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La era de la lana
Pasado este impulso inicial, la econom ía del lanar entró en una etapa
de madurez, y su crecim iento se volvió menos explosivo. Al cabo de
un tercio de siglo de crecimiento, el ovino pasó a ocupar el lugar cen
tral en la economía de exportación argentina. En el período que se
extiende entre mediados de siglo y la década de 1880, la lana superó
a todos los demás rubros exportables y, sumada a los cueros de ove
ja, representó cerca de la m itad de las ventas externas. La ganadería
lanar se concentró, casi con exclusividad, en la provincia de Buenos
Aires. Distintas estimaciones sugieren que hacia fines de la década de
1870, en las fértiles tierras de este distrito pastaban 3 de cada 4 ovinos
existentes en el país; las ovejas bonaerenses, más refinadas y por tanto
más caras que las que predom inaban en el resto del territorio, repre
sentaban más del 90% del valor del rodeo nacional. El predom inio
bonaerense siguió siendo abrum ador hasta el fin de siglo. Todavía
en 1895 la provincia contaba con unos 53 millones de ovinos, algo así
como el 80% del rodeo total del país. En esta últim a fecha, el 84% del
ganado ovino bonaerense era mejorado, contra un 57% en Santa Fe,
un 70% en Entre Ríos y un 69% en Córdoba y C om entes. Para enton
ces, sin embargo, el m om ento de esplendor del lanar había quedado
atrás. Superado en dinamismo por la agricultura granífera y una gana
dería vacuna radicalmente transformada, el ovino comenzó un lento
retroceso que, ya entrado el siglo XX, term inaría arrinconándolo en
distritos periféricos del sur de Buenos Aires, y en Entre Ríos, La Pam
pa, Corrientes y los territorios patagónicos.
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Fuente: Elaborado a partir de Samuel Amara!, The Bise ofCapitaüsm in the Pam
pas, The Estancias o f Buenos Aires, 1785-1870, Cambridge, Cambridge University
Press, 1998, p. 252.
tuía el principal gasto para quien deseara poner en marcha una estan
cia ovina, treinta años más tarde no sólo se necesitaba cinco veces más
capital, sino que la m anera en que se había modificado la composi
ción de los activos de una empresa agraria favorecía decididam ente a
los dueños del recurso tierra.
La relación entre salarios, tierra y ganado muestra este proceso desde
otro ángulo. En la década de 1850, bastaban catorce meses de salario de
un puestero para comprar 500 ovejas y cuarenta meses para adquirir 300
hectáreas de tierra barata. Treinta años más tarde, estas mismas operacio
nes exigían unos setenta y doscientos setenta meses de salarios, respecti
vamente. En síntesis, el camino hacia la autonomía productiva se volvió
cada vez más difícil para los hombres del común, principalmente por el
alza sostenida del precio del suelo. En esas décadas, pues, la producción
agraria avanzó por un camino que consagraba una creciente desigualdad
en la distribución de los beneficios del crecimiento económico.
Comercio y transporte
sistema dominado por el afán de lucro, y por tanto prestaban poca aten
ción al contexto más general en el que tenía lugar la actividad económica.
De acuerdo a esta visión, la ausencia de una auténtica ciase empresaria
nativa había creado el espacio para e! avance dei capital extranjero sobre
sectores críticos de la economía, como las finanzas, el transporte y la co
mercialización de !a producción agropecuaria. La debilidad de la burgue
sía local y el enorme peso del capitaí imperialista habrían dado lugar a la
conformación de un capitalismo atrasado y dependiente.
Sin embargo, esta perspectiva no logró ofrecer una explicación convin
cente del sostenido crecimiento económico verificado a lo largo deí siglo
XIX. Por esta razón, desde la década de 1970, nuevas investigaciones co
menzaron a retratar a los estancieros bajo una luz diferente: ya no como
meros rentistas sino como pujantes capitalistas agrarios. Dejando de lado
el énfasis en la- mentalidad señoria!, una nueva generación de historiado
res concentró su atención en el comportamiento efectivo de los empre
sarios y la racionalidad de las empresas agrarias, y realizó importantes
esfuerzos para vincular estos aspectos con la peculiar dotación de facto
res de producción existente en la región. Distintos estudios argumentaron
que los terratenientes actuaban como verdaderos capitalistas, siempre
dispuestos a maximizar sus recursos e incrementar sus beneficios.
Desde entonces, ciertos rasgos peculiares del capitalismo agrario pam
peano, como el gran tamaño de las empresas y la baja tasa de inversión,
comenzaron a ser entendidos ya no como rasgos atávicos sino como
evidencia del comportamiento racional de los capitalistas. Así, por ejem
plo, la producción extensiva encontraba su explicación en el bajo precio
relativo de la tierra, y la falta de innovación técnica se atribuía al elevado
costo relativo del capital. Argumentos similares sirvieron para explicar la
preferencia de los empresarios argentinos por la inversión en el sector pri
mario, ya que ésta les resultaba más rentable que el ingreso en terrenos
tales como el transporte, el comercio de exportación, la banca o la indus
tria, donde debían competir con capitalistas extranjeros que contaban con
un acceso más fácil al capitaí y las tecnologías importadas.
En esos años también se volvieron habituales los estudios sobre la
formación y características de los mercados de factores de producción.
Con ello, el capitalismo dejó de ser concebido como un derivado de los
rasgos idiosincrásicos de ¡a elite económica y pasó a entenderse como el
producto de un proceso de cambio social que afecta a toda la sociedad,
cuyo eje central es ia transformación de !a tierra y la fuerza de trabajo en
mercancías susceptibles de ser compradas y vendidas en el mercado.
Diversos trabajos comprobaron la existencia de un activo mercado de
116 Historia económica de la Argentina en el siglo XIX
Fuente: Rory Miller, Britain and Latín America in the Nineteenth and Twentieth
Centuries, Longman, Londres y Nueva York, 1993, p. 122.