructuración: “Sí, en vez de pensar que él se
mostraba intencionalmente obstinado, pensarás que estaba simplemente
confundido, y que simplemente no entendía la mayor parte del tiempo qué es lo
que querías de él, ¿cómo te imaginas que le tratarías?”, dejar implícita una acción
alternativo: “Sí, en vez de retirarte cuando ella estaba mal, simplemente te
hubieras sentado con ella o tal vez incluso hubieras puesto tu brazo sobre sus
hombros, ¿qué hubiera hecho ella?... Si persistieras unos pocos minutos en forma
tranquila y amable pese a su rechazo a medias, ¿sería más probable que ella
acept ase como auténtica tu iniciativa de preocuparte por ella?”; dejar implícita la
voluntad: (referente a una anoréxica): “¿Cuándo decidió ella perder su apetito?...
Cuando decide dejar de comer, ¿por qué cosa está en huelga?”; dejar implícita
una disculpa: “Si, en vez de no decir nada y evitarla, admitieras que cometiste un
error y te disculparas, ¿qué crees que pasaría?”; dejar implícito el perdón:
“Cuando llegara el momento en que estuvieras dispuesta a perdonarte, ¿lo harías
de forma silenciosa, o sería explícita al respecto?... ¿Hasta qué punto serías
capaz de perdonarte a ti mismo?”.

Cualquier pregunta podría ser analizada retrospectivamente y considerarse que


contiene una o más sugerencias implícitas. Sin embargo, para que se considerara
una pregunta reflexiva, el hacerla implícita no tendría que haber sucedido de forma
inadvertida sino más bien deliberadamente, como parte de la intención
terapéutica.

Preguntas de comparación normativa

Los individuos y familias con problemas tienden a experimentarse ellos mismos


como desviados o anormales. Inevitablemente desarrollan el anhelo de llegar a ser
normales. Un terapeuta puede aprovechar este deseo y ayudar a los miembros de
la familia a orientarse hacia patrones más sanos pidiéndoles que hagan
comparaciones relevantes. Por ejemplo, si en una familia lo habitual es la
supresión del conflicto, se podrían hacer preguntas para establecer un contraste
con una norma social: “¿Creen Uds. que son más abiertos en lo que se refiere a
sus desacuerdos que la mayoría de las personas, o menos?... ¿Conocen algunas
familias sanas que sean capaces de expresar abiertamente si frustración y su
ira?... ¿Pueden imaginarse que en realidad a ellos les resulta útil expresar su
frustración a fin de clarificar importantes temas subyacentes?”. También pueden
emplearse preguntas para establecer un contraste con normas evolutivas: “En la
mayoría de ñas familias que están en esta etapa de la vida, los chicos están más
únicos a sus padres. ¿Qué es lo que mantiene a Juan tan unido a su madre?”; o
para contrastar una norma cultural: “Si fueran Uds. una familia angloamericana,
¿piensa que había una menor involucración entre su mujer y su hijo?”. Por
supuesto, esta última pregunta sólo sería apropiada si la familia tuviera un origen
étnico diferente y estuviera interesada en una mayor aculturación. Al llamar la
atención sobre las formas específicas en que la familia se desvía de una norma, el
terapeuta ayuda a conectar significados relevantes de un nivel más bajo de
patrones culturales de nivel superior, desencadenando así cambios en la
organización reflexiva del sistema de creencias propio de la familia.
Puede que las implicaciones de la normalidad se empleen de otro modo. En vez
de centrarse en las diferencias, el terapeuta podría destacar las similitudes. Esto
sería lo indicado si el terapeuta pensara que la desviación percibida de lo normal
está generando un aislamiento y una alienación progresivas. En esta situación,
enfatizar las diferencias supondría el riesgo de una mayor alienación y podría
interferir en realidad con la capacidad de la familia de usar soluciones sociales
“normales”. Por lo tanto, en vez de marcar un contraste con la normalidad, se
podrí trabajar para ayudar a los miembros de la familia a redefinirse como
normales. Por ejemplo, algunas preguntas podrían ser orientadas hacia la
normalización social: “Todas las familias tienen problemas para enfrentarse a la
ira. ¿Cuándo se dieron cuenta por primera vez que tenían la misma dificultad?”;
hacia normalización evolutiva: “Puesto que la mayoría de las familias tiene que
enfrentarse finalmente al problema de que sus hijos se van de la casa, ¿a quién
conocen Uds. que entendiese su situación con mayor rapidez porque haya
acabado de pasar por ella?... ¿Qué padre se imaginan que tiene habitualmente la
mayor dificultad?”: o hacia normalización cultural: “Si tu madre averiguara que la
mayor parte de las madres americanas la pasa muy mal cuando el último hijo se
va de la casa, ¿estaría sorprendida?”.

Es útil que los terapeutas, al formular preguntas que faciliten un sentimiento de


pertenencia a un individuo alienado, piensen en términos de generar un proceso
de normalización inclusiva. Por ejemplo, ante un suicida, se preguntaría a un
miembro de la familia: “¿Crees que se siente desolada y desconectada de todo el
mundo cuando tiene deseos de suicidarse?... ¿Le sorprendería saber que la
mayoría de las personas tienen ideas suicidas en algún momento de su vida?...
Supongamos que una de sus amigas le hace una confidencia y admite que
también ha tenido sentimientos suicidas, ¿le creería ella?... Supongamos que ella
averigua que un conocido de hecho intentó suicidarse una vez, ¿cree que le
chocaría?... Si se diera cuenta de lo comunes que son estas cosas, ¿sería más
probable que fuera capaz de hablar de ellas?... ¿Te sorprenderías si algún día ella
reuniese el valor necesario para preguntar a alguien cómo superó momentos
difíciles parecidos?... ¿Crees que ayuda a la mayor parte de la gente a encontrar
soluciones distintas al suicidio?”. Al dirigir estas preguntas a otra persona en
presencia del suicida, a éste se le dan más oportunidades para tomar en
consideración las preguntas y sus implicaciones. Esto es deseable cuando la
expectativa social de que el individuo aislado dé una respuesta explícita podría
crear inadvertidamente una mayor alienación.

Si el individuo alienado es un niño, resulta útil orientar la inclusión hacia la familia:


“Supongamos que todo el mundo de la familia haya robado algo en algún
momento de su vida, ¿quién se imaginan que puede haber robado más?... ¿Y en
segundo lugar?... ¿Y luego quién?... Algunas personas son tan hábiles robando o
mintiendo que nunca nadie se entera. ¿Quién de la familia se imaginan que habría
sido mejor en ese sentido?... ¿El segundo mejor?... ¿Quién tendría las mayores
dificultades para dejarlo?... ¿El segundo que más?”. Una serie de preguntas como
estas podría permitir que un niño, que se ha vuelto aislado, defensivo o desafiante
debido a las reacciones familiares críticas hacia el mentir y el robar, se reconecte
como un miembro “normal”, de modo que sea más probable que los esfuerzos
conectores sean escuchados, aceptados y seguidos.

Preguntas que clarifican distinciones

Introducir o clarificar una distinción clave puede tener importantes implicaciones en


cualquier sistema de creencias. Puede que estas implicaciones sean bastantes
terapéuticas, especialmente cuando hay una considerable confusión en torno a los
temas relacionados con el problema. Por ejemplo, cuando las atribuciones
causales de los miembros de la familia no están claras, son pocas las
probabilidades de ser consistentes o coordinar los esfuerzos de resolución de
problemas. Un terapeuta podría hacer una serie de preguntas con la intención de
ayudar a clasificar atribuciones causales que ya mantienen los miembros de la
familia pero que son inconsistentes o poco claras. Cuando esta confusión se
oculta o está muy difundida, resulta útil con frecuencia hacer la misma pregunta a
varios miembros de la familia y abordar el mismo tema desde puntos de vista
diferentes, a fin de dar a los miembros de la familia nuevas oportunidades de
tomar en consideración las ramificaciones de las distinciones. En un caso reciente
que fue derivado debido a que una chica adolescente había sido detenida durante
un robo importante tras episodios recurrentes de hurto, se dirigió la misma
pregunta básica a cada miembro de la familia acerca de los puntos de vista de
cada uno de los otros y finalmente acerca de los suyos propios: <¿Crees que tu
padre (tu madre, tu hermano, tu hermana o tu) ve el hecho de robar más como
algo “socialmente malo”, más como algo “psicológicamente enfermo”, o más como
algo “pecaminoso”?>. Esta serie de preguntas sirvió para clasificar las asunciones
subyacentes acerca de la naturaleza del problema y las inconsistencias en sus
esfuerzos correctores. Una consecuencia inesperada fue la iniciativa del padre
(tras la sesión) de movilizar algunos útiles recursos religiosos. Otra fue el
reconocimiento claro por parte de la hija de los riesgos legales implicados, que
entonces utilizó exitosamente para cortar las tentaciones que frecuentemente
tenía. Pueden utilizarse preguntas parecidas para clarificar las asunciones de los
miembros de la familia respecto a la medida en que operan diversos factores
biológicos, psicológicos o sociales en el mantenimiento de una variedad de
conductas problemáticas. Asunciones diferentes tienen, por supuesto,
implicaciones distintas para la resolución de problemas.
Pueden emplearse diversas preguntas para clarificar categorías: “Cuando ella está
llorando, ¿es porque está lloriqueando para salirse con la suya, o está llorando
debido al dolor emocional?... ¿Piensas que tu padre tiene incluso más dificultades
para decir la diferencia entre lloriquear y llorar?; para clarificar secuencias:
“¿Tomaste las pastillas (se refiere a una sobredosis) antes o después de una
discusión acerca de marchar de casa?”; y para clarificar dilemas: “¿Qué es
realmente lo más importante para Ud.; tener un gran éxito en su profesión a tener
una rica vida familiar?... Si fuera imposible tener ambas cosas, ¿en cuál preferiría
invertir su limitado tiempo y energía?... ¿Quién sería el primero en darse cuenta de
que, en un esfuerzo por evitar enfrentarse a este dilema, puede que de hecho,
estuviera sacrificando ambas cosas?”. Puede que las preguntas clarificadoras
funcionen, bien separando componentes de un patrón y por lo tanto
descomponiendo la vaguedad, bien conectando elementos de un patrón y por
tanto creando nuevas unidades de distinción. Esto último puede conseguirse a
veces con preguntas que deliberadamente introducen una metáfora: “¿Se está
volviendo cada vez más y más como un puercoespín, que cuando más te acercas,
más cortante y espinoso se vuelve?... ¿O se está volviendo más como una semilla
de sandía, qué cuando más aprietas, más se te escapa?”; o introducir hipótesis,
un grupo importante que discutiremos más abajo.

Puede que la atención que ponga un terapeuta sobre las distinciones hechas por
miembros de la familia sea útil de otra forma. Cuando las familias han estado
atascadas en patrones problemáticos durante mucho tiempo, es razonable asumir
que algunos miembros de la familia estén manteniendo probablemente algunas
distinciones cruciales con demasiada claridad o demasiada certeza. Esto limitaría,
por supuesto, su capacidad de tomar en consideración distinciones alternativas.
Puede que el terapeuta sea capaz de ayudar a la familia a abrir nuevos dominios
identificando las presuposiciones subyacentes cruciales y haciendo preguntas
para introducir incertidumbre: “¿Cuánto tiempo has tenido estas ideas?... ¿Cuándo
empezaste a pensar de esa forma por primera vez?... Si sucediera que estuvieras
equivocado, ¿cómo podrías descubrirlo?... ¿Cuánto tiempo te llevaría darte cuenta
de que la situación puede, de hecho, no ser como parece?... Si estuvieras ciego a
lo que hace que estas cosas sigan sucediendo, ¿cómo podrías descubrirlo?...
¿Quién sería el primero en ver tu ceguera?... ¿Hay alguien que se preocupa de
intentar convencerte de que tus puntos de vista era erróneos?... ¿Invitarías de
hecho alguna vez a algún otro a ayudarte a ver lo que no puedes ver?... ¿A
quiénes respetas lo suficiente como para creerles, si tuvieran ideas diferentes a
las tuya?”. Para ser reflexivas, el tono con el que se hacen estas preguntas tendría
que ser neutral y la postura del terapeuta tendría que ser de aceptación. De otro
modo, podrían constituir una confrontación estratégica.
Preguntas que inducen hipótesis

Las hipótesis clínicas son explicaciones tentativas que sirven para orientar y
organizar la conducta terapéutica de los terapeutas. Es razonable asumir que
también podrían servir para orientar y organizar la conducta auto-curativa de los
miembros de la familia. Si no existe una buena razón para retener la hipótesis de
trabajo del terapeuta, puede que éste enriquezca la capacidad de la familia de
encontrar soluciones nuevas por su cuenta mediante la introducción de hipótesis
heurísticas en forma de preguntas. El formato de respuestas tiende a transmitir el
carácter tentativo, que es importante en la elaboración sistemática de hipótesis, en
comparación con un enunciado o una explicación directos, que implica una mayor
certeza. Si la hipótesis es correcta y se ajusta a las experiencias de los miembros
de la familia, puede que tengan lugar cambios inmediatos y dramáticos. Si no lo
es, la familia con frecuencia proporciona información altamente relevante para que
el terapeuta revise o elabore una hipótesis. Para que tenga impacto no necesario
que la hipótesis abarque todo o sea completa. Las hipótesis parciales pueden ser
muy útiles, de hecho, el terapeuta y la familia pueden empezar a funcionar así
como un equipo clínico para co-crear una comprensión más sistémica de la
situación.

Los subtipos de este grupo pueden ser amplios. Sólo se incluirán aquí unos pocos
ejemplos para ilustrar cómo pueden ser introducidos algunos aspectos de las
hipótesis clínicas. Puede que se hagan preguntas para poner al descubierto la
recursividad: “Cuando Ud. se enfada y ella se retira, y cuando ella se retira y Ud.
se enfada, ¿qué hacen los niños?”; para revelar mecanismos de defensa: “Cuando
él no puede tolerar su propia vergüenza y culpa sino que en vez de ello se enfada
contigo, ¿qué te imaginas que le haría más fácil reconocer y aceptar el dolor?”;
para revelar respuestas problemáticas: “Sí él se enfada para tapar su
vulnerabilidad y no puede llegar a conectar con su tristeza subyacente, ¿te ve él
como castigadora y reivindicativa, o te ve como si estuvieras simplemente
protegiéndote, o incluso paralizada por tu miedo?”; para revelar necesidades
básicas: “A fin de crecer y madurar de modo natural, ¿qué tipo de protección y
cuidado afectivo necesita ella más?... ¿Ante todo algo de espacio físico y
emocional para existir y expresarse?... ¿Qué le proporcionen consuelo y apoyo?...
¿Qué se le dé orientación y dirección?”; y revelar motivos alternativos: “Cuando
buscaba pareja, qué crees que tu mujer buscaba más?... ¿Buscaba más un
compañero para ella, o un padre para sus hijos, a alguien que la mantuviera
económicamente a ella y a los hijos, una pareja sexual, o qué buscaba?”: También
pueden formularse las preguntas paradójicamente para revelar los peligros del
cambio: “Si él se viera forzado a reconocer su propia contribución a tu depresión,
incluso ante él mismo, ¿crees que podría asumirlo?... ¿O te lo imaginas abrumado
por la culpa y convirtiéndose en un suicida?”. Puede que una hipótesis sistémica
complementaria elaborada sea demasiado compleja para ser incluida en una
pregunta y que resulte más apropiado en la forma de una aseveración. No hace
falta decir que ningún terapeuta debería sentirse obligado a hacer sólo preguntas.

Los terapeutas y equipos con frecuencia formulan hipótesis acerca del proceso de
tratamiento, además de acerca de la familia. Por tanto, puede que se hagan
preguntas a fin de revelar hipótesis acerca del sistema terapéutico: “Si yo
empezara a relacionarme con vosotros más como un miembro de la familia que
como un profesional, ¿cómo se manifestaría esto?... ¿Quién entre nosotros sería
el primero en darse cuenta?... Si yo empezara a ponerme de nuevo de parte de él,
pero no me diera cuenta, ¿me lo harían notas?”; o para exponer un impasse
terapéutico: “Supongamos que fuera imposible para mí serles de ninguna ayuda
real porque mi input descalificaría automáticamente su sentimiento de
autosuficiencia, ¿qué harían Uds.?... Si yo decidiera que sólo Uds. pueden decidir
continuar si la terapia les es útil, ¿podrían Uds. aceptarlo?

Preguntas que interrumpen el proceso

Hay un interesante grupo de preguntas que pueden usarse para comentar el


proceso inmediato de una entrevista. Por ejemplo, si una pareja conflictiva
empezara a discutir durante el transcurso de la sesión y la interacción pareciera
infructuosa y destructiva, el terapeuta podría dirigirse a los hijos con preguntas
para exponer el proceso actual: “Cuando tus padres están en casa, ¿discuten
tanto como aquí?... ¿O es incluso más intenso?... ¿Quién de vosotros es más
probable que intente intervenir?... ¿Y que intente aclarar la situación?”. Cuando la
pareja empieza a seguir la conversación que sobre ellos ha incitado el terapeuta
con los hijos, se interrumpe su disputa y se les incita a asumir una perspectiva de
observador que detiene el proceso. Esto es sin duda una forma más elegante de
manejar este problema tan común en terapia que el pedir o exigir que la pareja
detenga la pelea. La pareja se detiene a sí misma de forma reflexiva.

Estas preguntas también puede que se centren en reflejar la relación terapéutica:


“¿Crees que tal vez haya ofendido a tu padre por el modo en que he estado
haciendo estas preguntas?... ¿Pudiera ser que me hubiera quedado atrapado al
ver sobre todo las cosas tal y como las ve tu madre?”. Puede que a veces el
terapeuta quiera emplear una pregunta para hacer un comentario indirecto sobre
el proceso terapéutico. Por ejemplo, si los padres están dándole al hijo (de forma
no consciente) indicaciones para que no revele información delicada, el terapeuta
podría optar por preguntar: “Yo sé que nunca harías esto, pero suponte que fueras
donde los vecinos y les contases todo lo que está pasando en casa, ¿quién
estaría más molesto?”. Una pregunta de este tipo contribuye a revelar la fuente de
la coacción y tal vez lleve a los padres a dar al hijo permiso explícito para hablar,
ya que la terapia es un contexto diferente. De todos modos, las revelaciones
inesperadas durante una entrevista tal vez supongan para los miembros de la
familia el riesgo de represalias tras la sesión. En este caso, el terapeuta puede
hacer preguntas para minimizar las reacciones remotas: “¿Piensas que ella podría
temer que estuvieras furioso con ella cuando termine la sesión debido a lo que ha
dicho?... Si lo estuviera, ¿lo admitiría?... ¿Incluso ante ella misma?... ¿O piensa
que tu reconoces la necesidad que tiene de sacar sus quejas de forma que se
pueda hablar de ellas, pese a que son desagradables?”: Finalmente, puede hacer
una serie de preguntas para facilitar la disposición a la terminación; “¿Te
preguntas alguna vez si continuar en terapia podría en realidad interferir en tu
capacidad de aprender cómo encontrar soluciones por tu cuenta?... Si la terapia
terminase, ¿quién estaría más molesto?... ¿Quién serían el más aliviado?... ¿Os
escucháis alguna vez a vosotros mismos haciendo el tipo de preguntas que
discutimos aquí?”.

COMENTARIOS FINALES

Esta muestra de preguntas reflexivas no pretende ser exhaustiva o completa. Más


bien está dirigida a ilustrar la variedad de preguntas que podrían ser usadas de
esta manera y proporcionar ejemplos suficientes como para que se aprecie su
carácter distintivo. Los clínicos experimentados reconocerán como familiares
muchas de estas preguntas. De hecho, probablemente hayan usado algunas de
ellas durante muchos años, posiblemente de manera similar, tal vez de manera
diferente. Sin embargo, no es sobre las preguntas específicas por sí mismas sobre
lo que quiero llamar la atención, sino sobre el hecho de que pueden ser
cuidadosamente diferenciadas y empleadas intencionalmente para facilitar la
capacidad auto-curativa de la familia. Si el darse cuenta de estos se convierte en
parte del proceso, que constantemente realiza el terapeuta, de diseñar estrategias
acerca de qué pregunta hacer durante una entrevista, puede que sea aumentado
sustancialmente su impacto terapéutico.

Tal y como señaló en la Parte I (Tomm, K. 1987), diversos autores han


experimentado el proceso de conducir una entrevista sistémica. Algunos de ellos
han explorado también la utilización de preguntas como intervenciones
terapéuticas.

REFERENCIAS

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