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Juan Quijada Flores

Primer asesinato
Viña, una ciudad tranquila en el centro y en las partes marginales, como en todo,
siempre ha habido problemas. Pero no tanto comparado con Santiago, Valparaíso u
otras ciudades grandes.
Yo era cabo primero y trabajaba en la Central de Comunicaciones (CENCO),
recibiendo los llamados de emergencia que pasan en la población. Es el cerebro de la
ciudad, todo llega allí, incluso las preguntas y dudas de la jefatura. Uno es información
y tiene a su cargo todo lo que se mueve afuera en la población. En ese tiempo se
estaba sólo en la CENCO, porque había menos trabajo. Ahora no (es así).
Por el primer homicidio no recibí llamada, pero sí por casos anteriores que no llegaron
a ser homicidios. Se trataba de dos individuos que llegaban a sitios donde había
parejas solas, especialmente en la laguna Sausalito, y que se hacían pasar por
policías vestidos de civil. En forma matonesca, hacían bajar la ventanilla y si no la
bajaban, disparaban. Abrían la ventanilla con balazos. Ante el temor de eso, el hombre
quedaba impávido, lo bajaban del auto, hacían lo que querían con el tipo. Las primeras
veces les falló, pero después vino el homicidio que les resultó, que fue la pareja que
estaba en un auto mini. Ese auto apareció en una ladera que da a la avenida España
que une Viña con Valparaíso. Arriba, a unos cincuenta metros, estaba ese autito que
trataron de tirar sobre la Avenida España, pero como era liviano quedó enredado en
unas ramas y no cayó.

(Por los) llamados (se deducía que) eran dos, que portaban revólveres y que atacaban
de la misma forma, sólo que (hasta ese momento) no habían matado a nadie. Llegaba
uno por cada lado del vehículo, ordenaban bajar la ventanilla, algunas veces se
identificaron como policías, otras veces no. En otras, sencillamente tomaban al tipo y
lo sacaban del auto.

A Sagredo le gustaba salir a mirar parejas. Y como a veces se vio sobrepasado por la
gente que atacaba, y andaba armado, disparó. Y empezó a acostumbrarse a disparar.

(Como éstos) eran procedimientos policiales diarios, yo no tenía que transmitírselos a


mis superiores inmediatamente. Tenía que comunicárselos a los carros para que
fueran al lugar, a ver si podían detener a los individuos. Pero nunca pudieron
detenerlo, porque siempre llegaban tarde.

En el primer relato, un integrante de la Armada estaba con su niña. Eran cerca de la


una, estaban intimando y llegaron estos tipos y dispararon. Atravesaron el auto de lado
a lado. No le pegaron ni a la pareja ni al marino. El gallo echó a andar el auto y salió
arrancando y fue a la comisaría a hacer la denuncia. Esa fue la primera denuncia de
los psicópatas.

Siempre ha habido mirones donde van las parejas a intimar en un auto. Pero son
inofensivos. Estos hombres, en cambio, estaban atacando, intentando hacer algo más.

Esto se tomó como un procedimiento policial y punto. Uno más. Con las muertes
empezó la preocupación. Como yo estaba en la central, fue mucha gente, me
mencionaba la vestimenta y estampa de estos tipos, siempre la misma cara, la misma
manera de actuar, la misma ropa y siempre los dos armados. Entonces yo ya tenía en
mi mente esa figura, tipo de ojos claros, autoritario y empezó a preocuparme esa
cuestión, porque era mucha la gente que me llamaba, incluso los cuidadores de la
laguna Sausalito. Otras veces me decían, mi cabo, andan estos tipos disparando acá y
mandábamos el furgón.
(Se realizaron) varios procedimientos porque algo estaba pasando en la laguna y en
otros lados también. (Se pensaba) que eran unos delincuentes que disparabam y que
ligerito se iba a pasar, lo que no fue así.
Comienzan a poner gente especial para tratar de ubicarlos. Ya habían antecedentes
de dos hombres que disparaban donde habían enamorados. No dieron resultados.
Estos gallos eran carabineros y sabían todo lo que se iba a hacer, lo que la jefatura
había ordenado, quiénes iban a estar toda la noche en un lugar (por ejemplo, una
pareja dentro de un auto). (En un primer momento,) a nadie se le pasó por la mente
que podían ser carabineros, siempre se les echó la culpa a los marinos. La mayoría de
la gente que conversaba del tema decía ah, tienen que ser marinos. ¿Por qué? No sé,
pero en todas partes era lo mismo. En la Armada hay comandos y los comandos son
medios locos, tal vez. Las descripciones (de los psicópatas) eran las mismas siempre.
Lo único es que en las primeras acciones no iban encapuchados, entonces le veían
los ojos, la faz, pero después empezaron a encapucharse, después del primer
homicidio… en esta cuestión no hay nada político…

Yo vivía en un block de departamentos en Miraflores y un día mi esposa de este


tiempo (…) me dice la señora tanto quiere hablar contigo y está muy nerviosa. Yo
venía llegando del servicio, entré a la casa y ahí está esta señora. Le digo que me
cuente y me dice parece que mi marido es el sicópata y se puso a llorar. ¿Por qué?,
pregunté yo. Le pillé un pasamontañas y tiene unas salidas bien raras, aparte que a
este hombre siempre le han tirado las cosas raras. La tranquilicé, porque yo ya tenía
sospechas de uno de estos gallos (carabineros). Le dije señora, no se preocupe, esto
ya está en investigación y en buena investigación, váyase tranquilita que su marido no
es raro.

Todos sospechaban del que estaba más cerca y que encontraba más raro. Todo el
mundo creía que el que tenía al lado era el sicópata.

Yo tenía la descripción en mi mente. El físico de los dos. El de Sagredo era más


llamativo, más atlético, tenía una fuerza descomunal, media un metro 77, usaba
bluyines y zapatones (bototos, decía la gente), botas comando de carabineros y a
veces zapatillas, chaqueta café que en la noche se ve oscura, cierre ancho plástico,
blanco. Un día, cuando yo iba saliendo del servicio, viene entrando Sagredo. Me topé
con él y fue un chispazo. Puta, la misma vestimenta y estampa del sicópata, me dije.
Ojos azules. Este hueón era matón, adentro y afuera. Me quede pensando y me clavé
con él y seguí con él. El primer homicidio sospeché y quedé con la duda. Así, durante
los diez homicidios. Pasé el año, pero con la duda, uno se puede equivocar.

Este hombre no tenía amigos, no hablaba con nadie. Él tenía 27 años, yo 38 años. Yo
era un cabo y el era un carabinero. No teníamos relación ni amistad, nos topábamos
pocas veces en la comisaría, de entrada y salida. En la comisaría, no le tenían muy
buena voluntad porque era amatonado, violento, un día le pegó un puñete a un
sargento primero porque le ordenó algo que no quería y lo tiró pa’ rriba del capot del
furgón.

Tanto parecido a la estampa que me describía la gente en la noche, me dejó


pensando. Así me quedé mucho tiempo hasta que le pregunté días después. Pero
antes de eso, pasé junto a su casillero -él lo tenía abierto-, le pedí permiso para pasar
y él me dice pasa poh hueón y yo le digo claro que voy a pasar y le empujé la puerta.
Como (el espacio era) angostito alcancé a mirar el interior y había una caja de zapato
con prendas femeninas, calzones. Quise hacerla una broma y le dije puta que tenís
novia, se te van a resfriar y pasé nomas. Se sonrió como lo hacía él, de un sólo lado.
Ese hombre no era nervioso. Hasta el final estuvieron (los dos) segurísimos que nadie
los iba a sorprender ni a pillar. Después de un tiempo, cuando apareció el auto
colgando en el cerro, este tipo estaba parado en el patio, sólo, y le dije, sabiendo que
no me iba a responder porque era introvertido, que pensai del auto mini que apareció
en la Avenida España colgado y me dice, esto gallos se tiraron a la mina y mataron al
tipo. Le dije ah sí y me fui. Esa cuestión era media secreta, la prensa no le había dado
mucho auge, creo a lo más La Estrella (diario) en la tarde y después esa historia
desapareció. Él me dijo que se habían aprovechado de la mujer, ¿cómo sabía eso?
Carabinero toma un procedimiento, lo lleva a la comisaría y ahí lo deja. Después, uno
no sabe más de esa gente. Por lo tanto, quedé con sospechas de él y empecé a tratar
de investigar un poco más. Me fui a las tablas del servicio, ahí donde estaban todos
los nombres con los servicios que han hecho, con el día y la hora. Ese día él había
estado libre. Después, otro homicidio y me fui a las tablas. Él estaba libre. Otro
homicidio y él estaba libre.

Pero era una sospecha ¿Y si no era? Después me enteré por los diarios que había
otro (cómplice). Empecé a acercarme más a él después del auto mini. Tiene que haber
algo con este tipo, me dije, después de hablar con él. Empecé a acercarme y hablarle
como él, como (hablan) los delincuentes. Hola compadre, le dije un día que iba
saliendo. ¿Adónde vai a robar ahora? El se sonrió y siguió.

Tenía que conseguir pruebas y averiguar quién era el otro. Descripción, denunciantes,
siempre eran dos. Me dediqué a pensar una manera cómo descubrir al otro. Sagredo
ya había tomado confianza conmigo, creyendo que yo era como él, porque me puse a
su altura. Me empezó a tener confianza. Le tomaba la espalda y le decía, adonde vai a
robar ahora. Era como una broma a ver qué hacía él, si me decía dónde iba ahora,
qué sector, a la pasada. Entonces, el hombre empezó a creer que yo también era
como él (…) Pasaron meses hasta que me gané bien su confianza y le dije oye
cabezón, así le decían, como estai pa’ un trabajito que tengo, lo he pensado y es
bueno. ¿Qué tenis?, me dijo. Te acordai de la distribuidora de tabacos que hay en
calle Bienal. Sí, me dijo. Se necesitan tres, un loro y dos que entren para asaltarla. Ya
poh, voh soi el loro, contestó sin pensarlo, creyendo que yo era otro delincuente. Le
dije tiene que ser el lunes porque el lunes se llevan la plata. Me dijo ya poh, conforme,
el lunes. Había que llegar antes de las nueve. El jefe tomaba las llaves, abría los
candados, subía la cortina un poco, ingresaba y después empiezan a entrar hombres y
mujeres que trabajaban ahí. Después abrían a la gente. Mi idea era conocer al otro
sicópata, porque yo ya estaba seguro que uno era él (Sagredo). Por eso urdí ese
asalto. Tengo al otro, me dijo, y yo le pregunté quién es el otro, no vaya a ser un civil.
No, es paco, me contestó. Con mayor razón supe que era un delincuente. Tengo que
conocerlo, le dije. Soy desconfiado, hueón, me dijo. No veís que nos podemos ir en
cana, le contesté yo. Mañana te presento al otro paco, me aseguró. Nos juntamos en
la sastrería de la comisaria. Eran las tres de la tarde, no había nadie, la pura guardia.
Entro y veo a (Carlos Alberto) Topp Collins. Yo lo ubicaba, era chofer de radio
patrullas. Na’ que ver con delincuente, el tipo. Aquí está el otro, me dijo Sagredo.
¿Qué? ¿Voh soy el teatrero?, le dije a Topp. ¿Qué?, ¿no me tenís confianza?, me dijo.
Ya, poh, mañana a las nueve, dije. No fallís poh, dijo Sagredo, y tuve que fallar porque
yo no soy delincuente, me metí en las patas de los caballos, tuve que dar parte de
enfermo, aunque de verdad estaba bien enfermo en ese tiempo. Y así no asistí.
Cuando me vio, me dijo, con tremendo garabato, que yo era una mala persona.

Yo no dormí durante meses. Seguía en la CENCO a cargo del teléfono, de la radio. Me


enflaquecí, parecía cadáver. Me atormentaba porque yo tenía casi la seguridad (de
que eran ellos) y estaba muriendo gente (...) Con eso que hice (invitación al robo), ya
sabía que eran los dos, pero para dar cuenta tenía que tener pruebas. Además, con la
enfermedad de los nervios, la cabeza no funciona bien. Y yo me preguntaba y si no
son. Más encima Topp Collins representaba un buen hombre, un buen dueño de casa,
andaba pendiente de llevarle una cosita a la señora pa’ la casa.
Traté de conversar con Topp Collins, lo que era muy difícil, porque él no conversaba
con nadie. Entre ellos (con Sagredo), no se hablaban. Uno era chofer y el otro salía a
pie a la calle. Nos veíamos siempre de entrada y salida. Cuando uno cumple un turno,
puro se quiere ir pa’ la casa y no permanecer más en la comisaría. Y el que viene
llegando, toma sus cosas y se va a hacer su turno. Hasta que a Topp un día le dije
oye, ¿por qué mataron al doctor en la laguna? (…) Me contestó el cabezón (Sagredo)
se pone tonto (…) Entonces, ellos mismos me dieron las pruebas, imbéciles, porque
creían que yo era otro delincuente. Había un estetoscopio, una cadenita, un colgante,
un reloj y un televisor, la poca plata que podían andar trayendo las víctimas. Todo eso
traté de reunirlo en conversaciones de pasillo. Las pruebas estaban en poder de ellos
(…), porque se sentían seguros, que no los iban a pillar. Nunca vi los objetos, ellos
mismos me lo contaron. Una vez vi el colgante, una cadenita con un corazón que le
había regalado Topp Collins a una niña que lo vino a buscar a la comisaria, fuera de la
esposa que tenía en la casa.

Yo tuve la confesión completa de Sagredo en un turno que hicimos en Caleta Abarca.


Había solicitado que él fuera conmigo. Ahí lo tomé y le dije, después que había muerto
esa pareja en el Puente Capuchino, ¿por qué mataste a los cabros? Puta que soy
malo, hueón. Es que resulta que el gallo sabía defensa personal, me contestó, me
pegó un combo en el hombro y casi me bota el revólver. Ahí yo disparé y el tipo murió.
Estuve con la cabra, tuve sexo con ella y después tuve que matarla. Me dieron ganas
de pegarle, yo estaba muy enfermo. Le pregunté por el otro (caso) y el otro y el otro.
Me contó todo. El hombre quería desahogarse. Después he conversado con médicos y
me han dicho que esa es la personalidad de un psicópata, quiere que se sepa de sus
aventuras, que sepa lo que es capaz de hacer, lo goza. Al matar a una mujer bonita,
se aprovecha de ella primero y después la mata. Yo le eché garabatos y nos retiramos
a la comisaría. Eso era lo último que necesitaba para dar cuenta de todo, porque ya
tenía las pruebas. Pero todavía tenía la sensación de que eran mis compañeros,
todavía sentía lealtad. Llamé a un colega que trabajaba en SICAR (Servicio de
Inteligencia de Carabineros, después le cambiaron el nombre), habíamos sido amigos
desde niños, antes de entrar a carabineros. Me preguntó en que estai trabajando
ahora. Ando en la Brigada Antisicopata, le respondí. ¿Y tenís alguna sospecha?, me
preguntó. Sí, le dije. Me dijeron que en Aguasanta había algo, me comentó él. Mira,
quédate acá, siéntate, que yo te cuento toda la historia, le dije. Yo sé quiénes son los
sicópatas y te entrego toda la historia, agregué. No estís hueando, me dijo él.
Sentémonos, le dije, y le conté todo. Sacó una grabadora y me grabó, porque estos
tipos siempre trabajan con grabadoras. Ahora que tienes todo grabado, agregué, te
pido que dejes el caso para ti, porque yo ya no doy más con mis nervios, yo quiero
descansar, haz como que tú lo sacaste por tu inteligencia y nada más, no me
nombres.
Desgraciadamente, tengo que decirlo, (mis jefes) no me daban confianza (…) porque
no eran personas honestas. No eran policías de verdad. (Si les cuento) habrían dicho
quédate callao, hueón. Tenían actitudes que no correspondían a un carabinero. A la
persona que yo tenía que darle cuenta, no me daba confianza. Entonces, me fui a un
servicio más eficiente, el Servicio de Inteligencia de Carabineros, y el colega me dijo
ya monito, mira, sabís que esta cuestión es grande y yo no me atrevo a agarrarlo, le
voy a dar cuenta a mi jefe. ¿Cuándo?, le pregunto. Ahora, me contesta, y te mando a
mi jefe. Iba saliendo yo del servicio un día y había un civil de pelo largo que me dijo
¿Juan Quijada? Sí, respondo, ¿quién soy tú? Yo soy el capitán tanto, me manda
fulano -o sea mi amigo- y quiero hablar conmigo del caso del sicópata. Sé quienes
son, le dije, tengo pruebas. Ya, poh, súbete al auto. Me llevó a Reñaca, conversamos
tranquilamente, nos tomamos dos combinados en el auto, frente al Long Beach, donde
sirven al auto. Me grabó todo, así un alto de casetes, porque en ese tiempo se usaban
casetes. Ya Quijada, dijo, esto es muy grave, yo me voy a Santiago a dar cuenta. Dejé
pasar una semana sin tener novedades del capitán al que yo le había dado cuenta de
todo. Lo llamé yo y me dijo sabes, Quijada, parece que le quieren echar tierra al
asunto en Santiago. Anda tú a Santiago entonces, me propuso. Ya, yo voy a ir, le dije,
enfermo con mis nervios y todo. Yo me ponía buzo, zapatillas y salía a trotar por Viña
para sacar los monstruos que tenía en la cabeza. Entonces, se venía el Festival de
Viña, y aparece un auto negro que se detiene a mi lado y de dentro me dicen
¿Quijada? Sí, respondí yo, ¿quiénes son ustedes? Somos del OS7, respondieron, y
queremos hablar contigo. Yo también quiero hablar con ustedes, dije y me subí al
auto. Fuimos al Long Beach de nuevo, nos servimos el mismo combinado, las galletas,
la misma mina con la faldita y un montón de casetes. Quijada, sabemos que erís
buenos pa’ la chuchá, me dijeron, conversa como quieras, nosotros somos todos
oficiales, dilo como quieras, en pelota. Repetí, con detalles, todo lo que sabía y dije
sobre las pruebas que ésta la tiene tal persona, ésta tal persona y ésa otra tal persona.

Yo llego a la comisaría un día y ellos (Sagredo y Topp) estaban arrestados, sin ser
enjuiciados aún. Sólo los sacaron de circulación, uno en una comisaría y el segundo
en otra para que no fueran a hablarse entre ellos. No me topé con ellos nunca más.
Estaban encerrados (…) Lo que más me duele es que Carabineros también me
investigó a mí. Ellos estaban detenidos y carabineros me investigó a mí por si yo
estaba metido. Con todas las precauciones que tomé, me investigaron a mí. No vaya a
ser que éste sabe mucho porque andaba con ellos, pensaron. No sacaron nada
conmigo, yo tenía un par de arrestos por no haber dormido en la comisaria cuando era
soltero, pero nada más.
Una semana antes que los mataran, llegó una orden de Santiago, de la Dirección
General a la Prefectura, que yo debía ser trasladado en 48 horas a cualquier parte
lejos de Viña. O sea, me desterraron. Yo lo consideré un castigo. Llegué a El Salvador,
un peladero, pura pampa, a 2.300 metros de altura. Se enfermó un hijo mío y mi
esposa de ese tiempo. Al final se tuvieron que venir. La familia me dejo botado allá.
Quedé solo. Para un hombre casado, que tiene su familia, que los quiere, que le ha
dado buenos principios, lo que hicieron conmigo es feo y malo.

Con esto salieron demasiados jefes dados de baja. Al interior de la oficialidad son
como amigos. Yo todavía no me sano. Han tergiversado esta historia. El vulgo, que no
sabe nada, la masa ciega, siempre distorsiona las cosas. Han dicho que yo estaba
metido. Incluso a un hijo mío le dijeron en la escuela voh soy el hijo del sicópata. Más
encima, no me dieron el traslado para donde estaba mi familia. Sin embargo, si esto
volviera a pasar, doy cuenta antes, cuando tuve sospechas, sin importarme lo que me
pasara a mí.

Esperaba un reconocimiento, no un castigo. Espero que la institución, algún día, se


pronuncie conmigo, que reconozca que me abandonó. Ahora no quieren saber de mí,
yo he tratado de comunicarme con la jefatura, pero no me responden, se niegan. Yo
creo que adonde muchos jefes fueron dados de baja, la institución quedó con dolor.
Entre jefes, todos oficiales, se conocen demasiado, son amigos y eso, a lo mejor, les
dolió, pero yo tenía que hacerlo, y lo hice bien, hice lo que tenía que hacer, era mi
trabajo y yo debía cumplir. Si alguien no cumplió fueron ellos

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