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EL GESTO

Se despertó de forma abrupta y exhaló, sudaba frío y se escurría en el sillón frente al


televisor. Una película lenta y vieja ambientaba la habitación de ese hotel barato. Ojeó en cada
esquina, pero no encontraba dónde posar su angustiosa y cansada mirada, con las manos
crispadas agarraba su cabeza con fuerza, como queriendo retenerla pegada al cuello y gemía.
Preso del absoluto desconcierto se echó al piso a retorcerse y sus escasas prendas se frotaban
con la madera mohosa, bañada en ceniza y alcohol desperdiciado.
Alguien golpea a la puerta y el eco de los golpes acallan el caos que le habita el cuerpo;
él reacciona y decide pararse, se alza torpemente arreglando su camisa de cuello, ajusta el
cinturón de su escuálido pantalón y vuelve a juntar su mierda, medianamente erguida, en el
sillón. Al otro lado de la puerta ya hay más de una persona y él alcanza a escuchar los
chismorreos, esos que a cualquiera le despiertan un leve tic en la ceja.
La voz de una funcionaria mal pagada lo estremece y el sonido de una llave le atraviesa
intensamente sus oídos, entra luz por la puerta y sus ojos, perdidos y nebulosos, se encuentran
con una multitud de ojos expectantes, malmirados, curiosos y finalmente unos ojos de hastío y
asco que lo confrontan. La voz de la funcionaria ya la conoce, ha retumbado antes en su
cabeza y la detesta. Quiere que se calle, pero ella insiste en que ha tenido suficiente, que debe
dinero, que los demás huéspedes le tienen miedo... pero "¿qué saben ellos del miedo?", grita él
mientras se arroja del sillón, "además, el miedo vive en ustedes".
Ella, paralizada frente al umbral voltea su mirada hacia la puerta ahora desierta, él
vuelve a sentir un ardor apoderándose de sus extremidades y empieza a chasquear sus
dientes, en ese momento ella le grita que se vaya, que no vuelva. Él hace un esfuerzo por
dominar su cuerpo mientras su brazo se eleva con la mano retorcida; ella sólo lo mira.
Espantada ve como el brazo ahora esta recto, completamente firme y la mano que
antes se enroscaba en el cabello sucio de ese sujeto ahora hacía un gesto, un único gesto que
apuntaba directamente a su frente.
Sangre directa en la pared y un agujero perfectamente ubicado entre ambas cejas, un
ruido ensordecedor se adueña de sus tímpanos y de sus pensamientos; mira su mano,
nuevamente crispada y fuera de su alcance, no lo entiende y corre, a su espalda se van
asomando algunas cabezas de las demás puertas del pasillo y poco a poco los gritos y alarmas
lo envuelven, lo desgarran.
Desorientado mira su mano erigirse de nuevo y apuntar: uno, dos, tres, cuatro, todos
huéspedes, todos tendidos en el corredor y el río de sangre empieza a fluir; quiere vomitar,
pero lo invade la desesperación y su cuerpo hecho caos no sabe a donde huir. Bajó las
escaleras tan rápido como se lo permitieron sus piernas temblorosas, pero sentía crecer el
ardor desde adentro, sudaba entero y corría aturdido.
Dos calles adelante se encontraba una patrulla que iba camino a atender la conmoción
en ese lugar de mala muerte; solo aquellas luces policiales lo hicieron entrar en razón, secó su
sudor con la manga menos mugrienta, se acomodo el pelo sin lograr su cometido y con una
mueca trato de esconder el descuido evidente de su rostro demacrado. Mientras la patrulla
bajaba la velocidad, él torpemente guardaba su mano en el bolsillo, como un adolescente que
ha robado en un supermercado, pero bajo la tela del bolsillo manchado se leía un gesto.
Un policía baja del carro y lo retiene con una mano por la espalda, pero ese ligero
contacto fue suficiente para estallar el caos que asaltaba su cuerpo y que ya no podía contener:
la expresión de sus ojos era más turbia que nunca y su mueca siniestra encontró su reflejo en
las gafas del policía, este retrocedió poniendo la mano sobre su arma, sin embargo él ya
jadeaba de rabia y balbuceaba, "El miedo es la causa y la consecuencia", su mano torpe se
desenfundó del bolsillo y ya estaba apuntando, amenazante. Al segundo siguiente, la sangre le
goteaba del pelo y también escurría por sus mejillas.
Sus ojos están desorbitados, escucha las sirenas y alucina rojo y azul, la boca tiene
sabor a metal y sin embargo su garganta esta seca, en esos segundos sin tiempo, al borde de
la asfixia lo comprende, está rodeado pero se siente libre, fresco, lúcido; con la mano apunta su
propia cabeza y sonríe "soy el caos, pero no el miedo".

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