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Tesoro pirata

Estaba yo junto con Ginger, mi fiel mono compañero que no se separaba de su pequeño
catalejo, dirigiéndome en busca de aquel maravilloso tesoro que el pirata Barba Rosa escondió
hace siglos. Muchos dicen que no es más que una estúpida leyenda, pero yo creo firmemente
en que es real.

Bien, nuestra travesía empezó después un largo viaje a través del mar hasta una gigantesca isla
desconocida en la que, después de mucho tiempo buscando, encontramos la entrada de una
pequeña cueva. Allí nos esperaba nuestra primera prueba, porque si, para encontrar dicho
tesoro teníamos que atravesar tres pruebas.

La primera con la que nos topamos fue un látigo del cual teníamos que adivinar cuantas hebras
tenía. Solo teníamos tres intentos, afortunadamente para mí, Ginger me dejó su catalejo y,
con mucha cautela en nuestro último intento, logré dar con la respuesta.

La segunda fue más fácil sinceramente, teníamos que adivinar cual era la judía real y plantarla
allí adentro lo cual hicimos con gran rapidez.

La tercera y última prueba fue la más difícil. En ella podíamos encontrar una cámara (o lo que,
al menos, simulaba una), pero no era más que un pequeño trozo de cristal con dicha forma.
Estuvimos mucho tiempo intentando descifrar qué había que hacer con ella hasta que Ginger,
entre sus monerías, descubrió un dibujo en la pared y que solo se podía ver por medio de
aquel pequeño trozo de cristal. Lo copié en una especie de rompecabezas que,
inmediatamente, abrió unas compuertas que daban al exterior, donde se podía observar aquel
hermoso castillo del que tanto hablaban las leyendas.

Corrí hacia el, pleno de alergia, al saber que tenía razón durante todo este tiempo. Aquel era
un lugar hermoso y lleno de criaturas extraordinarias… Aunque, por respeto a aquel mágico
lugar, decidí guardar el secreto de aquel sitio y hacerles creer a otros que no era más que una
simple leyenda.

Fin

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