Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Antología
BIBLIOTECAINFANTIL AREQUIPA
7
CORITOS VALIENTES
Antología
Música Original
Pedro Rodríguez Chirinos
Revisión de textos
Percy Prado Salazar
Diseño y diagramación
Andrea Hurtado Sarmiento
Fotografía
Alfredo Quenta Mendoza
Financiada por
Asociación Cerro Verde
© César Delgado Díaz del Olmo
Arequipa, Perú.
2013
Habla el Misticito
Mis queridos coritos y coritas, hoy me dirijo a
ustedes dándoles este nombre de origen que-
chua que antes se aplicaba en Arequipa a los
niños listos, como lo son todos ustedes. Aun-
que, de haber nacido no en el sur sino en el
norte, los llamarían churres, palabra que tiene
el mismo significado y origen. Se darán cuenta
por esto de la importancia que tiene el lugar en
que uno nace. No quiero presumir, pero ¿qué es
una ciudad sin sus cerros al frente, que obligue
a alzar la mirada a sus habitantes? Y qué mejor
si me tienen a mí, que soy lo máximo en cues-
tión de cumbres. Pero entiéndanme bien, que-
ridos coritos, no trato de fomentar en ustedes
vanas presunciones, que les echan en cara a los
arequipeños, sino de animarlos a tomar
6
en serio la cuestión de la
moral y los valores, que es lo
único que engrandece a los
individuos y a las personali-
dades colectivas que son las
ciudades.
7 7
que no puedo menos que mirar con desdén a los
cerros que me rodean.
8 8
9 9
Mario Polar*
El Puñal Vencedor
10 10
* Maestro, abogado, político y escritor arequipeño. 1912-1988.
inconsciente e inocentemente, a crear algo distinto al
mundo de los mayores, menos cargado de reglas, más rico
en fantasías y en sueños.
11
Así, a mi amigo Marotta lo forzaron a llenarse la boca de
barro, que estuvo escupiendo todo un día. Para defender-
nos y planear represalias formamos nuestra primera ban-
da; y mi hermano mayor, que siempre se las arregló para
gobernarnos en nombre de un tercero y desde un costa-
do, logró que nombrásemos jefe a Hermann, un antiguo
condiscípulo que se convirtió en un mito. Hermann fue
el abanderado de la Escuelita, el grande de la clase, el
que dirigía la marcha de las dos secciones al ritmo de las
castañuelas que madre Casilda utilizaba, no para danzar,
sino para ordenar y mandar.
12
su calvicie y la mía desaparecieron bajo matas de cabellos
juveniles y revueltos; y yo le conté para su sorpresa cómo
mi hermano, después de que él abandonara Arequipa, lo
convirtió primero en el jefe, después en el héroe y final-
mente en el mito.
13
motivo, en el jardín del Coronel, que era un militar re-
tirado y cascarrabias que asustaba al vecindario con sus
imprecaciones y su tremendo vozarrón cada vez que se
afectaban, aunque fuese tangencialmente, sus sagrados
intereses. No fue mi hermano mayor, sino mi prima An-
tonieta quien, para variar, asumió el mando. Ella tenía la
obligación de despertarnos todos los días a las tres o tres
y media de la mañana; y durante una semana cumplió su
cometido sin transigencia alguna.
14
solía entregarme cartas para Antonieta, que ella leía al
desgaire y me devolvía diciéndome: “Dile que es un ade-
fesioso”.
15
efectivos se concentró en los techos del vecindario, para-
petado detrás de cajones y canastas de mimbre, donde se
acumuló el parque de guerra.
16
A la hora pactada se inició la batalla y pronto nos dimos
cuenta de que nuestro parque era insuficiente y se agota-
ba rápidamente. A los “occidentales”, sin embargo, se les
acabó primero, lo que revelaba mayor previsión en nues-
tro bando. Nuestros adversarios, desde los techos, tenían
mayor posibilidad de alcanzar a nuestras vanguardias.
Nuestras balas, en cambio, especialmente las que partían
de atrás, estaban haciendo destrozos en los jardines “oc-
cidentales”. Las rosas, evidentemente, no estaban prepa-
radas para la guerra; y hasta las resistentes margaritas y
geranios sufrieron los efectos de la fiebre bélica.
17
oficiales entraron en juego los pepinos y las semillas de
papa, cuyo impacto era más doloroso.
18
de; y así adopté una determinación sin presumir que con
ella iba a dar fin a la batalla, inesperadamente. Como un
mono trepé por las ramas más altas del jacarandá; y en
un momento dado, entre los vivas y hurras de mis cama-
radas, salté sobre un techo adversario. Ignacio, un enemi-
go, me salió al encuentro. Y en ese momento se produjo
el drama. No acabábamos de trenzarnos en lucha sobre
el techo, cuando, como un resultado de los primeros for-
cejeos, un tiesto de flores se desbarrancó sobre el patio
interior de la casa del Coronel, con un ruido que me pare-
ció espantoso.
19
tivamente, también se ocultaron detrás de sus defensas;
y cesó el intercambio de pepinos. El Coronel, como un
Marte tonante, acabó con los guerreros sin que su voz de
trueno dejara de proferir amenazas: “Zamarros, malcria-
dos”.
20
do por mi hermano y sus amigos, que después llamaron
a los menores, según nos dijeron, porque necesitaban
“agentes de enlace”, aunque yo me sospecho que tam-
bién porque necesitaban subordinados. Presidía la banda,
como era de suponer, un muchacho ausente impuesto por
mi hermano, en cuyo nombre él gobernaba. Sin embargo,
actuaba estrechamente controlado por un cuerpo colegia-
do de chicos mayores que adoptaban decisiones “inapela-
bles”. La disciplina y el fiel cumplimiento de los acuerdos
era la base de la organización. Pero el secreto de sus
decisiones, el contenido esotérico de sus fórmulas, consti-
tuía, sin duda, su mayor atractivo.
21
Nuestra adhesión quedó definitivamente sellada cuan-
do nos enteramos de que, para preservar el secreto, era
indispensable hablar en clave. Y así nos enteramos de
que los objetivos femeninos eran designados con nom-
bres de barcos como Ebro, Oropesa, Orcoma, etc. Nuestra
primera labor fue informar a los grandes cada vez que
veíamos un barco en el horizonte serrano. Y con tal fin
recorríamos las calles en busca de información. Recuer-
do la emoción con que trasmití en un recreo mi primera
información secreta: “He visto al Ebro” —trasmití al cón-
clave. “¿Con quién?” —me preguntaron. Y respondí con
concreción militar: “Con su mamá y su tía. Anoche; en la
segunda cuadra de Mercaderes”.
22
años se convertiría en blasón, así son de mutables los cri-
terios humanos. Pero las monjas descubrieron las famosas
misivas y las destinatarias fueron severamente castigadas,
quizá porque se presumió que con su alegría y su franque-
za, ajenas a la discreción y modosidad que se les inculca-
ba, habían dado margen a que fueran escritas.
23
otros propósitos aún no revelados a los recién iniciados y
que llegaríamos a entender solo con los años. Y eso au-
mentó el misterio y el atractivo.
24
Tan pronto como en el vecindario aparecía un pariente,
un amigo o algún adulto sospechoso, el enlace hacía sonar
su pito y los demás, en sus respectivas esquinas, repetían
el anuncio. Entonces las ventanas se cerraban y el ena-
morado dejaba de pelar la pava para huir. En esta forma
el misterio se preservó durante un tiempo. Pero las cosas
se complicaron seriamente cuando descubrimos que otra
banda, la terrible Mano Negra, nos hacia la competencia y
rondaba por algunas de las mismas casas. Hubo eventuales
rozamientos y algunos desafíos a trompadas que lograron
materializarse detrás del canchón de Santa Marta.
25
accidentes no eran infrecuentes.
26
a una acequia regadora que cruzaba, con un sifón, lo que
con los años se llamaría avenida Tacna y Arica. El entu-
siasmo de La Mano Negra, que se preparaba para festejar
otro triunfo de su campeón, contrastaba con la preocu-
pación de El Puñal Vencedor, que no dudaba del valor de
Alberto pero sí de su eficacia, hasta entonces no probada.
27
berto volvió a derribarlo y nuevamente lo levantó en vilo
y lo volvió a arrojar a la acequia. Era ya tan evidente el
triunfo de Alberto, que el Guato se vio forzado a recono-
cerlo pidiendo la suspensión del duelo. Desde ese momen-
to los bonos de Alberto subieron a las nubes y el poder de
El Puñal Vencedor creció como la espuma. El temor a La
Mano Negra desapareció para siempre.
28
un tiempo y a reemplazarla con Santa Rita, un lindo barco
de la nueva hornada.
29
no de los que aparecieron por las calles adyacentes en los
días de las entrevistas pudo haber visto a mi hermano, ya
que todos los pitazos de advertencia fueron siempre opor-
tunos y acatados. Alguien reparó, entonces, en que por el
vecindario vivían las señoritas Peláez, unas devotas sol-
teronas “Hijas de María” y, por lo tanto presumiblemente
enemigas de los “adelantados”. Atribuirles la maternidad
de un chisme, a falta de otras maternidades, parecía
sensato. Por otro lado, ¿no es acaso característico de las
monjas sin hábito espiar por detrás de los visillos de sus
ventanas? Y ante la urgencia de acordar y aplicar sancio-
nes, la conjetura se convirtió en verdad para nuestras
mentes infantiles. Alguien se atrevió a terciar a favor de
las señoritas afirmando que no se las conocía como confi-
dentes de las monjas, ni figuraban en la lista negra; pero
con ese alegato solo se logró postergar, para otra ocasión,
el castigo que evidentemente merecía Madre Marie Al-
bert, superiora de los Sagrados Corazones.
30
banda era el de derribar el mayor número de vidrios con
un ataque concentrado y fulminante; y con esta finalidad
se estudió la operación sobre el terreno con el mayor cui-
dado y se escogió la hora más propicia, al anochecer.
31
a los desmanes de “los palomillas de pitos y cachas”, lo
que acreció nuestra conciencia de poder. Pero el nombre
de la banda y sus integrantes siguieron en el misterio.
El silencio hacia afuera fue la única norma que jamás se
violó.
32
sica sonrisa burlona: “Tú estás todavía muy niño. Ahora
hemos llegado a la etapa en la cual cada cual se agarra
con su uña”. Yo lo miré desconcertado. Pero el silencio de
los demás me reveló que El Puñal Vencedor había muerto.
33
Árbol sintáctico
úm
el
te
en
n
en
ico
ro n
m
momento t i ca
ese ma
úbl
tie
to
ig o p
se convir
ed
au
des
enem
y
s
oto
da
los Sagrados Corazones
de v
ara
ecl
ad
ed
id
ni
m
fu
a
r un
o po
ra
i Sujeto
p er
u
Predicado
s
re
jas de
ad
Complemento
m
m on
la
Nexo o Enlace
L as
34
Cancha de tenis
Orientales
Occidentales
35
Estructura narrativa
................................................................
Conflictos o
Presentación Desenlaces
problemas
.......................
....................... .......................
Personajes ....................... .......................
................... Tiempo
....................... .......................
....................... ....................... .......................
........................ ....................... ....................... .......................
.............. ....................... ....................... .......................
....................... ....................... .......................
....................... .......................
Escenarios .......................
................... ....................... .......................
....................... ....................... .......................
........................ .......................
..................
.........
36
37 37
Luis Pantigoso Martínez*
Héroe nato
38
* Profesor y escritor nacido en Cusco. 1909-1982. 38
cuentas al abusivo. Que este fuera grande o gordo, que
llevara “caucachos” o manoplas, nada lo intimidaba. Él se
valía de sus puños y su agilidad, que a veces no eran sufi-
cientes. Tomaba las derrotas con entereza, no lloraba ni
se quejaba ante nadie por más que saliera con chocolate
en la nariz, o con un ojo a la funerala. Sin lágrimas ni ren-
cor, se despedía del vencedor hasta la próxima ocasión.
39
gran mástil del cuartel Salaverry se había arrancado la
cuerda con que se sube la bandera, y no había manera de
izarla en el día de la patria. La tropa formada, en traje de
desfile, inútilmente contemplaba el asta de diez metros
de altura, que no podía soportar el peso de un soldado. El
oficial al mando quería que algún chico hiciera el trabajo,
pero todos miraban la altura y no se atrevían a realizar
esa prueba. Saliendo de entre el público, Toribio se pre-
sentó y resueltamente dijo:
—Venga la plata.
40
Bajó deslizándose con rapidez, posándose muy tranquilo
en el suelo. Saludó militarmente y a la carrera se fue don-
de su madre, a entregarle el dinero que había ganado con
su valentía.
41
—¿Qué te ha pasado, Mateo?
42
—¡Ah!, con que aquí hay gato encerrado, ¿eh? —concluyó
el director—. Te quedarás arrestado a la hora de salida
—sentenció a Mateo y dirigiéndose a Toribio, le ordenó—:
¡A tu clase!
43
En esos tiempos, la rudeza física no estaba reñida con
los fines de la escuela, que estaban orientados en primer
lugar a la formación moral. Toribio era un “¡gran hom-
bre!” para la maestra porque había demostrado que tenía
principios, importando menos sus modos brutales, que
eran los mismos de la escuela. Por esto para el director
contaba menos la rudeza del Zorrito que el chocolate de
Choquepuma. Pensaba seguramente que el soplamocos
que había recibido le serviría al culpable, ya que así le
quedaría arraigado en el cuerpo el recuerdo de su falta,
junto con el instantáneo castigo.
44
nos profesores. Echaron fuera a todos y “tomaron” el lo-
cal. Pedían algunos cambios en la enseñanza. Su propósito
era conseguirlos, o sucumbir en el intento.
45
con piedras. La guardia montada cargó contra la multitud,
que fue ahuyentada a sablazos y tiros, lo que dejó dos
personas muertas.
46
las tiendas cerradas. Soldados armados, transportados en
camiones y jeeps, recorrían las calles para cuidar el or-
den.
47
dos que la custodiaban. Entusiastas locutores empezaron
a propalar encendidos discursos, llamando al pueblo a
plegarse a la huelga general y a concurrir al gran mitin
de protesta que iba a realizarse esa tarde en la Plaza de
Armas.
48
—¿Dónde conseguimos fusiles?
49
colgando los cuadros voceaba a coro:
50
cocteles Molotov. Pero cuando se procedió a prepararlos
faltaba lo más necesario: la gasolina.
—Yo voy.
51
tiradores en sitios estratégicos de la ciudad.
52
miento que hacía por levantarse nuevas descargas de
fusilería lo abatían. Quiso arrastrarse hacia la vereda
opuesta, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Toribio es-
cuchaba conmovido sus gemidos lastimeros. El moribundo
llamaba a su madre, invocaba la protección de Dios.
53
al Hospital Goyeneche donde se le atendió de urgencia.
54
hablaba con el desconocido muerto en sus brazos, suplica-
ba que ya no dispararan.
55
El juego de el Toribio
Aunque Vargas Llosa dice que el español de sus paisanos es bastante aceptable, hay
algunos defectillos en el habla local que nos denuncian como arequipeñazos, como el uso
del artículo antes del nombre propio: el Toribio.
No debe apenarnos mucho hablar un idioma impuesto, ya que a los españoles también
se lo impusieron los conquistadores romanos hace mas de dos mil años, y el idioma de
los antiguos romanos vino de Asia arrasando igualmente con todo, así ni para qué angus-
tiarnos por no tener un idioma propio: americano, peruano o arequipeño. Vargas Llosa
también es ahora español, pero sigue siendo un poco arequipeño, porque ha nacido en
nuestra ciudad. De igual manera, si es español el idioma que hablamos (nos regimos por
las reglas gramaticales que da la Academia de la Lengua Española), con el toque local
que le hemos dado lo sentimos también como si fuera algo nuestro. Entre los ingredientes
que condimentan el habla local se encuentran muchas palabras nativas, y ciertas formas
de hablar propias del quechua, como el uso del “pue”.
Esta muletilla sí que es arequipeñaza, ya que nos denuncia, igual que el abuso del artícu-
lo antes del nombre propio: “El Toribio, pue”.
De todo esto podemos sacar dos tareas interesantes. El primero consiste en hacer un
mapa conceptual sobre el origen y las influencias del español arequipeño. El segundo, en
recopilar expresiones, propias y ajenas, en que se emplee el artículo antes del nombre
propio de personas. ¿Lo hacemos, “pué”? ¿O que lo haga el Toribio?
56
Tabla de hechos y opiniones
HECHO OPINIÓN
Trepar por el mástil para
poner la driza con que iza
la bandera.
La actitud de la profesora
y del director con respec-
to acto de Toribio.
57
Crítica del relato
...................................................................................
...................................................................................
...................................................................................
3. ¿Cómo calificarías este relato en las siguientes áreas?
Acción Malo Regular Bueno Muy bueno Excelente
Debilidades
58
59
Navega en el libro
Habla el Misticito..................................... 5
Mario Polar
El puñal vencedor..................................... 9
Luis Pantigoso Martínez
Héroe nato............................................ 37
60
61