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Armando Rodera
REGRESO A SAD HILL
© Armando Rodera, 2022
1ª Edición digital
El desfiladero
Planes de verano
En busca de decorados
* * * *
En la región no se hablaba de otra cosa desde hacía unas semanas. En
Salas de los Infantes y otras poblaciones de la comarca habían aparecido
anuncios en los que buscaban extras para el rodaje de una gran película, por
lo que los mozos de la zona quisieron apuntarse para conocer de primera
mano los entresijos de una producción cinematográfica de tal calibre y, de
paso, poder ganarse unas pesetas.
La zona era eminentemente agrícola y ganadera, por lo que el trabajo
como figurante llamó la atención de muchos jóvenes que podrían cambiar
de tarea por unos días si se lo permitían sus labores en el campo. Y claro, la
noticia llegó también a la vecina Contreras, situada muy cerca de algunas
localizaciones donde el equipo de Sergio Leone pensaba rodar.
—¡Déjate de tonterías, Juanito, me tienes que ayudar con las ovejas! —
le dijo Venancio Burgos a su hijo cuando este le contó lo de la película.
—Yo le ayudo más tarde, padre, no se preocupe. Pero déjeme bajar a
Salas para apuntarme con otros mozos de Contreras. Dicen que se puede
ganar buenas perras.
—¡Haz lo que quieras! —contestó Venancio, harto de discutir con su
hijo, a sabiendas de que su vástago haría lo que le viniera en gana—. Pero
te quiero aquí sin falta a la hora de comer.
Venancio intentaba meter en vereda al chaval después de dejar los
estudios. Tenía quince años, nunca le fue demasiado bien en el colegio, y al
final había terminado por aparcar los libros. Juanito era un alma libre y
prefería estar todo el día zascandileando por ahí, sobre todo ahora que había
llegado el buen tiempo, y a su padre se lo llevaban los demonios.
El joven de los Burgos ya había cometido algún hurto que le había
granjeado más de un pescozón al ser pillado in fraganti, por lo que aprendió
a no realizar sus trapicheos en el pueblo ni con conocidos y, por supuesto, a
tener más cuidado a la hora de sisar. Creyó que la llegada de la gente del
cine le podría reportar buenos beneficios, ya fuera al trabajar como extra en
la película o aprovechando sus habilidades al descuido para afanar a los
foráneos que visitarían el valle del Arlanza durante ese verano.
Juanito tomó prestada la bicicleta de su hermano mayor y pedaleó a
toda velocidad por unas sendas que conocía bien. Primero hasta el cercano
pueblo de Barbadillo del Mercado y más tarde, por la carretera de Soria,
hasta llegar a Salas. Llegó al Bar Infantes y allí hizo cola para apuntarse a la
lista de posibles figurantes, al igual que otros muchos jóvenes de la
comarca, aunque no le dieron muchas esperanzas cuando le llegó su turno.
—Eres muy crío todavía —le dijeron allí—. No creo que te elijan. Al
parecer buscan hombres jóvenes para hacer de soldados, pero tú no tienes
todavía ni pelusilla en la cara.
Los paisanos se carcajearon ante la ocurrencia del responsable de la lista
de inscritos, pero Juanito no se desanimó ante su impertinencia. El chaval
aparentaba más edad de la que tenía, gracias sobre todo a su altura, aunque
no contaba con mucha carne en los huesos y su cara de crío delataba su
verdadera fecha de nacimiento.
—Ya veremos, yo me apunto y que sea lo que Dios quiera. ¿Es cierto lo
que dicen de la paga? He oído que puedes ganar más de doscientas pesetas
por un día de trabajo.
—Anda, vete para casa y deja trabajar a los mayores, nos queda todavía
mucha faena.
El hombre despachó a Juanito con un gesto de desprecio y el joven se
marchó de allí rumiando su derrota. Estuvo a punto de contestarle a ese tipo
como se merecía, pero se contuvo a tiempo. No sería la primera vez que su
bocaza le metía en algún lío, por lo que prefirió regresar a Contreras y no
cabrear también a su padre. Si le castigaba o le daba con el cinto no iba
siquiera a poder presentarse al casting si finalmente le llamaban los de la
película.
En el viaje de vuelta fantaseó con lo que podría hacer con doscientas
pesetas diarias, y más si conseguía trabajar allí varias jornadas. Y, si al final
no le escogían, Juanito ya tenía pensado hacerse un fijo de los rodajes y
ayudar en lo que pudiera, aunque no le pagaran. De ese modo no resultaría
sospechoso que lo vieran merodear siempre por el set, dispuesto a llevarse
cualquier objeto valioso que pudiera rentarle algún beneficio.
Regresó a Contreras a menor ritmo, sin cansarse con el pedaleo, pero a
tiempo para llegar al mediodía a su casa. Cuando entró en el pueblo, le
pareció vislumbrar de lejos una figura conocida, por lo que pedaleó un poco
más mientras se acercaba para cerciorarse. No se había equivocado, se
trataba de la hija de los Mediavilla. Quizás pudiera hablar un rato con ella
antes de ir a comer. Se apeó de la bicicleta y la dejó de cualquier manera,
medio tirada al lado del camino. Correteó hasta alcanzar a la chica y se puso
a su lado.
—¡Hola, María! —saludó contento—. ¿Vas a la fuente?
La niña contestó afirmativamente con la cabeza, aunque era evidente su
destino al llevar dos cubos grandes para llenar de agua. Un peso demasiado
grande para sus enclenques brazos, por lo que Juanito quiso aprovechar la
oportunidad.
—¿Quieres que te ayude? Tengo todavía un poco de tiempo antes de ir a
comer.
—Bueno…
María era parca en palabras, eso lo sabía todo el mundo. Se encogió de
hombros y permitió que Juanito llevara uno de los cubos vacíos, aunque
sería al llenarlos cuando necesitaría de verdad su ayuda. El mozalbete pensó
que tal vez tuviera tiempo para algo más. Con disimulo encaminó sus pasos
hasta la parte de atrás de la casa abandonada, un rodeo innecesario si
pretendía llegar cuanto antes a la fuente. Pero Juanito tenía otra cosa en
mente.
Pareció que la niña no se fijó demasiado en la senda que llevaban, solo
iba acompañándole y escuchando sus tonterías. Juanito le habló del rodaje
de la película y le comentó que se había apuntado en Salas para trabajar
como actor. Tal vez la chica pudiera acompañarle algún día si le apetecía.
María hizo un gesto vago porque ambos sabían que su madre no se lo
iba a permitir. La señora Pura no se andaba con tonterías y Juanito
procuraba no cruzarse con ella en Contreras. Era una mujer con carácter y
su hija era sagrada para ella. No le tenía miedo, pero si llegaba a enterarse
de sus verdaderas intenciones no iba a tener campo para correr.
—Anda, ven. Quiero enseñarte una cosa —dijo el joven haciéndose el
interesante.
Juanito dejó el cubo en el suelo y se adentró en el interior de la casa
abandonada, un lugar conocido por toda la chavalería del pueblo, por
mucho que no le hiciera gracia a ningún padre de Contreras. María depositó
también el cubo en el suelo y se hizo la remolona. Supo que la chica
dudaba, por lo que tenía que ofrecerle un incentivo.
—Le he cogido tabaco a mi hermano, si quieres lo compartimos.
Meses atrás habían dado sus primeras caladas a un cigarro juntos, a
escondidas, ahogándose con la tos al aspirar el humo. Ninguno de los dos
sabía fumar muy bien y ni siquiera les gustaba el tabaco, pero se sentían
mayores y les gustaba saltarse las prohibiciones impuestas por sus
progenitores.
Juanito había coincidido con la hija de los Mediavilla en la escuela,
aunque ninguno tenía mucho futuro con los estudios. Era una chica
simpática que caía bien a todo el mundo, a pesar de que algunos vecinos no
soportaran del todo a su madre. En cualquier caso, ellos dos siempre habían
sido amigos, y María confiaba en él.
Se quedó mirando su figura, alta y delgada pero con incipientes curvas
que no pasaban desapercibidas. María estaba preciosa así, con el pelo
cobrizo que brillaba bajo el sol y esas pequitas tan curiosas que moteaban
todo su cuerpo. El muchacho sintió un latigazo de lujuria e insistió para que
María le acompañara al interior del caserón medio derruido.
No sería la primera vez, pero Juanito seguía sintiéndose culpable.
Ambos eran unos críos que comenzaban a experimentar con sus propios
cuerpos, y el joven de Contreras quería llegar a mayores con su vecina. Se
habían besuqueado y toqueteado por encima de la ropa, nada más. Y pensó
que tal vez en esa ocasión María le permitiera llegar un poco más allá.
Tras compartir un cigarrillo en el interior de la casa abandonada,
sentados en el suelo con la espalda apoyada en una de las paredes que
todavía aguantaba de pie, Juanito quiso dar el primer paso. Se aproximó a
María y la besó en los labios. Ella se dejó hacer, aunque a ninguno le
entusiasmara el sabor de la nicotina en la boca del otro.
Juanito pensó que había llegado su oportunidad y continuó besándola
con la pasión y la inexperiencia de la juventud. Comenzó a acariciarla y
María no protestó, por lo que la audacia del chico creció por momentos.
Metió entonces una mano por debajo de su ropa y se acercó con miedo a su
torso, recreándose al acariciar las incipientes protuberancias de sus
pequeños pechos. La chica gimió, él no sabía si de placer o porque le estaba
haciendo daño, pero Juanito no se amilanó. Quiso entonces meter la otra
mano por debajo de la falda, pero María se lo impidió. Se había pasado de
listo y ella le apartó bruscamente, antes de levantarse del suelo y salir de la
casa.
—Mi madre me va a matar si tardo mucho. ¿Me ayudas o no?
Juanito sonrió y asintió antes de levantarse. Por lo menos María no se
había enfadado mucho con él y le había dejado tocarle las tetas por debajo
de la ropa. Incluso pareció que le gustaba lo que hacían y por el camino a la
fuente no se lo echó en cara. En realidad parecía más comunicativa e
incluso bromeaba con él.
Cargaron los pesados cubos de agua y Juanito se ofreció a llevar los dos
de regreso. María no se lo permitió y se los repartieron entre ambos, uno
para cada uno. Por lo menos hasta las inmediaciones de su hogar antes de
separarse para que no les pillaran juntos. El adolescente se despidió de su
amiga, contento, y se alejó de allí. No podía considerar que María fuera su
novia, pero con ella había llegado más lejos que con cualquier otra chica del
pueblo. Y tal vez, a lo largo de un verano que se presentaba diferente,
pudiera hacer otro tipo de cosas para que sus amigos no se rieran de él y le
vacilaran con sus hazañas amorosas.
Regresó hasta la encrucijada donde se había topado con la chica,
recogió la bicicleta de su hermano y se dirigió entonces a su casa, justo a
tiempo para llegar a la hora de la comida. Juanito se encontraba feliz
después de una mañana muy provechosa y pidió dos deseos para ese
verano: trabajar en la película o por lo menos ganar algo de dinero gracias
al rodaje y disfrutar más del cuerpo tibio y apetecible de María Mediavilla.
Pero a veces los deseos se vuelven en contra de uno…
Capítulo 4
La sierra de la Demanda
La carretera de la muerte
Title: Kazan
Language: French
KAZAN
TRADUCTION DE
PAUL GRUYER ET LOUIS POSTIF
PARIS
LES ÉDITIONS G. CRÈS ET Cie
21, RUE HAUTEFEUILLE, 21
MCMXXV
DU MÊME AUTEUR
EN PRÉPARATION :
I
L’ENSORCELLEMENT
Le maître insista.
— Viens, Kazan ! dit-il, d’une voix caressante. Allons, viens, mon
petit !
Mais l’animal se recula et montra ses crocs. Il s’attendait au
cinglement d’un fouet ou à un coup de gourdin. Il n’en fut rien. Le
maître se mit à rire et rentra avec lui dans la maison.
Docilement, Kazan en ressortait peu après. Isabelle
l’accompagnait, la main posée sur sa tête. Ce fut elle encore, qui
l’invita à sauter d’un bond dans l’intérieur obscur d’une sorte de
voiture devant laquelle ils étaient arrivés. Elle encore qui l’attira dans
le coin le plus noir de cette voiture, où le maître attacha la chaîne.
Après quoi, lui et elle sortirent en riant aux éclats, comme deux
enfants.
Durant de longues heures, Kazan demeura ensuite couché, raide
et immobile, écoutant sous lui l’étrange et bruyant roulement des
roues, tandis que retentissaient de temps à autre des sons stridents.
Plusieurs fois les roues s’arrêtèrent et il entendit des voix au dehors.
Finalement, à un dernier arrêt, il reconnut avec certitude une voix
qui lui était familière. Il se leva, tira sur sa chaîne et pleurnicha. La
porte de l’étrange voiture glissa dans ses rainures et un homme
apparut, portant une lanterne et suivi de son maître.
Kazan ne fit point attention à eux. Il jeta dehors un regard rapide
et, se laissant à peine détacher, il fut d’un bond sur la neige blanche.
Ne trouvant point ce qu’il cherchait, il se dressa et huma l’air.
Au-dessus de sa tête étaient ces mêmes étoiles auxquelles il
avait hurlé, toute sa vie. Autour de lui, l’encerclant comme un mur,
s’étendaient jusqu’à l’horizon les noires forêts silencieuses. A
quelque distance était un groupe d’autres lanternes.
Thorpe prit celle que tenait son compagnon et l’éleva en l’air. A
ce signal, une voix sortit de la nuit, qui appelait :
— Kaa…aa…zan !
Kazan virevolta sur lui-même et partit comme un bolide. Son
maître le suivit, riant et grommelant :
— Vieux pirate !
Lorsqu’il rejoignit le chien, parmi le groupe des lanternes, Thorpe
le trouva qui rampait aux pieds d’Isabelle. Elle ramassa la chaîne.
— Chère amie, dit Thorpe, il est ton chien et lui-même est venu
ici se remettre sous ta loi. Mais continuons à être prudents avec lui,
car l’air natal peut réveiller sa férocité. Il y a du loup en lui et de
l’outlaw [5] . Je l’ai vu arracher la main d’un Indien, d’un simple
claquement de sa mâchoire, et, d’un coup de dent, trancher la veine
jugulaire d’un autre chien. Évidemment, il m’a sauvé la vie… Et
pourtant je ne puis avoir confiance en lui. Méfions-nous !
[5] Outlaw, hors-la-loi. On dit couramment que les
loups sont les outlaws de la Terre du Nord.
Thorpe n’avait pas achevé que, comme pour lui donner raison,
Kazan poussait un grognement de bête féroce, en retroussant ses
lèvres et en découvrant ses longs crocs. Le poil de son dos se
hérissait.
Déjà Thorpe avait porté la main au revolver qu’il avait à la
ceinture. Mais ce n’était pas à lui qu’en voulait Kazan.
Une autre forme venait en effet de sortir de l’ombre et de faire
son apparition dans les lumières. C’était Mac Cready, le guide qui
devait, du point terminus de la voie ferrée où ils étaient descendus,
accompagner Thorpe et sa jeune femme jusqu’au campement de la
Rivière Rouge, où le maître de Kazan, son congé terminé, s’en
revenait diriger les travaux du chemin de fer transcontinental destiné
à relier, à travers le Canada, l’Atlantique au Pacifique [6] .
[6] Le transcontinental canadien part, sur l’Atlantique,
d’Halifax et de la Nouvelle-Écosse, passe au nord du
Grand Lac Supérieur, qui marque la frontière entre les
États-Unis et le Canada, et, après un parcours de 5.000
kilomètres, aboutit au Pacifique, à la côte de Vancouver.