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LOS SICÓPATAS Y EL PROBLEMA DE LA CONFIANZA (ENERO DE 1983)

REVISTA ANÁLISIS
Sea cual fuere el fallo que dicte el ministro Julio Torres Allú en el caso de “los sicópatas”,
es evidente que el asunto no va a terminar allí. No solo por las evidentes instancias
superiores del proceso – Cortes de Apelaciones y Suprema- sino porque el caso mismo
no parece, ni con mucho, realmente aclarado.
De acuerdo a una definición tradicional de Justicia, esta consistiría en “dar a cada uno lo
que corresponde, reparando los abusos y atropellos que se hayan cometido”. Sin
embargo, de acuerdo a la opinión de destacados juristas, la clave del problema es mucho
más profunda. Sostienen que el “quid” del asunto es la seguridad que un sistema jurídico
le ofrece a la sociedad. En otras palabras, todo reside en la confianza que una comunidad
tiene en que sus derechos sean protegidos y que, en definitiva, el temor a la injusticia o la
arbitrariedad no forme parte de su personal paquete de preocupaciones.
A parte de su notable capacidad de volcamiento, el caso “sicópatas” es un verdadero reto
a la memoria. Bien dicen en los pasillos de los Tribunales que, “cuando un proceso pasa
de las mil fojas, ya nada resulta predecible, especialmente si el caso tiene alguna arista
política”. Sin embargo, vale la pena ejercitar los recuerdos.
Luego que el pasado Festival de Viña se vio amenazado por la presencia tenebrosa del
“sicópata”, estalló la noticia desde el cuartel de Investigaciones de Chile. Su director
General, Fernando Paredes anunció “urbi et orbi” que todo estaba resuelto con una
seguridad del 99 por ciento. El “sicópata” era uno, al menos por el momento. Industrial,
director del banco y miembro importante de la sociedad de la ciudad jardín: Luis Eugenio
Gubler Díaz.
EJERCITAR LA MEMORIA
Luego de unos días de intenso ajetreo periodístico en torno al inculpado y su familia,
apareció en escena Carabineros de Chile. Su brigada especial, OS-7, daba un rotundo
mentís a la policía civil y entregaba a los, según su posición, verdaderos culpables: los
carabineros Jorge Sagredo y Carlos Alberto Topp. También, por esos días, irrumpió el
presidente de la Corte Suprema, quién por cadena de televisión las emprendió contra la
prensa por su forma de tratar el caso y, especialmente, al inculpado Gubler. Por esa
época se enfermó la ministro en visita Dinora Cammeratti, que hasta ese momento
investigaba el caso, y fue reemplazada por Torres Allú.
Y pasó todo 1982, con una gran nebulosa en torno al proceso. Testigos que se
contradecían, nombres que se mencionaban y se negaban, diligencias pedidas por los
abogados querellantes que no se aceptaban. Entre ellas la reconstitución de algunos de
los asesinatos, particularmente el del puente Capuchinos, que el Ministro Torres Allú
siempre rechazó con el apoyo de la Corte de Apelaciones de Valparaíso – teorías
disímiles respecto a los móviles de los asesinatos. En suma, nada claro. Incluso, el
abogado defensor del cabo Sagredo acusó a varios de sus colegas que intervinieron en
el caso, de algún tipo no precisado de “concertación política”. Mientras tanto, el comisario
Nelson Lillo, quién llevó la investigación que concluyó con los cargos en contra de Gubler
y que fue dado de baja, ratificó su informe condenatorio en dos oportunidades, en que fue
citado a declarar por el Ministro Torres Allú.
En ese estado de cosas se mantenía la situación cuando el cabo Sagredo provoca un
nuevo “vuelco espectacular”. Pidió declarar por segunda vez y prometió que “esta vez diré
toda la verdad”. Su abogado afirmó que el ex carabinero estaba loco y que no le creía.
La nueva declaración de Sagredo habla de un grupo, reclutado por Gubler y un
amigo de este de apellido Andraca. Afirma que Gubler les señalaba a quién matar y
les pagaba una vez que se consumaba el asesinato. Por ejemplo, de acuerdo a la
versión de la revista Qué Pasa del 9 al 15 de diciembre, el relato de Sagredo que
describe el crimen de Capuchinos es el siguiente:
La pareja que fue muerta, cuando yo llegué a la playa se encontraba con otro individuo,
quién, al parecer los había llevado engañados a dicho lugar, y les daba licor y galletas. En
el lugar, que era una roca de la playa, se encontraba esta pareja, con un solo individuo. Al
parecer, los llevó con engaño debajo del puente, pero vi que en el lugar había cuatro
mochileros, por lo que les pedí su carnet de identidad. Uno solo de ellos lo portaba y los
hice correr del lugar, hacia el hotel Miramar. Posteriormente, fui a hablar con Gubler, que
se encontraba en una de las terrazas, y le manifesté que yo no podía hacer el trabajo,
pues me habían visto los mochileros. Entonces Gubler me dijo que no lo hiciera, entonces
vi que llegaba otro individuo que nunca había visto hasta entonces. Se bajó a la arena y
se fue detrás de la pareja, acompañado de otro sujeto con quien conversaban.
Posteriormente sentí dos balazos, y vi que los dos individuos que se habían dirigido con la
pareja debajo del puente, abandonaron el lugar en un jeep que estaba en el puente
Capuchinos.
Ignoro cuál fue el individuo que disparó pues yo solo sentí los balazos. En este homicidio
no se ocupó mi revólver. Además debo hacer presente que mientras di vuelta por el
balneario, vi en todo momento un automóvil estacionado, color negro, un auto viejo que sé
pertenece a la CNI. Que pertenece a un cuartel camuflado que existe en Aguasanta
arriba.
No sé qué intervención pueden haber tenido los ocupantes de este auto en los hechos. Lo
único que puedo decir es que, mientras andaba por los alrededores, era observado por
los ocupantes del automóvil, lo que me puso muy nervioso. Por este hecho, y como yo no
intervine, Gubler no me dio dinero.
La misma confesión involucra, y con participación activa en la comisión de los hechos a
Gubler en los asesinatos del Olivar y Las Salinas. Además de que el informe del comisario
Lillo sostiene que, en al menos tres de los crímenes, se utilizó un revólver de propiedad
del mismo Gubler. Si a eso se agregan las amenazas de muerte que han recibido varios
de los abogados querellantes, en especial la profesional Laura Soto, se configura un
cuadro que, con razón, ha dejado una sensación de enorme dudad en la opinión pública.
Por el momento siguen siendo Sagredo y Topp los únicos responsables oficiales. De
acuerdo a la investigación del ministro Torres, al menos en lo que de ella se conoce, todo
se terminaría en los dos ex carabineros. Las que no se han agotado, según los abogados
y gran parte de la prensa, son las preguntas sin respuestas.

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