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Cirila
Jaime
Moj otrok
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Epílogo
Nota de la autora
Referencias a las canciones
Biografía
Notas
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Noelia Amarillo
¡Ámala, ámala, ámala!
Si te complace, ámala. Si te hiere, ámala.
Aunque te rompa el corazón, ¡ámala, ámala, ámala!
Cirila
Viernes, 3 de noviembre
Cirila acercó la escalera de tres peldaños a la estantería de los trofeos y los
bajó con cuidado, pues eran muy pesados. Los colocó en la mesa que
previamente había cubierto con un hule para no estropearla y procedió a
limpiarlos. No eran pocos. Al contrario, su nueva jefa, a la que había
llegado de pura casualidad y con la que llevaba trabajando apenas una
semana, era jinete de competición y había ganado un montón de trofeos,
cada cual más complicado de limpiar que el anterior. Se esforzaba en
sacarles brillo mientras escuchaba de fondo la televisión, en la que, como
siempre, se retransmitía algún torneo o copa hípica. Su nueva patrona vivía
por y para los caballos. Tomó un trofeo con pie de herradura de bronce
mientras en el televisor la voz del reportero alemán daba paso a una mujer
que hablaba un idioma que, a pesar de resultarle incomprensible, también le
era extrañamente familiar. Lo ignoró, abrillantar la herradura no era fácil.
De repente el corazón le dio un vuelco. Fue como si se le parase y
volviera a latir con una grata sensación de sosiego. Se llevó la mano al
pecho asustada. ¿Le estaba dando un infarto? Imposible. Un infarto no sería
agradable. Confundida, le pregunto a Dios qué le ocurría y su corazón
aleteó de nuevo, pero seguía sin ser doloroso. Al contrario, era una
sensación reconfortante que pronto se convirtió en apremiante al sentir que
debía hacer algo, aunque no sabía qué. Hasta que, tal vez por inspiración
divina, comprendió por qué el idioma de la mujer del televisor le resultaba
familiar. Porque lo había oído antes. En labios del monstruo.
Dejó el trofeo y avanzó con tambaleante urgencia hasta el salón. Y allí,
en la enorme pantalla de noventa y cinco pulgadas de su patrona, vio a su
hijo. Era, como había imaginado mil veces, idéntico a su abuelo.
—Moj otrok... 1 —susurró antes de desmayarse.
Cuando volvió en sí estaba en el suelo y su jefa la abanicaba con una
revista. Cirila se giró hacia el televisor, pero su hijo ya no estaba allí.
Rompió a llorar desesperada. Dios le había enseñado a su bebé y ella
había desperdiciado la oportunidad. Su patrona, al verla tan angustiada, le
preguntó qué le pasaba, y Cirila se lo explicó en su rudimentario alemán. La
amazona sonrió, le limpió las lágrimas con la camiseta y tomó el mando del
televisor. Como por arte de magia —la del streaming—, las imágenes
retrocedieron y Ciri volvió a ver a Jaka. Al finalizar la entrevista le suplicó
que se la pusiera otra vez. Y otra. Y otra más. La mujer, empatizando con
ella, descargó la entrevista y, dada la incapacidad del móvil antediluviano
de Cirila para reproducir vídeos, la guardó en un pendrive que le regaló.
También le imprimió una imagen en primer plano del chico.
Esa noche, Cirila comparó la cara del muchacho con la fotografía de su
abuelo. Eran iguales. Tenía que ser él. Lo sentía en el corazón. Dios la había
hecho mirar la televisión por un motivo, y este solo podía ser que su hijo
salía en ella. Se fijó en el lugar que estaba, Sevilla, en España. En el
SICAB, 2 y llevaba un polo con un logo: «3Hermanas». Al día siguiente,
con ayuda de la cocinera, buscó en internet. No encontró nada con ese
nombre pero sí halló una escuela hípica en Madrid que se llamaba Tres
Hermanas. Y eso significaba lo mismo que «3Hermanas». No podía estar
equivocada. Era Dios quien le había dado la pista.
1
Viento del este y niebla gris anuncian que viene lo que ha de venir.
Érase una vez que se era un complejo hípico de nombre Venta la Rubia sito
en una dehesa a pocos kilómetros del centro de Madrid. El cielo está
encapotado y entre los jirones de nubes se asoma un sol perezoso que
apenas calienta a los participantes del concurso que se celebra, el último
del año. En las instalaciones se reúnen jinetes decididos a ganar y
visitantes que se han acercado al evento. El lugar está hasta la bandera y
la actividad es frenética. En las cuadras se bruñen las sillas, se trenzan las
crines y se vendan las patas. En la pista central el jinete en lid acomete
veloz el recorrido de obstáculos, en tanto que en la de entrenamiento sus
rivales se preparan.
Es en esta pista donde da comienzo nuestra historia. En ella, un jinete y
su alazán calientan mientras esperan su turno de concursar. El aliento
escapa en volutas grises de la boca del muchacho, quien, a pesar del frío,
está acalorado debido al esfuerzo de imponerse a su caballo, que no es lo
que se dice paciente. Ni dócil. Tampoco valiente, como demuestra su
reacción a la súbita ventolera que sacude los árboles y levanta una densa
polvareda con la arena liviana de la pista.
Al mismo tiempo que nuestro prota pilla a la chica sonriente con los
pantalones bajados, otra mujer está a punto de llegar al final de su odisea.
O al principio, depende de cómo se mire.
***
—Mierda...
Jaime la atrapó in extremis. Era la primera vez que una mujer se le
desmayaba y no sabía qué cojones hacer con ella. La llevó a las gradas; no
eran cómodas, pero eran mejor que el suelo y estaban cerca, algo de
agradecer llevando en brazos un peso muerto. Aunque, la verdad sea dicha,
más que peso muerto era un peso pluma.
Era la misma mujer a la que el viento había atacado, la que parecía tan
perdida. Quizá estaba enferma, pensó con un nudo en el pecho. Esperaba
que no. Aunque con lo delgada que estaba no le extrañaría. Tenía las
facciones muy marcadas, como si no hubiera carne entre sus huesos y su
piel, las cejas definidas, la nariz afilada y los labios delgados. El pelo, liso y
castaño, le caía hasta la mitad de la espalda. Vestía de manera conservadora,
con una falda holgada hasta mitad de las pantorrillas, unos botines planos
de cordones y un abrigado chaquetón.
La soltó con cuidado en las gradas y se apartó dejándoles espacio a Nini,
Beth y Mor, que no tardaron en rodearla y abanicarle la cara mientras Mario
le decía algo en un idioma que, si a Jay no le engañaban los oídos, era
alemán. Buscó a su hermano confundido. No tuvo que ir muy lejos, estaba a
su lado, igual que Elías, Rocío y Sin.
—¿Qué coño le ha pasado? No soy tan feo —bromeó turbado. El gesto
demudado de su hermano y la gravedad con que lo miraban los demás le
dijeron que había ocurrido algo malo relacionado con esa mujer—. Jules...
¿Qué pasa? ¿Por qué me miráis todos así?
—Jay, hermano..., tenemos que hablar.
—¿De qué? —Lo miró receloso, la vieja y familiar aprensión a que le
anunciara que se marchaba y lo dejaba solo apareció para torturarlo, aunque
no hubiera motivos. Pero el miedo es libre y que su hermano se pusiera tan
serio no era bueno.
—Es tu madre, Jay —soltó Julio sin saber cómo suavizarlo.
Jaime lo miró aturdido. Había oído sus palabras, pero no conseguía
asimilar su significado.
—¿Quién? —atinó a preguntar.
—La mujer que se ha desmayado en tus brazos.
—Yo no tengo madre —gruñó dando un paso atrás.
Su madre era una zorra que nunca lo había querido, que lo había
abandonado al nacer sin importarle que estuviera bien o mal, y tal y como
era Jethro no había que ser muy listo para saber que bien no iba a estar. No
quería tener madre. No la necesitaba. Ahora ya no. La había llamado a
gritos de niño durante las noches que se quedaba solo, encerrado en
inhóspitos pisos llenos de sombras y ruidos, había llorado por ella, incluso
pedido por ella a un Dios que no existía o que, si existía, nunca se había
molestado en hacerle caso. Había deseado con desesperación que apareciera
y lo rescatara de su padre. Que lo acunara en sus brazos y le preparara
bocadillos de Nocilla para merendar. Pero ella nunca había dado señales de
vida. Ahora ya no la necesitaba. Por él se podía morir. De hecho, prefería
pensar que estaba muerta a saber que estaba viva y llevaba toda su vida
pasando de él como si fuera escoria.
—Por lo que nos ha contado, no te abandonó. Jethro te robó de su lado y
yo la creo —afirmó Julio preocupado al verlo empalidecer—. Lleva toda la
vida buscándote, hermano...
Jaime sacudió la cabeza aturdido y miró a la mujer que, desoyendo las
súplicas de Beth y de Mor, se estaba incorporando. Estaba blanca como el
papel y temblaba como un árbol en un terremoto. Lo miraba con unos ojos
enormes y llenos de ¿esperanza? ¿Amor? Se levantó vacilante y extendió
una mano hacia él.
—Jaka... Moj otrok.
—¿Qué dice? —Dio un paso atrás. No quería que lo tocara. Él no tenía
madre. Nunca la había tenido.
—Jethro la hizo creer que te llamabas Jaka. Lo otro no sé qué significará
—le explicó su hermano.
Jaime tragó saliva. Era propio de Jethro jugar con la gente engañándolos
para hacerles daño. Lo había sufrido muchas veces en su propia piel.
La mujer se llevó las manos al pecho y cerró los ojos un momento.
Cuando los abrió, había una nueva serenidad en ella.
—Jaka... Mein Kind —tradujo al alemán lo que acababa de decir en
esloveno y estiró la mano hacia él, aunque no se atrevió a acercarse lo
suficiente para tocarlo.
Rocío, la adolescente que había hecho de traductora los primeros
momentos, tomó la mano de Jaime tratando de darle su fuerza. Y algo de
esta debió de pasar de ella a él, pues este pareció recuperar un poco de
color.
—Te ha llamado «su niño». Vamos, te acompaño... —Tiró con suavidad
de él.
Jaime se dejó guiar por ella.
—Dile que me llamo Jaime... —le pidió con la voz estrangulada. No
quería que lo llamara por ningún nombre que le hubiera dicho Jethro para
reírse de ella.
Rocío se lo dijo. La mujer contestó algo.
—Ella es Cirila —tradujo Rocío, y luego en voz muy baja, para que solo
Jaime lo oyera—: Pero yo sé que en alemán «mamá» se dice mutti...
Jaime asintió y cogió la mano de su madre.
—Mutti... —musitó extraviado, consciente de lo que estaba dando a
entender, pero no del motivo por el que lo hacía. No conocía a esa mujer.
No la había visto en su vida. Ni siquiera sabía si la creía. Simplemente se
estaba dejando llevar por Rocío, por la manera en que lo miraba su supuesta
madre, por la afirmación de su hermano de que la creía. Y Julio jamás se
equivocaba, por tanto él también debía de creerla. Aunque no tenía claro
que lo hiciera.
Cirila estuvo a punto de desmayarse de nuevo al oírlo.
La creía.
Se lanzó a sus brazos y, al sentirlo contra sí, tan alto, tan fuerte y sano,
tan vivo y real, estalló en lágrimas.
Jaime miró amedrentado a su hermano. ¿Qué se suponía que debía hacer
ahora? ¿Consolarla? ¿Abrazarla? No sabía qué coño hacer con la mujer
sollozante —su madre, joder, su madre— que tenía entre los brazos.
—¿Qué le has dicho? —inquirió Julio turbado por la reacción de la
mujer. Se había mantenido más o menos estoica hasta que su hermano había
hablado.
—No... no lo tengo claro —se atoró Jaime, obligando a sus manos a
subir a la espalda de la mujer, de su madre, para darle unas palmaditas. Eso
era lo que haría un buen hijo, ¿verdad? Pero él nunca había tenido una
madre. No sabía cómo ser un hijo.
—«Mamá» —tradujo Mario, lanzando una recriminatoria mirada a
Rocío.
Saltaba a la vista que Jaime no había asimilado lo que acababa de
sucederle y que no estaba ni de lejos preparado para llamar «mamá» a una
completa desconocida. Miró preocupado a Cirila, parecía tan afectada como
Jaime. ¿Sabría ella que su hijo, si es que Jay lo era, estaba tan aturdido que
no sabía lo que decía? Sería cruel darle esperanzas para luego quitárselas, y
no creía que esa mujer pudiera soportar mucho más.
—Joder —musitó Julio, haciéndose eco de la preocupación de Mario. Y
de todos.
Porque lo único cierto en esa historia era que desconocían quién era esa
mujer, que no tenían ninguna referencia suya ni sabían otra cosa que lo que
ella les había contado, fuera verdad o mentira. Y podía ser tanto una como
la otra. No quería ni pensar en cómo se lo tomaría su hermano si se diera el
caso de que no fuera quien decía. Sería terrible para él. Como si lo hubiera
abandonado de nuevo.
—Jay —lo llamó sin obtener reacción—. Hermano... —Jaime giró la
cabeza con rigidez y fijó en Julio sus ojos vacíos de emoción—. Tal vez nos
hemos precipitado.
Jaime lo miró sin entender.
—No creo que debamos dar por válido el testimonio de Cirila sin más —
señaló con tiento, evitando la palabra «madre».
—No te entiendo. —Jaime se soltó y se alejó unos pasos de ella. De
Julio. De todos. Necesitaba poner distancia.
—No hay nada que nos confirme que es tu madre.
—¿Crees que está mintiendo? —inquirió Jaime con voz seca. Una furia
que no sabía de dónde nacía le quemaba la garganta. Tragó saliva para
bajarla de nuevo al estómago.
Comprendía lo que trataba de decirle Julio. No debía dar nada por
sentado sin pruebas. No podía hacerse ilusiones. Y no se las hacía. Ni
siquiera quería una madre. Ya no. Pero, joder. Ella no estaba mintiendo. ¡No
lo hacía! Se lo decía el corazón. Y las tripas. Todo lo que él era gritaba
quién era ella. Y era su madre.
—No, claro que no —se apresuró a decir Julio al ver una rabia sin
parangón en los ojos de su hermano—. Por supuesto que dice la verdad,
nadie mentiría sobre algo así, pero tal vez esté equivocada con respecto a ti.
Tal vez no seas el hijo que le robaron. Tienes que hacerte la prueba de
maternidad y confirmar que es tu madre —aconsejó inquieto. La mirada de
su hermano había dejado de estar muerta para convertirse en incandescente
—. Lo entiendes, ¿verdad?
Jaime asintió despacio y miró de refilón a Cirila, quien lo miraba
asustada.
—Has dicho que Jethro me robó y que lleva toda la vida buscándome —
le comentó a su hermano.
—Eso nos ha contado.
—¿Jethro me sustrajo del hospital o dejaste que me llevara? —inquirió
con la mirada fija en su madre, la voz tan afilada que cortaba—.
Pregúntaselo, Mario.
—Jay, no creo que... —trató de decir el profesor.
—¡Pregúntaselo, joder! —gritó.
Rocío se apresuró a ir a su lado y tomarle la mano en tanto que Sin se
acercaba a él, su mirada alerta por si tenía que contenerlo.
Mario tradujo su pregunta y Cirila palideció. Aun así, respondió con voz
firme.
—No le dijo que se llamaba Jethro, sino Pedro —tradujo Mario—. Y no
te robó de un hospital, sino de su casa. Te dio a luz en su cama, te limpió, te
dio de mamar y os quedasteis dormidos, tu boca todavía enganchada a su
pecho. Cuando despertó, ya no estabas.
A Jaime se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Jay... —Julio lo sujetó al ver que se tambaleaba.
—Es mi madre —le susurró a su hermano—. Lo sé, Jules. Antes la he
visto en la vereda y me ha dado un vuelco el corazón. No me abandonó.
Tengo una madre, joder. Y él me la arrebató. —Había tanta rabia bullendo
en su interior que le tembló la voz.
3
Jaime sintió que la comida que se había obligado a ingerir horas atrás se le
revolvía en el estómago al ver los trozos de fotos que esa mujer había
puesto sobre la mesa con reverente cuidado, como si fueran su mayor
tesoro. Eran instantáneas de él o, mejor dicho, de partes de él. Sus ojos, su
nariz, su boca, sus orejas, sus manos, sus pies. Ninguna mostraba todo su
rostro, mucho menos a él por completo.
Tragó saliva para bajar las náuseas que le provocaban esas imágenes y la
verdad que revelaban: la maldad intrínseca del desgraciado que lo había
engendrado. Ojalá pudiera verlo y decirle lo que opinaba de él. Le haría una
jodida cara nueva.
Desvió la vista a Cirila y esta le sonrió con dulzura señalando el puzle de
fotografías, lo que hizo que él se llevara las manos a la cabeza. Las bajó
antes de mesarse el pelo, algo que llevaba haciendo toda la tarde. Como
siguiera así acabaría tan calvo como su hermano. Pero es que no la
entendía. Era incapaz de mirar esos malditos fragmentos y no querer liarse a
puñetazos con alguien (con su padre). Sin embargo, ella parecía encantada
de juntarlos en un collage espeluznante de su cara. Era macabro, joder.
—De niño también se te ponían las orejas rojas. —Rocío señaló uno de
los fragmentos a la vez que le tomaba la mano y se la apretaba.
Fue entonces cuando Jaime se dio cuenta de que había cerrado los puños.
—Eso parece. —Abrió las manos y entrelazó los dedos sobre su regazo
para no volver a cerrarlas. Las apretó tanto que se le pusieron blancos los
nudillos.
Cirila dijo algo y Jaime se forzó a mirarla, parecía abatida. Joder, estaba
loca. Un minuto antes sonreía y ahora parecía a punto de llorar.
—Dice que, aunque te pueda parecer extraño, para ella era un motivo de
alborozo recibir cartas de Jethro —trasladó Mario.
—No me jodas. Jethro no lo hacía para hacerla feliz, sino para
mortificarla —gruñó furioso antes de tomar una bocanada de aire y añadir
sin mirarla—: Qué más da. Si ella es feliz con eso... —El desprecio era
evidente en su voz.
—Jamme...
Jay se obligó a mirarla y ella habló esbozando una sonrisa que empezó
siendo dulce y acabó llenándose de picardía.
—Sabe que Jethro se las mandaba para hacerla sufrir —tradujo Mario—.
Pero ella no lo consintió. Dios le dio a entender que, aunque estuvieran
rotas, eran motivo de regocijo porque le permitían saber que seguías vivo y
crecías sano. Con cada foto, Jethro le hacía un regalo, pues ella las juntaba
para tener tu retrato completo, aunque distorsionado, y eso era lo contrario
de lo que él pretendía. Está segura de que lo fastidiaría mucho saber que sus
cartas, en lugar de molestarla, la alegraban, y que atesora las fotos con las
que quería torturarla. Ella se solaza al pensar en eso —le trasladó Mario
sonriendo al finalizar.
—Sí, claro. Bien visto. Una venganza de lo más estúpida e infantil —
sopló Jaime desdeñoso—. No le traduzcas eso, Mario. Simplemente dile
que... me parece estupendo.
Con el rabillo del ojo vio las delicadas manos de Cirila retirar las fotos.
El silencio que asaltó el salón cuando las guardó en su bolso era tan viscoso
que parecía aceite.
—Estamos todos cansados y hambrientos —lo rompió Nini—. Voy a
preparar unos cafés con galletas para merendar. —Se levantó para ir a la
cocina.
—Hazlo descafeinado, mamá. Son casi las ocho, tomar cafeína ahora es
sinónimo de insomnio —le pidió Beth sorprendiendo a Jaime, pues no se
había dado cuenta de que era tan tarde.
—Como si no tomar café fuera a hacer que duerma esta noche —bufó
desenredando los dedos para frotarse los muslos con las palmas de las
manos una y otra vez.
—Claro que sí, campeón, tómate un par de cafés, seguro que te calman.
—Que te follen, Sin.
—Como cada noche, figura, ya sabes que no me gusta irme a dormir sin
pegar un polvo. —Chasqueó la lengua—. Tú deberías hacer lo mismo,
viene bien para conciliar el sueño, aunque en tu caso estoy segura de que
iría mejor un golpe en la cabeza que te deje K.O.
—E imagino que te ofreces voluntaria, reina —la desafió Jay.
Julio se relajó al ver que su hermano respondía a Sin entrando en la
dinámica que regía su relación de amigos con derecho a roce que siempre se
estaban lanzando pullas.
—Para follarte no, para golpearte sí.
—Si es para golpearlo, yo también me apunto —intervino Ro.
—Ten amigos para esto... —resopló Jay—. Agradezco vuestra oferta,
pero prefiero follar, es más divertido que recibir golpes.
—Depende de la perspectiva desde la que lo mires, a mí me resultaría
más divertido golpearte que echar un polvo —comentó Rocío.
—Eso es porque todavía no me has catado, muñeca —replicó Jaime al
instante.
—Ni te catará —sentenció Elías, padre de la susodicha, en un tono que
acobardaba al miedo.
Jaime abrió unos ojos como platos al ser consciente de lo que había
dicho, a quién se lo había dicho y delante de quién lo había dicho. Si había
un padre sobreprotector era Elías. Tampoco era que tuviera mucho sentido
del humor en lo que atañía a su hija. Bien que lo sabía él.
—Joder, claro que no. Que no va a catarme, quiero decir. Ni de coña me
acercaría a ella. No es mi tipo. Es que no la tocaría ni con un palo —afirmó
con las orejas rojas.
—Con un palo te voy a dar yo, capullo —gruñó fingiéndose ofendida—.
¿Cómo que no soy tu tipo? Tu tipo son todas las mujeres de menos de cien
años —se burló.
—Las mujeres guapas, reina —especificó Jay malicioso.
—¿Acabas de llamar fea a mi hija? —intervino Elías con voz grave.
—Si te digo que sí, ¿qué harás? —lo retó Jaime en un inusitado alarde de
valentía.
—Ponerte los ojos morados —contestó Elías con cara de póquer, aunque
por dentro sonreía, igual que los demás.
La treta de Sin parecía estar dando resultado, Jaime volvía a ser él
mismo.
—Si haces eso no podrá impartir clases mañana, cariño —señaló Beth
saliendo en defensa de Jaime—. Sería un ejemplo terrible para sus alumnos,
por lo que habría que suspender las clases, y son bastantes... —Pues no,
salía en defensa de la cuadra.
—Siempre puede usar gafas de sol —apuntó Sin.
—Y eso lo sabes por experiencia... —repuso Rocío desdeñosa. Sin era
célebre por ser una camorrista a la que le encantaba la bronca.
—De eso tengo bastante más que tú, princesita. En todos los sentidos —
respondió Sin.
—Demasiada diría yo, casi podría decirse que estás dada de sí —resopló.
Rocío y Sin eran las mejores amigas de Jaime e iban a muerte con él,
pero estaba claro que entre ellas no había esa conexión. Ni ninguna otra.
—Siempre he tenido ganas de ver a dos tías peleándose en el barro —
confesó Jaime—. La pista de doma está anegada de agua, podría valer si os
apetece daros unos golpes.
Sin y Rocío se giraron hacia él. Sin enarcó una ceja. Rocío, en cambio,
se quitó la deportiva del pie izquierdo.
—Ni se te ocurra tirársela —la paró Elías, pues conocía las costumbres
de su hija.
—Se lo merece, papá.
—Cierto. Tírasela, pero luego la recoges.
—¡No me jodas, Elías! —Jaime se lanzó al suelo para esquivar la
deportiva que con inigualable puntería le tiró Rocío—. ¡Fallaste! —se jactó
incorporándose. La deportiva derecha impactó limpiamente en su pecho.
En ese momento estalló una risa aguda y chirriante, como si quien la
exhalara no tuviera costumbre de reír y no supiera cómo hacerlo. Todos
miraron a Cirila, quien se tapó la boca con las manos a la vez que hablaba
con la voz entrecortada por la risa.
—No, ni se te ocurra disculparte por reír —le advirtió Mario sin darse
cuenta de que lo hacía en castellano y no en alemán.
Le había traducido el rifirrafe como buenamente podía, y Cirila no había
podido contener la risa al ver a la morenita lanzarle el calzado a su hijo.
Aunque, la verdad, la escandalizaba que fueran tan abiertos a la hora de
hablar de los placeres carnales.
Murmuró unas frases con timidez y esperó a que Mario las tradujera sin
apartar la mirada de su hijo, era la primera vez que veía la alegría bailar en
sus ojos y sus labios. Esas chicas, aunque descaradas, le hacían mucho bien.
—Dice que ella también les ha tirado unos cuantos zapatos a sus primos
y que es una buena manera de hacer entrar en razón a los chicos —tradujo
Mario encantado con la mirada traviesa de Cirila, pues ya no parecía tan
vulnerable.
—No me jodas... —Jaime la miró pasmado—. ¿Tiene primos?
—Eso acaba de decir, Jay. —Rocío lo observó preocupada, el buen
humor provocado por las pullas había desaparecido dejando en su lugar una
expresión de espanto.
—Me la pela. Que lo diga otra vez. Pregúntaselo, Mario —exigió saber
acucioso.
—Dice que unos cuantos. Su abuela tuvo siete hijos y todos han tenido
hijos y estos también los han tenido. Son una familia numerosa aunque
desperdigada.
—Y ella, ¿ha tenido más hijos o solo yo? —gruñó Jaime.
—Solo tú —afirmó Mario tras escuchar a Cirila.
—¿Tiene hermanos? —jadeó.
La urgencia era tan evidente en su voz que Cirila se sintió amedrentada.
¿Por qué parecía tan enfadado? ¿Qué había dicho para convertir su alegría
en rabia?
—No tiene —señaló Mario tras hablar con ella.
—Y su madre, ¿dónde está? —inquirió Jaime con la respiración agitada
al pensar que Cirila, como era normal, tendría una madre. Y esa madre
sería... su abuela. Dios santo.
—Murió cuando la tuvo a ella.
—Vale, genial —musitó alterado—. No, joder, no traduzcas eso, Mario.
No es genial. Es una mierda. Dile que lo siento mucho.
—No te preocupes, no se lo he trasladado.
—Estupendo. ¿Y su padre? ¿Tampoco está vivo?
—No lo sabe. Su madre la tuvo de soltera y nunca dijo quién era el
padre.
—¿Y tíos? ¿Cuántos tiene? Ya, seis, lo acaba de decir. ¿Están vivos?
¿Dónde viven? ¿En Alemania con ella? ¿En Eslovenia? ¿Y sus primos? ¿Se
lleva bien con ellos? —Las preguntas salían disparadas en ráfagas de su
garganta.
—Espera un poco, Jay, no me das tiempo —lo paró Mario.
—Sí, perdona. —Se levantó, no aguantaba sentado un segundo más.
—Viven todos menos uno. Residen en Eslovenia, con sus hijos y sus
nietos. Se llevan bien, algunos viven en su aldea y otros en la capital.
—Vale, cojonudo. O sea, que tiene, tengo, seis tíos. —Recorrió alterado
el salón. ¿Siempre había sido tan pequeño? Nunca se lo había parecido.
Abrió una ventana a pesar del frío exterior y se asomó en busca de aire—.
¿Cuántos primos tiene?
Cirila frunció el ceño a la vez que los contaba con los dedos.
—Diecinueve primos hermanos y veintiséis primos segundos —
interpretó Mario.
—Joder, es una puta familia numerosa. ¿Y sus abuelos? ¿Están vivos? —
retomó su frenético deambular.
—Murieron. Su madre era la pequeña de los hermanos.
—¿Quién la crio? —Se abrazó para calmar los escalofríos que lo
recorrían.
—La hermana de su madre, estaba viuda y tenía una hija un poco mayor
que Cirila.
—Genial... —Asintió nervioso y empezó a recorrer de nuevo el salón.
A punto estuvo de chocarse con Nini, que entraba con la merienda. Solo
los buenos reflejos de Jaime impidieron que cayera al suelo.
—Me cago en la puta. Lo siento, Nini, no iba mirando —se disculpó.
—Tranquilo, mi niño, no tienes ningún fuego que apagar, excepto el que
arde en ti, y ese no lo puedes apagar solo —le susurró la matriarca a la vez
que le retiraba con una caricia el pelo de la frente. La tenía empapada en
sudor.
—Entonces ¿qué hago? ¿Llamo a los bomberos? —se burló desdeñoso.
A veces era complicado entender a Nini. O tomarla en serio.
—No es necesario, Jay, los tienes a tu alrededor —replicó muy seria.
Zanjó el asunto dándole un maternal beso y empezó a repartir la merienda.
Jaime miró disgustado su plato y, sin probar nada, lo dejó en la mesa.
—Me apetece más un poco de fruta, ahora vengo. —Abandonó el salón.
Julio lo siguió. Conocía a su hermano. La fruta era solo una excusa para
escapar.
—¿Qué ocurre? —Abandonó la casa tras Jaime, quien había salido para
que la noche invernal le templara los ánimos.
—Nada.
—Jaime...
—Tiene una puta familia, Jules. —Lo miró con los ojos desorbitados.
—Sí, lo he oído.
—Con mogollón de tíos y primos. —El aire salía en resuellos de sus
pulmones.
—¿Adónde quieres ir a parar? ¿Qué es lo que te atormenta?
Jaime cerró los ojos a la vez que negaba frenético.
—Hermano, por favor, habla conmigo —le exigió Julio preocupado—.
Lo solucionaremos entre todos. No estás solo.
—Ya, vosotros sois los bomberos de Nini. —Esbozó una sonrisa
cáustica; sin embargo, los ojos le ardían con una mirada gélida cuando
habló de nuevo—. No solo tengo una madre, Jules. También tengo tíos y
primos.
—Así es —convino este sin saber adónde quería llegar.
—Jethro se pasó los primeros años de mi vida diciéndome que nadie me
quería. Que estaba solo en el mundo, que solo lo tenía a él. Tanto me lo
repitió que lo creí.
—No estabas solo, Jay, me tenías a mí.
—Ya, bueno —sonrió con acritud—. No supe que existías hasta que nos
presentamos en tu puerta cuando tenía siete años y me dijo que eras mi
hermano...
Julio lo miró pasmado, eso era algo que Jaime nunca le había contado.
—Qué hijo de puta —masculló furioso.
—Tengo una familia, Jules —murmuró con la garganta atenazada—.
Jethro no solo me robó a mi madre, también me los arrebató a ellos. —
Cerró los ojos conteniendo la repentina e indeseada humedad que los
emborronaba. Él no lloraba. No servía para nada, lo había aprendido de
niño—. Ojalá supiera dónde está...
—¿Tu familia? Cirila puede llevarte con ellos.
—No. Jethro.
—¿Para qué quieres saberlo? No se te ha perdido nada con él.
—Quiero matarlo. —Desvió la mirada, fijándola en el horizonte.
—No te faltarían motivos, pero no sabemos dónde está. —Lo cual
agradecía. No quería pensar en lo que sería capaz de hacerle a ese
desgraciado si lo tuviera delante—. Olvídate de él. No merece tu tiempo ni
tus pensamientos. Para nosotros está muerto. ¿Entendido? —Le apretó los
hombros al ver que no respondía—. Jaime, ¿de acuerdo?
El muchacho tardó varios segundos en aceptar con un cabeceo.
***
Poco después, los hermanos regresan al salón y descubren que, si todos los
viajes son agotadores, uno que recorre media Europa lo es más.
Jay miró a su alrededor con la boca abierta. Era consciente de que debía de
parecer idiota, pero no podía cerrarla, tan asombrado estaba. Acababa de
entrar en... otro mundo.
El pub tenía un ambiente esotérico, bajo la tenue iluminación se
acumulaban imágenes de santos, cruces de neón, esqueletos, velas a medio
derretir y flores secas. Al fondo, una pitonisa con túnica, turbante y bola de
cristal echaba las cartas. Si no hubiera sido por la música moderna a todo
volumen, creería que había cruzado un portal espaciotemporal y aparecido
en un garito vudú de la Nueva Orleans del siglo pasado.
Se adentró indeciso buscando a la morena de ojos eléctricos.
—¡Morritos de fresa! ¡Has venido!
Alguien lo aferró por la cintura pegándose a su espalda, su aliento le
acarició la oreja. Jaime se giró para ver a su captora. Era ella, con la boca
curvada en una de sus sempiternas sonrisas. Se quedó quieto, le gustaba
sentir sus dedos sujetándolo.
—¿Qué has dicho? —gritó para hacerse oír.
—Que has venido. Desde luego, soy de un perspicaz... —Se rio de su
obviedad y dio un paso atrás, poniendo distancia entre ellos y soltándolo.
—No, si eso lo he pillado, me refiero a lo que has dicho antes...
—Ah, Morritos de Fresa. Te va como anillo al dedo, o como fresa a la
boca. —Volvió a reírse a la vez que le acariciaba los labios con la yema del
pulgar al más puro estilo chico Martini—. Tienes unos labios adorables...
—Yo más bien diría que besables —señaló él envolviéndole la cintura.
—¿Saben a fresa?
—Tendrás que comprobarlo.
—Uy, no, jamás beso a un chico en la primera cita —sonrió traviesa.
—Esto no es una cita —señaló Jaime.
—Bien visto. —Y, sin más, le lamió la boca para acto seguido apartarse
y chasquear la lengua con desaprobación—. Qué desilusión, no saben a
nada.
—No los has probado bien. —Se inclinó sobre ella. El beso, si es que se
lo podía llamar así, había sido tan rápido e inesperado que no le había dado
tiempo a saborearla.
Ella lo paró empujándolo con las manos en el pecho.
—No corras tanto, Morritos.
—Jay.
Ella enarcó una ceja.
—Ese es mi nombre, Jay. En realidad, Jaime, pero solo mi hermano y mi
jefe me llaman así.
—Me gusta. —Cabeceó complacida—. Morritos Jay. Suena genial.
—Eh, no. ¡Quita el «Morritos»!
—Claro. —Echó a andar hacia un rincón con dos sofás en «L» rodeando
una mesa en donde estaban la rubia y un hombre joven con una tupida
melena castaña hasta los hombros que le daba aspecto de surfista.
La morena se sentó en el mismo sofá que la rubia, dejando un espacio
entre ambas.
Jaime se apresuró a ocuparlo y las miró apreciativo. Eran
impresionantes, cada una en su estilo. La rubia vestía unos leggins
encerados plateados y un jersey de pelo negro con un profundo escote en
pico que evidenciaba, además de la ausencia de sujetador, que estaba plana
como una tabla de planchar. Unas botas moteras sin anudar, estrellas de
purpurina enfatizando sus pómulos y brillo labial plateado completaban su
outfit. La morena había optado por la sencillez con unos ceñidos vaqueros
negros y un ajustado jersey de punto blanco que no le tapaba el ombligo. El
pelo suelto y alborotado, la cara limpia de maquillaje y su maravillosa
sonrisa completaban su imagen. Y, a pesar de que su estilo era menos
efectista que el de su amiga, a Jaime lo impactó el triple. Antes de que
acabara la noche se comería esa sonrisa.
—Chicos, este es Morritos Jay —le presentó la morena a sus amigos.
—Jay a secas —corrigió Jaime.
—¿Qué pasa, Morritos? —lo saludó el hombre mientras alzaba la mano
—. Yo soy Repe.
—¿Repe? —coreó Jaime; debía de haberlo entendido mal.
El hombre asintió con un gesto.
—Es abreviatura de «Repetido». Me lo puso de niño —señaló a la
morena— y con él me quedé. Y no me quejo, es mejor que el suyo: Sardi.
—Miró a la rubia.
—No me digas que no tiene cara de sardina —apuntó la morena
metiendo los pómulos como si fuera un pez. Jaime apenas pudo contener la
carcajada.
La rubia puso los ojos en blanco a la vez que negaba con gesto hastiado.
—¿No habías ido a ayudar a Repe a traer las copas? —le reclamó a la
morena. Más que oírla, leyeron sus labios, pues la música estaba a un
volumen brutal.
—¡Miércoles! He visto a Morritos y me he despistado... —se disculpó.
—Cómo no... Ya voy yo —resopló Sardi.
Jaime la miró confundido, Repe estaba sentado con ellos... La siguió con
la vista hasta la barra, donde se paró junto a un hombre que intentaba
abarcar cuatro vasos en las manos. Le cogió dos y regresó con él a la zaga.
Y Jaime entendió el porqué del mote. El tipo era clavado al surfista del sofá
colindante: castaño, ojos rasgados, nariz chata, labios gruesos. Joder, si
hasta vestían igual: vaqueros, camisa oscura y deportivas.
—Sois gemelos... —le comentó Jaime a Repe.
—Desde que nacimos, tío. Cosas de la vida. —Tomó una de las copas
que su hermano dejó en la mesa—. Eh, Repe, este es Morritos Jay.
—¿Qué pasa, Morritos? —lo saludó el segundo Repe.
—No, quita el «Morritos» —le pidió Jay confundido. ¿Repe había
llamado «Repe» a su gemelo? ¿Se llamaban igual? ¡Por favor, qué jaleo!
—Como quieras, Morritos. ¿No tienes copa? Pues lo llevas claro, la
barra está petada, casi media hora me he pegado para que me sirvieran —
gruñó.
—No hay problema, compartiré mi poción con Morritos. —La morena
tomó uno de los vasos de la mesa y se lo acercó a Jay.
Este se lo agradeció con un gesto y dio un trago. Los ojos se le abrieron
como platos. Sabía a...
—¿Es un san francisco? —La miró pasmado. Ese cóctel no tenía ni gota
de alcohol.
—Sí, es mi bebida favorita. ¿Está bueno?
—Eh, sí, muy... frutal. Voy a por un Puerto de Indias con tónica. —Se
puso en pie. Esa noche necesitaba algo que le aligerara el ánimo. No era
que pretendiera emborracharse, pero no le vendría mal anestesiar un poco la
mente.
—Llévate a Sardi, si consigues que le guiñe un ojo al camarero seguro
que os atiende rápido —le aconsejó guasón el primer gemelo.
La rubia miró al repetido y, sin mediar palabra, le enseñó la mano
derecha e hizo girar con la izquierda una manivela imaginaria con la que
levantó el dedo medio.
Jaime sonrió y enfiló a la barra. Cuando regresó un buen rato después, su
humor se había agriado debido a que el camarero atendía antes a las chicas,
sin importar que acabaran de acodarse en la barra. Y, claro, Jaime no era
una chica, pero Sardi sí, y bien guapa, confirmó por enésima vez echándole
una intensa mirada. Seguro que si lo hubiera acompañado lo habrían
atendido al instante.
—Ni lo intentes, Morritos, ya te dije que Sardi es hetero hasta la médula
—le advirtió socarrona la morena cuando se sentó entre ellas.
Sardi puso los ojos en blanco. Debía de ser su gesto favorito, pues lo
utilizaba cada dos por tres.
—Ya, bueno, yo también lo soy, así que coincidimos —convino él
guiñándole un ojo a la rubia. Esta sacudió la cabeza con gesto aburrido y se
puso a hablar con los Repes.
—No sabes cuánto —apuntó la morena con risa traviesa—. No te
imaginaba tan alto.
—¿Perdón? —Esa mujer cambiaba de tema más rápido que un político
de chaqueta.
—A caballo parecías normalito, pero de pie eres superalto. ¿Cuánto
mides?
—Uno noventa y algo.
—Yo uno setenta y dos, cuando me decida a besarte tendré que subirme
a una caja para llegar a tu boca. —Frunció el ceño.
—Estaré encantado de agacharme para ahorrarte la molestia, reina.
—Muy amable, corazón —replicó burlona—. ¿Sabes que tienes un culo
de infarto? Lástima no habértelo visto esta mañana, cuando estaba
enfundado en los pantalones de montar: con lo ajustados que son tiene que
ser una delicia para la vista.
—Ah, ¿gracias? —musitó Jay sintiendo las orejas arder.
—Eres una monada, se te han puesto las orejas rojas. ¿En qué lugar has
quedado?
—¿Perdona?
—En el concurso, ¿has pillado medalla?
—No —masculló Jaime disgustado, pues el peso de lo ocurrido ese día
cayó de nuevo sobre él. No tenía ni idea de cómo había acabado el
concurso, la aparición de su madre lo había vuelto todo del revés,
cambiando sus prioridades y sus preocupaciones.
—¿Pasa algo? —indagó la morena intrigada por su gesto.
—No. Qué va. —No le apetecía contarle sus mierdas a nadie, menos aún
a ella—. Oye, ¿cómo te llamas, reina?
—Iris, guapetón. —Se rio—. Los apellidos no te los digo porque no me
apetece. Y como sé que te va a interesar, te informo de que no tengo pareja
ni quiero tenerla. No es que no crea en el amor...
—Sí cree, ya te lo digo yo —intervino un Repe. Él y su gemelo estaban
repantigados en el sofá como si estuvieran en su casa jugando a la consola.
—Pues claro, lo que pasa es que soy muy exigente y no me conformo
con nada inferior a un príncipe azul cielo.
—¿Azul cielo?
—Sí, el azul oscuro no me gusta, es muy serio. —Disparó una sonrisa
que abarcó toda su cara y fue directa al pecho de Jaime, donde su corazón
se saltó un latido.
—Y no te olvides del dragón... —resopló Sardi. Reclinada con un pie
bajo el trasero, una mano olvidada en su regazo y la otra colgando con
elegante indolencia del respaldo del sofá, parecía Afrodita bajada del
Olimpo para aburrirse junto a los simples mortales.
—¿Tu príncipe azul celeste debe matar un dragón? —se carcajeó Jay.
—¡No! Pobre lagarto. No quiero asesinatos en mi conciencia. Solo tiene
que vencerlo. —Se quitó las deportivas de dos patadas y cruzó las piernas
estilo indio en el sofá.
—No es fácil encontrar un dragón hoy en día —apuntó Jaime.
—¡Claro que no! ¿Por qué te crees que vencerlo es condición sine qua
non para que el príncipe me enamore? —lo exhortó Iris pizpireta.
Jay negó con un gesto, esa conversación era tan rara que se perdía.
—Si el príncipe no vence al dragón, no tiene ninguna oportunidad de
conquistar su corazón, ergo si no hay dragón no hay posibilidades de que
aquí mi amiga se enamore —explicó un Repe.
—Es una estrategia cojonuda para esquivar relaciones —sugirió el otro.
—Lo que os gusta el drama... —comentó Sardi con gesto hastiado y voz
grave.
—No bebo alcohol, no me drogo y no suelto tacos... —continuó
describiéndose Iris como si no hubieran hecho ningún inciso para hablar de
dragones y príncipes.
—Pero eso no significa que sea una niña buena —apuntó uno de los
Repes con guasa.
—Exacto, solo significa que las apariencias engañan, así que no te fíes
de mi carita angelical, puedo ser muy peligrosa. —Dobló la rodilla contra el
pecho y apoyó la barbilla en ella.
—Lo es —señaló el otro Repe.
—Me faltan cuatro meses para cumplir los veintidós y resido en Madrid,
aunque me paso más tiempo fuera que dentro —finalizó Iris su descripción.
—¿Fuera de dónde? —preguntó Jay confundido.
—De Madrid. Me encanta viajar, lo hago por trabajo y por ocio. De
hecho, pasado mañana me voy a Alemania un par de meses.
—¿En serio? —Ella asintió—. ¿Hablas alemán? —indagó interesado.
—¡Qué va! —Se rio a la vez que ponía un pie bajo el trasero y cruzaba la
otra pierna sobre la que tenía doblada en un nudo imposible.
Jay pensó que esa mujer era la demostración gráfica de la expresión culo
de mal asiento.
—¿No te da reparo ir a otro país sin saber el idioma? No te vas a poder
comunicar —planteó, Cirila muy presente en la pregunta.
—A esta loca no le da reparo nada —intervino un Repe.
—Porque no tiene cabeza. Me voy a mear —soltó Sardi saltando del
sofá.
—Ve al de chicas —le pidió el otro Repe. Sardi le enseñó el dedo medio.
—Tanto como nada... —Iris se cruzó de piernas estilo indio y apoyó los
codos en las rodillas y la barbilla en las manos—. Algo habrá que me
asuste, cuando lo descubra te lo cuento. Lo que no me da ni una pizca de
reparo es viajar. En las centrales, los ingenieros y los técnicos hablan inglés
o francés y domino ambos idiomas. Y cuando salgo de fiesta si no me
entienden uso la mímica. Solo necesito siete gestos para salir triunfante en
cualquier situación. ¿Te los enseño?
Sin esperar respuesta, asintió con la cabeza enseñándole el primer gesto.
En el segundo hizo lo contrario: negó. Para el tercero y el cuarto formó una
«C» con la mano, como si cogiera un vaso, y fingió beber, luego juntó la
punta de los dedos y se los llevó a la boca pidiendo comida. En el quinto
aferró entre pulgar e índice un bolígrafo imaginario y escribió en el aire con
el gesto universal de pedir la cuenta.
—¿Y el sexto y el séptimo? —inquirió Jaime al ver que se detenía.
—Esos son los más importantes, el sexto es el que da más vidilla —dijo
antes de lamerse la boca y lanzarle un beso en un gesto claro de que quería
tema con él.
Jaime se acercó para tomarle la palabra y besarla. O intentarlo, porque
ella le apartó la cara esbozando una sonrisita endiablada.
—Y el séptimo es el que deja claro que una propuesta no me interesa —
apuntó ella antes de cerrar la mano dejando fuera el dedo medio en una
peineta perfecta.
Jaime estalló en carcajadas. Desde luego, esos siete gestos hacían posible
una comunicación rudimentaria pero eficaz.
—¿A qué te dedicas? —le preguntó a gritos para hacerse oír por encima
de la música cuando se calmó su ataque de risa.
—Es complicado de explicar, trabajo en diferentes campos de estudio
para el almacenamiento, investigación y mejora de nuevas fuentes de
energía renovables que puedan sustituir a las actuales.
—Eres muy joven para eso, ¿no? —La miró incrédulo.
—Acabé la carrera el año pasado y ahora estoy en prácticas en una
empresa internacional que, cuando no me tiene trabajando en algún
proyecto en España, me envía fuera del país a cursillos. Me pagan una
mierda, pero viajo gratis por Europa, así que me compensa.
—¿Te has sacado una carrera con veintiún años? No me lo creo, reina,
vete a otro con ese cuento —resopló receloso.
—¿Desconfías de mi palabra? —Enarcó una ceja con fingido disgusto
antes de esbozar una abierta sonrisa—. Haces bien, no me conoces de nada,
puedo ser una mentirosa compulsiva. O peor aún, una asesina en serie que
quiere llevarte al huerto para, tras saciarme de ti, matarte... —Puso cara de
malvada.
—Si eso me permite follarte, merecerá la pena arriesgarse —replicó Jay.
—¿Te he dicho que me atraen los hombres osados y valientes? —Apoyó
la barbilla en los nudillos, una sonrisa coqueta brillando en sus labios.
—Yo lo soy. —Se acercó a su boca.
—Lo tendré en cuenta en el futuro. —Irguió la espalda alejándose—. Te
toca.
—¿Qué me toca?
—Yo no, por descontado. —Se rio al ver su confusión—. Háblame de ti.
—Me llamo Jay, tengo dieciocho años, resido en Madrid, estoy soltero y
sin compromiso, y así quiero permanecer hasta que me vaya al otro barrio.
Soy profesor de equitación y escritor en ciernes. —Se sorprendió al decir lo
último, pues solo sus allegados sabían que escribía. Pero si esa tía podía
decir que hablaba dos idiomas y tenía una carrera, él podía soltar que era
escritor. Además, no mentía. Lo era. O lo sería.
—¡Pero si eres un bebé! Madre mía, si aparentas veinticinco —dijo
pasmada.
Era un hombre guapísimo de cara angelical, ojos grises y boquita de
fresa. Su cuerpo, de músculos definidos pero no exagerados, era digno de
una estatua de la Grecia clásica. Desde luego, no era el físico escuálido y a
medio formar de un adolescente. Pero no era eso lo que lo hacía parecer
mayor. Eran sus ojos. Tenía una mirada acerada y llena de fuerza que
albergaba madurez y carecía de la inocencia y la ingenuidad de la juventud.
—No soy un bebé, te lo demuestro cuando quieras, preciosa. —Le tiró
un beso.
—¿Ya estamos otra vez con las insinuaciones sexuales, guapetón?
—Tengo una apuesta que ganar... —Le guiñó un ojo.
—¿Qué planeas hacer para ganarla? —Bajó la voz y Jaime tuvo que
acercarse para oírla, lo cual le parecía estupendo, la verdad.
—Por lo pronto, no pienso enfrentarme a ningún dragón —apuntó en su
oreja.
Iris se estremeció al sentir su aliento contra la piel.
—Eso me interesa. —Se giró para quedar enfrentada a él con los pies
bajo el trasero—. ¿Seguro que no te rajarás y acabarás buscando uno? —Lo
miró recelosa.
—Seguro. No soy un príncipe.
—Cada vez me gustas más. Casi estoy por darte una oportunidad,
siempre y cuando me prometas que jamás te vestirás de azul cielo. —Sus
labios se curvaron descarados.
—Ni de coña, mi color es el negro. —Se cernió sobre ella. Iba a besarla.
Ya. No aguantaba un segundo más sin probarla.
—¡Iris..., problemas en el baño! —gritó uno de los Repes.
Ella giró la cara antes de que Jay tuviera tiempo de besarla.
—¡Miércoles! —Lo apartó de un empujón, saltó al suelo y se calzó.
—¿Qué coño...? —jadeó Jay cabreado al ver que su presa se escapaba.
—Mira que le he dicho que fuera al de chicas —resopló un Repe sin
moverse del sofá. El otro tampoco hizo intención de seguir a Iris.
—Bébete la copa, Morritos —le aconsejó uno—. Iris va a hacer una
irisada.
—Lo que significa que están a punto de echarnos... —suspiró el otro.
Jay los miró pasmado y buscó a Iris con la vista, la encontró junto a los
aseos. Allí estaba la rubia, acorralada contra la pared por un par de tipos
que parecían indecisos entre besarla o agredirla. Quizá ambas cosas.
—Joder. —Saltó para ir a ayudarlas, pero un Repe lo agarró
impidiéndoselo.
—Quédate quieto, tío, no la líes más. Si se ocupa Iris, lo mismo hay
suerte y no se monta la de Dios es Cristo, los gorilas suelen hacer la vista
gorda cuando son las chicas las que pegan, pero si vas tú sí que se va a liar...
Jaime lo miró pasmado. ¿Qué tipo de amigo era ese? Se zafó de un tirón
y enfiló al aseo. No había dado tres pasos cuando Iris agarró a uno de los
tipos y, con una llave sacada de una película de Bruce Lee, lo tumbó.
Cuando el otro fue a por ella, saltó girando sobre sí y le pegó una patada en
el pecho que lo lanzó contra la pared. El tipo resbaló atontado hasta el
suelo.
—Ya están noqueados, coge tu chupa y vámonos —lo instó un Repe
echándole la cazadora al hombro a la vez que lo empujaba hacia las chicas.
Llegaron junto a ellas, que estaban discutiendo con el dueño del pub.
Aunque en realidad era Iris quien discutía mientras Sardi trataba de
apaciguar los ánimos. Los Repes agarraron a la morena y, deshaciéndose en
disculpas, la sacaron del local.
—Mira que te he dicho que entraras al de chicas —acusó un Repe a
Sardi.
—No voy a entrar en el de las chicas si no lo soy —gruñó este.
Ahora que ya no había música atronadora atacando sus oídos, Jay
comprobó que la voz de Sardi era eminentemente masculina. Ronca y
grave, imposiblemente sexy y tan suave y delicada como todo en él.
—Ya, pero cada vez que entras en el de los tíos tenemos lío —señaló un
Repe.
—No siempre, solo cuando nos topamos con inserte palabrota
intolerantes de inserte palabrota con el cerebro cuadriculado y la empatía
bajo mínimos —apuntó Iris.
—¿Qué? —Jaime la miró aturdido.
—Solo cuando nos topamos con jodidos intolerantes de mierda —
tradujo el otro Repe. ¿O era el mismo? Jay era incapaz de distinguirlos.
—Tengo hambre, ¿os ape un búrguer? —preguntó Iris frotándose la
tripa.
—Paso de comida basura, he tenido mierda de sobra por esta noche —
gruñó Sardi—. ¿Vamos a La Mamona?
—Por nosotros, vale —aceptó un Repe en nombre de los dos—.
¿Morritos?
—Vale —aceptó Jay sorprendido por el nombre del restaurante.
Dicho y hecho, cogieron el Sandero y fueron al que resultó ser uno de
los restaurantes de moda madrileños.
Nada más ver el sitio, Jay supo que no los dejarían entrar sin reserva y
sin cantidades ingentes de dinero, algo de lo que él carecía. Se equivocó.
Sardi tenía enchufe. Era amigo del dueño, a quien había conocido
desfilando para la colección femenina de un diseñador en ciernes. Tomaron
una cena digna de reyes en el transcurso de la cual Jay descubrió que Sardi
era un chico hetero con un marcado lado femenino que le gustaba explorar,
algo que le había acarreado algún que otro disgusto. También descubrió que
los gemelos eran unos gamberros de cuidado a los que les encantaba
confundir a la gente y que iban a muerte con Iris y Sardi.
Los cuatro eran un todo. Se conocían desde bebés y eran inseparables.
Tanto que, donde fuera uno, iban todos, y eso incluía los viajes —
nacionales e internacionales— de Iris y el nomadeo por las pasarelas de
Sardi, que en realidad se llamaba Sabino. Los Repes, Jorge y Juan, eran
programadores, ergo podían trabajar desde cualquier lugar con conexión a
internet; Sardi era diseñador gráfico y solía desfilar en colecciones
femeninas. Iris era ingeniera de la energía especializada en gestión,
distribución e integración de las energías renovables y nuclear. Era un
cerebrito que se había sacado la carrera acabando la primera de su
promoción y ahora estaba haciendo un máster que le sufragaba la empresa
para la que trabajaba, que también la mandaba a cursos en instituciones
punteras del sector, de dentro y fuera de España.
7
Jaime, como el joven bien educado que era, se lavó las manos tras vaciar la
vejiga y, mientras lo hacía, se miró en el espejo. No le gustó la cara del
gilipollas apaleado que le devolvió la mirada. Que no era otro que él
mismo. Ahora que Iris y sus sonrisas se habían marchado, los
acontecimientos del día volvían a invadir sus pensamientos. Y era una puta
mierda. No quería pensar en su madre ni en lo que sucedería al día
siguiente, la semana siguiente o los años venideros ahora que ella había
irrumpido en su vida como un elefante en una cacharrería.
No quería pensar en nada. Solo quería... no sentir.
Se planteó ir a la barra y pedirse otro Puerto de Indias con tónica. Sería
el tercero de la noche. Estaba achispado, pero no borracho. Y no le apetecía
estarlo. Su padre enfrentaba —y creaba— los problemas ahogándolos en
alcohol. No pensaba imitarlo.
Se marchó de la discoteca sin tener muy claro qué hacer a continuación.
Si tuviera dos dedos de frente se dejaría de paseos —era de madrugada y
estaba helando— y regresaría al piso de su hermano. Pero ni tenía dos
dedos de frente ni le apetecía encerrarse entre cuatro paredes. No mientras
no hubiera nadie. Si de normal no soportaba la vacuidad del piso cuando no
estaba Jules, esa noche estar prisionero allí se le antojaba una tortura.
Podría acercarse al Dakota, el bar motero que frecuentaba Sin, y pasar la
noche con ella. Tal vez estuviera libre para echar un polvo, aunque dada la
hora lo más probable sería que estuviera follando con algún motorista. O
algunos motoristas. Y de todas maneras tampoco le apetecía verla porque
acabarían hablando de Cirila.
Como si fuera posible apartarla a ella o a Jethro de sus pensamientos.
Se abrochó la cazadora, hundió las manos en los bolsillos y echó a andar
sin rumbo. Cuando se cansara de caminar o se le helaran las pelotas —lo
que antes pasara—, decidiría qué hacer.
No tuvo oportunidad de decidir nada. El destino, providencial como solo
él podía serlo, se personó ante Jay con un brusco frenazo seguido del
consiguiente bocinazo por interrumpir el tráfico madrileño y le ofreció una
alternativa difícil de rechazar.
—¡Morritos! ¿Qué haces en la calle? Te hacía en la discoteca, buscando
presas. —Iris sacó medio cuerpo fuera de la ventanilla trasera del coche y le
guiñó un ojo.
—No había nada que me interesara —replicó él con una sonrisa pícara
—. ¿Qué hacéis por aquí todavía? —Hacía rato que habían salido, ya
deberían estar lejos.
—Gilda dijo que giráramos a la derecha y Sardi giró a la izquierda. —
Iris se encogió de hombros. El bocinazo del coche que tenía detrás enfatizó
sus palabras.
—¿Gilda?
—El navegador. Sardi y ella no se llevan bien —explicó un Repe.
—Porque no me avisa con tiempo. Se cree que puedo cambiar de carril
en cero coma, pero esto es Madrid y suele haber coches que me lo impiden
—bufó Sardi.
—Y cuando parecía que estábamos en el camino correcto, Sardi se saltó
la salida, lo que nos ha traído de nuevo al punto de partida —continuó el
Repe del asiento del pasajero.
—Reitero, que te avisen dos metros antes de la salida hace inviable
tomarla —protestó Sardi a la defensiva.
—Esta es la segunda vez que pasamos por delante de la discoteca —
apuntó Iris.
—Nos queda una más y vamos para casa, ya sabes, a la tercera va la
vencida —bromeó un Repe. Un nuevo pitido anunció que el coche que
estaba retenido detrás de ellos comenzaba a perder la paciencia.
—A veces eres tan gracioso que me dan ganas de llorar —resopló Sardi.
El conductor del Ford que los seguía dejó puesta la mano en el claxon.
—¿Quieres que te acerquemos a algún lado, Morritos? —le preguntó Iris
con una de sus maravillosas sonrisas espontáneas.
Jay no lo pensó un instante. Si la vida le daba la oportunidad de pasar
más tiempo con ella, no iba a desaprovecharla. Cuando llegara a casa ya
decidiría qué hacer.
—Sería genial —gritó para hacerse oír por encima del furioso claxon.
Iris se movió al asiento central para hacerle hueco y Jay se lanzó a este a
la vez que Sardi aceleraba. Quedó encajado contra la puerta. No podía
decirse que el Sandero fuera muy grande. Aunque tampoco le importó ir tan
pegadito a Iris, para qué engañarnos.
El trayecto se les hizo muy corto. A ambos.
En un instante estaban bromeando sobre el trasero de Jay —que según
Iris era el culpable de que estuvieran tan apretados— y al siguiente estaban
en la urbanización de Jaime, aunque ni él ni Iris se percataron, estaban muy
ocupados en meterse el uno con el otro. También en pellizcarse cuando
encontraban un fallo en la defensa del contrario, aplastando en su euforia al
Repe sentado con ellos, que no se cortaba en empujar a Iris contra Jay
animándola a contraatacar. En definitiva, el asiento de atrás del Sandero
estaba sumido en una cruenta y jubilosa guerra.
—Es aquí, ¿no? —le preguntó Sardi a Jaime.
Jaime lo miró aturdido antes de recordar el motivo por el que estaba en
ese coche. Y no era para pelearse con Iris ni robarle besos cuando menos se
lo esperaba.
—Ah, sí. Justo ahí enfrente —confirmó—. Pásatelo en grande en
Alemania, reina —le dijo a Iris, su reticencia a apearse más que evidente.
—Eso seguro, corazón. Con estos tres es imposible pasárselo mal —
replicó ella.
Jaime la miró confuso. ¿Qué tres? Los gemelos y Sardi, claro. ¿Iba con
ellos? Por supuesto. En la cena habían comentado que siempre viajaban
juntos. Pero no lo había relacionado con ese viaje. Sintió tanta envidia que
le preocupó volverse verde.
—Colgad muchas fotos en Instagram, que os estaré vigilando —bromeó
mirando a Iris.
—Ya me sé yo a quién vas a vigilar —se burló un Repe dándole un
codazo a Iris.
—Calla, idiota. —Ella le pellizcó sin apartar los ojos de Jay—.
Estaremos en contacto.
—No lo dudes, reina, te voy a asediar a mensajes.
—¡Lo sabía! —exclamó Iris—. ¡Sabía que eras un acosador aunque esta
mañana afirmaras lo contrario! Me has seguido hasta el bosque en uno de
mis momentos más íntimos —se llevó la mano al pecho con teatralidad— y
ahora me amenazas con asediarme. ¡Que le corten la cabeza! —Lo señaló
con el índice, su sonrisa tan enorme que asomaban todos sus dientes.
Jay recordó la conversación en la dehesa, cuando la pilló evacuando.
¿Había sido esa mañana? ¿En serio? Parecía que había pasado toda una
vida.
—¿Que me corten la cabeza? ¿Eso no lo dice la Reina Roja de Alicia en
el País de las Maravillas? —La miró divertido.
—Llevas toda la tarde llamándome reina, corazón..., qué quieres que te
diga, se me ha subido a la cabeza —replicó ella al instante.
—Tú di que no. Lleva pidiendo que le corten la cabeza a la gente desde
que tenía siete años y vio la película —resopló Sardi.
—¡Jo, cállate! Con lo bien que me había quedado. —Le dio una colleja.
—¡A que te bajas del coche y vuelves andando!
—En otra vida —sopló con sorna un Repe.
—Y en otro universo —añadió el otro con idéntica ironía.
Sardi puso los ojos en blanco.
—Nos vemos... —Iris se inclinó para darle un casto beso de despedida.
Por supuesto, Jay no permitió que se quedara así. Le envolvió la cara
entre las manos y se apropió de su boca, formulando con sus labios y su
lengua una promesa. Volverían a verse. Y acabarían lo que habían
empezado.
Los Repes no les dieron mucho tiempo antes de silbarles y aplaudirles
socarrones.
Jay sintió la sonrisa de Iris contra sus labios. Se contagió de ella, lo que
dio por finalizado el beso, porque era muy difícil besar a la vez que se reía.
—Sois unos capullos —los increpó con sorna ganándose sus abucheos,
que, por supuesto, ignoró. Toda su atención se centraba en la sonriente
mujer a la que no iba a ver en dos meses—. Date prisa en volver —le pidió
sin pensar antes de lamerle la boca para saborear su sonrisa. Luego abrió la
puerta con decisión y se apeó.
Echó a andar con paso enérgico sin mirar atrás. No se atrevía a hacerlo.
Esa noche no estaba en sus cabales, como había quedado demostrado unos
segundos antes.
¿«Date prisa en volver»? ¿Por qué coño había dicho eso? Vale que la
velada se le había hecho supercorta, pero tampoco era para decir esa
gilipollez. Había sonado romántico de cojones. Iris pensaría lo que no era.
Enfiló al portón de su urbanización. Tenía sed, así que subiría, pillaría
una birra y bajaría de nuevo para deambular a ninguna parte. En el piso no
se iba a quedar.
***
—Vaya tela con Morritos, menudo moñas está hecho —resopló con sorna
un Repe.
—Con lo machote que parece y suelta esa cursilada, qué decepción —
coincidió el otro en el mismo tono burlón.
—¡Qué dices! Es tan tierno. Una cucada de niño —rebatió Sardi con
evidente coña.
Iris los ignoró a los tres.
«Date prisa en volver»... Si se lo hubiera dicho otro tío habría salido
corriendo espantada y no habría parado hasta la Conchinchina. Pero se lo
había dicho Jay. Y besaba de maravilla. Y era divertido y atrevido. Y se le
ponían las orejas rojas con tanta gracia...
—¡Para! —gritó de repente.
Sardi clavó el pie en el freno.
—¿Qué ocurre? —inquirió uno de los Repes preocupado por su
estallido.
—Me bajo.
—¿Qué? —jadeó Sardi—. ¿No lo dirás en serio, Iris?...
—Y tanto que lo dice en serio. Aquí la niña está a punto de hacer una de
sus irisadas —se guaseó el otro Repe.
—Mañana hablamos. —Salió del coche y, al ver que la puerta de la
urbanización se cerraba y que Jaime ya no estaba, gritó—: ¡Jay!
La puerta volvió a abrirse. Jaime asomó la cabeza.
—¡¿Sigue en pie lo de comerme?! —le gritó parada junto al Sandero.
Jaime parpadeó una vez. Dos. Y asintió con un gesto.
Iris esbozó una enorme sonrisa y echó a correr. Y, a pesar de que
ninguno era dado a los gestos románticos, cuando llegó hasta Jaime, este
abrió los brazos y ella saltó a ellos.
Se dieron un beso de película. Pero de película romántica de cojones.
Jaime abrió el portón y empujó a Iris dentro. Recorrieron el jardín entre
besos, las manos de ella ocupadas en amasar el culo de él y las de él
empeñadas en abrir la cazadora de ella, lo que devino en que chocaran,
imposibilitándoles llevar a cabo su propósito.
—¿Qué te parece si lo coreografiamos? —propuso Iris mientras Jaime
abría el portal. O mientras lo intentaba, porque besarle el cuello y tocarle las
tetas con una mano mientras empuñaba la llave con la otra no era lo que se
dice fácil, sobre todo cuando se pretendía encajar la llave en la cerradura sin
mirar.
—¿Cómo en un baile? —inquirió él bajando por sus clavículas—. De
acuerdo.
—Genial, pues entonces tú pones la mano en mi culo y yo te desabrocho
el pantalón. Así no chocamos.
Jay hizo lo que le pedía, pero en el momento en que la sintió rozarle la
bragueta se le olvidaron sus buenos propósitos y volvió a besarla con ganas
mientras sus manos la apretaban contra él, impidiéndole maniobrar.
Evidentemente, la puerta del portal continuó cerrada, y así iba a seguir,
porque a Jay se le había olvidado que tenía que abrirla. De hecho, había
olvidado hasta que estaban en la calle.
—Desde luego, no vales para esto, Morritos —lo acusó divertida.
—¿Cómo que no, reina? Claro que valgo. Soy un puto crack follando.
—Eso ya lo comprobaré algún día, pero ahora lo que está claro es que se
te dan de pena los detalles. —Le metió las manos bajo la camisa y a Jay se
le pasó el ardor al instante.
—¡Qué cabrona! ¡Están heladas! —Se apartó de esas armas de
congelación masiva.
—Me estoy quedando pajarito cuando tenemos tu casa al alcance de la
mano. Más exactamente de esa en la que tienes las llaves. —Las señaló—.
Detalles, Jay, detalles.
Jaime miró las llaves, la puerta y a Iris.
—Joder, reina, tienes toda la razón. —Rompió a reír. Eso sí, abrió
mientras reía.
Entraron en el portal y Jaime se planteó subir por la escalera como
siempre —los espacios cerrados no eran lo suyo—, pero lo pensó mejor.
Dudaba que a Iris le apeteciera tal escalada. Llamó el ascensor, se besaron
mientras lo esperaban, se besaron mientras subían —lo cual le vino genial
porque lo despistó de su aversión a los espacios cerrados—, se besaron al
salir al descansillo y se besaron mientras Jay intentaba abrir la puerta del
piso, motivo por el cual no hubo manera de abrirla.
—Joder —masculló frustrado apartándose de su boca—. Dame un
segundo, reina.
—Todos los que quieras, bombón —replicó Iris burlona.
Y mientras él encajaba la llave en la cerradura, ella aprovechó para
resbalarle la mano bajo los vaqueros, lo que hizo que se le cayeran las
llaves al suelo.
—O dejas las manos quietas o no entramos, cielo —bufó Jaime cuando
Iris le ciñó la polla y comenzó a masturbarlo. Estaba tan cachondo que ya ni
siquiera le parecía que las tuviera excesivamente frías.
Iris le dio un par de sacudidas más y sacó la mano. Él no se movió.
—Si me agacho a por las llaves, reviento el pantalón. —Se recolocó
como pudo.
—Sí que eres melindres, Morritos.
—Lo que estoy es muy necesitado. —La atrapó y volvió a besarla. Y
después, por fin, recogió las llaves y abrió la puerta.
Acababa de cerrarla cuando Iris lo estampó contra la pared y le arrancó
la cazadora. Antes de que se diera cuenta, le había quitado también el
jersey. Estaba a punto de desabrocharle los pantalones cuando él reaccionó
y le apartó las manos. Si volvía a tocarlo, se correría, algo que no iba a
permitir que sucediera. Vamos, ni de coña. Tenía una reputación que
mantener. O que instaurar, porque no era que Iris estuviera al tanto de sus
proezas sexuales (reales y ficticias).
Le sujetó las manos a la espalda para mantenerlas lejos de su polla y se
dio un festín con su boca mientras resbalaba la mano libre bajo el jersey
blanco que no le tapaba el ombligo. Subió a sus tetas y ella arqueó la
espalda empujándolas contra su palma. Atrapó un pezón entre los dedos y
jugó con él haciéndola estremecer.
—Vamos a la cama... Es hora de que cumplas tu promesa —le reclamó
Iris.
—Joder, sí. —Le comió la boca con violencia antes de liberarla—. Ven...
—Tiró de ella hasta el salón.
—No te ofendas, pero esto tiene tanta pinta de ser una cama como yo de
ser una monja... —Iris se resistió a sentarse en el sofá cuando él la empujó
hacia este.
Jaime la miró confundido.
—Ya. Es que es un sofá.
—Me prometiste una cama —sonrió ladina.
—Sip, pero mi cama es muy pequeña, de noventa —informó. Sin tenía
aversión a las camas pequeñas y él, sin saber bien por qué, creía que era una
manía generalizada entre las chicas.
Iris enarcó una ceja, miró el sofá y luego a Jaime.
—Eso son unos treinta centímetros más ancha que el sofá... No es que
sea para tirar cohetes, pero en noventa centímetros al menos te cabrá ese
culo tan enorme que tienes y no me aplastarás. —Le dio un azotito travieso
en el trasero.
—No es mi culo el enorme —refutó él—, sino el tuyo... —Le dio un
buen pellizco.
Ella se quitó el jersey de un tirón y lo usó de látigo contra él.
Jaime se quedó tan pasmado al ver su sujetador que encajó un par de
latigazos antes de reaccionar y quitarle la prenda de las manos.
—¿Qué coño llevas puesto?
—¿Te gusta? ¿A que es una cucada?
—¿Tengo que ser sincero?
—Tú sabrás si quieres montártelo conmigo... —lo desafió.
—Ah, pero no voy a follarte —replicó él—, solo me está permitido
chupar y besar.
—Reformularé mi frase. Si quieres mojar tu pincelín en mi rajita en
algún momento de los próximos cincuenta años, tienes que decirme que es
una cucada.
—Vale. Es una cucada. —Arrugó la nariz—. Joder, no. No puedo
soportarlo. —Se pasó las manos por la cara como si se quisiera arrancar los
ojos—. ¡Me sangran las retinas! ¡Es una horterada brutal! ¿Cómo se te
ocurre ponerte un sujetador con las copas simulando ser dos melones verde
chillón? —Estalló en carcajadas.
—Me pareció chistoso.
—Pues es calamitoso.
—Pero qué niño más gracioso.
—Yo más bien diría lujurioso. —La atrapó entre sus brazos, así no se
veía obligado a mirar el horrible sujetador.
—Y pegajoso. —Lo empujó.
Jaime volvió a abrazarla y la besó. Despacio. Asaltando su boca con
caricias lúbricas y roces sinuosos.
Iris se rindió sin mostrar resistencia, estaba deseando ser conquistada. Le
pasó las manos por su torso definido y sin vello, excepto por la delgada
hilera oscura que bajaba desde su ombligo hasta perderse bajo la cinturilla
de los vaqueros.
—Eres un regalo para la vista —afirmó lamiéndose la boca—. Deja que
te ayude con tu problema... —Le soltó con dedos hábiles los botones del
pantalón.
—¿Qué problema? —gimió cuando le rozó el glande.
—Este tan enorme que está a punto de reventarte la bragueta. —Resbaló
por su pecho con la boca. Jugó con el ombligo y descendió con los labios
por su vientre a la vez que le bajaba los vaqueros y el bóxer, liberando su
erección. Jay se libró de las deportivas de dos pisotones y de las prendas
enredadas en sus tobillos de otros dos. Mientras tanto Iris le aferró la polla y
le dio un lametón desde la base hasta la punta—. Tremenda salchicha. —Se
la metió en la boca y la saboreó hundiendo las mejillas—. Muy sabrosona...
¡Asúcar!
Jay estalló de nuevo en carcajadas.
—Joder, reina, no me hagas esto... Así no hay modo de follar.
—Ah, pero es que no vamos a hacer eso —le recordó—. Solo vamos a
saborearnos.
—¿Solo? —resopló burlón—. Espera a que te coma el coño y luego me
dices otra vez eso de «solo»...
—Uy..., alguien se lo tiene muy creído.
—Porque puedo.
—Ya, ya, mucho hablar pero tú estás en bolas y yo sigo vestida... —lo
retó.
—¡Es que no haces más que distraerme! —protestó risueño—. Te vas a
enterar...
La puso en pie e hizo ademán de echársela al hombro cual hombre de las
cavernas. Lo siguiente que vio fue el techo del salón y la telaraña que había
en la lámpara.
—Joder, reina, me has hecho un barrido de esos...
—Así aprenderás a no subestimarme —se jactó divertida.
—La acabas de cagar, muñeca... —Se puso en pie amenazante.
Iris echó a correr pasillo a través y abrió la primera puerta que vio. Se
frenó en seco al ver la enorme cama de dos metros por dos metros.
—Es la habitación de mi hermano —señaló Jay.
—¿Y duerme en ella con su chica? —inquirió turbada.
—Con Mor, sí, claro. ¿Dónde van a dormir, si no?
—Qué horror..., yo jamás dormiría con mi príncipe azul cielo en una
cama tan grande. —Puso cara de repugnancia.
—¿Por qué? —La miró como si estuviera loca.
—Porque si alguna vez encuentro a mi príncipe quiero que me abrace
muy fuerte y me espachurre contra su pecho toda la noche, y en una cama
tan grande seguro que ni se me acerca. Mis padres duermen en una de
ciento treinta y cinco, pero cuando papá estaba de novio con mamá y se
colaba en su habitación, la cama era de noventa. La abuela decía que así
había más roce, que es lo bueno para las parejas... —afirmó con picardía.
—Estás como una cabra.
—Una cabra a la que pretendes comerte... —le recordó jocosa.
—Eso no lo dudes...
—Pues a ver si te pones a ello, nene. —Le arrojó el guante.
—¡Cuando dejes de distraerme!
—Excusas, excusas. —Cual centella, se lanzó contra él, le hizo algún
tipo de llave rara y Jay volvió a mirar el techo.
—Esto comienza a convertirse en rutina... —masculló levantándose.
Salió al pasillo y la vio asomarse a la habitación de las gemelas.
—¡Por favor, qué monada! ¡Me chifla! —Echó a correr de nuevo. Esta
vez sí se metió en la habitación correcta.
Jay fue tras ella y la encontró de pie al borde de la cama, mirándolo
desafiante. Sin pensarlo un instante, se lanzó y la tumbó en el colchón. Se
besaron entre risas mientras Jaime se apresuraba a deshacerse de esa afrenta
a la vista que era su sujetador. Le desabrochó los vaqueros y estaba a punto
de quitárselos cuando se detuvo en seco.
—Las bragas..., ¿cabe la posibilidad de que sean igual de horrorosas que
el sujetador? —Fingió un escalofrío.
—No, hombre. Son de lo más normalitas.
—Menos mal. —Le bajó los pantalones y estuvo a punto de morir por un
fulminante ataque de carcajadas—. ¡No me jodas! —bramó retorciéndose
de la risa—. Solo a ti se te puede ocurrir llevar un bóxer rosa con
estampado de retretes...
—Pues no veo yo que desentone tanto...
—Eres genial, Iris. En serio. Eres la puta hostia. —La besó. Con ganas y
con ternura. Maravillado al darse cuenta de que se sentía feliz. Como si le
hubiera contagiado su exultante alegría.
Ella le devolvió el beso con traviesa complicidad y él aplanó una mano
sobre sus pechos, amasándolos y jugando con sus pezones. Ella separó las
piernas acogiendo su erección en la uve entre estas. Le clavó los talones en
el trasero y le arreó para que se moviera. Él se movió. Se frotó contra ella
mojándole las bragas con las gotas preseminales que escapaban de su polla
y la humedad que se acumulaba en los labios vaginales. Y, cuando ella
empezó a corcovear contra él buscando un roce más intenso, Jay descendió
por su garganta hasta sus pechos. Los probó y siguió por su vientre a la vez
que le agarraba las nefastas bragas y tiraba de ellas para bajárselas.
Se rompieron.
—Lo has hecho aposta —gimió Iris.
—Qué va —rebatió él para luego afirmar burlón—: Aunque, qué quieres
que te diga..., no hay mal que por bien no venga, he librado a tus futuros
amantes de la iniquidad de ver tan horrible prenda.
—Por favor, cuánta mezquindad. Eran unas bragas preciosas.
—Y viejísimas... —apuntó Jay observando la delgadísima tela que tenía
en la mano.
—No pretenderás que me ponga las bragas buenas con la regla. —Lo
miró indignada.
—Entonces no te quejes si te las rompo. Y ahora ¡deja de distraerme! —
exigió risueño antes de bajar la cabeza y hundir la cara en su coño.
E Iris dejó de distraerlo. Porque la distraída fue ella.
Jay le separó los labios menores con los dedos y pasó la lengua por su
vulva, desde el perineo hasta el clítoris, para acabar besándolo. Lo chupó
lascivo a la vez que frotaba con el pulgar la entrada a la vagina, pero sin
entrar en ella, consciente de los límites impuestos por Iris. Atacó con la
lengua el cada vez más endurecido botón y paró estratégicamente el
meñique sobre el ano. Presionó.
—No dejo que llamen a mi puerta trasera hasta, como poco, la quinta
degustación de mi conejito, y siempre y cuando me lo hagan bien, of course
—lo frenó Iris—. Así que aplícate y si eres tan diestro como dices tal vez
tengas alguna oportunidad.
Jaime sonrió contra su coño. Adoraba a esa mujer.
Apartó el dedo y se dedicó al clítoris a la vez que le abarcaba con la
mano derecha un pecho. Atrapó el pezón y jugó con él mientras azotaba el
clítoris con la lengua.
Las piernas de Iris se cerraron contra su cara cuando un violento
orgasmo la sacudió desde los dedos de los pies hasta la punta de la nariz.
—Madre mía..., eso es comer la pepitilla y lo demás son tonterías —
declaró cuando recuperó la capacidad de hablar.
Jay la miró con los ojos muy abiertos.
—¿«La pepitilla»?... —La risa bailaba en sus labios.
Iris lo miró con los párpados entrecerrados y, en un movimiento veloz, le
pellizcó una tetilla.
—¡Eso duele! —gimió Jay frotándosela—. Un poco más y me la
arrancas.
—No seas tonto, si quisiera arrancártela lo habría hecho así...
Lo agarró, giró sobre sí llevándolo consigo y lo dejó tumbado en la cama
panza arriba. Acto seguido se sentó sobre su erección, le trincó las tetillas y
tiró de ellas.
Pero no lo hizo fuerte y el dolor no fue más que placer.
—Te gusta... —murmuró Iris al sentir la polla palpitando bajo ella.
—Joder, sí.
Resbaló por su cuerpo con besos que parecían mordiscos y se la metió en
la boca.
Y en ese momento sonó una estridente campanilla.
—¡Mierda, Jules! —La apartó sobresaltado al reconocer el tono de su
hermano. Había quedado en mandarle un mensaje, algo que, evidentemente,
no había hecho.
Corrió al salón y buscó el móvil en los pantalones tirados en el suelo.
Respondió sin perder un instante. Los remordimientos pululando
alegremente por su cabeza.
JayHorse_2.38
Sorry, Jules. Me he despistado con una amiga. Estoy vivo.
Estate tranquilo.
JayHorse_2.40
No lo haré, lo juro. Lo siento mucho.
Julio.Santos_2.41
¿Estás solo?
JayHorse_2.41
No. Con la morena d la foto ;).
JayHorse_2.42
No t olvides d traer churros y porras!!
Julio.Santos_2.43
Llevaré un par de docenas de cada, espero que me dejes
probarlos...
JayHorse_2.44
Depende d la prisa q t des en comer (^_~).
El tiempo, tan relativo y puñetero. La misma hora puede ser larga como
una noche sin mañana o efímera como el segundo evanescente en que el
rayo rompe el cielo. Todo depende del talante, desesperado o alegre, de las
personas que lo ven pasar.
—¿Jules? —Jaime oyó la puerta cerrarse y asomó la cabeza por encima del
sofá para ver quién acababa de entrar al piso—. ¿Qué haces aquí tan
pronto?
Julio entró en el salón y miró a su hermano tan sorprendido como Jaime
lo miraba a él. La sorpresa de Julio era lógica, no esperaba encontrarlo tan
tranquilo tras los acontecimientos de ese día. La que era extraña era la de
Jaime. No era como si no supiera que Julio iba a llegar. Y menos normal
todavía era su gesto de espanto, como si lo hubiera pillado in fraganti
cometiendo algún delito.
—¿Pronto, Jaime? —Enarcó una ceja—. Son casi las siete de la
mañana...
—¡Las siete! ¡Miércoles! —Un huracán de pelo negro y ojos eléctricos
saltó del sofá apareciendo ante su vista—. ¡No me inserte palabrota! —
Echó a correr como una exhalación por el pasillo. Una exhalación que, por
cierto, estaba (des)vestida, si la vista no engañaba a Julio, con una camiseta
y un ¿bóxer? de su hermano.
Miró pasmado a Jaime, pero solo se le ocurrió preguntar:
—¿Que no le inserte qué?
—Palabrota. —Julio parpadeó perplejo—. «No me inserte palabrota» —
Jaime apostilló con los dedos las palabras—. Es como Iris dice «no me
jodas». Es que no le gusta soltar tacos —explicó con las orejas rojas.
—Si tuvieras una madre como la mía, tú tampoco los soltarías —apuntó
la morena entrando en el salón. Y, sí, a Julio no le había engañado la vista.
Llevaba una camiseta y unos calzoncillos de su hermano—. Encantada de
conocerte. —Le tendió la mano y se la sacudió con fuerza. Luego revisó el
salón en busca de su jersey—. Morritos me ha hablado de ti, todo bueno.
Soy Iris. No creo que te haya hablado de mí porque nos hemos conocido
hoy, así que no te molestes en intentar recordarme. —Se agachó para
sacarlo de debajo de la mesa, donde había ido a parar cuando Jaime se lo
había quitado mientras ella le atizaba con él—. Ahora que lo pienso,
seguramente crees que soy un ligue de una noche, ergo ni te planteas que te
haya hablado de mí. ¿Lo soy, Morritos? —Sonrió traviesa.
—¿El qué? —Jaime se sobresaltó, de verdad que a veces costaba
seguirla.
—Un ligue de una noche, ¿qué, si no? —Asomó la cabeza por la
abertura del jersey.
—Eh, bueno..., de esta noche sí. Pero espero que haya más —contestó
Jay turbado. ¡¿Cómo se le ocurría preguntarle eso delante de Julio?!
—¡Qué magnífica respuesta! Sí es que eres una cucada. —Le pellizcó las
mejillas—. Voy a vestirme, he quedado con mi madre a las nueve, no voy a
dormir ni una hora. Y en cuanto llegue y me vea las ojeras lo va a saber. —
Resopló—. Me va a matar. O peor aún, me dará una de sus charlas sobre la
responsabilidad y lo que se espera de un adulto... Casi prefiero que me
destripe con un cortaúñas. —Salió escopeteada del salón.
—Estoy con tu madre. Y, por cierto, mi hermano no me ha hablado de ti,
pero me ha enseñado una foto tuya —atinó a decir Julio, a destiempo, eso
sí, porque ella ya no estaba para oírlo.
Aunque resultó tener buen oído, porque cuando regresó con los
pantalones encajados en una pierna, la otra aún no le había dado tiempo a
meterla, miró a Jaime con los párpados entrecerrados.
—¿De dónde inserte palabrota has sacado una foto mía para enseñar? —
le reclamó metiendo la pierna que faltaba y subiéndose los vaqueros a
tirones. Saltó varias veces antes de conseguir encajarlos en su sitio—.
Tengo que perder unos kilos —gruñó sonriente, si es que tal combinación
de gestos era posible.
—La que me mandaste por Instagram con Sardi.
—¡Ay, la leche! Ya ni me acordaba. —Se echó a reír—. ¿Te importa que
me quede con tu bóxer? Es supercómodo. —Se marchó de nuevo.
—Sí, claro, quédatelo —aceptó Jay, sus orejas a punto de estallar. Si su
hermano no se había dado cuenta de que llevaba su ropa interior, que lo
dudaba, ahora lo sabía seguro.
—¡Genial! ¡Gracias, Morritos! ¡Pídeme un Uber porfaplease! —le gritó
desde un lugar indefinido allende el pasillo.
—¿Por qué te llama Morritos? —preguntó Julio. De todo lo que quería
preguntarle, eso era lo más inofensivo. Y lo que menos podía cabrearlo.
—Porque tiene morritos de fresa. —Iris entró en el salón a saltitos, pues
se estaba poniendo una deportiva. La otra ya se la había calzado—. ¿Tienes
una goma para el pelo? Esta maraña no hay quien la arregle sin varios kilos
de suavizante.
—En el cuarto de baño, en el cajón derecho —señaló Julio.
—Gracias, guapetón —le sonrió feliz—. ¿Lo has pedido, Morritos?
—Ahora mismo... —Tomó el móvil y abrió la aplicación.
—¿Dónde tiene que llevarte? —gritó Jaime escribiendo a velocidad de
vértigo.
—A Alcorcón —contestó Iris entrando en el salón. Le dio la dirección
completa.
—Tarda diez minutos —informó Jay—. Bajo contigo hasta que llegue.
—Se levantó.
—Tal vez deberías vestirte..., hace frío en la calle —comentó burlón
Julio.
Jaime se miró aturdido. Se le había olvidado que solo llevaba puesto el
bóxer. A Julio no le costaría nada sacar conclusiones. Se le volvieron a
enrojecer las orejas.
—Sí, aunque es una lástima, tiene un cuerpo de infarto... —apuntó Iris
descarada.
—Bueno, va, no te pases, princesa —gruñó Jay abochornado enfilando
el pasillo.
—¡¿Perdona?! ¡Eso no te lo consiento! —le reclamó furiosa.
Jaime se paró en seco y la miró pasmado. Tanto como Julio.
—¿El qué?
—Que me rebajes. —Se cruzó de brazos erguida cual pavo real.
—¿Estás loca? No te he rebajado.
—¿Ah, no? Llevas toda la noche llamándome reina y ahora me has
llamado princesa. —Lo miró con una ceja enarcada, la sonrisa bailando en
sus labios.
—No me jodas, Iris, es una manera de hablar... —sopló Jaime.
—¡Que te corten la cabeza! Eso también es una manera de hablar —
afirmó risueña.
—Como desee, majestad. No os volveré a llamar princesa —se guaseó él
haciéndole una reverencia.
Iris soltó una espontánea carcajada de la que Jaime no tardó en
contagiarse.
Julio no pudo menos que mirarlos sorprendido. ¿Quién era esa chica?
Aunque en realidad era irrelevante. Lo que realmente importaba era que su
hermano parecía estar bien, incluso feliz. Y era gracias a ella.
—Vístete, anda... —exhortó Iris a Jaime, todavía riendo.
Jaime hizo una nueva reverencia y se dirigió a su cuarto en tanto que Iris
enfilaba a la puerta. Julio la siguió.
—Tu hermano es la caña, y todo apunta a que tú también lo eres —
afirmó sonriente—. Jay habla maravillas de ti. Espero que volvamos a
coincidir.
—Yo también lo espero —replicó Julio con toda sinceridad.
—¿Nos vamos? El Uber debe de estar a punto de llegar —comentó Jay
vestido con un chándal y unas deportivas, sin calcetines—. Subo dentro de
un rato —le dijo a Julio.
El atardecer del último día del año encuentra a nuestro prota a lomos de
Canela en la vereda que cruza el complejo hípico con una de sus dos
mejores amigas.
—Está en la iglesia. ¿Te lo puedes creer? ¿Qué mierda hace en misa la tarde
de Nochevieja? Y espera, que lo vas a flipar: Mor está buscando dónde dan
esta madrugada la primera misa del año del papa porque a Cirila le hace
ilusión verla —bufó desdeñoso—. ¡Está abducida por la Iglesia!
—Ir a misa no tiene nada de malo —replicó Rocío con tiento.
—No, claro que no. Puede hacer con su tiempo lo que le salga del coño,
pero ¿a qué viene tanta devoción? Si Dios existe, la dejó tirada, igual que a
mí. No impidió que mi padre me robara —se llenó de rabia al pensarlo— ni
la ayudó a encontrarme cuando era un crío y la necesitaba. —Aunque
tampoco era que ella se hubiera molestado en buscarlo por entonces—. No
le debe nada. ¡Que le den! —exclamó frenético. El corazón le bombeaba
tan fuerte que parecía que se le iba a salir por la garganta.
—Ella no lo ve así. Ella piensa que...
—Ya, que Él le hizo ver la tele cuando yo salía en pantalla y por eso me
encontró... Vamos, no me jodas. Fue una puta casualidad, no un milagro. —
Se frotó el pecho al sentir que una rabia incandescente lo incendiaba.
—¿Por qué estás tan cabreado con ella? —le reclamó Rocío.
—No estoy... —Se calló al darse cuenta de que sí lo estaba—. No lo sé.
No lo puedo controlar. Imagino que me cabrea que sea tan dócil y crédula.
No lo soporto.
—Yo no creo que sea dócil, sino que pelea en silencio...
—Qué gilipollez —exclamó Jay—. Jules ha encontrado un laboratorio
para hacer la prueba de maternidad. Vamos el martes. En unas semanas
tendremos los resultados.
—¿Y qué tal lo llevas?
—Bien. Me la pela. —Se encogió de hombros con fingida desidia.
Esa mujer era su madre. Se lo decía cada brizna de su ser, pero el
resultado de la prueba convertiría en realidad lo que ahora solo era una
posibilidad. Y pensarlo le provocaba calambres en el estómago. Iba a tener
una madre. Una con la que compartiría sangre y ADN pero no vivencias ni
recuerdos, ni siquiera idioma. Y sería su madre hasta que se cansara de él y
se largara igual que Jethro. Seguro que, para no perder la costumbre,
desaparecía en su puto cumpleaños, pensó con amargura.
—Hoy va a cenar con nosotros. Cirila, me refiero —comentó.
—Ya, me lo ha dicho mi padre. Vamos a ser unos cuantos en casa de
Nini...
—Y solo tú y Mario la entendéis. Será de lo más divertido —resopló
desdeñoso.
Cirila entró tras Mor en la casa y sonrió agradecida a Nini, quien la saludó
con dos besos a la vez que le decía algo con voz cantarina. No entendió sus
palabras, pero sí lo que transmitían. Cariño. Amistad. Tan puros y sinceros
que sintió que se le quitaba un peso de los hombros.
Había intentado rechazar la invitación a cenar cuando Mor y Mario
fueron a buscarla a la iglesia. No hacía ni veinticuatro horas que la
conocían, eran muy amables, pero su presencia haría incómoda esa cena tan
especial y no debían sentirse obligados a acogerla, ella era feliz cenando en
el hotel.
No habían aceptado su negativa. Ni siquiera le habían dado oportunidad
de resistirse. Así que ahí estaba. En una casa extraña con personas con las
que no podía mantener una conversación, pero sintiéndose más acompañada
que en años. Observó a los reunidos en el salón. Julio, sus hijas gemelas y
Mor. Nini y Sin. Beth, Elías, Rocío y Mario (Ciri imaginó que este se había
visto obligado a cenar allí para ejercer de traductor). Y Jaime. Más elegante
que nunca con su camisa negra y sus pantalones de pinzas.
Las gemelas jugaban con él en el sofá y, aunque Ciri no podía
entenderlas, la luminosidad de sus sonrisas le decía que adoraban estar con
él. Les gastaba bromas arrancándoles carcajadas y les revolvía el pelo
provocando su enfado. Un enfado que, desde luego, era fingido. Era un tío
cariñoso y atento, además de travieso, y sus sobrinas lo querían muchísimo.
«Gracias, Señor, por no permitir que el monstruo lo convirtiera en un ser
cruel.»
Nini la instó a seguirla y fue con ella, Mor y Beth a la cocina. No dudó
un instante en trocear una escarola sintiéndose una hermana más cuando
Beth, que pelaba una manzana para la ensalada, se la señaló. Luego tomó
encantada una bandeja y regresó al salón, donde Elías, Julio y Sin habían
sacado los sofás y montado una mesa sobre unas borriquetas que Mor
cubrió con un mantel. Varios viajes después, la comida estaba lista y Ciri se
sentó a la mesa junto a su hijo y le sonrió sintiéndose parte de esa familia.
La sonrisa que Jaime había tenido mientras jugaba con sus sobrinas
flaqueó. Le costó unos segundos recuperarla y fue un rígido simulacro de la
original.
Cirila bajó la cabeza compungida. No había hecho bien en sentarse a su
lado, no era de la familia, aunque fuera su madre. Seguramente había
ocupado el sitio de su hermano y era demasiado educado para decírselo.
Azorada, susurró una disculpa y se levantó para cambiarse de silla. O lo
intentó. Porque Mario se sentó a su vera y le tomó la mano impidiéndole
levantarse.
—Este es tu sitio —le susurró en alemán.
Cirila fue a protestar, pero en ese momento Julio se sentó entre Elías y
Sin —algo muy prudente, pues a Sin la divertía fastidiar a Elías—, mientras
que Nini lo hacía junto a Rocío y Beth, dejando a Mor en la cabecera. Por
lo visto, en esa casa no se sentaban por núcleos familiares, sino donde
caían. Volvió a sonreír y juntó las manos entrecruzando los dedos; pegó los
labios a estos y murmuró algo en esloveno.
—¿Qué coño está haciendo?
Abrió los ojos sobresaltada al oír a su hijo. No entendía lo que había
dicho, pero su tono áspero dejaba claro que estaba disgustado. Le sonrió
con timidez y miró a su alrededor. Todos la miraban. Por lo visto, en esa
familia no se bendecía la mesa.
Se disculpó en alemán, bajó las manos y las entrecruzó en su regazo para
acabar su oración en silencio y sin molestar a los demás.
—¿En serio tiene que ponerse a rezar ahora? —resopló Jaime.
—Es lo normal en los cristianos practicantes —señaló Julio admonitorio
—. No hace mal a nadie.
—Yo también quiero rezar, papá. —Larissa reprodujo la postura de
Cirila.
Leah asintió con un rebote de cabeza e imitó a su hermana.
—No me jodas... —masculló Jaime despectivo.
—¿Qué narices te pasa? No hacen nada que pueda molestarte —le
reclamó Rocío.
—Pues va a ser que sí, me jode porque tengo hambre, y mientras hacen
el paripé no comemos —replicó él, y por su tono cualquiera diría que estaba
buscando bronca.
—Pues come y deja de joder la marrana, caraculo —lo exhortó Sin.
—Que te follen —gruñó Jay tomando un trozo de queso que se embutió
en la boca.
—Gracias por tus buenos deseos, niño —repuso burlona.
Jaime la miró furioso y continuó devorando como si estuviera decidido a
comerse todo lo que había sobre la mesa. O como si buscara una excusa
para no seguir hablando. Y tener la boca llena lo era.
Cirila se forzó a curvar los labios en una sonrisa que no revelara su
tristeza. No entendía lo que había dicho su hijo, Mario no se lo había
querido traducir, pero estaba claro que lo molestaba su presencia. Y ella
entendía su malestar. No debería estar ahí, ese no era su lugar. Estaba
disgustándolo, y lo último que quería era hacerlo infeliz y que la rechazara
ahora que lo había encontrado. Tomó un aperitivo que no iba a comer, pues
tenía el estómago cerrado, pero no podía regresar al hotel hasta que la
llevaran y se negaba a estropearles aún más la cena evidenciando su
tristeza. Amplió la sonrisa. Comería, sonreiría y en cuanto pasaran las uvas
le pediría a Mario que la acercara al hotel, de donde no debería haber
salido.
Julio observó a Jaime, quien a su vez miraba de refilón a su madre, como
si no quisiera mirarla pero no pudiera evitar hacerlo. Cuando Cirila lo
pillaba, él la rehuía lanzándose a hablar con cualquiera menos con ella.
Parecía empeñado en evitarla, algo complicado, dado lo apretados que
estaban. Cada vez que Ciri se movía para aceptar los platos que le ofrecían
—no cogía nada motu proprio— y lo rozaba sin pretenderlo, él se apartaba
con disimulo. Ella, por supuesto, se daba cuenta. Y cada vez estaba más
triste. Y Jaime más alterado.
El desasosiego de Jaime fue in crescendo hasta que, a falta de cuarenta
minutos para las uvas, anunció con una sonrisa rígida que iba a despedirse
de Canela hasta el año siguiente. Salió acelerado sin esperar a nadie.
—Déjalo, Ro —la frenó Elías cuando hizo intención de seguirlo—. Se
está ahogando. Necesita estar solo un rato.
—Pero se ha dejado la chaqueta, se va a helar... —murmuró preocupada.
—Que se joda. Le vendrá bien que el aire frío lo temple un poco, o seré
yo quien lo calme de una hostia —masculló Sin disgustada.
Cirila miró a Mario esperando que le dijera qué había ocurrido, pero este
se limitó a usar la excusa primigenia de Jaime. Una excusa que, por
descontado, Cirila no se tragó. A su hijo le pasaba algo. Y ese algo era ella.
Se le rompió el corazón.
La mano de Mario envolvió la suya. Lo miró agradecida por su
silencioso apoyo y este le dedicó una cariñosa sonrisa que consiguió que
curvara temblorosa los labios.
—Mario, me gustaría hablar con Ciri en privado. ¿Puedes preguntarle si
le parece bien y acompañarnos arriba? —le pidió Julio.
Sabía que los temas que iba a tocar podían resultarle incómodos y
prefería tratarlos a solas con ella y, a ser posible, con Jaime ausente; tal y
como se estaba comportando, era muy capaz de avergonzar a su madre,
aunque no hubiera motivos para ello.
Cirila aceptó acompañando a Mario y a Julio al antiguo dormitorio de
Mor, que ahora era el feudo de Jaime en Tres Hermanas.
—Por favor, coméntale que ya tengo cita para la prueba de maternidad,
será el martes, si a ella le parece bien —comenzó Julio.
Cirila asintió cuando Mario lo tradujo.
Julio respiró aliviado al ver que se lo tomaba bien. No esperaba un
numerito, Cirila no era de las que montaban dramas, pero sí le preocupaba
que pudiera ver la prueba como una manera de llamarla mentirosa y no
quería que pensara eso. Respetaba a esa mujer. Más aún, la admiraba. No
haría nada que la disgustara. Para eso ya estaba su hermano.
Le comentó cómo transcurriría la prueba y el tiempo que se demorarían
los resultados y pasó al otro tema que le interesaba y que tampoco sabía
cómo abordar.
—También quería saber... —Se paró dubitativo—. He pensado... —
Volvió a callar. Mario enarcó una ceja—. Esto se le da mucho mejor a Mor,
ella siempre sabe qué decir y cuándo decirlo, debería haberle pedido que
nos acompañara. —Se frotó la cabeza rasurada.
—Suéltalo, Julio, lo suavizaré si veo que puede disgustarla —lo instó
Mario resuelto.
—Vale... ¿Tiene alguna oferta de trabajo?
Cirila bajó la cabeza y negó avergonzada cuando Mario lo tradujo.
—No te lo pregunto para incomodarte —afirmó Julio con tiento—, sino
porque dirijo un club erótico y tal vez pueda... Mierda, no traduzcas eso —
le dijo a Mario al reparar en que era probable que la perturbara la temática
del Lirio Negro. Cirila no parecía muy liberal.
—No pensaba hacerlo —sonrió Mario—. Le diré que diriges un pub
nocturno.
—Sí, mejor. Coméntale que puedo preguntar a mis contactos por algún
trabajo. La contrataría en el Lirio, pero no creo que...
—No, mejor no —se apresuró a coincidir Mario. Trasladó su oferta a
Cirila y la respuesta de esta le arrancó una sonrisa—. Dice que tu interés te
honra y que eres un buen hombre. Añade que, si no te resulta mucha
molestia, acepta agradecida tu ayuda.
—Ninguna molestia. Lo haré encantado. Pregúntale qué tipo de trabajos
ha realizado para saber qué buscar.
Resultó que Cirila llevaba desde los trece años asistiendo casas,
cuidando niños y ancianos y ocupándose de la limpieza de fincas. Julio
intercambió una preocupada mirada con Mario. No estaba especializada y
no hablaba español ni inglés. Iba a ser complicado encontrarle trabajo.
—¿De qué coño va a trabajar si no habla ni papa de español? —inquirió
Jaime despectivo desde la puerta, donde llevaba unos minutos sin anunciar
su presencia—. No va a entender a su jefe cuando le diga lo que tiene que
hacer.
—Jaime, contrólate —le exigió Julio. Solo con abrir la boca había
conseguido que Cirila bajara la mirada abochornada, a pesar de que Mario
no le había trasladado sus palabras.
No necesitaba traducción para saber cuándo la despreciaba su hijo.
—Solo digo la verdad, nadie va a contratar a alguien con quien no se
puede comunicar —aseveró desdeñoso.
—Si no vas a decir nada agradable, mejor te callas —le ordenó Mario
furioso.
Jaime puso los ojos en blanco.
—Joder, ya no se puede ser sincero en esta casa.
—Lo que no se puede es ser hiriente —lo reconvino Julio.
—No soy hiriente, sino realista. Bueno, va, me la pela —se apresuró a
decir antes de que volvieran a regañarlo. Porque, joder, tenían toda la razón.
Estaba siendo cruel sin motivos, pero no podía evitarlo. Cada vez que la
miraba le venía a la cabeza su padre. Lo que había vivido con él. Sus burlas
y sus escarmientos. Su abandono cada noche. Su desprecio cada día. Lo que
le contaba sobre ella cuando quería hacerlo sufrir, que era casi siempre. Lo
mala madre que era y lo poco que lo había querido. Jay lo había creído a
pies juntillas. Y ahora no podía quererla porque su padre solo le había
enseñado a odiarla. La rabia rugía feroz en su interior, pero Jethro no estaba
ahí para volcarla en él. Así que la volcaba en Cirila. Injustamente. Y eso lo
atormentaba y lo avergonzaba a partes iguales. Pero no podía parar.
—Me ha mandado Mor, falta un cuarto de hora para las uvas, bajad
cuando os salga de la punta del nabo —dijo marchándose.
Cirila miró herida el umbral ahora vacío. Había vuelto a disgustarlo y no
sabía cómo. Le preguntó a Mario, pero este negó con un gesto. Estaba a
punto de insistirle que le contara qué había ocurrido cuando Julio habló de
nuevo.
Quería que tomara clases de español. Él las pagaría.
Cirila lo miró avergonzada. No era tonta. No necesitaba que le dijera lo
que ya sabía. Tenía que aprender el idioma si quería defenderse en ese país,
pero no pensaba hacerlo a costa del dinero del hermano de su hijo. Eso solo
haría que Jaime la despreciara aún más por aprovecharse de la buena fe de
Julio. Rechazó la oferta.
—No estás siendo cabal, Cirila. No vas a conseguir un buen trabajo hasta
que puedas hablar, aunque sea de forma rudimentaria, en español. Y no vas
a aprender por obra y gracia del Espíritu Santo. Necesitas ir a una academia.
Díselo, Mario.
—¿Crees que no lo sabe? No es tonta, Julio. —Se negó a traducir lo
evidente.
—Entonces ¿por qué no acepta?
—Porque es orgullosa. Ya ha aceptado que le pagues el hotel, no
aceptará más limosnas —intuyó.
—Por favor, Mario, no es limosna... —rebatió Julio dolido.
—Lo sé, pero ella lo siente así —replicó Mario mientras Ciri los miraba
suspicaz.
Dijo algo en esloveno.
Mario le pidió que se lo repitiera en alemán. Ella volvió a hablar. Él
enarcó una ceja al oír su respuesta.
—¿Qué ha dicho? —le reclamó Julio perdido.
—No tengo ni idea. Ha hablado en esloveno las dos veces. —La miró
con admiración—. Creo que nos está dando a entender que le parece una
falta de respeto que hablemos entre nosotros sin traducir lo que decimos. —
Se disculpó por ello. Y Ciri soltó una frase en alemán que arrancó una
sonrisa a Mario—. Nos la ha devuelto —anunció a Julio. Este lo miró sin
entender—. Ha dicho: «Cada uno cosecha lo que siembra».
—Y yo he cosechado limones agrios. —Julio esbozó una sonrisa
arrepentida—. Pídele disculpas en mi nombre, por favor.
Mario lo hizo y, cuando Julio intentó continuar con el tema donde lo
habían dejado, Mor los avisó a gritos de que faltaban pocos minutos para
las campanadas.
Bajaron raudos, se reunieron alrededor de la mesita de centro y tomaron
las uvas. Algunos se atragantaron —Rocío—, otros se las tomaron en
menos campanadas —Jaime y Larissa, porque hicieron trampas y
empezaron con los cuartos—, y el resto acabó a la par, excepto Nini y Julio,
que tomaban la uva número nueve cuando sonó la última campanada.
Luego llegó el turno de brindar con champán en copas con anillos de oro
para empezar el año con buena suerte. Tras esto, encendieron bengalas y
salieron a la calle. Por supuesto, no tiraron petardos. Amaban a los
animales, se negaban a torturarlos con los terribles estallidos pirotécnicos.
—Yo te enseñaré —le dijo Mario a Cirila tendiéndole una bengala
encendida.
Ella lo miró sin entender.
Él sonrió, le puso la bengala entre los dedos, le hizo cerrar la mano al
envolverla con la suya y la guio para que trazara espirales en el aire.
—Yo te enseñaré español —amplió su afirmación—. No soy mal
maestro, poco a poco irás aprendiendo y podrás comunicarte con la gente.
Y con Jaime.
Cirila negó abochornada. Ese hombre tenía su trabajo y su familia, no
podía dedicarle más tiempo del que ya le dedicaba.
—No. No eres mi cuidador...
Él posó un dedo en sus labios pidiéndole silencio.
—¿Qué tal se te da cocinar dulces?
Cirila lo miró confundida antes de responder que se le daba muy bien.
—Bien. Soy muy goloso. Te cambio clases por postres... Pero te lo
advierto, si aceptas el trato vas a tener que trabajar mucho. Aunque estoy
delgado soy muy tragón.
Cirila esbozó una sonrisa luminosa y asintió antes de bajar la mirada con
timidez.
Jaime los observaba apoyado en la pared. La visión de su madre
sonriendo se superponía a las escenas del pasado. De otras mujeres que
salían con su padre y esbozaban sonrisas similares que nunca acababan
bien.
¿Jethro habría hecho sonreír a Cirila cuando estaban juntos?
Seguramente sí. Al principio, antes de que ella descubriera cómo era
realmente. Lo había visto enrollarse con decenas de mujeres. La mayoría
igual de terribles que él. Pero a veces enredaba a alguna que sonreía como
Ciri lo hacía ahora. Con dulzura e ingenuidad. Jethro se encargaba de que
eso no durara mucho. Le gustaba romper cosas bonitas. Quebrarlas y
destrozarlas. Por eso se lo había llevado. Para torturar a Cirila. Lo había
robado de su pecho, de su cama. Y ella lo había permitido.
Sacudió la cabeza. No era cierto. Ella no lo había abandonado
voluntariamente. Cirila no era así. Aunque Jethro le hubiera hecho creer lo
contrario durante toda su niñez. Jethro era un mentiroso. Su madre no.
Cirila era frágil. Ingenua. Una soñadora descerebrada que había confiado
en Jethro y había pagado por ello. Jodiéndole a él la niñez de paso.
Volvió a sacudir la cabeza. No, joder. Su madre no era tonta. Era una
niña, no debía olvidarlo. Solo tenía quince años cuando lo tuvo. Catorce
cuando un puto viejo verde la hizo creer en cuentos de hadas y se la folló.
Solo era una cría estúpida que se creería muy importante al acostarse con un
hombre mayor y a la que le salió el tiro por la culata. Una niñata que se
asustó al saberse preñada y que, cuando lo parió, comprendió que ese bebé
llorón le iba a joder la vida. Por eso dejó que Jethro se lo llevara. Porque
¿qué tipo de madre no se da cuenta de que le roban a su hijo del pecho? Una
que no quiere darse cuenta.
Sacudió la cabeza en una furiosa negativa. Él no creía eso. Era Jethro
quien le hablaba desde el pasado y le hacía pensar esas patrañas llenas de
crueldad. Puto cabrón. Ojalá supiera dónde encontrarlo. Lo golpearía por
infectarle la cabeza con sus embustes. Cirila no lo había abandonado.
Llevaba buscándolo toda su vida. Aunque no con mucho ahínco, a tenor de
lo que había tardado en encontrarlo. Y tampoco se había molestado en
aprender algo de español para poder hablar con él...
Negó frenético. Mentira. Todo eran putas mentiras. Estaba oyendo las
falacias de Jethro. Lo que le diría el cabrón que lo engendró para torturarlo
y reírse de él. Y, joder, lo estaba consiguiendo. Estaba tan lleno de rabia que
el corazón le latía vertiginoso y le costaba respirar. Se golpeó el pecho con
el puño.
—¿Qué pasa, campeón? ¿Te ha dado un tic? —Sin tiñó su preocupación
de burla.
Jay la miró turbado, no la había visto llegar. El inconfundible olor a
maría se filtró en sus fosas nasales. Bajó la mirada, de los dedos de Sin
colgaba un porro encendido.
—Dame una calada —le pidió impaciente.
Sin enarcó una ceja, nunca lo había visto fumar. Le tendió el porro.
Jaime casi se lo arrancó de los dedos y le dio una intensa calada que lo
hizo toser. Le dio varias más, rápidas y seguidas, antes de devolvérselo.
—¿Estás bien, figura? —le reclamó intranquila.
—De putísima madre. ¿Queda champán? —Se dirigió a la casa.
Encontró una botella y se llenó la copa. Se la bebió, se la volvió a llenar
y la vació de un trago que le hizo cosquillas en la nariz.
—Deja algo para los demás, hermano —le pidió Julio con sorna
entrando en el salón. Las bengalas se habían acabado y fuera hacía un frío
polar.
—Todo tuyo, paso de burbujas —repuso Jaime. Revisó el mueble y sacó
una botella de Puerto de Indias. Se llenó un vaso hasta la mitad, le echó
hielo y añadió tónica.
—¿No es un poco pronto para empezar con las copas? Queda mucha
noche por delante.
—No me jodas, Jules, son las doce y media. Esto parece un velatorio en
vez de una fiesta. —Esquivó la mirada de su hermano. Y de su madre—.
¿Vas a ir al Dakota, Sin?
—Eso pretendo.
—Genial, me apunto. ¿Nos largamos? Me apetece dar una vuelta...
—Y a mí follar —replicó la rubia. Subió al dormitorio a por su chupa de
cuero.
—Bájame la mía —le pidió Jay, luego miró a Rocío ignorando a Cirila
—. ¿Vienes?
—¿A un bar de moteros? Ni de coña. Sé a lo que vais y no es mi rollo.
Jay no insistió. Rocío lo conocía bien y, en efecto, sabía a lo que iba.
Se despidió con un gesto cuando Sin bajó la escalera. Dos minutos
después montaba tras ella en la moto y la gélida noche le azotaba la cara.
11
—Hazte otro —le dijo Jay a Sin cuando esta le reclamó el porro.
Estaban en el Dakota, o, mejor dicho, en la calle frente al pub,
fumándose un porro.
La rubia lo miró preocupada. Jay no fumaba. Nunca. Ni maría ni tabaco.
Su padre le había quitado las ganas de niño, aunque nunca había querido
contarle cómo. Pero desde luego lo había marcado, igual que todo por lo
que lo hizo pasar ese hijo de putero. Lo vio llevarse a la boca el JB con
hielo —había cambiado de bebida— y su inquietud creció de manera
exponencial a los tragos rápidos que él daba. Casi ni lo saboreaba.
Jaime no tenía por costumbre beber más que algún gin-tonic ocasional
las noches que salía. Prefería la cerveza y la Coca-Cola. Era consciente de
dónde estaba su límite y siempre mantenía el control. Pero esa noche ya
llevaba cuatro copas, cinco con ese JB, en poco más de tres horas, y antes
de eso el vino en la cena y el champán tras las uvas. Si la cantidad de
alcohol no lo tumbaba, lo haría la mezcla.
—¿Has visto algún tío que te interese? —le preguntó Jay entre calada y
calada.
—Le he echado el ojo a un motero que me follé hace unos meses y que
tiene una polla decente. Me lo subiré a la pensión dentro de un rato, cuando
me aburra de ti —se burló marrullera desviando la mirada hacia el tipo que
acababa de salir a fumar. Esbozó una sonrisa lasciva que él respondió con
una inclinación de cabeza.
No habían hablado, ni falta que hacía. Él sabía lo que ella quería y ella
sabía lo que él quería. Y se lo iban a dar.
—¿Sobrepasa los veinte centímetros?
—Con creces.
—Fóllatelo y luego me lo cuentas. —Jay se tambaleó y volvió a
apoyarse en la pared. Se movía menos que el suelo.
—Paso de contar batallitas —resopló Sin—. ¿Quieres apuntarte?
—Ni de coña. Me pone nervioso que haya otro tío conmigo cuando follo,
me da la impresión de que si me despisto me la va a meter por el ojete —
gruñó.
Sin no pudo menos que sonreír. Así que por eso no había repetido tras el
primer trío que se montaron. De lo que se enteraba una cuando el otro
estaba lo suficientemente perjudicado para soltar la lengua.
—¡Estabas aquí escondido! —gritó una treintañera castaña con los ojitos
brillantes y el andar oscilante—. Te he buscado por todas partes y resulta
que te habías escapado a fumar... Pásamelo —le pidió colgándose de su
cuello.
Jay le dio una calada al porro, agarró la barbilla de la chica para subirle
la cabeza y la besó exhalando el humo en su boca.
—Más... —Le mordió el labio y chupó golosa a la vez que le manoseaba
el paquete.
Jay se dejó hacer. Nunca le decía no a un sobeteo, aunque fuera tan
burdo como ese. De hecho, esos sobeteos eran su puta especialidad.
Meterse mano en la pista de baile, seguir manoseándose en los reservados o
donde los pillara y acabar follando en el baño o en la puta calle o, si tenía
suerte y la chica tenía coche, en el asiento trasero.
La mujer le abrió la bragueta y le metió la mano bajo la ropa. Jaime se
estremeció. Tenía la palma húmeda, tal vez de sujetar el cubata, y estaba
fría. No importaba, ya se calentaría. Y, de paso, también lo calentaría a él,
que solo estaba a media asta.
Le dio dos caladas al porro y exhaló la tercera en su boca. Repitió el
juego un par de veces, hasta acabar con el porro. Lo tiró, deslizó la mano
por el muslo de la mujer y subió por debajo de la falda hasta su coño.
Estaba tan mojada que tenía las bragas y las medias húmedas. Le rompió las
segundas y le apartó las primeras para meterle dos dedos. Ella se lanzó a su
boca. Le metió la lengua con brusquedad y empujó la de él con avaricia,
haciendo chocar los dientes con sus prisas.
Jaime giró la cabeza disgustado. Besaba de pena. Nada que ver con Iris.
Ella sí que besaba bien. Y sabía aún mejor. Se puso duro. Como el jodido
granito.
Le agarró la mano a la mujer y se la movió mostrándole cómo quería que
se la sacudiera y, cuando le pilló el ritmo —le costó un poco, estaba tan
perjudicada como él—, volvió a meterle los dedos. Tres esta vez.
—¿Tienes coche? —le preguntó ella entre besos y mordiscos.
—No. ¿Y tú?
Ella negó y señaló las ventanas de la pensión que había sobre el Dakota.
—Ni de coña pillo una habitación —rechazó Jay.
Solo iban a echar un polvo, pasaba de pagar por usar una cama diez
minutos, porque lo que tenía claro era que no iba a durar más tiempo.
Tampoco le apetecía repetir el asalto. De hecho, pocas veces repetía, no le
veía aliciente. Eso de pasar la noche —o unas horas— con una chica,
charlando y haciendo mierdas románticas no iba con él.
—Llevas falda..., te la subo y te follo —propuso.
—¿En el baño? —Jay asintió—. Vamos. —Tiró de él.
Jay se dejó llevar dos pasos. Luego se paró.
—Espera..., no sé si... —Rebuscó mareado en sus bolsillos—. Joder...
—Mira que te he dicho que no salgas sin condones, campeón... —se
burló Sin intuyendo su problema. Le tendió un par de ellos.
—Gracias, reina, te debo una.
—No. Me debes dos.
Jay se llevó la mano a la frente en un saludo militar y enfiló al bar con la
mujer.
Sin entró tras ellos y los observó mientras avanzaban esquivando a la
gente a duras penas. El equilibrio no les daba para más. Esperaba que Jay
fuera capaz de encontrar el agujero de la chica, pensó burlona.
Fue a la barra a por una cerveza y al pedirla sintió a alguien tras ella.
Unas manos enormes se deslizaron por su vientre plano hasta acabar en la
uve de su sexo. Giró la cabeza para confirmar que era quien pensaba y
separó las piernas para que pudiera amasarle el coño con la dedicación que
merecía.
—¿Has terminado de vigilar al polluelo? —le preguntó el motero con la
voz ronca.
—Por ahora.
—¿Subes a mi habitación? —Le metió una mano bajo la camiseta y
subió a sus pechos. Sin jamás usaba sujetador y él llegó a su destino sin
trabas.
Jadeó al sentir sus dedos callosos en los pezones. Le gustaba que fuera
brusco.
—Convénceme —lo desafió llevando la mano a la espalda. Le agarró la
polla.
—Con mucho gusto.
Él le desabrochó los vaqueros y hundió los dedos bajo estos. Y, joder, el
tipo sabía moverlos, amén de la pedazo polla que gastaba. Ocupaba toda la
mano de Sin, que estaba muy entretenida masturbándolo.
—Vamos arriba —propuso el motero cuando la sintió estremecerse.
Estaba a punto de correrse. Él también.
Sin lo soltó y enfiló a la salida. Dos minutos después se desnudaban a
tirones y caían en la cama. Pelearon entre las sábanas por ser el dominante.
Ganó Sin, a pesar de ser menos pesada y alta que él, pero sabía agarrar una
polla mejor que nadie. No era la primera vez que follaban y el tipo aún
recordaba que era una amazona que sabía cómo montar a un hombre hasta
dejarlo seco, así que no opuso mucha resistencia.
Jodieron en el suelo con la misma intensidad que si estuvieran peleando.
Comiéndose el uno al otro en una violenta carrera por alcanzar el orgasmo.
No tardaron en llegar. Tampoco en repetir. A Sin le molaban los moteros
grandes con pinta de malotes que sabían lo que se hacían, y este lo sabía. Le
gustaba dejarlos secos durante dos o tres horas y luego adiós, muy buenas.
Y a ellos les iba bien así.
Echaron la segunda ronda en la cama. Aunque, antes de ir al grano, Sin
se sentó en su cara para ir calentando motores. Esta vez duraron un poco
más. Luego el tipo fue a por unas cervezas para reponer líquidos con vistas
a la tercera ronda.
Sin se asomó a la ventana mientras lo esperaba, gloriosamente desnuda.
Vio a Jay en la calle. Avanzaba tambaleante hasta una alcantarilla en la
que vomitó hasta la primera papilla. Luego cayó de rodillas y, sin pensarlo
mucho, se tumbó.
Cuando el motero regresó encontró a Sin con los vaqueros, la sudadera
de Nirvana y las botas militares puestas. Un porro le colgaba de los labios.
—Pensaba que íbamos a ir a por otro... —señaló tendiéndole una
cerveza.
—Esta noche no. —Dio un trago. Él la miró confundido—. ¿Algún
problema?
—En absoluto. Si la dama dice que no, es no. Otro día lo finiquitamos.
Sin sonrió lasciva, le agarró el paquete y le comió la boca. Luego bajó
presurosa. Iba a matar a Jay por joderle el penúltimo polvo de la noche.
—Eh, caraculo, levanta. —Le pateó la pierna. Seguía tirado en la acera.
—Que te follen.
—En eso estaba. —Volvió a patearlo—. Arriba, campeón, o te agarro de
los pelos y te levanto.
—No seas pesada —dijo Jay. O lo intentó, porque no pronunciaba muy
bien.
Sin lo cogió del pelo y tiró.
—¡Córtate mil, hostia! —Se la sacudió con manotazos torpes y,
ayudándose del capó de un coche, se puso en pie. Lo consiguió al tercer
intento.
Sin se pasó su brazo por los hombros y le sirvió de muleta. Lo llevó de
regreso al edificio y lo arrastró —literalmente— escaleras arriba hasta la
pensión. Le pidió al encargado café y algo de comer. Pagó y lo condujo a la
habitación. No podía llevarlo a Tres Hermanas en ese estado. Se le caería de
la moto. Lo desnudó y lo metió en la ducha. Jay se derrumbó en el plato
bajo una lluvia templada que lo despejó un poco, luego Sin cerró el agua
caliente, dejando que saliera fría del todo.
—Puta cabrona... —Trató de salir. Ella lo empujó dentro de nuevo.
—Aguanta un par de minutos, niño, te sentirás mejor.
Cuando lo dejó salir lo obligó a tomarse el café bien cargado y a comer,
hasta que pareció que volvía un poco a su estado natural.
—¿Mejor? —le preguntó.
—Más o menos. Joder, me revienta la cabeza.
—Mañana será peor —afirmó. Tenía un máster en resacas.
—Me encanta cuando me animas. ¿Qué tal con tu motero?, ¿te he jodido
el polvo? —inquirió recordando lo que le había dicho antes. ¿O lo había
soñado?
—El tercero. Mañana tendrás que resarcirme.
—Si se me levanta es toda tuya —resopló Jay sujetándose la cabeza
entre las manos.
Sin le peló un plátano y lo obligó a comérselo.
—Tiene mucho potasio, te irá bien —explicó—. ¿Dudas que se te vaya a
levantar?
—Hace un rato casi me falla. Nunca he tardado tanto en correrme —
masculló con un poso de preocupación—. Creí que no lo conseguía, joder.
—Es lo que tiene el alcohol, que te la deja mustia.
—La primera vez que he follado esta noche también me ha costado, y no
estaba tan borracho como ahora —apuntó inquieto.
—Tampoco ibas muy sereno —señaló ella.
Jay frunció el ceño y asintió. Sí. Seguramente sería eso.
12
Lunes, 1 de enero
Irisadas_00.21
¡Feliz Año Nuevo! ¿Qué tal las uvas? ¿Acabaste con las
campanadas?
JayHorse_17.22
Feliz año! Las campanadas acabaron conmigo...
Irisadas_17.57
Me da la impresión
de que estás resacoso...
JayHorse_18.02
Ahora eres adivina?
Irisadas_18.02
Bruja. Me saqué el título en Halloween. Te estoy viendo en
mi bola de cristal
y tienes los ojos rojos y la cara verde. (+_+)
JayHorse_18.03
Tu bola es una crack. También me duele la cabeza y tengo el
estómago revuelto (@o@).
Irisadas_18.04
Pobre. Estás con el lote completo. Por cierto, que sepas que
sigo viva (^_^).
JayHorse_18.04
X q no ibas a seguir viva (?_?).
Irisadas_18.05
Ayer me encontré con un jabalí salvaje (lo que es una
obviedad, porque no los hay domésticos) mientras paseaba
por la sierra...
JayHorse_18.05
No me jodas. Q pasó? Estás bien?
Irisadas_18.07
Me hice caquita encima (en sentido figurado, of course, una
conserva la dignidad incluso en las situaciones más
espeluznantes). Reculé sin dejar de mirarlo y, como no tengo
ojos en el cogote (lo cual es un defecto de fábrica, nos
vendrían de maravilla), no vi una raíz levantada y me caí con
la inserte palabrota mala suerte de que me senté sobre una
piña. No te imaginas qué dolor. Terrible. Así que grité. Un
grito desgarrador que hizo temblar al miedo.
JayHorse_18.08
Y q hizo el jabalí?
Irisadas_18.08
Salió cagando leches en sentido contrario al mío. Creo que
estaba más asustado que yo, y con el grito acabé por
rematarlo...
JayHorse_18.09
Me estás tomando el pelo (*_*).
Irisadas_18.09
Palabrita de niña buena que no.
JayHorse_18.09
Tú no eres una niña buena.
Irisadas_18.10
Mecachis, me has pillado. Ya me inventaré otra mejor la
próxima. Besotes!
JayHorse_18.10
Nos vemos!
Sábado, 6 de enero
JayHorse_22.15
Cuántos kilos d carbón t han traído
los Reyes?
Irisadas_23.12
Lo importante no es cuántos kilos,
sino quién me los ha traído >^_^<.
JayHorse_23.12
Han ido tus padres a Alemania
a llevártelos?
Irisadas_23.14
¡Ojalá! Pero ha sido casi igual de bueno, me los ha traído
Baltasar...
JayHorse_23.14
Y?
Irisadas_23.15
Que es mi rey mago favorito. Siempre he tenido debilidad
por él, con esos ojos tan oscuros y esos labios taaaan
gordotes...
JayHorse_23.16
Es negro, seguro q no es lo único q tiene gordote (^_~).
Irisadas_23.16
Pues ya que lo mencionas... Sip,
tiene otra cosa bien gordota.
JayHorse_23.17
Imagino q hablas x experiencia (o_O).
Irisadas_23.17
Oh, sí. Horas y horas de experiencia
tras la cabalgata... >^_^<.
JayHorse_23.18
Vamos, q t has montado
tu propia cabalgata...
Irisadas_23.18
Ahora eres tú el adivino (^_~).
JayHorse_23.19
Cuando vuelvas a Madrid t enseñaré
lo q es una buena cabalgada...
Irisadas_23.19
Dirás que seré yo quien te lo enseñe,
al fin y al cabo estaré arriba :—*.
JayHorse_23.20
Promesas, promesas...
Jueves, 11 de enero
Irisadas_17.12
Me abuuuuuuuuuuurro.
Irisadas_17.13
Me aburro muchíííííííííííísimo.
Irisadas_17.14
Me aburro hasta el infinito y más alláááááááá.
Irisadas_17.15
Me moriré y saldré en los periódicos: «Extraño caso de
muerte súbita de una mujer en lo mejor de su vida, se cree
que el culpable del óbito es el aburrimiento mortal al que se
vio abocada al quedarse sola y sin nada que hacer».
JayHorse_17.17
Mira q eres dramas...
Irisadas_17.17
Tú también lo serías si estuvieras tan solo y aburrido como
yo... T—T.
JayHorse_17.18
No estás con los Repes y Sardi?
Irisadas_17.19
A Sardi le ha salido un desfile en Brujas y allí que se ha ido.
Los Repes están a tope con no sé qué incidencia de no sé qué
programa que se ha ido a la porra.
Y yo me aburro.
JayHorse_17.20
Pues cómprate un burro :P.
Irisadas_17.20
¿Estás en venta?
JayHorse_17.21
Ya t gustaría.
Irisadas_17.21
Uy, qué va, prefiero un churro.
JayHorse_17.21
Pues t doy un cuscurro.
Irisadas_17.21
(*_*) ¿No se te ocurre
otra rima mejor, baturro?
JayHorse_17.22
Si quieres t susurro...
Irisadas_17.22
¿Cochinadas?
JayHorse_17.23
La duda ofende! T voy a incendiar
las bragas.
Irisadas_17.23
Te hago videollamada.
Miércoles, 17 de enero
JayHorse_2.52
Me mola tu última publicaion, reina. Es la caña. Tú eres la
caña. Tu sonrisa s la caña. Stabas prciosa de lvandera con la
corona de flores. La q no me mola s en la q Stás con dos
tipos. Tienn pinta d giliPollas prfundos. Dbes elgir mejor.
JayHorse_3.23
^^(^.,.^)^^ A q No sbes q s eSto?
JayHorse_3.36
Un murciAlagO. Y sTo? <·)))> << 1 pScado. XD
JayHorse_3.58
StAs Dromida? Magino q sí. Q suerT. Yo no. ObViO. Ns (*
—_—).
JayHorse_4.17
No quiero drmir pQ no kiero dspeRtar y q sea mañana.
JayHorse_4.18
miERda. hOy ya s mÑana. Jder.
JayHorse_4.22
Hoy stán loss rsltados. sÉ q s mi mdr pRo y si sAle q no?
Ntnces vuElvo a no tnErla. Peor. no la hAbr´e tnido nnca.
JayHorse_4.25
AunQ q + da? No la ncSito. Noes cmo si lA hbieRa tniDo
simEpre. Tmpco iBa a ntar sU AuSncia. Ns. tDo sS na
MieRda. uNa jdida y pUta Mirda.
JayHorse_4.27
vOy al piso a ver di durmo ZZZ NasnocHes.
***
—Esto se tiene que acabar, hermano —le reclamó Julio cuando entró en la
cocina. Empujó una taza de café cargado hacia él—. Tienes que parar.
—No me jodas, Jules. ¿Me vas a montar un drama por llegar achispado
un par de noches?
—¿Un par, Jaime? Dos de cada tres noches llegas borracho. Y ayer fue
la gota que colmó el vaso. Sabías que hoy es un día importante, que tenías
que estar al cien por cien y llegaste tan perjudicado que no eras capaz de
abrir la puerta.
—No exageres. —No estaba tan ebrio. ¿O sí? La verdad es que no lo
recordaba.
—Le pegaste un susto de muerte a Mor, pensaba que estaban intentando
forzar la cerradura y resultó que eras tú, incapaz de acertar con la llave en el
ojo de la cerradura. Esto tiene que parar —repitió furioso—. Sé que estás
pasando un momento complicado, que esta situación te afecta mucho. Pero
tienes que enfrentarlo, Jaime. No puedes dejar que te sobrepase como lo
está haciendo.
—Va, tío, deja el melodrama para otro día, hoy me duele mil la cabeza.
—Lo raro sería que no te doliera. No lo voy a consentir, Jaime. Mientras
vivas en mi casa lo harás bajo mis reglas. No volverás a llegar borracho de
madrugada un martes.
—¿Eso significa que puedo hacerlo cualquier otro día o a cualquier otra
hora?
—Eso significa que me estás decepcionando mucho, hermano. No te
reconozco.
Jaime bajó la cabeza noqueado por la dureza del tono empleado por
Julio.
—Tal vez nunca me has conocido —murmuró esquivando su mirada.
—¿Eso crees?
Jay negó con un gesto. Puede que en los primeros años de convivencia
fueran dos extraños, pero ya no. Se habían esforzado en conocerse y dar
forma, fuerza y profundidad a su relación. En ser hermanos de verdad, no
solo de nombre. Se frotó los ojos ocultándoselos. Julio sabía leer en ellos y
prefería que no lo hiciera.
—Lo siento, Jules. Ayer estaba sobrepasado. No sé si quiero que ella sea
mi madre, pero sí sé que no quiero que no lo sea —confesó reticente. Si ni
él mismo se entendía, ¿cómo lo iba a entender su hermano?—. Es de locos,
¿verdad?
—Un poco enrevesado, sí.
—Quiero tener una madre, Jules —trató de explicarse—. Tú no lo
puedes entender, siempre has tenido una...
—Te recuerdo que no era gran cosa... —señaló desdeñoso, pues era la
versión femenina de Jethro, aunque no tan terrible.
—Ya, pero la tenías. Buena o mala, era tuya. Estaba contigo. Te quiso lo
suficiente para quedarse a tu lado. La mía me abandonó.
—No lo hizo. Jethro te robó de sus brazos.
—Eso dice ella —resopló.
—¿Crees que no es verdad? —Julio estrechó los ojos ante lo que
insinuaba.
—Claro que no. Cirila no mentiría sobre eso. —A su voz le faltó
seguridad—. Pero, no sé, quizá no estuvo todo lo atenta que debería. —
Frunció el ceño—. No me hagas caso, eso es una soberana gilipollez. ¿Por
qué debería estar vigilante? Seguro que no imaginaba que Jethro planeaba
robarme. —«Pero debería haberlo pensado, lo conocía, sabía de lo que era
capaz. ¿Por qué no prestó más atención? Porque yo no le importaba lo
suficiente.» Sacudió la cabeza, no iba a pensar eso. No era verdad. No podía
serlo—. Me cuesta mucho conciliar lo que siempre he sabido de Cirila con
lo que ella nos ha contado.
—Lo que siempre has sabido de ella te lo dijo Jethro... —le recordó
Julio.
Jaime asintió con una mueca. Había crecido con Jethro taladrándole la
cabeza con que su madre lo había abandonado porque era un estorbo. Y,
joder, no le faltaba razón. Ella solo tenía quince años, ¿por qué arruinarse la
vida cargando con un bebé llorón cuyo padre era el hombre que la había
maltratado?
Apretó los dientes frustrado por la deriva de sus pensamientos. Era muy
difícil dejar de creer aquello con lo que había crecido.
—La cuestión es que tener una madre era mi puto deseo de cada
Navidad —admitió con rabia—, y ahora que los Reyes Magos me han
traído una no puedo dejar de pensar que quizá se han equivocado y no es mi
madre, sino la de otro chaval —«que se la merece más. Que la trata mejor.
Que sabe cómo quererla»—. Y si es así, entonces ¿qué, Jules? ¿Qué ocurre
si el resultado de la prueba es negativo y vuelvo a quedarme sin madre?
—Lo asumimos —resolvió Julio con firmeza.
—Ya. Qué remedio —sopló hosco—. Pero..., y ahora viene lo más
cojonudo de todo. —Bajó la cabeza incapaz de mirarlo. Cuando oyera lo
que iba a decir, pensaría que estaba loco. Y tal vez así era—. Si el resultado
es positivo será oficial que es mi madre... y no sé si estoy preparado para
que lo sea. —Se le agitó la respiración.
—No es algo sobre lo que tengas poder de decisión, Jaime. Sea cual sea
el resultado, tendrás que aceptarlo —afirmó preocupado por su desorden
emocional—. Cirila es una mujer excepcional, serás muy afortunado si es tu
madre.
—Oh, sí. Es muy valiente y aguerrida —resopló.
—¿Crees que no lo es?
—No lo sé, no puedo hablar con ella —repuso disgustado.
—Está aprendiendo español con Mario, pero sin embargo a ti, que tanto
te quejas de que no puedes comunicarte con ella, no te veo ir a ninguna
academia a aprender alemán o esloveno —le reprochó Julio.
Jaime bajó la cabeza, tenía razón. Cirila se estaba esforzando, y mucho,
en tener una conexión con él. Algo que él no solo no hacía, sino que
evitaba.
Un poco más tarde, en otro piso no muy lejos, alguien está tan nervioso o
más que Jay.
JayHorse_16.22
En ello estoy...
Irisadas_16.23
La borrachera de ayer tuvo que ser
de órdago para que te despiertes
a estas horas...
JayHorse_16.23
Llevo despierto desde las nueve, pero he tenido q ocuparme
d unas mierdas q me han tenido liado hasta ahora. X q crees
q estaba borracho? ¬_¬.
Irisadas_16.24
Tal vez porque me dibujaste
un murciélago. Y un pescado. Aunque casi seguro que fue
porque escribías como si estuvieras trompa...
JayHorse_16.25
Vale, listilla, me has pillado (*—_—).
Irisadas_16.25
Uy, uy, uy, alguien parece malhumorado...
JayHorse_16.26
No inventes.
Irisadas_16.26
¿Estás bien?
JayHorse_16.27
X q no iba a estarlo?
Irisadas_16.28
Porque ayer a las cinco de la mañana estabas tan borracho
que no eras capaz de escribir una palabra bien. Y no pareces
el típico inserte palabrota que se va de fiesta y se agarra el
pedo del siglo, menos aún si al día siguiente trabaja, lo que
me hace pensar que te ocurrió algo. Pero, vamos, que si me
equivoco y sí que eres un inserte palabrota, pues qué se le va
a hacer, nadie es perfecto ¯\_( )_/¯.
JayHorse_16.29
Me acabas d llamar gilipollas?
Irisadas_16.29
¿Yo? Qué va, ya sabes que no digo palabrotas. Soy una chica
muy formal.
JayHorse_16.30
Mis cojones formal, eres d las q sueltan un «inserte
palabrota» y los demás nos tenemos q imaginar el insulto q
nos estás dedicando... {{(> _ <)}}.
Irisadas_16.30
Bueno, puede decirse que tu imaginación está en sintonía
conmigo.
JayHorse_16.31
Lo sabía. Me has llamado gilipollas.
Irisadas_16.31
Entre otras cosas... (^_~).
JayHorse_16.31
Eres una cabrona.
Irisadas_16.31
Y tú estás esquivando mi pregunta.
JayHorse_16.34
Q pregunta?
Irisadas_16.34
¿Estás bien?
JayHorse_16.37
Sí.
Irisadas_16.37
Vale.
JayHorse_16.40
Estoy d putísima madre. Acompañado por una morena y una
rubia (^_~).
Irisadas_16.40
Qué maravilla, así tienes donde elegir >^_^<.
JayHorse_16.41
X q debería elegir? Siempre es mejor 2 q 1.
Irisadas_16.41
¡Y 33 mejor que 22! (^_^)
JayHorse_16.42
Me da la impresión de q no me crees...
Irisadas_16.42
Claro que te creo, Morritos. Eres mono, divertido y sabes
mover la lengua, seguro que se te rifan (^_~). ¡A por ellas,
tigre! (^3^)
Jaime frunció el ceño, Iris no lo creía. Y era importante que lo creyera para
mantener el statu quo entre ellos, pensó entrando en su perfil de Instagram
para revisar las últimas fotos que había subido. En varias de ellas salía
bailando, además de con Sardi y los Repes, con varios tíos, riéndose y
abrazándolos. Él no iba a ser menos.
—Eh, Ro, vamos a hacernos un selfi para Insta —le pidió a Rocío a la
vez que le ceñía la cintura a Sin para pegarla a él.
—¿Estás de coña? —Sin lo miró como si se hubiera vuelto loco—. ¿Qué
mierda te ha dado ahora con Instagram?
—Es por Irisadas —apuntó Rocío—. Se pasa el día chateando con ella.
—No me jodas que nuestro niño se ha enamorado... —Sin lo miró
guasona.
Ella también se había percatado de que Jay miraba el teléfono a menudo
y estaba más distraído de lo normal y, oh, casualidad, cuando echaba un ojo
por encima de su hombro para ver con quién chateaba siempre era con la
misma persona: Irisadas.
—Ni harto de coca me enamoro —rebatió Jaime estirando el brazo para
hacerse la autofoto—. Es divertida y me lo paso bien con ella, no hay más.
Sonreíd... Otra más. Sin, intenta parecer menos borde y más simpática,
¿vale?
—No puede parecer más agradable, Jay, no lo es —apuntó Ro mordaz.
—¿Algún problema con eso, princesita? —Sin enseñó los dientes en una
sonrisa peligrosa.
—Joder, Sin, parece que vayas a morder a Ro —protestó Jay—. Vamos,
otra...
Hicieron falta cuatro más para que estuviera conforme. Subió la foto a su
historia con un comentario jocoso y al poco rato recibió un mensaje. Sonrió
mientras lo leía.
—Menuda sonrisa de idiota se te ha puesto, campeón —se burló Sin
yendo a la vereda; como siguieran perdiendo el tiempo empezaría con
retraso su clase.
—Sí, vale —confirmó distraído Jaime, lo que provocó risitas maliciosas
de las que ni se percató. Iris acababa de desafiarlo a ver quién hacía más
tríos hasta fin de mes y estaba pensando una contestación épica digna de tal
propuesta—. ¡No me jodas, Sin! ¡Dame el móvil! —estalló cuando le
arrebató el teléfono.
Trató de recuperarlo pero ella llevaba de las riendas a Jerarca, su
semental, y al irascible caballo no le gustaba que se anduvieran con
tonterías con su dueña y lanzaba mordiscos con bastante puntería. Y
potencia.
—Es guapa y tiene una sonrisa preciosa, amén de que con esa boca debe
de hacer unas mamadas increíbles —comentó mirando las fotos del perfil.
—Pero qué bruta eres —resopló Rocío desdeñosa estudiando dichas
imágenes.
—Dame el puto móvil —les reclamó Jay cabreado.
—Solo soy sincera, niñata. Desde luego, tu bombón sabe elegir tíos. —
Le sonrió ladina a Jaime—. De dos en dos y con un buen paquete. No se lo
tiene que pasar mal... Chica lista. —Escribió algo y le devolvió el móvil.
Jaime lo cogió enfadado.
—No metas las putas narices en... —Abrió unos ojos como platos al leer
lo que había puesto—. ¡No me jodas, Sin! ¡Has aceptado el reto! ¡Ya te
vale!
—¿Qué? Me ha parecido interesante y entretenido —se burló la rubia.
—Interesantes mis cojones —gruñó enfadado al ver que Iris lo
emplazaba a colgar fotos de los tríos, comedidas, eso sí, en Instagram para
dejar constancia y contabilizarlos—. La que me has liado...
—¿Qué problema tienes, pipiolo? ¿Crees que no vas a poder con dos tías
a la vez? Si quieres, te echo una mano... —se burló Sin.
—No, gracias, puedo de sobra —rechazó malhumorado enfilando a
Descendientes, la escuela para la que trabajaba. Elías le había dicho que
tenía que dar una clase privada a un novato, más le valía no llegar tarde.
—Yo creo que lo que le sienta como un tiro es que ella va a hacer tríos a
diestro y siniestro para ganarle y encima se lo va a restregar colgándolo en
Instagram... —apuntó Rocío burlona.
Jaime se quedó de piedra al darse cuenta de que no estaba del todo
errada. No lo molestaba ver a Iris con otros, era libre de follar con quien le
diera la santa gana, pero tampoco le hacía gracia ser testigo de sus
conquistas. ¡Ni ver sus paquetes! ¡Puñetera Sin por joderle la cabeza
haciéndole reparar en eso!
—Parece una chica muy alegre. —Rocío miró por encima del hombro de
Jay.
—No seas puto cotilla. —La apartó enfadado.
—Me gustaría conocerla —comentó interesada.
—A mí también. Tengo que darle el visto bueno al chochito que te tiene
encoñado —se burló Sin.
—No me tiene encoñado y no está en España —las esquivó Jay.
No quería mezclar a Iris con su vida en la Venta. La había conocido
antes de que su madre apareciera y lo volviera todo del revés. Y quería que
siguiera así. Iris era un puerto seguro en el que no había traumas ni dramas,
con ella podía fingir que todo seguía igual que antes aunque solo fuera unos
minutos al día.
—Pues cuando vuelva —insistió Rocío.
—No sé cuándo regresará. —No mentía. Tampoco decía la verdad. No
sabía el día exacto, pero sí que lo haría a finales de febrero o principios de
marzo. Aceleró el paso para que lo dejaran tranquilo. Y se frenó en seco al
llegar a Descendientes y ver a Cirila en vaqueros y con unas botas de
montar muy parecidas a unas de Beth. ¿Qué narices?
Sacudió la cabeza y continuó andando, aunque más despacio.
Rocío lo siguió y Sin enfiló a Tres Hermanas.
Jaime saludó con un gesto a la que ya era oficialmente su madre. Estaba
radiante. Los ojos le brillaban y la sonrisa le ocupaba toda la cara. Llevaba
así desde que le habían dado los resultados. Habitaba tanta alegría en su
interior que se había olvidado de su habitual timidez y lo había abrazado,
tan feliz que parecía no tocar el suelo con los pies. Y él lo había jodido todo
quedándose petrificado sin devolverle el abrazo, como el hijo de mierda que
era.
Cirila se le acercó con los brazos extendidos para tomarle las manos. Él
se lo permitió. Las sintió cálidas sobre sus palmas ásperas por el trabajo. Se
obligó a curvar los dedos sobre los de ella con una rigidez que fue incapaz
de disimular.
—Jamme... —Soltó una emocionada parrafada en alemán, sus ojos fijos
en los de él.
Jaime miró a Mario esperando que tradujera. ¡Qué manía tenía esa mujer
de hablarle directamente! ¿Es que no se daba cuenta de que no la entendía,
joder?
—Hemos pensado que estaría bien que Ciri aprendiera a montar —
resumió este.
—¿Habéis pensado? ¿Quiénes? —Controló apenas su enfado al
percatarse de que le habían tendido una encerrona y Cirila era su alumna
novata.
No quería darle clase. No estaba preparado para pasar una hora con ella
y que lo mirara con adoración, como si fuera todo lo que siempre había
soñado que sería su hijo.
Porque no lo era. Y nunca lo sería.
Si lo fuera, Jethro se lo habría quedado en vez de encasquetárselo a Julio
y ella habría tenido cuidado y no habría permitido que lo robara. O al
menos lo habría buscado antes en lugar de esperar mogollón de años.
—Yo lo he pensado —intervino Elías—. Es la madre de un jinete, es
imperativo que sepa montar para que pueda entender lo que eres, lo
exigente y absorbente que es tu profesión y lo que significa para ti subirte a
un caballo. No te preocupes, Jaime, eres un gran profesor, no podría estar en
mejores manos —sentenció.
Lo que se calló fue que esas clases les permitirían pasar tiempo juntos,
sin que Jaime pudiera eludirla. Y eso sería bueno. Tal vez no lograran
comunicarse con palabras, pero existían otras maneras de hacerlo, y estar
solos los ayudaría a crear un vínculo.
—Vale —aceptó Jaime acorralado—. Dile cómo tiene que subirse al
caballo —le pidió a Mario.
Este negó con un gesto.
—No es mi alumna.
—No me jodas, Mario...
—Me largo —lo ignoró—, tengo clase de doma. Lleva a tu madre al
círculo que hay junto a la geotextil. —Se despidió de Cirila con una
sacudida de cabeza y se fue.
Ella lo vio marchar con creciente alarma. ¿Cómo iba a comunicarse con
Jaime si no estaba para traducirla? El corazón se le encogió. A su hijo lo
disgustaba que no lo entendiera e iban a pasar una hora juntos. Sin Mario.
Agarró desasosegada la medalla de Jesús y Dios la ayudó a ver lo que había
inadvertido en su angustia: estaba ante una oportunidad única para estar con
Jaime y conocerlo mejor.
Sus pulmones se expandieron llenándose de ilusión. Los caballos eran
importantes para su hijo, convertiría esas clases en el pilar sobre el que
cimentaría su relación.
—Mierda... —Jaime miró a Cirila, quien a su vez lo miraba emocionada
—. Bueno, va. A ver cómo me lo monto... Ro, ven con nosotros, porfa.
—Vale... Ah, no puedo. Tengo que hacer un trabajo para el insti —
rechazó al ver que su padre negaba con un gesto disimulado—. Pero puedo
ayudarte a decirle cómo montarse. —Miró desafiante a Elías. Jaime era su
amigo, al menos lo ayudaría en eso.
—Genial... Menos da una piedra y hace más daño —bufó disgustado.
Se acercó a Cirila y la llevó con Educada, intuyendo que Elías la había
equipado para ella. Era una gran elección, una yegua tranquila y dócil,
demasiado floja para ser una montura ágil en el salto o suponer un mínimo
desafío, pero que no daba problemas.
Le acarició el cuello y miró a Rocío.
—Dile que la toque para que pueda sentirla y se vaya acostumbrando a
su mano.
Rocío tradujo con dificultad y Cirila extendió con timidez el brazo. Le
rozó con las yemas el cuello y Educada relinchó haciendo temblar el aire.
Cirila se apartó asustada.
—No tengas miedo, solo te está diciendo que te coloques bien, que no te
ve. —Jaime la tomó de la mano sin pensar y la guio al lateral de la yegua.
Se la puso sobre el lomo y posó la suya sobre la de Cirila para guiarla en
sus caricias—. ¿Ves?, no hace nada. Lo que ocurre es que los caballos no
ven de frente, solo por los lados, y no te veía y quería saludarte, es una
yegua muy educada. Por eso se llama así —explicó sonriente, olvidándose
de que no podía entenderlo. Algo que no tardó en recordar cuando vio sus
enormes ojos fijos en él. Ni siquiera parpadeaba, tan atenta estaba a su voz.
Como si pudiera entenderlo. Algo que, por descontado, no iba a suceder. Él
no creía en los putos milagros.
Buscó a Rocío con la mirada, necesitaba que lo tradujera.
—Ro...
—Lo siento, tengo que irme... Voy fatal de tiempo. —Se marchó
consciente al fin de lo que su padre y Mario habían sabido desde el
principio. Jaime se olvidaba de todo, incluso de sí mismo, cuando estaba
con caballos. En esos momentos era él en toda su esencia. Sin miedos,
dudas ni recelos.
—De puta madre... —Miró a Cirila frustrado—. Vamos a ver cómo te lo
explico... —Se frotó la cabeza y volvió a tomarle la mano. La puso sobre la
yegua—. Educada. —Luego la llevó a su pecho—. Jaime. —Y al de ella—.
Cirila. —Volvió a ponérsela en el lomo de la yegua y repitió—: Educada.
—Ducada... —repitió Cirila.
—Eso es. No está comprobado científicamente, pero yo creo que los
caballos saben su nombre, aunque deciden ignorarte cuando los llamas. —
Sonrió—. Pero Educada es muy amable y te hará caso. Acaríciala y
acaríciate, deja que te conozca. —Le guio la mano por el cuerpo de la
yegua—. Sin prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo... ¿Notas cómo se
relajan sus músculos? Eso es porque le gusta que la acaricies.
Dejó que Cirila y Educada se conocieran y se mimaran unos minutos y
fue a por un casco. Se lo puso a su madre, tomó las riendas de la yegua con
la mano derecha y la mano de su madre con la izquierda y las llevó a la
escalera de monta situada en la entrada. Se subió y montó sobre Educada,
luego bajó e instó a Cirila a que lo imitara.
Ella se subió a la piedra y lo intentó, pero sus pantalones obstaculizaron
sus movimientos, lo que, unido a su inexperiencia, desembocó en que
estuviera a punto de dar con sus huesos en el suelo.
—Tenemos que conseguirte unos pantalones de montar para las clases,
los vaqueros no valen. —Jay se colocó junto a ella—. Pon el pie izquierdo
en el estribo. —Le llevó el pie a este—. Agárrate. —La tomó por la cintura
y la alzó hasta que quedó a la altura de la silla—. Pasa la pierna derecha por
encima de la montura y mete ese pie en el estribo.
Cirila lo hizo. No porque entendiera sus palabras, sino porque intuyó que
era lo que debía hacer. Se quedó sentada en la silla. A mil metros sobre el
suelo. No eran tantos, pero lo parecía. Se removió nerviosa buscando las
manos de su hijo, lo que inquietó a la yegua, que mostró su incomodidad
con un relincho, que asustó aún más a Cirila.
—Para o acabarás en el suelo —la regañó Jaime alarmado. Estaba
demasiado delgada y era muy frágil, si se caía podría hacerse daño y él
volvería a quedarse sin madre.
Ella le atrapó una mano y se la aferró como si le fuera la vida en ello.
—Suéltame... Vamos, no tengas miedo. Mira, agarra las riendas... —La
obligó a coger cada rienda en su mano correspondiente y le colocó los
puños a pesar de que no la iba a dejar que guiara a la yegua, eso lo haría él
con el ramal, pero convenía que se fuera acostumbrando—. Muy bien. Nos
vamos. —Agarró el ramal y echó a andar.
Cirila exhaló un aterrado gritito y se inclinó sobre la silla para abrazarse
a ella.
—Así te caerás. Tienes que mantenerte erguida. —La colocó
correctamente—. Vaya desastre...
A partir de ese momento, la clase fue de mal en peor. Al poco de
empezar fue más que evidente que a Cirila le daba miedo montar y que
tampoco tenía un gran equilibrio, más bien al contrario, tendía a
desestabilizarse y, por ende, a desestabilizar a Educada.
—No tengas tanto miedo, joder, no te va a pasar nada —gruñó Jaime al
límite de su paciencia.
Llevaba casi media hora caminando a la vera de Educada, pues la guiaba
con el ramal en corto porque a Cirila le entraba el pánico cada vez que se
alejaba un par de metros para guiar a la yegua desde allí y darle más
independencia. Pero no había modo, en cuanto se separaba Cirila se tensaba
perdiendo la escasa compenetración que había alcanzado con Educada.
Era como llevar a los niños pequeños a dar un paseo en poni, solo que
estos se las apañaban mejor y eran más independientes que Cirila. También
le hacían caso y llevaban los talones bajos y la espalda recta, no como ella.
Claro que el que Cirila no lo comprendiera cuando hablaba lo complicaba
todo. Era una puta mierda.
—Baja las manos, no tenses las riendas —resopló frustrado bajándole las
manos para aflojar sus tirones. Era la enésima vez que se lo repetía.
—Lo siento... —murmuró la mujer, crispando aún más a Jaime.
De todas las palabras que tenía el español esa era la primera que había
aprendido y la que más usaba.
—No pasa nada, deja de decir «lo siento». —No pudo evitar que el
desdén se colara en su voz. No soportaba que fuera tan dócil. No le
extrañaba que Jethro la maltratara impunemente, no había una pizca de
coraje o rebeldía en todo su cuerpo.
—Jamme, por favor...
Jaime se giró al oír la segunda expresión favorita de Cirila. No sabía cuál
odiaba más, «lo siento» o «por favor».
—¿Qué ocurre? —planteó sin ocultar su enfado. Odiaba que se
disculpara, pero más aún que suplicara. No lo soportaba. Porque cada vez
que lo hacía veía la pena y el dolor en sus ojos y se sentía culpable por
exigir demasiado, por ser tan brusco.
Era una mujer quebradiza; debía ir con pies de plomo y medir cada
palabra, gesto y mirada, pues intuía que no haría falta mucho para hacerla
llorar. Y no le apetecía una mierda ser el causante de su llanto. Bastante
tenía con ser quien jodía todas sus sonrisas.
Era agotador a la par que frustrante tener que contenerse cada segundo,
aunque era peor cuando no lo lograba, como ahora, y ella lo miraba como
un perrito al que acabara de apalear.
Cirila lo miró indecisa y, aguantándose un gemido —en su vida le habían
dolido tanto las posaderas—, irguió la espalda y chasqueó la lengua para
hacer andar a Educada. Se concentró en no meter la pata para evitar
decepcionarlo más. Aunque dudaba que lo consiguiera. Montar a caballo
era, además de un suplicio, mucho más difícil de lo que parecía. Y ella era
una alumna muy torpe.
Jaime sintió que se le desgarraba la tripa al ver la expresión vencida de
su madre. Él había puesto esa expresión en su cara al contestarle de mala
manera.
—Vamos a dejarlo por hoy. —Le quitó las riendas.
Ella lo miró confundida, hasta que las guio a la salida del círculo y
comprendió que regresaban a la cuadra y por fin podría bajarse del animal.
Agachó la cabeza para ocultarle su expresión de alivio y no decepcionarlo
con sus pocas ganas de montar, algo que para él era toda su vida.
—Agárrate al pomo y saca el pie derecho del estribo —le indicó Jaime
cuando llegaron a Descendientes. Le llevó las manos a la parte delantera de
la silla y le quitó el pie del estribo—. Ahora pasa la pierna por encima del
lomo y... ¡No, joder, así no! —Apenas le dio tiempo a cogerla y evitar que
cayera al suelo—. ¿Qué te pasa? —jadeó nervioso cuando ella, en lugar de
pararse erguida, se derrumbó contra él—. No me jodas. No puedes ni
mantenerte en pie —comprendió—. ¿Cómo no me lo has dicho? —la
increpó asustado.
Normalmente advertía cuando sus alumnos se cansaban y era necesario
parar la clase, pero con ella no había sido así. No había temblado ni perdido
el equilibrio. Bueno, eso sí, pero llevaba perdiéndolo desde el primer
segundo, por lo que no le había dado importancia. Tampoco se había
quejado en ningún momento, al contrario, había montado como si estuviera
fresca como una rosa. Una rosa torpe y sin equilibrio, eso sí.
—No eres la Capitana Marvel, joder. Si ves que te cansas, lo dices. No
soy un puto adivino —la regañó tan intimidado que el miedo salió de su
garganta en forma de rabia.
Cirila se encogió cohibida y se soltó de él. Se tambaleó unos pasos antes
de que Jaime la volviera a tomar en brazos y la llevara al interior de la
cuadra.
La soltó inquieto sobre uno de los viejos sillones de la oficina.
—¿Qué ha pasado? —exigió saber Mario entrando un segundo después.
Los había visto llegar y se había apresurado a seguirlos.
—Está en peor forma de lo que pensaba y se ha agotado montando.
—¿Por qué no has parado la clase? —le reclamó furioso sacando un
zumo de la nevera. Se lo llevó a Cirila.
—Porque no me he dado cuenta de que estaba exhausta —replicó
acorralado.
—Eres su profesor, Jay, es tu responsabilidad darte cuenta. Es la primera
vez que monta, tendrías que haber estado atento —lo acusó.
—Y lo he estado.
—Ya lo veo —ironizó apartándolo para quitarle el casco a Cirila. Luego
le dijo algo en alemán, con un tono suave y afable que le arrancó una
sonrisa.
Jaime dio un paso atrás. La había cagado. Pero del todo. Debería haberse
percatado de lo que pasaba. Ya no solo le robaba sus sonrisas, sino que
también la obligaba a montar hasta consumirla. Menudo desastre de hijo
era.
Sintió un punzante dolor en el pecho. Un dolor que no era físico, pero
que lo rompía tanto o más que un disparo a bocajarro.
—Voy a... —carraspeó—, voy a quitar a Educada. Vuelvo dentro de un
rato.
Se marchó, desequipó a la yegua con dedos temblorosos, le lavó
apresurado las manos y los pies para relajar los tendones y la llevó al
paddock. Después echó a correr a la pista ubicada en el extremo contrario
del complejo.
Sin estaba allí, impartiendo su clase de tanda.
—¿Qué pasa, Jay? —inquirió preocupada al verlo demudado.
—Nada. —Se dobló por la cintura y apoyó las manos en las rodillas, la
respiración agitada tras la frenética carrera—. Pásame un cigarro. Y un
poco de tu... toque especial.
Sin enarcó una ceja. Últimamente Jay le pedía caladas cuando se
encendía algún porro, pero era la primera vez que le pedía maría para liarse
uno él mismo.
—Vamos, reina, tírate el rollo —le reclamó nervioso al ver que no
respondía.
Sin sacó un porro ya liado del paquete de cigarrillos, lo partió en dos y le
dio la mitad más pequeña.
—No vuelvas a pedirme maría, campeón, no soy tu proveedora de
drogas.
Jaime asintió y se perdió en el pinar para fumárselo con caladas rápidas.
Poco a poco, la opresión que le cerraba el pecho empezó a remitir.
Cuando regresó a Descendientes era el mismo de siempre. O al menos lo
parecía.
14
Jueves, 25 de enero
Irisadas_12.01
¿Alguna vez te ha picado una pulga?
JayHorse_12.01
Sí, x?
Irisadas_12.02
Ayer estuve en una granja y hoy tengo algunas picaduras
pequeñas y en hilera. Me pican mogollón y están calientes
y rojas. He buscado en internet y pone que pueden ser de
pulgas... y, no sé..., no me encuentro bien, estoy mareada
y con náuseas.
JayHorse_12.03
Hazte una foto y pásamela.
JayHorse_12.07
No me jodas, Iris, eso no son unas
pocas picaduras, son una puta invasión. Y parecen
infectadas. Ve al médico
y q t mande algo.
Irisadas_12.07
Estoy en el curro, iré cuando salga...
JayHorse_12.08
Ni d coña, reina, trabajas en centrales energéticas, a ver si la
vas a liar xq estás mala y revientas algo y tenemos una
nueva Chernóbil... Ve al médico ya.
Irisadas_12.08
Ahora eres tú el dramas...
JayHorse_12.09
Ve, Iris, porfa. No hagas q me preocupe.
Irisadas_12.10
Si me lo pides con ese tono tan mono, no puedo resistirme.
Bueno, va.
Voy. Pero si luego es una tontería
y he perdido el día por nada,
te vas a enterar.
JayHorse_13.21
Has ido ya al médico? Q t ha dicho?
JayHorse_14.07
Estás bien, reina?
JayHorse_15.11
T estoy llamando, cógeme el teléfono.
JayHorse_16.05
Llámame cuando puedas.
Irisadas_16.39
No te lo vas a creer. He tenido una reacción alérgica a las
picaduras de pulga (*.*). Me han metido un chute
que todavía me duele el trasero
y me he quedado frita en el sillón...
JayHorse_16.40
Joder, reina, ya t vale. Me tenías acojonado.
Irisadas_18.40
¿En serio estabas preocupado por mí? Qué mono eres... ¡Si
es que te como!
JayHorse_16.41
Por curiosidad, q estás pensando comerme exactamente? (?
_?)
Irisadas_16.41
Mmm... No me decido,
¿alguna propuesta?
JayHorse_16.41
T llamo y t cuento...
***
Domingo, 28 de enero
Irisadas_15.31
Tic, tac, tic, tac, se acaba el plazo...
JayHorse_15.31
El plazo para q?
Irisadas_15.32
Para ver quién ha ganado el desafío.
Ya sabes, el de los tríos.
JayHorse_15.32
Sip.
Irisadas_15.32
Sé de alguien que va a perder porque no ha subido ni una
foto-prueba...
JayHorse_15.33
Ya, bueno, es q la logística me está fallando ¯\_( )_/¯.
Irisadas_15.33
¿La logística?
JayHorse_15.35
Ajá. No es fácil hacer un trío cuando solo puedes follar en el
baño d los garitos o en el bosque. En los primeros no hay
sitio para tres, y en el segundo hace
un frío q lo flipas xq es invierno y, claro, las churris no están
x la labor, lo q me complica el tema.
Irisadas_15.36
¿Y tu casa? (?_?)
JayHorse_15.36
No jodas. Mi hermano me mata
si convierto su piso en un lupanar.
Irisadas_15.36
A mí no me dijo nada; al contrario,
fue muy majo.
JayHorse_15.37
Xq lo pilló desprevenido. Además,
solo t he subido a ti y le caíste en gracia. No es lo mismo q
subir a dos tías distintas cada día.
Irisadas_15.38
También es verdad. Entonces siento anunciarte que vas a
perder.
JayHorse_15.38
Menos lobos, reina, tú solo llevas
un trío, aún puedo ganarte.
Irisadas_15.39
Quedan tres días, ya puedes espabilar (^_~). Por cierto, no
debería, pero soy una chica buena y te voy a dar un consejo
que te ayudará a ganar: existe algo llamado pensiones donde
cuentan con camas en las que poder hacerlo sin pasar frio y
sin estrecheces...
JayHorse_15.41
Paso de pagar una habitación para follar (—_—).
Irisadas_15.42
Serás rata...
JayHorse_15.51
Sí. Sorry. He recibido una visita inesperada...
Irisadas_15.57
¿Algún ladrón tratando de robar
tu virtud? :P
JayHorse_15.58
Casi. Mi profe d equitación reclamándome para una clase.
Irisadas_15.59
¿Estás en la hípica?
JayHorse_16.00
Cuándo no lo estoy? {{(> _ <)}}
Irisadas_16.00
Trabajar tanto es malo, no por nada
el trabajo es una maldición bíblica...
JayHorse_16.01
Nunca lo había visto así, pero tienes
toda la razón.
Irisadas_16.02
Siempre la tengo, Morritos (^3^).
JayHorse_16.02
Tengo q dejarte, Sin es una cotilla
y quiere quitarme el móvil.
Irisadas_16.03
¿Sin es tu profe? El otro día me comentaste que era una
amiga
con derecho a roce (^_~).
JayHorse_16.04
Es ambas cosas.
Irisadas_16.04
Pásamela.
JayHorse_16.05
Para q? (o_O)
Irisadas_16.05
Le voy a proponer hacer un trío (^_~).
JayHorse_16.06
(*.*) Cómo coño vamos a hacerlo
si estás en el culo del mundo?
Irisadas_16.07
Ay, por favor, no seas obtuso. ¿No nos
lo montamos nosotros por vídeo?
Pues igual con ella.
JayHorse_16.08
Hablas en serio? (O_O)
Irisadas_16.08
Claro. Te aprecio y quiero que tengas
al menos un trío en tu haber cuando termine el desafío. Así
tu derrota
no será tan ignominiosa.
—¿Qué ocurre, figura? Por la cara que pones cualquiera diría que está a
punto de darte un jamacuco...
—Quiere hacer un trío contigo —musitó aturdido. Luego añadió, solo
por si no había quedado implícito—: Y conmigo.
Sin enarcó una ceja.
—¿Iris? —intuyó. Jay asintió—. ¿Cuándo?
—Ahora. Por videoconferencia.
—Cada vez me gusta más tu chochito. Dile que perfecto.
—Vale... —Tecleó en el móvil y un segundo después la pantalla se
iluminó con una petición de videoconferencia. Jaime la ignoró y miró a Sin
indeciso—. No le digas nada de Ciri, ¿vale? —le pidió incómodo.
—No me jodas, Jay, vamos a follar, no a contarnos la vida.
—Ya, solo por si acaso, ¿OK? —Clavó su mirada en ella.
Y Sin supo que, a pesar de lo mucho que le gustaba esa chica, Jay no
respondería a su llamada hasta que obtuviera su palabra. Sacudió la cabeza
en un gesto afirmativo y él volvió a respirar. Tomó el móvil y un segundo
después un rostro dominado por una luminosa sonrisa y unos ojos eléctricos
apareció en pantalla.
—¡Hola! ¡Eh! ¡¡Te conozco!! Eres la rubia que acompañaba a Jay el día
que formalizamos nuestro desafío... —exclamó irradiando alegría.
—En realidad fui yo quien aceptó el reto —admitió Sin maliciosa. Iris la
miró confundida desde la pantalla—. Le robé el móvil y, como me pareció
un reto interesante, decidí aceptar. Ya sabes, para ponerle un poco de sal a
su vida.
—Pues no ha servido para nada, porque no se ha montado ni un triste
trío. Jolín, vaya trabalenguas... Menos mal que estamos tú y yo para
ayudarlo y que por lo menos tenga la muestra. —Le guiñó un ojo en un
gesto lleno de picardía.
—Eh, no necesito vuestra ayuda...
—Claro que sí, Morritos, a la vista está... —sopló Iris con una risa—.
Por cierto, ya veo que estás listo para el asalto. —Lo miró apreciativa.
Estaba en una cama pequeña, sentado con la espalda apoyada en el cabecero
de madera. Desnudo excepto por una camiseta raída y el bóxer, que no
ocultaba su erección.
—Ya... Es que me has pillado durmiendo la siesta y..., pues eso...
—¿Se te han puesto las orejas rojas? ¡Pero qué mono! —Su risa le sonó
a Jaime como campanillas en Navidad.
—Sí, una verdadera cucada —intervino Sin observando a la mujer de la
pantalla.
Pelo negro alborotado, ojos azules llenos de júbilo y labios carnosos
curvados en una sonrisa increíble. Era la alegría personificada. No le
extrañaba que Jay estuviera coladito por ella, porque, dijera lo que dijese al
respecto, lo estaba.
—Solo por aclarar —continuó—, a mí solo me van los tríos de dos tíos y
yo. Eso de compartir polla con otra tía no me gusta, demasiados agujeros
para un solo rabo y luego me quedo con hambre. Si he accedido a este es
porque tenía ganas de conocerte y porque no estás aquí, ergo no tengo que
compartir la polla de este figura.
—Razón no te falta, pero ya puestas a ser sinceras, te confieso que a mí
dos me abruman —suspiró con dramatismo—. Me resulta supercomplicado
estar con más de uno a la vez. Porque, a ver, si estás con uno también tienes
que estar pendiente de atender al otro, lo que es un verdadero incordio,
porque al final estoy más pendiente de ellos que de mí y no me lo paso tan
bien. Prefiero dedicarme solo a uno, siempre y cuando dé la talla, por
supuesto.
Jaime, que no se había perdido palabra, se llevó la mano a la entrepierna.
¿Qué consideraría Iris dar la talla? ¿Dieciséis centímetros? ¿Dieciocho?
Esperaba que no fueran los veinticinco de los libros..., eso era
exageradísimo.
—¡Eso por descontado! —coincidió Sin—. De todas maneras, es
cuestión de práctica. Cuando has follado varias veces con más de uno le
acabas cogiendo el truco y todo va rodado. Que te follen el coño mientras te
comes una buena polla es la hostia.
—Está claro que tengo que darle otra oportunidad al asunto —convino
Iris.
Jaime no pudo evitar torcer el gesto al oírla. Sin era una mala influencia.
—¿Y tú qué opinas, Morritos? —le preguntó Iris.
La miró aturdido. No estaría pensando en hacer un trío con él y otro tío,
los tres juntitos y revueltos, ¿verdad? Vamos, no me jodas. Ni harto de
droga. Ni borracho. Ni muerto. Ni hipnotizado ni de ninguna otra manera.
No. No. Y no.
—A mí no me gustan las pollas, ni en el ojete ni en la boca. Y no me
gusta compartir a mi chica cuando follo. Con nadie —afirmó rotundo.
Aunque eso no era estrictamente cierto, más que nada porque nunca había
tenido chica ni mucho menos le había importado lo que sus amantes
ocasionales hicieran antes, durante o después de follar con él.
—Hombre, ahora mismo vas a compartir a Sin conmigo —apuntó Iris
burlona.
—Pero no a ti con Sin —replicó él sin pensar.
Iris parpadeó sorprendida y Sin estalló en una estruendosa carcajada.
—¿Qué os hace tanta gracia? —les reclamó molesto. Ese trío, o lo que
fuera, se le estaba yendo de las manos.
—Tu afirmación. Hablamos de un trío, todos nos compartimos con todos
—señaló divertida Iris.
Jay parpadeó pasmado al darse cuenta de lo que había dicho. Joder. ¿Por
qué había soltado esa gilipollez?
—Ya, es que me he explicado mal —aseveró con las orejas rojas.
—¿Y qué querías decir, campeón? —planteó Sin con sonrisa ladina.
—¡Y yo qué sé! ¿Follamos o qué? Tengo que dar clase dentro de un rato
y no hacéis más que perder el tiempo. Luego nos tocará apresurarnos y os
quejaréis.
—¡Apoyo la moción! —exclamó Iris risueña—. Bésala —le exigió. Él la
miró sin reaccionar—. A Sin. Bésala.
Jaime obedeció.
—Usa la lengua, Jay, hazla disfrutar. Mmm..., yo diría que tiene calor.
Quítale la camiseta. Sin prisa... ¡Qué tetas más bonitas! Ve a por ellas, esos
pezones erizados están pidiendo a gritos un poco de atención. No puedes
defraudarlos.
Jaime atrapó un pezón con los labios y cerró los ojos a la vez que
ejecutaba las sugerencias de Iris. Oír su voz ordenándole qué lamer, qué
morder, qué besar, qué acariciar lo estaba excitando como nunca en su vida.
Estaba tan duro y tenía las pelotas tan tensas que comenzaron a molestarle.
Ella debió de intuirlo, porque ordenó a Sin que le quitara el bóxer y lo
masturbara. Le dijo cómo debía hacerlo, con qué intensidad, cuándo frenar
para alargar la tortura y cuándo volver a empezar acercándolo cada vez más
a un éxtasis que en el último segundo le negaba. Lo estaba volviendo loco.
Hasta el punto de que él se olvidó por completo de Sin y solo existió Iris.
Su voz, su risa, sus susurros. Sus caricias y sus labios sobre su piel, su
lengua sobre su polla, sus dedos ciñéndola.
—Joder, me corro. —Abrió los ojos y parpadeó al ver una cabeza rubia
sobre su entrepierna. ¿Quién le estaba comiendo la polla?
—Qué chico más educado, si hasta avisas... Eres encantador —se burló
Iris con voz ronca y entrecortada.
Jay la buscó con la mirada. La encontró en la pantalla del móvil que
había apoyado en la mesilla. Estaba sentada en una cama con las piernas
separadas y las rodillas dobladas. Masturbándose. Su sexo hinchado y
brillante en primer plano. Sintió el irresistible deseo de lamerlo de arriba
abajo. De meterse esos labios gruesos y rosados en la boca y chuparlos.
Quería taladrarla con la lengua y beberse su placer. Comerle el coño como
si fuera un jodido caramelo. El más delicioso que había probado nunca.
—Métete dos dedos... —le ordenó jadeante a la vez que apretaba el culo
para evitar correrse. Estaba tan excitado que dudaba que pudiera aguantar
mucho más—. Hasta el fondo. Fóllatelos mientras te como el coño. Sí,
joder, así, con fuerza. ¿Sientes mi lengua? Está dentro, con mis dedos. Te lo
estoy comiendo entero, reina. Ahora el clítoris, lo tienes superhinchado. Y
es todo mío. Recuerdo su sabor, estoy deseando volver a comérmelo.
Métete un dedo más y muévelos. Dámelo todo...
—Estoy a punto... —murmuró ella cerrando los ojos.
—Joder..., y yo... Vamos... ¡Dios! —Se sacudió contra la boca que lo
chupaba sin apartar la mirada de la pantalla del móvil, donde Iris temblaba
con el cuerpo arqueado, ofreciéndole su orgasmo—. Ha sido la hostia.
—Vaya dos... Tenéis una falta de control acojonante —resopló Sin
burlona desde su posición entre las piernas de Jaime.
Jay dejó caer la cabeza en la almohada. Se había olvidado por completo
de ella.
—Se nos ha ido de las manos, pero te lo voy a compensar —afirmó
incorporándose.
La tumbó de espaldas y le arrancó los pantalones sintiéndose culpable.
Ni siquiera se había molestado en desnudarla del todo, tan absorto estaba en
Iris. Le separó las piernas, apartó el tanga y hundió la cara en su sexo. Su
lengua haciéndole todo lo que le había descrito a Iris segundos antes. Se
sintió extrañamente decepcionado cuando su sabor le invadió su boca. No
era el que esperaba. Era el sabor de Sin, lo conocía de sobra. Pero no era el
que deseaba. Que añoraba.
Por favor, qué gilipollez. Solo había estado una vez con Iris, era
imposible que recordara cómo sabía. Pero lo hacía. No lo había olvidado.
No podía.
—No pares ahora, Morritos... Eso sería de muy mala educación... —le
llegó desde el otro lado de Europa la voz de Iris, haciéndolo consciente de
que ya no estaba moviendo la lengua ni la boca. Había vuelto a olvidarse de
Sin. Joder.
Volvió a la tarea, esta vez la voz de Iris acompañó sus caricias. Y cuando
no era su voz eran sus jadeos los que lo conducían a un éxtasis cada vez
más cercano.
—Quiero follarte... —Subió por su cuerpo hasta encajar su polla en el
pubis femenino. Se frotó contra él—. Necesito follarte...
—Ponte un condón, campeón —dijo desde muy lejos la voz de Sin.
La miró aturdido. Estaba debajo de él. Giró la cabeza. Iris lo miraba
desde la pantalla del teléfono. Y, por su gesto, estaba tan al límite como él.
Se lamió los labios con lascivia y le lanzó un sonoro beso.
—Hasta el fondo, Morritos...
Jay se sentó sobre sus talones, se enfundó un preservativo con
movimientos precisos. Se agarró la polla y se inclinó para colocar la punta
contra el sexo de Sin. La besó con lujuria a la vez que la penetraba de una
sola estocada.
—Joder... —Cerró los ojos y comenzó a embestir. Los gemidos de Iris
eran música en sus oídos—. Dios, qué bueno es... Me pasaría la vida
follándote. —Le recorrió el mentón a besos, subió a su boca y le lamió las
comisuras—. Quiero comerme tu risa...
—Abre los ojos, campeón —le exigió Sin dándole una palmada en el
culo.
Él la miró confundido al abrirlos.
—Sin... Joder. Yo...
—Fóllatela —le ordenó traviesa señalando el móvil—. Cómo si no
hubiera un mañana, machote. Clávala en la cama y haz un agujero en el
colchón con tu polla. —Le rodeó las caderas y le espoleó el culo con los
talones—. Si paras, te mato...
—Dios, no... —jadeó él, la mirada fija en la mujer que se masturbaba en
la pantalla del móvil. Llegó al orgasmo un segundo después de ella.
Mantuvo el ritmo hasta que Sin lo alcanzó y se dejó caer exhausto, la
cabeza girada hacia la mesilla. Los ojos se le cerraron bajo la mirada
adormilada de Iris. Ella sonrió y él la imitó. Y en ese momento una alarma
sonó estridente, sobresaltándolos a ambos. Aunque no a Sin, que los miraba
divertida sentada a los pies de la cama.
—Qué cojones... —masculló Jay sacudiendo la cabeza.
—Hora de trabajar, figura —apuntó Sin.
—Sí, vaya mierda. —Cogió el teléfono y miró pesaroso a Iris—. Tengo
que irme, preciosa, hablamos luego.
—¡Espera! Tienes que tomarnos una foto y subirla a Instagram para que
quede constancia del desafío cumplido... —le recordó ella.
—Estás de coña.
—Nop. Las reglas son las reglas...
—Estás loca, reina.
—¿Y te enteras ahora, bombón? Vaya si has resultado ser cortito...
Jaime estalló en una risa espontánea que llenó la habitación.
—Va, Sin, ponte aquí conmigo —le pidió Jay.
—No me jodas..., paso de esas mierdas.
—Vamos, Sin, hazlo por Jay. Si no tiene fotos del trío no podré darlo por
válido y quedará a cero. Y eso sería terriblemente humillante, ¿no crees? A
ver, ya es malo perder dos a uno, pero perder cero a uno es una derrota
estrepitosa.
—¿Cómo que perder dos a uno? No es por nada, pero estamos
empatados, tú solo has hecho un trío... —la acusó Jaime.
—Nop, con este son dos.
—Pero este no cuenta... —rechazó indignado.
—¿Para ti sí y para mí no? —Iris enarcó una ceja—. ¡Córtale la cabeza,
Sin!
—¡No le des ideas, joder! —Jay saltó de la cama alejándose de Sin
cuando esta intentó agarrarle las pelotas—. ¡Ha dicho la cabeza, no la polla!
—¿Y dónde crees que tenéis los tíos el cerebro? —se burló Sin
lanzándose a por él.
Lo tiró al suelo y se sentó a horcajadas sobre él. Le pellizcó las tetillas y
Jay se sacudió tratando de quitársela de encima.
—¡Duro con él, Sin!
—¡No es justo, sois dos contra uno! —protestó Jay.
—Pero si ni siquiera estoy allí —bufó Iris—, mira que eres quejica,
Morritos.
—No lo sabes tú bien —le dio la razón Sin—. Vale, todo sea porque no
se nos ponga a lloriquear y nos dé vergüenza ajena... —Se levantó
tendiéndole la mano.
Jaime la rechazó de un manotazo y se puso en pie con un movimiento
fluido.
—Yo no lloriqueo —dijo con voz tensa.
—Disiento, lo estabas haciendo ahora mismo —rebatió Iris.
—Cojonudo, no tengo suficiente con las pullas de Sin, que también
tengo que sufrir las tuyas. Es la última vez que hago un trío con vosotras.
Sois peligrosas —gruñó.
—No jodas, campeón, tú no has hecho un trío —se burló Sin—. Te has
follado a Iris usando mi cuerpo de comodín...
Jaime la miró aturdido, sus orejas al punto de la ignición.
—No me mires con cara de cordero degollado, no me ha molestado, al
contrario, me has follado mejor que nunca. Siempre das la talla, pero hoy ha
sido brutal. No obstante, prefiero ser la protagonista de mis polvos, motivo
por el cual no voy a repetir trío con vosotros. No os sintáis molestos. —
Agarró el teléfono y fue con Jay—. Sonríe... —Hizo una foto y le devolvió
el móvil—. Un placer conocerte, Iris, eres la caña.
—El placer ha sido mío, Sin.
—Créeme, no lo dudo ni por un momento. —Le guiñó un ojo y salió del
dormitorio.
—Mierda, Sin... —Jaime la vio marcharse arrepentido—. No pretendía...
—Entrecerró los ojos al mirar el móvil—. ¡No me jodas! ¡Será cabrona!
¡Ha subido la puta foto a Instagram!
—¿De qué te quejas? Sales muy favorecido... —comentó Iris burlona.
—¡Estoy en bolas!
15
Miércoles, 14 de febrero
Irisadas_18.16
@}-;-'---
JayHorse_18.16
Y eso?
Irisadas_18.17
Una rosa. ¡Feliz San Valentín! >^_^<
JayHorse_18.17
No me jodas, reina, no me van
las mierdas románticas (o_O).
Irisadas_18.18
No es una porquería romántica, sino un regalo entre amigos
(¬_¬). Si lo llego a saber, te regalo lo mismo que mi madre
le regaló a mi padre en su primer San Valentín, seguro que te
habría encantado. Es más acorde con tu encantadora
personalidad (>_<).
JayHorse_18.19
Q le regaló?
Irisadas_18.19
Una carta de amor untada en excrementos de perro —_—.
JayHorse_18.19
Joder con tu madre, vaya carácter.
Q hizo tu padre?
Irisadas_18.19
Pringarle las coletas de barro,
entre otras cosas...
JayHorse_18.20
Las coletas? (*_*) Q edad tenían?
Irisadas_18.20
Diez u once años (^_^).
JayHorse_18.20
Llevan juntos desde niños (O_O).
Irisadas_18.21
Sí y no. Mi padre se mudó de país y pasaron años sin verse.
Se encontraron por casualidad en Detroit y retomaron su
historia por unas horas. Luego mi madre se marchó y
tardaron casi ocho años en volver a encontrarse.
JayHorse_18.22
Y retomaron su relación, no?
Irisadas_18.23
De nuevo, sí y no. Mi padre tiene cierta incontinencia verbal
y mi madre es muy tiquismiquis, así que estuvieron unos
meses de tira y afloja. Hasta que mi padre me conoció y yo
le dejé bien clarito que o hacía algo drástico para
impresionarme —ya sabes, el castillo y el dragón— o no iba
a obtener mi aquiescencia para estar con mi madre. Y sin mi
aprobación no había boda.
JayHorse_18.24
(*_*) Necesitaba tu permiso para casarse?
Irisadas_18.24
Por supuesto.
JayHorse_18.25
Cuántos años tenías cuando
se reencontraron? (o_O)
Irisadas_18.25
Siete.
JayHorse_18.25
Ah. Oye, una pregunta, pero es personal, así q si no te aptc
no respondas, oks? Tu padre... no es tu padre biológico,
verdad?
Irisadas_18.26
Sí lo es. Mi madre se quedó embarazada en su primer
reencuentro.
JayHorse_18.27
Y no volvieron a verse hasta
siete años después (?_?)
Irisadas_18.27
Algo más de siete años.
JayHorse_18.27
Pero tú sabías quién era tu padre...
Os conocíais, no?
Irisadas_18.28
Qué va. La primera vez que lo vi fue una tarde que se
presentó en mi casa y acabó a puñetazos con mi tío Darío, el
que sabe jiu-jitsu. Por poco me quedo sin padre antes de
conocerlo (¬_¬).
JayHorse_18.29
Tu padre t abandonó y tardó siete años en ir a buscarte?
(+_+) Y tu madre
y tú lo aceptasteis sin más?
Irisadas_18.30
No fue así. Papá no me abandonó, simplemente no sabía que
existía. Mi madre no se lo dijo. Fui fruto de una «noche de
amor» que acabó como el rosario de la aurora. Mi padre hizo
algo que a mamá le sentó mal y mamá se largó esa misma
noche...
JayHorse_18.30
Y no fue a buscarla?
Irisadas_18.31
A otro continente? Él estaba en Detroit y ella regresó a
Madrid. No fue hasta meses después que descubrió que mi
padre había tenido una puntería bárbara y estaba
embarazada, y como no tenía modo (ni ganas) de localizarlo,
ni lo intentó.
JayHorse_18.32
Vaya historia, da para un libro. Q hizo tu padre cuando se
enteró d tu existencia? Fue a x ti? Quiso recuperarte?
Irisadas_18.32
Sí. Pero lo primero que hizo fue abrir la boca y meter la pata.
Mi padre es un amor de hombre, un tío encantador y un
padre maravilloso, pero un bocazas tremendo cuando le da el
arrebato ¯\_( )_/¯.
JayHorse_18.33
Y esa tarde le dio...
Irisadas_18.33
Y de qué manera. Fue apoteósico (^_^). Montaron una que
ni te imaginas.
JayHorse_18.34
Pero luego se arreglaron...
Irisadas_18.34
Mi padre hizo lo imposible por conquistarnos a mi madre y a
mí. Me iba a buscar a casa todas las mañanas, me vestía, me
preparaba el desayuno (se le daba de pena, y vestirme ni te
cuento)
y me llevaba a clase (a veces hasta llegábamos puntuales).
Jugaba al fútbol de portero con Sardi, los Repes
y conmigo (le metíamos cada balonazo que no sé cómo
conserva la nariz). Hasta que nos convenció de que era
nuestro príncipe azul. Es el mejor padre del mundo mundial
>^_^<.
JayHorse_18.36
Genial. Tengo trabajo, luego hablamos.
Domingo, 25 de febrero
Irisadas_14.07
Oye, me tienes que mandar
un libro, quiero leerte.
JayHorse_14.08
Quieres leerme cuentos? O_O Como a un bebé? No me
jodas.
Irisadas_14.08
¡No! ¡Quiero leer un libro tuyo! Me dijiste que eras escritor
en ciernes, quiero ser la primera en leer tu futuro best seller
(^_^).
JayHorse_14.14
Yap. Bueno. Es q no tengo ningún libro terminado...
¯\_(·_·)_/¯. Y tampoco me gusta q me lean x capítulos
sueltos. Me da palo (> _ <).
Irisadas_14.16
Vaya (._.). Entonces un relato. Mándame el que más te guste.
—Jaime... ¡Hermano!
Saltó de la cama al oír a Julio, que estaba en el umbral de la puerta.
—¡¿Qué?! No hace falta que grites, estoy aquí...
—Cualquiera lo diría, llevo un rato llamándote y no te has molestado en
contestar.
—¿Sí? No te he oído.
—Ya, últimamente siempre estás en Babia... —«O borracho», aunque
eso no lo dijo.
—Tengo muchas cosas en la cabeza. —Miró el móvil al sentirlo vibrar.
Iris quería leer uno de sus escritos. Lo cual era flipante. No porque lo
quisiera leer, que también, sino porque lo de que escribía se lo había
mencionado de pasada el día que se conocieron. Era alucinante que se
acordara. También acojonante. Pero no en el buen sentido, sino en el
sentido de asustar. Ni de coña quería que leyera algo suyo, bastante le
costaba ya pasárselo a su hermano, a Mor y a Sin. Pero empezaba a conocer
a Iris y sabía que cuando se empeñaba en algo era como un perro con un
hueso. Nadie se lo podía quitar. Y ahora estaba decidida a leerle. Vaya
mierda.
Se frotó la frente y escribió en el móvil con la mano libre. O lo intentó,
porque el teléfono salió volando de repente. Julio se lo había quitado.
—¡¿De qué coño vas, Jules?, córtate mil! —Lo recuperó al instante.
—Te estoy hablando, por lo menos mírame y finge que te interesa lo que
te digo.
—No te mosquees, estaba en otra cosa.
—Me he dado cuenta, créeme. ¿Estás hablando con Iris? —indagó
interesado.
Desconocía qué historia se traía su hermano con esa chica, pero siempre
que se quedaba idiotizado con el móvil, algo que pasaba a menudo, era
porque chateaba con ella.
—Quiere que le mande uno de mis relatos... —Jay arrugó la nariz
disgustado.
—Hazlo, son muy buenos.
—Habló don Objetividad —resopló desdeñoso.
—Sabes que lo son. Mándale el que te publicaron en El Cuaderno
Ambulante.
—¡No! —jadeó turbado.
—¿Por qué no? Es tu mejor narración.
—Es una mierda.
—Ese relato eres tú.
—Y por eso es una mierda —sentenció—. ¿Qué me estabas diciendo
antes? Cuando no te hacía caso —cambió de tema.
Julio lo miró disgustado, aunque aceptó con un cabeceo.
—Que Mario ha ido a por Cirila, llegarán pronto.
—¿Eso es tan importante como para venir a interrumpirme? —resopló
despectivo. Cirila comía en Tres Hermanas a diario, excepto los domingos,
que, como a partir de las dos ni Jay ni Mor trabajaban, celebraban una
comida familiar en el piso de Julio. Una a la que Mario también se
apuntaba, pues, además de ejercer de traductor, se había autopluriempleado
de chófer y se encargaba de trasladarla de un lado a otro—. Me doy por
enterado. ¿Algo más que sea cuestión de vida o muerte y deba saber?
—Tenemos que hablar sobre Cirila —replicó Julio muy serio.
—¿Ha pasado algo? —inquirió Jaime poniendo al fin toda su atención.
—¿Aparte de que no encuentra trabajo, de que cada día está más delgada
o de que vive en un piso compartido con seis desconocidos? —ironizó Julio
—. Sí. Ha pasado que no puede seguir así. No sé, ni quiero saber, cuántos
ahorros tenía, pero lo que sí sé es que se los está comiendo y que no tiene
ningún ingreso.
Jaime asintió, su hermano tenía razón. Era algo que a él también le
preocupaba, pero Cirila era terca como una mula. Se negaba a aceptar el
dinero que Julio y Mor le ofrecían, también a que le pagaran la habitación
en el piso compartido. El único apoyo que consentía era comer en Tres
Hermanas. Y Jaime intuía que lo hacía por verlo a él y no por ahorrarse el
dinero de la comida. Y de la cena, porque a Nini, casualmente, siempre le
sobraba comida que la obligaba a llevarse.
—He hablado con mis conocidos para ver si saben de alguien que pueda
darle trabajo —continuó Julio—, pero el idioma es un problema, y los
pocos empleos que me han ofrecido no me han parecido adecuados para
ella. —Frunció el ceño disgustado.
—¿Por qué?
—Porque mis contactos tienen negocios similares al mío y no me puedo
imaginar a Cirila trabajando en un club erótico... —apuntó arqueando las
cejas.
—Ni de coña. Le daría un infarto con lo puritana y beata que es —
desdeñó Jay.
Julio lo miró malhumorado, no por su apreciación, que compartía, sino
por su tono. No obstante, prefirió no incidir en ello. Tenían cosas más
importantes de que hablar.
—Me estoy planteando pedirle que se mude aquí con nosotros, creo que
le costaría menos aceptar eso que mi dinero. Podría dormir en la cama de
Larissa las noches que las gemelas no estén en casa —propuso. Tenía la
custodia compartida de sus hijas, por lo que al menos tres noches a la
semana dormían con él—. Y cuando estén nos las podemos apañar
poniendo un sofá cama en el salón... ¿Qué te parece?
—No. Ni de coña. —Sacudió la cabeza en una nerviosa negativa—. No
la quiero aquí, Jules. Necesito poder moverme por la casa sin que me esté
vigilando constantemente. —«Sin sentir a cada instante que soy un hijo de
mierda. Sin tener a Jethro en mi cabeza diciéndome que no me quiere y sin
tener que medir cada palabra que digo para no hacerla sentir mal. Es
agotador.»
—No te vigila, Jay —rebatió Julio preocupado por la expresión de su
hermano. Daba la impresión de que estuviera viendo un fantasma. Uno
terrible que le hubiera hecho mucho daño.
—¿No? Pues lo parece. No me quita la vista de encima, es agobiante —
jadeó sin aliento. Saltó de la cama. Necesitaba salir de allí, que le diera el
aire.
—Eres un exagerado. —Julio lo observó caminar alterado hasta la
ventana y abrirla de par en par a pesar del frío que hacía en el exterior.
Jaime sacó medio cuerpo fuera y tomó una bocanada de aire.
—Tú no la tienes rondándote a todas horas... —gimió con voz
estrangulada—. Siempre está intentando anticiparse a lo que sea que voy a
hacer. —Golpeó el alféizar con las palmas. Ella quería complacerlo y él se
ahogaba con su solicitud—. Me ofrece comida, me trae agua sin que se la
pida, aparece de repente con mi cazadora o con una bufanda... ¡Joder, Jules!
¡Me ha tejido una bufanda! ¡Y un puto gorro a juego! ¡Y ahora está
haciéndome un jersey! ¡Vamos, no me jodas! —Ella lo colmaba de regalos
y él era incapaz de apreciarla como se merecía—. Y como no me atosiga
suficiente con eso, además se pasa el día mirándome como si fuera un
jodido regalo. No lo soporto.
—Pero ¿te estás oyendo? —Julio lo miró asqueado—. Se gasta el poco
dinero que tiene en lanas para hacerte prendas que cree que puedes
necesitar y tú la desdeñas... Eres repugnante, hermano. De verdad, no te
reconozco.
—¡Me agobia, joder!
—¡Pues no sé cuándo! —replicó Julio tan enfadado como él—. No es
que pases mucho con tiempo con ella, ¿no crees? Solo las tres clases que le
das a la semana y la media hora, si llega, que tardas en comer cada día; el
resto del tiempo la evitas. ¿Crees que no me doy cuenta? ¿Que ella no se da
cuenta?
Jaime bajó la cabeza avergonzado.
—Tengo mucho jaleo en Descendientes y no tengo más tiempo para
dedicarle...
—Di mejor que no quieres tener tiempo para ella —lo acusó furioso—.
No he visto que hayas dejado de montar a Canela ni de saltar con Ro o de
salir con Sin. O de ir de fiesta tú solo... —Lo miró preocupado.
Cada vez eran más las noches entre semana que Jaime regresaba a casa
al filo de la medianoche apestando a humo y alcohol. A falta de una copa
para estar borracho. Solo se frenaba las que estaban las gemelas en el piso,
entonces llegaba a una hora prudencial y sobrio. O casi sobrio. Aunque se
resarcía los lunes, que era su día libre. Desaparecía el domingo tras la
comida familiar y no regresaba hasta entrada la tarde del lunes, con un
aspecto terrible y tambaleándose. Ni siquiera se paraba a comer algo, se
metía en la cama y no se levantaba hasta que debía ir a trabajar el martes.
—Ya, bueno. Tengo que priorizar...
—¿Y estar con tu madre no es una prioridad? —lo increpó.
—¡Joder, Jules! No me agobies, ¿vale? Es complicado...
—No es complicado, Jaime. Hoy mismo te he dicho que cogieras el
coche y fueras a buscarla en lugar de Mario, y no has querido...
—¿Ir a por ella a misa? Ni de coña —escupió—. Tenía cosas mejores
que hacer.
—¿Como qué?
—Como tocarme el nabo a dos manos —arguyó hiriente.
—¿Qué coño te pasa, Jaime? ¿Tienes la más remota idea de lo feliz que
la harías solo con tener una mínima atención con ella? Creo que se lo
merece.
Jaime entrecerró los ojos, una oleada de rabia y rencor le estalló en el
pecho. ¿Se lo merecía? ¿En serio? Y una mierda. Había dejado que Jethro
se lo llevara y no lo había buscado hasta años después. Estaba claro que no
lo quería ni un poquito.
Negó furioso apretándose la cabeza con las manos al darse cuenta de que
Jethro había vuelto a entrar en ella. «¡Sal de mi puto cerebro! ¡Déjame vivir
en paz, joder!»
—Jaime, hermano... ¿Qué te ocurre? —Julio le puso la mano en el
hombro.
Su apretón tuvo la virtud de calmar a Jaime lo suficiente para contenerse.
—No me pasa nada, excepto que eres un pesado de cojones. —Lo apartó
con aspereza—. No es tu madre, ¡es la mía!, deja que haga lo que mejor me
parezca.
—¿Lo que mejor te parezca? Lo único que haces es causarle dolor —le
reprochó.
—No es verdad —rechazó Jaime con voz estrangulada, porque sí lo era.
—Te quiere, hermano. Ha sufrido mucho por ti y está haciendo lo
imposible por ganarse tu cariño y tú la desprecias constantemente y sin
motivos. —Se calló al oír el timbre de la puerta—. Ya están aquí. Piensa en
ello mientras comemos —lo exhortó saliendo del dormitorio.
Jay se quedó mirando la puerta, el corazón tan frenético que se le iba a
salir por la garganta. Era verdad, joder. Estaba haciéndole daño. Pero no
podía evitarlo. Se mesó el pelo angustiado. Él no era así. No era un cabrón
retorcido como Jethro. Pero no podía parar. Tenía tanta rabia dentro que no
lo dejaba vivir. Rabia contra su padre por tratarlo como si fuera un estorbo.
Contra su madre por abandonarlo. Llevaba años corroyéndole las entrañas y
ahora estaba saliendo y no la podía controlar.
Ojalá pudiera lanzársela a la cara a su padre. Vomitarle todo lo que
pensaba de él.
Pero no podía. Porque no estaba allí. Pero su madre sí. Y estaba
volcando toda su rabia en ella. Era un cerdo que solo la hacía sufrir. Tenía
que dejarse de gilipolleces y comportarse como el hijo que Cirila merecía.
No debería ser tan difícil. Había pasado años observando a los otros niños
con sus madres. Solo tenía que hacer lo mismo. Aunque ya no era un niño.
Tal vez ahí radicaba el problema. Ya no la necesitaba. Tampoco la quería.
Más bien no quería quererla. No se atrevía. Era demasiado arriesgado. Ya lo
había abandonado una vez y volvería a hacerlo.
Se llevó las manos al pecho, se ahogaba. Literalmente. Se asomó a la
ventana y trató de llenar los pulmones, pero seguía ahogándose. Tenía que
pensar en otra cosa. Distraer a la rabia para que volviera a hacerse pequeña
en su estómago y lo dejara en paz.
Avanzó tambaleante hasta el escritorio y encendió el ordenador. Abrió
una carpeta tras otra mientras trataba de mantener la visión enfocada, algo
cada vez más difícil porque parecía mirar a través de un túnel que se llenaba
de puntitos blancos. Su respiración jadeante no ayudaba.
Por fin llegó al archivo que buscaba.
Sin Alma
Cirila supo que Jaime acababa de llegar sin necesidad de verlo. No porque
tuviera un sexto sentido que le indicara cuándo estaba presente o porque lo
hubiera olido. No. Lo supo porque todos se quedaron callados y el silencio
se adueñó del salón.
Miró la puerta. Ahí estaba su hijo. Con las manos escondidas en los
bolsillos, la cabeza baja y los labios apretados en una fina línea. Hizo un
gesto de fastidio e irguió la espalda a la vez que sus ojos se posaban en ella.
—¿Qué tal, Ciri? —le preguntó con una sonrisa rígida yendo hacia ella.
Se inclinó para darle un beso, tan fugaz como el aleteo de una mariposa, en
la mejilla.
—Feliz. —Sonrió exultante. Tenía una grandiosa noticia que darle—.
Tengo trabaja.
Esa declaración volvió a sumir el salón en el silencio. Pero esta vez no
fue un silencio denso, sino sorprendido, que estalló en una algarabía de
voces.
Ella solo oyó la de su hijo.
—¿En serio? Genial.
Entendió su última palabra. Era una palabra que Jaime usaba mucho y
que, según le había explicado Mario, servía para expresar alegría. Aunque
su hijo rara vez sonreía cuando se la decía a ella.
—Sí. Estpendo —le respondió con otra de las expresiones que él usaba a
menudo. Había puesto todo su empeño en entenderlas y aprender a usarlas,
tal vez así lograra acercarse un poco más a él.
—¿Dónde? —Jaime se sentó a su lado. No porque quisiera, sino porque
no tenía elección. Su hermano y Mor siempre se ocupaban de que la única
silla libre fuera contigua a la de Cirila.
—Cat... —Negó con frustración—. Can... ¡No! ¡Yo sola! —frenó a
Mario cuando este hizo ademán de intervenir—. Caantina. —Sonrió
orgullosa.
Jaime la miró pasmado y no fue el único, Mor y Julio también estaban
petrificados.
—¿Va a trabajar en la cantina? —le requirió estupefacto a Mario—.
¿Con Felipón?
—No me lo preguntes a mí —respondió Mario cortante.
—No es por nada, pero ella no habla mi idioma —resopló Jaime.
Aunque esa afirmación no era del todo cierta, pues cada día que pasaba
Cirila entendía y reproducía más palabras.
—Me es indiferente. Lo que quieras saber pregúntaselo a ella —reiteró
Mario.
—Vaya gilipollez —bufó, pero cuando habló de nuevo se dirigió a Cirila
—: ¿Vas a trabajar en la cantina de la Venta? —vocalizó despacio,
adoptando un tono neutro.
—Con Flepón —contestó ella antes de que Mario pudiera traducir.
—No me jodas... —soltó sorprendido. No sabía si su sorpresa se debía a
que ella lo había entendido o a que iba a trabajar en el mismo complejo
hípico que él.
Cirila frunció el ceño. Sabía que esa expresión era malsonante y no le
gustaba que la usara. Aunque, por supuesto, no lo regañaría. Igual que
tampoco le diría lo mucho que le disgustaba que bebiera una cerveza tras
otra, pensó al verlo ir a la cocina para regresar al minuto siguiente con un
botellín. No era nadie para regañarlo. Y, aunque lo fuera, no se arriesgaría a
disgustarlo y perder el poco cariño que pudiera sentir por ella.
—Así que vas a trabajar en la cantina... —Jaime le dio un trago a la
cerveza—. Qué guay. —Forzó una sonrisa. Iba a ser un jodido desastre. Los
jinetes no tenían filtros, eran unos brutos campechanos que reían a
carcajadas, hablaban a gritos y se embromaban de las maneras más
variopintas utilizando cualquier medio a su alcance, insultos incluidos. Y
Cirila, con su apocada timidez, lo iba a llevar fatal—. ¿Cuál va a ser tu
cometido? No te lo tomes a mal, pero no hablas español, no veo cómo vas a
poder llevar la barra —dijo con tiento. Si estuviera en la cocina, tal vez no
lo pasaría tan mal.
—No va a llevar la barra —intervino malhumorado Mario.
Cirila había sido un torrente de felicidad durante el trayecto hasta allí.
No había parado de hablar de su nuevo trabajo, de todo lo que podría hacer,
de cómo iba a darle un nuevo aire a la cantina..., y si Jaime seguía con esa
actitud esa felicidad se esfumaría.
Se giró hacia ella cuando le tocó el brazo pidiéndole con disimulo que le
trasladara las palabras de su hijo. Lo hizo a regañadientes.
Cirila apretó los labios en una sonrisa forzada. El gesto de su hijo unido
a lo que Mario le había traducido dejaba bien clara la poca confianza que
tenía en sus capacidades.
—Me apa... naré —afirmó con dificultad antes de pasar al alemán, en su
cara un gesto de fiera determinación e irreductible orgullo.
—Ha acordado con Felipón que se encargará de la cocina y de la
limpieza. La barra la seguirá atendiendo él —tradujo Mario.
—¿Elegirá Ciri los menús? —planteó Jaime confundido. Lo de
encargarse de la cocina estaba genial, pero si no podía comunicarse con
Felipón difícilmente iba a poder seguir sus indicaciones...
—Los creará —aseveró Mario tras escuchar a Cirila, quien había erguido
la espalda y parecía menos frágil. Más poderosa.
—¿Y cómo va a saber Felipón qué debe comprar? —inquirió Jaime.
—Mario dice a Flepón —respondió Cirila cuando este le tradujo su
pregunta.
Jaime miró al profesor enarcando una ceja.
—He acordado con ellos que me pasaré a menudo para hacerles de
traductor hasta que Ciri se desenvuelva mejor. A cambio, me darán de
comer. Y eso incluye dos postres al día. —Tradujo sus palabras al alemán,
arrancando una tímida sonrisa a Cirila.
Jaime sintió que se le paraba el corazón al asimilar lo que eso
significaba.
—Te vas a poner gordo... —se burló Julio encantado. Ese acuerdo
solucionaba el problema más acuciante de Cirila. Felipón era un buen
hombre, la trataría con cariño y paciencia y ella pondría en orden la cantina,
que falta le hacía; era un estercolero.
—Entonces ¿ya no comerás en Tres Hermanas? ¿Tampoco aquí los
domingos? —Jaime fijó una intensa mirada en Cirila, el aire escapando de
sus pulmones sibilante.
—No. Yo trabaja —contestó compungida tras escuchar a Mario. Había
estado a punto de rechazar el empleo por ese motivo. Apenas veía a su hijo,
no quería perderse las comidas con él, pero lo había hablado con Dios y este
había calmado su pesar. Cuando una puerta se cerraba siempre se abría una
ventana, solo había que buscarla. Y ella había encontrado esa metafórica
ventana—. Pero tú vennes caantina y commes con yo —afirmó sonriente.
Era la solución perfecta y también lo había negociado con Felipón.
Jaime la miró con los ojos desenfocados mientras miles de pensamientos
enfrentados lo atacaban. La mitad de ellos adoptaban el tono burlón de su
padre.
«Ahí lo tienes, idiota. Se larga y te deja. ¿Acaso habías esperado otra
cosa?»
«No. Joder. Solo va a trabajar.»
«No seas lerdo, acabará desapareciendo como la otra vez.»
«La otra vez no desapareció. ¡Tú me robaste!»
«Llora un poco, lo estás deseando. Arrástrate y suplícale que se quede.
Eres patético.»
«¡Cállate! ¡Sal de mi puta cabeza!»
—No, paso de comer fuera de casa —rechazó Jaime. No iría a la cantina
a esperar como un idiota patético que tuviera un rato libre para él. Ya se
verían en otras ocasiones, el día tenía muchas horas—. Nos veremos en las
clases... —En ese instante se le ocurrió algo que le congeló el corazón—.
Porque no vas a dejar de darlas, ¿verdad? —Saltó de la silla y fue a la
ventana mientras Mario traducía. La abrió y sacó medio cuerpo fuera—.
Bajad la puta calefacción, hace un calor tremendo aquí. No hay quien lo
soporte —jadeó aferrándose al alféizar como si le fuera la vida en ello.
Se había cansado de él y de sus desplantes, y razones no le faltaban. Iba
a perderla. Ya no la vería en las comidas. Lo siguiente sería abandonar las
clases. Se iría y dejaría de tener madre. Era lo que se merecía por ser un
cabrón egoísta incapaz de ser un buen hijo. Por eso nadie se quedaba con él.
Ni su padre ni su madre.
—Jamme... —La sintió tras él antes de que posara la mano en su hombro
—. No.
—¿No qué? —le reclamó ahogado—. ¿No vas a dar más clases o no vas
a faltar a las clases? Sé un poco más específica, joder.
—Doy clase. Sempre. Contigo. —respondió Cirila intuyendo lo que le
preguntaba.
—Genial, de puta madre. —No la creía. Era una excusa. Desaparecería,
como ya había hecho una vez. Como había hecho Jethro—. Estás en el buen
de camino para ser una amazona, si dejaras de darlas sería una putada. —Se
frotó el pecho. Le dolía. Necesitaba calmarse o le reventaría el corazón—.
Ahora vengo, se me ha olvidado algo. —Salió del piso.
Cirila lo observó marchar preocupada. ¿Por qué había reaccionado así?
No había entendido su frase, pero en su rostro habitaba tanto desasosiego
que era difícil no darse cuenta de que estaba muy disgustado. Miró a Mario
instándolo a que le tradujera lo que acababa de decir. Este lo hizo, dejándola
aún más confundida. Porque eran palabras de alegría, pero su gesto era de
pura desolación.
—Bueno... ¿Y cómo es que te ha ofrecido el trabajo? —inquirió Mor
para llenar el silencio, aunque lo cierto era que sentía curiosidad por
saberlo.
No tardó en descubrir que el artífice había sido Mario, a quien se le
había ocurrido la idea al escuchar las quejas de los asiduos a la Venta sobre
la falta de aperitivos y comidas de la cantina, y lo desordenada y sucia que
estaba.
Cuando un buen rato después Jaime regresó de ir a por lo que se le había
olvidado —y que no traía consigo—, estaban acabando el segundo plato.
—Lo siento, he tardado más de lo que esperaba... —Entró en el salón
tras ir a su dormitorio a cambiarse de ropa.
Julio arrugó el ceño disgustado cuando se sentó a su lado a la mesa y le
llegó un olor que últimamente lo acompañaba con demasiada frecuencia.
Jaime esquivó su mirada y se sirvió un plato de sopa de cocido a la que
echó una buena cantidad de garbanzos que se apresuró a comer hambriento.
Una vez saciado, se obligó a intervenir en la charla intranscendente que
mantenían los demás. Antes de darse cuenta, se había relajado y participaba
sin medir cada palabra. Hasta que llegó la merienda y, tras esta, la marcha
de Cirila.
La despidió con un beso fugaz en la mejilla y se encerró en su cuarto.
Sacó el móvil de la mesilla. Lo había dejado allí antes de ir al salón para no
sentirse tentado de mirarlo mientras comían. Desde entonces estaba como
loco por ver si tenía algún mensaje sobre el relato. Si no se había
escabullido para ir a por él había sido porque sabía que molestaría a Julio y,
por cómo lo había mirado tras su huida, intuía que más le valía ir con
cuidado. Su hermano cabreado era insoportable.
Irisadas_14.31
Muchísimas gracias por mandarme tu novela (son casi
ochenta páginas, eso no es un relato, ¡es una novela corta!).
¡Estoy deseando leerla! En cuanto coma, me pongo (^3^).
Irisadas_14.41
He pensado que mejor la leo mañana. Quiero leerla de un
tirón y esta tarde voy a salir y no me va a dar tiempo. Jo, qué
ganas tengo. No sé cómo me voy a contener. Seguro que me
da un arrechucho por la impaciencia. Pero resistiré. Lo haré.
Estoy segura de que tu novela es de esas que no puedes dejar
de leer \(^o^)/. Por cierto, me encanta
el título: Sin Alma.
Martes, 27 de febrero
Irisadas_17.47
¡Es magnífica, Jay! Conmovedora, intensa, sobrecogedora,
turbadora, emotiva... ¡No hay suficientes adjetivos para
describirla! O sí. Hay uno que describe Sin Alma a la
perfección: sublime. Lo mejor que he leído nunca. Me ha
hecho llorar, reír, soñar, enfurecerme, rabiar... He sentido
todas las emociones del mundo mundial leyéndola. En serio.
Es impresionante.
—Baja los talones, Ciri —la corrigió Jay desde el centro del círculo, el
móvil vibrándole en el bolsillo trasero.
Tuvo que hacer un ímprobo ejercicio de voluntad para no sacarlo y leer
los mensajes. Durante la comida, Iris le había escrito que iba a leer Sin
Alma, y desde entonces esperaba aterrorizado su veredicto. Seguro que no
le gustaba. Que le parecía una mierda sensiblera, porque lo era. Tal vez ni
siquiera lo acabara porque era demasiado deprimente. Eso sería lo mejor.
Que no lo leyera. Así no sentiría lástima por el niño del relato. Seguro que
le parecía patético. Un idiota ingenuo y ridículo que daba vergüenza ajena.
El móvil vibró de nuevo y el estómago se le contrajo en un espasmo de
impaciencia y terror. Se moría por comprobar si era ella, pero no podía
distraerse. Había conseguido, con no poco esfuerzo y paciencia —esa de la
que normalmente carecía— que Ciri confiara en sí misma lo suficiente para
llevar las riendas de Educada mientras él la corregía desde el centro de la
pequeña pista con la tralla. No se atrevía a apartar la mirada del binomio
amazona-yegua. Cualquier tontería que se le pasara por alto podía ocasionar
que su madre acabara en el suelo y se hiciera daño, o que le cogiera miedo a
montar y no volviera a subirse a un caballo. Y sería por su culpa. Ya había
metido la pata hasta el fondo en su primera clase, no volvería a suceder.
Se frotó la nuca, rígida por la tensión, y fijó los ojos en su madre, como
si solo con la fuerza de su mirada fuera capaz de mantenerla sobre el
caballo, a salvo.
Ciri corrigió la posición de sus pies y miró a su hijo buscando su
aprobación; este asintió esbozando una sonrisa que la llenó de alegría y
orgullo. Irguió la espalda y se esforzó por mantener la postura correcta,
aunque sabía que no lo conseguiría. Había ganado resistencia y estabilidad,
pero le seguía doliendo todo al finalizar las clases. Algo que soportaba sin
protestar. Esa hora era la única que compartía a solas con su hijo, y siempre
se le hacía muy corta.
—Vamos a dejarlo por hoy, Ciri —señaló Jay al verla removerse sobre la
silla.
Su madre tenía la puñetera costumbre de no quejarse nunca, ni siquiera
cuando no podía aguantar más. Con el tiempo había aprendido a interpretar
su expresión corporal, sus gestos y miradas. Puede que no se comunicaran
con palabras, pero se entendían.
—No. Pronto —protestó ella.
—No es pronto, Ciri, llevas una hora en la silla. Toca bajarse —ordenó
con tono férreo acercándose a la puerta del cercado.
Cirila arrugó el ceño disgustada y se dirigió a la salida. Desmontó y lo
siguió en silencio por la vereda, feliz de tenerlo a su lado unos instantes
más. No le pasó por alto que se llevaba continuamente la mano al bolsillo
trasero del pantalón, donde guardaba el móvil. Se mordió la lengua para no
preguntarle si su amiga Iris le estaba escribiendo. Mario le había hablado de
la joven y se moría por saber más, verla en alguna foto e incluso conocerla.
Pero no se atrevía a preguntarle por ella a su hijo. Aún no habían alcanzado
esa confianza. Pero la alcanzarían. Se encargaría de ello, con la ayuda del
Señor.
Al llegar a Descendientes desequipó a la yegua y le dio agua en manos y
pies bajo la atenta mirada de Jaime, quien, aunque trataba de fingir
tranquilidad, no paraba de moverse inquieto. Hasta que el móvil sonó
estruendoso y se quedó rígido.
—Contsta, Jamme —le dijo Cirila.
—No, luego la llamo. —Cortó la llamada. No quería hablar con ella
sobre el libro, prefería chatear. Era menos personal. Menos íntimo.
—Ahora. Ve. Yo ocupo Educada —lo instó Ciri sonriendo con
complicidad.
Jay lo pensó un instante, solo quedaba llevar a la yegua al paddock.
—Vale, nos vemos mañana —se despidió con un rápido beso y echó a
correr hacia el pinar en busca de privacidad.
—Te quiero, moj otrok —musitó Cirila acariciándose la mejilla. Sus
besos eran cada vez menos forzados y más espontáneos. Más sinceros. O
eso quería creer.
—Llevar a Educada no es tu trabajo, Ciri, sino el suyo —la regañó
Mario en alemán—. Le consientes demasiado. —Ese era el eufemismo del
siglo. No le consentía demasiado, sino todo. Jamás le exigía ni reclamaba
nada, al contrario, aceptaba sus migajas de cariño y sus desplantes sin
quejas ni reproches. Y Jaime se aprovechaba de ello.
—Llama Iris —replicó ella en español.
Mario sonrió, estaba tan empeñada en aprender castellano que no quería
hablar en otro idioma. Y lo cierto era que lo estaba aprendiendo con una
rapidez inusitada.
—Ah, Iris... Ahora entiendo sus prisas —dijo divertido. Lo tradujo al
alemán cuando ella lo miró confundida, pues se le escapaba el sentido de la
frase.
Ciri lo escuchó muy atenta, quedándose con las palabras que no conocía,
y asintió sonriente. Ojalá su relación llegara a buen puerto. Esa chiquilla era
buena para él, lo sosegaba. Mitigaba sus tribulaciones y lo alejaba del
demonio de la bebida.
***
Irisadas_18.01
¿Estás ahí, Morritos?
Irisadas_18.03
Eooo \(^_^)/.
Irisadas_18.05
Necesito hablar contigo, no puedo callarme todo lo que me
ha hecho sentir Sin Alma. Es tan... ¡¡La amo!! (^3^)
Irisadas_18.06
Te llamo. No lo soporto más.
O comentamos la novela
o me da un parraque.
JayHorse_18.21
No exageres... T estás pasando
de intensa, reina >_<.
Irisadas_18.21
¡Por fin apareces! ¡Me tienes
en un sinvivir! Te llamo...
JayHorse_18.22
Ahora no puedo hablar, estoy
en el curro, rodeado de gente.
Mejor por WhatsApp.
Irisadas_18.22
Oh (._.). Entonces te llamo luego. Esta novela no es para
comentarla por escrito, requiere toda nuestra atención.
JayHorse_18.24
No dramatices, tía. Prefiero hablar
por aquí. Es menos intenso.
Irisadas_18.24
o_O ¿Te da vergüenza hablar
de Sin Alma?
JayHorse_18.26
No. Es solo q paso.
Irisadas_18.27
Ay, por favor, seguro que se te han puesto las orejas rojas.
Qué mono...
JayHorse_18.27
No me jodas, reina, no tengo nada rojo.
Irisadas_18.28
Y voy yo y me lo creo, bombón (^_~).
JayHorse_18.28
Créete lo q t salga del coño.
Irisadas_18.29
Eso hago >^_^<.
JayHorse_18.29
(¬_¬)
Irisadas_18.32
Está bien, no te enfurruñes (^3^). Me ha encantado. Es una
historia tremenda
y maravillosamente tejida. La manera
en que nos metes en la cabeza de Yago y nos transmites sus
sentimientos,
su miedo, su fuerza... Desde el principio impacta. Que le dé
a su madre desaparecida, de la que ni siquiera sabe cómo se
llama, el nombre de Alma es estremecedor porque nos
traslada lo que siente, que no solo ha perdido a su madre,
sino también su alma. Es una genialidad, Jay.
JayHorse_18.34
Q va, es solo una casualidad. Ni lo había pensado ¯\_(·_·)_/
¯.
Irisadas_18.34
Y una porra casualidad, Morritos. Te conozco. No das
puntada sin hilo. El nombre de la madre está muy pensado,
sabías exactamente lo que hacías al ponerle Alma.
JayHorse_18.36
Cree q lo q quieras, paso
d discutir contigo.
Irisadas_18.36
Haces bien, llevas las de perder, prefiero tener razón a ser
razonable >^_^<.
JayHorse_18.37
No jodas, no me había dado cuenta. Q tal por Alemania?
Vuelves en nada, no?
Irisadas_18.37
No intentes cambiar de tema, aún no he terminado con Sin
Alma.
JayHorse_18.37
Me lo temía... >_<.
Irisadas_18.38
Como sigas así, pediré que te corten
la cabeza...
JayHorse_18.38
No estaría mal, así no tendré q leer
tus desvaríos... ¯\_( )_/¯.
Irisadas_18.39
Voy a hacer como que no he leído eso (¬_¬). Es increíble
cómo has dotado de vida a los personajes, cada uno con una
personalidad marcada y única. Si Yago es conmovedor, su
padre es... ¡Lo mataba! ¡Qué asco de persona! ¡Lo odio!
¿Cómo puede culpabilizar a Yago del abandono de su
madre? Si lo pillara, le iba a decir cuatro cositas. O mejor
diez. O mil. Argh, qué rabia me da. Solo de pensar en ese
monstruo se me llevan los demonios. Es increíble cómo lo
describes, sin dar detalles físicos sobre él, sin ponerle
siquiera un nombre, como si solo fuera una sombra en la
vida de Yago. Una sombra enorme y cruel que lo cubre todo.
Y cuando por fin escapa de él para buscar a Alma, es tan
emotivo... Porque no solo la busca a ella, sino a sí mismo, su
alma.
JayHorse_18.40
No me jodas, reina, anda q no le das vueltas... Es solo una
historia, sin más. No intentes ver lo q no hay.
Irisadas_18.41
No seas tan modesto, Morritos. Sin Alma es mucho más que
una historia. Es una reflexión sobre la soledad, la culpa, el
manejo de las emociones y la manipulación de los
sentimientos. Tiene una capacidad emotiva sublime. Pero el
final es tan trágico. Llámame romanticona, pero esperaba
que Yago encontrara su madre, fueran felices
y comieran perdices. Y resulta que no.
Es terrible que deje de buscarla porque eso implica que
renuncia a su alma.
Y cuando decide que vive mejor sin amar ni ser amado
porque es más seguro... Es tan desesperanzador. Me hiciste
llorar.
JayHorse_18.42
No exageres, no es para tanto. Además, no es triste. Es
eficaz.
Irisadas_18.42
O_O No lo dirás en serio...
JayHorse_18.43
Claro q sí. El amor es una mierda con la q nos comen el coco
las películas ñoñas y los libros tontos, pero la puta realidad
es q no vale para nada, solo para q t jodan.
Irisadas_18.44
Esa es una manera de verlo
muy cínica, Jay.
JayHorse_18.45
Solo soy realista. La vida es una cabrona y las historias q
empiezan mal acaban mal. ¿Habrías preferido q Alma
apareciera milagrosamente vestida de azul cielo, escalara la
jodida torre, venciera al puto dragón y todos fueran felices y
comieran perdices olvidando el pasado?
Irisadas_18.46
Pues la verdad es que sí.
JayHorse_18.46
Q ingenua eres. Nadie escala torres ni pelea con dragones x
nadie. Y, aunq lo hiciera, crees q sería tan fácil? ¿Hago
«chas» y aparezco a tu lado? Todos d guais, sin
resentimientos, preguntas incómodas ni recriminaciones.
Alma aparece y Yago pierde el culo x abrazar y besar a la
madre q lo abandonó. El amor los inunda como si nada
hubiera pasado. Como si no hubiera mierdas entre ellos.
Como si no hubiera aprendido a odiarla y ahora no supiera
cómo coño dejar d hacerlo. Como si los remordimientos por
no saber quererla y no poder dejar d pensar mal d ella no lo
estuvieran matando. No me jodas, reina. Eso no
es real, es una puta falacia.
Irisadas_18.41
Tampoco tiene por qué ser tan malo. Mi padre apareció de
repente y no sucedió así. Hubo alguna bronca y tal, pero
todo fue bien.
JayHorse_18.42
Me alegro x ti. Cuándo vuelves
a Madrid?
Irisadas_18.42
Me da la impresión de que no quieres hablar de Sin Alma
(*_*). ¿Eres uno de esos escritores a los que no les gusta
hablar de su obra?
JayHorse_18.43
No soy escritor. Punto. Y no es q no quiera hablar d Sin
Alma, es q tengo mogollón d cosas q hacer y paso d perder el
tiempo en chorradas.
Irisadas_18.44
Sí lo eres. Y muy bueno (^3^). Llego el viernes a las doce de
la noche a Barajas.
JayHorse_18.44
Genial. Le pido el coche a mi hermano
y voy a buscaros.
Irisadas_18.44
Ay, gracias, eres un sol, pero no hace falta. Viene mi padre.
JayHorse_18.45
D puta madre. Nos vemos luego?
Irisadas_18.45
Imposible. Llegaré a casa tardísimo. El sábado como con mi
familia para ponernos al día y nos darán las tantas, hay
mucha tela que cortar (^_^). ¿Cómo tienes el domingo?
JayHorse_18.47
Tengo la última clase a las dos
y luego libro hasta el martes.
Irisadas_18.48
¡Maravilloso! ¿Comemos juntos?
JayHorse_18.48
Y después... lo q surja.
Irisadas_18.49
Que, conociéndote, ya me estoy imaginando lo que será.
Tendré preparadas varias cajas de preservativos... (^_~).
JayHorse_18.50
Chica previsora vale x 2 >^_^<.
Irisadas_18.50
¿Te paso a buscar a la Venta
sobre las dos?
JayHorse_18.51
No. Ya me acerco yo donde estés.
Irisadas_18.52
No me cuesta nada, tengo coche propio y hasta anda. Casi
siempre.
JayHorse_18.53
A mí tampoco me cuesta nada.
¿Dónde quedamos el domingo?
18
Viernes, 1 de marzo
—Quiero esta. Seguro que Apricot me hace caso si le doy con ella —afirmó
un niño de ocho años señalando una espuela del expositor de la tienda de
Descendientes.
—No. —Jaime miró disgustado las púas de la espuela—. No vas a
llevarlas de ruleta de estrella. No tienes el control ni la sensibilidad
necesaria para usarlas.
—¡Sí que lo tengo, lo que pasa es que Apricot es tonto y no obedece!
—No obedece porque no le das las indicaciones oportunas en el
momento preciso y en su justa dosificación. Te pasas toda la clase
arreándole, lo que le transmite señales contradictorias y acaba por volverse
loco y no saber qué hacer.
—¡Pues que aprenda! ¡Quiero estas! —le exigió furioso a su padre. El
hombre, más pendiente del móvil que de los caprichos de su hijo, se las
pidió a la dependienta.
La mujer lanzó una rápida mirada a Jaime antes de sacar las espuelas del
expositor.
—Estupendo, cómpreselas. —Se encogió de hombros y le anunció al
chaval—: Búscate otro profesor, la de hoy ha sido nuestra última clase.
El niño lo miró con unos ojos como platos.
—¡No! ¡Tú eres mi profe! ¡No vas a dejar de darme clase!
—Ya lo creo que sí. Dimito.
—¡Papá! —gritó el niño. El padre apartó la mirada del móvil con
evidente fastidio.
—Creo que deberías plantearte tu decisión —le advirtió a Jaime—. No
me parece que el tipo de espuelas que lleve mi hijo sea tan importante...
—Esas espuelas son para jinetes experimentados que tienen un control
perfecto sobre sus movimientos. Si se les da un mal uso pueden herir al
caballo —explicó—. Diego no tiene control, paciencia ni conciencia de lo
que hace con sus pies, y yo prefiero perder un alumno antes que ver cómo
lastima a su montura.
—Hablaré con Elías —lo amenazó el hombre.
—Está en su derecho. Buenas tardes. —Se dio la vuelta para irse.
—¡No! ¡Espera! —gritó el crío, que conocía a Jaime y sabía que si decía
no era no—. ¿Cuáles cogerías tú para Canela?
Jaime sonrió para sí. Tras el mostrador, la dependienta tosió ocultando
una risita y le guiñó un ojo, gesto que Jaime respondió con otro similar;
luego le señaló al niño las espuelas indicadas dándole mil explicaciones y,
mientras Mati cobraba al padre, el chiquillo se embarcó en un monólogo del
que Jaime desconectó.
Iris llevaba unas horas sin mandarle mensajes ni subir historias a
Instagram y lo echaba de menos. Le gustaba leer sus locuras entre clase y
clase (cada vez que tenía un segundo libre, en realidad). Le arrancaban una
sonrisa, cuando no una carcajada. Faltaba poco para la una, seguramente
estaría en el aeropuerto. Sonrió al imaginar a su inquieta y vivaracha amiga
encerrada en la terminal, aunque lo peor sería el vuelo. Iris era incapaz de
permanecer quieta más de diez minutos. No les envidiaba el viaje a los
Repes y a Sardi, los volvería locos con toda esa efervescencia que poseía y
era incapaz de controlar.
O sí. Si los envidiaba. Y mucho. Le encantaría estar en ese avión con
ellos, tantas ganas tenía de verla. Lo cual no dejaba de ser raro porque solo
habían estado juntos dos veces. Y la primera no habían hablado ni diez
minutos. Pero sus charlas por WhatsApp, Instagram y teléfono eran tan
asiduas y naturales que a veces olvidaba que estaban a cuatro mil
kilómetros de distancia y le parecía que la tenía al lado.
Se frotó la nuca mientras deslizaba el pulgar por la pantalla del móvil
haciendo un viaje por las últimas historias de Iris. Desde luego se había
despedido de Alemania por todo lo alto, pensó viendo por enésima vez el
vídeo en el que estaba de fiesta, vestida con unos vaqueros de cintura baja y
un jersey de rayas moradas, amarillas y verdes que revelaba su ombligo al
bailar. Jay había parado varias veces el reel para estudiar esa parte de su
anatomía. ¿Por qué no se había fijado en él cuando se enrollaron? No
recordaba que fuera tan bonito. Alargado y simétrico en su abdomen de piel
clara. Era perfecto. Aunque no tanto como su sonrisa. Dejó que el vídeo
continuara y deseó que la música de la fiesta estuviera más baja para poder
oír el sonido de su risa.
—¡Jay!
Se giró sobresaltado.
—Sorry, estaba despistado.
—Y tanto. Estabas en otro planeta —bromeó la dependienta señalándole
con disimulo a su alumno, el cual lo miraba interrogante mientras se
despedía de él.
Jaime le dijo adiós y se acercó a Mati, que acababa de hacerle un gesto.
—Vaya crío más insoportable. —La mujer salió de detrás del mostrador
y se colocó frente a él, de manera que si alguien entrara viera la espalda del
altísimo muchacho pero no a ella. Ni lo que estuvieran haciendo sus manos.
—Tiene días mejores —replicó Jay encogiéndose de hombros.
—Hace tiempo que no te pasas a verme... —le reclamó dibujándole la
mandíbula con las yemas de los dedos.
—He estado liado. —Giró la cara para morderle el pulgar. Lo succionó y
frotó con la lengua con la misma técnica que usaba para chuparle el clítoris.
Mati apretó los muslos, excitada al recordar lo bien que se le daba eso a
Jay.
—Hugo está dando clases en la pista de doma y luego se entretendrá un
rato en la cantina... —dijo con voz ronca refiriéndose a su marido—. No
vendrá a comer hasta las tres. Y cierro a la una y media. Voy a estar muy
sola... —Le agarró la mano y se la llevó a la boca, chupándole los dedos
índice y corazón con el mismo empeño que él ponía.
Jaime se los metió más profundo y ella lo succionó con fuerza, aspirando
las mejillas a la vez que mecía la cabeza enterrándolo con lascivia en su
boca.
—¿Tienes clase ahora? —indagó tras darle un mordisco que puso fin a la
ficticia felación.
—No. Me la han cancelado. Ya no curro hasta la tarde.
—Puedo cerrar un poco antes. ¿Nos vemos donde siempre dentro de
veinte minutos?
Donde siempre era en el bosque que rodeaba la antigua pista de cross,
abandonada desde hacía años. Siempre follaban allí, ya hiciera frío o calor.
Se bajaban los pantalones y echaban un polvo rápido. Si había suerte y
tenían tiempo —lo que no solía suceder—, gastaban unos minutos en
comerse mutuamente y luego jodían. Nada muy trabajado, lo justito para
darse el gusto y seguir con sus quehaceres. A veces era un aquí te pillo aquí
te mato al encontrarse de casualidad en alguna vereda cercana a dicha pista
y en otras ocasiones quedaban ex profeso, como ahora.
Hacía más de un año que tenían ese rollo esporádico y sin ataduras que a
ambos les molaba y convenía. Y justo por eso le extrañó la terrible pereza
que sintió ante su propuesta. Él jamás decía no a un polvo. Lo achacó a que
estaba cansado tras toda la mañana dando clases y aceptó con un cabeceo.
Mati esbozó una sonrisa pecaminosa y le amasó la entrepierna por
encima de los pantalones de montar en un anticipo de lo que le daría en
pocos minutos.
—Suficiente. —La apartó. No le apetecía recorrer la Venta erecto.
Aunque lo cierto era que nunca le había importado.
Salió de la tienda, comprobó que Iris no había subido más historias a
Instagram ni mandado ningún mensaje y enfiló al lugar de la cita. Al pasar
junto a la pista cubierta estudió las ventanas de la cantina, ubicada en la
planta superior del edificio. Trató de captar algún movimiento tras los
cristales de la cocina, pero solo vio una sombra. Imaginó que sería su
madre. En la semana escasa que llevaba allí se había hecho la jefa del
cotarro. O eso le pareció el día anterior cuando, ante la insistencia de unos
jinetes pelmazos, se vio obligado a ir por primera vez desde que había
empezado a trabajar. No quería que pensaran que evitaba la cantina para no
verla, aunque fuera cierto.
Su reticencia se debía a que se negaba a verla escondida entre sartenes y
cacerolas, aislada y sin atreverse a salir al salón para evitar a los bulliciosos
jinetes que tratarían de embromarla sin darse cuenta de que no podía
entenderlos. Había estado seguro de que lo estaría pasando fatal. Se lo
llevaban los demonios solo de pensarlo, incluso se imaginaba golpeando a
los idiotas inoportunos que la incomodaban.
También había otro asunto que lo frenaba a aparecer por allí.
A Cirila no le gustaba verlo beber. Nunca le decía nada, por supuesto,
pero él había aprendido a leer sus expresiones y sabía que cuando apretaba
los labios y subía la comisura izquierda estaba disgustada. Cuando él bebía
cerveza la puñetera comisura no se le bajaba ni por un segundo y, joder, no
iba a la cantina a beber té. Lo que devenía en que no sabía cómo interactuar
con ella en ese contexto. Porque ni de coña iba a cambiar sus hábitos por
ella. No tenía ninguna ascendencia sobre él para que hiciera tal cosa, pero
tampoco quería disgustarla más de lo que ya lo hacía. Ergo, la mejor
solución era no pisar la cantina, así él se evitaba verla pasándolo mal y ella
se evitaba verlo beber.
Pero los jinetes se habían puesto tan pesados que no le habían dejado
otra opción que acompañarlos. Y se había quedado de piedra nada más
entrar y ver a Cirila en su salsa. Recorría la barra colocando los aperitivos,
sonreía sin parar y asentía cuando le hablaban, como si los entendiera. A
veces hasta contestaba con un «estupendo» o un «genial».
Parecía más alta, más recia, más segura, menos pusilánime.
Ver para creer. Su tranquila y apocada madre en la cantina se
transformaba en un torbellino imparable que cargaba con las pesadas
bandejas como si fueran plumas.
Ya podría haber sacado toda esa fuerza y actividad arrolladora cuando él
nació en lugar de quedarse dormida como un tronco y permitir que Jethro lo
robara.
Soltó un quedo gruñido ante ese pensamiento que tenía la voz de su
padre. Ciri no había permitido nada, todas las madres se quedaban
traspuestas tras dar a luz. Debía dejar de pensar cosas horribles de ella. Pero
era difícil no hacerlo. Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta.
Siguió su camino y no tardó en llegar a la pista de cross. Se apoyó en el
tronco de un pino y sacó el móvil cuando este sonó dos veces con sendas
notificaciones.
Irisadas_13.23
Que sepas que puedo volar como Superman... No necesito
aviones.
Irisadas_13.26
¿Soy tu chica favorita? Vaya
de lo que se entera una...
JayHorse_13.26
Quiero echarte un polvo, reina, diré cualquier cosa para
conseguirlo.
Irisadas_13.27
Jolines, lo acabas de estropear.
JayHorse_13.27
¿«Jolines»? Vaya, vaya, pensé q
no decías tacos...
Irisadas_13.28
No sueñes, Morritos. «Jolines»
no es un taco.
JayHorse_13.28
Sí lo es. Y se lo voy a chivar a tu madre para q t abronque...
Irisadas_13.29
Antes te cortaré la cabeza...
JayHorse_13.29
Por favor, cuánta violencia...
Irisadas_13.30
Peor es tu indecencia, chivato.
JayHorse_13.31
No es culpa mía si has tenido
una verbal incidencia...
Irisadas_13.31
Si sigues por ese camino
no tendré clemencia.
JayHorse_13.32
No t tengo miedo, me atendré
a las consecuencias.
Irisadas_13.33
Qué imprudencia, te arriesgas
a una dilatada abstinencia...
JayHorse_13.33
¿Perdón? (*.*)
Irisadas_13.34
No gozarás de ayuntamientos carnales durante un período de
tiempo prolongado debido a una inesperada impotencia
(^_^).
JayHorse_13.34
Ayuntaqué? De q siglo t has escapado, reina? Y no soy
impotente.
Irisadas_13.34
Lo serás cuando mi rodilla impacte contra tu pincelín.
JayHorse_13.35
Me estás amenazando?
Irisadas_13.35
Soy una chica buena y dulce, jamás amenazo. Solo te
informó de lo que te sucederá si no cambias de actitud
>^_^<.
JayHorse_13.36
Me apuesto el cuello a q estás sonriendo y t brillan los ojos d
malicia solo d pensar en emascularme. Bajo esa apariencia
d niña buena hay un verdadero diablo.
Irisadas_13.36
Diablesa.
—¿Con quién vas a comer el domingo? —indagó Rocío con gesto inocente,
algo que se le daba de maravilla fingir, porque la pregunta desde luego no lo
era. Era capciosa.
—Con unos amigos —esquivó Jaime—. ¿Hay más aperitivos? —le
preguntó a Ciri.
Esta lo miró confundida. No debía de haberlo entendido bien, no podía
estar preguntando por más comida, era imposible que le cupiera en el
estómago...
—Después. En la tarde —dijo. Y la cara de decepción de su hijo le hizo
dar un paso hacia la cocina para hacerle algo rápido. Mario la frenó y ella
sintió un extraño aleteo en el estómago al sentir su mano sobre el brazo
desnudo. Seguramente sería porque las tenía callosas por el trabajo con los
caballos. Aunque su tacto no era desagradable, sino sólido.
—Si come algo más, va a enfermar —le advirtió en alemán—. No tiene
hambre, Ciri, solo es una excusa para esquivar la pregunta que le acaban de
hacer. —Se la refirió.
Cirila sonrió con picardía y se sentó para asistir en primera fila al
interrogatorio.
—¿Comes con unos amigos... o con una amiga? —especificó Sin
retomando el tema traviesa, pues sabía, al igual que Rocío, que esa noche
Iris regresaba a Madrid.
—Mira que sois cotillas. Con unos amigos, en plural —reiteró molesto
porque era la puñetera verdad. Había esperado ver a solas a Iris y, en lugar
de eso, se iba a reunir con ella en manada con los Repes y Sardi. Qué
maravilla.
—¿Por qué no invitas a Iris y a tus amigos a comer en Tres Hermanas?
—propuso Mor dando nombre a la persona con la que todos sabían que iba
a comer.
Cirila sonrió al oír el nombre de la muchacha. Más aún cuando Mario, a
su vera, le trasladó en un susurro lo que decían. Se abrazó sorprendida
cuando un estremecimiento la recorrió de la cabeza a los pies al sentir su
aliento en la oreja.
—Sí, claro, para que estemos como sardinas en lata. No es que el
comedor de Tres Hermanas sea muy grande —bufó Jaime la primera excusa
que se le ocurrió.
—En Nochevieja entramos todos —repuso Elías con su aplomo habitual.
—Y si estáis apretaditos, mejor —intervino Sin maliciosa—. Así tienes
la excusa perfecta para refregarte con Iris.
—Pero qué graciosa estás hoy... —le gruñó Jay con desdén.
—O podríamos comer en la cantina —planteó Nini jovial—, así Ciri
podría sentarse con nosotros en los cafés y charlar un rato con Iris.
—No jorobes, con el alboroto que se monta no hay quien coma tranquilo
—inventó.
—Pues hoy no te ha molestado —señaló Julio lo evidente.
—Ya, bueno, pero los domingos es peor. Además, seguramente Iris ya
tiene algún sitio pensado en Madrid.
—Pregúntaselo, figura —lo instó Sin.
—Ahora está volando, no creo que tenga cobertura —replicó Jay.
—Pues se lo preguntas esta noche, antes de meterte en la cama a soñar
con... los angelitos —resolvió Rocío maliciosa.
Jaime no pudo evitar pensar que, cada una en su estilo, Sin y Ro eran
igual de cabronas.
—Yo no sueño con angelitos, sino con... —Sonrió al recordar su
conversación con Iris—. Diablesas.
—Ah, pero sueñas, qué interesante... —comentó Julio.
—Como todo el mundo, Jules. —Lo miró como si se hubiera vuelto
loco.
—Sí, pero, conociéndote, la respuesta que esperaba era otra...
—¿Otra? ¿Cuál?
—Que tú no sueñas, que tú follas —le aclaró Sin burlona.
—Eso también, reina. Pero no lo he dicho porque no quería ser tan...
impúdico —improvisó. No iba a confesar que le molestaba ver la puñetera
comisura de los labios de su madre subir cada vez que soltaba un taco.
—Será la primera vez que eso te preocupe —intervino Elías. La
abundancia en el vocabulario de Jaime de esa palabra en particular y de
todas las palabrotas en general eran su caballo de batalla.
—Ya ves, la vida te da sorpresas...
—¿No será que si no lo has dicho es por porque ya no lo practicas?... —
planteó con toda su maligna y fingida ingenuidad Rocío.
—¿Qué te has fumado, Ro? No es por nada, pero cuando salgo tengo una
cola de tías esperando para echar un casquete. ¡Eh, ¿qué haces?! —se quejó
cuando Julio le tocó la frente con la mano.
—Comprobar que no tienes fiebre... Jolines, no jorobes, «casquete»...;
solo hay dos explicaciones para tu inexplicable reemplazo de improperios
por expresiones inocuas: o te han abducido los extraterrestres o estás
enfermo.
—¿Por qué no te vas un ratito a la mierda, Jules?
—Ya estoy en ella. —Posó la mano en el hombro de Jaime.
Este le pegó un empujón juguetón. Julio le revolvió el pelo, algo que
Jaime no pudo hacer, porque, en fin, su hermano estaba calvo, así que se
lanzó directo a las joyas de la familia. Julio se protegió in extremis, hizo un
quiebro y le agarró el brazo inmovilizándolo. En su trabajo le había tocado
dominar a más de uno, era un experto.
—Ríndete —le ofreció guasón.
—¡Antes manco! —replicó Jaime revolviéndose.
—Piénsalo bien, Jay, el brazo que te está moliendo es el derecho y eres
diestro —señaló Sin—. No sé si te vas a apañar a hacerte pajas con la mano
izquierda...
—No me jodas, reina, ¿desde cuándo me hago yo las pajas? —resopló
burlón.
—Desde que no follas —repuso Rocío.
—Esa boca, Ro —la regañó Elías.
—Ahora eres tú la que sueña —bufó Jaime—. Ya vale, Jules, suéltame,
no voy a poder montar como sigas así.
—Ni machacarte a pajas —porfió Sin.
Jaime optó por ignorarla, era la manera más rápida de que lo dejara en
paz, y su recompensa por no seguir con la bronca fue que Julio lo soltó.
—También puedes invitar a tus amigos a merendar en Tres Hermanas el
domingo por la tarde, y como no tienes que dar clases podrías aprovechar
para darles un paseo a caballo. Seguro que les gusta —propuso Beth
retomando el tema.
Jaime la miró acorralado.
—Paso. No quiero estar con caballos en mi día libre.
Todos lo miraron pasmados, eso era una mentira como una catedral.
Jaime siempre quería estar con caballos. Eran toda su vida. Incluso Ciri lo
miró asombrada cuando Mario le tradujo lo que había dicho.
—Me da la impresión de que Jaime quiere mantener en secreto a su
nueva amiga... —comentó Elías enarcando una ceja.
Jaime sintió que las orejas le ardían, porque no le faltaba razón, aunque
no era exactamente así. Quería mantenerla alejada de su vida «real» llena de
heridas abiertas. Iris era un puerto seguro. Con ella todo era diversión y
buen rollo, sin dramas, sin padres que lo abandonaban ni madres que
aparecían de repente. Sin historias raras. Con ella podía fingir que todo
estaba bien, que no lo mataban los remordimientos, que no quería asesinar a
su padre mil veces al día, que no le dolía el corazón ni le sangraba el alma.
Y no quería que eso cambiara contándole sus mierdas.
—Qué va, es solo que a esta gente no le van los animales —mintió—. Es
tarde, voy a preparar los caballos para las clases. —Saltó del taburete
sintiéndose terriblemente culpable porque, cuando Mario terminó de
traducir, la mirada risueña de su madre había pasado a ser triste—. Mañana
vengo a desayunar. —Le dio un tímido beso en la mejilla.
—Gennial. T’spero —aceptó Ciri con una sonrisa que le costó la vida
esbozar.
Porque había visto en los ojos de su niño algo que los demás no habían
captado, y esto era que no quería mantener a Iris en secreto, algo del todo
imposible porque Julio y Sin ya la conocían. A quien quería mantener en
secreto era a ella.
Tal vez se avergonzaba de su falta de cultura y su dificultad para
comunicarse. O quizá no le perdonaba que le hubiera permitido a Jethro
robarlo. Fuera como fuese, quería mantener a esa chica tan importante para
él lejos de ella.
Esbozó una sonrisa y, conteniendo las lágrimas, se marchó a la cocina
con la excusa de limpiarla, algo que, por descontado, no era necesario.
—Ciri... ¿Estás bien? —le preguntó Mario entrando tras ella.
—Sí.
—Mentir es pecado —le advirtió enarcando una ceja y ella, avergonzada
al ser pillada in fraganti, bajó la cabeza ocultándole la mirada—. Eh, solo
era una broma. —Le retiró el pelo de la cara con cariño—. No me gusta que
estés triste...
—No lo... —Se calló antes de volver a mentir. Su tía y Dios le habían
enseñado que no estaba bien faltar a la verdad. Era mejor guardar silencio.
—Dime qué te pasa. Por favor. —Le tomó las manos apretándoselas y se
inclinó hasta que sus ojos quedaron a la altura de los de ella—. Sabes que
puedes confiar en mí.
Ciri se perdió en su mirada cálida y amable, en la solidez de sus manos y
la generosidad de su espíritu y, antes de darse cuenta de lo que hacía, le
contó su sospecha.
Él no le restó importancia, al contrario, coincidió con ella, pero le
aseguró que serían otros los motivos. Jaime era muy independiente. Le
gustaba compartimentar su vida —inventó— y, a pesar de su aspecto
maduro, no dejaba de ser un crío con las hormonas alteradas. Solo Dios
sabía lo que le pasaba por la cabeza.
Cirila aceptó su argumentación con una sonrisa que no le llegó a los
ojos. Fuera cual fuese el motivo, la realidad era que no quería darla a
conocer a sus amigos.
—Voy a desollar a tu hijo —musitó él en castellano, conteniendo la
furia.
Ella lo miró sin entender, que era justo lo que Mario pretendía.
20
Domingo, 3 de marzo
JayHorse_8.53
He visto en tu Instagram q habéis celebrado a lo grande el
regreso
a España... Pedazo de garito sacaste
ayer en tu historia. Tiene pinta d ser
caro d cojones.
Irisadas_9.31
Caro, no, prohibitivo. Es para millonetis. Mi padre les hizo
un reportaje fotográfico y le regalaron invitaciones;
si no, ni locos vamos. Fue un rollo, todo el mundo iba de
postureo. Sardi y yo
nos pusimos a bailar a nuestra manera (el vídeo que subí a
IG) y nos miraron como si fuéramos bichos raros (*.*).
Por poco me muero de aburrimiento.
JayHorse_9.33
Está claro q no sabes pasártelo bien sin mí. La próxima vez q
t aburras me llamas y voy a entretenerte... (^_~).
Irisadas_9.33
Ay, qué mono, ya te imagino cual príncipe azul cielo, la
melena al viento
y la sonrisa en los labios, montado al galope en un blanco
corcel acudiendo
al rescate de la aburrida damisela que
no sabe pasárselo bien.
JayHorse_9.34
(*.*) Q coño t has fumado, Iris?
Irisadas_9.34
¿Qué inserte palabrota te has fumado tú para pensar que
necesito que vengas a entretenerme? ¿Crees que necesito de
tu persona para pasármelo bien? (¬_¬)
JayHorse_9.35
No seas tan susceptible, reina,
solo he hecho una coña. Sé d sobra
q t lo montas q t cagas tú solita,
sin necesidad d nadie.
Irisadas_9.36
Más te vale (¬_¬).
JayHorse_9.36
Sí q estás borde hoy, cualquiera t tose...
Irisadas_9.36
Tal vez te he malinterpretado...
JayHorse_9.37
Y tanto que sí.
Irisadas_9.41
¿A que no sabes qué?
JayHorse_9.41
Pues no.
Irisadas_9.42
Faltan cuatro horas para que vaya a comer con un chico
supermajo y estoy como loca porque pasen de una vez.
¡¡Se me van a hacer eternas!!
JayHorse_9.42
Y ese chico supermajo, no será también superguapo? (^_~)
Irisadas_9.43
Pues ahora que lo dices..., nop. Es más bien feúcho. Tiene la
nariz respingona, los ojos saltones y las orejas despegadas,
pero es un encanto, que es lo que cuenta.
JayHorse_9.44
También es alto, tiene los ojos grises
y una boca muy besable...
Irisadas_9.45
Y la lengua de lo más maleable.
JayHorse_9.46
Y no digamos la polla,
es inconmensurable.
Irisadas_9.46
Uy, pues cuando se la toqué me pareció más bien chiquitina
y poco fiable.
JayHorse_9.47
Chiquitina? No me jodas, reina,
mi polla es inabarcable...
—Cada vez me cae mejor Iris —se burló Rocío sobresaltando a Jay, que
estaba sentado en una alpaca de heno en el patio interior de la cuadra de
Descendientes.
—Qué puta costumbre tenéis Sin y tú de leer por encima de mi hombro
—se quejó guardando el móvil tras despedirse apresuradamente de Iris.
—Es que lo pones a huevo. Te quedas tan absorto que no te das cuenta
de lo que pasa a tu alrededor.
—No exageres, reina. —Se levantó y se sacudió el heno del trasero—.
¿Ya han llegado los niños?
—Hace rato que están fuera, esperando que saques los caballos.
Jaime enarcó una ceja y miró el reloj. Parpadeó sorprendido al ver lo
poco que faltaba para la clase. Tenía la impresión de que el tiempo no había
transcurrido desde que se había sentado a mirar el Instagram de Iris, pero
había pasado casi una hora. Tomó los ramales de tres de los caballos y
enfiló a la entrada. Rocío agarró los de los otros dos y lo siguió.
Saludó a sus alumnos de iniciación, estos montaron y fueron a la pista
geotextil. Rocío, que no tenía paseos en poni hasta las diez y media, se
quedó con él.
—¿Estás nervioso? —le preguntó cuando llevaban un rato de clase.
—¿Por qué iba a estarlo? —repuso confundido.
—Por la comida de hoy. Llevas desde el año pasado sin verla...
Jay entrecerró los párpados al darse cuenta de que era verdad. Hacía dos
meses de su última —y primera— cita, pero no lo sentía así, pues hablaban
a diario.
—No estoy nervioso —replicó. Estaba impaciente.
—Pero estarás como loco por verla... —insistió.
—Lo normal —la esquivó—. Esos talones, Manu. Vamos a las barritas.
—Se dirigió a las barras cruzadas—. Empieza Jorge, luego Manu, Inés,
Pedro y Ana. No os apresuréis, dejad que el caballo os guíe. ¡Pierna, Jorge,
pierna!
—No creo que sea tan normal si ya no follas y dejas tirada a Mati —
susurró maliciosa.
Jay giró la cabeza tan rápido que le crujió el cuello.
—¿De dónde te has sacado esa gilipollez? —la increpó. ¿Cómo sabía lo
de Mati?—. Claro que follo, reina, cuando quieras te lo demuestro.
—Te vi el viernes bajar a la pista de cross —afirmó burlona—. Al rato
vimos pasar a Mati... Y poco después subiste a la cantina. Solo. Así que o
tuviste un gatillazo o la dejaste tirada en el bosque con las bragas a medio
bajar...
—¿Desde dónde nos viste bajar?
—Desde las ventanas de la cantina.
—¿Por eso me escribiste que estabais allí? ¿Para joderme el polvo?
—¿En serio, Jay? Si contestas al teléfono en mitad de un polvo, por algo
será... Te dimos la excusa perfecta para escaquearte y la aprovechaste.
—¿Me disteis? ¿Tú y quién más? —se respondió él mismo—. Tú y Sin.
Por eso hicisteis la apuesta, sabíais que iba a subir.
—Lo intuíamos.
—¿Por qué? —Ni él mismo se explicaba su decisión de ir a la cantina.
—Sin dice que llevas tiempo sin tirarte a nadie en el Dakota y yo
tampoco te he visto visitar la tienda para hablar con Mati —entrecomilló
con los dedos la palabra «hablar»—, así que hemos pensado que a lo mejor
te estás reservando para Iris...
—Vaya dos cotillas que estáis hechas —resopló—. Suelta riendas, Inés.
Jorge, no te pares —corrigió a sus alumnos y, sin mirar a Ro, le dijo—: Para
que lo sepas, sigo follando en el Dakota y en cualquier otro sitio en el que
se me presente la oportunidad. Sin no es mi jodido perro guardián, no sabe
lo que hago en cada momento. Y tú tampoco estás siempre aquí para ver si
voy o dejo de ir a la tienda. Hazme un favor, Ro, métete en tus putos
asuntos y deja en paz los míos. ¿Vale?
—¿Con lo bien que me lo paso incordiándote? Ni de coña. Me largo,
tengo ponis.
Jay la despidió y volvió a concentrarse en sus alumnos. O a intentarlo,
porque, ahora que Ro lo había mencionado, no podía dejar de pensar en
cuándo había echado el último polvo. Sí, había dejado de lado a Mati,
porque se había aburrido de sus encuentros clandestinos. Pero eso no
significaba que ya no follara. Claro que lo hacía. Se lo había montado con
Sin hacía nada, cuando hicieron el trío con Iris. Eso había sido a finales de
enero. Frunció el ceño, se le había pasado el tiempo volando. Desde
entonces seguro que había follado más veces, solo que no se acordaba.
Se concentró en la clase y cuando acabó preparó los caballos para la
siguiente. No volvió a tener un segundo libre hasta pasadas las dos y media
—media hora más tarde de lo previsto—, momento en el que corrió veloz
cual gacela a Tres Hermanas.
Se duchó, se puso los vaqueros, la sudadera y las deportivas que había
llevado ex profeso de casa y salió a la carrera.
—¿Te acerco a algún lado? —se ofreció Julio al verlo salir corriendo de
la cuadra.
—Sí, joder, me salvas la vida. He quedado a las dos y media y son casi
las tres —explicó agobiado—. Podrías usar hoy el coche de Mor y dejarme
el tuyo...
—Ni lo sueñes, Jay.
—Ni que fuera la primera vez que me lo dejas... —resopló
malhumorado.
—Antes no volvías borracho a casa. No voy a ponértelo fácil para que te
estrelles y te mates.
Jaime agachó la cabeza y entró en el coche. Un instante después, Julio
arrancaba.
—¿Adónde? —le preguntó.
—Al X-Madrid. —Al ver que llegaría tarde había escrito a Iris
avisándola y ella le había respondido que lo esperaba allí.
—Vale. ¿Cómo lo llevas?
—¿El qué?
—La cita. ¿Estás nervioso?
—Qué perra os ha dado a todos con eso. Déjate de gilipolleces y acelera,
llego tarde de cojones.
Eso hizo Julio. Poco después paraba frente al centro comercial.
—No sé a qué hora llegaré esta noche —le dijo Jay antes de apearse.
—Ah, pero ¿pretendes volver? —dijo con retintín—. Será el primer
domingo en lo que llevamos de año que regreses a casa a dormir en vez de
hacerlo Dios sabe dónde —señaló desabrido. Jaime no replicó. No podía.
Julio no decía ninguna mentira—. Hermano, no te pases esta noche, a
ninguna chica le gusta que su pareja se emborrache.
—No me des consejos, Jules, he follado más que tú de aquí a Lima...
Nos vemos mañana en la comida. —Cerró la puerta y echó a correr como
alma que lleva el diablo.
Frenó al cruzar uno de los muchos accesos al centro y sacó el móvil para
ver si Iris había escrito algo más. Así era. Parpadeó al leer su mensaje.
Estaba surfeando, lo esperaba en las olas. Pero estaban en Madrid, allí no
había mar, ergo el corrector del móvil habría hecho de las suyas y escrito
una palabra que no era. Otra explicación no había.
Le escribió pidiéndole indicaciones y, mientras esperaba su respuesta,
que, por cierto, no llegaba, dio un paseo por la zona exterior del centro
comercial y encontró una pequeña piscina de olas en la que un loco —o
loca, aún estaba demasiado lejos para verlo bien— enfundado en un traje de
neopreno hacía surf, o lo intentaba, porque no se mantenía sobre la tabla
más de tres segundos antes de caerse.
Las ola se detuvieron de repente, como si se hubiera acabado su tiempo,
y el loco, loca en realidad, salió de la piscina, se quitó el gorro y sacudió la
cabeza. Su pelo negro voló en todas las direcciones antes de caer
alborotado. Una increíble sonrisa de felicidad adornaba su cara pálida de
ojos eléctricos y labios morados (el agua estaba fría de cojones, incluso con
traje de neopreno).
—¡Morritos! —gritó al verlo. Soltó la tabla de surf y corrió hacia él. Se
frenó antes de abrazarlo, no era plan de empaparlo—. ¡No recordaba que
tus ojos fueran tan grises! ¡Son tremendos! —Le envolvió la cara entre sus
manos heladas y le dio un rápido beso en la boca—. ¡Madre mía, qué ganas
tenía de verte! Pero, mírate, ¡estás altísimo! ¡Has crecido por lo menos
medio metro! —Se echó a reír por su exageración—. ¿Me has visto surfear?
—Eh..., sí, un poco. Has estado genial —replicó Jaime, obligándose a
hablar para no parecer idiota. Verla lo había dejado sin palabras. Ese traje
tan ajustado resaltaba cada una de sus curvas, y, joder, era lo más sexy que
había visto en su vida. Aunque lo que lo tenía hechizado era su sonrisa, tan
radiante y espontánea como era ella.
Se inclinó para abrazarla y besarla como Dios mandaba, sin importarle
acabar empapado. Pero ella dio un saltito apartándose.
—¡Qué va! ¡Soy una nulidad! No he hecho más que caerme, pero ha sido
superdivertido, tienes que probarlo, ¡es la repanocha! —Comenzó a dar
saltitos a la vez que se abrazaba—. Me muero de frío... Voy a cambiarme y
salgo en un pispás. ¡No te vayas! —Echó a correr al interior del centro
comercial.
—Ni de coña, reina... —musitó siguiéndola hasta la entrada de los
vestuarios.
Echó un vistazo a su alrededor buscando a los Repes y a Sardi. No los
vio. Mejor, así la tenía en exclusiva para él. Se sentó en una jardinera y
cuando Iris regresó se le hizo la boca agua. Vestía un enorme jersey de lana
del mismo color de sus ojos y unos leggins negros con diminutos tréboles
dorados. Estaba preciosa. Hizo amago de levantarse pero ella lo empujó
sentándolo de nuevo.
Se le subió a horcajadas, le rodeó la nuca con las manos y lo besó.
Despacio. Como si tuviera todo el tiempo del mundo. Tentándolo con la
lengua. Le atrapó el labio inferior con los dientes y tiró para luego curárselo
con una suave succión. Jay le rodeó el talle y la pegó a él, a su feroz
erección, a la vez que le devoraba la boca. Se degustaron hambrientos,
paladeándose mutuamente hasta que Iris puso fin al beso.
—¿Cuánta hambre tienes?
—Muchísima... —gruñó Jay con voz ronca.
—De comida —especificó—. De sexo ya he notado que estás canino —
se burló deslizando la mano con disimulo entre sus cuerpos para amasarle la
erección.
Jay se mordió los labios para ahogar un gemido.
—Te comería entera —susurró besándola de nuevo.
—Por cómo te rugen las tripas no me cabe la menor duda... —señaló
divertida levantándose de su regazo—. ¿Te apetece pizza?
—Siempre. —Se puso en pie y estiró la sudadera para que le tapara la
erección.
Iris le dio la mano y fueron a Kilómetros de Pizza a esperar una mesa
libre.
Sus manos seguían entrelazadas cuando media hora después se la dieron.
—¿Qué tal en Alemania? ¿Has encontrado a tu príncipe azul cielo? —
indagó Jaime, sorprendiéndose a sí mismo por hacer esa pregunta tan
estúpida. No le interesaba una mierda saber a quién había encontrado o
dejado de encontrar Iris en Alemania o en cualquier otro país.
—¡Claro que no! —Lo miró ofendida—. Si lo hubiera encontrado, no te
habría besado. Me tomo muy en serio el amor. Cuando encuentre a mi
príncipe azul cielo no habrá más hombres para mí. Por eso aprovecho ahora
para disfrutar todo lo que puedo. —Le guiñó un ojo con picardía.
A Jaime, no supo por qué, su afirmación no le hizo ni puta gracia.
—Puedes disfrutar conmigo todo lo que quieras, estoy a tu entera
disposición —se ofreció con más seriedad de la que requería la frase.
—Me gusta cómo suena eso... Pienso tomarte la palabra —sonrió.
Jay se comió su sonrisa con un beso que los dejó con ganas de más.
Comieron pizza mientras hablaban de todo y nada y, cuando salieron de
la pizzería, Iris lo miró con ojos traviesos.
—¿Qué? —reclamó Jay sonriente, seguro de que estaba tramando alguna
diablura.
—Te has ofrecido para que disfrute contigo...
—Soy tuyo para todo lo que quieras, reina. —Le envolvió el talle y la
atrajo hacia sí.
—Genial... ¡Vamos a saltar! —Le tomó la mano y echó a andar
presurosa.
21
Cuando nuestro prota descubre que nunca es demasiado tarde para ser el
niño que su padre no le dejó ser...
—No me jodas, reina. No voy a entrar ahí. —Se paró frente a la entrada de
OnGravity.
—¿Por qué no? ¿Te da miedo? —Iris se puso las manos bajo los sobacos
y, batiéndolas como alas, empezó a cocoriquear.
—Ni de coña, es solo que no soy un crío para andar saltando en camas
elásticas...
—¡Pues yo sí! Es superdivertido, vamos, no seas tímido. —Le agarró la
mano y tiró.
—No soy tímido. —Afianzó los pies en el suelo e Iris fue incapaz de
moverlo—. Seguro que cuesta una pasta...
—Vaya por Dios —lo miró disgustada—, te prefiero tímido a rata...
Jay puso los ojos en blanco y atravesó la entrada. Si ella quería saltar,
saltarían. Aunque fuera un puto coñazo.
Pagaron cada uno su entrada, se quitaron las deportivas cambiándolas
por unos calcetines antideslizantes y entraron en un mar de camas elásticas
profesionales, muros acolchados, rampas, trampolines y airbag pits, que no
eran otra cosa que enormes bolsas llenas de aire caliente, similares a las
bases de los castillos hinchables, en las que aterrizar cuando te tirabas de
los trampolines y los muros.
—¡Vamos! —Iris echó a correr cual gacela, subió una rampa y al llegar
al final pegó un salto y desapareció en caída libre.
—No me jodas... —murmuró Jay ojiplático. La puñetera rampa tenía al
menos tres metros de altura, no pensaba saltar desde ahí.
—¿Primera vez? —le preguntó el monitor. Jaime asintió—. Empieza por
las camas. —Lo guio a la vez que le daba instrucciones y luego lo dejó solo
frente al peligro...
Jaime miró reticente el mar de rectángulos elásticos que tenía ante sí.
Había visto a su sobrina Larissa saltar en las camas elásticas de las
verbenas, pero aquellas no se parecían en nada a esas. Eran más pequeñas,
estaban separadas por un pasillo firme —y esa palabra era clave— y no
había demasiadas; en cambio, las de allí eran mucho más grandes, estaban
pegadas unas a otras y había tantas que no las abarcaba la vista. Cada pocas
camas se levantaba un muro acolchado de dos o tres metros de altura desde
el que saltar. Al fondo del recinto había una zona de trampolines de
distintos niveles y, bajo estos, un airbag pit que envolvía a los dementes
que saltaban desde ellos.
Iris era una de esos dementes. Y estaba disfrutando como una loca, valga
la redundancia. Lo que significaba que, si quería estar con ella, tendría que
atravesar el mar de camas elásticas.
Miró receloso la que había frente a él y puso un pie en ella. Luego el
otro. Parecía bastante estable. Caminó hasta el final, dio un tímido salto y
aterrizó sin problemas en la siguiente. Vale. No era complicado. Dio un par
de saltos tentativos y se impulsó hacia el otro extremo, le faltó el canto de
un euro para acabar despatarrado una cama más allá de lo previsto. Unos
cuantos saltos después le había pillado el truco. Cuando fue a aterrizar por
enésima vez, Iris —con mucha mala leche, todo sea dicho— saltó desde el
muro contiguo y aterrizó a lo bruto, desestabilizándolo.
Jaime cayó de culo. Cuando intentó levantarse, ella saltó a su alrededor
con la rapidez de un martillo neumático, imposibilitándoselo. Hasta que él
decidió que no hay mejor defensa que un buen ataque y se lanzó a por ella.
La atrapó al tercer intento, derribándola en la cama. Iris estalló en
carcajadas. Él se comió su risa. Y si no se comió nada más fue porque
estaban en un lugar público. Bastante complicado era saltar como para
hacerlo con una erección de caballo.
La soltó, Iris se puso en pie con agilidad y esperó a que él se levantara,
algo que hizo con mucha menos gracia.
—Qué patoso eres... ¿Hace mucho que no saltas? —le preguntó
divertida.
—Toda mi vida.
Su respuesta le borró la sonrisa.
—¿En serio? —Lo miró aturdida—. ¿Por qué? ¿Te mareas?
—No, qué va. Es que nunca me ha llamado la atención —mintió.
De niño había deseado, igual que cualquier crío, saltar en los castillos
hinchables y las camas elásticas de las fiestas de barrio. Pero nunca se lo
había pedido a Jethro, su instinto de supervivencia lo instaba a guardar
silencio. Cuando se mudó con su hermano este no cayó en la cuenta de que
le podía gustar —no estaba habituado a tratar con niños— y él no se atrevió
a pedírselo por temor a disgustarlo y que acabara yéndose, igual que su
padre. Así que su única experiencia con ese tipo de atracciones era mirarlas
de lejos mientras deseaba ser uno más de los que saltaban en ellas.
—Eso es porque nadie te ha enseñado lo divertido que es. Dame la
mano, te voy a hacer volar... —Iris le sonrió con toda la cara tendiéndole la
mano.
Jaime se la tomó y pasó las siguientes dos horas volando con ella,
haciendo acrobacias —algo chuchurrías— en el aire, dando volteretas,
tirándose en plancha, saltando desde los trampolines y los muros y
dejándose caer a los airbag pits desde alturas que le parecieron
demenciales. Y, entremedias, por supuesto, le robó miles de besos.
Cuando acabó su tiempo estaba exhausto y le dolía la tripa de tanto
reírse.
Subieron al mirador, se dejaron caer en sendas sillas y se calzaron las
deportivas. Y, mientras lo hacía, Jaime observó la zona de saltos, que estaba
a rebosar de gente. Había familias enteras disfrutando juntas. Riéndose
juntas.
¿Habría saltado su madre alguna vez en las camas elásticas? Lo dudaba.
También a ella le había robado Jethro su juventud. Un odio violento e
incombustible hacia su padre lo abrasó por dentro.
—¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué lo dices?
—Te ha cambiado de repente la cara.
—Es que estoy cansado... Tanto salto me ha dejado para el arrastre.
—Yo también estoy rota. ¿Te apetece que vayamos a mi casa?
Jaime la miró perplejo por su proposición. Ir a su casa, ¡donde estaría su
familia!, era lo último que le apetecía hacer. Prefería algo más íntimo, un
sitio donde poder retozar a placer, aunque lo cierto era que no había
pensado en ningún plan alternativo para cuando se cansaran del centro
comercial. Había estado demasiado impaciente por verla como para
organizar nada. Pero lo que sí tenía claro era que no quería conocer a sus
padres. Y que tampoco podían ir al piso de Julio, pues Mor estaría allí y no
le apetecía presentársela y arriesgarse a que soltara algo sobre Cirila.
—No sé, reina, la verdad es que me da palo conocer a tus padres... —
dijo reticente.
—¿Por qué ibas a conocerlos?
—¿No estarán en casa?
—Imagino que sí, pero no vamos a ir a su casa, sino a la mía.
—¿Vives sola?
—Sola del todo, no. —Se sentó hecha un nudo en la silla—. Vivo con
Sardi. Me cede una habitación en el piso de su padre a cambio de que
compartamos gastos.
—Vives con tus amigos —comprendió.
—No, solo con Sardi. Los Repes viven con su abuela en el piso de
enfrente, son unos vagos y pasan de lavarse la ropa, limpiar, cocinar y todos
esos rollos, no creo que dejen nunca de vivir con Ufe. —Puso los ojos en
blanco.
Su afirmación le arrancó una sonrisa, porque se vio reflejado en ellos, él
tampoco cooperaba mucho en casa. Siempre que podía se escaqueaba.
—Vale, me apunto a ir a tu casa.
—Genial, Sardi me ha dicho que van a jugar a no sé qué juego de la Wii,
uno de esos de matar zombis, así que estarán entretenidos y nos dejarán a
nuestro aire.
Jaime aceptó y se levantó renqueante. ¿Quién habría imaginado que
saltar cansaba tanto? Atravesaron el X-Madrid en dirección al aparcamiento
y, a medio camino, sin ser conscientes de ello, se dieron la mano. No se
soltaron hasta llegar al coche.
—¿Este es tu coche...? —gimió Jaime al ver el viejísimo Citroën AX
blanco.
—Sí, era de mi madre y ahora es mío.
—¿Y anda? —inquirió receloso.
—La duda ofende. —Le golpeó la tripa indignada.
—Prefiero ofenderte que jugarme la vida... ¿Cuántos años tiene?
—Unos cuantos. —Abrió la puerta del conductor y le hizo un gesto para
que subiera.
—¿Quieres que conduzca? —La miró sorprendido.
—No. Es que solo se abre esta puerta. Tienes que saltar al asiento del
pasajero.
—¿Ha pasado la ITV?
—Sí, las puertas se rompieron al poco de que la pasara, menos mal.
—¿Se rompieron? ¿En plural? ¿Cuántas puertas no se abren?
—Todas menos esta, ya te lo he dicho.
—Joder..., ¿estás segura de que funciona?
—Me ha traído hasta aquí.
—¿Vives muy lejos?
—A cinco minutos.
—Podemos ir andando.
—A cinco minutos en coche, andando está a más de media hora. No seas
cobardica.
—No es cobardía, sino autoconservación —gruñó entrando en el coche.
Saltó de asiento, se abrocharon los cinturones de seguridad —toda
precaución era necesaria— e Iris giró la llave. Volvió a girarla. Y una vez
más. A la cuarta, con un petardeo ensordecedor, fue la vencida. Jaime
estalló en aplausos ante el tremendo logro. Iris lo miró mal. Jaime se echó a
reír. Iris se contagió.
Cuando se les pasó el ataque de risa iniciaron el viaje, que, en contra de
lo que Jay había imaginado, no fue accidentado. Llegaron al piso de Iris en
menos que canta un gallo —uno tartamudo, eso sí— y se encontraron a
Sardi y a los Repes en el diminuto salón entregados a un tiroteo a vida o
muerte con una turba de zombis. Jaime no tardó en enterarse de que no eran
zombis, sino humanos infectados por un hongo que los convertía en
caníbales de aspecto espeluznante.
—Me alegro de que hayas llegado sano y salvo —comentó Sardi sin
apartar la vista del televisor de sesenta y cinco pulgadas que abarcaba
media pared.
Los muebles del salón eran viejos, la pintura de las paredes tenía
desconchones y la mesa estaba coja, pero el televisor, el sofá, el equipo de
sonido y la videoconsola eran de última generación, como Dios manda.
—Yo también, aunque al ver el coche lo he dudado —replicó Jaime, su
atención puesta en los alucinantes gráficos del juego. Se sentó en un puf,
pues el sofá estaba ocupado.
—Iris debería deshacerse de ese cacharro por el bien de la humanidad —
afirmó un Repe mientras se cargaba a un infectado con un disparo en la
cabeza.
—No es un cacharro —protestó ella.
—Es un trasto —se burló el otro Repe—. ¿Qué tal vas de puntería,
Morritos?
—Soy la puta caña disparando —se jactó deseando entrar en la partida.
—Genial, nos están masacrando... Añádelo, Sardi.
Poco después estaba matando infectados a diestro y siniestro mientras
Iris, sentada, arrodillada o saltando sobre su trasero en suelo —dependía del
momento y la intensidad de la partida—, abrazaba un cojín o lo tiraba por
los aires o lo mordía o los golpeaba con él mientras se desgañitaba dándoles
instrucciones imposibles de seguir y los llamaba de todo menos guapos —
sin usar palabrotas, por supuesto— cuando no las seguían.
—¡A tomar por culo! —exclamó Jaime encabronado cuando lo mataron
por enésima vez e Iris lo acusó de ser un inútil—. Ahora juegas tú, a ver
qué tal se te da, reina.
Se hizo un sobrecogedor silencio en el salón.
—¿De verdad puedo jugar? —le pidió con los ojos llenos de ilusión.
—No me jodas, Morritos —gimoteó un Repe.
—Voy a por un cuchillo para cortarnos las venas, será una muerte más
piadosa... —masculló Sardi levantándose del sillón.
—¡Exagerados! —protestó Iris ocupando el sitio de su amigo. Agarró el
mando que Sardi había soltado antes de que los Repes pudieran
arrebatárselo.
Veinte minutos después, Jaime se sintió tentado de reclamarle a Sardi el
puñetero cuchillo y acabar con su sufrimiento.
—Tengo que matarlo, Iris..., si no, me va a morder y me va a infectar —
señaló por enésima vez.
—Pero es tan mono..., no merece morir. —Saltó sobre el sofá cambiando
de postura.
—No es mono, reina, es vomitivo. Tiene un jodido brócoli por cabeza —
replicó asqueado apuntando a la cabeza del zombi.
—Oh, vamos, no seas malo, esquívalo, puedes pasar corriendo a su lado,
seguro que no te atrapa. —Lo empujó haciéndole fallar el tiro a la vez que
disparaba al aire su pistola. Y en el aire no había nada que los atacara.
Un instante después, el infectado le mordía y Jay era eliminado, por
enésima vez, del juego. La mirada acusatoria de los Repes y Sardi cayó,
también por enésima vez, sobre él, pues su contagio y posterior muerte les
había hecho perder la partida ¡otra vez!
—Oh, vaya, no te ha dado tiempo a esquivarlo... —apuntó Iris con
fingido pesar.
—Eso parece. Pero, vamos, no sé por qué te extrañas, tampoco los he
podido esquivar las otras mil veces que has hecho que me acorralaran —
gruñó enfadado Jay.
—No han sido tantas —protestó ella.
—¡Han sido todas!
—No te molestes en protestar, no vas a conseguir nada —lo informó
Sardi entrando en el salón con la cena que acababa de entregarles el
repartidor.
—Ya me he dado cuenta. —Jay cogió su hamburguesa y le dio un
tremendo bocado mientras miraba frustrado a Iris. Esta puso carita de niña
buena y dio un placentero mordisco a su bocadillo de lomo, queso y tomate
natural—. Estás como una cabra, reina, cuando no juegas nos gritas para
que matemos a los infectados y te cabreas cuando no lo hacemos, y, sin
embargo, cuando juegas no nos dejas matarlos... ¿Cómo coño se come eso?
—Fácil, se lo pasa en grande puteándonos, por eso lo hace —aseveró un
Repe con la barbilla manchada del huevo frito que se derramaba cual
cascada de su sándwich.
—¡Qué va! Es que me nervioso y se me escapan los gritos sin querer —
se defendió Iris con una sonrisa inocente que no engañaba a nadie sobre su
falta de sinceridad.
—Y cuando alguien es tan idiota de invitarla a jugar, y no miro a nadie
—el otro Repe miró fijamente a Jaime—, se lo pasa en grande jodiéndonos
el juego. —Zanjó su intervención vertiendo un litro de kétchup, o casi, en
las patatas fritas. Era la única manera de que Iris, a quien no le gustaba el
kétchup, no lo dejara sin ellas.
—Es así de cabrona —sentenció el primer Repe robando un nugget a
Iris.
Sardi lo corroboró con un cortante asentimiento de cabeza.
—Qué exagerados sois, solo lo hago por darle chispa al juego, es tan
tétrico... —Puso cara de incomprendida y le robó una patata gajo a Jay.
—Seguro... —resopló Sardi. Le dio un delicado mordisco a su kebab.
—¿Vamos a por otra? —propuso un Repe tras acabar su torta de carne
mechada.
—Solo si Iris no juega —reclamó el otro.
—Apoyo la moción —se unió Sardi limpiándose las manos con afectada
elegancia.
—Traidores —los acusó ella. Miró a Jaime con una beatífica sonrisa en
los labios.
—Lo siento, reina, la mayoría manda. Estás expulsada.
—¡Gracias, señor! —aplaudió un Repe mientras el otro reiniciaba la
partida.
Jay tomó el mando para ir calentando los dedos y tenerlos listos para
cargarse a todos los infectados. En ese momento Iris se sentó a su lado en el
reposabrazos, le dio un casto beso en la mejilla y fue bajando con los labios
hacia su boca.
—No vas a convencerme de que pida tu admisión, reina —le advirtió
dándole un rápido pico, la mirada fija en la pantalla, donde ya empezaba el
juego.
—Tranquilo, no quiero jugar, ya me he aburrido.
—Pues ve a entretenerte a otra parte y no le molestes —la exhortó un
Repe—, necesitamos la puntería de Morritos para salir victoriosos en este
cruel asalto.
—Qué bien te ha quedado eso —lo aclamó su gemelo—. ¿Cuántas veces
lo has ensayado?
—Unas pocas, en el cuarto de baño, mientras plantaba un pino.
—No seas tan explícito, no necesitamos saberlo todo —protestó Sardi—.
¿Preparado para matar, Morritos?
—A tope. Dale al play, Sardinilla. —Aferró con fuerza el mando. Esa
vez era la definitiva. Se los iba a cargar a todos.
O no. Porque en ese momento la mano de Iris resbaló por el interior de
su muslo. Se le paró la respiración cuando se detuvo junto a su entrepierna
para, acto seguido, deslizarla en sentido contrario al deseado. Volvió a
ascender, esta vez con las uñas, al lugar en el que su pantalón comenzaba a
abultarse, y de nuevo se detuvo antes de llegar al quid del asunto.
—¿Piensas matar algún infectado o vas a dejarlo para mañana? —lo
increpó Sardi.
—Sí, joder, se me ha ido el santo al cielo. —Jay prestó atención a la
gigantesca pantalla del televisor.
—¿Nos besuqueamos un rato en la cama? —le susurró Iris al oído.
22
Jay_Horse_19.02
No. ¿Se te ha ocurrido algo? (?_?)
Irisadas_19.03
¡Sorpresa!
***
JayHorse_6.28
Jules, sorry x no avisar. Me he quedado
a dormir con Iris. Voy directo a trabajar desde aquí. Dile a
Mor q no me espere.
Domingo, 24 de marzo
Jaime se pasó la mano izquierda por la nuca dándose nerviosos tirones de
pelo mientras sujetaba en la mano derecha el móvil y con el pulgar iba
pasando o deteniendo las historias que Iris había subido a Instagram a lo
largo del sábado. No podía decirse que el desfile en el que había participado
Sardi fuera discreto. De hecho, encajaría a la perfección en el Infierno, el
sótano de temática BDSM del Lirio Negro.
Iris y el rubio estaban en Lisboa, participando en la presentación de un
nuevo diseñador de lencería femenina por el que las revistas de moda
apostaban fuerte. Y no era que a Jaime le extrañara. Las prendas con las que
desfilaban las modelos eran puro erotismo. Arriesgadas, potentes, picantes.
Y a Sardi le sentaban de maravilla. Nunca había visto nada más sexy que al
rubio (des)vestido con un bóxer de satén negro de cintura tan baja que
parecía a punto de escurrírsele por las caderas, un cinturón corsé de cuero
negro cerrado con corchetes que enfatizaba la delicada esbeltez de sus
formas y dos cruces de cinta negra cubriéndole las tetillas. El pelo
cayéndole en cascada hasta media espalda y una fusta en la mano que
sacudía mientras se contoneaba por la pasarela sobre unos stilettos negros lo
convertían en el fruto prohibido que cualquiera querría probar.
Pasó varias historias hasta llegar a las fotos de la fiesta posterior al
desfile. Algunas eran selfis con un Sardi despampanante ataviado con unos
leggins plateados y una camisa de satén negro sin botones que exponía su
delicado torso lampiño, pero lo que más abundaba eran los vídeos en los
que Iris bailaba con hombres y mujeres escasos de ropa. No cabía duda de
que le gustaba bailar. Y el contacto físico. Arrugó el ceño al verla hacer
twerking contra un gilipollas profundo con cara de salido que le agarraba
las caderas pegándola a su entrepierna.
—Jamme..., ¿todo bien?
Apartó la vista del móvil, su madre acababa de salir de Descendientes
con Educada y lo miraba con la cabeza ladeada.
—Sí, todo cojonudo. —Se guardó el móvil en el bolsillo trasero y se
acercó a revisar que hubiera equipado correctamente a la yegua, como así
era—. Vale, monta... —Y, sin más palabras, enfiló a la pista.
Cirila lo siguió turbada por su mutismo. Desde que Iris había regresado a
Madrid, Jaime era otro. Estaba animado, sonreía más y bebía menos.
También estaba más centrado y su genio era menos volátil. Y, desde el
improvisado desayuno en su casa, había tomado la costumbre de ir a la
cantina después de comer para charlar con ella. Muchas tardes también se
acercaba en la merienda. Lo había visto más en esas dos semanas que en los
dos primeros meses. Cada vez hablaban más, o, mejor dicho, él hablaba
más y ella lo escuchaba encantada. Por lo que le resultó raro su huraño
silencio, más aún cuando ese día vería a Iris tras una semana separados,
algo que debería alegrarlo. Tal vez lo había entendido mal y la joven no
regresaba todavía y por eso estaba resentido.
—¿Hoy ves Iris? —indagó apocada. Jaime asintió cortante—. ¿Ella ya
en Madrid?
—Ni puta idea —repuso Jaime arrugando el ceño.
—Jamme... ¿Todo bien?
—¡Ya te he dicho que sí, joder! —estalló sobresaltando a la mujer y a la
yegua, que se paró sobre sus pezuñas mirándolo desconfiada.
—Lo siento... No quería molestar. —Cirila bajó la cabeza dolida.
—No molestas, joder —gruñó sintiéndose fatal por volcar su rabia en
ella. Una rabia que no debería sentir porque, a ver, Iris era libre de hacer lo
que le diera la gana, incluso liarse con gilipollas profundos con cara de
salidos—. Es solo que... no me gusta repetir las cosas. —Se pasó las manos
por el pelo, frustrado.
Cirila asintió a pesar de no haber entendido la totalidad de lo que había
dicho y alargó una mano para posársela en el hombro.
Él se apartó antes de que llegara a tocarlo y aceleró el paso. Ella lo
siguió a la pista y Jaime comenzó la clase. Le fue indicando las distintas
transiciones que debía hacer con gesto serio y mirada ausente. Ninguna
broma ni sonrisa abandonó sus labios, tampoco ningún cumplido. Parecía
que se le hubiera comido la lengua el gato. O que estuviera muy disgustado
con algo.
Cirila no pudo evitar pensar que una madre como Dios manda
preguntaría a su hijo qué le ocurría. También que Mario tenía razón, no
podía andarse siempre con pies de plomo con Jaime, temerosa de decir o
hacer algo que le desagradara. Era su madre, tenía que portarse como tal,
aunque la aterrara molestarlo y que volviera a alejarse de ella, como había
hecho los meses anteriores.
—Jamme..., habla conmigo... —le pidió preocupada.
—¿De qué? ¿Del tiempo? —resopló desdeñoso—. Hace un día
cojonudo, lo mismo hasta llueve, joder. —Sintió una extraña satisfacción
cuando la comisura izquierda de su madre tembló para luego alzarse
desaprobadora.
—¿Iris es bien? —insistió Cirila.
—Tienes que decir «está». «¿Iris está bien?» —la corrigió malhumorado
—. Sí, está de puta madre. Cambia al trote.
—Jamme...
—No estoy de humor para charlas, ¿vale? Mejor me dejas a mi aire hasta
que se me pase... —soltó frustrado. No podía evitar estar cabreado y no
quería pagarlo con ella.
—No entiendo —suspiró atormentada. Su hijo estaba mal y no podía
ayudarlo porque era incapaz de comprender lo que le decía. Lágrimas de
frustración y rabia acudieron ardientes a sus ojos.
—Me cago en la puta, Ciri... —Jaime fue con ella disgustado al ver lo
que había provocado con su grosería—. No llores, no es para tanto, joder...
—¿Ocurre algo, Cirila? —Mario, que en ese momento regresaba con sus
alumnos a Descendientes, se acercó al ver la cara demudada de la mujer y el
gesto hosco de Jaime.
—No. —Bajó la cabeza para que no viera sus ojos brillantes.
—¿Jaime? —le reclamó amenazador a Jay.
—¿Mario? —replicó este burlón.
Mario enarcó una ceja y saltó la cerca para adentrarse en la pista.
—¿Intentas cabrearme? —lo exhortó parándose frente a él con gesto
peligroso.
—Mario —lo llamó Cirila interponiéndose con Educada entre ellos—.
He hecho potica como postre menú hoy... Guardo ración, ¿sí? —le dijo con
lo que esperaba fuera una sonrisa encantadora, aunque no la sentía como
tal.
Mario echó una feroz mirada a Jaime antes de centrar toda su atención
en ella, consciente de lo que pretendía: evitar que se enfrentara a Jaime. Se
lo concedió. Por nada del mundo quería disgustarla, de eso ya tenía la
exclusividad el cabronazo de su hijo.
—Es mi postre favorito, mejor guárdame dos. O tres... —Sus labios
dibujaron una sonrisa torcida que cambió toda su cara, convirtiéndola en la
de un pilluelo.
Cirila asintió con timidez, su boca arqueada en una sonrisa espontánea y
sincera.
—Tienes las riendas muy tensas, relaja los dedos —comentó Mario
tomándole una mano entre las suyas para masajearle los nudillos y las
falanges, luego hizo lo mismo con la otra—. Mantenlas sobre la cruz del
caballo —le indicó en alemán, llevándole las manos a la posición correcta
—. Y si tu querido niño vuelve a hacerte llorar, no habrá ningún postre que
evite que le dé un escarmiento —continuó mientras le masajeaba
(acariciaba) la parte más sensible de las muñecas—. ¿Entendido?
—Entonces serás tú quien me haga llorar... —replicó ella en el mismo
idioma.
Mario tomó aire con brusquedad al oírla, desde luego sabía negociar.
—Ese es un argumento de peso, Ciri. Está bien. Me mantendré al
margen, pero tienes que dejar de consentirlo —la advirtió antes de retomar
el castellano y mirar a Jay, quien, a pesar de no entender ni palabra, los
había observado con atención—. Pórtate bien y no seas capullo. —Saltó la
cerca para dirigir a sus alumnos a Descendientes.
—¿De qué coño habéis hablado? —le reclamó Jaime a Cirila.
—Nuestras cosas —contestó ella arreando a Educada para ponerla al
trote.
Jaime frunció el ceño y se giró para echar un último vistazo al profesor.
Lo pilló mirando a su madre. Y Cirila correspondía a su mirada.
—Te llevas bien con Mario —comentó Jaime como quien no quiere la
cosa.
—Es buen hombre... ¿Saltamos barritas? —le propuso.
Y Jaime lo tomó como lo que era: un cambio de tema en toda regla.
El resto de la clase continuó sin incidentes. Y sin charlas.
—Da un par de vueltas al paso para relajar a Educada —le pidió Jaime
tiempo después.
Cirila asintió, consciente de que era la rutina de final de clase, por lo
que, cuando las diera, regresarían a la cuadra y no volvería a verlo hasta el
desayuno del día siguiente. Lo observó mientras, sentado en equilibrio en la
cerca, miraba el móvil con los labios apretados. No dejaba de pasarse la
mano por la nuca dándose pequeños tirones.
—¿Escrito Iris? —le preguntó al pasar junto a él.
—Todavía no. Su vuelo no sale hasta las doce y media, así que estará
dormida... Ayer estuvo de fiesta hasta tarde. —Torció la boca malhumorado.
—¿No gusta vaya de fiesta? —indagó Cirila armándose de valor.
—Me da igual —replicó encogiéndose de hombros.
No mentía. Le parecía maravilloso que se fuera de fiesta, él también salía
los viernes y sábados por la noche con Sin. Lo que lo jodía hasta hacerlo
rechinar los dientes era verla en actitud sugerente con gilipollas profundos y
saber cómo acabaría la noche.
Tomó una bocanada de aire y se guardó el móvil. Y justo en ese
momento sonó. Lo sacó del bolsillo y abrió Instagram.
—Ya escrito —dijo Cirila, y no era una pregunta, al ver la sonrisa de su
hijo.
—Sí. Me espera en el X-Madrid a las tres y media.
Saltó de la cerca, abrió la cancela de la pista para que Ciri saliera con
Educada y enfilaron a Descendientes a buen paso, pues, aunque aún no eran
las once, Jay tenía clase al cabo de unos minutos y Cirila debía preparar el
menú de la cantina.
Estaban a pocos metros de Descendientes cuando la dependienta de la
tienda salió de esta sacando uno de los expositores de pienso.
—Dichosos los ojos, Jay —lo saludó.
—¿Qué tal, Mati? ¿Mucho lío? —Se paró frente a ella y Cirila se detuvo
con Educada pocos pasos por delante.
—No más del habitual.
—¿Y Hugo? Llevo sin verlo desde el viernes —preguntó más por
cortesía que por interés.
—De concurso en Cádiz, vuelve esta noche... Todavía me debes uno —
le recordó con una sonrisa traviesa.
Jay la miró especulativo, razón no le faltaba. La había dejado a medias
hacía unas semanas y no habían vuelto a coincidir a solas —porque él no lo
había propiciado— para así poder «pagar su deuda».
—Voy a estar en casa toda la tarde... —señaló Mati al verlo vacilar. Se
acercó a él y, colocándose de manera que la tapara con su envergadura, le
deslizó los dedos por el pecho. Los detuvo en la cinturilla—. Tan solita... —
Coló el índice bajo el pantalón y le dio un tirón antes de apartar la mano.
—Para esta tarde ya tengo planes. —Arrugó el ceño disgustado, aunque
no tenía claro que su irritación se debiera a no poder aceptar la tentadora
oferta. Más bien era al contrario. Le molestaba no querer aceptarla, lo cual
era de locos. No tenía sentido cabrearse por no aceptar una invitación que
no quería aceptar.
—¿A qué hora has quedado? Cierro a la una y media... —propuso
trazando con el dedo espirales alrededor del ombligo de Jay, por debajo de
la sudadera que llevaba.
Él tensó el estómago ante el inesperado roce, pero no le apartó la mano.
La miró meditabundo. Su última clase terminaba a la una y hasta las tres y
media no había quedado. Fijó la mirada en Mati, era una morenaza de
impresión que follaba de maravilla. Y, joder, él era tan libre como Iris para
hacer lo que le diera la santa gana.
—A las dos en la vieja pista de cross —dijo tras titubear varios
segundos.
—No me falles esta vez... —le advirtió dándole un apretón en el paquete.
—No me presiones, reina. —Le aferró la muñeca con fuerza,
apartándole la mano.
—No seas bruto... —Trató de escapar de la presa de sus dedos, él no se
lo permitió.
—No me toques los cojones —le ordenó soltándola con brusquedad.
—Guarda toda esa rabia para follarme, machote —le susurró lasciva
antes de entrar en la tienda.
—Jamme...
Jaime se sobresaltó al oír a su madre. Joder. Se le había olvidado que
estaba unos metros por delante de ellos. Se giró para mirarla y no le hizo
falta ver la comisura alzada de su boca para saber que estaba disgustada.
—¿Qué? —le reclamó ocultando su turbación bajo una capa de desdén,
aunque sus orejas en ignición no había manera de esconderlas.
Puede que Cirila no hubiera entendido lo que se decían, pero no era tonta
y sus gestos hablaban por sí mismos. Y, joder, con lo beata y virtuosa que
era, dudaba que le gustara que su hijo follara con una mujer casada, menos
aún cuando suponía que estaba saliendo con Iris. Seguro que le pegaba la
bronca por ser un adúltero o algo por el estilo. Pues no se lo iba a consentir,
era mayor de edad y estaba soltero, podía hacer lo que le saliera del rabo.
Se preparó para discutir, algo que, de verdad de la buena, le apetecía
muchísimo. Tal vez así lograra quitarse el malhumor que tenía encima
desde la noche anterior, cuando Iris empezó a subir las puñeteras historias
de la fiesta a Instagram.
Cirila no le dio la oportunidad que tanto deseaba.
—¿Estarás bien contigo si vas con Mati? —le preguntó preocupada.
Eso le rompió todos los esquemas. No se enfadaba por su promiscuidad
ni le soltaba un sermón sobre la fidelidad. No. Ella lo miraba con cariño —
amor— y le preguntaba si iba a estar bien.
—Seguro que sí. El placer siempre me hace sentir bien. —La desafió a
contradecirlo.
Cirila asintió bajando la cabeza, aunque no consiguió ocultarle a Jaime la
decepción que anidaba en su mirada. Se apeó de Educada y se acercó a él
para cobijarle la cara entre sus manos.
—«El que ama el placer será pobre.» —Se puso de puntillas para besarle
las mejillas.
—Eso suena a algo que diría tu Dios —replicó desdeñoso, pero no se
apartó de ella.
Cirila esbozó una sonrisa modesta.
—Proverbios 21, 17.
—Joder, ¿te sabes la puta Biblia? —resopló.
A Cirila le cambió la cara. Le temblaron las aletas de la nariz y le
palpitaron los pómulos.
—No dirás más eso —le exigió con voz gélida—. Respetarás mi fe.
Jaime se quedó paralizado por su ferocidad. Nunca la había visto
cabreada. Y era impactante. No había en ella ni un ápice de su fragilidad y
timidez habitual.
—Jamme, respetarás mi fe y mi Dios —reiteró para luego exigir con un
tono que no admitía réplica—: Di sí.
Jaime sacudió la cabeza aquiescente, incapaz de desobedecer su orden
directa.
—Vamos a la cuadra, al final llegaré tarde a la siguiente clase... —echó a
andar.
Irisadas_13.17
Jay, lo siento. El vuelo va con retraso, todavía no hemos
despegado. Por lo que dicen no vamos a llegar a Barajas
hasta las tres y mucho... No sé a qué hora podré estar en el
X-Madrid, pero no será antes de las cinco. Te aviso cuando
aterrice y quedamos.
—Llegas tarde. Casi hora comidas. Ven... —llamó Cirila a Mario desde
la puerta batiente de la cocina nada más verlo entrar en la cantina—.
Vamos. Prisa...
El profesor arqueó una ceja intrigado por su urgencia. Ella casi lo agarró
de la chaqueta para hacerlo entrar más rápido en la cocina.
—Prueba. —Le puso un plato con una tartita individual frente a la cara.
—¿No debería dejar el postre para después de comer? —inquirió en
alemán observando lujurioso el chocolate que recubría la tarta, tenía una
pinta magnífica.
—No postre. Es tarta. Prueba.
—Ya veo que es una tarta —dijo burlón. Le dio un bocado bajo la
apremiante mirada de Cirila—. Buenísima.
—¿Chocolate muy dulce? —planteó inquieta.
—Sí, pero está bien. Me gusta muy dulce.
—A Jamme no. Él gusta negro —comentó preocupada—, pero no sé
receta esa tarta.
—Búscala en internet...
Ella lo miró como si acabara de descubrirle el mundo y, sin pensarlo dos
veces, le tendió su móvil prehistórico.
—Por favor, busca. Yo no sé.
Mario le devolvió el móvil y sacó el suyo; era imposible buscar nada con
un mínimo de rapidez con ese móvil antediluviano, y eso en el supuesto de
que tuviera datos, que lo dudaba. Cirila e internet no tenían una relación
muy buena.
Encontró varias recetas en alemán que le enseñó. Ella las leyó interesada
y salió disparada al almacén. Regresó con un cuaderno y un lápiz, dispuesta
a copiarlas.
—Déjalo, te las imprimo luego en Descendientes y te las traigo —la
paró.
Cirila le dedicó una sonrisa de felicidad sin límites y, sin pensar en lo
que hacía, le dio un casto beso en la mejilla. Se retiró al instante, las
mejillas tan rojas como las orejas.
—Vaya..., ya sé de quién ha heredado Jay sus orejas rojas —musitó
Mario divertido, colocándole tras la oreja el largo flequillo y, ya que sus
dedos estaban por la zona, le acarició el pómulo con el pulgar—. Estás
preciosa cuando te sonrojas.
Ella se sonrojó aún más.
—Ciri, ¿cómo va el estofado? La sala se está llenando. —Felipón entró
en la cocina—. Hombre, Mario, ya te estaba echando de menos en el salón.
—Lo saludó con un palmetazo en la espalda—. Menuda pinta tiene esa tarta
—le dijo a Cirila—. ¿Por qué la has hecho tan pequeña? —La cogió.
Cirila se la arrebató de un tirón, sorprendiéndolo, y también a Mario.
Nunca se mostraba posesiva con sus dulces, al contrario, le gustaba
compartirlos.
—No sacas de cocina. Chisss... —Se llevó el dedo a los labios en el
gesto universal de pedir silencio—. Nadie sabe. Tarta chocolate es secreto.
—Volvió a llevarse el dedo a la boca.
—Vale... ¿Por qué? —indagó Felipón.
—¡Sorpresa! —exclamó sonriente antes de guardar la tarta en un táper y
este en una bolsa de plástico que dejó en la nevera—. Luego llevas a casa,
postre tu cena —le indicó a Mario enfilando hacia la puerta batiente—.
Hora dar comidas.
Una sonrisa enorme se dibujó en sus labios al salir al salón y ver a su
hijo apoyado en la barra, hablando con su hermano y su jefe, mientras
tomaba una cerveza.
—Jamme, no has ido... —murmuró tomándole las manos.
—Cosas que pasan. —Miró a Mario, que, como siempre, era la sombra
de su madre—. Tradúceme, porfa. —Quería que Cirila entendiera lo que iba
a decir. No tenía por qué darle explicaciones, pero prefería que le quedara
claro. La miró y le explicó—: El vuelo de Iris se ha retrasado y no sé a qué
hora comeremos, así que he pensado en tomarme unas tapas para no morir
de hambre. Por eso estoy aquí. —Como si no hubiera ido a la cantina para
que lo viera y supiera que no había ido con Mati.
Porque, joder, no le apetecía decepcionar a su madre. Además de que
había dado en el clavo con su puñetera pregunta. Solo pensar en follar con
alguien que no fuera Iris lo hacía sentirse mal. Tal vez ya iba siendo hora de
aceptar que estaba más enganchado a esa morena de ojos eléctricos de lo
que quería reconocer. Y que por eso llevaba siglos sin pegar un puto polvo
con nadie que no fuera ella.
Desde luego, había que ser gilipollas. Pero gilipollas profundo.
—Jamme... Soy orgullosa de tú —afirmó Cirila apretándole las manos
—. Eres hombre que siempre soñé seas. —Le soltó una mano para
acariciarle la cara.
La sonrisa que se dibujó en los labios de Jaime fue la del niño ilusionado
y feliz que era cuando soñaba con su madre.
27
A veces escalar un castillo es tan fácil que ni siquiera te das cuenta de que
ya estás en la torre más alta y solo te falta derrotar al dragón para hacerte
con la princesa. Y eso acojona y mucho (no lo de derrotar al dragón, que
también, sino lo de haber llegado sin saberlo —ni pretenderlo— a la torre
más alta).
Cuando Jay descubre que las personas mayores son las más listas del
mundo mundial.
Lunes, 25 de marzo
—Tu abuela tiene razón, las camas pequeñas son lo mejor para dormir
acompañado —murmuró Jaime adormilado estrujando a Iris entre sus
brazos.
Estaban en la estrecha cama de ella, como todos los amaneceres de los
lunes y los martes, solo que en esa ocasión Iris no estaba sobre él, sino que
era Jay quien la aferraba contra su cuerpo, soldándole la espalda a su tripa y
la erección a su culo a la vez que le envolvía las piernas con una de las
suyas.
—¿A qué viene eso? —musitó somnolienta frotándose contra su verga.
Se movió de manera que acabó albergándola entre sus piernas.
—A lo que dijiste en casa de Jules, que tu abuela decía que en una cama
pequeña hay más roce y eso es bueno para las parejas. Tiene toda la puta
razón. —Llevó una mano al sexo de Iris y jugó con el clítoris.
Ella sacó culo y la polla encontró la entrada a la vagina. Él se frotó
contra la vulva. Iris se removió dándole permiso implícito para entrar. Jay
se clavó en su interior.
Pero no se movió.
—Joder. Se nos ha vuelto a olvidar el puto condón...
—No importa, si ayer estábamos limpios, hoy también. Mañana ya
tendremos cuidado de nuevo —señaló remolona.
Él no se hizo de rogar. Se meció perezoso mientras jugaba con sus
pezones.
—¿Este fin de semana dónde te toca?
—¿Dónde me toca qué? —Lo miró confundida, el placer se
arremolinaba en su vientre, impidiéndole pensar con claridad.
Le encantaba cómo la tocaba, con todos sus sentidos puestos en ella, en
sus gemidos y en sus respuestas, en su goce, como si darle placer fuera lo
más importante para él. Y eso valía para los demás ámbitos de su no
relación. La había encandilado al presentarse en el aeropuerto con su
bocadillo favorito, porque eso significa que estaba pendiente de ella, de sus
gustos y sus necesidades.
—Dónde te toca viajar el viernes y el sábado. ¿Desfile con Sardi o
evento friki con los Repes? —bromeó entrando hasta el fondo para luego
salir muy despacio, haciéndole sentir cada centímetro de su potente
erección.
—Ah, eso. Me quedo en Madrid. El viernes me ha salido un trabajo de
fotógrafa y el sábado lo pasaré con mi familia, Sardi y los Repes. Iremos a
comer, al cine y después a casa de mis padres a merendar y tomar la tarta.
Es mi cumpleaños.
Jay se quedó paralizado. Si había una palabra que odiaba era esa.
Aborrecía lo que llevaba asociado: la soledad, el dolor, el desamparo. Si
pudiera se arrancaría las orejas para no oírla. Jethro lo secuestró el día de su
nacimiento y, ese mismo día, cuatro años después, le dijo que su madre lo
había abandonado porque no le quería, mentira que le repitió en cada
aniversario posterior con cada vela que encendía, burlándose de él, de su
sufrimiento. También fue en un cumpleaños, en el quinto, cuando lo encerró
por primera vez a oscuras. En el séptimo lo abandonó. Los cumpleaños
nunca traían consigo nada bueno, aunque esto último malo no había sido.
—¿Jay?
Una caricia en la cara lo sacó del torbellino de rabia y recuerdos en el
que estaba sumido. Se dio cuenta de que Iris se había movido para quedar
enfrentada a él y de que ya no estaba dentro de ella, haciéndole el amor. De
hecho, ni siquiera estaba duro.
—¿Qué? —gruñó.
—¿Estás bien? —Abrió la mano sobre su pecho y su peso le calentó el
corazón.
—De puta madre. Lo lamento, no estoy siendo agradable —se disculpó
suavizando su tono al darse cuenta de que volcaba su rabia en ella—. Es
solo que..., por lo que se ve, esta noche la he usado demasiado y se ha
declarado en huelga de polla caída —trató de bromear.
Ella lo miró inquisitiva antes de decidir permitirle la mentira.
—No importa. No adoro pasar la noche contigo por tu pincelín, al menos
no solo por eso —bromeó besándole la comisura de los labios—. ¿Te
apetece?
—¿El qué?
—Ya veo que no has oído ni una palabra de lo que he dicho —lo acusó
burlona, aunque su mirada preocupada desmentía la ligereza de su tono.
—No, lo siento, se me ha ido el santo al cielo. ¿Qué me has dicho?
—Te he invitado a venir el sábado a comer, al cine y a merendar tarta —
le propuso risueña—. Te garantizo que te lo pasarás en grande, mi familia
es de lo más interesante. —Se arrodilló en la cama—. Mi abuelo tiene mala
memoria, y eso significa que no puede recordar nada que haya ocurrido
unos segundos antes, pero es el mejor hombre del mundo —afirmó llena de
amor—. Mi abuela se cree la protagonista de una telenovela de época y no
te imaginas las cosas que se le pasan por la cabeza —se rio saltarina—,
seguro que te convierte en el hijo bastardo de algún terrateniente que lucha
por ser reconocido, y darías el pego con este aspecto tan espléndido que
tienes. —Frotó la nariz contra su torso y le mordió una tetilla—. Por
supuesto, mi padre hará de las suyas y chinchará a tío Da y este amenazará
con darle su merecido, pero no debes hacerles caso, en el fondo se adoran...
Subió a besos por su pecho hasta llegar a su boca, donde depositó un
ósculo etéreo como un sueño antes de sentarse al estilo indio y continuar su
monólogo.
—Al tío Héctor seguro que se le ocurre alguna diablura para fastidiar a
tío Da, por lo que tía Ariel amenazará con pegarle, ya te conté que es
experta en artes marciales y en hacer trampas —apuntó divertida
tumbándose boca abajo, los codos apoyados en el colchón y los pies
bailando en el aire—. Mi madre castigará a mis tíos en las sillas para pensar
y liaremos a tía Sara para que nos cante alguna canción. La acompañaremos
a los coros desafinando, porque a lo que nosotros hacemos no se le puede
llamar cantar. Ah, y mis primos pequeños harán trastadas varias, ya sabes lo
que dicen: de casta le viene al galgo. —Se rio—. ¿Qué? ¿Te apuntas?
Jaime se quedó callado unos segundos antes de negar con un gesto.
—Prefiero no ir. No conozco a tu familia y me da mucho palo —se
excusó con una verdad a medias.
Sí lo turbaba conocer a su familia —¡a todos de golpe!—, pero era algo
que podría sobrellevar. Lo que de verdad lo paralizaba era estar ante una
tarta con velas y recordar la terrible letanía que Jethro le hacía repetir cada
20 de abril.
—Bueno, conoces a mis padres, a Sardi y a los Repes. —Iris lo miró
intrigada, parecía estar a mil galaxias de allí, en algún universo terrible y
oscuro.
—Paso, no insistas. No me gusta el cine —mintió. Rehuyó su mirada,
cruzó los brazos contra el pecho y escondió las manos bajo las axilas,
creando una barrera entre ellos—. Además, tengo un montón de cosas que
hacer el sábado. Dar clases y toda esa mierda. Acabaré a las mil —volvió a
mentir. Su voz zozobró falta de aliento.
—Vale, no hay problema, tranquilo —aceptó Iris preocupada.
No era que Jay titubeara al hablar, algo que no le ocurría nunca, era que
su pecho parecía una locomotora a punto de estallar de tan rápido como
respiraba y aun así daba la impresión de que no le llegaba aire a los
pulmones.
Le apartó los brazos, se sentó en su regazo y lo rodeó con los brazos y
las piernas, abrazándolo con todo su cuerpo y sumergiéndolo en un capullo
protector.
—Joder, lo siento —masculló Jay sin saber qué sentía exactamente. ¿Ser
un cobarde? ¿Mentir? ¿No ser capaz de enfrentarse a una puta tarta? ¿Tener
ganas de llorar?
—No lo sientas, te lo prohíbo. —Le tomó la cara y lo obligó a mirarla—.
Tienes razón, Jay, sería un palo para ti conocer a toda mi familia de golpe,
podemos ser muy intensos. Son como yo, pero elevados a la enésima
potencia. —Sonrió acariciándole la cara.
Y él por fin la abrazó, su corazón apaciguándose con su calidez.
—Podemos celebrarlo los dos solos el domingo —propuso para
compensarla por dejarla tirada en una fecha que, estaba seguro, era muy
especial para ella.
—¡Genial! —aceptó Iris encantada—. Puedo pillar una tarta y...
—Para mí no —la interrumpió nervioso—. No me hace mucha gracia, la
verdad. —Las odiaba, aunque eso no se lo iba a decir, acarrearía preguntas
que no quería contestar—. Pero puedo comprar unos bollos en una
pastelería que conozco.
—Vale. Me apunto al plan. ¿Y podríamos...?
—No me vas a liar para que vuelva a surfear, por poco no me ahogué el
otro día —la advirtió tratando de recuperar el tono ligero de la
conversación.
—Qué exagerado eres... ¿Te apetece una sesión de tirolinas en la sierra?
Jaime fingió pensarlo un instante antes de asentir.
Ella, animada, lo besó. Él le devolvió el beso. Y, casi sin darse cuenta,
los besos dieron paso a las caricias y estas se hicieron menos perezosas y
más urgentes hasta que acabaron terminando lo que habían dejado a medias
minutos antes.
***
—¿Qué hacéis aquí tan temprano? ¿Ufe os ha echado de casa? —se burló
Iris al entrar en la cocina y encontrarse a los Repes, quienes no eran lo que
se dice madrugadores.
—Ni de coña, abu nos adora, jamás nos echará. Estamos con un proyecto
que tiene que ser muy potente visualmente, y ¿quién mejor que Sardi para
aconsejarnos? Pero al muy capullo le divierte torturarnos y nos ha puesto
como condición para ayudarnos que trajéramos pan para desayunar —
resopló uno de los Repes.
—Pobrecitos, es una tortura levantarse a las siete... —El rubio puso los
ojos en blanco—. Corta más pan, Iris, con esas cuatro tostadas no tienes
para llenar el pozo sin fondo que es el estómago de tu no príncipe azul
cielo.
—¿Morritos se ha vuelto a quedar a dormir? —inquirió un Repe.
—Sí, se está afeitando. —Iris cortó más rebanadas. Sardi tenía razón, Jay
era insaciable, y no solo comiendo, sonrió para sí.
—¿Cuántas noches seguidas van ya? —indagó mordaz el otro Repe—.
¿Cinco, seis?
—No digas bobadas, solo se ha quedado algunos domingos y lunes, el
resto de la semana cada uno duerme en su casa y Dios en la de todos. —Iris
puso el pan a tostar.
—Meeeecccc —imitó una bocina el primero de los Repes—. Error. Se
ha quedado todos los domingos y lunes desde que regresamos de
Alemania...
—Que son... —el segundo Repe fingió empuñar una calculadora— tres
semanas a dos días por semana...
—Seis días, los que yo decía —dijo el primer Repe—, lo que significa...
—Que te hace tilín —continuó el segundo Repe.
—Más bien tolón —apostilló el primero chocando el puño con su
hermano.
—Tenemos que conseguir un dragón para que lo venza —bromeó este.
—Aún no ha escalado ninguna torre —señaló Iris con un tono más seco
del que pretendía.
—¿No? Pensaba que ir al aeropuerto y llevarte tu bocadillo favorito se lo
convalidaba —apuntó Sardi con sorna.
Iris lo miró enfadada, menudo chivato estaba hecho.
—No me jodas que fue a buscarla con un bocadillo cual caballero lanza
en ristre...
—O cual pretendiente ramo de flores en mano —añadió el otro Repe
burlón.
—El bocadillo es mucho más útil que un ramo de flores o una lanza —
afirmó Sardi.
—¡Por favor, qué mono es! —El Repe se llevó las manos al corazón con
dramatismo.
—Ay, si es que me lo como —aseveró el otro batiendo pestañas.
Iris lanzó a las testas de los hermanos —con excelente puntería, todo sea
dicho— las tostadas que acababa de escupir la tostadora.
—Y tú no vuelvas a escuchar conversaciones privadas —amenazó a
Sardi.
—Dejan de ser privadas cuando las tienes en público —rebatió el rubio
en un susurro para luego mirar a la puerta, donde acababa de aparecer Jaime
—. Vas a tener que poner una reclamación, Morritos, Iris ha tirado tu
desayuno a la cabeza de los Repes. Y no sé cuánto tiempo llevan sin lavarse
el pelo...
—No fastidies, Sardi, nos lo lavamos el mes pasado —protestó un
hermano.
—O el anterior —apostilló el otro cogiendo una tostada del suelo. Se la
tendió a Jay.
Este la tomó y le dio un bocado.
—Qué asco, no te la comas... —lo regañó Iris.
—¿Por qué no? Ya lleva el aceite incorporado... —comentó guasón
Jaime. Ciñó a Iris por la cintura y rozó su cuello con la nariz. Le encantaba
su olor.
—Cada vez me caes mejor, Morritos. ¿Cuándo piensas escalar el
castillo? —inquirió un Repe.
El brazo con que Jaime rodeaba a Iris se puso rígido, al igual que toda su
persona.
—¡Jorge! —gritó Iris enfadada. Miró de reojo a Jaime, quien apretaba la
mandíbula.
—Soy Juan —apuntó el Repe.
—No jodas, Repe, Juan soy yo —exclamó su hermano.
—Claro que no, yo soy Juan, tú eres Jorge —replicó el otro.
—Me estáis dando dolor de cabeza. —Sardi se recostó en la silla con
languidez.
—A ti todo te da dolor de cabeza, Sardinilla —se burló uno de los
Repes, vaya usted a saber cuál.
—Aquí al lado hay unos castillos superchulos —insistió el otro—, si
quieres te llevo, Morritos. Puedo conseguir cuerdas y...
—Paso de escalar castillos —lo cortó Jaime malhumorado. La broma no
le hacía ni puta gracia.
—Tranqui, tronco, no pretendía cabrearte. —Alzó las manos en son de
paz—. Yo lo decía porque Iris nos ha dicho que habéis ido a escalar al
rocódromo...
—Y por si querías ampliar horizontes y escalar castillos en vez de
paredes llenas de chirimbolos de colores... —continuó su hermano
poniendo la mesa entre él y Jaime.
—Sin que eso suponga ningún compromiso afectivo por tu parte, por
supuesto —añadió el primer Repe acercándose a la puerta para tener una
vía de escape.
—Es más, nos aseguraríamos de que no hubiera ningún dragón presente,
así no podrías enfrentarte a él, ergo no habría problema de que Iris
malinterpretara tus intenciones y te confundiera con un príncipe azul cielo
—aseveró el otro cogiendo una bandeja para usarla como escudo si Jaime
copiaba a Iris y le tiraba algo.
—Y si vas vestido de verde musgo, por ejemplo, pues mejor que mejor,
así no darías lugar a malentendidos...
—Morritos, si decides tomar represalias, algo que yo haría, avísame para
que saque las bolsas de basura —intervino Sardi untando mantequilla en su
tostada.
Ese comentario los dejó a todos tan desubicados que cortó de raíz la
conversación.
—¿Para qué quieres bolsas de basura? —inquirió Iris.
—En algún sitio tendremos que meter sus restos cuando los hagáis
trocitos con la motosierra... —Se encogió de hombros el rubio.
—No es mala idea, pero no tenemos una motosierra. —Iris entrecerró los
párpados pensativa a la vez que se daba golpecitos con el índice en la
barbilla.
—Eso es algo que deberíais solucionar, reina, siempre viene bien tener
una en casa —aconsejó Jaime curvando los labios en una sonrisa.
—Podemos pedirla por Amazon, no creo que sea muy cara... —sugirió
Sardi.
—Eh, para el carro, Sardinilla, nadie va a matar a nadie —aseveró un
Repe.
—Y menos con una motosierra... —reafirmó el otro.
—¿Qué más da con qué nos maten? ¡La cuestión es que no lo hagan! —
protestó el primero—. Joder, eso de nacer el segundo te dejó tonto.
—Yo soy el que nació primero —rebatió el aludido, luego sonrió
malicioso a Jay—. Además, no hay de qué preocuparse, Morritos nos
aprecia y nunca nos haría daño.
—Yo no estaría tan seguro de eso... —Sardi le guiñó un ojo a Jaime—.
Si te decides, avísame y te echo una mano, me apasionan las películas de
mafiosos y podría darte algunas ideas sobre cómo ejecutar a alguien y
ocultar el cadáver...
—No me jodas, el Al Capone este de los cojones... —bufó un Repe.
Miró a Iris con gesto suplicante—. Tú no les permitirás hacernos daño,
¿verdad que no?
Iris miró a un hermano, luego al otro, torció la boca fingiendo pensarlo y
gritó:
—¡Que les corten la cabeza!
El caos absoluto estalló en la cocina. Y en el piso entero porque, por
descontado, los Repes no se dejaron atrapar. Huyeron y fueron perseguidos.
Uno se encerró con llave en el baño y al otro lo atraparon en la habitación
de Sardi —para mayor horror del rubio—, donde se desarrolló una lucha sin
cuartel que acabó con el dormitorio en ruinas e Iris sentada sobre el trasero
del Repe tratando de arrancarle la cabeza mientras Jaime, apiadado por sus
alaridos, se esforzaba en liberarlo. Entretanto, Sardi los miraba altivo
sentado en su escritorio, las piernas balanceándose en el aire mientras se
limaba las uñas y le daba instrucciones a Iris sobre cómo arrancar una
cabellera sin verter demasiada sangre.
Estaba claro que, bajo su aspecto frágil y delicado, latía el corazón de un
sádico.
Poco después, nuestros protagonistas salen del piso con la tripa dolorida
de tanto reírse.
—Te veo esta tarde —apuntó Iris rodeándole el cuello para comerle la boca.
Ya no se molestaba en ofrecerse a llevarlo, pues sabía que rehusaría.
A veces creía que su rechazo se debía a que deseaba mantenerla al
margen de su familia, la de sangre y la de elección, aunque eso era absurdo.
Había coincidido con su hermano y mucho más que eso con Sin, y en
ambos casos se habían caído bien.
Quizá no hubiera ningún motivo oculto y simplemente fuera que a Jaime
no le gustaba estar en familia. Desde luego, se había mostrado tenso y
nervioso con sus padres, y su cara de espanto cuando lo invitó a su
cumpleaños no tenía precio. Cualquiera diría que le había propuesto salir
con el hombre del saco.
—A las siete en tu casa —convino Jaime.
—A las siete y media... —lo corrigió ella—. Salgo a las siete de la uni.
—A las siete y cuarto entonces —regateó él robándole un beso.
—Bueno, va —se rindió Iris sabiendo que él llegaría al portal a las siete
y que ella saldría pitando de la universidad para arañar aunque fuera un
minuto y llegar antes a él.
Los lunes, igual que los domingos, eran las únicas tardes y noches que
pasaban juntos; de hecho, eran los únicos días que se veían durante la
semana, y los aprovechaban al máximo.
Jay esperó hasta que se montó en el cacharro que llamaba coche y no
apartó la mirada hasta que dobló la esquina desapareciendo de su vista.
Luego fue a comprar bollos para desayunar con Cirila —la mayoría se los
comería él—, y mientras lo hacía recordó lo que Iris le había dicho cuando
sacó a relucir que en su Instagram salían un montón de gilipollas profundos
babeando por ella.
«¿Y yo por ellos?... Vuelve a ver los vídeos.»
Sacó el móvil e hizo eso. Y se dio cuenta de que, hicieran lo que hiciesen
los gilipollas profundos, la sonrisa con la que Iris les respondía era risueña
y alegre, condescendiente o traviesa, casi siempre maliciosa, pero nunca
sexual ni siquiera sensual. Interactuaba con ellos como lo hacía con Sardi y
los Repes, coqueteando por pura diversión, sin otra pretensión que
pasárselo bien. Al menos, en la fiesta del sábado anterior.
29
Martes, 26 de marzo
Irisadas_12.51
En martes, ni te cases ni te embarques... Ni empieces un
proyecto (* —_—).
JayHorse_12.58
Un mal día, reina?
Irisadas_13.02
Terrible. Nada sale como debe en el trabajo y ya no sé qué
hacer T—T.
JayHorse_13.03
Deja d darle vueltas y verás como d repente se t ocurre
alguna idea cojonuda. Suele pasar q cuanto + t empeñas peor
lo llevas.
Irisadas_13.04
Como si fuera fácil dejar de pensar
en ello {{(> _ <)}}.
JayHorse_13.05
Mmm... ¡Camarero, este filete tiene muchos nervios!
Normal, es la primera vez que se lo comen...
Irisadas_13.06
¿Eso pretende ser un chiste? (*_*)
JayHorse_13.07
No me digas q no es bueno... Deme dos barras de pan. Y si
tiene huevos, dos docenas... Y le dio veinticuatro barras
de pan.
Irisadas_13.07
No sé si reír o llorar...
JayHorse_13.08
Mamá, el abuelo está malo. Pues apártalo y cómete solo las
patatas.
Irisadas_13.09
Por favor, para..., los compañeros
me están mirando raro...
JayHorse_13.09
Porq estás llorando? :P
Irisadas_13.10
Porque me estoy meando de la risa >^_^<.
Miércoles, 27 de marzo
JayHorse_11.28
A q hora sales del curro?
Irisadas_11.29
A las dos, ¿por?
JayHorse_11.29
Curiosidad. Q tal el proyecto?
Irisadas_13.30
Sigue sin ir bien {{(> _ <)}}. Estoy
por pegarme un tiro.
JayHorse_08.01
Es malísimo! Aprende del maestro:
van dos soldados en una moto
y no se pueden bajar nunca...
Irisadas_08.02
¿Por qué?
JayHorse_08.03
Ya t lo he dicho, porq van soldados...
Irisadas_08.03
(*.*) ¿Y el mío es malo?
Viernes, 29 de marzo
JayHorse_13.50
A q no sabes quién es el padre
del Príncipe Azul?
Irisadas_13.51
¿Quién? (?_?)
Irisadas_13.55
No me dejes con la intriga...
Irisadas_13.59
Eres un inserte palabrota
de la peor especie (¬_¬).
***
Domingo, 31 de marzo
Jaime se dio la vuelta fastidiado cuando un traicionero rayo de sol se coló
por las rendijas de la persiana impactando con violencia contra sus
párpados. Aunque tampoco fue tan malo, porque al girarse dio con el
cuerpo cálido que estaba a su lado. Deslizó la mano por la piel desnuda de
la pierna. Era suave y esbelta, las yemas de sus dedos reconocieron el tacto
de su piel. Se apretó contra ella acunando su erección entre las nalgas y le
parecieron más duras de lo normal, más tonificadas. También menos
curvilíneas. No le dio importancia, él no era un experto en culos. Coló la
mano entre sus muslos buscando su sexo y la retiró al instante, el corazón
paralizándose en mitad de un latido para luego acelerar a mil por hora.
Joder.
O Iris se había depilado por completo la noche anterior o la mujer que
estaba en la cama con él no era ella. Porque Iris mantenía un diminuto
triangulito de vello púbico que, por cierto, a Jay le resultaba supersexy. Se
quedó muy quieto, su erección convertida en una verga morcillona que de
dura solo tenía las ganas, o la falta de estas. Apretó los párpados tratando de
recordar qué había hecho la noche anterior.
Había ido al Dakota. Allí había encontrado a Sin y se había tomado
varios Puerto de Indias. También había fumado un par de porros, pero no de
Sin, ella ya no le daba caladas, sino de una morena con unas tetas enormes.
Subió despacio la mano hasta el pecho de su desconocida compañera de
cama. Vale. No era esa morena. La mujer que estaba a su lado tenía unas
tetas duras y pequeñas como manzanas. Y además es que las conocía, joder.
Había tocado esas tetas antes. Pero no eran las de Iris. Iris las tenía más
grandes, más dulces y dúctiles. Joder, tenía unas tetas cojonudas. Sus tetas
favoritas de todo el mundo mundial. Conque, ¿qué cojones hacía él tocando
unas tetas que no eran las de ella?
Apartó la mano disgustado y siguió tratando de hacer memoria.
¿Había acabado la noche en el Dakota o se había movido a otro antro?
No lo recordaba. Pero sí recordaba a Sin quejándose porque estaba
demasiado borracho para llevarlo en moto y pidiéndole un Uber, lo que lo
llevó a plantearse: ¿dónde coño estaba?
En el piso de Jules, no. Ni borracho llevaría allí a otra mujer que no
fuera Iris. Bastante mal se sentía por follar con otra como para hacerlo en el
lugar donde había pasado su primera noche —aunque no hubieran llegado a
consumar— con Iris. ¿En una pensión? Esperaba que no, él solo follaba con
una mujer en la cama: Iris.
Se apartó del cuerpo con el que compartía espacio. Solo debía coger el
móvil, que no tenía ni puta idea de dónde había dejado, y encender la
linterna para comprobar dónde estaba y con quién.
—¿Bueno, qué, figura? ¿Ya has descubierto quién soy o te lo tengo que
deletrear? —le llegó una voz ronca que conocía bien.
—Joder... Sin. —El alivio fue instantáneo. Al menos ya sabía con quién
estaba.
—Premio para el capullo.
—¿Dónde estamos? ¿Hemos follado? —casi jadeó la última pregunta.
—Yo estoy en la gloria, tú en el puto infierno de los remordimientos —
se burló ella sin contestar su duda más acuciante.
—No me jodas, Sin...
—¿Quieres que lo haga?
—¡No, hostia! ¡Quiero saber si lo hemos hecho! —exclamó cabreado.
Saltó de la cama y pulsó el interruptor de la luz, lo que, además de
hacerle estallar la cabeza por la súbita luminosidad, le descubrió una
habitación que conocía bien: la de Sin en Tres Hermanas.
Volvió a apagar la luz y se apretó las sienes durante un par de segundos,
los que tardó en llevarse las manos al estómago y salir corriendo. Apenas le
dio tiempo a llegar al baño y vomitar toda la ginebra que había tomado la
noche anterior.
—Estás cojonudo, campeón —se burló Sin desde la puerta.
—Que te follen, Sin.
—Tú no. Por lo que he sentido contra el culo hace apenas un rato, la
polla se te ha vuelto selectiva a la hora de con quién ponerse firme...
—Ni de coña, estaba dura como una jodida viga.
—Hasta que te has dado cuenta de que no era Iris quien te acompañaba...
—No inventes, reina. —Metió la cara bajo el grifo y bebió una cantidad
ingente de agua. Estaba deshidratado. Cogió su cepillo de dientes y se
dispuso a eliminar su mal aliento—. ¿Hemos follado? —volvió a preguntar
con la boca blanca por el dentífrico.
—¿No te acuerdas?
—No estoy para gilipolleces, Sin, solo contesta sí o no, ¿vale?
—Estabas tan borracho que dudo que se te hubiera levantado en caso de
haberlo intentado, pero lo cierto es que no lo intentaste. Es más, creo que ni
se te pasó por la cabeza follar conmigo, ni con la tetona que te surtió de
porros ni con ninguna de las que te tiraron la caña. Estás pillado de cojones
por tu morenita, campeón —dijo burlona.
Jaime no se molestó en rebatirla. No podía.
—Dúchate a ver si te espabilas un poco, dentro de una hora empiezas a
dar clases y todavía tienes que desayunar y poner a los caballos... Y como
Elías te vea esa cara de resacoso muerto de asco que tienes ahora, te la va a
montar. Luego se lo chivará a Julio y él también te la montará. Y yo me lo
pasaré en grande viéndote sufrir.
—Eres un encanto —bufó Jaime metiéndose en la ducha. Un segundo
después, asomó la cabeza—. Oye..., gracias por ocuparte de que llegara
sano y salvo aquí...
—¿Solo me das las gracias por eso? No me jodas, Jay, ayer fui tu puta
niñera, como mínimo me debes una comida en el burryking.
—El martes te llevaré a comer al Porneat —prometió.
Cuando salió de la ducha se sentía un hombre nuevo. Uno con un dolor
de cabeza de cojones, eso sí, pero no era nada que no pudiera solucionar
con un analgésico. Se puso unos pantalones de montar y un polo de la
reserva de ropa que con el tiempo había acumulado en Tres Hermanas y
buscó el móvil en el dormitorio. No estaba. Tampoco la ropa que llevaba la
noche anterior. Y él siempre guardaba el móvil en el bolsillo trasero de los
vaqueros, ergo necesitaba encontrarlos para hallarlo. Bajó a la cocina en
busca de alguien que supiera dónde estaba su ropa.
Se frenó en seco cuando, al cruzar la puerta, tres pares de ojos se
clavaron en su persona. Ninguno parecía muy contento con él. Mierda.
—Hola, ¿y Beth? ¿Ha vuelto a pasar la noche con Elías? —preguntó por
desviar la atención de él.
—Igual que cada día desde hace más de tres meses, figura. En esta casa
ya solo dormimos Nini y yo —Sin jamás llamaba «mamá» a su madre—,
acompañadas en ocasiones especiales por un niñato idiota que no sabe
beber ni fumar y aun así lo hace. En exceso.
—¿Me acabas de llamar «niñato»? —Jay enarcó una ceja, o lo intentó,
porque su cabeza protestó dolorosamente ante tal esfuerzo.
—He dudado un milisegundo entre «gilipollas» y «niñato», pero creo
que te define mejor la segunda opción. No obstante, si se te ocurre alguna
palabra que describa con más exactitud tu estupidez supina, házmelo saber.
—Me estás poniendo fino, reina.
—Te está poniendo como te mereces —intervino Mor, tan enfadada o
más que su hermana—. Eres un irresponsable, Jaime, ayer bebiste hasta
perder el control y casi el conocimiento, creía que ya habías superado esa
necesidad de perjudicarte.
—No exageres, Mor, solo se me fue un poco la mano... Creo que con
todo lo que me ha caído encima tengo derecho a divertirme y desvariar un
poco.
—Y ahora te autocompadeces... Bravo, Jay —sopló Mor disgustada.
Jaime arrugó el ceño, se dejó caer en una silla y miró a Nini, quien se
mantenía ajena a la conversación/bronca mientras preparaba café y tostadas.
—Me estalla la cabeza, Nini, ¿tienes algo por ahí que me pueda aliviar?
—le pidió lastimero. Era una mujer afable y tranquila que la mayor parte
del tiempo vivía en su mundo happy flower lleno de felicidad. Ella lo
protegería de las arpías de sus hijas.
Nini le tendió un cuchillo en respuesta a su petición.
—¿Qué quieres que haga con esto? —La miró confundido.
—Cortarte la cabeza —replicó con una sonrisa.
—Ah. Vale. ¿No tienes algo menos... definitivo? Un analgésico, por
ejemplo.
—Pero eso no sería doloroso, Jay —señaló con ternura. Él la miró
confundido—. Estás tan decidido a hacerte daño bebiendo en exceso y
disgustando a quienes te quieren que he dado por sentado que lo que
pretendes es sufrir, de ahí mi sugerencia.
—Cuando te pones eres peor que Sin... —masculló Jaime sintiéndose
fatal—. Dame el analgésico, anda.
—No.
—No me jodas, Nini, no puedo dar clases así, siento que me taladran la
cabeza.
—¿Es la primera vez que te duele tras una noche de abusos? —Le retiró
con cariño el pelo de la frente y posó la palma de su mano en ella. Estaba
fresca y Jaime sintió un alivio inmediato, aunque no completo, bajo su roce.
—Claro que no. —Cerró los ojos cuando empezó a masajearle las sienes.
—Entonces sabías cómo te ibas a sentir esta mañana cuando ayer
empezaste a beber —afirmó apartando su lenitiva caricia.
El dolor volvió al instante.
—Está bien, lo capto. Estoy castigado —resopló disgustado—. ¿Tienes
plátanos? —Nini le señaló el frutero. Cogió dos. No le apetecía desayunar
en la cantina, como solía hacer. Estaba resacoso, Cirila lo sabría nada más
verlo y se disgustaría. Y prefería no disgustarla estando tan cerca su
cumpleaños. Sería tentar a la mala suerte. Era mejor no darle excusas para
que se marchara—. ¿Habéis visto mi ropa?
—Estás muy guapo, Jay, como siempre. Los pantalones le sientan como
un guante a tu trasero duro y tus piernas bien formadas. El polo también
deja intuir que tienes el abdomen y los brazos tonificados —señaló Nini con
cariño.
Jaime sintió que las orejas se le ponían rojas. Parpadeó una vez. Dos. Y
se tragó el último de los dos plátanos antes de decir:
—No me refiero a la que llevo puesta ahora, sino a la que llevaba ayer...
—¿La has perdido? Debes tener más cuidado, Jay, las noches ya no son
tan frías, pero tampoco hace calor para andar desnudo por la calle de
madrugada. Me preocupa muchísimo tu falta de memoria, eres demasiado
joven para que tus conexiones neuronales empiecen a fallar. Tal vez el
abuso de alcohol tenga algo que ver. —Lo miró apesadumbrada.
—Eh, no. No la he perdido. Anoche la llevaba puesta cuando llegué... —
Tomó una taza de café y se sirvió seis tostadas que procedió a ungir
generosamente con aceite y azúcar.
—Ah, pero ¿recuerdas haber llegado a casa? —intervino Sin maliciosa.
Era divertido ver cómo su madre, con toda su afabilidad y suavidad, le
ponía los puntos sobre las íes.
—Sí —mintió—. Vamos, joder, ¿dónde habéis puesto mi ropa? —Dio un
bocado con el que se llevó media tostada. Por mucha resaca que tuviera, el
hambre era más fuerte. Lo que le recordó que llevaba sin comer desde la
tarde anterior en la cantina. Estaba famélico.
—En la lavadora. Apestaba —señaló Mor apiadándose.
—No me jodas, el móvil está en los vaqueros. —Se levantó de golpe casi
tirando la silla.
—Nop, está en el salón, lo soltaste allí al entrar en casa.
Jaime asintió aliviado y fue al comedor. Poco después entraba a la cocina
sonriente al ver que tenía mensajes de Iris.
Su sonrisa se convirtió en una mueca de espanto al leer el último.
—Jay, cariño, ¿qué ocurre? —le preguntó Nini al ver que su rostro
perdía todo color. Mor y Sin también lo miraron preocupadas, parecía haber
visto un fantasma.
—Nada... —Buscó la ventana con la mirada. Estaba cerrada, por eso le
faltaba el aire—. Me largo, tengo que... hacer cosas —improvisó sin aliento.
Salió de la cocina dejando las tostadas en el plato y el café sin beber.
—Jay, campeón, para —le reclamó Sin siguiéndolo cuando entró en el
pinar que separaba Descendientes de Tres Hermanas.
—Quiere saber cuándo es mi cumpleaños —jadeó angustiado
doblándose por la cintura, las manos apoyadas en las rodillas. Le dolía el
corazón como si estuviera a punto de partírsele por la mitad, igual que los
pulmones.
—¿Iris? —Jaime asintió—. Díselo.
—Ni de coña. Querrá celebrarlo, tú no sabes cómo es, para ella todo es
fiesta y diversión... —Trató de llevar más aire a sus pulmones, el que
entraba no era suficiente.
—Dile que no quieres celebraciones. —Le apretó los hombros y bajó por
su espalda, masajeándosela en círculos.
El frenético palpitar del corazón de Jay se calmó un poco, pero seguía
faltándole el aire.
—Paso. Es mejor que no se entere hasta que hayan pasado un par de
meses, así no tentaré a la suerte. —Si no sabía cuándo era, no podría
largarse.
Esa argucia le había dado resultado el año que conoció a Sin y a su
familia. No les dijo cuándo era su cumpleaños y ellas seguían allí, con él.
No habían desaparecido. Solo tenía que pasar ese aniversario sin que Iris lo
supiera y se rompería la maldición.
Ese pensamiento lo tranquilizó un poco y el aire entró de nuevo en sus
pulmones.
—¿Qué quieres decir con eso? —le reclamó Sin.
—Nada. Da igual. Te veo luego. —Se despidió con un apresurado pico.
—Campeón... —Jaime detuvo su huida—. Es solo una jodida fecha, no
permitas que te amargue. No le des ese poder.
—Ya. Sí. Eso haré.
Atravesó el pinar, pasó de largo Descendientes y continuó hasta los
prados. Entró en el paddock de Canela y este lo miró curioso moviendo las
orejas.
Jay fue directo a él y se abrazó a su cuello; en respuesta, el alazán bajó la
cabeza apoyándola en su hombro en un abrazo caballar que fue un bálsamo
para el maltrecho corazón del muchacho. Sacudió la testa golpeándole con
suavidad la espalda y le restregó la cabeza con los belfos en un beso acuoso
que lo hizo sonreír.
—Para... Me estás llenando el pelo de babas —protestó Jay sin apartarse.
Canela lo tomó como una invitación a darse un festín con su oreja.
Prefería la calva del hermano mayor, estaba más rica, pero las orejas de su
amigo tampoco estaban mal.
—¡No! ¡Quieto! ¡Mi oreja no es el cráneo de Jules! ¡No es comestible!
—exclamó estremeciéndose por las cosquillas que la lengua del caballo le
provocaban.
Se apartó secándose la oreja con el borde de la camiseta. Canela lo
siguió haciendo pedorretas con los belfos en una clara advertencia de lo que
ocurriría si volvía a pillarle la oreja. Jay echó a correr. Canela lo persiguió
inclemente, atrapándolo contra los pastores electrificados y, antes de que
pudiera volver a escaparse, le pegó un tremendo lametón en la oreja y soltó
un relincho vencedor. Jay estuvo a punto de mearse de la risa.
Volvió a abrazarse al caballo y, de súbito, se agarró a sus crines y lo
montó de un salto. Sin silla, cabezada ni ningún tipo de equipo. Solo él y
Canela, piel con piel. O casi. Se quitó la camiseta desnudándose el torso y
se tumbó sobre el lomo del animal, su pecho y su cara en contacto con el
suave manto rojizo.
Canela soltó un potente relincho.
—No me pasa nada —contestó frotando la mejilla contra el
aterciopelado pelaje.
Canela resopló incrédulo y se dirigió al extremo del paddock donde
acababa de vislumbrar una brizna de hierba que, por descontado, estaría
mejor en su estómago.
Jaime se dejó acunar por su calor mientras se obligaba a relegar a un
oscuro rincón de su mente todos los pensamientos que no quería tener. Sin
tenía razón, solo era una puta fecha, nada más. No iba a dejar que le
arruinara la vida.
Se sentó erguido y sacó el móvil al sentirlo vibrar. Iris había subido
nuevas historias a Instagram. Abrió la app y tardó un segundo en asimilar lo
que estaba viendo.
Iris estaba en un comedor que no era pequeño, pero que estaba tan
abarrotado que parecía diminuto. Era como entrar en el camarote de los
Hermanos Marx. De hecho, Jay podría jurar que en el camarote de la
película había menos gente que allí.
—No me jodas...
Canela respondió con un resoplido.
—No seas susceptible, no iba por ti. —Le dio unas palmaditas y volvió a
tumbarse sobre él mientras miraba los vídeos que Iris había subido.
Allí estaban los Repes y Sardi, y unas veinte personas. Parpadeó al
fijarse en una anciana ataviada a la moda de 1900 con un vestido de raso,
escote drapeado y falda larga hasta los tobillos e inflada en el trasero, como
si llevara un polisón. Hasta lucía un sombrero con plumas. Sonrió al intuir
que sería la peculiar abuela de Iris. La pelirroja sería su tía Ariel, la que le
enseñó a pelear; la morena que tocaba la guitarra, su tía Sara, y el anciano
del sillón orejero, su abuelo. Reconoció a sus padres, pero no a las parejas
que estaban con ellos, imaginó que serían los tíos de Iris y algunos amigos
de la familia. Completaban la escena un par de niños, dignos herederos de
Iris, que corrían por el salón persiguiéndose a toda velocidad y esquivando
a duras penas a los allí reunidos.
Desde luego, la familia de Iris la componían unas cuantas personas.
Él también tenía una familia numerosa. En Eslovenia. Tenía tíos y
primos a los que nunca había visto. ¿Cómo serían? ¿Se parecería a ellos? Él
no se parecía mucho a Cirila, pero ella decía que era clavado a su abuelo. Y
en la foto que conservaba de este parecían gemelos. A lo mejor había salido
a la familia de Ciri y no a la de Jethro. Desde luego, no se parecía —ni
quería parecerse— a su padre. Jethro era moreno de piel, mientras que él
era blanco como la leche, igual que Cirila. También tenía su nariz
respingona. Sonrió risueño al darse cuenta de que sí se parecía en algo a su
madre.
Un repentino apagón en el móvil lo sacó de sus pensamientos. El salón
estaba a oscuras y la gente guardaba un solemne silencio. De improviso, la
madre de Iris se asomó a la puerta cantando Cumpleaños feliz con una
jodida tarta llena de putas velas encendidas. Apagó el móvil, no le apetecía
ver cómo las soplaba.
31
JayHorse_16.08
Sé q no t lo digo a menudo, pero t quiero mogollón. Eres el
mejor hermano q un capullo como yo puede tener.
Julio.Santos_16.09
Jaime, ¿qué ocurre? ¿Estás bien?
¿A qué viene eso?
JayHorse_16.09
Joder, mira q eres dramas, Jules. No me pasa nada, solo
quería q lo supieras.
X si acaso.
Julio.Santos_16.10
¿Por si acaso, qué? Te llamo.
JayHorse_16.10
No le hagas caso, Julio, este inserte palabrota sí que es un
dramas. Solo va a lanzarse en tirolina, pero actúa como si
fuera a hacerlo desde el Everest... Yo creo que se ha hecho
caquita en los pantalones. Desde luego, algo huele a podrido
a su alrededor (^_~).
Julio.Santos_16.12
¿Iris?
JayHorse_16.14
La muy cabrona me ha robado el móvil. No me he hecho
caquita, no le hagas caso, está loca.
—¿Seguro que no? A mí me parece ver una mancha oscura en tus vaqueros,
a la altura del trasero...
—No me jodas, reina, hace falta mucho más para que me cague encima
—sentenció Jaime comprobando por enésima vez que el arnés estuviera
bien enganchado.
Se asomó al borde de la plataforma en la que estaba. La misma
plataforma de la que se lanzaría si no se le ocurría una excusa cojonuda
para escaquearse sin quedar como un cobarde. Había por lo menos un
millón de metros en caída libre. Bueno, va, tal vez no tantos, pero por ahí
andaban.
—Eh, Jay, si no te mola, no hace falta que te tires —le dijo Iris
abrazándolo.
Estuvo a punto de darle un infarto al sentir que se desestabilizaba.
—Joder, reina, no te acerques, hostia, que me vas a hacer perder el puto
equilibrio...
—Vale, lo siento. —Levantó las manos en señal de rendición—. ¿Por
qué no lo dejas para otra ocasión? Baja, descansa un poco y luego hacemos
el circuito X-Trem.
—Claro... —sopló Jay. Ese circuito consistía en inestables pasarelas de
tablones, cuerdas sobre las que debían andar cual funambulistas y oscilantes
puentes de redes que iban entre los árboles a veinte metros sobre el suelo—.
¿Bajamos y hacemos el circuito?
Iris lo miró confundida.
—Yo voy a tirarme. Es mi autorregalo de cumpleaños —dijo
entusiasmada—. Tú baja y ve al inicio del circuito. Te veo allí dentro de un
rato...
Y, sin más aviso, se tiró. Su carcajada entusiasmada resonó por todo el
valle.
Jay miró el puntito cada vez más lejano que era Iris y se asomó de nuevo
a la plataforma.
—¿Vas a tirarte? Hay cola... —le preguntó el monitor enarcando una
ceja.
Jay asintió y, sin pensar demasiado lo que iba a hacer, saltó.
Julio.Santos_16.38
¿Sigues vivo y sin nada roto?
JayHorse_17.01
Vivito, coleando y con los pantalones limpios. Soy un crack
>^_^<.
***
Martes, 2 de abril
JayHorse_13.48
Q guarda Darth Vader en la nevera? Helado oscuro ( )/.
Irisadas_13.58
¿Tengo que reírme? Es malísimo.
JayHorse_13.59
Tú sabrás si quieres probar el helado oscuro q he comprado
d postre, aunq antes deberás comerte unas empanadillas
raras q, jugándome la vida, le he robado a Ciri del expositor.
T espero abajo, soy el q lleva la cesta
de pícnic bajo el brazo ( ).
Miércoles, 3 de abril
Irisadas_17.53
En Hawái no te hospedan: te alohan >^_^<.
JayHorse_17.54
Ni haciéndolo aposta t sale un chiste tan malo (#×_×).
Cualquiera diría q una ingeniera con un cerebro d la hostia
contaría chistes mejores (^_~).
Irisadas_17.55
(ò_ó) Hay diez tipos de personas
en el mundo: los que saben binario
y los que no.
JayHorse_17.55
¿Ja, ja, ja? X favor, reina, cúrratelo
un poco más...
Irisadas_17.57
Tú te lo has buscado. Luego no me vengas llorando porque
no lo entiendes (¬_¬). En una fiesta de funciones está
bailando «seno de x» con «coseno de x». «Seno de x» se da
cuenta de que «e a la x» está sentado solo en un extremo de
la pista. Se le acerca y le dice: «¡Ven
a bailar, intégrate!». Y él le responde: «No, ¿para qué? Si da
igual».
JayHorse_17.59
(*_*)
***
Cuando nuestro prota hace gala de una pizca de mala leche y no poca
picardía.
Sábado, 6 de abril
—Podríamos ir a las camas elásticas —propuso Jay con gesto inocente
cuando salieron del restaurante en el que habían comido.
Iris arqueó una ceja y se cruzó de brazos para evitar atacarlo con un ashi
barai al pie adelantado y hacerlo dar con sus huesos, preferiblemente los
del trasero, en suelo. No quería que la acusara de violenta. Porque no lo era.
Querer matar a alguien puntualmente no era ser violenta, era que le estaba
tocando las narices. Y mucho.
—¿Eres tonto o te lo haces?
Jaime se llevó la mano al pecho, impactado.
—¿Acabas de soltar una palabrota o son mis oídos, que me engañan?
—«Tonto» no es una palabrota, es un adjetivo que te describe a la
perfección. —Le clavó el índice en el pecho.
Jay le aferró la mano y dio un tirón, arrimándola a él. Le plantó la mano
en el culo y la besó. O lo intentó, porque ella le atrapó el labio inferior con
los dientes y gruñó amenazante. Y, a ver, él no la veía capaz de hacerle
daño, pero tampoco iba a arriesgarse. Chinchar a Iris era, además de
divertido, peligroso para la salud.
—Vale —farfulló. No era fácil hablar con el labio inmovilizado—. Nada
de camas elásticas. —Ella lo soltó—. ¿Qué te parece si vamos al rocódromo
a escalar? —planteó con sonrisa pícara.
—¡Te voy a cortar la cabeza! —estalló ella lanzándose a por él.
Jay la esquivó y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
Iris lo persiguió, aunque no las tenía todas consigo para atraparlo.
Normalmente estaban a la par en velocidad, aunque Jay, como tenía las
piernas más largas, avanzaba más. Pero ese día ella llevaba tacones de siete
centímetros y su velocidad se había reducido drásticamente. La ajustada
minifalda que vestía tampoco ayudaba. De hecho, era la causa de que se
viera en esa situación. Jaime, el muy malvado, no había dejado de
proponerle actividades incompatibles con una prenda tan corta y ceñida, a
menos, claro, que quisiera enseñar a todos los presentes el tanga de encaje
rojo que llevaba.
Como punto positivo se daba la circunstancia de que Jay no podía dejar
de mirarla y decirle que estaba preciosa, añadiendo que se moría por
meterla en un baño, arrodillarse ante ella, levantarle la minifalda y comerle
el inserte sinónimo soez de los genitales femeninos.
Jaime detuvo su carrera y se dio la vuelta buscando a Iris, jamás tardaba
tanto en alcanzarlo y tirarlo al suelo con una de sus llaves. Aunque también
era cierto que los botines de tacón de aguja que calzaba debían de
ralentizarla un huevo.
Joder. Estaba guapísima con esa minifalda vaquera con parches de
estrellitas doradas y corazoncitos rojos. Era la prenda más alegre que había
visto nunca. Tan alegre como lo era Iris. El animado jersey de rayas de mil
colores era el complemento ideal.
La esperó mientras avanzaba hacia él desconfiando de su inmovilidad.
—¿No vas a salir huyendo?
—Pierde toda su gracia cuando no puedes atraparme. Además, he
pensado que podríamos ir a...
—Cuidado con lo que dices —lo amenazó con mirada fiera.
—El hachódromo —finalizó Jay—. No creo que lanzar hachas con
minifalda sea indecoroso. Aunque sí puede servir para ganar. —Arqueó las
cejas guasón. Iris entrecerró los párpados—. Si te inclinas, enseñarás el
tanga y despistarás a nuestros contrincantes...
—Eres un... ¡inserte palabrota! —Lo empujó riéndose a mandíbula
batiente.
—¿Eres consciente de que, al decir «inserte palabrota» en lugar de la
palabrota que estás pensando, le quitas toda la fuerza al insulto?
—Tienes razón. Mejor te corto la... ¡Jules!
—¿Me cortas qué? —La miró como si se hubiera vuelto loca.
Iris lo esquivó y echó a correr hacia un hombre con la cabeza rasurada y
tan alto como Jay que paseaba por el X-Madrid de la mano de una niña de
mirada pizpireta. Los acompañaba una morena de gesto dulce que empujaba
una silla de ruedas ocupada por una niña de sonrisa traviesa, que era gemela
de la que acompañaba al hombre.
—¡Jules! ¡Qué alegría! ¿Sabes quién soy? Quizá no me recuerdas...
—Eso sería imposible, Iris —la saludó Julio—. Jay no hace más que
hablar de ti.
—¿En serio? Vaya..., eso no me lo habías contado. —Se giró hacia Jaime
y se agarró a su brazo cual koala.
—No le hagas ni caso, es un exagerado —resopló Jay, las orejas rojas
como tomates.
—Tus orejas te delatan —se burló Iris tendiéndole la mano a la morena
—. ¡Hola! Tú debes de ser Mor. La cuñada de Jay. También habla mucho de
ti. Y vosotras..., a ver... —Fingió pensarlo—. ¡Ya lo sé! ¡Las sobrinas
favoritas de Jay del mundo mundial! Leah, la mejor amazona de todos los
tiempos, me ha chivado un pajarito que has ganado varios concursos —le
guiñó un ojo a la niña de la silla de ruedas—, y Larissa, la reportera más
dicharachera del universo —le tendió la mano con seriedad y esta se
apresuró a tomársela con idéntica gravedad—, espero que me tengas
puntualmente informada de todo lo que hace el tragaldabas de tu tío... —
Arqueó las cejas.
—¿Qué es «tragaldabas»? —inquirió Larissa desconfiada.
—No es un insulto. Ella no... los dice —señaló Leah.
—Significa «tragón» —explicó Iris—. ¿Tenéis una idea de lo que come
vuestro tío? Hemos ido a un bufet y nos han pedido que nos marcháramos
porque ha acabado con toda la comida que tenían para hoy —afirmó muy
seria.
—¡Eso es mentira! —exclamó Larissa antes de mirar a su tío y
preguntarle—: ¿Verdad?
—No le hagáis ni caso, es una exagerada de narices, yo no como tanto ni
de coña —bufó inclinándose para abrazarlas y cubrirlas de besos. Esa
semana la habían pasado con su madre y las había echado mucho de menos.
—La verdad es que sí comes tanto —apuntó Larissa.
—Siempre... que no co-cine... papá —apostilló Leah.
—¿Estáis insinuando que cocino mal? —inquirió Julio fingiéndose
molesto.
—¡Sí! —gritaron a la vez tío y sobrinas. Mor mantuvo silencio por amor
a Julio, no porque les faltara razón.
—Vale, tomo nota... —Julio miró amenazante a su familia.
Iris estalló en carcajadas y se lanzó hacia él envolviéndolo en un fuerte
abrazo.
—¡Cómo me alegro de verte de nuevo! ¡Y de conoceros! —Miró risueña
a las niñas. Soltó a Julio y enhebró el brazo con el de Mor—. Jay me ha
dicho que eres fisio y haces terapias equinas. ¡Tiene que ser una pasada! Me
encantaría conoceros mejor a las tres, Jay asegura que sois la caña de
España —afirmó sonriente—. ¿Qué os parece si nos tomamos un helado
mientras nos ponemos al día? Jay invita. —Lo miró maliciosa y le guiñó un
ojo—. Es lo mínimo que puede hacer para resarcirme de ser tan inserte
palabrota. ¿Sabéis dónde quería que fuéramos? ¡A las camas elásticas! ¿A
que no imagináis para qué? ¡Para verme las bragas! ¡Como si no fuera a
vérmelas esta noche! —Se echó a reír a carcajadas contagiando a Mor
mientras las llevaba hacia la heladería.
—Ya veo que sigue sin tener filtros —comentó Julio mirando a su
hermano.
—Ni te lo imaginas... —bufó Jay, las orejas a punto de ignición.
—¿En serio vas a dejar que el tío te vea las bragas? —indagó Larissa
interesada.
Iris abrió la boca, volvió a cerrarla y se mordió los labios dubitativa.
—¿Crees que no debería dejarlo? —le preguntó muy seria a la niña.
—Los chicos no deben ver las bragas de las chicas —declaró Larissa.
Leah aprobó las palabras de su hermana con un vehemente asentimiento.
—¡Vaya! Pero si vuestro tío me ha dicho que no pasaba nada si se las
enseñaba. Eso sí, solo a él... ¿Eso significa que me ha mentido?
Las niñas miraron escandalizadas a Jay.
—No le hagáis ni caso, es una cuentista... —se defendió este; ya no solo
eran las orejas lo que tenía rojo, sino toda la cara.
—¿Estás diciendo que es mentira eso que me has dicho de levantarme la
falda y...?
Jay la abrazó tapándole la boca antes de que pudiera terminar la frase.
—Te vas a quedar sin helado como sigas por ahí —la amenazó con voz
grave.
Ella, sin pensarlo dos veces, mordió los dedos que la callaban y, ante el
alarido quejumbroso de Jay, estalló en carcajadas. No fue la única.
—Joder, reina, tienes sierras en vez de dientes... —se quejó este
sacudiendo la mano.
—Espera..., ¿lo oís? —Se quedó muy quieta—. ¡Start Me Up de los
Rolling! ¡Es la mejor canción del mundo mundial! ¿No se os mueven los
pies solo con oírla? ¡Tengo que bailarla! ¿Os apuntáis?
—¿Dónde vas a hacerlo? —inquirió Larissa con timidez, eso de bailar en
mitad del centro comercial le daba un pelín de vergüenza.
—En la pista de baile, por supuesto.
—No hay pis-ta... de baile —repuso Leah.
—Claro que sí. Está ahí mismo. —Iris señaló una placita delimitada para
patinar y le preguntó a Julio—: ¿Puedo robarte a tus hijas cinco minutos?
—Claro.
—¡Genial! ¡Vamos, Mor, es la hora de bailar! —Agarró la silla de ruedas
y la empujó presurosa a la recién nombrada pista de baile. Mor y Larissa no
dudaron en seguirla.
—Menudo tornado es —comentó Julio mirando fascinado a la morena
por la que su hermano bebía los vientos. Sus sonrisas contenían toda la
alegría del mundo.
—No lo sabes tú bien, a veces es agotadora.
—Lo bueno es que no te vas a aburrir nunca con ella —apuntó divertido.
—Y tanto. Oye, Jules... —Jay bajó la cabeza, esquivando la mirada de su
hermano.
—¿Qué pasa, Jaime? —inquirió Julio de repente alerta.
Jay removió los pies incómodo mientras se frotaba la nuca.
—Sé que te va a parecer raro, pero, por favor, no menciones a Cirila
delante de Iris. En cuanto vuelvan de bailar voy a llevarme a Iris a comprar
los helados, así que aprovecha para decírselo a Mor y a las niñas, ¿vale? No
quiero que nadie diga nada de Ciri, ¿OK?
—¿Por qué?
—¿Qué más da? Haz lo que te pido y punto —susurró irritado.
—Ni de coña, Jaime, no voy a hacer algo así sin saber por qué.
—¡Joder! —Miró inquieto la improvisada pista de baile—. Porque no le
he dicho que es mi madre... Cree que es la cocinera de la cantina a la que le
robo la comida.
Julio lo miró pasmado.
—¿Por qué narices has hecho eso?
—Porque cuando nos conocimos le dije que no tenía padres y no ha
vuelto a salir el tema —bufó intranquilo, la canción estaba a punto de
acabar.
—Porque tú no habrás querido que saliera —lo acusó Julio.
—Vale, joder, ha sido porque no he querido —reconoció nervioso, se le
echaba el tiempo encima—. No le menciones a Ciri, ¿de acuerdo?
—No, no estoy de acuerdo. No tiene sentido que se la ocultes y le
mientas sobre ella.
—¿Para qué coño voy a decirle que tengo madre si Ciri antes o después
se irá? Así me ahorro explicaciones.
—Pero ¿qué cojones dices, Jay? Cirila no se va a ir...
—¿No? ¿Estás seguro? Porque yo no —lo exhortó frenético—. Quiero
creer que sí, que se va a quedar, pero una parte de mí —se golpeó el pecho,
le faltaba el aire— está segura de que se va a ir. —«Este puto 20 de abril sin
ir más lejos»—. ¡Joder! —La canción acabó—. No quiero hablar de esto
ahora, Jules. Déjalo estar, ¿vale? Y tampoco menciones mi puto
cumpleaños —exigió amenazador.
—Jaime...
—Ya vienen, por favor, Jules —rogó jadeante.
Julio asintió con un gesto.
—Me muero de calor. ¿Vamos a por el helado? —propuso Iris cuando
llegaron a ellos. Se paró en seco al ver la cara de Jaime y su pecho
sacudiéndose agitado. Sonrió, lo abrazó y le besó el cuello, bajo la oreja—.
¿Estás bien? Tienes mala cara —susurró.
—Estoy de puta madre, reina —afirmó, y no mentía. Ahora que le había
arrancado el compromiso a su hermano, el aire volvía a circular por sus
pulmones—. Vamos a por ese helado. ¿De qué lo queréis?
Leah lo quería de vainilla, Larissa de chocolate y Mor de menta. Julio no
quería.
—El mío será de tomate y piña —anunció Iris.
—Yo no pido esas asquerosidades, así que te toca venir conmigo y
pedirlo tú —apuntó Jay cogiendo la oportunidad al vuelo.
—¿Quieres un helado de tomate y piña? —Larissa la miró poniendo cara
de asco.
—Vaya... mezcla —señaló Leah.
—No bebo alcohol, no fumo, no me drogo y no digo palabrotas, alguna
excentricidad debo tener. No sería justo que fuera absolutamente perfecta
—declaró.
—No digas gilipolleces, reina, eres absolutamente perfecta —rebatió Jay
ciñéndole la cintura y dándole un buen morreo, al que ella puso fin con un
barrido al pie adelantado que lo mandó de culo al suelo—. Eso, por
provocarme antes. —Le guiñó un ojo.
—¡Has tirado al tío Jay! —jadeó Larissa—. ¿Cómo lo has hecho?
¡Enséñame! —La miró como si fuera su nueva superheroína favorita, mejor
aún que las de Marvel.
—Te estás jugando el quedarte sin helado —la amenazó Jay antes de que
pudiera convertir a su sobrina en una máquina de tirar a la gente inocente al
suelo.
—Y tú, el retozar conmigo esta noche... —le impugnó ella con una
amenaza mucho más potente.
Jay parpadeó una vez. Dos. Y decidió que había amenazas que era mejor
no tomarse a la ligera.
—Vale. Tendrás tu helado, pero tienes que acompañarme. —Le dio la
mano guiándola a la heladería. Giró la cabeza para lanzarle una mirada
suplicante a su hermano.
—¡Me encanta la novia del tío! —afirmó Larissa emocionada—. ¡Es la
caña!
—Sí que lo es. Un chica encantadora y alegre, muy vital —apuntó Mor.
Entrecerró los ojos al ver la mirada que Julio y Jaime intercambiaron—.
¿Qué ocurre?
Julio apretó los labios malhumorado y se acuclilló para mirar a sus hijas
a los ojos.
—Tengo que pediros un favor de parte del tío. Es muy importante para
él...
***
Cuando nuestra pareja favorita descubre que uno más uno no tiene por qué
ser necesariamente dos. Depende de la cantidad de gente dispuesta a
unirse a la pareja. O al trío. O al grupo indeterminado de personas que
estén metidos en el ajo.
***
—¿Qué te parece si buscamos un rincón menos expuesto? —gimió Jaime
amasándole el culo. Como Iris siguiera frotándose así, iba a correrse en los
pantalones.
—Vale —aceptó ella de inmediato—, esto es demasiado público para mi
gusto...
—No me jodas que te da corte. —La miró pasmado porque, tal y como
se comportaba, no lo parecía.
—Es más bien que me resulta raro. Siento que estamos demasiado
vestidos y desentonamos con el ambiente y la gente que hay aquí, pero a la
vez soy incapaz de quitarme la ropa porque mis padres me enseñaron que
no debía despelotarme en público y me siento incómoda haciéndolo. A no
ser que... ¿Te apetece un baño?
—¿Un baño?
—Sí. En la piscina que tienen montada al final del pasillo.
—Allí la gente está igual de desnuda que aquí —señaló Jay.
—Sip, pero es una piscina, es normal llevar poco o nada de ropa en ellas.
¿Te has bañado alguna vez desnudo en el mar?
—Pues no.
—Yo sí, y es la releche. —Se puso en pie y Jaime la imitó para, acto
seguido, taparse la entrepierna tal y como venía haciendo desde que habían
entrado en el Lirio.
—No seas tan tímido, Morritos, aquí todos están orgullosamente
empalmados y tú no tienes nada que envidiarles, más bien al contrario.
¡Vaya! ¡Por eso lo haces! ¡Pero qué buena persona eres! Sabía que eras un
encanto pero no imaginaba que tanto —le envolvió la cara entre las manos
y le plantó un beso de padre y muy señor mío.
—¿Qué coño estás diciendo? —jadeó aturdido cuando se separaron.
—Te he pillado, no disimules. Sé por qué te estás tapando el pincelín.
Porque es enorme y no quieres que los demás lo vean y se acomplejen.
La miró como si se hubiera vuelto loca.
—Joder, reina, se te ha ido la olla por completo. Yo no... ¿De verdad
crees que tengo una polla enorme?
—No tanto como ese de ahí, pero casi. —Le señaló a un hombre con una
verga gigantesca que se estaba masturbando para una pareja—. Y lo
prefiero, no creas, dudo que un príncipe azul cielo que se precie tenga un
aparato tan descomunal. A ver, tiene que vencer al dragón con una lanza, no
con una manguera.
Jaime se imaginó a un príncipe azul polla en mano atacando a un dragón
y le entró una risa incontenible.
—Si lo miras por el lado defensivo —comenzó a decir entre risas—, usar
la polla puede ser una buena estrategia..., porque si el dragón le lanza fuego
siempre puede intentar apagarlo meándolo. —Casi no pudo acabar la frase
antes de romper en carcajadas.
—¡Serás guarro! —exclamó Iris estallando en una escandalosa risotada.
—Calla, joder, no te rías así. Nos está mirando todo el mundo...
—Has empezado tú.
—Pero yo soy más discreto.
—¿Con ese pincelín? Ni por asomo —repuso maliciosa agarrándole el
paquete. Se lo amasó libidinosa—. Vamos a buscar esa piscina.
—Joder, sí.
No tardaron en encontrarla. Y eso les planteó otro conflicto.
—¿Crees que estará limpia? —Iris metió el pie en el agua, estaba divina.
Se habían quitado la ropa en los vestuarios y estaban en pelotas al borde
de la humeante piscina que ocupaba gran parte de la sala.
Jaime la miró confundido.
—Aquí no hay niños, y dudo que los adultos se hagan pis en el agua...
—Pis no, pero seguro que sí eyaculan.
Jaime parpadeó una vez. Dos.
—Joder. No lo había pensado. —Miró la piscina con resquemor.
—Lo mismo el agua está llena de diminutos y monísimos
espermatozoides nadando en un océano de cloro y terribles productos
químicos que los están matando mientras buscan desesperados un óvulo
fecundable en el que perpetuarse...
Jaime la miró aturdido.
—Estás de coña, ¿no?
—Pobrecitos, tan perdidos y voluntariosos. Me dan tanta pena. —Lo
miró compungida, la sombra de una sonrisa asomando a sus labios.
—Eres una cabrona... —La empujó tirándola a la piscina, lo que hizo
que las parejas que retozaban en esta los miraran molestos. Ahí se iba a
follar, no a jugar—. Lo siento... —pidió disculpas a toda la sala en general
con las orejas a punto de echarle humo.
Volvió a taparse las joyas de la familia y se metió en el agua esperando
sentirse menos desnudo. Pero el agua era incolora, por lo que tapar, lo que
se dice tapar, tapaba poco. Pegó la espalda al borde y miró a su alrededor
sofocado.
Aunque todavía era pronto para los estándares de la noche, ya había
bastante gente en la piscina totalmente dedicada a sus asuntos, que no eran
otra cosa que follar. De todas las maneras imaginables y de muchas
inimaginables. Los clientes del Lirio Negro tenían una imaginación de la
hostia. Algunos, además, también tenían una flexibilidad de la hostia. Jay
había visto dúos, tríos y todo tipo de conjuntos numéricos haciéndoselo en
posturas que él no se atrevería a realizar ni en sueños por temor a
descoyuntarse. Allí todo el mundo iba a su rollo y reinaba un respeto
absoluto a la hora de abordar cualquier interacción, a pesar de que las
parejas, tríos y demás combinaciones se intercambiaban continuamente en
una búsqueda incesante de placer. De vez en cuando alguien se fijaba en
ellos y les sonreía apreciativo, en su mirada una pregunta no formulada. En
respuesta, Iris y Jay contenían una risita nerviosa y negaban con gesto
diplomático.
Julio les había advertido de que no mirasen fijamente a los demás.
Podían observar y ser observados mientras follaban y eran follados, pero
una mirada insistente podía ser considerada una invitación a jugar con
ellos. Y lo último que Jaime quería era que algún pichatiesa se diera por
aludido y les propusiera unirse al polvo, si es que conseguía follar, algo que
no tenía muy claro. Porque, empalmado estaba, pero de ahí a metérsela a
Iris...
—Joder, esto es un corte —le susurró a Iris al oído apartando la mirada
de una rubia que, a cuatro patas en el borde de la piscina, se comía la boca
con una pelirroja mientras dos mendas lerendas, uno por mujer, las
taladraban por detrás.
—No pienses en los demás, ellos están a su bola y nosotros a la nuestra.
—Iris escaló por su cuerpo y le envolvió las caderas con las piernas y el
cuello con los brazos, enredándose en él cual boa.
—Vale, pero no sé si voy a poder...
—Armamento no te falta —murmuró contra sus labios a la vez que se
columpiaba contra su erección.
—Y ganas tampoco —suspiró besándola.
Se olvidaron de todo. De la gente, de los jadeos y los gemidos que
acompañaban a la música ambiental, del ondular del agua. Se besaron y se
acariciaron hechizados por el tacto acuoso de sus pieles, por la manera en
que resbalaban sus cuerpos y los sonidos que hacían al chocar. Hasta que,
cuando iban a dar un paso más, les falló la logística.
—¿Sabrás ponerte el condón en el agua? —le preguntó Iris cuando fue a
penetrarla.
Jaime la miró desubicado hasta que comprendió por qué lo decía.
—No creo que se pueda. Me cago en la puta... —gruñó.
Iba a tener que salir del agua para A) hacerse con un condón de las
cestitas situadas en las mesas y B) ponerse la puñetera gomita delante de
todo el mundo y en penumbra, lo que era a la vez bueno y malo. Bueno,
porque así se le vería menos y no le daría tanto apuro, y malo porque no se
veía un carajo, lo que complicaba la delicada operación.
—¿Y si pasamos del preservativo? —propuso—. Sigues tomando la
píldora, ¿no?
—Sí, pero...
—Sí, cierto, no protege de ETS —replicó enfadado. No porque tuviera
que ponerse condón, sino porque acababa de recordar el motivo por el que
debía ponérselo: porque su relación (esa que afirmaba no tener) era
jodidamente abierta.
—¿Lo has hecho con alguien sin protección? —le preguntó Iris.
—Ya te dije que no —resopló malhumorado.
—Hace dos semanas. —La miró confundido—. Me lo dijiste hace dos
semanas —especificó ella—. En ese tiempo puede haber cambiado la
situación...
—Pues no ha cambiado. Solo lo he hecho contigo. Sin condón —se
apresuró a definir. El orgullo manda, y no pensaba reconocer que solo se lo
montaba con ella si ella no hacía lo propio—. ¿Y tú? —La miró interesado,
deseando oír que no lo había hecho con nadie, sin condicionantes.
—Ídem —replicó Iris sin aclarar lo que él realmente quería saber.
—Genial, entonces propongo que lo hagamos sin nada porque de verdad
de la buena que veo complicado de cojones ponerme una goma.
—Sí que parece bastante peliagudo —coincidió Iris flotando panza
arriba en el agua—. Podríamos comprometernos... —planteó como si tal
cosa.
—¿Comprometernos? ¿Como en las novelas románticas de la Regencia?
—repuso pasmado—. No jodas, reina, ni siquiera voy vestido de azul
cielo... —bufó.
—¡No seas inserte palabrota! —Lo salpicó juguetona—. Me refiero a
que podríamos llegar a un acuerdo. —Apoyó los brazos en el borde de la
piscina y la barbilla sobre estos en la viva imagen de la indiferencia. Algo
que ni de coña sentía.
—¿Qué tipo de acuerdo? —requirió interesado.
—Nos comprometemos a no hacerlo con nadie sin protección. Excepto
entre nosotros. —Fijó sus ojos eléctricos en él—. Cuando estemos juntos,
no habrá barreras.
Jaime la miró atónito, más claro no podía decirlo, pero, por si acaso,
puntualizó:
—Eso significa que solo lo harás conmigo. Sin condón —se acordó de
añadir.
—Y que tú solo lo harás conmigo. Sin condón —replicó Iris haciendo la
misma pausa en la afirmación que él.
Jaime tragó saliva, el corazón bombeándole a mil por hora al ser
plenamente consciente de la confianza ciega que Iris depositaba en él. Igual
que él en ella.
—Joder, reina... No te arrepentirás de confiar de mí.
—Lo sé. —Selló el acuerdo con un beso que dio paso a muchos más.
Domingo, 7 de abril
—¿Quién será? —Larissa soltó el tenedor cargado de comida en el plato y
se asomó al pasillo al oír que se abría la puerta de la calle—. ¡Es el tío Jay!
—Echó a correr hacia él—. ¿Has traído a Iris? —Lo rodeó buscándola—.
Jopetas, no. ¿Dónde está?
—Ahora mismo, volando a Alemania. —Le dio un beso, entró en la
cocina para besar también a Leah y saludó a su hermano y a Mor con un
gesto de la cabeza.
—¿Has comido? —le preguntó Julio, pues eran poco más de las dos y
media.
Jaime negó con el semblante serio, taciturno.
—Creía que irías a comer a la cantina con Cirila —comentó Mor.
—Eso iba a hacer, pero paso. Tengo el estómago revuelto... —Enfiló a su
cuarto. Cuando regresó poco después, se dejó caer en una silla junto a sus
sobrinas.
—¿Hoy no sales, tío? —le dijo Larissa extrañada al verlo vestido con el
viejo chándal que usaba para estar en casa.
—Luego, por la noche. Ahora no me apetece. —Fue a por una cerveza,
la abrió desganado y le dio un trago aún más desganado.
—Una cerveza no es lo mejor para el estómago revuelto —advirtió Julio.
—A lo mejor es que no lo tiene revuelto —apuntó Larissa con gesto
travieso—. A lo mejor es que está enamorado y, como Iris no está, se ha
puesto enfermo de desamor...
—Pobre-cito..., la echa de me-nos —señaló Leah burlona.
—¿Por qué no os vais a la mierda un ratito? —repuso malhumorado.
—Porque ya estamos en ella. —Larissa le tocó el brazo al mismo tiempo
que Leah.
Jaime, en lugar de responder, como siempre hacía, se encogió de
hombros y le dio un trago inapetente a la cerveza. Luego apoyó los codos
en la mesa, encorvó la espalda y agachó la cabeza para cruzar las manos
tras la nuca en un gesto que hablaba por sí mismo.
Larissa y Leah intercambiaron una mirada cargada de sabiduría infantil.
—Tío... ¿Estás triste porque Iris se ha ido? —indagó Larissa preocupada.
—Para nada. Solo estoy cansado, no he dormido mucho —murmuró
apático.
Las gemelas intercambiaron miradas de nuevo. De repente Larissa saltó
de la silla, se escurrió entre sus brazos, lo abrazó con todas sus fuerzas y le
dio un apretadísimo beso en la mejilla.
—¿Y eso a qué ha venido? —Jaime la miró esbozando una sonrisa.
—¡Tío! ¡Yo tam-bién! —exclamó Leah estirando sus bracitos hacia él.
Jaime la subió a su regazo y entre las dos le llenaron la cara de besos y el
alma de mimos antes de regresar a sus sillas.
—Me gusta mucho Iris, me ha dicho que nos va a enseñar a pelear —
dijo Larissa al llegar al postre, natillas para ellas y una manzana para Jaime,
que era lo único que le entraba en el estómago—. Aunque no sé cómo va a
enseñar a Leah —añadió confundida. Su gemela asintió coincidiendo.
—Algo se le ocurrirá, es una mujer de recursos —señaló Jay con sonrisa
bobalicona.
—Estás coladito por ella —afirmó Larissa socarrona al ver su gesto.
—No, qué va —resopló desdeñoso.
—Y por eso siempre que puedes sales con ella... —continuó sin hacerle
caso.
—Eso es porque nos lo pasamos bien juntos.
—Es tu no-via —aseveró Leah burlona.
—Ni de coña. Solo somos amigos.
—Duermes todos los domingos y los lunes con ella... Eso no lo hacen los
amigos, sino los novios —replicó Larissa.
—Pues nosotros no lo somos, listilla. —Saltó de la silla—. Me voy a
echar un rato.
Como era de prever, Julio no tardó en llamar a su dormitorio y entreabrir
la puerta, asomándose. Entró al verlo sentado en la cama, mirando el móvil.
—¿Se puede pasar?
—Ya has pasado, ¿no? —Dejó el teléfono en la cama con la pantalla
hacia abajo.
—¿Por qué te has cabreado? Y no me digas que porque las gemelas han
metido las narices en tus asuntos, porque llevan toda la vida haciéndolo.
—No me he cabreado, es solo que... Estoy hasta los cojones de todo,
joder.
—Especifica «todo» —le reclamó Julio sentándose junto a él.
—Todo, así, en general —gruñó esquivo—. Mi vida es una mierda.
Julio carraspeó para ocultar la sonrisa que le provocaba el dramatismo de
su hermano. Estaba claro que la marcha de Iris no le había sentado ni pizca
de bien.
—¿Por algún motivo en especial? —indagó con mirada pícara.
—Porque soy gilipollas.
—Haber empezado por ahí, hombre —sopló Julio—. No te deprimas por
eso, llevas años siéndolo, ya deberías estar acostumbrado. —Le palmeó
guasón la espalda.
—Eres encantador, Jules. —Le dio un codazo apartándolo.
—Solo soy sincero.
—Y un capullo.
—Aprendí del mejor... —sentenció con sorna mirando a Jaime. Este
soltó un sentido suspiro y se derrumbó en la cama como si acabaran de
dispararle en el corazón—. Dime qué te pasa, hermano —le reclamó
poniéndose serio.
—Que soy idiota. —Julio enarcó una ceja—. Creo que me he pillado por
Iris. —Se tapó la cara con los antebrazos para esconderle sus ojos. Y sus
orejas coloradas.
—¿Crees? ¿No estás seguro? —inquirió burlón. Su hermano estaba loco
por ella, solo un ciego no lo vería—. Veamos, ¿cuáles son los síntomas?
Díselos al doctor Amor para que pueda aconsejarte...
—Vete a la mierda —murmuró Jaime, una sonrisa asomándose a sus
labios.
—¿Cuál es tu día favorito de la semana?
Jaime apartó el antebrazo de su cara para mirarlo perplejo.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Curiosidad...
—Los domingos y los lunes.
Julio arqueó las cejas, como si su respuesta lo dijera todo.
—Ah, no, ni se te ocurra pensar que lo son porque los paso con Iris,
porque no es así. Para nada —aseveró Jaime—. Son mis favoritos porque
no tengo que trabajar.
—Buen argumento. Voy a fingir que me lo creo. —Una sonrisa
socarrona bailó en sus labios.
—Joder, no me lo creo ni yo. —Volvió a taparse la cara—. La he cagado,
Jules.
—¿Porque sientes algo por Iris? Eso no es cagarla, hermano. Es la
evolución natural cuando una pareja que se gusta empieza a salir en serio y
tiene una relación...
—Pero es que no tenemos una relación —arguyó por enésima vez—.
Solo somos amigos que se lo pasan en grande juntos y hacen el amor
cuando se tercia.
Julio no pudo evitar sonreír al oírlo usar ese término: «hacer el amor».
Era la primera vez que se lo oía porque, hasta ese momento, Jay solo
follaba.
—Eso se parece mucho a tener una relación —señaló afable.
—Ya, pero no lo es. ¿Sabes cuál es el puto problema? —le demandó
malhumorado sentándose de nuevo. Julio negó con un gesto—. Que Iris es
como yo.
Eso lo dejó fuera de juego.
—¿A qué te refieres?
—A que es como yo era antes de conocerla —especificó Jaime
desdeñoso.
—¿Y cómo eras? Ilumíname.
—Me gustaba follar.
—¿Y ahora no? —consultó mordaz. Por lo que había visto el día
anterior, esos dos no podían mantener las manos ni las bocas lejos del otro.
—Ahora solo quiero acostarme con ella. Ab-so-lu-ta-men-te con nadie
más —confesó con gesto grave fijando una intensa mirada en su hermano.
Julio entrecerró los ojos, comenzando a intuir lo que ocurría.
—¿Iris no se acuesta solo contigo? —planteó con voz suave.
Jaime se encogió de hombros y, esquivando su mirada, dijo:
—No lo sé, no se lo he preguntado.
—Pero sospechas que lo hace...
Jaime soltó un quebrado suspiro y se derrumbó de nuevo en la cama.
—Cuando nos conocimos dejamos claro que no queríamos nada serio y
solo éramos amigos que follaban. De hecho... —se calló indeciso, pero, qué
cojones, Julio dirigía un club liberal, no iba a asustarse—, cuando Iris
estuvo en Alemania nos desafiamos a ver quién se lo montaba con más
tríos. —Chasqueó la lengua—. Ganó ella por dos a uno.
—Infiero, pues, que no tenéis una relación exclusiva.
—Ya te lo he dicho mil veces, no tenemos una relación. Punto. Nos
acostamos, sí, pero eso no significa que Iris no se acueste con otros.
—Y eso te fastidia...
—¡Me revienta! —Saltó de la cama y caminó frenético por la habitación
—. Me dan ganas de reventarles la cara a todos los gilipollas profundos que
se le acercan y pisarles el cráneo y patearles los huevos y...
—Vale, capto cómo te sientes —lo detuvo Julio divertido por su euforia
asesina.
—Es una mierda, Jules, porque, joder, es que la entiendo cien por cien.
—Pateó unas deportivas que había en mitad del dormitorio—. Iris es como
era yo, le gusta disfrutar a tope y no atarse a nadie.
—Tal vez haya cambiado —señaló Julio con prudencia.
—No creo en los putos cuentos de hadas, Jules —resopló Jay.
—Sin embargo, tú lo has hecho. Y a pichabrava no te ganaba nadie —
sonrió guasón.
Jaime lo miró esperanzado antes de sacudir la cabeza en una amarga
negativa.
—¿Estás seguro de que se ha acostado con otros desde que ha vuelto de
Alemania? —planteó Julio cuando su hermano se dejó caer de nuevo en la
cama, a su lado.
Jaime negó con un gesto.
—No se lo he preguntado, pero...
Lo pensó un instante y le enseñó en el móvil el Instagram de Iris. Los
vídeos que guardaba en la carpeta «Viajes» en los que salía divirtiéndose en
las discotecas a las que iba cuando estaba fuera los viernes y los sábados.
Julio los miró con atención y negó encogiéndose de hombros.
—Solo veo a una chica pasándoselo bien con sus amigos, nada más. De
ahí a que se acueste con los chicos con los que baila, va un mundo.
—Si en vez de Iris fuera Mor, ¿pensarías lo mismo? —le reclamó Jay
interesado.
—Exactamente igual. Porque sé qué relación tengo con Mor y sé que es
exclusiva.
Jaime asintió con un cabeceo pausado.
—El otro día le comenté, así como quien no quiere la cosa, que cuando
salía de fiesta tenía un montón de gilipollas profundos babeando por ella e
Iris me preguntó si ella también babeaba por ellos. Eso me dio que pensar y
volví a ver los vídeos y a veces me parece que es como dices, que se lo pasa
bien y punto. No veo nada sexual en ellos. O no quiero verlo. Pero otras
veces sí lo veo y me jode vivo. Ayer llegamos a un acuerdo. —Se le
encendieron las orejas—. No de exclusividad en general, sino entre
nosotros. De no hacerlo... Da igual. —Negó agobiado. No se atrevía a
entrar en detalles, seguro que su hermano ponía el grito en el cielo si se
enteraba de que lo hacían sin protección—. La cuestión es que estoy hecho
un lío...
—No hace falta que lo jures —se burló Julio—. Deberías hablar con Iris,
decirle lo que sientes, averiguar qué siente ella y poner en claro vuestros
sentimientos. Quién sabe, tal vez también esté enamorada de ti y te estás
comiendo la cabeza por nada.
Jaime soltó un desdeñoso resoplido.
—Ni de coña. Iris tiene muy claro de quién quiere enamorarse y ni de
lejos soy yo —gruñó sin rebatir su afirmación de que estaba enamorado de
ella—. Tiene una paranoia tremenda con el amor. —Puso los ojos en blanco
—. Dice que para que sea de verdad tiene que haber un príncipe azul que
escale una torre y venza a un dragón. ¡No me jodas!
—Desde luego, tu chica es muy original.
—No es mi chica. Y ese es el puto problema —sentenció.
Se quedaron en silencio, sentados uno al lado del otro. Jaime apoyó los
codos en las rodillas, la cabeza baja y la frente apuntalada en los nudillos.
Julio le pasó una mano por los hombros y lo apretó contra él en un abrazo
lenitivo.
—Se me van a hacer eternas estas dos semanas —musitó apoyando la
cabeza en el hombro de su hermano.
Julio asintió. Desde luego, la muchacha no podría haber elegido una
época peor para irse. Abril era un mes complicado para Jaime.
—¿Cuándo vuelve? —indagó frotándole el brazo en una caricia
fraternal.
—El sábado por la mañana. —El estómago se le encogió en un doloroso
espasmo al pensar en esa fecha.
Julio lo miró sorprendido, desde luego era muy oportuna...
—¿Vas a pasar con ella tu...?
—No —lo interrumpió antes de que pronunciara la odiada palabra—.
Saldrá con sus padres, como siempre cuando vuelve de viaje. —Se guardó
para sí que le había propuesto verse y él la había rechazado. No le apetecía
hablar más de ese día, ojalá pudiera borrarlo del calendario—. Nos veremos
el domingo.
Julio asintió caviloso antes de proponer:
—Podríamos ir a comer el sábado con las gemelas y Ciri y...
—No quiero hacer nada ese día, Jules —lo cortó con los pulmones
paralizados.
—Como quieras, hermano. Es tu cumpleaños.
—No me lo recuerdes, joder. —Falto de aliento, se acercó a la ventana.
La abrió de par en par y sacó medio cuerpo fuera—. Estoy roto, tío, no he
dormido en toda la noche..., lo que me recuerda que no te he dado las
gracias por la llave. —Lo miró sonriente—. La habitación fue la caña y el
sillón ese raro..., ufff.
—¿Crees que no lo sé? A Mor...
—¡No digas nada! ¡No quiero saberlo! —lo frenó tapándose las orejas.
Julio se echó a reír—. Va, fuera de mi cama, voy a ver si duermo un poco o
no tendré fuerzas para salir luego... —lo echó sin delicadeza mientras
bajaba la persiana.
Julio se lo quedó mirando con el ceño fruncido.
—¿Por qué no te quedas aquí esta noche? —planteó. Jaime nunca era la
mejor versión de sí mismo cuando se acercaba su cumpleaños, y a eso debía
sumarle la ausencia de Iris y que Cirila estaría con él en el aniversario de la
fecha en la que Jethro le había hecho creer que lo había abandonado. No
quería ni pensar en cómo se sentía—. Estás cansado, y tampoco es que
vayas a encontrar mucha fiesta un domingo. Podrías echar un parchís con
Mor y las gemelas o ver alguna película... —propuso.
—Vaya plan de mierda, Jules —rechazó desdeñoso tirándose en la cama.
—Como veas. —Se detuvo antes de cruzar la puerta—. Jaime, nada es
tan malo como parece.
—No, es peor. Buenas siestas, Jules —lo despidió apagando la luz.
Cuando Julio volvió del trabajo a la mañana siguiente, su hermano
todavía no había regresado a casa. Tardó en hacerlo. Y en no muy buenas
condiciones.
36
Lunes, 8 de abril
Irisadas_13.51
Aquí no hay culos de pan... ¿Te lo puedes creer? (T—T).
JayHorse_14.08
Para q narices quieres un culo d pan? (?_?) Tanto echas d
menos el mío q estás buscando un sustituto mordisqueable?
(*_*)
Irisadas_14.09
¡No me refiero a esos culos! Sino a los culos de pan de
molde. No están.
Hay rebanadas, pero ninguna es la tapa.
Ni la del principio ni la del final.
¡Es terrible!
JayHorse_14.10
Terrible, x q? Es genial, odio los culos
(de pan d molde, el tuyo me encanta,
of course).
Irisadas_14.11
(*.*) ¡Eso es una herejía! ¡No hay nada mejor que los culos
para mojar las salsas! Son tan mulliditos...
JayHorse_14.12
Ni d coña, reina. Son demasiado plastosos.
Irisadas_14.12
Esa afirmación es una blasfemia. ¡Retírala, infame!
JayHorse_14.13
Infame? Cómo osas, bellaca! Suplica perdón si no quieres q t
rete a duelo!
Irisadas_14.13
¡Nunca! ¡Prefiero batirme! Elige el lugar, la hora y el arma.
JayHorse_14.14
Por videollamada, esta noche
a las diez. Muerte a polvos.
Miércoles, 10 de abril
Irisadas_21.33
¿Estás cenando?
JayHorse_21.34
Iba a ponerme ahora, ¿por?
Irisadas_21.34
No, por nada. Es que tengo que tender la ropa, por si te
apetecía acompañarme... Normalmente me escolta Sardi,
pero como no ha venido... (._.).
JayHorse_21.35
T escolta? Dónde coño tiendes, reina?
Irisadas_21.36
Aquí es costumbre tender en el sótano. No son como en las
películas de terror que están oscuros, llenos de trastos raros y
tienen un aspecto horrible... Qué va. Son luminosos y están
limpios y llenos de ropa. Todo el mundo tiende en ellos
porque no hay muñecos diabólicos ni máquinas de tortura ni
psicópatas con cuchillos ni fantasmas vengativos ni nada
similar... Son seguros y no me va a pasar nada, aunque estén
desiertos. Porque la vida no es una película de terror.
¿Verdad?
JayHorse_21.37
T hago videollamada y bajo contigo.
Así charlamos.
Irisadas_21.37
(^_^) Eres un amor. Mejor aún,
un caballero de brillante armadura.
JayHorse_21.38
Paso de las armaduras, pesan mucho. Prefiero un traje
elegante.
Irisadas_21.38
¿Azul cielo?
JayHorse_21.39
(6_6) Vale, pero no lo malinterpretes,
no es un traje principesco.
Irisadas_21.39
¡Jamás se me ocurriría! Además, te faltaría la espada para
matar al dragón...
JayHorse_21.40
Y la cuerda para escalar la torre
+ alta del castillo + alto.
Viernes, 12 de abril
JayHorse_22.02
¿Sales esta noche?
Irisadas_22.03
No creo. Mañana voy con los compis a hacer turismo y
hemos quedado a las siete de la mañana, aquí todo lo hacen
superpronto (* —_—). ¿Y tú?
JayHorse_22.04
No sé si me apetece. Mañana tengo
q estar en pie a las ocho. Echamos
un Monopoly?
Irisadas_22.03
Te hago videollamada...
Domingo, 14 de abril
Cirila colocó la última taza en el lavavajillas industrial y, tras comprobar
que ni los clientes habituales ni el grupo que estaba de celebración al fondo
del salón demandaban nada, se acercó al rincón de la barra que la familia de
su hijo había hecho suyo. Los domingos, al término de su jornada laboral,
solían reunirse para tapear y charlar hasta bien entrada la tarde. Las risas,
las pullas y algún que otro enfrentamiento guasón eran la tónica dominante.
Pero esa tarde era muy diferente de la de cualquier otro domingo. En primer
lugar porque Jaime estaba allí en lugar de desaparecido con Iris. Y, en
segundo lugar, porque estaban siendo comedidos. Ni Rocío ni Sin se metían
con él, aunque lo habían intentado, igual que entablar una conversación con
él, sin lograr más que una tibia reacción por su parte. Junto a ellas, Julio
charlaba con Mario y Elías de menudencias que no les interesaban sin dejar
de echar miradas de refilón a Jaime, quien, acodado en la barra, estaba
sumergido en su propio mundo y no apartaba la vista del teléfono móvil.
También ellos habían tratado de sacarlo de su abstracción sin conseguirlo.
Cirila no podía evitar preocuparse. Desde la partida de Iris, el carácter de
su hijo se había oscurecido. Parecía que la muchacha se había llevado toda
su luz, dejándolo envuelto en tinieblas.
—Joder, hace un calor terrible aquí. Me estoy asfixiando —jadeó Jaime
de repente tirando del cuello de su camiseta. El corazón rugiendo
arrebatado en su pecho, pero no lo suficientemente alto como para evitarle
oír la odiada cancioncita que venía del otro extremo del salón—. Me largo.
No lo soporto. Os veo mañana.
—Espera, campeón, voy contigo —dijo Sin.
—Pues vamos, joder, me voy a derretir aquí —gruñó sin detenerse.
Tenía los pulmones paralizados. No le entraba ni una gota de aire. Como
no saliera ya, acabaría desmayándose y mataría a su madre del susto, pensó
al notar que la visión se le oscurecía formando un túnel. Se masajeó el
pecho tratando de calmar el estallido de su corazón y reactivar sus
pulmones.
Sin se tomó de un trago su cerveza y fue tras él. Ro los siguió.
—Ro... No vuelvas muy tarde a casa —le pidió Elías.
Ella asintió con un gesto antes de desaparecer tras la puerta.
—¿Qué visto Jamme en móvil? —inquirió Cirila preocupada por su
estampida.
—No creo que haya sido el móvil. —Julio se volvió hacia la algarabía
que el grupo del otro extremo del salón estaba montando para soplar unas
velas clavadas en una tarta.
Cirila persiguió su mirada y le preguntó confundida:
—¿Molestan cumpleañeros a Jamme?
—Hacen mucho ruido y hoy ha tenido un día duro. —Omitió la
verdadera respuesta.
Cirila asintió. Aunque la cantina nunca estaba silenciosa, esa tarde era
demasiado ruidosa, pues el grupo del fondo, con su terrible alboroto, había
hecho que el resto de los presentes subieran el volumen de voz, lo que
devenía en un guirigay de lo más molesto.
—Jamme añora a Iris... —comentó esbozando una sonrisa llena de
ternura.
—Mucho —convino Julio—. Pero ya falta poco para que vuelva de
Alemania.
—Sí. Es pena no esté en cumpleaños —afirmó con disgusto. No podía
creer que una chica tan maravillosa como Jaime decía que era tuviera tan
poca empatía de no dedicarle un momento a su novio en esa fecha señalada.
Julio asintió con un gesto seco y se llevó la cerveza a los labios,
sellándoselos.
Cirila esperó que le comentara lo que le parecía que Iris dejara plantado
a Jaime, pero no tardó en comprender que no lo haría. Soltó un quedo
suspiro. Daría lo que fuera por conocer a la muchacha y poder hablar con
ella, pero tenía claro que eso no iba a suceder. Era más que evidente que
Jaime se avergonzaba de ella y no quería que Iris la conociera. Se la había
presentado a su hermano, a sus sobrinas y a su cuñada, es decir, a toda su
familia. Menos a ella. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Ciri... ¿Qué ocurre? —le reclamó Mario rodeando la barra para ir a su
lado.
Cirila negó con un gesto y esbozó una sonrisa que no le llegó a los ojos.
Mario le tomó las manos y la miró con una intensidad que la hizo
estremecer.
Cuando ese hombre la miraba así, todo lo que había a su alrededor
desaparecía.
Él sonrió al notar su reacción y le retiró un mechón de la cara que le
colocó tras la oreja. Le acarició, con toda la intención y no mucha
discreción, la mejilla. Y ella volvió a estremecerse. La sonrisa de él se hizo
más amplia. Así que Cirila le dio un manotazo y se giró hacia Julio
ignorando al irritante profesor.
—Cumpleaños Jamme es sábado próximo —señaló lo evidente,
cualquier excusa era válida para esquivar la mirada, y lo que esta le hacía
sentir, de Mario.
Julio asintió. Faltaba menos de una semana, por eso su hermano estaba
tan taciturno e irritable. Y empeoraría conforme se acercara el día.
—¿Qué vais a hacer? —indagó Ciri cautelosa al ver que mantenía un
esquivo silencio.
—Imagino que Jaime dará sus clases y luego saldrá por ahí. —«Solo»,
porque esa noche la pasaba siempre solo. Era lo que deseaba, y a Julio no le
quedaba otro remedio que respetarlo, aunque le rompiera el alma.
—¿No haces fiesta a él? —inquirió molesta, ambos hermanos
compartían la irritante costumbre de no hablar de los cumpleaños.
—A Jaime no le gustan las fiestas —contestó Julio con una verdad a
medias. Lo que no le gustaba a su hermano eran los cumpleaños.
Intercambió una rápida mirada con Mario y Elías pidiéndoles ayuda para
finiquitar esa conversación que era terreno pantanoso. Jaime era hermético
en todo lo que concernía a su cumpleaños, dudaba que se hubiera abierto a
su madre, y él no era quién para romper su silencio, mucho menos para
elucubrar sobre el tema con nadie, ni siquiera con Cirila.
—¿Tampoco la de su cumpleaños? —insistió Ciri confundida.
«Esa menos que ninguna», pensó Julio, pero no lo dijo. Se limitó a negar
con un gesto.
Ante su obcecado silencio, Cirila miró a Mario instándolo a que
interviniera. Este se encogió de hombros y se entretuvo en llenar un platito
con aceitunas. Cirila bufó airada y miró a Elías reclamándole que aportara
algo, pero este le hurtó la mirada dando un trago a su botellín. La actitud de
los hombres le mandaba un mensaje claro: «Déjalo estar».
Pero eso era algo que no estaba dispuesta a hacer. Se dirigió resuelta a
Julio.
—¿Por qué? —exigió molesta por la tenaz inhibición de todos. ¡El
cumpleaños de Jaime era importante, no podían ignorarlo como si no
existiera!
Julio frunció el ceño. No sabía con certeza por qué Jaime odiaba su
cumpleaños, había intentado hablarlo con él, pero era como hablar con una
pared. No obstante, intuía los motivos y no se los podía contar a Cirila. Le
rompería el corazón si le dijera que para su hijo sería como celebrar que ella
lo había abandonado. Aunque ahora supieran que no había sido así, Jaime
llevaba demasiados años creyendo lo contrario y tenía esa certeza tan
asimilada que no le iba a resultar sencillo deshacerse de ella.
Así que optó por soltar una mentira piadosa.
—Nunca lo hemos celebrado, cuando Jaime se mudó conmigo yo era
demasiado joven para pensar en ello y no tomamos la costumbre —mintió
inculpándose. Mario lo tradujo al alemán, a pesar de que Cirila cada vez
hablaba y entendía mejor el castellano.
Luego Julio se giró hacia Elías y le preguntó algo sobre fondos de
inversión que Cirila no comprendió. Elías se apresuró a responder,
excluyéndola de la conversación.
Turbada por su actitud, Cirila miró a Mario.
—Ya te lo dije... —dijo este en alemán—. Jaime ni lo celebra ni quiere
celebrarlo. Olvídate de la tarta.
Lunes, 15 de abril
JayHorse_01.08
El tiempo s un cabronazo, no importa
lo lejos q me vaya ni lo rápido q corRa,
el puto 20 siempre me atrspa. Ss una jdida mierds.
Irisadas_06.31
¿Por qué dices eso, Jay? ¿Quién
te va a abandonar? ¿Estás bien?
JayHorse_06.36
D pta marde, Renia. hE descubeirto q las coSss no tienn q
pasar pra ser reaeles. Solo tiensS q oírlss muchad vecss
y ss hacen vedrad.
Irisadas_06.36
No estoy de acuerdo, Jay. Una mentira nunca puede ser
verdad, da igual las veces que la repitan, siempre hay
alguien que conoce la verdad y alza la voz sacándola a la
luz.
JayHorse_06.42
Ni d cOña. La mntira sstá clavda en mi cabza y no pudeo
dejr de creeerla... Qiero arrancÁrmela y no pudeo.
No ss va. Y me dulele, jodr. Duele muxo. No lo soprorto.
Irisadas_06.43
¿Qué mentira, Jay?
JayHorse_18.29
Sorry, reina. Lo dejé en silencio cuando me fui a la cama y
no lo he puesto hasta hace un rato q me he despertado.
Irisadas_18.30
¿Estás bien? ¿A qué te referías
en los mensajes de ayer?
JayHorse_18.34
No tengo ni idea. Ayer me pasé un poco con la cerveza y se
me fue la olla... Siento haberte asustado.
Irisadas_18.35
¿Un poco? No fastidies, Morritos.
Te llamo.
JayHorse_18.36
No. Estoy con la familia, luego t llamo
yo x la noche.
Irisadas_22.35
¿Qué ha ocurrido?
JayHorse_22.36
Esta mañana he llegado borracho
a casa d Cirila...
Irisadas_22.36
¿La cocinera? ¿Para qué has ido
a su casa?
JayHorse_22.42
Había quedado en enseñarle El Retiro.
Es eslovena y libra los lunes como yo,
así q x las mañanas nos damos
una vuelta x Madrid. Pero hoy
la he jodido a base d bien.
Irisadas_22.42
¿Se ha enfadado mucho?
JayHorse_22.43
No, q va. Ciri jamás se enfada conmigo. Pero sé q la he
decepcionado, y me jode mogollón. Es muy importante para
mí.
Irisadas_22.44
Te llamo.
***
Martes, 16 de abril
Irisadas_15.51
¿Cómo escalarías un castillo?
JayHorse_16.08
(6_6) No lo escalaría. Ni soy Spiderman para pegarme a las
paredes ni soy un príncipe demente para arriesgar mi vida
escalando un castillo... X q quieres saberlo?
Irisadas_16.09
Porque me aburro y he pensado que si te lo preguntaba te
harías caquita encima del susto y sería divertido... >^_^<.
JayHorse_16.10
Hace falta mucho + q eso para
q me acojone, reina.
Irisadas_16.11
Seguro... (¬..¬).
JayHorse_16.12
Para q lo sepas, me he comprado una camisa y unos
vaqueros azules. Más exactamente, azul cielo. Voy a
ponérmelos el domingo cuando vayamos a comer. Para que
veas q soy un tipo valiente.
Irisadas_16.13
Qué interesante. Vas a ir muy principesco (^_~).
JayHorse_16.13
No saques conclusiones precipitadas, reina, solo pretendo ir
guapo.
Irisadas_16.14
Tú siempre estás guapo, Morritos.
¿Qué ha hecho hoy Cirila de comer? Echo muchísimo de
menos los táperes que me traías al trabajo,
aquí solo como unas porquerías
terribles.
JayHorse_16.15
Tan mala es la cocina alemana?
Irisadas_16.15
Uy, qué va, la gastronomía alemana es buenísima, lo que es
terrible es mi presupuesto, ergo me toca comprar bazofia (*
—_—).
Irisadas_16.23
Esa respuesta me la sé. Si en el pasado
lo hiciste mal, lo que tienes que hacer
es estudiar tus errores para no volver
a cometerlos. A veces, la mejor manera de aprender es
metiendo la pata (^_~).
JayHorse_16.24
Eres un puto genio, reina (^3^).
Irisadas_16.25
¿Te enteras ahora? Ni que fuera algo nuevo... (^_^).
Miércoles, 17 de abril
Jaime contuvo al impaciente de Canela cuando, durante su paseo, pasaron
frente a la pista principal y Cirila, montada en Educada, se distrajo hasta el
punto de permitir que la yegua se apartara de la vereda y se acercara a la
valla para pastar un ramillete de malas hierbas. Aunque no estaba
exactamente distraída, sino embelesada. Fascinada. Incluso arrobada. Sí,
esos adjetivos la describían mucho mejor. Y el causante de su
enajenamiento mental no era otro que el profesor que trabajaba con su
caballo en la pista. Aunque más que trabajar lo que hacía era pavonearse de
lo bien que había domado a Bandido, su semental, y de las figuras tan
complicadas que este realizaba.
Jaime sopló desdeñoso. Menudo imbécil. ¿No se daba cuenta de que Ciri
no tenía ni idea de doma, por lo que no era consciente de la complejidad de
las figuras que hacía? Aunque, joder, tal y como sonreía ella mientras lo
miraba, eso no importaba en absoluto.
Se dio un capón mental para recordarse que debía aprender de sus
errores, no volver a cometerlos. No iba a atacar ni a desdeñar a su rival
igual que había hecho con Mor cuando su hermano empezó a salir con ella.
Al contrario. Se esforzaría en portarse bien, en no beber ni cabrearse, en
controlar su mal genio y ser un dechado de virtudes, igual que Mario. Y así,
cuando llegara su cumpleaños, Ciri no tendría excusas para largarse.
Guio a Canela hacia la cerca y se paró junto a Educada.
—Está haciendo un passar —le explicó a Cirila, quien lo miró sin
entender—. Es una figura muy complicada. Y lo que hace ahora es un
piaffe, ¿ves cómo hace trotar a Bandido sin que se mueva del sitio?
Conseguir que levante las patas bilateralmente es jodido de la host... Es
complicado de narices —se corrigió—. No me has entendido nada,
¿verdad?
—Sí, entendido. Movimientos mucho complicados —resumió—. Mario
buen jinete.
—Más que bueno. Es excepcional. Como Elías y Sin —apostilló.
Tampoco era necesario hacerlo parecer la caña de España. No pasaba nada
porque compartiera un poco de protagonismo con otros jinetes.
—Como tú —aseveró Cirila feliz.
Jaime exhaló una risita desdeñosa.
—Ni de coña soy tan bueno como él, Ciri —reconoció con fastidio.
—Pero lo serás, Jaime —sentenció Mario acercándose a ellos—. Tienes
un don para los caballos, y lo que has conseguido con Canela es buena
muestra de ello.
Jaime parpadeó sorprendido por el inesperado halago. Una sonrisa
soñadora se dibujó en sus labios.
Irisadas_18.17
Nunca confíes en nadie que sonría
todo el rato... (ò_ó).
JayHorse_18.18
Tú sonríes todo el rato, reina...
Irisadas_18.19
Yo soy la excepción que confirma
la regla (._.).
JayHorse_18.19
T llamo y me lo cuentas...
Jueves, 18 de abril
Dos días. Eso era lo que faltaba para su cumpleaños. Y todo iba bien. No
había vuelto a meter la pata con Cirila ni a discutir con Jules ni Mario, claro
que tampoco había vuelto a llegar borracho, lo que evitaba problemas. No
había bebido ni media gota de alcohol desde la debacle. Y así iba a seguir.
No le iba a dar ninguna excusa a la mala suerte para que hiciera de las suyas
el sábado. Sería un día normal y corriente, se había asegurado de ello
planeando meticulosamente lo que iba a hacer y previendo cada
contingencia. Solo serían veinticuatro horas, ¿qué podía pasar en ese corto
lapso?
Todo, podía pasar de todo. Y todo jodidamente malo.
Canela relinchó al notar que se tensaba tirándole de las riendas sin
motivo.
—Lo siento. —Le palmeó la grupa—. Tengo una paranoia tremenda con
el sábado —Los pulmones se le cerraron al verbalizarlo—. Sé que es
ridículo y que ni Iris ni Ciri van a irse, porque, joder, me he portado de lujo
esta semana, pero todo lo que tengo dentro me dice que da igual, que se van
a largar. Lo tengo tan interiorizado que, aunque soy consciente de que no
tiene por qué ocurrir, estoy seguro de que va a ocurrir. Es de locos, Cane. —
Se abrazó al cuello del caballo—. Joder, quiero que pase ya ese puto día.
JayHorse_20.18
La putada d q algo te asuste no es el concepto d ese algo,
sino lo q esperas
d ese algo. Lo haces grande en tu cabeza
y cuando llega estás tan acojonado
q ya no importa si no es tan malo
como pensabas q iba a ser, xq para
ti ya es peor...
Irisadas_20.21
Siempre es peor lo que imaginas que
lo que realmente es. Por eso conviene
no dar demasiadas vueltas a las cosas
y esperar a ver cómo se desarrollan.
JayHorse_20.21
Fácil d decir, imposible d hacer.
Irisadas_20.22
Claro que puede hacerse, solo tienes que proponértelo y
mantenerte firme en tu decisión. Cuando te des cuenta de
que estás pensando en lo que no debes, tienes que parar de
inmediato y llenarte la cabeza de imágenes que te hagan
sentir bien. Cielos llenos de estrellas, hierba mojada tocando
mi cara, tarta
de queso con mermelada de arándanos...
JayHorse_20.23
No me jodas, reina, d dónde has sacado esa gilipollez? D
Sonrisas y lágrimas? >_<
Irisadas_20.24
A mí me funciona (¬_¬).
JayHorse_20.25
A ti t funcionaría cualquier cosa, tú no tienes mierdas en la
cabeza. Tu vida es
un puto cuento de hadas con príncipes azules, castillos
encantados y padres
q t quieren. Para ti es fácil pensar
en lazos azules, pequeños ponis y bigotes
d gatos. Todo lo ves del jodido color rosa.
Irisadas_20.26
¿De qué me estás acusando exactamente? (ò_ó)
JayHorse_20.27
D nada. Solo digo q eres la persona más alegre y
despreocupada q conozco. Todo t parece genial y eres feliz
cual perdiz,
y eso es bueno, no me malinterpretes, pero no es lo normal.
La vida no es tan maravillosa como la pintas, suele ser
bastante + jodida.
Irisadas_20.28
Entonces tendrás que trabajar para cambiarla y dejarla a tu
gusto.
JayHorse_20.29
Sí, claro. Como si fuera fácil.
Irisadas_20.29
Es tan difícil como echarle valor y dar
el primer paso y luego el segundo y el tercero... Caminar es
lo único que debes hacer para crearte el camino que quieres
recorrer. Y si algo te asusta y se interpone en tu objetivo,
enfréntate a ello y véncelo. Pero no tienes por qué luchar
solo, a mí se me da de miedo pelear, siempre puedo ayudarte
a cortar cabezas o lo que se tercie (^_~).
Viernes, 19 de abril
—Es tarde, ¿no sales hoy de fiesta? —Le llegó la voz de Iris a través del
altavoz del teléfono junto con el sonido de cristal golpeándose con cristal.
En la pantalla solo se veía una cama oculta bajo montones de ropa y una
maleta vacía a los pies.
—Paso, llevo toda la semana portándome bien, no me voy a arriesgar a
cagarla esta noche —repuso Jay sacándose el cepillo de dientes de la boca
—. Si sigues golpeando así los frascos, los romperás —le advirtió cuando
ella regresó a la pantalla con un neceser diminuto en el que trataba de meter,
a golpes, todos sus potingues y colonias.
—¿Ahora eres un entendido en el difícil arte de hacer maletas? —
Presionó con la mano el contenido del neceser.
—No, pero hasta yo sé que el cristal no es maleable y que no importa
cuánto lo aprietes, va a seguir igual. —Su cara desapareció de la cámara
mientras daba un trago de agua directamente del grifo para enjuagarse la
boca.
—¿Por qué llevas toda la semana siendo un niño bueno? —lo interrogó
ella, aunque intuía la respuesta. En la mayoría de las conversaciones que
habían mantenido esos días el tema recurrente había sido Cirila. Lo había
dejado muy tocado que lo viera borracho.
—Porque no quiero cagarla otra vez con Ciri —replicó Jay confirmando
su suposición. Su cara regresó a la pantalla—. Ni con Jules —se acordó de
añadir.
—Te has dejado un poco de pasta de dientes en la comisura izquierda —
le indicó Iris mientras doblaba la ropa para meterla en la maleta.
Jaime se apresuró a limpiársela, luego el móvil enfocó el pasillo y su
habitación. Lo colocó dirigiéndolo hacia la cama, donde se tumbó a ver
cómo Iris metía a presión los zapatos en su maleta. Como siguiera metiendo
cosas, iba a reventarla.
—Cirila es muy importante para ti —comentó ella, no era una pregunta
—. Me gustaría conocerla.
—Y a mí que la conocieras, estoy seguro de que le haría mucha ilusión...
—Guardó silencio fijando en Iris una mirada tan intensa que traspasó las
pantallas de los móviles.
Iris dejó de pelearse con la maleta al leer en sus ojos todo lo que él
estaba experimentando: incertidumbre, remordimiento, miedo, esperanza y,
entretejiéndolo todo, un anhelo imposible de ocultar. ¿Cuál? No lo sabía. Se
quedó paralizada al darse cuenta de que Jaime no se estaba guardando nada
para sí. Todo lo que era, todo lo que sentía y pensaba se reflejaba en sus
tormentosos ojos grises.
—Pues entonces ya sabes lo que toca, vas a tener que presentarnos y
arriesgarte a que compartamos experiencias y nos riamos de ti —afirmó
jovial, lo mejor para hacer fácil lo difícil era afrontarlo con humor, aunque
no entendía por qué presentarle a Cirila era dificultoso para Jay—. Te
prometo que no será demasiado, solo lo justo para colorearte las orejas.
Estás tan mono con ellas rojas que me dan unas ganas terribles de comerte a
besos. —Esbozó una sonrisa franca y risueña que inundó sus ojos y le
iluminó la cara.
—Joder, reina, estoy deseando que vuelvas para comerme tus sonrisas —
comentó Jaime contagiándose de su alegría, lo que lo hizo preguntar algo
que no tenía previsto—: ¿Qué te parece si comemos en la cantina este
domingo? Le puedo decir a Ciri que nos haga un menú especial... —Se
encogió de hombros, como si lo que acababa de decir no le hubiera
detenido el corazón. Estaba dando por sentado que Cirila, y también Iris,
seguirían en su vida el domingo. Y la verdad era que no lo tenía nada claro.
Pero, joder, Iris tenía razón, el camino se hacía poniendo un pie delante
del otro sin parar. Quedarse a un lado entumecido por el miedo no lo
llevaría a ninguna parte.
—¡Me encantaría! Pero no le pidas que haga nada especial, lo importante
es conocerla —afirmó muy consciente del paso que acababa de dar Jay.
Le iba a presentar a Cirila, de la que no paraba de hablar, y lo iba a hacer
en la Venta, que era poco menos que su segundo hogar. Un lugar que Jaime
le había vedado, pues siempre le daba alguna excusa para evitar que fuera,
como si quisiera mantenerla alejada de su realidad. Una realidad en la que
estaba a punto de dejarla entrar.
Se estremeció de felicidad al pensar en lo que eso podía significar.
—Genial. Pues está dicho. El domingo comemos con Ciri —resolvió
Jaime. El estómago se le contrajo al pensar que, antes de ese encuentro,
tenía que contarle que era su madre y explicarle que no se parecía a Alma y
que no lo había abandonado. No quería seguir ocultándole la verdad, y
tampoco pensaba pedir a Cirila que mintiera por él. Las mentiras se habían
terminado—. Se lo diré también a Jules, a Mor y a las gemelas, están
deseando volver a verte... —Y él se sentiría más arropado con su presencia.
—Estupendo. Imagino que también veré a Sin si comemos en la cantina,
¿no?
Jaime curvó los labios en una sonrisa vivaracha que hizo aletear el
corazón de Iris.
—Vas a ver a todo el mundo, reina... —aseveró intrigante. Beth, Nini,
Elías y Rocío no se perderían esa comida por nada del mundo.
—¿Eso qué significa? —Iris lo miró a los ojos intrigada.
—Que vas a ser la atracción principal del domingo en la cantina, y tal
vez en todo el centro hípico... Joder, no lo había pensado —sopló pasándose
las manos por la nuca al darse cuenta del revuelo que se montaría con su
llegada.
—¿Por qué? —le preguntó confundida.
—Porque los jinetes son unos puñeteros cotillas y no hacen más que
elucubrar sobre qué, o, mejor dicho, quién me mantiene ausente los
domingos y los lunes...
Iris lo miró sin entender.
—Antes de conocerte pasaba mis días libres en la hípica, trabajando a
Canela o a cualquier otro caballo —confesó, las orejas rojas cual tulipanes.
—Oh, vaya. Así que tus amigos imaginan que tu ausencia se debe a que
has conocido a una mala pécora que te ha robado el corazón y la razón
alejándote de tus queridos caballos... Y, por supuesto, esa infame soy yo —
dijo burlona—. Espero que no quieran quemarme en la hoguera por bruja.
Jaime exhaló una carcajada al oír cómo se había descrito.
—No, para nada. Te van a adorar, igual que yo.
Iris entrecerró los ojos.
—Así que me adoras... Bueno es saberlo —señaló divertida.
—Tú misma lo has dicho, reina, me has robado el corazón —afirmó muy
serio, aunque no tardó en esbozar una sonrisita de medio lado con la que
esperaba quitar gravedad a su declaración—. Por cierto, cuando quieras me
lo devuelves...
—¿Y si no quiero? —Ahora fue Iris quien lo miró muy seria.
—No pasa nada, es tuyo. Me lo devuelvas o no, siempre latirá por ti —
declaró, y al instante miró mortificado a la cámara—. ¡Joder! ¡Qué
cursilada acabo de soltar, me cago en la puta! Es tan empalagosa que me ha
dejado la lengua como si hubiera comido kilos de miel con azúcar. —Sacó
dicho órgano y lo sacudió aireándolo—. Olvídate de ello, como si no
hubiera dicho nada, ¿vale? —le suplicó. Ya no eran solo las orejas lo que
tenía rojo.
—Por favor, Morritos, ¿de verdad crees que voy a renunciar a usar
contra ti tamaña cursilería en los momentos más inoportunos y
comprometedores? No fastidies, bombón, ni yo soy tan buena ni tú eres tan
ingenuo.
Jaime enarcó una ceja. Iris le regaló su sonrisa más alegre.
—Eres una cabrona.
—¡Qué va! Soy una niña buena que no bebe, no dice tacos y no hace
maldades, aunque sí travesuras. No te preocupes, Morritos, puedo prometer
y prometo que protegeré tu corazón con tanto amor como estoy segura de
que tú custodias el mío... Ladrón.
El corazón de Jaime, ese que Iris guardaba, se detuvo para, al segundo
siguiente, tronar acelerado. ¿Acababa de sugerir que él también le había
robado el corazón a ella?
—Joder, Iris... Mañana va a ser un día de mierda. Un puto infierno. Pero
hoy ha sido un buen día. Un día cojonudo. Porque estás conmigo. Mañana
puede irse todo a la mierda, pero hoy estás aquí —se golpeó el pecho— y
solo eso importa ahora.
—Jolines, Jay, y luego dices que yo soy la intensa —trató de bromear
Iris, el corazón tan acelerado que parecía querer escapársele por la garganta
para atravesar toda Europa e ir con su legítimo dueño.
—Ya, me lo estás contagiando, reina —farfulló incómodo—. Creo que
mejor dejo de hablar porque, joder, no hago más que ponerme en evidencia,
y como llevamos toda la noche de videollamada, has visto que no he
bebido, ergo no puedo aducir que estoy bajo los efectos del alcohol...
—Vale.
—Genial.
Se quedaron en silencio. Iris retomó su ocupación de encajar —con no
poco esfuerzo— la ropa en la maleta y Jay se asomó a la ventana, dándole
la espalda al móvil. Ambos necesitaban serenarse. Demasiadas revelaciones
para una sola una noche.
—Jay... ¿Recuerdas lo que te comenté sobre que viajo tanto porque estoy
buscando algo que debo encontrar? Algo que es vital para mí.
—Algo que, además, no sabes lo que es, pero que cuando lo encuentres
lo sabrás. Sí, lo recuerdo —replicó él alejándose de la ventana para
acercarse al móvil.
—¿Te asustarías mucho si te dijera que creo que lo he encontrado? —Su
mirada se trabó con la de él, sin que el espacio y la distancia pudieran hacer
nada por evitarlo.
Jaime tragó saliva y preguntó:
—¿En Alemania?
—No. En Madrid —afirmó con voz grave y mirada penetrante.
Jaime asintió despacio y se sentó en la cama, las rodillas le fallaban.
—Creo que me acojonaría bastante, sí —respondió a su pregunta.
—Entonces mejor no te lo digo...
—Sí, mejor. —Sonrió nervioso.
—Pero quiero que sepas que lo he encontrado.
—Vale —consiguió decir a pesar de tener la garganta cerrada por la
emoción.
Se quedaron en silencio unos segundos, los que Jay tardó en recuperar el
uso de sus cuerdas vocales.
—¿Y viste de azul cielo? —bromeó tratando de restablecer la
normalidad entre ellos.
—Pues justo hoy no —resopló Iris—. Contraviniendo el manual del
perfecto príncipe azul, lleva un pantalón de chándal verde y una camiseta
gris. —Lo miró indignada—. ¿Te lo puedes creer? Qué sacrilegio.
Jaime parpadeó una vez. Dos. Y luego se miró. Y, sí, iba vestido de
verde y gris. Joder. Puede que no se lo hubiera dicho, pero más claro no se
lo había podido dejar.
—Iris, yo...
—¡Tío, tío! ¡Mor nos manda a dormir y queremos despedirnos de Iris!
—exclamó Larissa abriendo la puerta. Entró en la habitación en tromba,
empujando la silla de Leah.
—¡Teníais que llamar antes de entrar! —Se oyó gritar a Mor desde el
pasillo.
—¿Y darle la oportunidad de que nos diga que no podemos entrar? ¡Ni
locas! —repuso Larissa. Leah asintió dándole su apoyo.
—Lo siento, Jay, se me han escapado —dijo Mor entrando en la
habitación tras ellas.
—No te preocupes, no pasa nada. —Jay palmeó sonriente la cama para
que se acercaran. Subió a Leah a su regazo y Larissa se sentó a su lado.
—¡Enfoca bien la cámara, Morritos, que no las veo! —le reclamó Iris—.
¡Hola, bichitos! ¡Qué pijamas más chulos! ¿Dónde los habéis comprado?
¡Quiero uno igual para nuestra noche de pijamas!
—Nos los compró Mor en el mercadillo, ¿puedes comprarle uno a Iris?
—le preguntó Larissa a Mor cuando está se sentó en la cama, que estaba
más ocupada que el metro de Madrid en hora punta.
—¡Rissa! ¡Iris ha di-cho... que viene a... fiesta de pija-mas! —exclamó
Leah.
Larissa abrió mucho la boca y acto seguido le arrebató el móvil a Jaime.
—¡Es verdad, lo acabas de decir! ¡Ya no puedes desdecirte! —le gritó al
teléfono arrancando una carcajada a Iris—. ¡La siguiente la vamos a
celebrar dentro de dos sábados, en Tres Hermanas, con Mor, Beth y Nini!
—Tomo buena nota para no estar de viaje en esa fecha —afirmó Iris.
—¡Genial! —chillaron a coro las gemelas, y luego empezaron a planear
la fiesta.
Jaime, rodeado por casi todas las mujeres que más quería, pasó la
siguiente media hora pensando que, si Cirila estuviera allí, sería un
momento perfecto.
Cuando las gemelas y Mor se marcharon y Jaime recuperó su dormitorio
eran casi las doce, como le indicó la alarma que comenzó a sonar
estrepitosamente.
—Madre mía, Morritos, ¿qué suena? —preguntó Iris tapándose los
oídos.
—Nada... una alarma. Tengo que dejarte, reina...
—Pensaba que no ibas a salir esta noche —comentó suspicaz. ¿Eran
imaginaciones suyas o había palidecido? Desde luego, más serio estaba. Y
de nuevo brillaba en sus ojos ese fuego demoledor que le endurecía la
mirada.
—Lo he pensado mejor y voy a salir un rato, para despejarme... —Cortó
la llamada. No podía arriesgarse a que la conversación se alargara más.
—Vale, nos vemos el... ¿Jay? —Iris miró confundida la pantalla en negro
del móvil.
¿Acababa de dejarla con la palabra en la boca? Se sintió tentada de
llamarlo y reclamarle su falta de modales, pero prefirió dejarlo estar al
intuir que lo había asustado con su repentina confesión de haber encontrado
lo que no sabía que buscaba: a él.
***
Jaime sonrió al leer el mensaje de Iris. Solo ella podía estar de humor para
bromear a las cuatro de la mañana. Los dedos le hormiguearon por la
necesidad de contestar, pero debía ceñirse al plan, así que volvió al perfil de
Instagram de Iris. Contenía miles de publicaciones que, aunque había visto
innumerables veces, se entretuvo en ver de nuevo. No quería volver a
dormirse y darle la oportunidad a Jethro de que lo visitara en sueños. Con la
última y vívida pesadilla había tenido más que suficiente para el resto de su
vida.
En los años que llevaba viviendo con su hermano casi había conseguido
olvidar el terror ciego y la sensación de indefensión que lo sacudían de niño
cuando lo encerraba a oscuras. La angustia que lo despojaba del aire y el
sudor frío que le erizaba la piel. También los monstruos que ni bajando los
párpados conseguía dejar de ver y que ahora habían regresado.
—Deja de pensar en ello, hostia. —Se frotó los ojos y luchó por sofocar
el sollozo que le subía por la garganta. No iba a llorar, si lo hacía sería peor.
Mucho peor. A Jethro no le gustaban los lloricas—. ¡Joder, Jay, para! —
Golpeó la almohada—. No pienses en eso. Para. Ya. Piensa en...
«Hierba mojada tocando mi cara.»
Aunque Iris había puesto sus pensamientos por escrito, Jay oyó su voz
alegre canturreándolos, como si fuera Julie Andrews en Sonrisas y
lágrimas.
—¿Qué más le gusta? Tarta de queso con mermelada de... —apretó los
párpados tratando de recordar— arándanos. Cielos llenos de estrellas y...
nada más. Joder, son solo tres putas cosas. Con eso no puedo entretenerme
toda la noche —gruñó. ¿Qué más hacía feliz a Iris?—. Castillos de cuentos
de hadas, dragones en las torres más altas, cortarle la cabeza a la gente —
eso le arrancó una sonrisa—, bailar con Sardi, desafinar con los Rolling
Stones, reírse a mandíbula batiente, las bragas de inodoros y los sujetadores
de melones...
Irisadas_09.09
Acabo de aterrizar. No te lo vas a creer, me he pasado todo
el vuelo hablando de cacas —sí, de excrementos— con mi
compañera de asiento. Es una bioquímica especializada en el
eje cerebro-intestino y me ha contado que hay estudios que
identifican que los pacientes con depresión tienen un perfil
bacteriano diferente del de los pacientes sin depresión. Qué
curioso, ¿verdad? Pues eso lo sabe estudiando las
deposiciones, para que veas lo importante que es la mierda.
—¡Pero ¿en qué coño estás pensando?! Te dije que ataras al perro —le
gritó enfurecido un hombre a su hijo al ver que su beagle echaba a correr
tras un conejo.
—Lo siento, se me olvidó —lloriqueó el niño.
—¡Eso no es excusa! ¿Y si a mí se me olvida quererte? Entonces ¿qué?
—No le digas eso a tu hijo, joder —intervino Jaime con los puños
apretados.
—Le digo lo que me sale de los cojones. —El hombre se giró hacia él,
agradecido de tener alguien que no fuera su hijo en quien volcar su rabia.
—Pues a lo mejor yo te reviento la cara porque me sale de los cojones
romperles la boca a los padres de mierda que hacen llorar a sus hijos —le
espetó Jaime yendo a por él.
Elías se interpuso entre ambos.
—Vamos a tranquilizarnos todos —ordenó con tono férreo—. Jaime,
llévate a Mateo y a los demás niños a la pista y empieza la clase, vas con
retraso.
Jaime tomó aire con fuerza y, tras asentir cortante, enfiló a la pista
seguido por sus estudiantes, incluido el lloroso niño que acababa de perder
a su perro.
El padre, al ver que se marchaban, se fue a por ellos.
—¡No voy a...!
—Vamos a buscar a tu perro, Pablo —lo detuvo Elías—, aunque no creo
que tarde en regresar cuando se dé cuenta de que no va a poder atrapar al
conejo.
El hombre miró a Elías y a Mario, que acababa de llegar, y comprendió
que la bronca había acabado.
—Es la última clase que ese niñato de mierda le da a mi hijo. —Echó a
andar en la dirección en la que había desaparecido el perro.
Una hora después regresaba a la cuadra con el animal brincando alegre a
su lado. Encontró a su hijo y fue hacia él. Ahora que se le había pasado el
cabreo —y el disgusto—, comprendía que su bronca había sido
desproporcionada y tal vez un poco injusta. Su hijo era demasiado pequeño
para echarle encima toda la responsabilidad de lo ocurrido.
—Pablo —lo interceptó Jaime—. Siento lo de antes, no debería haberme
metido, no me correspondía —se disculpó—. Elías me ha dicho que vas a
sacar a Mateo de mi clase, lo entiendo. En Descendientes solo yo doy
iniciación, pero si me permites un consejo, llévalo a Tres Hermanas. Beth
es una profesora estupenda, hablaré con ella y la pondré al corriente de las
peculiaridades de Mateo.
—Lo pensaré —replicó Pablo, todavía enfadado.
Jaime asintió y dio media vuelta. Volvió a girarse antes de dar dos pasos.
—Solo... —Negó con un gesto frotándose la nuca—. Mira, me la suda si
te cabreas, pero si no lo suelto, reviento. Nunca le digas a tu hijo que no lo
quieres. Es lo peor que puedes hacerle. Duele muchísimo. Te destroza el
puto corazón. Las palabras tienen poder, Pablo, son como astillas, se clavan
y no hay manera de sacarlas y, si las dejas macerar, se infectan. No lo hagas
sufrir, joder —le exigió antes de dar media vuelta y alejarse.
—Jay... —lo llamó el hombre—. No hables con Beth. No será necesario.
Irisadas_14.47
Es una pena que no hayas podido venir, aunque imagino que
estarás superocupado, porque tampoco has respondido a mis
mensajes. Y, sí, eso es una acusación. No me gustan las
personas maleducadas y tú lo estás siendo. Pero lo voy a
pasar por alto porque soy una buena chica y no un inserte
palabrota como tú (ò_ó).
Jay frunció el ceño al leer el mensaje de Iris. También tenía una llamada
suya. Se sintió tentado de contestarle, pero no lo hizo. Tenía un plan e iba a
ceñirse a él. Entró en Descendientes aprovechando que Elías y Rocío
estaban en Tres Hermanas comiendo. Cogió el bocadillo y la botella de
agua que había guardado en la oficina y volvió a salir.
Y se dio de bruces con Nini.
—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó sorprendido.
—No comes con tu madre —lo acusó ella sin responder a su pregunta.
—Hoy no estoy de humor para soportar el alboroto de la cantina.
—En mi cocina no hay alboroto —dijo. A buen entendedor, pocas
palabras bastan.
—No estoy de humor para comer con nadie —reconoció.
—Si huyes para afrontar tus problemas, solo consigues que se hagan más
grandes.
—No huyo, Nini, nada más quiero estar solo un rato. Hoy no es un buen
día.
—El pasado es un recuerdo y el futuro un interrogante. Solo el presente
es real, no lo desperdicies, hazlo tuyo.
—Vale. —No servía de nada intentar razonar con ella. Nini jamás decía
lo que se esperaba y eso hacía imposible contraargumentarla—. Te veo
luego. —Enfiló al pinar.
—No conseguirás nada alejándote de la gente —pronosticó—. Da igual
lo rápido y lejos que huyas, no estarás solo porque lo llevas contigo.
—¿Qué llevo conmigo? —le reclamó enarcando una ceja.
—El miedo que te provoca su recuerdo. Cuanto más huyes de él, más
real lo haces. Le estás dando la vida a tu padre, Jaime, y él a cambio te la
está quitando.
—Joder, Nini. Ahora no quiero hablar de Jethro, ¿vale? Me largo, tengo
hambre.
—Ve a comer con Canela. Él te hará compañía sin darte la murga con
temas de los que no quieres hablar —apuntó sonriendo con afabilidad.
Jaime asintió contagiándose de su sonrisa y giró sobre sus pies para
tomar la vereda que lo llevaría al paddock de Canela.
Irisadas_16.22
Mi padre y yo hemos llegado a la conclusión de que no es
imposible chuparse el codo. Solo tienes que haber sido
bendecido con un brazo particularmente corto y una lengua
anormalmente larga. Yo soy de lo más normalita porque no
consigo chupármelo. Imagino que tú tampoco lo logras,
porque tener la lengua larga es imprescindible, y a ti parece
que se te haya comido la tuya el gato (ò_ó). Seguiré
informándote puntualmente de nuestros descubrimientos.
Se quedó sin aliento al ver que solo había pasado media hora encerrado.
Le había parecido mucho más. Dejó caer la cabeza exhausto. Le dolían los
músculos por la tensión a la que los había sometido, pero lo peor eran los
ojos. Le ardían. Joder. ¿Cómo era posible que las lágrimas no derramadas
quemaran tanto? Tal vez si se echaba agua fría dejaran de quemarle. Intentó
levantarse pero las piernas le fallaron, fue entonces cuando se dio cuenta de
que estaba temblando. Todo él.
Necesitaba tranquilizarse antes de ir a Tres Hermanas para pegarse una
ducha y desaparecer hasta el día siguiente. No podía llegar en ese estado,
Nini se empeñaría en llamar a Cirila y todo se iría a la mierda. Así que se
dispuso a dar tiempo al tiempo.
Irisadas_19.36
Ya he confirmado que sigues vivo, de lo cual me alegro,
porque significa que así podré darme el gustazo de matarte
con mis propias manos. Eres un inserte la peor palabrota del
mundo mundial. No me puedo creer que me estés ignorando.
Desde luego, eres un hombre de palabra, ayer dijiste que te
asustarías y ya veo que así ha sido. Pero lo que jamás se me
pasó por la cabeza es que fueras tan cobarde de no hablarme.
Cuando te encuentres los cataplines, si es que te los
encuentras algún día, escríbeme. Lo mismo tienes suerte y
hasta te contesto.
***
—No la dejes ir tras él —le ordenó un jadeante Julio a Nini. Aunque no era
necesario, pues esta llevaba conteniendo a Cirila para que no se acercara a
Jaime desde que este se había vuelto loco, porque no había otra manera de
explicarlo.
Su hermano no lo había reconocido cuando lo había abrazado tratando
de tranquilizarlo primero y de contenerlo después. Era como si no oyera su
voz ni viera su cara, ni la de Sin, a la que también había atacado. Estaba
enloquecido. Totalmente fuera de sí. No era la primera vez que lo veía así.
Solo que en aquel entonces era un niño y había sido fácil dominarlo, aunque
no tranquilizarlo.
Se incorporó renqueante, el rodillazo lo había dejado sin aliento. Y sin
huevos.
—¿Qué cojones le ha pasado? —gruñó Sin abrazándose el estómago—.
Joder con el puto cabrón, sabe cómo pegar —afirmó orgullosa, pues ella le
había enseñado a pelear.
—Moj otrok, Jamme... —gimoteó Cirila histérica, continuando con una
retahíla ininteligible de palabras en esloveno y alemán.
No había que ser muy listo para intuir qué estaba diciendo.
—Tranquila, Ciri... No pasa nada —le susurró Nini abrazándola para que
no se le escapara y fuera tras su hijo. Le daba miedo que consiguiera
alcanzarlo. No sabía cómo podría reaccionar Jaime, aunque no creía que
atacara a su madre.
—Ha tenido un ataque de ansiedad. —Julio salió a la explanada, aunque
sabía que no lo vería. Jaime corría como las gacelas, más aún si el miedo lo
acicateaba—. Es la segunda vez que le pasa, la primera fue en su octavo
cumpleaños, cuando lo sorprendí con una tarta —explicó yendo hacia la
vereda, tampoco lo vio—. Tardé horas en tranquilizarlo. No creí que fuera a
repetirse.
Miró frustrado a su alrededor. Jaime podría haber ido a los sembrados, a
la dehesa militar, a las pistas, al búnker... Estaban en mitad del campo, mil
caminos salían de Tres Hermanas y, dada la hora y el día, todos estaban
desiertos. No lo encontrarían hasta que él quisiera ser encontrado. Solo
esperaba que no tardara mucho en recuperar la razón.
—¿Una tarta? —Cirila miró a Julio confundida—. ¿Mi tarta provocado
esto? —Lágrimas de culpabilidad y arrepentimiento se agolparon en sus
ojos.
—No solo tu tarta —le quitó importancia Julio al ver su angustia—.
Todo en general. Su cumpleaños nunca es un buen día para él. Por eso no lo
celebra. —No pudo evitar sonar acusador. Se arrepintió al instante. Cirila
no se merecía eso.
—Yo no quería... Jamme sufre por mi culpa... —Se abrazó rota de dolor.
«Mi Dios querido, ¿qué he hecho? Si no hubiera sido tan terca y egoísta
y hubiera hecho caso a Mario y Julio, esto no habría pasado. Solo he
pensado en mí, en mi deseo de sorprenderlo para que me quisiera un poco
más. Y ahora mi hijo sufre. Mi Dios querido, ¿qué puedo hacer? ¿Cómo lo
arreglo? Socórreme.»
—No, claro que no, Ciri. Nada de esto es culpa tuya, sino mía. —Julio la
envolvió en sus brazos preocupado, parecía a punto de desmayarse—.
Debería habértelo dicho.
—Me lo insinuaste...
—Debería haber sido más categórico.
—No me jodas... ¿Qué cojones estáis discutiendo? ¿Quién se fustiga
más? —los atajó Sin—. Ya os flagelaréis más tarde, ahora toca averiguar
dónde coño está ese capullo. Llámalo, Jules, a ver si a ti te contesta, a mí no
me coge la llamada.
JayHorse_21.42
Cirila se ha ido?
Julio.Santos_21.42
Jaime, por fin contestas. Dónde estás?
JayHorse_21.43
Cirila sigue contigo?
Julio.Santos_21.43
Sí. Estoy en Tres Hermanas, con ella.
Está muy preocupada, la aliviaría
mucho verte.
JayHorse_21.44
Sin está bien? Creo q le pegué... y a ti. Joder, lo siento
muchísimo, Jules.
Perdí la puta cabeza.
Julio.Santos_21.44
No nos hiciste nada, tranquilo. Voy a llamarte, hermano,
contesta el teléfono, por favor.
JayHorse_21.47
Estoy bien, Jules, tomando una cerveza en un bar. Ya se me
ha pasado el arrebato. T lo juro. Deja d llamar,
no t lo voy a coger.
Julio.Santos_21.48
Me sentiría más tranquilo si oyera tu voz. Solo eso, Jaime.
No tenemos que hablar de lo que ha pasado, conque me
cantes una canción será suficiente (^_~).
JayHorse_21.49
No dejes que Ciri se vaya. Llévala a tu casa, que duerma con
Mor esta noche.
Julio.Santos_21.50
Ciri no se va a ir a ningún lado, Jaime. Ven y habla con ella.
JayHorse_21.51
Haz que Ciri se quede en tu casa, Jules, no dejes que se
vaya. Luego os veo.
Jaime le quitó el sonido al móvil. Parecía que el deporte nacional de esa
noche era llamarlo. Lo había hecho su hermano, Mor, Sin, Rocío, Nini y
Elías. También Cirila. Seguramente para decirle que era una decepción para
ella. Y sí que lo era.
Se miró la ropa, joder, daba asco. Llevaba los pantalones de montar y la
camiseta, ahora con el cuello desgarrado, que se había puesto esa mañana al
salir del piso de su hermano. Olían a sudor de caballo y de persona, a barro,
a vómito...
«A mierda, que es lo que eres.»
—Cállate, joder, tú sí que eres un mierda.
Se sacudió la tierra y el polvo de la ropa sin conseguirlo, parecía que se
hubiera revolcado en el suelo, y tal vez así había sido. No lo recordaba.
Había escapado de los monstruos, que ahora se daba cuenta de que no eran
otros que Sin y Julio, y había corrido enloquecido y con los pulmones
ardiéndole. Lo siguiente que sabía era que se había despertado en mitad de
un sembrado, que era donde se encontraba. Imaginaba que se habría
desmayado en algún momento de su loca carrera.
Si leyera esa escena en un libro, no se la creería, era demasiado
dramática, pero no formaba parte de un libro, sino de su vida. Se había
vuelto loco. Joder, lo que le faltaba.
Se revisó los bolsillos comprobando lo que ya sabía: que había huido sin
llaves ni documentación, solo el móvil y la tarjeta de débito —escasa de
fondos, por cierto— que guardaba en la funda.
De puta madre.
Miró la hora. Eran las diez de la noche. Si tuviera medio cerebro, y este
fuera funcional y no de adorno, se dejaría de gilipolleces y le pediría a su
hermano que fuera a buscarlo y lo llevara a casa. Con Cirila. Pero no tenía
medio cerebro y las pocas neuronas que conservaba estaban averiadas, así
que echó a caminar sin rumbo fijo.
Y ya fuera porque la brisa de la noche le aclaró las ideas o porque, y esto
era lo más probable, tras la debacle, su cerebro había cortocircuitado hasta
el punto de verse obligado a reiniciarse —de ahí el desmayo—, parecía
haber recuperado la cordura que había perdido un mes atrás. O, mejor
dicho, once años atrás, cuando se le metió en la cabeza que aquellos a
quienes quería lo abandonarían en su cumpleaños, como había hecho su
madre, como había hecho su padre.
Era irracional. Una verdadera estupidez. Cirila no iba a desaparecer por
mucho que fuera el puto 20 de abril de los cojones. Que le hubiera hecho
una tarta no significaba que pensara irse. Aunque que él le hubiera
vomitado encima para luego echarse a llorar y a continuación liarse a
hostias con su hermano y Sin sí era motivo sobrado para largarse y no
volver. Ninguna madre quería un hijo demente, menos aún una que había
tardado años en empezar a buscarlo.
Desde luego, cuando la cagaba lo hacía a conciencia.
Se giró en la dirección en la que, a varios kilómetros, estaba el complejo
hípico. Podría ir dando un paseo hasta Tres Hermanas, pero no se sentía
capaz de enfrentarse a ella, a su mirada de decepción. Y además tenía un
plan.
Un plan de mierda basado en una idea estúpida que estaba claro que no
servía para nada, pero un plan al fin y al cabo. Y ceñirse a él era una excusa
tan buena como cualquier otra para dejar pasar las dos putas horas que le
quedaban a ese día de mierda. Así que se sentó y se puso a mirar el móvil.
No había ningún mensaje de Iris. Tampoco le extrañaba. La había cabreado
a base de bien. Le escribió un mensaje. Lo borró antes de mandarlo. Lo
pensó unos minutos. Le escribió otro. De nuevo lo borró. Empezó a escribir
un tercero. No llegó a acabarlo. ¿Para qué? No iba a mandarlo.
No podía. Tenía tan interiorizado que la perdería si hablaba con ella
antes de que terminara el día que, a pesar de saber que era una estupidez, no
podía hacerlo. Porque podía cagarla con Iris como la había cagado con
Cirila.
Y entonces las perdería a las dos.
Ese pensamiento era tan tremendo, tan horrible, que se adueñó de cada
neurona que albergaba su cerebro sin dejar espacio para nada más.
41
Domingo, 21 de abril
JayHorse_00.01
Dnd stás?
Irisadas_00.02
¿Y a ti qué inserte palabrota relacionada con los genitales
femeninos te importa?
Irisadas_00.04
O estás borracho o no has cenado...
Me inclino por la primera opción.
JayHorse_00.05
X q dicss eso?
Irisadas_00.06
Porque te estás comiendo letras y no es que sean muy
nutritivas, ergo solo
nos queda el abuso de alcohol...
JayHorse_00.07
Q listilla erss...
JayHorse_00.11
Dime dnde stás.
JayHorse_00.17
No vas a contstar?
—Pues parece que no... —Jaime se levantó del bordillo en el que estaba
sentado sin tambalearse—. ¿Lo ves? No estoy borracho —le dijo al gato
que devoraba feliz la comida gatuna que había comprado para llegar al pago
mínimo con tarjeta que exigía la tienda en la que se había agenciado la
cerveza que albergaba su estómago. Y su vejiga.
Se acercó al contenedor asustando al felino, tiró la litrona que le había
hecho compañía durante la última hora y buscó un árbol en el que evacuar.
Mientras se aliviaba, revisó sus opciones. Iris estaba usando con él el
bíblico ojo por ojo y mensaje sin contestar por mensaje sin contestar, por lo
que de nada le serviría llamarla. Chasqueó la lengua disgustado y miró a su
alrededor; estaba en un polígono industrial situado entre los sembrados y el
centro comercial Tres Aguas, a media hora andando de la Venta en un
sentido y a otra media hora andando de Alcorcón en el sentido contrario. Lo
sabía porque había ido hasta allí para comprar la cerveza.
Decidió repetir el paseo y hacerse con más suministros. No le apetecía ir
al piso de Julio ni a Tres Hermanas, e Iris estaba desaparecida en combate,
así que bien podía comprarse un bocata y un refresco y cenárselos en algún
parque. Luego, con la tripa llena y la cabeza despejada, ya pensaría qué
hacer. Revisó en el móvil el saldo que le quedaba en la tarjeta y,
aprovechando la coyuntura, abrió IRISADAS en Instagram. Sonrió al ver
que Iris, a pesar de su cabreo, le había dejado una pista. Porque solo así se
podía considerar el vídeo que acababa de subir en el que se veía a Sardi y a
los Repes matando zombis en casa del primero. Iris estaba con ellos,
pegando tiros con una furia demoledora, aunque, eso sí, sin darle a ninguno.
La puntería no era lo suyo.
Guardó el móvil con el corazón a punto de alzar el vuelo. Ese vídeo era
una declaración de intenciones, pues le indicaba dónde se encontraba y lo
enfadada que estaba, además de advertirle que si aparecía le pegaría un tiro.
No obstante, como era tan mala disparando, no había peligro, pensó ufano,
aunque también era cierto que si los tiros no le funcionaban siempre podría
hacerle una llave de las suyas y dejarlo para el arrastre.
Sonrió. Merecía la pena correr el riesgo.
Media hora después, rozando la una de la madrugada, llegó al portal de
Iris. El barrio se hallaba en silencio, los comercios estaban cerrados y la
plaza en la que durante el día jugaban los niños mientras sus abuelos los
vigilaban estaba desierta.
Llamó al portero automático y el timbre estrepitoso rompió la quietud de
la noche.
—Si me dices que eres el cartero comercial, no va a colar —respondió
Iris doce segundos después. Y colgó.
Jay volvió a llamar y el timbre sonó aún más agudo.
—¿Y si te digo que soy de Amazon? —inquirió con buen humor cuando
descolgó.
—No tengo nada pedido. —Volvió a colgar.
Jay llamó de nuevo. Un par de persianas que estaban bajadas subieron.
—¿Por qué no te vas un ratito a la inserte sinónimo femenino de
excremento?
—«Mierda» no es una palabrota —señaló Jaime mordaz.
Iris colgó. Con un golpe rudo. Jaime frunció el ceño, esperaba que no
hubiera roto el aparato. Para comprobarlo, volvió a llamar.
—Mira, hijo, siento que hayas discutido con tu novia, pero las paredes
son de papel y estoy intentando dormir, así que vete a dar un paseo hasta
mañana —contestó una mujer que, obviamente, no era Iris.
—Siento mucho molestar, pero es cuestión de vida o muerte, no puedo
irme.
—Cuestión de muerte va a ser como no te vayas —apuntó otra persona
—. La tuya.
Los vecinos del tercero y el primero se asomaron a curiosear.
—No te enfades, Mariano, el chico está enamorado, no puedes pedirle
que renuncie a reconquistar a Iris —comentó una voz en el telefonillo que
no era ninguna de las anteriores—. Porque tú eres el muchacho que la
acompaña últimamente, ¿verdad? El que monta a caballo...
—Eh, sí..., eso creo.
—Eres muy guapo.
—La verdad es que no está mal, aunque un poco demasiado alto para mi
gusto —opinó la primera voz.
—Ah..., ¿gracias? —Jay parpadeó confundido. Joder con las abuelas.
—Alto para ti, que eres muy bajita, para Iris es estupendo —sentenció la
segunda voz de mujer—. Así que has metido la pata y ahora quieres
arreglarlo...
—Ufe, por el amor de Dios, no le des carrete, que queremos que se vaya
—regañó una nueva voz.
—Eso tú, que eres una sosa, yo estoy encantada con que se quede. Ver
cómo se arrastra mientras Iris lo pone en su sitio es mucho más entretenido
que ver los realities que dan en la tele.
—Disculpe, señora, pero no me estoy arrastrando —repuso Jaime
molesto.
—Todavía —apuntó la ancianita con la experiencia que da la edad.
—U os calláis todos o llamo a la policía —amenazó el vecino gruñón.
Algunos vecinos del portal contiguo también se asomaron a las ventanas.
—¡Ay, sí! ¡Eso sería emocionante! —exclamó Eufemia, Ufe para las
amigas.
—Emocionante no sé, abu, pero entretenido seguro que sí —comentó
una voz en la que Jaime reconoció a uno de los Repes. El alivio fue
inmediato, ellos lo ayudarían.
—Dile a Iris que se ponga —suplicó. Sí, se iba a arrastrar. Tanto como
fuera necesario.
—Anda y que te follen.
—¡Jorge, yo no te he educado para que digas esas palabras tan feas!
—No soy Jorge, abu, soy Juan.
—No jodas, tío, no me cargues a mí el muerto. Yo soy Juan, tú eres
Jorge.
—¡Juan, esa boca!
—Lo siento, abu.
—No lo siente, solo lo dice para que lo dejes en paz.
—¡Se acabó! ¡Voy a llamar a la policía para que os detengan!
—¡Eso, llama de una vez, que queremos dormir! —gritó alguien del
segundo.
—Mira que eres revenido, Mariano.
—¡Y tú estás como una cabra, vieja bruja!
—Cuidado con lo que le dices a mi abuela, Mariano... —Y la voz del
Repe era tan amenazante que se hizo el bendito silencio.
Lástima que solo durase un segundo, pues a continuación estalló un
guirigay de voces y gritos de quienes amenazaban, de quienes se defendían,
de quienes trataban de tranquilizar y de quienes —los Repes— echaban más
leña al fuego.
En el punto álgido de la trifulca, Iris salió del portal.
—Estupendo, Morritos, la has liado parda —lo acusó y, sin dirigirle la
mirada, le agarró el brazo y tiró de él haciéndolo andar.
—¿Yo? Pero si no he hecho nada —protestó siguiéndola con docilidad.
Varias voces rebatieron esa afirmación a través del telefonillo y algunas
ventanas. Iris aceleró dejando la plaza atrás. Cruzó la carretera y lo guio al
aparcamiento de la Renfe, que quedaba lo bastante lejos de los edificios
para gritar a gusto y con cierta intimidad.
—¿De qué inserte palabrota vas? —le reclamó deteniéndose junto a una
furgoneta.
Estaba oscuro, pues la mitad de las farolas estaban rotas y la otra mitad
apenas iluminaban, por lo que Jay no podía verla bien —ni ella a él—, pero
no lo necesitaba para saber que estaba muy cabreada.
—¿De qué género es la palabrota esta vez? ¿Masculino o femenino?
Por el silencio que siguió, Jaime supo que había conseguido
sorprenderla.
—¿Ahora quieres hacerte el gracioso? Pues entérate, bombón, no
funciona. —Le clavó el índice en el pecho—. Eres... eres... ¡Argh! —
exclamó frustrada.
—Puedes insultarme si quieres, con palabrotas y todo eso —ofreció
Jaime con una sonrisa traviesa. Puede que el día hubiera sido una mierda y
que la hubiera cagado a tope, pero ahora estaba con Iris y el sol volvía a
lucir, aunque fuera noche cerrada.
Iris sacudió la cabeza en una atónita negativa.
—¿Sabes el día que me has hecho pasar? —le reclamó furiosa—. Al
principio pensé que estabas muy liado, pero luego empecé a preocuparme
por si te había pasado algo. ¡Trabajas con caballos, por el amor de Dios!
¡No es una actividad libre de riesgos! —Caminó nerviosa—. Se me ocurrió
que podrían haberte dado una coz o que podrías haberte caído y que el
caballo te había pasado por encima como a Messala en la carrera de
cuadrigas en Ben-Hur. —Se abrazó sin dejar de pasear inquieta—. Y que te
había roto las piernas, los brazos, la cabeza... ¡Yo qué sé! —gritó frenética
—. No sabía qué era de ti y tampoco podía llamar a nadie porque no tengo
el contacto de nadie que te conozca. ¡Ha sido horrible! ¡Cada segundo me
cruzaban por la cabeza mil imágenes tuyas destrozado, a cuál peor!
Lo empujó furiosa y Jaime solo pudo recular pasmado al ver el pavor en
sus ojos.
—Joder, Iris, menuda película te has montado ... —La miró incrédulo.
Por Dios, la novelista tendría que ser ella y no él. ¡Qué imaginación!
—¿Película? ¡Pero cómo puedes ser tan insensible! —Retomó su
nervioso paseo. Era eso o golpearlo—. Estaba a punto de ir a la Venta
cuando se me ocurrió buscar a Sin en Instagram. —Detuvo su delirante
deambular y lo encaró—. Y resulta que me dice que estás vivito y coleando,
y entonces me doy cuenta de que lo que te ocurre es que el viernes te hiciste
caquita en los calzoncillos con mi confesión y por eso no has tenido
cataplines para responder mis mensajes ni coger mis llamadas. Eres un
cobarde —sentenció.
A Jaime se le paró el corazón al oír esa palabra abandonar sus labios.
—Si tienes algún problema con lo que siento por ti, dímelo a la cara,
¡pero no me ignores asustándome! Te juro que podría matarte... —Le dio la
espalda abriendo y cerrando los puños, toda ella presa de una energía
volcánica que necesitaba soltar.
—¿No crees que lo estás exagerando un poco, reina? Un pelín de nada,
vamos —ironizó cabreado.
—¿Que lo estoy exagerando? —Lo encaró, sus ojos, más eléctricos que
nunca, echaban chispas—. ¿Cómo te atreves a menospreciar mis
sentimientos? Mi miedo. Mi dolor.
—¡No me jodas, Iris! ¿Te estás oyendo? ¡Todo te lo tomas a la tremenda!
Tu dolor, tu miedo... —coreó con recochineo—. ¡No estás en una puta
comedia romántica! ¡Relájate un poco y deja de montar dramas! ¡No seas
tan intensa!
Ella lo miró pasmada por su falta de empatía.
—No tienes ni idea de lo intensa que soy —dijo en un susurro peligroso
—. ¿Quieres saber hasta qué punto lo soy? —Sin mediar más palabras, se
movió y Jaime acabó en el suelo con ella encima presionándole la garganta
con el antebrazo, de manera que solo dejaba pasar un hálito de aire por su
tráquea—. No bromeaba cuando he dicho que podría matarte, pero no
merece la pena el esfuerzo y el disgusto que me supondría. —Se levantó
desdeñosa—. No voy a perder el tiempo con un cobarde que me hace sufrir,
la vida es demasiado corta para malgastarla siendo infeliz. —Echó a andar
en dirección a su casa.
Jaime se levantó y la siguió, tan furioso o más que ella.
—¡Claro! ¡¿Cómo no me habré dado cuenta?! La princesa rosa que
busca su puto príncipe azul solo quiere ser feliz y comer perdices y, cuando
algo se tuerce, se enfada y se larga. ¡Pobrecita princesita, que quiere ser
feliz y yo no la dejo! ¡Que te jodan, Iris! —gritó colérico—. ¡Nadie es tan
puto feliz como lo eres tú! ¡Es imposible alcanzarte, joder! Todo te parece
maravilloso, los pajaritos cantan, el sol sonríe, el cielo es azul y las nubes
huelen a rosas, todos te quieren y nadie se va... ¡Pues entérate bien, reina, la
vida es una mierda y tú eres un jodido bicho raro! —la acusó desquiciado.
—¿Perdona? —Iris lo miró como si se hubiera vuelto loco—. ¿Me estás
acusando de ser feliz? ¿En serio? ¿Y qué quieres que haga? ¿Flagelarme?
—¡No! Quiero... Quiero... ¡Joder! —gritó frustrado.
Iris enarcó una ceja.
—No tienes ni idea de lo que quieres, Morritos. Ya me contarás qué es
cuando lo sepas. Hasta entonces, adiós, esta princesa que quiere ser feliz se
despide del ogro gruñón que no quiere que lo sea —resopló dejando atrás el
aparcamiento de la Renfe.
—¡Yo no he dicho que no quiero que seas feliz! ¡No tergiverses mis
palabras! —La persiguió alterado—. ¡Todo lo llevas al extremo! ¡Te comes
la vida a mordiscos y todos son tan buenos como un pedazo de tarta de
chocolate! Pero la vida no es así, joder. No es una tarta que todos podamos
disfrutar. La vida es una mierda y, a veces, cuando intentas morderla, te
atragantas. Pero tú no, tú siempre eres feliz y estás sonriendo. Eres la puta
alegría personificada. ¡Joder, tanta alacridad es cargante!
Iris se detuvo en seco y lo miró turbada, lo que decía no tenía ningún
sentido.
—¿Te estás escuchando? ¿Cómo puede molestarte que sea feliz? ¡Es de
locos!
—¿Sabes lo que te pasa, reina? Que has tenido una suerte de cojones —
cargó contra ella—. Tus padres te quieren y tienes abuelos, tíos y toda una
jodida familia que te adora. Pero hay gente que va de puto culo, personas a
las que nunca les sucede nada bueno y que no tienen ni un maldito motivo
para sonreír.
—¿Y tú eres uno de esos pobrecitos que se atragantan al morder la vida?
—le reclamó sarcástica. Estaba harta de que le reprochara ser feliz, como si
fuera un pecado.
—No. Yo soy de a los que se les indigesta de tal manera que acaban
vomitándola. —Se pegó a ella hasta que las puntas de sus calzados se
tocaron, lo que, dada la altura de Jaime, obligó a Iris a alzar la cabeza—. Yo
soy el niño que juega solo en el parque porque sus padres, los dos, lo han
abandonado. Soy el bebé al que su padre roba de brazos de su madre y el
niño al que le hace creer que ella lo ha abandonado. Soy el crío al que su
padre repite cada día que ni su madre ni él lo quieren y al que desecha en
casa de su hermano, con nocturnidad y alevosía, para que este no pueda
rechazar el regalito. Soy el puto cobarde que cuando descubre que todo lo
que siempre ha creído es mentira no sabe cómo reaccionar ni cómo querer a
su madre, porque, joder, lleva tanto tiempo creyendo que su madre lo
abandonó que no puede olvidar toda la rabia y el dolor y aceptar que tal vez
lo quiere y que él debe echarle huevos y arriesgarse a quererla. Y también
soy el idiota que la caga. El que mete la pata hasta el fondo y consigue que
su madre quiera largarse y esta vez para siempre. Ese puto crío soy yo. ¡¿Te
enteras, joder?! No todos tenemos tu suerte. A algunos la vida nos escupe a
la cara.
—Jay... Lo siento... —musitó alzando la mano para acariciarle la cara.
En ese momento Jaime fue consciente de que estaba llorando. Delante de
ella.
Le dio un manotazo y salió corriendo hacia la carretera, pero no la cruzó,
sino que la siguió. Iris tardó un segundo en reaccionar e ir tras él. Jaime no
necesitó más para atravesar el túnel que cruzaba bajo la autopista y servía
de frontera entre la ciudad y el campo y perderse en la oscuridad.
Iris lo siguió y, al salir del túnel, se encontró con una oscuridad
impenetrable en la que solo veía sombras amenazadoras que de día eran
inofensivos árboles y arbustos. Iluminándose con el móvil, se adentró en las
tinieblas llamándolo. No tardó en comprender que él estaba muy lejos, tanto
física como mentalmente.
Regresó a la seguridad de la ciudad y sus calles iluminadas por farolas.
Unas farolas que habían revelado a Iris sus pantalones de montar
polvorientos, su camiseta desgarrada y sus botas embarradas, lo que la llevó
a intuir que debía de llevar horas deambulando por el campo. ¿Qué narices
le había pasado?
Irisadas_01.27
Jay, ven a casa y hablamos, ¿vale?
Irisadas_01.39
Si lo prefieres podemos quedar
en algún parque.
Domingo, 21 de abril
Irisadas_03.37
Sin, sé que es supertarde y lo siento, pero he discutido con
Jay y estoy preocupada. No responde a mis mensajes ni a
mis llamadas. ¿Sabes si ha regresado ya a casa?
Sin3hermanas_03.39
No ha vuelto a 3hermanas y x el piso
d Julio no creo q aparezca. T aviso cuando lo vea. Aunq es
probable q antes le reviente la cara x gilipollas.
Jay releyó por novena vez el mensaje que había escrito y, sin mandarlo,
dejó el ordenador portátil en el lavabo. Sí. Se había metido con él en el
baño. Era la única estancia de la casa que tenía pestillo y necesitaba
intimidad para abrir su corazón. Había aprovechado que tenía la app del
WhatsApp en el ordenador para escribir un mensaje a Iris, ya que su móvil
estaba destrozado. Pero no tenía huevos para mandarlo.
Así que, mientras hallaba el valor para hacerlo, se metió en la ducha para
quitarse la mierda que le cubría el cuerpo, que no era poca, después se puso
ropa interior que olía a suavizante, unos vaqueros gloriosamente limpios y
una camisa planchada.
Ya volvía a sentirse humano otra vez en lugar de un trol de las cavernas.
Se peinó con los dedos mientras el espejo del baño le mostraba lo que ya
sabía: que tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Pero se sentía bien.
Mejor que bien. En paz.
Y muy azul.
Porque, joder, los vaqueros eran azules, igual que la camisa, los
calcetines y el bóxer. Iba de azul de los pies a la cabeza. No había sido algo
premeditado, el día anterior había guardado la ropa en la mochila sin pensar
en ello, pero tal vez su subconsciente le estaba mandando un mensaje...
—No eres un jodido príncipe azul —le dijo a su imagen en el espejo, y
esta le respondió esbozando una sonrisita ladina que decía: «Sí lo soy».
Miró de refilón el portátil, extendió el brazo y envió el mensaje.
—Que sea lo que Dios quiera. —Entrecerró los ojos y, tras pensarlo un
instante, miró al cielo, o, mejor dicho, al techo, y soltó—: Eh, tío, mi madre
es tu fan número uno... Te estaré eternamente agradecido si me echas un
cable. Solo si te viene bien, sin compromiso, of course. Va, gracias.
Regresó al dormitorio y encontró a su madre allí, muy ocupada
retorciendo con saña el delantal. Soltó el portátil en el escritorio y se acercó
presuroso. Solo algo muy gordo la haría estar allí en lugar de preparándole
el almuerzo prometido.
—¿Qué ha pasado? —inquirió preocupado.
—Iris está en salón.
—¿En el de abajo? —preguntó pasmado. Joder, acababa de mandarle el
mensaje, ni siquiera le habría dado tiempo a leerlo.
—No hay otro —señaló Cirila esbozando una sonrisita sesgada al ver su
turbación.
—Ya, claro. No lo hay. Jod... lines —se corrigió antes de que alzara la
comisura. Esa mañana había dicho palabrotas suficientes para todo el mes.
Bueno, para toda la semana, tampoco había que exagerar.
Se sentó en la cama asimilando la noticia. Iris. Estaba. Allí. ¿Cómo coño
sabía que él estaba en Tres Hermanas? Ah, ya, Sin y sus mensajitos de los
cojones.
—¿Ha...? —Carraspeó al no encontrarse la voz—. ¿Ha dicho algo?
Sobre mí —añadió por si no se sobreentendía en su pregunta.
—Sí. Es muy preocupada por ti.
—¿Parecía enfadada? —indagó nervioso.
—No. Solo preocupada —reiteró.
—Vale... —No hizo intención de levantarse—. No sé qué coj... narices
voy a decirle. —Se pasó las manos por el pelo, despeinándose—. Es que no
tengo ni pajolera idea, joder. No quiero meter la pata otra vez... —gimió
agobiado.
Todo iba demasiado rápido. Había supuesto que Iris tardaría un buen rato
en contestar su mensaje, si es que lo hacía, y que tendría que suplicarle para
arrancarle el compromiso de una cita, y que esta tendría lugar al cabo de un
par de días..., lo que le daba tiempo para planear su estrategia, pero, en vez
de eso, Iris, en una de sus irisadas, había hecho lo que no esperaba de ella:
ir a buscarlo.
—Jamme, no preocupes.
—¡Cómo no me voy a preocupar! ¡No sé qué voy a contarle! —exclamó
angustiado.
—La verdad. Es lo que te hará libre.
—No me jod... fastidies, Ciri, eso lo has sacado de Expediente X —
resopló.
—No X. Es Juan 8, 31 —replicó confundida.
Jaime la miró perplejo y estalló en una risa histérica.
Cirila lo observó preocupada, su hijo estaba al borde de un ataque de
nervios. E intuía por qué, así que se apresuró a tranquilizarlo.
—Jamme, Iris no sabe soy tu madre. —Le acarició la espalda—. Yo
dicho soy cocinera y Julio no dice no lo soy. Ahora yo bajo, digo adiós y
voy a cantina y ella no descubre quién soy. —Esbozó una sonrisa que no le
llegó a los ojos.
—¿Por qué vas a hacer eso? —La miró aturdido.
Cirila soltó un quedo suspiro.
—Sé que no quieres presentármela. —«Porque te avergüenzas de mí»—.
Yo entiendo. No importa. Yo me voy y tú hablas con ella. ¿Sí?
A Jaime le llevó unos segundos asimilar lo que acababa de oír. Joder.
Tanto empeño había puesto en que Iris no supiera de Cirila que ahora Cirila
pensaba que quería mantenerla oculta porque se avergonzaba de ella.
¿Cómo podía haber sido tan idiota y complicarlo todo tanto?
—Ni de coña, joder —soltó poniéndose en pie. Le tendió la mano y ella
lo miró confundida—. Vamos a bajar juntos y te la voy a presentar —
afirmó.
Cirila abrió unos ojos como platos, no tanto por su afirmación, sino por
la rotundidad con que la había hecho.
—No necesario.
—Claro que es necesario, jod... lín. Vamos, mamá, no me hagas confesar
que no tengo huevos para bajar solo.
Cirila lo miró con absoluta perplejidad.
—¿Para qué quieres huevos? ¿Vas hacer comida?
Jaime se echó a reír sin poder evitarlo.
—Es una frase hecha, significa que no tengo valor para bajar solo.
—Claro que sí, tú mucho valor —replicó feroz.
—Solo si vienes conmigo. Por favor, quiero que conozca a la madre tan
maravillosa que tengo. Y si me manda a la mierda, que es lo más probable,
podrás consolarme —señaló zalamero.
—No va mandar ningún sitio —aseveró Cirila—. Si ella aquí es porque
preocupa por ti, y si preocupa por ti es porque te quiere, y si te quiere no
manda a ningún lado. Pero sí es muy enfadada —le advirtió—. Y razón es.
Tú cuenta todo, no te quedes nada. Abre —le puso la mano en el corazón—
y todo será bien. Yo prometo.
—No tienes poder para cumplir esa promesa... —murmuró Jaime
inclinándose para besarle la frente—, pero te agradezco los ánimos. Te
quiero muchosísimo, mamá.
A Cirila, por enésima vez ese día, se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No, joder, no llores. Si sigues llorando cada vez que lo digo, no
volveré a decirlo.
—¡No! O me enfado. Peor yo enfado que yo lloro —lo amenazó, y él
estalló en risas.
—Quedaré como un cobarde si no bajo, ¿verdad? —Miró la puerta
disgustado.
—Hay huevos en cocina, puedo ir por ellos y subírtelos...
Jaime la miró sorprendido y ella apretó los labios tratando de ocultar una
sonrisa.
—Eres malvada... Y los malvados siempre reciben su merecido —dijo
amenazante.
Ella, en respuesta, se lanzó a sus brazos y le susurró:
—Valor es cuando no renunciamos a hacer lo que debemos.
—Me desarmas, mamá... —Le dio un beso y salió del dormitorio. Eso sí,
con la mano de su madre firmemente envuelta por la suya. Era valiente,
pero no tanto.
Encontraron a Iris en el salón, con Julio.
—Hola... —musitó Jaime, todavía de la mano con Cirila.
Iris ladeó la cabeza mirándolos con curiosidad.
—Hola de nuevo, Cirila. —Le dirigió una sonrisa luminosa que se
desvaneció cuando centró su atención en Jaime—. Aquí y ahora —le dijo
cortante.
Jaime entendió que estaba respondiendo a las preguntas que le había
hecho por WhatsApp: ¿dónde y cuándo quedaban?
—Vale... —Miró a Cirila. Ella le sonrió y trató de soltarse de su mano.
Él la retuvo—. Pero antes..., Iris, Ciri no es solo la mejor cocinera del
mundo. También es mi madre. Pero no es Alma —se apresuró a decir
recordando la mala opinión que tenía sobre el personaje de su relato—. No
se parece en nada a ella. No me abandonó.
—Lo sé. Me lo dijiste ayer —replicó Iris acercándose a ellos.
No se parecían mucho, Jay era altísimo y tenía el cuerpo moldeado por el
ejercicio, y Cirila era esbelta y delicada, pero en los ojos de ambos brillaba
la misma fuerza.
—Jay no exagera ni un poco al decir que eres la mejor cocinera del
mundo mundial —afirmó sonriente y, sin previo aviso, le dio un cariñoso
achuchón aderezado con un par de besos—. Me tienes que dar la receta de
la kremna rezina, es lo más rico que he probado nunca. ¡No! ¡Miento! La
potica es lo más rico. O la frika. Eres la releche, Ciri, tienes que dejar que
me meta en tu cocina para que te robe todos tus secretos culinarios. Ups. No
he querido decir eso. No voy a robarte nada, solo quiero tomar notas;
palabrita de niña buena. —Hizo una cruz sobre su corazón y soltó una risa
cantarina—. Hablo demasiado y voy muy rápido, ¿verdad? —sosegó su
apresurada charla—. Intentaré ir más despacio, pero va a ser difícil porque,
según tu encantador y maravilloso hijo, nótese la ironía, por favor, soy,
además de muy intensa, un culo de mal asiento que se come la vida a
mordiscos. ¿Te lo puedes creer? ¿Yo, intensa? ¡Para nada! Solo soy un poco
movida.
—No ironía, Jay encantador y maravilloso —apuntó Cirila muy seria,
aunque la comisura de sus labios la traicionaba curvándose en una sonrisa
dichosa.
—Tiene sus momentos —accedió Iris—. Te lo voy a robar un rato,
necesito hablar con él. Prometo que te lo devolveré de una pieza y con
todos los dientes —sonrió.
—Tampoco te esfuerces demasiado en eso, los dentistas hacen milagros
con los implantes —se mofó Julio.
—Me encanta cómo me defiendes, hermano —lo acusó Jaime.
—Es que yo también soy encantador y maravilloso.
—Eso es un chiste, ¿verdad? Joder, incluso voy a reírme: ja. Ja. Ja. —
resopló Jaime antes de mirar a Iris y ponerse serio—. ¿Te importa si salimos
a la calle? —Solo de pensar en la conversación que iban a tener le faltaba el
aire.
—No hay problema. —Fue a la puerta. Jaime la siguió.
—Jamme, recuerda, tienes muchos huevos —afirmó Cirila
sorprendiendo a todos, menos a su hijo, con su frase de ánimo.
—Ah... Gracias, mamá —dijo Jaime con las orejas rojas—. Oye, Jules,
hazme un favor, explícale a Ciri qué son los huevos en la frase «tener
huevos», creo que antes no se lo he sabido explicar bien...
—Sí, eso parece —convino Julio frotándose la cabeza—. Menudo
marrón me dejas.
—Eres un tío encantador y maravilloso, seguro que puedes con ello. —
Le guiñó un ojo y abandonó el salón con Iris.
Enfilaron a los prados en los que se ubicaban los paddocks. A esa hora
era el lugar más tranquilo del complejo hípico, pues los jinetes estaban en
las pistas trabajando a sus caballos y dando o recibiendo clases.
—¿Estás muy cabreada? —le preguntó cuando dejaron atrás el bullicio
de los caminos principales y llegaron a la silenciosa y solitaria quietud de
los prados.
—¿Tú qué crees? Ayer me pasé todo el día escribiéndote sin que te
dignaras contestarme y lueg...
—Si no te contesté no fue porque me asustara lo que me dijiste, quiero
dejar eso claro —la interrumpió.
Ella lo miró confundida.
—Lo de que habías encontrado lo que no sabías que estabas buscando...
—explicó, sus orejas enrojeciendo a ojos vista—. No me asustó saberlo. Al
contrario, me ilusionó. Y me gustaría saber si..., bueno, si sigues pensando
que lo has encontrado. —Se pasó la mano por la nuca nervioso—. Porque,
si lo sigues pensando, pues me gustaría confirmar que soy yo. Porque si no
lo soy se me va a romper el corazón. —Fijó su mirada gris en ella.
Iris parpadeó totalmente desarmada. ¿Cómo podía decirle esas cosas tan
bonitas en ese momento? No era justo. No podía seguir disgustada con él si
su corazón estaba bailando la danza de la felicidad en su pecho.
—Iris... —musitó Jaime con el corazón en vilo al ver que no respondía a
su pregunta.
¿Eso significaba que él ya no era lo que no sabía que estaba buscando?
Aunque lo mismo había malinterpretado su afirmación y nunca lo había
sido. Fuera como fuese, estaba jodido. Mierda. Mierda. Mierda.
—Eres un inserte palabrota de la peor especie —lo acusó clavándole el
índice en el pecho—. ¡No puedes decirme esas cosas cuando estoy
enfadada!
—Lo siento, no... —Joder. La había vuelto a cagar. Pero ¿cómo?
—¡Porque me desenfado y no es justo! —lo interrumpió.
—¿Te desenfadas? —La miró perplejo—. O sea, que ya no estás
enfadada...
—Me estoy concentrando para recuperar el enfado. Si me das un
minuto...
—Ni de coña, reina.
La abrazó y le dio un beso con sabor a redención. Ella lo aceptó y se lo
devolvió aderezado con una sonrisa.
—Eres un tramposo de categoría mundial, me estás distrayendo a
propósito —le recriminó entrelazando los dedos en su nuca.
—Solo hago lo necesario para sobrevivir —replicó él.
—¿No crees que estás exagerando? Pero, vamos, un pelín de nada. —
Enarcó una ceja.
—Nadie puede vivir sin corazón, y saber que la he cagado contigo me lo
rompe...
Iris parpadeó una vez. Dos. Y estalló en carcajadas.
—¿Y yo soy la intensa? ¿En serio?
—Vale, me he pasado un poco. —Sonrió. La abrazó y le mordió el lugar
en el que cuello y hombro se unen—. Pero tampoco es para que te mueras
de la risa...
—De la risa, no, pero de un coma diabético por sobredosis de azúcar, sí.
La próxima vez que pida un café, en vez de azúcar, te pediré que metas el
dedo para endulzarlo...
—Joder, eso es asqueroso —soltó Jaime, la risa bailando en su voz.
—Pues los has metido en sitios peores —dijo con toda intención.
—O mejores, depende de cómo se mire —rebatió captando al vuelo su
indirecta.
—Más húmedos y salados desde luego.
—Y más placenteros... —Volvió a besarla. Porque era lo que tocaba.
Porque se lo pedía el cuerpo y porque no podía pasar un segundo más sin
comerse su sonrisa—. Joder, siento muchísimo cómo me comporte ayer...
—susurró contra sus labios—. Fui un cabrón.
—Si esperas que te lleve la contraria, vas listo —repuso Iris. Le atrapó el
labio inferior entre los dientes y lo mordió castigadora—. Me lo hiciste
pasar fatal...
—Lo sé. —Deslizó la lengua por sus labios, pidiendo permiso para
entrar.
No le fue concedido.
—¿Qué te pasó? —le preguntó Iris dando un paso atrás para poner
distancia.
—Rompí el móvil tras leer tus primeros mensajes, por eso no he podido
contestarte hasta hace un rato, que lo he hecho a través del portátil.
—Sabes que no es eso lo que te estoy preguntando. —Sus ojos, más
eléctricos que nunca, atravesaron sus barreras exhortándolo a vencer su
miedo.
Jaime tomó aire y lo soltó como si le hubiera dado un puñetazo en el
estómago. Y así más o menos se sentía.
—Ayer fue un día de mierda. Todos los 20 de abril lo son. Joder, odio el
puto 20 de abril de los cojones —confesó. Se coló entre los pastores
eléctricos que delimitaban los paddocks y atravesó uno tras otro.
—¿Por qué? —Lo siguió.
Tardó un largo instante en contestar.
—Porque es el día que nací —murmuró sin mirar atrás. Sin mirarla a
ella.
Iris fue tras él en silencio, consciente de que necesitaba un momento
para reunir valor. No sabía exactamente qué iba a contarle, pero por lo que
le había gritado la noche anterior intuía por dónde iban a ir los tiros, y no
era una historia fácil.
Entraron en un paddock habitado por un caballo alazán que recibió a
Jaime con un cariñoso relincho. Jay se abrazó a su cuello y el animal inclinó
la cabeza pegándolo a su hombro, abrazándolo a su vez.
—Canela... —Iris reconoció al semental que él montaba cuando se
conocieron.
Le palmeó el dorso y el animal la miró con curiosidad antes de volver a
poner toda su atención en Jaime, a quien mordió el pelo.
—Eh, Cane, no me despeines, que tengo que estar guapo o no le gustaré
a mi chica... —lo regañó guasón.
—Siempre me gustarás, Morritos, aunque te comportes como un inserte
la peor palabrota del mundo mundial —apuntó Iris—. Al fin y al cabo, eres
lo que no sabía que estaba buscando y que por fin he encontrado... Así que
más te vale no volver a extraviarte, porque si lo haces iré a buscarte y te
traeré de vuelta por las orejas. Y se te pondrán rojas por un buen motivo.
Jaime esbozó una sonrisa a la vez que cerraba los ojos conteniendo las
lágrimas. Solo Iris podía hacer una afirmación de tal calibre con tanta
honestidad y conseguir que quisiera llorar y reír a la vez. Lo mínimo que se
merecía era reciprocidad por su parte. Soltó un suspiro y se giró hacia ella.
En su mirada todo un mundo de dolor.
—Ayer no quería tener ningún contacto contigo ni con Cirila porque
tengo la estúpida paranoia de que, si paso mi cumpleaños con las personas a
las que quiero, estas se irán. Es una gilipollez, no tiene sentido ni
coherencia ni existe ningún estudio científico que la valide —resopló
sarcástico—. Pero es lo que hay. Simplemente no puedo. Es superior a mí.
Y, sinceramente, no sé si algún día podré superar este... llamémoslo trauma.
Espero que sí, pero si el próximo 20 de abril vuelvo a comportarme como
un idiota, no me lo tengas en cuenta, ¿vale? —trató de aligerar su
confesión.
Ella, de nuevo, no se lo permitió.
—¿Por qué crees que nos perderás? —le reclamó.
—Joder, reina, no das tregua. —Fijó sus ojos en Iris y en ellos volvía a
brillar el fuego desolador que en ocasiones los consumía—. El día que te
conocí fue también el que conocí a mi madre. Nunca la había visto, ni
siquiera en fotos. Tampoco sabía su nombre ni si estaba viva o muerta. Solo
sabía lo que mi padre me había dicho: que me abandonó cuando nací
porque no me quería. Era mentira. Él me robó de sus brazos... —Se le
quebró la voz y volvió la cabeza para escapar de la mirada de Iris. Dios, iba
a ponerse a llorar otra vez. No, por favor. Delante de ella no.
—Jaime...
—Dame un segundo... —Se giró y hundió la cara en el pelaje de Canela.
Iris comprendió que se avergonzaba de ser un niño maltratado y
abandonado por su padre. De mostrarse vulnerable ante ella. Esa era la
estúpida y equivocada idiosincrasia de la sociedad en que vivían. Los
maltratados se avergonzaban de serlo y callaban. Y los maltratadores salían
indemnes de sus actos.
Lo abrazó por la espalda, reposó la cabeza sobre esta y le entrelazó las
manos en la tripa, anclándolo a ella. Permanecieron así hasta que Jaime
sintió que sus ojos volvían a la normalidad y los estremecimientos cesaban
y se giró para enfrentarla.
Iris le sonrió y comenzó a desabrocharle los botones de la camisa, del
primero al último, mientras él la miraba pasmado. Luego lo abrazó
apoyando la cara en su torso desnudo, contra su corazón.
Jaime sintió sus pestañas acariciarlo cuando sus ojos se cerraron, su
aliento calentándole la piel en cada exhalación, la silueta de su sonrisa
contra su corazón, la calidez de su mejilla templándolo. Y comprendió el
regalo que le hacía. Iba a permanecer en esa postura, abrazada a él, pero sin
mirarlo, dándole la intimidad que necesitaba a la vez que le permitía sentir
sus reacciones.
Joder. El pecho le reventó de amor. Solo ella lo entendía tan
profundamente y era capaz de sortear todas sus corazas y acurrucarse en su
corazón, protegiéndolo.
—Mi padre era un monstruo que me robó de brazos de mi madre...
Por segunda vez en esa mañana —y en toda su vida—, contó su historia.
La voz se le quebró y el pecho se sacudió con los sollozos que trataba de
contener y que al final dejó salir. Iris intensificó su abrazo y lloró con él,
aplacando su dolor. Y nuevamente se sintió bien. En paz. Joder, parecía que
le estaba cogiendo el tranquillo a eso de llorar.
—No sabía qué hacer, me sentía perdido, furioso, asustado, todo a la vez.
Era incapaz de asimilar que no me había abandonado y que sí me quería.
Joder, es que no me lo creía. Mi cumpleaños lo empeoró todo, porque
estaba seguro de que Cirila se iba a ir. Y no solo ella... También tú. —Le
tomó la barbilla y lo instó a alzar la cabeza, permitiéndole ver su cara por
primera vez desde que había empezado su relato.
Y al verla empapada en lágrimas, congestionada por el dolor y el miedo,
Iris supo lo que era odiar a alguien. Al hombre que había empañado los ojos
de Jaime, que los había llenado de sufrimiento y desesperación.
—Hace falta mucho más que unos mensajes sin responder y una bronca
en un aparcamiento para que te deje. Aunque sí que te jugaste que te
rompiera las piernas...
—O el cuello —le recordó él, una sonrisa asomándose con timidez a sus
labios.
—Al menos no me planteé cortarte la cabeza... —señaló risueña.
Eso les arrancó una carcajada que se mezcló con las lágrimas de ambos.
Se quedaron quietos, disfrutando del calor que generaban sus cuerpos al
tocarse.
—Lo odio —susurró Jaime—. Ojalá supiera dónde está. Iría a por él y le
diría que... —Sacudió la cabeza en una vehemente negativa—. No le diría
que es un puto cabrón y que lo aborrezco, porque sé que le importaría una
mierda y se reiría en mi cara. —Apretó los dientes furioso—. Le diría que
se joda, que no ha conseguido que odie a mi madre, que me ha encontrado,
que está conmigo y que me quiere muchísimo. Y yo a ella. Seguro que eso
le revienta. Pero no puedo... —Se le quebró la voz y escondió la cara en el
cuello de Iris—. Hasta eso me ha arrebatado el hijo de puta.
Iris lo estrechó con fuerza, consciente de que Jay jamás podría cerrar del
todo su herida si no se enfrentaba a su padre y le demostraba, a Jethro y a sí
mismo, que ya no tenía poder para hacerle daño.
—Cortémosle la cabeza —sugirió con ferocidad.
—¿Tienes un hacha? —sopló mordaz. Sorbió por la nariz para
descongestionársela.
—Puedo apañármelas para conseguirla.
Jaime exhaló una risita. Adoraba a esa chica feroz y sanguinaria de ojos
eléctricos, sonrisa chispeante y corazón gigantesco.
—Podríamos usar un hacha mellada —propuso Iris besándole la
mandíbula—. Ya sabes, para que no le corte el cuello a la primera y hagan
falta varios intentos...
—Joder, reina, me estás dando miedo... —Le mordió el lóbulo de la
oreja mientras llevaba con descaro las manos a su trasero. Las dejó ahí.
—Puedo ser muy creativa cuando me enfado... —Le mordió el mentón.
Sus dedos resbalaron por el pecho de Jaime hasta detenerse sobre la pretina
de los vaqueros.
Él contuvo la respiración cuando las yemas se colaron bajo estos. Su
erección fue inmediata y rotunda.
—Cortarle la cabeza a alguien no es ser creativa, cielo, llevas años
amenazando con hacerlo... —Encogió el estómago para hacerle hueco y que
metiera la mano bajo los pantalones, ella no se dio por aludida.
—¿Me estás llamando sosa? —Le estrujó la entrepierna por encima de la
ropa.
—No me atrevería. —Le apretó el culo acercándola más a él—. Mueve
la mano, reina.
—¿Así? —La subió por su tripa para dejarla en su torso.
—No, mejor en la otra dirección...
—Oh, claro... —La movió a la tetilla izquierda y se la pellizcó—. ¿Ahí
mejor?
—No. Hacia abajo —especificó conteniendo una sonrisa, menuda
malvada era.
Iris le dio el gusto. Bajó por su vientre con una caricia que de tan sutil
era etérea mientras sus labios se entretenían en besar su cuello. Sobrevoló
su entrepierna con roces suaves y pausados que en lugar de satisfacerlo lo
hacían necesitar más. Mucho más.
Jay le escurrió la mano bajo el suéter y le rozó el pezón con el pulgar en
una caricia tan volátil como las que ella le dedicaba a su erección. Si quería
guerra, iba a tenerla.
La sintió sonreír contra su pecho antes de que le mordiera la tetilla y
succionara. Se estremeció excitado y ella recrudeció su ataque amasándole
la entrepierna por encima de los vaqueros. Cuando sacudió las caderas
pidiendo más, lo soltó.
—Eres una bruja...
—Y eso que aún no te he hecho nada...
—Por eso mismo eres una bruja. —Sonrió atrapándole la mano. La llevó
de nuevo a su entrepierna y se frotó contra su palma.
Iris le retorció la muñeca haciendo que la soltara y luego, como no era
tan mala —qué va—, se entretuvo en rozar con los nudillos la rígida cresta
que le abultaba los pantalones, volviéndolo loco de deseo y necesidad.
—Joder, reina... ¿Vas a hacer que me corra hoy o mañana? —la desafió
hundiendo la mano entre las piernas de ella. Sonrió al sentir el calor de su
excitación.
—O tal vez pasado. Lo estoy pensando. —Le succionó el labio inferior.
—Eres una cabrona. —Se impulsó contra su mano a la vez que le
pellizcaba un pezón.
—Y tú una caca de vaca...
Jay exhaló una carcajada.
—No puedes decir eso cuando me la estás sobando —dijo entre risas.
—¿Por qué?
—Porque no es serio..., y lo que estamos haciendo sí lo es. —Le soltó el
botón de los vaqueros y hundió la mano bajo sus bragas—. Estás empapada,
reina. —Le metió dos dedos y ambos jadearon al sentir cómo su coño los
ceñía impaciente.
—No, qué va. —Jaime la miró sin entender. ¿Cómo que no? Claro que
estaba chorreando—. Lo que estamos haciendo es excitante, sucio y
pasional, pero no es serio —lo contradijo abriéndole la bragueta.
A él se le puso aún más dura, si es que eso era posible.
Ella coló la mano bajo la ropa y lo masturbó perezosa.
Él curvó los dedos en su interior, buscando, y encontrando, ese punto
maravilloso, Lo frotó con la misma lasitud que ella le amasaba la polla.
—Donde las dan las toman, reina —gimió contra sus labios cuando Iris
gruñó.
—Qué malote eres... —Lo atacó con la lengua y él abrió la boca para
batirse con ella.
Sus bocas se lanzaron a un combate que se recrudeció cuando las manos
olvidaron su obligada indolencia y se movieron con lúbrico entusiasmo
sobre la piel del otro.
Las respiraciones se aceleraron, los dedos se humedecieron con los
fluidos de la vagina y las gotas preseminales que brotaban del glande y los
cuerpos se acunaron meciéndose en una danza ancestral. Las bocas
batallaban y las lenguas resbalaban entre ellas imitando el movimiento de
sus dedos. Iris chupó la de Jaime envolviéndola con sus labios como su
mano le envolvía la polla. Se estremecieron, ella se contrajo alrededor de
los dedos de él y la polla palpitó en la mano de Iris.
Ambos a una caricia de estallar en un orgasmo sobrecogedor.
—Profe, ten cuidado, que te la vas a tragar entera...
—Pero ¿qué dices, tío?, no se la va a comer, solo se están morreando.
—Pues por eso lo digo...
—Joder... —Jaime sacó la mano de los pantalones de Iris y la sujetó
antes de que ella, sobresaltada, se apartara de él revelando a sus alumnos su
polla a punto de estallar—. Espera, no te muevas... Tengo la polla fuera y
no está precisamente en reposo —le susurró pegándosela de espaldas al
pecho.
—Cierto... —Ella sonrió llevando la mano hacia atrás y Jay suspiró
aliviado al sentirla manosear la bragueta para cerrársela.
Solo que no se la cerró. Qué va. Metió la mano de nuevo en sus
pantalones y lo amasó con disimulo, sin mover el brazo. Solo apretando y
soltando la polla.
—No me jodas, reina... —gimió en su oído.
—Hola, Sin —saludó Iris a la rubia, que, pie a tierra, guiaba una hilera
de niños montados a caballo.
—¿Qué tal? —los saludó Jay con voz estrangulada apretando los dedos
contra la cintura de Iris—. Para, joder —le susurró.
—No soy tan buena... —se burló Iris deslizando los dedos por su verga.
—¿Es tu novia? —indagó uno de los chavales.
—Pues claro que lo es, ¿no ves que se estaban morreando? —resopló
una niña.
—Mi hermano dice que para morrearse no hace falta ser novios —señaló
un crío.
—Tu hermano es idiota —replicó la niña altanera. Luego increpó a Iris
—: ¿Te vas a casar con mi profe?
—No es mi intención. —Iris esbozó una sonrisa amistosa.
—Eso espero. Es muy joven para casarse —dijo la cría amenazante.
—Sin, ¿no ibas a algún lado? —le reclamó Jaime en una indirecta muy
directa para que se largara, la mano implacable de Iris haciendo estragos en
su entrepierna.
Sin sonrió como si supiera el aprieto en el que estaba, y seguramente así
fuera porque, a ver, sabía contar. E Iris tenía dos manos, pero solo una
estaba a la vista, lo que significaba que dos menos una igual a otra en su
polla.
—La verdad es que no, figura. —Sonrió burlona—. Hemos acabado la
clase y estamos dando un paseo —dijo sin hacer intención de continuar su
camino. Por lo visto, todas las mujeres, o al menos esas dos, tenían una
vena sádica que consistía en hacerlo sufrir.
—¿Por qué llevas la camisa desabrochada? —le reclamó un niño.
—Tenía calor —salió Iris en su defensa, su mano torturándolo sin parar.
—Eso... —ratificó Jaime sin aliento mientras luchaba por mantener los
ojos abiertos—. Sin... Se te va a hacer tarde, reina, mejor te vas a
Descendientes. ¿Vale?
—Te he sustituido en una clase, Mor en dos, y Ro ha puesto y quitado
todos tus caballos... —apuntó sin moverse.
—Gracias. ¿Hasta luego? —Apretó el culo cuando los dedos de Iris
encontraron la presión exacta para ceñirle el glande y hacerlo estremecer—.
Joder, para, reina, por favor —le susurró al oído.
Iris no le hizo ni caso. Al contrario, intensificó su ataque y le dijo a Sin:
—Pide lo que quieras por esa boquita, seguro que te lo concede...
—No me jodas, Iris... —gruñó Jaime tensando los dedos que le aferraban
la cintura.
—¿Te he dicho alguna vez que me caes de puta madre, Iris?
—Tú a mí también, Sin.
—¿Podéis dejar de chuparos el culo e ir al grano? —exigió Jay
apretando los dientes.
—¿Qué nos vas a dar a cambio de haber hecho tu trabajo? —requirió
apiadándose. El pobre tenía tal cara de sufrimiento/placer que estaba claro
que le quedaba nada y menos para correrse, y tampoco era cuestión de
provocarle un dolor de huevos por contención.
—Limpiaré los paddocks de vuestros caballos toda la semana. Pero vete,
joder.
—Se está poniendo colorado —señaló uno de los niños.
—Será que le ha dado mucho el sol. Mamá dice que hay que ponerse
protección para no quemarse. ¿Te la has puesto, profe? —indagó otro
preocupado.
—No, se me ha olvidado..., pero ahora voy a ello —gimió al notar sus
pelotas subiendo a punto de estallar—. ¿Qué quieres, Sin? Pon tu precio,
joder.
—Los limpiarás todo el mes y les darás el desayuno y la cena.
—Vale —aceptó desesperado. Como Iris volviera a apretársela, se
correría en los pantalones.
Sin sonrió, le guiñó un ojo a Iris y puso a los niños en marcha.
Jaime esperó hasta que los oyó lejos, o, en todo caso, lo más lejos que
podía esperar sin morir por el dolor de huevos, e hizo girar a Iris con
brusquedad, enfrentándola a él. Quería correrse mirándola a los ojos.
Ella volvió a agarrarle la polla y esta vez no fue comedida ni suave. Lo
besó voraz mientras su mano se movía como un martillo neumático contra
su entrepierna.
—Ya te vale, reina... —gimió temblando al borde del orgasmo—. Joder.
No pares... —Se apoyó en sus hombros para mantener el equilibrio y se
dejó ir estremeciéndose.
Se vació sin apartar la mirada de ella y la pegó a su cuerpo devorándole
la boca. Escurrió la mano entre ambos, la metió bajo sus vaqueros y, con
apenas un par de roces, la llevó al orgasmo.
—Me has empapado la mano —dijo ufano.
—No te hagas ilusiones, es que tenía ganas de hacer pipí... —Frotó la
cara contra su pecho.
—Aguafiestas...
—¿Cuánto hace que no comes?
Jaime parpadeó confundido por su pregunta. ¿A qué venía eso ahora?
—Desde ayer en la comida.
—Ajá. —Se apartó de él, le tomó la mano y se dirigió a las cintas
electrificadas que delimitaban el paddock—. Vamos a la cantina antes de
que te desmayes.
Fue entonces cuando Jay oyó lo que Iris había oído: la Quinta Sinfonía
de Beethoven tocada por la Royal Philharmonic Orchestra de su estómago.
Cuando llegaron al edificio que albergaba la cantina, la Quinta Sinfonía
se había convertido en la Immigrant Song de Led Zeppelin. Y, joder, los
rugidos de su estómago no tenían nada que envidiar a los gritos desgarrados
de Robert Plant. O eso aseguraba Iris.
—Mira, escucha... Ahahaaah —cantó partiéndose de la risa—. En serio,
es que lo clavas. Podríamos hacernos de oro con tu estómago. Solo tendrías
que estar sin comer un par de días para poder dar un concierto en
condiciones.
—No me jodas, reina, no es divertido. Me están dando hasta espasmos
—exageró.
Tenía tanta hambre que se estaba muriendo. O casi. Porque, a ver, era
necesario estar varios días sin comer para morir de hambre, ¿o no? Se sintió
desmayar.
Iris observó su cara demudada y estalló en carcajadas.
—No es gracioso... —protestó él—. Estoy a punto de desmayarme.
—Sí que lo es, y no lo estás. Y te lo voy a demostrar. —Le mordisqueó
la mandíbula y bajó por su cuello despertándole otro tipo de hambre que
relegó la primera al olvido.
Hicieron una parada técnica en el oscuro rincón que había bajo la
escalera que llevaba a la cantina. Se besaron y magrearon y, cuando estaban
a punto de caramelo, se separaron al oír a un grupo de jinetes entrando en la
pista cubierta.
—Mejor seguimos en casa —dijo Jaime—. Lo que quiero hacerte
precisa una cama.
Iris sonrió y asintió dándole un apretón de despedida en la polla.
Subieron a la cantina, aún era pronto y no había mucha gente. Felipón
atendía la barra con su verborrea habitual, pero de Cirila no había ni rastro.
—Estará en la cocina liada con la comida —señaló Jaime—. A esta hora
suele tenerlo todo en marcha, pero esta mañana la he entretenido y eso la
habrá retrasado.
Enfiló a la cocina con Iris de la mano, empujó la puerta oscilobatiente y
entró.
Se quedó petrificado. Anonadado. Pasmado y muchos más «ados».
Su madre estaba con Mario.
No. Eso no era exactamente así. Faltaba un verbo. Su madre estaba
enredada con Mario. Pero muy enredada. Sobre todo, la lengua. Eso era lo
que más enredado tenían. Joder, es que estaban tan enredados contra la
encimera, con su madre acorralada contra esta por Mario —aunque por
cómo lo abrazaba no parecía disgustada ni obligada, sino todo lo contrario
— que ni lo habían oído entrar.
—¿Ciri? —jadeó perplejo, como si no estuviera claro lo que estaban
haciendo.
—¡Jamme! —gritó Cirila escabulléndose del abrazo de Mario. Sus
orejas competían con las de Jaime para ver cuáles se ponían más rojas en
menos tiempo.
—Jaime, qué oportuno —gruñó Mario. Si las miradas matasen, no
estaría muerto, pero sí tendría un pie en la tumba.
—¡Hola! —los saludó Iris con una sonrisa que le ocupó toda la cara—.
Sentimos interrumpir, pero Morritos está al borde de la inanición. Lleva sin
comer desde ayer y ya sabéis lo tontorrón que se pone cuando tiene hambre,
que si le duele la tripa, que si le va a dar un vahído, que si está al borde de
la muerte...
—No exageres, reina —protestó Jaime evitando mirar a su madre. ¡La
había pillado morreándose con Mario! ¡Qué corte, coño!
—Hace un momento has dicho que te ibas a desmayar. —Iris destapó
una olla—. ¡Qué pinta! ¿Puedo probarlo? —Hizo ojitos a Cirila. Esta, aún
abochornada y sin mirar a Jaime, ni a nadie, le dio una cuchara—. Madre
mía, Ciri. Esto es la bomba, la releche y la repanocha. —Cerró los ojos
extasiada y exhaló un larguísimo «mmm». Cirila se rio ante su exageración
—. Está riquísimo, deliciosísimo y fantabulosísimo. Dime que me puedo
llevar un táper, porfaplease. Y que sea muy grande, Jay es muy tragón. Ay,
no, mejor que sean dos, porque vamos a comer en casa y Sardi querrá
probarlo y, si no hay para él, ¡el muy desalmado nos lo robará! Así que
tendré que cortarle la cabeza. ¡Y es mi mejor amigo! Sería tan triste... Toda
esa desgracia la podríamos evitar si nos dieras dos táperes. —La miró cual
gatito desamparado.
Cirila esbozó una sonrisa y, olvidándose de su bochorno, sacó dos
envases. No había entendido ni la mitad de sus frases, pero su alegría era
contagiosa.
Jaime sonrió al ver que su madre se relajaba y seguía a Iris, que en ese
momento destapaba la siguiente cazuela. Exhaló un gritito de felicidad y
suplicó a Cirila que le dejara probarlo. Cuando lo hizo, se arrodilló —
literalmente— y le rogó otro táper. Cualquiera diría que la que se estaba
muriendo de hambre era ella y no él.
—Tu chica es tremenda —le comentó Mario, recordándole su presencia.
Jay asintió sin apartar la mirada de Iris, quien canturreaba moviendo las
caderas mientras probaba el contenido de cada olla y cada fuente. Lanzó un
enorme «mmm» que convirtió en los primeros acordes tatareados de Brown
Sugar de los Rolling Stones y le dio un caderazo a su madre, instándola a
bailar. Y Cirila bailó. No tan arrebatada como Iris, pero es que eso era
imposible. Nadie tenía tanto entusiasmo como ella.
—Ha conseguido arreglar tu pifia sin despeinarse —continuó Mario
encantado al ver que Cirila se había olvidado de la vergüenza de ser pillada
con las manos en la masa.
—¿Mi pifia? —Jaime lo miró perplejo.
—¿Cómo llamarías tú a interrumpir nuestro... momento íntimo?
—Bueno, si no la hubieras estado besando, no habría interrumpido nada
—gruñó.
—No la estaba besando. Nos besábamos. El uno al otro. Vete
acostumbrando, Jaime, porque no va a dejar de repetirse.
—Vale... —aceptó como si tuviera alguna opción, que no la tenía—, pero
no quiero veros, joder. Búscate un sitio más privado.
—¿Los paddocks, por ejemplo? —planteó socarrón.
—Voy a matar a Sin, puta chivata —renegó.
—No ha sido ella, sino los niños. Estaban muy intrigados por Iris. Por
cierto, Marina la odia. Creo que se había hecho ciertas ilusiones contigo y el
matrimonio.
—Ya... ¿Tú también te has hecho alguna ilusión con Ciri? —Fijó sus
ojos en él.
—Me las he hecho todas —replicó con la misma vehemencia que Jay.
—Ve despacio, ¿vale? Ciri es... Ella no... Vamos, que no...
—Lo sé. No tengo prisa. El ritmo lo marcará Ciri.
—Genial. Si es así, lo llevaremos bien, pero si la jodes... te reviento.
—No la joderé. Y tú no vuelvas a asustarla como hiciste ayer o te cortaré
las pelotas.
Se miraron el uno al otro y se dieron la mano zanjando el trato.
44
Sardinilla_15.07
Cancelo partida The Last of Us de esta tarde. Repito: cancelo
partida.
Repe1_15.08
No jodas, Sardi. No puedes cancelar.
Sardinilla_15.08
Tengo motivos de peso. Iris y Morritos se han reconciliado.
Están a punto de PDR. Pido asilo. Repito: necesito asilo.
Repe2_15.09
¿Cómo de grave es?
Sardinilla_15.09
Mucho. Han traído comida de la cantina y llevan veinte
minutos encerrados en la cocina «para emplatarla».
Repe1_15.10
¿Comida de la cantina? ¿De esa que
dice Iris que está tan rica?
Sardinilla_15.10
No lo sé, solo he visto las bolsas con
los táperes. Pero huele que te cagas.
Repe2_15.10
No jodas, Sardi, entra y comprueba
el origen y calidad de la comida.
Sardinilla_15.11
Imposible. Salen ruidos sospechosos
de la cocina.
Repe1_15.11
Información insuficiente.
Describe los ruidos.
Sardinilla_15.12
Imagínatelos. Requiero asilo, decid vuestro precio y dejad de
dar por culo.
Repe2_15.12
Un tercio del botín de guerra.
Será nuestra cena.
Sardinilla_15.13
Hecho. Como y cruzo el descansillo
a vuestra casa.
Repe1_15.13
Aviso a abu de que te unes al café.
JayHorse_03.38
Deberías. Es lo mínimo q s merece x ser un capullo. Ahora
subo, reina, he bajado a dar una vuelta, necesitaba un poco
d aire...
—No hace falta, te he visto por la ventana y he pensado que hace una
noche maravillosa para pasarla bajo el cielo estrellado en compañía del
hombre al que amo.
Jaime se giró sorprendido al oírla tras él y tardó cero coma en abrir sus
brazos. Lo mismo que Iris tardó en alojarse en ellos.
—¿No puedes dormir? —le preguntó hocicándole el cuello. Él negó con
un gesto—. ¿Estás pensando en tu padre?
—Joder, cómo me conoces, reina.
—Es un excremento, Jay, olvídate de él. No merece tu tiempo ni tus
pensamientos.
Jaime sonrió al oír el apelativo que le daba.
—No pasa nada por decir que es un mierda, cielo. Es una palabra
decente que le va como anillo al dedo. —Le besó la sien—. Quiero
encontrarlo —confesó en un susurro ronco—. Necesito enfrentarme a él y
decirle que no ha ganado. Que soy feliz y que tengo una familia que me
quiere. Sé que se la va a pelar porque no le importo una mierda, pero
necesito mirarlo a los ojos y decirle: «Vete al infierno, cabrón».
—Cuéntame el plan.
Jaime sonrió. Iris no le decía que era una locura buscarlo ni que no lo iba
a encontrar nunca, tampoco que lo dejara estar. No. Ella le pedía que le
contara su plan, dando por seguro que ya lo tenía pensado y que iba a
encontrarlo.
—Creo que sé cómo localizarlo. O tal vez no, pero sí sé cómo encontrar
un punto de partida desde el que comenzar a buscarlo...
—¿Cómo? —inquirió interesada.
—En el libro que estoy escribiendo...
—¿Ese del que no me pasas los capítulos a pesar de que te he suplicado
por ellos? —le recordó amenazadora.
—Sí, ese que te voy a pasar esta misma noche para así mantener mi
cabeza sobre los hombros —afirmó convenientemente asustado, aunque su
sonrisa lobuna le quitó empaque al asunto—. He estado investigando para
dar verosimilitud a la búsqueda del prota y creo que puedo utilizar lo que he
descubierto para encontrar alguna pista sobre Jethro.
45
JayHorse_9.44
No te lo vas a creer, reina, acabo
d tener la conversación más incómoda de mi vida con mi
madre.
Lunes, 22 de abril
Cirila abrió la puerta de su piso compartido un segundo después de que
sonara el timbre y, sumida en un embarazoso silencio, guio a su hijo a la
cocina. Le sirvió un café, colocó los bollos que él llevaba cada lunes en un
bonito plato y se sentó muy seria. Y con las orejas muy rojas.
—Quiero hablar lo que viste en cantina ayer... —expuso.
Las orejas de Jaime se pusieron rojas también.
—No hace falta, mamá, eres mayor, puedes hacer lo que te dé la gana.
En serio.
—Lo sé, pero quiero explicar. Quiero Mario. Mucho.
—Sí, ya. Me percaté de ello —repuso con la vista fija en su bollo, era...
sugestivo. Redondo. Con chocolate por encima. Y tenía un agujero en el
centro de lo más interesante.
—Jamme, mírame, por favor —le pidió tomándole la mano.
Jaime apartó la vista del interesantísimo dónut y la fijó en su madre,
descubriendo que ya no solo sus orejas estaban rojas, sino toda ella.
—Sé has llevado mala impresión mí y lamento. No sé qué me pasó. Yo
no beso con nadie, nunca —aseveró avergonzada—. Ayer primera vez
desde... —Bajó la cabeza sin querer terminar la frase.
—Pues deberías besar a Mario a menudo, mamá, es bueno para la salud
—replicó Jaime apretándole la mano.
Ni de coña iba a dejar que se avergonzara por besar al tío que quería. Y,
joder, si Mario le devolvía las ganas de intimar —ese era el puto eufemismo
del siglo— con el sexo opuesto que Jethro le había arrebatado, él mismo le
comería los morros.
—Mario es un tipo genial —continuó—, tienes que besarlo mucho y
pasarlo bien con él, es lo que hacen los novios... Y vosotros lo sois, ¿no? —
planteó con toda intención.
Ella lo miró perpleja, su cara tan roja como las orejas de su hijo. Pero
Jaime vio que este sonrojo era distinto del anterior. Era un rubor candoroso
aderezado con una sonrisa un tanto pícara que la hacía parecer la jovencita
ilusionada que nunca había podido ser.
—Creo sí somos. Él dijo moría si no me besaba...
—Y tú no ibas a dejar que se muriera, ¿verdad? —Jaime sonrió de medio
lado y Cirila esbozó una sonrisita traviesa a la vez que asentía—. Mario es
un buen tipo, me cae bien. Sé que te quiere y que va en serio contigo... —
afirmó incómodo. Joder, qué difícil era hablar de ciertos asuntos con las
madres.
La cara de su madre se iluminó como las calles el día de Navidad.
—¿Él dicho eso a ti? —Jaime asintió y Cirila apoyó los codos en la
mesa, la barbilla en las manos, y lo miró soñadora—. ¿Qué más dicho a ti?
—Ah... Pues... No me ha dicho nada especifico, pero se nota que te
quiere.
—¿Cómo notas? —exigió saber con mirada romántica.
—¿Quieres que te diga en qué se lo noto? —preguntó perplejo. Ella
asintió ilusionada.
Así que él le se lo dijo. Y ella le contó cómo la había conquistado y, ya
que se estaban explicando confidencias, Jaime le refirió que había hablado
con Iris y que ahora iban en serio como pareja, que tenían una relación
exclusiva desde el principio sin saberlo y que se habían dicho que se
querían.
Las orejas de ambos estuvieron a punto de incendiarse en varias
ocasiones.
Irisadas_14.50
¿Ya les has contado a Jules
y a Ciri tu plan?
JayHorse_14.51
No. Hemos comido con las gemelas
y no he querido sacarlo delante d ellas.
Jules ha ido a llevarlas al cole, cuando vuelva se lo contaré.
Irisadas_14.52
¿Quieres que falte a clase
y vaya contigo?
JayHorse_14.52
No hace falta, aunq no estés físicamente t siento a mi lado.
Irisadas_14.53
Es que eres taaaaaaaan mono (^3^).
Cirila, sentada en el sofá del salón del piso de Julio junto a Mario,
observó a su hijo. Estaba repantingado en el sillón con las piernas colgando
del reposabrazos mientras escribía ensimismado en el móvil. Era la viva
imagen de la despreocupación, pero la chispa que ardía en sus ojos le
indicaba que no estaba en absoluto tranquilo.
—Ha sido muy callado en comida —le susurró inquieta a Mario, quien
se sentaba a su lado—. En desayuno hablamos mucho —lo miró y se
sonrojó ardientemente—, pero ahora ya no. Ahora Jamme muy silencioso.
—¿Habéis hablado sobre mí? —indagó Mario intrigado por su sonrojo.
—No normal en él ser tan taciturno. —Ciri ignoró su pregunta, su rubor
se intensificó.
—Tiene algo que le da vueltas en la cabeza, ya nos lo contará. —Mario
le apretó la mano. Luego le dijo en alemán, para que Jaime no pudiera
entenderlo en caso de que prestara atención, que no la prestaba—: ¿Jaime te
ha comentado algo sobre lo que vio ayer en la cantina? —Cirila asintió con
un gesto—. ¿Qué? —le reclamó dispuesto a matarlo si la había hecho sentir
incómoda o avergonzada o, Dios no lo quisiera, arrepentida del maravilloso
beso que habían compartido.
—Que me quieres y debo besarte más porque eres un buen hombre y
besar es bueno para la salud —replicó ella de corrido, también en alemán.
Mario parpadeó una vez. Dos. Y miró a Jaime. Y lo hizo con tanta
intensidad que este apartó la vista del móvil y lo miró confundido.
—¿Qué ocurre? —lo interpeló turbado.
—Así que besar es bueno para la salud...
—¡Mario! —exclamó Cirila sonrojándose, aunque no tanto como Jaime.
Mario se echó a reír, abrazó a Cirila y le dio un beso en la sien. En la
mejilla. En...
—¡No me jod... robes, Mario! ¡Me van a estallar los ojos! —gritó Jaime
tapándoselos.
Entonces oyeron el sonido más hermoso del mundo: la risa de Cirila.
Alegre, cantarina, tímida como era ella, pero también firme. Y llena de
amor.
—Sois tontorrones... —dijo roja como un tomate.
—Eso te lo ha enseñado Iris —la acusó Jay.
Cirila asintió y miró primero a su hijo y después al hombre al que
amaba.
—Os quiero muchosísimo —afirmó con voz suave.
—Jay, esfúmate... —le ordenó Mario.
Y Jaime, que de tonto no tenía un pelo, saltó del sillón y fue a dar un
paseo por su cuarto. No regresó hasta que, desde la ventana, vio el coche de
Julio entrar en el garaje, momento en el que, pisando fuerte para alertar a
Mario de su retorno y del de Julio, se dirigió al comedor. Cuando entró, el
sonrojo de su madre —y sus labios hinchados, en los que Jaime intentó no
fijarse— revelaba que había seguido su consejo.
Julio apareció poco después en el salón, miró al trío y enarcó una ceja.
—¿Me he perdido algo?
—Nada interesante, al menos para ti. Ciri y yo nos hemos dedicado a
practicar para mejorar nuestra salud —replicó Mario ufano, y Cirila sonrió
ruborizándose.
Julio enarcó una ceja y miró a su hermano.
—A mí no me mires, Jules, yo me he dedicado a pasear por mi
dormitorio...
—De acuerdo —aceptó, luego miró a su hermano muy serio—.
Cuéntanoslo, Jaime.
—¿El qué? —inquirió confundido.
—Lo que te ha mantenido callado y pensativo toda la comida.
—Ah, sí, eso... —Se pasó las manos por el pelo, abrió las puertas de la
terraza y se plantó frente a ellas sin pensar en lo mucho que revelaba ese
gesto de él y de cómo se sentía a quienes lo conocían.
Y su madre, su hermano y Mario lo conocían bien.
—Suéltalo, hermano —lo instó Jules—. Sea lo que sea, estamos contigo.
—Lo sé. —Esbozó una sonrisa—. Voy a contaros algo y necesito que me
escuchéis sin interrumpirme y sin poner el grito en el cielo. —Miró a Jules
al decir esto último.
—O sea, que no me va a gustar —dedujo este.
—Pero nada de nada —aseveró Jay con gesto serio.
—Me doy por avisado. No te gritaré... Al menos hasta que acabes.
—Con eso me vale. —Inhaló llenándose los pulmones y dijo—:
Necesito hablar con Jethro. Voy a buscarlo.
—¡No! —jadeó Cirila estremeciéndose. Saltó del sofá y fue hacia su
hijo.
Julio se le adelantó. Se colocó frente a su hermano y le ordenó:
—¡Ni de coña! ¡No vas a ir tras ese hijo de puta! ¡Te lo prohíbo!
Una sonrisa curvó los labios de Jay, Dios santo, cómo conocía a su
hermano. Y cuánto lo quería.
—Has tardado en interrumpirme y gritarme un segundo más de lo que
esperaba, Jules —ironizó.
—No te hagas el gracioso, Jaime, porque no tiene gracia. Pero ninguna,
joder.
—Necesito hacerlo, Jules. Tengo que enfrentarme a él y decirle lo que
pienso.
—¿Para qué? —le reclamó Julio—. No le va a importar una mierda.
—Lo sé. Pero a mí sí me importa que lo sepa —aseveró volcando en su
mirada todos sus miedos, su frustración, su necesidad de cerrar una niñez
llena de dolor.
Una mirada que Julio supo leer e interpretar y que lo hizo asentir a pesar
de que darle su beneplácito era lo último que deseaba.
—No, Jamme... Es monstruo, te hará daño —suplicó Cirila tironeándolo
nerviosa de la camiseta al ver que Julio se rendía.
—No podrá, mamá. Mírame... Ya no soy un niño y tampoco soy débil.
No puede hacerme nada, porque no se lo permitiré. No le tengo miedo. —
Eso no era del todo verdad—. No tiene ningún poder sobre mí.
—Sé que no puede hacer daño a ti. Pero tú a él sí y no quiero —gimió.
Su hijo no lo entendía. No sabía lo taimado y peligroso que era su padre.
Las cosas que haría si le daba la oportunidad.
Jaime la miró pasmado, igual que Julio y Mario.
—¿Por qué? —exigió saber con voz de hierro, aunque las manos con que
la abrazaba eran pura seda. Jethro la había maltratado y le había robado a su
hijo, a él, la había amenazado y hecho la vida imposible, ¿por qué quería
protegerlo?
—Si tú haces daño a él, él tendrá excusa para hacer daño a ti —explicó
Cirila fijando en Jaime sus ojos llenos de miedo—. ¿No lo entiendes,
Jamme? Es demonio. Es malo, es astuto y es listo. Sabe cómo convencer, si
le pegas irá a policía y conseguirá te encierren. ¡No permitas, Mario, no lo
dejes ir! —rogó frenética al profesor sin apartarse de los brazos de su hijo.
Al contrario, se hundió más en ellos.
A Jaime se le encogió el corazón al sentirla temblar.
—No lo tocaré, te lo prometo. Ni siquiera me acercaré a él, lo juro. Pero
necesito verlo. Tengo que demostrarme que no me da miedo, que ya no
puede conmigo.
Cirila negó con la cabeza, incapaz de hablar.
—Ciri, amor, tienes que dejar que lo haga —le dijo Mario—. Hay
heridas que solo pueden cerrarse enfrentándose a ellas...
—¡No! Es mi niño, no dejaré sufra. —Miró a su hijo—. Te hará daño,
Jamme.
—No se lo permitiré, Ciri, Jethro no lo tocará, antes le corto las manos
—intervino Julio con voz gélida, sorprendiendo a Jaime—. No me mires
así, hermano, no pensarás que voy a dejar que vayas tú solo a buscarlo. —
Enarcó una ceja amenazante.
Jaime esbozó una sonrisa llena de amor.
—Ni me lo plantearía, Jules.
—Así me gusta, hermanito. —Le palmeó la espalda—. ¿Cómo pretendes
encontrarlo? ¿Quieres que contrate un detective? —Jaime supo que lo decía
totalmente en serio. Y la certeza de que su hermano lo apoyaba hasta ese
extremo le dio alas.
—Por ahora no. Quiero hacerlo solo. No sé explicar por qué, pero
necesito hacerlo por mí mismo, demostrarme que no me intimida buscarlo,
que no es un propósito de recién levantado de la cama que no llevaré a cabo
nunca —expuso.
—Tú verás, hermano, pero no creo que sea fácil hallarlo. Lleva años
desaparecido.
—Porque nunca hemos querido buscarlo.
—Yo sí intenté y no encontré. Policía tampoco —repuso Cirila más
calmada al darse cuenta de que era imposible que lo encontrara. El
monstruo sabía esconderse bien.
—Tú ni siquiera sabías su nombre real, Ciri —replicó Jay—. Yo sé su
nombre y sus apellidos y con eso puedo pedir una nota de índices en el
Registro de la Propiedad. Eso me dirá si tiene algún inmueble y, si es así,
tendré un punto de partida.
—No creo que sea tan sencillo, Jay. Necesitarás una autorización para
solicitar esa nota, y también su DNI, no solo su nombre y apellidos —
intervino Mario.
—Ya lo he investigado, cualquiera puede pedirla si expresa un interés
legítimo, y yo soy su hijo, no hay nada más legítimo que eso.
—Pero no tienes su DNI y habrá muchos Jethros en España —señaló
Julio—. No te van a dar los datos de todos y, aunque así fuera, no puedes ir
a cientos, o tal vez miles, de propiedades a buscarlo...
—No hay tantos, solo veintiuno. Y solo siete de los casi cuarenta y ocho
millones de españoles tienen como segundo apellido Lepadat. Eso acota
muchísimo la lista porque, si juntamos ambos datos, obtenemos que solo
puede haber siete Jethro Santos Lepadat en el país, y eso en el remoto
supuesto de que todas las personas que lleven como segundo apellido
Lepadat sean hombres, se llamen Jethro y su primer apellido sea Santos,
que no creo que sea el caso.
—¿Cómo coño sabes todo eso? —le preguntó Julio pasmado. Y no era el
único.
—Lo he buscado en el Instituto Nacional de Estadística —explicó
sonriente—. Trucos de escritor.
—¿Cuándo pedirás nota? —inquirió Cirila. Ya no había lágrimas en sus
ojos, aunque la preocupación perduraba.
—Mañana.
Martes, 23 de abril
JayHorse_9.22
Ya lo tengo, reina. Tiene una casa en un concejo d Asturias.
He pedido x internet la nota simple para saber exactamente
dónde, me responderán en 24 horas. Voy a ir a por él, joder.
Irisadas_9.23
No sin mí. Pediré días libres.
Julio miró a su hermano mientras se escribía con Iris. Era lo segundo que
había hecho al salir del Registro. Lo primero había sido pedir por internet la
nota simple. Y, sí, Jaime había acertado. No había muchos Jethro Santos
Lepadat en España. Solo uno.
—Que tenga una propiedad en Asturias no significa que viva allí —
señaló cuando Jay guardó el móvil—. No te hagas muchas ilusiones,
hermano, Jethro era un culo de mal asiento, no solía durar mucho en las
casas...
—Lo sé, nos pasábamos la vida huyendo porque siempre había alguien
que quería molerlo a palos por no pagar o por estafarlo o por follarse a su
mujer.
—¿Dónde es casa? —quiso saber Cirila, quien los había acompañado. Y
con ella, por supuesto, iba su sombra: Mario.
—Hasta mañana que me llegue la nota simple no lo sabré exactamente,
pero según esto, el municipio al que pertenece es Somiedo, Asturias.
Jay buscó la ubicación en Google y se la enseñó a Julio, o lo intentó,
porque antes de que este pudiera verla, Cirila le arrebató el móvil.
—Es valle entre montañas —dijo con voz gélida ampliando el mapa.
—Sí, eso parece... ¿Qué pasa, mamá? —inquirió al ver su gesto.
—Es única mentira él no dijo —afirmó furiosa. La única verdad que
Jethro le había dicho le daba a su hijo la información necesaria para que
fuera a por él. Era tan injusto.
—¿Te dijo que tenía una casa en Asturias?
—No. En valle entre montañas. Dijo era suya y viviríamos allí cuando
casados, pero antes debíamos ahorrar para arreglar, porque era en ruinas.
¿Cuándo vas?
—Voy a hablar con Elías para que me dé mañana y pasado libres e Iris
va a hacer lo mismo con su empresa. Nos iremos en cuanto tengamos la
dirección exacta.
—Voy con vosotros —afirmó Julio arrancándole una sonrisa.
—Yo también —declaró Cirila rotunda.
—No es necesario, mamá... —rechazó Jaime preocupado. Su madre era
una mujer tranquila y frágil, no quería que sufriera viendo a quien tanto
daño le había hecho.
—Sí necesario. Mi hijo no enfrenta solo a monstruo. Tiene madre que
cuida y protege. No me dejarás atrás, yo ordeno —exigió feroz.
Jaime comprendió que Cirila era una mujer tranquila, sí, pero no era
frágil ni cobarde, y mucho menos pasiva. Era toda una guerrera. Y era suya.
Su madre.
—No se me ocurriría, mamá. —Se abrazó a ella y, aunque era al menos
veinte centímetros más alto y muchos kilos más pesado, se sintió arropado y
protegido entre los firmes brazos de su madre. Si Cirila estaba con él, nadie
podría hacerle daño.
—Pues decidido, mañana nos vamos de viaje. ¿Llevamos tu coche o
prefieres que vayamos con el mío, Julio? —planteó Mario.
—¿Vas a venir? —Jaime lo miró aturdido, aunque no debería, sabía de
sobra que el profesor no se separaría de su madre.
No obstante, su respuesta los dejó, a él y a todos, pasmados.
—Tengo una cuenta pendiente con Jethro que me gustaría zanjar.
—¿Conoces a mi padre? —indagó Jaime confuso.
—No, pero hizo daño a la mujer que amo y a un amigo al que aprecio —
fijó sus ojos en Jaime, indicándole a quién se refería—, eso es suficiente
para darle una paliza.
—¡Mario, no! —le ordenó Cirila preocupada—. Si pegas, él denunciará
y...
—Tranquila, amor, solo es una manera de hablar, no voy a golpearlo —
mintió Mario.
—Exactamente —ratificó Julio su mentira.
46
Miércoles, 24 de abril
—Es un lugar precioso —comentó Iris mirando por la ventanilla bajada el
paisaje que los rodeaba. Decir que era verde se quedaba corto. Miraran
donde mirasen, solo veían campos esmeraldas salpicados por rocas
graníticas.
—Demasiado bonito para él —musitó Jaime, la vista fija en el parabrisas
delantero.
Estaba sentado en el asiento trasero entre Iris y Cirila, quienes lo
arropaban con su presencia. Su hermano y Mario ocupaban los asientos
delanteros.
—¿Seguro que es aquí, Jaime? —le reclamó Julio con incredulidad
deteniendo el coche frente a un camino que solo era tal porque había marcas
de neumáticos en él.
—Eso pone en la nota simple. —Jaime leyó de nuevo la dirección
confirmando que era la que Mario había metido en el navegador.
—Nota no dice casa esté en pie, solo dice es terreno de él. Tal vez casa
ya no existe —señaló Cirila esperanzada.
—Ya que estamos aquí, llegaremos hasta el final —declaró Mario.
—Cómo se nota que no es tu coche —gruñó Julio internándose en el
accidentado camino en el que, a lo lejos, se veía una construcción de piedra.
Los siguientes dos kilómetros fueron una sucesión interminable de
baches embarrados en los que más de una vez estuvieron a punto de
quedarse atrapados.
—Está en ruinas, no creo que viva aquí. Nadie podría —musitó Jaime,
sintiéndose cobardemente aliviado cuando estuvieron lo suficientemente
cerca de la casa para ver el estado ruinoso en el que se encontraba.
Pequeña, de muros de piedra, planta rectangular y dos alturas, con techo
a dos aguas de pizarra en el que muchas tejas brillaban por su ausencia. La
mayoría de los cristales de las ventanas estaban rotos y a los escalones que
llevaban a la puerta principal, ubicada en el piso superior, les faltaban
trozos; de hecho, un par de ellos ni siquiera estaban. La entrada de la planta
baja consistía en un agujero en uno de los muros que estaba tapado por un
palé que no lo cubría por completo.
—Está habitada —afirmó Iris sorprendiéndolos a todos.
—Estás de coña, ¿verdad? —resopló Jay.
—Hay ropa tendida. —Señaló unas cuerdas de las que colgaban harapos,
no se le podía llamar ropa a eso—. También hay gallinas en el gallinero. —
Señaló un chamizo vallado con oxidados somieres metálicos.
—Joder... —resolló Jaime, el corazón rugiéndole en el pecho—. Para,
Jules... Para.
Julio paró en seco y Jaime saltó por encima Iris saliendo a trompicones
del coche, pues, a pesar de que las ventanillas estaban bajadas, le faltaba el
aire. No comenzó a entrar en sus pulmones hasta que Iris y Cirila le
tomaron las manos, anclándolo de nuevo al mundo.
—Jamme... No necesario veas él, volvemos Madrid, por favor —le rogó
Cirila.
—No tienes por qué seguir, hermano —concordó Julio apeándose—.
Deja que yo me ocupe.
—Que nosotros nos ocupemos —lo corrigió Mario saliendo tras él.
Jaime no respondió a su oferta, toda su atención estaba puesta en Iris.
—Córtale la cabeza —propuso esta con mirada salvaje.
—Joder, sí —rugió Jay dando media vuelta para dirigirse decidido a la
casa.
No se detuvo hasta que subió la escalera y se plantó en el rellano.
—No me atrevo a llamar, podría tirarla abajo —murmuró al ver que la
puerta apenas se sostenía en sus goznes.
Saltó sobresaltado cuando esta se abrió de repente y apareció ante él una
mujer escuálida de edad indeterminada, rasgos afilados y pelo grasiento
blandiendo un cuchillo.
—¿Qué coño quieres? —lo increpó, y la vaharada de alcohol que exhaló
podría haber estallado con solo encender una cerilla cerca.
—Tranquila... —Jay metió tripa para evitar que la punta del arma le
tocara el estómago.
—Baje el cuchillo, señora —le pidió Julio subiendo el escalón que lo
separaba de Jaime mientras Mario ponía tras de sí a Cirila e Iris.
Ninguna se plegó a sus deseos, pues salieron del refugio que suponía su
espalda para enfrentarse a la mujer. O intentarlo, porque, por supuesto, no
las dejó.
—En las tripas del chaval lo voy a bajar como no os larguéis —gruñó
enseñándoles unos dientes sucios y mellados.
—No queremos molestar, señora —intervino Iris escapando de Mario.
Subió al rellano y Jaime se apresuró a colocarla a su espalda. Esa loca era
capaz de hacerle una llave de las suyas a la borracha del cuchillo.
—Estoy buscando a Jethro Santos Lepadat —dijo Jay con voz firme.
Un destello en los ojos de la mujer le indicó que sabía de quién le
hablaba.
—No vive aquí, largo. —Sacudió el cuchillo en zigzag.
Jaime no reculó.
—Es nuestro padre —señaló a Julio y a sí mismo— y necesitamos
encontrarlo.
—Iros a tomar por el culo —les espetó desdeñosa.
—Se ha muerto un familiar y para reclamar la herencia necesitan la
firma de los herederos. Jethro es el que falta —añadió Iris con gesto
inocente y sonrisa sincera.
Dice mucho del aplomo de los hermanos que ninguno pareciera
sorprendido por su declaración, aunque no cabía duda de que sí lo estaban.
La mujer entrecerró los ojos reticente a creerlos, pero a la vez incapaz de
dejar pasar la posibilidad de sacar tajada.
—Jethro no tiene hijos —escupió.
—Sí los tiene.
—¡Nombres!
—Julio y Jaime Santos —informó Julio.
Los ojos de la mujer se estrecharon aún más. Los recorrió evaluativa
antes de detenerse en las orejas de ambos.
—Solo os parecéis a él en las orejas de soplillo —dijo despectiva—. A
ver esas manos. —Sacudió el cuchillo y todos se las enseñaron—. Dad la
vuelta a los bolsillos —exigió. Todos la miraron confundidos—. Putos
gilipollas de los cojones, no me hagáis perder el tiempo, dad la puta vuelta a
los bolsillos, quiero ver que no lleváis nada.
Lo hicieron. La mujer asintió con un cabeceo y bajó el cuchillo, lo cual
fue un alivio, porque sus aspavientos convertían este en una amenaza real.
Dio media vuelta entrando en la casa y dejó la puerta abierta, lo que Jaime y
Julio interpretaron como una invitación a seguirla. Iris no tardó en imitarlos.
Paralizada en el umbral, Cirila exhaló un trémulo gemido. Las rodillas
—y toda ella— comenzaron a temblarle. Mario la abrazó.
—¿Quieres que los esperemos en el coche? —susurró—. No es
necesario que entres.
—No. —Irguió la espalda y alzó la barbilla—. Si Jamme no miedo, yo
tampoco.
—Esa es mi chica... —La apretó contra sí y le dio un beso en la sien.
Cruzaron el umbral adentrándose en un espacio húmedo y oscuro que
olía a rancio y en el que se amontonaba la basura. Alcanzaron a los demás
cuando la mujer les decía:
—No sabía que tenía sobrinos, mi hermano no me lo dijo.
—¿Eres mi tía? —jadeó Jay tropezando. O tal vez fueron sus rodillas,
que fallaron.
La mano de Iris rodeó la suya y la de Cirila se posó en su hombro,
devolviéndole la estabilidad, la fuerza. Eso fue lo que impidió que el
corazón le explotara en el pecho. Porque si esa mujer que los guiaba por la
casa hacia un destino incierto era su tía, era más que probable que dicho
destino fuera la habitación de su padre.
—No te emociones, gilipollas —sopló desdeñosa—. Paso de la familia,
bastante tengo con cuidar al retrasado de tu padre, deberíais pagarme por
haberlo mantenido con vida estos años. —Se giró calculadora hacia el
hermano mayor, se notaba en su aspecto, y en su coche, que tenía dinero.
—Haber dejado que la palmara —le espetó Jay, y había tal franqueza en
su voz que dio al traste con la ilusión de la mujer de sacarles dinero.
—A veces soltaba vuestros nombres cuando se emborrachaba —recordó
—, pero pensé que erais prestamistas a los que debía dinero porque os
llamaba como acojonado, que se joda el puto cabrón. —Se detuvo frente a
una puerta y los miró uno por uno.
Fijó sus diminutos y crueles ojos en Jaime. Él era el eslabón más débil.
Este sintió que se quedaba sin el poco aire que aún entraba en sus
pulmones. Jethro estaba tras esa puerta. El niño que habitaba en él se hizo
una bola contra las paredes de sus recuerdos y contuvo las lágrimas
aterrorizado. El hombre que era se permitió tener miedo y ser un cobarde.
Porque era el miedo lo que engendraba el valor, ahora lo sabía.
—No hay ninguna herencia, ¿verdad, niño? —le preguntó la mujer.
—No —ratificó Julio al ver que su hermano no contestaba.
—Pues largo de mi puta casa. —Los echó, la vista fija en Jaime, quien
permanecía inmóvil.
Porque, si se movía, temía derrumbarse, empezar a temblar y no parar
nunca.
—No hay herencia, pero tendrá su recompensa si nos permite hablar con
él —dijo Julio asqueado. Esa mujer era Jethro con tetas. Era cruel, egoísta e
inicua.
—Dámela. —Le tendió una mano de uñas rotas y llenas de mugre.
—Cuando hablemos con él —replicó Julio endureciendo la mandíbula.
La mujer supo que el calvo no iba a ceder, de igual manera que supo que
no faltaría a su palabra. Esbozó una sonrisa que era todo crueldad.
—Suerte con eso —dijo maliciosa—. Hace tiempo le dio un ataque de
no sé qué cojones que lo dejó tonto. Ya no habla ni anda ni hace nada, solo
gruñir y mearse encima, el puto guarro de los cojones. —De repente se le
ocurrió algo que la indignó—. ¿Os lo vais a llevar? —Les enseñó sus sucios
dientes en un gruñido. Si lo hacían, también se llevarían la pensión de
mierda que Jethro recibía, y ella vivía de eso—. Es mío. Llevo toda la vida
cuidándolo, no vais a quitármelo. —Los intoxicó con el alcohol que
contenía su aliento.
Julio dudó, y mucho, que llevara toda la vida cuidándolo; es más, ni
siquiera creyó que lo cuidara, no obstante dijo:
—Todo suyo. Nos abandonó de niños, no veo el motivo por el que no
debamos devolverle la atención.
La mujer sonrió al ver que sus ingresos no peligraban.
—Qué fino hablas, calvito. —Agarró el pomo pero no lo giró, sino que
los miró amenazadora y dijo—: Esta puta casa es mía. Me la regaló hace
años, tengo los papeles por ahí —mintió—. No me la podéis quitar, os
denunciaré.
—Tranquila, no la queremos, es toda suya.
—Eso por descontado. —Abrió al fin—. Jethro, tus hijos han venido a
ver el despojo que eres, no los decepciones —se burló antes de hacerse a un
lado y ceder el paso a Jaime.
Este avanzó hasta pasar el umbral y se quedó paralizado. Frente a él se
abría el abismo tenebroso de sus pesadillas infantiles. Un abismo en el que
Jethro lo aguardaba.
—Jamme, no tiene poder sobre ti, hijo —le susurró su madre las palabras
que él le había dicho el día anterior—. Eres querido por mí, por tu familia,
por tus amigos, por Iris... Eres bueno, eres íntegro, eres leal. Él no es nadie,
no tiene a nadie. No es nada.
Jaime se giró y vio que estaba tan aterrorizada como él y que, a pesar de
eso, mantenía la espalda recta y la cabeza alta y lo animaba. La quiso más
que nunca.
—Voy a cortarle la cabeza. —Miró a sus acompañantes—. Quiero entrar
solo.
Cirila asintió dando un paso atrás. Julio imitó su gesto.
—A por él, Morritos —lo animó Iris con una sonrisa radiante que lo dotó
del valor que necesitaba para dar el paso que lo adentró en la habitación.
Se detuvo esperando a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra que
era la dueña del espacio. Hacía frío, una brisa húmeda se colaba por los
cristales rotos de la única ventana que no estaba tapada con tablas. Y, a
pesar del aire que pululaba inclemente por la sala, el lugar apestaba a
orines, excrementos y sudor añejo. A enfermedad. Un gruñido gutural
proveniente de un rincón lo sobresaltó. Miró hacia allí.
Y sus ojos grises se encontraron con los enrojecidos y crueles de su
padre.
Se quedó paralizado al ver al hombre que lo aterrorizaba de niño. Era
casi imposible reconocerlo. No se parecía al tipo robusto y feroz que había
sido. Estaba arrugado sobre sí mismo en un sillón destripado, al que unas
cuerdas que le rodeaban el pecho lo ataban para que no se cayera. Tenía la
espalda encorvada, la cabeza caída y las piernas retorcidas; por lo visto su
hermana, esa que afirmaba cuidarlo, no había visto necesario acomodarlo
mejor, tampoco taparlo con una manta. Sus ojos se hundían en su rostro
demacrado, tenía los labios cuarteados y la cara cubierta de arañas
vasculares. Parecía un cadáver con la piel colgando de los huesos. Estaba
tan sucio que acercarse a él era un suplicio para el olfato.
A Jaime no le importó. Caminó hasta él y se acuclilló para que sus ojos
quedaran a la misma altura.
Estos lo miraron con curiosidad y un gruñido abandonó sus labios
agrietados.
—Estás hecho una mierda, papá —murmuró Jaime.
En los ojos de Jethro brilló el reconocimiento. Exhaló un nuevo gruñido,
y este tenía el olor del miedo.
—No voy a hacerte nada —lo tranquilizó—, de eso ya te has ocupado tú
solito. Joder, vives en unas condiciones deplorables. Está claro que la vida
te ha devuelto toda tu maldad multiplicada por mil. Cirila dirá que Dios es
justo, ojo por ojo y diente por diente y todas esas frases bíblicas que tanto le
gustan.
Jethro sacudió la cabeza, el único movimiento que parecía capaz de
hacer, y gruñó con una fuerza nacida del odio cuando oyó el nombre de la
mujer.
—Sí, me ha encontrado —resolvió Jaime esbozando una sonrisa—. Y,
oh, sorpresa, resulta que me quiere. Y yo a ella la adoro. La quiero tanto
que incluso lloro delante de ella y me quedo tan a gusto. —Los gruñidos de
su padre crecieron en intensidad y el odio que brillaba en sus ojos se tornó
abrasador—. Y a ella le parece estupendo, porque me quiere muchísimo,
pero eso ya te lo he dicho, ¿verdad? —Se puso en pie—. Lamento que te
encuentres en esta situación, Jethro. Nadie debería vivir así, pero tú mismo
te lo has buscado, es más, has hecho méritos para acabar así.
Dio media vuelta y fue a la puerta, se volvió antes de cruzarla.
—Que te den, papá —se despidió para siempre y salió.
Se dio de bruces con su madre y con Iris. Les sonrió.
—Jamme... —musitó Cirila acariciándole la cara con timidez.
Él ladeó la cabeza para besarle la palma de la mano.
—Estoy bien, mamá —susurró limpiándole la lágrima que resbalaba por
su pómulo. Luego se giró hacia a Iris.
—¿Has vencido al dragón? —inquirió esta dedicándole la más bonita de
sus sonrisas. Jaime asintió y ella se puso de puntillas para darle un rápido
beso en los labios—. Bravo, mi valiente príncipe azul cielo.
La sonrisa de Jaime se amplió y abrió los brazos para recibir en ellos a
su chica y a su madre. Las dos mujeres de su vida.
—¿Nos vamos? —propuso alejándolas de la entrada al purgatorio que
habitaba Jethro.
Cirila asintió. No quería ver al hombre que había intentado destrozarle la
vida. No podía arriesgarse a sentir pena por él, por su actual condición.
Prefería seguir odiándolo, aunque eso contraviniera el mandamiento de
amarse los unos a los otros como Dios los amaba. «Por favor,
compréndeme, mi Dios querido. No puedo apiadarme de él. No soy tan
caritativa. Y no me arrepiento ni lo lamento. Solo me duele decepcionarte.
Perdóname, pero no puedo ser clemente. No con él.»
El Dios del Antiguo Testamento respondió recordándole Deuteronomio
32, 35: «Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo el pie de ellos
resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se apresura lo que les
está preparado».
Tomó la mano de su hijo y se dirigieron a la salida. Mario las acompañó.
—¿No vienes, Jules? —le preguntó Jaime al ver que se quedaba.
—Dentro de un rato. Id al coche, no tardo —los emplazó entrando en la
sala.
Se dirigió al rincón junto a la ventana en el que lo esperaba la hermana
de Jethro —seguramente para esquivar la fetidez que atufaba la estancia—
y sacó la cartera. Le dio todos los billetes que contenía.
La mujer apenas pudo disimular su sorpresa al ver la cantidad que
conformaban. Al calvito o le sobraba la pasta o estaba como una puta cabra.
Agarró el dinero pronta, no fuera a ser que se arrepintiera de su
generosidad, y se lo guardó en el sujetador.
—¿Son para que cuide de mi hermano? —planteó ambiciosa. Tal vez
pudiera sacarle algo cada mes para alimentar a Jethro.
Julio sonrió desdeñoso ante el descarado cinismo de esa mujer, solo
necesitaba mirar al otro extremo de la sala para confirmar que, por
descontado, no cuidaba de Jethro.
—No. Este dinero es suyo, se lo ha ganado cuidando a Jethro —dijo con
una ironía que ella no captó—. Puede compartirlo con su hermano o
gastarlo en lo que le dé la santa gana, me es indiferente. Ahora, si me
permite despedirme de mi padre a solas...
La mujer asintió disgustada al comprender que no iba a poder sacarle
más dinero.
—Todo tuyo... —gruñó desdeñosa saliendo de la sala.
Julio esperó a que desapareciera entre las sombras del pasillo para
dirigirse al rincón lúgubre y maloliente que habitaba su padre.
—Hola, papá, es un placer volver a verte —ironizó e, igual que había
hecho su hermano, se acuclilló para que sus ojos quedaran a su altura. Los
de Jethro se entornaron desdeñosos—. Le he dado a tu hermana varios
billetes. Una pequeña fortuna en realidad. No suelo llevar tanto dinero en el
bolsillo, pero justo antes de salir de casa he pensado que tal vez necesitaría
efectivo. Nunca se sabe qué puede necesitar un padre. —Sonrió con
animadversión—. Ha sido un acierto porque le ha hecho mucha ilusión mi
regalo, se nota que no vais sobrados de dinero. ¿Crees que lo compartirá
contigo? —le preguntó melifluo—. O, por el contrario, ¿supones que se lo
gastará en fiestas? Yo no sabría qué decirte, apenas la conozco, pero me da
la impresión de que es como tú. Mala, cruel y egoísta.
Jethro lo miró desdeñoso y un gruñido semejante a una risa abandonó su
garganta.
—¿Sabes lo que creo, papá? —pronunció asqueado el título que ese
hombre jamás se había ganado ni merecido—. Que la vida nos devuelve lo
que hacemos. Y tú le has hecho mucho mal a Jaime. ¿Cuántas veces lo
dejaste solo en casa, encerrado a oscuras, muerto de miedo y de frío?
¿Cuántas le prohibiste llorar o tener miedo o preguntar por su madre?
¿Cuántas le dijiste que Cirila no lo quería, que lo había abandonado?
Esperó que la sospecha de lo que iba a pasar calara en la mente nublada
de su padre, algo que no tardó en ocurrir, pues los ojos de Jethro, hasta ese
momento dos rendijas que exudaban desdén, se abrieron asustados.
—¿Cuánto crees que tardará tu hermana en gastarse el dinero que le he
dado, y te aseguro que no ha sido poco, y regresar a esta pocilga que llamáis
casa? Una persona puede pasar un mes sin comer y no morir de hambre,
pero no sin beber. Ahí cambia la cosa. Por lo que sé, solo hacen falta cinco
días sin agua para palmarla. Aunque un cuerpo tan maltratado como el tuyo
tal vez aguante menos. ¿Crees que tu hermana se acordará de ti antes de que
hayan transcurrido esos cinco días? Yo que tú rezaría para que así fuera —
dijo irguiéndose—. Hasta nunca, papá.
Jethro abrió los ojos hasta que casi se le salieron de las órbitas y exhaló
un gruñido aterrado seguido de una sucesión de gemidos agónicos.
Julio enfiló a la puerta. Y allí se encontró con Mario apoyado en la
jamba.
—¿Ocurre algo?
—En absoluto, he dejado a las chicas y a Jaime en el coche y he
regresado a esperar mi turno para darle una paliza, pero creo que me gusta
más tu plan. —Dio media vuelta sin mirar una segunda vez al despojo
humano que gemía en la ruinosa y helada sala.
—¿Qué tal está Jaime? —le preguntó Julio siguiéndolo. Él tampoco miró
atrás.
—Bien, yo diría que un poco agobiado. Tiene a mamá gallina
revoloteando a su alrededor sin dejarlo hacer nada. Ni siquiera Iris consigue
distraerla.
Al salir vieron a la hermana de Jethro en una camioneta destrozada que
le llevó varios intentos en poner en marcha. Aceleró y, al pasar junto a ellos,
se despidió con un:
—Nos vemos, sobrino.
—Lo dudo —replicó Julio.
No le había facilitado modo alguno de ponerse en contacto con ellos y
dudaba que, en caso de ocurrirle algo a Jethro, se molestara en buscarlos y
arriesgarse a perder la casa, que pasaría a ser propiedad de ellos.
Continuaron hacia el coche, junto al que Jaime y las mujeres los
esperaban. Mario tenía razón, mamá gallina revoloteaba nerviosa a su
alrededor sin dejar de acariciarle la cara, los brazos o cualquier otra parte
del cuerpo. Algo que Jaime aguantaba estoicamente con una sonrisa en los
labios aferrado a la mano de Iris. O tal vez era Iris la que se aferraba a su
mano, pensó Julio al ver que la muchacha no estaba tan tranquila como
quería aparentar. Sonrió. Por lo visto, Jaime tenía una mamá gallina y una
novia gallina.
—¿Adónde va con tanta prisa? —inquirió Jay observando la camioneta
volar sobre el accidentado camino.
—No tengo ni idea —contestó Julio. No mentía. Desconocía adónde iba,
aunque sí intuía lo que iba a hacer: darse un homenaje de varios días de
duración—. ¿Nos vamos?
—Sí. Aquí no pintamos nada —señaló Jaime.
—¿Quieres conducir? —le propuso Julio tendiéndole las llaves.
—Joder, sí. —Le arrancó las llaves de la mano y subió al coche—.
Vienes de acompañante, ¿verdad? —No era una pregunta, sino una súplica.
Julio sonrió asintiendo. Sí. Definitivamente su hermano estaba un poco
agobiado con tantos mimos y abrazos. Ocupó dicho asiento y volvieron a la
carretera. A casa.
—Vaya familia de mierda que tenemos —masculló Jaime ya en la
autovía. Había guardado silencio hasta ese momento—. De niño soñaba con
tener tíos, primos y todo eso..., menos mal que no conocí a mi tía o me
habría arruinado la fantasía —resopló burlón, pero en su voz se notaba el
pesar.
—No tienes familia de mierda, solo tía de mierda —rebatió Cirila,
sorprendiéndolos a todos con su lenguaje—. Tienes familia maravillosa en
Eslovenia. Familia que quiere verte y abrazarte y hablarte. Tíos y primos
que quieren a ti —afirmó rotunda.
—Ya, lástima que Eslovenia me pille tan retirado de Madrid —apuntó
Jay.
—Iris viaja todos fines semana a sitios lejos —replicó Cirila terminante.
Jaime no encontró palabras con las que objetar, por lo que continuaron el
trayecto en silencio, la afirmación de Cirila se expandió en el coche cual
globo que se hinchaba más y más a cada segundo que pasaba, hasta llenar
cada rincón con su presencia.
—Podríamos ir un fin de semana —soltó Jaime en un estallido que lo
dejó sin aire—. ¿Cuánto puede durar el vuelo?
—Unas seis horas —apuntó Iris.
—Podríamos salir temprano un viernes y regresar el domingo —dijo, las
manos temblándole en el volante. Joder, ¿de verdad se estaba planteando
conocer a su familia?
47
Miércoles, 1 de mayo
JayHorse_7.22
No sé si esto ha sido buena idea,
reina, es muy pronto.
Irisadas_7.23
Son las siete de la mañana,
por supuesto que es pronto.
JayHorse_7.22
Sabes q no me refiero a la hora. Tendría q haber esperado un
poco más. Tampoco me corre tanta prisa...
Irisadas_7.23
¿Por «un poco más» te refieres
a unas semanas más o a unos siglos más? La diferencia es
importante.
JayHorse_7.23
Ja. Ja. Ja. Q graciosa eres. En serio, reina, esto es muy
precipitado, tendría q haber esperado hasta el verano, x
ejemplo.
Julio.Santos_13.40
Deja de agradecérmelo, que me permitieras regalarte el viaje
te convalida todos los años que no me has dejado regalarte
nada en tu cumpleaños, así que no des más por culo y
disfruta con tu familia. ¡Y manda muchas fotos!
JayHorse_13.41
Eso haré! T voy a echar d menos.
Ojalá hubieras podido venir.
Julio.Santos_13.44
¿No te estarás acojonando?
JayHorse_13.45
No me jodas, Jules, ni d coña...
Sábado, 4 de mayo
—Siento no haber llamado antes, Jules, pero he estado liadísimo —susurró
Jaime al teléfono móvil.
Estaba sentado en el alféizar de la única ventana de esa habitación, que
no era otra cosa que el sobrado de la casa. Era un espacio amplio en el que
no podía erguirse, pues el techo le quedaba a la altura de los hombros en su
parte más alta. En la más baja, que era en la que estaba, le rozaba la
coronilla estando sentado. Pero no le importaba. Le gustaba sentarse en esa
ventana que parecía un cuadro de lo maravillosas que eran sus vistas. Se
llenó los pulmones con el intenso olor a pino de la brisa que bajaba de las
montañas. Estaba en el paraíso.
Miró al otro extremo del sobrado donde el profesor, tumbado en el
colchón hinchable que era su cama de esos últimos cuatro días, leía un libro
electrónico.
—¿Tienes sueño? ¿Corto la llamada? —le preguntó consciente de que
era muy tarde. Mario negó con un gesto y siguió con su lectura—. Tengo
tanta familia que está la casa a reventar, Jules —continuó diciéndole a su
hermano—. Brigita nos ha alojado en el sobrado, y a Iris y a Ciri las ha
instalado en uno de los dos dormitorios de la planta baja; ella comparte el
otro con no sé cuántos niños y el salón está a rebosar de los colchones en
los que duerme la familia que ha venido a verme. La hija de tía Bri también
ha alojado a varios familiares porque aquí no caben todos. Es la leche,
hermano, no sé cuántos tíos y primos tengo, porque cuando trato de
contarlos siempre aparece alguno más y pierdo la cuenta.
Se levantó del alféizar y, encogiéndose para no golpearse la cabeza —no
sería la primera vez que le pasara—, paseó por el sobrado. Mario lo observó
divertido. Era más de medianoche, llevaban todo el día en danza y estaban
agotados, pero Jaime estaba tan eufórico que era incapaz de permanecer
quieto más de cinco minutos.
—El miércoles lo pasamos con tía Brigita, su hija Anika y los hijos de
esta. Tiene cuatro, Jules. ¡Ahí es nada! La verdad es que en esta familia
todos tienen un montón de críos. Todos, menos Ciri —dijo pesaroso—, y no
veas cómo le gustan los niños, los disfruta muchísimo. —Miró a Mario con
toda intención—. Quién sabe, lo mismo dentro de un par de años me llega
algún hermanito...
Mario bajó el libro electrónico y arqueó una ceja. Jaime le sonrió burlón
antes de continuar su errático deambular.
—He conectado con todos desde el primer momento, Jules, como si no
habláramos idiomas distintos. Son la caña. Y tía Bri es la hostia. Es muy
severa, pero a la vez es maravillosa. Te deja bien claro que con ella no te
puedes pasar ni un pelo y luego te acoge bajo su ala y sabes que te quiere de
verdad, que va a estar ahí para ti pase lo que pase. Es tremenda. Por cierto,
tiene gallinas y conejos, pero le he pedido que no los hiciera para comer
porque me da mogollón de pena que los mate.
—Blandengue... —se burló Mario.
Jaime le enseñó el dedo medio en una peineta perfecta.
—Toda la familia está loca con Iris. Los niños no se separan de ella y
está enseñando a las mujeres llaves de las suyas para que tiren a sus
maridos al suelo. ¡Es peligrosísima! —Estalló en carcajadas—. ¡Y ya sé de
dónde me viene la pasión por los caballos! Dos de los tíos de Ciri tienen
caballos, he ido a verlos esta tarde y... ¿Qué dices, Mario? —le preguntó
cuando este intervino desde su camastro.
—Digo que también son tus tíos, Jay...
Jay lo miró desconcertado y luego una sonrisa se extendió en su cara.
—Joder, sí que lo son... —Continuó contándole a su hermano su periplo
de esos días hasta que Mario carraspeó y señaló el reloj—. Tengo que
dejarte, Jules, a ver si duermo un rato. Mañana nos vemos en Madrid.
Dejó el teléfono en la caja que hacía de mesilla y se tumbó en su
camastro.
—Te va a costar irte... —comentó Mario apagando su libro electrónico.
—Joder, y tanto... —suspiró cruzando las manos bajo la nuca.
El profesor asintió. Jaime no solo iba a echar de menos a la familia que
lo había acogido con el corazón abierto, sino también el paraíso en que se
enclavaba la casa.
Mario jamás había visto un paraje tan hermoso. En la falda de la
montaña, sobre un prado tan esmeralda que parecía irreal, con un riachuelo
cantarín a pocos metros y frondosos abetos que cobijaban la casa de la
nieve en invierno y del sol en verano. Ver allí a Cirila, feliz con su familia y
rodeada de tanta belleza, le había llenado el corazón de gozo. Y de miedo.
Porque estaba hecha para ese lugar.
—Hace calor, ¿te importa si dejo la ventana abierta? —le preguntó
Jaime, todo inocencia.
Era la cuarta noche consecutiva que se lo preguntaba.
Mario esbozó una sonrisita de medio lado y, aunque estuvo tentado de
decirle que prefería que la cerrara solo para ver su reacción, fue benevolente
y sacudió la cabeza aquiescente antes de apagar la bombilla que iluminaba
el sobrado. Poco después oyó pasos sigilosos y contempló divertido cómo
Jay pasaba sus largas piernas y su cuerpo fibroso por la ventana,
escabulléndose. No le hizo falta asomarse para saber que había saltado al
promontorio granítico que lamía la parte trasera de la casa formando una
rampa para, desde allí, saltar al prado donde, como cada noche, lo esperaba
Iris.
Sonrió con no poca envidia y cerró los ojos.
Pocos metros por debajo de él, Cirila abrió los suyos incapaz de dormir.
Iris había vuelto a escaparse por la ventana de la habitación que
compartían.
No había que ser muy lista para saber adónde iba, o, mejor dicho, con
quién iba. Con Jaime. A hacer el amor bajo el cielo estrellado. Aunque esto
no lo sabía con certeza. Pero no era tonta. Había visto cómo se miraban,
cómo se tocaban como si no pudieran estar separados, cómo se besaban
cuando pensaban que nadie los veía.
Miró la ventana por la que acababa de escapar la joven. Ella también se
había escabullido así hacía mil años, cuando era una niña ilusionada e ilusa
que no le temía a nada ni a nadie. Apartó el edredón de un tirón y fue hasta
allí. Estaba abierta, la llamaba. Sacó una pierna, la otra, después el cuerpo y
saltó al prado con su pijama de flores. Rodeó la casa hasta el lugar en el que
la montaña abrazaba la pared. Había trepado mil veces por allí para subir
furtiva al sobrado y leer sin que su prima la molestara.
Sin pensar en lo que hacía, puso las manos en la roca y se aupó, luego
gateó hasta el alféizar de la ventana. Le costó llegar hasta allí mucho más
esfuerzo que cuando era niña, pero lo consiguió. La ventana del sobrado
también estaba abierta.
La tentaba, cómo la tentaba.
Se coló con sigilo diciéndose que solo quería mirar. Verlo dormir,
observar su rostro relajado por el sueño, deleitarse con su respiración
profunda y, aunque esto intentó no pensarlo, quizá verle el torso desnudo
porque la noche era agradable y él tal vez tuviera calor... Se sonrojó al darse
cuenta de la deriva de sus pensamientos. Y de sus acciones.
No debería estar allí. Era una gran imprudencia, además de una terrible
falta de educación. Debería irse. Y eso haría.
Después de echar una miradita.
Esperó a que su visión se acostumbrara a la oscuridad rota por los rayos
lunares e, incapaz de resistirse a la tentación, se acercó cautelosa al único
camastro habitado.
Él estaba allí, dormido cual angelito, el edredón lo cubría hasta la cintura
y tenía el torso desnudo. O eso intuyó, porque la escasa luz no le permitía
verlo bien. Se sintió tentada, tan tentada, de tocarlo, que antes de darse
cuenta había extendido el brazo. Lo retiró un segundo antes de que las
yemas de sus dedos tocaran su piel.
Se abrazó la tripa asustada por su osadía y desvergüenza y dio un paso
atrás.
Mario abrió los ojos.
—No te vayas.
Se quedó petrificada, el calor lamiéndole la cara y el cuerpo entero, pero
no sabía si era por la vergüenza o por la llama que ese hombre encendía en
ella cada vez que la miraba, que le susurraba, que la besaba.
Mario apartó la colcha que lo cubría, invitándola a entrar en su cama.
Y Cirila dio los pasos que la separaban de él.
Se tumbó a su lado, él la abrazó y ella suspiró apaciguada, consciente de
que hasta ese momento había estado inquieta, impaciente por sentirlo de
nuevo a su lado tras cuatro días en los que habían tenido que guardar las
distancias y no besarse ni susurrarse palabras de amor.
Se acurrucó contra él y, llena de timidez y determinación, lo besó en la
comisura de los labios. Pudo sentir la sonrisa que él esbozó contra su boca
antes de que tomara las riendas y la besara como llevaba cuatro días
deseando que lo hiciera. Con desesperada necesidad. Se juntó más a él y
sintió su firme dureza contra el estómago.
Eso la paralizó.
—No le prestes atención —le susurró Mario dejando una hilera de besos
en su mandíbula antes de bajar por su cuello.
—No quiero no prestársela —replicó ella.
Mario se detuvo con los ojos entrecerrados, incapaz de discernir si había
usado el verbo equivocado... o no.
Ella lo sacó de dudas deslizando un tímido dedo por su longitud.
Él tomó una brusca bocanada de aire.
—¿Por qué, Ciri? —se obligó a preguntar, y casi le costó la vida porque
ella se detuvo—. Sé que tus convicciones no comulgan con... los encuentros
clandestinos fuera del matrimonio. —Ella misma se lo había dicho no hacía
mucho.
Cirila apartó la mirada y se removió tratando de escapar de sus brazos.
—Ciri...
—No pensaba lo que hecho —confesó—. No quiero hacer el amor. Solo
quería... saber.
—¿Saber qué?
—Si te gustan besos tanto como a mí —contestó con timidez.
—Oh, sí. Rotundamente sí. Adoro besarte. Y tocarte. Y sentirte. —
Volvió a pegarse a ella dejándole sentir su erección antes de apartarse y
observarla en silencio con una intensidad que la intrigó.
—¿Qué piensas? —se atrevió a preguntarle Ciri al cabo de varios
segundos.
—Verte aquí, en este paraje idílico, rodeada por tu familia me ha hecho
percatarme de que este es tu hogar. —Su mirada se hizo más intensa—. ¿No
preferirías quedarte aquí en vez de vivir en Madrid?
Ella negó con un gesto.
—No sé cómo puedes alejarte de tanta belleza —musitó él.
—No alejo, Mario. Belleza habita en corazón de personas que amo. Mi
hogar está donde están ellas. Donde está mi hijo. Donde estás tú. —Bajó la
mirada con timidez.
Él le alzó la cabeza y la besó. Despacio. Alargando el placer, pidiendo
más con sus labios y su cuerpo. Le dio todo lo que era y recibió todo lo que
ella era. Hasta que sus cuerpos temblaron hambrientos el uno del otro. De ir
más allá. De convertirse en uno.
Mario se apartó tumbándose de espaldas en el colchón y clavó la mirada
en el techo mientras trataba de sosegar su agitada respiración.
Ella se acurrucó contra él, sus dedos transitando por su pecho deseosos
de descubrir cómo era, pues al fin y al cabo había sido esa curiosidad lo que
la había metido en esa situación. Y no se arrepentía. En absoluto. Su falta
de pudor la había llevado a descubrir que lo cubría una suave capa de vello
ensortijado, que su vientre era lampiño y terso y que sus músculos se
ondulaban cuando deslizaba los dedos sobre ellos, como si sus caricias lo
hicieran estremecer. Y así era.
—Ciri... —La detuvo—. No puedo. Si me sigues tocando, voy a
manchar las sábanas de tu tía... y no me apetece tener que explicarle cómo
ni por qué las he ensuciado. —Su mirada penetrante desmentía la ligereza
de sus palabras.
Ella asintió y posó su mano en el pecho de él, cálida, suave. Inmóvil.
—Pensaba esperar un poco más, tal vez unos meses, aunque
seguramente no tanto, antes de hacerte la pregunta, pero no puedo, Ciri,
necesito saber. Esta noche me has dejado abrazarte íntimamente y sé que no
voy a soportar estar alejado de ti mucho tiempo más. Cásate conmigo.
—Eso no es pregunta, es afirmación —replicó ella sonriente.
—Tienes razón...
Saltó del colchón, hincó una rodilla en el suelo, se quitó uno de sus
anillos y, tendiéndoselo, dijo:
—¿Quieres hacerme el hombre más feliz del mundo? Te juro que si me
dices que sí voy a dedicar mi vida a hacerte la mujer más feliz del mundo.
Ella no dudó.
JayHorse_10.33
No t lo vas a creer, Jules, Mario acaba
d anunciar en mitad del puto desayuno
q le ha pedido matrimonio a Ciri y q Ciri ha aceptado... ¡No
me jodas!
JayHorse_22.30
Ha habido algún problema
en el desfile de hoy?
Irisadas_22.31
Uno de los altos ejecutivos de la firma decidió que el trasero
de Sardi era de propiedad pública y lo magreó. Sardi le
cruzó la cara y su agente lo abroncó diciéndole que no podía
ser tan quisquilloso. Así que Sardi le dijo todas las inserte
palabrotas que se le ocurrieron. Si buscas en Instagram lo
podrás ver, porque algunos instagrammers grabaron la
bronca...
Cuando Jaime regresó a casa la tarde siguiente, tras salir del trabajo, Iris,
Sardi y los Repes ya estaban allí. También un enorme ramo de rosas rojas.
Fue directo a por Iris, le dio un beso con ganas —hacía un día y medio
que no se veían y eso pesaba— y se acercó a las flores.
—¿De dónde ha salido esto? —les preguntó intrigado.
—Me lo han dejado esta mañana en la recepción del hotel —replicó
Sardi tendiéndole la tarjeta que acompañaba al impresionante ramo.
No permitas que te utilicen, mi adorable ángel,
tú vales mil veces más que ellos.
Tu rendido admirador
—Coño, tienes un rendido admirador —se guaseó Jaime. Era la primera vez
que Sardi recibía flores tras un desfile.
—Eso parece —comentó el rubio sin saber bien cómo se sentía.
Por un lado le hacía ilusión haber impresionado tanto a alguien como
para que le hiciera ese increíble regalo, pero por otro lado también lo
acojonaba un poco porque era extraño pensar que alguien a quien no
conocía y que no lo conocía —que seguramente no sabría ni su verdadero
sexo, pues había desfilado con ropa femenina— se gastara un dineral en ese
impresionante ramo.
—Y no veas qué coñazo para traerlo —se quejó uno de los Repes.
—No me jodas, Repe, no tienes derecho a quejarte, he sido yo quien lo
ha llevado encima las cinco horas de viaje —protestó su gemelo.
—Porque yo soy más listo.
—No, porque tienes más morro.
Sardi puso los ojos en blanco y se largó a su cuarto a ponerse con el
diseño en el que estaba trabajando, e Iris y Jaime tampoco tardaron mucho
en irse. Tenían besos que darse, caricias que hacerse y sexo que practicar.
***
Mucho más tarde, en la intimidad de su dormitorio, Jaime compartió con
Iris su descubrimiento de que estaban viviendo juntos.
Ella lo miró absolutamente pasmada.
—¿Y te has dado cuenta hoy? Llevas meses compartiendo los gastos del
piso...
Jaime la miró sin entender.
—Pagas tu parte de la compra semanal y del agua, la luz, el gas... —
especificó.
—Normal, paso más tiempo aquí que en el piso de mi hermano —bufó él
con toda la lógica del mundo.
—Claro, porque eres mi príncipe azul y estás viviendo conmigo en la
torre más alta de nuestro pequeño castillo —sentenció ella antes de estallar
en carcajadas a las que Jaime no tardó en unirse.
Nota de la autora
Con este descubrimiento de Jaime llegamos al final del libro. Espero que os
haya gustado leerlo tanto como a mí escribirlo. Jay es un personaje que me
ha ido contando su historia durante los últimos tres años, al principio en
pequeñas dosis y, conforme escribía los libros de su hermano y Mor y de
Elías y Beth, con más fuerza.
Con él empiezo una nueva serie: «Príncipes azules y otros cuentos
chinos», en la que los protagonistas van a ser jóvenes adultos con muchas
vivencias a sus espaldas.
Por si os lo preguntáis, sí, Sin, Sardi y los Repes serán los protagonistas
de sus propios libros en esta trilogía que empieza, lo que no os voy a contar
es el orden en el que irán apareciendo, para eso tendréis que estar atentas/os
a mis redes sociales, iré soltando cositas por allí.
Si queréis saber más de Jaime, cómo empieza su historia, cómo es con
dieciséis años (un cabrón, ya os lo adelanto), cómo empieza su amor por los
caballos y cómo va madurando, os emplazo a que leáis la bilogía «Tres
Hermanas»: Los secretos de tu cuerpo (la historia de Mor y Julio) y El roce
de tu piel (la historia de Elías y Beth), donde Jaime desempeña un papel
superimportante.
Y, si os apetece conocer a Iris de niña, sus travesuras y su desparpajo
(amén de la historia completa del príncipe azul que escaló el castillo más
alto y venció al dragón Malasombra), os emplazo a que leáis el segundo
volumen de la serie «Amigos del barrio»: Cuando la memoria olvida,
donde una pizpireta y muy inquieta Iris de siete años vuelve loco a su padre.
Sin más, me despido.
Referencias a las canciones
Volando voy, 1998 BMG Music Spain, S. A., interpretada por Kiko
Veneno.
Start Me Up, © 2019 Promotone B. V. 2019, bajo licencia exclusiva de
Eagle Rock Entertainment, Ltd., interpretada por The Rolling Stones.
La Virgen de la Humanidad, 2021 Pequeño Salto Mortal, editado y
distribuido bajo licencia exclusiva de Sony Music Entertainment
España, S. L., interpretada por Vetusta Morla.
Immigrant Song, © 2014 Atlantic Recording Corporation, Warner Music
Group, interpretada por Led Zeppelin.
Brown Sugar, © 2008 Promotone B. V., bajo licencia exclusiva de
Universal International Music B. V., interpretada por The Rolling
Stones.
Biografía
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intelectual es clave en la creación de contenidos culturales porque sostiene el ecosistema de quienes
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fragmento de esta obra. Puedes contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por
teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
«Qué bien se le da el suspense a esta mujer, que bien teje historias, que
toque maravilloso... Y con el dulce justo, como me atrapan
maravillosamente.» Zeta
«¿Qué voy yo a decir de estas dos maravillosas obras de arte? Lloré […],
reí, me enfadé... Pero al final la magia lo inundó todo. Enhorabuena, jefa,
nunca nos defraudas», Bianca Lancharro.
«Me han encantado las dos novelas. Como siempre que empiezo una de
Megan Maxwell... ¡es empezarla y no poder soltarla hasta terminarla!
¡¡Fabulosas!!», Paloma.
«Me he leído casi todos los libros de esta autora y son fantásticos», Sonia.
«Adoré estos libros. Me encantan sus historias. Lo mismo ríes que lloras.
Me fascinan», Yisel.
¿Tú lo harías? nos presenta a tres mujeres de poco más de treinta años
que aparentemente no tienen nada en común.
Porque por muchas veces que hagas caer a una mujer en su camino, ella
siempre se levantará, se sacudirá el polvo y se hará más fuerte.
Por lo que sé, un día recibió una misteriosa llamada telefónica en la que
le pedían viajar a Los Ángeles por un asunto urgente, que resultó ser, ni
más ni menos, que un bebé. A Liam, al principio, le costó mucho admitir su
paternidad, pero cuando vio a la criaturita, el mundo se movió bajo sus pies:
al igual que él, tenía el ojo derecho de dos colores.