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Primer asesinato
Viña, una ciudad tranquila en el centro y en las partes marginales, como en todo,
siempre ha habido problemas. Pero no tanto comparado con Santiago, Valparaíso u
otras ciudades grandes.
Yo era cabo primero y trabajaba en la Central de Comunicaciones (CENCO),
recibiendo los llamados de emergencia que pasan en la población. Es el cerebro de la
ciudad, todo llega allí, incluso las preguntas y dudas de la jefatura. Uno es información
y tiene a su cargo todo lo que se mueve afuera en la población. En ese tiempo se
estaba sólo en la CENCO, porque había menos trabajo. Ahora no (es así).
Por el primer homicidio no recibí llamada, pero sí por casos anteriores que no llegaron
a ser homicidios. Se trataba de dos individuos que llegaban a sitios donde había
parejas solas, especialmente en la laguna Sausalito, y que se hacían pasar por
policías vestidos de civil. En forma matonesca, hacían bajar la ventanilla y si no la
bajaban, disparaban. Abrían la ventanilla con balazos. Ante el temor de eso, el hombre
quedaba impávido, lo bajaban del auto, hacían lo que querían con el tipo. Las primeras
veces les falló, pero después vino el homicidio que les resultó, que fue la pareja que
estaba en un auto mini. Ese auto apareció en una ladera que da a la avenida España
que une Viña con Valparaíso. Arriba, a unos cincuenta metros, estaba ese autito que
trataron de tirar sobre la Avenida España, pero como era liviano quedó enredado en
unas ramas y no cayó.
(Por los) llamados (se deducía que) eran dos, que portaban revólveres y que atacaban
de la misma forma, sólo que (hasta ese momento) no habían matado a nadie. Llegaba
uno por cada lado del vehículo, ordenaban bajar la ventanilla, algunas veces se
identificaron como policías, otras veces no. En otras, sencillamente tomaban al tipo y
lo sacaban del auto.
A Sagredo le gustaba salir a mirar parejas. Y como a veces se vio sobrepasado por la
gente que atacaba, y andaba armado, disparó. Y empezó a acostumbrarse a disparar.
Siempre ha habido mirones donde van las parejas a intimar en un auto. Pero son
inofensivos. Estos hombres, en cambio, estaban atacando, intentando hacer algo más.
Esto se tomó como un procedimiento policial y punto. Uno más. Con las muertes
empezó la preocupación. Como yo estaba en la central, fue mucha gente, me
mencionaba la vestimenta y estampa de estos tipos, siempre la misma cara, la misma
manera de actuar, la misma ropa y siempre los dos armados. Entonces yo ya tenía en
mi mente esa figura, tipo de ojos claros, autoritario y empezó a preocuparme esa
cuestión, porque era mucha la gente que me llamaba, incluso los cuidadores de la
laguna Sausalito. Otras veces me decían, mi cabo, andan estos tipos disparando acá y
mandábamos el furgón.
(Se realizaron) varios procedimientos porque algo estaba pasando en la laguna y en
otros lados también. (Se pensaba) que eran unos delincuentes que disparabam y que
ligerito se iba a pasar, lo que no fue así.
Comienzan a poner gente especial para tratar de ubicarlos. Ya habían antecedentes
de dos hombres que disparaban donde habían enamorados. No dieron resultados.
Estos gallos eran carabineros y sabían todo lo que se iba a hacer, lo que la jefatura
había ordenado, quiénes iban a estar toda la noche en un lugar (por ejemplo, una
pareja dentro de un auto). (En un primer momento,) a nadie se le pasó por la mente
que podían ser carabineros, siempre se les echó la culpa a los marinos. La mayoría de
la gente que conversaba del tema decía ah, tienen que ser marinos. ¿Por qué? No sé,
pero en todas partes era lo mismo. En la Armada hay comandos y los comandos son
medios locos, tal vez. Las descripciones (de los psicópatas) eran las mismas siempre.
Lo único es que en las primeras acciones no iban encapuchados, entonces le veían
los ojos, la faz, pero después empezaron a encapucharse, después del primer
homicidio… en esta cuestión no hay nada político…
Todos sospechaban del que estaba más cerca y que encontraba más raro. Todo el
mundo creía que el que tenía al lado era el sicópata.
Este hombre no tenía amigos, no hablaba con nadie. Él tenía 27 años, yo 38 años. Yo
era un cabo y el era un carabinero. No teníamos relación ni amistad, nos topábamos
pocas veces en la comisaría, de entrada y salida. En la comisaría, no le tenían muy
buena voluntad porque era amatonado, violento, un día le pegó un puñete a un
sargento primero porque le ordenó algo que no quería y lo tiró pa’ rriba del capot del
furgón.
Pero era una sospecha ¿Y si no era? Después me enteré por los diarios que había
otro (cómplice). Empecé a acercarme más a él después del auto mini. Tiene que haber
algo con este tipo, me dije, después de hablar con él. Empecé a acercarme y hablarle
como él, como (hablan) los delincuentes. Hola compadre, le dije un día que iba
saliendo. ¿Adónde vai a robar ahora? El se sonrió y siguió.
Tenía que conseguir pruebas y averiguar quién era el otro. Descripción, denunciantes,
siempre eran dos. Me dediqué a pensar una manera cómo descubrir al otro. Sagredo
ya había tomado confianza conmigo, creyendo que yo era como él, porque me puse a
su altura. Me empezó a tener confianza. Le tomaba la espalda y le decía, adonde vai a
robar ahora. Era como una broma a ver qué hacía él, si me decía dónde iba ahora,
qué sector, a la pasada. Entonces, el hombre empezó a creer que yo también era
como él (…) Pasaron meses hasta que me gané bien su confianza y le dije oye
cabezón, así le decían, como estai pa’ un trabajito que tengo, lo he pensado y es
bueno. ¿Qué tenis?, me dijo. Te acordai de la distribuidora de tabacos que hay en
calle Bienal. Sí, me dijo. Se necesitan tres, un loro y dos que entren para asaltarla. Ya
poh, voh soi el loro, contestó sin pensarlo, creyendo que yo era otro delincuente. Le
dije tiene que ser el lunes porque el lunes se llevan la plata. Me dijo ya poh, conforme,
el lunes. Había que llegar antes de las nueve. El jefe tomaba las llaves, abría los
candados, subía la cortina un poco, ingresaba y después empiezan a entrar hombres y
mujeres que trabajaban ahí. Después abrían a la gente. Mi idea era conocer al otro
sicópata, porque yo ya estaba seguro que uno era él (Sagredo). Por eso urdí ese
asalto. Tengo al otro, me dijo, y yo le pregunté quién es el otro, no vaya a ser un civil.
No, es paco, me contestó. Con mayor razón supe que era un delincuente. Tengo que
conocerlo, le dije. Soy desconfiado, hueón, me dijo. No veís que nos podemos ir en
cana, le contesté yo. Mañana te presento al otro paco, me aseguró. Nos juntamos en
la sastrería de la comisaria. Eran las tres de la tarde, no había nadie, la pura guardia.
Entro y veo a (Carlos Alberto) Topp Collins. Yo lo ubicaba, era chofer de radio
patrullas. Na’ que ver con delincuente, el tipo. Aquí está el otro, me dijo Sagredo.
¿Qué? ¿Voh soy el teatrero?, le dije a Topp. ¿Qué?, ¿no me tenís confianza?, me dijo.
Ya, poh, mañana a las nueve, dije. No fallís poh, dijo Sagredo, y tuve que fallar porque
yo no soy delincuente, me metí en las patas de los caballos, tuve que dar parte de
enfermo, aunque de verdad estaba bien enfermo en ese tiempo. Y así no asistí.
Cuando me vio, me dijo, con tremendo garabato, que yo era una mala persona.
Yo llego a la comisaría un día y ellos (Sagredo y Topp) estaban arrestados, sin ser
enjuiciados aún. Sólo los sacaron de circulación, uno en una comisaría y el segundo
en otra para que no fueran a hablarse entre ellos. No me topé con ellos nunca más.
Estaban encerrados (…) Lo que más me duele es que Carabineros también me
investigó a mí. Ellos estaban detenidos y carabineros me investigó a mí por si yo
estaba metido. Con todas las precauciones que tomé, me investigaron a mí. No vaya a
ser que éste sabe mucho porque andaba con ellos, pensaron. No sacaron nada
conmigo, yo tenía un par de arrestos por no haber dormido en la comisaria cuando era
soltero, pero nada más.
Una semana antes que los mataran, llegó una orden de Santiago, de la Dirección
General a la Prefectura, que yo debía ser trasladado en 48 horas a cualquier parte
lejos de Viña. O sea, me desterraron. Yo lo consideré un castigo. Llegué a El Salvador,
un peladero, pura pampa, a 2.300 metros de altura. Se enfermó un hijo mío y mi
esposa de ese tiempo. Al final se tuvieron que venir. La familia me dejo botado allá.
Quedé solo. Para un hombre casado, que tiene su familia, que los quiere, que le ha
dado buenos principios, lo que hicieron conmigo es feo y malo.
Con esto salieron demasiados jefes dados de baja. Al interior de la oficialidad son
como amigos. Yo todavía no me sano. Han tergiversado esta historia. El vulgo, que no
sabe nada, la masa ciega, siempre distorsiona las cosas. Han dicho que yo estaba
metido. Incluso a un hijo mío le dijeron en la escuela voh soy el hijo del sicópata. Más
encima, no me dieron el traslado para donde estaba mi familia. Sin embargo, si esto
volviera a pasar, doy cuenta antes, cuando tuve sospechas, sin importarme lo que me
pasara a mí.