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Relatos temporales

C.J. Berrocal.
Copyright © 2017 C.J. Berrocal

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Todos los derechos reservados

©RELATOS TEMPORALES

ISBN: 9781520922669

Primera edición

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constitutiva de delito contra la propiedad intelectual
(Art. 270 y siguientes del código penal).
Contenido

Corporación………………………….............8

La puerta del rey……………………………42

La isla…………………………………...........52

Cabaña Cloustby……………………………94
Prólogo

Tres de los cuatro relatos aquí publicados, fueron


escritos en el año 2016. Esto coincide con una época
importante y de cambios en lo que hasta dicho momento
catalogaba como una vida ociosa y de poco sentido. Me
aficioné a la ciencia ficción gracias a “La guerra de los
mundos” de H.G. Wells, libro que cayó en mis manos de
una manera más o menos fortuita; por años devoré
cuanto material podía conseguir de este género, pero no
fue hasta que leí una autobiografía de Isaac Asimov, en
el libro “La edad de oro de la ciencia ficción” que me
entró la espinita de aventurarme a crear borradores de
este tipo.

Cada narración aquí descrita tiene su historia y su


motivo tras bastidores, esto es una máxima que siempre
ha regido mis movimientos más voluntariosos.
“Corporación” (relato principal del libro) es una mezcla
de ciencia ficción “dura” influenciada por Asimov y
Clarke, además de lo que podríamos denominar una
pequeña dosis de “Space Ópera” que ha sido pensada sin
embargo, tratando de mantener un recurso estilístico en
el lenguaje con clara influencia de las lecturas a Ray
Bradbury.

La influencia de otros autores -a mi parecer- no


se limita a las formas y estilos, ya que a veces una
historia puede hacer que nazca otra distinta pero con una
fuerte relación. En este caso concreto, hago referencia al
relato de terror aquí incluido “Cabaña Cloutsby” el cual
ideé después de leer “Un paseo en la oscuridad” de
Arthur Clarke; quienes lo hayan leído, sin duda,
encontrarán dicha conexión.

Hace unos años al ojear en el prólogo del libro


“La isla misteriosa” de Julio Verne, me enteraba que este
le había escrito como un guiño o dedicación a la obra de
Stevenson, entonces, me di cuenta que ya hacía años que
-guardando las obvias distancias- yo había hecho lo
mismo con Ryder Haggard y su novela “Las minas del
rey Salomón” y es que, pensado en aquella historia
escribí mi primera narración, “La puerta del Rey” (único
cuento de los aquí publicados escrito antes de 2016).

También, y al igual que Verne (siempre


guardando las enormes distancias) me di a la tarea de
escribir una obra en relación a “La isla del tesoro” de
Stevenson, es de aquí de donde nace la historia “La isla”
un cuento de ciencia ficción y misterio.
Corporación

“Se puede vivir dos meses sin comida

y dos semanas sin agua,

pero sólo se puede vivir unos minutos

sin aire”

Hung yi-Siang

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I

–Tengo que salir, trae mi máscara filtradora Sam


–indicó con un tono suave y seguro, Lucas Tobrero a su
mujer-. Discurría el año de 2198, el día estaba oscuro, un
poco sobre la media normal de aquellos tiempos, el
fuerte viento se arremolinaba contra las paredes de los
edificios, el gris imperante era el paisaje cotidiano en
esta época; un cambio climático acelerado colapsaba sin
preámbulos la faz de la tierra. Samanta, tomó con manos
huesudas y ásperas “el casco de la vida” y lo acercó a su
esposo, mientras este fijaba su mirada en la puerta
principal de aquella estancia.

Sabía que afuera, los bruscos cambios de


temperatura no se regían bajo ninguna secuencia, -día o
noche, invierno o verano- Las temperaturas más altas en
aquel año habían llegado incluso a los sesenta grados
Celsius, y las mínimas descendían varios grados por
debajo de cero; no existía lugar sobre el globo terráqueo
que escapara a estas oscilaciones, aunque se daban en
menor medida hacia los polos, mismos que alguna vez
en un pasado no muy lejano, al parecer, estuvieron
congelados, al menos eso describen los libros de historia
actuales, no obstante, no queda nadie vivo que dé cuenta
de ello.

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Lucas, tomó su máscara filtradora y abrió las
escotillas de acceso, a la vez que encendía el sistema de
purificado automático, al abrir la puerta del edificio y
salir, el scanner óptico de su máscara mostraba una
cantidad considerable de metales pesados en el
ambiente, un poco por debajo, sin embargo, de la media
del último año. Al hombre esto no le inmutó y se adentró
en el bosque de niebla oscura que tenía frente a él.

No tenía más opciones, ya que el único camino


de supervivencia aquellos días era el ingreso en
madrigueras y cuevas oscuras, cerca de las enormes
urbes e incluso en grandes edificios abandonados, donde
se guarecían de forma precaria ciertos animales que se
resistían a la extinción abrazadora, débiles y algunos
enfermos, eran fácil presa de los humanos; frenéticos de
sustento, los nuevos "cazadores recolectores" parecían
jaurías de lobos al acecho de los últimos herbívoros de la
tierra.

Asió con fuerza el garrote manualmente labrado


que colgaba en su mano izquierda y a ciegas empezó a
auscultar en la penumbra, caminaba en pequeños y
lentos zigzag, mientras su visor infrarrojo le avisaba
sobre cualquier movimiento que diera algún ser de
sangre caliente, que infortunado se interpusiese en su
camino; nada encontró tras recorrer tres cuadras de la
zona abandonada de la antigua ciudad. Los desgarbados
edificios, al ser iluminados de forma escuálida por la
pobre luz del sol que lograba filtrarse en el espeso y
contaminado aire, mostraban un horrible escenario,
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denotando grotescos tintes de un ambiente lúgubre,
pesado y oscuro.

Cuando Lucas casi había terminado de recorrer la


quinta cuadra, un sonido llamó su atención; aquellos días
habían hecho -a la fuerza- que el hombre promedio
desarrollara nuevamente sus sentidos más animales, y el
mínimo ruido se volvió perceptible para los
sobrevivientes cazadores.

Se detuvo instantáneamente y afinó su oído,


ajustó su visor a modo rayos X, lo dirigió a las paredes
exteriores del edificio de dónde provenía el sonido, y se
acercó lenta y sigilosamente a una de las puertas
laterales. No había visto nada por la mirilla, ni
escuchado ningún otro ruido desde aquel inicial, no
obstante, aquello era suficiente para casi dar por sentado
que una presa se escondía muy cerca. Se internó
lentamente en el edificio, ajustando nuevamente el visor
a modo infrarrojo, aplicando la capacidad de este en
cada metro cuadrado que recorría, llevaba cargada una
escopeta, pero los tiros eran un bien preciado que no
podía desperdiciarse por mero gusto, solo la necesidad
del lejano alcance hacia retumbar las detonaciones
dirigidas de estos. Al minuto de haber ingresado en el
edificio, divisó una imagen que se arrebujaba contra la
pared más oriental de la oscura habitación, el visor
infrarrojo dibujo su silueta limpia, y Lucas pudo ver
maravillado a un gran venado silvestre, se encontraba a
no más de veinte metros en frente y la única salida

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existente era la entrada utilizada un minuto antes por el
hombre.

Preparó el garrote y se acercó con la mente


furibunda, auscultaba las posibles direcciones de un
escape repentino, no dejaba posibilidad a la presa
mientras se acercaba lentamente, y asía con fortaleza y
decisión su rudimentaria arma. En su juventud Lucas
había sido un humano sensible, amante y defensor de los
animales, pero después de la cuarta guerra mundial -la
tercera fue por las fuentes de agua dulce- la desolación,
hambruna y pestes que siguieron, cambiaron al mundo y
la percepción de las personas con respecto a la
conservación, ahora primaba la vida humana, su simple
supervivencia.

Se aproximó lo suficiente para sentir el lastimero


respirar del animal asustado e indefenso, prácticamente
podía apreciar los latidos acompasados del pobre
corazón de la bestia, los zumbidos de este se fueron
colando de manera frenética en la mente de Lucas, como
tambores matraqueaban cual golpes en las sienes del
hombre, mientras gotas de sudor resbalaban por su frente
anunciando un tórrido cambio en la temperatura. Estas
permutas del clima solían, por lo general, suceder justo
antes del inicio de la lluvia ácida; temió no tener el
tiempo suficiente para regresar antes de la precipitación
de dichas gotas envenenadas, y es que estos chaparrones
se habían vuelto cosa cotidiana, matando a su paso a
prácticamente toda la vegetación, enfermando a los

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mamíferos y demás restos de la poca fauna que aún
sobrevivía, y contaminando los suelos de toda la tierra.

Su mirada y pensamientos regresaron


nuevamente con su presa, pero sus piernas no respondían
a la petición de su cerebro de avanzar, consecuentemente
sus sentidos fueron mermando ante una extraña
somnolencia, y le pareció escuchar una conocida voz a
su costado, sin duda alguna era la de Matías, su hijo; le
advertía de eventos que Lucas no lograba comprender, y
le miraba fijamente con ojos de angustia. ¿Qué hacia su
hijo en aquel sitio? ¿Cómo fue posible que no lo
escuchase llegar? Y sobre todo, ¿Cómo diablos
permanecía este tranquilamente a la intemperie sin
siquiera portar una máscara de filtrado de oxígeno?
Divagaba en estos pensamientos sin sentido, cuando un
fuerte tropel pasó por su lado despertándolo de su sopor,
el venado había escapado; pasó tan cerca de su
acechador que lo rozó con violencia, el hombre en su
estado de inacción mental prolongada aún, logró
volverse hacia la ruta de escape de su presa, pudiendo
ver como esta se desvanecía en el ahora gris-oscuro
cúmulo de polvo y contaminación, que representaba el
contexto próximo de afuera del antiguo edificio.

– ¡Rayos! -se dijo para sí- Es la tercera vez en


esta semana que me pasa lo mismo, a este paso
moriremos de hambre, antes que sea el clima quien
acabe con nosotros, como ya hiciera con la mayor parte
de los demás -continuó pensando-. Volvió a casa
cabizbajo, abrió la puerta principal accionando el
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purificador de esta, ingresó y cerrándola dejó atrás aquel
mundo lánguido y nebuloso de afuera, trató de sacar de
su mente todo lo que le había sucedido entre los arcaicos
edificios. Sam, le observaba con lástima, mientras
reprimía algunas lágrimas que decididas a escapar de su
asilo, asomaban a las cuencas de sus ojos.

– ¿Otra vez no has tenido suerte? –Dijo la


palidecida mujer-.

–Me ha pasado lo mismo del último mes Sam,


creo que me estoy volviendo loco.

–Detállame de nueva cuenta lo sucedido


querido, pero esta vez hazlo sin ocultar ningún
pormenor.

La dulce voz de la ya avejentada mujer era uno


de los pocos alicientes con que aun contaba Lucas,
escucharla ser cariñosa con él le recordaba los tiempos
buenos, cuando la esperanza era aún una de las virtudes
que podían palparse.

– Si así lo deseas, lo haré Sam -dijo el hombre-.


Me encontraba frente a un hermoso ejemplar de ciervo,
la verdad se veía muy saludable, y créeme que hasta este
momento eso me había parecido de lo más normal, me
acerqué lo suficiente para arrinconarlo, y en ese instante
me perdí de mí, y Sam, ¡pude ver a Matías a mi lado!
pensarás que estoy loco, pero así fue.

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–¿Dices que viste a nuestro hijo, a nuestro Mati?
¿Por qué juegas conmigo, Lucas?, ¿Por qué me torturas
así? ¿Es que acaso no te basta con el suplicio de vivir en
este mundo desgraciado en que nos han dejado?

–Mujer me has dicho que te cuente con detalle y


eso trato de hacer, sabía que reaccionarias así, por eso,
no te lo había comentado con anterioridad.

–Lucas sabes que Matías desapareció, que no


volverá, hace ya tres años; antes inclusive de la batalla
de los tres días, misma que dejo a el planeta en este
estado de calamidad, y cuando también partía aquella
maldita nave. Aún más tiempo del que llevamos
viviendo este infierno.

–Sí, Sam, lo sé, pero esta es la cuarta vez que se


me aparece y precisamente me pasa cuando estoy
cazando, y en el momento más crucial de dicha empresa.

– ¿Qué te dijo? Lucas, necesito saber con detalle.


¡Me tienes deshecho el corazón!

–Lo haré, mujer, solo deja que me recueste un


rato, aun no me recupero del sobresalto; pon el
purificador, me filtras y sirves un poco de agua, por
favor, siento la garganta desabrida.

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II

A los ojos de Lucas y este día en especial,


Matías parecía bastante más maduro. Le miraba
asombrado desde afuera del gran salón, el orondo vidrio
del ventanal, sin embargo, tornaba inaudible la
conferencia que aquel dictaba. Su hijo no había notado la
presencia del hombre, ya que encandilado, daba
indicaciones a todo un regimiento de choque; el alférez
Juan Campo, por su parte, ayudaba en la exposición
anunciando enérgicamente los movimientos estratégicos
que su general les revelara, aquello debía ser tácitamente
aplicado en el momento del ataque a Prefectura, base
principal de la Corporación en ciudad Alfa, capital del
mundo.

Al terminar de dar las instrucciones a sus


hombres, el joven, quien apenas hacía pocos años había
ingresado en sus veintes, salió al encuentro con su padre.
El hombre no pudo ocultar su orgullo, le abrazó
efusivamente y le besó en la frente.

–Padre, ¿estas totalmente dispuesto a venir


siempre y hacerme pasar un lio de vergüenza delante de
mis soldados, cierto? -le decía mientras sin embargo, se
aferraba con fuerza a los brazos de su progenitor-.

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–Eres mi único hijo, y una debilidad para mi ego,
debo aceptarlo- respondía Lucas, sin notar la distensión
inusual en el abrazo por parte de su retoño-.

–Créeme que acá nadie tiene dudas al respecto,


algunos, sobre todo los nuevos, no lo dicen por obvias
razones, pero los demás me lo han hecho saber de alguna
u otra manera. Padre me gustaría que hablásemos en
privado, vayamos a mi oficina.

–Y bien hijo, ¿a qué debo tanto sigilo? La voz


fuertemente entonada del hombre hacia vibrar las
vidriosas ventanas del iluminado aposento, conforme
ingresaba en él.

–Baja la voz, la idea de hablar aquí es que nadie


más escuche. -respondió Matías, mientras receloso, daba
una última ojeada a las cercanías y cerraba la puerta-.

–Discúlpame Mati, hoy me he levantado con el


ánimo exaltado, tu mamá lo ha notado y me ha pedido
que venga a buscarte, alguna de esas corazonadas que
ella tiene la empujaron a pedírmelo.

–No te preocupes viejo, últimamente todos estamos


así, esta situación nos ha pasado una terrible factura en
cuanto a tranquilidad. Créeme no son los únicos.

–No sé si eso deba calmarme o al contrario,


asustarme, es solo que los nervios están bastante
sensibles; mis compañeros de taller están poniendo todo
su esfuerzo para tener el armamento a punto, yo mismo
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he probado algunas de nuestras creaciones. No obstante,
pensar que estarán en manos de mi propio hijo para
disposiciones más graves y reales, no hace más que
taladrar mi estómago. Idear y confeccionar armamento
no es lo mismo que utilizarlo, no hay dolor en el arte de
la creación, ni confusión, solo belleza… aunque el fin de
esta sea la guerra. Esa otra cara, sin embargo, es un
asunto aparte. Solo trato de no pensar en ello.

–Papá, todos nuestros ingenieros y demás


personas han sido vitales en esta lucha, algunos no
debían ser soldados sí o sí. Tu padre por ejemplo, fue el
gran líder, un comandante sagaz, un personaje temerario,
la mayor leyenda de nuestro movimiento; por otra parte,
tu eres un ingenioso profesional, esta demás decir lo
hábil que te desempeñas en tu campo, debo decir
también que, me llena de satisfacción y sobre todo, de
tranquilidad, el saber que el equipo y la tecnología de la
cual dependen en gran parte mis misiones, están
avalados por tu pericia y experiencia. Yo al contrario,
como ves, he decidido continuar los pasos de mi abuelo.
Ambos, tú y yo, somos fieles seguidores de sus ideales,
ambos también, trascendentales en la consecución del
sueño de aquel y muchos otros que ya no están con
nosotros.

–Hijo, tengo mucho miedo de perderte en estos


ataques que llevas a cabo, lo que haces es sumamente
delicado y peligroso.

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–No es tiempo para pensar tan egoístamente, la
Corporación ha crecido y como un monstruo de muchas
cabezas, está devorando al mundo; la humanidad es hoy
un vago reflejo de lo que antaño conocíamos; tú, papá,
has sido testigo directo de las represiones sangrientas
con las que han sostenido y extendido su poder por lo
que otrora fueran pujantes naciones, hoy todas reunidas
en campos desolados, sus límites barridos, ya nadie tiene
nacionalidad allá afuera, todos pertenecen ahora a la
Corporación. Todos los acuerdos conciliatorios de
guerras, cambio climático, economía social, etc. Han
sido destruidos y sus estatutos quemados, así como los
organismos de sus defensores acérrimos. Bajo la premisa
de “consumir hoy, pensar después‟‟ la gente olvidó que
el planeta seguirá aquí posterior a nuestra muerte, y
quien ha querido pensar diferente, fue y será duramente
obligado a no hacerlo o a morir en el intento. ¿Qué
importancia tendría entonces mi vida, cuando nuestro
mundo sufre la amenaza de no tener un mañana?

–Un padre, hijo mío, no entiende de razones,


debo aceptar; sin embargo, que tu juicio es muy certero
aunque para mi valgas más que mil mundos –Lucas
sonrió desazonadamente a manera de asentimiento-.

–Bien padre, no hay gloria sin grandes


sacrificios. La razón para hablarte en privado no ha sido
otra si no la de comentarte una misión de la cual estaré a
cargo.

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–Mucho me temía hijo, escucharte decir eso, bien
parece que la corazonada de tu madre no ha sido en
vano.

–No lo sé padre, y tal parece que tampoco es


momento para dilucidar en estas cuestiones. Hemos
recibido información de confianza que nos asegura que
la Corporación está muy cerca de las fronteras
amazónicas, al parecer, están a punto de atacar nuestro
último retiro. Hemos recabado información que nos
muestra que están aglomerando un enorme arsenal
nuclear, temo que una terrorífica guerra este cerca de
tocarnos severamente.

–Eso es algo que se veía venir hijo, no cesarán en


su ambición hasta ver derrocadas a sus pies todas las
fuerzas opositoras del planeta. Y mucho me temo que
están teniendo éxito.

–Papá, me enrabia aceptarlo, pero si no hacemos


algo distinto y pronto, creo que tendrás toda la razón en
muy poco tiempo. Hemos averiguado por medio de
nuestras fuentes, que la Corporación, a su vez, está
también llevando a cabo una fuerte incursión espacial,
gracias a la cual han descubierto un planeta habitable en
el sistema estelar de Próxima Centauri, y que además
con el fin de hacer un viaje hacia tal destino, con toda su
„primera clase‟ están también, en proyecto de
construcción de una mega nave.

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–¿Cómo has dicho? Es la mejor noticia del año
hijo. ¿Porque no dejar que se larguen entonces?

–Ellos no se irían hasta no exprimir por completo


este planeta, y no exterminar a quienes nos oponemos a
su dominio. La tierra, suponemos, seguirá siendo una de
sus colonias.

–Dime Matías, ¿Cuál es el plan al que han


llegado, que conclusión sale de todo esto?

–La conclusión es muy simple, debemos atacar la


fuente, ir directo a Prefectura y tomar toda la
información que nos sea posible, es lo único que
podemos hacer, luego se tomarán las decisiones exactas,
padre.

–¿Y mientras nosotros que debemos hacer, hijo?

–Deben guarecerse padre, en los bunkers que


están situados al noroeste, la fortaleza es capaz de
soportar una batalla apocalíptica, ya está todo dispuesto,
para el momento en que se dé la orden.

–Dices que están construyendo una nave. ¿Que


más saben al respecto?

–No mucho la verdad, sabemos que utiliza


tecnología atómica, que dicha nodriza, la cual llaman,
Peciam Terrae, sería capaz de transportar hasta
trescientos mil durmientes, y que el viaje al sistema

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estelar de Próxima, tardaría unos doce o trece años en
promedio.

–Esto está fuera de los límites de nuestra


capacidad, de seguro han invertido muchos recursos en
ello.

–Así es padre, pronto tendremos un panorama


más claro al respecto, es por esta razón que mi misión es
de vital importancia, tenemos el tiempo y las
circunstancias en contra, debemos por ende, actuar con
premura y sigilo a la vez.

–Bien, entiendo perfectamente; te has convertido


en todo un líder, tu abuelo estaría muy orgulloso.

–También lo estaría de ti papá, como lo estoy yo;


por favor, cuida mucho de mi madre, y no le digas nada
de este respecto. Ella no lo entendería como tú.

–Bien hijo mío, solo deseo que el valor y cariño


de toda nuestra familia te acompañen, espero verte de
regreso, sano y pronto. Los ojos vidriosos de Lucas,
hablaban de palabras que no se sabían decir en aquel
momento y que, posiblemente, no se sabrían escuchar
sin dolor. Matías no pudo articular vocablo alguno.

Se fundieron en un último abrazo y el hombre


salió disparado y sin voltear, con dirección a casa.

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III

Lucas despertó sobresaltado, las recurrencia en


sus sueños de aquellos últimos momentos con su hijo,
era algo común en los últimos días. Sorbió un postrero
trago de agua que aún contenía su vaso, dejó escapar un
fuerte suspiro y prosiguió explicando a su mujer, sobre
la visión del efímero encuentro con Matías, mientras
cazaba. Samanta, por su parte, había estado
pacienzudamente velando su siesta.

–Me ha dicho cosas que no entendí –continuó


Tobrero- pero de entre tal maraña de palabras deduje
una sola, que ha dado vueltas en mi mente hasta este
momento, él dijo “pará”, y la angustia expresada por sus
ojos fue tal que… Lucas no pudo contener las lágrimas,
mismas que quebraron su comentario, el cual termino de
articular como un lastimero sollozo.

Sam rodeo con sus manos el cuello de su esposo


y le hablo suavemente mientras secaba las lágrimas del
rostro de este.

–¿Piensas que es una señal para no cazar más


acaso?

–No lo sé, Sam, no logro comprenderlo.


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Aquella noche ni la calefacción pudo contra el
frío que arreciaba, y entre el mal dormir por este factor y
el cúmulo de pensamientos que rondaban su cabeza,
Lucas despertó más temprano de lo usual, y como si por
arte de magia se tratara el primer pensamiento de
conciencia que rozo su mente fue la respuesta a su
interrogante, era tan simple y estaba “parada” ahí
enfrente esperando que él la viera.

–Pará -se dijo para sí mismo-.

–Sam, despierta, Pará es el nombre de la zona


donde se encontraba el principal laboratorio de la
defensa, en ese lugar Matías pasó muchos años
realizando sus estudios sobre las debilidades y
estrategias de ataque a la Corporación, ¿cierto?

Sam se incorporó como un resorte, sus ojos


entornados revelaban el procesamiento rápido que su
cerebro le daba a la idea de Lucas.

–Sí cariño, así es. Pero dime, ¿no estarás


pensando que nuestro hijo quiere que vayas a ese lugar?
recuerda que todo por ahí es desolación, más aún que en
esta parte noroeste donde nos hemos guarecido.

–Eso se cree, Sam, aunque desde la última batalla


no he conocido a nadie que haya visitado el distrito,
debo ir, esto tiene que significar algo.

Después de reunir un grupo de vecinos y


explicarles la situación, Lucas sometió a aprobación del
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Consejo de sobrevivientes, -el cual el mismo presidía- la
decisión. Éste estaba compuesto por todos aquellos
redivivos que habían soportado aquel apocalipsis, y que
juntos por medio de la cooperación en todos los sentidos
habían mantenido sus familias, o lo que quedó de ellas,
en pie. Acordaron unánimemente en aquella reunión,
apoyar la decisión del señor Tobrero; Lucas era muy
respetado y por más quimérica que parecía su historia,
nadie había que desafiara jamás su sentido común e
integridad.

Solo podían ir dos de ellos con Lucas, ya que el


único transporte disponible era un viejo automotor solar
de igual cantidad de plazas y un poco más de espacio
para transportar las provisiones de estos. Un largo viaje
de al menos tres días de sol a sol les esperaba. Salieron,
pues, dispuestos al día siguiente muy de mañana, Sam
despidió a su esposo con un fuerte abrazo y un “regresa,
por favor” Lucas asintió con una mirada profunda y
emprendió la separación.

El viaje transcurrió tranquilo, la panorámica que


podían apreciar era un calco en más de la mitad del
viaje, pero cuando estaban a menos de un día de su
destino, el paisaje que hasta ahora había sido desolador,
y dominado por un color sepia mortecino, comenzó a
cambiar de manera sensible, no habría sido posible de
percibir tan fácilmente, si aquellos viajantes no hubieran
vivido tanto tiempo en estas circunstancias. La tonalidad
de la flora que se apercibía, variaba su coloración
regresando tímidamente hacía un verde musgo, que al
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parecer pretendía no sin un gran esfuerzo volverse a un
verde un poco más puro, las máscaras filtradoras
mostraban en sus scanner como disminuía
superlativamente la contaminación del aire, a tal punto
que por primera vez en dos años pudieron quitarse
dichas escafandras y aspirar oxígeno sin depender de una
máquina de filtrado. También, pudieron apreciar que el
clima era cálido cercano a los cuarenta grados, más en el
último día esta había sido la temperatura máxima, y los
cambios en esta zona eran menos significativos que en
su sitio de proveniencia.

Sorprendidos de manera positiva, sentían como


sus corazones se acompasaban y sus mentes volaban y se
dejaban llevar por una fe loca de un sinfín de nuevas
posibilidades.

Al acercarse al destino esperado, caía sobre sus


cabezas un sol furibundo que marcaba la mitad exacta
del día. Ninguno conocía a ciencia cierta donde se
encontraba el búnker principal, donde había estado en un
pasado el mega-laboratorio, sin embargo, el instinto de
una vieja complicidad humana los dirigía a ciegas por
aquellos parajes, y así continuaron por varias horas.
David Cardozo, el más joven del grupo, rubicundo y
atlético, notó como a la distancia en la penumbra de
aquella soleada tarde, se divisaba a varios kilómetros una
elevación singular sobre el aún árido terreno, decidieron
acercarse a dicho sitio, sin embargo ya la oscuridad
empezaba a hacer presencia, motivo por el cual

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resolvieron guarecerse una noche más en el automotor,
dejando para la mañana siguiente la anhelada llegada.

Concurrió otra vigilia incómoda, aunada a la


excitación de encontrarse tan cerca de una posible
culminación de su viaje, fue poco lo que pudieron
descansar, Lucas solo durmió un par de horas y ni
siquiera en ellas se desligó de la realidad de su travesía
ni de sus acostumbradas alucinaciones „morfeicas‟.

Al primer rayo de sol del día, era el único


impasible y en pie, e invitaba a sus compañeros para
reiniciar la andanza a pesar de sus energías menguadas-.
Hacían unos veintiocho grados Celsius de temperatura,
motivo que reconfortó al grupo y lo azuzaba a continuar
de inmediato. Cerca de una hora más tarde, se
encontraron al pie de una tupida ramada de árboles
sepia-oscuro. Podía divisarse entre ellos un pequeño
paraje casi dominado por las ramas arbóreas, por donde,
sin embargo, aún podía ingresar un hombre de mediana
estatura. Lucas, como buen líder, fue el primero en
adentrarse por aquel zaguán ramificado, le siguieron los
demás en “fila india”. A unos doscientos metros del
inicio del infame camino, podía divisarse una gran
plataforma recubierta por la ramazón de los árboles, los
cuales al parecer, habían sido derribados en un pasado
por alguna violenta onda, además de algunos bejucos
que aún se arraigaban a la vida de la misma floresta. Con
sierras y machetes en mano, se dispusieron a limpiar
toda aquella maleza y despejar el lugar.

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Un pequeño montículo dejaba entrever que la
plataforma cubierta de arena, se trataba de una enorme
compuerta que daba hacia algún recinto subterráneo,
justo bajo sus pies. Con la ayuda de palas rudimentarias
despejaron la gran compuerta, esta dejó distinguir sus
contornos primero y luego el color plateado oscuro del
acero que la conformaba y, que aún se mantenía en
excelentes condiciones. Medía poco más de dos metros
de diámetro, y unos cuarenta centímetros de espesor,
“¡demasiado pesada!”, fue la primera exclamación que
se escuchó entre ellos…

–Aún si pudiéramos abrir el cerrojo, sería


imposible levantarla sin el sistema hidráulico que la
acciona y que debe estar inservible o inactivo -indicó
Joao Cardozo- uno de los veteranos del pequeño grupo,
compañero y amigo de vida e infancia de Lucas y,
además, padre del joven David.

–Quizá, tengas razón viejo amigo, pero no lo


sabremos hasta no intentarlo- respondió Tobrero-.

Era totalmente lisa en su superficie, con


excepción de su centro desde el cual sobresalía una
empuñadura que atañía en forma de palanca, de modo
que una mano humana adulta pudiera asentarse, cubrirla
y relacionarse de manera exacta a sus relieves, para
luego ser girada en sentido contrario de las manecillas
del reloj; contaba además con una cerradura criptica,
para una llave de posicionamientos matemáticos basada
en números binarios con “encriptamiento” de 512 bits,
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este hallazgo desanimó grandemente a sus espectadores.
Uno a uno y comenzando por el más joven y fuerte,
posaron sus manos e intentaron hacer girar la manija de
control de la cerradura, Lucas miraba descorazonado el
desenlace final de su viaje.

–Es inútil, amigo, no se mueve ni un centímetro -


asevero Cardozo-.

Lucas sin contestar a su compañero, y llevado


por un impulso irracional, se acercó y posicionó su mano
en la empuñadura, al sentar suavemente sus dedos en los
relieves de esta, la compuerta se iluminó en gradientes
colores que emanaban de todos los límites de su
circunferencia, y la manija giro suavemente, el hombre
retiró su mano y pudo sentir cómo el piso que lo sostenía
se movía en dirección vertical hacia arriba primero, y
luego se desplazaba horizontalmente hacia uno de sus
costados. Una abertura con un espacio de poco más de
dos metros se mostró ante ellos y un sinuoso juego de
escaleras iluminadas, les invitaban a adentrarse en aquel
mundo subterráneo. Ingresaron uno tras otro bajando de
nivel, se encontraron en un primer corte de las escaleras
con un pequeño pasillo que conducía a un amplia
habitación, en aquella estancia reinaban los tableros de
control y grandes pantallas, las cuales se mantenían
apagadas, así como todos los controles digitales que se
observaban en dichos tableros. Lo único que se mantenía
por el momento activado era la iluminación del edificio,
pasaron unos minutos de minuciosa auscultación del
salón por parte del grupo, aquel cuarto parecía ser muy
29
hermético y era el único que había encendido sus luces
al abrir la compuerta; en los niveles inferiores
posiblemente habría más, pero por el momento se
concentraban en este. Hasta que de pronto y sin que
nadie hiciese nada para que esto sucediera, la consola de
controles principal y la pantalla central de esta se
activaron y una imagen se dibujó en los pixeles del
plasma electrónico, mientras una voz era cada vez más
audible y comprensible desde los altoparlantes de
aquella base subterránea.

–Hola, padre- fue lo primero que se escuchó


desde el electrónico artefacto; fue, sin embargo, la voz
emanada de forma limpia y clara, tanto como la
expresión de Lucas al ver la imagen de su hijo justo
como él le recordaba, desde la última vez que estuvieran
juntos.

La imagen tridimensional que formaba la pantalla


de alta definición permaneció callada, como un centenar
de acólitos en penitencia; sin embargo, un leve gesto de
sonrisa se esbozaba en su cara, cual si supiera que
alguien necesitaría un poco de espacio antes de escuchar
lo que seguiría a continuación. Todos quedaron atónitos
y mudos al ver claramente la imagen y escuchar la voz
del general Matías Tobrero por el terminal. Lucas no
pudo esconder su asombro, y con las órbitas de sus ojos
nubladas por completo, permaneció inmóvil -al igual que
el resto del equipo-, como petrificado por la sorpresa.
Joao posó su mano sobre el hombro de su compañero en
señal de apoyo permaneciendo en silencio.
30
Los millones de pixeles que constituían el dibujo
del hijo pródigo, prosiguieron:

–Padre, si todo ha salido como lo previnimos,


estarás viendo esta grabación en el año 2198-2199,
aproximadamente. De seguro te ha extrañado la forma en
que has abierto la compuerta de entrada, muy normal
que te pase, sin embargo he de contarte que me tomé la
libertad de hurtar una muestra de las huellas de tu mano
buena -la izquierda- hemos introducido un programa de
reconocimiento digital, el cual solo puede ser accionado
con esa misma mano tuya, dicho sistema es quien ha
activado todos los comandos de la consola central de
mando y, a la vez, esta proyección en que ahora me ves;
además, he aprovechado para colocarte por vía tópica,
un nano-programa estimulante, que te hará abstraer mi
imagen, este ha quedado residente en tus células y se
activaría a los mil días después de la exposición, con la
primera actividad física y de concentración que lleves
acabo, y así seguirá recurrente con dichas actividades,
lleva impregnado la palabra “Pará”, y bueno, imagino ya
sabes cómo funciona. En cuanto a esta grabación, estoy
realizándola hoy, 5 de septiembre del 2194, y a
continuación narraré con detalle todos los hechos que me
empujan a ejecutarla, así que pon mucha atención.

31
IV

–He tomado la decisión, no sin antes „batallar”


contra todos los amigos y camaradas que se han opuesto
a mi fallo, de ser la parte activa en una misión de vital
importancia para nuestro feudo. He utilizado una
pequeña nave atómica y me he marchado con dirección a
la ciudad más importante de la Corporación, y digo “he”,
porque, cuando veas este mensaje, ya dichas acciones
deben de estar ejecutadas. Me mostrare ante la corte
principal del imperio como un traidor a nuestra causa;
sin duda habrás escuchado la noticia de que mi
escuadrón ha sido emboscado, después de que estuvimos
reunidos en mi despacho y te informé sobre nuestros
planes. Nada más lejos de la realidad, todo ha sido parte
de este plan, en el cual y en resumidas cuentas, mi fin es
el de conquistar la “amistad” de los hombre fuertes de la
corporación. ¿Qué no será fácil?, eso lo hemos tenido
muy claro, sabíamos inclusive al planificar nuestra
misión que me harían pasar por todo tipo de métodos de
pruebas y detectores de mentiras estructuradas. Que me
aplicarían, sin duda, y como es costumbre, la prueba
Riskolov, tan usada en la antigua Europa del este, ya
sabes la metodología de operación de dicho test; te
colocan todos los neuro-sensores con aquel casco
estratosférico, realizan la medición de los iones cargados
viajando entre las neuronas cerebrales, con ello pasan a
32
medir, a su vez, la longitud de onda resultante del campo
electromagnético emanado por dichas corrientes iónicas,
mientras bombardean tu cabeza con todo tipo de
situaciones de realidad virtual, luego te realizan la
regresión y buscan un legítimo punto de quiebre en tu
instinto y la consecuente asimetría en las longitudes de
onda; si existiera tal, te dan por fraude y te condenan. Lo
superaré o más bien cuando me estés escuchando
decírtelo, lo habré superado ya sin mayores problemas,
eso te lo garantizo.

–Con gran pena, confieso que revelaré variantes


no conocidas de las estrategias de ataque con las que
entrenamos a nuestra gente, negaré todo lo que hasta hoy
en día me ha ligado a la vida y por lo que anhelo luchar,
en simples palabras traicionaré de una manera bastante
real y poco hipotética a nuestra gente, a mis más grandes
ideales. Todo lo anterior para poder ingresar en los
estratos de confianza de la Corporación, Andrew
Kiskman el patriarca, me hará verlo personalmente al
menos media docena de veces para probar mi temple, el
capitán General de la armada central del imperio,
Jurguen Adler, estará conmigo todo el tiempo, él y sus
hombres más cercanos no se me despegarán un segundo,
este se interesará grandemente en conocer las
revelaciones de las más desquiciantes tácticas de ataque
y defensa que se me han ocurrido en mis años de militar
en servicio. La opción de ganar la confianza de la cabeza
del imperio será una tarea difícil, sin embargo no se
compara con el hecho de tener que dejar a mi gente,
33
sobre todo a ti y a mamá, este es el sacrificio más grande
que puedo hacer y créeme que mi existencia lo resentirá
profundamente.

–Después de varios meses a prueba, llegará el


momento de consumar nuestro plan, este poco más de
medio año que transcurrirá mientras usurpo y “muto” en
un ser que no existe, mientras vivo entre gentes con las
cuales, antes preferiría morir entre los míos; será poco,
una nada comparado con todos los años de planeamiento
y meticuloso entreno al que yo y una docena de colegas
nos hemos dedicado, todas las variantes y escenarios
posibles han sido prevenidos, no es posible fallar cuando
la certeza del esfuerzo constante lo impide. Hemos
tenido que mantener dicha empresa con sigilo, y
únicamente las principales cabezas de nuestro
movimiento están al tanto de estos acontecimientos.

–¿Cuál es exactamente mi misión? Fácil, debo


enervar el viaje -el destino- de su mega nave. Por meses
un grupo muy selecto de nuestros mejores
programadores e ingenieros electrónicos trabajaron en
un potente programa, es como lo hemos llamado, un
“súpervirus” una especie de mezcla entre gusano y
troyano que, caracterizando a su tipo, se replicará de
manera acelerada en el sistema del Peciam Terrae y se
mantendrá residente y oculto en su memoria principal,
este infectará y reemplazará todo archivo que interpele
con él. Se utilizó un arcaico lenguaje de programación
para su desarrollo, esto para ocultarlo a los ojos de sus
nutridos sistemas de seguridad de primera línea, se le
34
conoce como Ensamblador y es lo que podríamos decir,
un lenguaje de bajísimo nivel, justo lo que necesitamos.

–¿Qué efecto tendrá el virus en el sistema del


coloso? “Fibo” como le hemos llamado, es un virus
inspirado en la Sucesión de Fibonacci, dicha sucesión
infinita de números naturales, cuenta con una
característica simple que nos dio el punto que
buscábamos, en dicha lista o sucesión, cada término es el
resultado de la suma de sus dos inmediatos anteriores
nuestro virus crea un bucle que “encicla” las
coordenadas que dirigen a la nave, cada seis horas el
virus llama a recalcular dichas coordenadas de guía
hacia el destino tomando como parámetro el último
número calculado por la sucesión, desviando el curso de
la nave en dicha relación de concurrencia.

Lucas y el grupo escuchaban sin chistar si


quiera, su atención estaba totalmente acaparada por el
interlocutor.

–¿Pero, porqué digo que la sucesión de Fibonacci


nos dio el punto que buscábamos? Nuestros físicos y
astrónomos han estudiado estos últimos años un evento
extraordinario que se está librando a más de cien mil
millones de kilómetros, fuera de nuestro sistema solar;
ellos descubrieron un puente Einstein-Rosen en
crecimiento, de un tamaño medio en su clase, parece que
ha nacido gracias a la muerte de una estrella, la más
cercana de la que tengamos datos -a excepción de
nuestro sol, obviamente- la cual se comprimió hace
35
cientos de miles de años, evolucionando en esta especie
de agujero de gusano que han descubierto. Nada dentro
del campo de su umbral escapa a su inexorable
atracción; conociendo la teoría y apegándonos a ella
como a la Biblia en los siglos pasados, suponemos hasta
el punto de estar casi convencidos, que si el Peciam
Terrae atravesara su garganta, sería trasladado a un
espacio-tiempo totalmente distinto, inclusive por qué no,
a otra galaxia. Hemos prevenido que cuando el primer
ser humano que viaja en dicho coloso despierte
(tomando en cuenta de que en viajes de este calibre, el
tiempo menor de criogenización es de cinco años) ya ha
de haber pasado mucho tiempo desde que la nave
cruzara la garganta del agujero, motivo que no hará
despertar siquiera sospechas de que el rumbo ha sido
cambiado. En cuanto a los robots encargados del control
de la nave y del mantenimiento de los durmientes, al
conectarse estos a los mandos y al cerebro de la nave
serán, a su vez, infectados con el virus, lo que hará que
más bien se coordinen en secuencia con la dirección de
la mente principal, el virus tiene la capacidad de auto-
eliminarse, y está programado para que se “suicide” dos
semanas exactas después de ingresar en el agujero de
gusano, esto borrará toda evidencia de la mente maestra.
Ya hemos hecho pruebas con el virus en androides que
nuestra flota atrapara con “vida”, las cuales han tenido
un alto grado de éxito.

–Como ves, mi idea no es destruir a estos


humanos, sino más bien alejarlos, desconcertarlos, ya
36
que su meta es coronar una colonia en el planeta A, cuya
distancia de la tierra me hace pensar que ellos volverán
en un tiempo no muy prolongado a reasentar
nuevamente también, colonias en nuestro planeta; por lo
tanto, nos hemos dado a la tarea de resguardar a los
humanos que quedarán en nuestro mundo, sé que las
circunstancias que deben estar pasando aun para el
momento que me escuches, no son las más halagüeñas,
pero te aseguro padre que todo va a cambiar.

–Ahora bien, ¿cómo sabrás que dicha misión


ha sido cumplida? Bueno, debajo del tablero principal,
puedes ver un botón rojo, presiónalo, por favor.

Lucas posó su dedo índice ejerciendo presión


sobre el pequeño botón iluminado, al tiempo que la
imagen de Matías se degradaba para dar paso a la de un
señor de más edad, un hombre recio, con líneas de
expresión muy marcadas, el cual enunciaba de forma un
poco alterada lo siguiente:

–Hemos recibido las telemetrías de la


situación del general Matías Tobrero, durante todos estos
meses se ha comunicado con nosotros por medio de una
frecuencia de radio comprendida entre los tres Kilo-
Hertz, los captores y repetidores de dicha señal analógica
han aprisionado mensajes dejados por doquier, los
cortísimos códigos binarios nos demostraron que hoy, 25
de agosto del año 2195, el general ha hecho efectiva su
misión, el virus ha sido cargado y quedara residente para
entrar en acción exactamente a los siete días de iniciado
37
el viaje de la nave. Con esto, queda sellado nuestro
destino y el de la tierra entera, el plan debe continuar,
ahora más que nunca debemos atacar con todas nuestras
fuerzas.

–Esta grabación ha sido realizada y guardada


como petición expresa de nuestro general, el día que el
mismo nos hizo llegar sus telemetrías, mismo también,
en que ha despegado el Peciam Terrae con rumbo a lo
desconocido, su última transmisión la hemos podido
localizar con proveniencia de unos quince mil metros
sobre la corteza terrestre, saliendo de la troposfera. Que
su fuerza sea la nuestra, cambio y fuera.

El terminal oscureció su pantalla levemente y


todo signo de vida en él desapareció, hasta que no hubo
ya rastros siquiera del tenue tintineo de su suave luz.

Lucas observaba impaciente en espera de algo


más, no pudo contenerse y escupió entre dientes, una
maldición inentendible.

–¿Por qué nos has dejado aquí, hijo mío?


Morimos, poco a poco, y para nada entiendo que nos
hayas abandonado a nuestra suerte, ya el territorio que
una vez fuera nuestro hogar nos ha enfermado por más
de tres años, y este sitio donde aún se conserva un poco
de oxigeno enrarecido, no tardará en ser envenenado
también, este apocalipsis nos consume y tú… ¡te
marchaste con los culpables!

38
Se preparaba para salir del sitio, llevando a
cuestas su decepción, cuando la pantalla del terminal
principal encendió y arrojó nuevamente la imagen de su
hijo, Lucas quedo de nuevo expectante, Matías
prosiguió:

–Padre te he dicho que todo mejorará, no sé si


tu o alguno de nuestros amigos sobrevivientes han
empezado a notar un cambio en el ambiente terrestre,
que aunque leve, deja claro que el propio planeta se ha
empezado a recobrar por sí mismo. Ciertos grupos de
animales como los ciervos que están biológicamente
mejor preparados para resistir que los humanos, ahora
mismo deben estar creciendo en número y restaurándose
en salud, ya nuestros científicos lo habían previsto,
dando por un hecho que después de tres años de un
posible holocausto nuclear ¡que por el cielo! espero no
haya sido necesario, la regeneración de la atmosfera
comenzaría un lento ciclo.

–Los proyectiles nucleares utilizados por


nuestra fuerza, son las llamadas “bombas de neutrones”
estas han sido desarrolladas con el mayor detalle y
estudio, previniendo que en caso de ser utilizadas a gran
escala, sus secuelas contaminantes sean lo más menguas
posibles y se eliminen del ambiente en un tiempo
reducido en comparación con las antiguas bombas.

–En los pisos inferiores de esta fortaleza


hemos dejado una gran despensa de enlatados, y además
padre, hemos conservado las semillas, podrás encontrar
39
gran variedad de ellas, atesoradas en este reducto
esperando el día que tú, nuestro verdadero líder, llegues
y las lleves a la superficie, y salves el mundo…

Tobrero dejó de escuchar por unos momentos la


voz emanada por el virtual ser, trataba de procesar tantas
imágenes en tan poco tiempo, que sentía como el pecho
se le estrujaba y la respiración le fallaba; dirigiendo su
oído y mente nuevamente a las palabras de su hijo,
concentró su atención en él. Sin embargo, al mirar
fijamente la luminosa imagen, descubrió que quien se
reflejaba ahora ensimismado ya no era su retoño, no al
menos el que él recordase, sus facciones se habían
marcado de manera macabra en su rostro, sus cejas
arqueadas completamente y sus ojos perdidos en la
lujuria de lo siniestro.

–Todo está perdido, soy un tonto realizando


una grabación que nadie jamás verá –prosiguió Matías-
las posibilidades de que hayan sobrevivido al holocausto
nuclear o a los androides son ínfimas, ¿a quién engaño?
Pero, yo los vengaré padre, aunque jamás veas esto,
tengo que decirlo… Ellos me necesitan sí, lo sé, ellos no
me dejaran -mientras decía esto sus ojos irradiaban una
ira descontrolada-. Ahora seré su mejor estratega,
precisarán alguien con este perfil, necesitan someter
donde vayan, es su esencia, lo traen en la genética.
Ignoran, sin embargo, que en su nave, que uno de sus
durmientes será su peor “karma”, yo me encargaré de
que carezcan de futuro padre -la voz se le quebraba- yo
seré su maldición, por mi culpa serán ellos y sus
40
próximas generaciones los “sin mundo” yo te vengaré…
y sin embargo, la mínima esperanza de que ustedes
sobrevivan me empuja a continuar con esto -la voz se le
terminó de romper, mientras la imagen se desvanecía
hasta desaparecer del todo.

–Hijo lo lograste… ¡salvaste al mundo! -


Repetía Lucas atónito frente al control de mandos,
mientras la imagen de su hijo se disipaba- presiento que
no será la última vez que tengamos noticias el uno del
otro -prosiguió de manera muy suave, casi para sí
mismo, mientras una delineación de sonrisa recorría su
rostro y los ojos se le deshacían en lloros- te estaré
esperando, hijo mío.

Se espabiló y con energía remozada, mandó a


sus muchachos que le acompañaran, mientras con paso
firme se dirigía hacia los niveles inferiores a revisar los
abastos y las semillas.

41
La puerta del rey

La historia que narraré a continuación, ha


dormido en mi memoria durante mucho tiempo, para ser
más exactos alrededor de nueve años. Recuerdo que
estaba en uno de mis viajes de trabajo en Estambul, era
mi cuarta y última noche en esta ciudad. Tenía tiempo
libre y aprovechando que montábamos ya el mes de
octubre y el clima nocturno en la metrópoli era delicioso,
decidí traerme a un bar de la zona más concurrida y
cercana a mi hotel. Una vez dentro, me acerqué al
estrado comandado por el cantinero y pedí mi
combinación favorita. En mi flanco derecho se
encontraba un señor de entrada edad, sus manos eran
arrugadas al igual que su rostro, iluminado sin embargo,
por unos ojos claros que denotaban sabiduría y fortaleza
a la vez; le dirigí un gesto de cordialidad al sentarme y
este respondió levantando su bebida. No parecía ser muy
conocido en aquel sitio, hasta se podría decir que aquella
persona pasaba inadvertida en el ambiente del lugar.
Iniciamos un intercambio de palabras tradicionales entre
nosotros, todo transcurría con normalidad, hasta que mi
extraño compañero inicio con esta historia.

42
En Oriente medio –comenzó diciendo- en un
lugar que no logro precisar a ciencia cierta (según
escuche cercano al golfo de Adén y la península de
Musandam) se erigía en épocas coloniales a mediados
del siglo XIX, un pequeño poblado, el cual contaba con
un diminuto museo, en cuyas galerías se recopilaban
algunas reliquias antiguas, pertenecientes a una cultura
anterior y pariente de la actual. Entre los relicarios
contenidos ahí, podían observarse una gama variada de
gemas preciosas, coronas y atuendos de guerra de aquel
período predecesor, además de joyas y collares de oro
con diamantes incrustados, guardados con recelo desde
hacía varias generaciones y otros tantos lustros.

Podían apreciar desde turistas hasta el más


humilde aldeano aquellas muestras fastuosas del poderío
y la gloria de una estirpe que, a pesar de ello, fue
convertida en polvo con las decenas de siglos que
pasaron sobre sus imperios. Era, sin embargo, un motivo
de orgullo para los pueblerinos el contar con estos
testigos mudos del señorío o linaje del cual descendían,
y más aún que los turistas que no eran pocos, pudieran
dar prueba de ello.

Pero, de todas aquellas bellezas, la que más


representaba y aclamaba devoción de su pueblo y
turistas por igual, era una hermosa y enorme puerta,
construida a base de metales nobles y materiales
preciosos, su estructura básica estaba constituida de plata
y bronce, con incrustaciones de enormes diamantes, y
perlados de oro en sus esquinas, en forma de cornisas
43
que la adornaban cual si fueran insignias. Se decía
según la tradición del pueblo en aquel tiempo, que esta
había pertenecido a un palacio y se hallaba postrada
como último obstáculo, hacia la cámara nupcial de un
rey muy poderoso en épocas pasadas.

Todos los días y como de costumbre el


administrador del museo, el cual llamaban Degabú,
llegaba a primera hora de la mañana, abría el recinto,
inventariaba los tesoros, y preparaba las instalaciones,
mientras esperaba que llegaran los primeros clientes y
así sin más, comenzaba el trajinar cotidiano y el
floreciente turismo.

Cierto día, nuestro ya conocido administrador,


abrió cual mañana común, más al iniciar su ya
acostumbrada rutina, notó algo que puso su existencia en
vilo de acabar, ya que en la sala de la derecha donde
debía estar la famosa puerta, no había ni vestigio, ni
mínimo rastro de esta, parecía como si su imagen
también hubiese sido extraída o hurtada de la memoria
del dependiente, el insípido recuerdo de su forma y sus
rasgos, se mezclaba con los golpes como de tambor, que
ahora sentía don Degabú en sus sienes, los cuales iban en
aumento hasta el punto de casi explotar conforme caía en
su realidad, cuando nuestro amigo despertó de su trance
se desplomó en su escenario, ¡la puerta había
desaparecido como por arte de magia!.

Se dio nota del suceso a las autoridades locales, y


como era de esperarse tomaron como principal
44
sospechoso al indignadísimo administrador, don Degabú
fue encerrado y se le realizaron todo tipo de
interrogatorios, los cuales como podremos suponer no
rindieron ningún fruto, más que la exasperación y
humillación de tan distinguido colaborador, el cual al
final de dicho protocolo fue puesto en libertad y
restituido a su cargo.

Hacía casi apenas un año que había sido


encontrada por arqueólogos junto a otras joyas, en un
sitio donde confluyen el desierto y el mar, sin embargo
las tormentas de arena habían borrado a la fecha
cualquier vestigio de dicho emplazamiento. Una cueva
sellada por una enorme piedra de varias toneladas de
peso, y a varios metros bajo la arena fue donde se realizó
dicho hallazgo.

Los estudios arqueológicos determinaron el


origen de aquella puerta: una vieja dinastía muy
poderosa (probablemente asirios o hebreos), y calcularon
su edad, 2700 años, fue la base dada por eruditos en
arqueología e historia. Más lo que no se sabía en aquel
momento fue el motivo y la forma de su desaparición,
una puerta de más de tres toneladas de peso, de más de
dos metros y medio de largo por dos metros de ancho, no
podía esfumarse tan fácilmente.

Un pequeño (el único) diario de difusión


pueblerina enunciaba en sus portadas: “Nos hemos
quedado sin salida”, haciendo con esto alusión al robo o
desaparición de tan querida reliquia, y los hechos se
45
volvieron pan y vino de la muchedumbre, el tema de
conversación primario y más usado en las calles.

Fue mucho el tiempo que se invirtió en la


búsqueda de la puerta, más los esfuerzos no dieron
ningún resultado efectivo, hasta que después de más de
dos semanas de haberse perpetuado el “siniestro”, llegó
la noticia de que un niño que pastoreaba un rebaño a una
distancia considerable en las afueras del pueblo, había
dado con la puerta tan buscada. Esta se encontraba en
una vieja cueva, próxima al mar, la misma no tenía nada
en su entrada que resguardase su contenido, sin
embargo, la puerta permanecía tan reluciente como la
noche anterior a su desaparición. Según contó a las
autoridades, el pastor buscaba a un pequeño grupo de sus
ovejas que se había dispersado, cuando pasó cerca de la
cueva, la verdad él no recordaba haberla visto antes, a
pesar de ser este paraje un recorrido normal para los
pastores de la zona. Al pasar frente a la gruta, el ovejero
notó un resplandor muy fuerte proveniente de adentro de
esta, lo cual llamó su atención y decidió internarse
lentamente, no sin estar un poco consternado e inquieto,
por lo que producía aquel fulgor.

Y así la puerta fue recogida con grandes


dificultades y llevada a su morada “original”, y el orden
volvió a reinar en el pueblo, se siguió adelante con las
investigaciones sobre el presunto robo, aunque no se
había avanzado nada desde el primer día de iniciada
dicha pesquisa.

46
Al tercer día de este acontecimiento pasó algo
inconcebible, era una mañana igual a la que dio inicio a
esta historia, y sucedió exactamente lo mismo que en
aquella, ¡la puerta había desaparecido nuevamente!, se
sucedieron hechos muy similares a la primera vez del
robo, y el protocolo legal siguió su curso.

Las preguntas eran muchísimas, las hipótesis casi


nulas y la respuesta ninguna, definitivamente algo
extraño pasaba en aquel lugar. Después de varios días de
búsqueda infructuosa, un hábil policía pensó en lo
lógico, “lamer lo lamido” y dirigió su caterva hacía el
sitio donde había sido encontrada la primera vez, que
sorpresa más grande se llevaron aquel novel sabueso y
su grupo a cargo, cuando divisó desde afuera la luz que
emanaba del interior de la cueva, estaba, sin embargo, su
entrada estorbada por mucha arena acumulada y se
necesitó de casi un día de trabajo para poder sustraer la
antigüedad perdida.

Pero, el problema no estaba ni por asomo en sus


inicios de ser resuelto, si bien la puerta había sido
restituida al museo, aun no tenían ni la más remota idea
de cómo había sido afanada la primera y mucho menos
esta segunda vez. ¿Era posible acaso que existiese un
ladrón (o, en su defecto, un grupo de ellos) tan hábil y
audaz para sustraer y trasladar semejante mole de joyas a
una distancia de más de treinta kilómetros en una
noche?, y no una sino ¡dos veces! ¿Pero, tan iluso que
no haya ideado otro escondite para guarecer su botín,
más que el ya conocido por todos? Se discutía este tema
47
con gran indignación por parte de los policías, muchos
inclusive apostaban a favor de que esta fuese una
artimaña del inatrapable ladrón, mientras la mayoría se
reían a carcajadas apreciando la ineptitud del supuesto
hurtador. Los primeros defendían su tesis, comentando
que no sería extraño que al ser encontrada la puerta en
un sitio la primera vez, la ley no pensará en buscar
nuevamente en este sitio (como realmente sucedió por
varios días). Las pesquisas continuaron activas pero
igualmente infructuosas, se redobló la vigilancia en el
museo, propiamente en el salón de la puerta.

Sin embargo, una mañana, otra como aquella


primera y también la segunda del robo, sucedió lo
mismo que en aquellas dos anteriores. Sería necedad
explicar donde fue buscada y encontrada nuevamente, la
misma cueva, la misma posición e intacta.

Nuevamente, se intensificaron los despliegues


policiales en busca de pistas, pero como ocurrió
anteriormente no se consiguió ni una mínima estela,
todas las huellas y rastros eficaces pertenecían a
trabajadores del museo, los cuales después de intensos
interrogatorios, eran puestos en libertad sin la menor
prueba en su contra.

El capitán de la policía local, Mohammed Al-


Jabrí, optó por informar a la capital de aquel pequeño
país, lo acontecido en las últimas jornadas, y de esta
llegaron decenas de instruidos a estudiar la ya famosa
puerta, sin embargo lo que allí estaba pasando se
48
empezaba a creer como brujería o algún sortilegio
oscuro.

La policía nacional envío desde la capital poco


más de cien efectivos para que se encargasen de la
custodia de la puerta, y estos se dispusieron de manera
encarnecida a cumplir con su labor, apostándose en
posiciones estratégicas del museo cerca de cuarenta
efectivos cumplían con el rol de la primera guardia, y así
se turnaban para no abandonar el tesoro ni un solo
segundo; si un mosquito hubiera ingresado en el museo,
hubiese sido fácilmente auscultado por los resguardos,
una dura prueba y sin duda una imposible para cualquier
ladrón.

Increíblemente apenas en la segunda noche de la


custodia, en un pestañeo del celador que se encontraba
dentro del salón de la puerta, esta desapareció por
completo, fue uno solo, darle la espalda por no más de
cinco segundos, volverse y que la reliquia no estuviera,
el pobre policía se sintió de piedra por semejante
impacto. Lo que ocurrió a continuación fue una sucesiva
repetición de los actos contados hasta este momento, con
leves variantes de sus actores y aún más leves de sus
actos, pero sin nada importante que resaltar.

–Existe otra historia –aseveró mi narrador- la


cual cuenta que el rey Salomón en su época de poderío,
tuvo un palacio en la península de Musandam, pero no
existen evidencias, ni nadie hay que apueste o asegure el
lugar exacto donde se encontraba, o inclusive si dicha
49
historia es real. Indica esta tradición que a Salomón
pertenecían también ciertas minas, en las cuales se
podían encontrar inimaginables tesoros, ya que era el rey
más poderoso del mundo en su época. Se dice que, de
los tesoros del rey Salomón veneraba especialmente a
uno, mismo que había perdido, una puerta preciosa que
había sido regalada como ofrenda por un rey egipcio en
señal de amistad y paz, dicha puerta estaba destinada a
formar parte de la intimidad de su fortaleza, cosa que
nunca llegó a ocurrir por su extravío precoz.

Se sabe que la dinastía originaria de esta zona


tuvo en aquella época conflictos con el soberano
Salomón, muchos en la leyenda asocian la desaparición
repentina del tesoro más preciado del rey, con la
estropeada relación que tenían sus vecinos con él. Otra
versión cuenta que el rey era tan poderoso que se las
arregló para que sus riquezas más preciadas no fueran
asaltadas jamás, de esta adaptación se aclara que la
puerta estaba maldita y una vez encontrada y sobre todo
si era descifrada la escritura tallada en ella, (la cual solo
podía observarse durante una hora cuando la luna llena
de cada mes se encontraba en su punto más alto, dicha
escritura se encontraba labrada en una especie de
Arameo arcaico) desataría toda clase de afrentas hacia
los transcriptores, su progenie, su gente, y esta (la
puerta) desparecería eternamente.

–Pudo ser eso tal vez –continuo mi relator


volviendo a su primer recitación- lo que hizo que el
explorador Germine Berjaja, traído desde el norte de
50
Mongolia para conocer lo oculto en las escrituras,
desapareciera sin dejar rastro la mismísima noche de la
luna llena del tercer mes, escapando nadie sabe de qué,
por el antiguo camino del desierto, cuentan que desde
aquella confusión nadie volvió jamás a saber de él.

Lo último que contó mi cronista fue que en su


más reciente desaparición, la puerta se tuvo que dar por
perdida y de manera indefinida, esto cuando el día
siguiente a la luna llena, un maremoto desoló la zona
donde se hallaba la gruta embrujada, de la cual no quedo
ni un mísero o leve rastro. Aquella historia me hizo
pensar en lo mágico de la posibilidad de que aquellas
fueran las verdaderas minas del rey Salomón, mientras
sopesaba y rumeaba esta posibilidad, perdí de vista a mi
interlocutor y al regresar en mí para preguntar que había
sido del pequeño pueblito, mi amigo ya no estaba…. ¡se
había esfumado!

Son muchos los que, según cientos de vagos


relatos, dieron inclusive la vida tratando de localizar las
famosas minas, y más aún los años que pueden
enumerarse desde que esta historia se difuminó por el
mundo, pero al igual que la mayoría, quizá solo sea una
simple tradición.

51
La isla

“Y había gigantes en la tierra en aquellos días,

y también después, cuando los hijos de Dios

se unieron a las hijas de los hombres

y ellas les dieron a luz hijos”.

Génesis 6:4

52
I

–-¿Acaso no has escuchado sobre el caso del


Dr. German González? -expresó mi tío Ulises Moreno-
.

–Nunca me enteré de noticia alguna -le


aseveré con franqueza, mientras daba una fuerte subida a
mi cigarrillo sin filtro-. –Te puedo asegurar que jamás oí
alguna reseña sobre él.

–Mira, Julián –continuó mi tío- el señor en


cuestión fue un geógrafo centroamericano, de renombre
mundial, él y un grupo de profesionales de diversas áreas
afines, desaparecieron hace ya casi cinco años, cerca de
dos mil kilómetros al sur de la isla de Pascua. Lo último
que dijeron las autoridades es que se cree que la
embarcación en la que navegaban se hundió y se
presume que todos murieron.

–Bueno, eso es algo terrible. Pero, dime tío ¿A


qué viene hablar de esa tragedia pasada, en este
momento?

–Resulta, sobrino, que como bien sabes, en


años no muy anteriores fui canciller de la república,
puesto de importante mediador entre nuestro país y las
demás naciones que nos son “amigas”. En esta cuestión
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y, propiamente como diplomático ante la Embajada de
los Estados Unidos de América de aquel período, tuve
acceso a cierta información confidencial con respecto a
dicho caso.

–Pues, eso ya empieza a sonar interesante don


Ulises -Le dije dedicándole una entonación más que
sardónica a mi comentario-.

–Y lo será mucho más, si me dejas continuar,


y renuncias a hacer esas monerías que acostumbras -dijo,
mientras me miraba con desdén-.

Asentí con la cara caliente de vergüenza y la


mirada de quien se debate entre arrepentido y agraviado.
Mi tío prosiguió.

–El Dr. González estuvo unos días en nuestra


capital, desde donde tomó un avión junto con el grupo
comandado por el profesor y Dr. en geofísica, el
ciudadano inglés, Douglas Benfield, con rumbo hacia
Easter Island en el mini archipiélago de Pascua. Ya en
este confín, se hospedaron en el poblado porteño de
Hanga Roa, desde donde partirían en barco dos días más
tarde, en búsqueda de su último destino.

–A ver si entiendo –expresé- ¿dices que has


tenido acceso a información relacionada con un caso de
todo un grupo desaparecido de científicos y, que no lo
has hecho público a pesar de que como me cuentas,
estamos hablando del destino de al menos seis personas,
y que, además, incumbe totalmente a las autoridades
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nacionales, y aún más, a las internacionales? Mira tío, no
sé qué decirte, pero yo como civil, te aconsejaría que
develes el asunto a las jurisdicciones competentes lo
antes posible.

–Ay, sobrino, como si eso fuera posible, que


inocente eres. Te he dicho que tuve acceso a dicha
información por tener ligámenes con la embajada
norteamericana, en cuanto el asunto ha llegado a manos
de la CIA, una nube gris se posó sobre el tema y el
documento encontrado fue acaparado por esta entidad;
todos los que tuvimos contacto con este, fuimos
advertidos de guardar rotundo silencio respecto de los
acontecimientos descritos en él.

– ¿Dices que hubo un documento, tío? ¿Qué


refería tal escrito?

–Bueno, ese es precisamente el asunto que me


trajo aquí. Vine a verte a tu oficina porque sé que eres
una de las pocas personas que podría ayudarme en una
cuestión tan delicada y peligrosa, no imaginé a nadie
más a quien poder recurrir.

–Entonces, te estás tardando. Dime de qué se


trata. Te aseguro que, ahora sí has captado por completo
mi atención.

–Julián, después de mucho repensar este


asunto y, de no dejar en días de darle vueltas, he tomado
la decisión de hacer público el documento del que te
hablo. Yo tuve la oportunidad de tomar una copia de él
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y, en este dispositivo de memoria flash, están contenidas,
de manera digital, las pocas páginas a que se reduce el
diario escrito del Dr. González, con todo lo referente a
su viaje y el desenlace de dicho periplo. He recurrido a
ti, para que me ayudes a convertir este escrito en un
proyecto viral. Sé que eres un bloguero muy seguido en
las redes y el internet en general.

–Tío, sabes muy bien, que de profesión soy


programador y consultor en telecomunicaciones, lo del
blogueo no es más que un simple pasatiempo.

–Lo sé, sobrino, pero también sé, que


comprendes con claridad el poder informativo de la
herramienta con la que te has hecho a lo largo de los
últimos años, y es que millones siguen tus divulgaciones.
Ayúdame a propagar la verdad, es lo único que te pido.

–Tío, no me gustaría parecer un especulador y


“conspiranoico” más, sabes que en estas cuestiones se
debe de tener muchísimo cuidado, sobre todo cuando
una buena reputación te precede.

–Sobrino, una buena reputación no puede ser


manchada cuando se predica la verdad y, más aún, con
una intención tan humana. Aunque he de reconocer, que,
tal expresión, en nuestros tiempos, ha sido
poderosamente prostituida para conseguir con ella fines
muy distantes de lo que su significado real invoca. Sin
embargo, en nuestro caso, es un sinónimo muy bien
establecido. Además, no existe conspiración cuando uno

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posee pruebas irrefutables de lo que se publica, como lo
es, por ejemplo; el contar con la “Mac Address” del
dispositivo, adherida al encabezado de la información
del documento a manera de firmware. Es por todos
sabido, sobre todo por informáticos, que dicha
información de creación del documento, es intrínseca al
mismo, con lo cual puede darse con datos de
significativa importancia, y referentes al archivo
original, lo que te imagines; ubicaciones, fechas y lo más
importante, rastrear el nombre del titular del dispositivo,
en este caso, German González.

–He de reconocer tío, que tienes un extraño y


necio poder de convencimiento, y dado que ya has
logrado ese cometido conmigo, solo he de decir que será
un placer, además de un deber civil ayudarte. Pero,
aclárame una duda antes de continuar ¿qué asuntos
llevaron a este grupo de especialistas por un viaje tan
peligroso y sin un posible retorno de tan meridional
latitud?

–Bien, provenientes del instituto Europeo de


Geografía, con sede en Londres, el equipo de
especialistas, liderado por el Dr. Douglas Benfield, tenía
como misión descifrar el misterio de “la isla del Pacífico
sur” como le llamaban al extraño suceso expuesto en
ciertas fotos satelitales. Tal evento consistía en que, en
algunas imágenes reveladas por los satélites lograba
apreciarse una masa informe (al parecer una isla de
varios kilómetros cuadrados, de la cual se desconocía su
existencia) en una zona muy austral del océano Pacífico,
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más específicamente, cercano a la confluencia del
paralelo 42 sur y el meridiano 123 oeste, al parecer a
unos cuatro mil kilómetros de las costas de Sudamérica.
Lo extraño yacía, en que la mayor parte del tiempo, y en
casi un 99% de las fotografías extraterrestres de la zona,
no apareció tal vestigio, como si desapareciera por arte
de magia; en otras ocasiones, la zona se encontraba con
tal nubosidad que hacía imposible la verificación
satelital. Debido a lo que te he expuesto Julián, se mandó
a que este grupo de expertos navegara hasta las
coordenadas marcadas, para desvelar el misterio.

–Atrayente, tío, pero me queda otra duda


todavía ¿Cómo se han hecho con el diario del Dr.
González?

–Como bien sabes, sobrino, los aventureros en


este siglo digital en que nos encontramos y que no son
pocos, cuentan con una variedad de dispositivos que
antes solo podrían soñarse. Entrelistado en aquella
maraña de chunches muchas veces innecesarios, se
encuentra un dispositivo que en estas latitudes hemos
llamado Rugged. Este organizador personal, cuenta con
conexión a un sinfín de diferentes frecuencias
electromagnéticas, lo cual le permite usar una gama
variada de dicho espectro y en consecuencia, todas las
bondades que estas pueden brindar. Frecuencias de radio
de onda corta, microondas, redes satelitales, etc. Son
solo parte de las posibilidades acaecidas por esta
maravilla de la ingeniería actual. Bien puede funcionar
como un simple teléfono, o convertirse en un potente
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servidor con conexión de datos cifrados y con enlace
por medio de túneles seguros a cualquier rincón de
nuestro planeta, a lo cual se le añade ubicación por geo
posicionamiento (una real no como la que contaban los
smartphones del siglo anterior), y una batería basada en
tecnología de “zinc-aire” de altísima duración, además,
de un potente cargador solar que trabaja de manera
inteligente y autómata. Y no hay que olvidar su
portentoso diseño, hermético, capaz de soportar grandes
presiones de agua, además de contar con una aleación de
carbono que le hace ultra ligero y resistente, es capaz,
según he leído en un manual, de flotar por la disposición
interna de sus cámaras de aire, tecnología que usa física
aplicada, de la más estratosférica calidad.

–Bien tío, veo que ahora te dedicas a la venta


de dispositivos electrónicos de alto calibre, me has
convencido, saca la muestra y dame una exposición en
vivo del artefacto que comercializas –Le dije con
intolerable sarcasmo-.

–Sobrino, la explicación que te he dado es la


del artefacto utilizado por el Dr. González para el
almacenado de sus memorias, -en sus palabras intuí la
seguridad que tenía de mi conocimiento sobre dicha
máquina- posiblemente sus últimas vivencias.

– ¿Y dónde ha sido encontrado dicho aparato?


O, más bien, ¿Cómo diablos?

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–En el momento que el Centro Geográfico
Europeo perdió contacto con el navío de la expedición se
envió una alerta al gobierno nacional, por ser estas aguas
patrimoniales nuestras. Al día siguiente, salía una
comitiva de la guardia costera hacía lugar enmarcado
con las coordenadas del ultimo empalme. Tras varias
semanas de búsqueda, solo logró divisarse el Rugged del
Dr. González flotando en estas heladas aguas, porque el
mismo comenzó de pronto a emitir su ubicación.

–De modo que el dispositivo ha llegado a


manos del gobierno, y de ahí a las de la CIA -le dije-,
concluyendo así con el atado de mis cabos sueltos.

–Así es, aquí está la información, procedamos a


desenmarañar los acontecimientos. Mi tío me ofreció un
dispositivo de memoria extraíble, el cual conecte a mi
PC, y así, irrumpimos en la aventura narrada por el Dr.
González.

60
II

15 de Marzo, día 1.

Hoy hemos realizado nuestro vuelo con salida del


aeropuerto de Santiago. El pequeño trimotor en que
viajamos se deslizó suavemente por varias horas, a unos
diez mil pies sobre las nubes oceánicas; en nuestro
compacto grupo reina un aire de optimismo, a pesar de
que sé que todos estamos totalmente claros de cuán
extraña es la situación que nos tiene en esta excursión,
en el ambiente circunda; sin embargo, la sensación de un
posible gran hallazgo que haría merecer las penas
contraídas con tan oneroso despliegue.

El profesor Benfield se mantiene -como es


característico en él- muy escéptico en cuanto al tema; ha
estado huraño desde nuestra llegada a Sudamérica, el
cambio ha sido persistente en su humor. Los demás, por
el contrario, hemos, incluso, creado nuestras propias
conjeturas al respecto.

John Biderman, vulcanólogo norteamericano,


asegura que, debido a algún fenómeno de fuerte erupción
volcánica celebrado bajo las aguas oceánicas, y como
resultado de la solidificación del magma, que, sometido
a grandes presiones atmosféricas pierde rápidamente sus

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gases y acelera su enfriamiento; la lava consolidada
fuera de las profundidades, ha dado paso a una extensión
de dicho volcán submarino, hasta resaltar en una nueva
tierra emergente formada por rocas ígneas.

Filippo Lozzari, oceanógrafo italiano, por su


parte, deduce que debido a la pequeña edad de hielo –
fenómeno que suele darse cada cierto periodo, con
bajadas en la temperatura media de la tierra en hasta 3
grados Celsius- el crecimiento de los glaciares en las
zonas de los polos terrestres, ha conllevado,
inevitablemente, a un “atrapamiento” y acumulación de
las aguas oceánicas en dichos heleros, mostrando como
consecuencia una disminución en el nivel de las masas
marítimas, y haciendo, de este modo, aparecer a alguna
colosal montaña anteriormente sumergida. Valga decir
que dicha tesis no me ha parecido muy lúcida.

Pat, nuestra bióloga –también cuenta con


estudios en geología-, mujer francesa, que acaba de
ingresar en su tercera década, blanca y menuda, de una
belleza extraña, tan enigmática como sus intensos ojos
azules; es también la consentida del grupo. Ha referido
su versión a que, según ella, por ser esta una zona
conocida del cinturón orogénico y debido a la
subducción de las placas tectónicas del Pacifico y la
placa Nazca, y al sometimiento de grandes tensiones y
fuerzas que esto provoca, darían como resultado el
emergido de tierras a la superficie del océano. Sin
embargo, a solas, me ha confesado que la agobia un
presentimiento extraño a este respecto y que no logra
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tranquilizarse, por más que se ha tratado de auto
convencer de que todo tendrá una respuesta lógica al
final. Yo, me he limitado a contestarle que posiblemente
no la tenga.

Por mi parte, me he dado a la tarea de refutar las


conjeturas de mis colegas, alegando, primeramente la
imposibilidad de sus razonamientos, con el simple y
demostrado hecho de que en las fotografías satelitales el
común denominador, es la ausencia de nuestra supuesta
isla. John ha objetado que es debido a la nubosidad que
se da lo antes explicado, más, me he dado a la faena de
mostrarle una a una las imágenes guardadas en mi
Rugged, y le he hecho ver más bien, que esa nubosidad
perpetua que ha sido la constante del último año, es un
rasgo bastante extraño que no corresponde al de tiempos
anteriores. También, y en especial, he hecho énfasis a
nuestro amigo italiano, sobre el error en su teoría, ya
que, como bien se sabe, el agua acumulada en los
casquetes polares en esta época y como consecuencia de
dicho fenómeno climatológico, no haría bajar el nivel
medio de los océanos, ni siquiera en una decena de
metros; con lo que la posibilidad que por esto emerja una
montaña marina, queda totalmente descartada.

Ante tales argumentos ninguno de los tres me ha


sabido contradecir, con lo que he podido corroborar la
inseguridad sobre sus aseveraciones.

Horas más tarde, cuando ya nos encontramos a


escasos kilómetros de la isla de Pascua, esta se empieza
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a divisar desde la altura como un pequeño peñón
triangular de roca oscura, sin vida; espectáculo que
debemos, sin duda, a un efecto de contra luz del
incesante sol de aquella tarde. Conforme el menudo
aeroplano se acerca, aquel “bumerang” incrustado en
este confín del insondable océano Pacifico, va cobrando
color y viveza, ya el grupo puede empezar a notar la
mano del hombre sobre el cayo, primero con la pequeña
pista de aterrizaje de Hanga Roa, y luego con el poblado
y el puerto que gobiernan esta tierra isleña.

Las gentes en la Isla de Pascua son muy


hospitalarias y alegres, nuestra llegada, por lo tanto ha
sido tranquila y nos hemos instalado con notoria
velocidad, en la ultima hora de la tarde he dejado a mis
amigos en el café del hotel, y me he dirigido a husmear
la zona del puerto; la brisa fresca y agradable que sopla
desde el sur ha hecho que dirija mi mirada sobre aquel
oscuro océano en dirección a nuestro destino, en mi
costado y sobre el poniente, se observa una desbandada
de pelicanos que viajan ordenados en filas de a pares y
justo en mi frente puedo divisar un albatros que con gran
velocidad y dejándose caer en picada, se zambulle a
pocos metros de la costa.

Justamente, el precipitado aterrizaje de dicha ave,


me hizo percibir sobre la costa a un sujeto de grandes
dimensiones -de unos cinco metros de altura- con su cara
postrada hacia la isla y de espaldas al mar. Debo
reconocer que este avistamiento ha hecho que por un
momento sienta un vacío en mis entrañas y un
64
estremecimiento general de espanto en todo el cuerpo;
era un majestuoso Moái, me apresté de inmediato a
acercarme a la espléndida escultura, al aproximarme lo
suficiente pude detallar sus contornos, no sin gran
asombro, descubro rasgos de un humanoide corpulento,
un torso poderoso aunque pequeño en comparación –en
porcentaje- a su gran cabeza, misma que combina
soberbiamente con su nariz de talla tan colosal como
chata, lo cual aunado a su prominente fachada le da un
aire de hegemonía incuestionable, sus extremidades
superiores de un largo irregular llegan casi a tocar el
suelo, el tronco del coloso descansa en lo que parecen
ser dos extremidades un poco más cortas. Las hipótesis
existentes sobre estas maravillosas estatuas, dictan que
fueron construidas desde finales del siglo VIII y hasta
inicios del siglo XVI, según se dice, corresponden a
esculturas -muy poco ortodoxas- de los antepasados y
antiguos moradores de la isla, también se apunta en
ciertas fuentes, que se han encontrado enterradas unas
muy amplias carreteras de piedra, así como algunos
vestigios que podrían ser prueba fehaciente de la
utilización de máquinas complejas para su esculpido y
traslado por la isla.

Encandilado por aquel monolito, repasaba en


mi memoria cuanto había leído al respecto de ello.
Recordaba que, en cierto libro, localicé una
investigación que aseguraba que, en promedio median
cuatro metros de cota y que sin embargo, se habían

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encontrado un par de aquellos que sobrepasan los diez
metros de elevación.

Ha sucedido algo extraño que vale la pena


documentar. Mientras me encontraba absorto en este
disfrute banal de mis sentidos, alguien se ha acercado y
me ha hablado en un castellano muy acentuado; un señor
bajito, de anchas espaldas, tez morena, nariz rechoncha y
pelo mustio, sería ya un anciano, sin embargo sus manos
toscas -sin duda de pescador- son las de un joven
treintañero. Me ha dicho que si viajo al sur, no tarde más
de tres días desde este preciso momento en iniciar mi
marcha, al consultar –asombrado de que este lugareño
tenga información de nuestra misión- el porqué de su
afirmación, se ha limitado a decir, “sucesos extraños
esperan por ver sus ojos, extranjero”. No me ha querido
explicar más, y se ha retirado cortando la conversación
de forma grosera, balbuceando soflamas en un dialecto
que no entendí. Le escuché eso sí, decir, “Oho i kona hé
makemake‟‟ mientras su vasta espalda desnuda me
despedía. Para ser justos, no le di en aquel momento
mayor importancia.

66
III

17 de Marzo, día 3.

–Zarpamos en un par de horas Mr. González, al


ser las diez en punto –me indicó Paul MacArthur,
capitán del navío-. Su inglés, con acento Northern
England, revelaba vagamente la proveniencia de aquel
hombre pelirrojo, quejoso y hosco, cuya barba cubría
casi por completo su cara, solo dejando entrever su
puntiaguda nariz y sus intensamente grisáceos ojos. El
buque, comandado por Mr. Paul, era una embarcación
mediana, equipada previamente, a pedido del profesor
Benfield, con todo lo necesario para nuestra
investigación y estudio.

Después de partir y navegar un par de horas,


en aquellas intranquilas aguas, la ausencia de tierra, en
todas direcciones, se hizo latente, y aquel universo azul
turquesa nos envolvió por completo. En una lucha
incesante, el terrible mar se disputaba contra el ahora
inflamado e incandescente sol, el derecho de quebrantar
nuestros espíritus aventureros. Nuestro capitán parecía
regocijado, sin embargo, con el vaivén desigual de las
inmensas e incansables olas, curso que se convertiría en
la tónica de aquel primer día en alta mar.

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19 de Marzo, día 5.

A las quince horas en punto, nuestro sensor de


descargas atmosféricas ha detectado varios rayos; a unos
cien kilómetros en la justa dirección que seguimos. Por
su lado, el analizador de tormentas se mantiene en el
rango de “alerta verde”, lo cual podría indicar que dichas
descargas sean solo el resultado de algún pequeño y
aislado cumulo de nubes cargadas. Ya para este
momento, toda la tripulación -excepto Paul- se encuentra
desmoralizada por no ver la tan ansiada tierra. El
profesor ha llamado nuestra atención, recordándonos que
posiblemente no encontremos vestigio alguno de eso que
tanto anhelamos, y que por este motivo, sería mejor
rebajásemos nuestras excelsas expectativas.

Al ser las dieciocho horas, el profesor me ha


mandado a decir que me dirija al laboratorio del navío,
donde él mismo ha estado hace ya un par de horas
encerrado en solitario; mis compañeros han quedado en
la cabina de mando, a la tarea de diferentes operaciones
y cálculos sobre nuestra ubicación, extrapolando
localizaciones con respecto a las imágenes satelitales. La
intriga que me embarga en este momento es insidiosa,
porque, según conozco a Mr. Douglas, el asunto que nos
acontece y me quiere referir, es de gran relevancia, así lo
denota el “oficialismo” de la reunión que me ha
propuesto.

68
–¿Ha sucedido algo? -pregunté a mi mentor-, el
cual siguió en lo suyo, dándome la espalda, mientras yo
ingresaba y cerraba la puerta del laboratorio.

–Aun no, pero me temo que estamos muy


cerca de presenciar un desenlace inesperado a nuestro
viaje. –me contestó el profesor-.

–¿Se refiere acaso a que ya detectó algún


indicio de nuestra isla etérea? O, peor aún, ¿algún
indicador de su inexistencia absoluta?

–Vea por usted mismo, González. Se separó


del rincón en que se encontraba, dejándome apreciar de
manera amplia la pantalla del analizador de tormentas
central.

– ¡Por Júpiter! -Injurié-, mientras observaba


como los valores digitales en la pantalla del analizador
oscilaban, por lapsos -hertzios-, desde el cero y hasta
miles de amperios –es una especie de campo magnético
no uniforme, profesor.

–Yo diría que lo que observamos, no es más


que una tormenta geomagnética, Dr. ausculte su reloj. –
me dijo-.

Llevando la mirada hacia la muñeca en la cual


colgaba mi reloj, pude atestiguar que las manecillas de
este se encontraban totalmente paralizadas y, esbocé –Es
extraño profesor, nos encontramos en el momento de

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traslación más alejado de nuestro sol, ¿Cómo sería
posible dicha tormenta en esta época del año?

–¡Escuche, González! Los motores del barco se


han detenido, pronto estaremos en penumbras también -
contestó Benfield.

No sabía a ciencia cierta que ocurría, podía ser


un PEM, pero era ilusorio siquiera pensar en la remota
posibilidad -coincidente- de la explosión de una bomba
nuclear a menos de cien kilómetros a la redonda.
Nuestro analizador había demarcado una línea, justo
frente a nosotros en el momento de volverse loco, en ella
pudo apreciarse por unos segundos un radio de cerca de
tres kilómetros cercado por una especie de tormenta. El
sensor de descargas atmosféricas, por su parte, no
detectó una sola centella en aquel lapso, y ya -al igual
que todo el resto de aparatos electrónicos- estaba
inservible.

Me encontraba dilucidando aquellos


acontecimientos, cuando un rugido sordo y hondo
emergió de las profundidades -al menos así me pareció-
y un vendaval azotó nuestra nave; haciendo volar todo
objeto móvil en aquella sala -incluidos el profesor y yo-.
Nuestro barco era un títere en manos de un enérgico y
maléfico titiritero. Apresé por un brazo a Mr. Benfield y
lo arrastré hacia la pared más cercana, apostándome con
el bajo la protección de una mesa metálica asida de
fábrica a la estructura del barco. En aquel justo
momento, las luces del buque fallaron, y la simple
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visualización de las palmas de mis propias manos fue
una empresa imposible. Hablé al profesor y este no me
contestó. Busqué, en la penumbra, el pulso en su
muñeca, y pude notar como sus latidos se mantenían
uniformes; debía estar inconsciente.

22 de Marzo, día 8.

Aquello fue lo último que recuerdo de nuestro


periplo en la embarcación, ya que no sé cuánto tiempo
después desperté -no evoco el haberme dormido o
desvanecido- en una playa soleada, recostado a una
palmera y con la cara en dirección a un espléndido
espectáculo de olas traviesas que arrasaban suavemente
la arena de aquel lugar. Me encontraba completamente
solo, seco y sin un rasguño, aunque, una extraña
somnolencia me seguía dominando levemente. No había
rastro alguno de nuestra embarcación, ni de mis
compañeros; me sentí aliviado, sin embargo, cuando
noté que llevaba mi Rugged asido a la cintura, en el
pequeño bolso que destinaba para su traslado. Lo tomé y
quise verificar las coordenadas, fue inútil, el aparato
aunque encendido, había perdido toda conexión posible,
traté de entablar el enlace satelital, pero nada logré.
Confirmé la fecha y la hora; 22 de Marzo, 13 horas.

Un vago temblor, casi imperceptible, recorrió mis


piernas en el momento de ponerme en pie; giré mi
cabeza, y tras de ella, mi cuerpo completo, con dirección

71
hacia los adentros de las tierras que morían en aquella
playa. La exuberancia de aquel lugar inundó mis pupilas;
una selva virgen tropical descollaba su verde más puro
contra los intensos rayos de nuestro astro rey, frondosas
jacarandas violetas, se entremezclaban con galeanas
floreadas de naranja en un vistoso vaivén, como
invitándome -a mí y, sin duda, a cualquiera que les
vislumbrase- a adentrarme en aquel “edén” terrenal. No
lo dudé un segundo, y antes de decir: “estos pies son
míos” ya estaba iniciando una caminata por entre un
pequeño claro que delimitaban aquellos árboles. No
tardé en encontrarme adentrado en la bóveda del bosque,
donde medianos árboles de zapote y, sobre todo, de
mamey, reinaban en cantidad sobre el paisaje; aquí la
cuantía de floresta hacía casi imposible la
individualización de especies, ya que se apretujaban de
tal manera que hasta la extensión de sus ramas era
exigua; mi pequeño camino seguía, sin embargo,
abriéndose paso por aquel constreñido andamiaje de
flora.

Más tarde, después de cerca de una hora de


intensa y calurosa caminata, me encontré con un amplio
claro, que, sin duda, delimitaba de manera parcial la
zona donde terminaba la bóveda e iniciaba la zona
emergente del bosque; lo supe por el cambio repentino
en el tamaño y forma de la selva. Enormes árboles de
ceiba, cedro y cenízaro, podían vislumbrarse a lo lejos;
como reyes gigantes, regían por sobre una extensa zona
que -me daba la impresión- comenzaba a elevarse, hacia
72
unas pequeñas montañas rocosas que se divisaban más
lejanas aún, detrás de aquella tupida y ciclópea barrera
arbórea.

Avancé, pues, en dirección de aquel montículo


rocoso; adentrándome entre aquellos colosales
maderables, el límpido oxígeno llenaba mis pulmones y
me daba una sensación exquisita en cada inhalación
profunda que realizaba. No tardé demasiado en llegar a
la zona alta de la colina, sabía que desde allí dominaría
por completo el paisaje, y podría, así, darme una idea de
las características físicas de esta tierra. Colosal ante mí y
dominando todas las cimas del lindero del bosque, pude
apreciar un pico de roca, el cual formaba una especie de
plataforma en su cúspide. Me encontré, entonces, de
manera sorpresiva en uno de los recodos finales del
camino boscoso, y para mi gran sorpresa, con un
riachuelo de líquido vital; el agua que descendía y al
parecer nacía en las rocas de la cumbre, estaba muy fría
y para mi fortuna, acaecía bebible a simple vista; me
arrodillé con instinto animal a su orilla, y utilizando mis
manos como herramienta, ingerí cuanto pude hasta
saciar mi sed. No sé si la mente me traicionó -al menos
eso pensé en aquel momento- ya que estando en aquella
incómoda posición, pude sentir un rumor a mis espaldas;
voces ininteligibles rumeaban cerca de mi oído. Me
levanté instintivamente y de manera acelerada, volteando
bruscamente mientras un frío impasible recorría mi
espalda y era evacuado por la punta de mis vellos. Nadie
había allí, nadie que hablase, más que el rugido sordo del
73
viento negociando su paso entre los grandes árboles del
bosque.

Continué entonces, mi procesión cruzando el


río, y llegué al lindero y cúspide de la montaña. El pico
rocoso estaba libre, ahora, ante mis ojos; aquella enorme
estalagmita de unos veinte metros de altura, coronaba
por completo aquel cerro. Subí hasta el pie de aquel
monumento peñascoso, guiándome en dirección del
nacimiento del riachuelo; divisé, entonces, una cueva
desde donde provenía el agua que alimentaba a mi
arroyo, rápidamente sitié la corona de la montaña,
buscando un espacio seguro para poder escalarle. En su
cara oriental la pendiente se pronunciaba a no más de
cuarenta y cinco grados, así que, la remonté con
facilidad y con fascinación observé aquellas tierras -sin
duda- ajenas a los ojos del resto de la humanidad. Desde
la cima del montículo pedregoso pude apreciar una vasta
y llana extensión, de unos cuatro kilómetros, la cual
limitaba contra el mar en lo que -a esta distancia- parecía
ser un corte abrupto en la colindancia oriental entre el
océano y el islote. -en ese momento, me percaté de que
de hecho se trataba de una isla- una inclinada pendiente
conformada por más o menos la misma vegetación que
en el lado de la cara ya colonizada, descendía varios
cientos de metros hasta el inicio de aquella llanura. El
sol se encontraba muy cerca del poniente en aquel
instante; levemente, aprecié como un reflejo fuerte de en
medio de la selvática llanura, secundaba al astro
soberano tratando de cegarme, no supuse si quiera a que
74
se debía aquella centella iridiscente. En aquel justo
intervalo, me atrapó un único pensamiento, como si
hubiese recibido una pedrada, mi cabeza regresó a su
realidad ¿Qué habría sido de mis colegas? Tenía toda la
tarde de caminar, embobado, por las maravillas naturales
de aquella isla y de seguro esto había hecho que olvidase
por completo lo oscuro de mi situación; me repetía a mí
mismo; sin embargo, que debía estar maniatado aun por
algún efecto secundario de la somnolencia con la que
había despertado horas antes en la playa, motivo que
nublaba mi mente, y no me dejaba pensar en lo más
esencial; ahora, comenzaba a sentir hambre y como si
esto fuera poco, la noche estaba por caer.

Bajé, nuevamente de la roca, y tomé dirección


a la gruta de la cual provenía el arroyuelo. Al acercarme
a su entrada ya la luz en su interior era casi inexistente,
decidí entonces, ingresar en ella usando la linterna de mi
Rugged. La boca de aquella cueva medía unos tres
metros de altura por, no más de cinco de anchura; sin
embargo, al cruzar aquella abertura las dimensiones
internas se ampliaban de manera exponencial. Paredes
de roca lisa limitaban los costados de su área, y
estalactitas con formas caprichosas, descendían desde el
techo interno de aquella galería rocosa. Hice una
inspección rápida de la mayor parte de aquel pétreo
aposento, y para mi sorpresa, justo en el momento que
me proponía desistir de mi exploración, un bulto
arrebujado en una esquina de la pared más oriental, se
hizo visible ante la luz precaria de mi linterna. La
75
impresión de aquella repentina aparición me heló la
sangre, mis manos se entumecieron y el resto del cuerpo
simuló ser una estalagmita más en aquella caverna,
estaba paralizado. Así permanecí durante varios minutos
-realmente no tuve noción de aquel tiempo- esperando
no sé qué, quizá un movimiento de aquella cosa o algún
gruñido -o quejido, sabe dios- que terminara de destruir
los pocos nervios que aún me funcionaban.

Nada pasó, no hubo gemido ni movimiento.


Aquella entidad permanecía inmutable en la misma
posición, mientras tanto, yo, en “mi esquina”, empezaba
a recobrar la movilidad y el control de mis extremidades;
suave y lentamente, dirigí la luz de mi lámpara hacia
aquello. No comprendía su forma desde mi distancia,
motivo por el cual, decidí acercarme con cuidado
extremo; inhalaba y expelía, respirando de manera fuerte
pero silenciosa, tratando de dar ritmo normal a la
taquicardia qué, sentía me quería romper el pecho. Los
latidos acelerados de mi corazón eran tambores que
reventaban en mis sentidos, a cada paso que daba
aproximándome hacia aquel destino incierto.

Ignoro el tiempo que duré en recorrer los


pocos metros que me separaban de aquello, pero puedo
asegurar que fueron los instantes más escalofriantes de
mi vida, hasta aquel momento. Para mi sorpresa -una de
carácter tranquilizante- se trataba de una gran bolsa, de
hecho muy conocida por mí. En ella se contenían varios
artículos que trajeron alegría al desesperado desenlace de
mi día; varias latas de atún, unos paquetes de galletas
76
saladas, mi bloqueador solar y lo más importante, mi
bolsa de dormir; extrañamente, todo estaba allí,
dispuesto sin duda, para que yo le usase. Me encontraba
inventariando estos pequeños tesoros, cuando sentí y
escuché algo que avanzaba desde dentro de la cueva y en
dirección hacia la salida de esta. No puedo describir
como lo supe -quizá por el resonar de sus pesadas
pisadas- pero era algo de gran tamaño y, a la vez, muy
veloz. Envié, con toda celeridad la luz de mi linterna en
la dirección del sonido, sin embargo, no fui capaz de
detectar más que el rabillo de una sombra que se
entremezclaba con la oscuridad de la noche, mientras
abandonaba la cueva. Seré sincero, no fui capaz de
moverme y seguir a aquel intruso como debía, ni
siquiera mi voz fue capaz de brotar; aquel miedo
ensordecedor me maniató por completo.

Pasado el “shock”, me senté contra aquella


pared de granito y deje que mi mente se deslizara por
todos aquellos acontecimientos. Desde el momento de
mi despertar, en aquella playa, se me habían presentado
una seguidilla de sucesos extraños; apariciones
inconclusas e intangibles colmaban mi itinerario -claro
aquello podría ser, sin duda, un efecto de mi mente
desaliñada-. Pensaba también, en el desmayo que había
sufrido en la embarcación, mismo que sufrió
previamente el Dr. Benfield. Mi despertar en aquel
paraíso soleado y cálido, bastante extraño en esta latitud;
el que estuviera completamente seco y sin un solo
rasguño, después del vendaval al que fue sometido
77
nuestro barco. Me debatía entre aquellos
cuestionamientos, mientras que, voraz, engullía un poco
de los insumos encontrados en la bendita bolsa. Terminé
mi cena, sin dejar de pensar en aquella precaria
situación; acomodé mi bolsa de dormir, en un impulso
causado por una -similar aunque menor a mi anterior
desmayo- extraña y fuerte modorra que me empezaba a
poseer.

78
IV

29 de Marzo, día 9.

–German, has tardado en bajar -la voz de Pat


era alegre y despreocupada- siempre has sido el más
lento del grupo.

–Yo diría que siempre he sido el más


precavido de todos, y eso me ha valido para zafarme de
un sinfín de problemas –le dije-.

–Bueno, la providencia no ha sido tu aliada, lo


reconozco, y sin duda la cautela es un buen método para
contrarrestar un destino incierto.

–Pat, que radiante estas hoy mujer. Este clima


tropical se te da de las mil maravillas.

–Gracias, querido. Hoy no podemos


detenernos a charlar demasiado, desde que estamos entre
los Puaks, el Dr. Benfield no nos deja ni respirar con
tanto trabajo, y lo digo de manera totalmente literal.

–Ah sí, el Dr Benfield es un fiel amante del


estudio y el trabajo, creo que deberíamos seguir su
ejemplo.

79
–Está complacido por el hallazgo, ya casi ni a
comer se detiene. No creo que sea el mejor ejemplo a
seguir.

–Bueno, viéndolo desde ese punto puede que


tengas razón, pero, por lo demás es un prototipo bastante
avanzado.

Pat, me tomó del brazo; llevándome hacía el


camino del altiplano.

–Ven German, estamos muy cerca del sitio.


Te encantará lo que encontraremos allá. ¿Ves ese
majestuoso Kauri? Bien, es el indicador de que estamos
llegando.

–Dime, compañera ¿es que, acaso, podría


alguien no reparar en tanta belleza? -Me detuve a
admirar aquel esplendoroso y centenario espécimen-.
Como un rey entre sus vasallos, se alzaba preponderante,
a más de cincuenta metros desde el nivel del suelo que lo
sostenía; su corteza blanda, cuasi escamosa a los ojos,
mostraba un blancuzco color y unas hojitas ovaladas
coronaban su tumultuosa cúspide, la cual resaltaba por
encima de los demás árboles circundantes. No tardé
mucho en aquel disfrute fútil, ya que casi de inmediato,
la voz de Pat que se perdía en un muy próximo recodo
del camino, me sacudió de aquel entumecimiento.

–Sígueme compañero, no te quedes atrás….

80
Estaba sudando torrencialmente. El oscuro
techo interior de la cueva, ahora cundido de murciélagos,
los cuales colgados cabeza abajo, dormitaban tras su
vigilia nocturna; fue la primera escena percibida al abrir
mis ojos. Mi encuentro con Pat -por más real que lo
sintiese- no había sido más que un estúpido sueño, un
vano espejismo. De un salto abandoné la calurosa bolsa
de dormir, comí un poco y me hidraté lo necesario, lo
había decidido, este día recorrería la isla por completo.

Tomé de mala gana unas pocas galletas, un


enlatado, un poco de agua, y de seguido, emprendí mi
viaje. La pared oriental de la pequeña montaña era un
calco de la que había recorrido el día anterior subiendo
dicho cerro y que se encontraba en la cara opuesta a esta,
similar era su flora también; la degradación y cambios
que en esta se daban conforme bajaba, trajeron de
manera inevitable a mi mente, las imágenes de aquel
trayecto pasado.

La mañana estaba deliciosa, fresca, gracias a


una grata brisa que soplaba desde el sur. Mientras
caminaba tuve una regresión a mi sueño, recordé,
entonces, que Pat había referido un término nuevo,
“Puaks”, una palabra que jamás había escuchado hasta
aquel sueño; intenté vanamente de asociarla con algo en
mi base de datos cerebral, absolutamente nada surgió.
Me interpelé, en aquel momento, la posibilidad de que
aquello perteneciera al vocabulario de algún dialecto
para mí desconocido –odié profundamente no tener
acceso a la red en aquel lapso- traté, a la sazón, de
81
evocar en cualquiera de los viajes de Pat algún rastro que
arrojase una luz sobre mi interrogante; nada logré. Caí,
inevitablemente, en la indiscutible razón de que mi
sueño no tenía ningún sentido lógico en sí mismo y, sin
embargo, en aquel preciso momento me di cuenta de dos
vicisitudes desapercibidas, por mi hasta entonces; la
primera: me encontraba ya en la parte llana de la isla,
por lo que significaba que, había bajado toda la cara este
de la montaña casi sin darme cuenta y, segundo, algo
que me dejó perplejo e incrédulo en aquel instante. A no
más de cincuenta metros frente a mí se encontraba un
hermoso y majestuoso Kauri... ¡el mismo de mi sueño!

La lapidaria imagen cayó como un velo, que dejó


al descubierto muchas más interrogantes de las que
podía manejar una mente psicológicamente saludable.
Estaba seguro que aquel era el mismo árbol de mi sueño,
ya que al igual que en aquella fantasía, me encontraba
invadido por la majestuosidad de mí ya conocido
gigante; detallé una a una sus partes y cada vez me
parecía más idéntico, observaba con detenimiento su
enorme tronco escamoso y recorría de manera inevitable
mi pasada quimera, ambos eran exactos y, sin duda, a la
vez, el mismo.

Creí estarme volviendo loco, dudé con


razones sobradas el haber soñado lo que en este
momento me hacía vivir tal déjávu y, al mismo tiempo,
desconfiado de todo, tampoco razonaba ciertamente
siquiera, el si ya había despertado de aquel sueño o, si
más bien, todo este viaje era una farsa mental que mi
82
cerebro me estaba jugando, mientras mi cuerpo
reposaba, intranquilamente dormido, en una casa de
campo al norte de Madrid. No tenía seguridad de nada
ya. Negocié con mis nervios para poder tranquilizar el
burbujeante estruendo que cundía mis sentidos; me senté
frente al árbol y bebí agua hasta saciar aquella sed
irreverente que empezó a hacerse notoria en aquel
instante.

Justo cuando empezaba a recobrar la cordura,


un olor que resonaba vagamente en mi memoria, se
apoderó por completo de mi sentido del olfato ¿Dónde
había percibido antes aquel aroma? De inmediato, un
dulcete corrió por mis papilas gustativas, mientras la
respuesta a aquella prematura interrogante fluía, tan
clara, como espantosa, lo recordaba ahora; aquel olor era
el mismo que había percibido previamente a perder el
conocimiento en nuestro barco, justo antes de aparecer
en este lugar… Pero bueno, como bien dijo alguien muy
sabio, “las sorpresas nunca viajan solas”; pasando por
aquel trance, noté atónito, como cerca del gran Kauri se
encontraba una enorme estatua, un colosal Moai;
extrañamente no lo había percibido minutos antes, entre
el arribo al lugar y mi admiración desproporcionada al
encontrarme con el extraño árbol -eso pensé-. Le observé
fascinado y no menos asustado, también.
Repentinamente, aquella mole de piedra tomó
movimiento, su tronco giró y un estruendoso pie hizo
crujir el suelo bajo su pisada, me miró penetrando mi
cerebro acalambrado de terror, y empezó a acercarse.
83
Podía sentir cada paso, las vibraciones en la tierra eran
de un alto decibel; quise correr, pero mi cuerpo no
respondió, estaba sentado contra un pequeño manzano,
congelado por el miedo y la sorpresa, mientras aquel
coloso de siete metros se acercaba amenazante, sus
rimbombantes pasos, movían, cual terremoto, el suelo
que me sostenía, estaba a punto de ser embestido por la
proporción de dos elefantes africanos en la forma de un
titánico gorila.

A falta de un paso para saltar sobre mí, el


extraño ser se detuvo, derramó unos rojos e
incandescentes ojos sobre mi rostro; yo le miraba
horrorizado sin poder moverme o articular sonido
alguno; entonces, el gigante de piedra alargó una colosal
mano y uno de sus dedos hizo un suave contacto con mi
frente.

84
V

Con una caña labrada a mano, aplicaba


torpemente el color sobre la roca. La cueva en la cual
culminaba mi obra, estaba formada por paredes lisas y, a
la vez, anacrónicas; pigmentos de origen vegetal
aglutinados con grasa animal formaban mi “paleta”. El
pelaje corporal con el que contaba, cubría por completo
mis extremidades como un capuchón, mis dedos salvajes
y toscos, terminaban una mano grosera e igualmente
velluda, con unas garras que cualquier ave de rapiña
envidiaría. Sin embargo, los movimientos de aquellos
rústicos dedos, trazaban con soltura figuras elásticas que
colmaban aquellas paredes, mis esbozos se estiraban a lo
largo de más de dos metros y, para entonces, comenzaba
ya a comprender lo que aquellas -mis manos- laboriosas
extremidades daban forma en tan groseros bosquejos.

De derecha a izquierda había venido trazando


–al parecer- por un largo tiempo, primero la
representación de lo que parecía ser una fiera salvaje,
seguida y cazada por escuálidas figuras -aparentemente
humanas- que portaban teas encendidas en plena
persecución; segundo, hacia el centro, la grafía hacía
alusión a una especie de sembradío de algún tipo de
maíz, filas de matas de aquel preciado grano, colmaban
la parte más central de aquel dibujo -una mano grotesca
85
sigue delineando el final de mi diseño, mientras recorro
con ojos mustios, el inicio de este para entenderlo-
posterior y casi en la izquierda del cuadro, yacen figuras
de delgadísimos hombres, de extensos pelajes -como el
mío- todos reunidos frente a algo, al parecer un poco en
posición reverencial, con la siembra y la caza a sus
espaldas.

Sigo la perspectiva hasta el umbral de mi


siniestra, mi mano describe un movimiento poco grácil,
sin embargo su esfuerzo es recompensado y la última
silueta va tomando forma, la achatada figura sobresale
de entre todos los demás seres del grafiti, su torso
fortachón, y su tosco y singular rostro, no me dejan
espacio para dudar; intento decir algo; sin embargo, mi
voz no es más que un gruñido al viento. No entiendo que
pasa, ni porque estoy en el cuerpo de aquel “refrito
humano”; perplejo, observo como mi dibujo final
asemeja a un enorme Moai, venerado -sin duda- a su
vez, por aquellas desaliñadas representaciones humanas,
sus manos abiertas en señal de entrega están dirigidas a
la siembra y al fuego de los cazadores, cual si fuesen un
regalo de un dios a sus adoradores. Yo analizaba todo
aquel arte rupestre, sin acertar elementos razonables a mi
condición y, sin embargo, aquel ser que me contenía -
más no era yo- sostenía una palabra en su débil
raciocinio, una que me cundía las sienes, Puak…

Segunda vez, y mi excitación neurótica se


elevó por los cielos, más, no tuve tiempo suficiente para
desmenuzar nuevamente las posibilidades de aquel
86
término, porque, en apenas instantes las condiciones de
aquel “yo” -que no era yo- cambiaron. Me vi envuelto
en un ropaje de finas telas, un cabello largo trenzado
bailaba en mi espalda, mientras unas sandalias de cuero
crudo y manualmente labrado sostenían mis pies; un
brazo lampiño, moreno y fuerte, soportaba una especie
de báculo ricamente adornado con estelas doradas,
mientras el otro de idénticas proporciones y
características, saludaba en lo que se entendía como una
despedida -al igual que lo hacían cientos de hombres a
sus espaldas- en dirección a lo que parecía ser una gran
embarcación espacial; la cual en su tumultuoso
despegue, dispersaba iridiscencias metálicas y cloqueos
lumínicos, para momentos después perderse en un breve
relámpago entre el azul del cielo. Aquel hombre de tan
distinguidos ornamentos que hacia ahora de mi avatar, se
encontraba sobre una portentosa edificación pre colonial
americana, los detalles en la arquitectura no me dejaron
lugar a dudas; me encontraba -y era un importante
personaje- en el antiguo imperio azteca. Y otra vez,
aquella palabra, ahora acompañada de todo un lenguaje
sin sentido para mí, me recorría la cabeza en una especie
de enlace neuronal. Sin embargo, en aquel preciso
momento, un hilo de luz hizo contacto con dicho enlace,
recordé entonces, que en un afiche del hotel donde nos
alojamos en Hanga Roa, leí que “Pu a Katiki”, era el
nombre en lengua “Rapanui” que se le da al cráter del
volcán Poike; localizado en sí, obviamente… ¡Isla de
Pascua! El mismo que utilizaban los primeros
moradores de la isla, como cantera para obtener el
87
material rocoso para los esculpidos colosos. Concluí
rápidamente, con aquella información, que tal nombre
debía estar conformado por la unión de la palabra
“Puak” de la cual ya todos intuimos a esta altura a que
representa, además del vocablo “Tiki”, que hace
referencia en las culturas polinesias, a un nombre para
delimitar un lugar sagrado, como entendí, lo había sido
para los lugareños aquel sitio volcánico de la isla de
Pascua.

Consumaba apenas mi última hipótesis y,


nuevamente el escenario de mi actuación fue
estrepitosamente cambiando ante mis aturdidos ojos.
Una y otra vez, en cada intervalo con más rapidez al
anterior, me veía “disparado” de una época a otra en la
historia evolutiva de la inteligencia humana; en un
principio fui uno de los alumnos destacados de
Aristóteles en la antigua Grecia, compartiendo con
aquel, una clase magistral de filosofía universal; ya para
el momento siguiente, me convertía en un niño en las
calles de Olsztyn del siglo XV, parado frente a la
residencia de Nicolás Copérnico y, al subsiguiente, me
encontraba en el adelantado siglo XIX en San
Petersburgo, encarnando al mismísimo Dmitri
Mendeléyev; después, en la posterior escena,
personificaba a un amigo íntimo del célebre Einstein. De
entre aquella maraña de alucinaciones sin control,
rescaté un denominador común, siempre y de alguna
manera los Puaks (para aquel instante como ya sabrán,
había comprendido también que este era el nombre real
88
con que se les conocía a lo que yo denominaba Moai)
estaban presentes, más aun, eran quienes estimulaban las
ideas de cada uno de estos genios, que contribuyeron y
de manera extraordinaria al desarrollo humano.
Comprendí entonces, con carácter límpido, como habían
estado en contacto con nuestra raza, como habían sido
culpables de nuestro desarrollo. En aquel momento, me
encontraba en una especie de limbo, una luz potente
nublaba mi vista y nada era observable desde mi ángulo,
ni siquiera mis cercanas manos; había, sin embargo,
dejado de tener mis viajes temporales, por lo que
disfrutaba de la perspectiva clara que estos me habían
dejado, ahora comprendía muy bien el mensaje.

Justo cuando creí que todo terminaba, la luz


empezó a disiparse, y el paisaje se aclaró por completo.
Un olor a sangre cundió mi olfato y la desolación se
apoderó lentamente de mi vista. Me encontraba en un
campo de batalla, yo mismo era un guerrero, con mi
armadura ensangrentada; los cuerpos de mis victimas
caídas, reposaban bajo infinidad de moscas y animales
carroñeros; victoriosos, mis compañeros celebraban
acribillando a los agonizantes que se resistían a morir
tras la batalla. Miré mi escudo reluciente, y una sonrisa
reflejada en este, se esbozaba desde mi sanguinario
rostro, una mirada lasciva y degenerada irradiaba desde
mis ojos, podía sentir el mal en las entrañas de aquel
cuerpo; me estremecí de terror, sin que aquel organismo
diera testigo de dicha reacción.

89
Así, recorrí nuevamente muchas épocas y
lugares. La tierra, nuestro mundo, cambió
vertiginosamente ante mis ojos; en su paralelismo con
nuestro desarrollo, la decadencia del medio y de la
sociedad, se hacía ahora odiosamente latente; mientras
que yo, literalmente, como un pájaro nocturno de alas
más poderosas que el tiempo y el espacio, sobrevolaba
los distintos parajes históricos del ahora oscuro y
derruido planeta. Tiempos y sitios se mezclaban de
manera caprichosa, para revelar a la luz, los más
extraordinarios y terribles acontecimientos propiciados
en la era humana; algunos de aquellos (deseables o no)
de los cuales alguna vez, sin duda, como especie que
documenta su historia, leímos o escuchamos y de otros
que definitivamente aún no sucedían.

En mi fugaz vuelo, arqueaba rápidamente la


circunferencia imperfecta de la tierra hasta que de
pronto, un orlado aunque difuso anillo de oscuridad,
franqueó por completo el recortado horizonte de aquel
enorme semicírculo, desde el cual, una tormenta de
dimensión titánica, se dirigía hacia a mí, y yo,
inevitablemente hacia ella. Me interné entre sus oscuros
ciclones en un choque frenético y violento. Juro, que
pude sentir como los brazos de aquella diabólica espiral
me aprisionaban, los golpes que sentía eran; sin
embargo, distintos, ya que estaban conformados por lo
que en ese momento percibí como sentimientos humanos
de horror, desidia, y abandono... Fuertes vendavales
precipitaban sus torbellinos contra mi cuerpo, hasta que,
90
inevitablemente uno de ellos hizo torcer mi viaje con
dirección en picada hacia un suelo por demás aterrador.

Ya en él, la desolación se hacía más abrumadora,


si se pudiera. Un desierto helado de microscópica arena,
colmaba la vastedad que ahora tenía frente a mí. Los
finísimos granos del material terrestre se asían, gracias al
fuerte viento, a todos los orificios de mi vestimenta.
Mientras sobre mi cabeza la oscura tormenta, impasible
y eterna, ahuyentaba casi por completo al espectro
electromagnético de luz visible, aquello según
comprendí, era el futuro.

Pude sentir, entonces, la emancipación liberadora


de millones de almas atormentadas replicando como una
fuente que fluía hacia el cielo; los hijos de la desgracia,
de la tiranía, las víctimas de las guerras, de la codicia y
el egoísmo. Todas en una sola estela dolorosa,
atravesando aquella tempestad y perdiéndose en el
recodo del límite de mi visión.

Descubrí, en ese preciso momento, la realidad


de todo aquello, y la vergüenza inundó por completo mi
rostro. Ya no sentía miedo de lo que pudiera pasarme,
ahora comprendía el motivo de aquella travesía, ahora
entendía que mi viaje a aquella isla (si al fin de cuentas
no era solo un sueño) no era circunstancial, sino,
totalmente premeditado; un plan bien concebido por una
mente maestra.

91
Desperté, casi instantáneamente, en el mismo
lugar, recostado al manzano; la mirada perdida, el
adormecimiento menguando. Mi nuevo amigo seguía
allí; sin embargo, había tomado distancia y nuevamente
se encontraba al lado del gran Kauri, me daba su enorme
espalda, mas su cabeza estaba levemente girada con la
vista hacia donde me encontraba; hizo un ademan de
que le siguiera y emprendió a caminar
estruendosamente, por el mismo sendero en que
desapareciera Pat el día de mi sueño. Comprendí, a
profundidad, que ya no estaría más en esta tierra o, no al
menos, en el mismo tiempo-espacio que delimitaban esta
existencia. Había sido escogido -al igual que mis
colegas- para algo más importante, un trabajo superior a
cualquiera de los que pudiese ejecutar en mil vidas
humanas. Entendí también, que no estaba forzado a
tomar aquella decisión; la mirada y el ademán del
gigante me lo dejaron claro -estoy seguro, sin embargo,
que él sabía de manera exacta que no tomaría otra
opción como respuesta-. Mi corazón latía de manera
desenfrenada; en segundos, toda la vida pasó frente a mí.
Me levanté, caminé lentamente, me detuve otra vez,
tomé tiempo para grabar mis últimas experiencias. He
dejado mi Rugged al pie del gran árbol, de seguro han de
hallarlo en el océano, ya que esta isla es transitoria y se
le ha hecho coincidir a propósito y de manera temporal
en nuestro plano existencial, siempre fue solo la carnada
para atraer a un grupo, a los elegidos para mediar la
reconciliación entre humanos y Puaks, y por qué no…
para salvar al mundo.
92
VI

Aquella tarde, mi tío y yo decidimos seguir


adelante -a pesar del peligro- con su petición, lo dejé en
la puerta de mi despacho, me abrazó con fuerza y se
marchó, podía advertirse en sus ojos esa llama de
satisfacción, esa esperanza a punto de hacerse un hueco
en el mundo de las realidades cotidianas, nunca lo volví
a ver. Lo último que me dijo fue que iba a reunirse con
alguien de un medio comunicativo importante, hoy sé de
manera concreta, que jamás logró hacerlo.

Si usted amigo ha tenido acceso a este


documento, donde quiera que se encuentre y en el
idioma en el que el mismo esté publicado (o en su
defecto: en la red social o blog donde esté compartido)
no importan; son una señal inequívoca de que la misión
de mi tío, Don Ulises Moreno Barrenechea, está siendo
llevada a cabo como él lo quisiese tiempo atrás, le ruego
querido lector, de manera encarecida, me ayude a
difundir el mensaje debido al cual, aquel que hace ya dos
años visitó por vez póstuma mi oficina… ¡diera la vida!

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93
Cabaña Cloustby

Un aullido vaporoso resonaba a lo lejos en


dirección de la vieja casa Cloustby, el viento que soplaba
con fuerza arreciaba la antiquísima madera de la cual
estaba constituido su andamiaje y caparazón, en el
oscuro y amodorrado cielo, y debido a la espesa neblina,
eran apenas perceptibles como distantes luciérnagas unas
cuantas estrellas. Aquel limbo lloraba suavemente sobre
un velo blanco apostado por encima de todas las cosas
que se lograban distinguir, repentina y soberbiamente, el
invierno había llegado al valle Bristebry; las lánguidas y
frías gotas resbalaban ahora por las sienes del hombre,
mientras el sórdido frío le mordía las carnes bajo su ropa
mojada.

Se acercó con paso cansado, sus pisadas


negociaban cada movimiento con un alarde de extraña
paciencia, al parecer, el hielo se encontraba ahora
congelando el flujo de energía entre las células de su
cuerpo; desfallecido y horrorizado, miró la que sería su
guarida, y pensó por un momento, que prefería morir en
la helada de afuera que ingresar en aquella "morada de
brujas". ¿Estás loco Brenton, acaso se te han entumecido

94
las neuronas? -se dijo a sí mismo, con marcado pavor-
un resoplido del viento desfiguró su voz y le hizo
retroceder espantado, los vellos de todo el cuerpo se
estiraban para huir de su captor, mientras, un escalofrío
le subió por la espina y le hizo voltear repentinamente.
Podía sentir una veintena de pasos que le seguían
presurosos, no estarían a más de dos millas en dirección
a Winterville, él lo sabía, también sabía que le buscarían
en casi cualquier sitio, aquella vilipendiada morada era
su salvación. Conocía bien a sus perseguidores, sabía
sobre el culto que le rendían a las leyendas qué,
proferidas por generaciones, relataban todo tipo de
atrocidades y ritos sangrientos, los cuales enmarcaban
como escenario al temidísimo valle de Bristebry, y más
propiamente, la Cabaña Cloustby.

Confiaba plenamente en el carácter supersticioso


de aquellos hombres, motivo que le afirmaba de manera
casi plena su seguridad en aquel lugar, solo debía pasar
aquella noche en la terrorífica residencia, al día siguiente
muy temprano estaría fuera de los límites del valle, lejos
para siempre del alcance de sus acosadores. Un exiguo
rayo de luz atravesó la penumbra, y su figura quedo
expuesta, con ojos muy abiertos teñidos con piedras de
zafiro, miró sus manos, la sangre que les cubría se
encontraba aún fresca, su penetrante olor hizo que
recobrará la psicopatía que le había llevado
valientemente hasta aquel sitio. Soy un asesino, he
matado, he tomado la vida de otro ser en mis manos, y
sin embargo, no me siento como tal -pensó para sus
95
adentros-. Aparte de que mi victima ha sido merecedor
competente de tal castigo, es también sabido que todos
somos asesinos en este mundo, y todos hemos matado de
alguna manera, la omisión es la mejor muestra de ello -
continuó monologando- o ¿acaso la única manera de
matar es la física? Cualquiera de nosotros sin excepción
ha ultimado, y a la vez todos hemos sido asesinados. La
confianza que ponemos en los demás seres, es esa
preciosa vida que mana desde nosotros, la misma no es
más que un anexo de nuestra substancia palpable, es por
lo tanto y según esta tesis, vida todo cuanto engloba la
palabra. Es cierto que he liquidado a un humano, pero mi
homicidio es físico solamente, no le he robado a mi
víctima el sueño, ni la felicidad, -no al menos que él lo
notase- no le he puesto a llorar noches enteras su
desgracia, por el contrario, arranqué su vida de manera
sutil, desprevenida, no ha tenido tiempo de sufrir, dudo
en todo caso que haya sabido que sucedió. Corté su
sufrimiento, y por ende, adelanté su redención.

Pero ellos no lo entienden, me juzgan, llevando a


cuestas todos sus pecados, apuntan sus dedos de manera
acusadora hacia mí. Mascullaba este último
pensamiento, cuando le pareció escuchar algo que
lentamente se acercaba, azorado se retiró del camino y se
escondió detrás de unos enormes y oscuros abetos que
delimitaban el paso. Agudizó la vista, pero las finísimas
gotas de agua que caían en ángulos “solidos” aunados al
viento, le cegaban ligeramente y entorpecían aquella
empresa. Nada vio, ni tampoco escuchó algún otro
96
sonido aparte del viento acariciando los ramajes arbóreos
a su paso.

De repente, una aprensión ensordecedora se posó


sobre su cabeza, y un escalofrío repetido volvía para
estremecerle como en un bucle siniestro. Recordó
fugazmente algunas historias contadas en aquellas
noches lluviosas en la taberna de Charlie, en las cuales el
tema principal no era otro si no el valle Bristebry, lugar
donde ahora se encontraba rememorando aquellos
desagradables relatos. Detuvo por un momento aquellas
tétricas cavilaciones, culpándose de su insensatez,
pensaba en cuán tonto se vería a sí mismo a la luz del día
por creer en aquellas historietas; él, el más escéptico de
aquellos pueblerinos "creyenceros " atrapado en una
fantasía terrorífica creada por su cerebro como resultado
de algunas tertulias alcohólicas; era impensable, y sin
embargo, en la soledad de la montaña, al frío de una
noche como aquella, el aguijón del miedo ya había
inoculado su veneno, no había vuelta atrás.

Trató nuevamente de alejarse de aquellos


pensamientos, más, extrañamente la fuerza aplicada para
hacerlo parecía empeñarse de manera laboriosa en lo
contrario.

Soltó la rienda y dejó que las aguas de aquel


cauce se desbocaran, y así, viajó hasta una de tantas
noches en la cantina del pueblo. Ted Horrison había
estado tocando el piano, como de costumbre en su
tiempo de descanso se acercó al grupo y escupió una
97
pequeña introducción, todos sin excepción le
circundaron sin hacer el mínimo ruido.

-¿A que no habían escuchado esta? -les dijo,


aunque realmente aquella era como la décima vez que le
narraba- Mi padre fue testigo directo de lo que les
cuento, era muy joven aún y las heladas en la montaña
eran mayores que hoy día.

-Aquella tarde cazaban él y el viejo Hiliax, aquel


mestizo, que era quien más conservaba las tradiciones
aborígenes en esta vecindad, cuando perdieron la pista
de la presa, se dieron cuenta también de que habían
perdido el rumbo, estaban totalmente extraviados, la
tormenta nevada que arreciaba hacía unas horas había
ocultado todo rastro y el blanco perpetuo era cuanto
podía divisarse en cualquier sentido, la brújula les habría
sido de ayuda en aquella situación, sin embargo le
habían dejado extraviada en la carrera por alcanzar a un
gran ciervo que improvisadamente tuvieron a tiro.

-Sin rastro, y sin orientación alguna, decidieron


devolver el paso por donde más o menos presentían
podría estar el camino de retorno, ya era de noche y la
tormenta si bien había mermado un poco, aún mantenía
constante su caída desde el cielo. Caminaron un par de
horas hasta que un techado se vislumbró a la luz de la
luna llena que cernía en aquel momento. Se alegraron al
acercarse y notar que desde la chimenea un hilo de humo
gris se estiraba en camino hacia el firmamento, sin duda

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alguien estaría allí y no lo pensaría dos veces en proveer
asilo a aquellos dos extraviados.

-Al llegar frente a una desvencijada puerta de


ciprés Hiliax redobló el grillete que se sostenía en aquel
obstáculo mal labrado, el sonido del metal contra la
madera produjo un largo y sordo eco que se distribuyó
por las montañas adyacentes, pese al estruendoso ruido
nadie apareció desde adentro; siguió otro redoble de
grillete y su inseparable eco, más profundo esta vez sí se
pudiera, pero nuevamente nada se escuchaba del otro
lado de la antigua portezuela. Mi padre azuzado por la
impertinencia de su juventud, empujó con fuerza la
puerta y esta cedió abriéndose de un golpe.

-El frío que arreciaba los empujó dentro de la


vieja cabaña sin que siquiera tuvieran intención de
pensar en otra alternativa. Al ingresar una oscuridad casi
perpetua cubría todo, un gran salón oval se abría ante
ellos, las paredes que resaltaban por sobre el oscuro
ambiente, descollaban y enaltecían el carácter tétrico del
lugar. Las telarañas estaban casi en todas las esquinas y
adornaban de manera necia las vigas desnudas que
sostenían el techo desde su parte más baja.

-Nada más había en aquel lugar, ningún retrato,


ninguna cabeza de ciervo colgada en la pared, ni
tampoco muebles o algún otro adorno; sin embargo, lo
que vieron a continuación, vigorizó sus almas y
robusteció su ánimo. En el extremo opuesto a la puerta
frontal de la cabaña, apostada contra una negra pared,
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una chimenea ardía vivamente, con incontables y
pequeños diablillos rojizos danzando sobre una pila de
trozos de madera perfectamente esparcidos.

-Sin tener la menor prudencia se acercaron al


hogar, el incandescente escenario les abrazaba como un
buen amigo al que se reencuentra después de muchos
años. Sin pensarlo dos veces se desparramaron frente a
la chimenea y se quedaron dormidos....

-Maldición -se dijo a sí mismo Brenton entre los


oscuros abetos, notando que el pulso se le aceleraba y
las piernas le temblaban, estaba poseído por el miedo-
debo alejar esto de mi mente, el control de mis temores
es mío, -seguía diciéndose sin creer en un atisbo de
aquella filosofía de vida que con tanto ahínco
sobreactuaba en aquel momento-.

Cortó por completo la respiración para según él


escuchar con fineza su entorno, pero nada era audible,
nada que no fueran los sonidos comunes de la oscura
montaña, él le conocía bien, había sido -como la gran
mayoría en el pueblo- un buen montañés, ducho en la
cacería y la escalada. Recordó el acoso de sus seguidores
y lo timorato de su expuesta posición, motivo que lo
llevó a dirigirse sin miramientos hacia la vieja cabaña,
estaba resuelto, había dejado atrás en cuestión de
segundos las pírricas historias de la taberna, la necesidad
de escapar le envalentonaba. Llegó hasta la puerta y
observó perplejo el antiguo grillete, una fina capa de

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herrumbre cubría su superficie, al tiempo que parecía
desintegrarse en los extremos por la avanzada corrosión.

Esta última visión trajo inevitablemente a su


pensamiento otra historia de la taberna, ya no recordó
quien le profería, pero sí más o menos el guión que
habían seguido aquella noche.

-¿Por qué le llaman casa Cloustby? -preguntó


uno de los contertulios-

-El dueño de esa cabaña, era nada menos que


Neil Cloustby, el primer hombre blanco que pusiera sus
raquetas en aquellas montañas, fue una especie de
ermitaño muy esquivo; cuando los primeros moradores
de este pueblo se establecieron, ya él contaba muchos
años en aquella cabaña. Él mismo le construyó con sus
manos, se dice que era un leñador experto, entre otras
especialidades. -respondía otro parroquiano, con más
conocimiento de la historia de Bristebry-.

-¿Y qué fue del señor Cloustby? -preguntó otro


de los curiosos-.

-Nadie sabe que fue de él, ya que un buen día


desapareció; se cuentan muchas versiones de su
desaparición, la más versada de ellas, asegura que una
noche fue visitado por unas escuálidas figuras sub-
humanas, nadie sabe de dónde venían, pero al parecer
son estos mismos demonios los culpables de todos los
desaparecidos en la zona. Sutton, Birdel, Ramírez, Jones,

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y un largo etcétera, el número es enorme según se
cuenta.

-¿Subhumanos has dicho? –preguntaba


nuevamente el primero.

- Se dice de ellos que son caníbales, un tipo de


humanos deformes, al parecer remanentes de pequeños
grupos de antiguas guerras y colonias que se hubieron
asentado muy al norte de aquí, donde el clima es por
mucho peor. Habrían quedado aislados del mundo
exterior y al parecer, se reprodujeron entre ellos,
cayendo en actos incestuosos, motivo que les acaecería
deformar y mutar de tal manera. Solo una persona les ha
podido ver y vivir para contarlo, aunque ahora ya no esté
con nosotros, el padre de Ted Horrison, él fue testigo y
desde aquella tétrica noche jamás volvió a ser el mismo,
muchos sin embargo, los más recelosos, le daban por un
simple loco.

Un chillido cercano proveniente de la parte


trasera de la cabaña, rescató a Brenton de sus pesadillas,
nuevamente una serie de escalofríos le recorrían la
espalda, todos sus sentidos estaban totalmente alerta.
Abrió suavemente la puerta y vislumbró con terror las
paredes de la cabaña, dio unos fastidiados pasos y se
internó en ella; el tiempo no parecía tener sentido allí,
todo estaba inmóvil e ingrávido, todo hasta que su vista
chocó con algo que le hizo recordar fugazmente el
desenlace de la historia del viejo Ted.

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-Mi padre despertó debido a un gran estruendo,
aturdido por la oscuridad notó instantáneamente que la
lumbre acababa de ser apagada, unos carbones
enrojecidos delimitaban de manera caprichosa las
posibilidades de la visión, como si les hubiesen dejado
encendidos adrede de entre todo el resto de la leña, para
que se presenciara aquel acto, en seguida escuchó un
grito desgarrador, era Hiliax, estaba siendo arrastrado
por lo que a la luz tenue de los pequeños tizones parecía
ser un humano deforme, con sus ropas arañadas,
caminaba con dificultad y sin embargo, parecía halar con
facilidad el cuerpo del indio; a este, un gancho se le
hundía por la espalda atravesándolo y le salía por el
pecho, el rastro de sangre llegaba hasta apenas unos
centímetros de donde estaba mi padre....

-¡Mi dios! vociferó Brenton, escuchando como la


puerta se cerraba a sus espaldas, ambos brazos se le
soltaron desfallecidos cayendo en sus costados, mientras
miraba como en el hogar un fuego reciente parecía haber
sido apagado, dejando unas cuantas brasas encendidas, al
parecer, de manera voluntaria... y al pie de la puerta que
daba al cuarto, ese que en las historias de la taberna
llamaban la carnicería, una sombra deforme le observaba
silenciosa.

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