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La felicidad repulsiva

de la familia M ( Tres condiciones se


requieren para ser feliz:
ser imbécil, ser egoísta,
(
Guillermo Martínez y gozar de buena salud.

Leo a Flaubert. Tres condiciones se la discreción y las dimensiones locales. Les potente, el cruce de pelotazos, y cuando me
requieren para ser feliz: ser imbécil, ser bastaban en realidad los límites todavía más asomé al final del camino de lajas, detrás
egoísta, y gozar de buena salud. De acuer- sobrios del club de tenis exclusivo donde se del alambrado, nítidos, magníficos, reales,
do, de acuerdo, pero aun así, y como cada jugaban los torneos de primera categoría. allí estaban. Entendí al verlos, mejor que
vez que alguien afirma, como un axioma, Porque la familia M era a primera vista, sí, con cualquier otro ejemplo, lo que me había
“la dicha perfecta no existe”, no puedo evi- una familia de tenistas. Yo había oído hablar explicado mi padre sobre los arquetipos
tar recordar la felicidad serena, extendida, por primera vez de ellos a los diez años, en platónicos. El viejo M jugaba con Freddy,
imperturbable, verdaderamente repulsiva, el modesto club de barrio de dos canchas el hijo mayor, en esa cancha algo separada
de la familia M. donde di contra un frontón mis primeros de las demás que –supe después– estaba
La precaución por omitir el apellido, lo raquetazos. Los vi por primera vez dos años reservada de lunes a viernes para ellos.
sé, es absurda, un pequeño pudor inútil, el después, cuando mi juego había progresado Eran, minuciosamente, perfectos. El golpe
uso de la anamorfosis, como me aconsejaba lo suficiente como para que mis padres, de derecha del viejo M resonaba como el
mi padre para atenuar mi vocación suicida en deliberaciones prolongadas y secretas, mandoble en la batalla de un rey menguan-
por la verdad, desde que la publicación de decidieran el gasto de asociarme al club te, embravecido y resuelto. Su revés era
uno de mis cuentos acabó para siempre de ellos. Con mi única raqueta y mis zapa- sibilante y astuto, siempre con slice, como
con las simpáticas reuniones de fin de año tillas demasiado raídas traspuse la arcada si fingiera una debilidad para atraer allí
en mi familia. En la ciudad donde nací ya imponente de la entrada y di un rodeo a la los golpes. Y cuanto más violentamente lo
todos saben de quiénes hablo y fuera de mansión inglesa de la sede social que ocul- atacaba su hijo sobre ese costado, más ra-
esta ciudad nadie los conocería, porque a taba las canchas. En el silencio de la tarde sante e insidiosamente baja volvía la pelota.
su reinado tenue y distraído le convenían empecé a escuchar, cada vez más vibrante y Eran altos, atléticos, iguales. De la misma

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especie. El viejo tenía un mechón blanco de la adolescencia, el cuerpo largo y espi- con el pelo mojado y peinado hacia atrás, se
en un pelo de color curioso, entre rubio y gado de su hermano. Y si el viejo M era la adelantó y dejó atrás a la pequeña comitiva
pelirrojo, con un tono caramelo. Parecían Sabiduría y probablemente la Astucia, y en una moto como una cabalgadura, alta y
vagamente extranjeros y al contar en voz alta si su hijo mayor era la Fuerza, Alex ya era rugiente.
los tantos el viejo pronunciaba las palabras en ciernes la Elegancia. Nunca había visto
en un castellano demasiado educado, con la hasta entonces alguien que se perfilara de Supe esa misma noche, durante la cena,
inflexión de un acento. Vistos uno junto al manera tan impecable, ni que se desplazara algo más de ellos. Cuando le conté a mi pa-
otro, en el cambio de lados, el hijo era quizá por la cancha con esa serena anticipación dre que los había visto jugar y le pregunté si
un poco más alto. Tenía un saque poderoso para golpear, como si estuviera posando los conocía, asintió de inmediato.
y un juego explosivo de ataque. Todo en él para un manual.
–Claro que los conozco: compraron
era de un ímpetu arrollador, vertiginoso, No era yo el único que los miraba. Desde hace unos años uno de los campos vecinos
temerario, una carrera permanente, a veces uno de los bancos frente a la cancha una al nuestro.
desbocada, por alcanzar la red. Su volea era mujer de aspecto reposado tejía un pulóver
temible y tenía una agilidad de gato, una cua- blanco y alzaba cada tanto los ojos con una Lo miré con incredulidad. En nuestro
lidad espectacular de acróbata, para cortar mirada entre risueña y maternal para seguir campo, muy apartado de la ciudad, nunca
los passing-shots hirientes de su padre. Cada las alternativas de un peloteo. En una de llovía, vivíamos de crédito en crédito, y
vez que volvía a su lugar para sacar se echaba las canchas de atrás cuatro chicas que no mi padre, fuera de la máquina de escribir,
hacia atrás en un gesto brusco un mechón llegaban a los doce años, todas muy pareci- se consideraba a sí mismo un campesino
que le caía sobre la frente y resoplaba con el das entre sí, reían y ensayaban un partido arruinado que salía a la terraza a otear sin
pie junto a la línea como un corredor a duras de dobles. Cuando el viejo M salió de la esperanzas el cielo, leía a Hegel y a Marx y
penas contenido. Apenas los vi supe, con esa cancha la mujer del banco se incorporó y el redactaba, también sin esperanzas, el pro-
desazón de lo verdadero y lo irreparable, que viejo la rodeó con un brazo mientras ella le grama de reforma agraria de un partido
nunca llegaría a jugar como ellos. mostraba el avance del pulóver. Dieron un comunista. Pero cómo era posible entonces,
grito alegre de aviso hacia el sector de atrás, pregunté, que los M tuvieran esa cantidad
Era un set de entrenamiento y cuando
y las hijas guardaron las raquetas en sus de raquetas, esas motos y autos.
terminaron Freddy se fue hacia los vestua-
rios y el viejo M llamó a la cancha a su hijo fundas y se unieron obedientemente al gru- –Y una casa inmensa en el barrio Palihue
menor, Alex. Lo vi pasar junto a mí, con un po familiar. El viejo M subió con Alex a una –agregó mi madre.
flequillo del mismo tono caramelo que su camioneta y las chicas siguieron a la madre –¿No estudiaste acaso en la escuela
padre y con un bolso alargado, por el que en un segundo auto grande y reluciente, de la división de las pampas? –me preguntó
asomaban los cabos de cuatro raquetas. Era una marca importada que yo nunca había mi padre–. La línea divisoria de la Pampa
quizá apenas un año mayor que yo, pero ya visto. Freddy, que había salido del vestuario húmeda pasa justo por el alambre de púas
se veía despuntar en él, con la irrupción entre nuestros campos.
Como siempre, me costaba saber si húmeda; el campo nuestro: Algarrobo, el Mi abuela rió con un cloqueo y se
mi padre hablaba en serio, pero me dio primero de la Pampa seca. agitaron los pliegues del cuello y sus mejillas
permiso para levantarme de la mesa y traer –Seca, estreñida –dijo mi abuela en un blandas.
el Manual del Alumno Bonaerense. rapto analógico, mientras se rascaba filosó- –Tu padre, siempre el mismo. Yo lo único
–Aquí está –dijo mi padre, casi orgullo- ficamente su codo con psoriasis. que quería es que fueran felices.
so de su mala suerte–; el campo de ellos: –Así es, doña: setenta hectáreas y nin- –¡Felices! ¡Nada menos! –exclamó mi
Montes de Oca, el último de la Pampa guna flor. Y usted que pensó que tendría un padre y mi abuela volvió a reír, con sus ojos
yerno potentado. como grandes charcos azules, como si le
hubieran hecho cosquillas en la papada.
–La felicidad completa posiblemente
no existe, pero que alguna vez no vuelquen
la sopa ayudaría bastante –dijo mi madre,
mientras extendía su servilleta para prote-
ger el mantel debajo de mi plato.
–¿Por qué no existe? –protesté yo–. Yo
creo que sí existe: a los M se los veía muy
felices.
–La felicidad es como el arco iris, no se ve
nunca sobre la casa propia, sino sólo sobre
la ajena –dijo mi abuela.
–¡Doña! –dijo mi padre, admirado–: no
sabía que también era poeta.
–Es un antiguo proverbio idish –dijo
modestamente mi abuela.

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–La felicidad perfecta no existe –dijo mi de la familia M. Los estudié primero en su te- y se abrazaron junto a la red, a la espera de
madre–; y los M también tendrán sus cosas, rritorio: pegado al alambrado los seguí en los que los fotografiaran, como si fuera parte de
como todas las familias. entrenamientos y luego en los partidos del un ritual sonriente que repetían, ya sin tanta
–Yo creo que sí puede existir una familia torneo Mayor, que empezaba a disputarse. sorpresa ni efusión, desde hacía años.
completamente feliz. No la nuestra –dijo Los espiaba tan de cerca como me era posi- Empecé a prestar atención, en una
mi hermana con resignación–, pero otra, ble. Los vi desnudos en el vestuario bajo la segunda ampliación del círculo, a cualquier
en algún lado. ducha, enjabonándose con despreocupación noticia que me llegara de ellos sobre sus
–Sí, como los habitantes de otros plane- y cruzando bromas con otros de los mejores vidas fuera de las canchas. No me defrau-
tas –dijo mi padre–: tan lejos que nunca los tenistas de la ciudad, como si no tuvieran daron. Supe que los dos varones iban al
conoceremos. nada que ocultar. Trataba de escuchar cada colegio Don Bosco y las cuatro chicas a La
Mi hermano mayor empezó a temblar conversación y de sorprender en un descuido Inmaculada. Freddy y Alex eran excelentes
y vimos vibrar la punta de su tenedor, dete- un gesto de mal modo, de enojo reprimido, alumnos, aunque no tanto como para que
nido en alto, como si estuviera por estallar el menor signo de una desaveniencia, algún les impidiera estar a la vez entre los más
en una crisis de llanto. Era la primera vez, rencor o celos entre los hermanos. Supongo “populares”: con su barra ruidosa de amigos
desde su regreso de la clínica, que intentaba que mi presencia les empezó a resultar fa- atronaban la Avenida Alem el sábado por la
comer con nosotros. Mi padre le hizo una miliar: me saludaban brevemente y el viejo noche en los autos de sus padres. Juntos,
seña a mi madre para que le diera su pasti- M cada tanto me sonreía, divertido con mi además, los hermanos eran imbatibles en
lla y lo vimos retirarse de la mesa hacia su persistencia, quizá porque creía que yo el equipo de tenis de los Intercolegiales y
cuarto, arrastrando las pantuflas, como un sólo trataba de copiar algún golpe. Cuando tuvieron, en una sucesión fulgurante, sus
fantasma derrotado. Yo insistí, para quebrar Freddy y el viejo M llegaron, como todos primeras novias lindísimas de otras familias
el silencio. anticipaban, a la final del torneo, me senté también intachables. Cada tanto, a la noche,
–¿Pero de verdad papá pensás que no desde muy temprano en las primeras gradas. veía al padre por el Paseo de las Estatuas;
puede haber alguien totalmente feliz? Esperaba que un pique cerca de la línea, o caminaba del brazo con su mujer, con la
Mi padre pareció dudar, trató de reco- un saque demasiado rápido, fuera de la vista pacífica laxitud de dos antiguos enamorados
brar su tono irónico de siempre y me apuntó del umpire, pudiera encender un brote de y a veces, cuando me cruzaba con ellos, la
con un dedo. discordia, un reproche, una pequeña mez- madre inclinaba hacia mí la cabeza con una
–Si quieres ser feliz como tú dices… no quindad. Pero en cada pelota dudosa, como sonrisa plácida, educada, insospechable,
analices, muchacho, no analices. si se tratara sólo de otro entrenamiento, los como si quisiera decirme “Sí, somos felices,
dos se apresuraban a pedir que se repitiera el absolutamente felices, podés mirar tan de
Desde ese mismo día me propuse vigi- tanto. Lucharon ferozmente punto por pun- cerca como quieras: no hay fallas”.
lar, como si fuera una nueva especie, frágil y to, pero sin tirar la raqueta ni gritar una sola Cuando llegaba el verano, el reinado
extraña, descubierta sólo por mí, la felicidad vez. El viejo se quedó finalmente con la copa sigiloso de la familia M se trasladaba al
balneario de Monte Hermoso, con buena cias engañan? Ya quisiera ver cómo son los el brazo y su pañuelo de colores anudado
parte de la ciudad. Supe que tenían una gran M puertas adentro. al cuello.
casa frente al mar y, aunque no había allí –Eso no es tan difícil –dijo mi padre–. –Tenemos aquí una discusión –dijo mi
campeonato de tenis, el padre y los dos hijos Después de todo tenemos a nuestro correo padre– en la que sólo usted puede ayudar-
eran el equipo invariablemente campeón en secreto del Zar, la fámula ubiqua: Miguela nos.
los torneos de voley de playa. Regresaban a puede contarnos todo. –Sí señor, con mucho gusto en lo que
fines de febrero, bronceados, alegres, todavía Miguela era la posesión más preciada de pueda.
más felices, si eso fuera posible, impacientes mi madre: de rasgos araucanos, silenciosa, Miguela tenía una admiración reveren-
por volver a las canchas y empezar la nueva infatigable, limpiaba en nuestra casa tres cial por mi padre y no se animaba a embestir
temporada. veces por semana. Mi madre, que la había con su plumero en el fabuloso desorden de
descubierto primero, recién llegada de carpetas y libros de su biblioteca.
Pasaron tres o cuatro años. Mi hermano su provincia, sufría en silencio por no –Sabemos que empezó a trabajar desde
mayor intentó suicidarse por segunda vez. poder contratarla también los demás días hace un tiempo en casa de la familia M. Sin
Mi hermana cumplió dieciseis y quedó y vivía en la perpetua zozobra de que otra pedirle ninguna infidencia: ¿diría usted que
embarazada. En reuniones tensas y crispadas familia pudiera arrebatársela. Yo, que creía es una familia feliz?
con la otra parte llegó a circular, como saberlo todo sobre los M, ni siquiera me Miguela lo miró, algo sorprendida.
un escalofrío, la palabra que empieza con había enterado de que también ellos, desde –Sí señor, muy felices se los ve.
A. Pero las aguas bajaron y empezaron a hacía un tiempo, se la disputaban. Todo un –Ahora queremos que se detenga a
discutirse finalmente las condiciones de un mundo se abría de pronto, una conexión pensarlo un poco más: se los ve felices sí,
casamiento pactado. insospechada a lo más íntimo de la familia ¿pero diría usted que son verdaderamente
–El casamiento no es nada, la ollita es la M: la suciedad de los recovecos, el tesoro de felices?
condenada –dijo mi abuela por lo bajo. indicios del tacho de la basura, los signos –Felices sin una nube, felices sin un
Mi hermana rompió a llorar y se retiró reveladores del cambio de sábanas. Miguela dolor –entonó distraída mi abuela.
de la mesa. lo había visto y oído todo y traía quizá ahora Miguela trató de ponerse a la altura del
–Al fin y al cabo no es la primera ni será mismo, en la suela de las alpargatas, algo modo grave que había adoptado mi padre y
la última –dijo mi madre, casi desafiante–. Y de tierra del jardín con pileta de natación del silencio que se había hecho a la espera
en todas las familias se cuecen habas… de los M. de su respuesta.
–En todas las familias no –observé yo–. Era uno de los días en que se quedaba –Hasta donde yo puedo ver, sí señor:
No creo que las chicas M… hasta tarde: todavía estaba en su cuartito felices de verdad.
–Y dale con la familia M –bufó mi madre cambiándose la ropa. Mi madre la llamó y –Pero me va a decir Miguela, que nunca
irritada–. ¿No sabés acaso que las aparien- Miguela compareció con la cartera ya bajo los oyó discutir, que nunca vio una pelea, o

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alguien que llorara… –intervino mi madre
con incredulidad.
Miguela giró la cabeza hacia ella por
un instante.
–No, señora, nunca. Entre ellos jamás.
–Entre ellos… ¿qué quiere decir? –re-
tomó el interrogatorio mi padre–. ¿Acaso
entre ellos no, pero con usted sí tuvieron
un maltrato?
–No señor, maltrato nunca –dijo Miguela
alarmada–. Pero uno de los primeros días
vi que el señor podía enojarse. Creyó que
había desaparecido un pote de pomada del
botiquín. Pero era sólo que al limpiar yo lo
había cambiado de lugar.
–Y entonces –dijo mi padre, desconcer-
tado–, ¿la retó por esto?
–No, solamente me dijo que no tocara
nunca más ese pote. Pero parecía enojado.
–¿Y qué clase de pomada era? –dijo mi
padre.
–No sé, señor –dijo Miguela–: una
pomada blanca. Me dijeron que no tocara y
yo no volví a tocar nunca más.
–En definitiva –dijo mi padre–, lo más
cercano a la infelicidad que vio en casa de
los M fue un rapto de malhumor por un
pote cambiado de lugar.
Miguela asintió con la cabeza, algo donde se precipitó a una agonía aterrada. Su en la universidad local (ambos eligieron
avergonzada, como si sintiera que había cama estaba en un cuartito vecino al nuestro Agronomía). No era sólo que en la vasta
decepcionado a mis padres. y mi hermano y yo oímos por largas noches dispersión de Buenos Aires perderían el halo
–Habrá que darle entonces la razón a mi el jadeo y los estertores de su respiración, la de príncipes. O que ya no ganarían torneos.
hijo –dijo mi padre–. Quizá nos fue dado vida que poco a poco la dejaba. Una noche Era ante todo, intuía yo, que esa familia no
conocer en esta vida a la más rara avis: una me desperté y vi que mi hermano no estaba podía separarse, que ellos eran, en el fondo,
familia feliz. durmiendo a mi lado. Lo encontré en la todos uno, un clan misteriosamente unido
–Disimulan –dijo mi madre sin dar el puerta del cuartito, con los ojos fijos en la y sellado, por algo que una y otra vez se me
brazo a torcer–; delante de los demás disi- boca abierta de mi abuela, por donde salía escapaba.
mulan. Pero ya quisiera verlos a solas… algo aquel gorgoteo entrecortado. Fui a buscarle En mi nueva vida los olvidé al principio
deben tener. su pastilla y lo llevé otra vez como un sonám- casi todo el tiempo. Sólo de tanto en tanto
bulo de regreso a su cama. Cuando mi abuela un comentario al pasar en alguna carta de mi
Ese año Freddy le ganó por primera por fin murió me tocó en el entierro sujetar familia los volvía a traer, como un eco lejano
vez al viejo M en la final del torneo Mayor, una de las manijas del ataúd. Después de de algo que me había importado alguna vez
en un tercer set memorable que se exten- que la dejamos al borde del foso y mientras y que ahora se empequeñecía con el tiempo
dió a un 13-11. Todos nos preguntábamos los demás se repartían en los autos quise y la distancia. Mi hermana, por ejemplo, no
si había empezado la declinación, si el rey quedarme solo en el cementerio. Recorrí las se olvidaba de consignar cuál de ellos ganaba
habría muerto, pero al año siguiente el Viejo lápidas y las calles abrumadas de cruces sin el Torneo Mayor cada año: la alternancia
volvió por sus fueros y le dio una paliza en encontrar ninguna que tuviera el apellido M. entre la Sabiduría, la Fuerza y la Elegancia
dos sets. A su vez, Alex se convirtió en la A mi regreso le pregunté a mi padre si no le se mantenía imperturbable, como si nuestra
nueva revelación y llegó por primera vez a parecía esto intrigante. ciudad no pudiera dar un tenista que pudiera
los torneos de primera categoría. Mi juego, –Es que los M no tienen familia aquí derrotarlos. En el último año de mi carrera
en cambio, se había estancado, pero no había –dijo–, habrán llegado a la ciudad hace no me enteré de que el Viejo había ganado otra
dejado de ir al club y de prestar atención a las más de diez años... ¿Pero miraste acaso las vez la final. ¿Pero cuántos años tiene ya?,
noticias que cada tanto escuchaba de los M, tumbas una por una? –me preguntó algo le escribí a mi hermana, ¿no debería estar
como un reflejo que con el paso del tiempo alarmado, como si el que empezara a pre- hecho una ruina?
se hubiera hecho automático. Las chicas M ocuparle fuera yo. Lo vi hace poco por la calle, me contestó
fueron cumpliendo a su tiempo los quince ella, y está exactamente igual: sólo con el
años, con fiestas que aparecían anunciadas Cuando terminé el secundario me fui a pelo un poco más blanco. El que está cada
en la sección sociales del diario. Mi abuela estudiar a Buenos Aires. No me extrañó que vez peor es papá. Apenas puede respirar
se quebró la cadera en una caída y mi madre tanto Freddy, como después Alex, hubieran por el enfisema. Ahora tiene que dormir
la trasladó definitivamente a nuestra casa, preferido quedarse en la ciudad y estudiar sentado. Y del resto, mejor ni hablar.

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En las pocas veces que volví a la ciudad deramente pensaba de la familia M. En su pongo, dejará a su novia. Creo que planean
durante esos años no me decidí a ir hasta el carta siguiente me dijo que la había hecho viajar por el mundo un tiempo. O quizá no
club y ver. Creo que temía tanto que ver- reír y me preguntó si era el argumento de un quieren decir adónde irán. Todo es muy
daderamente estuvieran iguales, como que nuevo cuento. El tiempo pasa para todos, misterioso. Capaz que vos tenías razón
hubieran cambiado, que algo en la superfi- y también pasará para ellos. Es la única y alguien más empezaba a darse cuenta.
cie brillante y pulida sutilmente se hubiera ley pareja de la vida. Freddy debe estar Sea como sea, nos jodieron: ahora ya no
agrietado y ahora pudiera descubrirlo. por cumplir treinta. Ya hizo también su sabremos nunca.
master, tiene un buen trabajo y una novia
Al terminar la licenciatura me fui a que es la que más le duró de todas: ahora Pasaron algunos años más. ¿Cuántos?
Inglaterra con una beca para estudiar Lite- le toca casarse y echar pancita. Pero en Los suficientes como para que las cartas de
raturas Comparadas. Al cabo del segundo todo caso, será fácil saber: sólo hay que mi hermana, con su letra redonda y consola-
año pedí una renovación por tres años más dejar que pasen los años. Yo voy a estar dora, se convirtieran en mensajes de e-mail,
para terminar un doctorado. En mi quinto acá vigilando: ya te contaré. cada vez más cortos, como si le avergonzara
año allá recibí una carta de mi hermana, En mi respuesta no me animé a in- tener sólo malas noticias. Habían iniciado
con los lamentos habituales. Mi padre había sistir: todavía recordaba la cara alarmada un juicio contra la gente de arriba, que se
puesto en venta el campo y habían decidido de mi padre cuando le había hablado de arrastraba en los tribunales sin avanzar un
internar otra vez a mi hermano. Se habían las tumbas. Tampoco me animé a decirle paso. En represalia, la mujer de la planta
mudado nuevos dueños a la planta alta. que había dejado de escribir, y que me alta dejaba durante horas abierta la canilla
Tenían perros, pero no los sacaban a pasear. estaba convirtiendo insensiblemente, de de la terraza, con una manguera sobre la
Orinaban directamente en la terraza y por monografía en congreso, en aquello de lo grieta, y el agua ya caía ahora en cascadas
una filtración de las junturas el pis se escu- que me había reído tantas veces: un ratón dentro de nuestra casa. Mi hermana sospe-
rría desde las vigas del techo a las paredes de biblioteca, un scholar, un profesor de chaba que la mujer también orinaba junto
de nuestra casa. Así que ahora estamos literatura. con sus perros en la rejilla. Y algo más que
meados por los perros estricto sensus, como Unos seis meses después, en otra de no puedo contarte porque no me creerías.
dice papá. En la posdata decía: Adiviná qué. sus cartas, mi hermana me dio la gran no- En otro e-mail le pregunté por los daños en
El Viejo M volvió a ganar el Torneo Mayor ticia: los M dejaban la ciudad. El Viejo ya la casa. Hay hongos en todas las paredes
este año. ¿No es increíble? Me lo crucé el había vendido el campo, en una fortuna. y estamos aterrados de que el techo se nos
otro día. Tiene ahora el pelo totalmente Se lo ofreció primero a papá, ni siquiera caiga encima. Papá y mamá tuvieron que
blanco, pero fuera de eso está idéntico. estaba enterado de que nos deshicimos de mudarse al que era tu cuarto, el único al que
Le escribí entonces, y era la primera vez todo. Nadie sabe demasiado, sólo que se no llega el agua. La humedad literalmente
que se lo confiaba a alguien, lo que verda- va la familia entera. Así que Freddy, su- está matando a papá. Cada vez está peor
de su enfisema. En fin, la ruina de la casa con una seña, los tres me estrecharon la la cama. En mensajes lacónicos mi hermana
Usher. mano para felicitarme y decirme que estaban me daba los partes del deterioro progresivo,
A fin de ese año viajé a Canadá, para encantados de que fuera a pudrirme junto de su descenso a los pañales, a las escaras, a
presentarme a un cargo de profesor, en una con ellos en esa ciudad perdida, sepultada la demencia senil, del tragicómico desfile de
universidad pequeña que prometía tenure por la nieve, y de compartir conmigo la alta enfermeras, del goteo silencioso del último
a corto plazo. En el aeropuerto de Quebec, tarea de enseñarles literatura a las legiones dinero familiar. Me había pedido que no vol-
mientras esperaba para hacer la conexión, de bestias de caras atontadas por la cerveza y viera a verlas. No nos reconocerías, y tam-
escuché mi nombre por los altoparlantes. deditos siempre ocupados en el celular, que poco a la casa. ¿Para qué vas a volver?
Pensé que había un problema con la reserva, nuestra institución no dejaría de servirme Cuando llegó el invierno viajé a un con-
pero cuando me acerqué al mostrador el puntualmente semestre a semestre, por el greso en Jacksonville, en la parte más cálida
empleado me extendió un teléfono. Del otro resto de mi vida. Les agradecí como pude de Florida, donde me había inscripto sólo
lado del mundo escuché la voz de mi herma- y cuando me preguntaron si había algo que para escapar de las primeras nevadas. Tuve
na, en un tono desconocido, estrangulado yo pudiera extrañar, no se me cruzó, curio- durante mi exposición un vahído súbito,
por el llanto: había muerto mi padre. Puedo samente, el Londres que estaba por aban- como si de pronto me hubiera quedado sin
suspender esto, le dije, y tomar el primer donar, sino un recuerdo mucho más lejano, respiración y la próxima bocanada se me
avión que encuentre. Igual, no llegarías y les dije que me gustaría volver a jugar al negara una y otra vez. Logré aferrarme al
para el entierro, dijo mi hermana. Seguí mi tenis. Se miraron entre sí, sonrientes, y me pizarrón, pero no pude evitar caer desplo-
viaje y cuatro horas después, delante de tres contestaron que la temporada de deportes al mado. Me desperté en un hospital cercano al
profesores de caras impasibles, me escuché aire libre era muy corta, salvo el de sacar con campus, donde estuve en observación varias
hablar sobre Borges y la literatura inglesa pala la nieve de los porches, y que quizá yo horas. Me hicieron pasar finalmente a una
con una seguridad sin fallas y recité largas debiera pensar en cambiarme al squash. salita donde un médico extendió frente a
citas de memoria, como si fuera un prodigio una lámpara mi radiografía de tórax, me
mecánico que todavía pudiera funcionar con Pasaron todavía más años. ¿Cuántos? mostró la perforación del pulmón, como
las piezas rotas. Y dos horas más tarde estaba Los suficientes como para que mi propio una quemadura, y me dio su dictamen, que
cenando con ellos en un restaurante mexi- pelo se volviera totalmente blanco y para ya presentía: la herencia más temida de mi
cano –elegido, supuse, como un gesto entre que un día me encontrara frente al espejo padre.
condescendiente y cordial por la resonancia del baño con un diente caído y a medias Salí con el gran sobre de la radiografía
latina de mi apellido– para la parte más pulverizado en la mano, mirando el agujero bajo el brazo y tuve que mentirles un poco
importante de la prueba: la conversación negro de la encía, como un pozo abrupto y a los dos colegas que me esperaban afuera
en la mesa, los modales durante la comida, vertiginoso. Apenas me llegaban ahora no- para que me dejaran caminar solo de regreso
el test de la carta de vinos. Cuando llegó el ticias de mi familia. Desde la muerte de mi al hotel. Era una tarde quieta y pacífica, sin
café, como si se hubieran puesto de acuerdo padre, mi madre había decidido no salir de una brisa, con un sol amable entre los árbo-

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les. En el boulevard por donde avanzaba, yo
era la única persona a pie y sólo me cruzaba
cada tanto con estudiantes en bicicleta. Al
doblar por una de las calles que indicaba
el mapita del congreso escuché de pronto,
vibrante, inconfundible, el sonido de un
partido de tenis lejano. Dejé que el ruido
de pelotazos me guiara y entré a un club
casi escondido entre ligustros. Cuando me
asomé al final del camino de lajas, detrás
del alambrado, nítidos, magníficos, reales,
allí estaban. ¿Eran ellos? Mi vista ya no era
tan buena como antes, pero sabía que sí. El
Viejo M jugaba con Freddy y su golpe de
derecha resonaba como el mandoble en la
batalla de un rey. Su pelo, enteramente de
color caramelo, no necesitaba todavía del
lento disimulo de la pomada blanca. En un
banco junto a la cancha una mujer tejía a la
sombra y cada tanto alzaba la mirada para
seguir las alternativas de un peloteo. ¿Era
ella? Me acerqué un poco más, y al escuchar
el ruido de mis pasos se dio vuelta hacia mí,
con una mirada amable y algo intrigada.
No había en esa mirada ni la menor señal
de reconocimiento. Pero ¿cómo hubiera
podido reconocerme? Di un paso más y algo
en su expresión se retrajo, como una señal
de alarma, quizá por la fijeza con que yo la
miraba. Me detuve, para tranquilizarla.
–Sólo quiero saber –dije– si son verda-
deramente felices.
Se lo había dicho, sin pensar, en cas- El Viejo asintió, me miró por última vez y
tellano, y ella hizo un gesto de incompren- volvió a la línea de saque. Y yo también me
sión. di vuelta y sin mirar atrás caminé de regreso
–Perdone: no hablo español –dijo con por el camino de lajas, hacia este poco que
gran esfuerzo, como si tratara de recordar me queda de vida.
palabra por palabra una lección olvidada.
Por supuesto, pensé. Por supuesto.
Debían perder el idioma en cada migra-
ción. Debían olvidarlo todo de cada vida
anterior.
–Sólo quiero saber –repetí en inglés– si
son felices. Felices.
La mujer abrió los ojos, como si hubiera
por fin comprendido y estuviera agradecida
por mi preocupación. Quizá me confundió Guillermo Martínez
con un empleado de la ciudad que se ocu- es un caso extraño en la literatura. Este argen-
paba de censar extranjeros, o dar la bien- tino de apariencia tímida une a una singular in-
venida a los recién llegados. Me pregunté teligencia y una ironía chispeante, provenientes
cuántas otras mudanzas habrían tenido en del rigor de su doble formación como literato y
matemático, una prosa exquisita y desbordante
esos años.
en cada una de sus obras tanto literarias como
–Claro que sí –me dijo, con una gran ensayísticas. Lo avalan sus libros de artículos y
sonrisa y un leve acento que no reconocí–: ensayos, un magistral libro de cuentos que ha
perfectamente felices. recibido el aplauso unánime de la crítica, y sus
El peloteo en la cancha se había inte- cuatro novelas (Acerca de Roderer, la mujer del
maestro, Crímenes imperceptibles y La lenta
rrumpido y vi que el Viejo se acercaba al
muerte de Luciana B.) que en un crescendo te-
alambrado y me miraba por un momento. mático y cualitativo le han granjeado un lugar so-
Me di cuenta, con un estremecimiento, de bresaliente en la literatura en lengua castellana.
que era ahora mucho más joven que yo. Ella Con estudios de doctorado y postdoctorado en
le dijo una frase rápida por lo bajo para tran- matemáticas, en Buenos Aires y Oxford, ha sido
becario de esta última y de los programas de In-
quilizarlo, en un idioma de palabras cortas
ternational Writing Program, de la Universidad
y sonoras que yo nunca había escuchado, de Iowa, del Banff Centre for the Arts, y de las
quizá el verdadero idioma de la especie. fundaciones MacDowell y Civitella Ranieri.

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