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Nota de la autora
Referencias a las canciones
Biografía
Notas
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Sinopsis

Jaime se ha sentido solo y desprotegido toda su vida al haber sido


abandonado por quien más debería quererlo: su madre. Ahora, esa mujer a
la que su padre le enseñó a odiar ha aparecido de improviso y asegura que
todo lo que le han contado sobre ella es mentira: no lo abandonó al nacer,
sino que se lo robaron de los brazos.
Jaime ya no sabe qué creer ni qué sentir. Su mundo se ha vuelto del revés
y no encuentra la manera de afrontarlo, por lo que cae en una espiral de
noches sin control bañadas en alcohol y odio.
Iris es feliz. Tiene una familia que la adora, un trabajo que la llena y
unos amigos que la siguen hasta el fin del mundo. Es risueña, atrevida y
cree en el AMOR, con mayúsculas.
Eso sí, el hombre del que se enamore debe cumplir ciertos requisitos:
debe ser un príncipe azul (azul cielo a ser posible, el azul oscuro no le
gusta), escalar la torre más alta del castillo más alto (no vale un primer piso,
eso sería muy fácil) y vencer al dragón más feroz (pero no matarlo, pobre
animalito) para conquistar su corazón. Literalmente.
¿Conseguirá el amor por Iris sacar a Jaime de su burbuja de destrucción
y soledad?
NO SOY TU PRÍNCIPE
Príncipes azules y otros cuentos chinos, 1

Noelia Amarillo
¡Ámala, ámala, ámala!
Si te complace, ámala. Si te hiere, ámala.
Aunque te rompa el corazón, ¡ámala, ámala, ámala!
Cirila

Volčji Grad, Eslovenia, marzo de 2003


En el momento en que Cirila salió de casa, su aliento se condensó en una
nube gris que no tardó en disiparse en el gélido amanecer. Se bajó la
bufanda para liberar su cara y la alzó hacia las escarchadas gotas de lluvia
que danzaban en el aire. Una tímida sonrisa se insinuó en sus labios. No le
importaba el frío, era feliz en el exterior con el cielo de techo y las
montañas de paredes. Sin nada que la limitara. Libre para volar tan lejos y
alto como quisiera. O para soñar que lo hacía.
Como siempre, la realidad no tardó en asomarse a la ventana y
recordarle que no le sobraba tiempo para perderlo fantaseando.
—¡Ciri! ¡El Señor castiga a los perezosos, deja de holgazanear o llegarás
tarde al trabajo! ¡Y súbete la bufanda, insensata, está helando! ¡Dios no te
cuida si tú no lo haces!
Cirila obedeció avergonzada por la merecida regañina y se dirigió a la
parada del autobús que comunicaba la aldea con los pueblos cercanos y el
complejo residencial. La sonrisa no tardó en regresar a sus labios. Ese día
era su cumpleaños e iba a ocurrir algo que lo cambiaría todo. Se lo decía el
corazón. Sería el principio de su nueva vida. Al fin y al cabo, solo cumpliría
catorce años una vez en su vida.
Tiempo después se apeó del autobús y se encaminó presurosa al chalet
en el que trabajaba; no quería que nadie le dijera a su tía que iba pisando
huevos. Era lo malo de que la mitad de la aldea trabajara en la zona
residencial, que todos sabían quién era: la sobrina de Brigita. La bastarda
huérfana que había matado a su madre al nacer y a la que Brigita, como
buena cristiana, había acogido. Su sonrisa vaciló antes de recordar que era
su cumpleaños y que iba a ocurrir algo maravilloso. No podía ser de otra
manera.
Al llegar al chalet descubrió el jardín invadido por los albañiles, accedió
por la puerta de servicio, se puso su uniforme y se presentó en la cocina
para recibir instrucciones del ama de llaves.
—¡Ciri! ¿Has visto a los obreros que harán el cenador? Hay uno que es
un regalo para la vista. —Se le echó encima su mejor amiga.
—No me he fijado, había muchos...
—El que te digo destaca por encima de los demás. Es alto y guapo. Y
tiene una sonrisa...
—Y una mirada..., parece que puede ver bajo tu ropa —se burló la
limpiadora.
—Lo llaman el Español, porque es de España, donde siempre hace sol y
buen tiempo. Y además de guapo tiene un buen trabajo; oficial de primera,
nada menos. Ya me gustaría casarme con él y que me llevara a su país...
—Dudo que ese hombre os dedique una sola mirada —dijo burlona la
cocinera, que también era la prima de Cirila—. Dejaos de charlas y poneos
a trabajar —ordenó.
—Mira, Ciri, es ese... —Se lo señaló con disimulo su amiga cuando
salieron a repartir tazas de café que calentaran un poco a los helados
obreros.
Ciri lo observó crítica. Se acercaba a los cuarenta, tenía una leonada
melena castaña, unos expresivos ojos grises y un cuerpo fibroso; en
conjunto no estaba mal, pero era demasiado viejo. No le interesaba.
Entonces él se fijó en Ciri y le sonrió.
Y Cirila se replanteó su opinión inicial. La diferencia de edad no era
importante en un hombre cuya sonrisa transmitía tanta gentileza y
jovialidad. Se la devolvió con timidez y bajó la mirada sonrojada.
Y él decidió, en contra del vaticinio de la cocinera, que sí iba a hacer el
esfuerzo por una muchacha tan bonita, apacible e inocente.
Tardó menos de una semana en tenerla comiendo de su mano.
Pedro (así afirmó llamarse) era, además de guapo, inteligente y
carismático. Los primeros días escoltó a la joven a la parada del autobús al
terminar la jornada. No tardó en acompañarla a la aldea. Tampoco en
besarla al amparo de la noche como dos amantes furtivos. Eran ellos contra
el mundo, viviendo una aventura narrada en miles de novelas de amor. Pero
la suya era especial. Porque no era un libro, era real. Se amaban.
Él hablaba un esloveno tosco y limitado, pero aun así siempre tenía un
relato apasionante que contar (que ella captaba a medias, pero no
importaba, lo que no entendía lo inventaba, mejorando las historias). Había
vivido en docenas de países diferentes y era un alma libre. La entendía
como nadie, conocía sus pensamientos e inquietudes. No la juzgaba cuando
perdía el tiempo fantaseando ni se mofaba de sus sueños, al contrario, los
compartía. Tampoco le importaba que fuera una chica humilde sin nada que
ofrecer, excepto a sí misma. Con eso era suficiente para él.
Y Cirila se le ofreció por entero.
Se enamoró como solo un alma debilitada por la soledad puede hacerlo.
Sin medida ni juicio y desoyendo los malos augurios y las advertencias de
su tía, pues, como afirmó Pedro, eran fruto de sus estrictas creencias
religiosas. Brigita era demasiado intransigente para aceptar a un extranjero
no practicante en la familia. Además, ¿de qué manera podría aprovecharse
él de ella? No poseía nada que pudiera robarle, excepto su corazón. Y Cirila
se lo había entregado voluntariamente.
Un mes después de conocerlo, se mudó con él. En pecado, como la acusó
su tía. Pero no importaba, Pedro había dicho que se casarían cuando
ahorraran lo suficiente para volver a España y vivir en la casa que poseía en
un valle entre montañas. Además, no podía ser pecado cohabitar con un
hombre que la amaba tanto y la hacía tan feliz.
El primer mes de convivencia fue un sueño hecho realidad. Pedro era
encantador. Hablaban sin parar y se amaban sin cesar, no existía para Ciri
nadie más que él.
El segundo mes descubrió que a Pedro le gustaba salir con sus amigos y,
a tenor de su aliento y de cómo arrastraba las palabras —y los pies— a su
regreso, que también le gustaba beber. Y salir no era barato, lo que
retrasaría sus planes de boda, algo que Cirila le reprochó. ¿Acaso no
confiaba en que cumpliría su promesa?, le reclamó él furioso. Si no estaba
conforme podía regresar a casa de su tía. A él no le ponía cadenas ninguna
cría.
El tercer mes Pedro perdió su trabajo y se tomó un tiempo de vacaciones.
Ese mes Ciri aprendió que guardarse sus opiniones cuando estas no
coincidían con las de él hacía la convivencia más fluida. Y fácil.
El cuarto mes Pedro comenzó a buscar empleo —de bar en bar—, pero
no encontró nada que le conviniera —ni a ningún incauto que lo contratara
—, así que Ciri buscó casas para limpiar cuando acababa su turno en el
chalet.
El quinto mes Cirila recibió una bofetada cuando le reclamó el dinero del
alquiler (que ella le había entregado días antes junto con su salario). A
Pedro no le gustó su exigencia y se lo hizo saber de manera contundente.
No iba a permitir que una mocosa que solo servía para abrirse de piernas le
dijera lo que debía hacer.
El sexto mes Cirila descubrió que estaba embarazada. Decidió
guardárselo para sí hasta que las cosas fueran un poco mejor.
El séptimo mes la estrelló contra la pared. Asustada, Ciri le confesó que
estaba embarazada y haría daño al bebé si le pegaba. Él la regañó indignado
por su desquiciada imaginación. ¿Cómo podía creerlo capaz de pegarle?
Una cosa era darle un suave tortazo para reconvenirla y otra muy distinta
golpearla, algo que nunca había hecho. Le dolía que pensara así de él. Pero
se lo perdonaba. Porque la quería.
El octavo mes todo volvió a ser como al principio. Enamorados hasta la
locura. O eso afirmaba él cuando regresaba tambaleante de madrugada.
Cirila sonreía y asentía. Era más fácil así. Más seguro.
El noveno mes Cirila le suplicó que no se gastara el dinero —que apenas
tenían— en fiestas. Él se largó dejándola encerrada en casa. Con llave. Sin
posibilidad de salir. Cuando regresó, tres días después y borracho, se
derrumbó en la cama sin dedicarle una mirada a su intimidada y hambrienta
novia. Ciri esperó a oírlo roncar, llenó una mochila con sus escasas
pertenencias y escapó sin mirar atrás.
Estaba embarazada de cinco meses.
Regresó a casa de su tía. Esta la recibió con gesto reprobatorio al ver su
preñez.
—¿Dónde está tu marido? —fue su saludo.
—No nos casamos —replicó Ciri con una entereza que no sabía que
tenía.
Brigita tomó nota de su vientre prominente y de sus ojos hinchados por
el llanto.
—«No hables a oídos del necio, porque despreciará la sabiduría de tus
palabras», Proverbios 23, 9 —le recordó sus advertencias, que Ciri había
ignorado. Se hizo a un lado para que entrara y le dijo a su hija—: Haz hueco
a Ciri, volvéis a compartir habitación.
Al día siguiente Pedro se presentó allí y reclamó ver a Cirila. Esta se
negó. Así que él le explicó lo sucedido a Brigita. Ciri era una niña
irresponsable y holgazana que tenía la casa abandonada y, a pesar de eso, él
estaba dispuesto a casarse con ella.
Brigita le prometió hablar con su sobrina. Lo hizo. Ese hombre era el
padre de su hijo y este debía nacer en el seno de un matrimonio bendecido
por Dios. ¿O quería repetir la historia y tener un niño en pecado como su
madre la había tenido a ella?
Cirila no atendió a razones. No se casaría con Pedro ni dejaría que se
acercara a su bebé. Era un mal hombre y, si la obligaban a ir con él, se
escaparía de nuevo y no la volverían a ver nunca más. No permitiría que su
bebé fuera infeliz.
Su tía la miró con respeto y asintió. Al día siguiente Pedro regresó
esperando encontrar a su dócil novia dispuesta a acompañarlo sin una queja,
pero lo que halló fue a una mujer vulnerable y asustada que se negó a ir con
él, no dejándole otra opción que arrastrarla a la calle mientras ella se resistía
con uñas y dientes, literalmente.
Allí lo esperaba Brigita. No estaba sola. La acompañaba la escopeta de
caza que había heredado de su difunto marido. Lo apuntó.
—Suéltala.
—Es la madre de mi hijo —replicó él—. No te metas en lo que no te
importa.
—«Esos hombres, como animales irracionales nacidos para presa y
destrucción, perecerán en su propia perdición», Pedro 2, 12. Vete. No eres
bienvenido en mi casa. —Apuntaló la escopeta contra su hombro y quitó el
seguro.
Pedro se resistió un instante antes de soltar a Cirila y apartarse.
—Esto no quedará así, puta. Te haré llorar lágrimas de sangre —le juró a
Ciri antes de irse.
Y no quedó así.
Un mes después de cumplir los quince años, Cirila tuvo a su bebé en
casa, ayudada por su tía, su prima y la matrona que daba servicio a la aldea.
Fue un parto largo y laborioso que la dejó agotada. Se durmió con su hijito
en la cama junto a ella.
Cuando despertó, el bebé no estaba. Y nadie sabía qué había pasado con
él.
Pero ella sí sabía lo que había ocurrido. Pedro se lo había llevado.
Los buscó, pero resultó que ni se llamaba Pedro ni sus apellidos ni los
datos que había dado en sus trabajos eran reales. Nadie sabía nada de él más
allá de que era español. Y ni siquiera eso tenía por qué ser cierto.

Volčji Grad, Eslovenia, 20 de abril de 2005


Al terminar su turno, Cirila se cambió de ropa sin perder un instante y fue a
la parada del autobús. Al llegar a la aldea corrió a la casa de su tía. Ese día
su hijo cumplía un año y estaba segura de que recibiría una carta del
monstruo (se negaba a llamarlo Pedro). Le había mandado la primera
cuando su bebé hizo un mes y desde entonces llegaban cuando menos lo
esperaba. Estaba segura de que no olvidaría torturarla ese día tan señalado.
Entró como una exhalación en su dormitorio y, apoyado en su almohada,
encontró un sobre. Tenía matasellos de Francia. Lo abrió con dedos
trémulos y sacó las fotos; en realidad, los trozos de fotos, pues él siempre le
mandaba recortes. No había ninguna hoja manuscrita que acompañara las
imágenes mutiladas. No era necesario. En la primera misiva el monstruo le
había dejado instrucciones claras sobre lo que debía hacer: no buscarlos y
estarse calladita. Si se le ocurría ir a la policía con el cuento de que le había
quitado al bebé, lo sabría y le mandaría al niño como le mandaba las fotos:
en pedazos.
Así que Ciri callaba. Y sufría. Y rezaba.
Dio la vuelta a las fotos buscando aquella en la que estuviera escrito el
nombre de su hijo, que variaba a capricho del monstruo. En la primera carta
fue Jaka, en la siguiente Zdravko y en la subsiguiente Aljosa; desde
entonces los repetía aleatoriamente. Al monstruo lo divertía cambiarle el
nombre para que ni siquiera supiera cómo llamar a su hijo cuando rezaba a
Dios pidiéndole que lo protegiera. Pero su tía afirmaba que a Dios no le
importaba, Él cuidaría de su bebé aunque no le dijera su nombre. Y Cirila
rezaba cada noche al acostarse y cada mañana al levantarse. En cualquier
momento y lugar pedía por su hijo. Sentía que Él la escuchaba y lo cuidaba.
Era lo único que la reconfortaba en la agonía que era su vida.
Se limpió las lágrimas, sacó del cajón los recortes que había reunido a lo
largo del año y los extendió en la cama junto a los recibidos ese día. El
monstruo jamás le mandaba una foto completa, ni siquiera de su cara. Le
enviaba fragmentos, un ojo, la frente, los dedos de los pies, una mano, un
muslo regordete, la boca..., para que no pudiera saber cómo era su niño.
Pero ella había aprendido a ser lista y los ordenó como si se tratara de las
piezas de un puzle, creando un retrato abstracto de su bebé. De Jaka. Era un
niño muy hermoso. De piel clara, con el pelo castaño, los ojos claros y la
boca muy definida. Parecía un ángel. Deslizó las yemas sobre el rostro
fragmentado y rompió a llorar.
—No llores, prima. —Anika entró en el dormitorio al oír su llanto—.
Pedro no le hará daño al bebé, es su padre. Lo tendrá en su casa del valle
entre montañas en un país en el que siempre hace calor —trató de animarla.
Cirila negó desolada. Su prima era una ingenua si pensaba que un
monstruo que había dicho una mentira tras otra diría la verdad sobre su casa
de ensueño.
—Tu bebé volverá a ti si tienes fe —sentenció su tía desde la puerta—.
«Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le
abrirá», Mateo 7, 8.
Cirila rezó sin desfallecer y, con el tiempo, sus oraciones se convirtieron
en charlas a corazón abierto con un viejo amigo al que no podía ver pero sí
sentir. Un amigo cómplice en el que depositaba su esperanza, pues Dios era
el único que podía ayudarla.
Los años pasaron y las cartas siguieron llegando aleatoriamente. Podía
recibir varias en un mes o pasar un año entre una y otra. Ciri imaginaba que
dependía de lo aburrido que estuviera él y de las ganas que tuviera de
divertirse torturándola.
Nunca lo denunció ni buscó otra ayuda que la de Dios, su advertencia
siempre presente, más aún cuando los sobres seguían conteniendo recortes
de fotos.
No quería que le enviara fragmentos de su hijo.
Siete años y ocho meses después del robo de su pequeño llegó la última,
aunque eso no lo confirmó hasta mucho más tarde. El primer año sin recibir
cartas Cirila pensó que era una nueva tortura del monstruo. Pasó otro año y
siguieron sin llegar. Se sumió en la desesperación. ¿Qué significaba ese
terrible silencio? ¿Le había pasado algo a su hijo o era que el infame se
había aburrido de su sádico juego? Tal vez había recibido su merecido
castigo y estaba en el infierno. Pero, de ser así, ¿qué había sido de Jaka? La
privación de información era el peor de los suplicios. La incertidumbre la
volvía loca y le hacía plantearse acudir a la policía, pero no tardaba en
recapacitar, la amenaza del monstruo muy presente en ella.
Cuando se cumplieron tres años sin cartas Cirila se armó de valor y
acudió a la comisaría. Abrieron un expediente pero le advirtieron que era un
caso complicado, había pasado mucho tiempo y no existía ningún dato real
del secuestrador.
Tras dieciséis años después del robo y casi un lustro sin avances de la
policía, Cirila perdió la esperanza. Acudió a Dios y halló respuesta. Él no
podía abrirle la puerta si ella no giraba el pomo. Rezar no era suficiente.
Debía buscar si quería encontrar. No podía seguir en la inmovilidad.
Sintiéndose fortalecida por Su apoyo, hizo la maleta y se fue al país desde
el que el monstruo había franqueado la última carta. Dudaba que siguiera
allí, pero no se le ocurría otro sitio por el que empezar y quedarse en casa
ya no era una opción. Necesitaba hacer algo. Dios no la socorrería si no
empezaba a socorrerse ella misma.
Los primeros meses en Alemania fueron duros, se sentía perdida y
desamparada. Allí todo era distinto, incluso las iglesias. Sus paredes no
tenían grietas por las que se colaran corrientes de aire ni se condensaba en
el ambiente el intenso y familiar olor del olíbano. El idioma en que se
celebraba la liturgia tampoco era el suyo, lo que le imposibilitaba seguir las
oraciones, pero no le importaba porque, a pesar de las diferencias, el
consuelo de Dios le seguía acariciando el alma con la misma ternura.
Desde los primeros días tomó la costumbre de observar cada rostro
juvenil con que se cruzaba. Su bebé tenía diecisiete años. ¿Cómo sería?
Alto, sin duda, en su familia todos lo eran. Por las fotos fragmentadas sabía
que tenía el pelo castaño, los ojos saltones, las orejas despegadas, la nariz
respingona y la boca definida, como los hombres de su familia. De hecho, a
Ciri se le antojaba que, en las últimas fotos recibidas, cuando Jaka tenía
poco más de siete años, se parecía mucho al retrato de su abuelo.
Ahora Jaka ya no sería un niño, sino casi un hombre, sus rasgos habrían
perdido la dulzura de la infancia y se habrían afilado con la madurez de la
adolescencia. Cirila se agarraba a la esperanza de que su hijo se pareciera a
su abuelo. Se lo decía el alma, y allí era donde habitaba el espíritu de Dios,
por tanto no podía estar errada. Así que cada noche miraba la única foto que
tenía de este en su juventud y se grababa sus rasgos en la memoria para al
día siguiente deambular por la ciudad y buscar su rostro entre los de los
adolescentes que transitaban las calles.
Dios te ayuda si tú te ayudas. Aunque tenía claro que encontrar así a su
hijo sería, más que una ayuda, un milagro. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Los siguientes años trabajó, rezó y buscó. Y cuando no encontró, siguió
rezando, buscando y depositando toda su fe en Dios.
Y el día más inesperado obtuvo respuesta a sus plegarias.
Jaime

Madrid, España, septiembre de 2005


Jaime tenía pocos meses cuando conoció a su hermano mayor, que por
aquel entonces contaba con diecinueve años. Por supuesto, no fue
consciente de ello. Solo era un bebé llorón que tenía hambre. Julio —así se
llamaba su hermano de padre, que no de madre— los acogió en su casa, a él
y a Jethro, su padre, quien pasó una semana gorroneándole antes de
marcharse con el bebé de la misma manera que había llegado: sin avisar.
Pasaron siete años antes de que los hermanos volvieran a verse, para
entonces Jaime ya era más que consciente de que no era como los demás
niños.
Él no tenía madre. Su ausencia había sido una constante desde que tuvo
uso de razón. No estaba para jugar con él en el parque ni para empujarlo en
los columpios o curarle con besos las heridas. Tampoco para consolarlo las
noches que su padre salía y se sentía tan solo que le dolía el pecho, o para
susurrarle cariñosa que todo se arreglaría cuando las cosas iban mal, que era
demasiado a menudo. Cuando preguntaba por ella solo conseguía una
sonrisa burlona de su padre. Eso si estaba de buenas. Cuando Jethro estaba
de malas no le preguntaba, había aprendido que era mejor no molestarlo.
El 20 de abril de 2009, en su quinto cumpleaños, su padre le hizo el
primero de los tres regalos que recibiría nunca de él: su verdad. Lo sentó
frente a una tarta, la primera que comía en su vida y, cuando encendió las
cinco velas que conmemoraban sus años, le contó que la puta de su madre
lo había abandonado en la cuna del hospital el mismo día que lo tuvo sin
importarle si tenía hambre, frío o estaba meado y que nunca había
preguntado por él, tan poco lo quería. Luego le hizo soplar las velas para
celebrarlo.
A partir de ese día, cada cumpleaños repetía la cruel ceremonia.
Compraba una tarta y encendía las velas repitiendo el mismo discurso: su
madre era una puta que no lo quería y si Jaime no espabilaba y dejaba de
ser un llorica él también lo abandonaría, porque era un crío insoportable.
Jaime debía apagar las velas repitiendo la terrible letanía.
Y Jaime comprendió que si nadie lo amaba —su padre le había dejado
claro que tampoco lo quería— era porque no debía de merecerlo. Pues si a
todos los niños los querían sus madres, algo malo debía de tener para que la
suya ni siquiera se preocupara de saber si seguía vivo. Pero eso no impedía
que por las noches, cuando se quedaba solo y lo atormentaban los fantasmas
que habitaban en las sombras, pensara en ella. En cómo sería. En si lo
querría alguna vez.
Ojalá supiera su nombre para poder llamarla bajito, solo para sí. Pero
cuando se lo había preguntado a su padre su respuesta había sido un
bofetón. Así que cuando se quedaba solo y las pesadillas lo asediaban se
acurrucaba bajo las mantas raídas que jamás abrigaban lo suficiente y
soñaba con la madre sin nombre que nunca lo amaría. Imaginaba que iba a
por él y se enfrentaba a mil peligros en su búsqueda y por eso tardaba tanto
en encontrarlo. Porque ella lo quería y no lo había abandonado, aunque
fuera mentira, pero le daba igual, él solo era un niño asustado que quería
pensar en cosas bonitas y olvidar a los fantasmas que habitaban en la
oscuridad. Prefería inventar historias sobre su madre que recurrir a su padre,
ella no se burlaba de él ni lo acusaba de ser un llorica.
Aun así, Jaime seguía acudiendo a su padre las noches en las que las
pesadillas eran más cruentas y vívidas. Hasta que, el día de su quinto
cumpleaños, pilló a Jethro de malas y este decidió castigarlo de un modo
que nunca olvidaría.
Lo encerró a oscuras en el baño y se marchó. No volvió hasta la noche
siguiente.
Jaime aprendió a guardarse sus miedos. Los fantasmas no existían. Los
monstruos sí. Tampoco volvió a sentirse seguro en ninguna casa. Si había
una puerta, Jethro podía encerrarlo. Solo de pensarlo le faltaba el aire y las
paredes se cerraban sobre él, aplastándolo. La calle era mucho más segura,
el cielo sobre su cabeza y el suelo bajo sus pies, sin más fronteras que las
que él se pusiera.
Con el paso de los años descubrió que era estúpido ilusionarse con las
mujeres de Jethro, nunca duraban mucho. Lo cual era genial, porque eran de
su misma calaña. Tampoco intentó hacer amigos, jamás permanecían más
de unos meses en la misma ciudad, incluso en el mismo país. Su padre no
tenía por costumbre pagar sus deudas de juego —ni nada en realidad—, por
lo que más de una noche tenían que huir con lo puesto. Cada vez que eso
pasaba, Jaime sabía que, si Jethro lo llevaba consigo, se debía a que era
rápido y no se quedaba atrás, y que el día que se quedara rezagado no
volvería a por él. Igual que no había vuelto su madre.
Cuando faltaba poco para su séptimo cumpleaños, su padre le hizo el
segundo de sus tres regalos: a su hermano. Una noche sin luna huyeron
furtivos del piso en el que (mal)vivían en Alemania y tomaron un autobús a
Madrid. Allí fueron a una calle en la que nadie trapicheaba a plena luz del
día, lo cual era una considerable mejoría con respecto a los barrios del
último año. Lo llevó a un portal y subieron en ascensor hasta el séptimo
piso, a pesar del miedo que Jaime tenía a los espacios cerrados y pequeños,
aunque por supuesto no se le ocurrió quejarse.
Se pararon frente a una puerta y Jethro le advirtió que se portara bien y
no diera por culo. También lo informó de que tenía un hermano mayor —al
que nunca había mencionado y al que Jaime, lógicamente, no recordaba
haber visitado con seis meses— y llamó al timbre. Poco después Julio les
abría con no poca sorpresa, pues no lo habían avisado de su llegada, de
hecho hasta ese momento ni siquiera sabía que seguían vivos. Tenía
veintiséis años y dirigía el Lirio Negro, un club erótico que estaba
despegando. Jaime tenía siete años, la mirada desafiante y un carácter
endiablado.
Los dos nómadas pasaron una semana allí. Comieron, bebieron, y Jethro
le sacó todo lo que pudo a su hijo mayor. Una noche, coincidiendo con el
séptimo cumpleaños de Jaime, esperó a que Julio se fuera a trabajar
dejándolos solos en el piso, momento que aprovechó para robar todo lo que
encontró, y tras esto, se marchó.
No se llevó a su hijo menor con él.
Jaime tampoco intentó acompañarlo. Vestido con el pijama que le había
comprado su hermano, siguió a Jethro por el piso mientras lo registraba y,
cuando lo vio echarse la mochila a la espalda, se quedó muy quieto en el
pasillo. Guardó silencio y se pegó a la pared haciéndose invisible cuando su
padre abrió la puerta y salió. Aunque no hacía falta. Jethro no se giró para
buscarlo. Ni para despedirse. Ese fue el tercer regalo —el mejor de todos—
que le hizo su padre: abandonarlo sin mirar atrás.
Horas después, cuando el sol se asomaba perezoso en el cielo, Julio entró
en el piso. Jaime seguía en el pasillo, sentado contra la pared, abrazándose
las rodillas. Se levantó haciéndose visible y lo miró desafiante, sus
pequeños puños apretados con fuerza, en sus ojos un vacío insondable.
Julio lo observó con el ceño fruncido.
—Se ha ido, ¿verdad? Puto cabrón. ¿Y ahora qué voy a hacer contigo?
—Apretó los labios en una mueca de disgusto.
—No hace falta que hagas nada. —Jaime se tragó las lágrimas. Su
hermano tampoco lo quería.
—Algo tendré que hacer... Trabajo todas las noches y tú eres muy
pequeño para quedarte solo. —Se pasó las manos por el cráneo rasurado,
sus pensamientos a mil por hora buscando y descartando soluciones.
—No soy pequeño. Y no me importa quedarme solo. Me gusta. No
necesito a nadie.
—Estupendo —convino con la cabeza en otro sitio, más exactamente en
el vuelco que acababa de dar su vida, sin previo aviso y sin anestesia—. Ya
veré cómo nos lo montamos. Seguro que algo se me ocurre...
Lo que se le ocurrió fue echarse novia y casarse.
El año que siguió a la huida de su padre, Jaime lo pasó esperando a que
su hermano lo echara de casa o lo llevara a un orfanato porque, si ninguno
de sus progenitores había querido quedarse con él, ¿por qué iba a hacerlo su
hermano? Al fin y al cabo, eran dos completos desconocidos que solo
tenían en común el grupo sanguíneo y un padre al que aborrecían. Pero era
la única persona que le quedaba y no parecía mal tipo, solo un poco
despistado. Siempre estaba ajetreado con su negocio y por eso tenía la
cabeza en mil sitios, pero jamás le alzaba la voz —ni la mano—, y de vez
en cuando hasta le gastaba bromas y le revolvía el pelo.
Así que Jaime intentó ser lo más bueno posible, tal vez si no lo
molestaba mucho lo dejaría quedarse en ese piso donde nunca hacía frío,
siempre había algo de comer y alguien que se quedaba con él por las
noches. Aunque nunca era su hermano, sino personas a las que este
contrataba para que lo cuidaran hasta que regresaba al amanecer. Luego
desayunaban juntos y lo llevaba al colegio, donde pasaba el día, hasta que,
entrada la tarde, Julio lo recogía e iban a casa.
El desayuno y la merienda eran sus momentos preferidos. Porque los
pasaba con él. No le importaba si charlaban o estaban en silencio, lo
importante era que estaban juntos. Jaime pasaba las horas deseando que
Julio llegara y, cuando lo hacía, solo deseaba que el tiempo no corriera.
Pero el tiempo, más que correr, volaba. Y, siempre demasiado pronto, Julio
debía irse a trabajar.
Un año después de que su padre lo abandonara, Julio le preparó una
fiesta sorpresa por su cumpleaños. La primera de su vida. Incluso le compró
una tarta, velas y un regalo que jamás llegó a abrir.
Al regresar del colegio y entrar en casa, lo primero que Jaime vio fue el
comedor lleno de globos, la tarta con ocho velas sobre la mesa junto a un
paquete envuelto en papel de regalo y, colgada del techo, una guirnalda de
colores que rezaba: «Feliz cumpleaños». Y solo pudo pensar que ese mismo
día, ocho años antes, su madre lo había abandonado. También en esa fecha,
pero el año anterior, se había marchado su padre. Y ahora Julio iba a
obligarlo a soplar las velas y a decir que su madre era una puta para luego
echarlo de su casa porque era un incordio y ya no lo quería. Por eso le daba
esa fiesta. Era su despedida.
Algo se rompió en su interior. Tal vez fuera su corazón.
Julio empujó a su reticente hermano hasta la tarta mientras le decía cosas
que este era incapaz de oír, pues solo oía el rugido de su angustia. Al llegar
a la mesa Jaime reaccionó al fin. Agarró frenético el regalo y lo tiró por la
ventana, luego cogió la tarta y la lanzó contra la pared a la vez que gritaba
histérico, las lágrimas corriendo en ríos por sus mejillas. No quería celebrar
su cumpleaños. Jamás. Lo odiaba. Odiaba el 20 de abril. Ojalá no existiera
ese día. Quería que pasara rápido y que no volviera. Lo odiaba. Odiaba a su
madre. Odiaba a su padre. Odiaba a su hermano. Los odiaba a todos.
Julio tardó horas en calmarlo.
Nunca volvió a celebrar su cumpleaños, Jaime no se lo permitió.
Poco después de la fiesta fallida, Ainara, la novia de Julio, se mudó con
ellos y su hermano dejó de contratar gente para que lo cuidara por las
noches porque ya se ocupaba ella. Se acabaron los desayunos y las
meriendas solos los dos, ahora eran tres. Y tres son multitud. Jaime no le
dio ni la más mínima oportunidad, la aborreció desde el primer día. Sabía
que, en cuanto se despistara, le quitaría a su hermano. Como no podía
permitirse el lujo de perderlo —no le quedaba nadie más en el mundo—,
puso su mejor cara y fingió que no la odiaba. Hasta que se quedó
embarazada y poco después se casaron. Meses más tarde nacieron las
gemelas. Una de ellas, Leah, con parálisis cerebral. Y Ainara dejó de tener
tiempo —y paciencia— para dedicarle a él.
Igual que Julio.
De repente Jaime se encontró inmerso en una familia compuesta por su
hermano, su cuñada y sus sobrinas. Y ninguno de ellos lo quería. Dejó de
portarse bien e intentar pasar desapercibido. Porque cuanto peor se portaba
más atención conseguía de su hermano. Y más lo aborrecía Ainara, aunque
no era que eso le importara un ápice.
Fueron años terribles, no soportaba estar en casa ni en el instituto,
prisionero entre cuatro paredes y atrapado en un hogar en el que nadie lo
quería. Necesitaba sentir el viento en la cara para que él corazón le latiera
con calma. Empezó a faltar a clases, a no prestar atención, a suspender
asignaturas, a escaparse del instituto, a contestar de malas maneras y a
contar a quien quisiera escucharlo, y ese solo era su hermano, que salía con
pandilleros y le gustaba drogarse. Aunque no era cierto. Pertenecer a un
grupo significa esforzarse por encajar. Y Jaime no creía en quimeras. Sabía
que no tenía lo que debía tener para que lo quisieran, ergo no iba a matarse
a buscar amigos. Era una pérdida de tiempo.
Con el paso de los años, las discusiones con Ainara se hicieron más
virulentas y frecuentes, mientras que Julio pasaba cada vez más horas fuera
de casa, lejos de él, de sus hijas y de su mujer. Para no discutir con Ainara.
Para no tener que aguantar a Jaime. Para no verse obligado a interactuar con
sus hijas, a las que no sabía cómo tratar.
Hasta que todo estalló, el matrimonio se rompió y Julio se mudó a otro
piso. Con Jaime. Solos de nuevo, como al principio. Al menos los días de la
semana que su hermano no tenía a las gemelas. Pero eso no cambiaba nada,
habían pasado nueve años desde que Jethro lo abandonó, y Julio y él
seguían siendo unos completos desconocidos que no sabían cómo
interactuar.
Jaime era todo rabia e inquina, siempre presto a atacar y a revolverse
contra un hermano que ya no sabía qué hacer con él. Que, de hecho, nunca
había sabido qué hacer con él. Aunque eso no significaba que no lo
quisiera, porque sí lo quería y sí se preocupaba por él. Algo que Jaime ni
siquiera imaginaba.
Hasta que ocurrió algo que lo cambió todo. Y, como sucede con los
acontecimientos transcendentales, esos que se convierten en un punto de
inflexión que da un vuelco al presente y modifica el futuro, este llegó sin
advertencia previa.
Leah, la gemela con parálisis cerebral, quiso asistir a terapias equinas y a
Julio le pareció una buena idea que sus hijas y su hermano fueran un par de
tardes a la semana. Así que acudieron a un complejo hípico en el que
impartían ITAC. 1
En el instante en el que Jaime salió del coche el universo se paralizó.
Frente a él había una pista con coloridos obstáculos que varios caballos
saltaban. Más allá de esta, un pinar en el que se internaban corceles guiados
por sus jinetes. Bordeando el pinar, una vía pecuaria por la que grupos de
niños montados en ponis avanzaban perezosos hacia las cuadras. Junto a
estas, los paddocks, pequeños prados vallados habitados por caballos que se
revolcaban en el suelo de arena ligera que los cubría o retozaban
relinchándose unos a otros.
Mirase donde mirase había caballos. Y eran impresionantes. Sublimes.
Por primera vez en su vida, sintió que estaba en casa.
Esa tarde Jaime se subió por primera vez a un caballo. Se sintió
completo. Parte de algo, aunque aún no sabía bien de qué. Todo cambió
para él. Y para su hermano.
En el año que siguió, Jaime y Julio encontraron su hueco en el mundo en
Tres Hermanas, un centro hípico pequeño y sin pretensiones gestionado por
tres hermanas y su madre, que los acogieron no solo en su escuela, sino
también en sus corazones.
Julio aprendió —y sigue aprendiendo— a no ser un padre y un hermano
ausente, a dejar de tener miedo a meter la pata y a ser la persona que sus
hijas, su hermano y él mismo necesitan. Encontró el amor en Mor, la
mediana de las hermanas. Y, con ella, encontró también la familia que no
sabía que necesitaba.
La familia que ni él ni su hermano habían tenido jamás.
Jaime encontró en las tres hermanas y su madre la estabilidad que tanto
le faltaba. La seguridad que nunca había tenido. El amor puro y sincero que
siempre había anhelado. Halló en Nini a la madre que no sabía que buscaba;
en sus hijas mayores, Beth y Mor, a las hermanas siempre prestas a echarle
una mano o una bronca, dependiendo de qué necesitara en ese momento. Y
en Sin, la hermana menor, a una maestra que le enseñó todo lo que sabía
sobre caballos y también a una amiga —con derecho a roce— que jamás le
fallaría.
Su corazón sanó. O casi. Porque siempre tendría una terrible cicatriz
marcándolo, la que le había producido el abandono de su madre primero y
de su padre después. Aunque era el de su madre el que más le dolía.
Casi dos años después de montar a caballo por primera vez y ya mayor
de edad, Jaime había reconducido su vida. Se sacó el grado de técnico
deportivo en equitación y encontró trabajo en Descendientes de Crispín
Martín, una escuela hípica situada en el mismo complejo que Tres
Hermanas. Ese mismo año, en noviembre, acudió con su jefe, Elías, y la
hija de este, Rocío —que pronto se convertiría en una de sus dos mejores, y
únicas, amigas—, al Salón Internacional del Caballo de Pura Raza
Española, en Sevilla. Y allí, sin comerlo ni beberlo, con las orejas rojas por
una paralizante vergüenza y vistiendo un polo con el logo de Tres
Hermanas —que era la competencia directa de Descendientes, así de
oportuno es nuestro protagonista—, lo entrevistaron para la televisión.
Apenas un par de minutos que fueron retransmitidos en dos telediarios de
Televisión Española y también en la web de RTVE, en el canal 24 horas y
en TVE Internacional.
Moj otrok

Viernes, 3 de noviembre
Cirila acercó la escalera de tres peldaños a la estantería de los trofeos y los
bajó con cuidado, pues eran muy pesados. Los colocó en la mesa que
previamente había cubierto con un hule para no estropearla y procedió a
limpiarlos. No eran pocos. Al contrario, su nueva jefa, a la que había
llegado de pura casualidad y con la que llevaba trabajando apenas una
semana, era jinete de competición y había ganado un montón de trofeos,
cada cual más complicado de limpiar que el anterior. Se esforzaba en
sacarles brillo mientras escuchaba de fondo la televisión, en la que, como
siempre, se retransmitía algún torneo o copa hípica. Su nueva patrona vivía
por y para los caballos. Tomó un trofeo con pie de herradura de bronce
mientras en el televisor la voz del reportero alemán daba paso a una mujer
que hablaba un idioma que, a pesar de resultarle incomprensible, también le
era extrañamente familiar. Lo ignoró, abrillantar la herradura no era fácil.
De repente el corazón le dio un vuelco. Fue como si se le parase y
volviera a latir con una grata sensación de sosiego. Se llevó la mano al
pecho asustada. ¿Le estaba dando un infarto? Imposible. Un infarto no sería
agradable. Confundida, le pregunto a Dios qué le ocurría y su corazón
aleteó de nuevo, pero seguía sin ser doloroso. Al contrario, era una
sensación reconfortante que pronto se convirtió en apremiante al sentir que
debía hacer algo, aunque no sabía qué. Hasta que, tal vez por inspiración
divina, comprendió por qué el idioma de la mujer del televisor le resultaba
familiar. Porque lo había oído antes. En labios del monstruo.
Dejó el trofeo y avanzó con tambaleante urgencia hasta el salón. Y allí,
en la enorme pantalla de noventa y cinco pulgadas de su patrona, vio a su
hijo. Era, como había imaginado mil veces, idéntico a su abuelo.
—Moj otrok... 1 —susurró antes de desmayarse.
Cuando volvió en sí estaba en el suelo y su jefa la abanicaba con una
revista. Cirila se giró hacia el televisor, pero su hijo ya no estaba allí.
Rompió a llorar desesperada. Dios le había enseñado a su bebé y ella
había desperdiciado la oportunidad. Su patrona, al verla tan angustiada, le
preguntó qué le pasaba, y Cirila se lo explicó en su rudimentario alemán. La
amazona sonrió, le limpió las lágrimas con la camiseta y tomó el mando del
televisor. Como por arte de magia —la del streaming—, las imágenes
retrocedieron y Ciri volvió a ver a Jaka. Al finalizar la entrevista le suplicó
que se la pusiera otra vez. Y otra. Y otra más. La mujer, empatizando con
ella, descargó la entrevista y, dada la incapacidad del móvil antediluviano
de Cirila para reproducir vídeos, la guardó en un pendrive que le regaló.
También le imprimió una imagen en primer plano del chico.
Esa noche, Cirila comparó la cara del muchacho con la fotografía de su
abuelo. Eran iguales. Tenía que ser él. Lo sentía en el corazón. Dios la había
hecho mirar la televisión por un motivo, y este solo podía ser que su hijo
salía en ella. Se fijó en el lugar que estaba, Sevilla, en España. En el
SICAB, 2 y llevaba un polo con un logo: «3Hermanas». Al día siguiente,
con ayuda de la cocinera, buscó en internet. No encontró nada con ese
nombre pero sí halló una escuela hípica en Madrid que se llamaba Tres
Hermanas. Y eso significaba lo mismo que «3Hermanas». No podía estar
equivocada. Era Dios quien le había dado la pista.
1

Viento del este y niebla gris anuncian que viene lo que ha de venir.

Érase una vez que se era un complejo hípico de nombre Venta la Rubia sito
en una dehesa a pocos kilómetros del centro de Madrid. El cielo está
encapotado y entre los jirones de nubes se asoma un sol perezoso que
apenas calienta a los participantes del concurso que se celebra, el último
del año. En las instalaciones se reúnen jinetes decididos a ganar y
visitantes que se han acercado al evento. El lugar está hasta la bandera y
la actividad es frenética. En las cuadras se bruñen las sillas, se trenzan las
crines y se vendan las patas. En la pista central el jinete en lid acomete
veloz el recorrido de obstáculos, en tanto que en la de entrenamiento sus
rivales se preparan.
Es en esta pista donde da comienzo nuestra historia. En ella, un jinete y
su alazán calientan mientras esperan su turno de concursar. El aliento
escapa en volutas grises de la boca del muchacho, quien, a pesar del frío,
está acalorado debido al esfuerzo de imponerse a su caballo, que no es lo
que se dice paciente. Ni dócil. Tampoco valiente, como demuestra su
reacción a la súbita ventolera que sacude los árboles y levanta una densa
polvareda con la arena liviana de la pista.

Madrid, sábado, 30 de diciembre


—Vamos, Cane, no me seas cagueta, solo es un poco de aire —bufó Jaime
mientras trataba de contener al brioso alazán que montaba y que en ese
momento se revolvía con la mirada fija en el este, de donde procedía el
viento.
El caballo resopló y, a regañadientes, adoptó el trote reunido que le
exigía. Aun así, sus orejas estiradas indicaban que seguía alerta y en busca
de un posible peligro.
—No me jodas, machote, ni que fuera la primera vez que se mueven las
hojas... Como sigas tan susceptible, vamos a ir de culo en el recorrido. —Le
palmeó el cuello con cariño y el caballo resolló—. Céntrate o quedaremos
detrás de Ro y Revoltosa, y será terrible. No podemos dejarlas ganar si
queremos mantener la dignidad intacta, ¿vale?
Canela sacudió la cabeza como si lo hubiera entendido —lo que no sería
extraño, dada la extraordinaria compenetración que tenía con el muchacho
— y se concentró en el ejercicio. No tardó en distraerse de nuevo, más
pendiente de los remolinos de polvo y hojas secas que levantaba el viento
que del entrenamiento.
—Joder, te ha dado fuerte... —Jaime desvió la mirada al este, donde una
fuerte ráfaga de aire azotaba a quienes llegaban al complejo. Sacudía su
ropa, les revolvía el pelo, arrebataba las bufandas a los incautos que no las
llevaban anudadas y alzaba desvergonzado la falda de la mujer que había
tenido la osadía de ponerse dicha prenda en tan desapacible día.
Jaime sintió lástima por ella, parecía frágil y vulnerable. El vendaval la
zarandeaba mientras escrutaba alterada lo que la rodeaba. Parecía buscar
algo con desesperación. El pelo, de un castaño tan oscuro que parecía
negro, no la ayudaba en su empeño, pues le flagelaba la cara coartándole la
visión. Se metió la falda entre las piernas, sujetándola, y se llevó las manos
al pecho con desasosiego. Entrelazó los temblorosos dedos en un gesto de
súplica y cerró los ojos, su rostro contraído en un gesto de intensa
concentración, como si estuviera rezando para que la tormenta parara.
Jaime sintió una violenta necesidad de acercarse y socorrerla, aunque no
atinaba a imaginar cómo podría él convencer al viento de que la dejara
tranquila. Aun así, guio a Canela hacia la salida, sin importarle la
irracionalidad de su empresa ni lo inadecuado de interrumpir el
calentamiento. Tal vez no pudiera convencer al viento de que la dejara
tranquila, pero podría indicarle dónde estaba la cantina para que buscara
refugio. O incluso llevarla con su hermano y Mor. Ellos la cuidarían,
decidió sin racionalizar el origen de su urgencia por protegerla.
No fue necesaria su intervención, pues lo que fuera que la fémina hacía
—¿rezar?— dio resultado. Su espalda se enderezó y su semblante se llenó
de serenidad mientras se dirigía con timidez hacia uno de los guardias de
seguridad del complejo.
Jaime se relajó al ver que su ayuda no era necesaria y regresó a la pista,
donde exigió a Canela cambios de pie a dos y cuatro trancos, algo que este
hizo de buen grado, hasta que unos jóvenes que llegaban desde el este, junto
con el viento, distrajeron su atención, lo que provocó que debiera esforzarse
en controlarlo.
Eran cuatro, dos hombres en los que Jaime apenas se fijó y dos mujeres
que le recordaron a Zipi y Zape, tan rubia era una como morena la otra.
Ellos se dirigieron a la pista central en tanto que ellas se pararon junto a la
de entrenamiento y comenzaron a hacer fotos. O, mejor dicho, utilizando
como marco la pista, la morena le hizo fotos a la rubia, quien posaba con la
fluidez de una modelo de pasarela.
Tendría veintipocos años, algunos más que él, lo cual a Jaime ya le iba
bien, pues le gustaban mayores. Era una belleza alta y esbelta de rasgos
delicados que se apartaba con elegancia la lisa melena rubia oxigenada que
el viento lanzaba sobre su cara mientras sonreía a cámara. Y era esta una
sonrisa que robaba corazones. La acechó apreciativo mientras ponía a
Canela al trote reunido. La rubia tenía poco pecho —o ninguno, dado el
inexistente relieve bajo su ropa— y las caderas estrechas, aunque no por eso
era menos hermosa, al contrario, poseía una belleza etérea que tomaba
fuerza en su faz de expresivas y tupidas cejas y pómulos afilados; el lunar
que tenía sobre la comisura derecha de la boca la hacía aún más carnal. Una
delgada trenza de pelo casi blanco emergía tras su oreja izquierda
mezclándose con su larga melena cada vez que sacudía la cabeza para
coquetear con la cámara. Incluso vestida con unos holgados pantalones
cargo y una amplia trenca militar, se la veía femenina y sensual. Una
insinuante sensualidad que tapizaba cada centímetro de su piel alabastrada.
A Jaime le recordó a Sin, la mujer que le había enseñado a montar y a follar
y que era su mejor amiga. Ambas eran hembras capaces de, con una sola
mirada, hacer que un hombre se pusiera de rodillas y les rogara el privilegio
de comerles el coño.
La rubia se giró en una nueva pose y su mirada se cruzó con la de Jaime.
Este cabeceó a modo de saludo y le guiñó un ojo con no poca chulería. Ella
enarcó una ceja y le dijo algo su amiga que le arrancó una carcajada.
Esta risotada consiguió lo que no había logrado la rubia con toda su
belleza: que Jaime perdiera la concentración y permitiera que Canela se
saliera con la suya y cambiara el paso. Pero es que la risa de la morena era
la más despreocupada y escandalosa que había oído nunca. También la más
contagiosa, pensó al sentir que sus comisuras tiraban de sus labios
curvándolos en una sonrisa.
La saludó con una sacudida de cabeza y esta le sonrió en respuesta. Y
era una sonrisa infinita que mostraba todos sus dientes y en la que bailaba la
risa. Una risa que no dejaba de aflorar, como si fuera tan irremediablemente
feliz que no pudiera contener la alegría que se manifestaba en toda su cara e
iluminaba sus vivaces ojos cuyo color Jaime no alcanzaba a distinguir
debido a la distancia.
Era una joven llena de vitalidad que no paraba de pasarse la cámara de
una mano a otra mientras adoptaba diferentes posturas, de pie, en cuclillas,
incluso tendida en el polvoriento suelo, para tomar las fotos. Daba la
impresión de que tenía tanta energía acumulada que no podía estarse quieta.
Ni parar de reír.
Jaime arreó a Canela para acercarse a ellas y en ese momento lo
llamaron por megafonía. Disgustado por la inoportunidad del aviso, guio al
caballo a la salida. Al pasar junto a la cerca dedicó una apreciativa y nada
disimulada mirada a las mujeres y fue a la pista central. Saludó con un gesto
a su familia, que lo observaba con una atención que consiguió que las orejas
se le pusieran rojas, y avanzó hasta la línea de salida. A la señal de la
campana lanzó a Canela al galope. El caballo no lo defraudó, hizo un
recorrido limpio, rápido y arriesgado con el que, si no le fallaba la intuición,
iba a quedar muy cerca de Rocío y Revoltosa, aunque sin superarlas, pues
estas saltaban como si tuvieran alas.
Saludó a los jueces al finalizar y se acercó a quienes lo aplaudían con
entusiasmo, a saber: su hermano, Julio; Elías, que era su jefe, y la hija de
este, Rocío; Sin, Mor, Beth y Nini, las propietarias del Centro Hípico Tres
Hermanas, que eran, más que sus amigas, su familia por elección. Los
saludó sonrojado por el esfuerzo y un tanto abochornado por el alboroto que
montaba su hermano, quien seguía aplaudiendo como un loco. ¡¿Cómo
podía ser tan exagerado?! Salió de la pista, pero en lugar de ir a la cuadra
dio un rodeo que lo llevó al bosque que se extendía por la parte trasera, y
solitaria, del complejo. A Canela no le vendría mal dar un paseo que lo
relajara y a él le vendría todavía mejor echarle un vistazo a la morena de la
risa escandalosa, la cual acababa de internarse entre los árboles.
No tardó en encontrarla. Estaba acuclillada tras el tronco de una encina.
—Joder —masculló Jaime al percatarse del motivo por el que se hallaba
en esa postura. Hizo girar a Canela para quedar de espaldas a ella, las orejas
rojas como tomates—. Lo siento, no era mi intención...
—¿Seguirme? ¿En serio? No seas mentirosón, ya lo creo que lo era. —
La risa bailaba en su voz—. Lo que no era tu intención sería encontrarme
haciendo pis, pero no te preocupes, no me importa, y dudo que tú te vayas a
asustar por ver a una chica con las bragas bajadas. Tienes pinta de haber
bajado unas cuantas. Puedes volverte.
—Y no se me da nada mal bajarlas, por si te interesa saberlo. —Jaime
hizo girar a Canela y vio que ella se estaba abrochando los pantalones, lo
que le permitió atisbar la tersa piel de su vientre. Se le hizo la boca agua por
las ganas de probarla.
—Pues la verdad es que es una información que no me hace ni fu ni fa
—replicó ella sonriente. Tiró de la cinturilla de los ceñidos vaqueros y dio
saltitos para acoplárselos—, me interesa más saber cómo te portas una vez
las has bajado.
—Nunca he recibido quejas.
—Lo que puede significar que eres muy bueno en lo que haces o que tus
amantes son estoicas y se resignan a tu incompetencia... —se burló.
—Cuando quieras te hago una demostración y sales de dudas —replicó
Jaime irguiéndose en la silla, todo arrogancia y seguridad.
La mujer entrecerró los ojos a la vez que esbozaba una pícara sonrisa.
—Eres un asombroso cúmulo de contradicciones.
—¿Por qué dices eso? —Se desinfló confundido por el cambio de tema.
—Se te ponen las orejas rojas cuando tus amigos te aplauden por hacer
el recorrido en un tiempo bárbaro y, sin embargo, no te cortas un pelo en
ofrecerme una limpieza de bajos... Tienes una timidez selectiva de lo más
cuqui —se burló.
Jaime chasqueó la lengua sin saber qué contestar, ya que no le faltaba
razón.
—Tienes aseos en el complejo, en la pista cubierta —comentó por decir
algo—. Por si te vuelve a dar el apretón...
—Ya imagino, no creo que todos seáis tan cochinetes como yo y
evacuéis en el campo. La cuestión es que estaba que reventaba y no me
apetecía perder el tiempo buscando los baños teniendo un bosque tan cerca
—explicó, la mirada centrada en el caballo—. Es precioso, ¿cómo se llama?
—Canela.
—¿Es chica?
Jaime no pudo evitar reírse al oírla referirse así a Canela, quien,
empatizando con su jinete, soltó un relincho.
—Es chico —señaló.
—¿Puedo tocarlo?
—Sí, pero con cuidado. Sitúate en su lateral para que pueda verte y
acércale la mano despacio, sin hacer movimientos bruscos. —Jaime
acarició el cuello del animal para transmitirle seguridad y mantenerlo
tranquilo, ya que, debido a antiguos malos tratos, era más asustadizo que
dócil—. Parece que le has caído bien —comentó sorprendido cuando ella lo
acarició y este, en lugar de recelar, le apoyó la cabeza en el hombro.
—Se me dan bien los chicos —dijo con picardía—. Así que me has
seguido, lo que indica que eres un acosador o un mirón o un violador...
—No, joder.
—O un pobre diablo que se ha quedado prendado de mi belleza, o más
bien de la de Sardi —Jaime intuyó que Sardi era la rubia— y quiere mi
contacto para quedar alguna noche y darnos un revolcón si se tercia, que ya
pondrás tú todo tu empeño en que así sea.
Jaime parpadeó. Esa tía era clarividente. Y mucho más guapa de lo que
había creído al verla de lejos, pensó comiéndosela con la mirada. Ahora que
no estaba la rubia para eclipsar su belleza se daba cuenta de que, de una
manera menos sexual pero más jovial, era igual de hermosa que aquella.
Alta, aunque no tanto como él, tenía el pelo fosco y largo hasta los
hombros, de un negro tan intenso que parecía absorber la luz y contrastaba
poderosamente con sus luminosos ojos azules. Lo que, unido a su expresiva
y perenne sonrisa, convertía su rostro cuadrado de nariz respingona y
barbilla estrecha en una oda al regocijo. Era imposible mirarla y no
contagiarse de su buen humor.
—¿Y bien? ¿Quieres mi contacto o no? —le reclamó divertida por su
abstracción.
—Eso ni lo dudes, reina —resopló sintiendo cierta envidia de Canela. La
mujer lo seguía acariciando y parecía a punto de entrar en éxtasis—. ¿Tengo
alguna posibilidad?
Ella esbozó una sonrisa torcida que atacó con fuerza la entrepierna del
jinete.
—Puede... ¿Tienes Instagram? —Sacó su móvil del bolsillo.
—Sí, claro. Jay_Horse.
—¿Es este? —Le mostró la pantalla. Jaime asintió—. Genial, ya te
tengo.
—Dime el tuyo —pidió él.
—Va a ser que no.
—¿Por qué? —reclamó indignado.
—Porque no me apetece.
—Yo te he dado el mío.
—Porque eres un incauto al que no le preocupa quedar con una posible
asesina en serie.
—¿Lo eres?
—Puede... ¿Saldrías conmigo si lo fuera?
—Depende.
—¿De las posibilidades que tengas de montártelo conmigo? —Enarcó
una ceja.
—No. De las posibilidades que tenga de besarte.
—Muchísimas.
Jaime sonrió depredador y se inclinó en la silla para acercarse a ella.
—Pero no ahora, apestas a caballo. —Se echó a reír a la vez que lo
empujaba devolviéndolo a su posición original en la silla.
—Después, entonces —concedió—. ¿Qué vas a hacer esta noche?
Era sábado, lo que significaba que su hermano trabajaría en el Lirio
Negro hasta el amanecer, mientras que Mor se quedaría en Tres Hermanas
para su noche de chicas con su familia. Él tampoco se quedaba en casa los
sábados, sino que salía de fiesta —y a follar— con Sin o con quien se
terciara. Odiaba quedarse solo, encerrado entre cuatro paredes.
—Salir con mis amigos —contestó ella.
—¿Dónde vais a estar? —indagó.
—Ni idea, aún no lo hemos decidido. ¿Te apetece unirte?
—Me apetece follarte.
—¡No! Ni se me había pasado por la cabeza —se burló antes de ponerse
seria. O todo lo seria que una chica con una sonrisa inmortal puede ponerse
—. Eres mono y me has caído bien y por eso voy a compartir contigo
información reservada. —Bajó la voz confabuladora—. Dudo que esta
noche me apetezca montármelo. Y sé de buena tinta que Sardi va a pasar de
ti, es hetero.
—Seguro que os convenzo —replicó ignorando su incoherente
afirmación.
—Seguro que lo intentas.
—Seguro que lo consigo.
—¿Apostamos?
—Perderás.
—Lo dudo —replicó ladina—. Sé algo que tú desconoces.
—Pensaba que habías compartido conmigo tus secretos —se quejó
irónico.
—Una chica lista siempre se reserva un as en la manga. —Le palmeó
indulgente la pierna y enfiló de regreso al complejo. Jaime hizo girar a
Canela y la siguió—. Aunque, si te soy sincera, me encantaría perder. —
Sonrió. Y había tanta picardía en sus ojos que Jay apenas pudo contener las
ganas de subirla a la silla y comerle la boca—. Te contactaré cuando sepa
dónde vamos a estar.
—Estaré atento al móvil.
—Más te vale, no tengo por costumbre dar información privilegiada a
cualquiera, por muy guapo que sea. —La risa bailó en sus ojos de luz—.
¿Has ganado? —Jaime la miró confundido—. El concurso, ¿lo has ganado?
—Ah, eso. No creo. Ro ha hecho el recorrido sin faltas y más rápido que
yo.
—¿Ro?
—Una de las competidoras.
—¿Amiga o enemiga?
—Amiga.
—¿Con derecho a roce?
—¡No, joder! —La miró como si hubiera dicho una herejía.
La morena se echó a reír con ganas al ver su gesto.
—No parece que te haga gracia que te supere.
—Porque no me la hace. Me va a restregar que me ha ganado durante
semanas.
—Pobrecillo. Las mujeres podemos ser tan crueles...
—No lo sabes tú bien —bufó Jaime olvidando el sexo de su compañera.
—Ya lo creo que lo sé. —Volvió a reírse—. Parece que nos vamos ya —
dijo al ver a Sardi junto a un Dacia Sandero, sus compañeros ya estaban
dentro. Le lanzó un beso y echó a correr—. Nos vemos más tarde...
—Ya lo creo que vamos a vernos —murmuró Jaime para sí. No iba a
desaprovechar la oportunidad de conocer mejor a esa mujer. Ni a su
preciosa amiga.
Chasqueó la lengua y Canela apresuró el paso dirigiéndose impaciente a
la cuadra. Ya iba siendo hora de que le quitara la silla y lo duchara.
2

Al mismo tiempo que nuestro prota pilla a la chica sonriente con los
pantalones bajados, otra mujer está a punto de llegar al final de su odisea.
O al principio, depende de cómo se mire.

Cirila acompañó al guardia de seguridad hasta un grupo de personas que


charlaban junto a la pista principal. Esperó, con la respiración tan rápida y
superficial que estaba al borde del desmayo, mientras el hombre hablaba
con una rubia de ojos azules.
«¿Y si me he equivocado, mi Dios querido? El nombre en el polo era
“3Hermanas”, no “Tres hermanas”. ¿Y si no es lo mismo? ¿Y si no está
aquí? Entonces ¿dónde buscaré? No. No voy a pensar eso. Este es el sitio.
Tú me lo has dicho. Me llevaste a trabajar con mi nueva patrona y eso
propició que pudiera ver a Jaka en televisión. No te ofenderé dudando de
Ti. Es mi hijo y está aquí. Es lo único que importa. No tendré miedo porque
Tú me acompañas. No temblaré porque Tú me das fuerzas.»
Los acelerados latidos de su corazón se sosegaron al sentir la conocida
caricia de Dios sobre su alma, pero volvieron a atropellarse cuando la rubia
se acercó con gesto interrogante. Ciri le tendió el papel que apretaba entre
sus dedos tensos. Le sudaban tanto las manos que estaba húmedo. La mujer
le echó una ojeada y dijo algo.
Ciri estuvo a punto de desmayarse al reconocer su voz. Era la que oía
cada vez que telefoneaba a la escuela hípica preguntando por su hijo, sin
conseguir hacerse entender debido a que solo hablaba su idioma nativo,
esloveno, y un rudimentario alemán. Alterada, le explicó quién era y a
quién buscaba, le suplicó que la llevara hasta su hijo, le preguntó si era feliz
y si estaba sano, olvidando en su angustia que la rubia no la había
comprendido nunca y no iba a empezar a hacerlo ahora.
La mujer también debió de reconocer su voz, pues su gesto se endureció
y su tono se tornó áspero. A Ciri no le extrañó su acritud, había llamado
infinidad de veces a su escuela y, aunque sabía que no la entendía —ni a
ella ni a los conocidos a los que enredaba para que preguntaran por Jaka en
sus idiomas natales—, siguió telefoneando con la esperanza de, en alguna
de las llamadas, oír la voz de su hijo. No había sido así.
Trató de decirle que lamentaba haberla molestado y de nuevo el idioma
se interpuso, atrapándola en una pesadilla sin posibilidad de solución,
porque daba igual lo que hiciera o dijera, no la entendía, por lo que no la
llevaría con su hijo y ella no podría verlo ni saber si era feliz, si estaba sano.
Se negó a dejarse vencer por la desesperación. Dios la había llevado hasta
ahí, Él la ayudaría a hacerse entender. No podía desfallecer ahora que
estaba tan cerca, después de pasar tanto, de sufrir tanto, de llorar tanto.
—Tranquila, Beth, está histérica...
Cirila se giró con tanta rapidez hacia el hombre que acababa de hablar
que sus inestables piernas cedieron y si no acabó en el suelo fue porque él la
sujetó.
El resto de las personas que acompañaban a la mujer se acercaron
hablando en su idioma. ¿Por qué no se le había ocurrido estudiar español en
todos los años que llevaba buscando una pista sobre su hijo? ¿Cómo había
podido ser tan inepta? Dios te ayuda si tú te ayudas, pero ella apenas había
hecho nada por ayudarse. Iba a perder la oportunidad de encontrarlo por su
estupidez. Quiso morirse.
De repente la mujer le tomó las manos y se las apretó en un gesto de
calma y consuelo. Fue entonces cuando Cirila se percató de lo mucho que le
temblaban. De hecho, toda ella temblaba cual hoja en mitad del vendaval.
Se le anegaron los ojos de lágrimas al darse cuenta de que, a pesar de que la
había asediado telefónicamente, la rubia trataba de tranquilizarla. Su hijo
trabajaba con una buena mujer, pensó aliviada.
De pronto, como si Dios se lo hubiera susurrado al oído, supo lo que
debía hacer.
Se soltó nerviosa y buscó agitada en el bolso la cartera en la que
guardaba la foto de su abuelo. Su hijo era igual que él. Tenía que serlo. Si se
lo mostraba intuirían que lo estaba buscando. Temblaba tanto que la cartera
se le escapó de los dedos y cayó al suelo.
Un hombre calvo de mirada amable la recogió y se la dio. Ella le dio las
gracias con un gesto y sacó la foto. Se la tendió a la mujer, Beth, la había
llamado el primero de los hombres. Y esta debió de reconocer a Jaka, pues
se quedó paralizada. Aunque no fue ella quien habló, sino el calvo, con un
más que evidente asombro. Una adolescente morena intervino señalando la
foto y Beth le reclamó algo a Cirila. Esta, intuyendo que le preguntaba por
Jaka, intentó explicarse, sin conseguirlo.
Al instante siguiente todos hablaron en una cacofonía ininteligible que la
aturdió aún más. Estaba a punto de romperse en un llanto desesperado
cuando la adolescente dijo algo que la colmó de esperanzas.
—Gutten Morgen.
Se acercó a ella fortalecida y, en su tosco alemán, le preguntó frenética
por Jaka.
La muchacha, confundida, le pidió que fuera más despacio. Y eso hizo
Cirila, mientras otra rubia que compartía rasgos con Beth echaba a correr.
Ciri trató de responder a las preguntas que Beth y el calvo le hacían
mediante la muchacha, pero no tardó en descubrir que el alemán de esta era
aún peor que el suyo.
Cuando la otra rubia regresó lo hizo acompañada de un jinete con el que
se apresuraron a hablar, tal vez poniéndolo en antecedentes. Entonces el
hombre la miró y habló. Cirila estuvo a punto de desmayarse de alivio al
ver que sabía alemán. Podía comunicarse con él. Podía preguntarle por su
hijo. Se lanzó a explicarle que llevaba años buscando a Jaka, que lo había
visto en la tele y que sabía que era él porque era igual que su abuelo, a la
vez que le enseñaba nerviosa la fotografía.
El hombre, Mario, se lo trasladó a los demás, quienes la miraron
sorprendidos y desconfiados. Ciri buscó con timidez la mirada de la dueña
de la escuela, y la suspicacia que leyó en sus ojos la hundió en la
desesperación.
«Mi Dios querido, socórreme, no me creen.»
La siguiente pregunta que Mario le hizo confirmó sus temores. Querían
saber por qué estaba viendo un canal español en Alemania, más aún cuando
no hablaba ese idioma. También querían saber el nombre de su supuesto
hijo. Un nombre que ella no sabía, pues podía ser Jaka, Aljosa, Zdravko o
ninguno de estos.
«Señor, mi Dios, ayúdame. ¿Cómo puedo hacerles comprender que no
miento?»
La respuesta le llegó en una de las citas favoritas de su tía: «La verdad os
hará libres». 1 Así que hizo de tripas corazón y les relató lo ocurrido aquel
20 de abril de hacía dieciocho años. Por cómo palideció el calvo cuando
Mario lo tradujo, Cirila comprendió que él sí la creía, y que sabía dónde
podía encontrar a su hijo.
Lo agarró delirante a la vez que le suplicaba que lo llevara con él.
Fue Dios quien atendió a su súplica.
La rubia más joven dijo algo y todos se giraron hacia la vereda. Cirila los
imitó. Y allí vio a su hijo, altísimo y tan parecido a su abuelo que eran dos
gotas de agua. Caminaba hacia ellos relajado y sonriente.
«Está sonriendo. Es feliz. Y parece sano. Gracias por cuidarlo, mi Dios
querido.»
Exhaló un gemido desgarrado y se acercó a él tambaleante. Las piernas
le fallaron y a punto estuvo de caer. Él la sujetó y le dijo palabras
tranquilizadoras que no comprendió. Parecía preocupado. Por ella, que no
era más que una desconocida. El corazón se le llenó de dicha al comprender
que era un buen hombre, aunque nunca lo había dudado. Dios no permitiría
que su hijo fuera de otra manera.
Las lágrimas brotaron incontenibles mientras le acariciaba el rostro.
Necesitaba comprobar que era real y no un sueño. El muchacho se apartó
incómodo pero no tardó en volver a sujetarla cuando el suelo perdió
consistencia y se la tragó la oscuridad.

***

—Mierda...
Jaime la atrapó in extremis. Era la primera vez que una mujer se le
desmayaba y no sabía qué cojones hacer con ella. La llevó a las gradas; no
eran cómodas, pero eran mejor que el suelo y estaban cerca, algo de
agradecer llevando en brazos un peso muerto. Aunque, la verdad sea dicha,
más que peso muerto era un peso pluma.
Era la misma mujer a la que el viento había atacado, la que parecía tan
perdida. Quizá estaba enferma, pensó con un nudo en el pecho. Esperaba
que no. Aunque con lo delgada que estaba no le extrañaría. Tenía las
facciones muy marcadas, como si no hubiera carne entre sus huesos y su
piel, las cejas definidas, la nariz afilada y los labios delgados. El pelo, liso y
castaño, le caía hasta la mitad de la espalda. Vestía de manera conservadora,
con una falda holgada hasta mitad de las pantorrillas, unos botines planos
de cordones y un abrigado chaquetón.
La soltó con cuidado en las gradas y se apartó dejándoles espacio a Nini,
Beth y Mor, que no tardaron en rodearla y abanicarle la cara mientras Mario
le decía algo en un idioma que, si a Jay no le engañaban los oídos, era
alemán. Buscó a su hermano confundido. No tuvo que ir muy lejos, estaba a
su lado, igual que Elías, Rocío y Sin.
—¿Qué coño le ha pasado? No soy tan feo —bromeó turbado. El gesto
demudado de su hermano y la gravedad con que lo miraban los demás le
dijeron que había ocurrido algo malo relacionado con esa mujer—. Jules...
¿Qué pasa? ¿Por qué me miráis todos así?
—Jay, hermano..., tenemos que hablar.
—¿De qué? —Lo miró receloso, la vieja y familiar aprensión a que le
anunciara que se marchaba y lo dejaba solo apareció para torturarlo, aunque
no hubiera motivos. Pero el miedo es libre y que su hermano se pusiera tan
serio no era bueno.
—Es tu madre, Jay —soltó Julio sin saber cómo suavizarlo.
Jaime lo miró aturdido. Había oído sus palabras, pero no conseguía
asimilar su significado.
—¿Quién? —atinó a preguntar.
—La mujer que se ha desmayado en tus brazos.
—Yo no tengo madre —gruñó dando un paso atrás.
Su madre era una zorra que nunca lo había querido, que lo había
abandonado al nacer sin importarle que estuviera bien o mal, y tal y como
era Jethro no había que ser muy listo para saber que bien no iba a estar. No
quería tener madre. No la necesitaba. Ahora ya no. La había llamado a
gritos de niño durante las noches que se quedaba solo, encerrado en
inhóspitos pisos llenos de sombras y ruidos, había llorado por ella, incluso
pedido por ella a un Dios que no existía o que, si existía, nunca se había
molestado en hacerle caso. Había deseado con desesperación que apareciera
y lo rescatara de su padre. Que lo acunara en sus brazos y le preparara
bocadillos de Nocilla para merendar. Pero ella nunca había dado señales de
vida. Ahora ya no la necesitaba. Por él se podía morir. De hecho, prefería
pensar que estaba muerta a saber que estaba viva y llevaba toda su vida
pasando de él como si fuera escoria.
—Por lo que nos ha contado, no te abandonó. Jethro te robó de su lado y
yo la creo —afirmó Julio preocupado al verlo empalidecer—. Lleva toda la
vida buscándote, hermano...
Jaime sacudió la cabeza aturdido y miró a la mujer que, desoyendo las
súplicas de Beth y de Mor, se estaba incorporando. Estaba blanca como el
papel y temblaba como un árbol en un terremoto. Lo miraba con unos ojos
enormes y llenos de ¿esperanza? ¿Amor? Se levantó vacilante y extendió
una mano hacia él.
—Jaka... Moj otrok.
—¿Qué dice? —Dio un paso atrás. No quería que lo tocara. Él no tenía
madre. Nunca la había tenido.
—Jethro la hizo creer que te llamabas Jaka. Lo otro no sé qué significará
—le explicó su hermano.
Jaime tragó saliva. Era propio de Jethro jugar con la gente engañándolos
para hacerles daño. Lo había sufrido muchas veces en su propia piel.
La mujer se llevó las manos al pecho y cerró los ojos un momento.
Cuando los abrió, había una nueva serenidad en ella.
—Jaka... Mein Kind —tradujo al alemán lo que acababa de decir en
esloveno y estiró la mano hacia él, aunque no se atrevió a acercarse lo
suficiente para tocarlo.
Rocío, la adolescente que había hecho de traductora los primeros
momentos, tomó la mano de Jaime tratando de darle su fuerza. Y algo de
esta debió de pasar de ella a él, pues este pareció recuperar un poco de
color.
—Te ha llamado «su niño». Vamos, te acompaño... —Tiró con suavidad
de él.
Jaime se dejó guiar por ella.
—Dile que me llamo Jaime... —le pidió con la voz estrangulada. No
quería que lo llamara por ningún nombre que le hubiera dicho Jethro para
reírse de ella.
Rocío se lo dijo. La mujer contestó algo.
—Ella es Cirila —tradujo Rocío, y luego en voz muy baja, para que solo
Jaime lo oyera—: Pero yo sé que en alemán «mamá» se dice mutti...
Jaime asintió y cogió la mano de su madre.
—Mutti... —musitó extraviado, consciente de lo que estaba dando a
entender, pero no del motivo por el que lo hacía. No conocía a esa mujer.
No la había visto en su vida. Ni siquiera sabía si la creía. Simplemente se
estaba dejando llevar por Rocío, por la manera en que lo miraba su supuesta
madre, por la afirmación de su hermano de que la creía. Y Julio jamás se
equivocaba, por tanto él también debía de creerla. Aunque no tenía claro
que lo hiciera.
Cirila estuvo a punto de desmayarse de nuevo al oírlo.
La creía.
Se lanzó a sus brazos y, al sentirlo contra sí, tan alto, tan fuerte y sano,
tan vivo y real, estalló en lágrimas.
Jaime miró amedrentado a su hermano. ¿Qué se suponía que debía hacer
ahora? ¿Consolarla? ¿Abrazarla? No sabía qué coño hacer con la mujer
sollozante —su madre, joder, su madre— que tenía entre los brazos.
—¿Qué le has dicho? —inquirió Julio turbado por la reacción de la
mujer. Se había mantenido más o menos estoica hasta que su hermano había
hablado.
—No... no lo tengo claro —se atoró Jaime, obligando a sus manos a
subir a la espalda de la mujer, de su madre, para darle unas palmaditas. Eso
era lo que haría un buen hijo, ¿verdad? Pero él nunca había tenido una
madre. No sabía cómo ser un hijo.
—«Mamá» —tradujo Mario, lanzando una recriminatoria mirada a
Rocío.
Saltaba a la vista que Jaime no había asimilado lo que acababa de
sucederle y que no estaba ni de lejos preparado para llamar «mamá» a una
completa desconocida. Miró preocupado a Cirila, parecía tan afectada como
Jaime. ¿Sabría ella que su hijo, si es que Jay lo era, estaba tan aturdido que
no sabía lo que decía? Sería cruel darle esperanzas para luego quitárselas, y
no creía que esa mujer pudiera soportar mucho más.
—Joder —musitó Julio, haciéndose eco de la preocupación de Mario. Y
de todos.
Porque lo único cierto en esa historia era que desconocían quién era esa
mujer, que no tenían ninguna referencia suya ni sabían otra cosa que lo que
ella les había contado, fuera verdad o mentira. Y podía ser tanto una como
la otra. No quería ni pensar en cómo se lo tomaría su hermano si se diera el
caso de que no fuera quien decía. Sería terrible para él. Como si lo hubiera
abandonado de nuevo.
—Jay —lo llamó sin obtener reacción—. Hermano... —Jaime giró la
cabeza con rigidez y fijó en Julio sus ojos vacíos de emoción—. Tal vez nos
hemos precipitado.
Jaime lo miró sin entender.
—No creo que debamos dar por válido el testimonio de Cirila sin más —
señaló con tiento, evitando la palabra «madre».
—No te entiendo. —Jaime se soltó y se alejó unos pasos de ella. De
Julio. De todos. Necesitaba poner distancia.
—No hay nada que nos confirme que es tu madre.
—¿Crees que está mintiendo? —inquirió Jaime con voz seca. Una furia
que no sabía de dónde nacía le quemaba la garganta. Tragó saliva para
bajarla de nuevo al estómago.
Comprendía lo que trataba de decirle Julio. No debía dar nada por
sentado sin pruebas. No podía hacerse ilusiones. Y no se las hacía. Ni
siquiera quería una madre. Ya no. Pero, joder. Ella no estaba mintiendo. ¡No
lo hacía! Se lo decía el corazón. Y las tripas. Todo lo que él era gritaba
quién era ella. Y era su madre.
—No, claro que no —se apresuró a decir Julio al ver una rabia sin
parangón en los ojos de su hermano—. Por supuesto que dice la verdad,
nadie mentiría sobre algo así, pero tal vez esté equivocada con respecto a ti.
Tal vez no seas el hijo que le robaron. Tienes que hacerte la prueba de
maternidad y confirmar que es tu madre —aconsejó inquieto. La mirada de
su hermano había dejado de estar muerta para convertirse en incandescente
—. Lo entiendes, ¿verdad?
Jaime asintió despacio y miró de refilón a Cirila, quien lo miraba
asustada.
—Has dicho que Jethro me robó y que lleva toda la vida buscándome —
le comentó a su hermano.
—Eso nos ha contado.
—¿Jethro me sustrajo del hospital o dejaste que me llevara? —inquirió
con la mirada fija en su madre, la voz tan afilada que cortaba—.
Pregúntaselo, Mario.
—Jay, no creo que... —trató de decir el profesor.
—¡Pregúntaselo, joder! —gritó.
Rocío se apresuró a ir a su lado y tomarle la mano en tanto que Sin se
acercaba a él, su mirada alerta por si tenía que contenerlo.
Mario tradujo su pregunta y Cirila palideció. Aun así, respondió con voz
firme.
—No le dijo que se llamaba Jethro, sino Pedro —tradujo Mario—. Y no
te robó de un hospital, sino de su casa. Te dio a luz en su cama, te limpió, te
dio de mamar y os quedasteis dormidos, tu boca todavía enganchada a su
pecho. Cuando despertó, ya no estabas.
A Jaime se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Jay... —Julio lo sujetó al ver que se tambaleaba.
—Es mi madre —le susurró a su hermano—. Lo sé, Jules. Antes la he
visto en la vereda y me ha dado un vuelco el corazón. No me abandonó.
Tengo una madre, joder. Y él me la arrebató. —Había tanta rabia bullendo
en su interior que le tembló la voz.
3

Poco después, nuestro protagonista y su familia —la de sangre y la de


elección, incluida la madre que nunca supo que tenía— se han trasladado a
Tres Hermanas. Más exactamente, a la casa ubicada en un extremo de la
cuadra.

Cirila observó acobardada a su hijo mientras este recorría el salón. Parecía


una pantera enjaulada a punto de atacar al incauto que se le acercara. Y ella
se moría por acercársele y tranquilizarlo. Pero no lo haría. Porque cada vez
que había intentado tocarlo tras el abrazo compartido, él la había esquivado.
Sintió el cálido apretón de los dedos de la mujer mayor, Nínive se
llamaba, como la ciudad bíblica. Era la madre de las tres hermanas dueñas
de la cuadra. Su hija mediana era una morena risueña de nombre Moriá, el
mismo que el monte al que subió Abraham. La pequeña, Sinaí, de nuevo un
nombre bíblico, observaba a Jaime apoyada en la pared. Parecía alerta,
dispuesta a actuar si este acababa derrumbándose. O golpeando algo. A
Cirila le pareció que había más probabilidades de lo segundo que de lo
primero. No muy lejos estaba la adolescente que le había hecho de
intérprete, Rocío, y junto a la puerta estaba Julio, el hermano de su hijo.
La llenaba de dicha ver a su pequeño con personas que se preocupaban
por él. Agradeció a Dios que lo hubiera rodeado de buenas almas que lo
amaban y lo cuidaban. Además, no podía ser casualidad que las mujeres
que habían acogido a Jaka, no, a Jaime, en sus corazones tuvieran nombres
bíblicos. Dios le estaba mandando una señal. Le decía que estuviera
tranquila, que su hijo estaba en buenas manos.
Miró a la mujer que acababa de salir de la cocina, era Betania, la mayor
de las hermanas. Llevaba el nombre de la aldea de Lázaro y era tan rubia
como su hermana pequeña. La seguía su pareja, Elías, el jefe de Jaime y
padre de Rocío. Cargaban unas bandejas con sándwiches, pues era tarde y
no habían comido. Ni se habían acordado.
Cirila dudaba que le cupiera un solo bocado en el estómago a pesar de
que su última comida habían sido las galletas y el café que había tomado la
tarde anterior y que, debido a los nervios, había vomitado antes de subirse
de nuevo al autocar.
—Julio tiene razón, Jay. Tienes que centrarte y atender a razones.
Cirila se giró al oír la frase, ininteligible para ella, del hombre que se
había convertido en su enlace con los allí reunidos, pues solo él podía
trasladar sus palabras a la familia y traducirle lo que estos decían. Aunque
no siempre lo hacía, como ocurría en ese momento. Julio estaba diciéndole
algo a Jaime, y estaba segura de que en esta ocasión, al igual que en todas
las anteriores en las que Mario había guardado silencio, era algo que tenía
que ver con ella y que no querían que supiera.
—Jaime, tranquilízate —le pidió Julio no por primera vez—. Estás
asustando a Cirila.
—¿Por qué no la llamas por su nombre? —arremetió Jaime contra él.
—Por su nombre es como la he llamado —replicó Julio armándose de
paciencia.
—No me jodas, Jules, sabes de sobra a qué me refiero. ¿Por qué no dices
que estoy asustando a mi madre? A. Mi. Madre. No a Cirila. Llevas sin
decir esa puta palabra desde que hemos entrado —lo increpó centrando en
él toda su frustración.
—Está bien —aceptó Julio con serenidad—. Estás asustando a tu madre,
Jay, deja de lanzarte contra las paredes como si quisieras golpearlas.
—¡Es que quiero hacerlo! —Se mesó el pelo alterado—. No voy a
pedirle eso, Jules —recuperó la cuestión que los enfrentaba—. Es mi
madre. Pedirle que se haga una prueba de maternidad es insultarla.
—No, Jay, es cerciorarse de que no está equivocada.
—¡La has oído, joder! ¡Todo coincide! Soy igual que su abuelo, lo has
visto. Y su hijo nació el mismo día que yo. —Retomó su frenético ir y
venir. Necesitaba salir de ahí, las paredes lo aprisionaban robándole el aire
—. La descripción que hace de Jethro..., es él, joder. Lo que le hizo es su
puto modus operandi. Que me robara y la torturara mandándole fragmentos
de fotos para que no pudiera verme entero y que se riera de ella
cambiándome el nombre en cada carta define la manera de ser de ese
cabrón. Siempre tira a matar. A hacer daño. Jethro es Pedro —dijo con la
rabia vibrando en su garganta.
—No te digo que no, hermano, pero por desgracia hay muchos Jethros
en el mundo. Tenemos que cerciorarnos de que...
—¡No! ¡No la disgustaré pidiéndole pruebas de algo que es evidente!
—¡Y yo no permitiré que te lances de cabeza al río sin comprobar antes
cuánto cubre! —estalló Julio perdiendo la paciencia, que bastante había
tenido, todo sea dicho.
Jaime se lanzó a por él, agradecido por encontrar a alguien con quien
soltar su rabia.
El cuerpo robusto de su jefe le impidió tal consuelo al colocarse entre él
y Julio.
—Tranquilízate —lo frenó Elías, y Sin lo tomó del brazo y lo instó a
retroceder.
—No te metas en esto, Elías, no es asunto tuyo —se enfrentó Jaime a él
a la vez que se soltaba de un tirón de Sin.
—Jamme... Moj otrok...
Se paró en seco al oír la voz de su madre. No sabía pronunciar su
nombre. Lo decía de una manera extraña. La miró de refilón. Le costaba la
vida centrar sus ojos en ella. No podía. Cuando miraba a esa desconocida
solo podía pensar que llevaba media vida añorándola y la otra media
aborreciéndola. No podía deshacerse de la imagen que Jethro le había
metido en la cabeza de la madre desnaturalizada que lo había abandonado y
conciliarla con la de esa pobre desgraciada que tanto había sufrido y que lo
miraba como si fuera un regalo del cielo. Solo sabía odiarla, era lo que
Jethro le había enseñado. Pero ya no debía odiarla y tampoco era capaz de
quererla. Y eso lo estaba haciendo trizas.
—Jamme...
Repitió ella antes de soltar algo ininteligible en alemán. Eso también lo
frustraba muchísimo. No poder entenderla. Aborrecía necesitar a Mario o a
Ro para comprender lo que le decía porque, cuando ellos no estuvieran,
¿cómo iban a relacionarse? Eran dos putos desconocidos que ni siquiera
compartían idioma.
—Cirila pregunta qué ocurre —tradujo Mario.
—Dile que nada —gruñó Jaime apartando la vista de su madre.
—Quiere saberlo. Y tiene derecho a ello —señaló Mario con voz férrea.
—Díselo —accedió Julio—. Dile que quiero que se haga una prueba de
maternidad y que Jaime lo considera innecesario —puntualizó—. Que le
quede claro que el malo de la película soy yo y no Jaime.
—No —gimió Jay sin saber si quería que no le dijera nada a su madre o
si su negativa se debía a que su hermano no era, ni nunca sería, el malo de
nada. Seguramente por ambos motivos.
Mario lo ignoró y trasladó la petición de Julio a Cirila. Esta escuchó
alternando la mirada entre los hermanos y, cuando Mario terminó, esbozó
una afable sonrisa y, centrando sus ojos negros en Jaime, habló con voz
suave pero firme.
—Le parece bien —tradujo Mario—, y agradece de todo corazón a Julio
que piense en tu bienestar y tenga la voluntad de exigir lo que es necesario,
aunque eso haga que te disgustes con él y discutáis. No la conoces, Jay, no
debes fiarte de ella a ciegas, tu hermano tiene razón al pedir pruebas. —
Parpadeó al oír la siguiente frase—: Dios dice: «Examinadlo todo, retened
lo bueno y apartad toda apariencia de mal».
—No me jodas, Mario, ¿Dios? No metas a ese mito en esto —lo
interrumpió Jaime.
—No son mis palabras, sino las de Ciri. —Se encogió de hombros. Esa
mujer tenía una manera de decir las cosas, con una voz dulce pero firme que
no admitía réplica. Comenzaba a intuir que bajo su aspecto frágil se
escondía un corazón perseverante.
Ciri volvió a hablar, y esta vez Mario se sorprendió tanto que tardó un
instante en trasladárselo a los demás.
—Dice que... —Carraspeó ocultando una sonrisa. Desde luego era
valiente—. Te pide que te disculpes con tu hermano por enfurecerte con él y
que le agradezcas que desconfíe de los desconocidos y se mantenga firme
en sus convicciones.
Jaime parpadeó una vez. Dos. Y luego dijo:
—Ni de coña. —Miró contrito a Julio, las orejas rojas por la regañina.
—Dile que se ha disculpado a su manera —le pidió este a Mario,
esbozando una sonrisita engreída.
Sonrisa que fue imitada por Mario. Y por el resto de los presentes.
—Me gusta Cirila —afirmó Sin—. Dile de mi parte que tiene los ovarios
bien puestos.
Mario enarcó una ceja y tradujo algo similar, aunque no eso
exactamente. Cirila le agradeció a Sin sus palabras con una tímida sonrisa.
—Dile que coma algo, parece a punto de desmayarse —le pidió Beth a
Mario.
—Esta muchachita necesita poner algo de carne entre sus huesos y su
piel —convino Nini, retirándole con cariño un mechón de la frente a Cirila
—. ¿Cuántos años tienes, cielo? Pareces mayor, pero dudo que hayas
cumplido los cuarenta.
Cirila tomó un sándwich de jamón y queso y respondió mientras le daba
vueltas entre los dedos. No tenía hambre, pero no iba a ser tan ingrata de
rechazar la comida.
—Sí que te tuvo joven —murmuró Rocío tras hacer un cálculo rápido—.
Si ahora tiene treinta y tres años, significa que te tuvo con quince... Jay,
¿qué ocurre? —Se acercó a él al ver su cara, parecía a punto de liarse a
golpes. Sin también acudió a su lado, en tanto que los demás se mantenían
vigilantes.
—Mi padre es un puto pederasta —gruñó, las manos temblándole en los
bolsillos, donde las había guardado para no golpear la pared—. Jethro le
sacaba al menos veinte años. Era una niña. Abusó de una niña.
—Según nos ha contado, se fue con él porque quiso —señaló Elías
tratando de atemperarlo un poco.
—¡Porque la engañó! —estalló Jaime. Nadie pudo contradecirlo—. Es
un hijo de puta, una escoria. ¡Dios, si pudiera lo mataría! —Giró rabioso
buscando algo que golpear o tal vez una vía de escape, ni él mismo lo sabía.
—Vamos fuera. —Sin lo agarró y lo empujó hacia la puerta, Ro los
siguió—. Volvemos dentro de un rato —les dijo a los demás.
Julio cabeceó aliviado, Jaime odiaba estar encerrado, le vendría bien
darse un paseo con Sin y Ro.
—Suéltame, hostia —trató de zafarse Jay.
—Ni de coña, si quieres golpear algo fuera hay árboles de sobra, no vas
a liarte a puñetazos con la pared delante de tu madre, me cae bien y no
quiero que la acojones. —Lo sacó de la casa a empujones.
—Sin tiene razón, Jay. —Rocío cerró la puerta y se plantó frente a esta,
guardándola.
—¡No me jodáis!
—Ya te gustaría que te jodiéramos, campeón, pero te vas a quedar con
las ganas. Coge a Canela y date una vuelta —le ordenó Sin. Si algo podía
calmarlo era su caballo.
Jaime golpeó rabioso los sudaderos que se aireaban en la cerca —sabía
por experiencia que golpear árboles era doloroso y los sudaderos estaban
blanditos— y enfiló a los paddocks. Diez minutos después pasaba frente a
la ventana de la cocina montado en Canela. Lo seguían Sin con Jerarca y
Rocío con Divo.
«Gracias, Señor, por darle a estas buenas personas como compañeros»,
rezó Cirila al verlos pasar.
4

Jaime ha regresado de su paseo con ánimos renovados. La ducha que lo


han instado a darse —toda nariz tiene un límite y su olor a sudor y a
caballo era una afrenta hasta para la pituitaria más curtida— ha ayudado
a calmarlo. Sigue enfadado, aunque ya no es la rabia incandescente que lo
dominaba. O sí. Pero ahora la disimula mejor. O eso cree él, porque a su
hermano no lo engaña. Tampoco a Nini y a sus hijas. Ni a Elías, mucho
menos a Ro. De hecho, solo engaña a su madre. Y no del todo.

Jaime sintió que la comida que se había obligado a ingerir horas atrás se le
revolvía en el estómago al ver los trozos de fotos que esa mujer había
puesto sobre la mesa con reverente cuidado, como si fueran su mayor
tesoro. Eran instantáneas de él o, mejor dicho, de partes de él. Sus ojos, su
nariz, su boca, sus orejas, sus manos, sus pies. Ninguna mostraba todo su
rostro, mucho menos a él por completo.
Tragó saliva para bajar las náuseas que le provocaban esas imágenes y la
verdad que revelaban: la maldad intrínseca del desgraciado que lo había
engendrado. Ojalá pudiera verlo y decirle lo que opinaba de él. Le haría una
jodida cara nueva.
Desvió la vista a Cirila y esta le sonrió con dulzura señalando el puzle de
fotografías, lo que hizo que él se llevara las manos a la cabeza. Las bajó
antes de mesarse el pelo, algo que llevaba haciendo toda la tarde. Como
siguiera así acabaría tan calvo como su hermano. Pero es que no la
entendía. Era incapaz de mirar esos malditos fragmentos y no querer liarse a
puñetazos con alguien (con su padre). Sin embargo, ella parecía encantada
de juntarlos en un collage espeluznante de su cara. Era macabro, joder.
—De niño también se te ponían las orejas rojas. —Rocío señaló uno de
los fragmentos a la vez que le tomaba la mano y se la apretaba.
Fue entonces cuando Jaime se dio cuenta de que había cerrado los puños.
—Eso parece. —Abrió las manos y entrelazó los dedos sobre su regazo
para no volver a cerrarlas. Las apretó tanto que se le pusieron blancos los
nudillos.
Cirila dijo algo y Jaime se forzó a mirarla, parecía abatida. Joder, estaba
loca. Un minuto antes sonreía y ahora parecía a punto de llorar.
—Dice que, aunque te pueda parecer extraño, para ella era un motivo de
alborozo recibir cartas de Jethro —trasladó Mario.
—No me jodas. Jethro no lo hacía para hacerla feliz, sino para
mortificarla —gruñó furioso antes de tomar una bocanada de aire y añadir
sin mirarla—: Qué más da. Si ella es feliz con eso... —El desprecio era
evidente en su voz.
—Jamme...
Jay se obligó a mirarla y ella habló esbozando una sonrisa que empezó
siendo dulce y acabó llenándose de picardía.
—Sabe que Jethro se las mandaba para hacerla sufrir —tradujo Mario—.
Pero ella no lo consintió. Dios le dio a entender que, aunque estuvieran
rotas, eran motivo de regocijo porque le permitían saber que seguías vivo y
crecías sano. Con cada foto, Jethro le hacía un regalo, pues ella las juntaba
para tener tu retrato completo, aunque distorsionado, y eso era lo contrario
de lo que él pretendía. Está segura de que lo fastidiaría mucho saber que sus
cartas, en lugar de molestarla, la alegraban, y que atesora las fotos con las
que quería torturarla. Ella se solaza al pensar en eso —le trasladó Mario
sonriendo al finalizar.
—Sí, claro. Bien visto. Una venganza de lo más estúpida e infantil —
sopló Jaime desdeñoso—. No le traduzcas eso, Mario. Simplemente dile
que... me parece estupendo.
Con el rabillo del ojo vio las delicadas manos de Cirila retirar las fotos.
El silencio que asaltó el salón cuando las guardó en su bolso era tan viscoso
que parecía aceite.
—Estamos todos cansados y hambrientos —lo rompió Nini—. Voy a
preparar unos cafés con galletas para merendar. —Se levantó para ir a la
cocina.
—Hazlo descafeinado, mamá. Son casi las ocho, tomar cafeína ahora es
sinónimo de insomnio —le pidió Beth sorprendiendo a Jaime, pues no se
había dado cuenta de que era tan tarde.
—Como si no tomar café fuera a hacer que duerma esta noche —bufó
desenredando los dedos para frotarse los muslos con las palmas de las
manos una y otra vez.
—Claro que sí, campeón, tómate un par de cafés, seguro que te calman.
—Que te follen, Sin.
—Como cada noche, figura, ya sabes que no me gusta irme a dormir sin
pegar un polvo. —Chasqueó la lengua—. Tú deberías hacer lo mismo,
viene bien para conciliar el sueño, aunque en tu caso estoy segura de que
iría mejor un golpe en la cabeza que te deje K.O.
—E imagino que te ofreces voluntaria, reina —la desafió Jay.
Julio se relajó al ver que su hermano respondía a Sin entrando en la
dinámica que regía su relación de amigos con derecho a roce que siempre se
estaban lanzando pullas.
—Para follarte no, para golpearte sí.
—Si es para golpearlo, yo también me apunto —intervino Ro.
—Ten amigos para esto... —resopló Jay—. Agradezco vuestra oferta,
pero prefiero follar, es más divertido que recibir golpes.
—Depende de la perspectiva desde la que lo mires, a mí me resultaría
más divertido golpearte que echar un polvo —comentó Rocío.
—Eso es porque todavía no me has catado, muñeca —replicó Jaime al
instante.
—Ni te catará —sentenció Elías, padre de la susodicha, en un tono que
acobardaba al miedo.
Jaime abrió unos ojos como platos al ser consciente de lo que había
dicho, a quién se lo había dicho y delante de quién lo había dicho. Si había
un padre sobreprotector era Elías. Tampoco era que tuviera mucho sentido
del humor en lo que atañía a su hija. Bien que lo sabía él.
—Joder, claro que no. Que no va a catarme, quiero decir. Ni de coña me
acercaría a ella. No es mi tipo. Es que no la tocaría ni con un palo —afirmó
con las orejas rojas.
—Con un palo te voy a dar yo, capullo —gruñó fingiéndose ofendida—.
¿Cómo que no soy tu tipo? Tu tipo son todas las mujeres de menos de cien
años —se burló.
—Las mujeres guapas, reina —especificó Jay malicioso.
—¿Acabas de llamar fea a mi hija? —intervino Elías con voz grave.
—Si te digo que sí, ¿qué harás? —lo retó Jaime en un inusitado alarde de
valentía.
—Ponerte los ojos morados —contestó Elías con cara de póquer, aunque
por dentro sonreía, igual que los demás.
La treta de Sin parecía estar dando resultado, Jaime volvía a ser él
mismo.
—Si haces eso no podrá impartir clases mañana, cariño —señaló Beth
saliendo en defensa de Jaime—. Sería un ejemplo terrible para sus alumnos,
por lo que habría que suspender las clases, y son bastantes... —Pues no,
salía en defensa de la cuadra.
—Siempre puede usar gafas de sol —apuntó Sin.
—Y eso lo sabes por experiencia... —repuso Rocío desdeñosa. Sin era
célebre por ser una camorrista a la que le encantaba la bronca.
—De eso tengo bastante más que tú, princesita. En todos los sentidos —
respondió Sin.
—Demasiada diría yo, casi podría decirse que estás dada de sí —resopló.
Rocío y Sin eran las mejores amigas de Jaime e iban a muerte con él,
pero estaba claro que entre ellas no había esa conexión. Ni ninguna otra.
—Siempre he tenido ganas de ver a dos tías peleándose en el barro —
confesó Jaime—. La pista de doma está anegada de agua, podría valer si os
apetece daros unos golpes.
Sin y Rocío se giraron hacia él. Sin enarcó una ceja. Rocío, en cambio,
se quitó la deportiva del pie izquierdo.
—Ni se te ocurra tirársela —la paró Elías, pues conocía las costumbres
de su hija.
—Se lo merece, papá.
—Cierto. Tírasela, pero luego la recoges.
—¡No me jodas, Elías! —Jaime se lanzó al suelo para esquivar la
deportiva que con inigualable puntería le tiró Rocío—. ¡Fallaste! —se jactó
incorporándose. La deportiva derecha impactó limpiamente en su pecho.
En ese momento estalló una risa aguda y chirriante, como si quien la
exhalara no tuviera costumbre de reír y no supiera cómo hacerlo. Todos
miraron a Cirila, quien se tapó la boca con las manos a la vez que hablaba
con la voz entrecortada por la risa.
—No, ni se te ocurra disculparte por reír —le advirtió Mario sin darse
cuenta de que lo hacía en castellano y no en alemán.
Le había traducido el rifirrafe como buenamente podía, y Cirila no había
podido contener la risa al ver a la morenita lanzarle el calzado a su hijo.
Aunque, la verdad, la escandalizaba que fueran tan abiertos a la hora de
hablar de los placeres carnales.
Murmuró unas frases con timidez y esperó a que Mario las tradujera sin
apartar la mirada de su hijo, era la primera vez que veía la alegría bailar en
sus ojos y sus labios. Esas chicas, aunque descaradas, le hacían mucho bien.
—Dice que ella también les ha tirado unos cuantos zapatos a sus primos
y que es una buena manera de hacer entrar en razón a los chicos —tradujo
Mario encantado con la mirada traviesa de Cirila, pues ya no parecía tan
vulnerable.
—No me jodas... —Jaime la miró pasmado—. ¿Tiene primos?
—Eso acaba de decir, Jay. —Rocío lo observó preocupada, el buen
humor provocado por las pullas había desaparecido dejando en su lugar una
expresión de espanto.
—Me la pela. Que lo diga otra vez. Pregúntaselo, Mario —exigió saber
acucioso.
—Dice que unos cuantos. Su abuela tuvo siete hijos y todos han tenido
hijos y estos también los han tenido. Son una familia numerosa aunque
desperdigada.
—Y ella, ¿ha tenido más hijos o solo yo? —gruñó Jaime.
—Solo tú —afirmó Mario tras escuchar a Cirila.
—¿Tiene hermanos? —jadeó.
La urgencia era tan evidente en su voz que Cirila se sintió amedrentada.
¿Por qué parecía tan enfadado? ¿Qué había dicho para convertir su alegría
en rabia?
—No tiene —señaló Mario tras hablar con ella.
—Y su madre, ¿dónde está? —inquirió Jaime con la respiración agitada
al pensar que Cirila, como era normal, tendría una madre. Y esa madre
sería... su abuela. Dios santo.
—Murió cuando la tuvo a ella.
—Vale, genial —musitó alterado—. No, joder, no traduzcas eso, Mario.
No es genial. Es una mierda. Dile que lo siento mucho.
—No te preocupes, no se lo he trasladado.
—Estupendo. ¿Y su padre? ¿Tampoco está vivo?
—No lo sabe. Su madre la tuvo de soltera y nunca dijo quién era el
padre.
—¿Y tíos? ¿Cuántos tiene? Ya, seis, lo acaba de decir. ¿Están vivos?
¿Dónde viven? ¿En Alemania con ella? ¿En Eslovenia? ¿Y sus primos? ¿Se
lleva bien con ellos? —Las preguntas salían disparadas en ráfagas de su
garganta.
—Espera un poco, Jay, no me das tiempo —lo paró Mario.
—Sí, perdona. —Se levantó, no aguantaba sentado un segundo más.
—Viven todos menos uno. Residen en Eslovenia, con sus hijos y sus
nietos. Se llevan bien, algunos viven en su aldea y otros en la capital.
—Vale, cojonudo. O sea, que tiene, tengo, seis tíos. —Recorrió alterado
el salón. ¿Siempre había sido tan pequeño? Nunca se lo había parecido.
Abrió una ventana a pesar del frío exterior y se asomó en busca de aire—.
¿Cuántos primos tiene?
Cirila frunció el ceño a la vez que los contaba con los dedos.
—Diecinueve primos hermanos y veintiséis primos segundos —
interpretó Mario.
—Joder, es una puta familia numerosa. ¿Y sus abuelos? ¿Están vivos? —
retomó su frenético deambular.
—Murieron. Su madre era la pequeña de los hermanos.
—¿Quién la crio? —Se abrazó para calmar los escalofríos que lo
recorrían.
—La hermana de su madre, estaba viuda y tenía una hija un poco mayor
que Cirila.
—Genial... —Asintió nervioso y empezó a recorrer de nuevo el salón.
A punto estuvo de chocarse con Nini, que entraba con la merienda. Solo
los buenos reflejos de Jaime impidieron que cayera al suelo.
—Me cago en la puta. Lo siento, Nini, no iba mirando —se disculpó.
—Tranquilo, mi niño, no tienes ningún fuego que apagar, excepto el que
arde en ti, y ese no lo puedes apagar solo —le susurró la matriarca a la vez
que le retiraba con una caricia el pelo de la frente. La tenía empapada en
sudor.
—Entonces ¿qué hago? ¿Llamo a los bomberos? —se burló desdeñoso.
A veces era complicado entender a Nini. O tomarla en serio.
—No es necesario, Jay, los tienes a tu alrededor —replicó muy seria.
Zanjó el asunto dándole un maternal beso y empezó a repartir la merienda.
Jaime miró disgustado su plato y, sin probar nada, lo dejó en la mesa.
—Me apetece más un poco de fruta, ahora vengo. —Abandonó el salón.
Julio lo siguió. Conocía a su hermano. La fruta era solo una excusa para
escapar.
—¿Qué ocurre? —Abandonó la casa tras Jaime, quien había salido para
que la noche invernal le templara los ánimos.
—Nada.
—Jaime...
—Tiene una puta familia, Jules. —Lo miró con los ojos desorbitados.
—Sí, lo he oído.
—Con mogollón de tíos y primos. —El aire salía en resuellos de sus
pulmones.
—¿Adónde quieres ir a parar? ¿Qué es lo que te atormenta?
Jaime cerró los ojos a la vez que negaba frenético.
—Hermano, por favor, habla conmigo —le exigió Julio preocupado—.
Lo solucionaremos entre todos. No estás solo.
—Ya, vosotros sois los bomberos de Nini. —Esbozó una sonrisa
cáustica; sin embargo, los ojos le ardían con una mirada gélida cuando
habló de nuevo—. No solo tengo una madre, Jules. También tengo tíos y
primos.
—Así es —convino este sin saber adónde quería llegar.
—Jethro se pasó los primeros años de mi vida diciéndome que nadie me
quería. Que estaba solo en el mundo, que solo lo tenía a él. Tanto me lo
repitió que lo creí.
—No estabas solo, Jay, me tenías a mí.
—Ya, bueno —sonrió con acritud—. No supe que existías hasta que nos
presentamos en tu puerta cuando tenía siete años y me dijo que eras mi
hermano...
Julio lo miró pasmado, eso era algo que Jaime nunca le había contado.
—Qué hijo de puta —masculló furioso.
—Tengo una familia, Jules —murmuró con la garganta atenazada—.
Jethro no solo me robó a mi madre, también me los arrebató a ellos. —
Cerró los ojos conteniendo la repentina e indeseada humedad que los
emborronaba. Él no lloraba. No servía para nada, lo había aprendido de
niño—. Ojalá supiera dónde está...
—¿Tu familia? Cirila puede llevarte con ellos.
—No. Jethro.
—¿Para qué quieres saberlo? No se te ha perdido nada con él.
—Quiero matarlo. —Desvió la mirada, fijándola en el horizonte.
—No te faltarían motivos, pero no sabemos dónde está. —Lo cual
agradecía. No quería pensar en lo que sería capaz de hacerle a ese
desgraciado si lo tuviera delante—. Olvídate de él. No merece tu tiempo ni
tus pensamientos. Para nosotros está muerto. ¿Entendido? —Le apretó los
hombros al ver que no respondía—. Jaime, ¿de acuerdo?
El muchacho tardó varios segundos en aceptar con un cabeceo.

***

Cirila sintió que su angustiado corazón comenzaba a latir con cierta


normalidad al ver que los hermanos se abrazaban y que, aunque al principio
se resistía, Jaime no tardaba en apoyar la cabeza en el hombro de Julio.
A pesar de ser consciente de que estaba siendo terriblemente
maleducada, incluso grosera, se había acercado a la ventana al verlos pasar,
dejando a Mario con la palabra en la boca. Intuía que algo atormentaba a su
hijo y que Julio trataba de confortarlo. Esperaba que ese abrazo significara
que lo había conseguido. Aunque, de ser así, tal vez el sosiego no le durara
mucho, igual que no le había durado la alegría provocada por sus amigas.
Tan solo el tiempo que tardara en verla. Así había ocurrido cuando había
tratado de unirse a la algarabía, consiguiendo sin embargo borrar de su faz
la alegría.
Intuía que bastaba su presencia para hacerlo desgraciado. No había que
ser muy lista para darse cuenta de que no le era grata. Desde el rígido
abrazo en la pista no había vuelto a tocarla. Apenas la miraba, no le había
dirigido más de dos o tres frases y prefería mirar a Mario cuando hacía sus
preguntas, como si no fuera ella quien las respondiera.
Acarició el helado cristal de la ventana deseando ocupar el puesto de
Julio y ser quien lo abrazara, pero asumía que iba a pasar mucho tiempo
antes de que su hijo se lo permitiera. Y lo aceptaba. Comprendía el motivo
de su desapego. Para él no era nadie. Solo una desconocida que acababa de
volver su mundo del revés.
Quizá habría sido mejor no darse a conocer. Comprobar desde lejos que
era feliz y estaba con gente que lo quería. Tendría que haber desaparecido
sin presentarse. Habría sido mejor para él. Pero era una egoísta que pensaba
solo en su felicidad, y esta pasaba por conocerlo, oír su voz, tocarlo, olerlo.
Llevaba toda la vida añorándolo.
Mientras que él llevaba toda la vida creyendo que lo había abandonado.
—Cirila, ¿estás bien?
Se giró al oír al moreno que le servía de traductor. Asintió con un gesto
temiendo que, si separaba los labios para hablar, rompería a llorar.
—Está siendo muy duro para él —comentó Mario con voz suave—.
También para ti, por supuesto. Pero Jay...
—El monstruo le enseñó a odiarme —lo interrumpió temblorosa—. Yo
le enseñaré a quererme. Dios no me ha traído hasta él para que lo abandone.
5

Poco después, los hermanos regresan al salón y descubren que, si todos los
viajes son agotadores, uno que recorre media Europa lo es más.

Ciri retornó al sofá y, en cuanto se sentó, todos sus músculos parecieron


licuarse y un imparable bostezo le abrió la boca. Se la tapó avergonzada.
—Lo siento, no suelo ser tan maleducada... —Miró contrita a su hijo
mientras Mario traducía sus disculpas. No debía de estar dándole una buena
impresión como madre.
—Por favor, mi niña, no eres maleducada, solo humana. —Nini la
envolvió en un reconfortante abrazo—. ¿Cuánto tiempo llevas viajando?
Resultaron ser tres días con sus noches, pues había atravesado Europa en
bus.
—Debe de estar agotada física y emocionalmente —señaló Julio—.
Pregúntale si tiene algún sitio en el que alojarse —le pidió a Mario.
Cirila bajó la mirada azorada. La sofocaba responder, pues sería
reconocer ante su hijo que había sido descuidada e irresponsable al no
buscar alojamiento al llegar a Madrid. Pero estaba tan impaciente por verlo
que no había pensado en ello.
—Cirila... —Alzó la mirada al oír a Julio, quien estaba frente a ella. El
hombre se acuclilló y dijo algo con un tono mesurado que no acusaba ni
reprendía.
No esperó a que Mario tradujera la pregunta, intuía cuál era esta.
—Buscaré una pensión.
—¡No! —rechazó Jaime cuando Mario les dio su respuesta—. No va a ir
a una puta pensión. —Miró a Julio suplicante. No podía buscar una pensión
a esas horas. No hablaba el idioma, no conocía la ciudad ni sabía moverse
por esta. ¡Estaría desvalida!
—No voy a ofrecer mi casa a una desconocida, Jay —señaló Julio con
voz firme.
Jaime abrió unos ojos como platos.
—¡Claro que no, joder!
Lo último que necesitaba era tener a esa mujer en el piso de su hermano.
Ni de coña quería pasar la noche con ella, los dos solos, pues Mor se
quedaría en Tres Hermanas como todos los sábados y Julio tendría que irse
a trabajar en algún momento. De hecho, eran más de las ocho de la noche,
ya debería estar en el Lirio Negro.
—Pero una pensión... Es tarde, Jules. ¿Y si no encuentra una? ¿Y si las
que quedan son poco recomendables? —planteó preocupado.
—La llevaremos al Heartbreak Hotel —propuso Julio.
—No. Está muy lejos de casa —intervino Mor—. No puedes dejarla sola
en Madrid. Llévala al B&B de Las Rozas, queda a pocos minutos de casa y
está en un entorno tranquilo, rodeado de campo.
Julio miró a Jaime y este cabeceó conforme.
Mario le trasladó la decisión a Cirila y esta se puso en pie a la vez que
negaba con vehemencia. No iría a ningún hotel. Se negaba en rotundo.
—Dile que a Jaime le preocupa que vaya a una pensión, que es él quien
insiste en llevarla a un hotel —le pidió Mor a Mario.
Este lo hizo y Cirila miró con ternura a su hijo antes de volver a negarse
angustiada. Su hijo no debía preocuparse, estaría bien.
Mor la observó con los ojos entrecerrados, la sencillez de su ropa, su
humildad, la pequeña maleta en la que, si no había entendido mal, llevaba
todas sus pertenencias. Le tomó la mano y, tras pedirle a Mario que las
siguiera, la guio a la cocina, lejos de los reunidos en el salón y, sobre todo,
de Jaime. Entonces comenzó a hablar en voz baja, tanto que Mario apenas
pudo oírla para traducir sus palabras.
—Pídele que consienta en alojarse en un hotel o Jay no podrá dormir por
la preocupación.
Cirila negó con un gesto que quedó interrumpido cuando Mor le apretó
la mano instándola a calmarse y escucharla.
—Permítele a Julio cuidar de ti por Jaime. Por favor.
Cirila volvió a negar atormentada cuando Mario le trasladó la petición.
—Julio pagará el hotel, puesto que es él quien lo ha elegido —anunció
Mor.
El intenso rubor que se extendió por la faz de Cirila le dijo que no había
errado en su intuición. A esa mujer no le sobraba el dinero, y dado que
acababa de llegar, tampoco tenía un trabajo con el que obtenerlo.
—Permítele hacerlo. Julio necesita que Jaime esté bien, y no lo estará si
teme por ti. Si todos tememos por ti. Danos la oportunidad de cuidarte. No
estás sola.
Cirila alzó la mirada indecisa y preguntó algo con evidente nerviosismo.
—Quiere saber si mañana iréis a por ella. Si volverá a ver a Jay.
—Claro que sí —respondió Mor compadecida. Le habían robado a su
hijo una vez y ahora que lo había encontrado la aterraba perderlo de nuevo
—. Jaime no va a desaparecer, Ciri, nadie va a alejarte de él. Yo no lo
permitiré. Te prometo que mañana iré a buscarte y te traeré aquí con él. —
Esperó a que Mario tradujera—. Dile que cada día la llevaré con su hijo y
que le enseñaré a moverse por Madrid para que sea autosuficiente y no
dependa de mí ni de nadie. —Le apretó las manos con complicidad.
Cirila sonrió con timidez antes de aceptar su propuesta, advirtiéndole,
eso sí, que solo sería para esa noche, pues al día siguiente buscaría una
habitación de alquiler.
Mor sonrió complacida, Cirila andaría escasa de dinero, pero de lo que
no carecía era de orgullo. Parecía tímida y vulnerable, incluso apocada, pero
en realidad tenía una fuerza interior que le había permitido sobreponerse a
un abuso terrible y buscar a su hijo contra viento y marea cuando no había
esperanzas de hallarlo.
La abrazó y regresaron al salón para despedirse de todos antes de partir.
En el exterior, la oscuridad era total, hacía un frío espantoso y la niebla
que cubría la dehesa era tan densa que podía cortarse con un cuchillo. Mor
y los hermanos guiaron a Cirila al coche y, cuando Jaime fue a ocupar el
asiento del pasajero, se topó con Mor, que pretendía hacer lo mismo.
—¿Qué haces? —La miró confundido.
Era sábado, noche de chicas. Y al día siguiente era Nochevieja y las
hermanas iban a preparar la cena. Llevaban semanas planeándolo. Beth
haría las compras de última hora mientras Nini y Mor se ocupaban de la
cocina y Sin se mantenía alejada de los fogones para no provocar un
desastre con su ineptitud culinaria.
—Voy con vosotros —dijo Mor.
—Ni de coña. Tú te quedas aquí con Nini y Beth —rechazó Jaime.
—No voy a dejarte solo en casa esta noche.
—Tranquila, santa Mor, no pienso acercarme al piso de Jules —resopló
burlón.
—¿Y entonces qué harás? —le reclamó Julio.
—Lo mismo que todos sábados —respondió—, salir a pasarlo bien y, si
tengo suerte, echar un par de polvos.
—¿Irás con Sin? —quiso saber Julio. Sin y su hermano solían salir
juntos, aunque luego acabaran la noche con otras personas. O los dos solos
y revueltos, si les apetecía. Tenían ese tipo de amistad sin barreras que les
permitía acostarse entre ellos o con otros sin que les supusiera ningún
problema.
—Paso —objetó Jay—. Acabaríamos hablando de Cirila y no tengo
ganas de seguir con el tema. Quiero dejar pasar el tiempo sin pensar en
nada.
—Preferiría que salieras con Sin —apuntó Julio—. No es una noche para
que estés solo, Jaime.
—Y yo prefiero no hacerlo, ¿vale? —replicó malhumorado.
Necesitaba olvidarse de lo ocurrido, sentir que volvía a pisar tierra firme
en lugar de arenas movedizas, y para eso era imprescindible alejarse de
todos, en especial de la desconocida que lo miraba preocupada desde el
asiento trasero.
—Como quieras, hermano —aceptó Julio tras mirar a Mor y asentir con
un gesto.
—Joder, odio que hagáis eso.
—¿El qué?
—Leeros la puta mente... —Ocupó el asiento del pasajero—. Te veo
mañana, Mor.
—Pórtate bien con tu hermano y no hagas el idiota —le ordenó esta
impidiéndole cerrar la puerta. Invadió el coche para darle un beso antes de
que pudiera escaquearse.
—No voy a hacer el idiota.
—Tienes dieciocho años, estás cabreado, acaban de poner tu mundo
patas arriba y te niegas a que estemos a tu lado. Por supuesto que vas a
hacer el idiota. Ya lo estás haciendo. Solo espero que no vaya a más —le
advirtió con mirada acerada.
Jaime soltó un resoplido y se abrochó el cinturón de seguridad dando por
zanjada la conversación.
Media hora después estaba en el vestíbulo del hotel, esperando a que su
hermano acabara los trámites para alojar a Cirila. Fue en ese momento
cuando descubrió que tenía al menos una cosa en común con su madre. Los
dos eran tercos como mulas.
Cirila se negaba a que Julio pagara más de una noche de hotel y no había
manera de convencerla de lo contrario, a pesar de que este insistía en
costear al menos una semana para que pudiera buscar con tranquilidad un
lugar en el que alojarse.
Y en eso llevaban un buen rato, discutiendo uno con la otra utilizando de
traductor al agobiado recepcionista del hotel, que apenas hablaba alemán.
Demasiado para Jaime, que se estaba asfixiando allí encerrado, oyendo a
esa mujer hablar en un idioma que no comprendía y que la hacía parecer
aún más extraña, inverosímil e irreal. Le resultaba más fácil creer en seres
azules que montaban reptiles alados que aceptar que esa desconocida era su
madre. A las madres reales no les robaban a los hijos ni se esfumaban
durante años para aparecer como por arte de magia contando historias
espantosas y mirando a sus hijos con la misma desesperación que Gollum
miraba el anillo único.
Esa escena, todo el día en realidad, parecía sacada de una absurda novela
gótica del siglo XVIII, y le había tocado la puta mala suerte de vivirla a él.
—¡Basta ya, joder! —estalló al ver que Cirila seguía en sus trece—. Si
no quieres que Jules te pague el puto hotel, haberlo pensado antes de
presentarte en la Venta con una mano delante y otra detrás, hostia —la
increpó furioso—. Ahora te jodes y te aguantas, como hacemos todos. Coge
tu puta maleta, cierra la boca y ve a la puñetera habitación.
—Jaime, no le hables así —lo regañó Julio.
—¡¿Por qué no?! ¡¿Qué más da lo que le diga?! —jadeó frenético—.
¡No importa una mierda porque no se entera de nada! ¡Es como si estuviera
hablando con una extraterrestre! ¡No nos entiende, joder! —Los labios le
temblaban de pura rabia.
—Tampoco nosotros la entendemos a ella y no por eso pierde la
compostura y grita —señaló con serenidad—. Esta incomodidad es
recíproca, Jay. Dudo que a Cirila le guste no poder comunicarse. Y, aunque
no entienda tus palabras —clavó una admonitoria mirada en él—, sí capta
tu tono y ve tu expresión, y te aseguro que tu cara habla más claro que
cualquier cosa que puedas decir.
—¡Joder! —Tragó el aire a bocanadas y aun así no había suficiente. Se
asfixiaba.
—Hermano, por favor, tranquilízate.
—Jamme...
Jaime se obligó a mirarla y casi acabó con él ver una lágrima resbalar
por su mejilla. Lloraba en silencio, con la misma suavidad y discreción con
que lo hacía todo. Desvió la vista a los ascensores y se esforzó en recuperar
la calma que había perdido hacía horas. Cuando volvió a mirarla, Cirila se
estaba registrando en el hotel.
—Ha aceptado que abone la habitación una semana —le dijo Julio—.
Desearía que la hubieras convencido de otra manera.
—Y yo preferiría que hablara mi idioma, pero es lo que hay. —Encerró
las manos en los bolsillos y las mantuvo allí a pesar de lo mucho que lo
atraía la idea de golpear la pared hasta que el dolor en los nudillos cubriera
el que le atravesaba el pecho.
La había hecho llorar, joder. Era su madre. Se suponía que los hijos no
hacían llorar a sus madres. Claro que también se suponía que los hijos
querían a sus madres y él era incapaz de sentir nada por esa mujer.
—Ya está, ¿no? —Chasqueó la lengua—. Pues nada, nos vemos mañana.
—Se acercó a Cirila y se obligó a darle un beso fugaz en la mejilla antes de
enfilar a la puerta giratoria que lo llevaría a la ansiada libertad.
No se paró al cruzarla, sino que siguió caminando con febril rapidez sin
importarle avanzar por la vía de servicio que daba acceso al hotel, a pocos
metros de los coches que circulaban veloces por la A6. No recuperó la
razón hasta que lo sobresaltó el claxon de un camión que aceleraba para
incorporarse a la autopista.
Se internó entre los árboles que servían de barrera acústica a los chalets
cercanos y entonces oyó el móvil. Era su hermano. Respondió y este le
reclamó, en tono poco amable, que le dijera dónde estaba. Le mandó su
ubicación y siguió andando. Poco después, un coche se paró a su lado y
Julio abrió la puerta cortándole el paso.
—Sube.
—Necesito andar un rato.
—Me parece perfecto, pero no por una urbanización en mitad de la
noche, como si fueras un merodeador.
Jaime lo miró malhumorado y subió al coche.
—¿Dónde quieres que te lleve? —Jay se encogió de hombros—. ¿Te
apetece que vayamos a tomar algo y charlamos un rato? —propuso
entrando en Las Rozas. Jaime negó con un gesto—. ¿Te acerco a Tres
Hermanas, con Canela?
—¿Para que le cuente mis neuras? —se burló—. No me jodas, Jules.
Déjame en el Lirio y ya veré adónde me muevo.
—Como veas, pero recuerda que soy mi propio jefe, Jay, puedo coger la
noche libre e irnos a dar una vuelta por...
—Quiero ir a mi bola, Jules —lo cortó.
—No me hace ni puñetera gracia dejarte solo —protestó—. Pero si es lo
que quieres, eso haré. Eso sí, prométeme que me mandarás mensajes para
mantenerme informado de que sigues vivo, ¿vale? No me apetece sufrir un
infarto por la preocupación.
—Mira que eres agonías, Jules.
—Viene incluido en el papel de hermano mayor. —Le revolvió el pelo.
—Eh, no me despeines, capullo —rezongó Jaime con un atisbo de buen
humor.
—Eso también viene en el papel de hermano mayor. —Se lo revolvió de
nuevo aprovechando que estaban parados en un semáforo en rojo.
Jaime le dio un manotazo, Julio lo paró y le soltó un pellizco. Jaime
lanzó un ataque directo a las joyas de la familia. Julio lo atajó y le devolvió
el golpe. Jay saltó apartándose. El coche que estaba detrás pitó, pues el
semáforo había cambiado a verde. Julio avanzó y en ese momento el móvil
de Jay zumbó anunciando que había recibido una notificación de Instagram.
Lo ignoró, apenas usaba esa aplicación. Sus amigos —o, mejor dicho,
amigas, pues solo tenía dos personas en esa categoría: Sin y Rocío— lo
sabían, y cuando querían algo lo mensajeaban.
Antes de que pasaran diez segundos, el móvil volvió a zumbar
anunciando más mensajes. Jaime frunció el ceño y, movido por la
curiosidad, lo sacó del bolsillo.
—¿Quién es? —curioseó Julio al ver su gesto de desconcierto.
—No tengo ni pajolera idea. —No conocía a nadie con una cuenta
llamada «Irisadas».
—¿Qué te venden? —resopló Julio, intuyendo que era algún tipo de
publicidad.
—No lo sé... ¿Un as en la manga? —Observó aturdido la foto en la que
se veía un as de corazones pintado en una servilleta de bar saliendo de la
manga de una camisa. Entró en la cuenta, pero era privada, por lo que solo
pudo ver el avatar, que era un castillo de cuento de hadas. Le llegó un nuevo
privado—. ¿Qué coño...?
—¿Qué pasa?
—Me pregunta si sigue en pie la apuesta y me manda una dirección.
—¿Quién?
Jaime tecleó la pregunta y recibió otra foto en respuesta.
—No me jodas... —Una sonrisa auténtica afloró a sus labios al ver a la
morena de ojos eléctricos junto a la delicada rubia, poniéndole morritos
desde la barra de un pub—. ¿Puedes acercarme al barrio de las Letras?
—¿Te ha salido plan para esta noche?
—Eso parece. —Le enseñó la foto a la vez que esbozaba una sonrisita
traviesa.
Julio sintió que parte de su angustia se desvanecía al ver su sonrisa.
Fueran quienes fuesen esas beldades, habían hecho desaparecer la sombra
en la mirada de su hermano.
—No sé qué apuesta tienes con ellas, pero espero que la ganes...
—No me jodas, Jules, ¿cuándo he perdido yo una apuesta?
—Sí que te lo tienes creído, chaval.
—Porque puedo.
Veinte minutos después, Julio paraba en el paseo del Prado. Retuvo a
Jaime antes de que saliera del coche.
—¿Estarás bien? —Lo miró muy serio.
—No estaré mal.
—Con eso tendré que conformarme, pero...
—Te contactaré si necesito cualquier cosa, lo juro. Si me aburro, si no
encuentro un taxi para volver o si me tiro un pedo épico y me llevan a
comisaría por intoxicar a toda la sala te llamaré, ¿de acuerdo?
—Hazlo —replicó Julio sin seguirle la broma.
Jaime asintió y salió del coche.
Julio lo vio internarse en el barrio de las Letras, pero no arrancó, sino
que esperó por si acaso lo pensaba mejor y regresaba. Aunque sabía que eso
no ocurriría.
Jaime había crecido acostumbrado a la soledad, era un chico introvertido
y hermético a la hora de compartir sus sentimientos y sus miedos. No era de
los que se abrían fácilmente, más bien al contrario. Y Julio sabía que
necesitaba estar solo para digerir lo que le había pasado. Pero, joder, qué
difícil era dejarlo ir.
6

Cuando nuestro protagonista entra en el pub y se queda pasmado.

Jay miró a su alrededor con la boca abierta. Era consciente de que debía de
parecer idiota, pero no podía cerrarla, tan asombrado estaba. Acababa de
entrar en... otro mundo.
El pub tenía un ambiente esotérico, bajo la tenue iluminación se
acumulaban imágenes de santos, cruces de neón, esqueletos, velas a medio
derretir y flores secas. Al fondo, una pitonisa con túnica, turbante y bola de
cristal echaba las cartas. Si no hubiera sido por la música moderna a todo
volumen, creería que había cruzado un portal espaciotemporal y aparecido
en un garito vudú de la Nueva Orleans del siglo pasado.
Se adentró indeciso buscando a la morena de ojos eléctricos.
—¡Morritos de fresa! ¡Has venido!
Alguien lo aferró por la cintura pegándose a su espalda, su aliento le
acarició la oreja. Jaime se giró para ver a su captora. Era ella, con la boca
curvada en una de sus sempiternas sonrisas. Se quedó quieto, le gustaba
sentir sus dedos sujetándolo.
—¿Qué has dicho? —gritó para hacerse oír.
—Que has venido. Desde luego, soy de un perspicaz... —Se rio de su
obviedad y dio un paso atrás, poniendo distancia entre ellos y soltándolo.
—No, si eso lo he pillado, me refiero a lo que has dicho antes...
—Ah, Morritos de Fresa. Te va como anillo al dedo, o como fresa a la
boca. —Volvió a reírse a la vez que le acariciaba los labios con la yema del
pulgar al más puro estilo chico Martini—. Tienes unos labios adorables...
—Yo más bien diría que besables —señaló él envolviéndole la cintura.
—¿Saben a fresa?
—Tendrás que comprobarlo.
—Uy, no, jamás beso a un chico en la primera cita —sonrió traviesa.
—Esto no es una cita —señaló Jaime.
—Bien visto. —Y, sin más, le lamió la boca para acto seguido apartarse
y chasquear la lengua con desaprobación—. Qué desilusión, no saben a
nada.
—No los has probado bien. —Se inclinó sobre ella. El beso, si es que se
lo podía llamar así, había sido tan rápido e inesperado que no le había dado
tiempo a saborearla.
Ella lo paró empujándolo con las manos en el pecho.
—No corras tanto, Morritos.
—Jay.
Ella enarcó una ceja.
—Ese es mi nombre, Jay. En realidad, Jaime, pero solo mi hermano y mi
jefe me llaman así.
—Me gusta. —Cabeceó complacida—. Morritos Jay. Suena genial.
—Eh, no. ¡Quita el «Morritos»!
—Claro. —Echó a andar hacia un rincón con dos sofás en «L» rodeando
una mesa en donde estaban la rubia y un hombre joven con una tupida
melena castaña hasta los hombros que le daba aspecto de surfista.
La morena se sentó en el mismo sofá que la rubia, dejando un espacio
entre ambas.
Jaime se apresuró a ocuparlo y las miró apreciativo. Eran
impresionantes, cada una en su estilo. La rubia vestía unos leggins
encerados plateados y un jersey de pelo negro con un profundo escote en
pico que evidenciaba, además de la ausencia de sujetador, que estaba plana
como una tabla de planchar. Unas botas moteras sin anudar, estrellas de
purpurina enfatizando sus pómulos y brillo labial plateado completaban su
outfit. La morena había optado por la sencillez con unos ceñidos vaqueros
negros y un ajustado jersey de punto blanco que no le tapaba el ombligo. El
pelo suelto y alborotado, la cara limpia de maquillaje y su maravillosa
sonrisa completaban su imagen. Y, a pesar de que su estilo era menos
efectista que el de su amiga, a Jaime lo impactó el triple. Antes de que
acabara la noche se comería esa sonrisa.
—Chicos, este es Morritos Jay —le presentó la morena a sus amigos.
—Jay a secas —corrigió Jaime.
—¿Qué pasa, Morritos? —lo saludó el hombre mientras alzaba la mano
—. Yo soy Repe.
—¿Repe? —coreó Jaime; debía de haberlo entendido mal.
El hombre asintió con un gesto.
—Es abreviatura de «Repetido». Me lo puso de niño —señaló a la
morena— y con él me quedé. Y no me quejo, es mejor que el suyo: Sardi.
—Miró a la rubia.
—No me digas que no tiene cara de sardina —apuntó la morena
metiendo los pómulos como si fuera un pez. Jaime apenas pudo contener la
carcajada.
La rubia puso los ojos en blanco a la vez que negaba con gesto hastiado.
—¿No habías ido a ayudar a Repe a traer las copas? —le reclamó a la
morena. Más que oírla, leyeron sus labios, pues la música estaba a un
volumen brutal.
—¡Miércoles! He visto a Morritos y me he despistado... —se disculpó.
—Cómo no... Ya voy yo —resopló Sardi.
Jaime la miró confundido, Repe estaba sentado con ellos... La siguió con
la vista hasta la barra, donde se paró junto a un hombre que intentaba
abarcar cuatro vasos en las manos. Le cogió dos y regresó con él a la zaga.
Y Jaime entendió el porqué del mote. El tipo era clavado al surfista del sofá
colindante: castaño, ojos rasgados, nariz chata, labios gruesos. Joder, si
hasta vestían igual: vaqueros, camisa oscura y deportivas.
—Sois gemelos... —le comentó Jaime a Repe.
—Desde que nacimos, tío. Cosas de la vida. —Tomó una de las copas
que su hermano dejó en la mesa—. Eh, Repe, este es Morritos Jay.
—¿Qué pasa, Morritos? —lo saludó el segundo Repe.
—No, quita el «Morritos» —le pidió Jay confundido. ¿Repe había
llamado «Repe» a su gemelo? ¿Se llamaban igual? ¡Por favor, qué jaleo!
—Como quieras, Morritos. ¿No tienes copa? Pues lo llevas claro, la
barra está petada, casi media hora me he pegado para que me sirvieran —
gruñó.
—No hay problema, compartiré mi poción con Morritos. —La morena
tomó uno de los vasos de la mesa y se lo acercó a Jay.
Este se lo agradeció con un gesto y dio un trago. Los ojos se le abrieron
como platos. Sabía a...
—¿Es un san francisco? —La miró pasmado. Ese cóctel no tenía ni gota
de alcohol.
—Sí, es mi bebida favorita. ¿Está bueno?
—Eh, sí, muy... frutal. Voy a por un Puerto de Indias con tónica. —Se
puso en pie. Esa noche necesitaba algo que le aligerara el ánimo. No era
que pretendiera emborracharse, pero no le vendría mal anestesiar un poco la
mente.
—Llévate a Sardi, si consigues que le guiñe un ojo al camarero seguro
que os atiende rápido —le aconsejó guasón el primer gemelo.
La rubia miró al repetido y, sin mediar palabra, le enseñó la mano
derecha e hizo girar con la izquierda una manivela imaginaria con la que
levantó el dedo medio.
Jaime sonrió y enfiló a la barra. Cuando regresó un buen rato después, su
humor se había agriado debido a que el camarero atendía antes a las chicas,
sin importar que acabaran de acodarse en la barra. Y, claro, Jaime no era
una chica, pero Sardi sí, y bien guapa, confirmó por enésima vez echándole
una intensa mirada. Seguro que si lo hubiera acompañado lo habrían
atendido al instante.
—Ni lo intentes, Morritos, ya te dije que Sardi es hetero hasta la médula
—le advirtió socarrona la morena cuando se sentó entre ellas.
Sardi puso los ojos en blanco. Debía de ser su gesto favorito, pues lo
utilizaba cada dos por tres.
—Ya, bueno, yo también lo soy, así que coincidimos —convino él
guiñándole un ojo a la rubia. Esta sacudió la cabeza con gesto aburrido y se
puso a hablar con los Repes.
—No sabes cuánto —apuntó la morena con risa traviesa—. No te
imaginaba tan alto.
—¿Perdón? —Esa mujer cambiaba de tema más rápido que un político
de chaqueta.
—A caballo parecías normalito, pero de pie eres superalto. ¿Cuánto
mides?
—Uno noventa y algo.
—Yo uno setenta y dos, cuando me decida a besarte tendré que subirme
a una caja para llegar a tu boca. —Frunció el ceño.
—Estaré encantado de agacharme para ahorrarte la molestia, reina.
—Muy amable, corazón —replicó burlona—. ¿Sabes que tienes un culo
de infarto? Lástima no habértelo visto esta mañana, cuando estaba
enfundado en los pantalones de montar: con lo ajustados que son tiene que
ser una delicia para la vista.
—Ah, ¿gracias? —musitó Jay sintiendo las orejas arder.
—Eres una monada, se te han puesto las orejas rojas. ¿En qué lugar has
quedado?
—¿Perdona?
—En el concurso, ¿has pillado medalla?
—No —masculló Jaime disgustado, pues el peso de lo ocurrido ese día
cayó de nuevo sobre él. No tenía ni idea de cómo había acabado el
concurso, la aparición de su madre lo había vuelto todo del revés,
cambiando sus prioridades y sus preocupaciones.
—¿Pasa algo? —indagó la morena intrigada por su gesto.
—No. Qué va. —No le apetecía contarle sus mierdas a nadie, menos aún
a ella—. Oye, ¿cómo te llamas, reina?
—Iris, guapetón. —Se rio—. Los apellidos no te los digo porque no me
apetece. Y como sé que te va a interesar, te informo de que no tengo pareja
ni quiero tenerla. No es que no crea en el amor...
—Sí cree, ya te lo digo yo —intervino un Repe. Él y su gemelo estaban
repantigados en el sofá como si estuvieran en su casa jugando a la consola.
—Pues claro, lo que pasa es que soy muy exigente y no me conformo
con nada inferior a un príncipe azul cielo.
—¿Azul cielo?
—Sí, el azul oscuro no me gusta, es muy serio. —Disparó una sonrisa
que abarcó toda su cara y fue directa al pecho de Jaime, donde su corazón
se saltó un latido.
—Y no te olvides del dragón... —resopló Sardi. Reclinada con un pie
bajo el trasero, una mano olvidada en su regazo y la otra colgando con
elegante indolencia del respaldo del sofá, parecía Afrodita bajada del
Olimpo para aburrirse junto a los simples mortales.
—¿Tu príncipe azul celeste debe matar un dragón? —se carcajeó Jay.
—¡No! Pobre lagarto. No quiero asesinatos en mi conciencia. Solo tiene
que vencerlo. —Se quitó las deportivas de dos patadas y cruzó las piernas
estilo indio en el sofá.
—No es fácil encontrar un dragón hoy en día —apuntó Jaime.
—¡Claro que no! ¿Por qué te crees que vencerlo es condición sine qua
non para que el príncipe me enamore? —lo exhortó Iris pizpireta.
Jay negó con un gesto, esa conversación era tan rara que se perdía.
—Si el príncipe no vence al dragón, no tiene ninguna oportunidad de
conquistar su corazón, ergo si no hay dragón no hay posibilidades de que
aquí mi amiga se enamore —explicó un Repe.
—Es una estrategia cojonuda para esquivar relaciones —sugirió el otro.
—Lo que os gusta el drama... —comentó Sardi con gesto hastiado y voz
grave.
—No bebo alcohol, no me drogo y no suelto tacos... —continuó
describiéndose Iris como si no hubieran hecho ningún inciso para hablar de
dragones y príncipes.
—Pero eso no significa que sea una niña buena —apuntó uno de los
Repes con guasa.
—Exacto, solo significa que las apariencias engañan, así que no te fíes
de mi carita angelical, puedo ser muy peligrosa. —Dobló la rodilla contra el
pecho y apoyó la barbilla en ella.
—Lo es —señaló el otro Repe.
—Me faltan cuatro meses para cumplir los veintidós y resido en Madrid,
aunque me paso más tiempo fuera que dentro —finalizó Iris su descripción.
—¿Fuera de dónde? —preguntó Jay confundido.
—De Madrid. Me encanta viajar, lo hago por trabajo y por ocio. De
hecho, pasado mañana me voy a Alemania un par de meses.
—¿En serio? —Ella asintió—. ¿Hablas alemán? —indagó interesado.
—¡Qué va! —Se rio a la vez que ponía un pie bajo el trasero y cruzaba la
otra pierna sobre la que tenía doblada en un nudo imposible.
Jay pensó que esa mujer era la demostración gráfica de la expresión culo
de mal asiento.
—¿No te da reparo ir a otro país sin saber el idioma? No te vas a poder
comunicar —planteó, Cirila muy presente en la pregunta.
—A esta loca no le da reparo nada —intervino un Repe.
—Porque no tiene cabeza. Me voy a mear —soltó Sardi saltando del
sofá.
—Ve al de chicas —le pidió el otro Repe. Sardi le enseñó el dedo medio.
—Tanto como nada... —Iris se cruzó de piernas estilo indio y apoyó los
codos en las rodillas y la barbilla en las manos—. Algo habrá que me
asuste, cuando lo descubra te lo cuento. Lo que no me da ni una pizca de
reparo es viajar. En las centrales, los ingenieros y los técnicos hablan inglés
o francés y domino ambos idiomas. Y cuando salgo de fiesta si no me
entienden uso la mímica. Solo necesito siete gestos para salir triunfante en
cualquier situación. ¿Te los enseño?
Sin esperar respuesta, asintió con la cabeza enseñándole el primer gesto.
En el segundo hizo lo contrario: negó. Para el tercero y el cuarto formó una
«C» con la mano, como si cogiera un vaso, y fingió beber, luego juntó la
punta de los dedos y se los llevó a la boca pidiendo comida. En el quinto
aferró entre pulgar e índice un bolígrafo imaginario y escribió en el aire con
el gesto universal de pedir la cuenta.
—¿Y el sexto y el séptimo? —inquirió Jaime al ver que se detenía.
—Esos son los más importantes, el sexto es el que da más vidilla —dijo
antes de lamerse la boca y lanzarle un beso en un gesto claro de que quería
tema con él.
Jaime se acercó para tomarle la palabra y besarla. O intentarlo, porque
ella le apartó la cara esbozando una sonrisita endiablada.
—Y el séptimo es el que deja claro que una propuesta no me interesa —
apuntó ella antes de cerrar la mano dejando fuera el dedo medio en una
peineta perfecta.
Jaime estalló en carcajadas. Desde luego, esos siete gestos hacían posible
una comunicación rudimentaria pero eficaz.
—¿A qué te dedicas? —le preguntó a gritos para hacerse oír por encima
de la música cuando se calmó su ataque de risa.
—Es complicado de explicar, trabajo en diferentes campos de estudio
para el almacenamiento, investigación y mejora de nuevas fuentes de
energía renovables que puedan sustituir a las actuales.
—Eres muy joven para eso, ¿no? —La miró incrédulo.
—Acabé la carrera el año pasado y ahora estoy en prácticas en una
empresa internacional que, cuando no me tiene trabajando en algún
proyecto en España, me envía fuera del país a cursillos. Me pagan una
mierda, pero viajo gratis por Europa, así que me compensa.
—¿Te has sacado una carrera con veintiún años? No me lo creo, reina,
vete a otro con ese cuento —resopló receloso.
—¿Desconfías de mi palabra? —Enarcó una ceja con fingido disgusto
antes de esbozar una abierta sonrisa—. Haces bien, no me conoces de nada,
puedo ser una mentirosa compulsiva. O peor aún, una asesina en serie que
quiere llevarte al huerto para, tras saciarme de ti, matarte... —Puso cara de
malvada.
—Si eso me permite follarte, merecerá la pena arriesgarse —replicó Jay.
—¿Te he dicho que me atraen los hombres osados y valientes? —Apoyó
la barbilla en los nudillos, una sonrisa coqueta brillando en sus labios.
—Yo lo soy. —Se acercó a su boca.
—Lo tendré en cuenta en el futuro. —Irguió la espalda alejándose—. Te
toca.
—¿Qué me toca?
—Yo no, por descontado. —Se rio al ver su confusión—. Háblame de ti.
—Me llamo Jay, tengo dieciocho años, resido en Madrid, estoy soltero y
sin compromiso, y así quiero permanecer hasta que me vaya al otro barrio.
Soy profesor de equitación y escritor en ciernes. —Se sorprendió al decir lo
último, pues solo sus allegados sabían que escribía. Pero si esa tía podía
decir que hablaba dos idiomas y tenía una carrera, él podía soltar que era
escritor. Además, no mentía. Lo era. O lo sería.
—¡Pero si eres un bebé! Madre mía, si aparentas veinticinco —dijo
pasmada.
Era un hombre guapísimo de cara angelical, ojos grises y boquita de
fresa. Su cuerpo, de músculos definidos pero no exagerados, era digno de
una estatua de la Grecia clásica. Desde luego, no era el físico escuálido y a
medio formar de un adolescente. Pero no era eso lo que lo hacía parecer
mayor. Eran sus ojos. Tenía una mirada acerada y llena de fuerza que
albergaba madurez y carecía de la inocencia y la ingenuidad de la juventud.
—No soy un bebé, te lo demuestro cuando quieras, preciosa. —Le tiró
un beso.
—¿Ya estamos otra vez con las insinuaciones sexuales, guapetón?
—Tengo una apuesta que ganar... —Le guiñó un ojo.
—¿Qué planeas hacer para ganarla? —Bajó la voz y Jaime tuvo que
acercarse para oírla, lo cual le parecía estupendo, la verdad.
—Por lo pronto, no pienso enfrentarme a ningún dragón —apuntó en su
oreja.
Iris se estremeció al sentir su aliento contra la piel.
—Eso me interesa. —Se giró para quedar enfrentada a él con los pies
bajo el trasero—. ¿Seguro que no te rajarás y acabarás buscando uno? —Lo
miró recelosa.
—Seguro. No soy un príncipe.
—Cada vez me gustas más. Casi estoy por darte una oportunidad,
siempre y cuando me prometas que jamás te vestirás de azul cielo. —Sus
labios se curvaron descarados.
—Ni de coña, mi color es el negro. —Se cernió sobre ella. Iba a besarla.
Ya. No aguantaba un segundo más sin probarla.
—¡Iris..., problemas en el baño! —gritó uno de los Repes.
Ella giró la cara antes de que Jay tuviera tiempo de besarla.
—¡Miércoles! —Lo apartó de un empujón, saltó al suelo y se calzó.
—¿Qué coño...? —jadeó Jay cabreado al ver que su presa se escapaba.
—Mira que le he dicho que fuera al de chicas —resopló un Repe sin
moverse del sofá. El otro tampoco hizo intención de seguir a Iris.
—Bébete la copa, Morritos —le aconsejó uno—. Iris va a hacer una
irisada.
—Lo que significa que están a punto de echarnos... —suspiró el otro.
Jay los miró pasmado y buscó a Iris con la vista, la encontró junto a los
aseos. Allí estaba la rubia, acorralada contra la pared por un par de tipos
que parecían indecisos entre besarla o agredirla. Quizá ambas cosas.
—Joder. —Saltó para ir a ayudarlas, pero un Repe lo agarró
impidiéndoselo.
—Quédate quieto, tío, no la líes más. Si se ocupa Iris, lo mismo hay
suerte y no se monta la de Dios es Cristo, los gorilas suelen hacer la vista
gorda cuando son las chicas las que pegan, pero si vas tú sí que se va a liar...
Jaime lo miró pasmado. ¿Qué tipo de amigo era ese? Se zafó de un tirón
y enfiló al aseo. No había dado tres pasos cuando Iris agarró a uno de los
tipos y, con una llave sacada de una película de Bruce Lee, lo tumbó.
Cuando el otro fue a por ella, saltó girando sobre sí y le pegó una patada en
el pecho que lo lanzó contra la pared. El tipo resbaló atontado hasta el
suelo.
—Ya están noqueados, coge tu chupa y vámonos —lo instó un Repe
echándole la cazadora al hombro a la vez que lo empujaba hacia las chicas.
Llegaron junto a ellas, que estaban discutiendo con el dueño del pub.
Aunque en realidad era Iris quien discutía mientras Sardi trataba de
apaciguar los ánimos. Los Repes agarraron a la morena y, deshaciéndose en
disculpas, la sacaron del local.
—Mira que te he dicho que entraras al de chicas —acusó un Repe a
Sardi.
—No voy a entrar en el de las chicas si no lo soy —gruñó este.
Ahora que ya no había música atronadora atacando sus oídos, Jay
comprobó que la voz de Sardi era eminentemente masculina. Ronca y
grave, imposiblemente sexy y tan suave y delicada como todo en él.
—Ya, pero cada vez que entras en el de los tíos tenemos lío —señaló un
Repe.
—No siempre, solo cuando nos topamos con inserte palabrota
intolerantes de inserte palabrota con el cerebro cuadriculado y la empatía
bajo mínimos —apuntó Iris.
—¿Qué? —Jaime la miró aturdido.
—Solo cuando nos topamos con jodidos intolerantes de mierda —
tradujo el otro Repe. ¿O era el mismo? Jay era incapaz de distinguirlos.
—Tengo hambre, ¿os ape un búrguer? —preguntó Iris frotándose la
tripa.
—Paso de comida basura, he tenido mierda de sobra por esta noche —
gruñó Sardi—. ¿Vamos a La Mamona?
—Por nosotros, vale —aceptó un Repe en nombre de los dos—.
¿Morritos?
—Vale —aceptó Jay sorprendido por el nombre del restaurante.
Dicho y hecho, cogieron el Sandero y fueron al que resultó ser uno de
los restaurantes de moda madrileños.
Nada más ver el sitio, Jay supo que no los dejarían entrar sin reserva y
sin cantidades ingentes de dinero, algo de lo que él carecía. Se equivocó.
Sardi tenía enchufe. Era amigo del dueño, a quien había conocido
desfilando para la colección femenina de un diseñador en ciernes. Tomaron
una cena digna de reyes en el transcurso de la cual Jay descubrió que Sardi
era un chico hetero con un marcado lado femenino que le gustaba explorar,
algo que le había acarreado algún que otro disgusto. También descubrió que
los gemelos eran unos gamberros de cuidado a los que les encantaba
confundir a la gente y que iban a muerte con Iris y Sardi.
Los cuatro eran un todo. Se conocían desde bebés y eran inseparables.
Tanto que, donde fuera uno, iban todos, y eso incluía los viajes —
nacionales e internacionales— de Iris y el nomadeo por las pasarelas de
Sardi, que en realidad se llamaba Sabino. Los Repes, Jorge y Juan, eran
programadores, ergo podían trabajar desde cualquier lugar con conexión a
internet; Sardi era diseñador gráfico y solía desfilar en colecciones
femeninas. Iris era ingeniera de la energía especializada en gestión,
distribución e integración de las energías renovables y nuclear. Era un
cerebrito que se había sacado la carrera acabando la primera de su
promoción y ahora estaba haciendo un máster que le sufragaba la empresa
para la que trabajaba, que también la mandaba a cursos en instituciones
punteras del sector, de dentro y fuera de España.
7

Tras la cena, a nuestros chicos y chica se les plantean dos alternativas: A)


dar la noche por finalizada y regresar a casa o B) seguir de fiesta. ¿Qué
diríais que hicieron? ¡Premio! Lo habéis adivinado. Tampoco era muy
difícil, que no se os suba a la cabeza.

¿Cuáles eran los síntomas de falta de riego sanguíneo en el cerebro?, pensó


Jay paralizado en la pista de baile. Estaría bien saberlo para estar preparado
y llamar una ambulancia si entrara en riesgo de sufrir un infarto cerebral por
sobreexcitación testicular. Porque, a ver, llevaba media noche con la polla
como una viga, lo que significaba que toda la sangre de su cuerpo se
acumulaba allí en lugar de en su cerebro. Y no había visos de que esa
situación fuera a cambiar pronto. Al menos, no mientras tuviera ojos —no
estaba por la labor de arrancárselos— e Iris y Sardi continuaran bailando
como lo hacían.
Eran una bomba sexual. Se mecían la una contra el otro, Iris le
restregaba el trasero por la entrepierna a Sardi y al instante siguiente era
Sardi quien, acoplando el paquete a la pierna de Iris, bajaba hasta casi tocar
el suelo para luego subir despacio, sus pómulos afilados resbalando por el
costado femíneo hasta quedar de nuevo en pie frente a ella. Se dieron las
manos entrelazando los dedos y las subieron al cielo, el pecho de Iris
frotándose contra el de Sardi mientras sus bocas se buscaban sin
encontrarse. Y si ya era excitante verlos bailar sabiendo que él era un chico,
Jaime no quería ni pensar en lo empalmados que estarían los tipos que los
miraban babeantes pensando que eran dos tías.
Uno de esos personajillos se les acercó con gesto depredador y paso
oscilante y trató de unirse al baile. Lo ignoraron con el sencillo método de
darle la espalda. Al tipo no debió de sentarle bien el rechazo porque, sin
mediar palabra, agarró a Sardi por el codo y lo hizo girar con brusquedad a
la vez que le apretaba el culo. Al instante siguiente desapareció. Así, como
por arte de magia. O eso pensó Jaime antes de descubrir que la desaparición
no era tal, sino que el tipo estaba en el suelo, mirando aturdido a Iris.
Jaime abandonó su excitada inmovilidad y dio los tres pasos que lo
separaban de Iris. La agarró por la cintura y la acopló a su costado con
gesto protector, aunque comenzaba a intuir que no era necesario. Iris, a su
manera, era igual de peligrosa que Sin. Casi a la vez, los gemelos rodearon
a Sardi formando un sándwich en el que ellos eran los panes y el rubio, el
jamón de pata negra. Comenzaron a moverse en una danza erótica que
dejaba bien claro a quien mirara que Sardi tenía novios. Aunque no fuera
verdad.
El tipo del suelo observó la escena, a Jaime, a los gemelos —que eran
casi tan altos como Jay— y a los seguratas que vigilaban la pista y decidió
que se había tropezado con el pie que la morena había puesto sin querer
queriendo en su camino y se largó.
—¡¿Cómo lo has tirado?! —le preguntó Jay a gritos a Iris.
—Con un ashi barai, un barrido al pie adelantado —explicó ante su
perplejidad—. Es un movimiento de jiu-jitsu.
—Se te da bien pelear. En el pub también zanjaste el tema con un par de
llaves de esas, ¿no?
—Va a ser que sí, ¿algún problema? —le espetó desafiante. No sería la
primera vez que un idiota se sintiera amenazado por su capacidad de
defenderse.
—Para nada, me van las chicas peleonas. —Sonrió encantado—. Mi
mejor amiga mete unas palizas de impresión. De hecho, fue quien me
enseñó a pelear.
—¿Rocío? —inquirió recordando su conversación matinal.
—No, Sin. A Ro le va más atacar con la lengua, es una arpía de cuidado.
—Se rio.
—¿Sin? ¿Cómo «pecado» en inglés?
—Es un diminutivo de Sinaí. —Jay se movió con ella en una danza
lúbrica—. ¿Dónde aprendiste a pelear así?
—Me enseñó mi tía Ariel. Ella y mi tío son expertos en jiu-jitsu, tendrías
que verlos pelearse, son la caña, pero siempre gana Ari porque hace
trampas, igual que yo —apuntó con gesto malicioso. Jaime estalló en
carcajadas—. ¡Oye, no bailas nada mal!
—¿Por qué pareces sorprendida? —protestó.
—Llevas parado en la pista desde que hemos llegado, pensé que no te
gustaba.
—Sí me gusta, pero prefiero mirar. —Fijó sus ojos en ella con toda
intención.
—¿Te ha puesto cachondo nuestro bailecito? —Hizo chocar su cadera
con la de él.
—Me has puesto cachondo tú. —Le ciñó la cintura apretándola contra su
erección—. No sé ni cómo soy capaz de hablar, no tengo sangre en el
cerebro, está toda ahí abajo.
—¿En serio? Déjame ver... —Le amasó la entrepierna en una caricia
insinuada—. No está nada mal tu pincelín —afirmó pasándole las manos
por la nuca para bailar pegada a él, su vientre restregándose contra su
rotunda erección.
—No me jodas, reina, no es un pincelín, es una brocha de las grandes.
Una muy dura y gorda que está deseando meterse en tus bragas —gruñó él.
Como siguiera moviéndose así, se correría en los pantalones.
—¿Ya no quieres meterte en las de Sardi?
—Nunca he querido —replicó él—. Espera, miento. Sí quise. Los dos
primeros minutos que os vi en la pista. Luego oí tu risa y Sardi desapareció
del mundo.
—Qué bonito eso que has dicho... Te mereces un premio. —Se puso de
puntillas y Jaime bajó la cabeza dispuesto a tomar su premio. Ella le hizo la
cobra en el último segundo y le estampó un beso en la mejilla.
Él estalló en carcajadas.
—Eres una cabrona...
—¿A que sí? Ensayo a diario para ser la más mala malísima del mundo
mundial.
—No te diría yo que no lo seas ya —se burló—. Los Repes han ligado
—comentó al verlos hacer un sándwich con una pelirroja mientras Sardi
bailaba solo, los ojos vigilantes, como si estuviera acostumbrado a tener
movidas—. No debe de tenerlo fácil para ligar. —La ceja enarcada de Iris lo
instó a explicarse—: Dudo que las chicas se fijen en él porque no parece un
tío, sino una tía. Y si es él quien les entra no sé el éxito que tendrá, pues
debe de resultarles raro de la hostia enrollarse con un tío que es más guapo
y femenino que ellas —elucubró—. Llama más la atención de los tíos y, por
lo que ha pasado antes, a algunos no les sienta bien que los rechace, menos
aún descubrir que tiene rabo...
—La gente no sabe cómo encajar a Sardi en sus esquemas cuadriculados.
—Iris lo miró con evidente cariño—. Para la mayoría de las personas solo
hay dos opciones: blanco o negro, olvidando que hay miles de colores
distintos y todos igual de bellos. Sardi es hermoso, perfecto en su
singularidad. Es un error querer encasillarlo y limitarlo —afirmó con una
dulce sonrisa—. ¿A ti te llaman la atención los hombres?
—No, solo las mujeres.
—Menudo desperdicio, hay hombres muy disfrutables.
—Para ti, para mí follármelos sería lamentable.
—¿Tú crees? Ese es de lo más besable. —Le señaló un moreno que
bailaba arrítmico.
—Su baile no es lo que se dice memorable.
—Pero su torpeza lo hace achuchable.
—Prefiero a esa morena, es más... deleitable.
—Ni se te ocurra, fíjate en el tipo que la vigila, seguro que es su novio, ir
a por ella te resultaría poco saludable —le advirtió—. Esa castaña parece
más abordable.
—Desde luego, es formidable —replicó Jaime, divirtiéndose con ese
juego de palabras—. Mira a ese, no deja de mirarte y es bastante...
reseñable.
—Es guapetón, pero su paquete es inabarcable... —Fingió un escalofrío.
Jaime se dio cuenta de que A) el tipo estaba muy bien dotado o B) se
había metido unos cuantos calcetines de montaña en los calzoncillos.
—Te buscaré otro más aceptable... El de la cabeza rapada parece
amigable.
—No fastidies, tiene una mirada impenetrable. ¿Cómo ves a la rubia de
la trenza? Diría que es muy tocable.
—No está mal, pero esta noche prefiero a las morenas de ojos eléctricos,
me resultan más deseables. —Clavó la vista en Iris.
—A mí los castaños de ojos de humo me parecen de lo más adorables.
—Adorable es un oso panda, yo soy follable. Palpable. Chupable. —La
pegó a él.
—¿Comestible?
—Joder, sí. —Bajó la cabeza para besarla.
No pudo hacerlo, ella se le adelantó mordiéndole la barbilla.
—¿Mordisqueable? —Subió a besos hasta su oreja—. ¿Masturbable? —
Resbaló el índice por la abultada entrepierna, arrancándole un jadeo.
Jay giró la cabeza buscando sus labios, ella lo esquivó y dijo muy seria:
—Impajaritable.
—¿Perdón? —La miró pasmado. ¿Qué coño quería decir eso?
—Búscalo en el diccionario. —Le guiñó un ojo y continuó bailando.
—No me jodas...
—Eso es altamente improbable —afirmó sonriente.
—Eres... inigualable. Tengo que comerme esa sonrisa.
Le atrapó la cara entre las manos y la besó. Lamió sus labios con
avaricia, succionando el inferior hasta que los separó necesitada. Zambulló
la lengua en su boca y tomó posesión de la de ella sediento de su saliva.
Exploró el interior de sus mejillas y el cielo del paladar a la vez que
presionaba una rodilla entre sus piernas hasta separárselas. Acopló el muslo
a su ingle.
Iris cerró los ojos ante el placer que se arremolinaba en su vientre y
cabalgó excitada su pierna. Dios santo, ese hombre sabía besar. Y colocar
estratégicamente sus extremidades. Libó de su boca sin importarle que la
incipiente barba le enrojeciera la piel; al contrario, el abrasivo roce era
incluso erótico. Atrapó la lengua de él y la sorbió saboreándola. Por
supuesto, no sabía a fresa, sino a ginebra con tónica. A deseo y osadía. A
oscuridad y placer. A pura necesidad.
El beso se volvió exigente. Los labios se fusionaron y pelearon
alternando caricias y mordiscos en tanto que las manos se aferraban con
fuerza a la carne.
Iris coló una bajo la camiseta de Jaime y resiguió sus definidos
abdominales antes de subir a su pecho y juguetear con sus tetillas
haciéndolo estremecer. Jaime le agarró la pierna y se la subió a la cadera.
La sujetó por el envés de la rodilla y con la otra mano le amasó el trasero a
la vez que la movía restregándola contra su erección en un intento de aliviar
el dolor que le provocaba su ausencia. Necesitaba entrar en ella. Ya.
—Vamos al baño —jadeó contra sus labios.
Iris lo miró confundida.
—¿Quieres ir al baño ahora?
—Joder, sí. Lo necesito. No puedo esperar más...
Iris sacudió la cabeza intentando aclarar su mente embotada por el
placer.
—Ah..., vale... Pues nada, no es bueno contenerse cuando se tienen
tantas ganas —dijo resignada—. Ve, te espero aquí.
Ahora fue el turno de Jaime de mirarla confundido.
—¿Cómo que me esperas aquí?
—No pretenderás que te acompañe a hacer pis —le reclamó pasmada.
—No voy a mear —señaló él aún más pasmado que ella.
—¿Y a qué vas entonces?
—A follar.
Iris abrió unos ojos como platos al comprender lo que insinuaba. Aunque
no tanto como los abrió Jaime al comprender que ella pensaba que había
interrumpido el tórrido beso para ir a evacuar.
—¡Pensaba que te estabas haciendo pis y por eso habías cortado el beso!
—¡Ni de coña! Prefiero mearme encima antes que dejar de besarte.
Se hizo un silencio atronador durante dos segundos. Los que Iris tardó en
asimilar lo que Jay había dicho y los que Jay tardó en darse cuenta de lo que
acababa de afirmar.
—Saber eso no es que me ponga mucho, la verdad. Es lo más antierótico
que me han dicho nunca... —comentó Iris apretando la boca.
—Pero ¿a que sí es lo más original? —la retó Jay con los labios
temblándole.
Iris estalló en carcajadas.
Jaime la acompañó un microsegundo después.
Tardaron un rato en dejar de reír, y si lo hicieron fue porque temieron
morir asfixiados por la falta de aire al no poder tomarlo entre carcajada y
carcajada.
—Vámonos... —Jaime le aferró las caderas y la apretó contra sí
demostrándole que las risas no habían ablandado su erección.
—¿A montárnoslo en el baño? Ni loca, ¡qué asco!
—Dile a Sardi que te deje las llaves del coche —propuso succionándole
el cuello. Subió a mordisquitos hasta su oreja y le metió la lengua.
—Está aparcado en la calle... —gimió ella. No sabía qué le estaba
haciendo, pero era la releche.
—Es tarde, ya no hay gente paseando —precisó Jaime, aunque no sonó
muy seguro.
Había follado multitud de veces en coches, en baños, en el campo o en
cualquier otro lugar que le ofreciera un mínimo de privacidad (o ninguna).
No tenía reparos en cuanto a sexo se trataba. Pero con esa mujer no le
parecía bien hacerlo así, sin cuidado. Con ella no quería un aquí te pillo
aquí te mato y, después, si te he visto no me acuerdo. Quería disfrutarla sin
prisa y sin miedo a ser pillado in fraganti.
—En esta zona, sí —rebatió Iris arqueando el cuello cuando él bajó por
su garganta.
—Vamos al piso de mi hermano —planteó Jay sin pensar, su cerebro
estaba demasiado ocupado asimilando la sobrecarga de sensaciones que le
llegaba a través de las manos.
Iris tenía un culo perfecto. Redondo y duro, amasable. El abdomen
tonificado, los pechos..., ah, sus pechos eran divinos. Pequeños pero
peleones, con unos pezones duros y respingones que se moría por probar.
—No creo que sea buena idea. —Trató de escapar del delirio sensorial al
que la empujaba. Lo aferró del pelo con la intención de apartarlo para
pensar con un mínimo de raciocinio, pero en lugar de eso tiró de él
obligándolo a viajar de nuevo a su boca.
Necesitaba saborear su lengua antes de echarle, en realidad echarles a
ambos, un jarro de agua helada en forma de amarga realidad.
—Sí que lo es —gimió Jay—. Está vacío —le besó la comisura—, mi
hermano está trabajando y no volverá hasta las cinco. Te voy a comer
entera. —Le lamió los labios haciendo a un lado la vocecita de su
conciencia que le decía que a Jules no le gustaría ni un pelo que usara su
piso de picadero. Pero, joder, él no era rico, los hoteles eran caros y se
negaba a llevar a esa chica a una pensión de mala muerte. Iris tenía clase y
se merecía algo mejor que sábanas sucias y camas chirriantes.
—¿Y tus padres? —murmuró Iris intuyendo que vivía con estos, era muy
joven para estar emancipado.
Él se quedó rígido entre sus brazos antes de responder con un gruñido
feroz:
—No tengo.
—Miércoles, lo siento... Yo no...
—¡Que los follen, joder! —la interrumpió—. Paso de hablar de ellos. —
Se sumergió en su boca con desesperación.
No quería que siguiera con el puñetero tema. No quería que le
preguntara. No quería responder. No quería pensar en nada. Solo en ella. En
lamerla. En besarla. En follarla. En comerse su sonrisa de ensueño y
beberse el néctar de su risa.
—Ven al piso, reina, te puedo hacer muy feliz. —Le subió de nuevo la
pierna para que le envolviera la cadera y se frotó rabioso contra ella,
inmovilizándola con la otra mano en el trasero para que no pudiera
apartarse—. Te voy a follar hasta que no puedas cerrar las piernas y te
escueza el coño... —Hundió la cara en su escote y restregó la boca por su
pecho, humedeciéndole el jersey al atrapar un pezón por encima de la ropa.
Iris lo empujó y Jay le sujetó con más fuerza el trasero para refregarse
con ímpetu. Lo que fuera con tal de no pensar en nada, solo en el sexo. En
el placer. En la liberación. No en su nocivo padre y su desconocida madre.
Le soltó la pierna y llevó la mano a los pantalones de ella. Le desabrochó
el botón a tirones e intentó meterle la mano bajo las bragas. Iris lo detuvo
con dedos férreos.
—¡Para! —le ordenó incómoda. El beso ya no era juguetón, sino
violento y delirante. Oscuro. Tanto como la mirada de él.
Jaime se detuvo y, sacudiendo la cabeza, dio un paso atrás. No tardó en
serenarse y ser consciente de que se estaba comportando como un animal.
—Joder, lo siento, no pensaba...
—No pasa nada. Comprendo que mis atributos sexuales te hayan vuelto
loco, está claro que soy la mujer más sexy de este metro cuadrado de pista
—ironizó—, pero tienes que controlarte, corazón, este es mi jersey favorito
y no me apetece que me lo rompas a mordiscos —le quitó hierro al asunto
—. Por cierto, decirle a una chica que la vas a dejar escocida no es el
summum de la sensualidad, que lo sepas. Tienes que plantearte mejor tu
estrategia o vas a copular menos que un perro atado a una farola.
Jaime la miró confundido. Sonreía, como siempre. ¿No estaba enfadada?
Ella le guiñó un ojo y amplió su sonrisa.
—Eres maravillosa... —murmuró hipnotizado por la curva de sus labios.
Por esa sonrisa espontánea y desinteresada—. ¿Puedo volver a besarte?
—Solo si dejas las manos quietas. Son muy peligrosas, me hacen perder
la cabeza y desear hacer cosas que no es el momento ni el lugar de hacer...
—No bajarán de tu cintura, prometido —juró ciñéndola por la misma.
—Hombre, tampoco hay que ser tan disciplinado, al trasero pueden
llegar... —Se puso de puntillas y alzó la cabeza para que la besara.
Jaime estalló en carcajadas. Y ella se las comió con un beso que ninguno
de los dos quiso cortar.
—Me encantaría ir a tu casa y meterme en tu cama —le confesó Iris—.
Pero esta noche me viene fatal. Estoy con el período. —No se lo dijo
porque le debiera una explicación, que no se la debía, sino porque deseaba
que supiera que, si no iba con él, no era porque no la atrajera.
—No me importa —afirmó Jay contra sus labios—. No es la primera vez
que follo con alguien que tiene la regla, no soy escrupuloso... —La besó.
Solo podía pensar en estar con ella en la cama mientras oía su risa y se
comía sus sonrisas.
—No sé cómo habrán sido tus experiencias previas, pero te aseguro que
acostarnos hoy sería una pésima idea. Tu cama acabaría pareciendo una
versión gore de la matanza de Texas... Sería muy macabro, créeme.
Jay asintió. A él no le importaba, pero no había duda de que a ella le
resultaba desagradable. Cuando lo hicieran quería que fuera maravilloso, no
un desastre.
—Otra noche será —sentenció fijando una intensa mirada en ella.
—Eso ni lo dudes, en cuanto volvamos de Alemania lo primero que haré
será contactarte para acabar lo que hemos empezado —afirmó sonriente.
A Jaime se le cayó el alma a los pies. Joder. Se le había olvidado que se
iba del país y que estaría fuera dos meses. Se moriría si tenía que esperar
tanto para probarla.
—¿Llevas copa vaginal? —inquirió.
Iris lo miró sorprendida antes de asentir reticente. ¿A qué venía esa
pregunta?
—Genial. Déjame que te lo coma.
—¿La copa vaginal? —Lo miró muerta de asco.
—¡No! —jadeó espantado—. El coño.
Iris parpadeó aturdida.
—Vamos al piso, te desnudo a besos, te tumbas en mi cama —detalló
Jay—, te abres de piernas y, sin quitarte la copa, me doy un festín con tu
coño. Así evitamos la matanza de Texas. Tú te corres, yo te pruebo y todos
tan contentos.
Iris parpadeó sorprendida, era el primer tío que le proponía algo así. Y,
jopé, le encantaría aceptar, el problema era que tener sexo con la regla, aun
sin penetración, le resultaba raro. Aunque, a fuer de ser sincera, se sentía
tentada, y mucho, de irse con él. Porque eso le permitiría lamerlo,
acariciarlo y comprobar si todo él era tan imponente como parecía.
—No es un mal plan, pero prefiero pasar. Mañana es Nochevieja y tengo
que ayudar a mis padres a preparar la cena. Si voy a tu casa, me enredarás y
llegaré tardísimo a la mía, ergo me acostaré tarde y me despertaré aún más
tarde y no llegaré a tiempo para ayudar a mi madre y...
—Yap, yo también tengo que estar pronto en Tres Hermanas para ayudar
con la compra, Beth me va a usar de porteador... —masculló arrugando la
nariz.
A Iris le dieron unas ganas tremendas de besarle la punta. Lo hizo. Y él
aprovechó la coyuntura para robarle un pico.
—¿Vas a salir después de las uvas? —planteó esperanzado.
—Qué va. Pasamos la Nochevieja con unos amigos y nos quedamos a
dormir. Son cetreros y viven en la sierra, por lo que volver de noche, con las
heladas, es complicado.
—¿Y vernos antes de cenar? —indagó. Era complicadísimo quedar con
ella.
—No. Mamá hace la cena y salimos pitando a Hoyo del Muerto. —Jay
enarcó una ceja—. Así se llama el pueblo de los amigos de mi padre.
—Vaya nombrecito —sopló desilusionado. No por el nombre del
pueblucho de los cojones, sino porque no había modo de verla—. Entonces
ya quedamos cuando vuelvas.
—Claro. Estaremos en contacto.
—Eso me recuerda que... —Sacó el móvil—. Te he pedido seguirte en
Instagram, acéptame. —Iris lo hizo y Jay pudo ver su perfil, lo que le
arrancó una sonrisa—. No me jodas... Por eso tu cuenta se llama «Irisadas».
Pasó con el pulgar las fotos y reels que lo llenaban. Si le quedaba alguna
duda de que la espontaneidad y la alegría de esa mujer eran inagotables,
esas imágenes la erradicaron. Nada de posturitas sexys para sus fotos, al
contrario, en ellas reinaba una jovialidad exenta de artificio de lo más
refrescante. Aunque la mayoría de las imágenes no eran de ella, sino de
Sardi y los Repes. Y eran alucinantes.
—¿Las haces tú? —Se paró en una en la que los Repes, pequeños como
gnomos, se encogían con gesto aterrado mientras Sardi, cien veces más
grande, parecía pisarlos.
Esa mujer era un genio con la cámara.
—Sí. Mi padre es fotógrafo y me ha enseñado algunos trucos —afirmó
orgullosa—. Esta es mi favorita del mundo mundial... —Buscó una foto en
la que un hombre de unos treinta años con larguísima melena rubia escalaba
la torre más alta de un castillo. En la cúspide había un dragón con gesto
feroz—. Este es el dragón Malasombra y este es mi padre a punto de
vencerlo para poder conseguir la mano de mi madre...
Jay la miró pasmado. Parecía un dragón de verdad, y el tipo de la melena
iba vestido de azul. Como un príncipe azul, cayó en la cuenta.
—No me jodas... —Exhaló una carcajada. En su familia estaban tan
locos como ella.
—No te rías, hasta que me trajo pruebas fehacientes de que había
vencido a un dragón no lo dejé casarse con mamá, menuda era yo de niña
—dijo sonriente.
—¡Y de mayor! —se carcajeó Jaime—. Pobre hombre, mira que hacerle
enfrentarse a un dragón... Fuiste muy cruel.
—Nada es demasiado difícil si lo haces por el amor de tu vida —afirmó
muy seria.
—Si tú lo dices... —Jaime se encogió de hombros, remiso a discutir.
—Créeme, sé de lo que hablo, lo veo cada día en casa. Por eso, para
enamorarme, exijo un príncipe azul cielo que escale la torre más alta del
castillo y venza al dragón más feroz. —Le guiñó un ojo—. No perderé mi
libertad por nada menos.
—Chicos, siento joder la marrana, pero me muero de sueño y mañana
me toca dar el callo —los interrumpió Sardi—. Ufe me ha pedido que le
vacíe la vitrina y friegue las copas..., como si las fuéramos usar —resopló.
No entendía el motivo por el que todos los años tenía que fregarlas para
no volver a tocarlas hasta el siguiente 31 de diciembre. Era ridículo.
Aunque jamás se quejaba o ponía un mal gesto. Eufemia le había dado
demasiado, si le pedía que fregara unas copas (o que se tirara por un puente)
él las fregaba (y se tiraba).
—¿Te quejas por eso? Nosotros tenemos que limpiar nuestro cuarto —
bufó un Repe.
—Y llevamos desde el año pasado sin limpiarlo... —añadió el otro.
—Porque sois unos guarros —señaló Iris con sorna.
—Error, porque somos unos sentimentales —rebatió un gemelo—. Tú no
sabes el cariño que se les coge a las pelusas de polvo. Son tan adorables...
—Son como nuestras hermanas. Pero abu no las soporta, así que nos toca
zafarrancho de limpieza antes de que llegue la familia para la cena.
—Y somos veintisiete...
—En un piso de sesenta y cuatro metros cuadrados...
—Siempre podemos usar el descansillo de la escalera como salita
auxiliar...
—O irnos a cenar a casa de nuestro mejor amigo, que está al otro lado
del descansillo. —El Repe abrazó a Sardi.
—Solo si fregáis vosotros las copas —apuntó este, guasón—. Nos
largamos, Iris. Un placer conocerte, Morritos —se despidió de Jay.
—Nos vemos, tío —dijo un Repe, el otro sacudió la cabeza y enfiló a la
salida.
—Nos mantendremos en contacto —le prometió Iris a Jaime. Le dio un
beso fugaz y siguió a sus amigos.
Antes de salir de la discoteca se giró buscándolo, pero ya no estaba en la
pista, seguramente habría ido a por otra copa. O a por otra chica con la que
montárselo. Esbozó una sonrisita torcida.
Era una pena que tuviera el período. Morritos era una monada, uno de
esos hombres que merecía la pena conocer mejor. Le había gustado que no
se pusiera pesado con lo de echar un polvo cuando lo había rechazado. En
su experiencia, los tíos solían ser bastante insistentes cuando estaban
cachondos, pero él había aceptado el rechazo sin un mal gesto. Aunque no
había sido un rechazo, sino una postergación. Porque tenía claro que iba a
catarlo sí o sí.
8

Qué son las coincidencias, sino el destino sincronizándose con el presente


para salirse con la suya...

Jaime, como el joven bien educado que era, se lavó las manos tras vaciar la
vejiga y, mientras lo hacía, se miró en el espejo. No le gustó la cara del
gilipollas apaleado que le devolvió la mirada. Que no era otro que él
mismo. Ahora que Iris y sus sonrisas se habían marchado, los
acontecimientos del día volvían a invadir sus pensamientos. Y era una puta
mierda. No quería pensar en su madre ni en lo que sucedería al día
siguiente, la semana siguiente o los años venideros ahora que ella había
irrumpido en su vida como un elefante en una cacharrería.
No quería pensar en nada. Solo quería... no sentir.
Se planteó ir a la barra y pedirse otro Puerto de Indias con tónica. Sería
el tercero de la noche. Estaba achispado, pero no borracho. Y no le apetecía
estarlo. Su padre enfrentaba —y creaba— los problemas ahogándolos en
alcohol. No pensaba imitarlo.
Se marchó de la discoteca sin tener muy claro qué hacer a continuación.
Si tuviera dos dedos de frente se dejaría de paseos —era de madrugada y
estaba helando— y regresaría al piso de su hermano. Pero ni tenía dos
dedos de frente ni le apetecía encerrarse entre cuatro paredes. No mientras
no hubiera nadie. Si de normal no soportaba la vacuidad del piso cuando no
estaba Jules, esa noche estar prisionero allí se le antojaba una tortura.
Podría acercarse al Dakota, el bar motero que frecuentaba Sin, y pasar la
noche con ella. Tal vez estuviera libre para echar un polvo, aunque dada la
hora lo más probable sería que estuviera follando con algún motorista. O
algunos motoristas. Y de todas maneras tampoco le apetecía verla porque
acabarían hablando de Cirila.
Como si fuera posible apartarla a ella o a Jethro de sus pensamientos.
Se abrochó la cazadora, hundió las manos en los bolsillos y echó a andar
sin rumbo. Cuando se cansara de caminar o se le helaran las pelotas —lo
que antes pasara—, decidiría qué hacer.
No tuvo oportunidad de decidir nada. El destino, providencial como solo
él podía serlo, se personó ante Jay con un brusco frenazo seguido del
consiguiente bocinazo por interrumpir el tráfico madrileño y le ofreció una
alternativa difícil de rechazar.
—¡Morritos! ¿Qué haces en la calle? Te hacía en la discoteca, buscando
presas. —Iris sacó medio cuerpo fuera de la ventanilla trasera del coche y le
guiñó un ojo.
—No había nada que me interesara —replicó él con una sonrisa pícara
—. ¿Qué hacéis por aquí todavía? —Hacía rato que habían salido, ya
deberían estar lejos.
—Gilda dijo que giráramos a la derecha y Sardi giró a la izquierda. —
Iris se encogió de hombros. El bocinazo del coche que tenía detrás enfatizó
sus palabras.
—¿Gilda?
—El navegador. Sardi y ella no se llevan bien —explicó un Repe.
—Porque no me avisa con tiempo. Se cree que puedo cambiar de carril
en cero coma, pero esto es Madrid y suele haber coches que me lo impiden
—bufó Sardi.
—Y cuando parecía que estábamos en el camino correcto, Sardi se saltó
la salida, lo que nos ha traído de nuevo al punto de partida —continuó el
Repe del asiento del pasajero.
—Reitero, que te avisen dos metros antes de la salida hace inviable
tomarla —protestó Sardi a la defensiva.
—Esta es la segunda vez que pasamos por delante de la discoteca —
apuntó Iris.
—Nos queda una más y vamos para casa, ya sabes, a la tercera va la
vencida —bromeó un Repe. Un nuevo pitido anunció que el coche que
estaba retenido detrás de ellos comenzaba a perder la paciencia.
—A veces eres tan gracioso que me dan ganas de llorar —resopló Sardi.
El conductor del Ford que los seguía dejó puesta la mano en el claxon.
—¿Quieres que te acerquemos a algún lado, Morritos? —le preguntó Iris
con una de sus maravillosas sonrisas espontáneas.
Jay no lo pensó un instante. Si la vida le daba la oportunidad de pasar
más tiempo con ella, no iba a desaprovecharla. Cuando llegara a casa ya
decidiría qué hacer.
—Sería genial —gritó para hacerse oír por encima del furioso claxon.
Iris se movió al asiento central para hacerle hueco y Jay se lanzó a este a
la vez que Sardi aceleraba. Quedó encajado contra la puerta. No podía
decirse que el Sandero fuera muy grande. Aunque tampoco le importó ir tan
pegadito a Iris, para qué engañarnos.
El trayecto se les hizo muy corto. A ambos.
En un instante estaban bromeando sobre el trasero de Jay —que según
Iris era el culpable de que estuvieran tan apretados— y al siguiente estaban
en la urbanización de Jaime, aunque ni él ni Iris se percataron, estaban muy
ocupados en meterse el uno con el otro. También en pellizcarse cuando
encontraban un fallo en la defensa del contrario, aplastando en su euforia al
Repe sentado con ellos, que no se cortaba en empujar a Iris contra Jay
animándola a contraatacar. En definitiva, el asiento de atrás del Sandero
estaba sumido en una cruenta y jubilosa guerra.
—Es aquí, ¿no? —le preguntó Sardi a Jaime.
Jaime lo miró aturdido antes de recordar el motivo por el que estaba en
ese coche. Y no era para pelearse con Iris ni robarle besos cuando menos se
lo esperaba.
—Ah, sí. Justo ahí enfrente —confirmó—. Pásatelo en grande en
Alemania, reina —le dijo a Iris, su reticencia a apearse más que evidente.
—Eso seguro, corazón. Con estos tres es imposible pasárselo mal —
replicó ella.
Jaime la miró confuso. ¿Qué tres? Los gemelos y Sardi, claro. ¿Iba con
ellos? Por supuesto. En la cena habían comentado que siempre viajaban
juntos. Pero no lo había relacionado con ese viaje. Sintió tanta envidia que
le preocupó volverse verde.
—Colgad muchas fotos en Instagram, que os estaré vigilando —bromeó
mirando a Iris.
—Ya me sé yo a quién vas a vigilar —se burló un Repe dándole un
codazo a Iris.
—Calla, idiota. —Ella le pellizcó sin apartar los ojos de Jay—.
Estaremos en contacto.
—No lo dudes, reina, te voy a asediar a mensajes.
—¡Lo sabía! —exclamó Iris—. ¡Sabía que eras un acosador aunque esta
mañana afirmaras lo contrario! Me has seguido hasta el bosque en uno de
mis momentos más íntimos —se llevó la mano al pecho con teatralidad— y
ahora me amenazas con asediarme. ¡Que le corten la cabeza! —Lo señaló
con el índice, su sonrisa tan enorme que asomaban todos sus dientes.
Jay recordó la conversación en la dehesa, cuando la pilló evacuando.
¿Había sido esa mañana? ¿En serio? Parecía que había pasado toda una
vida.
—¿Que me corten la cabeza? ¿Eso no lo dice la Reina Roja de Alicia en
el País de las Maravillas? —La miró divertido.
—Llevas toda la tarde llamándome reina, corazón..., qué quieres que te
diga, se me ha subido a la cabeza —replicó ella al instante.
—Tú di que no. Lleva pidiendo que le corten la cabeza a la gente desde
que tenía siete años y vio la película —resopló Sardi.
—¡Jo, cállate! Con lo bien que me había quedado. —Le dio una colleja.
—¡A que te bajas del coche y vuelves andando!
—En otra vida —sopló con sorna un Repe.
—Y en otro universo —añadió el otro con idéntica ironía.
Sardi puso los ojos en blanco.
—Nos vemos... —Iris se inclinó para darle un casto beso de despedida.
Por supuesto, Jay no permitió que se quedara así. Le envolvió la cara
entre las manos y se apropió de su boca, formulando con sus labios y su
lengua una promesa. Volverían a verse. Y acabarían lo que habían
empezado.
Los Repes no les dieron mucho tiempo antes de silbarles y aplaudirles
socarrones.
Jay sintió la sonrisa de Iris contra sus labios. Se contagió de ella, lo que
dio por finalizado el beso, porque era muy difícil besar a la vez que se reía.
—Sois unos capullos —los increpó con sorna ganándose sus abucheos,
que, por supuesto, ignoró. Toda su atención se centraba en la sonriente
mujer a la que no iba a ver en dos meses—. Date prisa en volver —le pidió
sin pensar antes de lamerle la boca para saborear su sonrisa. Luego abrió la
puerta con decisión y se apeó.
Echó a andar con paso enérgico sin mirar atrás. No se atrevía a hacerlo.
Esa noche no estaba en sus cabales, como había quedado demostrado unos
segundos antes.
¿«Date prisa en volver»? ¿Por qué coño había dicho eso? Vale que la
velada se le había hecho supercorta, pero tampoco era para decir esa
gilipollez. Había sonado romántico de cojones. Iris pensaría lo que no era.
Enfiló al portón de su urbanización. Tenía sed, así que subiría, pillaría
una birra y bajaría de nuevo para deambular a ninguna parte. En el piso no
se iba a quedar.
***

—Vaya tela con Morritos, menudo moñas está hecho —resopló con sorna
un Repe.
—Con lo machote que parece y suelta esa cursilada, qué decepción —
coincidió el otro en el mismo tono burlón.
—¡Qué dices! Es tan tierno. Una cucada de niño —rebatió Sardi con
evidente coña.
Iris los ignoró a los tres.
«Date prisa en volver»... Si se lo hubiera dicho otro tío habría salido
corriendo espantada y no habría parado hasta la Conchinchina. Pero se lo
había dicho Jay. Y besaba de maravilla. Y era divertido y atrevido. Y se le
ponían las orejas rojas con tanta gracia...
—¡Para! —gritó de repente.
Sardi clavó el pie en el freno.
—¿Qué ocurre? —inquirió uno de los Repes preocupado por su
estallido.
—Me bajo.
—¿Qué? —jadeó Sardi—. ¿No lo dirás en serio, Iris?...
—Y tanto que lo dice en serio. Aquí la niña está a punto de hacer una de
sus irisadas —se guaseó el otro Repe.
—Mañana hablamos. —Salió del coche y, al ver que la puerta de la
urbanización se cerraba y que Jaime ya no estaba, gritó—: ¡Jay!
La puerta volvió a abrirse. Jaime asomó la cabeza.
—¡¿Sigue en pie lo de comerme?! —le gritó parada junto al Sandero.
Jaime parpadeó una vez. Dos. Y asintió con un gesto.
Iris esbozó una enorme sonrisa y echó a correr. Y, a pesar de que
ninguno era dado a los gestos románticos, cuando llegó hasta Jaime, este
abrió los brazos y ella saltó a ellos.
Se dieron un beso de película. Pero de película romántica de cojones.
Jaime abrió el portón y empujó a Iris dentro. Recorrieron el jardín entre
besos, las manos de ella ocupadas en amasar el culo de él y las de él
empeñadas en abrir la cazadora de ella, lo que devino en que chocaran,
imposibilitándoles llevar a cabo su propósito.
—¿Qué te parece si lo coreografiamos? —propuso Iris mientras Jaime
abría el portal. O mientras lo intentaba, porque besarle el cuello y tocarle las
tetas con una mano mientras empuñaba la llave con la otra no era lo que se
dice fácil, sobre todo cuando se pretendía encajar la llave en la cerradura sin
mirar.
—¿Cómo en un baile? —inquirió él bajando por sus clavículas—. De
acuerdo.
—Genial, pues entonces tú pones la mano en mi culo y yo te desabrocho
el pantalón. Así no chocamos.
Jay hizo lo que le pedía, pero en el momento en que la sintió rozarle la
bragueta se le olvidaron sus buenos propósitos y volvió a besarla con ganas
mientras sus manos la apretaban contra él, impidiéndole maniobrar.
Evidentemente, la puerta del portal continuó cerrada, y así iba a seguir,
porque a Jay se le había olvidado que tenía que abrirla. De hecho, había
olvidado hasta que estaban en la calle.
—Desde luego, no vales para esto, Morritos —lo acusó divertida.
—¿Cómo que no, reina? Claro que valgo. Soy un puto crack follando.
—Eso ya lo comprobaré algún día, pero ahora lo que está claro es que se
te dan de pena los detalles. —Le metió las manos bajo la camisa y a Jay se
le pasó el ardor al instante.
—¡Qué cabrona! ¡Están heladas! —Se apartó de esas armas de
congelación masiva.
—Me estoy quedando pajarito cuando tenemos tu casa al alcance de la
mano. Más exactamente de esa en la que tienes las llaves. —Las señaló—.
Detalles, Jay, detalles.
Jaime miró las llaves, la puerta y a Iris.
—Joder, reina, tienes toda la razón. —Rompió a reír. Eso sí, abrió
mientras reía.
Entraron en el portal y Jaime se planteó subir por la escalera como
siempre —los espacios cerrados no eran lo suyo—, pero lo pensó mejor.
Dudaba que a Iris le apeteciera tal escalada. Llamó el ascensor, se besaron
mientras lo esperaban, se besaron mientras subían —lo cual le vino genial
porque lo despistó de su aversión a los espacios cerrados—, se besaron al
salir al descansillo y se besaron mientras Jay intentaba abrir la puerta del
piso, motivo por el cual no hubo manera de abrirla.
—Joder —masculló frustrado apartándose de su boca—. Dame un
segundo, reina.
—Todos los que quieras, bombón —replicó Iris burlona.
Y mientras él encajaba la llave en la cerradura, ella aprovechó para
resbalarle la mano bajo los vaqueros, lo que hizo que se le cayeran las
llaves al suelo.
—O dejas las manos quietas o no entramos, cielo —bufó Jaime cuando
Iris le ciñó la polla y comenzó a masturbarlo. Estaba tan cachondo que ya ni
siquiera le parecía que las tuviera excesivamente frías.
Iris le dio un par de sacudidas más y sacó la mano. Él no se movió.
—Si me agacho a por las llaves, reviento el pantalón. —Se recolocó
como pudo.
—Sí que eres melindres, Morritos.
—Lo que estoy es muy necesitado. —La atrapó y volvió a besarla. Y
después, por fin, recogió las llaves y abrió la puerta.
Acababa de cerrarla cuando Iris lo estampó contra la pared y le arrancó
la cazadora. Antes de que se diera cuenta, le había quitado también el
jersey. Estaba a punto de desabrocharle los pantalones cuando él reaccionó
y le apartó las manos. Si volvía a tocarlo, se correría, algo que no iba a
permitir que sucediera. Vamos, ni de coña. Tenía una reputación que
mantener. O que instaurar, porque no era que Iris estuviera al tanto de sus
proezas sexuales (reales y ficticias).
Le sujetó las manos a la espalda para mantenerlas lejos de su polla y se
dio un festín con su boca mientras resbalaba la mano libre bajo el jersey
blanco que no le tapaba el ombligo. Subió a sus tetas y ella arqueó la
espalda empujándolas contra su palma. Atrapó un pezón entre los dedos y
jugó con él haciéndola estremecer.
—Vamos a la cama... Es hora de que cumplas tu promesa —le reclamó
Iris.
—Joder, sí. —Le comió la boca con violencia antes de liberarla—. Ven...
—Tiró de ella hasta el salón.
—No te ofendas, pero esto tiene tanta pinta de ser una cama como yo de
ser una monja... —Iris se resistió a sentarse en el sofá cuando él la empujó
hacia este.
Jaime la miró confundido.
—Ya. Es que es un sofá.
—Me prometiste una cama —sonrió ladina.
—Sip, pero mi cama es muy pequeña, de noventa —informó. Sin tenía
aversión a las camas pequeñas y él, sin saber bien por qué, creía que era una
manía generalizada entre las chicas.
Iris enarcó una ceja, miró el sofá y luego a Jaime.
—Eso son unos treinta centímetros más ancha que el sofá... No es que
sea para tirar cohetes, pero en noventa centímetros al menos te cabrá ese
culo tan enorme que tienes y no me aplastarás. —Le dio un azotito travieso
en el trasero.
—No es mi culo el enorme —refutó él—, sino el tuyo... —Le dio un
buen pellizco.
Ella se quitó el jersey de un tirón y lo usó de látigo contra él.
Jaime se quedó tan pasmado al ver su sujetador que encajó un par de
latigazos antes de reaccionar y quitarle la prenda de las manos.
—¿Qué coño llevas puesto?
—¿Te gusta? ¿A que es una cucada?
—¿Tengo que ser sincero?
—Tú sabrás si quieres montártelo conmigo... —lo desafió.
—Ah, pero no voy a follarte —replicó él—, solo me está permitido
chupar y besar.
—Reformularé mi frase. Si quieres mojar tu pincelín en mi rajita en
algún momento de los próximos cincuenta años, tienes que decirme que es
una cucada.
—Vale. Es una cucada. —Arrugó la nariz—. Joder, no. No puedo
soportarlo. —Se pasó las manos por la cara como si se quisiera arrancar los
ojos—. ¡Me sangran las retinas! ¡Es una horterada brutal! ¿Cómo se te
ocurre ponerte un sujetador con las copas simulando ser dos melones verde
chillón? —Estalló en carcajadas.
—Me pareció chistoso.
—Pues es calamitoso.
—Pero qué niño más gracioso.
—Yo más bien diría lujurioso. —La atrapó entre sus brazos, así no se
veía obligado a mirar el horrible sujetador.
—Y pegajoso. —Lo empujó.
Jaime volvió a abrazarla y la besó. Despacio. Asaltando su boca con
caricias lúbricas y roces sinuosos.
Iris se rindió sin mostrar resistencia, estaba deseando ser conquistada. Le
pasó las manos por su torso definido y sin vello, excepto por la delgada
hilera oscura que bajaba desde su ombligo hasta perderse bajo la cinturilla
de los vaqueros.
—Eres un regalo para la vista —afirmó lamiéndose la boca—. Deja que
te ayude con tu problema... —Le soltó con dedos hábiles los botones del
pantalón.
—¿Qué problema? —gimió cuando le rozó el glande.
—Este tan enorme que está a punto de reventarte la bragueta. —Resbaló
por su pecho con la boca. Jugó con el ombligo y descendió con los labios
por su vientre a la vez que le bajaba los vaqueros y el bóxer, liberando su
erección. Jay se libró de las deportivas de dos pisotones y de las prendas
enredadas en sus tobillos de otros dos. Mientras tanto Iris le aferró la polla y
le dio un lametón desde la base hasta la punta—. Tremenda salchicha. —Se
la metió en la boca y la saboreó hundiendo las mejillas—. Muy sabrosona...
¡Asúcar!
Jay estalló de nuevo en carcajadas.
—Joder, reina, no me hagas esto... Así no hay modo de follar.
—Ah, pero es que no vamos a hacer eso —le recordó—. Solo vamos a
saborearnos.
—¿Solo? —resopló burlón—. Espera a que te coma el coño y luego me
dices otra vez eso de «solo»...
—Uy..., alguien se lo tiene muy creído.
—Porque puedo.
—Ya, ya, mucho hablar pero tú estás en bolas y yo sigo vestida... —lo
retó.
—¡Es que no haces más que distraerme! —protestó risueño—. Te vas a
enterar...
La puso en pie e hizo ademán de echársela al hombro cual hombre de las
cavernas. Lo siguiente que vio fue el techo del salón y la telaraña que había
en la lámpara.
—Joder, reina, me has hecho un barrido de esos...
—Así aprenderás a no subestimarme —se jactó divertida.
—La acabas de cagar, muñeca... —Se puso en pie amenazante.
Iris echó a correr pasillo a través y abrió la primera puerta que vio. Se
frenó en seco al ver la enorme cama de dos metros por dos metros.
—Es la habitación de mi hermano —señaló Jay.
—¿Y duerme en ella con su chica? —inquirió turbada.
—Con Mor, sí, claro. ¿Dónde van a dormir, si no?
—Qué horror..., yo jamás dormiría con mi príncipe azul cielo en una
cama tan grande. —Puso cara de repugnancia.
—¿Por qué? —La miró como si estuviera loca.
—Porque si alguna vez encuentro a mi príncipe quiero que me abrace
muy fuerte y me espachurre contra su pecho toda la noche, y en una cama
tan grande seguro que ni se me acerca. Mis padres duermen en una de
ciento treinta y cinco, pero cuando papá estaba de novio con mamá y se
colaba en su habitación, la cama era de noventa. La abuela decía que así
había más roce, que es lo bueno para las parejas... —afirmó con picardía.
—Estás como una cabra.
—Una cabra a la que pretendes comerte... —le recordó jocosa.
—Eso no lo dudes...
—Pues a ver si te pones a ello, nene. —Le arrojó el guante.
—¡Cuando dejes de distraerme!
—Excusas, excusas. —Cual centella, se lanzó contra él, le hizo algún
tipo de llave rara y Jay volvió a mirar el techo.
—Esto comienza a convertirse en rutina... —masculló levantándose.
Salió al pasillo y la vio asomarse a la habitación de las gemelas.
—¡Por favor, qué monada! ¡Me chifla! —Echó a correr de nuevo. Esta
vez sí se metió en la habitación correcta.
Jay fue tras ella y la encontró de pie al borde de la cama, mirándolo
desafiante. Sin pensarlo un instante, se lanzó y la tumbó en el colchón. Se
besaron entre risas mientras Jaime se apresuraba a deshacerse de esa afrenta
a la vista que era su sujetador. Le desabrochó los vaqueros y estaba a punto
de quitárselos cuando se detuvo en seco.
—Las bragas..., ¿cabe la posibilidad de que sean igual de horrorosas que
el sujetador? —Fingió un escalofrío.
—No, hombre. Son de lo más normalitas.
—Menos mal. —Le bajó los pantalones y estuvo a punto de morir por un
fulminante ataque de carcajadas—. ¡No me jodas! —bramó retorciéndose
de la risa—. Solo a ti se te puede ocurrir llevar un bóxer rosa con
estampado de retretes...
—Pues no veo yo que desentone tanto...
—Eres genial, Iris. En serio. Eres la puta hostia. —La besó. Con ganas y
con ternura. Maravillado al darse cuenta de que se sentía feliz. Como si le
hubiera contagiado su exultante alegría.
Ella le devolvió el beso con traviesa complicidad y él aplanó una mano
sobre sus pechos, amasándolos y jugando con sus pezones. Ella separó las
piernas acogiendo su erección en la uve entre estas. Le clavó los talones en
el trasero y le arreó para que se moviera. Él se movió. Se frotó contra ella
mojándole las bragas con las gotas preseminales que escapaban de su polla
y la humedad que se acumulaba en los labios vaginales. Y, cuando ella
empezó a corcovear contra él buscando un roce más intenso, Jay descendió
por su garganta hasta sus pechos. Los probó y siguió por su vientre a la vez
que le agarraba las nefastas bragas y tiraba de ellas para bajárselas.
Se rompieron.
—Lo has hecho aposta —gimió Iris.
—Qué va —rebatió él para luego afirmar burlón—: Aunque, qué quieres
que te diga..., no hay mal que por bien no venga, he librado a tus futuros
amantes de la iniquidad de ver tan horrible prenda.
—Por favor, cuánta mezquindad. Eran unas bragas preciosas.
—Y viejísimas... —apuntó Jay observando la delgadísima tela que tenía
en la mano.
—No pretenderás que me ponga las bragas buenas con la regla. —Lo
miró indignada.
—Entonces no te quejes si te las rompo. Y ahora ¡deja de distraerme! —
exigió risueño antes de bajar la cabeza y hundir la cara en su coño.
E Iris dejó de distraerlo. Porque la distraída fue ella.
Jay le separó los labios menores con los dedos y pasó la lengua por su
vulva, desde el perineo hasta el clítoris, para acabar besándolo. Lo chupó
lascivo a la vez que frotaba con el pulgar la entrada a la vagina, pero sin
entrar en ella, consciente de los límites impuestos por Iris. Atacó con la
lengua el cada vez más endurecido botón y paró estratégicamente el
meñique sobre el ano. Presionó.
—No dejo que llamen a mi puerta trasera hasta, como poco, la quinta
degustación de mi conejito, y siempre y cuando me lo hagan bien, of course
—lo frenó Iris—. Así que aplícate y si eres tan diestro como dices tal vez
tengas alguna oportunidad.
Jaime sonrió contra su coño. Adoraba a esa mujer.
Apartó el dedo y se dedicó al clítoris a la vez que le abarcaba con la
mano derecha un pecho. Atrapó el pezón y jugó con él mientras azotaba el
clítoris con la lengua.
Las piernas de Iris se cerraron contra su cara cuando un violento
orgasmo la sacudió desde los dedos de los pies hasta la punta de la nariz.
—Madre mía..., eso es comer la pepitilla y lo demás son tonterías —
declaró cuando recuperó la capacidad de hablar.
Jay la miró con los ojos muy abiertos.
—¿«La pepitilla»?... —La risa bailaba en sus labios.
Iris lo miró con los párpados entrecerrados y, en un movimiento veloz, le
pellizcó una tetilla.
—¡Eso duele! —gimió Jay frotándosela—. Un poco más y me la
arrancas.
—No seas tonto, si quisiera arrancártela lo habría hecho así...
Lo agarró, giró sobre sí llevándolo consigo y lo dejó tumbado en la cama
panza arriba. Acto seguido se sentó sobre su erección, le trincó las tetillas y
tiró de ellas.
Pero no lo hizo fuerte y el dolor no fue más que placer.
—Te gusta... —murmuró Iris al sentir la polla palpitando bajo ella.
—Joder, sí.
Resbaló por su cuerpo con besos que parecían mordiscos y se la metió en
la boca.
Y en ese momento sonó una estridente campanilla.
—¡Mierda, Jules! —La apartó sobresaltado al reconocer el tono de su
hermano. Había quedado en mandarle un mensaje, algo que, evidentemente,
no había hecho.
Corrió al salón y buscó el móvil en los pantalones tirados en el suelo.
Respondió sin perder un instante. Los remordimientos pululando
alegremente por su cabeza.
JayHorse_2.38
Sorry, Jules. Me he despistado con una amiga. Estoy vivo.
Estate tranquilo.

—¿Qué pasa? —le reclamó Iris desde la puerta, preocupada por su


urgencia.
Jay contestó sin apartar la mirada del móvil, donde tres puntitos le
indicaban que Julio estaba escribiendo.
—Le prometí a mi hermano escribirle para decirle que estaba bien y no
lo he hecho... Así que tiene que estar frenético —masculló—. Vaya mierda
de cabeza que tengo.
Los puntitos en la pantalla del móvil se detenían y volvían a parpadear,
señal de que Julio estaba escribiendo y borrando lo que escribía. Lo que
significaba que quería echarle la bronca, y con razón, pero estaba pensando
mucho cómo echársela.
—¿Por qué ibas a estar mal? —La sintió acercarse a él.
—Ya sabes cómo son de alarmistas los hermanos mayores —esquivó la
pregunta.
—No. No lo sé. Soy hija única.
—Yo no sé qué haría sin mi hermano —reconoció mortificado cuando
Julio por fin mandó el mensaje.
Julio.Santos_2.40
No vuelvas a asustarme así.

JayHorse_2.40
No lo haré, lo juro. Lo siento mucho.

Julio.Santos_2.41
¿Estás solo?

JayHorse_2.41
No. Con la morena d la foto ;).

Sintió cierta contrición al no decirle que estaban en el piso, pero qué


narices, no era eso lo que le había preguntado y no sabía cómo le sentaría
que la hubiera llevado allí. De hecho, si no contaba a Sin en la noche de su
estreno, era la primera vez que llevaba a una mujer allí para tener sexo. O
para cualquier otra cosa. La verdad era que jamás subía a nadie al piso.
Hasta esa noche.
El siguiente mensaje de su hermano le arrancó una sonrisa.
Julio.Santos_2.42
Me alegro de que estés acompañado.
Te veo en el desayuno.

JayHorse_2.42
No t olvides d traer churros y porras!!

Julio.Santos_2.43
Llevaré un par de docenas de cada, espero que me dejes
probarlos...

JayHorse_2.44
Depende d la prisa q t des en comer (^_~).

—Parece que os lleváis muy bien —comentó Iris.


—Es un tío cojonudo —afirmó Jay mirándola—. Joder, reina, estás que
crujes.
Estaba desnuda. Y era gloriosa. Calculó que Julio jamás llegaba antes de
las cinco, por lo que les daba tiempo a terminar el asalto y, con un poco de
suerte, tener otro. Se acercó a ella depredador. La ciñó por la cintura y la
pegó a él. La besó.
Iris se dejó besar a la vez que lo empujaba hasta que sus pantorrillas
chocaron con el sofá. Lo empujó. Él perdió el equilibrio y cayó en el
asiento. Ella se arrodilló en el suelo entre sus piernas, le agarró la polla y
acabó lo que había empezado.
9

El tiempo, tan relativo y puñetero. La misma hora puede ser larga como
una noche sin mañana o efímera como el segundo evanescente en que el
rayo rompe el cielo. Todo depende del talante, desesperado o alegre, de las
personas que lo ven pasar.

Julio atravesó el garaje a toda velocidad, las llaves preparadas en la mano.


Abrió el portal y llamó mil quinientas ochenta y siete veces al ascensor,
metiéndole prisa. El ascensor, por supuesto, lo ignoró y descendió tan lento
como siempre.
Se pasó la mano en la que no llevaba los churros por la cabeza rasurada
y miró indeciso la escalera. Lo único que lo frenó de subir por ella fue la
certeza de que moriría en el intento. No estaba lo que se dice en forma.
Resopló frustrado. Esa noche todo lo que podía ir mal en el Lirio había ido
mal. Y lo que no podía, también. Resultado: en lugar de llegar antes de las
cinco como pretendía, se había tenido que quedar tras el cierre a solucionar
problemas, lo que había devenido en que llegara a casa casi a las siete.
Y Jaime llevaba sin dar señales de vida, es decir, sin mandarle mensajes,
desde las tres, cuando se había dignado escribirle el primero y último de la
noche.
Tenga usted hermanos para esto.
Julio no le había escrito más —no quería que lo tildara de controlador—,
y se arrepentía. La falta de noticias podía significar A) que Jaime estaba en
casa dormido —ni de coña—, B) que seguía de copas —bastante
improbable, su hermano no aguantaba en ningún sitio con paredes más de
dos horas—, o C) —esta era la más factible y la que más lo asustaba— que
deambulaba por las calles heladas con el ánimo de un pájaro sin alas.
Sintió que el corazón se le rompía en el pecho. Ese día el mundo de su
hermano se había visto sacudido por un terremoto llamado Cirila que le
había quebrado los cimientos y él, en lugar de estar a su lado, llegaba más
tarde que nunca.
¿Recordáis lo que he comentado antes de que el tiempo es puñetero y
relativo? Pues eso.

—¿Jules? —Jaime oyó la puerta cerrarse y asomó la cabeza por encima del
sofá para ver quién acababa de entrar al piso—. ¿Qué haces aquí tan
pronto?
Julio entró en el salón y miró a su hermano tan sorprendido como Jaime
lo miraba a él. La sorpresa de Julio era lógica, no esperaba encontrarlo tan
tranquilo tras los acontecimientos de ese día. La que era extraña era la de
Jaime. No era como si no supiera que Julio iba a llegar. Y menos normal
todavía era su gesto de espanto, como si lo hubiera pillado in fraganti
cometiendo algún delito.
—¿Pronto, Jaime? —Enarcó una ceja—. Son casi las siete de la
mañana...
—¡Las siete! ¡Miércoles! —Un huracán de pelo negro y ojos eléctricos
saltó del sofá apareciendo ante su vista—. ¡No me inserte palabrota! —
Echó a correr como una exhalación por el pasillo. Una exhalación que, por
cierto, estaba (des)vestida, si la vista no engañaba a Julio, con una camiseta
y un ¿bóxer? de su hermano.
Miró pasmado a Jaime, pero solo se le ocurrió preguntar:
—¿Que no le inserte qué?
—Palabrota. —Julio parpadeó perplejo—. «No me inserte palabrota» —
Jaime apostilló con los dedos las palabras—. Es como Iris dice «no me
jodas». Es que no le gusta soltar tacos —explicó con las orejas rojas.
—Si tuvieras una madre como la mía, tú tampoco los soltarías —apuntó
la morena entrando en el salón. Y, sí, a Julio no le había engañado la vista.
Llevaba una camiseta y unos calzoncillos de su hermano—. Encantada de
conocerte. —Le tendió la mano y se la sacudió con fuerza. Luego revisó el
salón en busca de su jersey—. Morritos me ha hablado de ti, todo bueno.
Soy Iris. No creo que te haya hablado de mí porque nos hemos conocido
hoy, así que no te molestes en intentar recordarme. —Se agachó para
sacarlo de debajo de la mesa, donde había ido a parar cuando Jaime se lo
había quitado mientras ella le atizaba con él—. Ahora que lo pienso,
seguramente crees que soy un ligue de una noche, ergo ni te planteas que te
haya hablado de mí. ¿Lo soy, Morritos? —Sonrió traviesa.
—¿El qué? —Jaime se sobresaltó, de verdad que a veces costaba
seguirla.
—Un ligue de una noche, ¿qué, si no? —Asomó la cabeza por la
abertura del jersey.
—Eh, bueno..., de esta noche sí. Pero espero que haya más —contestó
Jay turbado. ¡¿Cómo se le ocurría preguntarle eso delante de Julio?!
—¡Qué magnífica respuesta! Sí es que eres una cucada. —Le pellizcó las
mejillas—. Voy a vestirme, he quedado con mi madre a las nueve, no voy a
dormir ni una hora. Y en cuanto llegue y me vea las ojeras lo va a saber. —
Resopló—. Me va a matar. O peor aún, me dará una de sus charlas sobre la
responsabilidad y lo que se espera de un adulto... Casi prefiero que me
destripe con un cortaúñas. —Salió escopeteada del salón.
—Estoy con tu madre. Y, por cierto, mi hermano no me ha hablado de ti,
pero me ha enseñado una foto tuya —atinó a decir Julio, a destiempo, eso
sí, porque ella ya no estaba para oírlo.
Aunque resultó tener buen oído, porque cuando regresó con los
pantalones encajados en una pierna, la otra aún no le había dado tiempo a
meterla, miró a Jaime con los párpados entrecerrados.
—¿De dónde inserte palabrota has sacado una foto mía para enseñar? —
le reclamó metiendo la pierna que faltaba y subiéndose los vaqueros a
tirones. Saltó varias veces antes de conseguir encajarlos en su sitio—.
Tengo que perder unos kilos —gruñó sonriente, si es que tal combinación
de gestos era posible.
—La que me mandaste por Instagram con Sardi.
—¡Ay, la leche! Ya ni me acordaba. —Se echó a reír—. ¿Te importa que
me quede con tu bóxer? Es supercómodo. —Se marchó de nuevo.
—Sí, claro, quédatelo —aceptó Jay, sus orejas a punto de estallar. Si su
hermano no se había dado cuenta de que llevaba su ropa interior, que lo
dudaba, ahora lo sabía seguro.
—¡Genial! ¡Gracias, Morritos! ¡Pídeme un Uber porfaplease! —le gritó
desde un lugar indefinido allende el pasillo.
—¿Por qué te llama Morritos? —preguntó Julio. De todo lo que quería
preguntarle, eso era lo más inofensivo. Y lo que menos podía cabrearlo.
—Porque tiene morritos de fresa. —Iris entró en el salón a saltitos, pues
se estaba poniendo una deportiva. La otra ya se la había calzado—. ¿Tienes
una goma para el pelo? Esta maraña no hay quien la arregle sin varios kilos
de suavizante.
—En el cuarto de baño, en el cajón derecho —señaló Julio.
—Gracias, guapetón —le sonrió feliz—. ¿Lo has pedido, Morritos?
—Ahora mismo... —Tomó el móvil y abrió la aplicación.
—¿Dónde tiene que llevarte? —gritó Jaime escribiendo a velocidad de
vértigo.
—A Alcorcón —contestó Iris entrando en el salón. Le dio la dirección
completa.
—Tarda diez minutos —informó Jay—. Bajo contigo hasta que llegue.
—Se levantó.
—Tal vez deberías vestirte..., hace frío en la calle —comentó burlón
Julio.
Jaime se miró aturdido. Se le había olvidado que solo llevaba puesto el
bóxer. A Julio no le costaría nada sacar conclusiones. Se le volvieron a
enrojecer las orejas.
—Sí, aunque es una lástima, tiene un cuerpo de infarto... —apuntó Iris
descarada.
—Bueno, va, no te pases, princesa —gruñó Jay abochornado enfilando
el pasillo.
—¡¿Perdona?! ¡Eso no te lo consiento! —le reclamó furiosa.
Jaime se paró en seco y la miró pasmado. Tanto como Julio.
—¿El qué?
—Que me rebajes. —Se cruzó de brazos erguida cual pavo real.
—¿Estás loca? No te he rebajado.
—¿Ah, no? Llevas toda la noche llamándome reina y ahora me has
llamado princesa. —Lo miró con una ceja enarcada, la sonrisa bailando en
sus labios.
—No me jodas, Iris, es una manera de hablar... —sopló Jaime.
—¡Que te corten la cabeza! Eso también es una manera de hablar —
afirmó risueña.
—Como desee, majestad. No os volveré a llamar princesa —se guaseó él
haciéndole una reverencia.
Iris soltó una espontánea carcajada de la que Jaime no tardó en
contagiarse.
Julio no pudo menos que mirarlos sorprendido. ¿Quién era esa chica?
Aunque en realidad era irrelevante. Lo que realmente importaba era que su
hermano parecía estar bien, incluso feliz. Y era gracias a ella.
—Vístete, anda... —exhortó Iris a Jaime, todavía riendo.
Jaime hizo una nueva reverencia y se dirigió a su cuarto en tanto que Iris
enfilaba a la puerta. Julio la siguió.
—Tu hermano es la caña, y todo apunta a que tú también lo eres —
afirmó sonriente—. Jay habla maravillas de ti. Espero que volvamos a
coincidir.
—Yo también lo espero —replicó Julio con toda sinceridad.
—¿Nos vamos? El Uber debe de estar a punto de llegar —comentó Jay
vestido con un chándal y unas deportivas, sin calcetines—. Subo dentro de
un rato —le dijo a Julio.

La sutil diferencia entre asomarse a la ventana para tomar el aire y hacerlo


para echar un ojo es, en el caso de Julio, ninguna. Tampoco es que
pretenda espiar, solo quiere..., pues eso, echar un ojo. No hay nada malo en
ello, ¿verdad? Vosotras también echaríais un ojo —o los dos— si pudierais,
¿a que sí? Ay, pilluelas...

Julio observó a su hermano desde la cocina. Parecía relajado, aunque de vez


en cuando pateaba el suelo, seguramente para entrar en calor. También se
reía a carcajadas, podía oírlo desde la ventana. Lo vio abrazarla y darle un
mordisco en el cuello, o intentarlo, porque ella hizo algo y al instante
siguiente Jay estaba en el suelo, muerto de la risa, y ella sentada a
horcajadas sobre él haciéndole cosquillas, ¿o pellizcándolo? Lo vio
atraparla entre sus brazos y besarla como si no hubiera un mañana. Y justo
cuando parecía que iba a ponerse interesante, llegó el Uber.
Se despidieron y Jaime se quedó mirando el coche hasta que
desapareció. Entonces se llevó las manos a la nuca y, tras darle una patada a
la rueda de un coche, enfiló hacia casa. Su mirada voló a la ventana de la
cocina, donde se encontró con la de Julio.
Este reparó en que ya no parecía tan feliz como hacía unos segundos.
—¿Qué tal la noche? —le preguntó Julio cuando entró en la cocina.
Sobre la mesa, una fuente con churros y porras, un bol con azúcar y dos
tazas de chocolate caliente.
—Bien. —Agarró una porra y se la comió en dos bocados, estaba muerto
de hambre.
—Más que bien diría yo...
Jaime se encogió de hombros, sus orejas de un rojo subido.
—Parece una chica interesante —señaló Julio.
—Es la puta hostia, Jules. No tiene ni un solo filtro. Lo que piensa pasa
de su cerebro a su boca en cero coma, así. —Chasqueó los dedos—. Es
espontánea y divertida. Tan abierta y asequible que con ella todo es fácil. Y
siempre está sonriendo. Pero de verdad. Con todos los dientes. Tiene una
carcajada escandalosa que se te contagia sin que puedas evitarlo. Irradia
alegría. Es una vacuna contra los malos rollos. Es tremenda.
Julio asintió sorprendido. Su hermano no solía ser tan descriptivo con
sus conquistas. De hecho, era bastante hermético. Seguramente porque no le
importaban lo suficiente para fijarse en ellas y describirlas. Solo eran un
momento de esparcimiento.
—Parece que te ha caído bien —dijo con tiento.
—Me lo he pasado genial con ella. —Agarró otra porra. Le duró aún
menos que la primera. También se rellenó la taza de chocolate.
—¿Volverás a verla?
—Se va de viaje. —Frunció el ceño—. Nos veremos cuando vuelva.
—Estupendo. Por cierto... Sabes que este piso no es un picadero,
¿verdad? —le reclamó—. No me malinterpretes, Jaime —continuó sin darle
opción a réplica—. Me parece estupendo que traigas a tus amigos, pero no
quiero que lo conviertas en un piso de soltero en el que te folles a tus
conquistas de una noche cuando yo no esté.
—Es injusto que pienses eso, Jules, nunca he subido a nadie hasta hoy
—gruñó indignado, aunque no por eso dejó de devorar la cuarta porra—.
No creo que sea para tanto.
—Y no lo es. Solo quiero que sepas cuáles son mis normas.
—Vale, pues ya las sé. No la volveré a subir.
—Yo no te he dicho eso.
—Entonces ¿qué has dicho? —Terminó su chocolate y frunció el ceño al
ver que no había más. Le robó la taza a Julio. Las porras sin chocolate no
eran lo mismo.
—Que no subas a chavalas para un polvo de aquí te pillo, aquí te mato y
si te he visto no me acuerdo. Pero si una chica te hace tilín, y esta parece
que te lo ha hecho, y empiezas... algún tipo de relación —dijo con cautela
—, no me parece mal que vengáis y paséis la noche. Eso sí, cuando la cosa
se encienda, os vais a tu cuarto. No me apetece volver a pillaros in fraganti
en el comedor.
—No nos has pillado haciendo nada, solo estábamos charlando —
resopló Jay—. Y no pienso tener una relación de ningún tipo con Iris ni con
nadie. Paso de esas mierdas.
—Pues estabais muy desvestidos para estar solo charlando —repuso con
sorna ignorando su segunda afirmación, el tiempo ya lo pondría en su lugar.
—Teníamos calor.
—Ella llevaba tus calzoncillos. De hecho, creo que se los ha quedado.
Lo que me hace pensar que, a lo mejor, es porque sus bragas han sufrido
algún percance.
Eso arrancó una sonrisa a Jaime. También le enrojeció las orejas.
—Sé que no me vas a creer, Jules, pero te juro que no hemos follado —
aseveró mirándolo a los ojos. No mentía. Habían hecho de todo menos
follar.
—Por supuesto que te creo, hermano. Siempre lo hago —afirmó muy
serio—. Si no os habéis acostado, más tonto has sido. La chica es una
monada.
—¡Como si no lo hubiera intentado! Pero Iris no ha querido. Está con la
regla y dice que iba a parecer una versión gore de la matanza de Texas. Ya
ves la suerte que tengo —resopló—. Aun así, la noche ha estado genial,
hemos estado en un local raro de cojones, hasta había una lectora del tarot.
Y...
Julio no pudo menos que acomodarse en la silla y escuchar a su, por lo
normal reservado, hermano. Había ocasiones en las que Sin le tiraba de la
lengua y soltaba alguna burrada jactanciosa sobre lo bien que se le daba
follar, pero era la primera vez que le hablaba de una chica describiendo
cada gesto, cada risa, cada palabra dicha.
Dijera lo que dijese, esa muchacha lo había impactado. Y mucho.
10

El atardecer del último día del año encuentra a nuestro prota a lomos de
Canela en la vereda que cruza el complejo hípico con una de sus dos
mejores amigas.

—Está en la iglesia. ¿Te lo puedes creer? ¿Qué mierda hace en misa la tarde
de Nochevieja? Y espera, que lo vas a flipar: Mor está buscando dónde dan
esta madrugada la primera misa del año del papa porque a Cirila le hace
ilusión verla —bufó desdeñoso—. ¡Está abducida por la Iglesia!
—Ir a misa no tiene nada de malo —replicó Rocío con tiento.
—No, claro que no. Puede hacer con su tiempo lo que le salga del coño,
pero ¿a qué viene tanta devoción? Si Dios existe, la dejó tirada, igual que a
mí. No impidió que mi padre me robara —se llenó de rabia al pensarlo— ni
la ayudó a encontrarme cuando era un crío y la necesitaba. —Aunque
tampoco era que ella se hubiera molestado en buscarlo por entonces—. No
le debe nada. ¡Que le den! —exclamó frenético. El corazón le bombeaba
tan fuerte que parecía que se le iba a salir por la garganta.
—Ella no lo ve así. Ella piensa que...
—Ya, que Él le hizo ver la tele cuando yo salía en pantalla y por eso me
encontró... Vamos, no me jodas. Fue una puta casualidad, no un milagro. —
Se frotó el pecho al sentir que una rabia incandescente lo incendiaba.
—¿Por qué estás tan cabreado con ella? —le reclamó Rocío.
—No estoy... —Se calló al darse cuenta de que sí lo estaba—. No lo sé.
No lo puedo controlar. Imagino que me cabrea que sea tan dócil y crédula.
No lo soporto.
—Yo no creo que sea dócil, sino que pelea en silencio...
—Qué gilipollez —exclamó Jay—. Jules ha encontrado un laboratorio
para hacer la prueba de maternidad. Vamos el martes. En unas semanas
tendremos los resultados.
—¿Y qué tal lo llevas?
—Bien. Me la pela. —Se encogió de hombros con fingida desidia.
Esa mujer era su madre. Se lo decía cada brizna de su ser, pero el
resultado de la prueba convertiría en realidad lo que ahora solo era una
posibilidad. Y pensarlo le provocaba calambres en el estómago. Iba a tener
una madre. Una con la que compartiría sangre y ADN pero no vivencias ni
recuerdos, ni siquiera idioma. Y sería su madre hasta que se cansara de él y
se largara igual que Jethro. Seguro que, para no perder la costumbre,
desaparecía en su puto cumpleaños, pensó con amargura.
—Hoy va a cenar con nosotros. Cirila, me refiero —comentó.
—Ya, me lo ha dicho mi padre. Vamos a ser unos cuantos en casa de
Nini...
—Y solo tú y Mario la entendéis. Será de lo más divertido —resopló
desdeñoso.

Cuando no esperas nada y te lo ofrecen todo, descubres que el mundo es un


lugar maravilloso si te acompaña la gente adecuada.

Cirila entró tras Mor en la casa y sonrió agradecida a Nini, quien la saludó
con dos besos a la vez que le decía algo con voz cantarina. No entendió sus
palabras, pero sí lo que transmitían. Cariño. Amistad. Tan puros y sinceros
que sintió que se le quitaba un peso de los hombros.
Había intentado rechazar la invitación a cenar cuando Mor y Mario
fueron a buscarla a la iglesia. No hacía ni veinticuatro horas que la
conocían, eran muy amables, pero su presencia haría incómoda esa cena tan
especial y no debían sentirse obligados a acogerla, ella era feliz cenando en
el hotel.
No habían aceptado su negativa. Ni siquiera le habían dado oportunidad
de resistirse. Así que ahí estaba. En una casa extraña con personas con las
que no podía mantener una conversación, pero sintiéndose más acompañada
que en años. Observó a los reunidos en el salón. Julio, sus hijas gemelas y
Mor. Nini y Sin. Beth, Elías, Rocío y Mario (Ciri imaginó que este se había
visto obligado a cenar allí para ejercer de traductor). Y Jaime. Más elegante
que nunca con su camisa negra y sus pantalones de pinzas.
Las gemelas jugaban con él en el sofá y, aunque Ciri no podía
entenderlas, la luminosidad de sus sonrisas le decía que adoraban estar con
él. Les gastaba bromas arrancándoles carcajadas y les revolvía el pelo
provocando su enfado. Un enfado que, desde luego, era fingido. Era un tío
cariñoso y atento, además de travieso, y sus sobrinas lo querían muchísimo.
«Gracias, Señor, por no permitir que el monstruo lo convirtiera en un ser
cruel.»
Nini la instó a seguirla y fue con ella, Mor y Beth a la cocina. No dudó
un instante en trocear una escarola sintiéndose una hermana más cuando
Beth, que pelaba una manzana para la ensalada, se la señaló. Luego tomó
encantada una bandeja y regresó al salón, donde Elías, Julio y Sin habían
sacado los sofás y montado una mesa sobre unas borriquetas que Mor
cubrió con un mantel. Varios viajes después, la comida estaba lista y Ciri se
sentó a la mesa junto a su hijo y le sonrió sintiéndose parte de esa familia.
La sonrisa que Jaime había tenido mientras jugaba con sus sobrinas
flaqueó. Le costó unos segundos recuperarla y fue un rígido simulacro de la
original.
Cirila bajó la cabeza compungida. No había hecho bien en sentarse a su
lado, no era de la familia, aunque fuera su madre. Seguramente había
ocupado el sitio de su hermano y era demasiado educado para decírselo.
Azorada, susurró una disculpa y se levantó para cambiarse de silla. O lo
intentó. Porque Mario se sentó a su vera y le tomó la mano impidiéndole
levantarse.
—Este es tu sitio —le susurró en alemán.
Cirila fue a protestar, pero en ese momento Julio se sentó entre Elías y
Sin —algo muy prudente, pues a Sin la divertía fastidiar a Elías—, mientras
que Nini lo hacía junto a Rocío y Beth, dejando a Mor en la cabecera. Por
lo visto, en esa casa no se sentaban por núcleos familiares, sino donde
caían. Volvió a sonreír y juntó las manos entrecruzando los dedos; pegó los
labios a estos y murmuró algo en esloveno.
—¿Qué coño está haciendo?
Abrió los ojos sobresaltada al oír a su hijo. No entendía lo que había
dicho, pero su tono áspero dejaba claro que estaba disgustado. Le sonrió
con timidez y miró a su alrededor. Todos la miraban. Por lo visto, en esa
familia no se bendecía la mesa.
Se disculpó en alemán, bajó las manos y las entrecruzó en su regazo para
acabar su oración en silencio y sin molestar a los demás.
—¿En serio tiene que ponerse a rezar ahora? —resopló Jaime.
—Es lo normal en los cristianos practicantes —señaló Julio admonitorio
—. No hace mal a nadie.
—Yo también quiero rezar, papá. —Larissa reprodujo la postura de
Cirila.
Leah asintió con un rebote de cabeza e imitó a su hermana.
—No me jodas... —masculló Jaime despectivo.
—¿Qué narices te pasa? No hacen nada que pueda molestarte —le
reclamó Rocío.
—Pues va a ser que sí, me jode porque tengo hambre, y mientras hacen
el paripé no comemos —replicó él, y por su tono cualquiera diría que estaba
buscando bronca.
—Pues come y deja de joder la marrana, caraculo —lo exhortó Sin.
—Que te follen —gruñó Jay tomando un trozo de queso que se embutió
en la boca.
—Gracias por tus buenos deseos, niño —repuso burlona.
Jaime la miró furioso y continuó devorando como si estuviera decidido a
comerse todo lo que había sobre la mesa. O como si buscara una excusa
para no seguir hablando. Y tener la boca llena lo era.
Cirila se forzó a curvar los labios en una sonrisa que no revelara su
tristeza. No entendía lo que había dicho su hijo, Mario no se lo había
querido traducir, pero estaba claro que lo molestaba su presencia. Y ella
entendía su malestar. No debería estar ahí, ese no era su lugar. Estaba
disgustándolo, y lo último que quería era hacerlo infeliz y que la rechazara
ahora que lo había encontrado. Tomó un aperitivo que no iba a comer, pues
tenía el estómago cerrado, pero no podía regresar al hotel hasta que la
llevaran y se negaba a estropearles aún más la cena evidenciando su
tristeza. Amplió la sonrisa. Comería, sonreiría y en cuanto pasaran las uvas
le pediría a Mario que la acercara al hotel, de donde no debería haber
salido.
Julio observó a Jaime, quien a su vez miraba de refilón a su madre, como
si no quisiera mirarla pero no pudiera evitar hacerlo. Cuando Cirila lo
pillaba, él la rehuía lanzándose a hablar con cualquiera menos con ella.
Parecía empeñado en evitarla, algo complicado, dado lo apretados que
estaban. Cada vez que Ciri se movía para aceptar los platos que le ofrecían
—no cogía nada motu proprio— y lo rozaba sin pretenderlo, él se apartaba
con disimulo. Ella, por supuesto, se daba cuenta. Y cada vez estaba más
triste. Y Jaime más alterado.
El desasosiego de Jaime fue in crescendo hasta que, a falta de cuarenta
minutos para las uvas, anunció con una sonrisa rígida que iba a despedirse
de Canela hasta el año siguiente. Salió acelerado sin esperar a nadie.
—Déjalo, Ro —la frenó Elías cuando hizo intención de seguirlo—. Se
está ahogando. Necesita estar solo un rato.
—Pero se ha dejado la chaqueta, se va a helar... —murmuró preocupada.
—Que se joda. Le vendrá bien que el aire frío lo temple un poco, o seré
yo quien lo calme de una hostia —masculló Sin disgustada.
Cirila miró a Mario esperando que le dijera qué había ocurrido, pero este
se limitó a usar la excusa primigenia de Jaime. Una excusa que, por
descontado, Cirila no se tragó. A su hijo le pasaba algo. Y ese algo era ella.
Se le rompió el corazón.
La mano de Mario envolvió la suya. Lo miró agradecida por su
silencioso apoyo y este le dedicó una cariñosa sonrisa que consiguió que
curvara temblorosa los labios.
—Mario, me gustaría hablar con Ciri en privado. ¿Puedes preguntarle si
le parece bien y acompañarnos arriba? —le pidió Julio.
Sabía que los temas que iba a tocar podían resultarle incómodos y
prefería tratarlos a solas con ella y, a ser posible, con Jaime ausente; tal y
como se estaba comportando, era muy capaz de avergonzar a su madre,
aunque no hubiera motivos para ello.
Cirila aceptó acompañando a Mario y a Julio al antiguo dormitorio de
Mor, que ahora era el feudo de Jaime en Tres Hermanas.
—Por favor, coméntale que ya tengo cita para la prueba de maternidad,
será el martes, si a ella le parece bien —comenzó Julio.
Cirila asintió cuando Mario lo tradujo.
Julio respiró aliviado al ver que se lo tomaba bien. No esperaba un
numerito, Cirila no era de las que montaban dramas, pero sí le preocupaba
que pudiera ver la prueba como una manera de llamarla mentirosa y no
quería que pensara eso. Respetaba a esa mujer. Más aún, la admiraba. No
haría nada que la disgustara. Para eso ya estaba su hermano.
Le comentó cómo transcurriría la prueba y el tiempo que se demorarían
los resultados y pasó al otro tema que le interesaba y que tampoco sabía
cómo abordar.
—También quería saber... —Se paró dubitativo—. He pensado... —
Volvió a callar. Mario enarcó una ceja—. Esto se le da mucho mejor a Mor,
ella siempre sabe qué decir y cuándo decirlo, debería haberle pedido que
nos acompañara. —Se frotó la cabeza rasurada.
—Suéltalo, Julio, lo suavizaré si veo que puede disgustarla —lo instó
Mario resuelto.
—Vale... ¿Tiene alguna oferta de trabajo?
Cirila bajó la cabeza y negó avergonzada cuando Mario lo tradujo.
—No te lo pregunto para incomodarte —afirmó Julio con tiento—, sino
porque dirijo un club erótico y tal vez pueda... Mierda, no traduzcas eso —
le dijo a Mario al reparar en que era probable que la perturbara la temática
del Lirio Negro. Cirila no parecía muy liberal.
—No pensaba hacerlo —sonrió Mario—. Le diré que diriges un pub
nocturno.
—Sí, mejor. Coméntale que puedo preguntar a mis contactos por algún
trabajo. La contrataría en el Lirio, pero no creo que...
—No, mejor no —se apresuró a coincidir Mario. Trasladó su oferta a
Cirila y la respuesta de esta le arrancó una sonrisa—. Dice que tu interés te
honra y que eres un buen hombre. Añade que, si no te resulta mucha
molestia, acepta agradecida tu ayuda.
—Ninguna molestia. Lo haré encantado. Pregúntale qué tipo de trabajos
ha realizado para saber qué buscar.
Resultó que Cirila llevaba desde los trece años asistiendo casas,
cuidando niños y ancianos y ocupándose de la limpieza de fincas. Julio
intercambió una preocupada mirada con Mario. No estaba especializada y
no hablaba español ni inglés. Iba a ser complicado encontrarle trabajo.
—¿De qué coño va a trabajar si no habla ni papa de español? —inquirió
Jaime despectivo desde la puerta, donde llevaba unos minutos sin anunciar
su presencia—. No va a entender a su jefe cuando le diga lo que tiene que
hacer.
—Jaime, contrólate —le exigió Julio. Solo con abrir la boca había
conseguido que Cirila bajara la mirada abochornada, a pesar de que Mario
no le había trasladado sus palabras.
No necesitaba traducción para saber cuándo la despreciaba su hijo.
—Solo digo la verdad, nadie va a contratar a alguien con quien no se
puede comunicar —aseveró desdeñoso.
—Si no vas a decir nada agradable, mejor te callas —le ordenó Mario
furioso.
Jaime puso los ojos en blanco.
—Joder, ya no se puede ser sincero en esta casa.
—Lo que no se puede es ser hiriente —lo reconvino Julio.
—No soy hiriente, sino realista. Bueno, va, me la pela —se apresuró a
decir antes de que volvieran a regañarlo. Porque, joder, tenían toda la razón.
Estaba siendo cruel sin motivos, pero no podía evitarlo. Cada vez que la
miraba le venía a la cabeza su padre. Lo que había vivido con él. Sus burlas
y sus escarmientos. Su abandono cada noche. Su desprecio cada día. Lo que
le contaba sobre ella cuando quería hacerlo sufrir, que era casi siempre. Lo
mala madre que era y lo poco que lo había querido. Jay lo había creído a
pies juntillas. Y ahora no podía quererla porque su padre solo le había
enseñado a odiarla. La rabia rugía feroz en su interior, pero Jethro no estaba
ahí para volcarla en él. Así que la volcaba en Cirila. Injustamente. Y eso lo
atormentaba y lo avergonzaba a partes iguales. Pero no podía parar.
—Me ha mandado Mor, falta un cuarto de hora para las uvas, bajad
cuando os salga de la punta del nabo —dijo marchándose.
Cirila miró herida el umbral ahora vacío. Había vuelto a disgustarlo y no
sabía cómo. Le preguntó a Mario, pero este negó con un gesto. Estaba a
punto de insistirle que le contara qué había ocurrido cuando Julio habló de
nuevo.
Quería que tomara clases de español. Él las pagaría.
Cirila lo miró avergonzada. No era tonta. No necesitaba que le dijera lo
que ya sabía. Tenía que aprender el idioma si quería defenderse en ese país,
pero no pensaba hacerlo a costa del dinero del hermano de su hijo. Eso solo
haría que Jaime la despreciara aún más por aprovecharse de la buena fe de
Julio. Rechazó la oferta.
—No estás siendo cabal, Cirila. No vas a conseguir un buen trabajo hasta
que puedas hablar, aunque sea de forma rudimentaria, en español. Y no vas
a aprender por obra y gracia del Espíritu Santo. Necesitas ir a una academia.
Díselo, Mario.
—¿Crees que no lo sabe? No es tonta, Julio. —Se negó a traducir lo
evidente.
—Entonces ¿por qué no acepta?
—Porque es orgullosa. Ya ha aceptado que le pagues el hotel, no
aceptará más limosnas —intuyó.
—Por favor, Mario, no es limosna... —rebatió Julio dolido.
—Lo sé, pero ella lo siente así —replicó Mario mientras Ciri los miraba
suspicaz.
Dijo algo en esloveno.
Mario le pidió que se lo repitiera en alemán. Ella volvió a hablar. Él
enarcó una ceja al oír su respuesta.
—¿Qué ha dicho? —le reclamó Julio perdido.
—No tengo ni idea. Ha hablado en esloveno las dos veces. —La miró
con admiración—. Creo que nos está dando a entender que le parece una
falta de respeto que hablemos entre nosotros sin traducir lo que decimos. —
Se disculpó por ello. Y Ciri soltó una frase en alemán que arrancó una
sonrisa a Mario—. Nos la ha devuelto —anunció a Julio. Este lo miró sin
entender—. Ha dicho: «Cada uno cosecha lo que siembra».
—Y yo he cosechado limones agrios. —Julio esbozó una sonrisa
arrepentida—. Pídele disculpas en mi nombre, por favor.
Mario lo hizo y, cuando Julio intentó continuar con el tema donde lo
habían dejado, Mor los avisó a gritos de que faltaban pocos minutos para
las campanadas.
Bajaron raudos, se reunieron alrededor de la mesita de centro y tomaron
las uvas. Algunos se atragantaron —Rocío—, otros se las tomaron en
menos campanadas —Jaime y Larissa, porque hicieron trampas y
empezaron con los cuartos—, y el resto acabó a la par, excepto Nini y Julio,
que tomaban la uva número nueve cuando sonó la última campanada.
Luego llegó el turno de brindar con champán en copas con anillos de oro
para empezar el año con buena suerte. Tras esto, encendieron bengalas y
salieron a la calle. Por supuesto, no tiraron petardos. Amaban a los
animales, se negaban a torturarlos con los terribles estallidos pirotécnicos.
—Yo te enseñaré —le dijo Mario a Cirila tendiéndole una bengala
encendida.
Ella lo miró sin entender.
Él sonrió, le puso la bengala entre los dedos, le hizo cerrar la mano al
envolverla con la suya y la guio para que trazara espirales en el aire.
—Yo te enseñaré español —amplió su afirmación—. No soy mal
maestro, poco a poco irás aprendiendo y podrás comunicarte con la gente.
Y con Jaime.
Cirila negó abochornada. Ese hombre tenía su trabajo y su familia, no
podía dedicarle más tiempo del que ya le dedicaba.
—No. No eres mi cuidador...
Él posó un dedo en sus labios pidiéndole silencio.
—¿Qué tal se te da cocinar dulces?
Cirila lo miró confundida antes de responder que se le daba muy bien.
—Bien. Soy muy goloso. Te cambio clases por postres... Pero te lo
advierto, si aceptas el trato vas a tener que trabajar mucho. Aunque estoy
delgado soy muy tragón.
Cirila esbozó una sonrisa luminosa y asintió antes de bajar la mirada con
timidez.
Jaime los observaba apoyado en la pared. La visión de su madre
sonriendo se superponía a las escenas del pasado. De otras mujeres que
salían con su padre y esbozaban sonrisas similares que nunca acababan
bien.
¿Jethro habría hecho sonreír a Cirila cuando estaban juntos?
Seguramente sí. Al principio, antes de que ella descubriera cómo era
realmente. Lo había visto enrollarse con decenas de mujeres. La mayoría
igual de terribles que él. Pero a veces enredaba a alguna que sonreía como
Ciri lo hacía ahora. Con dulzura e ingenuidad. Jethro se encargaba de que
eso no durara mucho. Le gustaba romper cosas bonitas. Quebrarlas y
destrozarlas. Por eso se lo había llevado. Para torturar a Cirila. Lo había
robado de su pecho, de su cama. Y ella lo había permitido.
Sacudió la cabeza. No era cierto. Ella no lo había abandonado
voluntariamente. Cirila no era así. Aunque Jethro le hubiera hecho creer lo
contrario durante toda su niñez. Jethro era un mentiroso. Su madre no.
Cirila era frágil. Ingenua. Una soñadora descerebrada que había confiado
en Jethro y había pagado por ello. Jodiéndole a él la niñez de paso.
Volvió a sacudir la cabeza. No, joder. Su madre no era tonta. Era una
niña, no debía olvidarlo. Solo tenía quince años cuando lo tuvo. Catorce
cuando un puto viejo verde la hizo creer en cuentos de hadas y se la folló.
Solo era una cría estúpida que se creería muy importante al acostarse con un
hombre mayor y a la que le salió el tiro por la culata. Una niñata que se
asustó al saberse preñada y que, cuando lo parió, comprendió que ese bebé
llorón le iba a joder la vida. Por eso dejó que Jethro se lo llevara. Porque
¿qué tipo de madre no se da cuenta de que le roban a su hijo del pecho? Una
que no quiere darse cuenta.
Sacudió la cabeza en una furiosa negativa. Él no creía eso. Era Jethro
quien le hablaba desde el pasado y le hacía pensar esas patrañas llenas de
crueldad. Puto cabrón. Ojalá supiera dónde encontrarlo. Lo golpearía por
infectarle la cabeza con sus embustes. Cirila no lo había abandonado.
Llevaba buscándolo toda su vida. Aunque no con mucho ahínco, a tenor de
lo que había tardado en encontrarlo. Y tampoco se había molestado en
aprender algo de español para poder hablar con él...
Negó frenético. Mentira. Todo eran putas mentiras. Estaba oyendo las
falacias de Jethro. Lo que le diría el cabrón que lo engendró para torturarlo
y reírse de él. Y, joder, lo estaba consiguiendo. Estaba tan lleno de rabia que
el corazón le latía vertiginoso y le costaba respirar. Se golpeó el pecho con
el puño.
—¿Qué pasa, campeón? ¿Te ha dado un tic? —Sin tiñó su preocupación
de burla.
Jay la miró turbado, no la había visto llegar. El inconfundible olor a
maría se filtró en sus fosas nasales. Bajó la mirada, de los dedos de Sin
colgaba un porro encendido.
—Dame una calada —le pidió impaciente.
Sin enarcó una ceja, nunca lo había visto fumar. Le tendió el porro.
Jaime casi se lo arrancó de los dedos y le dio una intensa calada que lo
hizo toser. Le dio varias más, rápidas y seguidas, antes de devolvérselo.
—¿Estás bien, figura? —le reclamó intranquila.
—De putísima madre. ¿Queda champán? —Se dirigió a la casa.
Encontró una botella y se llenó la copa. Se la bebió, se la volvió a llenar
y la vació de un trago que le hizo cosquillas en la nariz.
—Deja algo para los demás, hermano —le pidió Julio con sorna
entrando en el salón. Las bengalas se habían acabado y fuera hacía un frío
polar.
—Todo tuyo, paso de burbujas —repuso Jaime. Revisó el mueble y sacó
una botella de Puerto de Indias. Se llenó un vaso hasta la mitad, le echó
hielo y añadió tónica.
—¿No es un poco pronto para empezar con las copas? Queda mucha
noche por delante.
—No me jodas, Jules, son las doce y media. Esto parece un velatorio en
vez de una fiesta. —Esquivó la mirada de su hermano. Y de su madre—.
¿Vas a ir al Dakota, Sin?
—Eso pretendo.
—Genial, me apunto. ¿Nos largamos? Me apetece dar una vuelta...
—Y a mí follar —replicó la rubia. Subió al dormitorio a por su chupa de
cuero.
—Bájame la mía —le pidió Jay, luego miró a Rocío ignorando a Cirila
—. ¿Vienes?
—¿A un bar de moteros? Ni de coña. Sé a lo que vais y no es mi rollo.
Jay no insistió. Rocío lo conocía bien y, en efecto, sabía a lo que iba.
Se despidió con un gesto cuando Sin bajó la escalera. Dos minutos
después montaba tras ella en la moto y la gélida noche le azotaba la cara.
11

El tiempo borra los malos recuerdos y lo pone todo en su lugar. El


problema es cuánto tarda en borrarlos porque, mientras están ahí, duelen.

—Hazte otro —le dijo Jay a Sin cuando esta le reclamó el porro.
Estaban en el Dakota, o, mejor dicho, en la calle frente al pub,
fumándose un porro.
La rubia lo miró preocupada. Jay no fumaba. Nunca. Ni maría ni tabaco.
Su padre le había quitado las ganas de niño, aunque nunca había querido
contarle cómo. Pero desde luego lo había marcado, igual que todo por lo
que lo hizo pasar ese hijo de putero. Lo vio llevarse a la boca el JB con
hielo —había cambiado de bebida— y su inquietud creció de manera
exponencial a los tragos rápidos que él daba. Casi ni lo saboreaba.
Jaime no tenía por costumbre beber más que algún gin-tonic ocasional
las noches que salía. Prefería la cerveza y la Coca-Cola. Era consciente de
dónde estaba su límite y siempre mantenía el control. Pero esa noche ya
llevaba cuatro copas, cinco con ese JB, en poco más de tres horas, y antes
de eso el vino en la cena y el champán tras las uvas. Si la cantidad de
alcohol no lo tumbaba, lo haría la mezcla.
—¿Has visto algún tío que te interese? —le preguntó Jay entre calada y
calada.
—Le he echado el ojo a un motero que me follé hace unos meses y que
tiene una polla decente. Me lo subiré a la pensión dentro de un rato, cuando
me aburra de ti —se burló marrullera desviando la mirada hacia el tipo que
acababa de salir a fumar. Esbozó una sonrisa lasciva que él respondió con
una inclinación de cabeza.
No habían hablado, ni falta que hacía. Él sabía lo que ella quería y ella
sabía lo que él quería. Y se lo iban a dar.
—¿Sobrepasa los veinte centímetros?
—Con creces.
—Fóllatelo y luego me lo cuentas. —Jay se tambaleó y volvió a
apoyarse en la pared. Se movía menos que el suelo.
—Paso de contar batallitas —resopló Sin—. ¿Quieres apuntarte?
—Ni de coña. Me pone nervioso que haya otro tío conmigo cuando follo,
me da la impresión de que si me despisto me la va a meter por el ojete —
gruñó.
Sin no pudo menos que sonreír. Así que por eso no había repetido tras el
primer trío que se montaron. De lo que se enteraba una cuando el otro
estaba lo suficientemente perjudicado para soltar la lengua.
—¡Estabas aquí escondido! —gritó una treintañera castaña con los ojitos
brillantes y el andar oscilante—. Te he buscado por todas partes y resulta
que te habías escapado a fumar... Pásamelo —le pidió colgándose de su
cuello.
Jay le dio una calada al porro, agarró la barbilla de la chica para subirle
la cabeza y la besó exhalando el humo en su boca.
—Más... —Le mordió el labio y chupó golosa a la vez que le manoseaba
el paquete.
Jay se dejó hacer. Nunca le decía no a un sobeteo, aunque fuera tan
burdo como ese. De hecho, esos sobeteos eran su puta especialidad.
Meterse mano en la pista de baile, seguir manoseándose en los reservados o
donde los pillara y acabar follando en el baño o en la puta calle o, si tenía
suerte y la chica tenía coche, en el asiento trasero.
La mujer le abrió la bragueta y le metió la mano bajo la ropa. Jaime se
estremeció. Tenía la palma húmeda, tal vez de sujetar el cubata, y estaba
fría. No importaba, ya se calentaría. Y, de paso, también lo calentaría a él,
que solo estaba a media asta.
Le dio dos caladas al porro y exhaló la tercera en su boca. Repitió el
juego un par de veces, hasta acabar con el porro. Lo tiró, deslizó la mano
por el muslo de la mujer y subió por debajo de la falda hasta su coño.
Estaba tan mojada que tenía las bragas y las medias húmedas. Le rompió las
segundas y le apartó las primeras para meterle dos dedos. Ella se lanzó a su
boca. Le metió la lengua con brusquedad y empujó la de él con avaricia,
haciendo chocar los dientes con sus prisas.
Jaime giró la cabeza disgustado. Besaba de pena. Nada que ver con Iris.
Ella sí que besaba bien. Y sabía aún mejor. Se puso duro. Como el jodido
granito.
Le agarró la mano a la mujer y se la movió mostrándole cómo quería que
se la sacudiera y, cuando le pilló el ritmo —le costó un poco, estaba tan
perjudicada como él—, volvió a meterle los dedos. Tres esta vez.
—¿Tienes coche? —le preguntó ella entre besos y mordiscos.
—No. ¿Y tú?
Ella negó y señaló las ventanas de la pensión que había sobre el Dakota.
—Ni de coña pillo una habitación —rechazó Jay.
Solo iban a echar un polvo, pasaba de pagar por usar una cama diez
minutos, porque lo que tenía claro era que no iba a durar más tiempo.
Tampoco le apetecía repetir el asalto. De hecho, pocas veces repetía, no le
veía aliciente. Eso de pasar la noche —o unas horas— con una chica,
charlando y haciendo mierdas románticas no iba con él.
—Llevas falda..., te la subo y te follo —propuso.
—¿En el baño? —Jay asintió—. Vamos. —Tiró de él.
Jay se dejó llevar dos pasos. Luego se paró.
—Espera..., no sé si... —Rebuscó mareado en sus bolsillos—. Joder...
—Mira que te he dicho que no salgas sin condones, campeón... —se
burló Sin intuyendo su problema. Le tendió un par de ellos.
—Gracias, reina, te debo una.
—No. Me debes dos.
Jay se llevó la mano a la frente en un saludo militar y enfiló al bar con la
mujer.
Sin entró tras ellos y los observó mientras avanzaban esquivando a la
gente a duras penas. El equilibrio no les daba para más. Esperaba que Jay
fuera capaz de encontrar el agujero de la chica, pensó burlona.
Fue a la barra a por una cerveza y al pedirla sintió a alguien tras ella.
Unas manos enormes se deslizaron por su vientre plano hasta acabar en la
uve de su sexo. Giró la cabeza para confirmar que era quien pensaba y
separó las piernas para que pudiera amasarle el coño con la dedicación que
merecía.
—¿Has terminado de vigilar al polluelo? —le preguntó el motero con la
voz ronca.
—Por ahora.
—¿Subes a mi habitación? —Le metió una mano bajo la camiseta y
subió a sus pechos. Sin jamás usaba sujetador y él llegó a su destino sin
trabas.
Jadeó al sentir sus dedos callosos en los pezones. Le gustaba que fuera
brusco.
—Convénceme —lo desafió llevando la mano a la espalda. Le agarró la
polla.
—Con mucho gusto.
Él le desabrochó los vaqueros y hundió los dedos bajo estos. Y, joder, el
tipo sabía moverlos, amén de la pedazo polla que gastaba. Ocupaba toda la
mano de Sin, que estaba muy entretenida masturbándolo.
—Vamos arriba —propuso el motero cuando la sintió estremecerse.
Estaba a punto de correrse. Él también.
Sin lo soltó y enfiló a la salida. Dos minutos después se desnudaban a
tirones y caían en la cama. Pelearon entre las sábanas por ser el dominante.
Ganó Sin, a pesar de ser menos pesada y alta que él, pero sabía agarrar una
polla mejor que nadie. No era la primera vez que follaban y el tipo aún
recordaba que era una amazona que sabía cómo montar a un hombre hasta
dejarlo seco, así que no opuso mucha resistencia.
Jodieron en el suelo con la misma intensidad que si estuvieran peleando.
Comiéndose el uno al otro en una violenta carrera por alcanzar el orgasmo.
No tardaron en llegar. Tampoco en repetir. A Sin le molaban los moteros
grandes con pinta de malotes que sabían lo que se hacían, y este lo sabía. Le
gustaba dejarlos secos durante dos o tres horas y luego adiós, muy buenas.
Y a ellos les iba bien así.
Echaron la segunda ronda en la cama. Aunque, antes de ir al grano, Sin
se sentó en su cara para ir calentando motores. Esta vez duraron un poco
más. Luego el tipo fue a por unas cervezas para reponer líquidos con vistas
a la tercera ronda.
Sin se asomó a la ventana mientras lo esperaba, gloriosamente desnuda.
Vio a Jay en la calle. Avanzaba tambaleante hasta una alcantarilla en la
que vomitó hasta la primera papilla. Luego cayó de rodillas y, sin pensarlo
mucho, se tumbó.
Cuando el motero regresó encontró a Sin con los vaqueros, la sudadera
de Nirvana y las botas militares puestas. Un porro le colgaba de los labios.
—Pensaba que íbamos a ir a por otro... —señaló tendiéndole una
cerveza.
—Esta noche no. —Dio un trago. Él la miró confundido—. ¿Algún
problema?
—En absoluto. Si la dama dice que no, es no. Otro día lo finiquitamos.
Sin sonrió lasciva, le agarró el paquete y le comió la boca. Luego bajó
presurosa. Iba a matar a Jay por joderle el penúltimo polvo de la noche.
—Eh, caraculo, levanta. —Le pateó la pierna. Seguía tirado en la acera.
—Que te follen.
—En eso estaba. —Volvió a patearlo—. Arriba, campeón, o te agarro de
los pelos y te levanto.
—No seas pesada —dijo Jay. O lo intentó, porque no pronunciaba muy
bien.
Sin lo cogió del pelo y tiró.
—¡Córtate mil, hostia! —Se la sacudió con manotazos torpes y,
ayudándose del capó de un coche, se puso en pie. Lo consiguió al tercer
intento.
Sin se pasó su brazo por los hombros y le sirvió de muleta. Lo llevó de
regreso al edificio y lo arrastró —literalmente— escaleras arriba hasta la
pensión. Le pidió al encargado café y algo de comer. Pagó y lo condujo a la
habitación. No podía llevarlo a Tres Hermanas en ese estado. Se le caería de
la moto. Lo desnudó y lo metió en la ducha. Jay se derrumbó en el plato
bajo una lluvia templada que lo despejó un poco, luego Sin cerró el agua
caliente, dejando que saliera fría del todo.
—Puta cabrona... —Trató de salir. Ella lo empujó dentro de nuevo.
—Aguanta un par de minutos, niño, te sentirás mejor.
Cuando lo dejó salir lo obligó a tomarse el café bien cargado y a comer,
hasta que pareció que volvía un poco a su estado natural.
—¿Mejor? —le preguntó.
—Más o menos. Joder, me revienta la cabeza.
—Mañana será peor —afirmó. Tenía un máster en resacas.
—Me encanta cuando me animas. ¿Qué tal con tu motero?, ¿te he jodido
el polvo? —inquirió recordando lo que le había dicho antes. ¿O lo había
soñado?
—El tercero. Mañana tendrás que resarcirme.
—Si se me levanta es toda tuya —resopló Jay sujetándose la cabeza
entre las manos.
Sin le peló un plátano y lo obligó a comérselo.
—Tiene mucho potasio, te irá bien —explicó—. ¿Dudas que se te vaya a
levantar?
—Hace un rato casi me falla. Nunca he tardado tanto en correrme —
masculló con un poso de preocupación—. Creí que no lo conseguía, joder.
—Es lo que tiene el alcohol, que te la deja mustia.
—La primera vez que he follado esta noche también me ha costado, y no
estaba tan borracho como ahora —apuntó inquieto.
—Tampoco ibas muy sereno —señaló ella.
Jay frunció el ceño y asintió. Sí. Seguramente sería eso.
12

Lunes, 1 de enero
Irisadas_00.21
¡Feliz Año Nuevo! ¿Qué tal las uvas? ¿Acabaste con las
campanadas?

JayHorse_17.22
Feliz año! Las campanadas acabaron conmigo...

Irisadas_17.57
Me da la impresión
de que estás resacoso...

JayHorse_18.02
Ahora eres adivina?

Irisadas_18.02
Bruja. Me saqué el título en Halloween. Te estoy viendo en
mi bola de cristal
y tienes los ojos rojos y la cara verde. (+_+)

JayHorse_18.03
Tu bola es una crack. También me duele la cabeza y tengo el
estómago revuelto (@o@).

Irisadas_18.04
Pobre. Estás con el lote completo. Por cierto, que sepas que
sigo viva (^_^).

JayHorse_18.04
X q no ibas a seguir viva (?_?).
Irisadas_18.05
Ayer me encontré con un jabalí salvaje (lo que es una
obviedad, porque no los hay domésticos) mientras paseaba
por la sierra...

JayHorse_18.05
No me jodas. Q pasó? Estás bien?

Irisadas_18.07
Me hice caquita encima (en sentido figurado, of course, una
conserva la dignidad incluso en las situaciones más
espeluznantes). Reculé sin dejar de mirarlo y, como no tengo
ojos en el cogote (lo cual es un defecto de fábrica, nos
vendrían de maravilla), no vi una raíz levantada y me caí con
la inserte palabrota mala suerte de que me senté sobre una
piña. No te imaginas qué dolor. Terrible. Así que grité. Un
grito desgarrador que hizo temblar al miedo.

JayHorse_18.08
Y q hizo el jabalí?

Irisadas_18.08
Salió cagando leches en sentido contrario al mío. Creo que
estaba más asustado que yo, y con el grito acabé por
rematarlo...

JayHorse_18.09
Me estás tomando el pelo (*_*).

Irisadas_18.09
Palabrita de niña buena que no.

JayHorse_18.09
Tú no eres una niña buena.

Irisadas_18.10
Mecachis, me has pillado. Ya me inventaré otra mejor la
próxima. Besotes!

JayHorse_18.10
Nos vemos!

Irisadas te ha mencionado en su historia


Jay pinchó en el enlace y abrió los ojos como platos (esos que tenía rojos) al
ver un jabalí en mitad de un bosque mirando a cámara (imaginó que sería la
del móvil de Iris). Estuvo a punto de caerse de culo cuando oyó hablar a
Iris, quien, por cómo se alejaba del animal, parecía ir marcha atrás.
«Eres una preciosidad. Y qué tranquilo. Así me gusta, sin nerviosarse.
No tenemos por qué llevarnos mal. Yo no invado tu espacio y tú no...» Un
salto de cámara y esta grabó el firmamento azulado mientras un grito
aterrador rompía el silencio.
Jay no supo si echarse a temblar o a reír. Ganó la segunda opción.

Sábado, 6 de enero
JayHorse_22.15
Cuántos kilos d carbón t han traído
los Reyes?

Irisadas_23.12
Lo importante no es cuántos kilos,
sino quién me los ha traído >^_^<.

JayHorse_23.12
Han ido tus padres a Alemania
a llevártelos?

Irisadas_23.14
¡Ojalá! Pero ha sido casi igual de bueno, me los ha traído
Baltasar...

JayHorse_23.14
Y?

Irisadas_23.15
Que es mi rey mago favorito. Siempre he tenido debilidad
por él, con esos ojos tan oscuros y esos labios taaaan
gordotes...
JayHorse_23.16
Es negro, seguro q no es lo único q tiene gordote (^_~).

Irisadas_23.16
Pues ya que lo mencionas... Sip,
tiene otra cosa bien gordota.

JayHorse_23.17
Imagino q hablas x experiencia (o_O).

Irisadas_23.17
Oh, sí. Horas y horas de experiencia
tras la cabalgata... >^_^<.

JayHorse_23.18
Vamos, q t has montado
tu propia cabalgata...

Irisadas_23.18
Ahora eres tú el adivino (^_~).

JayHorse_23.19
Cuando vuelvas a Madrid t enseñaré
lo q es una buena cabalgada...

Irisadas_23.19
Dirás que seré yo quien te lo enseñe,
al fin y al cabo estaré arriba :—*.

JayHorse_23.20
Promesas, promesas...

Jueves, 11 de enero
Irisadas_17.12
Me abuuuuuuuuuuurro.
Irisadas_17.13
Me aburro muchíííííííííííísimo.
Irisadas_17.14
Me aburro hasta el infinito y más alláááááááá.
Irisadas_17.15
Me moriré y saldré en los periódicos: «Extraño caso de
muerte súbita de una mujer en lo mejor de su vida, se cree
que el culpable del óbito es el aburrimiento mortal al que se
vio abocada al quedarse sola y sin nada que hacer».

JayHorse_17.17
Mira q eres dramas...

Irisadas_17.17
Tú también lo serías si estuvieras tan solo y aburrido como
yo... T—T.

JayHorse_17.18
No estás con los Repes y Sardi?

Irisadas_17.19
A Sardi le ha salido un desfile en Brujas y allí que se ha ido.
Los Repes están a tope con no sé qué incidencia de no sé qué
programa que se ha ido a la porra.
Y yo me aburro.

JayHorse_17.20
Pues cómprate un burro :P.

Irisadas_17.20
¿Estás en venta?

JayHorse_17.21
Ya t gustaría.

Irisadas_17.21
Uy, qué va, prefiero un churro.

JayHorse_17.21
Pues t doy un cuscurro.

Irisadas_17.21
(*_*) ¿No se te ocurre
otra rima mejor, baturro?

JayHorse_17.22
Si quieres t susurro...
Irisadas_17.22
¿Cochinadas?

JayHorse_17.23
La duda ofende! T voy a incendiar
las bragas.

Irisadas_17.23
Te hago videollamada.

Miércoles, 17 de enero
JayHorse_2.52
Me mola tu última publicaion, reina. Es la caña. Tú eres la
caña. Tu sonrisa s la caña. Stabas prciosa de lvandera con la
corona de flores. La q no me mola s en la q Stás con dos
tipos. Tienn pinta d giliPollas prfundos. Dbes elgir mejor.
JayHorse_3.23
^^(^.,.^)^^ A q No sbes q s eSto?
JayHorse_3.36
Un murciAlagO. Y sTo? <·)))> << 1 pScado. XD
JayHorse_3.58
StAs Dromida? Magino q sí. Q suerT. Yo no. ObViO. Ns (*
—_—).
JayHorse_4.17
No quiero drmir pQ no kiero dspeRtar y q sea mañana.
JayHorse_4.18
miERda. hOy ya s mÑana. Jder.
JayHorse_4.22
Hoy stán loss rsltados. sÉ q s mi mdr pRo y si sAle q no?
Ntnces vuElvo a no tnErla. Peor. no la hAbr´e tnido nnca.
JayHorse_4.25
AunQ q + da? No la ncSito. Noes cmo si lA hbieRa tniDo
simEpre. Tmpco iBa a ntar sU AuSncia. Ns. tDo sS na
MieRda. uNa jdida y pUta Mirda.
JayHorse_4.27
vOy al piso a ver di durmo ZZZ NasnocHes.

—¡Son las nueve, despierta!


El grito le taladró los oídos trepanándole el cráneo, que acabó por
reventarle cuando una explosión de luz le quemó el interior de los párpados.
—Vamos, Jaime, arriba...
Negó con la cabeza y el dolor estalló de nuevo.
—Déjame morir en paz, Jules. —Aplastó la cara contra la almohada para
que la claridad del día no siguiera atormentándolo.
—Y una mierda te voy a dejar morir en paz. Levántate, joder.
—No grites —jadeó, la garganta tan suave como una lija.
—Has vuelto a llegar borracho —lo acusó Julio, tan enfadado que le
temblaba la voz.
—Ya ves... —Se tapó las orejas con la almohada para no oírlo.
—¡Arriba! —bramó zarandeándolo.
Fue como si un martillo neumático lo sacudiera. Su estómago no lo
aguantó. Le dio el tiempo justo de caerse de la cama y vomitar en la
papelera.
Julio lo dejó acabar, lo levantó por las axilas y lo arrastró al baño, donde
lo metió de un empujón en la ducha. Abrió el grifo.
—¡Me cago en la puta! ¡Está helada! —afirmó por fin despierto.
—Dúchate y lávate la boca, apestas. Tienes diez minutos, espabila.
—¿O si no, qué? —lo desafió temblando, el agua tardaba en calentarse.
—O si no, nada, Jaime. No eres un niño para que te dé un ultimátum. Tú
sabrás si quieres acompañar a Cirila cuando le den los resultados de la
prueba.
—Ya os dije ayer que sí que iba.
—Debemos estar en el laboratorio dentro de tres cuartos de hora y antes
tenemos que ir a por Cirila... Tú sabrás la prisa que quieres darte. —Salió y
cerró con un portazo que lo hizo estremecerse de dolor al reverberar en su
cabeza.

***
—Esto se tiene que acabar, hermano —le reclamó Julio cuando entró en la
cocina. Empujó una taza de café cargado hacia él—. Tienes que parar.
—No me jodas, Jules. ¿Me vas a montar un drama por llegar achispado
un par de noches?
—¿Un par, Jaime? Dos de cada tres noches llegas borracho. Y ayer fue
la gota que colmó el vaso. Sabías que hoy es un día importante, que tenías
que estar al cien por cien y llegaste tan perjudicado que no eras capaz de
abrir la puerta.
—No exageres. —No estaba tan ebrio. ¿O sí? La verdad es que no lo
recordaba.
—Le pegaste un susto de muerte a Mor, pensaba que estaban intentando
forzar la cerradura y resultó que eras tú, incapaz de acertar con la llave en el
ojo de la cerradura. Esto tiene que parar —repitió furioso—. Sé que estás
pasando un momento complicado, que esta situación te afecta mucho. Pero
tienes que enfrentarlo, Jaime. No puedes dejar que te sobrepase como lo
está haciendo.
—Va, tío, deja el melodrama para otro día, hoy me duele mil la cabeza.
—Lo raro sería que no te doliera. No lo voy a consentir, Jaime. Mientras
vivas en mi casa lo harás bajo mis reglas. No volverás a llegar borracho de
madrugada un martes.
—¿Eso significa que puedo hacerlo cualquier otro día o a cualquier otra
hora?
—Eso significa que me estás decepcionando mucho, hermano. No te
reconozco.
Jaime bajó la cabeza noqueado por la dureza del tono empleado por
Julio.
—Tal vez nunca me has conocido —murmuró esquivando su mirada.
—¿Eso crees?
Jay negó con un gesto. Puede que en los primeros años de convivencia
fueran dos extraños, pero ya no. Se habían esforzado en conocerse y dar
forma, fuerza y profundidad a su relación. En ser hermanos de verdad, no
solo de nombre. Se frotó los ojos ocultándoselos. Julio sabía leer en ellos y
prefería que no lo hiciera.
—Lo siento, Jules. Ayer estaba sobrepasado. No sé si quiero que ella sea
mi madre, pero sí sé que no quiero que no lo sea —confesó reticente. Si ni
él mismo se entendía, ¿cómo lo iba a entender su hermano?—. Es de locos,
¿verdad?
—Un poco enrevesado, sí.
—Quiero tener una madre, Jules —trató de explicarse—. Tú no lo
puedes entender, siempre has tenido una...
—Te recuerdo que no era gran cosa... —señaló desdeñoso, pues era la
versión femenina de Jethro, aunque no tan terrible.
—Ya, pero la tenías. Buena o mala, era tuya. Estaba contigo. Te quiso lo
suficiente para quedarse a tu lado. La mía me abandonó.
—No lo hizo. Jethro te robó de sus brazos.
—Eso dice ella —resopló.
—¿Crees que no es verdad? —Julio estrechó los ojos ante lo que
insinuaba.
—Claro que no. Cirila no mentiría sobre eso. —A su voz le faltó
seguridad—. Pero, no sé, quizá no estuvo todo lo atenta que debería. —
Frunció el ceño—. No me hagas caso, eso es una soberana gilipollez. ¿Por
qué debería estar vigilante? Seguro que no imaginaba que Jethro planeaba
robarme. —«Pero debería haberlo pensado, lo conocía, sabía de lo que era
capaz. ¿Por qué no prestó más atención? Porque yo no le importaba lo
suficiente.» Sacudió la cabeza, no iba a pensar eso. No era verdad. No podía
serlo—. Me cuesta mucho conciliar lo que siempre he sabido de Cirila con
lo que ella nos ha contado.
—Lo que siempre has sabido de ella te lo dijo Jethro... —le recordó
Julio.
Jaime asintió con una mueca. Había crecido con Jethro taladrándole la
cabeza con que su madre lo había abandonado porque era un estorbo. Y,
joder, no le faltaba razón. Ella solo tenía quince años, ¿por qué arruinarse la
vida cargando con un bebé llorón cuyo padre era el hombre que la había
maltratado?
Apretó los dientes frustrado por la deriva de sus pensamientos. Era muy
difícil dejar de creer aquello con lo que había crecido.
—La cuestión es que tener una madre era mi puto deseo de cada
Navidad —admitió con rabia—, y ahora que los Reyes Magos me han
traído una no puedo dejar de pensar que quizá se han equivocado y no es mi
madre, sino la de otro chaval —«que se la merece más. Que la trata mejor.
Que sabe cómo quererla»—. Y si es así, entonces ¿qué, Jules? ¿Qué ocurre
si el resultado de la prueba es negativo y vuelvo a quedarme sin madre?
—Lo asumimos —resolvió Julio con firmeza.
—Ya. Qué remedio —sopló hosco—. Pero..., y ahora viene lo más
cojonudo de todo. —Bajó la cabeza incapaz de mirarlo. Cuando oyera lo
que iba a decir, pensaría que estaba loco. Y tal vez así era—. Si el resultado
es positivo será oficial que es mi madre... y no sé si estoy preparado para
que lo sea. —Se le agitó la respiración.
—No es algo sobre lo que tengas poder de decisión, Jaime. Sea cual sea
el resultado, tendrás que aceptarlo —afirmó preocupado por su desorden
emocional—. Cirila es una mujer excepcional, serás muy afortunado si es tu
madre.
—Oh, sí. Es muy valiente y aguerrida —resopló.
—¿Crees que no lo es?
—No lo sé, no puedo hablar con ella —repuso disgustado.
—Está aprendiendo español con Mario, pero sin embargo a ti, que tanto
te quejas de que no puedes comunicarte con ella, no te veo ir a ninguna
academia a aprender alemán o esloveno —le reprochó Julio.
Jaime bajó la cabeza, tenía razón. Cirila se estaba esforzando, y mucho,
en tener una conexión con él. Algo que él no solo no hacía, sino que
evitaba.

Un poco más tarde, en otro piso no muy lejos, alguien está tan nervioso o
más que Jay.

Cirila comprobó que la colcha de su cama estaba impoluta y limpió con


mimo la flor de Pascua que había rescatado del contenedor. La gente tiraba
a la basura cosas que no lo merecían. En cuanto se ajaban un poco, se
deshacían de ellas. Tal vez por eso su hijo no soportaba estar a su lado.
Estaba marchita, no conseguía trabajo y no sabía español para comunicarse
con él. No valía para nada.
Cerró los ojos arrepentida cuando sintió la caricia de Dios
reconfortándola. Él creía en ella. Y Dios jamás se equivocaba al depositar
su confianza.
Tomó aire y observó orgullosa la habitación que había alquilado en un
piso compartido. No tenía nada que ver con el cuchitril que era el primer
día. Los muebles eran los mismos, viejos y desportillados, pero ahora una
flor de Pascua adornaba la mesilla y las puertas del armario ya no colgaban
de sus goznes. Había tapado las manchas de la pared con fotografías
recortadas de catálogos de viajes y ocultado el feo edredón bajo una colcha
que había tejido con lanas de saldo. No abrigaba mucho, pero era bonita y
daba color a la anodina habitación.
Estaba deseando que su hijo lo viera. No parecía el mismo cuarto que lo
había hecho arrugar el ceño cuando él y su hermano la acompañaron a
alquilarlo. No se habían mostrado conformes con su decisión, menos aún
con que lo pagara ella, pero no consiguieron hacerla cambiar de opinión. Se
negaba a que Julio costeara su vida. Puede que no tuviera mucho dinero,
pero tenía orgullo, dignidad y manos para ganarse el pan. Y, si quería
conquistar el cariño y el respeto de su hijo, tenía que demostrarle que era
capaz de cuidar de sí misma.
«Señor, mi Dios querido, ayúdame a llegar a él. Enséñame a ser la madre
que necesita. Llevo fallándole desde que nació, no permitas que lo
decepcione de nuevo.»
Se peinó por enésima vez y dio vida a sus labios con un cacao labial con
brillo. Había sido un gasto superfluo que no podía permitirse, igual que las
lanas, pero deseaba tener buen aspecto para Jaime. Tal vez así no lo
repeliera tanto.
Su corazón se saltó tres latidos cuando sonó el timbre. Abrió la puerta
tratando de parecer tranquila. Su decepción fue evidente al ver a Mario en
el descansillo. Solo.
—No han encontrado sitio para aparcar, nos esperan abajo, en doble fila
—los excusó en alemán con gesto disgustado.
Cirila esbozó una sonrisa ocultando su desilusión, no quería que Mario
se sintiera mal. Era un buen hombre, no tenía la culpa de que Jaime la
evitara. Porque eso era lo que había ocurrido. No era necesario que se
quedara con su hermano en el coche. Podría haber subido a buscarla en
lugar de Mario.
Y había decidido no hacerlo.
13
Irisadas_07.51
No voy de lavandera, llevo un dirndl, un traje tradicional
bávaro.
Irisadas_10.31
EEEEEOOOO... ¿Estás por ahí?
Irisadas_12.36
Me da la impresión de que alguien está durmiendo la mona...
(o_O).
Irisadas_14.14
¿Sigues vivo?

JayHorse_16.22
En ello estoy...

Irisadas_16.23
La borrachera de ayer tuvo que ser
de órdago para que te despiertes
a estas horas...

JayHorse_16.23
Llevo despierto desde las nueve, pero he tenido q ocuparme
d unas mierdas q me han tenido liado hasta ahora. X q crees
q estaba borracho? ¬_¬.

Irisadas_16.24
Tal vez porque me dibujaste
un murciélago. Y un pescado. Aunque casi seguro que fue
porque escribías como si estuvieras trompa...

JayHorse_16.25
Vale, listilla, me has pillado (*—_—).

Irisadas_16.25
Uy, uy, uy, alguien parece malhumorado...
JayHorse_16.26
No inventes.

Irisadas_16.26
¿Estás bien?

JayHorse_16.27
X q no iba a estarlo?

Irisadas_16.28
Porque ayer a las cinco de la mañana estabas tan borracho
que no eras capaz de escribir una palabra bien. Y no pareces
el típico inserte palabrota que se va de fiesta y se agarra el
pedo del siglo, menos aún si al día siguiente trabaja, lo que
me hace pensar que te ocurrió algo. Pero, vamos, que si me
equivoco y sí que eres un inserte palabrota, pues qué se le va
a hacer, nadie es perfecto ¯\_( )_/¯.

JayHorse_16.29
Me acabas d llamar gilipollas?

Irisadas_16.29
¿Yo? Qué va, ya sabes que no digo palabrotas. Soy una chica
muy formal.

JayHorse_16.30
Mis cojones formal, eres d las q sueltan un «inserte
palabrota» y los demás nos tenemos q imaginar el insulto q
nos estás dedicando... {{(> _ <)}}.

Irisadas_16.30
Bueno, puede decirse que tu imaginación está en sintonía
conmigo.

JayHorse_16.31
Lo sabía. Me has llamado gilipollas.

Irisadas_16.31
Entre otras cosas... (^_~).

JayHorse_16.31
Eres una cabrona.
Irisadas_16.31
Y tú estás esquivando mi pregunta.

JayHorse_16.34
Q pregunta?

Irisadas_16.34
¿Estás bien?

JayHorse_16.37
Sí.

Irisadas_16.37
Vale.

JayHorse_16.40
Estoy d putísima madre. Acompañado por una morena y una
rubia (^_~).

Irisadas_16.40
Qué maravilla, así tienes donde elegir >^_^<.

JayHorse_16.41
X q debería elegir? Siempre es mejor 2 q 1.

Irisadas_16.41
¡Y 33 mejor que 22! (^_^)

JayHorse_16.42
Me da la impresión de q no me crees...

Irisadas_16.42
Claro que te creo, Morritos. Eres mono, divertido y sabes
mover la lengua, seguro que se te rifan (^_~). ¡A por ellas,
tigre! (^3^)

Jaime frunció el ceño, Iris no lo creía. Y era importante que lo creyera para
mantener el statu quo entre ellos, pensó entrando en su perfil de Instagram
para revisar las últimas fotos que había subido. En varias de ellas salía
bailando, además de con Sardi y los Repes, con varios tíos, riéndose y
abrazándolos. Él no iba a ser menos.
—Eh, Ro, vamos a hacernos un selfi para Insta —le pidió a Rocío a la
vez que le ceñía la cintura a Sin para pegarla a él.
—¿Estás de coña? —Sin lo miró como si se hubiera vuelto loco—. ¿Qué
mierda te ha dado ahora con Instagram?
—Es por Irisadas —apuntó Rocío—. Se pasa el día chateando con ella.
—No me jodas que nuestro niño se ha enamorado... —Sin lo miró
guasona.
Ella también se había percatado de que Jay miraba el teléfono a menudo
y estaba más distraído de lo normal y, oh, casualidad, cuando echaba un ojo
por encima de su hombro para ver con quién chateaba siempre era con la
misma persona: Irisadas.
—Ni harto de coca me enamoro —rebatió Jaime estirando el brazo para
hacerse la autofoto—. Es divertida y me lo paso bien con ella, no hay más.
Sonreíd... Otra más. Sin, intenta parecer menos borde y más simpática,
¿vale?
—No puede parecer más agradable, Jay, no lo es —apuntó Ro mordaz.
—¿Algún problema con eso, princesita? —Sin enseñó los dientes en una
sonrisa peligrosa.
—Joder, Sin, parece que vayas a morder a Ro —protestó Jay—. Vamos,
otra...
Hicieron falta cuatro más para que estuviera conforme. Subió la foto a su
historia con un comentario jocoso y al poco rato recibió un mensaje. Sonrió
mientras lo leía.
—Menuda sonrisa de idiota se te ha puesto, campeón —se burló Sin
yendo a la vereda; como siguieran perdiendo el tiempo empezaría con
retraso su clase.
—Sí, vale —confirmó distraído Jaime, lo que provocó risitas maliciosas
de las que ni se percató. Iris acababa de desafiarlo a ver quién hacía más
tríos hasta fin de mes y estaba pensando una contestación épica digna de tal
propuesta—. ¡No me jodas, Sin! ¡Dame el móvil! —estalló cuando le
arrebató el teléfono.
Trató de recuperarlo pero ella llevaba de las riendas a Jerarca, su
semental, y al irascible caballo no le gustaba que se anduvieran con
tonterías con su dueña y lanzaba mordiscos con bastante puntería. Y
potencia.
—Es guapa y tiene una sonrisa preciosa, amén de que con esa boca debe
de hacer unas mamadas increíbles —comentó mirando las fotos del perfil.
—Pero qué bruta eres —resopló Rocío desdeñosa estudiando dichas
imágenes.
—Dame el puto móvil —les reclamó Jay cabreado.
—Solo soy sincera, niñata. Desde luego, tu bombón sabe elegir tíos. —
Le sonrió ladina a Jaime—. De dos en dos y con un buen paquete. No se lo
tiene que pasar mal... Chica lista. —Escribió algo y le devolvió el móvil.
Jaime lo cogió enfadado.
—No metas las putas narices en... —Abrió unos ojos como platos al leer
lo que había puesto—. ¡No me jodas, Sin! ¡Has aceptado el reto! ¡Ya te
vale!
—¿Qué? Me ha parecido interesante y entretenido —se burló la rubia.
—Interesantes mis cojones —gruñó enfadado al ver que Iris lo
emplazaba a colgar fotos de los tríos, comedidas, eso sí, en Instagram para
dejar constancia y contabilizarlos—. La que me has liado...
—¿Qué problema tienes, pipiolo? ¿Crees que no vas a poder con dos tías
a la vez? Si quieres, te echo una mano... —se burló Sin.
—No, gracias, puedo de sobra —rechazó malhumorado enfilando a
Descendientes, la escuela para la que trabajaba. Elías le había dicho que
tenía que dar una clase privada a un novato, más le valía no llegar tarde.
—Yo creo que lo que le sienta como un tiro es que ella va a hacer tríos a
diestro y siniestro para ganarle y encima se lo va a restregar colgándolo en
Instagram... —apuntó Rocío burlona.
Jaime se quedó de piedra al darse cuenta de que no estaba del todo
errada. No lo molestaba ver a Iris con otros, era libre de follar con quien le
diera la santa gana, pero tampoco le hacía gracia ser testigo de sus
conquistas. ¡Ni ver sus paquetes! ¡Puñetera Sin por joderle la cabeza
haciéndole reparar en eso!
—Parece una chica muy alegre. —Rocío miró por encima del hombro de
Jay.
—No seas puto cotilla. —La apartó enfadado.
—Me gustaría conocerla —comentó interesada.
—A mí también. Tengo que darle el visto bueno al chochito que te tiene
encoñado —se burló Sin.
—No me tiene encoñado y no está en España —las esquivó Jay.
No quería mezclar a Iris con su vida en la Venta. La había conocido
antes de que su madre apareciera y lo volviera todo del revés. Y quería que
siguiera así. Iris era un puerto seguro en el que no había traumas ni dramas,
con ella podía fingir que todo seguía igual que antes aunque solo fuera unos
minutos al día.
—Pues cuando vuelva —insistió Rocío.
—No sé cuándo regresará. —No mentía. Tampoco decía la verdad. No
sabía el día exacto, pero sí que lo haría a finales de febrero o principios de
marzo. Aceleró el paso para que lo dejaran tranquilo. Y se frenó en seco al
llegar a Descendientes y ver a Cirila en vaqueros y con unas botas de
montar muy parecidas a unas de Beth. ¿Qué narices?
Sacudió la cabeza y continuó andando, aunque más despacio.
Rocío lo siguió y Sin enfiló a Tres Hermanas.
Jaime saludó con un gesto a la que ya era oficialmente su madre. Estaba
radiante. Los ojos le brillaban y la sonrisa le ocupaba toda la cara. Llevaba
así desde que le habían dado los resultados. Habitaba tanta alegría en su
interior que se había olvidado de su habitual timidez y lo había abrazado,
tan feliz que parecía no tocar el suelo con los pies. Y él lo había jodido todo
quedándose petrificado sin devolverle el abrazo, como el hijo de mierda que
era.
Cirila se le acercó con los brazos extendidos para tomarle las manos. Él
se lo permitió. Las sintió cálidas sobre sus palmas ásperas por el trabajo. Se
obligó a curvar los dedos sobre los de ella con una rigidez que fue incapaz
de disimular.
—Jamme... —Soltó una emocionada parrafada en alemán, sus ojos fijos
en los de él.
Jaime miró a Mario esperando que tradujera. ¡Qué manía tenía esa mujer
de hablarle directamente! ¿Es que no se daba cuenta de que no la entendía,
joder?
—Hemos pensado que estaría bien que Ciri aprendiera a montar —
resumió este.
—¿Habéis pensado? ¿Quiénes? —Controló apenas su enfado al
percatarse de que le habían tendido una encerrona y Cirila era su alumna
novata.
No quería darle clase. No estaba preparado para pasar una hora con ella
y que lo mirara con adoración, como si fuera todo lo que siempre había
soñado que sería su hijo.
Porque no lo era. Y nunca lo sería.
Si lo fuera, Jethro se lo habría quedado en vez de encasquetárselo a Julio
y ella habría tenido cuidado y no habría permitido que lo robara. O al
menos lo habría buscado antes en lugar de esperar mogollón de años.
—Yo lo he pensado —intervino Elías—. Es la madre de un jinete, es
imperativo que sepa montar para que pueda entender lo que eres, lo
exigente y absorbente que es tu profesión y lo que significa para ti subirte a
un caballo. No te preocupes, Jaime, eres un gran profesor, no podría estar en
mejores manos —sentenció.
Lo que se calló fue que esas clases les permitirían pasar tiempo juntos,
sin que Jaime pudiera eludirla. Y eso sería bueno. Tal vez no lograran
comunicarse con palabras, pero existían otras maneras de hacerlo, y estar
solos los ayudaría a crear un vínculo.
—Vale —aceptó Jaime acorralado—. Dile cómo tiene que subirse al
caballo —le pidió a Mario.
Este negó con un gesto.
—No es mi alumna.
—No me jodas, Mario...
—Me largo —lo ignoró—, tengo clase de doma. Lleva a tu madre al
círculo que hay junto a la geotextil. —Se despidió de Cirila con una
sacudida de cabeza y se fue.
Ella lo vio marchar con creciente alarma. ¿Cómo iba a comunicarse con
Jaime si no estaba para traducirla? El corazón se le encogió. A su hijo lo
disgustaba que no lo entendiera e iban a pasar una hora juntos. Sin Mario.
Agarró desasosegada la medalla de Jesús y Dios la ayudó a ver lo que había
inadvertido en su angustia: estaba ante una oportunidad única para estar con
Jaime y conocerlo mejor.
Sus pulmones se expandieron llenándose de ilusión. Los caballos eran
importantes para su hijo, convertiría esas clases en el pilar sobre el que
cimentaría su relación.
—Mierda... —Jaime miró a Cirila, quien a su vez lo miraba emocionada
—. Bueno, va. A ver cómo me lo monto... Ro, ven con nosotros, porfa.
—Vale... Ah, no puedo. Tengo que hacer un trabajo para el insti —
rechazó al ver que su padre negaba con un gesto disimulado—. Pero puedo
ayudarte a decirle cómo montarse. —Miró desafiante a Elías. Jaime era su
amigo, al menos lo ayudaría en eso.
—Genial... Menos da una piedra y hace más daño —bufó disgustado.
Se acercó a Cirila y la llevó con Educada, intuyendo que Elías la había
equipado para ella. Era una gran elección, una yegua tranquila y dócil,
demasiado floja para ser una montura ágil en el salto o suponer un mínimo
desafío, pero que no daba problemas.
Le acarició el cuello y miró a Rocío.
—Dile que la toque para que pueda sentirla y se vaya acostumbrando a
su mano.
Rocío tradujo con dificultad y Cirila extendió con timidez el brazo. Le
rozó con las yemas el cuello y Educada relinchó haciendo temblar el aire.
Cirila se apartó asustada.
—No tengas miedo, solo te está diciendo que te coloques bien, que no te
ve. —Jaime la tomó de la mano sin pensar y la guio al lateral de la yegua.
Se la puso sobre el lomo y posó la suya sobre la de Cirila para guiarla en
sus caricias—. ¿Ves?, no hace nada. Lo que ocurre es que los caballos no
ven de frente, solo por los lados, y no te veía y quería saludarte, es una
yegua muy educada. Por eso se llama así —explicó sonriente, olvidándose
de que no podía entenderlo. Algo que no tardó en recordar cuando vio sus
enormes ojos fijos en él. Ni siquiera parpadeaba, tan atenta estaba a su voz.
Como si pudiera entenderlo. Algo que, por descontado, no iba a suceder. Él
no creía en los putos milagros.
Buscó a Rocío con la mirada, necesitaba que lo tradujera.
—Ro...
—Lo siento, tengo que irme... Voy fatal de tiempo. —Se marchó
consciente al fin de lo que su padre y Mario habían sabido desde el
principio. Jaime se olvidaba de todo, incluso de sí mismo, cuando estaba
con caballos. En esos momentos era él en toda su esencia. Sin miedos,
dudas ni recelos.
—De puta madre... —Miró a Cirila frustrado—. Vamos a ver cómo te lo
explico... —Se frotó la cabeza y volvió a tomarle la mano. La puso sobre la
yegua—. Educada. —Luego la llevó a su pecho—. Jaime. —Y al de ella—.
Cirila. —Volvió a ponérsela en el lomo de la yegua y repitió—: Educada.
—Ducada... —repitió Cirila.
—Eso es. No está comprobado científicamente, pero yo creo que los
caballos saben su nombre, aunque deciden ignorarte cuando los llamas. —
Sonrió—. Pero Educada es muy amable y te hará caso. Acaríciala y
acaríciate, deja que te conozca. —Le guio la mano por el cuerpo de la
yegua—. Sin prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo... ¿Notas cómo se
relajan sus músculos? Eso es porque le gusta que la acaricies.
Dejó que Cirila y Educada se conocieran y se mimaran unos minutos y
fue a por un casco. Se lo puso a su madre, tomó las riendas de la yegua con
la mano derecha y la mano de su madre con la izquierda y las llevó a la
escalera de monta situada en la entrada. Se subió y montó sobre Educada,
luego bajó e instó a Cirila a que lo imitara.
Ella se subió a la piedra y lo intentó, pero sus pantalones obstaculizaron
sus movimientos, lo que, unido a su inexperiencia, desembocó en que
estuviera a punto de dar con sus huesos en el suelo.
—Tenemos que conseguirte unos pantalones de montar para las clases,
los vaqueros no valen. —Jay se colocó junto a ella—. Pon el pie izquierdo
en el estribo. —Le llevó el pie a este—. Agárrate. —La tomó por la cintura
y la alzó hasta que quedó a la altura de la silla—. Pasa la pierna derecha por
encima de la montura y mete ese pie en el estribo.
Cirila lo hizo. No porque entendiera sus palabras, sino porque intuyó que
era lo que debía hacer. Se quedó sentada en la silla. A mil metros sobre el
suelo. No eran tantos, pero lo parecía. Se removió nerviosa buscando las
manos de su hijo, lo que inquietó a la yegua, que mostró su incomodidad
con un relincho, que asustó aún más a Cirila.
—Para o acabarás en el suelo —la regañó Jaime alarmado. Estaba
demasiado delgada y era muy frágil, si se caía podría hacerse daño y él
volvería a quedarse sin madre.
Ella le atrapó una mano y se la aferró como si le fuera la vida en ello.
—Suéltame... Vamos, no tengas miedo. Mira, agarra las riendas... —La
obligó a coger cada rienda en su mano correspondiente y le colocó los
puños a pesar de que no la iba a dejar que guiara a la yegua, eso lo haría él
con el ramal, pero convenía que se fuera acostumbrando—. Muy bien. Nos
vamos. —Agarró el ramal y echó a andar.
Cirila exhaló un aterrado gritito y se inclinó sobre la silla para abrazarse
a ella.
—Así te caerás. Tienes que mantenerte erguida. —La colocó
correctamente—. Vaya desastre...
A partir de ese momento, la clase fue de mal en peor. Al poco de
empezar fue más que evidente que a Cirila le daba miedo montar y que
tampoco tenía un gran equilibrio, más bien al contrario, tendía a
desestabilizarse y, por ende, a desestabilizar a Educada.
—No tengas tanto miedo, joder, no te va a pasar nada —gruñó Jaime al
límite de su paciencia.
Llevaba casi media hora caminando a la vera de Educada, pues la guiaba
con el ramal en corto porque a Cirila le entraba el pánico cada vez que se
alejaba un par de metros para guiar a la yegua desde allí y darle más
independencia. Pero no había modo, en cuanto se separaba Cirila se tensaba
perdiendo la escasa compenetración que había alcanzado con Educada.
Era como llevar a los niños pequeños a dar un paseo en poni, solo que
estos se las apañaban mejor y eran más independientes que Cirila. También
le hacían caso y llevaban los talones bajos y la espalda recta, no como ella.
Claro que el que Cirila no lo comprendiera cuando hablaba lo complicaba
todo. Era una puta mierda.
—Baja las manos, no tenses las riendas —resopló frustrado bajándole las
manos para aflojar sus tirones. Era la enésima vez que se lo repetía.
—Lo siento... —murmuró la mujer, crispando aún más a Jaime.
De todas las palabras que tenía el español esa era la primera que había
aprendido y la que más usaba.
—No pasa nada, deja de decir «lo siento». —No pudo evitar que el
desdén se colara en su voz. No soportaba que fuera tan dócil. No le
extrañaba que Jethro la maltratara impunemente, no había una pizca de
coraje o rebeldía en todo su cuerpo.
—Jamme, por favor...
Jaime se giró al oír la segunda expresión favorita de Cirila. No sabía cuál
odiaba más, «lo siento» o «por favor».
—¿Qué ocurre? —planteó sin ocultar su enfado. Odiaba que se
disculpara, pero más aún que suplicara. No lo soportaba. Porque cada vez
que lo hacía veía la pena y el dolor en sus ojos y se sentía culpable por
exigir demasiado, por ser tan brusco.
Era una mujer quebradiza; debía ir con pies de plomo y medir cada
palabra, gesto y mirada, pues intuía que no haría falta mucho para hacerla
llorar. Y no le apetecía una mierda ser el causante de su llanto. Bastante
tenía con ser quien jodía todas sus sonrisas.
Era agotador a la par que frustrante tener que contenerse cada segundo,
aunque era peor cuando no lo lograba, como ahora, y ella lo miraba como
un perrito al que acabara de apalear.
Cirila lo miró indecisa y, aguantándose un gemido —en su vida le habían
dolido tanto las posaderas—, irguió la espalda y chasqueó la lengua para
hacer andar a Educada. Se concentró en no meter la pata para evitar
decepcionarlo más. Aunque dudaba que lo consiguiera. Montar a caballo
era, además de un suplicio, mucho más difícil de lo que parecía. Y ella era
una alumna muy torpe.
Jaime sintió que se le desgarraba la tripa al ver la expresión vencida de
su madre. Él había puesto esa expresión en su cara al contestarle de mala
manera.
—Vamos a dejarlo por hoy. —Le quitó las riendas.
Ella lo miró confundida, hasta que las guio a la salida del círculo y
comprendió que regresaban a la cuadra y por fin podría bajarse del animal.
Agachó la cabeza para ocultarle su expresión de alivio y no decepcionarlo
con sus pocas ganas de montar, algo que para él era toda su vida.
—Agárrate al pomo y saca el pie derecho del estribo —le indicó Jaime
cuando llegaron a Descendientes. Le llevó las manos a la parte delantera de
la silla y le quitó el pie del estribo—. Ahora pasa la pierna por encima del
lomo y... ¡No, joder, así no! —Apenas le dio tiempo a cogerla y evitar que
cayera al suelo—. ¿Qué te pasa? —jadeó nervioso cuando ella, en lugar de
pararse erguida, se derrumbó contra él—. No me jodas. No puedes ni
mantenerte en pie —comprendió—. ¿Cómo no me lo has dicho? —la
increpó asustado.
Normalmente advertía cuando sus alumnos se cansaban y era necesario
parar la clase, pero con ella no había sido así. No había temblado ni perdido
el equilibrio. Bueno, eso sí, pero llevaba perdiéndolo desde el primer
segundo, por lo que no le había dado importancia. Tampoco se había
quejado en ningún momento, al contrario, había montado como si estuviera
fresca como una rosa. Una rosa torpe y sin equilibrio, eso sí.
—No eres la Capitana Marvel, joder. Si ves que te cansas, lo dices. No
soy un puto adivino —la regañó tan intimidado que el miedo salió de su
garganta en forma de rabia.
Cirila se encogió cohibida y se soltó de él. Se tambaleó unos pasos antes
de que Jaime la volviera a tomar en brazos y la llevara al interior de la
cuadra.
La soltó inquieto sobre uno de los viejos sillones de la oficina.
—¿Qué ha pasado? —exigió saber Mario entrando un segundo después.
Los había visto llegar y se había apresurado a seguirlos.
—Está en peor forma de lo que pensaba y se ha agotado montando.
—¿Por qué no has parado la clase? —le reclamó furioso sacando un
zumo de la nevera. Se lo llevó a Cirila.
—Porque no me he dado cuenta de que estaba exhausta —replicó
acorralado.
—Eres su profesor, Jay, es tu responsabilidad darte cuenta. Es la primera
vez que monta, tendrías que haber estado atento —lo acusó.
—Y lo he estado.
—Ya lo veo —ironizó apartándolo para quitarle el casco a Cirila. Luego
le dijo algo en alemán, con un tono suave y afable que le arrancó una
sonrisa.
Jaime dio un paso atrás. La había cagado. Pero del todo. Debería haberse
percatado de lo que pasaba. Ya no solo le robaba sus sonrisas, sino que
también la obligaba a montar hasta consumirla. Menudo desastre de hijo
era.
Sintió un punzante dolor en el pecho. Un dolor que no era físico, pero
que lo rompía tanto o más que un disparo a bocajarro.
—Voy a... —carraspeó—, voy a quitar a Educada. Vuelvo dentro de un
rato.
Se marchó, desequipó a la yegua con dedos temblorosos, le lavó
apresurado las manos y los pies para relajar los tendones y la llevó al
paddock. Después echó a correr a la pista ubicada en el extremo contrario
del complejo.
Sin estaba allí, impartiendo su clase de tanda.
—¿Qué pasa, Jay? —inquirió preocupada al verlo demudado.
—Nada. —Se dobló por la cintura y apoyó las manos en las rodillas, la
respiración agitada tras la frenética carrera—. Pásame un cigarro. Y un
poco de tu... toque especial.
Sin enarcó una ceja. Últimamente Jay le pedía caladas cuando se
encendía algún porro, pero era la primera vez que le pedía maría para liarse
uno él mismo.
—Vamos, reina, tírate el rollo —le reclamó nervioso al ver que no
respondía.
Sin sacó un porro ya liado del paquete de cigarrillos, lo partió en dos y le
dio la mitad más pequeña.
—No vuelvas a pedirme maría, campeón, no soy tu proveedora de
drogas.
Jaime asintió y se perdió en el pinar para fumárselo con caladas rápidas.
Poco a poco, la opresión que le cerraba el pecho empezó a remitir.
Cuando regresó a Descendientes era el mismo de siempre. O al menos lo
parecía.
14

Jueves, 25 de enero
Irisadas_12.01
¿Alguna vez te ha picado una pulga?

JayHorse_12.01
Sí, x?

Irisadas_12.02
Ayer estuve en una granja y hoy tengo algunas picaduras
pequeñas y en hilera. Me pican mogollón y están calientes
y rojas. He buscado en internet y pone que pueden ser de
pulgas... y, no sé..., no me encuentro bien, estoy mareada
y con náuseas.

JayHorse_12.03
Hazte una foto y pásamela.
JayHorse_12.07
No me jodas, Iris, eso no son unas
pocas picaduras, son una puta invasión. Y parecen
infectadas. Ve al médico
y q t mande algo.

Irisadas_12.07
Estoy en el curro, iré cuando salga...

JayHorse_12.08
Ni d coña, reina, trabajas en centrales energéticas, a ver si la
vas a liar xq estás mala y revientas algo y tenemos una
nueva Chernóbil... Ve al médico ya.
Irisadas_12.08
Ahora eres tú el dramas...

JayHorse_12.09
Ve, Iris, porfa. No hagas q me preocupe.

Irisadas_12.10
Si me lo pides con ese tono tan mono, no puedo resistirme.
Bueno, va.
Voy. Pero si luego es una tontería
y he perdido el día por nada,
te vas a enterar.

JayHorse_13.21
Has ido ya al médico? Q t ha dicho?
JayHorse_14.07
Estás bien, reina?
JayHorse_15.11
T estoy llamando, cógeme el teléfono.
JayHorse_16.05
Llámame cuando puedas.

Irisadas_16.39
No te lo vas a creer. He tenido una reacción alérgica a las
picaduras de pulga (*.*). Me han metido un chute
que todavía me duele el trasero
y me he quedado frita en el sillón...

JayHorse_16.40
Joder, reina, ya t vale. Me tenías acojonado.

Irisadas_18.40
¿En serio estabas preocupado por mí? Qué mono eres... ¡Si
es que te como!

JayHorse_16.41
Por curiosidad, q estás pensando comerme exactamente? (?
_?)

Irisadas_16.41
Mmm... No me decido,
¿alguna propuesta?
JayHorse_16.41
T llamo y t cuento...

***

—¿Dónde narices te has metido? —le reclamó Rocío cuando llegó a


Descendientes.
—He ido a llevar a Canela al paddock —replicó él con las orejas rojas.
Rocío entrecerró los ojos. Tenía la cara sonrosada, los ojos brillantes, y
parecía relajado, algo raro en él últimamente, a no ser que se hubiera
fumado algún porro, claro. Pero eso no solía hacerlo durante el día, cuando
Elías o Julio podían pillarlo.
—¡No jorobes! Te has largado hace casi una hora, no se tarda tanto en ir
a los prados y volver. Mi padre está cabreadísimo.
—Tampoco llego tan tarde.
—No, qué va, solo un cuarto de hora —bufó—. Es tu madre, Jay, va a
pensar que no quieres darle clase.
—Ya, bueno, es que no quiero —resopló entrando en la cuadra.
Cirila lo esperaba en la entrada. Educada estaba a su lado totalmente
equipada.
—Bunas tardes, Jamme —lo saludó con una tímida sonrisa llena de
emoción. No escapó de sus labios ningún reproche por su impuntualidad ni
hubo en su mirada lamento alguno por su desinterés. Solo ilusión y alegría
por tenerlo frente a ella.
Jaime se sintió fatal al haber llegado tarde por masturbarse. Si al menos
se cabreara o le pegara la bronca, no se sentiría tan mal, pero jamás hacía
eso. Aceptaba encantada lo que quisiera darle, sin exigir más. Y él se sentía
el peor hijo del mundo.
—Yo sola. —Señaló orgullosa a la yegua. El pecho tan hinchado que
parecía a punto de reventar.
—¿La has equipado sin ayuda? —interpretó Jay. Poco a poco iba
aprendiendo a intuir lo que le quería decir, aunque seguía sin comprenderla.
Revisó con ojo crítico la colocación del sudadero, la silla, el bocado, la
cabezada y los estribos y cabeceó aprobador—. Muy bien, estás hecha una
experta. —Sonrió encantado.
Una ilusión imposible de ocultar estalló en el rostro de Cirila ante la
sonrisa de su hijo. Eran estas tan escasas, tan difíciles de conseguir, que
cuando se las dedicaba tocaba el cielo con los dedos.
Jaime la miró incómodo. Odiaba que hiciera eso. Que pareciera la mujer
más feliz del mundo por cualquier tontería que le decía. Era tan
asquerosamente fácil de complacer. Y de engañar. No le extrañaba que
Jethro hiciera con ella lo que le diera la gana.
—Vamos a la piedra, a ver qué tal se te da hoy...
No se le dio mal del todo. Nunca sería una gran amazona, pero al menos
se mantuvo erguida mientras Jaime guiaba a Educada desde el centro del
círculo. Era todo un avance que les había llevado varias clases. Con un poco
de suerte, montaría sola antes del cambio de siglo, pensó desdeñoso.

Domingo, 28 de enero
Irisadas_15.31
Tic, tac, tic, tac, se acaba el plazo...

JayHorse_15.31
El plazo para q?

Irisadas_15.32
Para ver quién ha ganado el desafío.
Ya sabes, el de los tríos.

JayHorse_15.32
Sip.
Irisadas_15.32
Sé de alguien que va a perder porque no ha subido ni una
foto-prueba...

JayHorse_15.33
Ya, bueno, es q la logística me está fallando ¯\_( )_/¯.

Irisadas_15.33
¿La logística?

JayHorse_15.35
Ajá. No es fácil hacer un trío cuando solo puedes follar en el
baño d los garitos o en el bosque. En los primeros no hay
sitio para tres, y en el segundo hace
un frío q lo flipas xq es invierno y, claro, las churris no están
x la labor, lo q me complica el tema.

Irisadas_15.36
¿Y tu casa? (?_?)

JayHorse_15.36
No jodas. Mi hermano me mata
si convierto su piso en un lupanar.

Irisadas_15.36
A mí no me dijo nada; al contrario,
fue muy majo.

JayHorse_15.37
Xq lo pilló desprevenido. Además,
solo t he subido a ti y le caíste en gracia. No es lo mismo q
subir a dos tías distintas cada día.

Irisadas_15.38
También es verdad. Entonces siento anunciarte que vas a
perder.

JayHorse_15.38
Menos lobos, reina, tú solo llevas
un trío, aún puedo ganarte.

Irisadas_15.39
Quedan tres días, ya puedes espabilar (^_~). Por cierto, no
debería, pero soy una chica buena y te voy a dar un consejo
que te ayudará a ganar: existe algo llamado pensiones donde
cuentan con camas en las que poder hacerlo sin pasar frio y
sin estrecheces...

JayHorse_15.41
Paso de pagar una habitación para follar (—_—).

Irisadas_15.42
Serás rata...

—¿Con quién hablas, campeón?


Jaime se incorporó sobresaltado en la cama al oír a Sin. Estaba en la
puerta del antiguo dormitorio de Mor, observándolo con una sonrisa
traviesa. Y él se hallaba tan absorbido por el chat que ni siquiera la había
oído entrar.
—No seas cotilla, Sin —la acusó sonriente.
Esa sonrisa fue todo lo que Sin necesitó para saber con quién hablaba.
—¿Ha ocurrido algo? —le preguntó Jaime confundido.
No tenía que trabajar —si es que a dar clase a Cirila se le podía llamar
así— hasta las cinco y media. Notó la vibración del teléfono indicándole
que acababa de llegarle un mensaje. Resistió a duras penas la necesidad de
mirar la pantalla.
—Me pediste que te despertara a las cuatro menos cuarto para ir a
trabajar a Canela —le recordó Sin.
—Sí, mierda, se me había olvidado. —Se pasó los dedos por el pelo,
despeinándose—. Me visto y bajo. Dame cinco minutos, ¿vale? —le pidió
impaciente.
—¿Solo cinco? No me jodas, campeón, si te corres tan rápido Iris va a
pensar que eres un eyaculador precoz y eso sería terrible para tu imagen de
semental —se burló.
—No voy a correrme, Sin, solo quiero acabar la conversación que estoy
teniendo. En privado, a poder ser —le reclamó al ver que no se marchaba.
Sin se sentó en el escritorio y balanceó los pies en el aire, diciéndole sin
palabras que estaba muy a gusto allí y que no pensaba irse.
Jaime soltó un bufido, le dio la vuelta al móvil y centró la atención en la
pantalla.
Irisadas_15.49
Eooo... ¿Sigues ahí?

JayHorse_15.51
Sí. Sorry. He recibido una visita inesperada...

Irisadas_15.57
¿Algún ladrón tratando de robar
tu virtud? :P

JayHorse_15.58
Casi. Mi profe d equitación reclamándome para una clase.

Irisadas_15.59
¿Estás en la hípica?

JayHorse_16.00
Cuándo no lo estoy? {{(> _ <)}}

Irisadas_16.00
Trabajar tanto es malo, no por nada
el trabajo es una maldición bíblica...

JayHorse_16.01
Nunca lo había visto así, pero tienes
toda la razón.

Irisadas_16.02
Siempre la tengo, Morritos (^3^).

JayHorse_16.02
Tengo q dejarte, Sin es una cotilla
y quiere quitarme el móvil.

Irisadas_16.03
¿Sin es tu profe? El otro día me comentaste que era una
amiga
con derecho a roce (^_~).
JayHorse_16.04
Es ambas cosas.

Irisadas_16.04
Pásamela.

JayHorse_16.05
Para q? (o_O)

Irisadas_16.05
Le voy a proponer hacer un trío (^_~).

JayHorse_16.06
(*.*) Cómo coño vamos a hacerlo
si estás en el culo del mundo?

Irisadas_16.07
Ay, por favor, no seas obtuso. ¿No nos
lo montamos nosotros por vídeo?
Pues igual con ella.

JayHorse_16.08
Hablas en serio? (O_O)

Irisadas_16.08
Claro. Te aprecio y quiero que tengas
al menos un trío en tu haber cuando termine el desafío. Así
tu derrota
no será tan ignominiosa.

—¿Qué ocurre, figura? Por la cara que pones cualquiera diría que está a
punto de darte un jamacuco...
—Quiere hacer un trío contigo —musitó aturdido. Luego añadió, solo
por si no había quedado implícito—: Y conmigo.
Sin enarcó una ceja.
—¿Iris? —intuyó. Jay asintió—. ¿Cuándo?
—Ahora. Por videoconferencia.
—Cada vez me gusta más tu chochito. Dile que perfecto.
—Vale... —Tecleó en el móvil y un segundo después la pantalla se
iluminó con una petición de videoconferencia. Jaime la ignoró y miró a Sin
indeciso—. No le digas nada de Ciri, ¿vale? —le pidió incómodo.
—No me jodas, Jay, vamos a follar, no a contarnos la vida.
—Ya, solo por si acaso, ¿OK? —Clavó su mirada en ella.
Y Sin supo que, a pesar de lo mucho que le gustaba esa chica, Jay no
respondería a su llamada hasta que obtuviera su palabra. Sacudió la cabeza
en un gesto afirmativo y él volvió a respirar. Tomó el móvil y un segundo
después un rostro dominado por una luminosa sonrisa y unos ojos eléctricos
apareció en pantalla.
—¡Hola! ¡Eh! ¡¡Te conozco!! Eres la rubia que acompañaba a Jay el día
que formalizamos nuestro desafío... —exclamó irradiando alegría.
—En realidad fui yo quien aceptó el reto —admitió Sin maliciosa. Iris la
miró confundida desde la pantalla—. Le robé el móvil y, como me pareció
un reto interesante, decidí aceptar. Ya sabes, para ponerle un poco de sal a
su vida.
—Pues no ha servido para nada, porque no se ha montado ni un triste
trío. Jolín, vaya trabalenguas... Menos mal que estamos tú y yo para
ayudarlo y que por lo menos tenga la muestra. —Le guiñó un ojo en un
gesto lleno de picardía.
—Eh, no necesito vuestra ayuda...
—Claro que sí, Morritos, a la vista está... —sopló Iris con una risa—.
Por cierto, ya veo que estás listo para el asalto. —Lo miró apreciativa.
Estaba en una cama pequeña, sentado con la espalda apoyada en el cabecero
de madera. Desnudo excepto por una camiseta raída y el bóxer, que no
ocultaba su erección.
—Ya... Es que me has pillado durmiendo la siesta y..., pues eso...
—¿Se te han puesto las orejas rojas? ¡Pero qué mono! —Su risa le sonó
a Jaime como campanillas en Navidad.
—Sí, una verdadera cucada —intervino Sin observando a la mujer de la
pantalla.
Pelo negro alborotado, ojos azules llenos de júbilo y labios carnosos
curvados en una sonrisa increíble. Era la alegría personificada. No le
extrañaba que Jay estuviera coladito por ella, porque, dijera lo que dijese al
respecto, lo estaba.
—Solo por aclarar —continuó—, a mí solo me van los tríos de dos tíos y
yo. Eso de compartir polla con otra tía no me gusta, demasiados agujeros
para un solo rabo y luego me quedo con hambre. Si he accedido a este es
porque tenía ganas de conocerte y porque no estás aquí, ergo no tengo que
compartir la polla de este figura.
—Razón no te falta, pero ya puestas a ser sinceras, te confieso que a mí
dos me abruman —suspiró con dramatismo—. Me resulta supercomplicado
estar con más de uno a la vez. Porque, a ver, si estás con uno también tienes
que estar pendiente de atender al otro, lo que es un verdadero incordio,
porque al final estoy más pendiente de ellos que de mí y no me lo paso tan
bien. Prefiero dedicarme solo a uno, siempre y cuando dé la talla, por
supuesto.
Jaime, que no se había perdido palabra, se llevó la mano a la entrepierna.
¿Qué consideraría Iris dar la talla? ¿Dieciséis centímetros? ¿Dieciocho?
Esperaba que no fueran los veinticinco de los libros..., eso era
exageradísimo.
—¡Eso por descontado! —coincidió Sin—. De todas maneras, es
cuestión de práctica. Cuando has follado varias veces con más de uno le
acabas cogiendo el truco y todo va rodado. Que te follen el coño mientras te
comes una buena polla es la hostia.
—Está claro que tengo que darle otra oportunidad al asunto —convino
Iris.
Jaime no pudo evitar torcer el gesto al oírla. Sin era una mala influencia.
—¿Y tú qué opinas, Morritos? —le preguntó Iris.
La miró aturdido. No estaría pensando en hacer un trío con él y otro tío,
los tres juntitos y revueltos, ¿verdad? Vamos, no me jodas. Ni harto de
droga. Ni borracho. Ni muerto. Ni hipnotizado ni de ninguna otra manera.
No. No. Y no.
—A mí no me gustan las pollas, ni en el ojete ni en la boca. Y no me
gusta compartir a mi chica cuando follo. Con nadie —afirmó rotundo.
Aunque eso no era estrictamente cierto, más que nada porque nunca había
tenido chica ni mucho menos le había importado lo que sus amantes
ocasionales hicieran antes, durante o después de follar con él.
—Hombre, ahora mismo vas a compartir a Sin conmigo —apuntó Iris
burlona.
—Pero no a ti con Sin —replicó él sin pensar.
Iris parpadeó sorprendida y Sin estalló en una estruendosa carcajada.
—¿Qué os hace tanta gracia? —les reclamó molesto. Ese trío, o lo que
fuera, se le estaba yendo de las manos.
—Tu afirmación. Hablamos de un trío, todos nos compartimos con todos
—señaló divertida Iris.
Jay parpadeó pasmado al darse cuenta de lo que había dicho. Joder. ¿Por
qué había soltado esa gilipollez?
—Ya, es que me he explicado mal —aseveró con las orejas rojas.
—¿Y qué querías decir, campeón? —planteó Sin con sonrisa ladina.
—¡Y yo qué sé! ¿Follamos o qué? Tengo que dar clase dentro de un rato
y no hacéis más que perder el tiempo. Luego nos tocará apresurarnos y os
quejaréis.
—¡Apoyo la moción! —exclamó Iris risueña—. Bésala —le exigió. Él la
miró sin reaccionar—. A Sin. Bésala.
Jaime obedeció.
—Usa la lengua, Jay, hazla disfrutar. Mmm..., yo diría que tiene calor.
Quítale la camiseta. Sin prisa... ¡Qué tetas más bonitas! Ve a por ellas, esos
pezones erizados están pidiendo a gritos un poco de atención. No puedes
defraudarlos.
Jaime atrapó un pezón con los labios y cerró los ojos a la vez que
ejecutaba las sugerencias de Iris. Oír su voz ordenándole qué lamer, qué
morder, qué besar, qué acariciar lo estaba excitando como nunca en su vida.
Estaba tan duro y tenía las pelotas tan tensas que comenzaron a molestarle.
Ella debió de intuirlo, porque ordenó a Sin que le quitara el bóxer y lo
masturbara. Le dijo cómo debía hacerlo, con qué intensidad, cuándo frenar
para alargar la tortura y cuándo volver a empezar acercándolo cada vez más
a un éxtasis que en el último segundo le negaba. Lo estaba volviendo loco.
Hasta el punto de que él se olvidó por completo de Sin y solo existió Iris.
Su voz, su risa, sus susurros. Sus caricias y sus labios sobre su piel, su
lengua sobre su polla, sus dedos ciñéndola.
—Joder, me corro. —Abrió los ojos y parpadeó al ver una cabeza rubia
sobre su entrepierna. ¿Quién le estaba comiendo la polla?
—Qué chico más educado, si hasta avisas... Eres encantador —se burló
Iris con voz ronca y entrecortada.
Jay la buscó con la mirada. La encontró en la pantalla del móvil que
había apoyado en la mesilla. Estaba sentada en una cama con las piernas
separadas y las rodillas dobladas. Masturbándose. Su sexo hinchado y
brillante en primer plano. Sintió el irresistible deseo de lamerlo de arriba
abajo. De meterse esos labios gruesos y rosados en la boca y chuparlos.
Quería taladrarla con la lengua y beberse su placer. Comerle el coño como
si fuera un jodido caramelo. El más delicioso que había probado nunca.
—Métete dos dedos... —le ordenó jadeante a la vez que apretaba el culo
para evitar correrse. Estaba tan excitado que dudaba que pudiera aguantar
mucho más—. Hasta el fondo. Fóllatelos mientras te como el coño. Sí,
joder, así, con fuerza. ¿Sientes mi lengua? Está dentro, con mis dedos. Te lo
estoy comiendo entero, reina. Ahora el clítoris, lo tienes superhinchado. Y
es todo mío. Recuerdo su sabor, estoy deseando volver a comérmelo.
Métete un dedo más y muévelos. Dámelo todo...
—Estoy a punto... —murmuró ella cerrando los ojos.
—Joder..., y yo... Vamos... ¡Dios! —Se sacudió contra la boca que lo
chupaba sin apartar la mirada de la pantalla del móvil, donde Iris temblaba
con el cuerpo arqueado, ofreciéndole su orgasmo—. Ha sido la hostia.
—Vaya dos... Tenéis una falta de control acojonante —resopló Sin
burlona desde su posición entre las piernas de Jaime.
Jay dejó caer la cabeza en la almohada. Se había olvidado por completo
de ella.
—Se nos ha ido de las manos, pero te lo voy a compensar —afirmó
incorporándose.
La tumbó de espaldas y le arrancó los pantalones sintiéndose culpable.
Ni siquiera se había molestado en desnudarla del todo, tan absorto estaba en
Iris. Le separó las piernas, apartó el tanga y hundió la cara en su sexo. Su
lengua haciéndole todo lo que le había descrito a Iris segundos antes. Se
sintió extrañamente decepcionado cuando su sabor le invadió su boca. No
era el que esperaba. Era el sabor de Sin, lo conocía de sobra. Pero no era el
que deseaba. Que añoraba.
Por favor, qué gilipollez. Solo había estado una vez con Iris, era
imposible que recordara cómo sabía. Pero lo hacía. No lo había olvidado.
No podía.
—No pares ahora, Morritos... Eso sería de muy mala educación... —le
llegó desde el otro lado de Europa la voz de Iris, haciéndolo consciente de
que ya no estaba moviendo la lengua ni la boca. Había vuelto a olvidarse de
Sin. Joder.
Volvió a la tarea, esta vez la voz de Iris acompañó sus caricias. Y cuando
no era su voz eran sus jadeos los que lo conducían a un éxtasis cada vez
más cercano.
—Quiero follarte... —Subió por su cuerpo hasta encajar su polla en el
pubis femenino. Se frotó contra él—. Necesito follarte...
—Ponte un condón, campeón —dijo desde muy lejos la voz de Sin.
La miró aturdido. Estaba debajo de él. Giró la cabeza. Iris lo miraba
desde la pantalla del teléfono. Y, por su gesto, estaba tan al límite como él.
Se lamió los labios con lascivia y le lanzó un sonoro beso.
—Hasta el fondo, Morritos...
Jay se sentó sobre sus talones, se enfundó un preservativo con
movimientos precisos. Se agarró la polla y se inclinó para colocar la punta
contra el sexo de Sin. La besó con lujuria a la vez que la penetraba de una
sola estocada.
—Joder... —Cerró los ojos y comenzó a embestir. Los gemidos de Iris
eran música en sus oídos—. Dios, qué bueno es... Me pasaría la vida
follándote. —Le recorrió el mentón a besos, subió a su boca y le lamió las
comisuras—. Quiero comerme tu risa...
—Abre los ojos, campeón —le exigió Sin dándole una palmada en el
culo.
Él la miró confundido al abrirlos.
—Sin... Joder. Yo...
—Fóllatela —le ordenó traviesa señalando el móvil—. Cómo si no
hubiera un mañana, machote. Clávala en la cama y haz un agujero en el
colchón con tu polla. —Le rodeó las caderas y le espoleó el culo con los
talones—. Si paras, te mato...
—Dios, no... —jadeó él, la mirada fija en la mujer que se masturbaba en
la pantalla del móvil. Llegó al orgasmo un segundo después de ella.
Mantuvo el ritmo hasta que Sin lo alcanzó y se dejó caer exhausto, la
cabeza girada hacia la mesilla. Los ojos se le cerraron bajo la mirada
adormilada de Iris. Ella sonrió y él la imitó. Y en ese momento una alarma
sonó estridente, sobresaltándolos a ambos. Aunque no a Sin, que los miraba
divertida sentada a los pies de la cama.
—Qué cojones... —masculló Jay sacudiendo la cabeza.
—Hora de trabajar, figura —apuntó Sin.
—Sí, vaya mierda. —Cogió el teléfono y miró pesaroso a Iris—. Tengo
que irme, preciosa, hablamos luego.
—¡Espera! Tienes que tomarnos una foto y subirla a Instagram para que
quede constancia del desafío cumplido... —le recordó ella.
—Estás de coña.
—Nop. Las reglas son las reglas...
—Estás loca, reina.
—¿Y te enteras ahora, bombón? Vaya si has resultado ser cortito...
Jaime estalló en una risa espontánea que llenó la habitación.
—Va, Sin, ponte aquí conmigo —le pidió Jay.
—No me jodas..., paso de esas mierdas.
—Vamos, Sin, hazlo por Jay. Si no tiene fotos del trío no podré darlo por
válido y quedará a cero. Y eso sería terriblemente humillante, ¿no crees? A
ver, ya es malo perder dos a uno, pero perder cero a uno es una derrota
estrepitosa.
—¿Cómo que perder dos a uno? No es por nada, pero estamos
empatados, tú solo has hecho un trío... —la acusó Jaime.
—Nop, con este son dos.
—Pero este no cuenta... —rechazó indignado.
—¿Para ti sí y para mí no? —Iris enarcó una ceja—. ¡Córtale la cabeza,
Sin!
—¡No le des ideas, joder! —Jay saltó de la cama alejándose de Sin
cuando esta intentó agarrarle las pelotas—. ¡Ha dicho la cabeza, no la polla!
—¿Y dónde crees que tenéis los tíos el cerebro? —se burló Sin
lanzándose a por él.
Lo tiró al suelo y se sentó a horcajadas sobre él. Le pellizcó las tetillas y
Jay se sacudió tratando de quitársela de encima.
—¡Duro con él, Sin!
—¡No es justo, sois dos contra uno! —protestó Jay.
—Pero si ni siquiera estoy allí —bufó Iris—, mira que eres quejica,
Morritos.
—No lo sabes tú bien —le dio la razón Sin—. Vale, todo sea porque no
se nos ponga a lloriquear y nos dé vergüenza ajena... —Se levantó
tendiéndole la mano.
Jaime la rechazó de un manotazo y se puso en pie con un movimiento
fluido.
—Yo no lloriqueo —dijo con voz tensa.
—Disiento, lo estabas haciendo ahora mismo —rebatió Iris.
—Cojonudo, no tengo suficiente con las pullas de Sin, que también
tengo que sufrir las tuyas. Es la última vez que hago un trío con vosotras.
Sois peligrosas —gruñó.
—No jodas, campeón, tú no has hecho un trío —se burló Sin—. Te has
follado a Iris usando mi cuerpo de comodín...
Jaime la miró aturdido, sus orejas al punto de la ignición.
—No me mires con cara de cordero degollado, no me ha molestado, al
contrario, me has follado mejor que nunca. Siempre das la talla, pero hoy ha
sido brutal. No obstante, prefiero ser la protagonista de mis polvos, motivo
por el cual no voy a repetir trío con vosotros. No os sintáis molestos. —
Agarró el teléfono y fue con Jay—. Sonríe... —Hizo una foto y le devolvió
el móvil—. Un placer conocerte, Iris, eres la caña.
—El placer ha sido mío, Sin.
—Créeme, no lo dudo ni por un momento. —Le guiñó un ojo y salió del
dormitorio.
—Mierda, Sin... —Jaime la vio marcharse arrepentido—. No pretendía...
—Entrecerró los ojos al mirar el móvil—. ¡No me jodas! ¡Será cabrona!
¡Ha subido la puta foto a Instagram!
—¿De qué te quejas? Sales muy favorecido... —comentó Iris burlona.
—¡Estoy en bolas!
15

Miércoles, 14 de febrero
Irisadas_18.16
@}-;-'---

JayHorse_18.16
Y eso?

Irisadas_18.17
Una rosa. ¡Feliz San Valentín! >^_^<

JayHorse_18.17
No me jodas, reina, no me van
las mierdas románticas (o_O).

Irisadas_18.18
No es una porquería romántica, sino un regalo entre amigos
(¬_¬). Si lo llego a saber, te regalo lo mismo que mi madre
le regaló a mi padre en su primer San Valentín, seguro que te
habría encantado. Es más acorde con tu encantadora
personalidad (>_<).

JayHorse_18.19
Q le regaló?

Irisadas_18.19
Una carta de amor untada en excrementos de perro —_—.

JayHorse_18.19
Joder con tu madre, vaya carácter.
Q hizo tu padre?
Irisadas_18.19
Pringarle las coletas de barro,
entre otras cosas...

JayHorse_18.20
Las coletas? (*_*) Q edad tenían?

Irisadas_18.20
Diez u once años (^_^).

JayHorse_18.20
Llevan juntos desde niños (O_O).

Irisadas_18.21
Sí y no. Mi padre se mudó de país y pasaron años sin verse.
Se encontraron por casualidad en Detroit y retomaron su
historia por unas horas. Luego mi madre se marchó y
tardaron casi ocho años en volver a encontrarse.

JayHorse_18.22
Y retomaron su relación, no?

Irisadas_18.23
De nuevo, sí y no. Mi padre tiene cierta incontinencia verbal
y mi madre es muy tiquismiquis, así que estuvieron unos
meses de tira y afloja. Hasta que mi padre me conoció y yo
le dejé bien clarito que o hacía algo drástico para
impresionarme —ya sabes, el castillo y el dragón— o no iba
a obtener mi aquiescencia para estar con mi madre. Y sin mi
aprobación no había boda.

JayHorse_18.24
(*_*) Necesitaba tu permiso para casarse?

Irisadas_18.24
Por supuesto.

JayHorse_18.25
Cuántos años tenías cuando
se reencontraron? (o_O)

Irisadas_18.25
Siete.
JayHorse_18.25
Ah. Oye, una pregunta, pero es personal, así q si no te aptc
no respondas, oks? Tu padre... no es tu padre biológico,
verdad?

Irisadas_18.26
Sí lo es. Mi madre se quedó embarazada en su primer
reencuentro.

JayHorse_18.27
Y no volvieron a verse hasta
siete años después (?_?)

Irisadas_18.27
Algo más de siete años.

JayHorse_18.27
Pero tú sabías quién era tu padre...
Os conocíais, no?

Irisadas_18.28
Qué va. La primera vez que lo vi fue una tarde que se
presentó en mi casa y acabó a puñetazos con mi tío Darío, el
que sabe jiu-jitsu. Por poco me quedo sin padre antes de
conocerlo (¬_¬).

JayHorse_18.29
Tu padre t abandonó y tardó siete años en ir a buscarte?
(+_+) Y tu madre
y tú lo aceptasteis sin más?

Irisadas_18.30
No fue así. Papá no me abandonó, simplemente no sabía que
existía. Mi madre no se lo dijo. Fui fruto de una «noche de
amor» que acabó como el rosario de la aurora. Mi padre hizo
algo que a mamá le sentó mal y mamá se largó esa misma
noche...

JayHorse_18.30
Y no fue a buscarla?

Irisadas_18.31
A otro continente? Él estaba en Detroit y ella regresó a
Madrid. No fue hasta meses después que descubrió que mi
padre había tenido una puntería bárbara y estaba
embarazada, y como no tenía modo (ni ganas) de localizarlo,
ni lo intentó.

JayHorse_18.32
Vaya historia, da para un libro. Q hizo tu padre cuando se
enteró d tu existencia? Fue a x ti? Quiso recuperarte?

Irisadas_18.32
Sí. Pero lo primero que hizo fue abrir la boca y meter la pata.
Mi padre es un amor de hombre, un tío encantador y un
padre maravilloso, pero un bocazas tremendo cuando le da el
arrebato ¯\_( )_/¯.

JayHorse_18.33
Y esa tarde le dio...

Irisadas_18.33
Y de qué manera. Fue apoteósico (^_^). Montaron una que
ni te imaginas.

JayHorse_18.34
Pero luego se arreglaron...

Irisadas_18.34
Mi padre hizo lo imposible por conquistarnos a mi madre y a
mí. Me iba a buscar a casa todas las mañanas, me vestía, me
preparaba el desayuno (se le daba de pena, y vestirme ni te
cuento)
y me llevaba a clase (a veces hasta llegábamos puntuales).
Jugaba al fútbol de portero con Sardi, los Repes
y conmigo (le metíamos cada balonazo que no sé cómo
conserva la nariz). Hasta que nos convenció de que era
nuestro príncipe azul. Es el mejor padre del mundo mundial
>^_^<.

JayHorse_18.36
Genial. Tengo trabajo, luego hablamos.

Jaime puso el móvil en modo avión y lo guardó. Había mentido a Iris. Su


última clase había terminado media hora antes, no obstante continuaba en la
hípica para trabajar un rato a Canela. Pero se le habían quitado las ganas.
Se dobló por la cintura y apoyó las manos en las rodillas al sentir una fuerte
presión en el pecho. Tomó aire con rápidas y fatigosas bocanadas que en
lugar de llenarle los pulmones se los vaciaron.
Sintió una húmeda caricia en la nuca y un suave tirón de pelo.
—No pasa nada, Cane, estoy bien. —Se giró para quedar enfrentado al
caballo que le frotaba la cabeza con los belfos en un beso equino—. Es solo
que hay quien nace con estrella y quienes nacemos estrellados —gruñó
irritado—. ¿Sabes que Iris no conoció a su padre hasta los siete años? Qué
jodida casualidad, ¿no? Yo perdí al mío a esa edad. En mi puto cumpleaños.
—Dejó caer la cabeza contra el hombro del semental.
Canela bajó su enorme testa y posó la quijada sobre los omóplatos del
muchacho, apretándolo contra él en un abrazo caballar.
—No me compadezcas, Cane. Me pareció cojonudo que Jethro se
largara con viento fresco; cuanto más lejos, mejor. Era un padre de mierda.
El de Iris, en cambio, escaló un castillo vestido de príncipe hortera y venció
a un metafórico dragón para hacerse con su cariño. —Apoyó la frente en el
cuello del animal—. Cirila ni siquiera se molestó en buscarme hasta hace
pocos años. Y desde luego no ha escalado ningún castillo —masculló
desdeñoso.
«Y sin embargo ha cruzado Europa para venir a un país desconocido sin
saber el idioma, sin conocer a nadie en quien apoyarse, sin apenas dinero y
sin nada más que su ilusión para buscarte», oyó una voz en su cabeza que,
por primera vez en mucho tiempo, no era la de su padre. Era una voz grave,
severa pero a la vez dulce.
Se irguió sobresaltado y miró a Canela con los párpados entrecerrados.
—¿Has dicho algo? —El caballo lo miró con sus enormes ojos llenos de
inocencia—. Ya me parecía a mí... —Frotó la frente contra el hocico de
Canela. Este aprovechó para mordisquearle el flequillo—. ¿Sabes lo que
creo? Que tanto escuchar a Cirila hablar de Dios, de misa, de apoyo divino
y de todos esos rollos patateros me está provocando alucinaciones. Voy a
acabar tan tarado como ella —bufó.
Su madre había tardado años en ir a la policía a denunciar su secuestro y
sospechaba que lo había hecho porque era una estúpida que depositaba
todas sus esperanzas en que un Dios que no existía la ayudaría a
encontrarlo. Prefería creer eso a creer que no le había importado lo
suficiente para buscarlo antes, lo que seguramente era la verdad.
«No seas ingenuo, si no te buscó fue porque no quería encontrarte. Eras
un puto estorbo. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Ahora le ha dado
por jugar a ser madre pero se cansará de aguantarte y se largará.»
—Cállate, hijo de puta —gruñó entre dientes al oír a su padre.
Agarró la crin de Canela y montó a pelo, necesitaba sentir sus trancos
pausados y el calor de su cuerpo para escapar de Jethro. Cuando comprobó
que eso no era suficiente —últimamente nada lo era—, devolvió a Canela
al paddock, fue a la cantina y pidió una cerveza. Y otra. Y otra.
Cuando Mor fue a buscarlo para volver a casa bebía su segundo Puerto
de Indias con tónica.

Domingo, 25 de febrero
Irisadas_14.07
Oye, me tienes que mandar
un libro, quiero leerte.

JayHorse_14.08
Quieres leerme cuentos? O_O Como a un bebé? No me
jodas.

Irisadas_14.08
¡No! ¡Quiero leer un libro tuyo! Me dijiste que eras escritor
en ciernes, quiero ser la primera en leer tu futuro best seller
(^_^).
JayHorse_14.14
Yap. Bueno. Es q no tengo ningún libro terminado...
¯\_(·_·)_/¯. Y tampoco me gusta q me lean x capítulos
sueltos. Me da palo (> _ <).

Irisadas_14.16
Vaya (._.). Entonces un relato. Mándame el que más te guste.

—Jaime... ¡Hermano!
Saltó de la cama al oír a Julio, que estaba en el umbral de la puerta.
—¡¿Qué?! No hace falta que grites, estoy aquí...
—Cualquiera lo diría, llevo un rato llamándote y no te has molestado en
contestar.
—¿Sí? No te he oído.
—Ya, últimamente siempre estás en Babia... —«O borracho», aunque
eso no lo dijo.
—Tengo muchas cosas en la cabeza. —Miró el móvil al sentirlo vibrar.
Iris quería leer uno de sus escritos. Lo cual era flipante. No porque lo
quisiera leer, que también, sino porque lo de que escribía se lo había
mencionado de pasada el día que se conocieron. Era alucinante que se
acordara. También acojonante. Pero no en el buen sentido, sino en el
sentido de asustar. Ni de coña quería que leyera algo suyo, bastante le
costaba ya pasárselo a su hermano, a Mor y a Sin. Pero empezaba a conocer
a Iris y sabía que cuando se empeñaba en algo era como un perro con un
hueso. Nadie se lo podía quitar. Y ahora estaba decidida a leerle. Vaya
mierda.
Se frotó la frente y escribió en el móvil con la mano libre. O lo intentó,
porque el teléfono salió volando de repente. Julio se lo había quitado.
—¡¿De qué coño vas, Jules?, córtate mil! —Lo recuperó al instante.
—Te estoy hablando, por lo menos mírame y finge que te interesa lo que
te digo.
—No te mosquees, estaba en otra cosa.
—Me he dado cuenta, créeme. ¿Estás hablando con Iris? —indagó
interesado.
Desconocía qué historia se traía su hermano con esa chica, pero siempre
que se quedaba idiotizado con el móvil, algo que pasaba a menudo, era
porque chateaba con ella.
—Quiere que le mande uno de mis relatos... —Jay arrugó la nariz
disgustado.
—Hazlo, son muy buenos.
—Habló don Objetividad —resopló desdeñoso.
—Sabes que lo son. Mándale el que te publicaron en El Cuaderno
Ambulante.
—¡No! —jadeó turbado.
—¿Por qué no? Es tu mejor narración.
—Es una mierda.
—Ese relato eres tú.
—Y por eso es una mierda —sentenció—. ¿Qué me estabas diciendo
antes? Cuando no te hacía caso —cambió de tema.
Julio lo miró disgustado, aunque aceptó con un cabeceo.
—Que Mario ha ido a por Cirila, llegarán pronto.
—¿Eso es tan importante como para venir a interrumpirme? —resopló
despectivo. Cirila comía en Tres Hermanas a diario, excepto los domingos,
que, como a partir de las dos ni Jay ni Mor trabajaban, celebraban una
comida familiar en el piso de Julio. Una a la que Mario también se
apuntaba, pues, además de ejercer de traductor, se había autopluriempleado
de chófer y se encargaba de trasladarla de un lado a otro—. Me doy por
enterado. ¿Algo más que sea cuestión de vida o muerte y deba saber?
—Tenemos que hablar sobre Cirila —replicó Julio muy serio.
—¿Ha pasado algo? —inquirió Jaime poniendo al fin toda su atención.
—¿Aparte de que no encuentra trabajo, de que cada día está más delgada
o de que vive en un piso compartido con seis desconocidos? —ironizó Julio
—. Sí. Ha pasado que no puede seguir así. No sé, ni quiero saber, cuántos
ahorros tenía, pero lo que sí sé es que se los está comiendo y que no tiene
ningún ingreso.
Jaime asintió, su hermano tenía razón. Era algo que a él también le
preocupaba, pero Cirila era terca como una mula. Se negaba a aceptar el
dinero que Julio y Mor le ofrecían, también a que le pagaran la habitación
en el piso compartido. El único apoyo que consentía era comer en Tres
Hermanas. Y Jaime intuía que lo hacía por verlo a él y no por ahorrarse el
dinero de la comida. Y de la cena, porque a Nini, casualmente, siempre le
sobraba comida que la obligaba a llevarse.
—He hablado con mis conocidos para ver si saben de alguien que pueda
darle trabajo —continuó Julio—, pero el idioma es un problema, y los
pocos empleos que me han ofrecido no me han parecido adecuados para
ella. —Frunció el ceño disgustado.
—¿Por qué?
—Porque mis contactos tienen negocios similares al mío y no me puedo
imaginar a Cirila trabajando en un club erótico... —apuntó arqueando las
cejas.
—Ni de coña. Le daría un infarto con lo puritana y beata que es —
desdeñó Jay.
Julio lo miró malhumorado, no por su apreciación, que compartía, sino
por su tono. No obstante, prefirió no incidir en ello. Tenían cosas más
importantes de que hablar.
—Me estoy planteando pedirle que se mude aquí con nosotros, creo que
le costaría menos aceptar eso que mi dinero. Podría dormir en la cama de
Larissa las noches que las gemelas no estén en casa —propuso. Tenía la
custodia compartida de sus hijas, por lo que al menos tres noches a la
semana dormían con él—. Y cuando estén nos las podemos apañar
poniendo un sofá cama en el salón... ¿Qué te parece?
—No. Ni de coña. —Sacudió la cabeza en una nerviosa negativa—. No
la quiero aquí, Jules. Necesito poder moverme por la casa sin que me esté
vigilando constantemente. —«Sin sentir a cada instante que soy un hijo de
mierda. Sin tener a Jethro en mi cabeza diciéndome que no me quiere y sin
tener que medir cada palabra que digo para no hacerla sentir mal. Es
agotador.»
—No te vigila, Jay —rebatió Julio preocupado por la expresión de su
hermano. Daba la impresión de que estuviera viendo un fantasma. Uno
terrible que le hubiera hecho mucho daño.
—¿No? Pues lo parece. No me quita la vista de encima, es agobiante —
jadeó sin aliento. Saltó de la cama. Necesitaba salir de allí, que le diera el
aire.
—Eres un exagerado. —Julio lo observó caminar alterado hasta la
ventana y abrirla de par en par a pesar del frío que hacía en el exterior.
Jaime sacó medio cuerpo fuera y tomó una bocanada de aire.
—Tú no la tienes rondándote a todas horas... —gimió con voz
estrangulada—. Siempre está intentando anticiparse a lo que sea que voy a
hacer. —Golpeó el alféizar con las palmas. Ella quería complacerlo y él se
ahogaba con su solicitud—. Me ofrece comida, me trae agua sin que se la
pida, aparece de repente con mi cazadora o con una bufanda... ¡Joder, Jules!
¡Me ha tejido una bufanda! ¡Y un puto gorro a juego! ¡Y ahora está
haciéndome un jersey! ¡Vamos, no me jodas! —Ella lo colmaba de regalos
y él era incapaz de apreciarla como se merecía—. Y como no me atosiga
suficiente con eso, además se pasa el día mirándome como si fuera un
jodido regalo. No lo soporto.
—Pero ¿te estás oyendo? —Julio lo miró asqueado—. Se gasta el poco
dinero que tiene en lanas para hacerte prendas que cree que puedes
necesitar y tú la desdeñas... Eres repugnante, hermano. De verdad, no te
reconozco.
—¡Me agobia, joder!
—¡Pues no sé cuándo! —replicó Julio tan enfadado como él—. No es
que pases mucho con tiempo con ella, ¿no crees? Solo las tres clases que le
das a la semana y la media hora, si llega, que tardas en comer cada día; el
resto del tiempo la evitas. ¿Crees que no me doy cuenta? ¿Que ella no se da
cuenta?
Jaime bajó la cabeza avergonzado.
—Tengo mucho jaleo en Descendientes y no tengo más tiempo para
dedicarle...
—Di mejor que no quieres tener tiempo para ella —lo acusó furioso—.
No he visto que hayas dejado de montar a Canela ni de saltar con Ro o de
salir con Sin. O de ir de fiesta tú solo... —Lo miró preocupado.
Cada vez eran más las noches entre semana que Jaime regresaba a casa
al filo de la medianoche apestando a humo y alcohol. A falta de una copa
para estar borracho. Solo se frenaba las que estaban las gemelas en el piso,
entonces llegaba a una hora prudencial y sobrio. O casi sobrio. Aunque se
resarcía los lunes, que era su día libre. Desaparecía el domingo tras la
comida familiar y no regresaba hasta entrada la tarde del lunes, con un
aspecto terrible y tambaleándose. Ni siquiera se paraba a comer algo, se
metía en la cama y no se levantaba hasta que debía ir a trabajar el martes.
—Ya, bueno. Tengo que priorizar...
—¿Y estar con tu madre no es una prioridad? —lo increpó.
—¡Joder, Jules! No me agobies, ¿vale? Es complicado...
—No es complicado, Jaime. Hoy mismo te he dicho que cogieras el
coche y fueras a buscarla en lugar de Mario, y no has querido...
—¿Ir a por ella a misa? Ni de coña —escupió—. Tenía cosas mejores
que hacer.
—¿Como qué?
—Como tocarme el nabo a dos manos —arguyó hiriente.
—¿Qué coño te pasa, Jaime? ¿Tienes la más remota idea de lo feliz que
la harías solo con tener una mínima atención con ella? Creo que se lo
merece.
Jaime entrecerró los ojos, una oleada de rabia y rencor le estalló en el
pecho. ¿Se lo merecía? ¿En serio? Y una mierda. Había dejado que Jethro
se lo llevara y no lo había buscado hasta años después. Estaba claro que no
lo quería ni un poquito.
Negó furioso apretándose la cabeza con las manos al darse cuenta de que
Jethro había vuelto a entrar en ella. «¡Sal de mi puto cerebro! ¡Déjame vivir
en paz, joder!»
—Jaime, hermano... ¿Qué te ocurre? —Julio le puso la mano en el
hombro.
Su apretón tuvo la virtud de calmar a Jaime lo suficiente para contenerse.
—No me pasa nada, excepto que eres un pesado de cojones. —Lo apartó
con aspereza—. No es tu madre, ¡es la mía!, deja que haga lo que mejor me
parezca.
—¿Lo que mejor te parezca? Lo único que haces es causarle dolor —le
reprochó.
—No es verdad —rechazó Jaime con voz estrangulada, porque sí lo era.
—Te quiere, hermano. Ha sufrido mucho por ti y está haciendo lo
imposible por ganarse tu cariño y tú la desprecias constantemente y sin
motivos. —Se calló al oír el timbre de la puerta—. Ya están aquí. Piensa en
ello mientras comemos —lo exhortó saliendo del dormitorio.
Jay se quedó mirando la puerta, el corazón tan frenético que se le iba a
salir por la garganta. Era verdad, joder. Estaba haciéndole daño. Pero no
podía evitarlo. Se mesó el pelo angustiado. Él no era así. No era un cabrón
retorcido como Jethro. Pero no podía parar. Tenía tanta rabia dentro que no
lo dejaba vivir. Rabia contra su padre por tratarlo como si fuera un estorbo.
Contra su madre por abandonarlo. Llevaba años corroyéndole las entrañas y
ahora estaba saliendo y no la podía controlar.
Ojalá pudiera lanzársela a la cara a su padre. Vomitarle todo lo que
pensaba de él.
Pero no podía. Porque no estaba allí. Pero su madre sí. Y estaba
volcando toda su rabia en ella. Era un cerdo que solo la hacía sufrir. Tenía
que dejarse de gilipolleces y comportarse como el hijo que Cirila merecía.
No debería ser tan difícil. Había pasado años observando a los otros niños
con sus madres. Solo tenía que hacer lo mismo. Aunque ya no era un niño.
Tal vez ahí radicaba el problema. Ya no la necesitaba. Tampoco la quería.
Más bien no quería quererla. No se atrevía. Era demasiado arriesgado. Ya lo
había abandonado una vez y volvería a hacerlo.
Se llevó las manos al pecho, se ahogaba. Literalmente. Se asomó a la
ventana y trató de llenar los pulmones, pero seguía ahogándose. Tenía que
pensar en otra cosa. Distraer a la rabia para que volviera a hacerse pequeña
en su estómago y lo dejara en paz.
Avanzó tambaleante hasta el escritorio y encendió el ordenador. Abrió
una carpeta tras otra mientras trataba de mantener la visión enfocada, algo
cada vez más difícil porque parecía mirar a través de un túnel que se llenaba
de puntitos blancos. Su respiración jadeante no ayudaba.
Por fin llegó al archivo que buscaba.

Sin Alma

Lo abrió y el túnel que constreñía su visión comenzó a abrirse,


permitiéndole enfocar de nuevo. Leyó el primer párrafo. El corazón se le
encogió en el pecho. No era un buen relato. Era un relato de mierda. Dolía.
—Jaime, es hora de comer. Ven al comedor —le dijo Julio asomándose a
la puerta.
—Dame un momento... —le pidió sin aliento.
—No. Cirila lleva esperándote un rato, no vas a ignorarla ni un segundo
más —sentenció con voz grave.
—Vale, cierro esto y voy. En serio, Jules, no tardo —prometió al ver que
no se iba.
—Eso espero, hermano. —Se marchó disgustado.
Jaime se entretuvo lo justo para cerrar el archivo y, sin querer pensar en
lo que hacía, se lo mandó a Iris.
Se arrepintió al instante. Ese relato era demasiado íntimo, tenía
demasiado de sí. Aunque eso Iris no tenía por qué saberlo. Enfiló al
comedor con el talante de un gladiador que salta a la arena para enfrentarse
a vida o muerte con sus enemigos.
16

No son sus enemigos quienes lo esperan en el comedor, sino su familia.

Cirila supo que Jaime acababa de llegar sin necesidad de verlo. No porque
tuviera un sexto sentido que le indicara cuándo estaba presente o porque lo
hubiera olido. No. Lo supo porque todos se quedaron callados y el silencio
se adueñó del salón.
Miró la puerta. Ahí estaba su hijo. Con las manos escondidas en los
bolsillos, la cabeza baja y los labios apretados en una fina línea. Hizo un
gesto de fastidio e irguió la espalda a la vez que sus ojos se posaban en ella.
—¿Qué tal, Ciri? —le preguntó con una sonrisa rígida yendo hacia ella.
Se inclinó para darle un beso, tan fugaz como el aleteo de una mariposa, en
la mejilla.
—Feliz. —Sonrió exultante. Tenía una grandiosa noticia que darle—.
Tengo trabaja.
Esa declaración volvió a sumir el salón en el silencio. Pero esta vez no
fue un silencio denso, sino sorprendido, que estalló en una algarabía de
voces.
Ella solo oyó la de su hijo.
—¿En serio? Genial.
Entendió su última palabra. Era una palabra que Jaime usaba mucho y
que, según le había explicado Mario, servía para expresar alegría. Aunque
su hijo rara vez sonreía cuando se la decía a ella.
—Sí. Estpendo —le respondió con otra de las expresiones que él usaba a
menudo. Había puesto todo su empeño en entenderlas y aprender a usarlas,
tal vez así lograra acercarse un poco más a él.
—¿Dónde? —Jaime se sentó a su lado. No porque quisiera, sino porque
no tenía elección. Su hermano y Mor siempre se ocupaban de que la única
silla libre fuera contigua a la de Cirila.
—Cat... —Negó con frustración—. Can... ¡No! ¡Yo sola! —frenó a
Mario cuando este hizo ademán de intervenir—. Caantina. —Sonrió
orgullosa.
Jaime la miró pasmado y no fue el único, Mor y Julio también estaban
petrificados.
—¿Va a trabajar en la cantina? —le requirió estupefacto a Mario—.
¿Con Felipón?
—No me lo preguntes a mí —respondió Mario cortante.
—No es por nada, pero ella no habla mi idioma —resopló Jaime.
Aunque esa afirmación no era del todo cierta, pues cada día que pasaba
Cirila entendía y reproducía más palabras.
—Me es indiferente. Lo que quieras saber pregúntaselo a ella —reiteró
Mario.
—Vaya gilipollez —bufó, pero cuando habló de nuevo se dirigió a Cirila
—: ¿Vas a trabajar en la cantina de la Venta? —vocalizó despacio,
adoptando un tono neutro.
—Con Flepón —contestó ella antes de que Mario pudiera traducir.
—No me jodas... —soltó sorprendido. No sabía si su sorpresa se debía a
que ella lo había entendido o a que iba a trabajar en el mismo complejo
hípico que él.
Cirila frunció el ceño. Sabía que esa expresión era malsonante y no le
gustaba que la usara. Aunque, por supuesto, no lo regañaría. Igual que
tampoco le diría lo mucho que le disgustaba que bebiera una cerveza tras
otra, pensó al verlo ir a la cocina para regresar al minuto siguiente con un
botellín. No era nadie para regañarlo. Y, aunque lo fuera, no se arriesgaría a
disgustarlo y perder el poco cariño que pudiera sentir por ella.
—Así que vas a trabajar en la cantina... —Jaime le dio un trago a la
cerveza—. Qué guay. —Forzó una sonrisa. Iba a ser un jodido desastre. Los
jinetes no tenían filtros, eran unos brutos campechanos que reían a
carcajadas, hablaban a gritos y se embromaban de las maneras más
variopintas utilizando cualquier medio a su alcance, insultos incluidos. Y
Cirila, con su apocada timidez, lo iba a llevar fatal—. ¿Cuál va a ser tu
cometido? No te lo tomes a mal, pero no hablas español, no veo cómo vas a
poder llevar la barra —dijo con tiento. Si estuviera en la cocina, tal vez no
lo pasaría tan mal.
—No va a llevar la barra —intervino malhumorado Mario.
Cirila había sido un torrente de felicidad durante el trayecto hasta allí.
No había parado de hablar de su nuevo trabajo, de todo lo que podría hacer,
de cómo iba a darle un nuevo aire a la cantina..., y si Jaime seguía con esa
actitud esa felicidad se esfumaría.
Se giró hacia ella cuando le tocó el brazo pidiéndole con disimulo que le
trasladara las palabras de su hijo. Lo hizo a regañadientes.
Cirila apretó los labios en una sonrisa forzada. El gesto de su hijo unido
a lo que Mario le había traducido dejaba bien clara la poca confianza que
tenía en sus capacidades.
—Me apa... naré —afirmó con dificultad antes de pasar al alemán, en su
cara un gesto de fiera determinación e irreductible orgullo.
—Ha acordado con Felipón que se encargará de la cocina y de la
limpieza. La barra la seguirá atendiendo él —tradujo Mario.
—¿Elegirá Ciri los menús? —planteó Jaime confundido. Lo de
encargarse de la cocina estaba genial, pero si no podía comunicarse con
Felipón difícilmente iba a poder seguir sus indicaciones...
—Los creará —aseveró Mario tras escuchar a Cirila, quien había erguido
la espalda y parecía menos frágil. Más poderosa.
—¿Y cómo va a saber Felipón qué debe comprar? —inquirió Jaime.
—Mario dice a Flepón —respondió Cirila cuando este le tradujo su
pregunta.
Jaime miró al profesor enarcando una ceja.
—He acordado con ellos que me pasaré a menudo para hacerles de
traductor hasta que Ciri se desenvuelva mejor. A cambio, me darán de
comer. Y eso incluye dos postres al día. —Tradujo sus palabras al alemán,
arrancando una tímida sonrisa a Cirila.
Jaime sintió que se le paraba el corazón al asimilar lo que eso
significaba.
—Te vas a poner gordo... —se burló Julio encantado. Ese acuerdo
solucionaba el problema más acuciante de Cirila. Felipón era un buen
hombre, la trataría con cariño y paciencia y ella pondría en orden la cantina,
que falta le hacía; era un estercolero.
—Entonces ¿ya no comerás en Tres Hermanas? ¿Tampoco aquí los
domingos? —Jaime fijó una intensa mirada en Cirila, el aire escapando de
sus pulmones sibilante.
—No. Yo trabaja —contestó compungida tras escuchar a Mario. Había
estado a punto de rechazar el empleo por ese motivo. Apenas veía a su hijo,
no quería perderse las comidas con él, pero lo había hablado con Dios y este
había calmado su pesar. Cuando una puerta se cerraba siempre se abría una
ventana, solo había que buscarla. Y ella había encontrado esa metafórica
ventana—. Pero tú vennes caantina y commes con yo —afirmó sonriente.
Era la solución perfecta y también lo había negociado con Felipón.
Jaime la miró con los ojos desenfocados mientras miles de pensamientos
enfrentados lo atacaban. La mitad de ellos adoptaban el tono burlón de su
padre.
«Ahí lo tienes, idiota. Se larga y te deja. ¿Acaso habías esperado otra
cosa?»
«No. Joder. Solo va a trabajar.»
«No seas lerdo, acabará desapareciendo como la otra vez.»
«La otra vez no desapareció. ¡Tú me robaste!»
«Llora un poco, lo estás deseando. Arrástrate y suplícale que se quede.
Eres patético.»
«¡Cállate! ¡Sal de mi puta cabeza!»
—No, paso de comer fuera de casa —rechazó Jaime. No iría a la cantina
a esperar como un idiota patético que tuviera un rato libre para él. Ya se
verían en otras ocasiones, el día tenía muchas horas—. Nos veremos en las
clases... —En ese instante se le ocurrió algo que le congeló el corazón—.
Porque no vas a dejar de darlas, ¿verdad? —Saltó de la silla y fue a la
ventana mientras Mario traducía. La abrió y sacó medio cuerpo fuera—.
Bajad la puta calefacción, hace un calor tremendo aquí. No hay quien lo
soporte —jadeó aferrándose al alféizar como si le fuera la vida en ello.
Se había cansado de él y de sus desplantes, y razones no le faltaban. Iba
a perderla. Ya no la vería en las comidas. Lo siguiente sería abandonar las
clases. Se iría y dejaría de tener madre. Era lo que se merecía por ser un
cabrón egoísta incapaz de ser un buen hijo. Por eso nadie se quedaba con él.
Ni su padre ni su madre.
—Jamme... —La sintió tras él antes de que posara la mano en su hombro
—. No.
—¿No qué? —le reclamó ahogado—. ¿No vas a dar más clases o no vas
a faltar a las clases? Sé un poco más específica, joder.
—Doy clase. Sempre. Contigo. —respondió Cirila intuyendo lo que le
preguntaba.
—Genial, de puta madre. —No la creía. Era una excusa. Desaparecería,
como ya había hecho una vez. Como había hecho Jethro—. Estás en el buen
de camino para ser una amazona, si dejaras de darlas sería una putada. —Se
frotó el pecho. Le dolía. Necesitaba calmarse o le reventaría el corazón—.
Ahora vengo, se me ha olvidado algo. —Salió del piso.
Cirila lo observó marchar preocupada. ¿Por qué había reaccionado así?
No había entendido su frase, pero en su rostro habitaba tanto desasosiego
que era difícil no darse cuenta de que estaba muy disgustado. Miró a Mario
instándolo a que le tradujera lo que acababa de decir. Este lo hizo, dejándola
aún más confundida. Porque eran palabras de alegría, pero su gesto era de
pura desolación.
—Bueno... ¿Y cómo es que te ha ofrecido el trabajo? —inquirió Mor
para llenar el silencio, aunque lo cierto era que sentía curiosidad por
saberlo.
No tardó en descubrir que el artífice había sido Mario, a quien se le
había ocurrido la idea al escuchar las quejas de los asiduos a la Venta sobre
la falta de aperitivos y comidas de la cantina, y lo desordenada y sucia que
estaba.
Cuando un buen rato después Jaime regresó de ir a por lo que se le había
olvidado —y que no traía consigo—, estaban acabando el segundo plato.
—Lo siento, he tardado más de lo que esperaba... —Entró en el salón
tras ir a su dormitorio a cambiarse de ropa.
Julio arrugó el ceño disgustado cuando se sentó a su lado a la mesa y le
llegó un olor que últimamente lo acompañaba con demasiada frecuencia.
Jaime esquivó su mirada y se sirvió un plato de sopa de cocido a la que
echó una buena cantidad de garbanzos que se apresuró a comer hambriento.
Una vez saciado, se obligó a intervenir en la charla intranscendente que
mantenían los demás. Antes de darse cuenta, se había relajado y participaba
sin medir cada palabra. Hasta que llegó la merienda y, tras esta, la marcha
de Cirila.
La despidió con un beso fugaz en la mejilla y se encerró en su cuarto.
Sacó el móvil de la mesilla. Lo había dejado allí antes de ir al salón para no
sentirse tentado de mirarlo mientras comían. Desde entonces estaba como
loco por ver si tenía algún mensaje sobre el relato. Si no se había
escabullido para ir a por él había sido porque sabía que molestaría a Julio y,
por cómo lo había mirado tras su huida, intuía que más le valía ir con
cuidado. Su hermano cabreado era insoportable.
Irisadas_14.31
Muchísimas gracias por mandarme tu novela (son casi
ochenta páginas, eso no es un relato, ¡es una novela corta!).
¡Estoy deseando leerla! En cuanto coma, me pongo (^3^).
Irisadas_14.41
He pensado que mejor la leo mañana. Quiero leerla de un
tirón y esta tarde voy a salir y no me va a dar tiempo. Jo, qué
ganas tengo. No sé cómo me voy a contener. Seguro que me
da un arrechucho por la impaciencia. Pero resistiré. Lo haré.
Estoy segura de que tu novela es de esas que no puedes dejar
de leer \(^o^)/. Por cierto, me encanta
el título: Sin Alma.

Jaime se imaginó a Iris dando saltitos mientras escribía, aunque lo más


probable era que estuviera sentada y removiéndose en la silla como si
tuviera una guindilla en el culo. Su buen humor se esfumó al darse cuenta
de que leería su relato al día siguiente. Se le encogió el corazón. Sí, se lo
habían publicado y lo habían leído bastantes personas, al fin y al cabo era
una revista digital con bastante fama. Pero eran desconocidos. Además, lo
había firmado con un seudónimo y solo se lo había dicho a Ro, a Nini y sus
hijas y a Julio. No quería que lo leyera nadie que lo conociera. Era
demasiado íntimo.
Y sin embargo se lo había pasado a Iris. Ella creía que iba a leer un
relato divertido y ágil, sin dramas, mierdas ni malos rollos, como era ella.
Pero él no era así. Y Sin Alma tampoco. Joder, ¿en qué coño estaba
pensando cuando se lo había mandado?
JayHorse_18.17
No esperes mucho del relato. Es una ida d olla. Estaba
borracho cuando lo escribí y es una rayada total. Mejor no lo
leas,
t mando otro más divertido q t va a gustar más.
Irisadas_18.18
Ahora todavía tengo más ganas de leerlo (^_^). Ya te contaré
mañana.

Jay se sorprendió por la inmediatez de su respuesta. No esperaba que


estuviera atenta al móvil. Aunque, dada su afición a subir instantáneas a
Instagram, tal vez la había pillado enredando con este. Fue a su historia y
sonrió al ver que acababa de subir un reel de los Repes y Sardi bailando en
una pista abarrotada. Un segundo después colgó un selfi de ella con dos
tipos altos, rubios, guapitos y con pinta de gilipollas profundos, según la
humilde y objetiva opinión de Jay.
—Que sea la última vez que nos dejas tirados en mitad de la comida para
ir a fumarte un porro —le reclamó Julio entrando furioso en el dormitorio.
—¿Qué? —Lo miró sobresaltado, dejando el móvil con la pantalla boca
abajo.
—¿Crees que soy idiota, hermano? Te vas a por algo que has olvidado y
cuando vuelves no traes nada y lo primero que haces es ir a tu cuarto a
cambiarte de ropa.
—Quería ponerme cómodo.
—¿Con unos vaqueros y una camisa similares a los que llevabas? No
insultes mi inteligencia, Jaime. Si quieres ponerte cómodo, te pones el
pijama, no ropa de calle.
—Estaba Cirila en casa, no puedo andar en pijama.
—¿Por qué no? Es tu madre, no va a asustarse.
—No sé yo... Es tan puritana que no me extrañaría que le escandalizara
ver a un hombre en pijama —resopló tratando de desviar el tema.
—Eres imbécil, hermano. Te voy a dar un consejo, la próxima vez que te
fumes un porro lávate después la boca, tal vez así no me entere de que te lo
has fumado, aunque lo dudo. Llevo toda la vida trabajando en la noche,
tengo un máster en reconocer drogados y borrachos. Y tú estás desatado.
No tienes ningún tipo de control.
—No exageres, Jules...
—¿Por qué lo haces, Jaime? ¿Por qué bebes tanto? ¿Por qué te drogas?
Y no se te ocurra decirme que solo das alguna que otra calada. Los dos
sabemos que no te limitas solo a eso —aseveró agitado.
Jaime bajó la cabeza esquivando su mirada y guardó silencio. No tenía
respuesta para sus preguntas. Ni él mismo sabía qué mierda le pasaba.
—Me preocupas, hermano. ¿Qué es lo que te ocurre? Tú no eres así... —
Se sentó en la cama a su lado. Jaime se apartó desdeñoso.
—Lárgate, Jules, ahora estoy en otras cosas... —No quería que lo
psicoanalizara.
—Cada vez te pareces más a Jethro... —Salió dando un portazo.
Jaime logró contenerse un par de segundos antes de golpear la pared
furioso.
17

Martes, 27 de febrero
Irisadas_17.47
¡Es magnífica, Jay! Conmovedora, intensa, sobrecogedora,
turbadora, emotiva... ¡No hay suficientes adjetivos para
describirla! O sí. Hay uno que describe Sin Alma a la
perfección: sublime. Lo mejor que he leído nunca. Me ha
hecho llorar, reír, soñar, enfurecerme, rabiar... He sentido
todas las emociones del mundo mundial leyéndola. En serio.
Es impresionante.

—Baja los talones, Ciri —la corrigió Jay desde el centro del círculo, el
móvil vibrándole en el bolsillo trasero.
Tuvo que hacer un ímprobo ejercicio de voluntad para no sacarlo y leer
los mensajes. Durante la comida, Iris le había escrito que iba a leer Sin
Alma, y desde entonces esperaba aterrorizado su veredicto. Seguro que no
le gustaba. Que le parecía una mierda sensiblera, porque lo era. Tal vez ni
siquiera lo acabara porque era demasiado deprimente. Eso sería lo mejor.
Que no lo leyera. Así no sentiría lástima por el niño del relato. Seguro que
le parecía patético. Un idiota ingenuo y ridículo que daba vergüenza ajena.
El móvil vibró de nuevo y el estómago se le contrajo en un espasmo de
impaciencia y terror. Se moría por comprobar si era ella, pero no podía
distraerse. Había conseguido, con no poco esfuerzo y paciencia —esa de la
que normalmente carecía— que Ciri confiara en sí misma lo suficiente para
llevar las riendas de Educada mientras él la corregía desde el centro de la
pequeña pista con la tralla. No se atrevía a apartar la mirada del binomio
amazona-yegua. Cualquier tontería que se le pasara por alto podía ocasionar
que su madre acabara en el suelo y se hiciera daño, o que le cogiera miedo a
montar y no volviera a subirse a un caballo. Y sería por su culpa. Ya había
metido la pata hasta el fondo en su primera clase, no volvería a suceder.
Se frotó la nuca, rígida por la tensión, y fijó los ojos en su madre, como
si solo con la fuerza de su mirada fuera capaz de mantenerla sobre el
caballo, a salvo.
Ciri corrigió la posición de sus pies y miró a su hijo buscando su
aprobación; este asintió esbozando una sonrisa que la llenó de alegría y
orgullo. Irguió la espalda y se esforzó por mantener la postura correcta,
aunque sabía que no lo conseguiría. Había ganado resistencia y estabilidad,
pero le seguía doliendo todo al finalizar las clases. Algo que soportaba sin
protestar. Esa hora era la única que compartía a solas con su hijo, y siempre
se le hacía muy corta.
—Vamos a dejarlo por hoy, Ciri —señaló Jay al verla removerse sobre la
silla.
Su madre tenía la puñetera costumbre de no quejarse nunca, ni siquiera
cuando no podía aguantar más. Con el tiempo había aprendido a interpretar
su expresión corporal, sus gestos y miradas. Puede que no se comunicaran
con palabras, pero se entendían.
—No. Pronto —protestó ella.
—No es pronto, Ciri, llevas una hora en la silla. Toca bajarse —ordenó
con tono férreo acercándose a la puerta del cercado.
Cirila arrugó el ceño disgustada y se dirigió a la salida. Desmontó y lo
siguió en silencio por la vereda, feliz de tenerlo a su lado unos instantes
más. No le pasó por alto que se llevaba continuamente la mano al bolsillo
trasero del pantalón, donde guardaba el móvil. Se mordió la lengua para no
preguntarle si su amiga Iris le estaba escribiendo. Mario le había hablado de
la joven y se moría por saber más, verla en alguna foto e incluso conocerla.
Pero no se atrevía a preguntarle por ella a su hijo. Aún no habían alcanzado
esa confianza. Pero la alcanzarían. Se encargaría de ello, con la ayuda del
Señor.
Al llegar a Descendientes desequipó a la yegua y le dio agua en manos y
pies bajo la atenta mirada de Jaime, quien, aunque trataba de fingir
tranquilidad, no paraba de moverse inquieto. Hasta que el móvil sonó
estruendoso y se quedó rígido.
—Contsta, Jamme —le dijo Cirila.
—No, luego la llamo. —Cortó la llamada. No quería hablar con ella
sobre el libro, prefería chatear. Era menos personal. Menos íntimo.
—Ahora. Ve. Yo ocupo Educada —lo instó Ciri sonriendo con
complicidad.
Jay lo pensó un instante, solo quedaba llevar a la yegua al paddock.
—Vale, nos vemos mañana —se despidió con un rápido beso y echó a
correr hacia el pinar en busca de privacidad.
—Te quiero, moj otrok —musitó Cirila acariciándose la mejilla. Sus
besos eran cada vez menos forzados y más espontáneos. Más sinceros. O
eso quería creer.
—Llevar a Educada no es tu trabajo, Ciri, sino el suyo —la regañó
Mario en alemán—. Le consientes demasiado. —Ese era el eufemismo del
siglo. No le consentía demasiado, sino todo. Jamás le exigía ni reclamaba
nada, al contrario, aceptaba sus migajas de cariño y sus desplantes sin
quejas ni reproches. Y Jaime se aprovechaba de ello.
—Llama Iris —replicó ella en español.
Mario sonrió, estaba tan empeñada en aprender castellano que no quería
hablar en otro idioma. Y lo cierto era que lo estaba aprendiendo con una
rapidez inusitada.
—Ah, Iris... Ahora entiendo sus prisas —dijo divertido. Lo tradujo al
alemán cuando ella lo miró confundida, pues se le escapaba el sentido de la
frase.
Ciri lo escuchó muy atenta, quedándose con las palabras que no conocía,
y asintió sonriente. Ojalá su relación llegara a buen puerto. Esa chiquilla era
buena para él, lo sosegaba. Mitigaba sus tribulaciones y lo alejaba del
demonio de la bebida.

***
Irisadas_18.01
¿Estás ahí, Morritos?
Irisadas_18.03
Eooo \(^_^)/.
Irisadas_18.05
Necesito hablar contigo, no puedo callarme todo lo que me
ha hecho sentir Sin Alma. Es tan... ¡¡La amo!! (^3^)
Irisadas_18.06
Te llamo. No lo soporto más.
O comentamos la novela
o me da un parraque.

JayHorse_18.21
No exageres... T estás pasando
de intensa, reina >_<.

Irisadas_18.21
¡Por fin apareces! ¡Me tienes
en un sinvivir! Te llamo...

JayHorse_18.22
Ahora no puedo hablar, estoy
en el curro, rodeado de gente.
Mejor por WhatsApp.

Irisadas_18.22
Oh (._.). Entonces te llamo luego. Esta novela no es para
comentarla por escrito, requiere toda nuestra atención.

JayHorse_18.24
No dramatices, tía. Prefiero hablar
por aquí. Es menos intenso.
Irisadas_18.24
o_O ¿Te da vergüenza hablar
de Sin Alma?

JayHorse_18.26
No. Es solo q paso.

Irisadas_18.27
Ay, por favor, seguro que se te han puesto las orejas rojas.
Qué mono...

JayHorse_18.27
No me jodas, reina, no tengo nada rojo.

Irisadas_18.28
Y voy yo y me lo creo, bombón (^_~).

JayHorse_18.28
Créete lo q t salga del coño.

Irisadas_18.29
Eso hago >^_^<.

JayHorse_18.29
(¬_¬)

Irisadas_18.32
Está bien, no te enfurruñes (^3^). Me ha encantado. Es una
historia tremenda
y maravillosamente tejida. La manera
en que nos metes en la cabeza de Yago y nos transmites sus
sentimientos,
su miedo, su fuerza... Desde el principio impacta. Que le dé
a su madre desaparecida, de la que ni siquiera sabe cómo se
llama, el nombre de Alma es estremecedor porque nos
traslada lo que siente, que no solo ha perdido a su madre,
sino también su alma. Es una genialidad, Jay.

JayHorse_18.34
Q va, es solo una casualidad. Ni lo había pensado ¯\_(·_·)_/
¯.
Irisadas_18.34
Y una porra casualidad, Morritos. Te conozco. No das
puntada sin hilo. El nombre de la madre está muy pensado,
sabías exactamente lo que hacías al ponerle Alma.

JayHorse_18.36
Cree q lo q quieras, paso
d discutir contigo.

Irisadas_18.36
Haces bien, llevas las de perder, prefiero tener razón a ser
razonable >^_^<.

JayHorse_18.37
No jodas, no me había dado cuenta. Q tal por Alemania?
Vuelves en nada, no?

Irisadas_18.37
No intentes cambiar de tema, aún no he terminado con Sin
Alma.

JayHorse_18.37
Me lo temía... >_<.

Irisadas_18.38
Como sigas así, pediré que te corten
la cabeza...

JayHorse_18.38
No estaría mal, así no tendré q leer
tus desvaríos... ¯\_( )_/¯.

Irisadas_18.39
Voy a hacer como que no he leído eso (¬_¬). Es increíble
cómo has dotado de vida a los personajes, cada uno con una
personalidad marcada y única. Si Yago es conmovedor, su
padre es... ¡Lo mataba! ¡Qué asco de persona! ¡Lo odio!
¿Cómo puede culpabilizar a Yago del abandono de su
madre? Si lo pillara, le iba a decir cuatro cositas. O mejor
diez. O mil. Argh, qué rabia me da. Solo de pensar en ese
monstruo se me llevan los demonios. Es increíble cómo lo
describes, sin dar detalles físicos sobre él, sin ponerle
siquiera un nombre, como si solo fuera una sombra en la
vida de Yago. Una sombra enorme y cruel que lo cubre todo.
Y cuando por fin escapa de él para buscar a Alma, es tan
emotivo... Porque no solo la busca a ella, sino a sí mismo, su
alma.

JayHorse_18.40
No me jodas, reina, anda q no le das vueltas... Es solo una
historia, sin más. No intentes ver lo q no hay.

Irisadas_18.41
No seas tan modesto, Morritos. Sin Alma es mucho más que
una historia. Es una reflexión sobre la soledad, la culpa, el
manejo de las emociones y la manipulación de los
sentimientos. Tiene una capacidad emotiva sublime. Pero el
final es tan trágico. Llámame romanticona, pero esperaba
que Yago encontrara su madre, fueran felices
y comieran perdices. Y resulta que no.
Es terrible que deje de buscarla porque eso implica que
renuncia a su alma.
Y cuando decide que vive mejor sin amar ni ser amado
porque es más seguro... Es tan desesperanzador. Me hiciste
llorar.

JayHorse_18.42
No exageres, no es para tanto. Además, no es triste. Es
eficaz.

Irisadas_18.42
O_O No lo dirás en serio...

JayHorse_18.43
Claro q sí. El amor es una mierda con la q nos comen el coco
las películas ñoñas y los libros tontos, pero la puta realidad
es q no vale para nada, solo para q t jodan.

Irisadas_18.44
Esa es una manera de verlo
muy cínica, Jay.

JayHorse_18.45
Solo soy realista. La vida es una cabrona y las historias q
empiezan mal acaban mal. ¿Habrías preferido q Alma
apareciera milagrosamente vestida de azul cielo, escalara la
jodida torre, venciera al puto dragón y todos fueran felices y
comieran perdices olvidando el pasado?

Irisadas_18.46
Pues la verdad es que sí.

JayHorse_18.46
Q ingenua eres. Nadie escala torres ni pelea con dragones x
nadie. Y, aunq lo hiciera, crees q sería tan fácil? ¿Hago
«chas» y aparezco a tu lado? Todos d guais, sin
resentimientos, preguntas incómodas ni recriminaciones.
Alma aparece y Yago pierde el culo x abrazar y besar a la
madre q lo abandonó. El amor los inunda como si nada
hubiera pasado. Como si no hubiera mierdas entre ellos.
Como si no hubiera aprendido a odiarla y ahora no supiera
cómo coño dejar d hacerlo. Como si los remordimientos por
no saber quererla y no poder dejar d pensar mal d ella no lo
estuvieran matando. No me jodas, reina. Eso no
es real, es una puta falacia.

Irisadas_18.41
Tampoco tiene por qué ser tan malo. Mi padre apareció de
repente y no sucedió así. Hubo alguna bronca y tal, pero
todo fue bien.

JayHorse_18.42
Me alegro x ti. Cuándo vuelves
a Madrid?

Irisadas_18.42
Me da la impresión de que no quieres hablar de Sin Alma
(*_*). ¿Eres uno de esos escritores a los que no les gusta
hablar de su obra?

JayHorse_18.43
No soy escritor. Punto. Y no es q no quiera hablar d Sin
Alma, es q tengo mogollón d cosas q hacer y paso d perder el
tiempo en chorradas.

Irisadas_18.44
Sí lo eres. Y muy bueno (^3^). Llego el viernes a las doce de
la noche a Barajas.
JayHorse_18.44
Genial. Le pido el coche a mi hermano
y voy a buscaros.

Irisadas_18.44
Ay, gracias, eres un sol, pero no hace falta. Viene mi padre.

JayHorse_18.45
D puta madre. Nos vemos luego?

Irisadas_18.45
Imposible. Llegaré a casa tardísimo. El sábado como con mi
familia para ponernos al día y nos darán las tantas, hay
mucha tela que cortar (^_^). ¿Cómo tienes el domingo?

JayHorse_18.47
Tengo la última clase a las dos
y luego libro hasta el martes.

Irisadas_18.48
¡Maravilloso! ¿Comemos juntos?

JayHorse_18.48
Y después... lo q surja.

Irisadas_18.49
Que, conociéndote, ya me estoy imaginando lo que será.
Tendré preparadas varias cajas de preservativos... (^_~).

JayHorse_18.50
Chica previsora vale x 2 >^_^<.

Irisadas_18.50
¿Te paso a buscar a la Venta
sobre las dos?

JayHorse_18.51
No. Ya me acerco yo donde estés.

Irisadas_18.52
No me cuesta nada, tengo coche propio y hasta anda. Casi
siempre.
JayHorse_18.53
A mí tampoco me cuesta nada.
¿Dónde quedamos el domingo?
18

Entre los muchos desempeños de un profesor se encuentra el de aconsejar a


sus alumnos. También el de aguantarlos con una sonrisa en los labios.
Aunque quiera estrangularlos. A ellos. Y a sus padres. A estos últimos
lentamente y deleitándose en ello.

Viernes, 1 de marzo
—Quiero esta. Seguro que Apricot me hace caso si le doy con ella —afirmó
un niño de ocho años señalando una espuela del expositor de la tienda de
Descendientes.
—No. —Jaime miró disgustado las púas de la espuela—. No vas a
llevarlas de ruleta de estrella. No tienes el control ni la sensibilidad
necesaria para usarlas.
—¡Sí que lo tengo, lo que pasa es que Apricot es tonto y no obedece!
—No obedece porque no le das las indicaciones oportunas en el
momento preciso y en su justa dosificación. Te pasas toda la clase
arreándole, lo que le transmite señales contradictorias y acaba por volverse
loco y no saber qué hacer.
—¡Pues que aprenda! ¡Quiero estas! —le exigió furioso a su padre. El
hombre, más pendiente del móvil que de los caprichos de su hijo, se las
pidió a la dependienta.
La mujer lanzó una rápida mirada a Jaime antes de sacar las espuelas del
expositor.
—Estupendo, cómpreselas. —Se encogió de hombros y le anunció al
chaval—: Búscate otro profesor, la de hoy ha sido nuestra última clase.
El niño lo miró con unos ojos como platos.
—¡No! ¡Tú eres mi profe! ¡No vas a dejar de darme clase!
—Ya lo creo que sí. Dimito.
—¡Papá! —gritó el niño. El padre apartó la mirada del móvil con
evidente fastidio.
—Creo que deberías plantearte tu decisión —le advirtió a Jaime—. No
me parece que el tipo de espuelas que lleve mi hijo sea tan importante...
—Esas espuelas son para jinetes experimentados que tienen un control
perfecto sobre sus movimientos. Si se les da un mal uso pueden herir al
caballo —explicó—. Diego no tiene control, paciencia ni conciencia de lo
que hace con sus pies, y yo prefiero perder un alumno antes que ver cómo
lastima a su montura.
—Hablaré con Elías —lo amenazó el hombre.
—Está en su derecho. Buenas tardes. —Se dio la vuelta para irse.
—¡No! ¡Espera! —gritó el crío, que conocía a Jaime y sabía que si decía
no era no—. ¿Cuáles cogerías tú para Canela?
Jaime sonrió para sí. Tras el mostrador, la dependienta tosió ocultando
una risita y le guiñó un ojo, gesto que Jaime respondió con otro similar;
luego le señaló al niño las espuelas indicadas dándole mil explicaciones y,
mientras Mati cobraba al padre, el chiquillo se embarcó en un monólogo del
que Jaime desconectó.
Iris llevaba unas horas sin mandarle mensajes ni subir historias a
Instagram y lo echaba de menos. Le gustaba leer sus locuras entre clase y
clase (cada vez que tenía un segundo libre, en realidad). Le arrancaban una
sonrisa, cuando no una carcajada. Faltaba poco para la una, seguramente
estaría en el aeropuerto. Sonrió al imaginar a su inquieta y vivaracha amiga
encerrada en la terminal, aunque lo peor sería el vuelo. Iris era incapaz de
permanecer quieta más de diez minutos. No les envidiaba el viaje a los
Repes y a Sardi, los volvería locos con toda esa efervescencia que poseía y
era incapaz de controlar.
O sí. Si los envidiaba. Y mucho. Le encantaría estar en ese avión con
ellos, tantas ganas tenía de verla. Lo cual no dejaba de ser raro porque solo
habían estado juntos dos veces. Y la primera no habían hablado ni diez
minutos. Pero sus charlas por WhatsApp, Instagram y teléfono eran tan
asiduas y naturales que a veces olvidaba que estaban a cuatro mil
kilómetros de distancia y le parecía que la tenía al lado.
Se frotó la nuca mientras deslizaba el pulgar por la pantalla del móvil
haciendo un viaje por las últimas historias de Iris. Desde luego se había
despedido de Alemania por todo lo alto, pensó viendo por enésima vez el
vídeo en el que estaba de fiesta, vestida con unos vaqueros de cintura baja y
un jersey de rayas moradas, amarillas y verdes que revelaba su ombligo al
bailar. Jay había parado varias veces el reel para estudiar esa parte de su
anatomía. ¿Por qué no se había fijado en él cuando se enrollaron? No
recordaba que fuera tan bonito. Alargado y simétrico en su abdomen de piel
clara. Era perfecto. Aunque no tanto como su sonrisa. Dejó que el vídeo
continuara y deseó que la música de la fiesta estuviera más baja para poder
oír el sonido de su risa.
—¡Jay!
Se giró sobresaltado.
—Sorry, estaba despistado.
—Y tanto. Estabas en otro planeta —bromeó la dependienta señalándole
con disimulo a su alumno, el cual lo miraba interrogante mientras se
despedía de él.
Jaime le dijo adiós y se acercó a Mati, que acababa de hacerle un gesto.
—Vaya crío más insoportable. —La mujer salió de detrás del mostrador
y se colocó frente a él, de manera que si alguien entrara viera la espalda del
altísimo muchacho pero no a ella. Ni lo que estuvieran haciendo sus manos.
—Tiene días mejores —replicó Jay encogiéndose de hombros.
—Hace tiempo que no te pasas a verme... —le reclamó dibujándole la
mandíbula con las yemas de los dedos.
—He estado liado. —Giró la cara para morderle el pulgar. Lo succionó y
frotó con la lengua con la misma técnica que usaba para chuparle el clítoris.
Mati apretó los muslos, excitada al recordar lo bien que se le daba eso a
Jay.
—Hugo está dando clases en la pista de doma y luego se entretendrá un
rato en la cantina... —dijo con voz ronca refiriéndose a su marido—. No
vendrá a comer hasta las tres. Y cierro a la una y media. Voy a estar muy
sola... —Le agarró la mano y se la llevó a la boca, chupándole los dedos
índice y corazón con el mismo empeño que él ponía.
Jaime se los metió más profundo y ella lo succionó con fuerza, aspirando
las mejillas a la vez que mecía la cabeza enterrándolo con lascivia en su
boca.
—¿Tienes clase ahora? —indagó tras darle un mordisco que puso fin a la
ficticia felación.
—No. Me la han cancelado. Ya no curro hasta la tarde.
—Puedo cerrar un poco antes. ¿Nos vemos donde siempre dentro de
veinte minutos?
Donde siempre era en el bosque que rodeaba la antigua pista de cross,
abandonada desde hacía años. Siempre follaban allí, ya hiciera frío o calor.
Se bajaban los pantalones y echaban un polvo rápido. Si había suerte y
tenían tiempo —lo que no solía suceder—, gastaban unos minutos en
comerse mutuamente y luego jodían. Nada muy trabajado, lo justito para
darse el gusto y seguir con sus quehaceres. A veces era un aquí te pillo aquí
te mato al encontrarse de casualidad en alguna vereda cercana a dicha pista
y en otras ocasiones quedaban ex profeso, como ahora.
Hacía más de un año que tenían ese rollo esporádico y sin ataduras que a
ambos les molaba y convenía. Y justo por eso le extrañó la terrible pereza
que sintió ante su propuesta. Él jamás decía no a un polvo. Lo achacó a que
estaba cansado tras toda la mañana dando clases y aceptó con un cabeceo.
Mati esbozó una sonrisa pecaminosa y le amasó la entrepierna por
encima de los pantalones de montar en un anticipo de lo que le daría en
pocos minutos.
—Suficiente. —La apartó. No le apetecía recorrer la Venta erecto.
Aunque lo cierto era que nunca le había importado.
Salió de la tienda, comprobó que Iris no había subido más historias a
Instagram ni mandado ningún mensaje y enfiló al lugar de la cita. Al pasar
junto a la pista cubierta estudió las ventanas de la cantina, ubicada en la
planta superior del edificio. Trató de captar algún movimiento tras los
cristales de la cocina, pero solo vio una sombra. Imaginó que sería su
madre. En la semana escasa que llevaba allí se había hecho la jefa del
cotarro. O eso le pareció el día anterior cuando, ante la insistencia de unos
jinetes pelmazos, se vio obligado a ir por primera vez desde que había
empezado a trabajar. No quería que pensaran que evitaba la cantina para no
verla, aunque fuera cierto.
Su reticencia se debía a que se negaba a verla escondida entre sartenes y
cacerolas, aislada y sin atreverse a salir al salón para evitar a los bulliciosos
jinetes que tratarían de embromarla sin darse cuenta de que no podía
entenderlos. Había estado seguro de que lo estaría pasando fatal. Se lo
llevaban los demonios solo de pensarlo, incluso se imaginaba golpeando a
los idiotas inoportunos que la incomodaban.
También había otro asunto que lo frenaba a aparecer por allí.
A Cirila no le gustaba verlo beber. Nunca le decía nada, por supuesto,
pero él había aprendido a leer sus expresiones y sabía que cuando apretaba
los labios y subía la comisura izquierda estaba disgustada. Cuando él bebía
cerveza la puñetera comisura no se le bajaba ni por un segundo y, joder, no
iba a la cantina a beber té. Lo que devenía en que no sabía cómo interactuar
con ella en ese contexto. Porque ni de coña iba a cambiar sus hábitos por
ella. No tenía ninguna ascendencia sobre él para que hiciera tal cosa, pero
tampoco quería disgustarla más de lo que ya lo hacía. Ergo, la mejor
solución era no pisar la cantina, así él se evitaba verla pasándolo mal y ella
se evitaba verlo beber.
Pero los jinetes se habían puesto tan pesados que no le habían dejado
otra opción que acompañarlos. Y se había quedado de piedra nada más
entrar y ver a Cirila en su salsa. Recorría la barra colocando los aperitivos,
sonreía sin parar y asentía cuando le hablaban, como si los entendiera. A
veces hasta contestaba con un «estupendo» o un «genial».
Parecía más alta, más recia, más segura, menos pusilánime.
Ver para creer. Su tranquila y apocada madre en la cantina se
transformaba en un torbellino imparable que cargaba con las pesadas
bandejas como si fueran plumas.
Ya podría haber sacado toda esa fuerza y actividad arrolladora cuando él
nació en lugar de quedarse dormida como un tronco y permitir que Jethro lo
robara.
Soltó un quedo gruñido ante ese pensamiento que tenía la voz de su
padre. Ciri no había permitido nada, todas las madres se quedaban
traspuestas tras dar a luz. Debía dejar de pensar cosas horribles de ella. Pero
era difícil no hacerlo. Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta.
Siguió su camino y no tardó en llegar a la pista de cross. Se apoyó en el
tronco de un pino y sacó el móvil cuando este sonó dos veces con sendas
notificaciones.
Irisadas_13.23
Que sepas que puedo volar como Superman... No necesito
aviones.

Irisadas ha compartido una historia contigo


Jaime abrió la historia y estalló en carcajadas al ver un vídeo de Iris
tumbada a horcajadas sobre el pasamanos de la banda transportadora de
pasajeros del aeropuerto. Tenía las piernas estiradas en el aire y los brazos
extendidos con los puños al viento como si fuera Superman. O, mejor
dicho, Supergirl. Estaba muy logrado porque, como la banda avanzaba y
ella tapaba con su cuerpo el pasamanos, daba la impresión de que estaba
volando, muy despacio, eso sí.
JayHorse_13.25
Wow! Mi chica favorita puede volar!! (@o@) Es una
superheroína! \(^o^)/ Ven y sálvame del aburrimiento!!

Irisadas_13.26
¿Soy tu chica favorita? Vaya
de lo que se entera una...

JayHorse_13.26
Quiero echarte un polvo, reina, diré cualquier cosa para
conseguirlo.

Irisadas_13.27
Jolines, lo acabas de estropear.

JayHorse_13.27
¿«Jolines»? Vaya, vaya, pensé q
no decías tacos...

Irisadas_13.28
No sueñes, Morritos. «Jolines»
no es un taco.

JayHorse_13.28
Sí lo es. Y se lo voy a chivar a tu madre para q t abronque...

Irisadas_13.29
Antes te cortaré la cabeza...

JayHorse_13.29
Por favor, cuánta violencia...
Irisadas_13.30
Peor es tu indecencia, chivato.

JayHorse_13.31
No es culpa mía si has tenido
una verbal incidencia...

Irisadas_13.31
Si sigues por ese camino
no tendré clemencia.

JayHorse_13.32
No t tengo miedo, me atendré
a las consecuencias.

Irisadas_13.33
Qué imprudencia, te arriesgas
a una dilatada abstinencia...

JayHorse_13.33
¿Perdón? (*.*)

Irisadas_13.34
No gozarás de ayuntamientos carnales durante un período de
tiempo prolongado debido a una inesperada impotencia
(^_^).

JayHorse_13.34
Ayuntaqué? De q siglo t has escapado, reina? Y no soy
impotente.

Irisadas_13.34
Lo serás cuando mi rodilla impacte contra tu pincelín.

JayHorse_13.35
Me estás amenazando?

Irisadas_13.35
Soy una chica buena y dulce, jamás amenazo. Solo te
informó de lo que te sucederá si no cambias de actitud
>^_^<.

JayHorse_13.36
Me apuesto el cuello a q estás sonriendo y t brillan los ojos d
malicia solo d pensar en emascularme. Bajo esa apariencia
d niña buena hay un verdadero diablo.

Irisadas_13.36
Diablesa.

Irisadas ha iniciado una videollamada

Jaime se apresuró a aceptarla y se quedó petrificado al verla. Lucía una


traviesa sonrisa de oreja a oreja y sus ojos eléctricos brillaban risueños
mientras cantaba:
—«Volando voy, volando vengo, por el camino yo me entretengo...»
Hizo un barrido de la terminal aeroportuaria y volvió a enfocarse.
Apoyaba la espalda en el pecho de uno de los Repes, medio tumbada sobre
él, lo cual no sorprendía a Jay. Siempre estaba tocando a sus amigos, le
gustaba el contacto físico, casi podía decirse que se nutría de él. El otro
Repe estaba tumbado en el suelo, la cabeza sobre una pila de abrigos. Sardi,
más sexy que nunca con unos leggins encerados y un jersey oversize que se
le desbocaba mostrando su torso lampiño, leía una revista con la cabeza
apoyada en el vientre del segundo Repe. Iris les pidió que saludaran y estos
obedecieron sonrientes mientras por megafonía decían algo en un idioma
ininteligible.
—¡Nos llaman para embarcar! —exclamó Iris feliz—. No sé si tendré
conexión durante el vuelo, si la tengo te lo haré saber. Madre mía, Jay, seis
horas sin poder moverme. ¡Me va a dar un parraque!
—Qué va, nos dará a nosotros, es insoportable en los espacios cerrados
—bufó un Repe.
—En uno de estos vuelos nos cortaremos las venas para no soportarla —
dijo el otro.
—Mejor la cabeza, así nos quedamos sin orejas y dejamos de oírla —
apuntó el primero.
—¿Qué tal, Morritos? —lo saludó Sardi entrando en el enfoque—.
Siento joderos el rollo, pero tenéis que cortar, ya se ha abierto la pasarela.
Nos vemos el domingo, tío.
—Vale... —atinó a decir Jaime. Había pensado que comería a solas con
Iris, pero por lo visto los Repes y Sardi iban incluidos en el trato.
—Te llamo esta noche si no acabo muy tarde, hermoso —se despidió
Iris.
—¿Quién es esa morena tan sonriente? ¿Y la rubia tan guapa que está
detrás?
Se apartó sobresaltado al sentir a Mati tras él.
—No seas cotilla, joder. —Se pegó la pantalla del móvil a la pierna.
—Tranquilo, rey. No es culpa mía que estés tan distraído que no me
oigas llegar.
—Pues haz más ruido, joder —le reclamó con las orejas rojas—. Dame
un segundo. —Le dio la espalda y volvió a mirar el móvil. El estómago se
le contrajo al ver que la videollamada había finalizado—. Me cago en la
puta...
—¿Algún problema? —indagó Mati intrigada.
—No, qué va. Estaba viendo un vídeo, pero ya ha acabado —gruñó
disgustado.
—¿Seguimos donde lo hemos dejado? —Se le acercó con gesto pícaro.
Le mordisqueó la mandíbula y él se dejó hacer. Le desabrochó el
cinturón a la vez que le lamía el cuello y hundió la mano bajo los
pantalones para agarrarle la polla. Lo masturbó.
Jay se obligó a reaccionar. Follar no era cosa de uno, sino de dos. Le
amasó las tetas sintiéndose raro, como si lo que estaba haciendo no fuera
correcto, lo cual era una gilipollez. Ancló sus labios a los de ella y le metió
la lengua con más resolución que deseo y, siguiendo una coreografía mil
veces bailada, le desabrochó los vaqueros y metió la mano bajo sus bragas.
Estaba mojada. Le metió los dedos y ella jadeó sacudiéndosela con ímpetu.
Él le devolvió el favor distraído. Hasta que el móvil le vibró en el bolsillo.
Sacó los dedos, se los secó en el pantalón, le dio la espalda a Mati y
cogió el móvil para ver quién le había mandado un mensaje. O, mejor
dicho, para ver si Iris le había mandado un mensaje. Lo mismo la suerte le
había sonreído y tenía wifi en el avión. Así podría entretenerla durante el
vuelo para que no se le hiciera tan pesado.
—¿De qué coño vas, Jay? —le reclamó Mati enfadada al saberse
ignorada.
—Dame un segundo. Es Ro. Van a la cantina a tomar algo con mi madre
—leyó—. Me pregunta si me apunto... —Lo pensó un microsegundo y
tecleó su respuesta—. Siento dejarte tirada, reina, pero es la primera semana
de mi madre en la cantina y... —Se encogió de hombros—. Nos vemos otro
día.
Y, sin más, se fue.
19

Poco después, el hermano de nuestro protagonista está a punto de caerse


de culo por la sorpresa al verlo entrar en la cantina sin que nadie lo apunte
con un arma. Tampoco parece enfermo. O borracho. Ergo, ha ido
voluntariamente. Ver para creer.

Jaime se dirigió al extremo de la barra donde estaban acodados Elías, Julio,


Mor, Sin y Rocío. Los saludó con un gesto y examinó el salón en busca de
su madre. No era que esperara encontrarla allí, su trabajo era hacer comidas,
por lo que estaría en la cocina. Los ojos le chispearon al verla moverse con
soltura entre las mesas, recogiendo vasos y platos que colocaba en la
bandeja que sostenía en equilibrio sobre una mano.
Fue entonces cuando se dio cuenta, con no poco pasmo, de que no solo
le apetecía ver a Cirila, sino que lo ilusionaba pasar un rato con ella. Lo
cual era una chorrada, porque le había dado clase la tarde anterior. Sesenta
jodidos minutos en días alternos. Ese era el tiempo que la veía durante la
semana porque ya no comía con ellos. Y, joder, esos mil ochocientos
segundos le sabían a poco.
—Has perdido, me debes diez pavos... —le reclamó Sin a Julio.
—Te los pago con gusto. —El interpelado sacó un billete de la cartera y
se lo dio.
Jaime apartó la vista de su madre para posarla perplejo en su hermano.
—¿Has apostado con ella? No me jodas, Jules, ya deberías saber que Sin
nunca pierde. ¿De qué iba la apuesta? —indagó sin interés, desviando la
vista de nuevo hacia su madre. Estaba cargando muchísimo la bandeja.
—Si venías o no... Yo aposté que no y Sin y Ro que sí. Elías se mantuvo
al margen.
—No me gustan las apuestas —apuntó este.
—Sí, claro —convino Jaime distraído—. Me cago en la puta, ¡¿en qué
está pensando?, es demasiado pesada para ella!
Atravesó el salón zigzagueando para esquivar las mesas y, al llegar junto
a Cirila, le arrancó la bandeja de las manos. Desde luego, esta pesaba lo
suyo.
—¡Jamme! —exclamó sobresaltada. ¿Por qué parecía tan enfadado?
—Te vas a destrozar la espalda cargando tanto peso, debes tener más
cuidado, jolines —la regañó intranquilo, y enfiló a la cocina—. ¿Vienes o
qué?
Cirila lo miró muda por la sorpresa. No le había entendido ni una
palabra, pero había captado la inquietud subyacente en su voz y en su
mirada. Lo que fuera que le había disgustado se debía a su preocupación
por ella. Y no se preocuparía si no la quisiera al menos un poquito. No eran
imaginaciones suyas, se lo acababa de demostrar. Estaba allí, con ella, sin
que nadie lo obligara, y la había liberado de la bandeja.
Sintió florecer la esperanza en su corazón.
«Me quiere, mi Dios querido, mi hijo me quiere. Tenías razón, siempre
se abre una ventana cuando se cierra una puerta. Gracias por creer en mí
más que yo misma. No os defraudaré ni a Ti ni a él.»
—¿Por qué sonríes así? —le reclamó Jay—. Vamos a la cocina, necesito
que me digas dónde dejar esto...
—Gennial —aceptó Cirila sin saber a qué respondía, pero intuyendo lo
que él quería.
—No debes coger tanto peso, Ciri, es mejor dar más viajes y cargar con
menos —le recomendó. Era consciente de que no lo entendía, pero no le
importaba. Había librado a su madre de una carga, se sentía bien y le
apetecía charlar. Entenderse no era importante.
Entraron en la cocina, dejó la bandeja y la observó mientras metía los
vasos y los platos en el lavavajillas industrial. Trató de ayudarla, pero su
mirada le dejó claro que era un estorbo, así que como no tenía nada mejor
que hacer —o eso se dijo—, estudió la cocina —a su madre— mientras Ciri
preparaba unos aperitivos que olían a gloria. Agarró un par de ellos cuando
ella se los ofreció. Estaban aún más ricos que olían.
—¿Puedes tomarte un minuto? Te invito a un refresco. —Señaló el salón
e hizo el gesto universal de beber algo. Iris tenía razón, solo hacían falta
unas pocas señas para entenderse a la perfección con los demás.
Ciri sonrió, aceptó con un cabeceo y tomó la bandeja de aperitivos para
sacarla al salón. Jay se la arrebató de las manos y se dirigió con ella a la
salida.
—Jolines, Jay, qué caballeroso eres... —le dijo Sin con no poca sorna en
el momento en que atravesó la puerta batiente. Rocío estalló en una risita
maliciosa.
Jaime las miró pasmado. ¿Sin había dicho «jolines»? ¿En serio? Ver para
creer. ¿Por qué coño se reía Ro? ¿Qué mosca borracha les había picado?
—No soy caballeroso, es solo que no me cuesta nada y, además, ¿a ti qué
narices te importa lo que hago o dejo de hacer?
—Nadie te dice que hagas mal en ayudarla, hermano —repuso Julio
risueño.
—Parece que a algunas idiotas les ha hecho gracia. —Miró acusador a
Sin y a Ro.
—Ay, jolines, ¿me acabas de llamar idiota? —lo increpó Ro.
—Y a mí, jolines. Qué feo está eso —se le sumó Sin con guasa.
Elías carraspeó ocultando una risita, algo que no pasó desapercibido a
Jay.
—¿De qué vais? —les reclamó.
—Imagino que les ha chocado que tú, con lo malhablado que eres, hayas
soltado un «jolines» antes —contestó afable Mor.
—¿Qué? Yo no he dicho tal cursilería —rechazó con gesto de asco.
—Y tanto que sí, jolines —se burló Sin.
—Se me habrá pegado de Iris, dejad de joderme —resopló girándose
hacia Cirila para preguntarle qué quería tomar. En ese momento vio la
puñetera comisura de sus labios alzarse y fue consciente de por qué había
dicho «jolines». Porque su madre captaba al vuelo todos los tacos que
soltaba y le disgustaban, como evidenciaban sus labios apretados. Y por eso
él, de manera inconsciente, había cambiado el «joder» por un cursi
«jolines»—. Me cago en la leche, al final voy a acabar diciendo «inserte
palabrota».
—Eso sería un cambio bienvenido —proclamó Julio—. Hay un límite en
las palabrotas que soy capaz de oír sin que me sangren los oídos...
—Pero qué gracioso eres, hermano —ironizó Jaime. Se volvió hacia su
madre—. ¿Qué te apetece beber? —Hizo dicho gesto.
Cirila sonrió y fue tras la barra. O lo intentó. Porque Jaime se lo impidió.
—No. Yo invito. —Se señaló. Miró a Felipón—. ¿Qué toma Ciri?
—Le gustan los zumos.
—Genial, pon una caña para mí y un zumo de naranja para Ciri. Natural
—especificó. No iba a invitarla a un zumo de bote. Se volvió hacia ella y se
dio de bruces con su sonrisa ilusionada—. ¿Qué tal te va en el curro? —
preguntó nervioso. Ese era un tema de conversación universal, no debería
darle problemas. O sí, porque su madre lo miró con cara de no entender
nada. ¡Mierda! Se le había olvidado que hablaban idiomas distintos. ¡Qué
idiota!—. Ro, ¿puedes...?
—Ya me ocupo yo. —Mario dejó a los jinetes con los que charlaba y se
acercó a ellos. Repitió la frase en alemán y de nuevo en castellano, de
manera que ella pudiera captar las palabras en ambos idiomas.
Cirila esbozó una sonrisa radiante.
—Gennial. Es bien —dijo tras pensar las palabras y unirlas en su cabeza
—. Clientis gusta comida. —Los jinetes más cercanos levantaron sus
cervezas en un brindis espontáneo dando fe de su aserción—. Flepón es
bueno jefe. No manda mucho.
—Yo diría que más bien es ella quien manda —apostilló burlón un
hombre.
—¡Que siga así! —exclamó otro—. Hace años que no disfrutamos de
tantos aperitivos y tan ricos.
—¡Y en platos tan limpios! —agregó otro.
—Bueno, bueno, tampoco exageréis, aquí mandamos los dos —aseveró
Felipón—. Ciri un poco más que yo, pero que no se entere nadie. —
Guasón, le guiñó un ojo a la mujer.
Jaime se echó a reír y miró a su madre, quien a su vez se tapaba la boca
ocultando su carcajada mientras Mario le susurraba la traducción al oído.
Sintió un extraño aleteo en el estómago al verla tan dichosa. Un aleteo
bueno, decidió, seguramente contagiado de la hilaridad general. Las
chanzas continuaron a costa de Felipón, su tendencia a la acumulación de
trastos inservibles y su aversión a la escoba y la fregona. Aversión de la que
Cirila poco a poco lo estaba curando.
Bromearon un poco más y, antes de lo que a Jay le habría gustado, Cirila
tuvo que dejar el grupo para ayudar a Felipón a dar las comidas. Mario la
acompañó para traducirle las comandas e indicarle las mesas a las que iban
destinadas, aunque su ayuda no era estrictamente necesaria, pues los jinetes
se habían acostumbrado a su limitación lingüística y levantaban la mano
cuando la veían pasar con sus platos. Hubo un par de escaramuzas guasonas
cuando algún espabilado trató de hacerse con el plato de otro, pero, por lo
demás, el servicio transcurrió sin altercados.
Un par de horas después, con la cocina recogida y los postres servidos,
Cirila regresó con el grupo mientras Felipón se ocupaba de los cafés.
—Estoy pensando en hacer paella para el domingo, ¿te apetece, Jay? —
le comentó Mor. La barra frente a ellos estaba copada con los platos de los
aperitivos que se habían convertido en la improvisada comida de toda la
familia, pues Beth y Nini se habían añadido al grupo cuando acabaron sus
tareas.
—Mierda, se me ha pasado deciros que este domingo no como con
vosotros.
—Fenomenal, hermano, vas a faltar a la comida familiar —señaló Julio
molesto.
El domingo era el único día que comían juntos en el piso y hacían, si
Jaime no se esfumaba con alguna excusa, una larga sobremesa, pues no
había prisa, ya que ni Jay ni Mor trabajaban después y Julio entraba un poco
más tarde en el Lirio Negro.
—No me jodas, Jules, ¿comida familiar? Para nada, tío, Ciri no viene —
dijo con un inusitado poso de amargura en su voz.
Julio lo miró pasmado. De todo lo que había esperado que le replicara,
eso ni se le había pasado por la cabeza. Ni a él ni a nadie.
—¡¿Qué?! —les espetó Jay incómodo por cómo lo miraban—. ¿Acaso
miento? Ella ya no come con nosotros ni en el piso ni en Tres Hermanas, así
que no se puede decir que comamos en familia —expuso resentido para
luego añadir, como si se le acabara de ocurrir, y así era—: Y tampoco
vienen las gemelas. Falta la mitad de la family, no veo por qué es
imprescindible que yo esté cuando todo el mundo puede faltar
impunemente. —A todos les quedó claro que, con «todo el mundo», se
refería a su madre.
—Si quieres comer con Ciri puedes hacerlo todos los días, en la cantina
—apuntó Mario enfadado. Había tenido que traducir a Cirila sus palabras y
no le gustaba el gesto de abatida culpabilidad que le habían provocado.
—No jodas, figura, no es por nada, pero Ciri se pasa toda la comida
sacando platos o en la cocina, haciéndolos. No para quieta un segundo, yo
solo podría mirarla. —«Y estorbarle»—. Eso no es comer juntos, es... una
mierda —bufó.
—También puedes tomarte el café con ella mientras come —replicó
Mario, decidido a no dar su brazo a torcer.
—Sí, bueno, a esa hora... —Se calló. Después de comer acostumbraba a
tirarse un rato en la cama, pero podía descansar igual tomando un café con
Cirila—. Va, lo pensaré.
—También podemos cambiar la comida del domingo a los lunes —
apuntó Mor—. Ese día cierra el complejo, incluida la cantina, y Cirila no
trabaja. Así también estarían las gemelas.
—Pero las gemelas se quedan a comer en el comedor del colegio... —
señaló Julio.
—No creo que pase nada porque se escapen los lunes, siempre y cuando
luego las lleves a las clases de la tarde a su hora... —resolvió Mor.
—Pero eso implicaría comer muy pronto, sobre la una —calculó Jaime
interesado. Frente a él, Mario le traducía a Cirila, quien observaba nerviosa
las expresiones de unos y otros, como si estuviera mirando un partido de
tenis en el que se lo jugaba todo.
—¿Y qué? Los lunes no trabajas... —intervino Elías.
—Yo no, pero Mor sí.
—Conmigo comes a diario, Jay —comentó ella con evidente cariño—,
con Cirila solo podrás hacerlo los lunes. —Le apretó la mano. Y Jaime
entendió perfectamente lo que le decía con su mirada y su gesto: no
desaproveches la oportunidad.
—Lo pienso. —Miró indeciso a su madre y, al ver su expresión, se
decidió—: Bueno, va, sí. El lunes comemos en el piso. Será guay comer
todos juntos. A Larissa y a Leah les encantará volver a verte —le dijo
ilusionado a Cirila.
—Mí tambén a ellas —afirmó feliz cuando Mario le tradujo—.
¡Gennial! ¡Estpendo!
—Sí que lo es —se rio Jaime. Le encantaba cómo pronunciaba esas
expresiones.
—Ciri... Algo huele a quemado... —los informó Felipón señalando la
cocina a la vez que se golpeaba la nariz.
Cirila abrió unos ojos como platos y salió corriendo. ¡¿Cómo había
podido olvidarse del bograč que tenía en la olla?! Aunque, ¿cómo iba a
recordarlo si su hijo le estaba sonriendo ilusionado porque iban a comer
juntos?
—Felipón me manda para ver si todo va bien —anunció Mario en
alemán entrando en la cocina—. Parece que las patatas con carne se han
salvado. —Olisqueó el guiso y la boca se le hizo agua.
—No pattas carne, es bograč —replicó ella en castellano. Lo apartó
cuando trató de robarle una cucharada—. No ahora. Después. Falta... chup-
chup.
—Si tú lo dices. —Aprovechó que se despistó un segundo para mojar
pan. A punto estuvo de sufrir una catarsis gustativa—. A Jay le ha venido
bien no tenerte tan a mano.
Ciri lo miró con los párpados entornados.
—No entenndo por qué dices —alegó.
—Es bueno para Jay sentir tu ausencia y echarte de menos, a ver si así se
da cuenta de que no tienes por qué estar siempre a su disposición —declaró
en alemán—. No es un ser supremo, Ciri, debes dejar de mirarlo con
adoración y consentirle todo.
Ella hizo un gesto de fastidio, no era la primera vez que trataban ese
tema.
—No consiento, es adulto. Hace lo que quiere. Y sí adoro. Es mi hijo —
aseveró con ferocidad en el mismo idioma.
—No tiene ni idea de lo mucho que vales —repuso él—. Le viene bien
ver que te desenvuelves sin problemas con la gente y que los jinetes te
aprecian y valoran tu trabajo. A ver si toma ejemplo —gruñó.
—Eres duro con él. Es... —Gesticuló frustrada sin saber explicarse en
alemán, menos aún en castellano. Solo acudían a sus labios palabras de su
idioma natal—. Jamme es... Jethro hizo daño. Metió mentiras aquí. —Se
golpeó la cabeza—. El monstruo es listo para hacer dolor. A mí hizo dolor
aquí. —Volvió a golpearse la cabeza—. Yo entiendo moj otrok. Él no fía de
mí. Monstruo enseñó no fiar.
Mario se quedó silente al oír cómo se refería al padre de Jaime. Era la
primera vez que lo oía llamarlo así, e imaginó que estaba tan furiosa y
decidida a defender a su hijo que no se daba cuenta de que estaba
verbalizando lo que pensaba de ese hombre. O de ese monstruo. No sabía
qué clase de persona era Jethro ni qué le había hecho a Jaime, porque este
jamás hablaba de él, pero el silencio torturado del muchacho gritaba la clase
de padre que debía de haber sido.

Poco después, con el guiso a salvo y la conversación zanjada, Cirila y


Mario regresan al salón. Jaime sigue en la barra y está siendo sometido a
un pertinaz interrogatorio. ¿A que no imagináis quién intenta sonsacarle y
sobre qué? ¡Bingo!

—¿Con quién vas a comer el domingo? —indagó Rocío con gesto inocente,
algo que se le daba de maravilla fingir, porque la pregunta desde luego no lo
era. Era capciosa.
—Con unos amigos —esquivó Jaime—. ¿Hay más aperitivos? —le
preguntó a Ciri.
Esta lo miró confundida. No debía de haberlo entendido bien, no podía
estar preguntando por más comida, era imposible que le cupiera en el
estómago...
—Después. En la tarde —dijo. Y la cara de decepción de su hijo le hizo
dar un paso hacia la cocina para hacerle algo rápido. Mario la frenó y ella
sintió un extraño aleteo en el estómago al sentir su mano sobre el brazo
desnudo. Seguramente sería porque las tenía callosas por el trabajo con los
caballos. Aunque su tacto no era desagradable, sino sólido.
—Si come algo más, va a enfermar —le advirtió en alemán—. No tiene
hambre, Ciri, solo es una excusa para esquivar la pregunta que le acaban de
hacer. —Se la refirió.
Cirila sonrió con picardía y se sentó para asistir en primera fila al
interrogatorio.
—¿Comes con unos amigos... o con una amiga? —especificó Sin
retomando el tema traviesa, pues sabía, al igual que Rocío, que esa noche
Iris regresaba a Madrid.
—Mira que sois cotillas. Con unos amigos, en plural —reiteró molesto
porque era la puñetera verdad. Había esperado ver a solas a Iris y, en lugar
de eso, se iba a reunir con ella en manada con los Repes y Sardi. Qué
maravilla.
—¿Por qué no invitas a Iris y a tus amigos a comer en Tres Hermanas?
—propuso Mor dando nombre a la persona con la que todos sabían que iba
a comer.
Cirila sonrió al oír el nombre de la muchacha. Más aún cuando Mario, a
su vera, le trasladó en un susurro lo que decían. Se abrazó sorprendida
cuando un estremecimiento la recorrió de la cabeza a los pies al sentir su
aliento en la oreja.
—Sí, claro, para que estemos como sardinas en lata. No es que el
comedor de Tres Hermanas sea muy grande —bufó Jaime la primera excusa
que se le ocurrió.
—En Nochevieja entramos todos —repuso Elías con su aplomo habitual.
—Y si estáis apretaditos, mejor —intervino Sin maliciosa—. Así tienes
la excusa perfecta para refregarte con Iris.
—Pero qué graciosa estás hoy... —le gruñó Jay con desdén.
—O podríamos comer en la cantina —planteó Nini jovial—, así Ciri
podría sentarse con nosotros en los cafés y charlar un rato con Iris.
—No jorobes, con el alboroto que se monta no hay quien coma tranquilo
—inventó.
—Pues hoy no te ha molestado —señaló Julio lo evidente.
—Ya, bueno, pero los domingos es peor. Además, seguramente Iris ya
tiene algún sitio pensado en Madrid.
—Pregúntaselo, figura —lo instó Sin.
—Ahora está volando, no creo que tenga cobertura —replicó Jay.
—Pues se lo preguntas esta noche, antes de meterte en la cama a soñar
con... los angelitos —resolvió Rocío maliciosa.
Jaime no pudo evitar pensar que, cada una en su estilo, Sin y Ro eran
igual de cabronas.
—Yo no sueño con angelitos, sino con... —Sonrió al recordar su
conversación con Iris—. Diablesas.
—Ah, pero sueñas, qué interesante... —comentó Julio.
—Como todo el mundo, Jules. —Lo miró como si se hubiera vuelto
loco.
—Sí, pero, conociéndote, la respuesta que esperaba era otra...
—¿Otra? ¿Cuál?
—Que tú no sueñas, que tú follas —le aclaró Sin burlona.
—Eso también, reina. Pero no lo he dicho porque no quería ser tan...
impúdico —improvisó. No iba a confesar que le molestaba ver la puñetera
comisura de los labios de su madre subir cada vez que soltaba un taco.
—Será la primera vez que eso te preocupe —intervino Elías. La
abundancia en el vocabulario de Jaime de esa palabra en particular y de
todas las palabrotas en general eran su caballo de batalla.
—Ya ves, la vida te da sorpresas...
—¿No será que si no lo has dicho es por porque ya no lo practicas?... —
planteó con toda su maligna y fingida ingenuidad Rocío.
—¿Qué te has fumado, Ro? No es por nada, pero cuando salgo tengo una
cola de tías esperando para echar un casquete. ¡Eh, ¿qué haces?! —se quejó
cuando Julio le tocó la frente con la mano.
—Comprobar que no tienes fiebre... Jolines, no jorobes, «casquete»...;
solo hay dos explicaciones para tu inexplicable reemplazo de improperios
por expresiones inocuas: o te han abducido los extraterrestres o estás
enfermo.
—¿Por qué no te vas un ratito a la mierda, Jules?
—Ya estoy en ella. —Posó la mano en el hombro de Jaime.
Este le pegó un empujón juguetón. Julio le revolvió el pelo, algo que
Jaime no pudo hacer, porque, en fin, su hermano estaba calvo, así que se
lanzó directo a las joyas de la familia. Julio se protegió in extremis, hizo un
quiebro y le agarró el brazo inmovilizándolo. En su trabajo le había tocado
dominar a más de uno, era un experto.
—Ríndete —le ofreció guasón.
—¡Antes manco! —replicó Jaime revolviéndose.
—Piénsalo bien, Jay, el brazo que te está moliendo es el derecho y eres
diestro —señaló Sin—. No sé si te vas a apañar a hacerte pajas con la mano
izquierda...
—No me jodas, reina, ¿desde cuándo me hago yo las pajas? —resopló
burlón.
—Desde que no follas —repuso Rocío.
—Esa boca, Ro —la regañó Elías.
—Ahora eres tú la que sueña —bufó Jaime—. Ya vale, Jules, suéltame,
no voy a poder montar como sigas así.
—Ni machacarte a pajas —porfió Sin.
Jaime optó por ignorarla, era la manera más rápida de que lo dejara en
paz, y su recompensa por no seguir con la bronca fue que Julio lo soltó.
—También puedes invitar a tus amigos a merendar en Tres Hermanas el
domingo por la tarde, y como no tienes que dar clases podrías aprovechar
para darles un paseo a caballo. Seguro que les gusta —propuso Beth
retomando el tema.
Jaime la miró acorralado.
—Paso. No quiero estar con caballos en mi día libre.
Todos lo miraron pasmados, eso era una mentira como una catedral.
Jaime siempre quería estar con caballos. Eran toda su vida. Incluso Ciri lo
miró asombrada cuando Mario le tradujo lo que había dicho.
—Me da la impresión de que Jaime quiere mantener en secreto a su
nueva amiga... —comentó Elías enarcando una ceja.
Jaime sintió que las orejas le ardían, porque no le faltaba razón, aunque
no era exactamente así. Quería mantenerla alejada de su vida «real» llena de
heridas abiertas. Iris era un puerto seguro. Con ella todo era diversión y
buen rollo, sin dramas, sin padres que lo abandonaban ni madres que
aparecían de repente. Sin historias raras. Con ella podía fingir que todo
estaba bien, que no lo mataban los remordimientos, que no quería asesinar a
su padre mil veces al día, que no le dolía el corazón ni le sangraba el alma.
Y no quería que eso cambiara contándole sus mierdas.
—Qué va, es solo que a esta gente no le van los animales —mintió—. Es
tarde, voy a preparar los caballos para las clases. —Saltó del taburete
sintiéndose terriblemente culpable porque, cuando Mario terminó de
traducir, la mirada risueña de su madre había pasado a ser triste—. Mañana
vengo a desayunar. —Le dio un tímido beso en la mejilla.
—Gennial. T’spero —aceptó Ciri con una sonrisa que le costó la vida
esbozar.
Porque había visto en los ojos de su niño algo que los demás no habían
captado, y esto era que no quería mantener a Iris en secreto, algo del todo
imposible porque Julio y Sin ya la conocían. A quien quería mantener en
secreto era a ella.
Tal vez se avergonzaba de su falta de cultura y su dificultad para
comunicarse. O quizá no le perdonaba que le hubiera permitido a Jethro
robarlo. Fuera como fuese, quería mantener a esa chica tan importante para
él lejos de ella.
Esbozó una sonrisa y, conteniendo las lágrimas, se marchó a la cocina
con la excusa de limpiarla, algo que, por descontado, no era necesario.
—Ciri... ¿Estás bien? —le preguntó Mario entrando tras ella.
—Sí.
—Mentir es pecado —le advirtió enarcando una ceja y ella, avergonzada
al ser pillada in fraganti, bajó la cabeza ocultándole la mirada—. Eh, solo
era una broma. —Le retiró el pelo de la cara con cariño—. No me gusta que
estés triste...
—No lo... —Se calló antes de volver a mentir. Su tía y Dios le habían
enseñado que no estaba bien faltar a la verdad. Era mejor guardar silencio.
—Dime qué te pasa. Por favor. —Le tomó las manos apretándoselas y se
inclinó hasta que sus ojos quedaron a la altura de los de ella—. Sabes que
puedes confiar en mí.
Ciri se perdió en su mirada cálida y amable, en la solidez de sus manos y
la generosidad de su espíritu y, antes de darse cuenta de lo que hacía, le
contó su sospecha.
Él no le restó importancia, al contrario, coincidió con ella, pero le
aseguró que serían otros los motivos. Jaime era muy independiente. Le
gustaba compartimentar su vida —inventó— y, a pesar de su aspecto
maduro, no dejaba de ser un crío con las hormonas alteradas. Solo Dios
sabía lo que le pasaba por la cabeza.
Cirila aceptó su argumentación con una sonrisa que no le llegó a los
ojos. Fuera cual fuese el motivo, la realidad era que no quería darla a
conocer a sus amigos.
—Voy a desollar a tu hijo —musitó él en castellano, conteniendo la
furia.
Ella lo miró sin entender, que era justo lo que Mario pretendía.
20

Domingo, 3 de marzo
JayHorse_8.53
He visto en tu Instagram q habéis celebrado a lo grande el
regreso
a España... Pedazo de garito sacaste
ayer en tu historia. Tiene pinta d ser
caro d cojones.

Irisadas_9.31
Caro, no, prohibitivo. Es para millonetis. Mi padre les hizo
un reportaje fotográfico y le regalaron invitaciones;
si no, ni locos vamos. Fue un rollo, todo el mundo iba de
postureo. Sardi y yo
nos pusimos a bailar a nuestra manera (el vídeo que subí a
IG) y nos miraron como si fuéramos bichos raros (*.*).
Por poco me muero de aburrimiento.

JayHorse_9.33
Está claro q no sabes pasártelo bien sin mí. La próxima vez q
t aburras me llamas y voy a entretenerte... (^_~).

Irisadas_9.33
Ay, qué mono, ya te imagino cual príncipe azul cielo, la
melena al viento
y la sonrisa en los labios, montado al galope en un blanco
corcel acudiendo
al rescate de la aburrida damisela que
no sabe pasárselo bien.
JayHorse_9.34
(*.*) Q coño t has fumado, Iris?

Irisadas_9.34
¿Qué inserte palabrota te has fumado tú para pensar que
necesito que vengas a entretenerme? ¿Crees que necesito de
tu persona para pasármelo bien? (¬_¬)

JayHorse_9.35
No seas tan susceptible, reina,
solo he hecho una coña. Sé d sobra
q t lo montas q t cagas tú solita,
sin necesidad d nadie.

Irisadas_9.36
Más te vale (¬_¬).

JayHorse_9.36
Sí q estás borde hoy, cualquiera t tose...

Irisadas_9.36
Tal vez te he malinterpretado...

JayHorse_9.37
Y tanto que sí.

Irisadas_9.41
¿A que no sabes qué?

JayHorse_9.41
Pues no.

Irisadas_9.42
Faltan cuatro horas para que vaya a comer con un chico
supermajo y estoy como loca porque pasen de una vez.
¡¡Se me van a hacer eternas!!

JayHorse_9.42
Y ese chico supermajo, no será también superguapo? (^_~)

Irisadas_9.43
Pues ahora que lo dices..., nop. Es más bien feúcho. Tiene la
nariz respingona, los ojos saltones y las orejas despegadas,
pero es un encanto, que es lo que cuenta.
JayHorse_9.44
También es alto, tiene los ojos grises
y una boca muy besable...

Irisadas_9.45
Y la lengua de lo más maleable.

JayHorse_9.46
Y no digamos la polla,
es inconmensurable.

Irisadas_9.46
Uy, pues cuando se la toqué me pareció más bien chiquitina
y poco fiable.

JayHorse_9.47
Chiquitina? No me jodas, reina,
mi polla es inabarcable...

—Cada vez me cae mejor Iris —se burló Rocío sobresaltando a Jay, que
estaba sentado en una alpaca de heno en el patio interior de la cuadra de
Descendientes.
—Qué puta costumbre tenéis Sin y tú de leer por encima de mi hombro
—se quejó guardando el móvil tras despedirse apresuradamente de Iris.
—Es que lo pones a huevo. Te quedas tan absorto que no te das cuenta
de lo que pasa a tu alrededor.
—No exageres, reina. —Se levantó y se sacudió el heno del trasero—.
¿Ya han llegado los niños?
—Hace rato que están fuera, esperando que saques los caballos.
Jaime enarcó una ceja y miró el reloj. Parpadeó sorprendido al ver lo
poco que faltaba para la clase. Tenía la impresión de que el tiempo no había
transcurrido desde que se había sentado a mirar el Instagram de Iris, pero
había pasado casi una hora. Tomó los ramales de tres de los caballos y
enfiló a la entrada. Rocío agarró los de los otros dos y lo siguió.
Saludó a sus alumnos de iniciación, estos montaron y fueron a la pista
geotextil. Rocío, que no tenía paseos en poni hasta las diez y media, se
quedó con él.
—¿Estás nervioso? —le preguntó cuando llevaban un rato de clase.
—¿Por qué iba a estarlo? —repuso confundido.
—Por la comida de hoy. Llevas desde el año pasado sin verla...
Jay entrecerró los párpados al darse cuenta de que era verdad. Hacía dos
meses de su última —y primera— cita, pero no lo sentía así, pues hablaban
a diario.
—No estoy nervioso —replicó. Estaba impaciente.
—Pero estarás como loco por verla... —insistió.
—Lo normal —la esquivó—. Esos talones, Manu. Vamos a las barritas.
—Se dirigió a las barras cruzadas—. Empieza Jorge, luego Manu, Inés,
Pedro y Ana. No os apresuréis, dejad que el caballo os guíe. ¡Pierna, Jorge,
pierna!
—No creo que sea tan normal si ya no follas y dejas tirada a Mati —
susurró maliciosa.
Jay giró la cabeza tan rápido que le crujió el cuello.
—¿De dónde te has sacado esa gilipollez? —la increpó. ¿Cómo sabía lo
de Mati?—. Claro que follo, reina, cuando quieras te lo demuestro.
—Te vi el viernes bajar a la pista de cross —afirmó burlona—. Al rato
vimos pasar a Mati... Y poco después subiste a la cantina. Solo. Así que o
tuviste un gatillazo o la dejaste tirada en el bosque con las bragas a medio
bajar...
—¿Desde dónde nos viste bajar?
—Desde las ventanas de la cantina.
—¿Por eso me escribiste que estabais allí? ¿Para joderme el polvo?
—¿En serio, Jay? Si contestas al teléfono en mitad de un polvo, por algo
será... Te dimos la excusa perfecta para escaquearte y la aprovechaste.
—¿Me disteis? ¿Tú y quién más? —se respondió él mismo—. Tú y Sin.
Por eso hicisteis la apuesta, sabíais que iba a subir.
—Lo intuíamos.
—¿Por qué? —Ni él mismo se explicaba su decisión de ir a la cantina.
—Sin dice que llevas tiempo sin tirarte a nadie en el Dakota y yo
tampoco te he visto visitar la tienda para hablar con Mati —entrecomilló
con los dedos la palabra «hablar»—, así que hemos pensado que a lo mejor
te estás reservando para Iris...
—Vaya dos cotillas que estáis hechas —resopló—. Suelta riendas, Inés.
Jorge, no te pares —corrigió a sus alumnos y, sin mirar a Ro, le dijo—: Para
que lo sepas, sigo follando en el Dakota y en cualquier otro sitio en el que
se me presente la oportunidad. Sin no es mi jodido perro guardián, no sabe
lo que hago en cada momento. Y tú tampoco estás siempre aquí para ver si
voy o dejo de ir a la tienda. Hazme un favor, Ro, métete en tus putos
asuntos y deja en paz los míos. ¿Vale?
—¿Con lo bien que me lo paso incordiándote? Ni de coña. Me largo,
tengo ponis.
Jay la despidió y volvió a concentrarse en sus alumnos. O a intentarlo,
porque, ahora que Ro lo había mencionado, no podía dejar de pensar en
cuándo había echado el último polvo. Sí, había dejado de lado a Mati,
porque se había aburrido de sus encuentros clandestinos. Pero eso no
significaba que ya no follara. Claro que lo hacía. Se lo había montado con
Sin hacía nada, cuando hicieron el trío con Iris. Eso había sido a finales de
enero. Frunció el ceño, se le había pasado el tiempo volando. Desde
entonces seguro que había follado más veces, solo que no se acordaba.
Se concentró en la clase y cuando acabó preparó los caballos para la
siguiente. No volvió a tener un segundo libre hasta pasadas las dos y media
—media hora más tarde de lo previsto—, momento en el que corrió veloz
cual gacela a Tres Hermanas.
Se duchó, se puso los vaqueros, la sudadera y las deportivas que había
llevado ex profeso de casa y salió a la carrera.
—¿Te acerco a algún lado? —se ofreció Julio al verlo salir corriendo de
la cuadra.
—Sí, joder, me salvas la vida. He quedado a las dos y media y son casi
las tres —explicó agobiado—. Podrías usar hoy el coche de Mor y dejarme
el tuyo...
—Ni lo sueñes, Jay.
—Ni que fuera la primera vez que me lo dejas... —resopló
malhumorado.
—Antes no volvías borracho a casa. No voy a ponértelo fácil para que te
estrelles y te mates.
Jaime agachó la cabeza y entró en el coche. Un instante después, Julio
arrancaba.
—¿Adónde? —le preguntó.
—Al X-Madrid. —Al ver que llegaría tarde había escrito a Iris
avisándola y ella le había respondido que lo esperaba allí.
—Vale. ¿Cómo lo llevas?
—¿El qué?
—La cita. ¿Estás nervioso?
—Qué perra os ha dado a todos con eso. Déjate de gilipolleces y acelera,
llego tarde de cojones.
Eso hizo Julio. Poco después paraba frente al centro comercial.
—No sé a qué hora llegaré esta noche —le dijo Jay antes de apearse.
—Ah, pero ¿pretendes volver? —dijo con retintín—. Será el primer
domingo en lo que llevamos de año que regreses a casa a dormir en vez de
hacerlo Dios sabe dónde —señaló desabrido. Jaime no replicó. No podía.
Julio no decía ninguna mentira—. Hermano, no te pases esta noche, a
ninguna chica le gusta que su pareja se emborrache.
—No me des consejos, Jules, he follado más que tú de aquí a Lima...
Nos vemos mañana en la comida. —Cerró la puerta y echó a correr como
alma que lleva el diablo.
Frenó al cruzar uno de los muchos accesos al centro y sacó el móvil para
ver si Iris había escrito algo más. Así era. Parpadeó al leer su mensaje.
Estaba surfeando, lo esperaba en las olas. Pero estaban en Madrid, allí no
había mar, ergo el corrector del móvil habría hecho de las suyas y escrito
una palabra que no era. Otra explicación no había.
Le escribió pidiéndole indicaciones y, mientras esperaba su respuesta,
que, por cierto, no llegaba, dio un paseo por la zona exterior del centro
comercial y encontró una pequeña piscina de olas en la que un loco —o
loca, aún estaba demasiado lejos para verlo bien— enfundado en un traje de
neopreno hacía surf, o lo intentaba, porque no se mantenía sobre la tabla
más de tres segundos antes de caerse.
Las ola se detuvieron de repente, como si se hubiera acabado su tiempo,
y el loco, loca en realidad, salió de la piscina, se quitó el gorro y sacudió la
cabeza. Su pelo negro voló en todas las direcciones antes de caer
alborotado. Una increíble sonrisa de felicidad adornaba su cara pálida de
ojos eléctricos y labios morados (el agua estaba fría de cojones, incluso con
traje de neopreno).
—¡Morritos! —gritó al verlo. Soltó la tabla de surf y corrió hacia él. Se
frenó antes de abrazarlo, no era plan de empaparlo—. ¡No recordaba que
tus ojos fueran tan grises! ¡Son tremendos! —Le envolvió la cara entre sus
manos heladas y le dio un rápido beso en la boca—. ¡Madre mía, qué ganas
tenía de verte! Pero, mírate, ¡estás altísimo! ¡Has crecido por lo menos
medio metro! —Se echó a reír por su exageración—. ¿Me has visto surfear?
—Eh..., sí, un poco. Has estado genial —replicó Jaime, obligándose a
hablar para no parecer idiota. Verla lo había dejado sin palabras. Ese traje
tan ajustado resaltaba cada una de sus curvas, y, joder, era lo más sexy que
había visto en su vida. Aunque lo que lo tenía hechizado era su sonrisa, tan
radiante y espontánea como era ella.
Se inclinó para abrazarla y besarla como Dios mandaba, sin importarle
acabar empapado. Pero ella dio un saltito apartándose.
—¡Qué va! ¡Soy una nulidad! No he hecho más que caerme, pero ha sido
superdivertido, tienes que probarlo, ¡es la repanocha! —Comenzó a dar
saltitos a la vez que se abrazaba—. Me muero de frío... Voy a cambiarme y
salgo en un pispás. ¡No te vayas! —Echó a correr al interior del centro
comercial.
—Ni de coña, reina... —musitó siguiéndola hasta la entrada de los
vestuarios.
Echó un vistazo a su alrededor buscando a los Repes y a Sardi. No los
vio. Mejor, así la tenía en exclusiva para él. Se sentó en una jardinera y
cuando Iris regresó se le hizo la boca agua. Vestía un enorme jersey de lana
del mismo color de sus ojos y unos leggins negros con diminutos tréboles
dorados. Estaba preciosa. Hizo amago de levantarse pero ella lo empujó
sentándolo de nuevo.
Se le subió a horcajadas, le rodeó la nuca con las manos y lo besó.
Despacio. Como si tuviera todo el tiempo del mundo. Tentándolo con la
lengua. Le atrapó el labio inferior con los dientes y tiró para luego curárselo
con una suave succión. Jay le rodeó el talle y la pegó a él, a su feroz
erección, a la vez que le devoraba la boca. Se degustaron hambrientos,
paladeándose mutuamente hasta que Iris puso fin al beso.
—¿Cuánta hambre tienes?
—Muchísima... —gruñó Jay con voz ronca.
—De comida —especificó—. De sexo ya he notado que estás canino —
se burló deslizando la mano con disimulo entre sus cuerpos para amasarle la
erección.
Jay se mordió los labios para ahogar un gemido.
—Te comería entera —susurró besándola de nuevo.
—Por cómo te rugen las tripas no me cabe la menor duda... —señaló
divertida levantándose de su regazo—. ¿Te apetece pizza?
—Siempre. —Se puso en pie y estiró la sudadera para que le tapara la
erección.
Iris le dio la mano y fueron a Kilómetros de Pizza a esperar una mesa
libre.
Sus manos seguían entrelazadas cuando media hora después se la dieron.
—¿Qué tal en Alemania? ¿Has encontrado a tu príncipe azul cielo? —
indagó Jaime, sorprendiéndose a sí mismo por hacer esa pregunta tan
estúpida. No le interesaba una mierda saber a quién había encontrado o
dejado de encontrar Iris en Alemania o en cualquier otro país.
—¡Claro que no! —Lo miró ofendida—. Si lo hubiera encontrado, no te
habría besado. Me tomo muy en serio el amor. Cuando encuentre a mi
príncipe azul cielo no habrá más hombres para mí. Por eso aprovecho ahora
para disfrutar todo lo que puedo. —Le guiñó un ojo con picardía.
A Jaime, no supo por qué, su afirmación no le hizo ni puta gracia.
—Puedes disfrutar conmigo todo lo que quieras, estoy a tu entera
disposición —se ofreció con más seriedad de la que requería la frase.
—Me gusta cómo suena eso... Pienso tomarte la palabra —sonrió.
Jay se comió su sonrisa con un beso que los dejó con ganas de más.
Comieron pizza mientras hablaban de todo y nada y, cuando salieron de
la pizzería, Iris lo miró con ojos traviesos.
—¿Qué? —reclamó Jay sonriente, seguro de que estaba tramando alguna
diablura.
—Te has ofrecido para que disfrute contigo...
—Soy tuyo para todo lo que quieras, reina. —Le envolvió el talle y la
atrajo hacia sí.
—Genial... ¡Vamos a saltar! —Le tomó la mano y echó a andar
presurosa.
21

Cuando nuestro prota descubre que nunca es demasiado tarde para ser el
niño que su padre no le dejó ser...

—No me jodas, reina. No voy a entrar ahí. —Se paró frente a la entrada de
OnGravity.
—¿Por qué no? ¿Te da miedo? —Iris se puso las manos bajo los sobacos
y, batiéndolas como alas, empezó a cocoriquear.
—Ni de coña, es solo que no soy un crío para andar saltando en camas
elásticas...
—¡Pues yo sí! Es superdivertido, vamos, no seas tímido. —Le agarró la
mano y tiró.
—No soy tímido. —Afianzó los pies en el suelo e Iris fue incapaz de
moverlo—. Seguro que cuesta una pasta...
—Vaya por Dios —lo miró disgustada—, te prefiero tímido a rata...
Jay puso los ojos en blanco y atravesó la entrada. Si ella quería saltar,
saltarían. Aunque fuera un puto coñazo.
Pagaron cada uno su entrada, se quitaron las deportivas cambiándolas
por unos calcetines antideslizantes y entraron en un mar de camas elásticas
profesionales, muros acolchados, rampas, trampolines y airbag pits, que no
eran otra cosa que enormes bolsas llenas de aire caliente, similares a las
bases de los castillos hinchables, en las que aterrizar cuando te tirabas de
los trampolines y los muros.
—¡Vamos! —Iris echó a correr cual gacela, subió una rampa y al llegar
al final pegó un salto y desapareció en caída libre.
—No me jodas... —murmuró Jay ojiplático. La puñetera rampa tenía al
menos tres metros de altura, no pensaba saltar desde ahí.
—¿Primera vez? —le preguntó el monitor. Jaime asintió—. Empieza por
las camas. —Lo guio a la vez que le daba instrucciones y luego lo dejó solo
frente al peligro...
Jaime miró reticente el mar de rectángulos elásticos que tenía ante sí.
Había visto a su sobrina Larissa saltar en las camas elásticas de las
verbenas, pero aquellas no se parecían en nada a esas. Eran más pequeñas,
estaban separadas por un pasillo firme —y esa palabra era clave— y no
había demasiadas; en cambio, las de allí eran mucho más grandes, estaban
pegadas unas a otras y había tantas que no las abarcaba la vista. Cada pocas
camas se levantaba un muro acolchado de dos o tres metros de altura desde
el que saltar. Al fondo del recinto había una zona de trampolines de
distintos niveles y, bajo estos, un airbag pit que envolvía a los dementes
que saltaban desde ellos.
Iris era una de esos dementes. Y estaba disfrutando como una loca, valga
la redundancia. Lo que significaba que, si quería estar con ella, tendría que
atravesar el mar de camas elásticas.
Miró receloso la que había frente a él y puso un pie en ella. Luego el
otro. Parecía bastante estable. Caminó hasta el final, dio un tímido salto y
aterrizó sin problemas en la siguiente. Vale. No era complicado. Dio un par
de saltos tentativos y se impulsó hacia el otro extremo, le faltó el canto de
un euro para acabar despatarrado una cama más allá de lo previsto. Unos
cuantos saltos después le había pillado el truco. Cuando fue a aterrizar por
enésima vez, Iris —con mucha mala leche, todo sea dicho— saltó desde el
muro contiguo y aterrizó a lo bruto, desestabilizándolo.
Jaime cayó de culo. Cuando intentó levantarse, ella saltó a su alrededor
con la rapidez de un martillo neumático, imposibilitándoselo. Hasta que él
decidió que no hay mejor defensa que un buen ataque y se lanzó a por ella.
La atrapó al tercer intento, derribándola en la cama. Iris estalló en
carcajadas. Él se comió su risa. Y si no se comió nada más fue porque
estaban en un lugar público. Bastante complicado era saltar como para
hacerlo con una erección de caballo.
La soltó, Iris se puso en pie con agilidad y esperó a que él se levantara,
algo que hizo con mucha menos gracia.
—Qué patoso eres... ¿Hace mucho que no saltas? —le preguntó
divertida.
—Toda mi vida.
Su respuesta le borró la sonrisa.
—¿En serio? —Lo miró aturdida—. ¿Por qué? ¿Te mareas?
—No, qué va. Es que nunca me ha llamado la atención —mintió.
De niño había deseado, igual que cualquier crío, saltar en los castillos
hinchables y las camas elásticas de las fiestas de barrio. Pero nunca se lo
había pedido a Jethro, su instinto de supervivencia lo instaba a guardar
silencio. Cuando se mudó con su hermano este no cayó en la cuenta de que
le podía gustar —no estaba habituado a tratar con niños— y él no se atrevió
a pedírselo por temor a disgustarlo y que acabara yéndose, igual que su
padre. Así que su única experiencia con ese tipo de atracciones era mirarlas
de lejos mientras deseaba ser uno más de los que saltaban en ellas.
—Eso es porque nadie te ha enseñado lo divertido que es. Dame la
mano, te voy a hacer volar... —Iris le sonrió con toda la cara tendiéndole la
mano.
Jaime se la tomó y pasó las siguientes dos horas volando con ella,
haciendo acrobacias —algo chuchurrías— en el aire, dando volteretas,
tirándose en plancha, saltando desde los trampolines y los muros y
dejándose caer a los airbag pits desde alturas que le parecieron
demenciales. Y, entremedias, por supuesto, le robó miles de besos.
Cuando acabó su tiempo estaba exhausto y le dolía la tripa de tanto
reírse.
Subieron al mirador, se dejaron caer en sendas sillas y se calzaron las
deportivas. Y, mientras lo hacía, Jaime observó la zona de saltos, que estaba
a rebosar de gente. Había familias enteras disfrutando juntas. Riéndose
juntas.
¿Habría saltado su madre alguna vez en las camas elásticas? Lo dudaba.
También a ella le había robado Jethro su juventud. Un odio violento e
incombustible hacia su padre lo abrasó por dentro.
—¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué lo dices?
—Te ha cambiado de repente la cara.
—Es que estoy cansado... Tanto salto me ha dejado para el arrastre.
—Yo también estoy rota. ¿Te apetece que vayamos a mi casa?
Jaime la miró perplejo por su proposición. Ir a su casa, ¡donde estaría su
familia!, era lo último que le apetecía hacer. Prefería algo más íntimo, un
sitio donde poder retozar a placer, aunque lo cierto era que no había
pensado en ningún plan alternativo para cuando se cansaran del centro
comercial. Había estado demasiado impaciente por verla como para
organizar nada. Pero lo que sí tenía claro era que no quería conocer a sus
padres. Y que tampoco podían ir al piso de Julio, pues Mor estaría allí y no
le apetecía presentársela y arriesgarse a que soltara algo sobre Cirila.
—No sé, reina, la verdad es que me da palo conocer a tus padres... —
dijo reticente.
—¿Por qué ibas a conocerlos?
—¿No estarán en casa?
—Imagino que sí, pero no vamos a ir a su casa, sino a la mía.
—¿Vives sola?
—Sola del todo, no. —Se sentó hecha un nudo en la silla—. Vivo con
Sardi. Me cede una habitación en el piso de su padre a cambio de que
compartamos gastos.
—Vives con tus amigos —comprendió.
—No, solo con Sardi. Los Repes viven con su abuela en el piso de
enfrente, son unos vagos y pasan de lavarse la ropa, limpiar, cocinar y todos
esos rollos, no creo que dejen nunca de vivir con Ufe. —Puso los ojos en
blanco.
Su afirmación le arrancó una sonrisa, porque se vio reflejado en ellos, él
tampoco cooperaba mucho en casa. Siempre que podía se escaqueaba.
—Vale, me apunto a ir a tu casa.
—Genial, Sardi me ha dicho que van a jugar a no sé qué juego de la Wii,
uno de esos de matar zombis, así que estarán entretenidos y nos dejarán a
nuestro aire.
Jaime aceptó y se levantó renqueante. ¿Quién habría imaginado que
saltar cansaba tanto? Atravesaron el X-Madrid en dirección al aparcamiento
y, a medio camino, sin ser conscientes de ello, se dieron la mano. No se
soltaron hasta llegar al coche.
—¿Este es tu coche...? —gimió Jaime al ver el viejísimo Citroën AX
blanco.
—Sí, era de mi madre y ahora es mío.
—¿Y anda? —inquirió receloso.
—La duda ofende. —Le golpeó la tripa indignada.
—Prefiero ofenderte que jugarme la vida... ¿Cuántos años tiene?
—Unos cuantos. —Abrió la puerta del conductor y le hizo un gesto para
que subiera.
—¿Quieres que conduzca? —La miró sorprendido.
—No. Es que solo se abre esta puerta. Tienes que saltar al asiento del
pasajero.
—¿Ha pasado la ITV?
—Sí, las puertas se rompieron al poco de que la pasara, menos mal.
—¿Se rompieron? ¿En plural? ¿Cuántas puertas no se abren?
—Todas menos esta, ya te lo he dicho.
—Joder..., ¿estás segura de que funciona?
—Me ha traído hasta aquí.
—¿Vives muy lejos?
—A cinco minutos.
—Podemos ir andando.
—A cinco minutos en coche, andando está a más de media hora. No seas
cobardica.
—No es cobardía, sino autoconservación —gruñó entrando en el coche.
Saltó de asiento, se abrocharon los cinturones de seguridad —toda
precaución era necesaria— e Iris giró la llave. Volvió a girarla. Y una vez
más. A la cuarta, con un petardeo ensordecedor, fue la vencida. Jaime
estalló en aplausos ante el tremendo logro. Iris lo miró mal. Jaime se echó a
reír. Iris se contagió.
Cuando se les pasó el ataque de risa iniciaron el viaje, que, en contra de
lo que Jay había imaginado, no fue accidentado. Llegaron al piso de Iris en
menos que canta un gallo —uno tartamudo, eso sí— y se encontraron a
Sardi y a los Repes en el diminuto salón entregados a un tiroteo a vida o
muerte con una turba de zombis. Jaime no tardó en enterarse de que no eran
zombis, sino humanos infectados por un hongo que los convertía en
caníbales de aspecto espeluznante.
—Me alegro de que hayas llegado sano y salvo —comentó Sardi sin
apartar la vista del televisor de sesenta y cinco pulgadas que abarcaba
media pared.
Los muebles del salón eran viejos, la pintura de las paredes tenía
desconchones y la mesa estaba coja, pero el televisor, el sofá, el equipo de
sonido y la videoconsola eran de última generación, como Dios manda.
—Yo también, aunque al ver el coche lo he dudado —replicó Jaime, su
atención puesta en los alucinantes gráficos del juego. Se sentó en un puf,
pues el sofá estaba ocupado.
—Iris debería deshacerse de ese cacharro por el bien de la humanidad —
afirmó un Repe mientras se cargaba a un infectado con un disparo en la
cabeza.
—No es un cacharro —protestó ella.
—Es un trasto —se burló el otro Repe—. ¿Qué tal vas de puntería,
Morritos?
—Soy la puta caña disparando —se jactó deseando entrar en la partida.
—Genial, nos están masacrando... Añádelo, Sardi.
Poco después estaba matando infectados a diestro y siniestro mientras
Iris, sentada, arrodillada o saltando sobre su trasero en suelo —dependía del
momento y la intensidad de la partida—, abrazaba un cojín o lo tiraba por
los aires o lo mordía o los golpeaba con él mientras se desgañitaba dándoles
instrucciones imposibles de seguir y los llamaba de todo menos guapos —
sin usar palabrotas, por supuesto— cuando no las seguían.
—¡A tomar por culo! —exclamó Jaime encabronado cuando lo mataron
por enésima vez e Iris lo acusó de ser un inútil—. Ahora juegas tú, a ver
qué tal se te da, reina.
Se hizo un sobrecogedor silencio en el salón.
—¿De verdad puedo jugar? —le pidió con los ojos llenos de ilusión.
—No me jodas, Morritos —gimoteó un Repe.
—Voy a por un cuchillo para cortarnos las venas, será una muerte más
piadosa... —masculló Sardi levantándose del sillón.
—¡Exagerados! —protestó Iris ocupando el sitio de su amigo. Agarró el
mando que Sardi había soltado antes de que los Repes pudieran
arrebatárselo.
Veinte minutos después, Jaime se sintió tentado de reclamarle a Sardi el
puñetero cuchillo y acabar con su sufrimiento.
—Tengo que matarlo, Iris..., si no, me va a morder y me va a infectar —
señaló por enésima vez.
—Pero es tan mono..., no merece morir. —Saltó sobre el sofá cambiando
de postura.
—No es mono, reina, es vomitivo. Tiene un jodido brócoli por cabeza —
replicó asqueado apuntando a la cabeza del zombi.
—Oh, vamos, no seas malo, esquívalo, puedes pasar corriendo a su lado,
seguro que no te atrapa. —Lo empujó haciéndole fallar el tiro a la vez que
disparaba al aire su pistola. Y en el aire no había nada que los atacara.
Un instante después, el infectado le mordía y Jay era eliminado, por
enésima vez, del juego. La mirada acusatoria de los Repes y Sardi cayó,
también por enésima vez, sobre él, pues su contagio y posterior muerte les
había hecho perder la partida ¡otra vez!
—Oh, vaya, no te ha dado tiempo a esquivarlo... —apuntó Iris con
fingido pesar.
—Eso parece. Pero, vamos, no sé por qué te extrañas, tampoco los he
podido esquivar las otras mil veces que has hecho que me acorralaran —
gruñó enfadado Jay.
—No han sido tantas —protestó ella.
—¡Han sido todas!
—No te molestes en protestar, no vas a conseguir nada —lo informó
Sardi entrando en el salón con la cena que acababa de entregarles el
repartidor.
—Ya me he dado cuenta. —Jay cogió su hamburguesa y le dio un
tremendo bocado mientras miraba frustrado a Iris. Esta puso carita de niña
buena y dio un placentero mordisco a su bocadillo de lomo, queso y tomate
natural—. Estás como una cabra, reina, cuando no juegas nos gritas para
que matemos a los infectados y te cabreas cuando no lo hacemos, y, sin
embargo, cuando juegas no nos dejas matarlos... ¿Cómo coño se come eso?
—Fácil, se lo pasa en grande puteándonos, por eso lo hace —aseveró un
Repe con la barbilla manchada del huevo frito que se derramaba cual
cascada de su sándwich.
—¡Qué va! Es que me nervioso y se me escapan los gritos sin querer —
se defendió Iris con una sonrisa inocente que no engañaba a nadie sobre su
falta de sinceridad.
—Y cuando alguien es tan idiota de invitarla a jugar, y no miro a nadie
—el otro Repe miró fijamente a Jaime—, se lo pasa en grande jodiéndonos
el juego. —Zanjó su intervención vertiendo un litro de kétchup, o casi, en
las patatas fritas. Era la única manera de que Iris, a quien no le gustaba el
kétchup, no lo dejara sin ellas.
—Es así de cabrona —sentenció el primer Repe robando un nugget a
Iris.
Sardi lo corroboró con un cortante asentimiento de cabeza.
—Qué exagerados sois, solo lo hago por darle chispa al juego, es tan
tétrico... —Puso cara de incomprendida y le robó una patata gajo a Jay.
—Seguro... —resopló Sardi. Le dio un delicado mordisco a su kebab.
—¿Vamos a por otra? —propuso un Repe tras acabar su torta de carne
mechada.
—Solo si Iris no juega —reclamó el otro.
—Apoyo la moción —se unió Sardi limpiándose las manos con afectada
elegancia.
—Traidores —los acusó ella. Miró a Jaime con una beatífica sonrisa en
los labios.
—Lo siento, reina, la mayoría manda. Estás expulsada.
—¡Gracias, señor! —aplaudió un Repe mientras el otro reiniciaba la
partida.
Jay tomó el mando para ir calentando los dedos y tenerlos listos para
cargarse a todos los infectados. En ese momento Iris se sentó a su lado en el
reposabrazos, le dio un casto beso en la mejilla y fue bajando con los labios
hacia su boca.
—No vas a convencerme de que pida tu admisión, reina —le advirtió
dándole un rápido pico, la mirada fija en la pantalla, donde ya empezaba el
juego.
—Tranquilo, no quiero jugar, ya me he aburrido.
—Pues ve a entretenerte a otra parte y no le molestes —la exhortó un
Repe—, necesitamos la puntería de Morritos para salir victoriosos en este
cruel asalto.
—Qué bien te ha quedado eso —lo aclamó su gemelo—. ¿Cuántas veces
lo has ensayado?
—Unas pocas, en el cuarto de baño, mientras plantaba un pino.
—No seas tan explícito, no necesitamos saberlo todo —protestó Sardi—.
¿Preparado para matar, Morritos?
—A tope. Dale al play, Sardinilla. —Aferró con fuerza el mando. Esa
vez era la definitiva. Se los iba a cargar a todos.
O no. Porque en ese momento la mano de Iris resbaló por el interior de
su muslo. Se le paró la respiración cuando se detuvo junto a su entrepierna
para, acto seguido, deslizarla en sentido contrario al deseado. Volvió a
ascender, esta vez con las uñas, al lugar en el que su pantalón comenzaba a
abultarse, y de nuevo se detuvo antes de llegar al quid del asunto.
—¿Piensas matar algún infectado o vas a dejarlo para mañana? —lo
increpó Sardi.
—Sí, joder, se me ha ido el santo al cielo. —Jay prestó atención a la
gigantesca pantalla del televisor.
—¿Nos besuqueamos un rato en la cama? —le susurró Iris al oído.
22

Abandonar a los amigos cuando están en apuros —que los acorralen


infectados caníbales es estar en grandes apuros— es de ser mala persona y
un traidor a tu género y no tiene perdón de Dios. A no ser que tengas un
motivo de peso para tal felonía. Jay lo tiene.

—Morritos, ¿adónde vas? Te necesitamos aquí, nos van a machacar... —


gimoteó un Repe al verlo saltar del sofá.
—Eh... Me ha surgido algo —improvisó Jay con las orejas rojas.
—¿Te ha surgido algo o te ha metido mano Iris? —se cachondeó Sardi.
Al rubio no se le escapaba nada.
—No me jodas que lo has sobeteado. —El otro Repe miró a Iris con
inquina—. Eres una cabrona, ¿no puedes esperar un rato para llevártelo?
¡Lo necesitamos para ganar!
—Yo también lo necesito...
—No hace falta que nos digas para qué —la interrumpió Sardi mordaz.
—A mí sí, ya sabes que no tengo mucha imaginación —puntualizó un
Repe.
Iris le tiró el cojín, el otro Repe lo atrapó al vuelo y se lo lanzó a Jay.
—Tápate el paquete, tío, que nos vas a sacar un ojo con ese bate de
béisbol que tienes por polla —se burló.
—¿Hablas tú o la envidia que te corroe? —lo acusó Jay con las orejas en
ignición.
—La envidia, of course. Ya nos gustaría tener una como la tuya, seguro
que ligaríamos más —señaló el otro Repe.
—El problema no es vuestra minipolla, sino vuestro minicerebro, que
espanta a las chicas más listas que vosotros —se burló Sardi.
—Que son todas —apostilló Iris mientras salía al pasillo. Miró a Jay—.
¿Vienes?
—Matad muchos infectados —les deseó Jay saliendo del salón.
Todo el trayecto hasta el dormitorio oyó los abucheos y las bromas
subidas de tono de los gemelos y Sardi. Le recordaron a las que se gastaban
Sin y él.
Cerró la puerta tras entrar en la habitación, acorraló a Iris contra la pared
y la besó con todas las ganas que llevaba conteniendo desde que la había
visto surfear. Necesitaba comérsela a besos, consumirse en sus brazos,
abrasarse en su interior.
—Tranquilo, hay tiempo... —Iris lo empujó para escapar de su presa.
—Ya tendremos tiempo después, reina. —Intentó quitarle el jersey a
tirones mientras la besaba con voracidad, lo que complicó bastante la
logística del asunto.
—Quiero tener tiempo ahora. —Lo frenó sujetándole las manos—. Me
da la impresión de que estás acostumbrado a hacerlo rápido y con la ley del
mínimo esfuerzo: pim, pam, pum y eyaculo. —Enarcó una ceja
interrogativa.
Jaime no dijo esta boca es mía; tenía razón y no pensaba dársela.
—A mí eso no me va —continuó Iris—. No soy otra de tus conquistas,
Morritos, conmigo te lo vas a tener que trabajar un poco más —lo desafió
—. Me gusta ir despacio —le lamió la boca—, ser meticulosa —transitó
con los dedos por su torso hasta colarlos bajo los vaqueros—, disfrutar sin
prisas... —Le rozó el glande en una caricia candente y sacó la mano—.
Torturar y que me torturen. —Le guiñó un ojo—. ¿Crees que podrás con
ello?
—No lo dudes, reina.
—Bien, vamos a la cama a besuquearnos, luego ya veremos...
Se tumbó sin quitarse nada más que las deportivas y golpeó el colchón
con la mano reclamándolo.
Jaime se descalzó y se tendió junto a ella.
Se pusieron de lado, hasta quedar encarados. Ella le envolvió el rostro
con las manos y se acercó a su boca.
Se besaron. Sin prisa.
Jaime escurrió los dedos por el costado de Iris hasta apoderarse de su
cadera y la atrajo sin dejar de besarla. Las lenguas patinaron una sobre la
otra, los labios se acariciaron y los alientos se mezclaron, la respiración más
alterada a cada segundo que pasaba, hasta que el siguiente movimiento
lógico fue que Iris le rodeó la cintura con una pierna y él metió un muslo
entre los de ella, presionando cada uno el sexo del otro.
Se mecieron laxos, disfrutando del placer embriagador de esa fricción.
Hasta que la intensidad de lo que sentían los hizo revolverse en busca de un
contacto más estrecho, más rudo. Jaime acabó sobre ella, arrodillado entre
sus piernas, su erección frotándose contra la entrepierna femínea en un baile
de lujuria y placer que alteraba sus sentidos.
—Necesito verte... —murmuró a la vez que atrapaba el jersey entre los
dedos.
Ella arqueó la espalda dándole permiso y él se lo quitó descubriendo el
tesoro de la piel satinada de su vientre. Deslizó los labios perezoso por su
clavícula, saboreándola mientras le quitaba el sujetador. Lo lanzó lejos y
prendió un pezón entre índice y pulgar, jugó con él mientras torturaba el
otro con los labios.
Iris se estremeció y alzó las caderas para frotarse impaciente contra su
erección.
—Acabas de sonreír jactancioso —lo acusó.
—¿Yo? Qué va... —rebatió muy serio. Bajó la cabeza para chuparle el
otro pezón y el roce fue tan electrizante que Iris saltó exhalando un jadeo
estrangulado.
—Has vuelto a sonreír con arrogancia, lo he notado. —Le enredó los
dedos en el pelo y lo pegó de nuevo a su pecho.
Él volvió a sonreír al sentirla rendida a sus caricias, tan excitada que no
paraba de alzar el trasero para frotarse contra él. Le sujetó las caderas y bajó
por su vientre en picantes mordiscos hasta la cinturilla de los leggins. Coló
un dedo bajo esta y tiró, pero no se los quitó, al contrario, se los subió un
poco más y se apartó de su cuerpo ardiente.
—¿Puedo quitártelos ya o quieres que vaya más despacio? —preguntó
con chulería.
—Eres un inserte palabrota —gruñó resentida por su ausencia.
—¿Eso significa que soy un semental? —Le besó el ombligo.
—Nop. Un inserte palabrota muy fea. —Se arqueó hacia su boca, él la
esquivó.
—¿Un maestro del sexo, tal vez? —Lamió el lugar donde la tela daba
paso a la piel.
—Un inserte palabrota horrorosa, de las malas malísimas. —Alzó el
trasero dándole permiso implícito para bajarle los pantalones. Él no se dio
por enterado.
—¿Un follador increíble? —Le mordisqueó el vientre a la vez que
agarraba la sábana para no ceder y arrancarle la ropa.
—Ya quisieras. —Deslizó la mano sobre su sexo y se acarició lasciva.
Jay se la retiró sujetándosela. Iris intentó soltarse y retomar su placer
solitario. Él no se lo permitió—. Eres un inserte palabrota pretencioso y
muy diestro que me está volviendo loca.
—Me vale —aceptó con una sonrisa lobuna. Le frotó el clítoris por
encima del pantalón—. Dime que te los quite.
—Mejor te los quito yo a ti.
Se revolvió al más puro estilo Bruce Lee y, antes de que Jay supiera lo
que pasaba, estaba tumbado de espaldas en la cama, con ella encima. Y a
pesar de su exigencia de ir despacio, no fue nada lenta a la hora de
desnudarlo. Le torturó las tetillas igual que había hecho él y resbaló con los
labios por su cuerpo hasta lamerle la polla. Se la metió en la boca.
Al instante siguiente era ella quien estaba tumbada de espaldas en la
cama con él entre sus piernas.
—Si me la comes, me corro —le advirtió Jay con la frente perlada de
sudor.
Ella, en respuesta, se la agarró y alzó las caderas dirigiéndolo hacia su
sexo. Se restregó los hinchados labios vaginales con el glande, ungiéndolo
con su humedad.
Jay se refregó mientras la besaba apasionado. Sus movimientos se
hicieron más bruscos, más descuidados, más impacientes.
Se detuvo con un rugido, consciente de que si seguía moviéndose la
penetraría.
Y no llevaba protección.
—Me he dejado los condones en la cartera. —Buscó la cazadora antes de
recordar que la había dejado en el salón—. Me cago en la puta...
—No importa. Yo tengo. —Sacó una caja de la mesilla—. Una chica
nunca sabe cuándo va a necesitarlos. —Le guiñó un ojo.
—Chica prevenida folla por dos —replicó él con un tono burlón que
acabó convertido en un gruñido al caer en que, si tenía condones en la
mesilla, era porque follaba en esa cama, algo del todo lógico, por supuesto.
Era libre para follar con quien le diera la puta gana en cualquier cama que le
diera la jodida gana. Faltaría más.
Cogió un condón con rabia, rasgó el envoltorio con los dientes y se lo
puso.
—Voy a follarte como no te han follado nunca, reina —la amenazó.
—A ver si es verdad, bombón —lo desafió burlona.
Por toda respuesta, Jay le agarró los pies y se los puso en los hombros,
abriéndola para él. Era preciosa. Tenía el coño rosado, los labios brillantes
por la excitación y el clítoris despuntaba terso entre ellos. Deslizó el pulgar
por la vulva, extendiendo la densa humedad, y lo enterró en la vagina. Lo
tragó hambrienta. Jay la taladró con él empapándolo en su placer y luego le
frotó el clítoris a la vez que la penetraba con dos dedos.
Iris se estremeció al borde del orgasmo.
—Ni de coña, reina. Te vas a correr, pero con mi polla clavada —gruñó
feroz.
Se enterró en ella y la folló sin piedad mientras el orgasmo la devoraba.
La vagina lo ciñó hambrienta y él apretó el trasero decidido a aguantar. No
paró de moverse hasta que cayó desmadejada en la cama, ahíta de placer. Se
quedó inmóvil, luchando contra su inminente orgasmo, la mirada fija en
ella, en su sonrisa adormilada, sus ojos velados y sus labios enrojecidos por
sus besos, igual que sus pezones.
La besó. Apenas un aleteo de mariposa sobre la comisura de su boca, ese
punto en el que nacían sus sonrisas y que tanto lo fascinaba. Lo acarició con
la lengua antes de bajar a su cuello y atrapar el lugar en el que se unía con
el hombro. Succionó hasta dejarle marca y volvió a subir a sus labios.
Ella respondió al beso con perezosa voracidad.
—No te has corrido... —Contrajo la vagina alrededor de su polla erecta.
—Lo querías especial. —Se meció contra ella.
—¿Y siempre haces lo que tus amantes te piden? —Le enredó los dedos
en el pelo, atrayéndolo a su boca. Lo besó a la vez que se movía contra él.
—Solo cuando la chica es especial... —murmuró Jay sin aliento al sentir
cómo lo aprisionaba. Daría la vida por hundirse en ella hasta el fondo y no
salir nunca.
—¿Y yo lo soy? —Lo rodeó con las piernas y ancló los pies a su trasero.
—Eres única, Iris, no hay nadie como tú —sentenció enlazando sus
miradas.
—Hazme el amor...
Se lo hizo. Hasta que todo se desdibujó y solo existieron él y ella.
Le llevó los brazos por encima de la cabeza y entrelazó los dedos con los
suyos. Sus alientos se entretejieron mientras se movían más rápido, con más
fervor. El perezoso interludio se convirtió en una implacable persecución en
la que sus cuerpos se fusionaron estallando en un clímax que los sobrecogió
por su intensidad.
Estremecidos, guardaron silencio, los cuerpos laxos y los corazones
acelerados.
—Joder... —Jaime se dejó caer a un lado de la estrecha cama y clavó la
mirada en el techo. No se atrevía a posarla en Iris.
¿Qué coño había sido eso? Un mero orgasmo, no, desde luego. Le había
cortocircuitado el cerebro, habían estallado fuegos artificiales en el interior
de sus párpados y tenía miles de mariposas aleteando en su estómago, amén
de que su corazón iba a dos mil revoluciones por segundo. Incluso le
cosquilleaban las palmas de las manos por la necesidad de acariciarla y
volver a sentir su piel en las yemas de los dedos.
—Madre mía, Jay... Ha sido... —Sin palabras, se acurrucó contra él.
Jaime la abrazó y se atrevió por fin a mirarla, ella le sonrió y él sintió
que todo estaba bien. Mejor que bien. Era perfecto. Ella era perfecta.
—Me encanta tu sonrisa —murmuró hechizado.
—Y yo quiero comerme la tuya. —Trepó a su boca.
Se besaron indolentes. Con perezoso ardor, solo por el placer de
saborearse y estar el uno en los brazos del otro. Antes de darse cuenta, él
estaba de nuevo dentro de ella y ella alrededor de él, sumergidos en una
espiral de placer que los dejó sin aliento y los sacudió en lo más profundo
con su violencia.
Pero lo bueno nunca dura y el pasado siempre alcanza al presente,
jodiéndolo todo. Al menos, en la experiencia de Jay...
—Tanto ejercicio me ha dado hambre, lo que me recuerda que no hemos
tomado postre en la cena —comentó Iris saltando de la cama—. Voy a por
algo, ¿qué te apetece?
—Ya decía yo que estabas aguantando mucho —dijo él guasón. Iris lo
miró confundida—. Llevas casi veinte minutos tumbada en la cama, sin
removerte demasiado ni pegar saltitos..., es todo un récord para ti.
Ella enarcó una ceja.
—¿Insinúas que soy un poco... movida?
—No, qué va. No eres movida, reina, eres un culo de mal asiento. —Se
incorporó y la agarró a traición la muñeca. Dio un tirón y ella cayó sobre su
regazo, momento que aprovechó para amasarle el trasero—. Y me alegro de
que lo seas —la besó—, sería un desperdicio que un culo tan maravilloso
como el tuyo estuviera quieto. —Agarró una nalga con cada mano y les dio
un apretón—. Prefiero verlo en movimiento. —Le dio un suave azotito
seguido de un rápido beso en los labios y la soltó.
Iris lo miró con los ojos entrecerrados y, sin mediar palabra, le hizo una
llave de las suyas, lo tumbó boca abajo en el colchón, se sentó a horcajadas
sobre sus muslos y, antes de que él pudiera reaccionar, le pellizcó el trasero.
—Tú también tienes unas posaderas muy resultonas. —Le amasó los
cachetes y le regaló un beso en el punto donde la espalda pierde su nombre
—. ¿Qué quieres de postre? Y no me digas que a mí. Con la comida no se
juega —sonrió traviesa—, aunque yo quiero jugar contigo. —Le lamió la
columna, incapaz de no caer en la tentación.
—Puedes jugar conmigo cuanto quieras. —Jay se ladeó atrapándola en
sus brazos.
Iris se escurrió y saltó al suelo decidida a mantener la distancia. Ese
hombre era demasiado tentador, si se confiaba caería de nuevo en su
embrujo, ¡y estaba hambrienta!
—Está bien, haremos un Kit Kat —bromeó. A él también le rugía el
estómago—. ¿Tienes algo de fruta?
—Voy a por ella. —Abrió la puerta del dormitorio.
—¡Iris! —Ella se giró sonriente—. Estás desnuda.
—¿En serio? No lo había notado... —se burló saliendo al pasillo.
Regresó con dos peras que había escamoteado de la reserva privada de
Sardi. Le lanzó una a Jay y se sentó en la cama al estilo indio dando un
mordisco a la otra.
—Tienes mucha confianza con tus amigos —comentó Jay como si tal
cosa. Ella lo miró confundida—. Has salido en pelotas y ellos están en el
comedor...
—Vaya por Dios, no me digas que eres de esos... —Frunció el ceño
disgustada.
—¿De cuáles?
—De los inserte palabrota que se creen con derecho a decidir quién ve
desnudo a quién. —Afiló la mirada.
Él supo por dónde iban exactamente los tiros.
—No, qué va. Me has malinterpretado. No soy de esos. Ni de coña —
resopló—. Es solo que me ha extrañado.
Iris parpadeó, su respuesta había conseguido descolocarla.
—¿Por qué?
—Ellos son chicos y tú no —señaló lo evidente.
Ella lo miró sorprendida y rompió a reír.
—¡Menudo descubrimiento! —exclamó—. Sin es una chica y tú no, y
con ella estás desnudo... —le recordó con mirada acerada—. ¿Eso no te
resulta extraño? ¿O es que las normas son distintas si eres chico?
—No, en absoluto —repuso acorralado—. Me estoy explicando como el
culo. —Se pasó los dedos por el pelo, despeinándoselo. Y a Iris, a pesar de
su incipiente cabreo, le dieron ganas de comérselo a besos—. Con Sin follo
y eso no se puede hacer vestido. —Se encogió de hombros—. Sin embargo,
con Rocío ni me planteo desnudarme. —Se le enrojecieron las orejas solo
de pensarlo—. Me resultaría superviolento. Y no quiero ni imaginármela
desnuda. —Sus orejas alcanzaron el punto de ignición—. Ro es mi amiga,
igual que Sin, pero con Sin tengo otra intimidad, porque tenemos sexo. —
La miró interrogativo.
Iris entrecerró los párpados.
—¿Me estás preguntando si follo con Sardi y los Repes? —Su voz era
peligrosamente suave.
—No, para nada —replicó espantado—. No se me ocurriría —dijo con
sinceridad—. Aunque, qué coño, claro que tengo curiosidad. Soy humano y
somos cotillas por naturaleza... —Le guiñó un ojo.
Ella estalló en carcajadas. Pero no dio respuesta a la pregunta no
formulada.
—Entiendo lo que quieres decir. —Se sentó con las piernas estiradas. Jay
le tomó un pie y se lo masajeó. Le encantaba tocarla, tanto como a ella le
gustaba que la tocara—. Te resulta incómodo porque Ro es una chica y eso
lo extrapolas a mi relación con mis amigos y te extraña que no me importe
que, siendo del otro sexo, me vean desnuda —resumió. Jay asintió—. Para
mí los Repes y Sardi son como los angelitos, no tienen sexo.
—Que no te oigan decir eso —se burló él.
—Es como si... ¿A ti te incomodaría que tus amigos te vieran desnudo?
—Era una pregunta retórica, pero Jaime la contestó sin pensar, tan fácil era
hablar con ella.
—No lo sé, nunca se ha dado el caso, pero imagino que no me sentiría
violento.
Iris lo miró sorprendida y él supo que esa mujer sagaz e intuitiva había
oído lo que había callado.
—¿Nunca te has desnudado delante de amigos? —Lo miró perpleja—.
En los vestuarios del gimnasio o de la piscina, por ejemplo.
Jaime arrugó la nariz, consciente de lo reveladora que sería una respuesta
negativa. Todos los chicos se despelotaban alguna vez en su vida delante de
los colegas. Era lo normal. A no ser que no tuvieran amigos. Algo que no
era fácil de conseguir cuando vivías a saltos de una ciudad a otra, huyendo
de caseros, prestamistas, camellos y otros individuos cada cual más
peligroso que el anterior. No daba tiempo a hacer amigos. Tampoco era que
le apeteciera tenerlos, no con un padre como Jethro, que se divertía
atormentándolo. Sería darle argumentos al enemigo. Cuantas menos cosas
le importaran, menos material tendría Jethro para hacerle daño. Pero eso no
era asunto de Iris, ni de nadie.
Clavó en ella sus ojos grises y ni siquiera se planteó mentir. Era Iris. No
iba a ensuciar su amistad con una mentira. Negó con un cabeceo y se centró
en comerse la pera.
Iris supo que no quería incidir en el tema. También descubrió en sus ojos
el fuego que en ocasiones le endurecía la mirada e intuyó al niño triste y
solitario que debía de haber sido. Le había contado que conocía a Sin y a
Ro de la hípica, también que llevaba poco más de dos años montando. ¿Y
antes, qué? ¿No había tenido amigos? Su primera noche había preguntado
por sus padres y él había respondido que no tenía. Esa fue la primera vez
que vio la hiel reflejarse en sus ojos. También que oyó la rabia en su voz. La
misma rabia con la que ahora mordía la pera.
Esperó a que se la comiera, dándole tiempo a rumiar el silencio, y gateó
por la cama hasta quedar frente a él. Lo empujó por los hombros instándolo
a tumbarse de espaldas y se estiró a su lado, boca abajo. Se apoyó en los
codos, como si estuviera en la playa. Se inclinó sobre él para besarle el
pecho y Jaime se estremeció ante su roce.
—¿Tienes cosquillas?
—No... —murmuró con voz ronca. Deslizó un brazo bajo su vientre y la
atrajo a su pecho, hasta que quedó medio tumbada sobre él. La sonrisa
volvió a asomarse a sus labios al tenerla pegada a él, piel con piel.
Iris esbozó una sonrisa radiante y lo besó en los labios. Un beso rápido
que a Jaime le supo a poco. Luego se acomodó pasándole un brazo por la
tripa, como si fuera una almohada a la que se abrazara, y le apoyó la cabeza
en el hombro mientras él transitaba con la mano por su espalda, dibujando
cada vértebra.
—No me resulta incómodo estar desnuda delante de Sardi. —Le besó la
barbilla—. Al contrario, me parece lo más natural, llevamos viéndonos
desnudos desde que éramos críos y nos intercambiábamos la ropa en casa
de los Repes.
—No puedo imaginarme a Sardi con la ropa de los Repes, son funestos
vistiendo.
Y así era. Los gemelos se ponían lo primero que pillaban limpio en el
armario, sin importarles que estuviera arrugado o incluso roto. Nada que ver
con la ropa atrevida y creativa de Sardi. Había modelos de pasarela que
tenían menos estilo y clase que el rubio.
—Es que no intercambiaba la ropa con ellos, sino conmigo. —Soltó una
carcajada y se removió en la cama hasta quedar sentada a horcajadas sobre
sus piernas. Jay aprovechó para tocarle el culo. Ella lo apartó de un
manotazo—. Deberías habernos visto, yo con sus calzoncillos, sus vaqueros
y sus sudaderas deportivas, y Sardi con mis braguitas de princesa, mis
faldas y mis camisetas de Barbie. Nos lo pasábamos en grande.
—Ya imagino. Haríais pases de modelos por el pasillo, ¿no? —señaló
animado—. Mis sobrinas los hacen cuando Jules les compra ropa nueva.
Les encanta que les aplauda...
La sonrisa perpetua que Iris siempre tenía en los labios flaqueó.
—No... y sí. Al principio lo hacíamos en secreto, los Repes vigilaban
que nadie viniera al cuarto mientras Sardi llevaba mi ropa y hacía poses.
Hasta que un día nos pilló Ufe, la abuela de los Repes... Y le dejó a Sardi
sus zapatos rojos de tacón. —Se echó a reír encantada—. Fue increíble.
—Y tanto que sí, vaya abuela más moderna. No creo que mi madre
reaccionara así ni de coña, le daría un infarto —replicó Jay sin pensar. Con
lo puritana que era Ciri, seguro que se escandalizaba, aunque no diría nada.
Esa mujer era dócil hasta decir basta.
Iris entrecerró los ojos intrigada. Jaime hablaba a menudo de su hermano
y de sus sobrinas, también de su cuñada y de las hermanas de esta, pero era
la primera vez que mencionaba a su madre. Era como si la hubiera borrado
de su memoria. Tal vez relegarla al olvido fuera su manera de protegerse del
dolor que debía de causarle su ausencia. Sintió una profunda tristeza por él,
no podía imaginarse nada peor que perder a tus padres.
Esbozó una sonrisa y le besó la punta de la nariz.
—No todos los padres reaccionan igual ante situaciones insólitas —
retomó el tema recordando disgustada la reacción de la madre de Sardi. No
podría haber sido más distinta de la de Eufemia.
—Cada persona es un mundo, no puedes saber cómo van a reaccionar
hasta que sucede —concedió Jaime, la mente puesta en Cirila. En lo
diferente que había resultado ser de la mujer que su padre le había hecho
creer que era.
Iris resbaló remolona sobre su cuerpo fibroso hasta quedar tumbada
sobre él. Jay la abrazó perezoso. Permanecieron en silencio. Un silencio
confortable impregnado por una vaga melancolía en el que los dedos de Iris
transitaban por los hombros de él y los de él dibujaban diseños abstractos en
la espalda de ella.
23
Julio.Santos_5.38
¿Sigues vivo, hermano?

Jaime se removió en la cama, la acuciante llamada de la naturaleza


incordiándolo para que se despertara. Algo que no le apetecía en absoluto,
pues estaba en la gloria. O casi en la gloria, porque tenía el brazo derecho
dormido y, al moverlo, miles de hormigas carnívoras le mordieron a la vez,
despertándolo.
Miró a su alrededor desorientado. La luz de las farolas se colaba por las
rendijas de la persiana mal ajustada, mostrándole un dormitorio que no era
el suyo. ¿Dónde coño estaba? El gemido que brotó de un ser indeterminado
pegado a su cuello le dio la pista que necesitaba para recordar. Giró la
cabeza. Iris dormía a su lado o, mejor dicho, sobre su brazo, y usaba su
hombro como almohada. Le rodeaba el pecho con un brazo y tenía una
pierna cruzada sobre sus caderas; la otra se alineaba junto a la derecha de él.
Se despertó del todo. Igual que su polla. Lástima que la cada vez más
apremiante llamada de la naturaleza lo urgiera a salir cagando leches al
baño en lugar de dejarlo tranquilo para iniciar una nueva escaramuza
erótica. Se removió con cuidado para escapar de la presa que el cuerpo de
Iris suponía y el brazo le estalló en un hormigueo brutal. ¿Cuánto tiempo
llevaba dormida sobre él? Ahogó un gruñido mientras movía los dedos
tratando de insuflarles vida.
—No me quites la almohada, jolines —protestó adormilada colocando la
cabeza de nuevo sobre su hombro.
—La necesito para ir al baño —replicó Jaime divertido.
Iris parpadeó desconcertada.
—¿Para qué? —reclamó incapaz de entender para qué quería llevársela
al baño.
—Llámame sentimental, pero siento cierto aprecio por mis
extremidades. También está el engorroso asunto de que, para dejártela,
tendría que cortarme el brazo, y eso lo pondría todo perdido de sangre... —
Se removió sacándolo de debajo de su cabeza.
—Oh, vaya, me he quedado dormida sobre ti... —Se apartó perezosa.
—Más bien diría enganchada a mí cual koala —se burló Jay.
Alargó la mano hacia la mesilla para coger el móvil y dio un respingo al
ver que eran las seis menos diez. Era el primer lunes del año que se
despertaba a esa hora. Y en una cama. Lo normal era que el amanecer del
primer día de la semana lo pillara dando tumbos de vuelta a casa, borracho.
Sin embargo, estaba despierto, sin resaca y fresco cual rosa en jarrón, como
si hubiera dormido doce horas en lugar de las cuatro reales.
Miró a Iris, cualquiera pensaría que, de alguna manera inexplicable, le
había contagiado su incombustible vitalidad.
—¿Tan horrible estoy? Pues no pienses que tú estás mucho mejor,
Morritos —señaló esbozando una sonrisa que a Jaime le pareció entrañable.
—¿Perdona?
—Me estás mirando raro...
—Lo siento, estoy medio dormido. —Se frotó los ojos con el talón de la
mano y abrió el WhatsApp—. Mierda...
—¿Qué ocurre?
—El alarmista de mi hermano, que ya me está preguntando si sigo vivo
—resopló.
—Se preocupa por ti, es un amor de hombre.
—Es un pelmazo. Está en plan guardián protector insoportable. —
Esbozó una sonrisa cálida al pensar en él—. Enseguida se preocupa si no
tiene noticias mías. —Le mandó un mensaje diciéndole que seguía vivito y
coleando.
—¿Sueles darle motivos para que se preocupe? —indagó Iris suspicaz,
los mensajes que Jaime le mandaba los domingos por la noche muy
presentes en su mente.
Era fácil saber si los escribía con una o muchas copas de más, porque,
cuanto más borracho estaba, más faltas de ortografía tenían. Al amanecer
eran casi ilegibles.
—De vez en cuando —reconoció molesto—. No puedo ser bueno y
responsable todo el tiempo, sería un coñazo. Me estoy meando. —Saltó de
la cama y enfiló al baño.
Por poco pereció de hipotermia al atravesar el pasillo. Iris y Sardi
apagaban las estufas de noche y, joder, hacía más calor en el Polo Norte que
en ese piso.
Subió la tapa del váter y, apoyándose en el canto de los pies para tocar lo
menos posible el gélido suelo, apuntó. Acertó en el centro y sin salpicar,
como un campeón.
—¿No odias las mañanas de invierno? —le preguntó Iris entrando al
baño como Pedro, o, mejor dicho, como Iris por su casa.
Jaime sintió que las orejas se le calentaban. No estaba acostumbrado a
que nadie que no fuera su hermano entrara en el servicio cuando estaba
usándolo.
Ella se paró frente al lavabo, a medio metro de él —el aseo era diminuto
— y sacó un cepillo de dientes. Estaba escondida dentro de una enorme
sudadera de hombre que le resbalaba por un hombro y le llegaba hasta las
rodillas.
A Jaime se le escapó un gruñido al comprender que esa prenda sería de
algún gilipollas profundo que se la habría dejado allí. Un gilipollas
profundo con el que tal vez habría dormido abrazada cual koala, del mismo
modo que había hecho con él. Aunque tampoco era que le importara una
puta mierda lo que hiciera Iris con los gilipollas profundos, decidió su
cabeza. Su corazón no estuvo de acuerdo con tal disposición y se lo hizo
notar saltándose un par de latidos, y el estómago, aunque no tenía vela en
ese entierro, aportó también su opinión contrayéndose malhumorado.
—No hay nada más terrible que salir al frío cuando se está calentito en la
cama —continuó Iris ajena a la escaramuza interna de Jay—. ¿Quieres un
cepillo de dientes? Tengo uno sin estrenar.
Él asintió con gesto desabrido, Iris era muy previsora al tener cepillos de
dientes para sus amantes y gilipollas profundos. Él se incluía en la primera
definición, por supuesto, aunque tal vez debiera meterse también en la
segunda habida cuenta de su deriva mental, pensó malhumorado. ¿Qué
coño le pasaba? ¿Desde cuándo le molestaba que las chicas con las que
follaba lo hicieran con más tíos? Era lo normal. Él tampoco era monógamo
que se dijera.
Aunque Iris no era solo una chica con la que follaba. Era su amiga. Igual
que Sin. Pero no era igual. Con Iris sentía un extraño anhelo de ser el
único... ¡Vaya gilipollez!
Jaime dio por finalizada su evacuación íntima, que no privada, y se
quedó sin saber qué hacer. Bueno, saberlo sí lo sabía, tenía que lavarse las
manos. Pero ella estaba frente al lavabo y no había espacio para él.
Iris, intuyendo su problema, se apartó y, con el cepillo de dientes
encajado en la boca, se levantó la sudadera y se sentó en el inodoro. Ella
también tenía una llamada urgente de la naturaleza que atender.
Jaime no supo adónde mirar.
—Te recuerdo que no es la primera vez que me ves hacer pis —se burló
al ver que se le enrojecían las orejas.
—Cierto —convino él. Echó dentífrico al cepillo que le había dejado y
se lo llevó a la boca. Si ella no tenía problemas en compartir escenas
íntimas, él tampoco.
Sonrió mientras se cepillaba al pensar en lo fácil que era todo con Iris. A
su lado, todo fluía con naturalidad. Era la tercera vez que se veían en
persona y era como si se conocieran desde siempre y se hubieran
despertado juntos mil veces.
Parpadeó atónito al caer (¡por fin!) en la cuenta de que habían dormido
juntos.
No era la primera chica con la que follaba, eso por descontado, pero sí la
primera —sin incluir a Sin— con la que lo hacía en una cama. También la
primera —incluyendo a Sin— con la que pasaba la noche en lugar de irse
cagando leches al acabar. No entraba en sus planes quedarse a dormir con
ella, pero había sucedido. Y se sentía... Bien.
Iris se colocó a su lado y, pasando por debajo de su brazo, tomó un sorbo
de agua del grifo y se enjuagó la boca, luego apartó las cortinas de plástico
de la ducha y abrió el grifo del agua caliente. Esquivó por los pelos el
caudal helado que escupió el teléfono de la ducha usando como escudo las
cortinas.
—No cierres el grifo —le ordenó antes de salir escopeteada del baño,
dejando, eso sí, la puerta bien cerrada.
Jay miró con perplejidad la puerta y volvió a sus dientes. Un minuto
después, Iris regresó con una pila de ropa en los brazos y Jay la miró
interrogante.
—Cuando empiece a echar agua caliente se convertirá en el lugar más
calentito de la casa, ergo siempre me visto aquí para ir al curro —comentó.
Esa afirmación descolocó a Jaime por completo.
—¿Hoy trabajas?
—Como todos los días de la semana, de ocho a dos. —Se encogió de
hombros.
—Pensaba que tendrías unos días libres antes de incorporarte —dijo
desencantado.
—Qué va, no me da la economía para eso —resopló—. Cobro una
miseria, pero esa miseria sumada a los saqueos semanales a la nevera de
mis padres me da para vivir. ¿Ya has terminado de cepillarte? Genial. —Se
puso de puntillas, le enredó los dedos en el pelo haciéndolo bajar la cabeza
y lo besó con avidez—. ¡Qué rico! Me encanta cómo sabe la boca tras
lavarla, ese sabor a menta es lo más —afirmó.
—Y tanto que sí —convino Jay. La envolvió en sus brazos y la besó con
voracidad.
Antes de darse cuenta estaban enredados en una candente lucha de
lenguas que calentó el ambiente y convirtió el baño en una sauna. Aunque
tal vez no fue el beso el que logró tal milagro.
—Ya sale caliente —murmuró Iris pegada a sus labios.
Jay soltó un gruñido aquiescente, aunque no tenía ni idea de a qué se
refería.
—El agua de la ducha, ya sale caliente —reiteró Iris apartándose— y no
dura eternamente. —Se quitó la sudadera y pasó entre las cortinas. Un
segundo después, asomó la cara entre ellas y el vapor escapó en vaharadas
—. ¿Te apetece hacerlo en la ducha?
A Jay le apeteció.
—¡Joder, está ardiendo! —aulló al meterse. Dio un salto alejándose.
—Pues no pienso ponerla más fría —señaló Iris feliz bajo el agua
humeante.
Jay la miró, su cuerpo glorioso y sus pechos sonrosados, luego su polla
enhiesta y, por último, la cascada de agua hirviendo que caía sobre Iris.
Dio un paso atrás.
—Prefiero hacerme una paja a morir escaldado —lanzó el órdago.
Iris enarcó una ceja.
Él, a una distancia segura, se agarró la polla y comenzó a masturbarse.
Ella se lamió la boca.
Jay sintió que sus testículos se tensaban al ver su lengua. Se los amasó
con cariño mientras su otra mano subía y bajaba por toda su longitud,
despacio, disfrutando de la excitada mirada de Iris. Joder, iba a correrse solo
por esa mirada.
Ella curvó los labios en una sonrisita traviesa, se echó gel en las manos y
se las llevó a los pechos.
—Negociemos —le propuso. Jay asintió sin dejar de sacudírsela, los ojos
fijos en ella—. Bajo la temperatura dos grados si me prometes un orgasmo
épico.
—La pones templada y te prometo tres orgasmos antes de que te vayas
—regateó más interesado en observarla mientras se lavaba los pechos que
en quemarse o no bajo el agua.
Iris chasqueó la lengua disgustada.
—Ay, Morritos, ya te dije que no me gusta apresurarme. Prefiero uno
épico que tres rápidos. ¿Vale?
Jay, incapaz de hablar, aceptó con un cabeceo. Joder, Iris sabía cómo
acariciarse para volverlo loco.
Ella sonrió y giró el grifo bajando la temperatura una pizca.
Jay se adentró bajo la lluvia ardiente y se estremeció al sentir las
primeras gotas sobre su piel; desde luego, no la había bajado mucho. Un
segundo después, Iris le apartó la mano para agarrarle la polla codiciosa y él
se olvidó de todo. Hasta del calor abrasador.
Se besaron con avidez mientras sus manos redescubrían de nuevo sus
centros de placer. El agua y el jabón hicieron que sus pieles patinaran al
juntarse y ellos lo convirtieron en un juego apasionado en el que terminaron
de rodillas en el suelo.
Jaime coló la mano entre los muslos de Iris y frotó con el canto la vulva,
arrancándole un jadeo. Luego le friccionó el clítoris con el pulgar a la vez
que la penetraba con dos dedos. Ella tembló. Él la colocó a horcajadas sobre
su polla y se restregó contra su coño hasta que el placer amenazó con
robarle la razón.
—Dime que tienes condones en el baño —susurró contra sus labios.
Atrapó el inferior entre los dientes y tiró lascivo.
Ella negó con un gesto.
—Podemos masturbarnos mutuamente —propuso.
—Ni de coña —gruñó Jaime—. Ahora vuelvo. —La dejó en el suelo y
salió a la carrera.
Cuando regresó, temblaba de frío. Se metió en la ducha y casi oyó
chisporrotear su piel bajo el ahora agradable calor.
—Eres mi héroe. Te has arriesgado a congelarte los cataplines para no
dejarme a medias, eso tiene premio... —Y, sin más, se lo metió en la boca.
Jaime ahogó un gruñido de placer y apoyó las manos en la pared, el
placer a punto de derrumbarlo.
—Joder, reina, tienes una lengua que vale su peso en oro. —Bombeó
contra Iris.
Esta lo aferró por la base, conteniéndolo, y recorrió toda su longitud con
los labios y una mano, mientras con la otra le masajeaba los testículos.
Jaime aguantó unos minutos antes de agarrarla del pelo y tirar
apartándola.
—Si sigues, me corro, y te he prometido un orgasmo épico. —Se
arrodilló, la tomó del culo y la colocó a horcajadas sobre su regazo. Iris lo
rodeó con las piernas y las entrelazó contra su trasero—. Ponme el condón
—le pidió antes de lamerle la boca.
Poco después, ya protegidos, ella le envolvió el cuello con los brazos y
se enfundó la polla hasta el fondo mientras él le ceñía la cintura con las
manos. Se movieron despacio, probando su estabilidad y la postura hasta
que tomaron confianza y el perezoso contoneo se convirtió en una
cabalgada frenética en busca del orgasmo.
Iris lo alcanzó al sentir la boca de Jay alrededor de su pezón,
mordiéndolo para luego succionarlo. La mezcla de dolor y placer unido a su
polla taladrándola la lanzó al éxtasis, provocando también el de Jaime
cuando su vagina lo ordeñó ávida.
—Joder, reina... Joder... —Era incapaz de encontrar palabras para
describir lo que sentía. Si los anteriores le habían cortocircuitado el cerebro,
este se lo había fundido.
La abrazó con tanta fuerza que temió hacerle daño.
—Ídem, Morritos, ídem —gimió Iris, contrayéndose contra su polla aún
palpitante.
—Eso cuenta como una palabrota —señaló Jay con voz ronca.
—«Ídem» no es una palabrota.
—Pero «joder» sí y tú has dicho «ídem», ergo has dicho «joder» —la
picó.
—Sé de uno al que lo voy a castigar sin ídem conmigo como siga así.
—Y como sabes que no tienes razón, me amenazas. Qué injusticia... —
Sonrió contra el pecho de Iris—. Yo que te lo he dicho para que no soltaras
tacos por esa boca tan inocente y dulce que tienes, y tú vas e intentas
intimidarme. Eres cruel.
—No, si encima quieres tener razón. ¡Mira que eres liante! —Estalló en
carcajadas.
Jaime no tardó en acompañarla.

Pero todo lo bueno se acaba. Y ese momento maravilloso bajo la ducha


ahora templada —el calentador no da más de sí— también llega a su fin.

—Quédate en casa si quieres —le sugirió Iris cuando, ya vestidos, fueron a


la cocina a desayunar—. Sardi está a punto de despertarse, pero no lo
molestarás. Siempre se encierra en su cuarto a trabajar, dice que es el único
sitio donde se concentra.
Jay la miró reticente, no le apetecía quedarse en una casa ajena con un
tipo al que apenas conocía y que además se iba a encerrar en su dormitorio.
Sería como quedarse solo en un piso extraño y había vivido demasiados
episodios similares en su infancia, con su padre, como para que le
apeteciera revivirlos.
—Prefiero ir a la Venta, así aprovecho para trabajar un poco a Canela.
—Pero hoy no trabajas, ¿no?
—No, pero me gusta estar con Canela. —No pensaba confesar que no
quería ir al piso porque su hermano estaría durmiendo, sus sobrinas en el
colegio y Mor con ellas, y sería como estar en una casa vacía. Y él odiaba
los espacios cerrados, la soledad y el silencio, motivo por el cual iba los
lunes a la Venta a pesar de no trabajar.
—¿Quieres que te acerque? No tengo apenas que desviarme...
—No hace falta. Desde aquí no creo que tarde más de media hora
andando, y me gusta pasear, así que... —Se encogió de hombros.
Ella lo miró incrédula.
—¿Solo media hora? Lo dudo. Tienes que ir hasta el Tres Aguas para...
—No hace falta —la interrumpió—, puedo acortar por los sembrados.
—Como veas —aceptó Iris—. Esta tarde tampoco trabajas, ¿verdad?
—Exacto. No tengo clases hasta mañana a las diez.
Lo miró especulativa, acostumbraba a estudiar las tardes de diario, pues
pasaba casi todos los fines de semana fuera de Madrid, pero por una tarde
que no lo hiciera...
—Tengo máster hasta las siete y luego estoy libre. ¿Nos vemos? —
propuso.
—¿Dónde y a qué hora? —fue la respuesta de Jay.
Quedaron a las siete y media en el piso, pues la universidad estaba a
quince minutos de allí en coche (si este arrancaba a la primera).
Sardi entró en la cocina cuando Jay estaba preparando tostadas con pan
del día anterior e Iris apartaba del fuego la cafetera que borboteaba
escupiendo café negro.
—Buenos días, Morritos. —Le echó una larga y sorprendida mirada
antes de desviar la vista hacia Iris y enarcar una ceja interrogativo.
Iris se encogió de hombros y esbozó una sonrisa radiante.
—Nos quedamos dormidos —dijo con gesto pícaro.
—Ya lo veo. —Sardi sonrió malicioso y se dirigió a Jay—: ¿Hay
tostadas para mí?
Este asintió intrigado por el intercambio de miradas. Preparó dos
tostadas para el rubio y poco después Iris saltó del asiento, le dio un rápido
beso y salió corriendo.
—Qué interesante... —comentó Sardi cuando oyeron cerrarse la puerta
del piso.
—¿El qué?
—Que estés aquí. —Sonrió lobuno.
—¿Por qué?
—Tengo mucho curro atrasado, me voy a mi cuarto. Siéntete como en
casa —le palmeó la espalda—, y eso incluye meter tu plato y tu taza en el
lavavajillas —apuntó haciendo eso con los suyos. Se marchó de la cocina
sin dar respuesta a su pregunta.
Quince minutos después, Jaime salía del portal y miraba a su alrededor
tratando de ubicarse para ir... ¿Adónde? Le había dicho a Iris que iría a la
Venta, pero no le apetecía estar solo, aunque fuera con Canela. Se planteó
mandarle un mensaje a Sin, pero intuyó que estaría en la pensión
acompañada por uno o dos moteros. Demasiadas pollas para su gusto. Así
que retomó su primera opción: ir a la Venta. Se encaminó a la estación de
Renfe para, desde allí, atravesar por los sembrados.
Aunque también podría ir a... No, qué chorrada.
Eran las siete y media de la mañana. Demasiado pronto. Estaría
durmiendo. Al fin y al cabo, era su única mañana libre de la semana, seguro
que no le haría ni puta gracia que el tocapelotas de su hijo se presentara a
esas horas intempestivas a darle por culo.
La Venta era el mejor sitio para ir y Canela la mejor compañía que podía
tener.
Claro que también podía llamarla y preguntarle si le venía bien que se
pasara a verla. Para eso estaban los teléfonos, ¿no? Aunque quizá le sentara
mal que llamara tan pronto. Seguro que, si le contestaba (algo que Jay no
daba por sentado), lo haría enfadada (se le agarrotó el estómago). Él no era
lo que se dice un hijo modelo, la mitad de las veces la ignoraba y la otra
mitad no sabía de qué hablar con ella. No podía pretender que se
comportara con él mejor de lo que él lo hacía con ella. Tendría suerte si solo
lo mandaba a la mierda en lugar de encerrarlo a oscuras para que aprendiera
a no molestar a sus mayores.
Se le aceleró la respiración ante ese pensamiento. Joder, qué gilipolleces
se le ocurrían. Ciri no era Jethro. Y él ya no era un niño indefenso. Si Jethro
intentara encerrarlo ahora, no se lo permitía. Lucharía con uñas y dientes. Y
ganaría.
Sacudió la cabeza para quitarse a su padre de la mente. El tema no
trataba sobre lo que haría Jethro, sino sobre cómo reaccionaría Cirila si
fuera a verla o si la llamara. Algo que, por descontado, no iba a hacer. Sería
un error tremendo porque, en fin, una cosa era que su madre quisiera estar
con él en las comidas, en las clases o mientras trabajaba, y otra muy distinta
que le hiciera gracia que le jodiera su única mañana libre.
Nada. A la Venta y punto, basta ya de darle vueltas.
Aunque también podría mandarle un mensaje. Sería una buena solución,
porque no implicaba despertarla si estaba dormida. Y en caso de que
estuviera despierta podría A) darle alguna excusa diplomática para
deshacerse de él, B) fingir que no lo había leído porque estaba dormida y
contestar horas después o C) responder y aceptar con estoica paciencia la
indeseada visita del petardo de su hijo.
Pasó frente a una parada de autobús abarrotada de quinceañeros. Todos
comían bollos. Eran grandes, olían de maravilla y parecían deliciosos. El
estómago le rugió. Dos tostadas con mantequilla no eran desayuno
suficiente para él.
Les preguntó dónde los habían comprado.
Dos minutos después entraba en una pastelería llena de obras de arte,
porque eso y no otra cosa eran los manjares expuestos. Se le hizo la boca
agua al ver la ingente cantidad de bollos artesanos y el corazón se le rompió
en pedazos al pensar en tener que elegir solo dos (no tenía hambre, ni
estómago, suficiente para comer más). Se decidió, tras mucho dudar, por
una palmera de azúcar, un pepito de chocolate, una bamba de crema y un
tortel de nata. Salió y, al pasar frente a la parada, vio que la muchachería
seguía allí intercambiando bocados de sus desayunos. Sonrió, Nini decía
que la comida estaba mucho más rica cuando se compartía, y tenía toda la
razón.
Miró el paquete con los bollos y, con el pulso disparado, estudió en el
plano de la marquesina los autobuses que pasaban por allí. Quiso el destino
que el que en ese momento se detuvo frente a la parada fuera el que lo
llevaría a donde no sabía si debía ir. El corazón se le detuvo en el pecho
mientras pensaba si cogerlo o dejarlo pasar y seguir su camino a la Venta.
—A la mierda, si le molesta que se joda —jadeó sin aliento.
24

Las mejores decisiones son las que se toman con el corazón.

A las siete y veintitrés minutos de la mañana, Ciri sacó del horno el


bizcocho que componía la base del kremna rezina. Esa tarta eslovena de
vainilla, crema pastelera, hojaldre y nata era su especialidad, y quería
llevarla de postre a la comida con su hijo y su familia. Debería haber hecho
algo así semanas antes, había mostrado una pésima educación al aceptar sus
invitaciones a comer y presentarse sin llevar ningún obsequio, mas la falta
de un empleo limitaba —y esquilmaba— sus recursos ya de por sí escasos y
tenía que medir mucho en qué se gastaba el dinero.
Ahora todo había cambiado. Tenía trabajo. E iba a agasajarlos como se
merecían. Apagó el horno satisfecha por haberlo usado durante el tramo
más barato de luz. No le había costado adaptarse a los horarios energéticos,
no quería que sus compañeros de piso se enfadaran porque sus postres les
subieran la factura.
Dejó que el bizcocho enfriara y se esmeró en la crema pastelera,
decidida a que Jaime, su familia y Mario se chuparan los dedos. Sonrió al
recordar los exagerados gestos de gozo del profesor cuando le dio a probar
su potica. ¡Casi no había dejado para los clientes de la cantina! Estaba
deseando averiguar si le gustaba igual la kremna rezina, aunque, con lo
goloso que era, seguro que sí.
Acababa de terminar la crema cuando sonó el timbre. Atravesó sigilosa
el pasillo, estaba sola en el piso y sabía por experiencia que había personas
horribles en el mundo. Se paró sin hacer ruido frente a la puerta y,
amedrentada, acercó un ojo a la mirilla.
Se le escapó un jadeo conmocionado.
—Jamme... —musitó sin aliento al abrir.
—Hola. ¿Te pillo dormida? Qué pregunta más tonta, está claro que no.
—Removió los pies nervioso—. A quien madruga Dios le ayuda, ¿no? —
bromeó.
—Dios siempre ayuda —respondió Cirila, que solo había entendido sus
últimas palabras—. ¿Pasa? —Abrió de par en par, la ilusión aleteando en
sus ojos. Su hijo había ido a verla. La alegría era tal que el corazón se le
escapaba del pecho.
—¿No te importa? ¿Seguro? —la interrogó reticente—. Si te molesto,
me largo, no pasa nada, puedes ser sincera y mandarme a la mierda. Sé que
es muy pronto y no quiero darte por culo. Es solo que he pasado por una
pastelería y los bollos tenían una pinta bárbara y he comprado de más y he
pensado que tal vez te apetecería uno para desayunar. —Le tendió el
paquete.
Cirila los miró, al paquete y a él, llena de confusión.
—No has entendido ni una palabra, ¿verdad? —Se rascó la nuca con
gesto tímido.
—Desayunar, sí. ¿Café? Hago. —Agarró el paquete con una mano y la
mano de su hijo con la otra y lo guio a la cocina, temerosa de que lo pensara
mejor y se fuera—. No susto, cocina sin orden —arrugó el ceño—, pero ya
coloco. Hecho kremna rezina para casa Julio. —Esbozó una sonrisa feliz.
Puso el paquete en la mesa y separó una silla indicándole que se sentara.
—Café, leche fría, dos azúcar, ¿sí? —Revoloteó a su alrededor
colocándolo todo.
—Ya veo que te lo has aprendido —sonrió Jaime. Le sujetó la muñeca
cuando sirvió el café—. Siéntate conmigo —le pidió despacio—. Estarán
más ricos si los comemos juntos.
Ella se sentó y Jaime abrió el paquete. Cortó cada bollo en dos trozos.
—Prueba —empujó el plato hacia Cirila.
Ella tomó un delicado bocado y gimió con exageración, como si fuera lo
más rico que había probado nunca. Aunque, a tenor de lo bien que olía la
cocina y de la pinta que tenía la tarta a medio hacer, Jaime lo dudaba.
—Rico, rico... —afirmó Cirila tomando otro trocito de bollo.
—Has estado viendo a Arguiñano —la acusó jovial.
Ella ladeó la cabeza pensativa, interpretando sus palabras.
—Sí, buen cocina. Rico, rico.
Se comieron los bollos en un pispás, aunque más acertado sería decir que
Jaime se los comió, pues Cirila se llenó con pocos bocados. Tras desayunar,
Jaime probó la crema pastelera para la tarta, no fuera a ser que tuviera algún
defecto que subsanar (por supuesto, no lo tenía). Volvió a probarla un par de
veces más —nunca estaba de más cerciorarse de que todo estaba bien—
mientras Ciri le explicaba que era un dulce esloveno que le había enseñado
a hacer su tía Brigita. Y, sin saber cómo, acabó ayudándola a montar la tarta
y, de paso, rebañó la nata montada que quedó en el bol y se comió un
trocito de hojaldre que Cirila, en un descuido que no lo era, rompió.
—¡Bien, cocinero! —lo alabó cuando terminaron—. ¡Jamme mejor que
Arguiñano!
—Sí, seguro —ironizó con las orejas rojas—. ¿Tienes pensado hacer
algo ahora? —Ella lo miró sin entender y Jaime buscó otra forma de
preguntárselo—. ¿Vas a dar un paseo? —No se le ocurría qué otro plan
podía tener su madre.
—¿Contigo? —Los ojos de Cirila se llenaron de ilusión—. Sí. Sí. Visto y
ya. Tardo cero. —Se levantó con tanto ímpetu que estuvo a punto de tirar la
silla—. No vayas, espera mí. Tardo cero, prometo —reiteró saliendo al
pasillo, regresó un segundo después—. Pon tele para no aburres. Tardo...
—Cero —la interrumpió Jaime sonriente. Esa palabra era la mitad de
«cero coma», una de sus expresiones que Cirila había copiado, igual que
«estupendo» o «genial».
—¡Sí, cero! ¡Ya vuelvo! —Salió de nuevo al pasillo.
Jaime no pudo evitar echarse a reír contento al verla tan ilusionada.
Aunque su alegría no tardó en transformarse en mortificación al darse
cuenta de lo mucho que se había equivocado al creer que iba a rechazarlo.
Había sido al contrario, su felicidad era tal que no podía impostarse. No
había dejado de contarle cosas con las cuatro palabras —más de cien en
realidad— que sabía en castellano y se habían entendido de maravilla.
Se había mostrado emocionada, risueña y feliz de estar con él.
Y él era un puto cabrón desconfiado que siempre pensaba mal de ella.
Ciri no iba a desdeñarlo ni a enfadarse si le jodía algún plan sin pretenderlo.
Ella no era Jethro, y desde luego no era como ese cabrón le había hecho
creer. Era la mujer más buena que había conocido. Lo quería —o eso
esperaba— y no iba a volver a abandonarlo.
Se llevó las manos a la cabeza ante su último pensamiento.
No. Joder. Debía cambiar esa percepción. No lo había abandonado. Que
su padre lo dijera no lo hacía cierto. Jethro era un puto mentiroso, Ciri no.
Nunca renunciaría a él de manera consciente. Eso sí, no se había dado
mucha prisa en empezar a buscarlo. Se llenó de rabia al pensar en el tiempo
que había dejado pasar sin denunciar su robo, pero eso ya daba igual. Era
agua pasada: o eso se obligaba a creer, aunque lo rompía en dos cada vez
que lo pensaba, que era a diario. Lo que importaba era el ahora. Y ahora
Cirila estaba allí. Y no iba a marcharse.
Más le valía empezar a creérselo.
—Jamme...
Levantó la cabeza, no se había percatado de que había entrado en la
cocina.
—Moj otrok. —Observó preocupada su expresión atormentada—. No
triste. Todo bien.
Posó las manos en sus hombros deseando abrazarlo, pero sin atreverse.
No quería hacer nada que lo incomodara y, por cómo se mantenía siempre a
un paso de distancia de ella, tenía claro que las muestras de afecto, al menos
las suyas, no le gustaban.
—¿Jamme, bien? —inquirió preocupada. Antes de proponerle el paseo él
estaba feliz. Ahora ya no. Tal vez lo había entendido mal y no quería pasear
con ella y ella lo estaba obligando a hacerlo y por eso estaba disgustado.
—Sí, estoy bien. Es... Da igual. —Sacudió los hombros, librándose de
sus manos. Era un puto cabrón, no se merecía sus mimos.
—Si no quieres paseo, no importa —musitó dolida por su rechazo,
aunque lo disimuló. Dio un paso atrás otorgándole el espacio que él parecía
necesitar.
—Sí quiero paseo —rugió Jaime agarrándole las manos para impedir que
se escapara—. Y va a ser uno cojonudo. Te voy a enseñar Madrid. Lo vas a
flipar.
Cirila lo miró sin entenderlo pero captando su emoción. Solo esperaba
no malinterpretarlo y que realmente significara que quería pasear con ella.
—¿Has visto el Palacio Real? —continuó Jaime. Ella negó con la cabeza
tras perder un instante en interpretar su pregunta—. Pues hoy lo verás. Y la
Ópera. Y los Jardines de Sabatini. También podemos acercarnos a la Plaza
Mayor a por unos bocadillos de calamares. No, eso mejor no, Julio se
cabreará si luego no comemos. Pero podemos ir al Mercado de San Miguel
y tomarnos algún pinchito, es caro de cojones pero merece la pena. —Le
guiñó un ojo a la vez que le apretaba las manos, que no había soltado
durante toda la parrafada—. Lo vamos a pasar teta.
Cirila abrió unos ojos como platos ante su afirmación, que era lo único
que había entendido de todo lo que había dicho, tan rápido había hablado.
La comisura izquierda le tembló, esa palabra no era apropiada para la boca
de un hombre educado.
Jaime estalló en carcajadas ante su gesto de disgusto y tiró de ella hacia
la puerta.
—¡Jamme! ¡Espera! Hay frío, falta abrigo. —Lo soltó para ir a por él.
Cuando regresó le tendió la mano con timidez, por si quería volver a
cogérsela.
Jaime quiso.
Fueron a la puerta, pero no llegaron a cruzarla porque ella se frenó en
seco.
—Tarta... Es postre hoy.
—Eso va a suponer un problema. —Chasqueó la lengua—. No podemos
pasearla por todo Madrid. —Y tampoco podían dejarla allí, sabía la ilusión
que le hacía ofrecérsela a Julio—. ¿Mario te va a llevar a casa de Jules? —
inquirió, aunque conocía la respuesta. El profesor era poco menos que su
custodio. Siempre estaban juntos.
—¡Oh, sí! Yo olvida viene —jadeó abochornada por su imperdonable
descuido. Era una desagradecida—. Llamo no venga. —Sacó un móvil
prehistórico del bolso.
—¡No! ¿A qué hora llega?
—Una.
—Vale, pues lo llamamos a las doce y media para que nos pase a recoger
donde estemos y venimos aquí a por la tarta.
Cirila lo miró confundida y Jaime se pasó las manos por el pelo mientras
pensaba en cómo hacerse entender. Cirila se las bajó y lo miró sonriente.
—Yo no necesita saber, tú dices hace así y es bien.
—Eres la caña, Ciri —musitó conmovido al darse cuenta de que se fiaba
de él sin que nunca le hubiera dado motivos para ello, más bien al contrario.
La aplastó contra su pecho, por lo que se perdió la expresión de felicidad
absoluta de Cirila ante esa inesperada muestra de cariño—. ¡Vamos a
patearnos Madrid!
Cuán emocionante puede ser un paseo visto bajo el prisma de la ilusión.

—Mimo no mueve. Así. —Cirila se quedó petrificada en mitad de una


reverencia—. Jamme pone moneda en gorro y mimo mueve. ¡Y da flor! —
comentó entusiasmada mostrándole a Mario una florecilla medio mustia.
—Ya veo que os lo habéis pasado genial —señaló Mario en español.
—¡Estpendo! —exclamó ella—. Palacio Real tan bonito. —Se llevó las
manos al corazón—. Señora vestida antiguo dice historia...
—Nos encontramos con una ruta guiada teatralizada por el Madrid de los
Austrias y les pregunté si podíamos apuntarnos —explicó Jay—. No creo
que Ciri se enterara de mucho, aunque intenté explicarle la esencia de las
escenas, soy una nulidad como intérprete —resopló frustrado—. Aun así, el
teatrillo que hicieron los actores le encantó.
—Sí que os ha dado de sí la mañana —apuntó Julio encantado al verlos
tan felices.
—Es lo que tiene madrugar, da tiempo a todo —afirmó divertido Jay.
—Ya, como si tú madrugaras mucho —se burló Larissa.
—Más que tú, renacuaja. —Le pintó la nariz con un poco de puré de
patatas.
Ella le lanzó una bolita de pan mientras su gemela rompía en carcajadas.
Jay respondió al ataque revolviéndole el pelo. Larissa, menos comedida, le
dio un palmetazo en la tripa. Jay fingió caerse, con tan mala fortuna que
acabó cayéndose de verdad cuando la silla, harta de soportar sus saltos,
decidió prescindir de una de sus patas.
—Cabrones, no os riais... —protestó desde el suelo ante la risa de todos.
De todos excepto de su madre, que, preocupada, había saltado para
ayudarlo a levantarse—. Tranquila, Ciri, estoy bien. Solo bromeo. —Tomó
su mano, aunque no lo necesitaba, y se puso en pie—. Gracias por la ayuda.
—Le rozó la mejilla con los labios antes de cambiar la silla rota por otra y
sentarse.
Julio y Mario intercambiaron una mirada sorprendida. Jaime estaba
desconocido. Sonriente, cariñoso con su madre, atento, juguetón... Aunque
en realidad él era así antes de la llegada de Cirila. Antes de que su vida
diera un vuelco.
—¿Qué tal ayer con Iris? —indagó Julio como quien no quiere la cosa.
Esa increíble transformación solo podía tener un origen, la risueña morena
que lo tenía loco.
—Genial. —Recogió los platos—. ¿Sacamos la kremna rezina? He
ayudado a Ciri a hacerla y, no es por nada, está de putísi... muy rica —se
corrigió al ver temblar la comisura izquierda de los labios de su madre.
—Ya te imagino ayudando..., seguro que te lo has comido todo —bufó
Larissa.
—Todo no, he dejado un poco para Leah, que es mi sobrina favorita. —
Jaime le guiñó un ojo a esta.
—Chin-cha —dijo Leah a su hermana dándole un espasmódico codazo
de complicidad a Jay.
—Como sea verdad, te vas a enterar —lo amenazó Larissa plantándose
frente a él.
—¿Qué me vas a hacer, renacuaja? —Le puso la mano en la frente y,
como era tan alto, por mucho que la niña trató de golpearlo con piernas y
manos, no llegó a tocarlo, lo cual la enrabietó convirtiendo la broma en casi
una pelea.
—No chinches a tu sobrina, Jaime, o te quedarás sin tarta. Y tú, Larissa,
no pegues a tu tío —los amonestó Julio con una sonrisa que le quitó todo el
efecto a la regañina.
—¡No le pego! ¡No me deja! —protestó frustrada.
—¡Kremna rezina! —puso fin Cirila a la contienda al entrar con la tarta
en el salón.
Tío y sobrina se separaron y esperaron impacientes a que Cirila les diera
un trozo. Y, cuando acabaron este, otro. No dejaron ni las migas. Bueno, sí.
Cirila dejó apartado un trocito que guardó en un táper.
—Para Iris. —Se lo ofreció a Jaime.
—Gracias, le va a encantar —comentó con las orejas encarnadas—.
¿Hago café?
—Ya me ocupo yo —señaló Julio.
Cuando volvió con las tazas, Cirila y Mario se habían trasladado al sofá,
uno al lado del otro, dejando un hueco para Julio. Leah con su silla de
ruedas estaba junto al sillón ocupado por Larissa y Jaime, que ocupaba el
otro, se estiró todo lo largo que era, y lo era mucho.
—¿Por qué tienes un moretón? —le preguntó Larissa intrigada cuando la
camiseta se le subió dejándole al descubierto la tripa y el costado.
Él parpadeó confundido y se miró buscándolo.
—Ayer me pegué un golpe haciendo el cabra con Iris. —Esbozó una
luminosa sonrisa—. No te lo vas a creer, Jules, ¿sabes dónde estaba cuando
me dejaste en el X-Madrid?
—¿En una cafetería?
—¡En la piscina de olas, surfeando! ¡Dios! ¡Está loca! —Estalló en
carcajadas, aunque las cortó al ver la comisura izquierda de Cirila alzarse.
¿Qué narices había dicho que pudiera disgustarla? La respuesta le llegó al
instante: había mencionado a Dios. Debía tener cuidado con eso, su madre
se tomaba muy en serio los mandamientos y, si no recordaba mal, el
segundo era no tomar el nombre de Dios en vano.
—¿Hay una piscina para surfear en Madrid? —inquirió Larissa
interesada.
—Y un sitio enorme lleno de camas elásticas, trampolines, rampas...
Salté en todas, de ahí el moretón. Cuando estoy con ella peligra mi
integridad física. —Volvió a reírse y, sin pararse a respirar, pasó a
describirles su tarde con Iris.
Decir que lo miraron sorprendidos se queda corto. Estaban
conmocionados. Era la primera vez que hablaba voluntaria y abiertamente
de ella.
—Iris especial —afirmó Cirila cuando Jaime concluyó. Mario le había
traducido cada palabra susurrándosela al oído para no interrumpir a Jaime.
También porque le gustaba estar cerca de ella.
—Sí que lo es. Es superintensa —afirmó Jaime—, se come la vida a
mordiscos y apenas mastica antes de pasar al siguiente. Siempre está en
movimiento y, cuando decide hacer algo, lo hace. Pim, pam, pum y a por
ello. —Dio una súbita palmada—. Es superdecidida. También es muy
abierta, todo le parece bien, nada le resulta raro ni curioso. Y no tiene
filtros, todo lo que le pasa por la cabeza sale por su boca al instante.
—Doy fe de eso —apuntó divertido Julio.
—Jo, me encantaría conocerla. ¿Por qué no la traes a comer el lunes que
viene? —planteó Larissa.
—Trabaja —replicó Jaime al instante, su sonrisa risueña esfumándose a
la vez que sus ojos se posaban un terrible segundo en su madre. No quería
mezclar sus dos mundos.
Cirila bajó la cabeza y sonrió, fingiendo que no había visto la angustia en
la mirada gris de su hijo.
—¿El do-mingo? —apuntó Leah.
—Ya veremos. ¿Os apetece que os lleve a las camas elásticas? —desvió
el tema.
—¡Sí! —gritaron las gemelas a la vez.
—Espera un momento, hermano, eso es algo que tenemos que hablar...
—Julio miró preocupado a Leah, la gemela con parálisis cerebral.
La niña miró a su padre dolida antes de dirigirle una mirada suplicante a
su tío.
—Sí, claro, como quieras, Jules —aceptó Jay—. Ayer les preguntamos a
los monitores por la posibilidad de llevar a Leah y nos comentaron que los
niños con movilidad reducida pueden saltar en el parque siguiendo unas
normas. Yo sería el responsable de Leah y saltaría con ella en las camas
infantiles. Iríamos con cuidado, nada de saltos de la hostia, solo saltitos
chiquititos para ir probando cómo se nos da, ¿te parece, sobri? —Leah
asintió encantada—. Sería bueno para ella, Jules, la ayudaría a gestionar el
equilibrio y la coordinación. Háblalo con Mor, a ver qué opina —reclamó al
ver que lo miraba reticente.
—¡Genial! ¡Llámala ahora! —le ordenó Larissa excitada.
—¡Porfa, pa-pá! —apoyó Leah la moción.
Julio, acorralado, le dedicó una mirada amenazante a su hermano a la
vez que lo apuntaba con el índice, y luego tomó el móvil y se fue a hablar a
la cocina.
—Menuda encerrona le habéis hecho —se burló Mario sirviendo más
café—. Así que Iris y tú hablasteis con los monitores.
—Le comenté que a las gemelas les encantaría ir pero que no sabía si
sería adecuado para Leah y ella, sin pensarlo dos veces, acorraló a un
monitor y lo interrogó —señaló divertido—. Iris es así, lo piensa y lo hace.
—¿Le has hablado de nosotras? —inquirió Larissa.
Ciri prestó toda su atención a lo que Mario le traducía.
—¿Cómo no iba a hacerlo? Sois mis sobrinas favoritas.
—No tienes otras.
—Por eso sois mis favoritas. Si tuviera más, otro gallo cantaría...
—¡Te vas a enterar! —Se lanzó a por él y Jaime salió corriendo.
Cuando Julio regresó se encontró a su hermano acorralado contra la
pared usando a Leah, a quien abrazaba contra su cuerpo, como rehén para
que Larissa no lo atacara.
—Mor dice que le parece bien, pero que quiere ir con vosotros —dijo
con el teléfono pegado a la oreja. Eso puso fin a la cruenta batalla.
—¡Genial! ¡Dile que vamos mañana! —exclamó Larissa. Leah,
acomodada en los brazos de su tío, dio su aprobación con un brusco
asentimiento.
—¿Mañana? Es muy pronto, ¿no creéis?
—¡¡No!! Nada garantiza que la semana que viene no haya un
terremoto...
—O fue-go —apuntó Leah.
—O una guerra —continuó Larissa—. O un avión que se estrelle...
—¿Ya les has vuelto a dejar ver el telediario, Jules? —resopló Jay.
—No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy —intervino Mario.
Todos lo miraron sorprendidos, el profesor no solía mezclarse en asuntos
familiares—. No lo digo yo, sino Ciri...
Esta lo miró alarmada y Mario esbozó una sonrisa traviesa.
—¿Qué ocurre? —Jaime entrecerró los ojos. Esos dos tenían mucha
complicidad.
—No asunto mío. Solo digo a Mario, nadie más —musitó Cirila
avergonzada—. Siento meter pata donde no llaman.
—Es la nariz lo que se mete, Ciri —corrigió Jaime, dándose cuenta de
que su madre debía de haber hecho un comentario a Mario y este había
decidido exponerlo a los demás, tal vez para hacerla sentir parte de la
familia—. Y sí te llamamos. Eres de la familia. —Le guiñó un ojo. Esperó a
que Mario tradujera y luego se dirigió a su hermano—: Ya lo ves, Jules,
hasta Ciri está de acuerdo en que no debemos esperar, quién sabe si la
semana que viene no habrá una nueva glaciación que deje heladas las
camas...
—¿Qué es eso? —indagó Larissa preocupada.
Jaime se lo explicó y se vieron inmersos en un apasionante debate sobre
la posibilidad de que el planeta se cubriera con una capa de hielo, algo que
a Larissa no le parecía tan malo; debía de ser superchulo patinar sobre hielo
en la calle. Leah, en cambio, prefería que no se helara, eso de pasar frío no
iba con ella. Al final llegaron al acuerdo de que, para evitar complicaciones
futuras, lo mejor era ir a saltar lo antes posible.
—¿Mañana trabajas, tío? —le preguntó Larissa.
—Como todos los martes, sobri.
—¿A qué hora tienes la última clase?
—Si Elías no me añade a nadie, a las cinco —le guiñó un ojo a su madre,
pues era con ella—, y luego estoy libre... —Miró a su hermano.
Julio sintió sobre su persona el peso de las miradas de sus hijas y no le
quedó otro remedio que aceptar con un cabeceo.
Las gemelas estallaron en vítores y chocaron palmas con Jay. Acto
seguido, acosaron a Cirila y a Mario para que se añadieran al plan.
—Vamos, Ciri, solo tienes que ponerte pantalones en lugar de falda, así
no te verán las bragas —la animó burlón Jay. Su madre solo llevaba
pantalones cuando montaba.
Cirila enrojeció visiblemente cuando Mario se lo tradujo.
—No me jodas que lo has traducido literal —masculló Jaime. Mario
siempre filtraba las burradas que decía, ¿por qué no lo había hecho ahora?
—Si vas a hacer bromas con ella como protagonista, lo adecuado es que
lo sepa —señaló muy serio el profesor, dejando claro que no le gustaba su
actitud.
—Vale, lo capto, me he pasado... Lo siento, Ciri. —Le tomó las manos
—. Ven con nosotros, será divertido.
Ella lo miró con timidez y aceptó con un cabeceo.
—Pongo pantalones para no enseñar nada —sonrió. Intuía que Mario
estaba molesto con Jaime por reírse de ella, pero no era tan grave y quiso
quitarle hierro al asunto.
—¡Genial! Yo te dejo los calcetines antideslizantes —afirmó Larissa.
Acto seguido comenzó a desgranar todo lo que pensaba hacer al día
siguiente. Y no era poco.
Cuando Jaime se levantó para coger su cazadora, Larissa y Leah seguían
haciendo planes, pues ya que iban al X-Madrid podían aprovechar para
merendar antes de saltar y luego ir al cine para relajarse y después cenar en
una hamburguesería e incluso tomar un heladito de postre. Julio, por
supuesto, se negó en rotundo. Las niñas insistieron. Julio, al darse cuenta de
que su determinación —que con las gemelas nunca era mucha—
comenzaba a flaquear, decidió usar una distracción para escapar del acoso.
—¿Ya te vas, Jaime?
Eso puso el foco de atención en su hermano.
—¿Has quedado con Iris? —interrogó Larissa.
—¿Vas a sal-tar? —añadió Leah.
—Sí y espero que no, me duele todo el cuerpo de ayer —replicó Jay.
—Invita a Iris para que se una a la excursión de mañana —propuso Julio.
Jaime se quedó petrificado, un brazo dentro de una manga de la cazadora
y el otro fuera. Tardó en responder el tiempo que le llevó encontrar una
excusa.
—Las tardes entre semana hace un máster y luego estudia, por lo que no
sale. —Le lanzó una rápida mirada de refilón a su madre.
—Pero hoy vas a salir con ella... —Larissa entrecerró los ojos
desconfiada.
—Ya, bueno... —Se frotó la nuca, sus ojos volaron de nuevo a su madre
—. Como libro, se ha tomado la tarde para estar conmigo.
—¡Va-mos hoy! —exclamó Leah.
—No, qué va, sería muy precipitado. —Jay miró a su hermano
pidiéndole ayuda. Este no se dio por aludido.
—Pues entonces vamos todos juntos el lunes que viene —decidió
Larissa.
—Falta mucho para eso, ya lo iremos viendo —se desentendió.
A todos les quedó claro que no iba a invitar a Iris a saltar con ellos. A
Cirila, además, le quedó claro el motivo: se avergonzaba de ella y no quería
presentársela a la chica de la que estaba enamorado.
—No sé a qué hora llegaré, Jules, no te infles a mandarme mensajes,
estaré bien, prometido —le dijo Jaime antes de marcharse.
25
Irisadas_19.01
Acabo de salir de la uni, ¿tienes algo pensado para esta
tarde?

Jay_Horse_19.02
No. ¿Se te ha ocurrido algo? (?_?)

Irisadas_19.03
¡Sorpresa!

—Estoy muerto... —sopló Jay dejándose caer en la cama a plomo tras


quitarse las deportivas con dos patadas.
—Mira que eres flojo, Morritos —se burló Iris tumbándose sobre él. La
cama era pequeña y él grande y no se había molestado en echarse en un
lado, sino que la ocupaba entera, por lo que no le dejaba otra opción que
usarlo de colchón.
Algo que a Jay no le importaba en absoluto, más bien al contrario.
—Me duelen hasta las pestañas de lo cansado que estoy. —La envolvió
en sus brazos y le robó un beso.
—Lo dicho, eres un flojo. —Frotó la nariz contra su cuello, le encantaba
cómo olía.
—Y tú, muy movida. ¿Cómo se te ocurre ir a escalar después de la paliza
que nos dimos ayer? —bufó. Su sorpresa había sido ir a un rocódromo. Y
escalar era, además de difícil, cansado de cojones—. Tengo agujetas en las
agujetas.
—Pobrecito niño. Me das tanta pena que te voy a hacer un masaje. —
Saltó de la cama—. Quítate la ropa —le ordenó entrelazando los dedos para
hacerlos crujir.
—Es muy tarde y mañana trabajamos, tendría que ir yéndome... —señaló
Jaime indeciso, esos crujidos eran de lo más amenazadores.
—Claaaro..., y por eso me has seguido a mi cuarto y has cerrado la
puerta. —Esbozó una sonrisa llena de picardía.
—Aún sigo vestido...
—Algo que ahora mismo voy a solucionar. —Se sentó a horcajadas
sobre sus muslos, le soltó el cinturón, le desabrochó el pantalón y hundió la
mano bajo los calzoncillos—. ¿Tal vez debería hacerte aquí el masaje? —
planteó traviesa, amasándolo.
—Sería estupendo —gimió Jay.
—Pero no es donde lo necesitas, porque no has usado tu elefantito para
escalar...
—No me jodas, Iris, no llames así a mi polla, se merece un respeto —
protestó.
—Qué susceptible se nos ha vuelto el niño... —Se inclinó para besarle el
vientre y le fue subiendo el jersey mientras arrastraba la boca por su
abdomen, la espalda arqueada de manera que sus pechos y su tripa le
frotaran la erección.
Jay cerró los ojos ahogando un jadeo. Joder. Iris sabía lo que se hacía.
Sacudió las caderas cuando la chica de ojos eléctricos llegó a sus tetillas y
jugueteó con ellas con los dientes.
Iris, como premio por su respuesta, le quitó el jersey por la cabeza y le
atacó la boca con un beso voraz a la vez que cabalgaba sobre su entrepierna,
restregándose contra la erección sin permitir que la penetrara. Antes de ser
consciente de lo que pasaba, estaba de espaldas en la cama, con la cara de
Jay sobre su sexo y su lengua enterrada en la vagina. Le apretó la cabeza
con los muslos y lo dejó hacer su magia.
Y Jaime la hizo. A conciencia.
—Joder, Iris... —exclamó cuando por fin la penetró. Estaba caliente y
húmeda y se ajustaba a su polla como si estuviera hecha a su medida.
Ella le rodeó las caderas con las piernas, atrayéndolo hacia sí mientras lo
ceñía resbaladiza, robándole el poco control que conservaba.
—Eres la hostia, reina... —jadeó cuando la vagina se tensó con los
espasmos previos al orgasmo masajeándole la polla—. Dios... No voy a
poder esperarte si sigues así. —Entrelazó los dedos con los de ella y se
hundió hasta el fondo. Se quedó inmóvil aguantando la respiración con el
culo apretado en un intento de contener lo incontenible.
Iris, en respuesta, le dio un talonazo en el trasero, instándolo a moverse.
—Si me muevo, me corro... —gimió Jay.
—Si no te mueves, no llego... —replicó mordiéndole el hombro.
Eso decidió a Jay. Apretó los dedos de ella y sacudió las caderas más
rápido y profundo, hasta que todo se borró a su alrededor y solo quedaron
ellos en el mundo.
—Joder, Iris... He muerto y estoy en el cielo —murmuró exhausto poco
después.
Se quitó el condón y le hizo un nudo antes de tirarlo a la papelera, luego
atrajo a Iris hacia sí y ella se acomodó contra su costado, las piernas de
ambos enredadas.
—¿Qué locura tienes pensado hacer el próximo finde? —inquirió Jay
adormilado.
—Los Repes nos han apuntado a un torneo de sokatira, ya sabes, dos
equipos tirando de una cuerda a ver cuál lleva al otro tras la línea de meta
—explicó—. A todos menos a Sardi, por supuesto, él jamás se estropearía
sus delicadas manos haciendo el bruto —señaló risueña—. Y menos mal
que se ha plantado y ha conseguido parar a los Repes, porque ya estaban
pensando en apuntarnos a una prueba de hacer leña con un hacha... ¿Te lo
imaginas? ¡No hemos cogido una en nuestra vida! Como mínimo nos
habríamos cortado un pie, ¡o ambos! —estalló en una risa cantarina.
Jaime la miró pasmado. ¿Cómo se les ocurría siquiera pensar en
apuntarse a eso? Porque los Repes eran unos inconscientes que no le tenían
miedo ni respeto a nada. Más o menos como Iris, pero más exagerado.
—¿Dónde se celebra? —indagó confundido.
—En un pueblo de nombre impronunciable a tres cuartos de hora de
Bilbao. Sardi tiene el sábado por la mañana un desfile allí y a los Repes se
les ha ocurrido ir por la tarde a ver las competiciones que se celebran en ese
pueblo.
—No estarás en Madrid el sábado —comprendió él.
—Nos vamos el viernes y volvemos el domingo, llegaremos a comer.
Imagino que pillaremos algo típico de la zona y nos lo papearemos aquí, ¿te
apuntas? —le propuso.
—¿A la comida? Sí, claro. Al viaje no puedo, trabajo.
—Eres un hombre ocupado, como yo —musitó apoyando la cabeza en su
hombro.
—En realidad, tú eres una mujer, no un hombre. Tengo pruebas de ello
—bromeó.
—Y tú eres un inserte palabrota. —Le pellizcó una tetilla.
Él se encogió con un lamento gutural que escondía un gemido de placer,
esa mujer lo electrizaba cada vez que lo tocaba. La atrajo para besarla y,
casi sin darse cuenta, estaban de nuevo enredados en una placentera guerra
que finalizó con un empate de orgasmos.
—Debería irme, es tardísimo —dijo Jay poco después, los ojos cerrados
y el cuerpo laxo en la demostración grafica de la absoluta relajación.
—Tienes razón. Deberías irte ya. —Se hizo a un lado dejándole hueco
para salir. Jaime enarcó una ceja—. ¿A qué esperas, perezoso? —Lo
empujó para sacarlo de la cama.
—Pensaba que me invitarías a quedarme... —comentó remolón. Si de
verdad quisiera echarlo, ya lo habría mandado al suelo con una llave de las
suyas.
—Si quieres quedarte, ¿por qué dices que debes irte? —Lo miró llena de
picardía.
—No sé, convencionalismos sociales, supongo.
—A mí eso no me va. Me gustan los tíos sinceros que van a por lo que
quieren.
—Me doy cuenta. —Sonrió con suficiencia y anunció—: Me quedo a
dormir.
—Me parece perfecto.
Se tumbó sobre él, cruzó las manos sobre su pecho y apoyó la barbilla en
el dorso. Resbaló las piernas entre las de él y Jay dobló las suyas para
mantenerla encerrada contra su cuerpo. Ambos sumidos en una confortable
calma que Iris hizo trizas.
—Llevo desde que leí Sin Alma dándole vueltas a la novela.
—No me jodas, es una historia de mierda, no le des vueltas —ordenó
tenso.
—No lo es. —Recostó la mejilla en el pecho de Jay. La rapidez de sus
latidos la puso en alerta. Estaba alterado. Mucho. Sin embargo, cinco
segundos antes estaba adormilado—. No puedo dejar de pensar en Yago, en
su fuerza y resiliencia. Siento que tenemos una historia parecida, a ambos
nos faltó un progenitor en los primeros años de vida —afirmó
incorporándose sobre su pecho para poder mirarlo a los ojos.
Él esquivó su mirada al responder.
—Ya, bueno, son cosas que pasan. Duérmete, es tarde.
—La diferencia es que cuando mi padre apareció me quiso más que a
nada en el mundo; sin embargo, la madre de Yago lo abandonó con un
hombre terrible que lo atormentaba psicológicamente.
—Tampoco exageres. —Fue incapaz de contener el escalofrío que lo
sacudió ante su acertado enfoque. Jethro no era de castigos físicos, prefería
jugar con él. Lo divertía más.
—No lo hago. Encerraba a Yago a oscuras en el baño. No puedo
imaginar nada más terrible para un niño pequeño. —Trepó sobre él hasta
quedar cara a cara, de manera que no pudiera esquivar su mirada.
Así que Jay hizo lo único que podía hacer para demostrarle que esa
historia no tenía nada que ver con él: restarle importancia.
—No es para tanto, todos los padres castigan a sus hijos en algún
momento. —Se encogió de hombros con una indiferencia que la vena
palpitante de su cuello desmentía.
—¿Encerrándolos a oscuras durante horas?
«Y durante noches enteras.» Se estremeció al pensarlo, pero eso no era
algo que fuera a compartir con Iris ni con nadie. Lo que su padre le hiciera
solo le concernía a él.
—Yago era un desobediente que siempre estaba incordiando —«y un
llorón que daba vergüenza ajena»—, de algún modo tenía que castigarlo
—«y espabilarlo».
—Esos no eran castigos, Jay, eran torturas —aseveró dándole un beso
etéreo.
Un beso que a Jaime le supo a lástima y lo enfureció. Él no era Yago —o
al menos ella no podía saber que sí lo era—, ergo no tenía por qué
compadecerlo.
—Las novelas siempre tienen algo de drama. —La bajó de encima de él
y se metió bajo la sábana. Le costó la vida no esconder la cabeza bajo esta
para huir de esos ojos eléctricos que veían demasiado—. Es tarde, vamos a
dormir o mañana no habrá quien nos despierte.
Iris no le permitió aislarse. Apartó la sábana para acoplarse a él y los
cubrió creando un capullo protector entre ellos y el mundo con la suave tela
y las pesadas mantas.
—No sé quién era peor, si su padre o su madre —continuó—. Creo que
su madre...
Jaime la miró sorprendido.
—Su madre no lo castiga... —indicó confundido. Jethro era peor, por
supuesto.
—No, pero no está con él para protegerlo —replicó furiosa—. Lo
abandona con ese monstruo sin importarle lo que pueda ser de su hijo, lo
que pueda hacerle.
—Ella no sabe...
—¡Claro que lo sabe! Ha vivido con él lo suficiente para engendrar un
hijo, no puede no saber cómo es —sentenció con rabia porque se sentía, en
cierto modo, engañada. En el relato, al estar narrado desde el punto de vista
del niño, la madre ausente se convertía en un ser inalcanzable al que este
idealizaba, pero al tomar distancia de la visión de Yago y profundizar en la
historia prestando atención a lo que no mencionaba, quedaba claro que
Alma había dejado a su hijo con un maltratador a sabiendas—. El padre es
un sádico, pero Alma es peor porque sabe que lo es y deja a Yago con él.
Sabe que lo va a maltratar y le da lo mismo. ¿Qué clase de madre hace eso?
—Tal vez no tiene otra opción —la defendió Jay con un gruñido que le
salió de las entrañas. Cirila no era así. Había escrito ese estúpido cuento
antes de conocerla, e Iris la estaba juzgando a través de un relato
incompleto e incorrecto—. Falta una gran parte de la historia por narrar.
Todo está escrito bajo la mirada de Yago, pero a él le faltan datos y, por
ende, al lector también.
—Lo abandonó, Jay...
—¿Estás segura, Iris? Eso es lo que dice Jethro, pero es un puto
mentiroso. Nos falta la versión de Alma. No puedes juzgarla sin conocerla
—rugió. No permitiría que pensara mal de su madre. No era la villana de la
historia, sino la víctima. Solo era una niña a la que le habían robado a su
bebé.
Iris lo miró sorprendida por su defensa a ultranza.
—¿Quién es Jethro? —Entrecerró los párpados suspicaz.
A Jaime se le paró el corazón al recordar que en el relato no mencionaba
el nombre de Jethro, lo había borrado en un intento por convertir a su padre,
al menos sobre el papel, en la sombra que deseaba que fuera.
—El padre. Cuando empecé el relato lo llamé así, luego cambié de
opinión y lo borré —explicó con fingida desidia—. ¿Por qué no lo
dejamos? Es tarde, tengo sueño y no me apetece hablar de esa tonta historia.
—No es tonta, Jay, es una historia de resiliencia y resurgimiento.
—No me jodas, Iris... Es otra historia más de un niño idiota que busca a
su madre, solo le falta el mono Amedio para ser Marco —bufó despectivo.
—Hay mucho más que eso en Sin Alma —rebatió—. Yago emprende un
viaje en busca de su madre idealizada y, en lugar de eso, encuentra a un
adolescente que se convierte en su mentor y protector... Una especie de
hermano mayor que lo acoge, lo cuida y lo quiere como se merece. —Ladeó
la cabeza interrogativa y su mirada atrapó la de Jay intentando sumergirse
en profundidades a las que él no quería darle acceso.
Joder. Estaba atando demasiados cabos.
—Ese es un recurso muy de Dickens, ¿no? Utilizar personajes
idealizados en contraste con villanos que de tan malos son caricaturescos —
resopló desdeñoso fijando la vista en la pared para esquivar sus ojos—. Sin
Alma no es más que una copia burda de Oliver Twist. Yago es un pobre
huérfano con un tutor terrible que, en vez de convertirse en un monstruo a
su imagen y semejanza, es un buen chaval al que la maldad intrínseca de su
progenitor no logra subvertir, todo muy bonito e irreal.
—Yo no lo veo así. —Se interpuso entre sus ojos y la pared, obligándolo
a mirarla.
—Da igual cómo lo quieras ver. —Se sentó en la cama para poner
distancia con ella—. Es imposible que un mocoso al que han tratado como
el culo se convierta en un buen chico que recorre el mundo en busca de su
madre ausente. ¡No me jodas! ¡Toda la historia es de una inconsistencia
grotesca! —sentenció, su pecho bombeando aire con la fuerza de un fuelle
—. ¿Y sabes por qué? Porque la puta realidad es que los críos solo saben lo
que se les enseña a creer y, en el caso de Yago, eso es que Alma lo
abandonó. Así que no es lógico que la busque y quiera conocerla —afirmó
con rabia antes de apostillar, con aún más rabia—: Pero eso no significa que
Alma lo abandonara ni que sea una mala madre. Porque no lo es, joder.
Iris lo miró confundida por su feroz alegato, se contradecía a sí mismo.
O no.
—Lo único coherente de toda la jodida novela es que Yago decide que el
amor no vale la pena y se vive mejor sin él. —Se apretó las sienes como si
temiera que le fuera a explotar la cabeza.
—El amor siempre vale la pena —rebatió Iris arrodillándose ante él, le
apartó las manos de la cabeza y le besó las palmas.
Jaime esbozó una sonrisa impregnada de mordacidad.
—Siempre y cuando el príncipe cumpla los requisitos de escalar el
castillo y vencer al dragón —se burló soltándose—. Por cierto, ¿qué debe
hacer la princesa para demostrar su amor? —Enarcó una ceja—. Me parece
bastante machista por tu parte esperar esos sacrificios del príncipe mientras
que a la princesa no se le exige nada...
—¿Estás buscando bronca para cambiar de tema?
—No. Solo tengo curiosidad. Quiero estar prevenido para, en el remoto
el caso de que una princesa demente afirme estar enamorada de mí, saber
cuáles son los requisitos mínimos para creer en su amor y, si estos se dieran,
echar a correr y no parar.
—Tanto cinismo no es bueno, te pudre por dentro —le advirtió, para
luego responder—: Tendría que escalar un castillo y vencer a un dragón,
igual que el príncipe.
—Genial, me mantendré alejado de castillos y dragones. —Se tumbó
cubriéndose los ojos con el antebrazo—. Apaga la luz, Iris, estoy muerto de
sueño.
Ella lo hizo, se tendió a su lado y guardó silencio. Durante casi cinco
minutos.
—Tú nunca das puntada sin hilo... —soltó encendiendo de nuevo la
lamparita.
Jaime abrió los ojos confundido.
—Yo no coso —replicó burlón, mucho se temía que Iris volvía a la carga
con el relato de los cojones. Había sido un error dejárselo leer.
—Había algo que me llamaba la atención de la novela...
—¿Otra vez con eso? Déjalo estar, ¿vale? —bufó enfadado.
—No conseguía averiguar qué era —ignoró su orden—, hasta que esta
mañana se me iluminó una hipotética bombilla en la cabeza. —Fijó en él
una penetrante mirada—. «Yago» comparte raíz etimológica con «Jaime»...
El corazón de Jay se saltó varios latidos y comenzó a bombear frenético.
—¿Sí? No tenía ni puta idea —mintió. Saltó de la cama presionándose el
pecho. Le iba a estallar—. Voy al baño a potar. Tanto hablar del puto relato
me ha dado náuseas.
—¿Qué te ocurre, Jay? —inquirió preocupada, su respiración era tan
rápida y superficial que parecía una locomotora.
—No seas tan literal, reina. No voy a potar, era coña, solo voy a mear.
Escapó desnudo al pasillo y entró en el baño. Cerró la puerta, echó el
pestillo y recorrió errático el limitado espacio. Se paró y apretó las palmas
contra los azulejos helados. El frío le atravesó las plantas de los pies y se
expandió por su cuerpo haciéndolo temblar. O esa fue la mentira que
inventó para los estremecimientos que lo sacudían.
Alzó la mirada y vio su cara reflejada en los azulejos. No le extrañaba
que Iris lo hubiera mirado espantada, joder, parecía un loco al que se le
fueran a salir los ojos de las órbitas y los pulmones por la garganta.
—Eres idiota, tío. Es irracional que te pongas así por un puto relato.
Cálmate, hostia —se increpó golpeando la pared con las palmas.
No podía regresar al dormitorio tan alterado, Iris leía demasiado bien en
él, no podía dejar que lo viera así o sabría lo mucho que había de él en
Yago. De hecho, ya lo sospechaba. Un doloroso espasmo le contrajo el
estómago ante esa certeza.
Apretó la frente contra la pared.
¿Y qué? ¿Qué cojones importaba que lo sospechara o incluso que lo
supiera?, protestó la parte más racional de su mente. Él no era Jethro ni
Cirila. No había maltratado ni abandonado a nadie. Era la puta víctima,
joder. El niño molesto al que sus padres no querían. No tenía nada de lo que
avergonzarse. No tenía la culpa de que su padre fuera un cabrón ni de que
su madre hubiera tardado años en ir a buscarlo cuando se lo robaron.
Pero sí se avergonzaba de ser un niño blandengue y llorón, un cobarde
que se cagaba de miedo cuando se quedaba solo en la oscuridad y que no
tenía agallas para escapar de Jethro, algo que sí había hecho Yago, su alter
ego valiente y decidido.
Se avergonzaba de todas las veces que se había meado encima de miedo.
De todas las noches que se había dormido llorando mientras llamaba a su
madre en silencio.
Se avergonzaba de su miedo perpetuo y su debilidad intrínseca. Si no
hubiera sido un pusilánime, su padre no habría tenido que escarmentarlo
para que espabilara. Si hubiera sido más valiente, se habría enfrentado a
Jethro. Si hubiera sido más astuto, habría escapado. Si hubiera sido menos
pueril, no habría pasado toda su infancia soñando con la madre que lo había
abandonado.
Él quería ser como Yago. Duro, audaz y resolutivo. Frío e indiferente.
Pero no lo era. Y nunca lo sería, porque Yago no tenía miedo a la
soledad y él sí. Porque Yago había decidido no sentir y él sentía demasiado.
Cerró los ojos para no ver reflejado en los azulejos al niño perdido y
asustado que había sido. Que tal vez todavía era. Una lágrima resbaló por su
mejilla y se la limpió furioso. Él no lloraba. Nunca. Llorar era de débiles y
solo acarreaba castigos.
¡Santo Dios! ¡Tenía que dejarse de dramas! Tenía lo que siempre había
deseado: una familia que lo quería. Y en el lote iba incluida una madre que
lo apreciaba (de eso estaba casi seguro) y que no iba a abandonarlo (eso no
lo tenía tan claro). Una madre que Iris pensaba que no existía porque así se
lo había hecho creer. Una madre real a la que Iris tal vez despreciaría al
extrapolarla a Alma, la madre ausente y desnaturalizada de Sin Alma.
Joder. Gracias a un relato mal escrito había hecho que Iris, la chica más
alegre del mundo, aborreciera a Cirila, la mujer más buena del mundo. Vaya
puta mierda. Más le valía convencerla de que Alma/Cirila no era como
parecía antes de revelarle su existencia.
El estómago se le encogió en un doloroso espasmo ante este
pensamiento.
¿De verdad quería confesarle que le había mentido y que sí tenía padres?
Una madre que podría volver a desaparecer en cualquier momento y un
padre que era bastante peor que el del relato que tanto la había sobrecogido.
Eso sí que haría que sintiera lástima por él.
No quería su compasión. No la necesitaba. Y tampoco veía la necesidad
de mezclar a Cirila y a Jethro con Iris. Eran mundos distintos.
Se lavó la cara y enfiló el gélido pasillo guiándose por la tenue luz que
salía del dormitorio. Iris se había quedado dormida con la lamparita
encendida.
Se acercó sigiloso, aprehendiendo su imagen. Era preciosa. Más que eso,
exudaba una plácida calma que lo atraía como la luz a las polillas. Retiró
con cuidado las mantas y se metió bajo estas intentando no molestar su
sueño. Acababa de posar la cabeza en la almohada cuando Iris, aún
dormida, se le enganchó cual perezoso a un árbol, atrapándole el costado y
el brazo derechos bajo su cuerpo. Posó la cabeza sobre su hombro, le rodeó
con el brazo derecho el pecho y le envolvió los muslos con la pierna del
mismo lado.
Jay esbozó una apacible sonrisa y la rodeó con el brazo que le quedaba
libre. Poco después, su respiración se ralentizó hasta convertirse en un
suave ronquido, momento en el que Iris dejó de fingir que dormía y abrió
los ojos. Se incorporó sobre el codo izquierdo y lo miró preocupada. Todos
los escritores volcaban sus vivencias en sus escritos. Siempre había algo de
ellos en sus personajes.
¿Cuánto de Jaime había en Yago?

***
JayHorse_6.28
Jules, sorry x no avisar. Me he quedado
a dormir con Iris. Voy directo a trabajar desde aquí. Dile a
Mor q no me espere.

—Dos noches seguidas... Me tienes estupefacto —le dijo Sardi a Iris


cuando ella y Jay entraron en la cocina a desayunar. Deslizó una larga
mirada sobre ambos y esbozó una sonrisa lobuna—. Buenos días, Morritos.
¿Has dormido bien?
—Sí, claro —replicó Jaime un tanto incómodo por su escrutinio.
—Mal asunto... —Chasqueó la lengua.
—¿Por?
—¿Los dos juntos en una cama tan pequeña y perdéis el tiempo
durmiendo? Menuda herejía, con la de cosas entretenidas que podríais haber
hecho... —Le guiñó un ojo y se bebió el zumo de naranja que acababa de
exprimir—. Voy a ducharme, espero que hayáis dejado el baño recogido...
—les advirtió yendo a la puerta.
—Uy, qué va, nos hemos dejado un montón de condones en la ducha...
No solo se pueden hacer cosas divertidas en la cama —bromeó Iris
sacándole la lengua.
—Estupendo, Iris, mátame de envidia... —Puso los ojos en blanco y
salió.
Desayunaron apresurados, pues habían tardado más de lo previsto en
ducharse —se habían enjabonado a conciencia— y Jaime iba con el tiempo
justo.
—¿Quieres que te acerque? Tengo tiempo —se ofreció Iris cuando
salieron a la calle.
—No hace falta, no tardará en venir el autobús.
—Pero desde la parada hasta el complejo tienes un rato andando —le
recordó.
—Diez minutos a buen paso —desestimó con un gesto nervioso.
Iris lo miró recelosa, había estado en la Venta y sabía que no se tardaba
diez minutos en llegar desde la parada, sino el doble. Casi le salía más a
cuenta ir andando desde allí, pues tardaría poco más de media hora.
—Tú sabrás. —Se encogió de hombros. Si Jay prefería caminar muerto
de frío por el campo a ir con ella en el coche, él se lo perdía—. Te llamo el
domingo para comer.
Jaime la miró turbado. Estaban a martes.
—Tengo que estudiar si quiero sacarme el máster, y tu presencia
constituye una distracción de la que no puedo sustraerme —explicó Iris
interpretando su gesto, complacida al ver que a él también parecía
disgustarle esa separación.
—Sí, claro. Yo también tengo que hacer cosas. —Como llevar a sus
sobrinas a saltar, escribir el libro que llevaba meses sin tocar o trabajar a
Canela, pero ninguna era tan atrayente ni satisfactoria como estar con ella
—. Nos vemos el domingo.
26

Se vieron el domingo y durmieron juntos, también el lunes. El martes, antes


de irse a sus respectivos trabajos —qué remedio— quedaron para el
siguiente domingo, pues Iris pasaba fuera casi todos los viernes y sábados,
ya fuera acompañando a Sardi en sus desfiles o a los Repes en sus eventos
frikis. Ese domingo —y el lunes que lo siguió— volvieron a compartir
cama. Y al despertar quedaron de nuevo para el siguiente estableciendo sin
pretenderlo una rutina que era un claro indicativo de la relación que,
supuestamente, no tenían. Entre semana, aunque no se veían en persona —
obligación manda—, mantenían un intenso contacto telefónico que
comenzaba cuando el primero en despertar escribía al otro dándole los
buenos días. A partir de ese momento, los mensajes se sucedían a lo largo
de la jornada culminando algunas noches —la mayoría— en
videoconferencias que ninguno quería terminar.

Domingo, 24 de marzo
Jaime se pasó la mano izquierda por la nuca dándose nerviosos tirones de
pelo mientras sujetaba en la mano derecha el móvil y con el pulgar iba
pasando o deteniendo las historias que Iris había subido a Instagram a lo
largo del sábado. No podía decirse que el desfile en el que había participado
Sardi fuera discreto. De hecho, encajaría a la perfección en el Infierno, el
sótano de temática BDSM del Lirio Negro.
Iris y el rubio estaban en Lisboa, participando en la presentación de un
nuevo diseñador de lencería femenina por el que las revistas de moda
apostaban fuerte. Y no era que a Jaime le extrañara. Las prendas con las que
desfilaban las modelos eran puro erotismo. Arriesgadas, potentes, picantes.
Y a Sardi le sentaban de maravilla. Nunca había visto nada más sexy que al
rubio (des)vestido con un bóxer de satén negro de cintura tan baja que
parecía a punto de escurrírsele por las caderas, un cinturón corsé de cuero
negro cerrado con corchetes que enfatizaba la delicada esbeltez de sus
formas y dos cruces de cinta negra cubriéndole las tetillas. El pelo
cayéndole en cascada hasta media espalda y una fusta en la mano que
sacudía mientras se contoneaba por la pasarela sobre unos stilettos negros lo
convertían en el fruto prohibido que cualquiera querría probar.
Pasó varias historias hasta llegar a las fotos de la fiesta posterior al
desfile. Algunas eran selfis con un Sardi despampanante ataviado con unos
leggins plateados y una camisa de satén negro sin botones que exponía su
delicado torso lampiño, pero lo que más abundaba eran los vídeos en los
que Iris bailaba con hombres y mujeres escasos de ropa. No cabía duda de
que le gustaba bailar. Y el contacto físico. Arrugó el ceño al verla hacer
twerking contra un gilipollas profundo con cara de salido que le agarraba
las caderas pegándola a su entrepierna.
—Jamme..., ¿todo bien?
Apartó la vista del móvil, su madre acababa de salir de Descendientes
con Educada y lo miraba con la cabeza ladeada.
—Sí, todo cojonudo. —Se guardó el móvil en el bolsillo trasero y se
acercó a revisar que hubiera equipado correctamente a la yegua, como así
era—. Vale, monta... —Y, sin más palabras, enfiló a la pista.
Cirila lo siguió turbada por su mutismo. Desde que Iris había regresado a
Madrid, Jaime era otro. Estaba animado, sonreía más y bebía menos.
También estaba más centrado y su genio era menos volátil. Y, desde el
improvisado desayuno en su casa, había tomado la costumbre de ir a la
cantina después de comer para charlar con ella. Muchas tardes también se
acercaba en la merienda. Lo había visto más en esas dos semanas que en los
dos primeros meses. Cada vez hablaban más, o, mejor dicho, él hablaba
más y ella lo escuchaba encantada. Por lo que le resultó raro su huraño
silencio, más aún cuando ese día vería a Iris tras una semana separados,
algo que debería alegrarlo. Tal vez lo había entendido mal y la joven no
regresaba todavía y por eso estaba resentido.
—¿Hoy ves Iris? —indagó apocada. Jaime asintió cortante—. ¿Ella ya
en Madrid?
—Ni puta idea —repuso Jaime arrugando el ceño.
—Jamme... ¿Todo bien?
—¡Ya te he dicho que sí, joder! —estalló sobresaltando a la mujer y a la
yegua, que se paró sobre sus pezuñas mirándolo desconfiada.
—Lo siento... No quería molestar. —Cirila bajó la cabeza dolida.
—No molestas, joder —gruñó sintiéndose fatal por volcar su rabia en
ella. Una rabia que no debería sentir porque, a ver, Iris era libre de hacer lo
que le diera la gana, incluso liarse con gilipollas profundos con cara de
salidos—. Es solo que... no me gusta repetir las cosas. —Se pasó las manos
por el pelo, frustrado.
Cirila asintió a pesar de no haber entendido la totalidad de lo que había
dicho y alargó una mano para posársela en el hombro.
Él se apartó antes de que llegara a tocarlo y aceleró el paso. Ella lo
siguió a la pista y Jaime comenzó la clase. Le fue indicando las distintas
transiciones que debía hacer con gesto serio y mirada ausente. Ninguna
broma ni sonrisa abandonó sus labios, tampoco ningún cumplido. Parecía
que se le hubiera comido la lengua el gato. O que estuviera muy disgustado
con algo.
Cirila no pudo evitar pensar que una madre como Dios manda
preguntaría a su hijo qué le ocurría. También que Mario tenía razón, no
podía andarse siempre con pies de plomo con Jaime, temerosa de decir o
hacer algo que le desagradara. Era su madre, tenía que portarse como tal,
aunque la aterrara molestarlo y que volviera a alejarse de ella, como había
hecho los meses anteriores.
—Jamme..., habla conmigo... —le pidió preocupada.
—¿De qué? ¿Del tiempo? —resopló desdeñoso—. Hace un día
cojonudo, lo mismo hasta llueve, joder. —Sintió una extraña satisfacción
cuando la comisura izquierda de su madre tembló para luego alzarse
desaprobadora.
—¿Iris es bien? —insistió Cirila.
—Tienes que decir «está». «¿Iris está bien?» —la corrigió malhumorado
—. Sí, está de puta madre. Cambia al trote.
—Jamme...
—No estoy de humor para charlas, ¿vale? Mejor me dejas a mi aire hasta
que se me pase... —soltó frustrado. No podía evitar estar cabreado y no
quería pagarlo con ella.
—No entiendo —suspiró atormentada. Su hijo estaba mal y no podía
ayudarlo porque era incapaz de comprender lo que le decía. Lágrimas de
frustración y rabia acudieron ardientes a sus ojos.
—Me cago en la puta, Ciri... —Jaime fue con ella disgustado al ver lo
que había provocado con su grosería—. No llores, no es para tanto, joder...
—¿Ocurre algo, Cirila? —Mario, que en ese momento regresaba con sus
alumnos a Descendientes, se acercó al ver la cara demudada de la mujer y el
gesto hosco de Jaime.
—No. —Bajó la cabeza para que no viera sus ojos brillantes.
—¿Jaime? —le reclamó amenazador a Jay.
—¿Mario? —replicó este burlón.
Mario enarcó una ceja y saltó la cerca para adentrarse en la pista.
—¿Intentas cabrearme? —lo exhortó parándose frente a él con gesto
peligroso.
—Mario —lo llamó Cirila interponiéndose con Educada entre ellos—.
He hecho potica como postre menú hoy... Guardo ración, ¿sí? —le dijo con
lo que esperaba fuera una sonrisa encantadora, aunque no la sentía como
tal.
Mario echó una feroz mirada a Jaime antes de centrar toda su atención
en ella, consciente de lo que pretendía: evitar que se enfrentara a Jaime. Se
lo concedió. Por nada del mundo quería disgustarla, de eso ya tenía la
exclusividad el cabronazo de su hijo.
—Es mi postre favorito, mejor guárdame dos. O tres... —Sus labios
dibujaron una sonrisa torcida que cambió toda su cara, convirtiéndola en la
de un pilluelo.
Cirila asintió con timidez, su boca arqueada en una sonrisa espontánea y
sincera.
—Tienes las riendas muy tensas, relaja los dedos —comentó Mario
tomándole una mano entre las suyas para masajearle los nudillos y las
falanges, luego hizo lo mismo con la otra—. Mantenlas sobre la cruz del
caballo —le indicó en alemán, llevándole las manos a la posición correcta
—. Y si tu querido niño vuelve a hacerte llorar, no habrá ningún postre que
evite que le dé un escarmiento —continuó mientras le masajeaba
(acariciaba) la parte más sensible de las muñecas—. ¿Entendido?
—Entonces serás tú quien me haga llorar... —replicó ella en el mismo
idioma.
Mario tomó aire con brusquedad al oírla, desde luego sabía negociar.
—Ese es un argumento de peso, Ciri. Está bien. Me mantendré al
margen, pero tienes que dejar de consentirlo —la advirtió antes de retomar
el castellano y mirar a Jay, quien, a pesar de no entender ni palabra, los
había observado con atención—. Pórtate bien y no seas capullo. —Saltó la
cerca para dirigir a sus alumnos a Descendientes.
—¿De qué coño habéis hablado? —le reclamó Jaime a Cirila.
—Nuestras cosas —contestó ella arreando a Educada para ponerla al
trote.
Jaime frunció el ceño y se giró para echar un último vistazo al profesor.
Lo pilló mirando a su madre. Y Cirila correspondía a su mirada.
—Te llevas bien con Mario —comentó Jaime como quien no quiere la
cosa.
—Es buen hombre... ¿Saltamos barritas? —le propuso.
Y Jaime lo tomó como lo que era: un cambio de tema en toda regla.
El resto de la clase continuó sin incidentes. Y sin charlas.
—Da un par de vueltas al paso para relajar a Educada —le pidió Jaime
tiempo después.
Cirila asintió, consciente de que era la rutina de final de clase, por lo
que, cuando las diera, regresarían a la cuadra y no volvería a verlo hasta el
desayuno del día siguiente. Lo observó mientras, sentado en equilibrio en la
cerca, miraba el móvil con los labios apretados. No dejaba de pasarse la
mano por la nuca dándose pequeños tirones.
—¿Escrito Iris? —le preguntó al pasar junto a él.
—Todavía no. Su vuelo no sale hasta las doce y media, así que estará
dormida... Ayer estuvo de fiesta hasta tarde. —Torció la boca malhumorado.
—¿No gusta vaya de fiesta? —indagó Cirila armándose de valor.
—Me da igual —replicó encogiéndose de hombros.
No mentía. Le parecía maravilloso que se fuera de fiesta, él también salía
los viernes y sábados por la noche con Sin. Lo que lo jodía hasta hacerlo
rechinar los dientes era verla en actitud sugerente con gilipollas profundos y
saber cómo acabaría la noche.
Tomó una bocanada de aire y se guardó el móvil. Y justo en ese
momento sonó. Lo sacó del bolsillo y abrió Instagram.
—Ya escrito —dijo Cirila, y no era una pregunta, al ver la sonrisa de su
hijo.
—Sí. Me espera en el X-Madrid a las tres y media.
Saltó de la cerca, abrió la cancela de la pista para que Ciri saliera con
Educada y enfilaron a Descendientes a buen paso, pues, aunque aún no eran
las once, Jay tenía clase al cabo de unos minutos y Cirila debía preparar el
menú de la cantina.
Estaban a pocos metros de Descendientes cuando la dependienta de la
tienda salió de esta sacando uno de los expositores de pienso.
—Dichosos los ojos, Jay —lo saludó.
—¿Qué tal, Mati? ¿Mucho lío? —Se paró frente a ella y Cirila se detuvo
con Educada pocos pasos por delante.
—No más del habitual.
—¿Y Hugo? Llevo sin verlo desde el viernes —preguntó más por
cortesía que por interés.
—De concurso en Cádiz, vuelve esta noche... Todavía me debes uno —
le recordó con una sonrisa traviesa.
Jay la miró especulativo, razón no le faltaba. La había dejado a medias
hacía unas semanas y no habían vuelto a coincidir a solas —porque él no lo
había propiciado— para así poder «pagar su deuda».
—Voy a estar en casa toda la tarde... —señaló Mati al verlo vacilar. Se
acercó a él y, colocándose de manera que la tapara con su envergadura, le
deslizó los dedos por el pecho. Los detuvo en la cinturilla—. Tan solita... —
Coló el índice bajo el pantalón y le dio un tirón antes de apartar la mano.
—Para esta tarde ya tengo planes. —Arrugó el ceño disgustado, aunque
no tenía claro que su irritación se debiera a no poder aceptar la tentadora
oferta. Más bien era al contrario. Le molestaba no querer aceptarla, lo cual
era de locos. No tenía sentido cabrearse por no aceptar una invitación que
no quería aceptar.
—¿A qué hora has quedado? Cierro a la una y media... —propuso
trazando con el dedo espirales alrededor del ombligo de Jay, por debajo de
la sudadera que llevaba.
Él tensó el estómago ante el inesperado roce, pero no le apartó la mano.
La miró meditabundo. Su última clase terminaba a la una y hasta las tres y
media no había quedado. Fijó la mirada en Mati, era una morenaza de
impresión que follaba de maravilla. Y, joder, él era tan libre como Iris para
hacer lo que le diera la santa gana.
—A las dos en la vieja pista de cross —dijo tras titubear varios
segundos.
—No me falles esta vez... —le advirtió dándole un apretón en el paquete.
—No me presiones, reina. —Le aferró la muñeca con fuerza,
apartándole la mano.
—No seas bruto... —Trató de escapar de la presa de sus dedos, él no se
lo permitió.
—No me toques los cojones —le ordenó soltándola con brusquedad.
—Guarda toda esa rabia para follarme, machote —le susurró lasciva
antes de entrar en la tienda.
—Jamme...
Jaime se sobresaltó al oír a su madre. Joder. Se le había olvidado que
estaba unos metros por delante de ellos. Se giró para mirarla y no le hizo
falta ver la comisura alzada de su boca para saber que estaba disgustada.
—¿Qué? —le reclamó ocultando su turbación bajo una capa de desdén,
aunque sus orejas en ignición no había manera de esconderlas.
Puede que Cirila no hubiera entendido lo que se decían, pero no era tonta
y sus gestos hablaban por sí mismos. Y, joder, con lo beata y virtuosa que
era, dudaba que le gustara que su hijo follara con una mujer casada, menos
aún cuando suponía que estaba saliendo con Iris. Seguro que le pegaba la
bronca por ser un adúltero o algo por el estilo. Pues no se lo iba a consentir,
era mayor de edad y estaba soltero, podía hacer lo que le saliera del rabo.
Se preparó para discutir, algo que, de verdad de la buena, le apetecía
muchísimo. Tal vez así lograra quitarse el malhumor que tenía encima
desde la noche anterior, cuando Iris empezó a subir las puñeteras historias
de la fiesta a Instagram.
Cirila no le dio la oportunidad que tanto deseaba.
—¿Estarás bien contigo si vas con Mati? —le preguntó preocupada.
Eso le rompió todos los esquemas. No se enfadaba por su promiscuidad
ni le soltaba un sermón sobre la fidelidad. No. Ella lo miraba con cariño —
amor— y le preguntaba si iba a estar bien.
—Seguro que sí. El placer siempre me hace sentir bien. —La desafió a
contradecirlo.
Cirila asintió bajando la cabeza, aunque no consiguió ocultarle a Jaime la
decepción que anidaba en su mirada. Se apeó de Educada y se acercó a él
para cobijarle la cara entre sus manos.
—«El que ama el placer será pobre.» —Se puso de puntillas para besarle
las mejillas.
—Eso suena a algo que diría tu Dios —replicó desdeñoso, pero no se
apartó de ella.
Cirila esbozó una sonrisa modesta.
—Proverbios 21, 17.
—Joder, ¿te sabes la puta Biblia? —resopló.
A Cirila le cambió la cara. Le temblaron las aletas de la nariz y le
palpitaron los pómulos.
—No dirás más eso —le exigió con voz gélida—. Respetarás mi fe.
Jaime se quedó paralizado por su ferocidad. Nunca la había visto
cabreada. Y era impactante. No había en ella ni un ápice de su fragilidad y
timidez habitual.
—Jamme, respetarás mi fe y mi Dios —reiteró para luego exigir con un
tono que no admitía réplica—: Di sí.
Jaime sacudió la cabeza aquiescente, incapaz de desobedecer su orden
directa.
—Vamos a la cuadra, al final llegaré tarde a la siguiente clase... —echó a
andar.
Irisadas_13.17
Jay, lo siento. El vuelo va con retraso, todavía no hemos
despegado. Por lo que dicen no vamos a llegar a Barajas
hasta las tres y mucho... No sé a qué hora podré estar en el
X-Madrid, pero no será antes de las cinco. Te aviso cuando
aterrice y quedamos.

—Llegas tarde. Casi hora comidas. Ven... —llamó Cirila a Mario desde
la puerta batiente de la cocina nada más verlo entrar en la cantina—.
Vamos. Prisa...
El profesor arqueó una ceja intrigado por su urgencia. Ella casi lo agarró
de la chaqueta para hacerlo entrar más rápido en la cocina.
—Prueba. —Le puso un plato con una tartita individual frente a la cara.
—¿No debería dejar el postre para después de comer? —inquirió en
alemán observando lujurioso el chocolate que recubría la tarta, tenía una
pinta magnífica.
—No postre. Es tarta. Prueba.
—Ya veo que es una tarta —dijo burlón. Le dio un bocado bajo la
apremiante mirada de Cirila—. Buenísima.
—¿Chocolate muy dulce? —planteó inquieta.
—Sí, pero está bien. Me gusta muy dulce.
—A Jamme no. Él gusta negro —comentó preocupada—, pero no sé
receta esa tarta.
—Búscala en internet...
Ella lo miró como si acabara de descubrirle el mundo y, sin pensarlo dos
veces, le tendió su móvil prehistórico.
—Por favor, busca. Yo no sé.
Mario le devolvió el móvil y sacó el suyo; era imposible buscar nada con
un mínimo de rapidez con ese móvil antediluviano, y eso en el supuesto de
que tuviera datos, que lo dudaba. Cirila e internet no tenían una relación
muy buena.
Encontró varias recetas en alemán que le enseñó. Ella las leyó interesada
y salió disparada al almacén. Regresó con un cuaderno y un lápiz, dispuesta
a copiarlas.
—Déjalo, te las imprimo luego en Descendientes y te las traigo —la
paró.
Cirila le dedicó una sonrisa de felicidad sin límites y, sin pensar en lo
que hacía, le dio un casto beso en la mejilla. Se retiró al instante, las
mejillas tan rojas como las orejas.
—Vaya..., ya sé de quién ha heredado Jay sus orejas rojas —musitó
Mario divertido, colocándole tras la oreja el largo flequillo y, ya que sus
dedos estaban por la zona, le acarició el pómulo con el pulgar—. Estás
preciosa cuando te sonrojas.
Ella se sonrojó aún más.
—Ciri, ¿cómo va el estofado? La sala se está llenando. —Felipón entró
en la cocina—. Hombre, Mario, ya te estaba echando de menos en el salón.
—Lo saludó con un palmetazo en la espalda—. Menuda pinta tiene esa tarta
—le dijo a Cirila—. ¿Por qué la has hecho tan pequeña? —La cogió.
Cirila se la arrebató de un tirón, sorprendiéndolo, y también a Mario.
Nunca se mostraba posesiva con sus dulces, al contrario, le gustaba
compartirlos.
—No sacas de cocina. Chisss... —Se llevó el dedo a los labios en el
gesto universal de pedir silencio—. Nadie sabe. Tarta chocolate es secreto.
—Volvió a llevarse el dedo a la boca.
—Vale... ¿Por qué? —indagó Felipón.
—¡Sorpresa! —exclamó sonriente antes de guardar la tarta en un táper y
este en una bolsa de plástico que dejó en la nevera—. Luego llevas a casa,
postre tu cena —le indicó a Mario enfilando hacia la puerta batiente—.
Hora dar comidas.
Una sonrisa enorme se dibujó en sus labios al salir al salón y ver a su
hijo apoyado en la barra, hablando con su hermano y su jefe, mientras
tomaba una cerveza.
—Jamme, no has ido... —murmuró tomándole las manos.
—Cosas que pasan. —Miró a Mario, que, como siempre, era la sombra
de su madre—. Tradúceme, porfa. —Quería que Cirila entendiera lo que iba
a decir. No tenía por qué darle explicaciones, pero prefería que le quedara
claro. La miró y le explicó—: El vuelo de Iris se ha retrasado y no sé a qué
hora comeremos, así que he pensado en tomarme unas tapas para no morir
de hambre. Por eso estoy aquí. —Como si no hubiera ido a la cantina para
que lo viera y supiera que no había ido con Mati.
Porque, joder, no le apetecía decepcionar a su madre. Además de que
había dado en el clavo con su puñetera pregunta. Solo pensar en follar con
alguien que no fuera Iris lo hacía sentirse mal. Tal vez ya iba siendo hora de
aceptar que estaba más enganchado a esa morena de ojos eléctricos de lo
que quería reconocer. Y que por eso llevaba siglos sin pegar un puto polvo
con nadie que no fuera ella.
Desde luego, había que ser gilipollas. Pero gilipollas profundo.
—Jamme... Soy orgullosa de tú —afirmó Cirila apretándole las manos
—. Eres hombre que siempre soñé seas. —Le soltó una mano para
acariciarle la cara.
La sonrisa que se dibujó en los labios de Jaime fue la del niño ilusionado
y feliz que era cuando soñaba con su madre.
27

A veces escalar un castillo es tan fácil que ni siquiera te das cuenta de que
ya estás en la torre más alta y solo te falta derrotar al dragón para hacerte
con la princesa. Y eso acojona y mucho (no lo de derrotar al dragón, que
también, sino lo de haber llegado sin saberlo —ni pretenderlo— a la torre
más alta).

—Intenta tranquilizarte un poco Iris, no puedes ir atropellando a la gente...


—le rogó Sardi a pesar de saber que pedía un imposible.
Estaban en el pasillo del avión, el cual estaba abarrotado de personas
impacientes por salir con sus maletas y de personas no tan impacientes por
salir que bajaban el equipaje de mano de los compartimentos destinados a
tal fin. Lo que no había era personas saliendo. Porque las puertas estaban
todavía cerradas. Y luego estaba Iris, que formaba el grupo de personas
impacientes por salir que se subían por las paredes. Literalmente.
—No voy por el pasillo —protestó.
—Cierto. Vas por encima de los asientos. —La miró condescendiente—.
Pero no por eso vas a salir antes. Porque las puertas, oh, sorpresa, continúan
cerradas.
Ella se detuvo con un pie en el reposabrazos del asiento que había sido
su silla de tortura durante el vuelo, mientras que la otra pierna estaba a
punto de sortear el respaldo de la butaca que tenía frente a ella.
—Pero si me pongo la primera saldré antes que el que vaya segundo, y
mucho antes que el que vaya vigésimo cuarto, por poner un ejemplo. Y no
es por nada, como poco, somos los septuagésimos en la fila... —señaló
malhumorada el saturado pasillo.
Sus asientos estaban en las filas intermedias del avión y el pasillo; por
delante y por detrás de donde se encontraban, estaba lleno de gente que les
impedía el acceso inmediato a las puertas. Y a ella le iba a dar un
arrechucho como tardara un segundo más en recuperar su libertad. Bajó del
asiento y se abrió camino hasta Sardi.
—Voy a morir como siga encerrada aquí... —sentenció dando saltitos
sobre sus pies.
Sardi puso los ojos en blanco ante su dramatismo.
—No exageres, las puertas no están tan lejos. Y siguen cerradas. Ten
paciencia. Y deja de saltar, nos están empezando a mirar raro.
—Nos miran raro porque son unos inserte palabrota obsoletos que no
saben dónde encajarte en su cuadriculada y limitada existencia. —Le
enseñó los dientes al hombre que, girado en la fila, miraba a su amigo con
evidente desprecio—. ¿Tiene algún proble...? —no llegó a terminar la frase
porque Sardi le tapó la boca.
—Ni se te ocurra increparlo —le susurró al oído—. Nos quedan pocos
minutos para salir del avión, tengamos la fiesta en paz.
—Llevo casi cinco horas atrapada aquí, necesito quemar energía. Y
hacerle una cara nueva a ese tipo es una buena opción —gruñó contra sus
dedos.
—Está claro que Morritos es una mala influencia para ti, antes no eras
tan agresiva. —La abrazó contra sí.
—Sí que lo era, pero lo disimulaba mejor. —Esbozó una sonrisa risueña.
—Cierto. —Sardi sonrió a su vez. Solo era necesario mencionar a su no
príncipe azul cielo para que el rostro de Iris se iluminara y se relajara un
poco.
—Necesito salir de aquí... —murmuró contra su cuello.
—Lo sé. Aguanta un poco más, ya no queda nada.
Le frotó la espalda con un ritmo lento y suave con el que pretendía
tranquilizarla a pesar de saber que era imposible. A las horas encerrados en
el avión, de las cuales solo dos habían estado en el aire, había que sumar
otras tres en la terminal de Lisboa. Demasiado tiempo atrapada sin poder
dar salida a su energía imparable.
—Piensa que si te lías a mamporros con los idiotas que me miran raro el
personal del avión te va a retener y tardarás más en salir —señaló Sardi con
impecable lógica.
Iris lo pensó un instante y accedió a portarse bien con un cabeceo.
Aguantó cobijada entre sus brazos hasta que se abrieron las puertas. Fue, no
la primera en salir, pero sí la décima (se le daba de maravilla brincar de
asiento en asiento cual monito). Atravesó a la carrera la pasarela telescópica
que conectaba la terminal con el avión y se detuvo —si a botar sobre los
pies se le puede llamar detenerse— al final de esta para esperar a Sardi (a él
no se le daba bien hacer el mono, ergo tuvo que esperar su turno para salir).
Cuando por fin llegaron a las puertas que daban acceso a la terminal 4, la
energía inagotable de Iris estaba casi a un nivel aceptable (para los inquietos
parámetros de nuestra protagonista). Se acercaron a las puertas automáticas
y estas, obedientes, se abrieron dándoles paso al amplio mundo que había
tras ellas.
—Acordamos que en Barajas llevabas tú la maleta, no te escaquees —le
recordó Sardi tendiéndole la maleta de cabina en la que guardaban la ropa
de ambos.
Iris respondió con un grito. Sí. Tal cual. Un chillido de exultante alegría
y no poca emoción. Y echó a correr —sin la maleta— para poco después
dar un salto digno de un atleta olímpico y envolver con las piernas las
caderas de un hombre altísimo de ojos grises, pelo castaño retirado de su
cara de rasgos angelicales y labios muy besables.
—¡Estás aquí! —exclamó y, sin darle tiempo a contestar, le envolvió el
cuello con los brazos y lo besó. Con muchas ganas.
Él le devolvió el beso con aún más ganas a la vez que le plantaba las
manos en el culo para evitar que resbalara y cayera (como si hubiera alguna
posibilidad de que Iris fuera a deshacer el nudo de sus piernas y soltarlo).
Se besaron enloquecidos, liberando sus labios solo cuando era
imprescindible. Los dedos de Iris hundidos en el pelo de Jaime, pegándolo a
su boca mientras la mano izquierda de él —la derecha seguía en el culo,
tonta no era— ascendía por la espalda femenina para acabar envolviéndole
la nuca mientras la besaba, no fuera a ser que se separara (como si eso
resultara posible). Y a pesar del apasionamiento con el que se besaban, no
había en sus besos una intencionalidad sexual evidente, al contrario. Solo
los motivaba la necesidad de tocarse y sentirse. De celebrar físicamente la
alegría de estar juntos.
—¿Lo has pasado muy mal en el avión? —le preguntó Jaime cuando se
separaron para respirar. Había sincera preocupación en sus ojos.
—Ni te lo imaginas..., ha sido horrible. —Acopló la cara a su cuello e
inhaló, había echado de menos su olor. Y a todo él en realidad—. Casi al
final me comenzó a faltar el aire, como si no hubiera suficiente en la inserte
palabrota cabina del avión.
—Es terrible estar encerrado sin siquiera una ventana para sacar la
cabeza y respirar —replicó Jaime estremeciéndose.
Iris sonrió contra su piel al notar su temblor. Solo Sardi, sus padres y los
Repes entendían su necesidad de espacio y libertad y su incapacidad para
estar parada sin hacer nada. Y sin embargo, ahí estaba Jay, estremeciéndose
agobiado al ponerse en su lugar.
—Ya estás en Madrid, y no hay nada que pueda retenerte, ninguna pared,
de metal o de ladrillo, que te contenga. En cuanto salgamos de la terminal
solo existirá el cielo sobre tu cabeza y el suelo bajo tus pies —le susurró él
frotándole la espalda cuando Iris soltó las piernas para volver a pisar suelo
firme—. Podemos recorrer la ciudad o buscar una piscina de olas para
surfear, un parque de bolas en el que saltar o un rocódromo para escalar. —
Le guiñó un ojo y ella sonrió encantada.
—Creo que primero quiero comer algo... —comentó lamiéndole los
labios.
Él le devolvió la atención y de nuevo se fundieron en un beso
apasionado que Jay dio por finalizado cuando el estómago de Iris protestó
con un sonoro rugido.
—Me parece que es imprescindible que llenemos tu tripa si no quieres
morir de inanición, reina —señaló con sorna—. Imagino que la comida del
avión estaba asquerosa... —Se liberó de la mochila que llevaba a la espalda.
—Pues no lo sé, porque costaba un ojo de la cara y parte del riñón y
tenía una pinta terrible, así que Sardi y yo hemos decidido ayunar. —Lo
observó abrir la mochila y sacar dos paquetes envueltos en papel de
aluminio. Leyó el nombre escrito en cada uno y le tendió el que tenía el
suyo—. ¿Eso es lo que imagino?
—No lo sé. ¿Qué es lo que imaginas? —preguntó burlón—. ¿Tal vez un
bocadillo de lomo con queso chédar fundido y tomate natural?
Ella lo miró con los ojos abiertos como platos.
—¿Cómo sabes que es mi bocata favorito?
—Porque es lo que siempre te pides para cenar... —contestó con
suficiencia.
Ella premió su detalle saltando sobre él para envolverle de nuevo las
caderas con las piernas y el cuello con los brazos, eso sí, sin soltar el
bocadillo. Lo besó encantada. Y él se dejó hacer aún más encantado.
—Este bocata casi te convalida la escalada a la torre más alta del castillo
más alto —afirmó besándole el cuello.
Jaime se quedó paralizado. Pestañeó una vez. Dos. Le soltó el culo para
que se apeara de él y gimió turbado:
—No me jodas, Iris...
—¡Es broma! —repuso ella, tal vez demasiado rápido—. Mírate, ni
siquiera vas vestido de azul cielo. —Se rio, pero su risa no sonó espontánea,
sino nerviosa—. ¿Lo has hecho tú? El bocadillo —especificó al ver su
confusión.
—No, qué va. Se me da fatal freír lomo, siempre lo dejo como la suela
de un zapato, debo de haberlo heredado de Jules. Le pedí a Ciri que te lo
hiciera y... —Se calló de golpe al darse cuenta de que acababa de mencionar
a su madre.
—Ah, genial. Dale las gracias de mi parte —replicó Iris mientras abría el
bocadillo—. Qué buena pinta tiene. ¿Ciri es la madre de Sin y sus
hermanas?
—No, esa es Nini. —Jaime no supo si lo atemorizaba que Iris le
preguntara quién era Cirila o si ansiaba que lo hiciera para así verse
obligado a hablarle de su madre.
—Espero que no te moleste que reclamemos nuestro abrazo ahora que el
efusivo reencuentro con tu amigo parece haber llegado a su conclusión
temporal... —dijo tras ellos una mujer morena que compartía rasgos con
Iris.
—¿Efusivo? Por favor, Avestruz, habla con propiedad, ha estado a punto
de devorarlo —apuntó guasón un hombre rubio de ojos azul eléctrico
abriendo los brazos—. Reclamo para mí un saludo tan efusivo como el que
le has dado a él, pero sin lengua.
—¡Papá! ¡Mamá! —gritó Iris. Los abrazó comiéndoselos a besos—.
¡Dijisteis que no podíais venir, tramposos!
—Pretendíamos sorprenderte, pero se nos han adelantado... —El hombre
recorrió a Jaime con la mirada, desde los pies a la cabeza, parando un
instante en la nada disimulada erección que se marcaba en sus pantalones.
Enarcó una ceja.
Jaime se apresuró a cerrarse el chaquetón tres cuartos que llevaba.
—¡Ay, sí! Papá, este es Morritos Jay —lo presentó—. Jay, este es papá.
—Pero puedes llamarme Marcos —apuntó este con sorna tendiéndole la
mano al paralizado Jaime—. Esta es mi mujer, Ruth, alias Avestruz.
—Pero no debes llamarla así, solo papá puede —le recomendó Iris
divertida.
—Te conviene hacer caso a mi hija, Morritos —señaló Marcos guasón
sacudiendo la mano para recordarle a Jay que todavía estaba esperando a
que se la estrechara.
Al ver su gesto, Jaime salió de su parálisis y le dio la mano al hombre
rubio.
—Encantado de conocerte, Marcos. Pero si no te importa —se atragantó
y tosió—, preferiría que me llamaras Jaime o Jay, lo de Morritos es cosa de
Iris...
—¿Por lo que solo mi hija tiene derecho a llamarte así? —intervino Ruth
burlona. Estaba monísimo titubeando nervioso con esas orejas tan rojas.
—Ah, no, es solo que... —Jay soltó a Marcos para tenderle la mano a
Ruth, pues en la otra todavía llevaba el bocadillo que Cirila había hecho
para Sardi.
—Ni se te ocurra saludarme con un hierático apretón de manos —
rechazó Ruth aupándose para darle sendos besos en las mejillas—. Iris tiene
razón, eres muy alto —afirmó apreciativa. También era muy guapo, pero
eso no lo dijo. Bastante coloradas tenía las orejas el pobre muchacho como
para hacerle enrojecer más.
—Tampoco es que yo sea bajo, no hace falta que lo digas con tanta
admiración —protestó Marcos sacando pecho.
—Claro que no, papá, tú eres mi príncipe azul favorito del mundo
mundial, el único capaz de vencer al Dragón Malasombra y robarle un
colmillo —se burló Iris enseñándole el colmillo de mentira que llevaba
colgado al cuello de un cordón de cuero.
—Además, él ni siquiera viste de azul —señaló Marcos conspirador.
—¡Nos has estado escuchando! —gritó Iris ofendiéndose de mentirijilla
—. ¡Cómo te atreves! ¡Que te corten la cabeza! —Alzó el brazo sujetando
una imaginaria espada.
Marcos salió corriendo. Iris lo persiguió por la terminal a carcajadas. Y
Jaime los miró sorprendido. Sabía que padre e hija se llevaban bien, pero no
imaginaba que fueran tan parecidos.
—¿Ese bocadillo es para mí? —Sardi miró con deseo el paquete que
sujetaba Jaime.
—Sí, un pepito de ternera. —Se lo tendió sin apartar la vista de la pareja
de pseudoadultos que corría a risotada limpia por los pasillos de la terminal.
—Ya pararán, no creo que mi marido tarde mucho en quedarse sin
aliento —comentó Ruth siguiendo su mirada.
—Tampoco hay prisa, cuanto más corran, más energía acumulada soltará
Iris. Debe de estar agobiadísima tras tanto tiempo encerrada —señaló Jaime
observando a la morena.
Ruth lo miró con cariño, estaba claro que conocía bien a su hija.
Conteniendo una sonrisita traviesa, soltó un dramático suspiro y le dijo muy
seria:
—Aunque pueda parecer lo contrario, mi marido tiene más de seis años
mentales. Hay días que aparenta incluso veinte, aunque debo reconocer que
no es lo más frecuente. Lo habitual es que su madurez, criterio y sentido
común fluctúen en una horquilla de edad entre los quince y los dieciocho
años.
—Ah... Vale. Eso es... ¿Genial? —titubeó Jay sin saber qué responder.
—Te está tomando el pelo, Morritos. —Sardi le palmeó la espalda—.
Marcos casi siempre se comporta como un adulto.
—Sobre todo cuando Iris no trata de seccionarle la cabeza —apostilló
Ruth mirándolo con afecto—. ¿Qué tal el desfile? Iris me ha mandado fotos
y estás glorioso.
—Bien —dijo el rubio sin ganas de entrar en detalles.
—¡Más que bien! —lo corrigió Iris regresando abrazada a su padre,
quien aún conservaba la cabeza—. Su agente dice que varios representantes
de agencias relevantes tomaron notas cuando Sardi desfiló.
—¡Eso es maravilloso, Sabin! —exclamó Ruth, quien se negaba a
utilizar los apodos que Iris y Marcos ponían a todo el mundo, aunque por
exigencia del rubio había eliminado la «o» de su nombre.
Sardi sonrió displicente, Ruth y Ufe eran las únicas personas a las que
permitía llamarlo así. No era que su nombre —ni nada que proviniera de su
madre— le gustara.
—Iris exagera, nadie se fijó en mí más que en otros modelos. —Ni
ambicionaba que lo hicieran, estaba muy bien donde estaba.
No quería más responsabilidades ni tener que luchar por hacerse un
hueco en un mundo que, aunque le atraía, también le repelía por los
sacrificios que conllevaba, y eso que sus desfiles, al ser pocos y de
diseñadores modestos, no exigían tanto ni eran tan duros y estresantes como
los de las firmas más grandes.
Recorrieron la T4 y al llegar al aparcamiento cargaron la maleta en el
Citroën C4 familiar; al que, al contrario que al AX de Iris, le funcionaba
todo. Poco después, Marcos conducía por la M40 y su mujer, desde el
asiento del pasajero, charlaba con los jóvenes sentados detrás. Aunque solo
Sardi e Iris le contestaban (cuando no estaban masticando voraces sus
bocadillos). Jaime estaba demasiado impactado —¡acababa de conocer a los
padres de Iris, joder!— como para intervenir en la conversación.
La escena en que estaba inmerso le recordó en cierto modo a los
trayectos en coche que hacía con su hermano, su cuñada y las gemelas, en
los que las niñas —en este caso, Iris— saltaban de un tema a otro sin parar,
deseando compartirlo todo con sus padres. La única diferencia era que sus
sobrinas se mantenían tranquilas en sus sitios, mientras que Iris no dejaba
de removerse, sacudir las piernas nerviosa y mirar por la ventanilla.
—¿Has estado alguna vez en el parque de las Presillas? —le preguntó
cuando vieron el cartel que indicaba la salida hacia Alcorcón.
—No. Ni siquiera sé cuál es, pero me encantaría visitarlo —afirmó Jay
intuyendo lo que pretendía. No hacía falta ser un gran observador para ver
que necesitaba con urgencia liberarse de los límites, aunque estos fueran los
del coche de su padre—. ¿Está muy lejos?
—No, justo en la siguiente salida. Papá, ¿nos acercas?
—Por supuesto —aceptó Marcos al instante, él también conocía bien a
su hija.
Dicho y hecho, dos minutos después, Jaime e Iris se bajaban del coche y,
cogidos de la mano, echaban a andar sin rumbo fijo a través de los
alcornoques, encinas y álamos que habitaban el inmenso parque. Se
detuvieron frente a un lago artificial rodeado por una pasarela de madera.
—Qué callado estás... —Iris se acuclilló para echar el pan que había
guardado de su bocadillo a los patos que la miraban desconfiados,
desconfianza que, todo sea dicho, desapareció en cuanto el pan cayó al agua
y comprendieron que era comida.
—Sí, bueno, debe de ser porque todavía estoy asimilando que tus padres
nos han pillado dándonos el lote —bufó.
—Solo ha sido un saludo efusivo —repitió divertida las palabras de su
madre.
—Qué efusivo ni qué pollas, reina, estábamos a mil, joder. Yo estaba
totalmente empalmado. Y tu padre se ha dado cuenta.
—A lo mejor no...
—Me ha mirado el paquete —aseveró Jaime con las orejas tan rojas que
parecían a punto de entrar en combustión.
—Pues no parecía asustado, imagino que será porque tiene lo mismo que
tú. —Echó las últimas migas al agua—. No le des tanta importancia, Jay —
se apiadó al verlo tan turbado, aunque no pudo evitar añadir—: Si no te ha
cortado los cataplines en el aeropuerto, ya no te los va a cortar, están a
salvo...
—¿Cataplines? Yo no tengo de eso, yo tengo huevos...
—Ya, tan grandes como los del caballo de Espartero —se burló Iris.
Jaime enarcó una ceja.
—¿Sabes lo que te digo, reina? —Iris negó con un gesto—. ¡Que te
corten la cabeza!
Y, sin más, intentó atraparla.
Iris, que de tonta no tenía un pelo, y además era ágil como un gamo, dio
un salto que envidiaría Jackie Chan y echó a correr por la pasarela que
atravesaba el lago.
Jaime fue tras ella. Y, aunque ella corría muy rápido, él tampoco se
quedaba atrás, y además tenía las piernas más largas, lo que le daba ventaja.
La atrapó con rapidez y se enzarzaron en una cruenta lid en la que las
cosquillas y los pellizcos se sucedían sin parar, hasta que Iris, haciendo uso
—o abuso— de su habilidad pugilística karateca, le hizo una llave que a
punto estuvo de mandarlo de cabeza al lago. De hecho, si no acabó en este
fue porque tuvo los reflejos de agarrarlo ayudándolo a recuperar el
equilibrio. Momento en que él la atrapó entre sus brazos y amenazó con
tirarla al agua.
Ella se sacudió cual anguila intentando escurrirse de su agarre.
Él la agarró más fuerte para impedirle escapar.
—Joder, reina, resbalas más que una trucha recién pescada —protestó
Jay.
Ella hundió la mejillas fingiendo ser un pez.
Jaime estalló en carcajadas.
Iris se contagió, aunque no por eso dejó de pelear para liberarse.
Él la besó. Ella dejó de resistirse y trepó por su cuerpo para anclarse a
sus caderas con las piernas. Él la tomó por el culo apretándola contra su
erección mientras los labios de uno y otra peleaban entre sí por dominar al
contrario y sus manos se deslizaban ansiosas por la ropa buscando un lugar
por el que colarse.
Dieron varios tumbos alejándose del lago hasta un grupo de pinos, donde
una raíz traidora hizo que Jay perdiera el equilibrio y acabaran en el suelo.
Retozaron sobre el verdor que comenzaba a brotar con la llegada de la
primavera, el anaranjado atardecer cerniéndose sobre ellos. Se revolcaron
sin importarles el frío ni mancharse la ropa. Solo sentían el calor de sus
cuerpos, el sabor de sus lenguas, el roce de sus pieles, el hambre de sus
sentidos.
—Qué brioso estás... —se burló Iris al hundir la mano bajo los
pantalones de Jay y atrapar su rotunda erección.
—¿Cómo quieres que esté, si llevo toda la semana a palo seco? —gimió
impulsándose contra ella.
—No será porque no has tenido tiempo ni oportunidades para aliviarte...,
o para que te alivien —señaló Iris enarcando una ceja inquisitiva.
—¿Quién te dice que no me he matado a pajas? —replicó él sin captar el
interrogante subyacente en su pregunta.
—Pues no parece haber sido suficiente... —Separó las piernas cuando le
metió la mano bajo los vaqueros y las bragas.
—Tú tampoco estás muy serena, reina. —Le acarició los labios
vaginales y frotó con la yema de un dedo la entrada a su vagina. Lo coló.
Estaba empapada y resbaladiza. Sacó el dedo para mimarle el clítoris,
arrancándole un jadeo gutural que se convirtió en un quejido cuando apartó
la mano—. Y tú también has tenido oportunidades para que te alivien... —
comentó con los dientes apretados irguiéndose arrodillado entre sus piernas.
Iris observó interesada el fuego que de repente ardía en su mirada.
—¿Ah, sí? —Se sentó con las piernas separadas, le abrió la bragueta y
metió la mano para tomarle la polla, extendió con el pulgar las gotas
preseminales que cubrían el glande.
Jaime cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás. Sus caderas
oscilaron para ir al encuentro de la mano de Iris cuando empezó a moverla.
Se frenó poco después, cuando se hizo evidente que o paraban, o se corría.
—Espera, joder —gimió en su boca a la vez que le apartaba la mano—.
Dame tiempo.
—¿Y si no quiero? —lo retó maliciosa volviendo a agarrarlo.
—Te jodes, ahora me toca a mí disfrutar de ti —soltó Jaime con un
gruñido que le salió de muy adentro.
Iris lo miró intrigada por su elección de palabras.
—¿Ahora te toca a ti? ¿A quién le ha tocado antes? —planteó mordaz.
—Y yo qué coño sé. —Plantó una mano en su pecho y lo obligó a
tumbarse. Le desabrochó el anorak y le subió el jersey para atacar sus
pechos con labios y lengua hasta dejar los pezones duros y erectos. Luego
se apartó—. Por lo que vi en tus historias, había un montón de gilipollas
profundos detrás de ti en la fiesta. A alguno te habrás beneficiado —dijo
con fingida indiferencia a la vez que la penetraba con dos dedos. Los sacó y
metió con contenida violencia, acariciando ese punto en el interior que la
hacía jadear.
—¿Tú crees? —Arqueó la espalda ofreciéndole sus pechos.
—Babeaban por ti. —Aceptó la ofrenda atrapando un pezón con los
labios. Lo succionó haciéndola estremecer.
—¿Y yo por ellos? —planteó maliciosa.
—Dímelo tú... —replicó Jay, sus párpados bajaron vencidos por el placer
ocultando sus tormentosos iris grises.
Ella sonrió encantada. ¿Eran celos ese gruñido ronco que se colaba en su
voz?
—Vuelve a ver los vídeos. —Enganchó sus piernas entre las de él y lo
empujó haciéndole una llave que lo dejó con la espalda pegada al suelo. Lo
montó a horcajadas acunando su gruesa erección en la uve entre sus muslos.
Se meció imitando los movimientos de la cópula.
—Dios, Iris... Como sigas así me voy a correr...
—Es lo que pretendo.
—Estamos en un parque, reina... No es que me importe una mierda follar
al aire libre, pero creo recordar que a ti no te convencía...
—Nop, lo que no me gusta es hacerlo en un coche aparcado en una calle
transitada donde me pueden arrestar por escándalo público o en un baño
lleno de gérmenes en el que puedo coger cualquier cosa —rebatió sin dejar
de moverse—. Pero ahora estamos en un parque periurbano, más
exactamente, en el extremo más alejado de los senderos y las zonas de uso
público, rodeados por frondosos árboles que nos ocultan del mundo.
Además, está cayendo la noche y hace frío, la gente estará recogida en su
casa. —Le bajó el pantalón y el bóxer por debajo del culo—. Si por un
casual pasa alguien..., que disfrute del espectáculo —afirmó traviesa
resbalando por su cuerpo para tomarlo en la boca.
—Joder... —Hundió las manos en su pelo y le guio la cabeza mientras se
la mamaba.
Cuando estaba a punto de estallar, ella lo soltó. Se bajó los pantalones y
las bragas hasta medio muslo y se sentó de espaldas a Jay, sobre su
erección. Hundiéndola en ella.
Jaime la abrazó y los hizo girar hasta quedar de lado, la espalda de ella
contra el pecho de él y la verga enterrada hasta el fondo. Tiró del
chaquetón, tapándolos.
Se movieron al unísono, sus cuerpos chocando y separándose mientras
Jaime hacía magia con sus dedos en el clítoris de Iris y ella le clavaba las
uñas en el culo emplazándolo a ir más rápido, a ser más brusco, a penetrarla
más profundo. Algo que él hizo de buen grado.
Ella se corrió exprimiéndolo con los espasmos que convulsionaban su
vagina, transportándolo a un éxtasis que casi le hizo perder la razón.
Casi.
—Dios... Me cago en la puta... —Se salió un segundo antes de eyacular
—. Se nos ha olvidado el puto condón. —Apretó los labios contra el cuello
de ella y se agarró la polla, masturbándose hasta verter todo su placer en su
espalda—. Creo que me he corrido fuera, pero no estoy del todo seguro —
gruñó cabreado por su descuido. A eso se lo llamaba pensar con la polla en
vez de con la cabeza. Lo último que quería era dejarla embarazada.
—No te preocupes... Tomo la píldora —murmuró Iris apretando los
muslos entre sí. Acababa de salir de su interior y ya lo echaba de menos.
—¿Tomas la píldora? —repitió Jaime pasmado.
—Ajá. Tengo desarreglos menstruales y es la única manera de
controlarlos. —Se colocó la ropa y se dio la vuelta para acurrucarse contra
él. Ahora que el calentón había pasado, se estaba quedando fría.
Jaime la envolvió en su chaquetón y la abrazó al sentirla temblar.
—Estás helada. ¿Qué te parece si nos vamos a casa? —preguntó.
—Sí, mejor. —Se levantó y dio unos cuantos saltitos para entrar en calor
mientras él se subía los pantalones.
—¿Llamo a un Uber? —sugirió Jaime, que no sabía muy bien dónde
estaba.
—No hace falta, estamos a veinte minutos de casa. —Se acopló a su
costado. Él no dudó en abrazarla—. En cuanto empecemos a andar,
entraremos en calor.
Poco después abandonaban el parque y entraban en la civilización.
—Podríamos hacerlo sin condón —comentó Jaime, lo había estado
pensando mientras caminaban—. Como tomas la píldora, no hay riesgo de
embarazo.
—Pero sí de pillar una ETS —apuntó ella, en sus ojos una pregunta que
Jay no vio.
—Cierto, no había pensado en eso. Yo, excepto hoy, siempre lo he hecho
con condón, estoy limpio... —La miró interrogativo.
—Yo también lo he usado siempre —coincidió ella.
Guardaron silencio esperando a que el otro dijera o, mejor dicho,
propusiera algo.
Ninguno habló. El silencio se alargó tanto que se vieron impulsados a
romperlo.
—Aunque eso no significa que en un momento de calentón no podamos
tener un despiste en alguna fiesta. —La miró con intensidad.
—Es mejor seguir con los condones, no vaya a ser que alguno de los dos
se descuide y lo haga sin protección —convino Iris. Si él no proponía cerrar
la relación y hacerla exclusiva, ella tampoco iba a hacerlo.
—Sí. Mejor —aceptó Jay cabreado.
Iris no podía dejarle más claro que le gustaba su relación tal y como
estaba: abierta y sin compromisos, sentimientos ni el resto de las
estupideces relacionadas con el amor, la fidelidad y todo ese coñazo.
Perfecto. A él también.
28

Cuando Jay descubre que las personas mayores son las más listas del
mundo mundial.

Lunes, 25 de marzo
—Tu abuela tiene razón, las camas pequeñas son lo mejor para dormir
acompañado —murmuró Jaime adormilado estrujando a Iris entre sus
brazos.
Estaban en la estrecha cama de ella, como todos los amaneceres de los
lunes y los martes, solo que en esa ocasión Iris no estaba sobre él, sino que
era Jay quien la aferraba contra su cuerpo, soldándole la espalda a su tripa y
la erección a su culo a la vez que le envolvía las piernas con una de las
suyas.
—¿A qué viene eso? —musitó somnolienta frotándose contra su verga.
Se movió de manera que acabó albergándola entre sus piernas.
—A lo que dijiste en casa de Jules, que tu abuela decía que en una cama
pequeña hay más roce y eso es bueno para las parejas. Tiene toda la puta
razón. —Llevó una mano al sexo de Iris y jugó con el clítoris.
Ella sacó culo y la polla encontró la entrada a la vagina. Él se frotó
contra la vulva. Iris se removió dándole permiso implícito para entrar. Jay
se clavó en su interior.
Pero no se movió.
—Joder. Se nos ha vuelto a olvidar el puto condón...
—No importa, si ayer estábamos limpios, hoy también. Mañana ya
tendremos cuidado de nuevo —señaló remolona.
Él no se hizo de rogar. Se meció perezoso mientras jugaba con sus
pezones.
—¿Este fin de semana dónde te toca?
—¿Dónde me toca qué? —Lo miró confundida, el placer se
arremolinaba en su vientre, impidiéndole pensar con claridad.
Le encantaba cómo la tocaba, con todos sus sentidos puestos en ella, en
sus gemidos y en sus respuestas, en su goce, como si darle placer fuera lo
más importante para él. Y eso valía para los demás ámbitos de su no
relación. La había encandilado al presentarse en el aeropuerto con su
bocadillo favorito, porque eso significa que estaba pendiente de ella, de sus
gustos y sus necesidades.
—Dónde te toca viajar el viernes y el sábado. ¿Desfile con Sardi o
evento friki con los Repes? —bromeó entrando hasta el fondo para luego
salir muy despacio, haciéndole sentir cada centímetro de su potente
erección.
—Ah, eso. Me quedo en Madrid. El viernes me ha salido un trabajo de
fotógrafa y el sábado lo pasaré con mi familia, Sardi y los Repes. Iremos a
comer, al cine y después a casa de mis padres a merendar y tomar la tarta.
Es mi cumpleaños.
Jay se quedó paralizado. Si había una palabra que odiaba era esa.
Aborrecía lo que llevaba asociado: la soledad, el dolor, el desamparo. Si
pudiera se arrancaría las orejas para no oírla. Jethro lo secuestró el día de su
nacimiento y, ese mismo día, cuatro años después, le dijo que su madre lo
había abandonado porque no le quería, mentira que le repitió en cada
aniversario posterior con cada vela que encendía, burlándose de él, de su
sufrimiento. También fue en un cumpleaños, en el quinto, cuando lo encerró
por primera vez a oscuras. En el séptimo lo abandonó. Los cumpleaños
nunca traían consigo nada bueno, aunque esto último malo no había sido.
—¿Jay?
Una caricia en la cara lo sacó del torbellino de rabia y recuerdos en el
que estaba sumido. Se dio cuenta de que Iris se había movido para quedar
enfrentada a él y de que ya no estaba dentro de ella, haciéndole el amor. De
hecho, ni siquiera estaba duro.
—¿Qué? —gruñó.
—¿Estás bien? —Abrió la mano sobre su pecho y su peso le calentó el
corazón.
—De puta madre. Lo lamento, no estoy siendo agradable —se disculpó
suavizando su tono al darse cuenta de que volcaba su rabia en ella—. Es
solo que..., por lo que se ve, esta noche la he usado demasiado y se ha
declarado en huelga de polla caída —trató de bromear.
Ella lo miró inquisitiva antes de decidir permitirle la mentira.
—No importa. No adoro pasar la noche contigo por tu pincelín, al menos
no solo por eso —bromeó besándole la comisura de los labios—. ¿Te
apetece?
—¿El qué?
—Ya veo que no has oído ni una palabra de lo que he dicho —lo acusó
burlona, aunque su mirada preocupada desmentía la ligereza de su tono.
—No, lo siento, se me ha ido el santo al cielo. ¿Qué me has dicho?
—Te he invitado a venir el sábado a comer, al cine y a merendar tarta —
le propuso risueña—. Te garantizo que te lo pasarás en grande, mi familia
es de lo más interesante. —Se arrodilló en la cama—. Mi abuelo tiene mala
memoria, y eso significa que no puede recordar nada que haya ocurrido
unos segundos antes, pero es el mejor hombre del mundo —afirmó llena de
amor—. Mi abuela se cree la protagonista de una telenovela de época y no
te imaginas las cosas que se le pasan por la cabeza —se rio saltarina—,
seguro que te convierte en el hijo bastardo de algún terrateniente que lucha
por ser reconocido, y darías el pego con este aspecto tan espléndido que
tienes. —Frotó la nariz contra su torso y le mordió una tetilla—. Por
supuesto, mi padre hará de las suyas y chinchará a tío Da y este amenazará
con darle su merecido, pero no debes hacerles caso, en el fondo se adoran...
Subió a besos por su pecho hasta llegar a su boca, donde depositó un
ósculo etéreo como un sueño antes de sentarse al estilo indio y continuar su
monólogo.
—Al tío Héctor seguro que se le ocurre alguna diablura para fastidiar a
tío Da, por lo que tía Ariel amenazará con pegarle, ya te conté que es
experta en artes marciales y en hacer trampas —apuntó divertida
tumbándose boca abajo, los codos apoyados en el colchón y los pies
bailando en el aire—. Mi madre castigará a mis tíos en las sillas para pensar
y liaremos a tía Sara para que nos cante alguna canción. La acompañaremos
a los coros desafinando, porque a lo que nosotros hacemos no se le puede
llamar cantar. Ah, y mis primos pequeños harán trastadas varias, ya sabes lo
que dicen: de casta le viene al galgo. —Se rio—. ¿Qué? ¿Te apuntas?
Jaime se quedó callado unos segundos antes de negar con un gesto.
—Prefiero no ir. No conozco a tu familia y me da mucho palo —se
excusó con una verdad a medias.
Sí lo turbaba conocer a su familia —¡a todos de golpe!—, pero era algo
que podría sobrellevar. Lo que de verdad lo paralizaba era estar ante una
tarta con velas y recordar la terrible letanía que Jethro le hacía repetir cada
20 de abril.
—Bueno, conoces a mis padres, a Sardi y a los Repes. —Iris lo miró
intrigada, parecía estar a mil galaxias de allí, en algún universo terrible y
oscuro.
—Paso, no insistas. No me gusta el cine —mintió. Rehuyó su mirada,
cruzó los brazos contra el pecho y escondió las manos bajo las axilas,
creando una barrera entre ellos—. Además, tengo un montón de cosas que
hacer el sábado. Dar clases y toda esa mierda. Acabaré a las mil —volvió a
mentir. Su voz zozobró falta de aliento.
—Vale, no hay problema, tranquilo —aceptó Iris preocupada.
No era que Jay titubeara al hablar, algo que no le ocurría nunca, era que
su pecho parecía una locomotora a punto de estallar de tan rápido como
respiraba y aun así daba la impresión de que no le llegaba aire a los
pulmones.
Le apartó los brazos, se sentó en su regazo y lo rodeó con los brazos y
las piernas, abrazándolo con todo su cuerpo y sumergiéndolo en un capullo
protector.
—Joder, lo siento —masculló Jay sin saber qué sentía exactamente. ¿Ser
un cobarde? ¿Mentir? ¿No ser capaz de enfrentarse a una puta tarta? ¿Tener
ganas de llorar?
—No lo sientas, te lo prohíbo. —Le tomó la cara y lo obligó a mirarla—.
Tienes razón, Jay, sería un palo para ti conocer a toda mi familia de golpe,
podemos ser muy intensos. Son como yo, pero elevados a la enésima
potencia. —Sonrió acariciándole la cara.
Y él por fin la abrazó, su corazón apaciguándose con su calidez.
—Podemos celebrarlo los dos solos el domingo —propuso para
compensarla por dejarla tirada en una fecha que, estaba seguro, era muy
especial para ella.
—¡Genial! —aceptó Iris encantada—. Puedo pillar una tarta y...
—Para mí no —la interrumpió nervioso—. No me hace mucha gracia, la
verdad. —Las odiaba, aunque eso no se lo iba a decir, acarrearía preguntas
que no quería contestar—. Pero puedo comprar unos bollos en una
pastelería que conozco.
—Vale. Me apunto al plan. ¿Y podríamos...?
—No me vas a liar para que vuelva a surfear, por poco no me ahogué el
otro día —la advirtió tratando de recuperar el tono ligero de la
conversación.
—Qué exagerado eres... ¿Te apetece una sesión de tirolinas en la sierra?
Jaime fingió pensarlo un instante antes de asentir.
Ella, animada, lo besó. Él le devolvió el beso. Y, casi sin darse cuenta,
los besos dieron paso a las caricias y estas se hicieron menos perezosas y
más urgentes hasta que acabaron terminando lo que habían dejado a medias
minutos antes.

***

—¿Qué hacéis aquí tan temprano? ¿Ufe os ha echado de casa? —se burló
Iris al entrar en la cocina y encontrarse a los Repes, quienes no eran lo que
se dice madrugadores.
—Ni de coña, abu nos adora, jamás nos echará. Estamos con un proyecto
que tiene que ser muy potente visualmente, y ¿quién mejor que Sardi para
aconsejarnos? Pero al muy capullo le divierte torturarnos y nos ha puesto
como condición para ayudarnos que trajéramos pan para desayunar —
resopló uno de los Repes.
—Pobrecitos, es una tortura levantarse a las siete... —El rubio puso los
ojos en blanco—. Corta más pan, Iris, con esas cuatro tostadas no tienes
para llenar el pozo sin fondo que es el estómago de tu no príncipe azul
cielo.
—¿Morritos se ha vuelto a quedar a dormir? —inquirió un Repe.
—Sí, se está afeitando. —Iris cortó más rebanadas. Sardi tenía razón, Jay
era insaciable, y no solo comiendo, sonrió para sí.
—¿Cuántas noches seguidas van ya? —indagó mordaz el otro Repe—.
¿Cinco, seis?
—No digas bobadas, solo se ha quedado algunos domingos y lunes, el
resto de la semana cada uno duerme en su casa y Dios en la de todos. —Iris
puso el pan a tostar.
—Meeeecccc —imitó una bocina el primero de los Repes—. Error. Se
ha quedado todos los domingos y lunes desde que regresamos de
Alemania...
—Que son... —el segundo Repe fingió empuñar una calculadora— tres
semanas a dos días por semana...
—Seis días, los que yo decía —dijo el primer Repe—, lo que significa...
—Que te hace tilín —continuó el segundo Repe.
—Más bien tolón —apostilló el primero chocando el puño con su
hermano.
—Tenemos que conseguir un dragón para que lo venza —bromeó este.
—Aún no ha escalado ninguna torre —señaló Iris con un tono más seco
del que pretendía.
—¿No? Pensaba que ir al aeropuerto y llevarte tu bocadillo favorito se lo
convalidaba —apuntó Sardi con sorna.
Iris lo miró enfadada, menudo chivato estaba hecho.
—No me jodas que fue a buscarla con un bocadillo cual caballero lanza
en ristre...
—O cual pretendiente ramo de flores en mano —añadió el otro Repe
burlón.
—El bocadillo es mucho más útil que un ramo de flores o una lanza —
afirmó Sardi.
—¡Por favor, qué mono es! —El Repe se llevó las manos al corazón con
dramatismo.
—Ay, si es que me lo como —aseveró el otro batiendo pestañas.
Iris lanzó a las testas de los hermanos —con excelente puntería, todo sea
dicho— las tostadas que acababa de escupir la tostadora.
—Y tú no vuelvas a escuchar conversaciones privadas —amenazó a
Sardi.
—Dejan de ser privadas cuando las tienes en público —rebatió el rubio
en un susurro para luego mirar a la puerta, donde acababa de aparecer Jaime
—. Vas a tener que poner una reclamación, Morritos, Iris ha tirado tu
desayuno a la cabeza de los Repes. Y no sé cuánto tiempo llevan sin lavarse
el pelo...
—No fastidies, Sardi, nos lo lavamos el mes pasado —protestó un
hermano.
—O el anterior —apostilló el otro cogiendo una tostada del suelo. Se la
tendió a Jay.
Este la tomó y le dio un bocado.
—Qué asco, no te la comas... —lo regañó Iris.
—¿Por qué no? Ya lleva el aceite incorporado... —comentó guasón
Jaime. Ciñó a Iris por la cintura y rozó su cuello con la nariz. Le encantaba
su olor.
—Cada vez me caes mejor, Morritos. ¿Cuándo piensas escalar el
castillo? —inquirió un Repe.
El brazo con que Jaime rodeaba a Iris se puso rígido, al igual que toda su
persona.
—¡Jorge! —gritó Iris enfadada. Miró de reojo a Jaime, quien apretaba la
mandíbula.
—Soy Juan —apuntó el Repe.
—No jodas, Repe, Juan soy yo —exclamó su hermano.
—Claro que no, yo soy Juan, tú eres Jorge —replicó el otro.
—Me estáis dando dolor de cabeza. —Sardi se recostó en la silla con
languidez.
—A ti todo te da dolor de cabeza, Sardinilla —se burló uno de los
Repes, vaya usted a saber cuál.
—Aquí al lado hay unos castillos superchulos —insistió el otro—, si
quieres te llevo, Morritos. Puedo conseguir cuerdas y...
—Paso de escalar castillos —lo cortó Jaime malhumorado. La broma no
le hacía ni puta gracia.
—Tranqui, tronco, no pretendía cabrearte. —Alzó las manos en son de
paz—. Yo lo decía porque Iris nos ha dicho que habéis ido a escalar al
rocódromo...
—Y por si querías ampliar horizontes y escalar castillos en vez de
paredes llenas de chirimbolos de colores... —continuó su hermano
poniendo la mesa entre él y Jaime.
—Sin que eso suponga ningún compromiso afectivo por tu parte, por
supuesto —añadió el primer Repe acercándose a la puerta para tener una
vía de escape.
—Es más, nos aseguraríamos de que no hubiera ningún dragón presente,
así no podrías enfrentarte a él, ergo no habría problema de que Iris
malinterpretara tus intenciones y te confundiera con un príncipe azul cielo
—aseveró el otro cogiendo una bandeja para usarla como escudo si Jaime
copiaba a Iris y le tiraba algo.
—Y si vas vestido de verde musgo, por ejemplo, pues mejor que mejor,
así no darías lugar a malentendidos...
—Morritos, si decides tomar represalias, algo que yo haría, avísame para
que saque las bolsas de basura —intervino Sardi untando mantequilla en su
tostada.
Ese comentario los dejó a todos tan desubicados que cortó de raíz la
conversación.
—¿Para qué quieres bolsas de basura? —inquirió Iris.
—En algún sitio tendremos que meter sus restos cuando los hagáis
trocitos con la motosierra... —Se encogió de hombros el rubio.
—No es mala idea, pero no tenemos una motosierra. —Iris entrecerró los
párpados pensativa a la vez que se daba golpecitos con el índice en la
barbilla.
—Eso es algo que deberíais solucionar, reina, siempre viene bien tener
una en casa —aconsejó Jaime curvando los labios en una sonrisa.
—Podemos pedirla por Amazon, no creo que sea muy cara... —sugirió
Sardi.
—Eh, para el carro, Sardinilla, nadie va a matar a nadie —aseveró un
Repe.
—Y menos con una motosierra... —reafirmó el otro.
—¿Qué más da con qué nos maten? ¡La cuestión es que no lo hagan! —
protestó el primero—. Joder, eso de nacer el segundo te dejó tonto.
—Yo soy el que nació primero —rebatió el aludido, luego sonrió
malicioso a Jay—. Además, no hay de qué preocuparse, Morritos nos
aprecia y nunca nos haría daño.
—Yo no estaría tan seguro de eso... —Sardi le guiñó un ojo a Jaime—.
Si te decides, avísame y te echo una mano, me apasionan las películas de
mafiosos y podría darte algunas ideas sobre cómo ejecutar a alguien y
ocultar el cadáver...
—No me jodas, el Al Capone este de los cojones... —bufó un Repe.
Miró a Iris con gesto suplicante—. Tú no les permitirás hacernos daño,
¿verdad que no?
Iris miró a un hermano, luego al otro, torció la boca fingiendo pensarlo y
gritó:
—¡Que les corten la cabeza!
El caos absoluto estalló en la cocina. Y en el piso entero porque, por
descontado, los Repes no se dejaron atrapar. Huyeron y fueron perseguidos.
Uno se encerró con llave en el baño y al otro lo atraparon en la habitación
de Sardi —para mayor horror del rubio—, donde se desarrolló una lucha sin
cuartel que acabó con el dormitorio en ruinas e Iris sentada sobre el trasero
del Repe tratando de arrancarle la cabeza mientras Jaime, apiadado por sus
alaridos, se esforzaba en liberarlo. Entretanto, Sardi los miraba altivo
sentado en su escritorio, las piernas balanceándose en el aire mientras se
limaba las uñas y le daba instrucciones a Iris sobre cómo arrancar una
cabellera sin verter demasiada sangre.
Estaba claro que, bajo su aspecto frágil y delicado, latía el corazón de un
sádico.

Poco después, nuestros protagonistas salen del piso con la tripa dolorida
de tanto reírse.

—Te veo esta tarde —apuntó Iris rodeándole el cuello para comerle la boca.
Ya no se molestaba en ofrecerse a llevarlo, pues sabía que rehusaría.
A veces creía que su rechazo se debía a que deseaba mantenerla al
margen de su familia, la de sangre y la de elección, aunque eso era absurdo.
Había coincidido con su hermano y mucho más que eso con Sin, y en
ambos casos se habían caído bien.
Quizá no hubiera ningún motivo oculto y simplemente fuera que a Jaime
no le gustaba estar en familia. Desde luego, se había mostrado tenso y
nervioso con sus padres, y su cara de espanto cuando lo invitó a su
cumpleaños no tenía precio. Cualquiera diría que le había propuesto salir
con el hombre del saco.
—A las siete en tu casa —convino Jaime.
—A las siete y media... —lo corrigió ella—. Salgo a las siete de la uni.
—A las siete y cuarto entonces —regateó él robándole un beso.
—Bueno, va —se rindió Iris sabiendo que él llegaría al portal a las siete
y que ella saldría pitando de la universidad para arañar aunque fuera un
minuto y llegar antes a él.
Los lunes, igual que los domingos, eran las únicas tardes y noches que
pasaban juntos; de hecho, eran los únicos días que se veían durante la
semana, y los aprovechaban al máximo.
Jay esperó hasta que se montó en el cacharro que llamaba coche y no
apartó la mirada hasta que dobló la esquina desapareciendo de su vista.
Luego fue a comprar bollos para desayunar con Cirila —la mayoría se los
comería él—, y mientras lo hacía recordó lo que Iris le había dicho cuando
sacó a relucir que en su Instagram salían un montón de gilipollas profundos
babeando por ella.
«¿Y yo por ellos?... Vuelve a ver los vídeos.»
Sacó el móvil e hizo eso. Y se dio cuenta de que, hicieran lo que hiciesen
los gilipollas profundos, la sonrisa con la que Iris les respondía era risueña
y alegre, condescendiente o traviesa, casi siempre maliciosa, pero nunca
sexual ni siquiera sensual. Interactuaba con ellos como lo hacía con Sardi y
los Repes, coqueteando por pura diversión, sin otra pretensión que
pasárselo bien. Al menos, en la fiesta del sábado anterior.
29

Martes, 26 de marzo
Irisadas_12.51
En martes, ni te cases ni te embarques... Ni empieces un
proyecto (* —_—).

JayHorse_12.58
Un mal día, reina?

Irisadas_13.02
Terrible. Nada sale como debe en el trabajo y ya no sé qué
hacer T—T.

JayHorse_13.03
Deja d darle vueltas y verás como d repente se t ocurre
alguna idea cojonuda. Suele pasar q cuanto + t empeñas peor
lo llevas.

Irisadas_13.04
Como si fuera fácil dejar de pensar
en ello {{(> _ <)}}.

JayHorse_13.05
Mmm... ¡Camarero, este filete tiene muchos nervios!
Normal, es la primera vez que se lo comen...

Irisadas_13.06
¿Eso pretende ser un chiste? (*_*)

JayHorse_13.07
No me digas q no es bueno... Deme dos barras de pan. Y si
tiene huevos, dos docenas... Y le dio veinticuatro barras
de pan.

Irisadas_13.07
No sé si reír o llorar...

JayHorse_13.08
Mamá, el abuelo está malo. Pues apártalo y cómete solo las
patatas.

Irisadas_13.09
Por favor, para..., los compañeros
me están mirando raro...

JayHorse_13.09
Porq estás llorando? :P

Irisadas_13.10
Porque me estoy meando de la risa >^_^<.

Miércoles, 27 de marzo
JayHorse_11.28
A q hora sales del curro?

Irisadas_11.29
A las dos, ¿por?

JayHorse_11.29
Curiosidad. Q tal el proyecto?

Irisadas_13.30
Sigue sin ir bien {{(> _ <)}}. Estoy
por pegarme un tiro.

—Y dices que Morritos se ha presentado a la salida de tu trabajo con un


táper de..., ¿cómo lo has llamado? ¿Friki? —inquirió Sardi esa noche en la
cocina, observando con ojos llenos de deseo lo que quedaba en el táper.
Tenía una pinta tremenda.
—Frika. Me ha dicho que es una tortilla típica eslovena de huevo,
patatas y queso rallado... Y está que te mueres. Cómetela si quieres, yo me
he hartado de ella a mediodía.
Sardi no necesitó que repitiera la invitación.
—Está deliciosa... —Cerró los ojos saboreándola.
—Ya te lo he dicho. Nos la hemos comido en el parque que hay junto a
la uni en el tiempo que tengo libre entre que salgo del trabajo y entro en el
máster.
—Así que tu no príncipe azul ha ido a verte y te ha llevado de pícnic...
—Y me ha contado cientos de chistes malísimos. —Sonrió al recordarlo.
Se había reído tanto que había terminado con la tripa dolorida.
—Con lo que ha conseguido que te olvides un rato del puñetero proyecto
que te trae por la calle de la amargura...
—Mejor aún, no sé cómo lo ha hecho, pero ahora la cabeza me va a mil,
me fluyen las ideas y creo que tengo una posible solución para el problema
—afirmó risueña.
—Creo que eso le debería convalidar, por lo menos, la llegada al castillo
y la mitad del ascenso a la torre más alta. —Sardi clavó su mirada
penetrante en Iris.
Esta arrugó la nariz disgustada.
—No creo que le haga gracia que lo convalide... Es más, dudo que tenga
intención de acercarse a ningún castillo con torres escalables. —Subió los
pies a la silla, se abrazó las piernas y apoyó la barbilla en las rodillas,
haciéndose pequeñita.
—Mi niña, no hay más ciego que el que no quiere ver. Y Morritos está
empeñado en no quitarse la venda. Ese chico no solo está en el castillo, sino
que lleva puesto el arnés para escalar la torre más alta y empuña la espada
para vencer al dragón...
Jueves, 28 de marzo
Irisadas_07.51
¿Mamááááááá por quéééééé papááááááá matóóóóó al
pregoneeero?

JayHorse_08.01
Es malísimo! Aprende del maestro:
van dos soldados en una moto
y no se pueden bajar nunca...

Irisadas_08.02
¿Por qué?

JayHorse_08.03
Ya t lo he dicho, porq van soldados...

Irisadas_08.03
(*.*) ¿Y el mío es malo?

Viernes, 29 de marzo
JayHorse_13.50
A q no sabes quién es el padre
del Príncipe Azul?

Irisadas_13.51
¿Quién? (?_?)
Irisadas_13.55
No me dejes con la intriga...
Irisadas_13.59
Eres un inserte palabrota
de la peor especie (¬_¬).

Iris apagó el ordenador, guardó el móvil en el bolso y se alejó del


cubículo en el que trabajaba. Lo pensó mejor y sacó el móvil del bolso, así
si sonaba podría cogerlo de inmediato. Jolines, ¿quién narices sería el padre
del Príncipe Azul? Por más vueltas que le daba, no se le ocurría. Atravesó
el vestíbulo del edificio inteligente en el que trabajaba, se descolgó la tarjeta
identificativa del cuello, la pasó por el torno dejando registrado el fin de su
jornada laboral y salió a la calle.
—El Blu-Ray.
Se detuvo en seco y se giró hacia el hombre guapísimo, altísimo y
maravillosísimo que estaba apoyado en la esquina del edificio con una
mochila en las manos.
—¿Perdón? —Fue a él, la risa aleteando en su boca. Le dio un beso largo
y mojado.
—El Blu-Ray es el padre del Príncipe Azul... —Jay le guiñó un ojo.
—Es el peor chiste de todos los que me has contado —afirmó con una
carcajada.
—Eso es mentira, y lo sabes... —La envolvió entre sus brazos y la besó,
aunque no como llevaba queriendo hacerlo desde que esa mañana se había
despertado con las sábanas manchadas. Estaban en la calle, a plena luz del
día, no era cuestión de acabar en el calabozo por escándalo público.
—¿Cómo es que estás por aquí? —le preguntó Iris cuando se separaron.
—He terminado pronto con mis tareas —porque había ido a trabajar
antes— y he pensado que como hace buen día podríamos repetir el pícnic.
He traído štruklji de requesón con setas y de nueces con queso crema. —Le
había pedido a Cirila que los hiciera. Estaban riquísimos y quería
compartirlos con Iris.
—¿Otro plato esloveno?
—Ciri es de allí y nos está abriendo horizontes culinarios —bromeó
nervioso. Puede que le ocultara que Cirila era su madre, pero no iba a
ocultarle que era la artífice de esos platos deliciosos.
—Me la vas a tener que presentar para que me enseñe a cocinar.
—Claro, un año de estos. —Jay se encaminó al parque con más prisa de
la usual.
Sábado, 30 de marzo
Julio se detuvo frente a la pista geotextil y centró su atención en uno de los
binomios jinete-caballo que trabajaban en ella. Eran más de las siete de la
tarde y, si no fuera su propio jefe, ya debería estar en el Lirio, pero como sí
lo era había decidido retrasar unas horas el inicio de su jornada. No sería la
única vez en el mes entrante que lo hiciera. Abril era un mes complicado
para Jaime y prefería pasar a su lado todo el tiempo que este le permitiera,
que, conociéndolo, no sería mucho.
Lo observó con ojo crítico mientras montaba a Canela con una rigidez
impropia de él. Estaba sonrojado por el esfuerzo y se había quitado el
chaleco, por lo que, a pesar del relente de la tarde, vestía una camiseta de
manga corta empapada en sudor, lo que indicaba que llevaba bastante
tiempo bregando con su caballo.
—Parece que Canela no está en su mejor momento —comentó al llegar
a la cerca.
—Cane está perfecto, como siempre. El problema soy yo, que estoy
descentrado y le traslado mi agitación jodiéndolo todo —gruñó cabreado
por su incapacidad para concentrarse, pero era el puto cumpleaños de Iris y
el suyo estaba a la vuelta de la esquina. ¿Cómo coño iba a estar sereno
cuando solo podía pensar en eso? Los cumpleaños eran una mierda. La
gente desaparecía en ellos. Se largaba dejándolo solo. Y eso haría su madre
en poco más de veinte días.
Apretó los párpados al darse cuenta de que Jethro había vuelto a colarse
en sus pensamientos. Joder, llevaba semanas sin oír sus mentiras y quería
que siguiera así. Cirila no iba a irse a ningún lado.
Julio observó preocupado el despliegue de emociones en la cara de su
hermano. Desasosiego. Angustia. Rabia.
—Vaya, ¿y por qué estás agitado? —preguntó con tiento.
—Yo qué sé, joder. Lo mismo me ha bajado la pollarregla. —Arreó a
Canela para alejarse de su hermano y de las preguntas que no le apetecía
responder.
No tardó en desmontar, perpetuar ese entrenamiento solo serviría para
acabar más frustrado de lo que ya estaba. Enfiló a la cuadra con Canela a su
vera, que, cuando no le mordisqueaba el pelo, le refregaba los belfos por la
cara en un beso caballar o lo empujaba con la testa como si quisiera
recordarle que estaba su lado y era su amigo.
Julio los acompañó a una distancia prudencial, al alazán le gustaba
chuparle el cráneo rasurado, llenándoselo de babas. Y olían fatal.
—¿No deberías estar trabajando? —le reclamó Jay rascando la quijada
del semental, a lo que este respondió con un relincho de placer.
—Hasta las diez no empieza el verdadero jaleo en el Lirio, así que me he
tomado la tarde libre para merendar con mi hermano.
—Qué considerado.
—Ya ves, a veces hasta recuerdo que existes... —Le dio un empujón con
el hombro—. ¿Qué tal lo llevas?
—¿El qué?
—La vida en general. —«Y la proximidad de tu cumpleaños en
particular.» Aunque eso no lo dijo. Sería la manera más rápida de hacer que
Jay se cerrara en banda.
—Bien.
—¿Sales esta noche? —indagó Julio intuyendo que Iris estaría fuera de
Madrid.
—Como todos los sábados.
Julio asintió, guardándose para sí que los dos últimos sábados, tras tomar
unas cervezas con Sin y los demás jinetes en la cantina, había acabado en
casa de Rocío, jugando a la Xbox y viendo antiguos vídeos de
competiciones hípicas.
—¿Con Ro? —planteó interesado.
—No creo. Me apetece salir de marcha. Tal vez vaya al Dakota, y a Ro
no le mola.
A Julio tampoco le hacía gracia. Era un antro de moteros en el que el
alcohol y las drogas circulaban sin cortapisas para quien quería tomarlos. Y,
hasta hacía unos veinte días, Jay quería tomarlos en exceso cada fin de
semana. Y entre semana.
—Irás con Sin, imagino.
—Supongo que la veré por allí. —Se encogió de hombros.
—¿No saldrás con ella desde aquí? —Lo miró intrigado. Los sábados su
hermano se duchaba en Tres Hermanas y salía de fiesta desde allí, sin pasar
por casa.
—No tengo ni puta idea de lo que haré, Jules —replicó Jaime huraño.
Julio guardó silencio. Un silencio que se perpetuó mientras desequipaban
a Canela, pues Jaime no tenía ganas de hablar y Julio sabía que cualquier
intento de iniciar una conversación sería abortado con un gruñido.
—Es pronto, ¿te apetecen unas raciones en la cantina? Luego te acerco a
donde me digas —propuso cuando terminaron.
Jaime esbozó una sonrisita engreída.
—Eres un puto libro abierto, Jules.
—¿Ah, sí?
—No te hace gracia que salga de marcha esta noche, te he
malacostumbrado las últimas semanas portándome bien y temes que me
desmadre y me pille el pedo del siglo —que era más o menos lo que le
apetecía hacer—, así que pretendes entretenerme en la cantina porque crees
que el tiempo que pase contigo no lo pasaré bebiendo, ergo la borrachera
que intuyes que acabaré pillándome será menos apocalíptica.
Julio chasqueó la lengua disgustado.
—Básicamente has acertado, aunque te has saltado la parte en la que
pienso que si sales de aquí con la tripa llena aguantarás mejor la bebida.
—Vaya, eso no se me había ocurrido. —Esbozó una sonrisa torcida.
—Eso es porque eres el hermano menor y no el mayor, y yo no te he
dado tantos quebraderos de cabeza como tú a mí. —Lo enganchó por el
cuello y le revolvió el pelo con los nudillos—. Me preocupo por ti, Jaime,
va incluido en el cargo, igual que asegurarme de que estás bien. No me lo
pongas difícil, ¿vale? —le pidió con tono grave.
Jaime asintió con un gesto y dijo:
—Antes me he pasado a ver a Cirila y estaba haciendo un gulash que
tenía una pinta bárbara. También ha hecho un puré de trigo con cortezas de
cerdo, žganci o algo así lo ha llamado, y aunque tenía un aspecto raro me lo
ha dado a probar y está de muerte.
Julio sonrió, en las últimas semanas su hermano había pasado de
esquivar a Cirila a ir a verla en sus ratos libres. Habían acercado posiciones
más en esos veinte días que en los dos primeros meses. Esperaba que
siguiera así. Cirila era buena para él. Igual que Iris.
—No podemos dejar que sean otros los que se lo coman —afirmó
ladino.
—Ni de coña, somos su familia, tenemos derecho de pernada o, en este
caso, de cenada —coincidió Jaime con ferocidad. Con la comida no se
bromeaba.
Sin más, se dirigieron a la pista cubierta. Al llegar, Julio se demoró para
hacer una parada técnica —cambiar el agua al canario— mientras Jaime
enfilaba la escalera que llevaba a la terraza interior en la que se ubicaba la
cantina.

Unos minutos antes, en la cantina...

—¿Bien? —interrogó Cirila al hombre que saboreaba la enésima tartita


individual de chocolate que había hecho esa semana.
—Muy rica. El chocolate un poco fuerte —señaló Mario en alemán
acabando con el último trozo—, aunque es lo que estás buscando, ¿no?
—No alemán, di en español —lo regañó ella metiendo el plato ahora
vacío en el lavavajillas—. Si no hablamos en español, no aprendo.
—Como desees —aceptó Mario admirado por su voluntad de aprender.
Repitió lo que había dicho en castellano e inquirió—: ¿A qué tanto empeño
en hacer una tarta de chocolate negro que además es secreta?
Cirila estudió el salón con gesto concentrado. Estaba desierto, salvo por
un par de alumnos rezagados. Eran casi las ocho, por lo que los clientes
asiduos, todos jinetes, se hallaban en los paddocks recogiendo a sus
animales o en las cuadras preparando los boxes para la noche. Tardarían un
poco más en acudir en tropel a la cantina para tomarse algo antes de
despedir la jornada y marcharse del complejo hípico.
Sonrió traviesa, salió de detrás de la barra y se sentó en un taburete
frente a Mario, en sus ojos una mirada cómplice mientras le tomaba las
manos excitada por el secreto que estaba a punto de revelarle.
Mario le acarició con la yema del pulgar la sensible piel del interior de la
muñeca.
Cirila se estremeció bajo el delicado roce, pero no apartó las manos.
—El cumpleaños de Jamme es en mes que entra y quiero hacerle tarta —
susurró en alemán.
Mario intuyó que usaba ese idioma, además de para expresarse mejor,
para que nadie pudiera entenderla y enterarse de su sorpresa. La miró
indeciso antes de replicar:
—No creo que sea buena idea, Ciri. Por lo que sé, Jaime nunca celebra
su cumpleaños. —Le acarició los nudillos.
—¿Por qué? —Le soltó las manos asustada al sentir un nuevo
estremecimiento ante su roce, esta vez en el bajo vientre.
—No sabría decirte —mintió. Intuía el motivo, pero no tenía corazón
para decirle que tal vez Jaime no quería celebrar el día que ella,
supuestamente, lo había abandonado—. No formo parte de su círculo más
cercano. —Le retiró un mechón de la cara dibujando una sutil caricia en su
sien. Cirila sonrió con coqueta timidez—. Tu hijo empezó a trabajar en
Descendientes el verano pasado, antes de eso no intercambiábamos más que
saludos cordiales y chismes de taberna. Compartir trabajo no lo ha
cambiado. Jay no se abre con facilidad, ni siquiera a quienes aprecia o lo
conocen desde hace tiempo. —Volvió a tomarle las manos.
Cirila asintió, dándole la razón. Sus dedos se cerraron con fuerza sobre
los de él.
—Tal vez... —Dudó y bajó la mirada rehuyendo la de Mario.
—Ah, no. Eso sí que no te lo permito, Ciri. Mírame... —Le alzó la
barbilla—. Soy tu amigo, puedes decirme todo lo que se te pase por la
cabeza. Lo exijo. —Sonrió travieso a la vez que le delineaba la comisura de
los labios con el pulgar.
Ella le devolvió la sonrisa y ladeó la cabeza apoyándola en la palma de
su mano. Estaba áspera debido al trabajo con los caballos, pero la sintió
llena de ternura contra su piel. Le besó la yema del dedo antes de ser
consciente de lo que hacía.
Se apartó sonrojada como una niña pillada in fraganti en mitad de una
fechoría.
—Lo siento... —murmuró avergonzada—. No sé por qué he hecho.
—¿No? Yo sí lo sé. Y quiero que ese beso se repita... en mi boca. —Se
acercó a ella.
Cirila alzó la cabeza y cerró los ojos paralizada, esperando el roce de sus
labios.
—Pero no así. —El aliento de Mario acarició su mejilla mientras le
susurraba en alemán—: Cuando te bese tendrás los ojos abiertos y una
sonrisa en los labios...
Cirila abrió los párpados y esbozó una tímida sonrisa, tan dulce como su
mirada.
Mario sonrió a su vez y se inclinó para dejar un casto beso en su pómulo.
—Esto... ¿Hola?
—¡Jamme! —Se apartó sobresaltada de Mario, el rubor tiñendo su cara y
sus orejas. Se secó las manos en la falda y se parapetó nerviosa tras la barra
—. ¿Café? ¿Sí?
—Mejor una cerveza, gracias. —Jaime miró a Mario enarcando una ceja
y este le devolvió la mirada desafiante—. Y un poco de lo que has hecho
esta mañana. Mejor una ración —se corrigió—, Jules me va a invitar a
cenar...
—¡Genial! ¡Voy por ello! —exhaló Cirila agradecida de tener una excusa
para huir a la cocina y recuperarse del sobresalto de que su hijo la hubiera
pillado... ¿Haciendo qué?
No había coqueteado con Mario, estaba segura. Ella no hacía esas cosas.
Había aprendido la lección años atrás. Entonces ¿por qué había deseado que
la besara? ¡Si incluso había cerrado los ojos y alzado la cabeza ofreciéndole
sus labios!
Por el amor de Dios, ¿por qué había hecho algo así?
«Mi Dios querido, ¿qué habrá pensado mi hijo? Creerá que soy una
casquivana», pensó alterada llevándose las manos a las mejillas. Le ardían.
Una cálida brisa le acarició el rostro, trayendo consigo las palabras de san
Juan: «Amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que
ama ha nacido de Dios y conoce a Dios».

***

Jaime esperó a que la puerta batiente se cerrara tras su madre y se enfrentó a


Mario.
—¿A qué coño estás jugando con Ciri? —le reclamó en un susurro feroz.
—No juego, Jaime —replicó el profesor con idéntica ferocidad—. Me
gusta tu madre, asúmelo.
—No me jodas, Mario, ella es... frágil. No voy a dejar que le hagas daño.
Mario enarcó una ceja.
—Antes me corto un brazo que herirla —sentenció—. Me alegro de que
quieras cuidarla, Jay, eso te honra como hijo, ya iba siendo hora de que te
comportaras como tal —le reprochó—, pero créeme, Cirila no necesita que
nadie la proteja.
—Claro que sí, joder. Es inocente y vulnerable y muy sensible, Jethro...
Ella no... no está acostumbrada a... Mi padre no fue... —Sacudió la cabeza
con rabia, no podía hablar de Jethro—. Me cago en la puta, Mario, la vas a
asustar. —«Y entonces se irá.»
—No conoces a tu madre, Jaime. No tienes ni idea de cómo es. Es lista,
cariñosa, divertida, tiene una voluntad de hierro y otras muchas cualidades
entre las que no se cuentan la fragilidad ni la vulnerabilidad. No he
conocido una mujer más fuerte que ella.
—¿Ocurre algo? —los sobresaltó Julio entrando en la cantina. Se acercó
a ellos turbado, parecían a punto de saltarse a la yugular.
Ninguno se volvió hacia él, estaban muy ocupados batiéndose con la
mirada.
—No, qué va —repuso Jaime.
—Todo bien —dijo a su vez Mario.
—Si vosotros lo decís, no voy a llevaros la contraria. —Se encogió de
hombros intuyendo que estarían discutiendo por algo relacionado con las
clases. O con Cirila.
Los miró con renovado interés, Mario se mostraba muy protector con
ella y Jaime no se quedaba atrás.
En ese momento Cirila salió de la cocina con las mejillas sonrojadas y
una fuente de gulash que olía de maravilla y tenía mejor pinta.
Julio invitó al profesor a unirse a la improvisada cena y, tras una mirada
entre Jay y Mario que en realidad era un acuerdo tácito de dejar para otro
momento la conversación, atacaron la comida. Diez minutos después, la
fuente estaba vacía, para mayor satisfacción de Cirila, que no tardó en
sacarles una ración de un extraño puré de trigo con cortezas de cerdo que
estaba delicioso.
—¿Dónde Iris hoy? —le preguntó a Jaime cuando la voracidad de este se
relajó lo suficiente para que se entretuviera en hablar.
—En Madrid —contestó debatiéndose entre pedirle otra ración de gulash
o reservarse para el postre. Seguro que había hecho potica, esa masa de
brioche enrollada con frutos secos que estaba de vicio. Y que, por lo que
sabía, era el postre favorito de Mario.
«Y por eso lo hace tan a menudo», pensó con repentina claridad. Ah.
Mierda. A su madre le gustaba Mario. Ya, claro, como si eso no hubiera
quedado de manifiesto media hora antes, cuando los había pillado cogiditos
de la mano y a punto de besarse.
—¿Iris no es fuera de Madrid? ¿Ella es bien? —inquirió Cirila
preocupada, poniendo voz a los pensamientos de todos. Era el primer
sábado que Iris pasaba en Madrid desde que había irrumpido en la vida de
Jaime.
Y Jaime no estaba con ella, lo que resultaba aún más raro.
—Sí, está feliz como una perdiz y sana como una rosa —respondió con
sorna—. Este finde se ha quedado porque es su cumpleaños —se atragantó
con la palabra— y lo está celebrando en plan comida, cine, merienda y
todas esas mierdas. —Dio un trago a su cerveza, que le supo a agua. Ojalá
hubiera pedido algo más fuerte.
Julio lo miró preocupado al presentir que el carácter taciturno y distante
que su hermano exhibía esa tarde tenía mucho que ver con esa revelación.
No solo su cumpleaños estaba cerca —a tres semanas vista—, sino que,
para complicarlo todo un poco más, esa tarde era el cumpleaños de la chica
que le gustaba. Y dado que estaba ahí, en la cantina, en lugar de con ella,
celebrándolo, estaba claro que no lo había invitado. Tal vez fuera lo mejor.
Jaime solo celebraba un cumpleaños —si es que a soportar la fiesta con los
dientes apretados y la mirada opacada mientras fingía estar alegre se le
podía llamar celebrar—: el de sus sobrinas. Y solo porque las quería con
locura. Y aun así, ni siquiera por ellas era capaz de permanecer en el salón
cuando sacaban la tarta y soplaban las velas.
Era mucho mejor que Iris no lo hubiera invitado.
Pero no todos los presentes pensaban igual.
—Tú no ido con ella —dijo Cirila con voz contenida. La comisura
izquierda le tembló, síntoma de que estaba disgustada.
Jaime se limpió la boca con el dorso de la mano. ¿Qué coño había hecho
ahora para disgustar a su sensible madre? ¿Beber demasiado rápido la
cerveza o decir «mierda»? Seguramente ambas cosas. Sintió que la rabia
que llevaba toda la tarde sujetando escapaba a su control y comenzaba a
bullir en su estómago. Joder. No quería volcarla en Cirila. Se obligó a
calmarse.
—¿Qué te pasa, Ciri? —le reclamó pasando tras la barra para servirse un
Puerto de Indias con tónica. A la mierda si a su madre no le gustaba que
bebiera ginebra. A él sí.
Cirila negó con un gesto y esbozó una sonrisa forzada.
—Vamos, Ciri, suéltalo, seguro que no va a matarte —insistió Jaime.
—Jaime... —susurró Julio, en sus ojos un aviso: «Contrólate».
Cirila apretó los labios disgustada y sacudió la cabeza en una negativa.
—No debo opinar. No es mi asunto.
—Eres tan libre para opinar como cualquiera de nosotros, Ciri. —Mario
miró resentido a Jaime.
—Amén —suscribió este alzando el vaso en un brindis antes de darle un
largo trago.
Cirila lo miró enfadada, consciente de que había hecho eso para
molestarla.
—Ella debería invitado a ti —dijo con voz clara y fiera.
—¿Qué? —Jaime la miró sorprendido. Igual que Julio y Mario.
—Ella debería invitado a ti a cumpleaños. Es amiga especial tuya. No
está bien te deje de lado —zanjó con un gesto cortante de la mano.
Jaime parpadeó. Joder. ¿De verdad Ciri se había enfadado porque
pensaba que Iris no lo había invitado? Pero no estaba enfadada. Qué va.
Estaba cabreadísima. Con Iris. Parecía una leona defendiendo a su cachorro.
Y él era el cachorro, se percató. El corazón le dio un vuelco calentándole el
pecho, que hasta ese momento estaba helado.
—Eso no hacen buenos amigas —continuó Cirila cruzándose de brazos
con la barbilla en alto y la mirada llena de ira.
—Sí lo hizo... Sí me invitó —se apresuró a decir Jaime. No quería que
creyera que Iris le había hecho un desprecio, porque no era así. Más bien al
contrario, el desprecio se lo había hecho él.
—¿Sí invita? —Lo miró sorprendida—. ¿Por qué no ido con ella? —Le
tomó las manos.
Jaime sonrió al darse cuenta de que a Cirila le gustaba el contacto físico
tanto como a Iris.
—Porque va con toda su familia —puso cara de horror—, así que
decliné la invitación. Me basta y me sobra con conocer a sus padres, ni de
coña quiero conocer al resto —bufó.
Mario trasladó sus palabras al alemán, aunque a Cirila cada vez le hacía
menos falta que la tradujera.
—No sabía que conocías a sus padres —comentó Julio pasmado.
Hacía menos de una hora que había estado paseando con él, intentando
sonsacarle algo de su vida sin conseguirlo, y Cirila solo había tenido que
preguntar —y subir un poco la comisura de la boca— para que Jaime se
abriera a ella. Ver para creer.
—Ya, bueno. Cosas que pasan. —Se encogió de hombros y, ante la
mirada confundida de su madre, decidió expandir su explicación—.
Coincidimos en el aeropuerto cuando fui a buscar a Iris y a Sardi. Nos
acercaron en coche a Alcorcón.
—Parece que poco a poco vais oficializando la relación —señaló Julio
divertido por el intento de Jaime de fingir que no pasaba nada. Porque
pasaba todo.
—No me jodas, Jules, solo somos amigos con derecho a roce —bufó
molesto, porque la puta realidad era que no tenían una relación. Y no había
nada más que hablar.
La comisura izquierda de Cirila volvió a subir al oírlo.
—Sí tenéis relación —afirmó—. Dormís juntos, eso es relación. —Se
sonrojó desde el cuello hasta la coronilla.
Jaime sintió que le ardía la sangre ante su afirmación. Dormir juntos no
significaba nada porque no habían cerrado la relación, ergo podían follar
con otros. Más exactamente con todos los gilipollas profundos que se le
pusieran por delante a Iris.
—No, Ciri, eso es que nos lo pasamos bien juntos y encajamos de puta
madre —todos, incluida Cirila, entendieron a qué se refería con
«encajar»—, pero no hay nada más. Cada uno tiene su vida y duerme con
quien le da la gana —se inflamó con cada palabra.
—Jamme, creo no entiendo... —musitó confundida.
—Tengo que mear —soltó él dirigiéndose apresurado a la escalera.
Cirila miró preocupada la espalda de su hijo y se giró hacia Julio y
Mario.
—Creo no comprendido bien —dijo turbada mirando al profesor.
Mario y Julio se miraron a su vez incómodos y luego Mario tradujo al
alemán las palabras de Jaime. Y, sí, Cirila había entendido perfectamente.
Sintió que le ardían las orejas y las mejillas. Su hijo estaba en lo cierto,
esa relación no era una relación, era... otra cosa. Y estaba mal.
Cuando Jaime regresó, lo hizo con el mismo talante con el que se había
marchado y acompañado de varios jinetes. Poco después, el salón estaba
lleno hasta la bandera y Cirila y Felipón no daban abasto sirviendo bebidas
y raciones.
—¿Nos largamos? —sugirió a Julio. No estaba de humor para charlas de
taberna.
Este asintió y poco después se montaban en el coche.
—Si te apetece podemos ir a tomar algo... —propuso Julio preocupado
por la mirada de su hermano. Era oscura, inquietante, peligrosa.
—Paso, prefiero ir al Dakota.
—Como quieras —aceptó. No era su compañía la que necesitaba, solo
esperaba que fuera la de Sin, ella lo controlaría. O lo intentaría, aunque
dudaba que él se lo permitiera.
Arrancó y poco después tomaba la A5 en dirección a Madrid. Jaime pasó
todo el trayecto colgado del móvil, viendo vídeos e historias de Instagram.
—¿Sabes lo que más me jode de todo, Jules? Que para Iris solo soy
carne de reemplazo. —Lanzó cabreado el móvil a la bandeja del
salpicadero, no quería mirarlo más.
Iris no había colgado ninguna historia durante la tarde, así que a él, que
era un gilipollas profundo de categoría mundial, se le había ocurrido la
brillante idea de revisar sus historias antiguas. Joder, incluso había
retrocedido hasta el puto vídeo que subió para confirmar que había hecho
un trío y ganar el jodido reto. ¡Era un puto masoca!
Julio lo miró aturdido, era la primera frase que Jaime pronunciaba desde
que había salido de la cantina. Y no podía ser más críptica.
—No te entiendo, hermano.
—Da lo mismo. Para aquí. —Bajó la ventanilla y sacó la cabeza.
—Aún faltan varias calles para llegar al Dakota.
—Me da lo mismo. Para, joder —jadeó sin aliento.
Julio detuvo el coche en doble fila y se giró hacia su hermano.
—Jaime...
—No me esperes a dormir, regresaré con Sin a Tres Hermanas —mintió
para evitar que se preocupara, porque la realidad era que no tenía ni idea de
cómo acabaría la noche.
En ese mismo momento, a doce kilómetros de allí.

—¿Estás bien, Ciri? —indagó Mario entrando en la cocina de la cantina.


Cirila asintió sin dejar de amasar con ferocidad la mezcla de migas de
galleta, miel, mantequilla, ron y cacao. Se quedó paralizada al sentir las
manos de Mario en sus brazos, atrayéndola hasta que su espalda topó con el
duro torso de él.
—Dime qué te ocurre, por favor.
—Me siento... vieja.
—¿Vieja? Solo tienes treinta y tres años, estás en la flor de la vida.
—No mayor de años, sino... vieja. —Golpeó la masa frustrada por su
incapacidad para expresarse en alemán y mucho menos en castellano, le
faltaban palabras—. Antigua... No vivo en los tiempos de ahora, sino en los
de antes... No comprendo, no puedo.
—¿Es por la no relación de Jaime? —intuyó Mario.
—Me enseñaron que hombre y mujer deben estar casados. No es
correcto cohabitar sin bendecir unión con matrimonio. Yo lo hice y Dios me
castigó y Jamme sufrió por mi culpa —murmuró avergonzada sin girarse,
no quería mirarlo. Hablar de esas intimidades era muy violento.
—No creo que casarte con ese indeseable hubiera cambiado nada, Ciri.
Hay personas malas en este mundo, y Jethro es una de las peores —la instó
a girarse y le tomó las manos, acariciándole los nudillos enharinados.
—Tienes razón. Pero me preocupa Jamme. Lo que hace... ¡No es bien!
—Es joven, Ciri, ve las relaciones de una manera diferente.
—Jamme es enamorado —afirmó vehemente—. Habla de Iris sin parar y
siempre con sonrisa. Él quiere. No correcto dormir con otra si quiere a Iris.
—Eso es asunto suyo, no te corresponde a ti hacer nada...
—Lo sé. Solo aceptar y callar. Pero es difícil. Me gustaría hiciera las
cosas bien.
—¿Y hacer las cosas bien significa casarse? —indagó Mario con mirada
penetrante.
Cirila asintió con un gesto rotundo.
—Pero antes de casarse hay que mantener una relación, conocerse... —
apuntó él.
—Se conocen bien. Bíblicamente —señaló sonrojándose.
—Cierto —convino Mario divertido por su rubor, era encantadora—.
Pero conocerse bíblicamente no implica tener una relación, y mucho menos
que deban casarse. Las cosas no funcionan así, Ciri, las personas prueban
con unas y con otras hasta dar con su media naranja. No es malo. Tú misma
habrás salido con varios hombres y sin embargo no estás casada... —
comentó en alemán.
El sonrojo de ella se hizo más violento.
—No asunto tuyo lo que yo hago —dijo soliviantada soltándose de sus
manos.
—Lo sé, no me refería a eso, sino a que... —Se calló al darse cuenta de
algo en lo que no había pensado. Pero era imposible—. ¿No has salido con
más hombres?
—No asunto tuyo —reiteró.
—Ciri...
—Tengo que hacer belokranjska pogača —señaló la masa—, deja
entretenerme. —Lo sacó de la cocina a empujones.
30
Irisadas_07.21
¡No puedo dormir! Me acabo de dar cuenta de que tengo 22
años y, por ende, ya no soy 3 años más vieja que tú, sino 4.
¡Horror! ¡Soy una cougar! 1 >_<
Irisadas_07.25
Me siento fatal. Eres solo un niño
y te estoy pervirtiendo {{(> _ <)}}.
Irisadas_07.32
Aunque no es que necesites que te perviertan, ya lo estás de
fábrica (^_~).
Irisadas_07.35
No obstante, me sentiré mejor cuando tengas 19 años y no te
saque 4. ¿Cuándo los cumples?

Domingo, 31 de marzo
Jaime se dio la vuelta fastidiado cuando un traicionero rayo de sol se coló
por las rendijas de la persiana impactando con violencia contra sus
párpados. Aunque tampoco fue tan malo, porque al girarse dio con el
cuerpo cálido que estaba a su lado. Deslizó la mano por la piel desnuda de
la pierna. Era suave y esbelta, las yemas de sus dedos reconocieron el tacto
de su piel. Se apretó contra ella acunando su erección entre las nalgas y le
parecieron más duras de lo normal, más tonificadas. También menos
curvilíneas. No le dio importancia, él no era un experto en culos. Coló la
mano entre sus muslos buscando su sexo y la retiró al instante, el corazón
paralizándose en mitad de un latido para luego acelerar a mil por hora.
Joder.
O Iris se había depilado por completo la noche anterior o la mujer que
estaba en la cama con él no era ella. Porque Iris mantenía un diminuto
triangulito de vello púbico que, por cierto, a Jay le resultaba supersexy. Se
quedó muy quieto, su erección convertida en una verga morcillona que de
dura solo tenía las ganas, o la falta de estas. Apretó los párpados tratando de
recordar qué había hecho la noche anterior.
Había ido al Dakota. Allí había encontrado a Sin y se había tomado
varios Puerto de Indias. También había fumado un par de porros, pero no de
Sin, ella ya no le daba caladas, sino de una morena con unas tetas enormes.
Subió despacio la mano hasta el pecho de su desconocida compañera de
cama. Vale. No era esa morena. La mujer que estaba a su lado tenía unas
tetas duras y pequeñas como manzanas. Y además es que las conocía, joder.
Había tocado esas tetas antes. Pero no eran las de Iris. Iris las tenía más
grandes, más dulces y dúctiles. Joder, tenía unas tetas cojonudas. Sus tetas
favoritas de todo el mundo mundial. Conque, ¿qué cojones hacía él tocando
unas tetas que no eran las de ella?
Apartó la mano disgustado y siguió tratando de hacer memoria.
¿Había acabado la noche en el Dakota o se había movido a otro antro?
No lo recordaba. Pero sí recordaba a Sin quejándose porque estaba
demasiado borracho para llevarlo en moto y pidiéndole un Uber, lo que lo
llevó a plantearse: ¿dónde coño estaba?
En el piso de Jules, no. Ni borracho llevaría allí a otra mujer que no
fuera Iris. Bastante mal se sentía por follar con otra como para hacerlo en el
lugar donde había pasado su primera noche —aunque no hubieran llegado a
consumar— con Iris. ¿En una pensión? Esperaba que no, él solo follaba con
una mujer en la cama: Iris.
Se apartó del cuerpo con el que compartía espacio. Solo debía coger el
móvil, que no tenía ni puta idea de dónde había dejado, y encender la
linterna para comprobar dónde estaba y con quién.
—¿Bueno, qué, figura? ¿Ya has descubierto quién soy o te lo tengo que
deletrear? —le llegó una voz ronca que conocía bien.
—Joder... Sin. —El alivio fue instantáneo. Al menos ya sabía con quién
estaba.
—Premio para el capullo.
—¿Dónde estamos? ¿Hemos follado? —casi jadeó la última pregunta.
—Yo estoy en la gloria, tú en el puto infierno de los remordimientos —
se burló ella sin contestar su duda más acuciante.
—No me jodas, Sin...
—¿Quieres que lo haga?
—¡No, hostia! ¡Quiero saber si lo hemos hecho! —exclamó cabreado.
Saltó de la cama y pulsó el interruptor de la luz, lo que, además de
hacerle estallar la cabeza por la súbita luminosidad, le descubrió una
habitación que conocía bien: la de Sin en Tres Hermanas.
Volvió a apagar la luz y se apretó las sienes durante un par de segundos,
los que tardó en llevarse las manos al estómago y salir corriendo. Apenas le
dio tiempo a llegar al baño y vomitar toda la ginebra que había tomado la
noche anterior.
—Estás cojonudo, campeón —se burló Sin desde la puerta.
—Que te follen, Sin.
—Tú no. Por lo que he sentido contra el culo hace apenas un rato, la
polla se te ha vuelto selectiva a la hora de con quién ponerse firme...
—Ni de coña, estaba dura como una jodida viga.
—Hasta que te has dado cuenta de que no era Iris quien te acompañaba...
—No inventes, reina. —Metió la cara bajo el grifo y bebió una cantidad
ingente de agua. Estaba deshidratado. Cogió su cepillo de dientes y se
dispuso a eliminar su mal aliento—. ¿Hemos follado? —volvió a preguntar
con la boca blanca por el dentífrico.
—¿No te acuerdas?
—No estoy para gilipolleces, Sin, solo contesta sí o no, ¿vale?
—Estabas tan borracho que dudo que se te hubiera levantado en caso de
haberlo intentado, pero lo cierto es que no lo intentaste. Es más, creo que ni
se te pasó por la cabeza follar conmigo, ni con la tetona que te surtió de
porros ni con ninguna de las que te tiraron la caña. Estás pillado de cojones
por tu morenita, campeón —dijo burlona.
Jaime no se molestó en rebatirla. No podía.
—Dúchate a ver si te espabilas un poco, dentro de una hora empiezas a
dar clases y todavía tienes que desayunar y poner a los caballos... Y como
Elías te vea esa cara de resacoso muerto de asco que tienes ahora, te la va a
montar. Luego se lo chivará a Julio y él también te la montará. Y yo me lo
pasaré en grande viéndote sufrir.
—Eres un encanto —bufó Jaime metiéndose en la ducha. Un segundo
después, asomó la cabeza—. Oye..., gracias por ocuparte de que llegara
sano y salvo aquí...
—¿Solo me das las gracias por eso? No me jodas, Jay, ayer fui tu puta
niñera, como mínimo me debes una comida en el burryking.
—El martes te llevaré a comer al Porneat —prometió.
Cuando salió de la ducha se sentía un hombre nuevo. Uno con un dolor
de cabeza de cojones, eso sí, pero no era nada que no pudiera solucionar
con un analgésico. Se puso unos pantalones de montar y un polo de la
reserva de ropa que con el tiempo había acumulado en Tres Hermanas y
buscó el móvil en el dormitorio. No estaba. Tampoco la ropa que llevaba la
noche anterior. Y él siempre guardaba el móvil en el bolsillo trasero de los
vaqueros, ergo necesitaba encontrarlos para hallarlo. Bajó a la cocina en
busca de alguien que supiera dónde estaba su ropa.
Se frenó en seco cuando, al cruzar la puerta, tres pares de ojos se
clavaron en su persona. Ninguno parecía muy contento con él. Mierda.
—Hola, ¿y Beth? ¿Ha vuelto a pasar la noche con Elías? —preguntó por
desviar la atención de él.
—Igual que cada día desde hace más de tres meses, figura. En esta casa
ya solo dormimos Nini y yo —Sin jamás llamaba «mamá» a su madre—,
acompañadas en ocasiones especiales por un niñato idiota que no sabe
beber ni fumar y aun así lo hace. En exceso.
—¿Me acabas de llamar «niñato»? —Jay enarcó una ceja, o lo intentó,
porque su cabeza protestó dolorosamente ante tal esfuerzo.
—He dudado un milisegundo entre «gilipollas» y «niñato», pero creo
que te define mejor la segunda opción. No obstante, si se te ocurre alguna
palabra que describa con más exactitud tu estupidez supina, házmelo saber.
—Me estás poniendo fino, reina.
—Te está poniendo como te mereces —intervino Mor, tan enfadada o
más que su hermana—. Eres un irresponsable, Jaime, ayer bebiste hasta
perder el control y casi el conocimiento, creía que ya habías superado esa
necesidad de perjudicarte.
—No exageres, Mor, solo se me fue un poco la mano... Creo que con
todo lo que me ha caído encima tengo derecho a divertirme y desvariar un
poco.
—Y ahora te autocompadeces... Bravo, Jay —sopló Mor disgustada.
Jaime arrugó el ceño, se dejó caer en una silla y miró a Nini, quien se
mantenía ajena a la conversación/bronca mientras preparaba café y tostadas.
—Me estalla la cabeza, Nini, ¿tienes algo por ahí que me pueda aliviar?
—le pidió lastimero. Era una mujer afable y tranquila que la mayor parte
del tiempo vivía en su mundo happy flower lleno de felicidad. Ella lo
protegería de las arpías de sus hijas.
Nini le tendió un cuchillo en respuesta a su petición.
—¿Qué quieres que haga con esto? —La miró confundido.
—Cortarte la cabeza —replicó con una sonrisa.
—Ah. Vale. ¿No tienes algo menos... definitivo? Un analgésico, por
ejemplo.
—Pero eso no sería doloroso, Jay —señaló con ternura. Él la miró
confundido—. Estás tan decidido a hacerte daño bebiendo en exceso y
disgustando a quienes te quieren que he dado por sentado que lo que
pretendes es sufrir, de ahí mi sugerencia.
—Cuando te pones eres peor que Sin... —masculló Jaime sintiéndose
fatal—. Dame el analgésico, anda.
—No.
—No me jodas, Nini, no puedo dar clases así, siento que me taladran la
cabeza.
—¿Es la primera vez que te duele tras una noche de abusos? —Le retiró
con cariño el pelo de la frente y posó la palma de su mano en ella. Estaba
fresca y Jaime sintió un alivio inmediato, aunque no completo, bajo su roce.
—Claro que no. —Cerró los ojos cuando empezó a masajearle las sienes.
—Entonces sabías cómo te ibas a sentir esta mañana cuando ayer
empezaste a beber —afirmó apartando su lenitiva caricia.
El dolor volvió al instante.
—Está bien, lo capto. Estoy castigado —resopló disgustado—. ¿Tienes
plátanos? —Nini le señaló el frutero. Cogió dos. No le apetecía desayunar
en la cantina, como solía hacer. Estaba resacoso, Cirila lo sabría nada más
verlo y se disgustaría. Y prefería no disgustarla estando tan cerca su
cumpleaños. Sería tentar a la mala suerte. Era mejor no darle excusas para
que se marchara—. ¿Habéis visto mi ropa?
—Estás muy guapo, Jay, como siempre. Los pantalones le sientan como
un guante a tu trasero duro y tus piernas bien formadas. El polo también
deja intuir que tienes el abdomen y los brazos tonificados —señaló Nini con
cariño.
Jaime sintió que las orejas se le ponían rojas. Parpadeó una vez. Dos. Y
se tragó el último de los dos plátanos antes de decir:
—No me refiero a la que llevo puesta ahora, sino a la que llevaba ayer...
—¿La has perdido? Debes tener más cuidado, Jay, las noches ya no son
tan frías, pero tampoco hace calor para andar desnudo por la calle de
madrugada. Me preocupa muchísimo tu falta de memoria, eres demasiado
joven para que tus conexiones neuronales empiecen a fallar. Tal vez el
abuso de alcohol tenga algo que ver. —Lo miró apesadumbrada.
—Eh, no. No la he perdido. Anoche la llevaba puesta cuando llegué... —
Tomó una taza de café y se sirvió seis tostadas que procedió a ungir
generosamente con aceite y azúcar.
—Ah, pero ¿recuerdas haber llegado a casa? —intervino Sin maliciosa.
Era divertido ver cómo su madre, con toda su afabilidad y suavidad, le
ponía los puntos sobre las íes.
—Sí —mintió—. Vamos, joder, ¿dónde habéis puesto mi ropa? —Dio un
bocado con el que se llevó media tostada. Por mucha resaca que tuviera, el
hambre era más fuerte. Lo que le recordó que llevaba sin comer desde la
tarde anterior en la cantina. Estaba famélico.
—En la lavadora. Apestaba —señaló Mor apiadándose.
—No me jodas, el móvil está en los vaqueros. —Se levantó de golpe casi
tirando la silla.
—Nop, está en el salón, lo soltaste allí al entrar en casa.
Jaime asintió aliviado y fue al comedor. Poco después entraba a la cocina
sonriente al ver que tenía mensajes de Iris.
Su sonrisa se convirtió en una mueca de espanto al leer el último.
—Jay, cariño, ¿qué ocurre? —le preguntó Nini al ver que su rostro
perdía todo color. Mor y Sin también lo miraron preocupadas, parecía haber
visto un fantasma.
—Nada... —Buscó la ventana con la mirada. Estaba cerrada, por eso le
faltaba el aire—. Me largo, tengo que... hacer cosas —improvisó sin aliento.
Salió de la cocina dejando las tostadas en el plato y el café sin beber.
—Jay, campeón, para —le reclamó Sin siguiéndolo cuando entró en el
pinar que separaba Descendientes de Tres Hermanas.
—Quiere saber cuándo es mi cumpleaños —jadeó angustiado
doblándose por la cintura, las manos apoyadas en las rodillas. Le dolía el
corazón como si estuviera a punto de partírsele por la mitad, igual que los
pulmones.
—¿Iris? —Jaime asintió—. Díselo.
—Ni de coña. Querrá celebrarlo, tú no sabes cómo es, para ella todo es
fiesta y diversión... —Trató de llevar más aire a sus pulmones, el que
entraba no era suficiente.
—Dile que no quieres celebraciones. —Le apretó los hombros y bajó por
su espalda, masajeándosela en círculos.
El frenético palpitar del corazón de Jay se calmó un poco, pero seguía
faltándole el aire.
—Paso. Es mejor que no se entere hasta que hayan pasado un par de
meses, así no tentaré a la suerte. —Si no sabía cuándo era, no podría
largarse.
Esa argucia le había dado resultado el año que conoció a Sin y a su
familia. No les dijo cuándo era su cumpleaños y ellas seguían allí, con él.
No habían desaparecido. Solo tenía que pasar ese aniversario sin que Iris lo
supiera y se rompería la maldición.
Ese pensamiento lo tranquilizó un poco y el aire entró de nuevo en sus
pulmones.
—¿Qué quieres decir con eso? —le reclamó Sin.
—Nada. Da igual. Te veo luego. —Se despidió con un apresurado pico.
—Campeón... —Jaime detuvo su huida—. Es solo una jodida fecha, no
permitas que te amargue. No le des ese poder.
—Ya. Sí. Eso haré.
Atravesó el pinar, pasó de largo Descendientes y continuó hasta los
prados. Entró en el paddock de Canela y este lo miró curioso moviendo las
orejas.
Jay fue directo a él y se abrazó a su cuello; en respuesta, el alazán bajó la
cabeza apoyándola en su hombro en un abrazo caballar que fue un bálsamo
para el maltrecho corazón del muchacho. Sacudió la testa golpeándole con
suavidad la espalda y le restregó la cabeza con los belfos en un beso acuoso
que lo hizo sonreír.
—Para... Me estás llenando el pelo de babas —protestó Jay sin apartarse.
Canela lo tomó como una invitación a darse un festín con su oreja.
Prefería la calva del hermano mayor, estaba más rica, pero las orejas de su
amigo tampoco estaban mal.
—¡No! ¡Quieto! ¡Mi oreja no es el cráneo de Jules! ¡No es comestible!
—exclamó estremeciéndose por las cosquillas que la lengua del caballo le
provocaban.
Se apartó secándose la oreja con el borde de la camiseta. Canela lo
siguió haciendo pedorretas con los belfos en una clara advertencia de lo que
ocurriría si volvía a pillarle la oreja. Jay echó a correr. Canela lo persiguió
inclemente, atrapándolo contra los pastores electrificados y, antes de que
pudiera volver a escaparse, le pegó un tremendo lametón en la oreja y soltó
un relincho vencedor. Jay estuvo a punto de mearse de la risa.
Volvió a abrazarse al caballo y, de súbito, se agarró a sus crines y lo
montó de un salto. Sin silla, cabezada ni ningún tipo de equipo. Solo él y
Canela, piel con piel. O casi. Se quitó la camiseta desnudándose el torso y
se tumbó sobre el lomo del animal, su pecho y su cara en contacto con el
suave manto rojizo.
Canela soltó un potente relincho.
—No me pasa nada —contestó frotando la mejilla contra el
aterciopelado pelaje.
Canela resopló incrédulo y se dirigió al extremo del paddock donde
acababa de vislumbrar una brizna de hierba que, por descontado, estaría
mejor en su estómago.
Jaime se dejó acunar por su calor mientras se obligaba a relegar a un
oscuro rincón de su mente todos los pensamientos que no quería tener. Sin
tenía razón, solo era una puta fecha, nada más. No iba a dejar que le
arruinara la vida.
Se sentó erguido y sacó el móvil al sentirlo vibrar. Iris había subido
nuevas historias a Instagram. Abrió la app y tardó un segundo en asimilar lo
que estaba viendo.
Iris estaba en un comedor que no era pequeño, pero que estaba tan
abarrotado que parecía diminuto. Era como entrar en el camarote de los
Hermanos Marx. De hecho, Jay podría jurar que en el camarote de la
película había menos gente que allí.
—No me jodas...
Canela respondió con un resoplido.
—No seas susceptible, no iba por ti. —Le dio unas palmaditas y volvió a
tumbarse sobre él mientras miraba los vídeos que Iris había subido.
Allí estaban los Repes y Sardi, y unas veinte personas. Parpadeó al
fijarse en una anciana ataviada a la moda de 1900 con un vestido de raso,
escote drapeado y falda larga hasta los tobillos e inflada en el trasero, como
si llevara un polisón. Hasta lucía un sombrero con plumas. Sonrió al intuir
que sería la peculiar abuela de Iris. La pelirroja sería su tía Ariel, la que le
enseñó a pelear; la morena que tocaba la guitarra, su tía Sara, y el anciano
del sillón orejero, su abuelo. Reconoció a sus padres, pero no a las parejas
que estaban con ellos, imaginó que serían los tíos de Iris y algunos amigos
de la familia. Completaban la escena un par de niños, dignos herederos de
Iris, que corrían por el salón persiguiéndose a toda velocidad y esquivando
a duras penas a los allí reunidos.
Desde luego, la familia de Iris la componían unas cuantas personas.
Él también tenía una familia numerosa. En Eslovenia. Tenía tíos y
primos a los que nunca había visto. ¿Cómo serían? ¿Se parecería a ellos? Él
no se parecía mucho a Cirila, pero ella decía que era clavado a su abuelo. Y
en la foto que conservaba de este parecían gemelos. A lo mejor había salido
a la familia de Ciri y no a la de Jethro. Desde luego, no se parecía —ni
quería parecerse— a su padre. Jethro era moreno de piel, mientras que él
era blanco como la leche, igual que Cirila. También tenía su nariz
respingona. Sonrió risueño al darse cuenta de que sí se parecía en algo a su
madre.
Un repentino apagón en el móvil lo sacó de sus pensamientos. El salón
estaba a oscuras y la gente guardaba un solemne silencio. De improviso, la
madre de Iris se asomó a la puerta cantando Cumpleaños feliz con una
jodida tarta llena de putas velas encendidas. Apagó el móvil, no le apetecía
ver cómo las soplaba.
31
JayHorse_16.08
Sé q no t lo digo a menudo, pero t quiero mogollón. Eres el
mejor hermano q un capullo como yo puede tener.

Julio.Santos_16.09
Jaime, ¿qué ocurre? ¿Estás bien?
¿A qué viene eso?

JayHorse_16.09
Joder, mira q eres dramas, Jules. No me pasa nada, solo
quería q lo supieras.
X si acaso.

Julio.Santos_16.10
¿Por si acaso, qué? Te llamo.

JayHorse_16.10
No le hagas caso, Julio, este inserte palabrota sí que es un
dramas. Solo va a lanzarse en tirolina, pero actúa como si
fuera a hacerlo desde el Everest... Yo creo que se ha hecho
caquita en los pantalones. Desde luego, algo huele a podrido
a su alrededor (^_~).

Julio.Santos_16.12
¿Iris?

JayHorse_16.14
La muy cabrona me ha robado el móvil. No me he hecho
caquita, no le hagas caso, está loca.

—¿Seguro que no? A mí me parece ver una mancha oscura en tus vaqueros,
a la altura del trasero...
—No me jodas, reina, hace falta mucho más para que me cague encima
—sentenció Jaime comprobando por enésima vez que el arnés estuviera
bien enganchado.
Se asomó al borde de la plataforma en la que estaba. La misma
plataforma de la que se lanzaría si no se le ocurría una excusa cojonuda
para escaquearse sin quedar como un cobarde. Había por lo menos un
millón de metros en caída libre. Bueno, va, tal vez no tantos, pero por ahí
andaban.
—Eh, Jay, si no te mola, no hace falta que te tires —le dijo Iris
abrazándolo.
Estuvo a punto de darle un infarto al sentir que se desestabilizaba.
—Joder, reina, no te acerques, hostia, que me vas a hacer perder el puto
equilibrio...
—Vale, lo siento. —Levantó las manos en señal de rendición—. ¿Por
qué no lo dejas para otra ocasión? Baja, descansa un poco y luego hacemos
el circuito X-Trem.
—Claro... —sopló Jay. Ese circuito consistía en inestables pasarelas de
tablones, cuerdas sobre las que debían andar cual funambulistas y oscilantes
puentes de redes que iban entre los árboles a veinte metros sobre el suelo—.
¿Bajamos y hacemos el circuito?
Iris lo miró confundida.
—Yo voy a tirarme. Es mi autorregalo de cumpleaños —dijo
entusiasmada—. Tú baja y ve al inicio del circuito. Te veo allí dentro de un
rato...
Y, sin más aviso, se tiró. Su carcajada entusiasmada resonó por todo el
valle.
Jay miró el puntito cada vez más lejano que era Iris y se asomó de nuevo
a la plataforma.
—¿Vas a tirarte? Hay cola... —le preguntó el monitor enarcando una
ceja.
Jay asintió y, sin pensar demasiado lo que iba a hacer, saltó.
Julio.Santos_16.38
¿Sigues vivo y sin nada roto?

JayHorse_17.01
Vivito, coleando y con los pantalones limpios. Soy un crack
>^_^<.

***

—Estoy muerto, no creo que se me levante... —murmuró Jay dejándose


caer en la estrecha cama de Iris.
No eran ni las diez de la noche y le costaba mantener los ojos abiertos.
No había nada mejor para quemar adrenalina y deshacerse del estrés que
hacer el cabra a veinte metros de altura entre las ramas de los árboles. Y
además, era divertidísimo.
—Vaya por Dios. No te voy a llevar más a hacer circuitos arbóreos,
acabas hecho un trapito —señaló divertida tendiéndose a su lado—. Qué
poco aguante tienes.
Jay se acomodó para que usara su hombro de almohada y su cuerpo de
árbol al que engancharse cual koala. Le encantaba dormir así con ella,
aunque eso significara despertarse a media noche con el brazo dormido.
—No es por nada, pero esta mañana, mientras tú dormías a pierna suelta,
yo estaba currando... —replicó herido en su orgullo.
—No te creas que he dormido tanto, en realidad me he despertado
prontísimo. A las siete ya estaba en pie. Por eso te mandé los mensajes, no
podía dormir por la preocupación de ser cuatro años más vieja que tú. —Le
guiñó un ojo guasona.
A Jaime se le paró el corazón al recordar la pregunta que no había
respondido en su momento, y que no pensaba responder tampoco ahora.
—Creí que a esa hora seguías de fiesta con tu familia.
—¡Qué va! A la una dimos por concluida la reunión —lo informó
removiéndose—. Si no pegué ojo en toda la noche fue porque... —Se calló
un instante para darle emoción—. ¡Mi empresa me ha seleccionado para un
cursillo intensivo de capacitación! —Dio un salto y se sentó al estilo indio
—. ¡Es la releche! —estalló alegre—. Llevo siglos queriendo hacer algo así.
—Se sentó sobre los talones y apoyó la frente en la tripa de Jaime—. Estoy
tan feliz que no sé cómo no resplandezco cual árbol de Navidad. —Trepó
por su cuerpo y lo besó—. ¿Estás seguro de que no se te va a levantar? —
Le lamió la comisura de la boca.
—Puedes probar, tal vez si lo intentas con ahínco...
Eso hizo. Y dio resultado. Un resultado orgásmico, en realidad.
—¿No te cansas de viajar de un lado a otro sin parar? —murmuró Jay
tiempo después, aún duro dentro de ella, aunque no duraría mucho. El
orgasmo había sido muy intenso, como todos los que disfrutaba con Iris, y
su polla necesitaba descansar.
Iris debió de pensar lo mismo, porque se levantó sacándolo de su interior
y se tumbó a su lado. Jaime se quitó el preservativo y lo tiró a la papelera
súbitamente malhumorado. Iris no había propuesto no usarlo, lo que
significaba que: A) había follado con otros, lo que era del todo lícito, dada
su relación abierta, aunque le jodiera un huevo, o B) que suponía que él
había follado con otras, algo que no había pasado. Aunque tampoco
importaba, porque no tenía intención de sacarla de su error. Si ella no
hablaba de sus otros rollos, él tampoco. Aunque fueran inexistentes.
—Me encanta viajar —afirmó Iris tumbándose de costado en la cama,
sus dedos, tan inquietos como ella, trazaron runas en el pecho de Jay—. Me
encanta conocer países, costumbres, personas... Aunque sí es cierto que a
veces me canso de nomadear y me tienta quedarme en Madrid. —Su
mirada, de una seriedad inusitada en ella, atrapó la de él, esclavizándola—.
Pero cuando me quedo siento que... no voy a ninguna parte.
—Lógico, es que no vas a ninguna parte porque te has quedado —
bromeó turbado por la intensidad de su mirada. ¿Acaso significaba que
quería quedarse en Madrid para estar con él? Su corazón aleteó feliz.
—¡No seas inserte palabrota! —Le pellizcó las tetillas y luego, sin
pensar en lo que hacía, dibujó el símbolo del infinito sobre su corazón—.
No me refiero a no ir a ninguna parte en sentido literal, sino... —Se tumbó
sobre él y acarició su pecho con la nariz—. Siento que debo encontrar algo.
Algo muy importante. Vital. Así que lo busco. Aquí, en Lugo o en la
Conchinchina. No puedo pararme porque entonces no lo encontraré.
—¿Qué es lo que buscas? Tal vez pueda ayudarte... —se ofreció.
Ella esbozó una sonrisa mohína.
—No tengo ni idea. Cuando lo encuentre, lo sabré... —Volvió a fijar sus
ojos en Jay. En sus pupilas la respuesta a la pregunta que él había
formulado. También a aquella que ninguno de los dos se atrevía a plantear.
Sus miradas se quedaron trabadas durante un instante eterno en el que el
único sonido que oían era el de sus respiraciones agitadas.
—Jolines, qué intensos nos hemos puesto —murmuró Iris rompiendo el
expectante silencio. Si él no tenía nada que decir, ella tampoco.
—Tú siempre eres intensa, reina. Por lo visto, me lo estás contagiando...
—Eres un inserte palabrota. —Achinó los ojos fingiéndose enfadada.
—Y tú eres preciosa. Adoro cada segundo que paso contigo. —Le besó
la punta de la nariz.
—¿Porque soy preciosa? —Enarcó una ceja mientras transitaba con los
dedos por su pecho.
—No, eso es solo un complemento. Adoro estar contigo por tus sonrisas,
tus ocurrencias, tu manera de ser y tu pasión por la vida, aunque lo que más
me gusta de ti es que seas tan movida. —Se burló risueño abrazándola
contra sí.
—¡No soy movida!, solo un poco inquieta. —Se escurrió de sus brazos y
se sentó a horcajadas sobre él.
—¿Un poco? No envidio a tus padres, debiste de ser un terremoto de
niña. —Le ciñó la cintura y la instó a moverse. Ella, como la mujer malvada
que era, saltó de su regazo frenando su avance.
—Muy tranquila no era —reconoció divertida por su ceño fruncido al
quitarle el caramelo de los labios o, lo que venía a ser lo mismo, por apartar
la uve entre sus piernas de su erección.
Se escapó cuando intentó atraparla de nuevo, aunque fue buena y no
tardó en dejarse atrapar. Se acurrucó contra él cuando la envolvió entre sus
brazos. Le gustaba que lo hiciera, se sentía arropada, valorada... Amada.
Suspiró regañándose por dejar volar la imaginación de esa manera.
—¿Dónde es el curso? —indagó Jay comenzando a adormilarse, el
cansancio del día y el estrés acumulado durante la semana comenzaban a
pasarle factura.
—En Alemania. —Enredó una pierna con las de él—. Allí es donde
están las líneas más punteras de mi sector. Es alucinante, Jay, se están
iniciando líneas de investigación, ¿lo pillas? —Se sentó agitada—. No se
siguen líneas de investigación, sino que se inician, porque lo que están
haciendo es tan nuevo que ni siquiera hay un protocolo por el que guiarse.
Está todo en blanco. Todo el camino por abrir, todo por descubrir, todo por
conseguir... —Se puso en pie, tan excitada que no podía seguir en la cama
—. Y yo voy a estar allí, aprendiendo a crear lo que aún no se ha creado.
—Tiene que ser la hostia. —Apoyó la espalda contra el cabecero.
—Ni te lo imaginas. ¡Es la releche! —gritó frenética, luego cerró los
ojos y alzó la cabeza extasiada, como si pudiera ver las estrellas en el
interior de sus párpados. Cuando los abrió, el entusiasmo refulgía en sus iris
—. Es una oportunidad única de aprender, de conocer nuevas ideas, nuevas
visiones, nuevas maneras de pensar. ¡Va a ser maravilloso! —Estalló en
carcajadas, dejándose caer de espaldas en la cama y aplastando a Jaime.
Aunque tampoco era que a él le molestara, al contrario, estaba encantado
de hacerle de colchón. La atrapó entre sus brazos y dobló las rodillas de
manera que sus piernas separaran las de ella. Esa era una buena posición:
tenía sus pechos al alcance de una mano, su sexo a un tiro de piedra de la
otra y sus hombros, su cuello y su nuca a un beso de sus labios. No podía
pedir más.
—¿Cuánto tiempo durará? —le preguntó besándole el tendón del
hombro.
—Dos semanas escasas —susurró con la voz entrecortada cuando él
atrapó con los dientes el lóbulo de su oreja—. Empezamos un lunes y
acabamos el jueves de la semana siguiente. —Ladeó la cabeza para darle
mejor acceso—. Me encanta cuando haces eso... —gimió meciendo el
trasero contra su entrepierna.
Jaime arqueó las caderas, frotándose contra ella.
—A mí también me encanta cuando te refriegas contra mi polla —
comentó guasón acariciándole los labios con los dedos.
Iris se los chupó golosa. Él los sacó de su boca empapados en saliva, los
llevó al clítoris y dibujó espirales sobre él. Ella se estremeció.
—¿Cuándo te vas? —La penetró con dos dedos, los curvó en su interior
y buscó ese lugar especial que la hacía temblar. Lo encontró.
—Eso es lo malo, es inminente. —Separó las piernas excitada. Estaba
empalmado, y sentir su polla alojándose entre sus nalgas era increíblemente
erótico—. El 8 tenemos que estar en Núremberg, Sardi viene, los Repes no
porque están hasta arriba de trabajo —puntualizó—, así que hemos pillado
el billete de ida para el domingo 7 a mediodía.
—¿De qué mes? —Hizo girar el pezón entre sus dedos a la vez que se
frotaba contra su culo, joder, Iris tenía el mejor trasero del mundo.
—De abril. —Ondeó contra él.
—¿Abril de este año? —Ella asintió—. No me jodas... —gruñó. El 7 de
abril era el siguiente domingo, faltaba exactamente una semana—. No
llevas ni un mes aquí.
—Ya, por lo general me tomo más tiempo entre un viaje largo y otro,
pero es una oportunidad única. Regresaré el 20 por la mañana, así podremos
comer juntos —propuso—. Suelo dedicar a mis padres el día que llego,
pero he pensado que, como te da pavor mi familia —bromeó ocultando su
disgusto. Había sentido su ausencia cada segundo de su cumpleaños, como
si al faltar él, también faltara una parte muy importante de su felicidad—,
mejor como con ellos el domingo y te dedico a ti el sábado íntegro. —
Sonrió dichosa a la vez que se daba la vuelta para quedar enfrentada a Jay.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que ya no estaba duro.
Estaba paralizado. De pies a cabeza. Y su cara, blanca de por sí, había
perdido todo color.
—¿Jay? ¿Ocurre algo?
—No —rechazó cortante, el aliento atascado en su pecho.
—¿Seguro? Parece que hayas visto un fantasma. —Deslizó los dedos por
su rostro en una caricia que pretendía ser reconfortante pero que Jay sintió
que le quemaba la piel.
—Solo estoy cansado. Dios, pesas mucho, no puedo respirar —jadeó
apartándola.
Saltó de la cama y fue a trompicones a la ventana. La abrió de par en par
sin importarle el frío de la noche. No podía quedar con ella el día 20. Era su
cumpleaños. Si lo hacía, se largaría. Como su madre, como su padre. Solo
había una manera de evitarlo: no celebrarlo. Y, sobre todo, no pasarlo con
ella. Ni con nadie a quien quisiera. Así no se irían. Julio se había quedado.
Sin y su familia también. Y Ro y Elías. Porque jamás lo había celebrado
con ellos. Esa era la puta solución.
Ese año, igual que todos los anteriores, lo pasaría solo y de bar en bar
hasta pillarse el pedo del siglo y olvidarse de todo. Era la única manera de
silenciar la voz de su padre.
—Jay, por favor, ¿qué te ocurre?, me estás asustando.
—No me pasa nada, joder. —Se golpeó el pecho, no le llegaba el aire—.
No puedo quedar el sábado, reina —resolló asomado a la ventana. No
quería mirarla mientras le mentía—. Tengo mucho jaleo en el trabajo y no
puedo escaquearme. Ve a comer con tus padres, ya nos veremos el
domingo.
—Si no puedes escaparte para comer, podemos quedar para cenar... —
propuso ella.
—¡Que no, joder! ¡No podemos quedar! —bramó con la voz
estrangulada y el pecho a punto de estallar—. Ya tengo planes y no los
puedo cambiar. —Su mirada se perdió en un cielo sin estrellas cada vez más
oscuro, ¿o era su visión la que se apagaba?
—Ah, vale... —murmuró Iris sin saber si estaba enfadada o dolida.
En realidad, estaba cabreada y resentida. En grado superlativo.
Había estado dispuesta a dejar de lado a su familia para estar con él y, sin
embargo, él no pensaba cambiar sus planes (unos planes que no se había
molestado en compartir). Estupendo. No había nada mejor que tener clara,
diáfana, el tipo de relación que tenían y lo que podía esperar de esta: nada.
—Lo siento, reina. Lo siento, de verdad. No puedo. Joder, no puedo —
gimió mareado. Apoyó los codos en el alféizar y se enterró las manos en el
pelo para sujetarse la cabeza. Sentía que se le iba. Que se iba a desplomar
por la falta de aire de un momento a otro.
Ante la impotencia y la debilidad que teñía su voz, a Iris se le pasó el
cabreo.
—Vale, no pasa nada. Si no puedes el sábado, nos veremos el domingo
como siem...
—¡Sí! El domingo. —Se giró de improviso, perdiendo el equilibrio. Si
no cayó al suelo fue porque encontró un punto de apoyo en Iris.
Fijó sus ojos en ella e Iris se percató de que sus pupilas estaban tan
dilatadas que dudaba que pudiera enfocar la mirada, tal vez por eso se
balanceaba inestable.
—Jay...
—Nos vemos el domingo, comemos juntos, merendamos y cenamos —
jadeó tambaleándose sobre sus talones—. Pasaremos el día juntos. También
la noche. Y el lunes. Y el resto de nuestros días, ¿vale? —Le envolvió la
cara entre las manos y la besó con desesperación—. Es la única manera.
—¿La única manera de qué?
—De estar juntos. —Volvió a besarla. Y, aunque era ilógico, besarla lo
proveyó del aire que necesitaba. Como si sus labios, y las sonrisas que
contenían, le devolvieran el oxígeno que el recuerdo de su padre le robaba
—. El domingo. Los dos solos. ¿Vale? —La besó de nuevo y el suelo se
estabilizó bajo sus pies.
—Vale. Sin problema.
—Genial... —La empujó a la cama mientras la besaba delirante.
—Tranquilo, fiera... Estás muy fogoso esta noche... —Sonrió contra su
boca y sintió que la sombra de una sonrisa se dibujaba en la de él.
Le pellizcó el trasero juguetona y, cuando cayeron a la cama, lo rodeó
con las piernas, momento en el que fue consciente de que no estaba erecto.
No dejaba de besarla, pero no era pasión ni deseo lo que transmitían sus
labios, sino... necesidad.
Lo apaciguó con dulces caricias de su boca hasta que sus besos
desquiciados dieron paso a ósculos relajados en los que labios y lenguas
jugueteaban remolones.
—¿Vas a quedarte en Madrid el sábado que viene? —indagó él ya
recuperada la cordura.
—Sí, quiero hacer la maleta con tranquilidad. Comeré con mis padres y
la haré por la tarde... —Bostezó contagiando a Jaime.
—Podrías comer el viernes con tus padres, hacer la maleta el sábado por
la mañana y pasar el resto del día conmigo —propuso haciendo un ímprobo
esfuerzo por mantener los ojos abiertos, había sido un día duro y una noche
complicada—. Comida, siesta, polvo, merienda, cena, polvo, y el domingo,
cuando nos despertemos, desayuno, polvo, ducha, polvo y luego te
acompaño al aeropuerto... ¿Qué te parece el plan?
—Tentador... Pero ¿no trabajas el domingo por la mañana y el sábado
por la tarde? —Se acurrucó contra él, haciéndose hueco en su hombro para
reposar la cabeza.
—Sí, pero puedo hablar con Elías y con mis alumnos y proponerles
cambiar las clases a otros días o pasárselas a Mario, no creo que haya
mucho problema.
—Genial, entonces tenemos plan para el sábado —aceptó encantada
envolviéndolo cual koala—. Tenemos que pensar algo apoteósico para
despedirnos, al fin y al cabo vamos a pasar dos semanas sin vernos. —
Bostezó hasta casi dislocarse la mandíbula.
—Va a estar complicado, reina, todos los días contigo son apoteósicos —
murmuró luchando por mantener los ojos abiertos. Perdió.
Iris consiguió aguantar despierta doce segundos más, los que tardó en
pensar que él no podía faltar del trabajo ni cambiar sus planes el sábado 20
y, en cambio, no tenía problema en cambiarlos para el sábado 6...
32

Martes, 2 de abril
JayHorse_13.48
Q guarda Darth Vader en la nevera? Helado oscuro ( )/.

Irisadas_13.58
¿Tengo que reírme? Es malísimo.

JayHorse_13.59
Tú sabrás si quieres probar el helado oscuro q he comprado
d postre, aunq antes deberás comerte unas empanadillas
raras q, jugándome la vida, le he robado a Ciri del expositor.
T espero abajo, soy el q lleva la cesta
de pícnic bajo el brazo ( ).

Miércoles, 3 de abril
Irisadas_17.53
En Hawái no te hospedan: te alohan >^_^<.

JayHorse_17.54
Ni haciéndolo aposta t sale un chiste tan malo (#×_×).
Cualquiera diría q una ingeniera con un cerebro d la hostia
contaría chistes mejores (^_~).

Irisadas_17.55
(ò_ó) Hay diez tipos de personas
en el mundo: los que saben binario
y los que no.

JayHorse_17.55
¿Ja, ja, ja? X favor, reina, cúrratelo
un poco más...

Irisadas_17.57
Tú te lo has buscado. Luego no me vengas llorando porque
no lo entiendes (¬_¬). En una fiesta de funciones está
bailando «seno de x» con «coseno de x». «Seno de x» se da
cuenta de que «e a la x» está sentado solo en un extremo de
la pista. Se le acerca y le dice: «¡Ven
a bailar, intégrate!». Y él le responde: «No, ¿para qué? Si da
igual».

JayHorse_17.59
(*_*)

Cirila salió de la cuadra con Educada y comprobó extrañada que su hijo no


estaba allí. Miró la hora, faltaban quince minutos para su clase, pero Jaime
siempre llegaba antes. Aunque también era cierto que esa semana estaba
diferente. Inquieto y a la vez taciturno, con los nervios a flor de piel y el
genio pronto. No tenía la alegría del último mes, tal vez porque Iris iba a
faltar dos semanas. Se lo había contado mientras desayunaban y no parecía
muy feliz. No era que le extrañara, la ausencia de la muchacha, además de
larga, coincidía con su cumpleaños. No habían hablado más del asunto
porque su hijo había recordado que tenía algo pendiente y se había ido con
mucha prisa. Algo que se repitió la siguiente vez que Cirila sacó el tema.
No habían vuelto a mencionarlo.
Por lo visto, su hijo ni celebraba ni hablaba de su cumpleaños.
«Mi Dios querido, va a estar muy solo el día de su nacimiento. Me
gustaría hacer algo para él, pero creo que Jaime prefiere no festejarlo. No sé
qué hacer.»
Quizá no lo celebraba porque no había asimilado esa tradición. Dudaba
que Jethro se molestara en celebrar sus cumpleaños y, de hacerlo, habría
estado ebrio e hiriente. Y, cuando se mudó con Julio, este era poco más que
un adolescente. No quería ni pensar en el cataclismo que le habría supuesto
hacerse cargo del pequeño. Seguramente no se habría acordado de festejar
su cumpleaños. Y así se habían acostumbrado a no celebrarlo. Y ahora su
hijo era un hombre y...
«Mi Dios querido, tal vez se siente mayor para tener una fiesta de
cumpleaños. Puede que piense que sería infantil, ya sabes cómo son de
arrogantes los jóvenes.»
Quizá si le hiciera algo discreto..., pero ¿y si lo disgustaba? No quería
meter la pata. Sacó su arcaico móvil, necesitaba el consejo de una madre y
ella había tenido una a la que llamaba tía. Mario se lo había configurado
para que pudiera telefonear a Eslovenia sin que le incrementara la factura.
Y lo pensaba aprovechar al máximo.
Ató a Educada, se sentó en la escalera de monta y marcó un número.
—¡Tía Brigita! —exclamó feliz en esloveno al oír la voz de la mujer que
la había criado—. Todo bien por aquí, ¿y vosotros?
Escuchó encantada las novedades familiares que le refirió con concisa
rapidez. Brigita no era dada a entretenerse en chismes, y además le
interesaba más saber de su sobrina. Y del hijo de esta.
—Muy bien, tía, seguimos desayunando los lunes y siempre que puede
viene a la cantina a verme, o, mejor dicho, a robarme comida. —La risa
bailó en su voz—. Aún no me ha presentado a su novia, pero le lleva mi
comida y dice que le gusta mucho —declaró orgullosa—. ¿Mario? —El
rubor le inundó la cara ante la pregunta de su tía—. Sigue ayudándome con
el idioma. Gracias a él puedo hablar con Jamme. Ha sido un ángel para
nosotros. Es un hombre encantador, paciente, divertido, atento... Siempre
está pendiente de mí y me hace reír... ¿Qué? ¡No! ¡Claro que no hemos
tenido ninguna cita! ¡Ni vamos a tenerla! ¡No pienso en él de esa manera!
—exclamó turbada—. ¿Qué importa que yo sea joven? Tú te quedaste
viuda con cuarenta y no has vuelto a casarte. ¿Por qué tu situación es
diferente de la mía? —le reclamó enfadada por su empeño en imaginar lo
que no había. Su respuesta fue demoledora.
Porque Brigita había sido bien amada por su marido y Cirila merecía que
alguien la amara con la misma pureza y entrega con que ella amaba.
—Ni lo necesito ni lo quiero, tía Brigita, no voy a tener más relaciones.
Por favor, déjalo estar —rogó. Brigita le permitió escapar preguntándole de
nuevo por su hijo—. Se acerca su cumpleaños y Mario me ha dicho que no
lo celebra. No sé si es porque no le gusta o porque no tiene costumbre. No
quiero meter la pata, pero he pensado que...

***

Jaime aceleró el paso al acercarse a Descendientes. Los cosenos de «equis»


—fuera eso lo que fuera— y los senos de la misma letra —que, por
desgracia, no eran pechos— bailaban una danza macabra en su cabeza
mientras las «e» elevadas a Dios sabría qué puñetera potencia no querían
integrarse porque daba igual...
¿Y se suponía que eso debía tener algún tipo de retorcido sentido y ser
gracioso?
Iris se lo había explicado mil veces y seguía sin entender el puñetero
chiste. A Dios ponía por testigo que era la última vez que la chinchaba.
Tenía la cabeza a punto de estallar, se sentía tonto y encima llegaba tarde a
la clase con Ciri.
Se frenó en seco al ver a su madre sentada en la escalera de monta
mientras hablaba por teléfono. Y su interlocutor debía de ser alguien de su
familia, porque Ciri no hablaba en castellano ni en alemán. No es que
entendiera este último idioma, pero se había acostumbrado a oírla charlar
con Mario, y desde luego no sonaba ni remotamente parecido a lo que
estaba oyendo.
Sonrió al reconocer una palabra: «Brigita». Por lo visto, estaba hablando
con su tía. Parpadeó sorprendido al reconocer otras dos palabras en la
ininteligible parrafada. ¿Hablaban sobre Mario y sobre él? «No me jodas...»
Debió de hacer algún ruido porque su madre lo miró. Esbozó una sonrisa
alegre, dijo algo más en esloveno y guardó el teléfono.
—Nas tardes, Jamme. ¿Complicado día? —dijo poniéndose en pie.
—¿Lo dices porque llego tarde? Es que Iris me ha contado un chiste y...
Da igual —desestimó acercándose para darle un beso en la mejilla que a
Ciri le supo a gloria.
—¿Mucho malo era? —Cirila sonrió, Jaime le había referido algunos de
los chistes que se contaban y eran terribles.
—¡Peor! —exclamó encantado. Cirila lo entendía mejor cada día que
pasaba—. ¿Hablabas con tu tía Bri?
—Tía Brigita —lo corrigió—. Nuestra tía. Tuya y mía. —Lo señaló y
luego se señaló.
—Entendido. De los dos.
Ella esbozó una sonrisa tímida y abrió la boca para hablar. La cerró
sonrojándose.
—Suéltalo, Ciri, seguro que no es tan malo —le reclamó Jay tomándole
las manos.
Su madre siempre sonreía cuando se las cogía y a él no le costaba nada
hacerlo, y le encantaban sus sonrisas tanto como las de Iris.
Cirila se mordió los labios dubitativa y lo miró apocada a la vez que
volvía a sacar el móvil del bolsillo.
—Tía Brigita pide foto de tú. —«Y de Mario. Ay, mi Dios querido, me
moriré de vergüenza si tengo que pedírsela»—. ¿Puedo, sí?
—¿La tía Bri quiere una foto mía? —La miró sorprendido. Aunque no
debería, era su familia, seguramente sentiría por él la misma curiosidad que
sentía él por ella.
—Ella es deseando conocer tú —comentó sonriente—. Reza todas
noches por ti y quiere seas feliz. Manda besos y abrazos. Y dice tienes cama
en casa si visitas a ella.
—Vaya... —Se rio nervioso frotándose la nuca—. Dale las gracias de mi
parte... Y dile que yo también mando besos y abrazos.
Ciri esbozó una sonrisa que le ocupó toda la cara y tecleó algo en su
móvil.
—¿Puedo foto?
Jay asintió sonriente y Ciri le hizo una foto. Luego puso cara de
desolación.
—¿Qué ocurre? —indagó poniéndose tras ella para ver la instantánea—.
¡Es terrible! ¡Bórrala! Si se la mandas, la tía Bri va a pensar que soy
monstruoso y me retirará la invitación a su casa... —se burló.
—¡No monstruo! ¡Tú guapo! —protestó ella, aunque tenía razón, la foto
era horrible.
—Claro que sí, he heredado tu belleza —sonrió Jay sacando su móvil—.
Espera, la haré con el mío...
Cirila ni siquiera lo oyó, tan impactada estaba por lo que acababa de
decirle. Era la primera vez que su hijo hacía referencia a su vínculo de
sangre. Para él era «Ciri» o «Cirila», jamás «madre» o «mamá», pero
acababa de decir que había heredado su belleza. Y eso era casi como
llamarla «mamá».
—Ciri, ¿pasa algo?
—No... —jadeó sin aire—. Yo feliz.
—Genial. —Le ciñó la cintura atrayéndola hacia él—. Mejor nos hago
un selfi y se lo envío desde mi móvil, el tuyo es una antigualla. —Ella lo
miró sin entender—. Sonríe —le pidió besándole la mejilla.
Ciri sonrió. Y su felicidad fue patente en la foto, fotos en realidad, que
Jaime le mandó a tía Brigita desde su móvil.
—¿Qué coño ha puesto? —gimió al ver su mensaje de respuesta.
Cirila lo leyó y pensó un instante su traducción al castellano.
—Dice eres muy guapo y alto, como abuelo. Igual que él.
—¿En serio? Me mola parecerme a mi abuelo. Hostia... ¿Quién es esta?
—inquirió al ver la imagen que acababa de mandar de una niña morena.
Estaba medio desenfocada y era una foto hecha a un cuadro—. ¡Eres tú! —
Miró a su madre.
—Sí, yo siete años. Oh... —Cirila se sonrojó al ver que llegaban más
fotos—. Ahora digo pare... —murmuró avergonzada. Si no le ponía fin, su
tía mandaría todas las fotos que tenía en casa de ella y, seguramente
también, de toda la familia.
—¡Ni de coña! —Jay la detuvo fascinado con las imágenes—. ¿Eres tú?
Joder, eras una preciosidad. Y no quiero decir que ahora no lo seas, ¿vale?
—afirmó sin apartar la mirada del móvil—. ¿Quién es esta?
—Anika, hija tía Brigita, nuestra prima. Este primo Branko. Bojan y
prima Katja...
Cuando un buen rato después Elías regresó de trabajar a Altanero se
encontró a Jaime sentado en la escalera de monta, a Cirila en su regazo y a
Educada atada en la entrada de la cuadra. Desde luego, no parecía que
hubieran dado clase. Se acercó. Estaban tan absortos en lo que hacían que
no se percataron de su llegada, lo que le permitió escuchar lo que decían.
Sonrió. Jaime estaba haciendo algo mucho mejor que dar clases a su madre.
Estaba conociendo a su familia.
33

Cuando nuestro prota hace gala de una pizca de mala leche y no poca
picardía.

Sábado, 6 de abril
—Podríamos ir a las camas elásticas —propuso Jay con gesto inocente
cuando salieron del restaurante en el que habían comido.
Iris arqueó una ceja y se cruzó de brazos para evitar atacarlo con un ashi
barai al pie adelantado y hacerlo dar con sus huesos, preferiblemente los
del trasero, en suelo. No quería que la acusara de violenta. Porque no lo era.
Querer matar a alguien puntualmente no era ser violenta, era que le estaba
tocando las narices. Y mucho.
—¿Eres tonto o te lo haces?
Jaime se llevó la mano al pecho, impactado.
—¿Acabas de soltar una palabrota o son mis oídos, que me engañan?
—«Tonto» no es una palabrota, es un adjetivo que te describe a la
perfección. —Le clavó el índice en el pecho.
Jay le aferró la mano y dio un tirón, arrimándola a él. Le plantó la mano
en el culo y la besó. O lo intentó, porque ella le atrapó el labio inferior con
los dientes y gruñó amenazante. Y, a ver, él no la veía capaz de hacerle
daño, pero tampoco iba a arriesgarse. Chinchar a Iris era, además de
divertido, peligroso para la salud.
—Vale —farfulló. No era fácil hablar con el labio inmovilizado—. Nada
de camas elásticas. —Ella lo soltó—. ¿Qué te parece si vamos al rocódromo
a escalar? —planteó con sonrisa pícara.
—¡Te voy a cortar la cabeza! —estalló ella lanzándose a por él.
Jay la esquivó y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
Iris lo persiguió, aunque no las tenía todas consigo para atraparlo.
Normalmente estaban a la par en velocidad, aunque Jay, como tenía las
piernas más largas, avanzaba más. Pero ese día ella llevaba tacones de siete
centímetros y su velocidad se había reducido drásticamente. La ajustada
minifalda que vestía tampoco ayudaba. De hecho, era la causa de que se
viera en esa situación. Jaime, el muy malvado, no había dejado de
proponerle actividades incompatibles con una prenda tan corta y ceñida, a
menos, claro, que quisiera enseñar a todos los presentes el tanga de encaje
rojo que llevaba.
Como punto positivo se daba la circunstancia de que Jay no podía dejar
de mirarla y decirle que estaba preciosa, añadiendo que se moría por
meterla en un baño, arrodillarse ante ella, levantarle la minifalda y comerle
el inserte sinónimo soez de los genitales femeninos.
Jaime detuvo su carrera y se dio la vuelta buscando a Iris, jamás tardaba
tanto en alcanzarlo y tirarlo al suelo con una de sus llaves. Aunque también
era cierto que los botines de tacón de aguja que calzaba debían de
ralentizarla un huevo.
Joder. Estaba guapísima con esa minifalda vaquera con parches de
estrellitas doradas y corazoncitos rojos. Era la prenda más alegre que había
visto nunca. Tan alegre como lo era Iris. El animado jersey de rayas de mil
colores era el complemento ideal.
La esperó mientras avanzaba hacia él desconfiando de su inmovilidad.
—¿No vas a salir huyendo?
—Pierde toda su gracia cuando no puedes atraparme. Además, he
pensado que podríamos ir a...
—Cuidado con lo que dices —lo amenazó con mirada fiera.
—El hachódromo —finalizó Jay—. No creo que lanzar hachas con
minifalda sea indecoroso. Aunque sí puede servir para ganar. —Arqueó las
cejas guasón. Iris entrecerró los párpados—. Si te inclinas, enseñarás el
tanga y despistarás a nuestros contrincantes...
—Eres un... ¡inserte palabrota! —Lo empujó riéndose a mandíbula
batiente.
—¿Eres consciente de que, al decir «inserte palabrota» en lugar de la
palabrota que estás pensando, le quitas toda la fuerza al insulto?
—Tienes razón. Mejor te corto la... ¡Jules!
—¿Me cortas qué? —La miró como si se hubiera vuelto loca.
Iris lo esquivó y echó a correr hacia un hombre con la cabeza rasurada y
tan alto como Jay que paseaba por el X-Madrid de la mano de una niña de
mirada pizpireta. Los acompañaba una morena de gesto dulce que empujaba
una silla de ruedas ocupada por una niña de sonrisa traviesa, que era gemela
de la que acompañaba al hombre.
—¡Jules! ¡Qué alegría! ¿Sabes quién soy? Quizá no me recuerdas...
—Eso sería imposible, Iris —la saludó Julio—. Jay no hace más que
hablar de ti.
—¿En serio? Vaya..., eso no me lo habías contado. —Se giró hacia Jaime
y se agarró a su brazo cual koala.
—No le hagas ni caso, es un exagerado —resopló Jay, las orejas rojas
como tomates.
—Tus orejas te delatan —se burló Iris tendiéndole la mano a la morena
—. ¡Hola! Tú debes de ser Mor. La cuñada de Jay. También habla mucho de
ti. Y vosotras..., a ver... —Fingió pensarlo—. ¡Ya lo sé! ¡Las sobrinas
favoritas de Jay del mundo mundial! Leah, la mejor amazona de todos los
tiempos, me ha chivado un pajarito que has ganado varios concursos —le
guiñó un ojo a la niña de la silla de ruedas—, y Larissa, la reportera más
dicharachera del universo —le tendió la mano con seriedad y esta se
apresuró a tomársela con idéntica gravedad—, espero que me tengas
puntualmente informada de todo lo que hace el tragaldabas de tu tío... —
Arqueó las cejas.
—¿Qué es «tragaldabas»? —inquirió Larissa desconfiada.
—No es un insulto. Ella no... los dice —señaló Leah.
—Significa «tragón» —explicó Iris—. ¿Tenéis una idea de lo que come
vuestro tío? Hemos ido a un bufet y nos han pedido que nos marcháramos
porque ha acabado con toda la comida que tenían para hoy —afirmó muy
seria.
—¡Eso es mentira! —exclamó Larissa antes de mirar a su tío y
preguntarle—: ¿Verdad?
—No le hagáis ni caso, es una exagerada de narices, yo no como tanto ni
de coña —bufó inclinándose para abrazarlas y cubrirlas de besos. Esa
semana la habían pasado con su madre y las había echado mucho de menos.
—La verdad es que sí comes tanto —apuntó Larissa.
—Siempre... que no co-cine... papá —apostilló Leah.
—¿Estáis insinuando que cocino mal? —inquirió Julio fingiéndose
molesto.
—¡Sí! —gritaron a la vez tío y sobrinas. Mor mantuvo silencio por amor
a Julio, no porque les faltara razón.
—Vale, tomo nota... —Julio miró amenazante a su familia.
Iris estalló en carcajadas y se lanzó hacia él envolviéndolo en un fuerte
abrazo.
—¡Cómo me alegro de verte de nuevo! ¡Y de conoceros! —Miró risueña
a las niñas. Soltó a Julio y enhebró el brazo con el de Mor—. Jay me ha
dicho que eres fisio y haces terapias equinas. ¡Tiene que ser una pasada! Me
encantaría conoceros mejor a las tres, Jay asegura que sois la caña de
España —afirmó sonriente—. ¿Qué os parece si nos tomamos un helado
mientras nos ponemos al día? Jay invita. —Lo miró maliciosa y le guiñó un
ojo—. Es lo mínimo que puede hacer para resarcirme de ser tan inserte
palabrota. ¿Sabéis dónde quería que fuéramos? ¡A las camas elásticas! ¿A
que no imagináis para qué? ¡Para verme las bragas! ¡Como si no fuera a
vérmelas esta noche! —Se echó a reír a carcajadas contagiando a Mor
mientras las llevaba hacia la heladería.
—Ya veo que sigue sin tener filtros —comentó Julio mirando a su
hermano.
—Ni te lo imaginas... —bufó Jay, las orejas a punto de ignición.
—¿En serio vas a dejar que el tío te vea las bragas? —indagó Larissa
interesada.
Iris abrió la boca, volvió a cerrarla y se mordió los labios dubitativa.
—¿Crees que no debería dejarlo? —le preguntó muy seria a la niña.
—Los chicos no deben ver las bragas de las chicas —declaró Larissa.
Leah aprobó las palabras de su hermana con un vehemente asentimiento.
—¡Vaya! Pero si vuestro tío me ha dicho que no pasaba nada si se las
enseñaba. Eso sí, solo a él... ¿Eso significa que me ha mentido?
Las niñas miraron escandalizadas a Jay.
—No le hagáis ni caso, es una cuentista... —se defendió este; ya no solo
eran las orejas lo que tenía rojo, sino toda la cara.
—¿Estás diciendo que es mentira eso que me has dicho de levantarme la
falda y...?
Jay la abrazó tapándole la boca antes de que pudiera terminar la frase.
—Te vas a quedar sin helado como sigas por ahí —la amenazó con voz
grave.
Ella, sin pensarlo dos veces, mordió los dedos que la callaban y, ante el
alarido quejumbroso de Jay, estalló en carcajadas. No fue la única.
—Joder, reina, tienes sierras en vez de dientes... —se quejó este
sacudiendo la mano.
—Espera..., ¿lo oís? —Se quedó muy quieta—. ¡Start Me Up de los
Rolling! ¡Es la mejor canción del mundo mundial! ¿No se os mueven los
pies solo con oírla? ¡Tengo que bailarla! ¿Os apuntáis?
—¿Dónde vas a hacerlo? —inquirió Larissa con timidez, eso de bailar en
mitad del centro comercial le daba un pelín de vergüenza.
—En la pista de baile, por supuesto.
—No hay pis-ta... de baile —repuso Leah.
—Claro que sí. Está ahí mismo. —Iris señaló una placita delimitada para
patinar y le preguntó a Julio—: ¿Puedo robarte a tus hijas cinco minutos?
—Claro.
—¡Genial! ¡Vamos, Mor, es la hora de bailar! —Agarró la silla de ruedas
y la empujó presurosa a la recién nombrada pista de baile. Mor y Larissa no
dudaron en seguirla.
—Menudo tornado es —comentó Julio mirando fascinado a la morena
por la que su hermano bebía los vientos. Sus sonrisas contenían toda la
alegría del mundo.
—No lo sabes tú bien, a veces es agotadora.
—Lo bueno es que no te vas a aburrir nunca con ella —apuntó divertido.
—Y tanto. Oye, Jules... —Jay bajó la cabeza, esquivando la mirada de su
hermano.
—¿Qué pasa, Jaime? —inquirió Julio de repente alerta.
Jay removió los pies incómodo mientras se frotaba la nuca.
—Sé que te va a parecer raro, pero, por favor, no menciones a Cirila
delante de Iris. En cuanto vuelvan de bailar voy a llevarme a Iris a comprar
los helados, así que aprovecha para decírselo a Mor y a las niñas, ¿vale? No
quiero que nadie diga nada de Ciri, ¿OK?
—¿Por qué?
—¿Qué más da? Haz lo que te pido y punto —susurró irritado.
—Ni de coña, Jaime, no voy a hacer algo así sin saber por qué.
—¡Joder! —Miró inquieto la improvisada pista de baile—. Porque no le
he dicho que es mi madre... Cree que es la cocinera de la cantina a la que le
robo la comida.
Julio lo miró pasmado.
—¿Por qué narices has hecho eso?
—Porque cuando nos conocimos le dije que no tenía padres y no ha
vuelto a salir el tema —bufó intranquilo, la canción estaba a punto de
acabar.
—Porque tú no habrás querido que saliera —lo acusó Julio.
—Vale, joder, ha sido porque no he querido —reconoció nervioso, se le
echaba el tiempo encima—. No le menciones a Ciri, ¿de acuerdo?
—No, no estoy de acuerdo. No tiene sentido que se la ocultes y le
mientas sobre ella.
—¿Para qué coño voy a decirle que tengo madre si Ciri antes o después
se irá? Así me ahorro explicaciones.
—Pero ¿qué cojones dices, Jay? Cirila no se va a ir...
—¿No? ¿Estás seguro? Porque yo no —lo exhortó frenético—. Quiero
creer que sí, que se va a quedar, pero una parte de mí —se golpeó el pecho,
le faltaba el aire— está segura de que se va a ir. —«Este puto 20 de abril sin
ir más lejos»—. ¡Joder! —La canción acabó—. No quiero hablar de esto
ahora, Jules. Déjalo estar, ¿vale? Y tampoco menciones mi puto
cumpleaños —exigió amenazador.
—Jaime...
—Ya vienen, por favor, Jules —rogó jadeante.
Julio asintió con un gesto.
—Me muero de calor. ¿Vamos a por el helado? —propuso Iris cuando
llegaron a ellos. Se paró en seco al ver la cara de Jaime y su pecho
sacudiéndose agitado. Sonrió, lo abrazó y le besó el cuello, bajo la oreja—.
¿Estás bien? Tienes mala cara —susurró.
—Estoy de puta madre, reina —afirmó, y no mentía. Ahora que le había
arrancado el compromiso a su hermano, el aire volvía a circular por sus
pulmones—. Vamos a por ese helado. ¿De qué lo queréis?
Leah lo quería de vainilla, Larissa de chocolate y Mor de menta. Julio no
quería.
—El mío será de tomate y piña —anunció Iris.
—Yo no pido esas asquerosidades, así que te toca venir conmigo y
pedirlo tú —apuntó Jay cogiendo la oportunidad al vuelo.
—¿Quieres un helado de tomate y piña? —Larissa la miró poniendo cara
de asco.
—Vaya... mezcla —señaló Leah.
—No bebo alcohol, no fumo, no me drogo y no digo palabrotas, alguna
excentricidad debo tener. No sería justo que fuera absolutamente perfecta
—declaró.
—No digas gilipolleces, reina, eres absolutamente perfecta —rebatió Jay
ciñéndole la cintura y dándole un buen morreo, al que ella puso fin con un
barrido al pie adelantado que lo mandó de culo al suelo—. Eso, por
provocarme antes. —Le guiñó un ojo.
—¡Has tirado al tío Jay! —jadeó Larissa—. ¿Cómo lo has hecho?
¡Enséñame! —La miró como si fuera su nueva superheroína favorita, mejor
aún que las de Marvel.
—Te estás jugando el quedarte sin helado —la amenazó Jay antes de que
pudiera convertir a su sobrina en una máquina de tirar a la gente inocente al
suelo.
—Y tú, el retozar conmigo esta noche... —le impugnó ella con una
amenaza mucho más potente.
Jay parpadeó una vez. Dos. Y decidió que había amenazas que era mejor
no tomarse a la ligera.
—Vale. Tendrás tu helado, pero tienes que acompañarme. —Le dio la
mano guiándola a la heladería. Giró la cabeza para lanzarle una mirada
suplicante a su hermano.
—¡Me encanta la novia del tío! —afirmó Larissa emocionada—. ¡Es la
caña!
—Sí que lo es. Un chica encantadora y alegre, muy vital —apuntó Mor.
Entrecerró los ojos al ver la mirada que Julio y Jaime intercambiaron—.
¿Qué ocurre?
Julio apretó los labios malhumorado y se acuclilló para mirar a sus hijas
a los ojos.
—Tengo que pediros un favor de parte del tío. Es muy importante para
él...

***

—De pronto empiezan a sonar las alarmas y yo alucinando en tecnicolor, en


plan: ¿qué he hecho? ¿Qué pasa? ¿Socorro? —Iris abrió muchísimo los
ojos, su expresiva cara transmitiendo toda la sorpresa que había sentido en
ese momento—. De repente vemos al profe corriendo a toda pastilla por la
sala de prácticas gritando algo. Y mis compañeros que me miran y yo que
los miro, pero con las sirenas no lo oímos, y él venga a hacer aspavientos.
Llega a la máquina, baja todas las palancas, la desenchufa y nos grita que si
no vemos que el alternador se estaba calentando muchísimo. Y yo, pues no,
la medición del registro es correcta. Y él, con los ojos desorbitados: ¡pero si
os he dicho que el termostato no funcionaba y que vigilarais en manual! Y
nosotros: ah, que se refería a ese termostato...
—No me jodas, Iris, podríais haber hecho explotar un jodido reactor... —
bufó Jay.
—No exageres, no era un reactor, sino una máquina que imitaba su
funcionamiento. Como mucho habría hecho «bum».
—¿Bum?
—Sí. Bum. Tal vez se hubiera llevado por delante la pared, pero nada
más. En segundo de carrera no nos dejaban utilizar máquinas que pudieran
hacer nada más peligroso que «bum» —afirmó ufana—. En tercero, en
cambio, teníamos una que podía hacer «¡¡badabuuuuuuuum!!». —Abrió los
brazos y empujó hacia atrás la silla con tanto énfasis que a punto estuvo de
caerse con ella.
Si no ocurrió fue porque Jaime la sujetó a tiempo. Ella premió su
caballerosidad con un rápido beso y siguió contando batallitas para mayor
deleite de todos.
Julio sonrió, pasar la tarde con ellos había sido revelador. Le había
permitido conocerla mejor y enamorarse un poco de ella, de su alegría
incontenible y sus sonrisas prontas. Era una mujer divertida y osada que
hablaba con una franqueza sin filtros que resultaba fascinante. Y su
hermano no podía dejar de mirarla. Ni de tocarla. Ni ella a él.
Miró con disimulo el reloj. Eran casi las nueve de la noche, hora de irse
a trabajar y dejar sola a la parejita.
—Chicos, lo lamento, pero tengo que irme al Lirio, el deber manda... —
Se levantó dejando un billete en la mesa para pagar la cuenta.
—Nosotras también nos vamos, llegamos tarde a nuestra fiesta de
pijamas en Tres Hermanas —señaló Mor, y las gemelas prorrumpieron en
entusiasmados gritos—. Ha sido genial conocerte, Iris. Brillas tanto que
iluminas todo lo que está a tu alrededor —le dio sendos besos en las
mejillas—, sobre todo a Jay —le susurró al oído.
Se dirigieron al aparcamiento, donde Mor y las niñas se subieron al
coche de Julio, que era el que tenía acoplada la silla especial de Leah, y
pusieron rumbo a Tres Hermanas. Luego le llegó el turno a Julio, que
conduciría el coche de Mor.
—Es una lástima que tengas que trabajar —dijo Iris—. Se me ha hecho
la tarde cortísima.
—Créeme, a mí también.
—Trabajas en un garito de copas, ¿no? —indagó ella.
—Podría llamárselo así, sí —resolvió Julio sonriente.
—Podríamos ir a tomar algo al pub de tu hermano —le propuso a Jay.
Él parpadeó un par de veces.
—No sé si te vas a sentir cómoda en el Lirio, reina...
—¿Por qué no?
—Porque es un club de sexo. —Se encogió de hombros.
—¿Qué quiere decir con eso? —Iris miró a Julio confundida.
—¿No le has contado nada del Lirio, Jay? —le preguntó Julio a su vez a
su hermano.
—No se me ha ocurrido, la verdad... —Se encogió de hombros—. Jules
tiene un club swinger donde la gente hace todo tipo de cochinadas. —Le
guiñó un ojo a Iris.
—¿En serio? —Miró a Julio sorprendida.
—Es una descripción un poco simplista, pero sí. El Lirio Negro es uno
de los clubes más reputados de ambiente liberal de Madrid —refirió
orgulloso—. Tenemos salas privadas, una piscina nudista, un salón de
orgías y un sótano dedicado al BDSM, el Infierno.
Iris abrió unos ojos como platos y Julio sonrió ufano, aunque no tardó en
ser él el sorprendido.
—¡Quiero ir!
—¿Qué? —jadeó Jaime.
—¡Tiene que ser la repera limonera! —afirmó entusiasmada—. Nunca
he estado en un sitio así. Y no por falta de ganas. Se lo he dicho mil veces a
los Repes y a Sardi, pero dicen que les da vergüenza, ¿te lo puedes creer?
—le dijo a Jay.
—Eh..., sí. A mí también me da palo —murmuró él, las orejas como
tomates.
—¡No fastidies! Me muero de curiosidad —protestó poniéndole ojitos.
—Bueno, va, podemos ir si quieres... —cedió Jay.
—¡Genial! ¡Vamos!
—¿Ahora? —jadeó Jaime.
—No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy... —declamó Iris.
Jaime miró a su hermano espantado y Julio rompió a reír.
—Si lo piensas, es el mejor momento para ir, Jaime. —Le palmeó la
espalda—. Aún es pronto y habrá poca gente, ergo no encontraréis escenas
muy subidas de tono.
—Entonces será cuestión de esperar a que se anime tomando una copa
en la barra... —señaló Iris con sonrisa traviesa.
Las orejas de Jay enrojecieron más y Julio tuvo que esforzarse para no
soltar una carcajada.
34

Cuando nuestra pareja favorita descubre que uno más uno no tiene por qué
ser necesariamente dos. Depende de la cantidad de gente dispuesta a
unirse a la pareja. O al trío. O al grupo indeterminado de personas que
estén metidos en el ajo.

—Menudo terremoto es la amiga de tu hermano —le dijo Kaos a Julio


recostado en la silla de este en la Ratonera.
Julio había llegado al Lirio con una parejita de bollicaos que le había
presentado como su hermano y su chica, algo que ambos jóvenes se
apresuraron a rebatir. Luego Julio se los había llevado de ruta turística por
el club y Kaos, como el cotilla confeso que era, había ido a la Ratonera para
espiarlos desde los monitores que cubrían la pared del despacho de su socio.
—Y te aseguro que está comedida —replicó Julio con sorna observando
a la pareja a través de las videocámaras que Kaos dirigía a su antojo—.
¿Nos has estado espiando? Por cierto, devuélveme mi silla —le exigió.
—El Paraíso está muy tranquilo, un boybang y un par de orgías en
marcha, todo de lo más normal, así que me aburría —señaló indolente
ignorando su orden—. Además, como médico que soy, tengo un interés
especial por ver en acción las orejas de tu hermano, creo que si
conseguimos que enrojezcan lo suficiente saldrán ardiendo —afirmó burlón
—. Ha tenido un momento especialmente interesante en el Paraíso, por un
instante he pensado que le iba a salir humo de ellas cuando se ha tropezado
al ver el boybang...
—No ha tropezado, simplemente ha dado un traspié por la sorpresa, y no
me extraña. ¿Cuántos lo formaban?
—Si no he contado mal, eran ocho mujeres utilizando a un hombre, y
varias llevaban arnés con dildo para penetrarlo. El pobre tipo va a acabar
escocido. Le he dicho a Pedro que se asegure de que el dosificador de
lubricante de su mesa esté siempre lleno.
—Eres muy detallista.
—Me preocupo por el negocio: cuanto más contentos están los clientes,
más gastan.
—¿Piensas devolverme mi silla en algún momento de la noche? —le
reclamó Julio.
—¿De verdad vas a vigilar los monitores estando tu hermanito aquí?
Podrías verlo en plena acción, y no me refiero a sus orejas. —Le guiñó un
ojo.
—Sabes que no vigilo los monitores —repuso Julio—. Me limito a
tenerlos encendidos y echarles un ojo en busca de inspiración cuando me
atasco en el planteamiento de algún escenario. De todas maneras, tengo la
impresión de que Jaime e Iris no van a hacer nada. Por mucha experiencia
que tengan, dudo que hayan visto jamás nada parecido a esto. La primera
vez cuesta un poco perder la timidez.
—Cierto, pero esa chica tiene muchísimo desparpajo, y no se puede
decir que sea tímida. —Señaló el monitor en el que se veía a Iris en la
plataforma de pole dance del Paraíso ejecutando un bailecito sexy.
Había colocado las piernas a cada lado de la barra y, agarrada a esta, se
acuclillaba para luego incorporarse con lujuriosa lentitud, rozando su sexo
contra el pulido metal, o eso parecía, porque la minifalda, aunque se le
había subido, no lo había hecho lo suficiente como para mostrar nada
interesante.
A un metro de ella, Jaime, rígido como un palo y con las manos cruzadas
sobre su entrepierna en un intento de ocultar el bulto que se elevaba en esta,
clavaba la mirada en el erótico baile que ella le dedicaba.
Un baile que acabó en desastre cuando los dedos se le resbalaron y cayó
de culo en la plataforma.
Jaime se lanzó a levantarla, pero ella rechazó su ayuda y, tumbada cuan
larga era en la plataforma, estalló en una escandalosa carcajada. Luego hizo
algo raro con los pies y el chico acabó también en el suelo. Él también
estalló en carcajadas.
—¿Qué coño ha sido eso? —inquirió Kaos pasmado.
—Por lo que sé, practica algún tipo de arte marcial...
—No hace falta que lo jures.
En el monitor, las risas de la pareja se cortaron cuando ella se sentó a
horcajadas sobre él y lo besó. Con ganas. Muchas ganas.
—Esos dos acaban follando, te lo digo yo, que tengo buen ojo para estas
cosas —pronosticó Kaos—. Tu hermano será tímido, pero ella es muy
lanzada.
Julio asintió con un gesto y apagó los monitores.
—No me lo puedo creer, vas a dejar que Tomás haga su trabajo sin
entrometerte —se burló Kaos.
Tomás era el jefe de seguridad del Lirio y, por ende, quien supervisaba
las cámaras, lo que hacía desde su cuarto de operaciones. Los monitores de
la Ratonera eran una reminiscencia de los inicios del Lirio, cuando los
socios ejercían de vigilantes, camareros, limpiadores y todo lo que fuera
necesario para levantar el negocio.
—¿Dónde crees que acabarán haciéndolo? —lo picó Kaos.
—Ni lo sé ni me lo planteo. Lárgate al Paraíso y devuélveme mi silla.
—En el Edén, me apuesto la cabeza. El agua puede ser, además de muy
incitante, apropiadamente relajante... —afirmó Kaos enfilando a la puerta.

***
—¿Qué te parece si buscamos un rincón menos expuesto? —gimió Jaime
amasándole el culo. Como Iris siguiera frotándose así, iba a correrse en los
pantalones.
—Vale —aceptó ella de inmediato—, esto es demasiado público para mi
gusto...
—No me jodas que te da corte. —La miró pasmado porque, tal y como
se comportaba, no lo parecía.
—Es más bien que me resulta raro. Siento que estamos demasiado
vestidos y desentonamos con el ambiente y la gente que hay aquí, pero a la
vez soy incapaz de quitarme la ropa porque mis padres me enseñaron que
no debía despelotarme en público y me siento incómoda haciéndolo. A no
ser que... ¿Te apetece un baño?
—¿Un baño?
—Sí. En la piscina que tienen montada al final del pasillo.
—Allí la gente está igual de desnuda que aquí —señaló Jay.
—Sip, pero es una piscina, es normal llevar poco o nada de ropa en ellas.
¿Te has bañado alguna vez desnudo en el mar?
—Pues no.
—Yo sí, y es la releche. —Se puso en pie y Jaime la imitó para, acto
seguido, taparse la entrepierna tal y como venía haciendo desde que habían
entrado en el Lirio.
—No seas tan tímido, Morritos, aquí todos están orgullosamente
empalmados y tú no tienes nada que envidiarles, más bien al contrario.
¡Vaya! ¡Por eso lo haces! ¡Pero qué buena persona eres! Sabía que eras un
encanto pero no imaginaba que tanto —le envolvió la cara entre las manos
y le plantó un beso de padre y muy señor mío.
—¿Qué coño estás diciendo? —jadeó aturdido cuando se separaron.
—Te he pillado, no disimules. Sé por qué te estás tapando el pincelín.
Porque es enorme y no quieres que los demás lo vean y se acomplejen.
La miró como si se hubiera vuelto loca.
—Joder, reina, se te ha ido la olla por completo. Yo no... ¿De verdad
crees que tengo una polla enorme?
—No tanto como ese de ahí, pero casi. —Le señaló a un hombre con una
verga gigantesca que se estaba masturbando para una pareja—. Y lo
prefiero, no creas, dudo que un príncipe azul cielo que se precie tenga un
aparato tan descomunal. A ver, tiene que vencer al dragón con una lanza, no
con una manguera.
Jaime se imaginó a un príncipe azul polla en mano atacando a un dragón
y le entró una risa incontenible.
—Si lo miras por el lado defensivo —comenzó a decir entre risas—, usar
la polla puede ser una buena estrategia..., porque si el dragón le lanza fuego
siempre puede intentar apagarlo meándolo. —Casi no pudo acabar la frase
antes de romper en carcajadas.
—¡Serás guarro! —exclamó Iris estallando en una escandalosa risotada.
—Calla, joder, no te rías así. Nos está mirando todo el mundo...
—Has empezado tú.
—Pero yo soy más discreto.
—¿Con ese pincelín? Ni por asomo —repuso maliciosa agarrándole el
paquete. Se lo amasó libidinosa—. Vamos a buscar esa piscina.
—Joder, sí.
No tardaron en encontrarla. Y eso les planteó otro conflicto.
—¿Crees que estará limpia? —Iris metió el pie en el agua, estaba divina.
Se habían quitado la ropa en los vestuarios y estaban en pelotas al borde
de la humeante piscina que ocupaba gran parte de la sala.
Jaime la miró confundido.
—Aquí no hay niños, y dudo que los adultos se hagan pis en el agua...
—Pis no, pero seguro que sí eyaculan.
Jaime parpadeó una vez. Dos.
—Joder. No lo había pensado. —Miró la piscina con resquemor.
—Lo mismo el agua está llena de diminutos y monísimos
espermatozoides nadando en un océano de cloro y terribles productos
químicos que los están matando mientras buscan desesperados un óvulo
fecundable en el que perpetuarse...
Jaime la miró aturdido.
—Estás de coña, ¿no?
—Pobrecitos, tan perdidos y voluntariosos. Me dan tanta pena. —Lo
miró compungida, la sombra de una sonrisa asomando a sus labios.
—Eres una cabrona... —La empujó tirándola a la piscina, lo que hizo
que las parejas que retozaban en esta los miraran molestos. Ahí se iba a
follar, no a jugar—. Lo siento... —pidió disculpas a toda la sala en general
con las orejas a punto de echarle humo.
Volvió a taparse las joyas de la familia y se metió en el agua esperando
sentirse menos desnudo. Pero el agua era incolora, por lo que tapar, lo que
se dice tapar, tapaba poco. Pegó la espalda al borde y miró a su alrededor
sofocado.
Aunque todavía era pronto para los estándares de la noche, ya había
bastante gente en la piscina totalmente dedicada a sus asuntos, que no eran
otra cosa que follar. De todas las maneras imaginables y de muchas
inimaginables. Los clientes del Lirio Negro tenían una imaginación de la
hostia. Algunos, además, también tenían una flexibilidad de la hostia. Jay
había visto dúos, tríos y todo tipo de conjuntos numéricos haciéndoselo en
posturas que él no se atrevería a realizar ni en sueños por temor a
descoyuntarse. Allí todo el mundo iba a su rollo y reinaba un respeto
absoluto a la hora de abordar cualquier interacción, a pesar de que las
parejas, tríos y demás combinaciones se intercambiaban continuamente en
una búsqueda incesante de placer. De vez en cuando alguien se fijaba en
ellos y les sonreía apreciativo, en su mirada una pregunta no formulada. En
respuesta, Iris y Jay contenían una risita nerviosa y negaban con gesto
diplomático.
Julio les había advertido de que no mirasen fijamente a los demás.
Podían observar y ser observados mientras follaban y eran follados, pero
una mirada insistente podía ser considerada una invitación a jugar con
ellos. Y lo último que Jaime quería era que algún pichatiesa se diera por
aludido y les propusiera unirse al polvo, si es que conseguía follar, algo que
no tenía muy claro. Porque, empalmado estaba, pero de ahí a metérsela a
Iris...
—Joder, esto es un corte —le susurró a Iris al oído apartando la mirada
de una rubia que, a cuatro patas en el borde de la piscina, se comía la boca
con una pelirroja mientras dos mendas lerendas, uno por mujer, las
taladraban por detrás.
—No pienses en los demás, ellos están a su bola y nosotros a la nuestra.
—Iris escaló por su cuerpo y le envolvió las caderas con las piernas y el
cuello con los brazos, enredándose en él cual boa.
—Vale, pero no sé si voy a poder...
—Armamento no te falta —murmuró contra sus labios a la vez que se
columpiaba contra su erección.
—Y ganas tampoco —suspiró besándola.
Se olvidaron de todo. De la gente, de los jadeos y los gemidos que
acompañaban a la música ambiental, del ondular del agua. Se besaron y se
acariciaron hechizados por el tacto acuoso de sus pieles, por la manera en
que resbalaban sus cuerpos y los sonidos que hacían al chocar. Hasta que,
cuando iban a dar un paso más, les falló la logística.
—¿Sabrás ponerte el condón en el agua? —le preguntó Iris cuando fue a
penetrarla.
Jaime la miró desubicado hasta que comprendió por qué lo decía.
—No creo que se pueda. Me cago en la puta... —gruñó.
Iba a tener que salir del agua para A) hacerse con un condón de las
cestitas situadas en las mesas y B) ponerse la puñetera gomita delante de
todo el mundo y en penumbra, lo que era a la vez bueno y malo. Bueno,
porque así se le vería menos y no le daría tanto apuro, y malo porque no se
veía un carajo, lo que complicaba la delicada operación.
—¿Y si pasamos del preservativo? —propuso—. Sigues tomando la
píldora, ¿no?
—Sí, pero...
—Sí, cierto, no protege de ETS —replicó enfadado. No porque tuviera
que ponerse condón, sino porque acababa de recordar el motivo por el que
debía ponérselo: porque su relación (esa que afirmaba no tener) era
jodidamente abierta.
—¿Lo has hecho con alguien sin protección? —le preguntó Iris.
—Ya te dije que no —resopló malhumorado.
—Hace dos semanas. —La miró confundido—. Me lo dijiste hace dos
semanas —especificó ella—. En ese tiempo puede haber cambiado la
situación...
—Pues no ha cambiado. Solo lo he hecho contigo. Sin condón —se
apresuró a definir. El orgullo manda, y no pensaba reconocer que solo se lo
montaba con ella si ella no hacía lo propio—. ¿Y tú? —La miró interesado,
deseando oír que no lo había hecho con nadie, sin condicionantes.
—Ídem —replicó Iris sin aclarar lo que él realmente quería saber.
—Genial, entonces propongo que lo hagamos sin nada porque de verdad
de la buena que veo complicado de cojones ponerme una goma.
—Sí que parece bastante peliagudo —coincidió Iris flotando panza
arriba en el agua—. Podríamos comprometernos... —planteó como si tal
cosa.
—¿Comprometernos? ¿Como en las novelas románticas de la Regencia?
—repuso pasmado—. No jodas, reina, ni siquiera voy vestido de azul
cielo... —bufó.
—¡No seas inserte palabrota! —Lo salpicó juguetona—. Me refiero a
que podríamos llegar a un acuerdo. —Apoyó los brazos en el borde de la
piscina y la barbilla sobre estos en la viva imagen de la indiferencia. Algo
que ni de coña sentía.
—¿Qué tipo de acuerdo? —requirió interesado.
—Nos comprometemos a no hacerlo con nadie sin protección. Excepto
entre nosotros. —Fijó sus ojos eléctricos en él—. Cuando estemos juntos,
no habrá barreras.
Jaime la miró atónito, más claro no podía decirlo, pero, por si acaso,
puntualizó:
—Eso significa que solo lo harás conmigo. Sin condón —se acordó de
añadir.
—Y que tú solo lo harás conmigo. Sin condón —replicó Iris haciendo la
misma pausa en la afirmación que él.
Jaime tragó saliva, el corazón bombeándole a mil por hora al ser
plenamente consciente de la confianza ciega que Iris depositaba en él. Igual
que él en ella.
—Joder, reina... No te arrepentirás de confiar de mí.
—Lo sé. —Selló el acuerdo con un beso que dio paso a muchos más.

Tiempo después, ya en casa tras una larga noche de placenteros


descubrimientos.

—¿Nunca habías estado en el Lirio? —le preguntó Iris frotando perezosa la


mejilla contra su torso, le encantaba que fuera tan lampiño y suave.
Estaban en su habitación, adormilados después de haberse dado una
ducha, sin ningún tipo de aderezo sexual, tras su regreso del Lirio Negro.
Al final sí habían consumado en la piscina, aunque más que apoteósico
había sido perturbador. Demasiada gente presente para el gusto de ambos.
Así que al terminar decidieron que mejor regresaban a casa, a la tranquila
intimidad de su dormitorio, que sería menos sicalíptico pero les resultaba
más cómodo. Acababan de salir del Jardín del Edén cuando se encontraron
con Kaos, quien les hizo entrega, con no poca guasa y boato, de un
obsequio que les enviaba Julio.
Una llave.
Pero no una cualquiera, sino la de una de las salas privadas —y esa era la
palabra clave, «privada»— del Lirio.
Aceptaron el presente y lo acompañaron hasta una puerta que solo los
depositarios de la llave, es decir, ellos, podían abrir, lo que suponía un gran
incentivo (y no poco alivio). Estaban hartos de multitudes (y en el sexo,
más de dos personas lo eran).
En la habitación encontraron una cama enorme que no llegaron a usar,
un extraño sillón erótico sin brazos ni respaldo con el asiento de forma
ondulada que era de lo más sugerente y al que, entre risas, posturas
imposibles propias del Kama Sutra y más risas dieron buen uso. También se
lo dieron al columpio de cuero con poleas y estribos que, tras un momento
de incertidumbre y estudio para ver cómo narices se utilizaba, acabaron
disfrutando varias veces.
En definitiva, estaban agotados.
—Qué va, reina, es la primera vez que voy. —Ahogó un bostezo—.
Nunca me ha llamado la atención. Bueno, sí, con quince años, cuando
estaba más salido que el pico de una plancha, pero como era menor no
podía entrar. Y la verdad es que, aunque hubiera podido, tampoco me habría
atrevido a pedírselo a Jules. En esa época yo era un capullo insoportable y
no nos llevábamos muy bien...
—Todos los adolescentes son complicados a la edad del pavo. —Se
acomodó sobre él adormilada.
—Yo era un poco más que complicado. Le hice la vida imposible
durante mucho tiempo —confesó. Con ella era fácil sincerarse, jamás
juzgaba a nadie—. Estaba cabreado con el mundo, creía que...
—¿Qué creías? —lo instó a continuar al ver que guardaba silencio.
—Que era una carga para mi hermano, que no me quería..., que solo me
cuidaba porque era su obligación y no le quedaba otro remedio.
—Eso es ridículo, Jay, cualquiera puede ver que te adora. —Jaime
asintió silente—. Imagino que perder a tus padres condicionó la manera en
que te sentías con respecto a Julio... —apuntó con suavidad—. ¿A qué edad
se hizo cargo de ti?
—Yo tenía siete años, él veintiséis.
—¿Tenías miedo de perderlo también a él?
Jay cerró los ojos al recordar el terror ciego que sintió cuando vio la tarta
de su octavo cumpleaños y a Julio sonriente. Había estado seguro de que
iba a abandonarlo, como su madre al nacer, como su padre un año atrás. Se
le había roto el corazón en mil pedazos. Le había costado años volver a
unirlos todos y no estaba seguro de haberlo conseguido porque, en los
momentos más inesperados, lo asaltaba la horrible seguridad de que se iba a
quedar solo. De que todos a quienes quería se irían porque no los merecía.
—Me aterraba —reconoció con voz apenas audible.
—¿Qué les pasó a tus padres?
—Desaparecieron.
—La gente no desaparece así como así...
—Mis padres, sí. No quiero hablar de eso —la cortó antes de que lo
interrogara.
La apartó de encima y se sentó con la espalda contra el cabecero, las
piernas dobladas y los brazos cruzados contra el pecho creando una barrera
que no tuvo ningún efecto, porque Iris se sentó a su lado, su costado y su
pierna derecha en contacto con el costado y la pierna izquierda de él. Le
deslizó la mano por el brazo desnudo hasta llegar a su mano y la escurrió
bajo esta, envolviéndola entre sus dedos.
—Estás enfadado con ellos. —No era una pregunta.
—Los odiaba. Ahora solo odio a mi padre —especificó. No quería
indisponerla contra Cirila, no sería justo.
—Fue malo contigo. —Tampoco era una pregunta.
—Qué más da, desapareció hace siglos. No voy a hablar de él, no es
nadie.
—¿Y tu madre?
—¿Mi madre, qué? —replicó a la defensiva.
—¿Era como Alma, la madre ausente de tu relato? ¿Se marchó dejándote
con un monstruo a pesar de saber que él te haría daño? —En su voz era
evidente el desprecio que sentía por esa madre desnaturalizada que había
abandonado a su hijo.
—Para el carro, reina —la increpó saltando de la cama. Abrió la ventana
y se asomó para respirar antes de enfrentarse a ella exaltado—: No sabes
una puta mierda de Alma, de lo que hizo o dejó de hacer. Si permitió que
Jethro se llevara a Yago o si se lo robó sin que ella se diera cuenta. ¿Y sabes
por qué no tienes ni puta idea de nada? Porque cuando escribí ese maldito
relato yo tampoco sabía una mierda. —Ni siquiera fue consciente de lo que
acababa de decir ni de cómo podía interpretarlo ella, tan enfadado estaba.
No iba a permitir que pensara mal de Cirila—. Sin Alma es una historia
ficticia, no tiene nada que ver con mi madre, no puedes equipararla con
Alma basándote en algo que escribí hace años. ¡No sería justo! Si la hubiera
escrito ahora, la historia sería muy distinta.
—¿Por qué?
«Porque ahora sé lo que pasó.» Pero eso no podía decirlo, porque no era
del todo cierto. Sí. Jethro lo había robado de brazos de Cirila, pero ¿por qué
ella no lo había denunciado a la policía hasta muchos años después? La voz
de su padre dio respuesta a su pregunta: había esperado tanto porque no le
apetecía cargar con un mocoso llorón.
—¡Porque ya no soy un puto crío, joder! —bramó colérico la mentira
que le pareció más creíble a su pregunta.
—Pero sigues igual de asustado.
—No me psicoanalices, reina —le advirtió con el corazón tronándole en
el pecho. Se asomó de nuevo a la ventana—. Déjalo estar, joder —rogó
aferrándose al alféizar.
—¿Sabes lo que más me revienta, Jay? —Lo abrazó por la espalda y
apoyó la cabeza en su omóplato, las manos cruzadas contra su convulso
pecho—. Que las víctimas, cuanto más víctimas son, más se avergüenzan de
haberlo sido y más culpables se sienten, como si de alguna retorcida manera
ellos tuvieran la culpa de lo que les ha ocurrido.
—¿Qué puto trabalenguas es ese, reina? —Jay apresó sus manos y las
apretó contra su pecho. Tuvieron un efecto calmante sobre los violentos
latidos de su corazón.
Se quedaron quietos y en silencio, como si no quisieran despertar a la
noche y descubrirle su presencia, hasta que la fresca brisa que se colaba por
la ventana hizo estremecer a Iris.
Jay se apartó del alféizar y cerró la hoja antes de girarse hacia ella. Le
besó la punta de la nariz, la tomó en brazos y la llevó a la cama, como un
príncipe azul o, mejor dicho, como un príncipe en pelotas. Se tumbó junto a
ella y los arropó con las mantas.
Iris no tardó en adoptar la postura favorita de ambos: la del perezoso
enlazado al árbol. Pero, a pesar de estar en la gloria, ninguno de los dos
cerró los ojos.
—Duérmete —le susurró Jay besándole la coronilla.
—No quiero. Faltan pocas horas para que llegue mañana y me marche. Y
quiero pasarlas contigo... —murmuró adormilada.
—Y conmigo estás —señaló divertido.
—Pero dormida no cuenta. Quiero estar despierta y disfrutarte.
—Cierra los ojos y me colaré en tus sueños para que puedas disfrutarme.
—¿Prometido?
—Que me muera si no lo hago.
—Por favor, qué radical... —Ahogó un bostezo contra el pecho de él—.
Que se te quede floja para siempre si no lo haces —propuso.
—¿Y yo soy el radical? No me jodas, reina —bufó risueño. Desde luego,
Iris sabía cómo amenazar—. Cierra los ojos y déjame entrar.
Ella trepó por su pecho besándole el cuello, la mandíbula y, por último,
los labios.
—Nasnoches... —musitó acurrucándose sobre él.
—Buenas noches, reina —susurró Jay. Esperó hasta que estuvo seguro
de que dormía para decir—: Yo tampoco quiero que llegue mañana. Joder,
Iris, te voy a echar mucho de menos.
35

¿Quieres saber cuánto te aman? Te lo dirán sus besos.

Domingo, 7 de abril
—¿Quién será? —Larissa soltó el tenedor cargado de comida en el plato y
se asomó al pasillo al oír que se abría la puerta de la calle—. ¡Es el tío Jay!
—Echó a correr hacia él—. ¿Has traído a Iris? —Lo rodeó buscándola—.
Jopetas, no. ¿Dónde está?
—Ahora mismo, volando a Alemania. —Le dio un beso, entró en la
cocina para besar también a Leah y saludó a su hermano y a Mor con un
gesto de la cabeza.
—¿Has comido? —le preguntó Julio, pues eran poco más de las dos y
media.
Jaime negó con el semblante serio, taciturno.
—Creía que irías a comer a la cantina con Cirila —comentó Mor.
—Eso iba a hacer, pero paso. Tengo el estómago revuelto... —Enfiló a su
cuarto. Cuando regresó poco después, se dejó caer en una silla junto a sus
sobrinas.
—¿Hoy no sales, tío? —le dijo Larissa extrañada al verlo vestido con el
viejo chándal que usaba para estar en casa.
—Luego, por la noche. Ahora no me apetece. —Fue a por una cerveza,
la abrió desganado y le dio un trago aún más desganado.
—Una cerveza no es lo mejor para el estómago revuelto —advirtió Julio.
—A lo mejor es que no lo tiene revuelto —apuntó Larissa con gesto
travieso—. A lo mejor es que está enamorado y, como Iris no está, se ha
puesto enfermo de desamor...
—Pobre-cito..., la echa de me-nos —señaló Leah burlona.
—¿Por qué no os vais a la mierda un ratito? —repuso malhumorado.
—Porque ya estamos en ella. —Larissa le tocó el brazo al mismo tiempo
que Leah.
Jaime, en lugar de responder, como siempre hacía, se encogió de
hombros y le dio un trago inapetente a la cerveza. Luego apoyó los codos
en la mesa, encorvó la espalda y agachó la cabeza para cruzar las manos
tras la nuca en un gesto que hablaba por sí mismo.
Larissa y Leah intercambiaron una mirada cargada de sabiduría infantil.
—Tío... ¿Estás triste porque Iris se ha ido? —indagó Larissa preocupada.
—Para nada. Solo estoy cansado, no he dormido mucho —murmuró
apático.
Las gemelas intercambiaron miradas de nuevo. De repente Larissa saltó
de la silla, se escurrió entre sus brazos, lo abrazó con todas sus fuerzas y le
dio un apretadísimo beso en la mejilla.
—¿Y eso a qué ha venido? —Jaime la miró esbozando una sonrisa.
—¡Tío! ¡Yo tam-bién! —exclamó Leah estirando sus bracitos hacia él.
Jaime la subió a su regazo y entre las dos le llenaron la cara de besos y el
alma de mimos antes de regresar a sus sillas.
—Me gusta mucho Iris, me ha dicho que nos va a enseñar a pelear —
dijo Larissa al llegar al postre, natillas para ellas y una manzana para Jaime,
que era lo único que le entraba en el estómago—. Aunque no sé cómo va a
enseñar a Leah —añadió confundida. Su gemela asintió coincidiendo.
—Algo se le ocurrirá, es una mujer de recursos —señaló Jay con sonrisa
bobalicona.
—Estás coladito por ella —afirmó Larissa socarrona al ver su gesto.
—No, qué va —resopló desdeñoso.
—Y por eso siempre que puedes sales con ella... —continuó sin hacerle
caso.
—Eso es porque nos lo pasamos bien juntos.
—Es tu no-via —aseveró Leah burlona.
—Ni de coña. Solo somos amigos.
—Duermes todos los domingos y los lunes con ella... Eso no lo hacen los
amigos, sino los novios —replicó Larissa.
—Pues nosotros no lo somos, listilla. —Saltó de la silla—. Me voy a
echar un rato.
Como era de prever, Julio no tardó en llamar a su dormitorio y entreabrir
la puerta, asomándose. Entró al verlo sentado en la cama, mirando el móvil.
—¿Se puede pasar?
—Ya has pasado, ¿no? —Dejó el teléfono en la cama con la pantalla
hacia abajo.
—¿Por qué te has cabreado? Y no me digas que porque las gemelas han
metido las narices en tus asuntos, porque llevan toda la vida haciéndolo.
—No me he cabreado, es solo que... Estoy hasta los cojones de todo,
joder.
—Especifica «todo» —le reclamó Julio sentándose junto a él.
—Todo, así, en general —gruñó esquivo—. Mi vida es una mierda.
Julio carraspeó para ocultar la sonrisa que le provocaba el dramatismo de
su hermano. Estaba claro que la marcha de Iris no le había sentado ni pizca
de bien.
—¿Por algún motivo en especial? —indagó con mirada pícara.
—Porque soy gilipollas.
—Haber empezado por ahí, hombre —sopló Julio—. No te deprimas por
eso, llevas años siéndolo, ya deberías estar acostumbrado. —Le palmeó
guasón la espalda.
—Eres encantador, Jules. —Le dio un codazo apartándolo.
—Solo soy sincero.
—Y un capullo.
—Aprendí del mejor... —sentenció con sorna mirando a Jaime. Este
soltó un sentido suspiro y se derrumbó en la cama como si acabaran de
dispararle en el corazón—. Dime qué te pasa, hermano —le reclamó
poniéndose serio.
—Que soy idiota. —Julio enarcó una ceja—. Creo que me he pillado por
Iris. —Se tapó la cara con los antebrazos para esconderle sus ojos. Y sus
orejas coloradas.
—¿Crees? ¿No estás seguro? —inquirió burlón. Su hermano estaba loco
por ella, solo un ciego no lo vería—. Veamos, ¿cuáles son los síntomas?
Díselos al doctor Amor para que pueda aconsejarte...
—Vete a la mierda —murmuró Jaime, una sonrisa asomándose a sus
labios.
—¿Cuál es tu día favorito de la semana?
Jaime apartó el antebrazo de su cara para mirarlo perplejo.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Curiosidad...
—Los domingos y los lunes.
Julio arqueó las cejas, como si su respuesta lo dijera todo.
—Ah, no, ni se te ocurra pensar que lo son porque los paso con Iris,
porque no es así. Para nada —aseveró Jaime—. Son mis favoritos porque
no tengo que trabajar.
—Buen argumento. Voy a fingir que me lo creo. —Una sonrisa
socarrona bailó en sus labios.
—Joder, no me lo creo ni yo. —Volvió a taparse la cara—. La he cagado,
Jules.
—¿Porque sientes algo por Iris? Eso no es cagarla, hermano. Es la
evolución natural cuando una pareja que se gusta empieza a salir en serio y
tiene una relación...
—Pero es que no tenemos una relación —arguyó por enésima vez—.
Solo somos amigos que se lo pasan en grande juntos y hacen el amor
cuando se tercia.
Julio no pudo evitar sonreír al oírlo usar ese término: «hacer el amor».
Era la primera vez que se lo oía porque, hasta ese momento, Jay solo
follaba.
—Eso se parece mucho a tener una relación —señaló afable.
—Ya, pero no lo es. ¿Sabes cuál es el puto problema? —le demandó
malhumorado sentándose de nuevo. Julio negó con un gesto—. Que Iris es
como yo.
Eso lo dejó fuera de juego.
—¿A qué te refieres?
—A que es como yo era antes de conocerla —especificó Jaime
desdeñoso.
—¿Y cómo eras? Ilumíname.
—Me gustaba follar.
—¿Y ahora no? —consultó mordaz. Por lo que había visto el día
anterior, esos dos no podían mantener las manos ni las bocas lejos del otro.
—Ahora solo quiero acostarme con ella. Ab-so-lu-ta-men-te con nadie
más —confesó con gesto grave fijando una intensa mirada en su hermano.
Julio entrecerró los ojos, comenzando a intuir lo que ocurría.
—¿Iris no se acuesta solo contigo? —planteó con voz suave.
Jaime se encogió de hombros y, esquivando su mirada, dijo:
—No lo sé, no se lo he preguntado.
—Pero sospechas que lo hace...
Jaime soltó un quebrado suspiro y se derrumbó de nuevo en la cama.
—Cuando nos conocimos dejamos claro que no queríamos nada serio y
solo éramos amigos que follaban. De hecho... —se calló indeciso, pero, qué
cojones, Julio dirigía un club liberal, no iba a asustarse—, cuando Iris
estuvo en Alemania nos desafiamos a ver quién se lo montaba con más
tríos. —Chasqueó la lengua—. Ganó ella por dos a uno.
—Infiero, pues, que no tenéis una relación exclusiva.
—Ya te lo he dicho mil veces, no tenemos una relación. Punto. Nos
acostamos, sí, pero eso no significa que Iris no se acueste con otros.
—Y eso te fastidia...
—¡Me revienta! —Saltó de la cama y caminó frenético por la habitación
—. Me dan ganas de reventarles la cara a todos los gilipollas profundos que
se le acercan y pisarles el cráneo y patearles los huevos y...
—Vale, capto cómo te sientes —lo detuvo Julio divertido por su euforia
asesina.
—Es una mierda, Jules, porque, joder, es que la entiendo cien por cien.
—Pateó unas deportivas que había en mitad del dormitorio—. Iris es como
era yo, le gusta disfrutar a tope y no atarse a nadie.
—Tal vez haya cambiado —señaló Julio con prudencia.
—No creo en los putos cuentos de hadas, Jules —resopló Jay.
—Sin embargo, tú lo has hecho. Y a pichabrava no te ganaba nadie —
sonrió guasón.
Jaime lo miró esperanzado antes de sacudir la cabeza en una amarga
negativa.
—¿Estás seguro de que se ha acostado con otros desde que ha vuelto de
Alemania? —planteó Julio cuando su hermano se dejó caer de nuevo en la
cama, a su lado.
Jaime negó con un gesto.
—No se lo he preguntado, pero...
Lo pensó un instante y le enseñó en el móvil el Instagram de Iris. Los
vídeos que guardaba en la carpeta «Viajes» en los que salía divirtiéndose en
las discotecas a las que iba cuando estaba fuera los viernes y los sábados.
Julio los miró con atención y negó encogiéndose de hombros.
—Solo veo a una chica pasándoselo bien con sus amigos, nada más. De
ahí a que se acueste con los chicos con los que baila, va un mundo.
—Si en vez de Iris fuera Mor, ¿pensarías lo mismo? —le reclamó Jay
interesado.
—Exactamente igual. Porque sé qué relación tengo con Mor y sé que es
exclusiva.
Jaime asintió con un cabeceo pausado.
—El otro día le comenté, así como quien no quiere la cosa, que cuando
salía de fiesta tenía un montón de gilipollas profundos babeando por ella e
Iris me preguntó si ella también babeaba por ellos. Eso me dio que pensar y
volví a ver los vídeos y a veces me parece que es como dices, que se lo pasa
bien y punto. No veo nada sexual en ellos. O no quiero verlo. Pero otras
veces sí lo veo y me jode vivo. Ayer llegamos a un acuerdo. —Se le
encendieron las orejas—. No de exclusividad en general, sino entre
nosotros. De no hacerlo... Da igual. —Negó agobiado. No se atrevía a
entrar en detalles, seguro que su hermano ponía el grito en el cielo si se
enteraba de que lo hacían sin protección—. La cuestión es que estoy hecho
un lío...
—No hace falta que lo jures —se burló Julio—. Deberías hablar con Iris,
decirle lo que sientes, averiguar qué siente ella y poner en claro vuestros
sentimientos. Quién sabe, tal vez también esté enamorada de ti y te estás
comiendo la cabeza por nada.
Jaime soltó un desdeñoso resoplido.
—Ni de coña. Iris tiene muy claro de quién quiere enamorarse y ni de
lejos soy yo —gruñó sin rebatir su afirmación de que estaba enamorado de
ella—. Tiene una paranoia tremenda con el amor. —Puso los ojos en blanco
—. Dice que para que sea de verdad tiene que haber un príncipe azul que
escale una torre y venza a un dragón. ¡No me jodas!
—Desde luego, tu chica es muy original.
—No es mi chica. Y ese es el puto problema —sentenció.
Se quedaron en silencio, sentados uno al lado del otro. Jaime apoyó los
codos en las rodillas, la cabeza baja y la frente apuntalada en los nudillos.
Julio le pasó una mano por los hombros y lo apretó contra él en un abrazo
lenitivo.
—Se me van a hacer eternas estas dos semanas —musitó apoyando la
cabeza en el hombro de su hermano.
Julio asintió. Desde luego, la muchacha no podría haber elegido una
época peor para irse. Abril era un mes complicado para Jaime.
—¿Cuándo vuelve? —indagó frotándole el brazo en una caricia
fraternal.
—El sábado por la mañana. —El estómago se le encogió en un doloroso
espasmo al pensar en esa fecha.
Julio lo miró sorprendido, desde luego era muy oportuna...
—¿Vas a pasar con ella tu...?
—No —lo interrumpió antes de que pronunciara la odiada palabra—.
Saldrá con sus padres, como siempre cuando vuelve de viaje. —Se guardó
para sí que le había propuesto verse y él la había rechazado. No le apetecía
hablar más de ese día, ojalá pudiera borrarlo del calendario—. Nos veremos
el domingo.
Julio asintió caviloso antes de proponer:
—Podríamos ir a comer el sábado con las gemelas y Ciri y...
—No quiero hacer nada ese día, Jules —lo cortó con los pulmones
paralizados.
—Como quieras, hermano. Es tu cumpleaños.
—No me lo recuerdes, joder. —Falto de aliento, se acercó a la ventana.
La abrió de par en par y sacó medio cuerpo fuera—. Estoy roto, tío, no he
dormido en toda la noche..., lo que me recuerda que no te he dado las
gracias por la llave. —Lo miró sonriente—. La habitación fue la caña y el
sillón ese raro..., ufff.
—¿Crees que no lo sé? A Mor...
—¡No digas nada! ¡No quiero saberlo! —lo frenó tapándose las orejas.
Julio se echó a reír—. Va, fuera de mi cama, voy a ver si duermo un poco o
no tendré fuerzas para salir luego... —lo echó sin delicadeza mientras
bajaba la persiana.
Julio se lo quedó mirando con el ceño fruncido.
—¿Por qué no te quedas aquí esta noche? —planteó. Jaime nunca era la
mejor versión de sí mismo cuando se acercaba su cumpleaños, y a eso debía
sumarle la ausencia de Iris y que Cirila estaría con él en el aniversario de la
fecha en la que Jethro le había hecho creer que lo había abandonado. No
quería ni pensar en cómo se sentía—. Estás cansado, y tampoco es que
vayas a encontrar mucha fiesta un domingo. Podrías echar un parchís con
Mor y las gemelas o ver alguna película... —propuso.
—Vaya plan de mierda, Jules —rechazó desdeñoso tirándose en la cama.
—Como veas. —Se detuvo antes de cruzar la puerta—. Jaime, nada es
tan malo como parece.
—No, es peor. Buenas siestas, Jules —lo despidió apagando la luz.
Cuando Julio volvió del trabajo a la mañana siguiente, su hermano
todavía no había regresado a casa. Tardó en hacerlo. Y en no muy buenas
condiciones.
36

Lunes, 8 de abril
Irisadas_13.51
Aquí no hay culos de pan... ¿Te lo puedes creer? (T—T).

JayHorse_14.08
Para q narices quieres un culo d pan? (?_?) Tanto echas d
menos el mío q estás buscando un sustituto mordisqueable?
(*_*)

Irisadas_14.09
¡No me refiero a esos culos! Sino a los culos de pan de
molde. No están.
Hay rebanadas, pero ninguna es la tapa.
Ni la del principio ni la del final.
¡Es terrible!

JayHorse_14.10
Terrible, x q? Es genial, odio los culos
(de pan d molde, el tuyo me encanta,
of course).

Irisadas_14.11
(*.*) ¡Eso es una herejía! ¡No hay nada mejor que los culos
para mojar las salsas! Son tan mulliditos...

JayHorse_14.12
Ni d coña, reina. Son demasiado plastosos.

Irisadas_14.12
Esa afirmación es una blasfemia. ¡Retírala, infame!
JayHorse_14.13
Infame? Cómo osas, bellaca! Suplica perdón si no quieres q t
rete a duelo!

Irisadas_14.13
¡Nunca! ¡Prefiero batirme! Elige el lugar, la hora y el arma.

JayHorse_14.14
Por videollamada, esta noche
a las diez. Muerte a polvos.

Miércoles, 10 de abril
Irisadas_21.33
¿Estás cenando?

JayHorse_21.34
Iba a ponerme ahora, ¿por?

Irisadas_21.34
No, por nada. Es que tengo que tender la ropa, por si te
apetecía acompañarme... Normalmente me escolta Sardi,
pero como no ha venido... (._.).

JayHorse_21.35
T escolta? Dónde coño tiendes, reina?

Irisadas_21.36
Aquí es costumbre tender en el sótano. No son como en las
películas de terror que están oscuros, llenos de trastos raros y
tienen un aspecto horrible... Qué va. Son luminosos y están
limpios y llenos de ropa. Todo el mundo tiende en ellos
porque no hay muñecos diabólicos ni máquinas de tortura ni
psicópatas con cuchillos ni fantasmas vengativos ni nada
similar... Son seguros y no me va a pasar nada, aunque estén
desiertos. Porque la vida no es una película de terror.
¿Verdad?

JayHorse_21.37
T hago videollamada y bajo contigo.
Así charlamos.

Irisadas_21.37
(^_^) Eres un amor. Mejor aún,
un caballero de brillante armadura.

JayHorse_21.38
Paso de las armaduras, pesan mucho. Prefiero un traje
elegante.

Irisadas_21.38
¿Azul cielo?

JayHorse_21.39
(6_6) Vale, pero no lo malinterpretes,
no es un traje principesco.

Irisadas_21.39
¡Jamás se me ocurriría! Además, te faltaría la espada para
matar al dragón...

JayHorse_21.40
Y la cuerda para escalar la torre
+ alta del castillo + alto.

Viernes, 12 de abril
JayHorse_22.02
¿Sales esta noche?

Irisadas_22.03
No creo. Mañana voy con los compis a hacer turismo y
hemos quedado a las siete de la mañana, aquí todo lo hacen
superpronto (* —_—). ¿Y tú?

JayHorse_22.04
No sé si me apetece. Mañana tengo
q estar en pie a las ocho. Echamos
un Monopoly?
Irisadas_22.03
Te hago videollamada...

Domingo, 14 de abril
Cirila colocó la última taza en el lavavajillas industrial y, tras comprobar
que ni los clientes habituales ni el grupo que estaba de celebración al fondo
del salón demandaban nada, se acercó al rincón de la barra que la familia de
su hijo había hecho suyo. Los domingos, al término de su jornada laboral,
solían reunirse para tapear y charlar hasta bien entrada la tarde. Las risas,
las pullas y algún que otro enfrentamiento guasón eran la tónica dominante.
Pero esa tarde era muy diferente de la de cualquier otro domingo. En primer
lugar porque Jaime estaba allí en lugar de desaparecido con Iris. Y, en
segundo lugar, porque estaban siendo comedidos. Ni Rocío ni Sin se metían
con él, aunque lo habían intentado, igual que entablar una conversación con
él, sin lograr más que una tibia reacción por su parte. Junto a ellas, Julio
charlaba con Mario y Elías de menudencias que no les interesaban sin dejar
de echar miradas de refilón a Jaime, quien, acodado en la barra, estaba
sumergido en su propio mundo y no apartaba la vista del teléfono móvil.
También ellos habían tratado de sacarlo de su abstracción sin conseguirlo.
Cirila no podía evitar preocuparse. Desde la partida de Iris, el carácter de
su hijo se había oscurecido. Parecía que la muchacha se había llevado toda
su luz, dejándolo envuelto en tinieblas.
—Joder, hace un calor terrible aquí. Me estoy asfixiando —jadeó Jaime
de repente tirando del cuello de su camiseta. El corazón rugiendo
arrebatado en su pecho, pero no lo suficientemente alto como para evitarle
oír la odiada cancioncita que venía del otro extremo del salón—. Me largo.
No lo soporto. Os veo mañana.
—Espera, campeón, voy contigo —dijo Sin.
—Pues vamos, joder, me voy a derretir aquí —gruñó sin detenerse.
Tenía los pulmones paralizados. No le entraba ni una gota de aire. Como
no saliera ya, acabaría desmayándose y mataría a su madre del susto, pensó
al notar que la visión se le oscurecía formando un túnel. Se masajeó el
pecho tratando de calmar el estallido de su corazón y reactivar sus
pulmones.
Sin se tomó de un trago su cerveza y fue tras él. Ro los siguió.
—Ro... No vuelvas muy tarde a casa —le pidió Elías.
Ella asintió con un gesto antes de desaparecer tras la puerta.
—¿Qué visto Jamme en móvil? —inquirió Cirila preocupada por su
estampida.
—No creo que haya sido el móvil. —Julio se volvió hacia la algarabía
que el grupo del otro extremo del salón estaba montando para soplar unas
velas clavadas en una tarta.
Cirila persiguió su mirada y le preguntó confundida:
—¿Molestan cumpleañeros a Jamme?
—Hacen mucho ruido y hoy ha tenido un día duro. —Omitió la
verdadera respuesta.
Cirila asintió. Aunque la cantina nunca estaba silenciosa, esa tarde era
demasiado ruidosa, pues el grupo del fondo, con su terrible alboroto, había
hecho que el resto de los presentes subieran el volumen de voz, lo que
devenía en un guirigay de lo más molesto.
—Jamme añora a Iris... —comentó esbozando una sonrisa llena de
ternura.
—Mucho —convino Julio—. Pero ya falta poco para que vuelva de
Alemania.
—Sí. Es pena no esté en cumpleaños —afirmó con disgusto. No podía
creer que una chica tan maravillosa como Jaime decía que era tuviera tan
poca empatía de no dedicarle un momento a su novio en esa fecha señalada.
Julio asintió con un gesto seco y se llevó la cerveza a los labios,
sellándoselos.
Cirila esperó que le comentara lo que le parecía que Iris dejara plantado
a Jaime, pero no tardó en comprender que no lo haría. Soltó un quedo
suspiro. Daría lo que fuera por conocer a la muchacha y poder hablar con
ella, pero tenía claro que eso no iba a suceder. Era más que evidente que
Jaime se avergonzaba de ella y no quería que Iris la conociera. Se la había
presentado a su hermano, a sus sobrinas y a su cuñada, es decir, a toda su
familia. Menos a ella. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Ciri... ¿Qué ocurre? —le reclamó Mario rodeando la barra para ir a su
lado.
Cirila negó con un gesto y esbozó una sonrisa que no le llegó a los ojos.
Mario le tomó las manos y la miró con una intensidad que la hizo
estremecer.
Cuando ese hombre la miraba así, todo lo que había a su alrededor
desaparecía.
Él sonrió al notar su reacción y le retiró un mechón de la cara que le
colocó tras la oreja. Le acarició, con toda la intención y no mucha
discreción, la mejilla. Y ella volvió a estremecerse. La sonrisa de él se hizo
más amplia. Así que Cirila le dio un manotazo y se giró hacia Julio
ignorando al irritante profesor.
—Cumpleaños Jamme es sábado próximo —señaló lo evidente,
cualquier excusa era válida para esquivar la mirada, y lo que esta le hacía
sentir, de Mario.
Julio asintió. Faltaba menos de una semana, por eso su hermano estaba
tan taciturno e irritable. Y empeoraría conforme se acercara el día.
—¿Qué vais a hacer? —indagó Ciri cautelosa al ver que mantenía un
esquivo silencio.
—Imagino que Jaime dará sus clases y luego saldrá por ahí. —«Solo»,
porque esa noche la pasaba siempre solo. Era lo que deseaba, y a Julio no le
quedaba otro remedio que respetarlo, aunque le rompiera el alma.
—¿No haces fiesta a él? —inquirió molesta, ambos hermanos
compartían la irritante costumbre de no hablar de los cumpleaños.
—A Jaime no le gustan las fiestas —contestó Julio con una verdad a
medias. Lo que no le gustaba a su hermano eran los cumpleaños.
Intercambió una rápida mirada con Mario y Elías pidiéndoles ayuda para
finiquitar esa conversación que era terreno pantanoso. Jaime era hermético
en todo lo que concernía a su cumpleaños, dudaba que se hubiera abierto a
su madre, y él no era quién para romper su silencio, mucho menos para
elucubrar sobre el tema con nadie, ni siquiera con Cirila.
—¿Tampoco la de su cumpleaños? —insistió Ciri confundida.
«Esa menos que ninguna», pensó Julio, pero no lo dijo. Se limitó a negar
con un gesto.
Ante su obcecado silencio, Cirila miró a Mario instándolo a que
interviniera. Este se encogió de hombros y se entretuvo en llenar un platito
con aceitunas. Cirila bufó airada y miró a Elías reclamándole que aportara
algo, pero este le hurtó la mirada dando un trago a su botellín. La actitud de
los hombres le mandaba un mensaje claro: «Déjalo estar».
Pero eso era algo que no estaba dispuesta a hacer. Se dirigió resuelta a
Julio.
—¿Por qué? —exigió molesta por la tenaz inhibición de todos. ¡El
cumpleaños de Jaime era importante, no podían ignorarlo como si no
existiera!
Julio frunció el ceño. No sabía con certeza por qué Jaime odiaba su
cumpleaños, había intentado hablarlo con él, pero era como hablar con una
pared. No obstante, intuía los motivos y no se los podía contar a Cirila. Le
rompería el corazón si le dijera que para su hijo sería como celebrar que ella
lo había abandonado. Aunque ahora supieran que no había sido así, Jaime
llevaba demasiados años creyendo lo contrario y tenía esa certeza tan
asimilada que no le iba a resultar sencillo deshacerse de ella.
Así que optó por soltar una mentira piadosa.
—Nunca lo hemos celebrado, cuando Jaime se mudó conmigo yo era
demasiado joven para pensar en ello y no tomamos la costumbre —mintió
inculpándose. Mario lo tradujo al alemán, a pesar de que Cirila cada vez
hablaba y entendía mejor el castellano.
Luego Julio se giró hacia Elías y le preguntó algo sobre fondos de
inversión que Cirila no comprendió. Elías se apresuró a responder,
excluyéndola de la conversación.
Turbada por su actitud, Cirila miró a Mario.
—Ya te lo dije... —dijo este en alemán—. Jaime ni lo celebra ni quiere
celebrarlo. Olvídate de la tarta.

Lunes, 15 de abril
JayHorse_01.08
El tiempo s un cabronazo, no importa
lo lejos q me vaya ni lo rápido q corRa,
el puto 20 siempre me atrspa. Ss una jdida mierds.

—Me largo ya...


Jaime apartó la vista del móvil y la centró, algo desenfocada por las
copas que llevaba entre pecho y espalda, en Rocío.
Estaban en la calle frente al Dakota, dentro había demasiada gente para
Jaime.
—¿Adónde te largas? —indagó con voz perezosa estirando el brazo
hacia Sin para robarle el porro. La rubia le permitió dar una calada antes de
recuperarlo.
—A casa. Es tarde, mi padre está que se sube por las paredes y mañana
tengo insti.
Jaime asintió, conocía bien a Elías, decir que era sobreprotector con
Rocío era quedarse corto. Seguramente estaría al borde del infarto.
—Qué mierda que tengas que irte, la noche acaba de empezar. —Caminó
hacia ella en línea más o menos recta. En realidad, un poco curva. Pero, eso
sí, no hacía eses. Aún.
—Para los borrachos —resopló molesta al verlo tan inestable. No había
dejado de beber desde que habían llegado—. ¿Por qué no vienes conmigo a
casa?
—¿Te me estás insinuando, reina?
—Chúpame el coño, gilipollas. —Lo empujó enfadada.
—Bájate las bragas y te hago un trabajito... —se burló.
—Sí, hazlo, Ro —intervino Sin—, veremos si este idiota tiene huevos de
comértelo. —Lo miró desdeñosa—. Mucho hablar, pero solo se come el de
cierta morenita...
—Es que es el que más rico está. —Jay esbozó la primera sonrisa de la
noche—. ¿Has pedido un Uber? —Rocío asintió—. Te acompaño hasta que
llegue y anoto la matrícula...
Rocío sonrió al oírlo. Puede que estuviera borracho, pero no por eso
dejaba de ser Jay. Protector, atento, leal.
—Ven conmigo —volvió a pedirle—. Podemos echar una partida al
Mario Kart.
—No puedo encerrarme en una casa, Ro, no lo soportaría. —Apoyó la
frente en la de ella—. Quiero que pase pronto esta puta semana —confesó
irguiéndose de nuevo cuando un coche negro paró frente a ellos—.
Mándame un mensaje cuando llegues a casa.
Esperó a que se marchara y regresó con Sin. Se sentó en el bordillo para
revisar el móvil. Iris no había contestado. Tampoco había subido ninguna
historia desde la última en la que salía cenando con sus compañeros. De eso
hacía cuatro horas. Seguramente estaría durmiendo, pues se levantaba
pronto para ir a clase. Él, en cambio, libraba al día siguiente, así que no
tenía prisa por dormir. Tampoco ganas.
Últimamente sus noches estaban pobladas por un fantasma del pasado,
Jethro, con el que prefería no relacionarse.
JayHorse_06.28
Ssbes q, reina? Tdo eL mnudo ss va a ir, solo dales tiempp y
t abandnarán.

Irisadas_06.31
¿Por qué dices eso, Jay? ¿Quién
te va a abandonar? ¿Estás bien?

JayHorse_06.36
D pta marde, Renia. hE descubeirto q las coSss no tienn q
pasar pra ser reaeles. Solo tiensS q oírlss muchad vecss
y ss hacen vedrad.

Irisadas_06.36
No estoy de acuerdo, Jay. Una mentira nunca puede ser
verdad, da igual las veces que la repitan, siempre hay
alguien que conoce la verdad y alza la voz sacándola a la
luz.

JayHorse_06.42
Ni d cOña. La mntira sstá clavda en mi cabza y no pudeo
dejr de creeerla... Qiero arrancÁrmela y no pudeo.
No ss va. Y me dulele, jodr. Duele muxo. No lo soprorto.

Irisadas_06.43
¿Qué mentira, Jay?

Jaime parpadeó intentando aclararse la visión sin conseguirlo. Era como


si llevara unas gafas de cien aumentos que le impedían enfocar. Por si
acaso, se llevó la mano a la cara para confirmar que no era así. Pues no. No
llevaba gafas. Achinó los ojos para mirar el móvil y las letras se aclararon
un poco. Iris acababa de contestar. Quería saber cuál era la mentira. ¿Qué
mentira? Cerró los párpados para intentar recordar de qué hablaba y el
mundo comenzó a dar vueltas, así que apoyó la frente en la barra. Lo mejor
para que el mundo se detuviera era quedarse quieto.
—Eh, amigo, a dormir a casa...
—Nostaba durmiendo —replicó Jaime levantando la cabeza.
¿Dónde cojones estaba? En el Dakota, no. Ese local estaba demasiado
iluminado, la gente que había no era motera y la música sonaba a un
volumen prudencial. Apoyó los codos en la barra, que estaba muy limpia,
otro detalle que no concordaba con el Dakota, y deslizó un dedo por la boca
del vaso que tenía frente a sí. Esperaba que fuera el suyo. Un delicioso olor
a café y tostadas le revolvió el estómago a la vez que le proporcionaba el
dato que precisaba para saber su paradero. Estaba en una cafetería.
Se había escabullido de Sin antes de que el Dakota cerrara. Estaba harto
de que le metiera la bulla para que regresara a casa. Joder. No quería
enfrentarse a la bronca que le iba a echar su hermano cuando lo viera
aparecer. Hasta él era capaz de ver que se había pasado bebiendo. Pero ¿qué
cojones?, era mayor de edad y podía emborracharse si quería. Era la manera
más rápida de callar a Jethro. Le daba su dosis de alcohol y él dejaba de
recordarle que su puto cumpleaños se acercaba y su madre, y puede que
también Iris, se largarían.
No. No iban a irse, porque tenía un plan cojonudo, recordó de pronto. No
pasaría con ellas ese día y ellas no se irían. Con Julio, Sin y Rocío había
funcionado.
Mucho más tranquilo, tomó el vaso. Solo contenía ginebra aguada y
media rodaja de limón mustia. Lo hizo girar mientras pensaba —con la
claridad mental que acompaña al exceso de alcohol— que no debería odiar
su cumpleaños. Ya no. Cirila había demostrado que no lo había
abandonado. Bien era cierto que no se había dado mucha prisa en buscarlo,
pero no se había largado y eso era lo que contaba. Y, si lo pensaba bien —y
el alcohol ayudaba a ello—, el que Jethro lo hubiera abandonado no era
algo malo, sino bueno. Jodidamente bueno. De hecho, era algo digno de
celebrar.
—Oscumpleaños no ssson tan malos —afirmó. Y en respuesta a tal
mentira su corazón estalló frenético amenazándolo con escapársele por la
garganta.
—Deberías irte a casa, chico —le aconsejó el camarero al ver que la
cabeza se le volvía a caer sobre la barra.
—¿A qué casssa? —indagó Jaime confuso.
—A una de la que no te echen a patadas cuando te vean llegar borracho
—se burló.
Jaime frunció el ceño turbado por su afirmación. Julio no lo echaría por
muy borracho que llegara. Y Nini tampoco. Ni Cirila. Eso le recordó que...
—He quedado con Ciri para dessayunar y dar navuelta por Madriz. Se
lostoy enseñando —sonrió ebrio—, hoy noss toca El Retiro. Lantigua Casa
de Fieras, el Palacio de Crisstal y los Jardines de Cecilio Noséqué —detalló
la ruta que había preparado—. Luego daremosun paseoen barca. Pero no
tengo claro si enseñarle la Fuentel Ángel Caído, ess muy religiosa y llevarla
a ver naestatua del diablo... No sé yo.
—Si quieres ver todo eso, más vale que te pongas en marcha —señaló el
camarero.
Jaime asintió. Pagó la copa y se levantó del taburete en el que estaba
derrumbado. Estuvo a punto de caerse.
—Cagüen Dios y en la puta —gruñó al darse cuenta de que no podía ir
con Cirila en ese estado. Le daría la excusa perfecta para abandonarlo.
Ningún hijo que se preciara llegaría tan borracho a casa de su madre—.
Mierda... Ponme un café ssolo muy cargado y un vaso dagua —le pidió al
camarero. Luego se armó de valor y, apartándose del punto de apoyo que
suponía la barra, enfiló al baño.
Le costó llegar, pero lo consiguió. Se arrodilló frente al inodoro que
parecía más limpio, aunque allí todos lo estaban, y se metió los dedos hasta
la campanilla.
37
Irisadas_06.53
Jay, dime qué te pasa, me estás preocupando. ¿De qué
mentira hablas? ¿Por qué te duele?
Irisadas_07.15
¿Quién te va a abandonar, Jay? ¿Alma?

Cirila se secó las manos en el paño al oír el timbre y se dirigió presurosa a


la puerta. Su hijo llegaba más pronto que nunca. Sonrió feliz, así pasarían
más tiempo juntos. Le encantaban las mañanas de los lunes porque se las
dedicaba en exclusiva. Eran lo mejor de la semana. Abrió sin mirar por la
mirilla y un cuerpo se abalanzó sobre ella. O, mejor dicho, se derrumbó
sobre ella.
No pudo sujetarlo. Era demasiado alto y pesado para sostenerlo, así que
acabaron en el suelo.
—Jamme... —Lo miró aterrada, el pasado llamando a su puerta con
fuerza.
Estaba borracho. Muy borracho. Tanto que no podía sostenerse en pie,
tan ebrio como el monstruo llegaba a casa años atrás. Agradeció en silencio
a Dios que sus compañeros de piso estuvieran trabajando, no quería ni
pensar la vergüenza que pasaría si vieran a su hijo —del que tanto presumía
— en ese estado.
—Lo ssiento, Ciri. Me he quedado traspuesto contra la puerta y he
perdido lequilibrio —murmuró Jaime con voz pastosa y, haciendo un
esfuerzo sobrehumano, rodó para quitarse de encima de ella y no aplastarla.
Su disculpa sincera transformó el terror de Cirila en preocupación. Jaime
no era su padre. No había ni un ápice de maldad en él. No la haría sufrir
intencionadamente, al contrario, era él quien estaba sufriendo. Mucho. Y
ella no sabía por qué ni cómo ayudarlo.
—Jamme..., ¿qué te pasa?
—Me ha sentado mal algo —dijo. Y no mentía. La ginebra le había
sentado fatal.
Cirila frunció el ceño al oler el alcohol, en cantidades industriales, en su
aliento.
—Beber no bueno, Jamme, hace daño mente y cuerpo —aseveró
disgustada.
—Pues tu Dios bien que bebía vino. —Se pasó un brazo bajo la cabeza a
modo de almohada. No se estaba mal en el suelo, no era tan duro como
podía parecer.
—¡No tomes nombre Señor en vano! —lo regañó enfadada.
—No te sulfures, Ciri..., solo era nabroma, seguro que tu Dios no se
cabrea porque bromee, no es tan capullo.
—¡Jamme!
—¿Timporta si duermo un ratito en el sofá? —Cerró los ojos—. Estoy
muerto...
—Jamme..., ¿qué voy a hacer contigo?
—¿Llamar nagrúa pa’ que me lleve al salón? —bromeó él.
Cirila suspiró, se puso en pie y lo ayudó a levantarse. Le costó mucho
trabajo y no poca pericia, y cuando lo logró, en lugar de guiarlo al salón, lo
llevó a su dormitorio. Jaime no protestó cuando lo dejó en la cama.
Tampoco cuando lo libró de las deportivas y la cazadora. Pero puso el grito
en el cielo cuando trató de quitarle los vaqueros para que estuviera más
cómodo.
—¡Quieta parada! El pincelín solo puede verlo Iriss —y se echó a reír.
—¿Qué es «pincelín»? —Lo miró confundida.
—La polla. Es como la llama Iriss. —Sonrió, pero su sonrisa no tardó en
convertirse en una mueca de pesar—. No quiero tener una relación con
pactos.
—¿A qué refieres? —preguntó sin entenderlo.
—Lo quiero todo, Ciri. No quiero llegar a acuerdos, quiero que esté solo
conmigo. Sin condicionantes —zanjó con un golpe de mano.
—No entiendo...
—Ni yo. Quiero lo que nunca he querido... Es que suena a guasa, joder
—bufó dándose media vuelta para quedar boca abajo en la cama. Empezó a
roncar al instante.
Cirila lo tapó con cariño y fue a por una silla en la que se sentó a velarlo.
Algo le ocurría. Algo que lo destrozaba por dentro. Y la marcha de la joven
lo había hecho más patente. Había vuelto a beber sin medida y, en las pocas
ocasiones en las que bajaba la guardia, podía ver un terrible dolor en su
mirada que él se apresuraba a ocultar.
Irisadas_11.33
Jay, han pasado horas desde tu último mensaje. Dime que
estás bien.
Me estás asustando.

—Jamme —susurró Cirila con cautela. Jethro tenía un despertar terrible,


si Jaime había heredado eso de él... Pero no. Su hijo no era como el
monstruo. Se lo decía el corazón. Dios no lo permitiría—. Jamme,
despierta...
Subió la persiana y Jaime se giró dándole la espalda. Volvió a llamarlo a
la vez que lo empujaba con suavidad. No reaccionó. Así que lo zarandeó
con fuerza.
—¿Qué pasa? —jadeó con voz espesa, parpadeando.
—Es las doce. —Lo miró preocupada, tenía los ojos rojos, un hilillo de
baba en la comisura de la boca y su aliento era terrible—. Debes levantar...
—Hostia, sí. Teníamos que haber ido a El Retiro, lo siento, joder, soy un
mierda —se disculpó arrepentido.
Por las rejillas apenas abiertas entre sus párpados pudo ver la comisura
izquierda de Cirila temblar a punto de alzarse, signo de que estaba
enfadada. Y no le extrañaba. No estaba siendo lo que se dice un hijo
modelo. Y encima había soltado tropecientas palabrotas en una frase.
«Genial, Jay, de puta madre, sigue así, haciendo méritos para que se
largue.»
—Te llevo el próximo lunes, Ciri, te lo juro por Di... —Se interrumpió
antes de cagarla aún más—. Prometido. Iremos sí o sí. —Los ojos volvieron
a cerrársele.
Cirila se retorció las manos con indecisión antes de volver a empujarlo.
—No importa Retiro, Jamme, debes despertar ahora.
—Déjame un poco más, porfa. —Se hizo el remolón escondiendo la cara
contra la almohada.
Cirila sonrió enternecida, parecía más joven que nunca, un perezoso y
encantador sinvergüenza al que se moría por abrazar. Desde luego, no se
parecía en nada al monstruo.
—No, Jamme. Despiertas ahora —le ordenó poniéndose seria.
—No quiero, jod... jolines —rezongó haciendo un esfuerzo por
despertarse.
A Cirila le entraron ganas de comérselo a besos al ver que intentaba
corregir su lenguaje para no disgustarla.
—Mario viene buscarnos para comer casa Julio —le recordó.
—No me jod... fastidies. Dile que no venga. Y dile a Julio que me ha
sentado algo mal y no voy a comer, que lo veo luego...
—Jamme, eso no bien, Julio preocupará...
Pero Jaime ya había vuelto a dormirse.
Lo miró intranquila, llevaba varias horas durmiendo, no debería estar tan
agotado. Tal vez le pasaba algo más, además de estar ebrio. ¿Y si estaba
enfermo? El corazón se le detuvo en el pecho. Le tomó la temperatura
besando su frente. Estaba fresca. Eso la apaciguó, aunque no lo suficiente
para eliminar su inquietud. Su hijo estaba enfermo. No su cuerpo, sino su
alma, y no sabía cómo ayudarlo a sanar. Ese pensamiento rebotó contra las
paredes de su cráneo en un eco angustiante.
Se llevó las manos al pecho en busca del aliento de quien jamás la
abandonaba.
«Mi Dios querido, mi niño está enfermo de dolor. Te lo suplico, cuídalo
como no sé hacerlo yo. Enséñame a calmar la inquietud de su alma.
Socórrenos, te lo ruego.»
Más tranquila al saberse amparada, marcó un número en el móvil.
—Mario... No. No ocurre nada. Solo no vengas, Jamme... —Se calló sin
saber qué decir. Ella no mentía y no iba a empezar a hacerlo, ni siquiera por
su hijo—. No está bien... —Rompió a llorar ante la intuitiva pregunta del
profesor—. Sí. Llegó mal. No podía andar. Cayó encima mí. Creo está
enfermo del alma, no quiere despertar. Dice disculpe con Julio. No sé qué
hago ahora. —Abrió unos ojos como platos ante la respuesta del profesor
—. ¡No! ¡Es mi hijo! ¡No hago eso! —Cortó la llamada enfadada.
Era su pequeño y estaba sufriendo, no pensaba tirarle un cubo de agua
helada para despertarlo, y mucho menos sacarlo de la cama a empujones y
echarlo de casa. Volvió a bajar las persianas para que la luz no entrara a
raudales y salió. Le daría una hora y volvería a despertarlo, seguro que para
entonces se encontraría mejor y aceptaría ducharse e ir a casa de Julio. No
necesitaban a Mario, podían coger un taxi.
Fue a la cocina y se encontró con que el postre que había dejado a medio
hacer se había estropeado. Lo tiró a la basura enojada, ya no le daba tiempo
a hacer otro, así que procedió a recoger lo manchado. Estaba acabando de
fregar cuando sonó el timbre.
—¿Dónde está? —le reclamó en alemán un furiosísimo Mario cuando
abrió.
Ella lo miró sin entender, su llegada la había pillado por sorpresa.
—El irresponsable malcriado que tienes por hijo, ¿dónde está? Bah, no
hace falta que me lo digas, seguro que lo has metido en tu cama... —Enfiló
al dormitorio con Cirila pisándole los talones.
—No, Mario... Espera. Jamme está mal. Le pasa algo. —Le agarró la
camiseta y tiró para de detenerlo. Mario se frenó en seco y se giró
enfrentándola.
—Es un niñato egoísta. Eso es lo que le pasa.
—No. Es enfermo —rebatió preocupada.
—No, Cirila, lo que le pasa es que está borracho —replicó en alemán—.
Y lo que no puedes hacer es acogerlo en tu casa, meterlo en tu cama y
arroparlo como si fuera un niño pequeño —la acusó enfadado—. No puedes
seguir consintiéndolo. ¡Eres su madre, pórtate como tal!
—¡Eso hago! —gritó ella a su vez.
—¡Y una mierda! ¡Lo tratas como a un niño mimado al que te da miedo
disgustar! Tienes que imponerte a él y hacerte valer, echarle la bronca
cuando haga algo mal, y, joder, últimamente no hace nada bien.
—Está mal, algo le pasa —reiteró ella.
—¡Pues que se enfrente a ello! ¡Deja de salir en su defensa y trátalo
como se merece o jamás te respetará!
—¡Jamme me respeta!
—¿En serio? ¿Llegando a casa tan borracho que no se sostiene en pie?
¿Así te respeta? Reacciona de una vez, Cirila.
—¿Y qué quieres que haga...? —susurró desgarrada también en alemán.
—Enfadarte con él, enseñarle los dientes, regañarlo, ponerle normas...
—No puedo. —Se retorció las manos alterada—. Si lo disgusto, dejará
de quererme...
—Si deja de quererte porque le dices la verdad, entonces no te merece —
aseveró furioso—. Jaime no necesita una madre que lo cubra de mimos,
sino una que lo haga reaccionar —sentenció feroz.
—¡Déjala en paz! —lo increpó Jaime al salir del dormitorio alertado por
la discusión a gritos que no podía entender, pues hablaban en alemán, y
verlo cernerse sobre su madre. Le dio un empujón que lo apartó de Cirila.
—¡Jamme! —Cirila se interpuso entre ellos antes de que Mario
respondiera al ataque—. Mario... Por favor, no...
—Cabrón de mierda, ¿qué coño le has dicho? La has hecho llorar,
joder... —lo acusó Jay asustado al ver los ojos enrojecidos de su madre.
—No, Jaime, tú la has hecho llorar —replicó Mario condenándolo con la
mirada.
—¿Yo? Ni de coña, no le he dicho nada.
—Has llegado borracho, tanto que no podías ni andar, te has caído
encima de ella, te ha tenido que llevar a su cama... ¿Sigo hablando o ya te
acuerdas?
Jaime miró a Cirila turbado.
—Joder, se lo has contado... —Miró a su madre sintiéndose traicionado.
Cirila bajó la cabeza avergonzada al ver en sus ojos la herida que le
había causado con su incontinencia verbal. No debería haberle contado a
Mario sus intimidades, no lo incumbían. No era de la familia, aunque lo
pareciera.
—Le has pedido que le mienta a tu hermano para cubrirte —continuó el
profesor.
Jaime sintió que el corazón le estallaba en el pecho al ser consciente de
que le había pedido a su madre que rompiera uno de los jodidos
mandamientos de su amado Dios. Había metido la pata por completo, no le
extrañaría que lo mandara a tomar por culo y se largara para no volver
jamás. Pero no lo haría —no podía hacerlo, joder, tenía que quedarse—,
porque era una buena persona, no como él.
—No, Mario, no... Calla —suplicó Cirila mirando preocupada a Jaime,
había tal angustia en sus ojos que parecía a punto de romperse—. No es
así...
—¿Qué será lo siguiente, Jay? ¿Pedirle que te sujete la cabeza mientras
vomitas y que luego limpie el vómito? —planteó furioso.
—Mario, calla...
—No, joder —rechazó Jaime su afirmación—. Es la primera vez que
llego borracho...
—¿Y va a ser la última? —lo cortó Mario—. Lo dudo. Al paso que vas,
no tardarás en repetir la escena. Te estás convirtiendo en un borracho
patético.
Jay dio un paso atrás herido porque afirmara eso delante de su madre; al
final esta se daría cuenta de la mierda de hijo que era y se marcharía.
Aunque, con lo rápido que hablaban y por cómo los miraba ella, aturdida y
confundida, tenía la esperanza de que no entendiera todo lo que se decían.
—¿Y a ti qué coño te importa? —le reclamó furioso—. No eres nadie...
—Me importa porque la quiero y me duele verla sufrir —replicó Mario.
Cirila se llevó las manos al pecho al oírlo y a Jaime se le paralizaron los
pulmones. Joder, no había podido decirlo más claro—. ¿Y tú, Jay? ¿La
quieres?
—¿Tú qué coño crees? —resopló desdeñoso sin atreverse a mirar a su
madre.
Cirila se tapó la boca al oírlo. No había respondido a la demanda de
Mario diciendo que la quería. Ni lo iba a decir. Porque no la quería.
—No importa lo que yo crea, sino lo que crea ella. Y no parece que lo
tenga muy claro... —dijo Mario en un tono sedoso que le advertía que
estaba al borde de estallar.
Jaime se giró hacia su madre y vio que las lágrimas le rodaban por las
mejillas en un caudal constante.
—Joder, Ciri, lo siento... Yo no...
Ella negó con un gesto.
—No disculpes, no necesario. —No permitiría que se disculpara por
decir la verdad.
—Ve a ducharte y vístete, ¿o vas a pedirme también a mí que le mienta a
tu hermano para cubrirte? —le reclamó Mario.
Jaime le echó una mirada fulminante, sus manos apretadas en puños que
deseaba estrellar en la cara del profesor. O, en su defecto, contra la pared, lo
mismo le daba.
—Jamme, por favor... No discutes más. Por favor, hijo, yo ruego... —le
pidió Cirila.
Jaime asintió con un gesto y entró al baño. Cerró de un portazo.
Cirila se limpió las lágrimas de un manotazo y miró furiosa a Mario.
—No vuelvas tratar así mi hijo. No es tu asunto.
—Lo es si te hace daño.
—¡Me hacéis daño los dos! —Entró en su dormitorio y cerró de un
portazo.
Mario frunció el ceño arrepentido. Desde luego, no había llevado la
discusión con mucho acierto, más bien con ninguno.
En el cuarto de baño, Jaime apoyó la espalda en la pared y se dejó
resbalar hasta el suelo. La había cagado. Pero bien. Y lo que era peor, Mario
le había dejado claro a Cirila que estaba interesado en ella, que la quería.
Mario, que era un buen hombre, un tío legal y responsable que no bebía ni
soltaba tacos. Si Cirila los comparaba, y lo haría, no cabía duda de cuál
saldría perdiendo.
Y con cuál se quedaría.
Irisadas_16.14
Responde al teléfono o wasapéame de una inserte palabrota
vez, Jay. O en vez estar preocupada voy a estar enfadada.

JayHorse_18.29
Sorry, reina. Lo dejé en silencio cuando me fui a la cama y
no lo he puesto hasta hace un rato q me he despertado.

Irisadas_18.30
¿Estás bien? ¿A qué te referías
en los mensajes de ayer?
JayHorse_18.34
No tengo ni idea. Ayer me pasé un poco con la cerveza y se
me fue la olla... Siento haberte asustado.

Irisadas_18.35
¿Un poco? No fastidies, Morritos.
Te llamo.

JayHorse_18.36
No. Estoy con la familia, luego t llamo
yo x la noche.

Le quitó el sonido al teléfono y lo puso boca abajo en la cama. Tenía que


preguntarle a Cirila cuál era la cantidad de mentiras ante la que su Dios
hacía la vista gorda y a partir de cuál te mandaba al infierno directo.
Esperaba que fuera una cifra alta, como fuera baja lo iba a llevar muy mal,
porque no le había dicho ni una sola verdad a Iris. Había visto los mensajes
horas atrás, pero no había tenido huevos para contestar. Y sí que tenía idea
de por qué había hecho esas afirmaciones; porque estaba borracho y le
había abierto su alma, sin filtros. ¿Se podía ser más gilipollas? Lo dudaba.
Ese día la había cagado a lo grande y de todas las maneras posibles.
Había ido borracho a casa de su madre y, al llegar al piso de su hermano
con la cabeza tronándole y el estómago revuelto, Julio no había necesitado
más que un vistazo a sus ojos enrojecidos, al semblante cabreado de Mario
y al gesto disgustado de Cirila para intuir lo que había ocurrido, aunque,
gracias a Dios, no había dicho nada.
No sabía si podría haber soportado que lo abroncara delante de Cirila.
Se las había apañado para defraudar y entristecer a su madre,
decepcionar a su hermano, cabrear a Mario y mentir a Iris en solo una
mañana. Estaba hecho un figura.
Se frotó los ojos al sentir que se le calentaban y empezaban a picarle.
¿Qué cojones le pasaba? Él no lloraba. Era una puta pérdida de tiempo que
solo traía consigo problemas y castigos.
—Jaime...
Se volteó en la cama en dirección a la puerta al escuchar la voz de su
hermano.
—Joder, Jules, ¿te suena de algo el término «privacidad»? Porque eso es
mi puto dormitorio: privado.
—¿Qué ha pasado esta mañana? —exigió saber Julio ignorando su
reclamación. Atravesó la habitación con pasos furiosos y se sentó en la
cama invadiendo su espacio.
—¿No te lo ha contado ese dechado de virtudes que es Mario? —dijo
desdeñoso.
—No estoy para gilipolleces, Jaime. Te lo voy a preguntar de manera
que puedas responder con una simple sílaba: ¿has tenido los santos cojones
de ir borracho a casa de tu madre?
—Déjame en paz, Jules... —Se tapó la cara con el antebrazo al sentir que
volvían a arderle los ojos.
—Eso es algo que no pienso hacer nunca, hermano —prometió Julio.
Jaime sintió que los ojos le estallaban en llamas por el esfuerzo de
contener las lágrimas. Su hermano acababa de decirle, a su manera, que no
importaba lo mucho que la cagara, siempre iba a estar a su lado.
Se tensó al sentir que le agarraba el brazo para apartárselo de la cara y se
giró dándole la espalda.
—Jaime...
—Ahora no estoy para discursos, Jules, me revienta la cabeza por la puta
resaca.
—Sé que esta es una semana difícil para ti, hermano —señaló Julio con
cautela.
—Para nada, es una semana normal y corriente —intentó cortarlo Jaime,
no podía tener esa charla ahora.
—La cercanía de tu cumpleaños siempre te afecta.
—Paso de hablar de esa mierda —gruñó con el corazón marchando a
trompicones.
—No sé cómo lo celebrabas con Jethro, ni siquiera sé si lo celebrabas...
—Puso una mano en su hombro.
—¡Que te calles, joder! —estalló revolviéndose furioso.
—Sé que te duele, pero tienes que enfrentarte a ello y superarlo. Yo
puedo ayudarte si me dejas. Y Cirila y Mor y todos...
—Joder, Jules, no seas tan dramático. —Cambió de estrategia, la furia no
servía de nada contra su hermano, bien lo sabía—. Hace siglos que lo
superé —aseveró arrogante.
—¿Por eso evitas hablar de Jethro? —Julio no se tragó su actuación.
—No evito hablar de él, simplemente no me interesa hacerlo. No merece
la pena, es agua pasada. Esta mañana la he cagado. Lo sé. No volverá a
pasar, te lo juro, ¿vale? Ahora, ¿podemos dejar esta charla para otro día que
no me estalle la cabeza?
Julio fijó una intensa mirada en él y soltó un profundo suspiro.
Jaime se relajó un poco. Tal vez se apresuró al hacerlo.
—Esta mañana, mientras conducía, he oído una canción en la radio que
se me ha quedado grabada, decía: «No hagas de tripas corazón si quieres
salir ileso».
—Muy bonita —resopló Jaime, el pánico encogiéndole la tripa. Julio no
iba a dejar el tema. Ni de coña.
—No puedes seguir eludiendo hablar de Jethro. Estás tan empeñado en
fingir que no existe que lo estás haciendo cada vez más grande. No quieres
verlo, pero cada vez ocupa más espacio en tu vida. Te está destrozando y lo
estás ayudando a ello —sentenció levantándose de la cama—. Las gemelas
van a jugar a Mario Kart y te quieren en su equipo, creen que nos vencerán
a Mor y a mí si estás con ellas.
—Lógico, vosotros sois unos paquetes y yo soy la caña de España —se
burló cazando al vuelo la oportunidad que le ofrecía de zanjar el tema—.
¿Mario no juega? —preguntó como si tal cosa.
Julio lo miró con la cabeza ladeada y negó con gesto estoico.
—¿En serio, Jaime?
—¿En serio, qué?
—¿En serio vas a volver a enfurruñarte porque alguien a quien quieres
empieza una relación con otro alguien? —dijo refiriéndose a cómo
reaccionó cuando él empezó a salir con Mor—. Creí que ya habías superado
esa etapa...
—No me enfurruño. Y Ciri no está empezando una mierda con Mario —
rebatió con un gruñido.
—Pero lo hará, y no tardará mucho. —No, si del profesor dependía—.
Deberías plantearte cómo vas a reaccionar, ya no eres un crío para tener
pataletas. ¿Te apuntas al Mario Kart o no?
Jaime soltó un sentido bufido y saltó de la cama. Un rato después, tras
tomar un analgésico que le abotargara el dolor de cabeza, ganaba a Mor y a
Julio y las gemelas conseguían su trofeo: un helado para merendar.
JayHorse_22.34
La he cagado, reina.

Irisadas_22.35
¿Qué ha ocurrido?

JayHorse_22.36
Esta mañana he llegado borracho
a casa d Cirila...

Irisadas_22.36
¿La cocinera? ¿Para qué has ido
a su casa?

JayHorse_22.42
Había quedado en enseñarle El Retiro.
Es eslovena y libra los lunes como yo,
así q x las mañanas nos damos
una vuelta x Madrid. Pero hoy
la he jodido a base d bien.

Irisadas_22.42
¿Se ha enfadado mucho?
JayHorse_22.43
No, q va. Ciri jamás se enfada conmigo. Pero sé q la he
decepcionado, y me jode mogollón. Es muy importante para
mí.

Irisadas_22.44
Te llamo.

Estuvieron al teléfono durante horas. Jaime habló sin parar de Cirila, de


que le estaba enseñando a montar a caballo, de las comidas que ella hacía,
de sus desayunos de los lunes y sus meriendas en la cantina, de que tenía un
pretendiente que le tiraba la caña y al que ella hacía ojitos, algo que a Jaime
no le hacía mucha gracia. Le contó que tenía una gran familia en Eslovenia
y que había vivido en Alemania. También que era encantadora pero muy
frágil y por eso le daba miedo discutir con ella, por si se rompía; que odiaba
hacerla llorar y le dolía el alma cuando la cagaba, como esa mañana.
En definitiva, le contó todo sobre ella.
Menos que era su madre.
—¿Qué tal el curso? —le preguntó adormilado pasadas las dos de la
madrugada. Debería despedirse y dormirse, pero no quería cortar la llamada
y separarse de ella.
—Bien... —Iris bostezó al otro lado de Europa.
Jaime sonrió al oírla, si no se había desencajado la mandíbula le faltaba
poco.
—Cuéntame qué has aprendido hoy...
—¿Qué pasa? ¿No puedes dormir y quieres que te aburra hasta quedarte
sopa?
Jaime estalló en una cansada carcajada que no por exhausta fue menos
risueña.
—No, qué va. Es que me gusta oír tu voz...
—Qué romántico ha sonado eso, ten cuidado o te tomaré por un príncipe
—se burló.
—Pues que sepas que llevo puesto un pijama azul cielo... —señaló él.
—Oh... —murmuró ella sorprendida.
Ese sentido «oh» hizo que Jaime se percatara de cómo podía interpretar
lo que acababa de soltar.
—Pero no llevo espada... —se apresuró a añadir.
—Genial, así los dragones podrán respirar tranquilos un poco más.
Se quedaron en silencio, más dormidos que despiertos. Los dos
conscientes de que era muy tarde y deberían irse a dormir, y ambos
resistiéndose a hacerlo.
—Qué te parece si no cortamos la llamada... —le preguntó Iris a Jay.
—No sé si voy a durar mucho sin dormirme, reina —confesó Jaime.
—Ni yo. De hecho, tengo los ojos cerrados. Pero, jolines, me has
fastidiado el ciclo de sueño.
—¿Yo? ¿Y se puede saber qué he hecho para fastidiártelo? —Había risa
en su voz.
—Acostumbrarme a dormir contigo. Ha sido una verdadera crueldad,
Morritos. Porque te echo de menos. De martes a sábado no lo llevo tan mal,
pero los domingos y los lunes me he acostumbrado a oír tu respiración y me
cuesta dormirme si no estás. Por eso propongo que no cortemos la llamada.
Voy a dejar el teléfono en manos libres apoyado en la almohada para oír tus
ronquidos mientras duermo, no es que sea la panacea a mis problemas de
insomnio, pero de algo servirá. ¿Te parece?

***

Horas después, rayando el alba, Julio llegó de trabajar y entró en el


dormitorio de su hermano. Normalmente respetaba su intimidad, pero esa
madrugada, al pasar frente a su puerta, había oído algo muy raro.
Ronquidos. En estéreo. Lo que era imposible, porque su hermano solo tenía
una boca por la que roncar. Atravesó el cuarto tenuemente iluminado por la
luz del pasillo y se detuvo frente a la cama. Sí. Eran dos tipos distintos de
ronquidos. El ronco que Jaime exhalaba cuando estaba extenuado y una
respiración profunda, que no llegaba a ronquido pero se le acercaba. Buscó
confundido su origen. Lo encontró en el móvil que su hermano tenía en la
almohada, junto a su cara. Lo cogió y al moverlo la pantalla se iluminó
mostrando la llamada que tenía en manos libres.
Julio abrió unos ojos como platos.
Jaime también los abrió al notar la luz y el movimiento, aunque no como
platos.
—Eh... ¿Qué coño haces, Jules? Dame el móvil... —murmuró
somnoliento.
—Te has dejado a Iris en manos libres. —Hizo intención de cortar la
llamada.
—¡No! —jadeó Jay, sobresaltando a Julio, quien se detuvo antes de
pulsar el botón.
—¿Jay? ¿Ocurre algo? —Oyeron la voz adormilada de Iris.
—No, solo el capullo de mi hermano, que me ha cogido el móvil. —Se
lo arrebató de un tirón al sorprendido Julio.
—Ah... Buenas noches, Jules, ¿cómo te va? Espera... ¿Es buenas noches
o buenos días? No sé en qué hora vivo... ¿Qué hora es, Jay?
—Ni idea. Pero es pronto. —Apoyó de nuevo la cabeza en la almohada y
dejó el móvil junto a su cara. Cerró los ojos.
—Cierto. Buenas lo que sea, Jules. Besos para ti, Jay... —La voz de Iris
les llegó apagada, y Julio intuyó que, igual que su hermano, había hundido
la cabeza en la almohada.
—Más besos para ti, reina... —murmuró Jaime.
Un segundo después, los suaves ronquidos masculinos se acompasaron
con la profunda respiración femenina.
38

Martes, 16 de abril
Irisadas_15.51
¿Cómo escalarías un castillo?

JayHorse_16.08
(6_6) No lo escalaría. Ni soy Spiderman para pegarme a las
paredes ni soy un príncipe demente para arriesgar mi vida
escalando un castillo... X q quieres saberlo?

Irisadas_16.09
Porque me aburro y he pensado que si te lo preguntaba te
harías caquita encima del susto y sería divertido... >^_^<.

JayHorse_16.10
Hace falta mucho + q eso para
q me acojone, reina.

Irisadas_16.11
Seguro... (¬..¬).

JayHorse_16.12
Para q lo sepas, me he comprado una camisa y unos
vaqueros azules. Más exactamente, azul cielo. Voy a
ponérmelos el domingo cuando vayamos a comer. Para que
veas q soy un tipo valiente.

Irisadas_16.13
Qué interesante. Vas a ir muy principesco (^_~).

JayHorse_16.13
No saques conclusiones precipitadas, reina, solo pretendo ir
guapo.

Irisadas_16.14
Tú siempre estás guapo, Morritos.
¿Qué ha hecho hoy Cirila de comer? Echo muchísimo de
menos los táperes que me traías al trabajo,
aquí solo como unas porquerías
terribles.

JayHorse_16.15
Tan mala es la cocina alemana?

Irisadas_16.15
Uy, qué va, la gastronomía alemana es buenísima, lo que es
terrible es mi presupuesto, ergo me toca comprar bazofia (*
—_—).

—¿Qué tan gracioso? —le preguntó Cirila cuando Jaime estalló en


carcajadas.
—Iris dice que echa mucho de menos tus guisos —contestó acodado en
la barra de la cantina.
—¿Sabe de mí? —inquirió sorprendida porque le hubiera hablado de ella
a su amada.
—Claro. Siempre que le llevo comida le digo que la has hecho tú. Dice
que cocinas genial. Y no miente, eres la mejor cocinera del mundo mundial
—la piropeó.
—Estoy de acuerdo en eso, tus guisos parecen hechos por los mismos
ángeles —señaló Mario acercándose a ellos.
—Menudo pelota estás hecho —bufó Jay poniendo los ojos en blanco.
Mario sonrió de medio lado ante su pulla e, ignorándolo, tomó las manos
de Cirila y se las llevó a los labios en un gesto que le puso a Jaime los pelos
de punta.
Cirila se sonrojó, pero no intentó escapar de sus manos, al contrario, dejó
que se las envolviera con una sonrisa soñadora.
Jaime volvió a sentir que el viejo miedo a ser relegado y quedarse solo le
arañaba las entrañas. Miró con disimulo a su hermano, que estaba tomando
un café a su lado, y este enarcó una ceja. Joder, lo malo de que Julio lo
conociera tan bien era que... lo conocía demasiado bien.
JayHorse_16.22
Es un jodido error preocuparse x lo q puede pasar en el
futuro, xq t centras en lo q puede o no suceder y no t das
cuenta d q ya está sucediendo. Ahora. En este instante. Y
como estás repitiendo los mismos errores del pasado
vas a cagarla. Lo q hay q hacer es...
ni puta idea...

Irisadas_16.23
Esa respuesta me la sé. Si en el pasado
lo hiciste mal, lo que tienes que hacer
es estudiar tus errores para no volver
a cometerlos. A veces, la mejor manera de aprender es
metiendo la pata (^_~).

JayHorse_16.24
Eres un puto genio, reina (^3^).

Irisadas_16.25
¿Te enteras ahora? Ni que fuera algo nuevo... (^_^).

Miércoles, 17 de abril
Jaime contuvo al impaciente de Canela cuando, durante su paseo, pasaron
frente a la pista principal y Cirila, montada en Educada, se distrajo hasta el
punto de permitir que la yegua se apartara de la vereda y se acercara a la
valla para pastar un ramillete de malas hierbas. Aunque no estaba
exactamente distraída, sino embelesada. Fascinada. Incluso arrobada. Sí,
esos adjetivos la describían mucho mejor. Y el causante de su
enajenamiento mental no era otro que el profesor que trabajaba con su
caballo en la pista. Aunque más que trabajar lo que hacía era pavonearse de
lo bien que había domado a Bandido, su semental, y de las figuras tan
complicadas que este realizaba.
Jaime sopló desdeñoso. Menudo imbécil. ¿No se daba cuenta de que Ciri
no tenía ni idea de doma, por lo que no era consciente de la complejidad de
las figuras que hacía? Aunque, joder, tal y como sonreía ella mientras lo
miraba, eso no importaba en absoluto.
Se dio un capón mental para recordarse que debía aprender de sus
errores, no volver a cometerlos. No iba a atacar ni a desdeñar a su rival
igual que había hecho con Mor cuando su hermano empezó a salir con ella.
Al contrario. Se esforzaría en portarse bien, en no beber ni cabrearse, en
controlar su mal genio y ser un dechado de virtudes, igual que Mario. Y así,
cuando llegara su cumpleaños, Ciri no tendría excusas para largarse.
Guio a Canela hacia la cerca y se paró junto a Educada.
—Está haciendo un passar —le explicó a Cirila, quien lo miró sin
entender—. Es una figura muy complicada. Y lo que hace ahora es un
piaffe, ¿ves cómo hace trotar a Bandido sin que se mueva del sitio?
Conseguir que levante las patas bilateralmente es jodido de la host... Es
complicado de narices —se corrigió—. No me has entendido nada,
¿verdad?
—Sí, entendido. Movimientos mucho complicados —resumió—. Mario
buen jinete.
—Más que bueno. Es excepcional. Como Elías y Sin —apostilló.
Tampoco era necesario hacerlo parecer la caña de España. No pasaba nada
porque compartiera un poco de protagonismo con otros jinetes.
—Como tú —aseveró Cirila feliz.
Jaime exhaló una risita desdeñosa.
—Ni de coña soy tan bueno como él, Ciri —reconoció con fastidio.
—Pero lo serás, Jaime —sentenció Mario acercándose a ellos—. Tienes
un don para los caballos, y lo que has conseguido con Canela es buena
muestra de ello.
Jaime parpadeó sorprendido por el inesperado halago. Una sonrisa
soñadora se dibujó en sus labios.
Irisadas_18.17
Nunca confíes en nadie que sonría
todo el rato... (ò_ó).

JayHorse_18.18
Tú sonríes todo el rato, reina...

Irisadas_18.19
Yo soy la excepción que confirma
la regla (._.).

JayHorse_18.19
T llamo y me lo cuentas...

—Pues le cortamos la cabeza y listo —propuso Jaime tras escuchar toda


la historia. Se removió para acomodarse, si es que eso era posible, sobre la
cerca en la que estaba sentado. La muy puñetera le estaba dejando el culo
rayado, como los de las cebras.
—Eso es muy poco para lo que se merece ese pérfido alevoso e
intrigante, su complot podría haberme costado muy caro. Literalmente.
¡Quería que pagara a escote la cuenta cuando yo solo bebo agua, mientras
que ellos se pusieron tibios a cubatas!
—¿Estás leyendo otra vez a Alejandro Dumas? —indagó Jay al ver que
Iris había cambiado sus consabidos «inserte palabrota» por esas expresiones
cuando menos antiguas.
—Sí, La reina Margot. Por segunda vez —especificó aviesa.
—Una lectura muy moderna, sí, señora... —se burló Jaime.
—Si cierto escritor que conozco tuviera a bien mandarme su nueva obra,
estaría leyendo algo moderno, pero como es un egoísta que no comparte
nada, pues me toca releer. Y, sí, es una indirecta para que me envíes ¡ya! los
siguientes capítulos. Necesito saber si el prota consigue encontrar a su
padre —exigió. Y a pesar de la distancia que los separaba, Jaime pudo
verla, o, mejor dicho, imaginarla arrugando la nariz amenazante.
—En cuanto tenga algo nuevo, te lo paso. —Le estaba costando escribir
porque la novela tenía mucho de él. El protagonista buscaba a su padre para
enfrentarlo, pero este llevaba años desaparecido y Jaime necesitaba dar con
una manera de localizarlo que fuera creíble. De ahí que, en vez de escribir,
estuviera documentándose—. ¿Qué te parece si dejamos sin huevos al
infame? Me ofrezco voluntario —retomó el tema.
—Ay, no, pobrecillo, ¿qué haría sin cerebro? Bastante cruz tiene con su
limitada inteligencia como para dejarlo sin ella —resopló Iris—. Prefiero
algo más sutil...
Jaime estaba a punto de proponer otra tortura cuando su hermano lo
llamó. Las gemelas habían acabado de montar y se iban a casa, por si quería
que lo acercara.
Y claro que quería. Así se ahorraba el paseo hasta la parada del autobús.
Subió al coche y, como las gemelas eran de lo más ocurrentes, puso a Iris
en manos libres y se entretuvieron durante el viaje en idear travesuras
contra su insidioso compañero de trabajo. Prolongaron la conversación en el
piso mientras Jaime se duchaba. Y siguieron con ella, aunque cambiando de
tema, durante la cena con Mor y las gemelas, porque Julio ya se había ido a
trabajar.
Cuando este regresó cerca del amanecer, volvió a oír ronquidos en
estéreo salir de la habitación de su hermano.

Jueves, 18 de abril
Dos días. Eso era lo que faltaba para su cumpleaños. Y todo iba bien. No
había vuelto a meter la pata con Cirila ni a discutir con Jules ni Mario, claro
que tampoco había vuelto a llegar borracho, lo que evitaba problemas. No
había bebido ni media gota de alcohol desde la debacle. Y así iba a seguir.
No le iba a dar ninguna excusa a la mala suerte para que hiciera de las suyas
el sábado. Sería un día normal y corriente, se había asegurado de ello
planeando meticulosamente lo que iba a hacer y previendo cada
contingencia. Solo serían veinticuatro horas, ¿qué podía pasar en ese corto
lapso?
Todo, podía pasar de todo. Y todo jodidamente malo.
Canela relinchó al notar que se tensaba tirándole de las riendas sin
motivo.
—Lo siento. —Le palmeó la grupa—. Tengo una paranoia tremenda con
el sábado —Los pulmones se le cerraron al verbalizarlo—. Sé que es
ridículo y que ni Iris ni Ciri van a irse, porque, joder, me he portado de lujo
esta semana, pero todo lo que tengo dentro me dice que da igual, que se van
a largar. Lo tengo tan interiorizado que, aunque soy consciente de que no
tiene por qué ocurrir, estoy seguro de que va a ocurrir. Es de locos, Cane. —
Se abrazó al cuello del caballo—. Joder, quiero que pase ya ese puto día.
JayHorse_20.18
La putada d q algo te asuste no es el concepto d ese algo,
sino lo q esperas
d ese algo. Lo haces grande en tu cabeza
y cuando llega estás tan acojonado
q ya no importa si no es tan malo
como pensabas q iba a ser, xq para
ti ya es peor...

Irisadas_20.21
Siempre es peor lo que imaginas que
lo que realmente es. Por eso conviene
no dar demasiadas vueltas a las cosas
y esperar a ver cómo se desarrollan.

JayHorse_20.21
Fácil d decir, imposible d hacer.
Irisadas_20.22
Claro que puede hacerse, solo tienes que proponértelo y
mantenerte firme en tu decisión. Cuando te des cuenta de
que estás pensando en lo que no debes, tienes que parar de
inmediato y llenarte la cabeza de imágenes que te hagan
sentir bien. Cielos llenos de estrellas, hierba mojada tocando
mi cara, tarta
de queso con mermelada de arándanos...

JayHorse_20.23
No me jodas, reina, d dónde has sacado esa gilipollez? D
Sonrisas y lágrimas? >_<

Irisadas_20.24
A mí me funciona (¬_¬).

JayHorse_20.25
A ti t funcionaría cualquier cosa, tú no tienes mierdas en la
cabeza. Tu vida es
un puto cuento de hadas con príncipes azules, castillos
encantados y padres
q t quieren. Para ti es fácil pensar
en lazos azules, pequeños ponis y bigotes
d gatos. Todo lo ves del jodido color rosa.

Irisadas_20.26
¿De qué me estás acusando exactamente? (ò_ó)

JayHorse_20.27
D nada. Solo digo q eres la persona más alegre y
despreocupada q conozco. Todo t parece genial y eres feliz
cual perdiz,
y eso es bueno, no me malinterpretes, pero no es lo normal.
La vida no es tan maravillosa como la pintas, suele ser
bastante + jodida.

Irisadas_20.28
Entonces tendrás que trabajar para cambiarla y dejarla a tu
gusto.

JayHorse_20.29
Sí, claro. Como si fuera fácil.
Irisadas_20.29
Es tan difícil como echarle valor y dar
el primer paso y luego el segundo y el tercero... Caminar es
lo único que debes hacer para crearte el camino que quieres
recorrer. Y si algo te asusta y se interpone en tu objetivo,
enfréntate a ello y véncelo. Pero no tienes por qué luchar
solo, a mí se me da de miedo pelear, siempre puedo ayudarte
a cortar cabezas o lo que se tercie (^_~).

Viernes, 19 de abril
—Es tarde, ¿no sales hoy de fiesta? —Le llegó la voz de Iris a través del
altavoz del teléfono junto con el sonido de cristal golpeándose con cristal.
En la pantalla solo se veía una cama oculta bajo montones de ropa y una
maleta vacía a los pies.
—Paso, llevo toda la semana portándome bien, no me voy a arriesgar a
cagarla esta noche —repuso Jay sacándose el cepillo de dientes de la boca
—. Si sigues golpeando así los frascos, los romperás —le advirtió cuando
ella regresó a la pantalla con un neceser diminuto en el que trataba de meter,
a golpes, todos sus potingues y colonias.
—¿Ahora eres un entendido en el difícil arte de hacer maletas? —
Presionó con la mano el contenido del neceser.
—No, pero hasta yo sé que el cristal no es maleable y que no importa
cuánto lo aprietes, va a seguir igual. —Su cara desapareció de la cámara
mientras daba un trago de agua directamente del grifo para enjuagarse la
boca.
—¿Por qué llevas toda la semana siendo un niño bueno? —lo interrogó
ella, aunque intuía la respuesta. En la mayoría de las conversaciones que
habían mantenido esos días el tema recurrente había sido Cirila. Lo había
dejado muy tocado que lo viera borracho.
—Porque no quiero cagarla otra vez con Ciri —replicó Jay confirmando
su suposición. Su cara regresó a la pantalla—. Ni con Jules —se acordó de
añadir.
—Te has dejado un poco de pasta de dientes en la comisura izquierda —
le indicó Iris mientras doblaba la ropa para meterla en la maleta.
Jaime se apresuró a limpiársela, luego el móvil enfocó el pasillo y su
habitación. Lo colocó dirigiéndolo hacia la cama, donde se tumbó a ver
cómo Iris metía a presión los zapatos en su maleta. Como siguiera metiendo
cosas, iba a reventarla.
—Cirila es muy importante para ti —comentó ella, no era una pregunta
—. Me gustaría conocerla.
—Y a mí que la conocieras, estoy seguro de que le haría mucha ilusión...
—Guardó silencio fijando en Iris una mirada tan intensa que traspasó las
pantallas de los móviles.
Iris dejó de pelearse con la maleta al leer en sus ojos todo lo que él
estaba experimentando: incertidumbre, remordimiento, miedo, esperanza y,
entretejiéndolo todo, un anhelo imposible de ocultar. ¿Cuál? No lo sabía. Se
quedó paralizada al darse cuenta de que Jaime no se estaba guardando nada
para sí. Todo lo que era, todo lo que sentía y pensaba se reflejaba en sus
tormentosos ojos grises.
—Pues entonces ya sabes lo que toca, vas a tener que presentarnos y
arriesgarte a que compartamos experiencias y nos riamos de ti —afirmó
jovial, lo mejor para hacer fácil lo difícil era afrontarlo con humor, aunque
no entendía por qué presentarle a Cirila era dificultoso para Jay—. Te
prometo que no será demasiado, solo lo justo para colorearte las orejas.
Estás tan mono con ellas rojas que me dan unas ganas terribles de comerte a
besos. —Esbozó una sonrisa franca y risueña que inundó sus ojos y le
iluminó la cara.
—Joder, reina, estoy deseando que vuelvas para comerme tus sonrisas —
comentó Jaime contagiándose de su alegría, lo que lo hizo preguntar algo
que no tenía previsto—: ¿Qué te parece si comemos en la cantina este
domingo? Le puedo decir a Ciri que nos haga un menú especial... —Se
encogió de hombros, como si lo que acababa de decir no le hubiera
detenido el corazón. Estaba dando por sentado que Cirila, y también Iris,
seguirían en su vida el domingo. Y la verdad era que no lo tenía nada claro.
Pero, joder, Iris tenía razón, el camino se hacía poniendo un pie delante
del otro sin parar. Quedarse a un lado entumecido por el miedo no lo
llevaría a ninguna parte.
—¡Me encantaría! Pero no le pidas que haga nada especial, lo importante
es conocerla —afirmó muy consciente del paso que acababa de dar Jay.
Le iba a presentar a Cirila, de la que no paraba de hablar, y lo iba a hacer
en la Venta, que era poco menos que su segundo hogar. Un lugar que Jaime
le había vedado, pues siempre le daba alguna excusa para evitar que fuera,
como si quisiera mantenerla alejada de su realidad. Una realidad en la que
estaba a punto de dejarla entrar.
Se estremeció de felicidad al pensar en lo que eso podía significar.
—Genial. Pues está dicho. El domingo comemos con Ciri —resolvió
Jaime. El estómago se le contrajo al pensar que, antes de ese encuentro,
tenía que contarle que era su madre y explicarle que no se parecía a Alma y
que no lo había abandonado. No quería seguir ocultándole la verdad, y
tampoco pensaba pedir a Cirila que mintiera por él. Las mentiras se habían
terminado—. Se lo diré también a Jules, a Mor y a las gemelas, están
deseando volver a verte... —Y él se sentiría más arropado con su presencia.
—Estupendo. Imagino que también veré a Sin si comemos en la cantina,
¿no?
Jaime curvó los labios en una sonrisa vivaracha que hizo aletear el
corazón de Iris.
—Vas a ver a todo el mundo, reina... —aseveró intrigante. Beth, Nini,
Elías y Rocío no se perderían esa comida por nada del mundo.
—¿Eso qué significa? —Iris lo miró a los ojos intrigada.
—Que vas a ser la atracción principal del domingo en la cantina, y tal
vez en todo el centro hípico... Joder, no lo había pensado —sopló pasándose
las manos por la nuca al darse cuenta del revuelo que se montaría con su
llegada.
—¿Por qué? —le preguntó confundida.
—Porque los jinetes son unos puñeteros cotillas y no hacen más que
elucubrar sobre qué, o, mejor dicho, quién me mantiene ausente los
domingos y los lunes...
Iris lo miró sin entender.
—Antes de conocerte pasaba mis días libres en la hípica, trabajando a
Canela o a cualquier otro caballo —confesó, las orejas rojas cual tulipanes.
—Oh, vaya. Así que tus amigos imaginan que tu ausencia se debe a que
has conocido a una mala pécora que te ha robado el corazón y la razón
alejándote de tus queridos caballos... Y, por supuesto, esa infame soy yo —
dijo burlona—. Espero que no quieran quemarme en la hoguera por bruja.
Jaime exhaló una carcajada al oír cómo se había descrito.
—No, para nada. Te van a adorar, igual que yo.
Iris entrecerró los ojos.
—Así que me adoras... Bueno es saberlo —señaló divertida.
—Tú misma lo has dicho, reina, me has robado el corazón —afirmó muy
serio, aunque no tardó en esbozar una sonrisita de medio lado con la que
esperaba quitar gravedad a su declaración—. Por cierto, cuando quieras me
lo devuelves...
—¿Y si no quiero? —Ahora fue Iris quien lo miró muy seria.
—No pasa nada, es tuyo. Me lo devuelvas o no, siempre latirá por ti —
declaró, y al instante miró mortificado a la cámara—. ¡Joder! ¡Qué
cursilada acabo de soltar, me cago en la puta! Es tan empalagosa que me ha
dejado la lengua como si hubiera comido kilos de miel con azúcar. —Sacó
dicho órgano y lo sacudió aireándolo—. Olvídate de ello, como si no
hubiera dicho nada, ¿vale? —le suplicó. Ya no eran solo las orejas lo que
tenía rojo.
—Por favor, Morritos, ¿de verdad crees que voy a renunciar a usar
contra ti tamaña cursilería en los momentos más inoportunos y
comprometedores? No fastidies, bombón, ni yo soy tan buena ni tú eres tan
ingenuo.
Jaime enarcó una ceja. Iris le regaló su sonrisa más alegre.
—Eres una cabrona.
—¡Qué va! Soy una niña buena que no bebe, no dice tacos y no hace
maldades, aunque sí travesuras. No te preocupes, Morritos, puedo prometer
y prometo que protegeré tu corazón con tanto amor como estoy segura de
que tú custodias el mío... Ladrón.
El corazón de Jaime, ese que Iris guardaba, se detuvo para, al segundo
siguiente, tronar acelerado. ¿Acababa de sugerir que él también le había
robado el corazón a ella?
—Joder, Iris... Mañana va a ser un día de mierda. Un puto infierno. Pero
hoy ha sido un buen día. Un día cojonudo. Porque estás conmigo. Mañana
puede irse todo a la mierda, pero hoy estás aquí —se golpeó el pecho— y
solo eso importa ahora.
—Jolines, Jay, y luego dices que yo soy la intensa —trató de bromear
Iris, el corazón tan acelerado que parecía querer escapársele por la garganta
para atravesar toda Europa e ir con su legítimo dueño.
—Ya, me lo estás contagiando, reina —farfulló incómodo—. Creo que
mejor dejo de hablar porque, joder, no hago más que ponerme en evidencia,
y como llevamos toda la noche de videollamada, has visto que no he
bebido, ergo no puedo aducir que estoy bajo los efectos del alcohol...
—Vale.
—Genial.
Se quedaron en silencio. Iris retomó su ocupación de encajar —con no
poco esfuerzo— la ropa en la maleta y Jay se asomó a la ventana, dándole
la espalda al móvil. Ambos necesitaban serenarse. Demasiadas revelaciones
para una sola una noche.
—Jay... ¿Recuerdas lo que te comenté sobre que viajo tanto porque estoy
buscando algo que debo encontrar? Algo que es vital para mí.
—Algo que, además, no sabes lo que es, pero que cuando lo encuentres
lo sabrás. Sí, lo recuerdo —replicó él alejándose de la ventana para
acercarse al móvil.
—¿Te asustarías mucho si te dijera que creo que lo he encontrado? —Su
mirada se trabó con la de él, sin que el espacio y la distancia pudieran hacer
nada por evitarlo.
Jaime tragó saliva y preguntó:
—¿En Alemania?
—No. En Madrid —afirmó con voz grave y mirada penetrante.
Jaime asintió despacio y se sentó en la cama, las rodillas le fallaban.
—Creo que me acojonaría bastante, sí —respondió a su pregunta.
—Entonces mejor no te lo digo...
—Sí, mejor. —Sonrió nervioso.
—Pero quiero que sepas que lo he encontrado.
—Vale —consiguió decir a pesar de tener la garganta cerrada por la
emoción.
Se quedaron en silencio unos segundos, los que Jay tardó en recuperar el
uso de sus cuerdas vocales.
—¿Y viste de azul cielo? —bromeó tratando de restablecer la
normalidad entre ellos.
—Pues justo hoy no —resopló Iris—. Contraviniendo el manual del
perfecto príncipe azul, lleva un pantalón de chándal verde y una camiseta
gris. —Lo miró indignada—. ¿Te lo puedes creer? Qué sacrilegio.
Jaime parpadeó una vez. Dos. Y luego se miró. Y, sí, iba vestido de
verde y gris. Joder. Puede que no se lo hubiera dicho, pero más claro no se
lo había podido dejar.
—Iris, yo...
—¡Tío, tío! ¡Mor nos manda a dormir y queremos despedirnos de Iris!
—exclamó Larissa abriendo la puerta. Entró en la habitación en tromba,
empujando la silla de Leah.
—¡Teníais que llamar antes de entrar! —Se oyó gritar a Mor desde el
pasillo.
—¿Y darle la oportunidad de que nos diga que no podemos entrar? ¡Ni
locas! —repuso Larissa. Leah asintió dándole su apoyo.
—Lo siento, Jay, se me han escapado —dijo Mor entrando en la
habitación tras ellas.
—No te preocupes, no pasa nada. —Jay palmeó sonriente la cama para
que se acercaran. Subió a Leah a su regazo y Larissa se sentó a su lado.
—¡Enfoca bien la cámara, Morritos, que no las veo! —le reclamó Iris—.
¡Hola, bichitos! ¡Qué pijamas más chulos! ¿Dónde los habéis comprado?
¡Quiero uno igual para nuestra noche de pijamas!
—Nos los compró Mor en el mercadillo, ¿puedes comprarle uno a Iris?
—le preguntó Larissa a Mor cuando está se sentó en la cama, que estaba
más ocupada que el metro de Madrid en hora punta.
—¡Rissa! ¡Iris ha di-cho... que viene a... fiesta de pija-mas! —exclamó
Leah.
Larissa abrió mucho la boca y acto seguido le arrebató el móvil a Jaime.
—¡Es verdad, lo acabas de decir! ¡Ya no puedes desdecirte! —le gritó al
teléfono arrancando una carcajada a Iris—. ¡La siguiente la vamos a
celebrar dentro de dos sábados, en Tres Hermanas, con Mor, Beth y Nini!
—Tomo buena nota para no estar de viaje en esa fecha —afirmó Iris.
—¡Genial! —chillaron a coro las gemelas, y luego empezaron a planear
la fiesta.
Jaime, rodeado por casi todas las mujeres que más quería, pasó la
siguiente media hora pensando que, si Cirila estuviera allí, sería un
momento perfecto.
Cuando las gemelas y Mor se marcharon y Jaime recuperó su dormitorio
eran casi las doce, como le indicó la alarma que comenzó a sonar
estrepitosamente.
—Madre mía, Morritos, ¿qué suena? —preguntó Iris tapándose los
oídos.
—Nada... una alarma. Tengo que dejarte, reina...
—Pensaba que no ibas a salir esta noche —comentó suspicaz. ¿Eran
imaginaciones suyas o había palidecido? Desde luego, más serio estaba. Y
de nuevo brillaba en sus ojos ese fuego demoledor que le endurecía la
mirada.
—Lo he pensado mejor y voy a salir un rato, para despejarme... —Cortó
la llamada. No podía arriesgarse a que la conversación se alargara más.
—Vale, nos vemos el... ¿Jay? —Iris miró confundida la pantalla en negro
del móvil.
¿Acababa de dejarla con la palabra en la boca? Se sintió tentada de
llamarlo y reclamarle su falta de modales, pero prefirió dejarlo estar al
intuir que lo había asustado con su repentina confesión de haber encontrado
lo que no sabía que buscaba: a él.

***

En su dormitorio, Jaime miró obsesivo el reloj digital que marcaba el paso


del tiempo. Faltaba poco para las doce. Entonces llegaría el día 20. Y todo
se iría a la mierda.
No. Nada se iba a ir a la mierda. Lo tenía todo planeado. No iba a
cagarla. Los años anteriores había conservado a la gente que quería y este
no sería distinto.
La alarma volvió a sonar estrepitosa avisándolo de que ya era mañana.
Bajó la persiana, se quitó el pantalón y, tras apagar la luz, se metió en la
cama.
Tiempo después, consiguió escapar del sudario en el que se habían
convertido las sábanas y huir de su cama con el corazón atropellándose y
los pulmones agonizando. Cayó al suelo y, apoyando la espalda en la pared
para evitar que los monstruos lo atraparan por detrás, palpó las paredes en
busca del interruptor de la luz. Pero no serviría de nada, recordó angustiado,
Jethro había quitado la bombilla de la lámpara para castigarlo por ser un
gallina llorón. Las persianas, pensó aterrorizado mientras la oscuridad
resbalaba oleaginosa sobre su piel, podía subirlas para que entrara la luz de
las farolas. Eso ahuyentaría a los fantasmas. Se movió a ciegas, tratando de
encontrar la ventana. Cuando dio con ella, tanteó jadeante el perfil de
aluminio hasta dar con la manija. La abrió y, enloquecido, deslizó los dedos
por la persiana. Jethro había cortado la correa que la subía, pero él sabía que
si colaba las uñas entre las lamas y empujaba hacia arriba conseguiría
subirla lo suficiente para que entrara luz y los monstruos se fueran.
Se partió dos uñas sosteniendo la persiana antes de ser consciente de que
estaba en su cuarto, en el piso de Jules, y que la lámpara tenía bombilla y la
persiana, correa. La subió y sacó el cuerpo por la ventana. Necesitaba que el
aire entrara en sus pulmones contraídos y que el frío de la noche templara
su piel enfebrecida.
Hacía años que no tenía una pesadilla tan pavorosa. Tan real. Claro que
también hacía años que no tenía tanto que perder. A su madre. A Iris.
39
Irisadas_04.12
Deberían meter en la cárcel al que
se le ocurrió poner el vuelo más barato
a Madrid a las seis de la mañana.
Es inhumano hacernos levantar a estas horas (+_+). Odio ser
pobre. ¿Te apuntas a robar un banco conmigo? Seguro que
no es tan complicado...

Jaime sonrió al leer el mensaje de Iris. Solo ella podía estar de humor para
bromear a las cuatro de la mañana. Los dedos le hormiguearon por la
necesidad de contestar, pero debía ceñirse al plan, así que volvió al perfil de
Instagram de Iris. Contenía miles de publicaciones que, aunque había visto
innumerables veces, se entretuvo en ver de nuevo. No quería volver a
dormirse y darle la oportunidad a Jethro de que lo visitara en sueños. Con la
última y vívida pesadilla había tenido más que suficiente para el resto de su
vida.
En los años que llevaba viviendo con su hermano casi había conseguido
olvidar el terror ciego y la sensación de indefensión que lo sacudían de niño
cuando lo encerraba a oscuras. La angustia que lo despojaba del aire y el
sudor frío que le erizaba la piel. También los monstruos que ni bajando los
párpados conseguía dejar de ver y que ahora habían regresado.
—Deja de pensar en ello, hostia. —Se frotó los ojos y luchó por sofocar
el sollozo que le subía por la garganta. No iba a llorar, si lo hacía sería peor.
Mucho peor. A Jethro no le gustaban los lloricas—. ¡Joder, Jay, para! —
Golpeó la almohada—. No pienses en eso. Para. Ya. Piensa en...
«Hierba mojada tocando mi cara.»
Aunque Iris había puesto sus pensamientos por escrito, Jay oyó su voz
alegre canturreándolos, como si fuera Julie Andrews en Sonrisas y
lágrimas.
—¿Qué más le gusta? Tarta de queso con mermelada de... —apretó los
párpados tratando de recordar— arándanos. Cielos llenos de estrellas y...
nada más. Joder, son solo tres putas cosas. Con eso no puedo entretenerme
toda la noche —gruñó. ¿Qué más hacía feliz a Iris?—. Castillos de cuentos
de hadas, dragones en las torres más altas, cortarle la cabeza a la gente —
eso le arrancó una sonrisa—, bailar con Sardi, desafinar con los Rolling
Stones, reírse a mandíbula batiente, las bragas de inodoros y los sujetadores
de melones...
Irisadas_09.09
Acabo de aterrizar. No te lo vas a creer, me he pasado todo
el vuelo hablando de cacas —sí, de excrementos— con mi
compañera de asiento. Es una bioquímica especializada en el
eje cerebro-intestino y me ha contado que hay estudios que
identifican que los pacientes con depresión tienen un perfil
bacteriano diferente del de los pacientes sin depresión. Qué
curioso, ¿verdad? Pues eso lo sabe estudiando las
deposiciones, para que veas lo importante que es la mierda.

—Tienes que contarme el chiste, figura, yo también quiero reírme así a


las nueve de la mañana —le dijo Sin a Jaime cuando este estalló en
carcajadas en el paddock contiguo. Ambos estaban acabando de dar el
desayuno a sus respectivos caballos.
—Locuras de Iris —resopló Jaime tendiéndole el móvil para que leyera
el mensaje.
Sin también soltó una carcajada al leerlo.
—Desde luego, la morenita es de lo más ocurrente, seguro que no te
aburres con ella. ¿Te queda mucho?
—Ya he acabado.
—Genial, desayuno contigo en la cantina.
—No voy a la cantina, me he traído el desayuno de casa. —Salió del
paddock.
—¿Por qué? —Lo miró suspicaz, hacía semanas que desayunaba cada
día con Cirila.
—Porque me da la gana —replicó a la defensiva marchándose sin mirar
atrás.
Fue a Descendientes evitando las veredas que comenzaban a llenarse de
jinetes y dio un rodeo que lo alejó de la pista principal, en la que varios
conocidos trabajaban a sus caballos. No podría esquivar a la gente todo el
día, tenía que impartir clases y preparar caballos, lo que lo abocaba a
juntarse con otras personas, pero prefería evitar a los demás siempre que
fuera posible. No estaba de humor para hablar con nadie.
Se coló en la cuadra por la puerta trasera para coger de la oficina el
desayuno que había llevado y comérselo en la tranquila soledad del encinar
que rodeaba el complejo.
—¡Eres tan ridículo que das vergüenza ajena! ¡Eres tonto, pero tonto de
verdad! ¡A ver si espabilas de una vez, hostias!
Jaime tropezó con un obstáculo inexistente y se giró hacia la ruda voz
con el corazón en la garganta y los puños prestos. No dejaría que Jethro lo
encerrara sin luchar.
El aire volvió a entrar en sus pulmones al ver a uno de los mozos de
cuadra en el pasillo de boxes con los brazos en jarras y echando humo por
las orejas.
—¿Qué ocurre, Jorge? —indagó cuando recuperó la voz que el pánico le
había robado. Se asomó a los boxes. No vio a nadie—. ¿A quién le estás
echando la bronca?
—Al más idiota de los idiotas: a mí. Ayer usé la última bombilla que
teníamos de recambio y me dije: no te olvides de comprar más. ¿Tú las has
comprado? —le reclamó a Jay. Este negó con la cabeza—. Pues yo
tampoco.
—Cómprala después de comer, cuando tengas tiempo —apuntó.
—¿Y si se funde alguna bombilla?
Jaime volvió a asomarse a los boxes. La luz entraba a raudales por las
ventanas.
—No pasará nada. El sol se basta y se sobra para iluminar la cuadra.
—¿Y donde no hay ventanas? —Chasqueó la lengua—. Cuando el
diablo se aburre mata moscas con el rabo... y aquí hay muchas que matar, te
lo digo yo —gruñó alejándose.
Irisadas_10.22
Ya estoy en casa. Voy a comer con mis padres, Sardi y los
Repes en el Tres Aguas, muy cerquita de la Venta. Si te
puedes escapar, estás invitado (^3^).

—¡Pero ¿en qué coño estás pensando?! Te dije que ataras al perro —le
gritó enfurecido un hombre a su hijo al ver que su beagle echaba a correr
tras un conejo.
—Lo siento, se me olvidó —lloriqueó el niño.
—¡Eso no es excusa! ¿Y si a mí se me olvida quererte? Entonces ¿qué?
—No le digas eso a tu hijo, joder —intervino Jaime con los puños
apretados.
—Le digo lo que me sale de los cojones. —El hombre se giró hacia él,
agradecido de tener alguien que no fuera su hijo en quien volcar su rabia.
—Pues a lo mejor yo te reviento la cara porque me sale de los cojones
romperles la boca a los padres de mierda que hacen llorar a sus hijos —le
espetó Jaime yendo a por él.
Elías se interpuso entre ambos.
—Vamos a tranquilizarnos todos —ordenó con tono férreo—. Jaime,
llévate a Mateo y a los demás niños a la pista y empieza la clase, vas con
retraso.
Jaime tomó aire con fuerza y, tras asentir cortante, enfiló a la pista
seguido por sus estudiantes, incluido el lloroso niño que acababa de perder
a su perro.
El padre, al ver que se marchaban, se fue a por ellos.
—¡No voy a...!
—Vamos a buscar a tu perro, Pablo —lo detuvo Elías—, aunque no creo
que tarde en regresar cuando se dé cuenta de que no va a poder atrapar al
conejo.
El hombre miró a Elías y a Mario, que acababa de llegar, y comprendió
que la bronca había acabado.
—Es la última clase que ese niñato de mierda le da a mi hijo. —Echó a
andar en la dirección en la que había desaparecido el perro.
Una hora después regresaba a la cuadra con el animal brincando alegre a
su lado. Encontró a su hijo y fue hacia él. Ahora que se le había pasado el
cabreo —y el disgusto—, comprendía que su bronca había sido
desproporcionada y tal vez un poco injusta. Su hijo era demasiado pequeño
para echarle encima toda la responsabilidad de lo ocurrido.
—Pablo —lo interceptó Jaime—. Siento lo de antes, no debería haberme
metido, no me correspondía —se disculpó—. Elías me ha dicho que vas a
sacar a Mateo de mi clase, lo entiendo. En Descendientes solo yo doy
iniciación, pero si me permites un consejo, llévalo a Tres Hermanas. Beth
es una profesora estupenda, hablaré con ella y la pondré al corriente de las
peculiaridades de Mateo.
—Lo pensaré —replicó Pablo, todavía enfadado.
Jaime asintió y dio media vuelta. Volvió a girarse antes de dar dos pasos.
—Solo... —Negó con un gesto frotándose la nuca—. Mira, me la suda si
te cabreas, pero si no lo suelto, reviento. Nunca le digas a tu hijo que no lo
quieres. Es lo peor que puedes hacerle. Duele muchísimo. Te destroza el
puto corazón. Las palabras tienen poder, Pablo, son como astillas, se clavan
y no hay manera de sacarlas y, si las dejas macerar, se infectan. No lo hagas
sufrir, joder —le exigió antes de dar media vuelta y alejarse.
—Jay... —lo llamó el hombre—. No hables con Beth. No será necesario.
Irisadas_14.47
Es una pena que no hayas podido venir, aunque imagino que
estarás superocupado, porque tampoco has respondido a mis
mensajes. Y, sí, eso es una acusación. No me gustan las
personas maleducadas y tú lo estás siendo. Pero lo voy a
pasar por alto porque soy una buena chica y no un inserte
palabrota como tú (ò_ó).

Jay frunció el ceño al leer el mensaje de Iris. También tenía una llamada
suya. Se sintió tentado de contestarle, pero no lo hizo. Tenía un plan e iba a
ceñirse a él. Entró en Descendientes aprovechando que Elías y Rocío
estaban en Tres Hermanas comiendo. Cogió el bocadillo y la botella de
agua que había guardado en la oficina y volvió a salir.
Y se dio de bruces con Nini.
—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó sorprendido.
—No comes con tu madre —lo acusó ella sin responder a su pregunta.
—Hoy no estoy de humor para soportar el alboroto de la cantina.
—En mi cocina no hay alboroto —dijo. A buen entendedor, pocas
palabras bastan.
—No estoy de humor para comer con nadie —reconoció.
—Si huyes para afrontar tus problemas, solo consigues que se hagan más
grandes.
—No huyo, Nini, nada más quiero estar solo un rato. Hoy no es un buen
día.
—El pasado es un recuerdo y el futuro un interrogante. Solo el presente
es real, no lo desperdicies, hazlo tuyo.
—Vale. —No servía de nada intentar razonar con ella. Nini jamás decía
lo que se esperaba y eso hacía imposible contraargumentarla—. Te veo
luego. —Enfiló al pinar.
—No conseguirás nada alejándote de la gente —pronosticó—. Da igual
lo rápido y lejos que huyas, no estarás solo porque lo llevas contigo.
—¿Qué llevo conmigo? —le reclamó enarcando una ceja.
—El miedo que te provoca su recuerdo. Cuanto más huyes de él, más
real lo haces. Le estás dando la vida a tu padre, Jaime, y él a cambio te la
está quitando.
—Joder, Nini. Ahora no quiero hablar de Jethro, ¿vale? Me largo, tengo
hambre.
—Ve a comer con Canela. Él te hará compañía sin darte la murga con
temas de los que no quieres hablar —apuntó sonriendo con afabilidad.
Jaime asintió contagiándose de su sonrisa y giró sobre sus pies para
tomar la vereda que lo llevaría al paddock de Canela.
Irisadas_16.22
Mi padre y yo hemos llegado a la conclusión de que no es
imposible chuparse el codo. Solo tienes que haber sido
bendecido con un brazo particularmente corto y una lengua
anormalmente larga. Yo soy de lo más normalita porque no
consigo chupármelo. Imagino que tú tampoco lo logras,
porque tener la lengua larga es imprescindible, y a ti parece
que se te haya comido la tuya el gato (ò_ó). Seguiré
informándote puntualmente de nuestros descubrimientos.

Julio se sentó en un banco frente a la pista geotextil, donde Jaime


impartía clase a niños entre cuatro y seis años, y lo observó preocupado.
Había llegado al complejo hípico para comer con su mujer y la familia de
esta y, en contra de lo esperado, no había encontrado a su hermano con
ellas. Tampoco en la cantina. De hecho, no lo había localizado hasta media
hora antes, cuando lo había acorralado en Descendientes mientras preparaba
los caballos. Apenas había conseguido intercambiar tres frases con él antes
de que lo dejara con la palabra en la boca aduciendo que tenía que ir a dar
clases.
—Esta mañana ha estado a punto de pelearse con Pablo. A puñetazos —
señaló Rocío sentándose a su lado. Se la veía tan preocupada como lo
estaba él.
—Lo sé, me lo ha contado tu padre.
—Jay solo ha hecho lo que debía hacerse —lo defendió.
Julio sonrió ante la lealtad incondicional de la muchacha.
—¿Has hablado con Jay sobre lo ocurrido?
—Ni sobre lo ocurrido ni sobre nada. Nos esquiva a Sin y a mí. Y a todo
el mundo. —Arrugó la nariz disgustada—. ¿Qué le pasa? O sea, sé que es
su cumple y que lo odia por lo de su padre y tal, pero es que está muy
nervioso. Muy tenso.
—Ya, lleva de un humor de perros todo el mes.
—Hoy no. Hoy parece asustado. —Julio la miró confundido y Rocío
decidió no andarse con rodeos—. Esta mañana, mientras Jay ponía los
caballos, me he acercado a preguntarle una cosa y él ha pegado un salto.
Literalmente. Me ha mirado y... estaba aterrorizado, Julio. Le he preguntado
qué le pasaba y me ha dicho que estaba en sus cosas y por eso se ha
sobresaltado, pero ¿en qué cosas puedes estar para asustarte así? No es
normal. Lleva evitándome desde entonces. Solo habla con sus niños y
únicamente en las clases. No bromea con ellos ni les cuenta chismes ni
participa más que para indicarles qué hacer. No parece él. Está como
ausente. Y cuando oye a alguien gritar dando instrucciones a un alumno, se
estremece, como si lo golpearan. ¿Siempre es así?
Julio cabeceó una negativa sin entender su pregunta. Su hermano no se
comportaba así nunca. Y ella, que era su amiga, debería saberlo.
—¿En todos sus cumpleaños lo pasa tan mal? —especificó inquieta. No
hacía un año que eran amigos, antes eran enemigos, ergo nunca había
pasado ese día con él.
—No. Nunca ha sido la alegría de la huerta en su cumpleaños, eso es
cierto, pero tampoco se ha mostrado tan esquivo ni tan tenso.
Ni tan trastornado, si hacía caso a Rocío, y se lo hacía. La última vez que
se había mostrado así fue en su octavo cumpleaños, el primero y el último
que Julio intentó celebrar. Ese día Jaime sufrió un ataque de ansiedad, de
histeria o de lo que fuera que tardó horas en calmar. Pero de eso hacía once
años, Jaime ya no era un niño receloso, sino un hombre que no se dejaba
amilanar por fantasmas del pasado. O eso esperaba.
Irisadas_17.56
¿Puedes mover las orejas? Yo sí. Lo hemos descubierto hoy.
Estoy en casa de mis padres, con Sardi y los Repes,
probando a hacer cosas que nadie puede, y resulta que yo
muevo las orejas. ¡Soy la caña! Mañana te lo enseño.

Cirila salió de la cocina y estudió el salón comprobando intranquila que


su hijo seguía sin estar en él. No había ido a desayunar ni a comer, tampoco
a tomar el café. De hecho, no lo había visto desde la tarde anterior y eso la
preocupaba mucho. No era propio de él no acudir a la cantina aunque
fueran cinco minutos.
—¿Jamme tiene mucho trabajo? —le preguntó inquieta a Mario, segura
de que algo le había pasado. Su hijo solo dejaría de ir a verla si algo
importante se lo impidiera.
—El mismo que todos los sábados —replicó Mario cabreado. Entendía
que no quisiera celebrar su cumpleaños, pero que evitara a su madre
haciéndola sufrir era llevar las cosas a otro nivel.
Cirila lo miró enfadada, su tono y su gesto decían que, si Jaime no estaba
allí, era porque no quería. Pero ella estaba segura de que su ausencia era
justificada.
—Algo le ocurre —arguyó taxativa—. Cuando pueda, vendrá.
Irisadas_18.51
Jay, tu silencio me está empezando a preocupar. Es rarísimo
que no me escribas ni contestes cuando te llamo; cinco veces
van ya. Sé bueno y da señales de vida o me veré obligada a
tomar medidas y actuar en consecuencia (ò_ó).

Jaime leyó disgustado el último mensaje de Iris. Estaba cabreada y no le


faltaban motivos. ¿Por qué coño no había previsto que le molestaría su
silencio? Desde luego, no había que ser un lumbreras para imaginarlo. Pero
era tan idiota que solo se había centrado en la manera de evitarla, a ella y a
Cirila, y no en cómo se sentirían. Lo que era una cagada total, porque si las
cabreaba lo suficiente —y por un ácido comentario que Mario le había
hecho sabía que su madre también estaba molesta—, acabarían largándose y
todo habría sido en vano. Estaba claro que, hiciera lo que hiciese, se iban a
largar.
«¿De verdad pensabas que iban a quedarse con un mierdecilla como tú?
Eres tan ridículo que me das asco.»
Se giró tan rápido que perdió el equilibrio. Cuando lo recuperó, examinó
por enésima vez el pasillo. Y, también por enésima vez, comprobó que
seguía sin haber nadie. Estaba solo en Descendientes. Y aun así había oído
a Jethro con diáfana claridad. De hecho, llevaba oyéndolo todo el día en la
voz de conocidos y desconocidos.
—Me cago en Dios, ya es lo que me faltaba, tener alucinaciones —gruñó
con la respiración agitada.
Sin querer pensar más en ello, avanzó por el pasillo, solo le quedaba
colocar las cabezadas para terminar la jornada y largarse. Entró en el
guadarnés y, siguiendo un impulso, cerró la puerta. Así, si alguien entraba,
lo oiría y no se sobresaltaría como un cobardica. De verdad de la buena que
estaba hasta los huevos de pegar un bote cada vez que alguien se le
acercaba.
Colgó dos de las cabezadas en sus ganchos y se adentró en el alargado y
estrecho recinto esquivando las sillas de montar y las mantas que
sobresalían de sus soportes en las abarrotadas paredes, también los
sudaderos recién lavados que colgaban de barras. Estaba claro que el
guadarnés de Descendientes se había quedado pequeño, igual que la cuadra.
Aunque Jaime intuía que esa situación no tardaría en cambiar ahora que
Elías y Beth eran pareja. Era más que probable que antes o después unieran
escuelas.
Sonrió. Sería interesante ver cómo se lo tomaría Sin, quien, a pesar de
apreciar a Elías, había hecho de buscarle las cosquillas su deporte favorito,
algo que su templado jefe llevaba bastante bien, todo sea dicho.
Se paró frente a una pared colapsada de cabezadas y soltó un bufido al
ver que algún listo había colgado unas riendas en el único gancho libre, el
cual correspondía a la cabezada de Pitufo, que era la que le quedaba por
colocar. Quitó las riendas, puso la cabezada en su lugar y fue a la pared del
fondo, donde se alineaban las riendas. Volvió a bufar al ver que la mayoría
estaban descolocadas, lo que significaba que o las ordenaba entonces o al
día siguiente le tocaría llegar un buen rato antes para hacerlo.
Comenzó a quitar las que estaban mal colocadas y en ese momento la
bombilla que iluminaba el guadarnés titiló.
—No me jodas... Estas son las putas moscas que el diablo mata con el
rabo a las que se refería Jorge. —Se apresuró a colocar las riendas que le
quedaban en las manos. El guadarnés, debido a su ubicación, era la única
pieza de la cuadra sin ventanas.
La bombilla volvió a titilar.
Dejó caer las riendas al suelo, dio media vuelta y enfiló a la salida,
prefería madrugar que arriesgarse a quedarse sin luz.
La bombilla se fundió y todo quedó a oscuras.
—No pasa nada, Jay. Sabes dónde está la puta salida. Te conoces este
lugar como la palma de tu mano derecha se conoce tu polla.
Dio dos pasos al frente y en el tercero algo le rozó el muslo. Se giró
aterrado antes de recordar las monturas que sobresalían de sus soportes en
la pared. Había rozado una de ellas. Tomó una bocanada de aire que no le
sirvió de nada, su corazón parecía empeñado en salir corriendo de allí, igual
que él. Se movió en la oscuridad colmada de trastos buscando su posición
original y tropezó con algo tirado en el suelo, se apoyó en la pared para no
caer, pero no había pared, sino algo empapado en lo que hundió la mano.
Sus propios orines. Joder, se había caído sobre las sábanas meadas.
Jethro se cabrearía cuando se enterara, debería haber usado el cubo, pero no
lo había encontrado en la oscuridad. La persiana, tenía que encontrar la
persiana y subirla antes de que los monstruos lo atraparan. Avanzó a cuatro
patas hasta dar con la pared. Unos dedos le rozaron los hombros.
Aterrorizado, apartó de un manotazo las cinchas de las monturas y huyó
abalanzándose contra un puño que le golpeó el estómago dejándolo sin
aliento. El golpe contra el pomo de la silla de montar hizo que trastabillara
y cayera contra un fantasma que lo cubrió con su sudario ensangrentado.
Se mordió el puño para no gritar. Si Jethro lo oía quejarse lo tendría más
tiempo encerrado. Se acurrucó en el suelo en posición fetal para escapar del
aterrador sudario y contuvo como pudo las lágrimas. Llorar era peligroso.
«¿De verdad crees que esa zorra que tienes por madre se va a quedar?
Mírate. Cagado de miedo, rebozado en tu propio meado y llorando. Menuda
ganga eres.»
—Cállate, joder, cállate... —susurró sin voz, aunque sabía que tenía
razón.
Si su madre o Iris, o incluso Jules, Sin o Rocío lo vieran así, se alejarían
cagando leches de él. Porque era un mierdecilla. Un cobarde llorón. No
merecía la pena quedarse con él. Por eso Cirila había dejado que Jethro lo
robara y no lo había empezado a buscar hasta pasados varios años. Porque
no valía nada.
Oyó la puerta abrirse y el corazón se le detuvo en el pecho. Era Cirila. O
Iris. O puede que las dos. Jethro había ido a buscarlas y ahora las llevaba
allí, como hacía con sus otras mujeres, para enseñarles el despojo que era y
que se rieran de él.
Se quedó muy callado, incluso dejó de respirar para que nada pudiera
delatarlo.
—¿No hay luz? Ya lo decía yo, cuando el diablo se aburre mata moscas
con el rabo...
Jay oyó algo metálico —las cadenas del fantasma— golpeándose entre sí
y luego un suave haz de luz —los ojos ardientes del monstruo— iluminó
apenas la estancia.
—Y no has comprado las putas bombillas. Mira que eres tonto, pero
tonto hasta el infinito y más allá... —El fantasma se adentró haciendo sonar
las cadenas y Jay se hizo más pequeño—. Pues nada, te toca colocar los
estribos con la luz del móvil, por despistado. ¿Jaime?... Muchacho, ¿qué
haces en el suelo?
La linterna del móvil incidió en sus ojos sacándolo de la pesadilla.
—¿Estás bien? —Las manos callosas y a la vez cariñosas del viejo mozo
de cuadra le retiraron el pelo empapado de la frente—. A ti te pasa algo,
voy a llamar a Elías...
—¡No! —exclamó horrorizado—. No me pasa nada... —No podía
permitir que nadie lo viera así, y menos que nadie Elías o Mario. Se lo
dirían a Cirila y ella iría a ver qué le ocurría y se largaría al darse cuenta del
mierdecilla que era—. Es que... me he pasado con la ginebra y me he
echado un rato, pero ya se me ha pasado la borrachera. No le digas nada a
Elías, no quiero que me pegue la bronca..., ¿vale? —suplicó poniéndose en
pie. Se apoyó inestable en la pared, las rodillas le fallaban.
—¿Seguro que estás bien?
—Sí, seguro. —Fue a la puerta del guadarnés. Cerrarla no había sido su
mejor idea.
El móvil le vibró en el pantalón. Y en ese momento se dio cuenta de que
se había acojonado tanto al quedarse sin luz que ni siquiera había recordado
que lo llevaba en el bolsillo. Joder, podría haberse iluminado con él. Vaya
gilipollas estaba hecho. No le extrañaba que Jethro sintiera vergüenza de él.
Se asomó al pasillo para comprobar que no acechaban los monstruos y se
dirigió veloz a la salida de la cuadra. No se relajó hasta que estuvo fuera,
sin paredes que lo atrapaban ni rincones oscuros en los que pudieran
esconderse fantasmas. Se adentró en el pinar, se sentó en el suelo y sacó el
móvil.
Irisadas_19.22
Jay, en serio, estoy muy preocupada. Mándame aunque sea
un emoticono para que sepa que estás bien. No seas un
inserte palabrota, ¿vale?

Se quedó sin aliento al ver que solo había pasado media hora encerrado.
Le había parecido mucho más. Dejó caer la cabeza exhausto. Le dolían los
músculos por la tensión a la que los había sometido, pero lo peor eran los
ojos. Le ardían. Joder. ¿Cómo era posible que las lágrimas no derramadas
quemaran tanto? Tal vez si se echaba agua fría dejaran de quemarle. Intentó
levantarse pero las piernas le fallaron, fue entonces cuando se dio cuenta de
que estaba temblando. Todo él.
Necesitaba tranquilizarse antes de ir a Tres Hermanas para pegarse una
ducha y desaparecer hasta el día siguiente. No podía llegar en ese estado,
Nini se empeñaría en llamar a Cirila y todo se iría a la mierda. Así que se
dispuso a dar tiempo al tiempo.
Irisadas_19.36
Ya he confirmado que sigues vivo, de lo cual me alegro,
porque significa que así podré darme el gustazo de matarte
con mis propias manos. Eres un inserte la peor palabrota del
mundo mundial. No me puedo creer que me estés ignorando.
Desde luego, eres un hombre de palabra, ayer dijiste que te
asustarías y ya veo que así ha sido. Pero lo que jamás se me
pasó por la cabeza es que fueras tan cobarde de no hablarme.
Cuando te encuentres los cataplines, si es que te los
encuentras algún día, escríbeme. Lo mismo tienes suerte y
hasta te contesto.

—Me cago en la hostia, figura, llevó media hora buscándote...


—Parece que no me he escondido bien... —Jaime guardó el móvil al oír
a Sin.
—No me toques las pelotas, niñato, no te conviene —le advirtió
pateándole las botas.
—Cuidado, bombón, mis pies están dentro —resopló encogiendo las
piernas.
—¿Qué coño te pasa? —Lo pateó de nuevo—. ¿Por qué cojones no
respondes a Iris?
—¿Has sido tú quien le ha confirmado que sigo vivo? —Relacionó su
afirmación con el último mensaje—. ¿Cómo coño has conseguido su
teléfono?
—No la he llamado yo, caraculo, me ha contactado ella a través de
Instagram preocupada por si te había pasado algo. ¿De qué mierda vas, Jay?
—Le dio otro puntapié.
—No voy de nada, simplemente no me apetece hablar con nadie, ella
incluida. —Se levantó antes de que volviera a patearlo.
—Me toca los huevos lo que te apetezca. Saca el puto móvil y llámala.
—No.
—No me jodas, mamarracho, te voy a... —Entrecerró los ojos—. No has
ido a la cantina y tampoco quieres hablar con Iris... ¿Qué coño estás
haciendo, Jay? ¿Qué puta mierda tienes en la cabeza?
—Déjame en paz, Sin, no estoy de humor para charlas. —Enfiló a Tres
Hermanas.
Sin lo siguió de cerca pegándole la bronca. Una bronca que le entró por
un oído y le salió por el otro. Llegaron a Tres Hermanas al mismo tiempo
que Julio detenía su coche en la explanada frente a la cuadra. Jaime lo miró
pasmado, su hermano tendría que estar de camino al Lirio Negro. ¿Qué
cojones hacía allí?
—Jaime, ¿qué ha ocurrido en el guadarnés? —le preguntó Julio
apeándose. Jay lo miró confundido—. Me he topado con Jorge cuando
estaba saliendo del complejo y me ha parado para comentarme que te ha
encontrado en...
—No me jodas, qué puto chismoso —lo interrumpió Jay—. No pasó
nada, solo que bebí dos copas de más y decidí echarme un rato en el
guadarnés. Tengo que ducharme, apesto. Vete a currar, mañana hablamos.
—Lo esquivó entrando en la casa.
Y en ese momento la vida le explotó en la cara.
40

«—Tu madre es una zorra que te abandonó porque no te quería, y si no


espabilas y dejas de ser un llorica yo también me iré y te quedarás solo
porque nadie quiere a los cobardes. Repítelo y sopla las jodidas velas,
Jaime.
»—Mamá es una zorra que me abandonó porque no me quería, y si no
espabilo y dejo de ser un llorica tú también te irás y me quedaré solo.
»—Y nadie te querrá.
«—Y nadie me querrá.»

El corazón se le detuvo al cruzar la puerta y ver a su madre salir de la


cocina con una pequeña tarta de chocolate con un uno y un nueve
pinchados; Nini estaba tras ella, con un mechero en la mano.
—¡Feliz cumpleaños, Jamme! —exclamó Cirila feliz acercándole la
tarta.
Fue como si le hubieran dado un puñetazo en el plexo solar, se quedó sin
aire y el estómago se le subió a la garganta haciéndolo vomitar lo poco que
había comido.
Cirila lo iba a obligar a soplar las velas. Tendría que decirle a la cara que
era una puta que no lo quería y él un llorica. Entonces ella se iría. Y se
quedaría solo.
El corazón le estalló en un dolor tan intenso que lo hizo tambalearse y el
poco aire que le quedaba en los pulmones se le escapó en un gemido que
contenía toda la desesperación del mundo. Los ojos le ardían y comprendió
que estaba a punto de echarse a llorar. Trastabilló alejándose, tenía que salir
de allí antes de cagarla más. Dio un paso hacia atrás y chocó con algo. Un
monstruo que tenía garras. Unas garras de hierro que lo atraparon antes de
que pudiera escapar. La pesadilla de su infancia se hizo real. Se le saltaron
las lágrimas de puro terror. Y Cirila estaba frente a él. Mirándolo y
moviendo la boca. ¿Le estaba hablando? No oía nada, solo el retumbar del
corazón en su pecho. Aunque tampoco importaba, sabía lo que estaba
diciendo. Que se iba. Que no lo quería. Se le rompió el alma en pedazos. Si
todavía le quedaba alguna esperanza de engañarla para que se quedara, se
acababa de esfumar. Lo había visto llorar. Se largaría y no volvería jamás
porque nadie, ni siquiera Cirila, quería a los llorones.
«No dirás que no te lo advertí, mocoso.»
Se debatió contra el monstruo hasta que consiguió escapar de sus garras
infernales y se lanzó a la puerta, donde un espectro lo golpeó en el
estómago a la vez que gritaba:
—¿Qué coño te pasa, figura? O te controlas o te controlo.
Cayó al suelo sin respiración. Se ahogaba. Necesitaba aire. Agarró el
cuello de la camiseta y tiró desgarrándolo. Iba a morir asfixiado delante de
su madre. Qué puta broma.
El monstruo lo alzó, lo hizo girar hasta que quedó enfrentado a él y lo
zarandeó mientras le gritaba algo. Su cara era un borrón oscuro al final de
un túnel y sus gritos, aullidos espectrales que le taladraban los oídos.
Entretejida con ellos, la voz de Jethro.
«Eres tan ridículo que das vergüenza. Si hasta te has meado encima...
¿Cómo te va a querer si das asco?»
Le encajó un rodillazo en las pelotas al monstruo haciéndolo caer, se
deshizo del espectro de un puñetazo y escapó del infierno.
Corrió como no lo había hecho antes. Se internó en el encinar y al llegar
a la valla que cercaba la dehesa militar la siguió aterrorizado hasta
encontrar un punto en el que estaba levantada. Se coló bajo ella sin
importarle engancharse la ropa y la piel y siguió corriendo con los
pulmones y el corazón a punto de reventarle.

***

—No la dejes ir tras él —le ordenó un jadeante Julio a Nini. Aunque no era
necesario, pues esta llevaba conteniendo a Cirila para que no se acercara a
Jaime desde que este se había vuelto loco, porque no había otra manera de
explicarlo.
Su hermano no lo había reconocido cuando lo había abrazado tratando
de tranquilizarlo primero y de contenerlo después. Era como si no oyera su
voz ni viera su cara, ni la de Sin, a la que también había atacado. Estaba
enloquecido. Totalmente fuera de sí. No era la primera vez que lo veía así.
Solo que en aquel entonces era un niño y había sido fácil dominarlo, aunque
no tranquilizarlo.
Se incorporó renqueante, el rodillazo lo había dejado sin aliento. Y sin
huevos.
—¿Qué cojones le ha pasado? —gruñó Sin abrazándose el estómago—.
Joder con el puto cabrón, sabe cómo pegar —afirmó orgullosa, pues ella le
había enseñado a pelear.
—Moj otrok, Jamme... —gimoteó Cirila histérica, continuando con una
retahíla ininteligible de palabras en esloveno y alemán.
No había que ser muy listo para intuir qué estaba diciendo.
—Tranquila, Ciri... No pasa nada —le susurró Nini abrazándola para que
no se le escapara y fuera tras su hijo. Le daba miedo que consiguiera
alcanzarlo. No sabía cómo podría reaccionar Jaime, aunque no creía que
atacara a su madre.
—Ha tenido un ataque de ansiedad. —Julio salió a la explanada, aunque
sabía que no lo vería. Jaime corría como las gacelas, más aún si el miedo lo
acicateaba—. Es la segunda vez que le pasa, la primera fue en su octavo
cumpleaños, cuando lo sorprendí con una tarta —explicó yendo hacia la
vereda, tampoco lo vio—. Tardé horas en tranquilizarlo. No creí que fuera a
repetirse.
Miró frustrado a su alrededor. Jaime podría haber ido a los sembrados, a
la dehesa militar, a las pistas, al búnker... Estaban en mitad del campo, mil
caminos salían de Tres Hermanas y, dada la hora y el día, todos estaban
desiertos. No lo encontrarían hasta que él quisiera ser encontrado. Solo
esperaba que no tardara mucho en recuperar la razón.
—¿Una tarta? —Cirila miró a Julio confundida—. ¿Mi tarta provocado
esto? —Lágrimas de culpabilidad y arrepentimiento se agolparon en sus
ojos.
—No solo tu tarta —le quitó importancia Julio al ver su angustia—.
Todo en general. Su cumpleaños nunca es un buen día para él. Por eso no lo
celebra. —No pudo evitar sonar acusador. Se arrepintió al instante. Cirila
no se merecía eso.
—Yo no quería... Jamme sufre por mi culpa... —Se abrazó rota de dolor.
«Mi Dios querido, ¿qué he hecho? Si no hubiera sido tan terca y egoísta
y hubiera hecho caso a Mario y Julio, esto no habría pasado. Solo he
pensado en mí, en mi deseo de sorprenderlo para que me quisiera un poco
más. Y ahora mi hijo sufre. Mi Dios querido, ¿qué puedo hacer? ¿Cómo lo
arreglo? Socórreme.»
—No, claro que no, Ciri. Nada de esto es culpa tuya, sino mía. —Julio la
envolvió en sus brazos preocupado, parecía a punto de desmayarse—.
Debería habértelo dicho.
—Me lo insinuaste...
—Debería haber sido más categórico.
—No me jodas... ¿Qué cojones estáis discutiendo? ¿Quién se fustiga
más? —los atajó Sin—. Ya os flagelaréis más tarde, ahora toca averiguar
dónde coño está ese capullo. Llámalo, Jules, a ver si a ti te contesta, a mí no
me coge la llamada.
JayHorse_21.42
Cirila se ha ido?

Julio.Santos_21.42
Jaime, por fin contestas. Dónde estás?

JayHorse_21.43
Cirila sigue contigo?

Julio.Santos_21.43
Sí. Estoy en Tres Hermanas, con ella.
Está muy preocupada, la aliviaría
mucho verte.

JayHorse_21.44
Sin está bien? Creo q le pegué... y a ti. Joder, lo siento
muchísimo, Jules.
Perdí la puta cabeza.

Julio.Santos_21.44
No nos hiciste nada, tranquilo. Voy a llamarte, hermano,
contesta el teléfono, por favor.

JayHorse_21.47
Estoy bien, Jules, tomando una cerveza en un bar. Ya se me
ha pasado el arrebato. T lo juro. Deja d llamar,
no t lo voy a coger.

Julio.Santos_21.48
Me sentiría más tranquilo si oyera tu voz. Solo eso, Jaime.
No tenemos que hablar de lo que ha pasado, conque me
cantes una canción será suficiente (^_~).

JayHorse_21.49
No dejes que Ciri se vaya. Llévala a tu casa, que duerma con
Mor esta noche.

Julio.Santos_21.50
Ciri no se va a ir a ningún lado, Jaime. Ven y habla con ella.

JayHorse_21.51
Haz que Ciri se quede en tu casa, Jules, no dejes que se
vaya. Luego os veo.
Jaime le quitó el sonido al móvil. Parecía que el deporte nacional de esa
noche era llamarlo. Lo había hecho su hermano, Mor, Sin, Rocío, Nini y
Elías. También Cirila. Seguramente para decirle que era una decepción para
ella. Y sí que lo era.
Se miró la ropa, joder, daba asco. Llevaba los pantalones de montar y la
camiseta, ahora con el cuello desgarrado, que se había puesto esa mañana al
salir del piso de su hermano. Olían a sudor de caballo y de persona, a barro,
a vómito...
«A mierda, que es lo que eres.»
—Cállate, joder, tú sí que eres un mierda.
Se sacudió la tierra y el polvo de la ropa sin conseguirlo, parecía que se
hubiera revolcado en el suelo, y tal vez así había sido. No lo recordaba.
Había escapado de los monstruos, que ahora se daba cuenta de que no eran
otros que Sin y Julio, y había corrido enloquecido y con los pulmones
ardiéndole. Lo siguiente que sabía era que se había despertado en mitad de
un sembrado, que era donde se encontraba. Imaginaba que se habría
desmayado en algún momento de su loca carrera.
Si leyera esa escena en un libro, no se la creería, era demasiado
dramática, pero no formaba parte de un libro, sino de su vida. Se había
vuelto loco. Joder, lo que le faltaba.
Se revisó los bolsillos comprobando lo que ya sabía: que había huido sin
llaves ni documentación, solo el móvil y la tarjeta de débito —escasa de
fondos, por cierto— que guardaba en la funda.
De puta madre.
Miró la hora. Eran las diez de la noche. Si tuviera medio cerebro, y este
fuera funcional y no de adorno, se dejaría de gilipolleces y le pediría a su
hermano que fuera a buscarlo y lo llevara a casa. Con Cirila. Pero no tenía
medio cerebro y las pocas neuronas que conservaba estaban averiadas, así
que echó a caminar sin rumbo fijo.
Y ya fuera porque la brisa de la noche le aclaró las ideas o porque, y esto
era lo más probable, tras la debacle, su cerebro había cortocircuitado hasta
el punto de verse obligado a reiniciarse —de ahí el desmayo—, parecía
haber recuperado la cordura que había perdido un mes atrás. O, mejor
dicho, once años atrás, cuando se le metió en la cabeza que aquellos a
quienes quería lo abandonarían en su cumpleaños, como había hecho su
madre, como había hecho su padre.
Era irracional. Una verdadera estupidez. Cirila no iba a desaparecer por
mucho que fuera el puto 20 de abril de los cojones. Que le hubiera hecho
una tarta no significaba que pensara irse. Aunque que él le hubiera
vomitado encima para luego echarse a llorar y a continuación liarse a
hostias con su hermano y Sin sí era motivo sobrado para largarse y no
volver. Ninguna madre quería un hijo demente, menos aún una que había
tardado años en empezar a buscarlo.
Desde luego, cuando la cagaba lo hacía a conciencia.
Se giró en la dirección en la que, a varios kilómetros, estaba el complejo
hípico. Podría ir dando un paseo hasta Tres Hermanas, pero no se sentía
capaz de enfrentarse a ella, a su mirada de decepción. Y además tenía un
plan.
Un plan de mierda basado en una idea estúpida que estaba claro que no
servía para nada, pero un plan al fin y al cabo. Y ceñirse a él era una excusa
tan buena como cualquier otra para dejar pasar las dos putas horas que le
quedaban a ese día de mierda. Así que se sentó y se puso a mirar el móvil.
No había ningún mensaje de Iris. Tampoco le extrañaba. La había cabreado
a base de bien. Le escribió un mensaje. Lo borró antes de mandarlo. Lo
pensó unos minutos. Le escribió otro. De nuevo lo borró. Empezó a escribir
un tercero. No llegó a acabarlo. ¿Para qué? No iba a mandarlo.
No podía. Tenía tan interiorizado que la perdería si hablaba con ella
antes de que terminara el día que, a pesar de saber que era una estupidez, no
podía hacerlo. Porque podía cagarla con Iris como la había cagado con
Cirila.
Y entonces las perdería a las dos.
Ese pensamiento era tan tremendo, tan horrible, que se adueñó de cada
neurona que albergaba su cerebro sin dejar espacio para nada más.
41

Domingo, 21 de abril
JayHorse_00.01
Dnd stás?

Irisadas_00.02
¿Y a ti qué inserte palabrota relacionada con los genitales
femeninos te importa?

Jaime sonrió ante su respuesta. No debía de estar tan cabreada si le había


contestado al instante y de esa manera tan explícita y original. Como era
ella.
JayHorse_00.03
Quiero vrte.

Irisadas_00.04
O estás borracho o no has cenado...
Me inclino por la primera opción.

JayHorse_00.05
X q dicss eso?

Irisadas_00.06
Porque te estás comiendo letras y no es que sean muy
nutritivas, ergo solo
nos queda el abuso de alcohol...

JayHorse_00.07
Q listilla erss...
JayHorse_00.11
Dime dnde stás.
JayHorse_00.17
No vas a contstar?
—Pues parece que no... —Jaime se levantó del bordillo en el que estaba
sentado sin tambalearse—. ¿Lo ves? No estoy borracho —le dijo al gato
que devoraba feliz la comida gatuna que había comprado para llegar al pago
mínimo con tarjeta que exigía la tienda en la que se había agenciado la
cerveza que albergaba su estómago. Y su vejiga.
Se acercó al contenedor asustando al felino, tiró la litrona que le había
hecho compañía durante la última hora y buscó un árbol en el que evacuar.
Mientras se aliviaba, revisó sus opciones. Iris estaba usando con él el
bíblico ojo por ojo y mensaje sin contestar por mensaje sin contestar, por lo
que de nada le serviría llamarla. Chasqueó la lengua disgustado y miró a su
alrededor; estaba en un polígono industrial situado entre los sembrados y el
centro comercial Tres Aguas, a media hora andando de la Venta en un
sentido y a otra media hora andando de Alcorcón en el sentido contrario. Lo
sabía porque había ido hasta allí para comprar la cerveza.
Decidió repetir el paseo y hacerse con más suministros. No le apetecía ir
al piso de Julio ni a Tres Hermanas, e Iris estaba desaparecida en combate,
así que bien podía comprarse un bocata y un refresco y cenárselos en algún
parque. Luego, con la tripa llena y la cabeza despejada, ya pensaría qué
hacer. Revisó en el móvil el saldo que le quedaba en la tarjeta y,
aprovechando la coyuntura, abrió IRISADAS en Instagram. Sonrió al ver
que Iris, a pesar de su cabreo, le había dejado una pista. Porque solo así se
podía considerar el vídeo que acababa de subir en el que se veía a Sardi y a
los Repes matando zombis en casa del primero. Iris estaba con ellos,
pegando tiros con una furia demoledora, aunque, eso sí, sin darle a ninguno.
La puntería no era lo suyo.
Guardó el móvil con el corazón a punto de alzar el vuelo. Ese vídeo era
una declaración de intenciones, pues le indicaba dónde se encontraba y lo
enfadada que estaba, además de advertirle que si aparecía le pegaría un tiro.
No obstante, como era tan mala disparando, no había peligro, pensó ufano,
aunque también era cierto que si los tiros no le funcionaban siempre podría
hacerle una llave de las suyas y dejarlo para el arrastre.
Sonrió. Merecía la pena correr el riesgo.
Media hora después, rozando la una de la madrugada, llegó al portal de
Iris. El barrio se hallaba en silencio, los comercios estaban cerrados y la
plaza en la que durante el día jugaban los niños mientras sus abuelos los
vigilaban estaba desierta.
Llamó al portero automático y el timbre estrepitoso rompió la quietud de
la noche.
—Si me dices que eres el cartero comercial, no va a colar —respondió
Iris doce segundos después. Y colgó.
Jay volvió a llamar y el timbre sonó aún más agudo.
—¿Y si te digo que soy de Amazon? —inquirió con buen humor cuando
descolgó.
—No tengo nada pedido. —Volvió a colgar.
Jay llamó de nuevo. Un par de persianas que estaban bajadas subieron.
—¿Por qué no te vas un ratito a la inserte sinónimo femenino de
excremento?
—«Mierda» no es una palabrota —señaló Jaime mordaz.
Iris colgó. Con un golpe rudo. Jaime frunció el ceño, esperaba que no
hubiera roto el aparato. Para comprobarlo, volvió a llamar.
—Mira, hijo, siento que hayas discutido con tu novia, pero las paredes
son de papel y estoy intentando dormir, así que vete a dar un paseo hasta
mañana —contestó una mujer que, obviamente, no era Iris.
—Siento mucho molestar, pero es cuestión de vida o muerte, no puedo
irme.
—Cuestión de muerte va a ser como no te vayas —apuntó otra persona
—. La tuya.
Los vecinos del tercero y el primero se asomaron a curiosear.
—No te enfades, Mariano, el chico está enamorado, no puedes pedirle
que renuncie a reconquistar a Iris —comentó una voz en el telefonillo que
no era ninguna de las anteriores—. Porque tú eres el muchacho que la
acompaña últimamente, ¿verdad? El que monta a caballo...
—Eh, sí..., eso creo.
—Eres muy guapo.
—La verdad es que no está mal, aunque un poco demasiado alto para mi
gusto —opinó la primera voz.
—Ah..., ¿gracias? —Jay parpadeó confundido. Joder con las abuelas.
—Alto para ti, que eres muy bajita, para Iris es estupendo —sentenció la
segunda voz de mujer—. Así que has metido la pata y ahora quieres
arreglarlo...
—Ufe, por el amor de Dios, no le des carrete, que queremos que se vaya
—regañó una nueva voz.
—Eso tú, que eres una sosa, yo estoy encantada con que se quede. Ver
cómo se arrastra mientras Iris lo pone en su sitio es mucho más entretenido
que ver los realities que dan en la tele.
—Disculpe, señora, pero no me estoy arrastrando —repuso Jaime
molesto.
—Todavía —apuntó la ancianita con la experiencia que da la edad.
—U os calláis todos o llamo a la policía —amenazó el vecino gruñón.
Algunos vecinos del portal contiguo también se asomaron a las ventanas.
—¡Ay, sí! ¡Eso sería emocionante! —exclamó Eufemia, Ufe para las
amigas.
—Emocionante no sé, abu, pero entretenido seguro que sí —comentó
una voz en la que Jaime reconoció a uno de los Repes. El alivio fue
inmediato, ellos lo ayudarían.
—Dile a Iris que se ponga —suplicó. Sí, se iba a arrastrar. Tanto como
fuera necesario.
—Anda y que te follen.
—¡Jorge, yo no te he educado para que digas esas palabras tan feas!
—No soy Jorge, abu, soy Juan.
—No jodas, tío, no me cargues a mí el muerto. Yo soy Juan, tú eres
Jorge.
—¡Juan, esa boca!
—Lo siento, abu.
—No lo siente, solo lo dice para que lo dejes en paz.
—¡Se acabó! ¡Voy a llamar a la policía para que os detengan!
—¡Eso, llama de una vez, que queremos dormir! —gritó alguien del
segundo.
—Mira que eres revenido, Mariano.
—¡Y tú estás como una cabra, vieja bruja!
—Cuidado con lo que le dices a mi abuela, Mariano... —Y la voz del
Repe era tan amenazante que se hizo el bendito silencio.
Lástima que solo durase un segundo, pues a continuación estalló un
guirigay de voces y gritos de quienes amenazaban, de quienes se defendían,
de quienes trataban de tranquilizar y de quienes —los Repes— echaban más
leña al fuego.
En el punto álgido de la trifulca, Iris salió del portal.
—Estupendo, Morritos, la has liado parda —lo acusó y, sin dirigirle la
mirada, le agarró el brazo y tiró de él haciéndolo andar.
—¿Yo? Pero si no he hecho nada —protestó siguiéndola con docilidad.
Varias voces rebatieron esa afirmación a través del telefonillo y algunas
ventanas. Iris aceleró dejando la plaza atrás. Cruzó la carretera y lo guio al
aparcamiento de la Renfe, que quedaba lo bastante lejos de los edificios
para gritar a gusto y con cierta intimidad.
—¿De qué inserte palabrota vas? —le reclamó deteniéndose junto a una
furgoneta.
Estaba oscuro, pues la mitad de las farolas estaban rotas y la otra mitad
apenas iluminaban, por lo que Jay no podía verla bien —ni ella a él—, pero
no lo necesitaba para saber que estaba muy cabreada.
—¿De qué género es la palabrota esta vez? ¿Masculino o femenino?
Por el silencio que siguió, Jaime supo que había conseguido
sorprenderla.
—¿Ahora quieres hacerte el gracioso? Pues entérate, bombón, no
funciona. —Le clavó el índice en el pecho—. Eres... eres... ¡Argh! —
exclamó frustrada.
—Puedes insultarme si quieres, con palabrotas y todo eso —ofreció
Jaime con una sonrisa traviesa. Puede que el día hubiera sido una mierda y
que la hubiera cagado a tope, pero ahora estaba con Iris y el sol volvía a
lucir, aunque fuera noche cerrada.
Iris sacudió la cabeza en una atónita negativa.
—¿Sabes el día que me has hecho pasar? —le reclamó furiosa—. Al
principio pensé que estabas muy liado, pero luego empecé a preocuparme
por si te había pasado algo. ¡Trabajas con caballos, por el amor de Dios!
¡No es una actividad libre de riesgos! —Caminó nerviosa—. Se me ocurrió
que podrían haberte dado una coz o que podrías haberte caído y que el
caballo te había pasado por encima como a Messala en la carrera de
cuadrigas en Ben-Hur. —Se abrazó sin dejar de pasear inquieta—. Y que te
había roto las piernas, los brazos, la cabeza... ¡Yo qué sé! —gritó frenética
—. No sabía qué era de ti y tampoco podía llamar a nadie porque no tengo
el contacto de nadie que te conozca. ¡Ha sido horrible! ¡Cada segundo me
cruzaban por la cabeza mil imágenes tuyas destrozado, a cuál peor!
Lo empujó furiosa y Jaime solo pudo recular pasmado al ver el pavor en
sus ojos.
—Joder, Iris, menuda película te has montado ... —La miró incrédulo.
Por Dios, la novelista tendría que ser ella y no él. ¡Qué imaginación!
—¿Película? ¡Pero cómo puedes ser tan insensible! —Retomó su
nervioso paseo. Era eso o golpearlo—. Estaba a punto de ir a la Venta
cuando se me ocurrió buscar a Sin en Instagram. —Detuvo su delirante
deambular y lo encaró—. Y resulta que me dice que estás vivito y coleando,
y entonces me doy cuenta de que lo que te ocurre es que el viernes te hiciste
caquita en los calzoncillos con mi confesión y por eso no has tenido
cataplines para responder mis mensajes ni coger mis llamadas. Eres un
cobarde —sentenció.
A Jaime se le paró el corazón al oír esa palabra abandonar sus labios.
—Si tienes algún problema con lo que siento por ti, dímelo a la cara,
¡pero no me ignores asustándome! Te juro que podría matarte... —Le dio la
espalda abriendo y cerrando los puños, toda ella presa de una energía
volcánica que necesitaba soltar.
—¿No crees que lo estás exagerando un poco, reina? Un pelín de nada,
vamos —ironizó cabreado.
—¿Que lo estoy exagerando? —Lo encaró, sus ojos, más eléctricos que
nunca, echaban chispas—. ¿Cómo te atreves a menospreciar mis
sentimientos? Mi miedo. Mi dolor.
—¡No me jodas, Iris! ¿Te estás oyendo? ¡Todo te lo tomas a la tremenda!
Tu dolor, tu miedo... —coreó con recochineo—. ¡No estás en una puta
comedia romántica! ¡Relájate un poco y deja de montar dramas! ¡No seas
tan intensa!
Ella lo miró pasmada por su falta de empatía.
—No tienes ni idea de lo intensa que soy —dijo en un susurro peligroso
—. ¿Quieres saber hasta qué punto lo soy? —Sin mediar más palabras, se
movió y Jaime acabó en el suelo con ella encima presionándole la garganta
con el antebrazo, de manera que solo dejaba pasar un hálito de aire por su
tráquea—. No bromeaba cuando he dicho que podría matarte, pero no
merece la pena el esfuerzo y el disgusto que me supondría. —Se levantó
desdeñosa—. No voy a perder el tiempo con un cobarde que me hace sufrir,
la vida es demasiado corta para malgastarla siendo infeliz. —Echó a andar
en dirección a su casa.
Jaime se levantó y la siguió, tan furioso o más que ella.
—¡Claro! ¡¿Cómo no me habré dado cuenta?! La princesa rosa que
busca su puto príncipe azul solo quiere ser feliz y comer perdices y, cuando
algo se tuerce, se enfada y se larga. ¡Pobrecita princesita, que quiere ser
feliz y yo no la dejo! ¡Que te jodan, Iris! —gritó colérico—. ¡Nadie es tan
puto feliz como lo eres tú! ¡Es imposible alcanzarte, joder! Todo te parece
maravilloso, los pajaritos cantan, el sol sonríe, el cielo es azul y las nubes
huelen a rosas, todos te quieren y nadie se va... ¡Pues entérate bien, reina, la
vida es una mierda y tú eres un jodido bicho raro! —la acusó desquiciado.
—¿Perdona? —Iris lo miró como si se hubiera vuelto loco—. ¿Me estás
acusando de ser feliz? ¿En serio? ¿Y qué quieres que haga? ¿Flagelarme?
—¡No! Quiero... Quiero... ¡Joder! —gritó frustrado.
Iris enarcó una ceja.
—No tienes ni idea de lo que quieres, Morritos. Ya me contarás qué es
cuando lo sepas. Hasta entonces, adiós, esta princesa que quiere ser feliz se
despide del ogro gruñón que no quiere que lo sea —resopló dejando atrás el
aparcamiento de la Renfe.
—¡Yo no he dicho que no quiero que seas feliz! ¡No tergiverses mis
palabras! —La persiguió alterado—. ¡Todo lo llevas al extremo! ¡Te comes
la vida a mordiscos y todos son tan buenos como un pedazo de tarta de
chocolate! Pero la vida no es así, joder. No es una tarta que todos podamos
disfrutar. La vida es una mierda y, a veces, cuando intentas morderla, te
atragantas. Pero tú no, tú siempre eres feliz y estás sonriendo. Eres la puta
alegría personificada. ¡Joder, tanta alacridad es cargante!
Iris se detuvo en seco y lo miró turbada, lo que decía no tenía ningún
sentido.
—¿Te estás escuchando? ¿Cómo puede molestarte que sea feliz? ¡Es de
locos!
—¿Sabes lo que te pasa, reina? Que has tenido una suerte de cojones —
cargó contra ella—. Tus padres te quieren y tienes abuelos, tíos y toda una
jodida familia que te adora. Pero hay gente que va de puto culo, personas a
las que nunca les sucede nada bueno y que no tienen ni un maldito motivo
para sonreír.
—¿Y tú eres uno de esos pobrecitos que se atragantan al morder la vida?
—le reclamó sarcástica. Estaba harta de que le reprochara ser feliz, como si
fuera un pecado.
—No. Yo soy de a los que se les indigesta de tal manera que acaban
vomitándola. —Se pegó a ella hasta que las puntas de sus calzados se
tocaron, lo que, dada la altura de Jaime, obligó a Iris a alzar la cabeza—. Yo
soy el niño que juega solo en el parque porque sus padres, los dos, lo han
abandonado. Soy el bebé al que su padre roba de brazos de su madre y el
niño al que le hace creer que ella lo ha abandonado. Soy el crío al que su
padre repite cada día que ni su madre ni él lo quieren y al que desecha en
casa de su hermano, con nocturnidad y alevosía, para que este no pueda
rechazar el regalito. Soy el puto cobarde que cuando descubre que todo lo
que siempre ha creído es mentira no sabe cómo reaccionar ni cómo querer a
su madre, porque, joder, lleva tanto tiempo creyendo que su madre lo
abandonó que no puede olvidar toda la rabia y el dolor y aceptar que tal vez
lo quiere y que él debe echarle huevos y arriesgarse a quererla. Y también
soy el idiota que la caga. El que mete la pata hasta el fondo y consigue que
su madre quiera largarse y esta vez para siempre. Ese puto crío soy yo. ¡¿Te
enteras, joder?! No todos tenemos tu suerte. A algunos la vida nos escupe a
la cara.
—Jay... Lo siento... —musitó alzando la mano para acariciarle la cara.
En ese momento Jaime fue consciente de que estaba llorando. Delante de
ella.
Le dio un manotazo y salió corriendo hacia la carretera, pero no la cruzó,
sino que la siguió. Iris tardó un segundo en reaccionar e ir tras él. Jaime no
necesitó más para atravesar el túnel que cruzaba bajo la autopista y servía
de frontera entre la ciudad y el campo y perderse en la oscuridad.
Iris lo siguió y, al salir del túnel, se encontró con una oscuridad
impenetrable en la que solo veía sombras amenazadoras que de día eran
inofensivos árboles y arbustos. Iluminándose con el móvil, se adentró en las
tinieblas llamándolo. No tardó en comprender que él estaba muy lejos, tanto
física como mentalmente.
Regresó a la seguridad de la ciudad y sus calles iluminadas por farolas.
Unas farolas que habían revelado a Iris sus pantalones de montar
polvorientos, su camiseta desgarrada y sus botas embarradas, lo que la llevó
a intuir que debía de llevar horas deambulando por el campo. ¿Qué narices
le había pasado?
Irisadas_01.27
Jay, ven a casa y hablamos, ¿vale?
Irisadas_01.39
Si lo prefieres podemos quedar
en algún parque.

Jaime leyó los mensajes y soltó un bufido de desdén.


«Nadie quiere a los llorones. Un niño que llora es ridículo, pero un
hombre que llora es repugnante. Métete eso en la puta cabeza y espabila,
mocoso.»
Ese era el único consejo bueno que le había dado Jethro. Y en menos de
veinticuatro horas había llorado delante de Cirila y de Iris.
Cojonudo, Jay, simplemente cojonudo.
«De donde no hay no se puede sacar, y tú no tienes nada dentro,
mierdecilla, solo miedo y lágrimas. ¿Cómo se iba a quedar tu madre
contigo? Date con un canto en los dientes porque todavía no me he
marchado y espabila antes de que lo haga.»
—Cállate, joder... —Se agarró la cabeza y apretó para sacar a Jethro de
allí. No funcionó. Su padre siguió hablando mientras él luchaba por
contener las lágrimas que le quemaban los ojos—. Para ya, por favor, para...
—Se los restregó furioso.
Irisadas_01.48
Por favor, Jay, no me ignores. Sé que
no estás bien, déjame ayudarte.

«Estupendo, chaval, ahora le das pena. Y a mí asco.»


Con un grito desgarrado, tiró el móvil al suelo y lo pisoteó con el tacón
de la bota hasta destrozarlo. Sacó la tarjeta de débito de la funda y fue en
busca de un bar en el que silenciar a Jethro de la única manera efectiva que
conocía: ahogándolo en alcohol.
42

Domingo, 21 de abril
Irisadas_03.37
Sin, sé que es supertarde y lo siento, pero he discutido con
Jay y estoy preocupada. No responde a mis mensajes ni a
mis llamadas. ¿Sabes si ha regresado ya a casa?

Sin3hermanas_03.39
No ha vuelto a 3hermanas y x el piso
d Julio no creo q aparezca. T aviso cuando lo vea. Aunq es
probable q antes le reviente la cara x gilipollas.

—¡Joder, lo sabía! ¡Me cago en la puta! ¡Arriba, caraculo!


Jay gimió quejumbroso, no sabía qué le provocaba más dolor, los gritos
que le hacían estallar la cabeza o la patada que le había vuelto el estómago
del revés.
—Joder, Sin, córtate un poco —masculló apartándose de esas armas de
destrucción masiva que eran sus pies. Se puso a cuatro patas para levantarse
y recibió un soberbio puntapié en el culo que lo volvió a tirar al suelo.
Canela soltó un relincho que sonó a carcajada; por lo visto, su caballo
aprobaba y aplaudía el trato que le propinaba Sin. Qué maravilla, tenga
usted amigos para esto. Rodó para quedar de cara al cielo y se encontró con
la enorme cabeza del alazán, que no dudó en resoplar llenándole la cara de
babas caballunas.
—Joder, Cane..., qué asco... —Lo empujó apartándolo.
Se sentó en el suelo del paddock, que era donde había dormido esa noche
o esa mañana o esa lo que fuera, porque no tenía claro qué hora era ni
cuándo había llegado.
—¿Qué hora es? —indagó (des)peinándose con los dedos.
—La hora en la que te doy la puta paliza que te mereces por tocapelotas.
Canela, el muy traidor, relinchó acusador, por lo visto apoyaba la idea de
Sin.
—Gracias, Cane, me alivia saber que puedo contar contigo —ironizó
Jaime. Miró a Sin—. Y eso traducido en horas y minutos significa que son
las... —Enarcó una ceja.
—Deberías estar poniendo a los caballos para tu primera clase.
—No me jodas —gimió levantándose—. Elías me va a matar o, peor, a
despedir.
—Ni lo uno ni lo otro, es un puto blandengue —resopló Sin desdeñosa
—. Beth y él han aunado escuelas y han recolocado a tus alumnos, Mor se
ha quedado con los de iniciación, Beth ha metido algunos en sus clases y
Ro está a tope poniendo los caballos que deberías poner tú. —Le estrelló
una botella de agua en el pecho y le dio una pastilla.
Jaime la miró perplejo antes de esbozar una sonrisita ufana.
—¿Siempre llevas agua y analgésicos encima? —Era una pregunta
retórica, sabía de sobra que los había llevado por él.
—Deja de cacarear y pon tu culo en marcha, tienes que ducharte y
cambiarte de ropa si quieres dar clase a tus alumnos sin espantarlos —
ordenó esquivando su mirada.
Jaime se tomó la pastilla, bebió un largo trago de agua, utilizó el resto
para enjuagarse la boca y fue tras ella a Tres Hermanas. Allí tenía ropa de
montar, también la ropa normal que había llevado el día anterior para
cambiarse, algo que no había hecho porque había salido huyendo como el
cobarde llorón que era.
—¿Cómo sabías que estaba con Canela? —preguntó para no pensar en
cómo había metido la pata con su madre. Y con Iris. Joder, menudo dos por
uno.
—Porque soy una puta pitonisa.
—Te falta el turbante...
—Y a ti te sobran dientes, ¿quieres que lo solucione?
—Paso, me gusta mi exceso dental. ¿Cómo lo sabías, Sin? —reiteró.
—Intuición. Me gusta estar con Jerarca cuando me agobio, y pensé que
a ti también te ayudaría estar con Canela. Aunque yo prefiero montarlo en
vez de revolcarme en su mierda. —Lo miró enarcando una ceja.
Jaime siguió su mirada y arrugó el ceño. Estaba hecho un guarro. Los
pantalones eran puro barro, la camiseta estaba rota —¿de verdad se la había
desgarrado delante de su madre? ¿Qué habría pensado de él? Que era un
ridículo, eso seguro— y las botas estaban asquerosas. De hecho, todo él
estaba asqueroso. No se había mirado a un espejo, pero intuía que tenía la
cara sucia y ojerosa y que su aliento no debía de oler a flores precisamente.
Necesitaba ducharse y lavarse los dientes con urgencia.
—No estás tan resacoso como esperaba —señaló estudiándolo.
—No bebí demasiado. Solo podía pagar con la tarjeta que llevaba en la
funda del móvil, y la muy puta se quedó sin fondos al segundo Puerto de
Indias. No me pareció buena idea pedir más y largarme sin pagar, el dueño
del bar no parecía de los que llaman a la policía, sino de los que te rompen
las piernas para dar ejemplo a los demás.
—Sería una pena que te las rompieran, las tienes muy bonitas —señaló
Sin mordaz.
—Y seguro que es muy doloroso.
—Eso, por descontado.
Cuando llegaron a Tres Hermanas, Jaime estuvo a punto de dar media
vuelta al ver a su hermano en la puerta de la casa. No estaba preparado para
tener esa charla. Si no salió corriendo fue porque Julio también lo vio, y,
vaya, no era cuestión de quedar como un cobarde ante él, aunque lo fuera.
Continuó andando como si el corazón no se le hubiera detenido en el
pecho.
Julio esperó unos segundos, tal vez para comprobar que no huía de
nuevo, y miró a Sin. Cabeceó asintiendo y, sin esperarlo, entró en la
vivienda.
Bueno, al menos iban a tener esa charla en la intimidad de la casa y no
en la explanada de la cuadra, delante de todo el mundo.
—A por ello, campeón —lo animó Sin enfilando hacia la entrada de la
cuadra con el teléfono móvil en la mano.
—¿No vas a entrar a ver cómo me flagela?
—Ya me gustaría, pero tengo clases que dar —contestó escribiendo algo
en el móvil.
Jay asintió y entró en la casa. Su hermano no estaba en el salón ni en la
cocina. Así que subió a la primera planta. Y allí estaba Jules, en la antigua
habitación de Mor.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Jaime sin darle oportunidad de hablar
—. Deberías estar en casa durmiendo. —«Y vigilando a Cirila.» Lo que lo
llevó a pensar que si Mor estaba dando sus clases y Julio estaba allí, ¿quién
vigilaba a Cirila para que no se fuera? Se le paró el corazón—. ¿Con quién
has dejado a Cirila?
—Contigo no, desde luego —replicó su hermano.
—No me jodas, Jules, ¿dónde coño está Cirila? —le reclamó con voz
estrangulada. Se había ido. No volvería a verla. Se acercó a la ventana y la
abrió, necesitaba aire.
—En la cantina.
—¿Y qué cojones hace allí? ¡Joder, Jules, la has dejado sola! ¡Te dije
que la llevaras a tu piso con Mor! ¡Que no dejaras que se fuera! —lo
interpeló frenético.
Se iba a ir. O tal vez no. Cirila era una tía responsable, no desaparecería
sin tener a alguien que la sustituyera en la cantina. Y menos mal, porque
eso le daba algo de tiempo para... descagarla. No sabía cómo, pero lo
arreglaría.
—Si tanto te preocupaba tu madre, deberías haber estado con ella en
lugar de huir a Dios sabe dónde, ¿no crees? —repuso Julio con una
tranquilidad que no sentía.
—No podía, no estaba en mis putos cabales... —afirmó Jay esquivando
su mirada.
—Créeme, nos dimos cuenta. ¿Dónde has estado? —Lo miró intrigado.
No estaba borracho, pero tenía la ropa destrozada, como si se hubiera
arrastrado por el suelo.
—Por aquí y por allá, ¿acaso importa?
—No, la verdad es que no. Nos has dado un susto de muerte, hermano.
—Lo sé, y lo siento. Se me fue la cabeza. Pero ya estoy bien —aseveró
—. Vete a casa, Jules, estarás cansado...
—Estoy muchas cosas, pero cansado no es una de ellas. Estoy cabreado.
Acojonado. Frustrado. Decepcionado. Elige lo que prefieras y elévalo a la
enésima potencia, y ni aun así llegarás a intuir cómo me siento.
—Lo lamento, Jules, no fue mi intención...
—Por supuesto que no, pero eso no te exime de responsabilidades. Me
has parado el corazón, Jaime. Y no he sido el único, tu madre está muerta
de preocupación.
—No volverá a pasar.
—¿Debo creerte?
—Joder, sí.
—Te llamamos y escribimos mil veces... ¿Qué te costaba contestar?
—No podía, rompí el móvil. ¿Cirila está bien? ¿Parecía que quería..., ya
sabes, irse?
—¿Irse? No, en absoluto. Ni siquiera dejó que la llevara a casa con Mor.
Ha pasado la noche aquí, conmigo, en el salón, esperando a que el cabrón
de mi hermano contestara un puto mensaje.
—¿Habéis pasado la noche aquí?
—¿De verdad esperabas que me fuera a trabajar o que Cirila fuera a casa
con Mor? Qué poco nos conoces, hermano.
—No sé lo que esperaba... ¿Por qué os quedasteis aquí en vez de ir a tu
casa?
—Porque te conocemos, Jay. Mi piso es el lugar en el que almacenas tu
ropa y duermes, pero el único sitio en el que te sientes seguro es Tres
Hermanas —señaló Julio con franqueza—. Si algo te atormenta, vienes
aquí, los sábados duermes aquí y antes de conocer a Iris pasabas todo tu
tiempo libre aquí. Ahora lo repartes entre ella y Canela. —Sonrió—. Tres
Hermanas es tu refugio, hasta un ciego podría verlo, y Cirila no lo es.
—¿Qué tal está? —volvió a preguntar.
—Muerta de preocupación. Ha pasado la noche paseando de un lado a
otro del salón. Ni siquiera Mario ha conseguido convencerla de que subiera
a echarse un rato.
—¿Mario ha pasado la noche aquí? —Lo miró perplejo.
—Mario pasa la noche, el día y lo que haga falta donde esté Cirila,
métetelo en la cabeza, Jaime.
Él asintió con un gesto.
—Y ahora Ciri está en la cantina... ¿Estás seguro?
—Poco antes del amanecer decidió ir para dejar hechas las comidas de
hoy. Estaba segura de que volverías a tiempo para impartir tus clases y
quería tenerlo todo preparado para poder estar contigo cuando regresaras.
Jaime parpadeó sorprendido. Cirila tenía mejor concepto de él de lo que
debería porque, joder, si estaba allí era porque Sin lo había despertado.
—Entonces, ¿no parecía que estuviera pensando en irse? —insistió.
Necesitaba asegurarse.
—No. Tampoco que quisiera matarte, por lo que parece es mejor persona
que yo.
—Tú no estás pensando en matarme, Jules. —Jay esbozó una sonrisa.
—No te equivoques, sí lo pienso. Pero no lo voy a hacer, te quiero
demasiado para hacerte daño —afirmó yendo hacia él. Lo envolvió entre
sus brazos.
Jaime se quedó rígido antes de bajar la cabeza y descansarla sobre su
hombro.
—Jules... —se calló al sentir que los ojos comenzaban a arderle—, no te
me pongas sentimental, joder. —Lo apartó y se asomó a la ventana para que
la brisa de la mañana le refrescara la cara—. Voy a ducharme, tengo clases
que dar —dijo cuando sintió que sus ojos volvían a la normalidad.
Había llorado una vez delante de su hermano y a este no le había
molestado, pero eso no significaba que fuera a repetir la experiencia. Los
hombres no lloraban. Y los niños tampoco. Se quitó la camiseta, que,
además de estar rota, apestaba tanto que suponía un atentado contra todas
las pituitarias del mundo. Acababa de tirarla a la papelera cuando llamaron
a la puerta con los nudillos. Abrió reticente y se encontró con Cirila
ataviada con el impoluto delantal que usaba para cocinar y el pelo recogido
en un apretado moño.
—Jamme... —Se abalanzó contra él y lo abrazó susurrando en esloveno.
«Gracias, mi Dios querido. Gracias por ayudarlo a encontrar el camino.
Gracias por protegerlo, incluso de sí mismo. Gracias por ser la luz que
ilumina nuestras noches.»
—Ciri... —Intentó apartarla al notar que se le hacía un nudo en la
garganta, ella lo abrazó más fuerte—. Vamos, Ciri, no me dejas respirar...
—No mentía, tenía los pulmones paralizados y no conseguía llenarlos de
aire por muchas bocanadas que tomara.
Cirila lo soltó al percatarse del fuelle desacompasado en que se había
convertido el pecho de su hijo.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en la cantina? —Jay supo la
respuesta nada más terminar la pregunta: Sin. La había visto mandar varios
mensajes, uno de ellos seguramente destinado a su madre. Puta chivata.
—¡Quería ver estás bien! —exclamó resentida.
—Ya ves que lo estoy. —Evitó su mirada. Estaba hecho un guarro, el
corazón le estallaba y tenía los ojos encharcados, no es que estuviera en su
mejor momento—. Oye, ve con Julio a la cantina, en cuanto acabe de dar
mis clases voy para allá. ¿Vale? —Miró a su hermano pidiéndole ayuda.
—Por lo que sé, tus clases las van a dar Mor y Beth. —Julio gesticuló
una negativa, dejándole claro que no contara con él para evadirse de Cirila.
Cirila observó su intercambio de miradas y comprendió que Jaime
trataba de librarse de ella. El corazón se le contrajo. Y luego estalló con una
furia ardiente.
—No voy a irme —dijo agarrándose con fuerza al delantal para no
abofetearlo.
—Joder, Ciri, ahora no puedo atenderte... —Se frotó el pecho al sentir
una presión en el corazón que convirtió sus ojos en un caldero de lava. O tal
vez era el esfuerzo por contener las vergonzosas lágrimas lo que lo estaba
reventando por dentro—. ¿Por qué no bajas con Jules al salón? —Miró a su
hermano suplicante y este volvió a negar—. ¡Joder! —exclamó frustrado—.
Ve al salón, Ciri, bajo en cuanto me duche, lo juro. —Juraría cualquier cosa
con tal de conseguir un segundo a solas para recuperarse y evitar que sus
traicioneros ojos le mostraran a Cirila, por segunda vez, lo llorón que era.
Cirila apretó con fuerza el delantal. La estaba echando. Su hijo la
apartaba de su lado. Dio media vuelta y buscó el pomo de la puerta con los
ojos inundados de lágrimas.
«Si tu hermano te ofende, repréndelo; pero si cambia de actitud,
perdónalo.»
Se quedó paralizada al recordar el versículo 17, 3 de Lucas. No podía
reprender a su hijo, ni perdonarlo, si no se quedaba con él. Si le daba la
espalda. Si se apartaba de su lado por temor a disgustarlo. Era su madre,
tenía a derecho a comportarse como tal.
Se dio la vuelta y lo miró con una fuerza que no sabía que poseía. Sabía
lo que tenía que hacer. E iba a hacerlo. Dios la acompañaba.
—No me voy. No me eches —dijo sorprendiéndolo con su ferocidad—.
No estás bien.
—Sí lo estoy, lo que pasa es que voy hecho un guarro, pero en cuanto me
duche...
—¡No! ¡No eso! Tú aquí no bien. —Le puso la mano en el pecho
desnudo—. No debes hacer cosas que haces. Son mal. Desaparecer toda
noche. Beber hasta borrachar, ¡dormir con caballo!
—¿Y a ti qué coño te importa lo que haga? —Se apartó turbado de su
mano. Al sentirla sobre el corazón, este había empezado a ronronear,
calentándole los ojos.
—¡Soy tu madre! ¡Sí importa! —exclamó dolida al ver que rehuía su
contacto.
—No me jodas, Ciri. Paso de discutir, voy a ducharme. —Trató de
esquivarla para salir del dormitorio. Tenía que lavarse la cara con agua fría.
O arrancarse los ojos. Lo que fuera necesario para librarse de esa
vulnerabilidad que lo sometía.
Ella se plantó frente a la puerta impidiéndole escapar.
—¡No! ¡No vas! ¡Yo no dejo! ¡Tú quedas aquí!
—¿Como te quedaste tú? —atacó sintiéndose acorralado.
—Jaime, no vayas por ahí —le ordenó Julio olvidando su obligada
neutralidad.
Cirila los miró confundida.
—Jamme, no entiendo.
—No le hagas caso, Ciri... —le pidió Julio sin apartar la vista de su
hermano. En sus ojos una advertencia.
—Sí hago caso. Jamme, ¿qué querido decir? —exigió saber; un halo de
poder la sustentaba, dándole fuerzas para enfrentarse al mundo si fuera
necesario.
—Lo que he dicho, que no te quedaste —replicó Jaime turbado. Algo
superior a él lo impelía a contestar lo que llevaba meses guardándose. Esa
sospecha que había surgido al conocer la historia de su madre y que la voz
de su padre había enquistado.
—¿No quedé dónde? —Lo miró confundida.
—Conmigo. No te quedaste conmigo.
—Jethro te robó —le recordó Cirila dolida por su acusación.
—Sí. Él me robó. Y tú no me buscaste —la acusó.
Cirila se tambaleó. No podía pensar eso de ella. ¡No podía!
—¡Sí busqué! ¡Llevo toda vida buscándote! —exclamó aturdida.
—¿Toda la vida? No me jodas, Ciri, no me chupo el puto dedo... —
resopló mordaz, desconcertando a Cirila, quien no captó el significado de
esa frase hecha.
Julio se mantuvo al margen al darse cuenta de que su humano necesitaba
hablar de eso. Hasta que lo aclarara no podría enfrentarse a lo que le estaba
destrozando la cabeza. Y el corazón.
—Solo por curiosidad, ¿cuándo empezaste a buscarme, Ciri? ¿Diez años
después de que Jethro me robara? ¿Quince? —continuó Jaime con tono
ácido.
Cirila palideció al entender el sentido de su pregunta.
—Dime, Ciri, ¿cuándo fuiste a la policía a denunciar que me había
robado? —le reclamó Jaime en voz baja, peligrosa.
—Diez años y ocho meses después robo —respondió con voz
entrecortada.
—No puede decirse que te dieras mucha prisa —dijo con la voz rota—.
Lo entiendo, no pasa nada. Eras joven y querías disfrutar un poco antes de
joderte la vida cuidando de un bebé llorón.
—Jamme... No sé si entiendo —gimió Cirila. Comprendía las palabras,
pero no podían significar lo que creía. Él no podía pensar eso de ella.
—No creo que fuera así, Jaime —intervino Julio—. Tranquilízate,
hermano.
—Estoy muy tranquilo, Jules. Es más, estoy tan jodidamente tranquilo
que voy a dejar el puto tema. —Giró la cabeza para evitar su mirada, un
fuego abrasador le quemaba los ojos—. Estoy hasta la polla de todo, quiero
ducharme y echarme un rato.
Levantó a Cirila por las axilas y la movió a un lado, dejando la puerta
libre.
—¡No marchas, Jamme! —Lo agarró para detenerlo, no podía acusarla
de cosas horribles e irse. Él se soltó con brusquedad—. ¡No es como crees!
¡Sí quería buscarte!
—¡Y una mierda! ¡Esperaste once años para hacerlo!
—No, Jamme, no es así —Las lágrimas corrieron libres por su cara
mientras le aferraba las manos con desesperación—. No busqué porque
temía Jethro...
—¡Y crees que yo no! —gritó con la voz desgarrada. Se zafó de sus
manos dando un tirón que la hizo tambalear—. ¡No tienes ni idea de lo que
me hizo! —aulló— De cómo eran sus casti... —Se interrumpió al sentir
algo húmedo patinar por su mejilla—. ¡Me cago en Dios! ¡Lárgate, joder!
—Se limpió con la mano izquierda a la vez que la apartaba con la derecha
para escapar hacia la ventana. No podía verlo llorar otra vez—. ¡Vete!
Julio fue hacia él asustado, pero Cirila llegó antes y, con una rabia nacida
de la desesperación, hizo algo que ninguno de ellos, ni siquiera ella,
esperaba.
—¡No tomes nombre del Señor en vano! —Abofeteó a Jaime con fuerza.
Julio se frenó en seco tras su hermano, esperando su reacción, preparado
para contenerlo si fuera necesario, aunque lo dudaba. Estaba convencido de
que Jaime prefería cortarse la mano antes que hacer daño a su madre.
—No me jodas, Ciri... —Jay la miró sorprendido a la vez que se tocaba
el pómulo que sentía ardiendo. Era la primera vez que su madre hacía algo
parecido.
Cirila volvió a cruzarle la cara.
—Me hablas con respeto, como yo ti —le ordenó con voz gélida.
—Me cago en Di... Joder, no vuelvas a...
Se la cruzó de nuevo.
—Para ya o te juro que... —La señaló furioso con el dedo.
Ella se lo bajó exasperada.
—No amenazas a mí —exigió con voz férrea. Parecía mil veces más alta
y fuerte de lo que era, tal poder se acumulaba en ella—. Honrarás a tu
madre y...
—Eso lo dice tu Dios, no yo...
—¡Callas cuando hablo! —lo interrumpió severa—. Yo temía Jethro,
¡pero no por mí! ¡Nunca por mí! ¡Por ti! —Posó sus manos en el pecho
desnudo de su hijo y este sintió que le calentaban el corazón, volviéndolo a
la vida—. ¡En primera carta escribió si yo iba policía te devolvía en trozos
como fotos! —gritó desesperada, el antiguo terror acariciándole la espalda
—. Cada carta lo recordaba con fotos rotas. ¿Cómo buscarte y arriesgarme?
—La rabia y las lágrimas se mezclaron en sus ojos—. ¡Es malvado! ¡Es
capaz de eso! ¡No podía permitir hiciera daño ti! —Agarró las manos de su
hijo, necesitaba anclarse a él para seguir hablando—. Un día cartas dejan
llegar, pero yo espero porque no fío —susurró estremecida—. A monstruo
le gusta jugar, fingir no está y luego sí está y así hace más dolor y yo pienso
es excusa para hacer daño a moj otrok. Pero pasa tiempo y cartas no llegan
y voy policía y empiezo a buscar. Siempre con miedo. Hasta te encuentro.
Esa es verdad —sentenció furiosa—. Tú sabrás si crees, pero esa es única
verdad.
Jaime se quedó paralizado, el corazón del revés por su confesión. Ni
siquiera se planteó no creerla.
—¡¿Por qué no me lo contaste?! —le reclamó con la voz quebrada.
—Nunca quieres hablar Jethro —replicó atrapándolo en su mirada—.
Cuando menciono, enfadas y yo soy egoísta y cobarde y no quiero enfades
y alejes. Yo también miedo te vas y no veo más —confesó.
—Joder, Ciri... Joder —gimió abrazándose la tripa. Las ganas de llorar
eran tan fuertes y las lágrimas tan hirientes que le escocían los ojos.
Desesperado, esquivó a su hermano y se asomó tambaleante a la ventana—.
Jules, por favor, vete y llévatela...
—No, Jaime, tienes que sacártelo... —rechazó yendo con él.
—No lo entiendes, Jules. Llévatela, no dejes que me vea así, por favor,
hermano...
—No atrevas echarme —le ordenó feroz Cirila apartando a Julio. Agarró
a Jaime instándolo a que la encarara y, aunque no tenía fuerza para moverlo,
él se giró—. Soy tu madre. Habla con mí.
—Por favor, Ciri...
—¿Qué te hizo? —le preguntó con una severidad que no admitía
mentiras, tampoco silencio. Jaime volvió la cabeza esquivando sus ojos y
ella le agarró la mandíbula obligándolo a mirarla. Él consintió. Algo
superior le impedía contravenir sus órdenes—. Di qué te hizo. Sácalo antes
rompa alma. —Le volvió a poner la mano en el pecho.
Jaime negó con un gesto, todo su cuerpo estremeciéndose sin control.
¿Qué coño le pasaba? ¿No estaba haciendo el suficiente ridículo con su
llanto que también tenía que temblar como un niñito asustado? ¿Qué sería
lo siguiente? ¿Mearse en los pantalones?
—No importa. Déjalo estar. Llévatela, Jules. Por favor, hermano, idos...
—Cruzó los brazos contra su cara. No podía mirarlos ni dejar que lo vieran.
No cuando se estaba haciendo pedazos.
—Llorar no hace débil, Jamme, hace humano —sentenció Cirila—.
¿Qué te hizo? —volvió a preguntarle.
—Cuéntanoslo, hermano —le rogó Julio bajándole los brazos—. No
dejes que siga haciéndote daño...
—Me encerraba. —Tuvo que contenerse para no volver a taparse la cara,
tanta vergüenza sentía—. Y ya está, nada más. —A nadie le gustaban los
quejicas, no pensaba darles motivos para que se avergonzaran de él o le
tuvieran lástima—. Y tampoco lo hizo muchas veces, solo tres o cuatro...
—«Docenas»—. No fue para tanto, joder. Es que yo era muy llorica y lo
exageraba todo.
—No, Jamme. —Cirila le envolvió la cara entre las manos, la suavidad
de su ternura penetró en él, sosegándolo—. Es horrible lo que te hizo. Yo
sé. A mí encerró también. Fue terrible. No quiero pensar cómo sentiste tú,
que eras niño.
Se sintió más cerca de ella que nunca al comprender que había pasado
por lo mismo. Que no lo juzgaría ni humillaría por su cobardía.
—¿También te dejó a oscuras? —Sin ser consciente de lo que hacía,
ladeó la cabeza para acariciarse la cara con sus manos. Cirila negó con un
gesto—. Me dejaba sin luz, quitaba las bombillas de las lámparas y cortaba
la correa de la persiana para que no pudiera subirla. —Apenas pudo ahogar
el sollozo que crecía en su pecho al revivir la angustia y el miedo—. Vamos
a dejarlo. Lo pasado pasado está.
—Tenías miedo —intervino Julio con los puños tan apretados que le
temblaban. Si pudiera matar a su padre, lo haría.
—A los monstruos —asintió, los ojos le quemaban. Se asomó de nuevo a
la ventana, no podía dejar que lo vieran así. Simplemente no podía—. Qué
estupidez, joder, era un puto cobardica, por supuesto que no había
monstruos... —bufó desdeñoso.
—Sí hay. Jethro es. —Cirila lo abrazó por la espalda.
Jaime actuó por instinto. Se giró y se abrazó a ella como si su pequeña y
frágil madre pudiera traspasarle la fuerza que necesitaba para continuar en
pie. Y así era.
—Los fantasmas me tocaban la cara... —gimió tembloroso—. Me
ocultaba bajo las sábanas, pero siempre me encontraban y quería llorar, pero
él me castigaba si lo hacía, volvía a encerrarme para que espabilara, no
soportaba a los llorones y yo lo era. —La estrechó con más fuerza—. Cada
noche te llamaba en susurros para que él no me oyera. No podía preguntarle
por ti, ni siquiera mencionarte, Jethro te odiaba... y me enseñó a odiarte.
Se apartó avergonzado. O lo intentó, porque Cirila no se lo permitió.
Volvió a acunarlo contra su pecho y Jaime escondió la cara en su hombro
para no mirarla. Si lo hacía, se rompería. Jethro lo había manipulado y él lo
había permitido.
—No puedo...
—Cuéntamelo, Jamme, puedes hacerlo. Te quiero.
—Me dijo que eras una puta y que me habías abandonado porque no me
querías. Me lo repetía a menudo para que no se me olvidara —confesó sin
levantar la cara.
Sintió el cuerpo diminuto de su madre crecer y envolver el suyo con una
pátina de amor y calidez, mientras las manos firmes y seguras de su
hermano le acariciaban la espalda, protegiéndolo y cuidándolo como
siempre había hecho. Tomó fuerza de ellos. Absorbió su amor y lo convirtió
en el valor que necesitaba para acabar su oración de contrición y expiar su
dolor. O al menos intentarlo.
—Y tú no venías —clavó sus ojos brillantes en Cirila—, así que acepté
que él tenía razón y no me querías porque yo era un llorón y tú una madre
de mierda que no quería cargar con un hijo no deseado. Me lo creí por
completo —reconoció con la voz quebrada por los remordimientos,
ardientes lágrimas se escurrían por su cara horadándole el alma—. Joder,
Ciri, te he odiado casi toda mi vida... ¿Qué clase de hijo de mierda soy? —
Bajó la cabeza lleno de rabia y repugnancia hacia sí.
—No, Jamme. No es así. No tortures con ese pensamiento. —Le alzó la
cara—. Él te confundió y engañó, eras pequeño, no podías luchar contra él.
Hiciste bien.
—¿Hice bien odiándote? No me jodas, Ciri. —Escapó de sus manos
sintiendo una terrible vergüenza por haber sido tan débil, tan crédulo, tan
cobarde.
—Sí, Jamme, ¡sí! —Lo tomó de la mano paralizándolo con la suavidad
de su tacto—. Odiarme hizo él no fuera más peor contigo. Hiciste lo que
debías. Engañarlo y sobrevivir.
—¿Engañarlo? —La miró confundido. Joder, no había entendido nada de
lo que le había dicho.
—Ahora no me odias, ¿sí? —planteó Cirila con una sonrisa afable que lo
dejó K.O.
Ese gesto lleno de amor y calidez era lo último que esperaba tras su
terrible confesión.
—No, claro que no, pero...
—Porque nunca me has odiado. —Lo miró con astucia, como si
estuviera a punto de contarle el secreto que iba a cambiar su mundo—.
Odio de verdad no acaba, Jamme —sentenció con seguridad inevitable—.
Yo odio Jethro sin importar tantos años pasan —confesó—. Si tú ahora no
odias mí es porque no odias antes. El odio de verdad no muere, se alimenta
y crece y crece... No desvanece —afirmó acariciándole la cara.
—Joder... Claro que no te odio. —Se abrazó a ella. Era su madero en
mitad del océano, su rama de árbol sobre las arenas movedizas. Aferrado a
ella, nada podía pasarle—. Nunca te odié de verdad. —Era cierto,
comprendió con una claridad luminosa que lo sorprendió—. Inventaba
cuentos en los que me querías, te imaginaba buscándome e ideaba peligros
que te mantenían alejada. —Rompió a llorar. Sollozos inacabables que lo
dejaban sin aire. Sollozos desgarrados y desgarradores que rompieron el
corazón de su hermano y de su madre—. Te soñaba cada noche y te odiaba
cada mañana. Te buscaba excusas cuando salía del colegio y las otras
madres recogían a sus hijos y yo tenía que irme a casa solo...
—Te sentía en brazos en las noches y en las mañanas me dolían por tu
ausencia. Cantaba canciones y soñaba viento llevaba ti. Imaginaba cosas
horribles pasan Jethro, y no arrepiento, aunque sea pecado... Quiero sufra
—declaró con saña.
Esa afirmación, tan inusual en labios de su compasiva madre, hizo
sonreír a Jaime. Y a Julio, quien salió sigiloso de la habitación. Lo que allí
pasaba no necesitaba testigos, era solo para una madre y su hijo.
—Me dijo tantas veces que no me querías que me convencí de que nunca
vendrías a por mí... —La abrazó tan fuerte que le dio miedo romperla, pero
no se atrevía a soltarla—. Cuando apareciste supe que no te ibas a quedar,
que te iba a decepcionar como él siempre decía que haría. —Hipó
congestionado por el llanto—. No quiero que te vayas. No me dejes. Por
favor, no lo hagas. —Los estremecimientos que lo sacudían se hicieron más
virulentos.
—No marcho, moj otrok. Nunca. Siempre contigo, promesa hago. Llora,
mi niño, yo limpio lágrimas...
Se arrodilló con él cuando las rodillas de Jaime fallaron y continuó
susurrándole promesas en castellano y esloveno mientras él repetía una y
otra vez que no se fuera. Hasta que las lágrimas dejaron de brotar y los
sollozos se espaciaron. Entonces Cirila lo empujó con suavidad,
obligándolo a apartar la cara de su hombro y mirarla.
—No importa qué me digas, Jamme, cuánto grites o cómo te enfades, yo
no marcho —expuso con una voz que no admitía réplicas ni dudas—. Yo
aquí. Contigo. Siempre. No dudes jamás. —Jaime asintió sometido por la
fortaleza de su mirada y la firmeza de su aserción—. Te quiero, hijo. Te
quiero muchosísimo.
Jaime, a pesar de los hipidos que todavía le sacudían el pecho, esbozó
una sonrisa.
—Yo también te quiero muchosísimo, mamá...
Cirila lo miró petrificada. Y estalló en sollozos que la dejaron sin aire.
—No... No, joder, no —gimió asustado. Ella había sido su roca durante
toda su catarsis y ahora la había hecho llorar—. Joder, Ciri... ¿Qué he
hecho? No llores, por favor, no llores. Lo siento, sea lo que sea, lo siento...
—No sustes, Jamme —hipó—. Lloro soy feliz. Has llamado «mamá»
primera vez.
Jaime la miró perplejo. ¿La había llamado «mamá»? ¿En serio?
¿Cuándo? No se había dado ni cuenta. Así que decidió decirlo con
conocimiento de causa, poniendo toda su atención en la palabra. Quería
saborearla.
—Mamá...
Cirila se abalanzó sobre él y Jaime la colocó en su regazo y la abrazó
con la misma fuerza y cariño con los que ella lo había abrazado a él.
—No es que quiera alejarte, mamá —dijo un rato después. Se puso en
pie con ella en brazos y la dejó en el suelo—, es que me da miedo que
mueras intoxicada...
Cirila ladeó la cabeza mirándolo sin comprender.
—Por mi olor. Intoxicada por mi olor. Apesto. —Esbozó una sonrisa
traviesa que arrancó otra a Cirila.
—Una vez trabajo cerca granja cerdos..., olían mejor que tú —aseveró.
Jaime estalló en carcajadas—. Ve y ducha, luego come y duerme un poco,
no querrás parecer mendigo, y oler igual, cuando sales con Iris —le
devolvió la broma.
Jay no sonrió, al contrario, su cara reflejó todo un mundo de dolor y
desolación.
—Jamme, ¿qué ocurre?
—La he cagado con Iris, mamá —soltó sin pensar. Cada vez le costaba
menos sincerarse con ella. Y llamarla mamá.
—¿Por qué? —Jaime removió los pies incómodo, la cabeza gacha
mientras se frotaba la nuca—. Jamme, cuéntame.
Y él se lo contó.
—La he cagado hasta el fondo —acabó la historia disgustado. Trató de
pasarse los dedos por el pelo sin conseguirlo, tan enredado lo tenía—.
Mierd... coles —se corrigió al ver que la comisura de su madre se alzaba.
Por lo visto, la tregua en la que podía soltar palabrotas sin molestarla había
terminado.
Cirila parpadeó desconcertada.
—Hoy no miércoles, hoy domingo... —señaló.
—Es lo que dice Iris para no soltar palabrotas —explicó encogiéndose
de hombros.
—Iris buena para ti —dijo taxativa.
—Ya, pero no creo que quiera volver a verme —reconoció disgustado.
—Yo creo sí. Eres buen chico, listo, divertido, cariñoso, guapo... Bueno,
guapo cuando limpio, ahora no. —Lo empujó a la puerta—. Tú ducha y yo
hago almuerzo, luego duermes un poco y después, con cabeza clara, llamas
Iris y solucionas.
—No creo que sea tan fácil... Pero lo intentaré —se apresuró a afirmar
ante la mirada admonitoria de su madre.
—No intentarás, Jamme. Harás. No es opción, es orden. Yo mando tú
soluciones.
Jaime la miró enarcando una ceja.
—Te has vuelto muy marimandona...
—Iris es tu corazón, moj otrok, no puedes perderlo —sentenció—.
Ducha, almuerza y duerme, luego todo se verá más claro... Y olerá mejor.
43
JayHorse_12.08
Soy un inserte la peor palabrota que se te ocurra. Siento
mucho lo que pasó ayer. Podría decirte que no estaba en mis
cabales o que estaba borracho, pero mentiría. La única
verdad es que estaba muy asustado. Aunque eso no me
exime. Fui desagradable y cruel. Y, lo peor, fui cobarde.
Debería haber contestado tus mensajes. Qué cojones, debería
haberte dicho lo que me pasaba en vez de evitarte primero y
vomitarte mi mierda después, cuando me acorralaste.
Tampoco debería haber huido. Pero como ya he comentado
antes, soy un cobarde. Imagino que no querrás verme, pero
necesito hablar contigo. Así que, si no quieres que provoque
otro desastre con tus vecinos y los telefonillos, te sugiero
que contestes este mensaje diciéndome dónde y cuándo
vernos. Me corrijo: no te lo sugiero. Te lo suplico (que no se
diga que no hago caso a la vetusta sabiduría de la abuela de
los Repes). Por cierto, verás que no me he comido ni una
sola letra, ergo no estoy borracho.

Jay releyó por novena vez el mensaje que había escrito y, sin mandarlo,
dejó el ordenador portátil en el lavabo. Sí. Se había metido con él en el
baño. Era la única estancia de la casa que tenía pestillo y necesitaba
intimidad para abrir su corazón. Había aprovechado que tenía la app del
WhatsApp en el ordenador para escribir un mensaje a Iris, ya que su móvil
estaba destrozado. Pero no tenía huevos para mandarlo.
Así que, mientras hallaba el valor para hacerlo, se metió en la ducha para
quitarse la mierda que le cubría el cuerpo, que no era poca, después se puso
ropa interior que olía a suavizante, unos vaqueros gloriosamente limpios y
una camisa planchada.
Ya volvía a sentirse humano otra vez en lugar de un trol de las cavernas.
Se peinó con los dedos mientras el espejo del baño le mostraba lo que ya
sabía: que tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Pero se sentía bien.
Mejor que bien. En paz.
Y muy azul.
Porque, joder, los vaqueros eran azules, igual que la camisa, los
calcetines y el bóxer. Iba de azul de los pies a la cabeza. No había sido algo
premeditado, el día anterior había guardado la ropa en la mochila sin pensar
en ello, pero tal vez su subconsciente le estaba mandando un mensaje...
—No eres un jodido príncipe azul —le dijo a su imagen en el espejo, y
esta le respondió esbozando una sonrisita ladina que decía: «Sí lo soy».
Miró de refilón el portátil, extendió el brazo y envió el mensaje.
—Que sea lo que Dios quiera. —Entrecerró los ojos y, tras pensarlo un
instante, miró al cielo, o, mejor dicho, al techo, y soltó—: Eh, tío, mi madre
es tu fan número uno... Te estaré eternamente agradecido si me echas un
cable. Solo si te viene bien, sin compromiso, of course. Va, gracias.
Regresó al dormitorio y encontró a su madre allí, muy ocupada
retorciendo con saña el delantal. Soltó el portátil en el escritorio y se acercó
presuroso. Solo algo muy gordo la haría estar allí en lugar de preparándole
el almuerzo prometido.
—¿Qué ha pasado? —inquirió preocupado.
—Iris está en salón.
—¿En el de abajo? —preguntó pasmado. Joder, acababa de mandarle el
mensaje, ni siquiera le habría dado tiempo a leerlo.
—No hay otro —señaló Cirila esbozando una sonrisita sesgada al ver su
turbación.
—Ya, claro. No lo hay. Jod... lines —se corrigió antes de que alzara la
comisura. Esa mañana había dicho palabrotas suficientes para todo el mes.
Bueno, para toda la semana, tampoco había que exagerar.
Se sentó en la cama asimilando la noticia. Iris. Estaba. Allí. ¿Cómo coño
sabía que él estaba en Tres Hermanas? Ah, ya, Sin y sus mensajitos de los
cojones.
—¿Ha...? —Carraspeó al no encontrarse la voz—. ¿Ha dicho algo?
Sobre mí —añadió por si no se sobreentendía en su pregunta.
—Sí. Es muy preocupada por ti.
—¿Parecía enfadada? —indagó nervioso.
—No. Solo preocupada —reiteró.
—Vale... —No hizo intención de levantarse—. No sé qué coj... narices
voy a decirle. —Se pasó las manos por el pelo, despeinándose—. Es que no
tengo ni pajolera idea, joder. No quiero meter la pata otra vez... —gimió
agobiado.
Todo iba demasiado rápido. Había supuesto que Iris tardaría un buen rato
en contestar su mensaje, si es que lo hacía, y que tendría que suplicarle para
arrancarle el compromiso de una cita, y que esta tendría lugar al cabo de un
par de días..., lo que le daba tiempo para planear su estrategia, pero, en vez
de eso, Iris, en una de sus irisadas, había hecho lo que no esperaba de ella:
ir a buscarlo.
—Jamme, no preocupes.
—¡Cómo no me voy a preocupar! ¡No sé qué voy a contarle! —exclamó
angustiado.
—La verdad. Es lo que te hará libre.
—No me jod... fastidies, Ciri, eso lo has sacado de Expediente X —
resopló.
—No X. Es Juan 8, 31 —replicó confundida.
Jaime la miró perplejo y estalló en una risa histérica.
Cirila lo observó preocupada, su hijo estaba al borde de un ataque de
nervios. E intuía por qué, así que se apresuró a tranquilizarlo.
—Jamme, Iris no sabe soy tu madre. —Le acarició la espalda—. Yo
dicho soy cocinera y Julio no dice no lo soy. Ahora yo bajo, digo adiós y
voy a cantina y ella no descubre quién soy. —Esbozó una sonrisa que no le
llegó a los ojos.
—¿Por qué vas a hacer eso? —La miró aturdido.
Cirila soltó un quedo suspiro.
—Sé que no quieres presentármela. —«Porque te avergüenzas de mí»—.
Yo entiendo. No importa. Yo me voy y tú hablas con ella. ¿Sí?
A Jaime le llevó unos segundos asimilar lo que acababa de oír. Joder.
Tanto empeño había puesto en que Iris no supiera de Cirila que ahora Cirila
pensaba que quería mantenerla oculta porque se avergonzaba de ella.
¿Cómo podía haber sido tan idiota y complicarlo todo tanto?
—Ni de coña, joder —soltó poniéndose en pie. Le tendió la mano y ella
lo miró confundida—. Vamos a bajar juntos y te la voy a presentar —
afirmó.
Cirila abrió unos ojos como platos, no tanto por su afirmación, sino por
la rotundidad con que la había hecho.
—No necesario.
—Claro que es necesario, jod... lín. Vamos, mamá, no me hagas confesar
que no tengo huevos para bajar solo.
Cirila lo miró con absoluta perplejidad.
—¿Para qué quieres huevos? ¿Vas hacer comida?
Jaime se echó a reír sin poder evitarlo.
—Es una frase hecha, significa que no tengo valor para bajar solo.
—Claro que sí, tú mucho valor —replicó feroz.
—Solo si vienes conmigo. Por favor, quiero que conozca a la madre tan
maravillosa que tengo. Y si me manda a la mierda, que es lo más probable,
podrás consolarme —señaló zalamero.
—No va mandar ningún sitio —aseveró Cirila—. Si ella aquí es porque
preocupa por ti, y si preocupa por ti es porque te quiere, y si te quiere no
manda a ningún lado. Pero sí es muy enfadada —le advirtió—. Y razón es.
Tú cuenta todo, no te quedes nada. Abre —le puso la mano en el corazón—
y todo será bien. Yo prometo.
—No tienes poder para cumplir esa promesa... —murmuró Jaime
inclinándose para besarle la frente—, pero te agradezco los ánimos. Te
quiero muchosísimo, mamá.
A Cirila, por enésima vez ese día, se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No, joder, no llores. Si sigues llorando cada vez que lo digo, no
volveré a decirlo.
—¡No! O me enfado. Peor yo enfado que yo lloro —lo amenazó, y él
estalló en risas.
—Quedaré como un cobarde si no bajo, ¿verdad? —Miró la puerta
disgustado.
—Hay huevos en cocina, puedo ir por ellos y subírtelos...
Jaime la miró sorprendido y ella apretó los labios tratando de ocultar una
sonrisa.
—Eres malvada... Y los malvados siempre reciben su merecido —dijo
amenazante.
Ella, en respuesta, se lanzó a sus brazos y le susurró:
—Valor es cuando no renunciamos a hacer lo que debemos.
—Me desarmas, mamá... —Le dio un beso y salió del dormitorio. Eso sí,
con la mano de su madre firmemente envuelta por la suya. Era valiente,
pero no tanto.
Encontraron a Iris en el salón, con Julio.
—Hola... —musitó Jaime, todavía de la mano con Cirila.
Iris ladeó la cabeza mirándolos con curiosidad.
—Hola de nuevo, Cirila. —Le dirigió una sonrisa luminosa que se
desvaneció cuando centró su atención en Jaime—. Aquí y ahora —le dijo
cortante.
Jaime entendió que estaba respondiendo a las preguntas que le había
hecho por WhatsApp: ¿dónde y cuándo quedaban?
—Vale... —Miró a Cirila. Ella le sonrió y trató de soltarse de su mano.
Él la retuvo—. Pero antes..., Iris, Ciri no es solo la mejor cocinera del
mundo. También es mi madre. Pero no es Alma —se apresuró a decir
recordando la mala opinión que tenía sobre el personaje de su relato—. No
se parece en nada a ella. No me abandonó.
—Lo sé. Me lo dijiste ayer —replicó Iris acercándose a ellos.
No se parecían mucho, Jay era altísimo y tenía el cuerpo moldeado por el
ejercicio, y Cirila era esbelta y delicada, pero en los ojos de ambos brillaba
la misma fuerza.
—Jay no exagera ni un poco al decir que eres la mejor cocinera del
mundo mundial —afirmó sonriente y, sin previo aviso, le dio un cariñoso
achuchón aderezado con un par de besos—. Me tienes que dar la receta de
la kremna rezina, es lo más rico que he probado nunca. ¡No! ¡Miento! La
potica es lo más rico. O la frika. Eres la releche, Ciri, tienes que dejar que
me meta en tu cocina para que te robe todos tus secretos culinarios. Ups. No
he querido decir eso. No voy a robarte nada, solo quiero tomar notas;
palabrita de niña buena. —Hizo una cruz sobre su corazón y soltó una risa
cantarina—. Hablo demasiado y voy muy rápido, ¿verdad? —sosegó su
apresurada charla—. Intentaré ir más despacio, pero va a ser difícil porque,
según tu encantador y maravilloso hijo, nótese la ironía, por favor, soy,
además de muy intensa, un culo de mal asiento que se come la vida a
mordiscos. ¿Te lo puedes creer? ¿Yo, intensa? ¡Para nada! Solo soy un poco
movida.
—No ironía, Jay encantador y maravilloso —apuntó Cirila muy seria,
aunque la comisura de sus labios la traicionaba curvándose en una sonrisa
dichosa.
—Tiene sus momentos —accedió Iris—. Te lo voy a robar un rato,
necesito hablar con él. Prometo que te lo devolveré de una pieza y con
todos los dientes —sonrió.
—Tampoco te esfuerces demasiado en eso, los dentistas hacen milagros
con los implantes —se mofó Julio.
—Me encanta cómo me defiendes, hermano —lo acusó Jaime.
—Es que yo también soy encantador y maravilloso.
—Eso es un chiste, ¿verdad? Joder, incluso voy a reírme: ja. Ja. Ja. —
resopló Jaime antes de mirar a Iris y ponerse serio—. ¿Te importa si salimos
a la calle? —Solo de pensar en la conversación que iban a tener le faltaba el
aire.
—No hay problema. —Fue a la puerta. Jaime la siguió.
—Jamme, recuerda, tienes muchos huevos —afirmó Cirila
sorprendiendo a todos, menos a su hijo, con su frase de ánimo.
—Ah... Gracias, mamá —dijo Jaime con las orejas rojas—. Oye, Jules,
hazme un favor, explícale a Ciri qué son los huevos en la frase «tener
huevos», creo que antes no se lo he sabido explicar bien...
—Sí, eso parece —convino Julio frotándose la cabeza—. Menudo
marrón me dejas.
—Eres un tío encantador y maravilloso, seguro que puedes con ello. —
Le guiñó un ojo y abandonó el salón con Iris.
Enfilaron a los prados en los que se ubicaban los paddocks. A esa hora
era el lugar más tranquilo del complejo hípico, pues los jinetes estaban en
las pistas trabajando a sus caballos y dando o recibiendo clases.
—¿Estás muy cabreada? —le preguntó cuando dejaron atrás el bullicio
de los caminos principales y llegaron a la silenciosa y solitaria quietud de
los prados.
—¿Tú qué crees? Ayer me pasé todo el día escribiéndote sin que te
dignaras contestarme y lueg...
—Si no te contesté no fue porque me asustara lo que me dijiste, quiero
dejar eso claro —la interrumpió.
Ella lo miró confundida.
—Lo de que habías encontrado lo que no sabías que estabas buscando...
—explicó, sus orejas enrojeciendo a ojos vista—. No me asustó saberlo. Al
contrario, me ilusionó. Y me gustaría saber si..., bueno, si sigues pensando
que lo has encontrado. —Se pasó la mano por la nuca nervioso—. Porque,
si lo sigues pensando, pues me gustaría confirmar que soy yo. Porque si no
lo soy se me va a romper el corazón. —Fijó su mirada gris en ella.
Iris parpadeó totalmente desarmada. ¿Cómo podía decirle esas cosas tan
bonitas en ese momento? No era justo. No podía seguir disgustada con él si
su corazón estaba bailando la danza de la felicidad en su pecho.
—Iris... —musitó Jaime con el corazón en vilo al ver que no respondía a
su pregunta.
¿Eso significaba que él ya no era lo que no sabía que estaba buscando?
Aunque lo mismo había malinterpretado su afirmación y nunca lo había
sido. Fuera como fuese, estaba jodido. Mierda. Mierda. Mierda.
—Eres un inserte palabrota de la peor especie —lo acusó clavándole el
índice en el pecho—. ¡No puedes decirme esas cosas cuando estoy
enfadada!
—Lo siento, no... —Joder. La había vuelto a cagar. Pero ¿cómo?
—¡Porque me desenfado y no es justo! —lo interrumpió.
—¿Te desenfadas? —La miró perplejo—. O sea, que ya no estás
enfadada...
—Me estoy concentrando para recuperar el enfado. Si me das un
minuto...
—Ni de coña, reina.
La abrazó y le dio un beso con sabor a redención. Ella lo aceptó y se lo
devolvió aderezado con una sonrisa.
—Eres un tramposo de categoría mundial, me estás distrayendo a
propósito —le recriminó entrelazando los dedos en su nuca.
—Solo hago lo necesario para sobrevivir —replicó él.
—¿No crees que estás exagerando? Pero, vamos, un pelín de nada. —
Enarcó una ceja.
—Nadie puede vivir sin corazón, y saber que la he cagado contigo me lo
rompe...
Iris parpadeó una vez. Dos. Y estalló en carcajadas.
—¿Y yo soy la intensa? ¿En serio?
—Vale, me he pasado un poco. —Sonrió. La abrazó y le mordió el lugar
en el que cuello y hombro se unen—. Pero tampoco es para que te mueras
de la risa...
—De la risa, no, pero de un coma diabético por sobredosis de azúcar, sí.
La próxima vez que pida un café, en vez de azúcar, te pediré que metas el
dedo para endulzarlo...
—Joder, eso es asqueroso —soltó Jaime, la risa bailando en su voz.
—Pues los has metido en sitios peores —dijo con toda intención.
—O mejores, depende de cómo se mire —rebatió captando al vuelo su
indirecta.
—Más húmedos y salados desde luego.
—Y más placenteros... —Volvió a besarla. Porque era lo que tocaba.
Porque se lo pedía el cuerpo y porque no podía pasar un segundo más sin
comerse su sonrisa—. Joder, siento muchísimo cómo me comporte ayer...
—susurró contra sus labios—. Fui un cabrón.
—Si esperas que te lleve la contraria, vas listo —repuso Iris. Le atrapó el
labio inferior entre los dientes y lo mordió castigadora—. Me lo hiciste
pasar fatal...
—Lo sé. —Deslizó la lengua por sus labios, pidiendo permiso para
entrar.
No le fue concedido.
—¿Qué te pasó? —le preguntó Iris dando un paso atrás para poner
distancia.
—Rompí el móvil tras leer tus primeros mensajes, por eso no he podido
contestarte hasta hace un rato, que lo he hecho a través del portátil.
—Sabes que no es eso lo que te estoy preguntando. —Sus ojos, más
eléctricos que nunca, atravesaron sus barreras exhortándolo a vencer su
miedo.
Jaime tomó aire y lo soltó como si le hubiera dado un puñetazo en el
estómago. Y así más o menos se sentía.
—Ayer fue un día de mierda. Todos los 20 de abril lo son. Joder, odio el
puto 20 de abril de los cojones —confesó. Se coló entre los pastores
eléctricos que delimitaban los paddocks y atravesó uno tras otro.
—¿Por qué? —Lo siguió.
Tardó un largo instante en contestar.
—Porque es el día que nací —murmuró sin mirar atrás. Sin mirarla a
ella.
Iris fue tras él en silencio, consciente de que necesitaba un momento
para reunir valor. No sabía exactamente qué iba a contarle, pero por lo que
le había gritado la noche anterior intuía por dónde iban a ir los tiros, y no
era una historia fácil.
Entraron en un paddock habitado por un caballo alazán que recibió a
Jaime con un cariñoso relincho. Jay se abrazó a su cuello y el animal inclinó
la cabeza pegándolo a su hombro, abrazándolo a su vez.
—Canela... —Iris reconoció al semental que él montaba cuando se
conocieron.
Le palmeó el dorso y el animal la miró con curiosidad antes de volver a
poner toda su atención en Jaime, a quien mordió el pelo.
—Eh, Cane, no me despeines, que tengo que estar guapo o no le gustaré
a mi chica... —lo regañó guasón.
—Siempre me gustarás, Morritos, aunque te comportes como un inserte
la peor palabrota del mundo mundial —apuntó Iris—. Al fin y al cabo, eres
lo que no sabía que estaba buscando y que por fin he encontrado... Así que
más te vale no volver a extraviarte, porque si lo haces iré a buscarte y te
traeré de vuelta por las orejas. Y se te pondrán rojas por un buen motivo.
Jaime esbozó una sonrisa a la vez que cerraba los ojos conteniendo las
lágrimas. Solo Iris podía hacer una afirmación de tal calibre con tanta
honestidad y conseguir que quisiera llorar y reír a la vez. Lo mínimo que se
merecía era reciprocidad por su parte. Soltó un suspiro y se giró hacia ella.
En su mirada todo un mundo de dolor.
—Ayer no quería tener ningún contacto contigo ni con Cirila porque
tengo la estúpida paranoia de que, si paso mi cumpleaños con las personas a
las que quiero, estas se irán. Es una gilipollez, no tiene sentido ni
coherencia ni existe ningún estudio científico que la valide —resopló
sarcástico—. Pero es lo que hay. Simplemente no puedo. Es superior a mí.
Y, sinceramente, no sé si algún día podré superar este... llamémoslo trauma.
Espero que sí, pero si el próximo 20 de abril vuelvo a comportarme como
un idiota, no me lo tengas en cuenta, ¿vale? —trató de aligerar su
confesión.
Ella, de nuevo, no se lo permitió.
—¿Por qué crees que nos perderás? —le reclamó.
—Joder, reina, no das tregua. —Fijó sus ojos en Iris y en ellos volvía a
brillar el fuego desolador que en ocasiones los consumía—. El día que te
conocí fue también el que conocí a mi madre. Nunca la había visto, ni
siquiera en fotos. Tampoco sabía su nombre ni si estaba viva o muerta. Solo
sabía lo que mi padre me había dicho: que me abandonó cuando nací
porque no me quería. Era mentira. Él me robó de sus brazos... —Se le
quebró la voz y volvió la cabeza para escapar de la mirada de Iris. Dios, iba
a ponerse a llorar otra vez. No, por favor. Delante de ella no.
—Jaime...
—Dame un segundo... —Se giró y hundió la cara en el pelaje de Canela.
Iris comprendió que se avergonzaba de ser un niño maltratado y
abandonado por su padre. De mostrarse vulnerable ante ella. Esa era la
estúpida y equivocada idiosincrasia de la sociedad en que vivían. Los
maltratados se avergonzaban de serlo y callaban. Y los maltratadores salían
indemnes de sus actos.
Lo abrazó por la espalda, reposó la cabeza sobre esta y le entrelazó las
manos en la tripa, anclándolo a ella. Permanecieron así hasta que Jaime
sintió que sus ojos volvían a la normalidad y los estremecimientos cesaban
y se giró para enfrentarla.
Iris le sonrió y comenzó a desabrocharle los botones de la camisa, del
primero al último, mientras él la miraba pasmado. Luego lo abrazó
apoyando la cara en su torso desnudo, contra su corazón.
Jaime sintió sus pestañas acariciarlo cuando sus ojos se cerraron, su
aliento calentándole la piel en cada exhalación, la silueta de su sonrisa
contra su corazón, la calidez de su mejilla templándolo. Y comprendió el
regalo que le hacía. Iba a permanecer en esa postura, abrazada a él, pero sin
mirarlo, dándole la intimidad que necesitaba a la vez que le permitía sentir
sus reacciones.
Joder. El pecho le reventó de amor. Solo ella lo entendía tan
profundamente y era capaz de sortear todas sus corazas y acurrucarse en su
corazón, protegiéndolo.
—Mi padre era un monstruo que me robó de brazos de mi madre...
Por segunda vez en esa mañana —y en toda su vida—, contó su historia.
La voz se le quebró y el pecho se sacudió con los sollozos que trataba de
contener y que al final dejó salir. Iris intensificó su abrazo y lloró con él,
aplacando su dolor. Y nuevamente se sintió bien. En paz. Joder, parecía que
le estaba cogiendo el tranquillo a eso de llorar.
—No sabía qué hacer, me sentía perdido, furioso, asustado, todo a la vez.
Era incapaz de asimilar que no me había abandonado y que sí me quería.
Joder, es que no me lo creía. Mi cumpleaños lo empeoró todo, porque
estaba seguro de que Cirila se iba a ir. Y no solo ella... También tú. —Le
tomó la barbilla y lo instó a alzar la cabeza, permitiéndole ver su cara por
primera vez desde que había empezado su relato.
Y al verla empapada en lágrimas, congestionada por el dolor y el miedo,
Iris supo lo que era odiar a alguien. Al hombre que había empañado los ojos
de Jaime, que los había llenado de sufrimiento y desesperación.
—Hace falta mucho más que unos mensajes sin responder y una bronca
en un aparcamiento para que te deje. Aunque sí que te jugaste que te
rompiera las piernas...
—O el cuello —le recordó él, una sonrisa asomándose con timidez a sus
labios.
—Al menos no me planteé cortarte la cabeza... —señaló risueña.
Eso les arrancó una carcajada que se mezcló con las lágrimas de ambos.
Se quedaron quietos, disfrutando del calor que generaban sus cuerpos al
tocarse.
—Lo odio —susurró Jaime—. Ojalá supiera dónde está. Iría a por él y le
diría que... —Sacudió la cabeza en una vehemente negativa—. No le diría
que es un puto cabrón y que lo aborrezco, porque sé que le importaría una
mierda y se reiría en mi cara. —Apretó los dientes furioso—. Le diría que
se joda, que no ha conseguido que odie a mi madre, que me ha encontrado,
que está conmigo y que me quiere muchísimo. Y yo a ella. Seguro que eso
le revienta. Pero no puedo... —Se le quebró la voz y escondió la cara en el
cuello de Iris—. Hasta eso me ha arrebatado el hijo de puta.
Iris lo estrechó con fuerza, consciente de que Jay jamás podría cerrar del
todo su herida si no se enfrentaba a su padre y le demostraba, a Jethro y a sí
mismo, que ya no tenía poder para hacerle daño.
—Cortémosle la cabeza —sugirió con ferocidad.
—¿Tienes un hacha? —sopló mordaz. Sorbió por la nariz para
descongestionársela.
—Puedo apañármelas para conseguirla.
Jaime exhaló una risita. Adoraba a esa chica feroz y sanguinaria de ojos
eléctricos, sonrisa chispeante y corazón gigantesco.
—Podríamos usar un hacha mellada —propuso Iris besándole la
mandíbula—. Ya sabes, para que no le corte el cuello a la primera y hagan
falta varios intentos...
—Joder, reina, me estás dando miedo... —Le mordió el lóbulo de la
oreja mientras llevaba con descaro las manos a su trasero. Las dejó ahí.
—Puedo ser muy creativa cuando me enfado... —Le mordió el mentón.
Sus dedos resbalaron por el pecho de Jaime hasta detenerse sobre la pretina
de los vaqueros.
Él contuvo la respiración cuando las yemas se colaron bajo estos. Su
erección fue inmediata y rotunda.
—Cortarle la cabeza a alguien no es ser creativa, cielo, llevas años
amenazando con hacerlo... —Encogió el estómago para hacerle hueco y que
metiera la mano bajo los pantalones, ella no se dio por aludida.
—¿Me estás llamando sosa? —Le estrujó la entrepierna por encima de la
ropa.
—No me atrevería. —Le apretó el culo acercándola más a él—. Mueve
la mano, reina.
—¿Así? —La subió por su tripa para dejarla en su torso.
—No, mejor en la otra dirección...
—Oh, claro... —La movió a la tetilla izquierda y se la pellizcó—. ¿Ahí
mejor?
—No. Hacia abajo —especificó conteniendo una sonrisa, menuda
malvada era.
Iris le dio el gusto. Bajó por su vientre con una caricia que de tan sutil
era etérea mientras sus labios se entretenían en besar su cuello. Sobrevoló
su entrepierna con roces suaves y pausados que en lugar de satisfacerlo lo
hacían necesitar más. Mucho más.
Jay le escurrió la mano bajo el suéter y le rozó el pezón con el pulgar en
una caricia tan volátil como las que ella le dedicaba a su erección. Si quería
guerra, iba a tenerla.
La sintió sonreír contra su pecho antes de que le mordiera la tetilla y
succionara. Se estremeció excitado y ella recrudeció su ataque amasándole
la entrepierna por encima de los vaqueros. Cuando sacudió las caderas
pidiendo más, lo soltó.
—Eres una bruja...
—Y eso que aún no te he hecho nada...
—Por eso mismo eres una bruja. —Sonrió atrapándole la mano. La llevó
de nuevo a su entrepierna y se frotó contra su palma.
Iris le retorció la muñeca haciendo que la soltara y luego, como no era
tan mala —qué va—, se entretuvo en rozar con los nudillos la rígida cresta
que le abultaba los pantalones, volviéndolo loco de deseo y necesidad.
—Joder, reina... ¿Vas a hacer que me corra hoy o mañana? —la desafió
hundiendo la mano entre las piernas de ella. Sonrió al sentir el calor de su
excitación.
—O tal vez pasado. Lo estoy pensando. —Le succionó el labio inferior.
—Eres una cabrona. —Se impulsó contra su mano a la vez que le
pellizcaba un pezón.
—Y tú una caca de vaca...
Jay exhaló una carcajada.
—No puedes decir eso cuando me la estás sobando —dijo entre risas.
—¿Por qué?
—Porque no es serio..., y lo que estamos haciendo sí lo es. —Le soltó el
botón de los vaqueros y hundió la mano bajo sus bragas—. Estás empapada,
reina. —Le metió dos dedos y ambos jadearon al sentir cómo su coño los
ceñía impaciente.
—No, qué va. —Jaime la miró sin entender. ¿Cómo que no? Claro que
estaba chorreando—. Lo que estamos haciendo es excitante, sucio y
pasional, pero no es serio —lo contradijo abriéndole la bragueta.
A él se le puso aún más dura, si es que eso era posible.
Ella coló la mano bajo la ropa y lo masturbó perezosa.
Él curvó los dedos en su interior, buscando, y encontrando, ese punto
maravilloso, Lo frotó con la misma lasitud que ella le amasaba la polla.
—Donde las dan las toman, reina —gimió contra sus labios cuando Iris
gruñó.
—Qué malote eres... —Lo atacó con la lengua y él abrió la boca para
batirse con ella.
Sus bocas se lanzaron a un combate que se recrudeció cuando las manos
olvidaron su obligada indolencia y se movieron con lúbrico entusiasmo
sobre la piel del otro.
Las respiraciones se aceleraron, los dedos se humedecieron con los
fluidos de la vagina y las gotas preseminales que brotaban del glande y los
cuerpos se acunaron meciéndose en una danza ancestral. Las bocas
batallaban y las lenguas resbalaban entre ellas imitando el movimiento de
sus dedos. Iris chupó la de Jaime envolviéndola con sus labios como su
mano le envolvía la polla. Se estremecieron, ella se contrajo alrededor de
los dedos de él y la polla palpitó en la mano de Iris.
Ambos a una caricia de estallar en un orgasmo sobrecogedor.
—Profe, ten cuidado, que te la vas a tragar entera...
—Pero ¿qué dices, tío?, no se la va a comer, solo se están morreando.
—Pues por eso lo digo...
—Joder... —Jaime sacó la mano de los pantalones de Iris y la sujetó
antes de que ella, sobresaltada, se apartara de él revelando a sus alumnos su
polla a punto de estallar—. Espera, no te muevas... Tengo la polla fuera y
no está precisamente en reposo —le susurró pegándosela de espaldas al
pecho.
—Cierto... —Ella sonrió llevando la mano hacia atrás y Jay suspiró
aliviado al sentirla manosear la bragueta para cerrársela.
Solo que no se la cerró. Qué va. Metió la mano de nuevo en sus
pantalones y lo amasó con disimulo, sin mover el brazo. Solo apretando y
soltando la polla.
—No me jodas, reina... —gimió en su oído.
—Hola, Sin —saludó Iris a la rubia, que, pie a tierra, guiaba una hilera
de niños montados a caballo.
—¿Qué tal? —los saludó Jay con voz estrangulada apretando los dedos
contra la cintura de Iris—. Para, joder —le susurró.
—No soy tan buena... —se burló Iris deslizando los dedos por su verga.
—¿Es tu novia? —indagó uno de los chavales.
—Pues claro que lo es, ¿no ves que se estaban morreando? —resopló
una niña.
—Mi hermano dice que para morrearse no hace falta ser novios —señaló
un crío.
—Tu hermano es idiota —replicó la niña altanera. Luego increpó a Iris
—: ¿Te vas a casar con mi profe?
—No es mi intención. —Iris esbozó una sonrisa amistosa.
—Eso espero. Es muy joven para casarse —dijo la cría amenazante.
—Sin, ¿no ibas a algún lado? —le reclamó Jaime en una indirecta muy
directa para que se largara, la mano implacable de Iris haciendo estragos en
su entrepierna.
Sin sonrió como si supiera el aprieto en el que estaba, y seguramente así
fuera porque, a ver, sabía contar. E Iris tenía dos manos, pero solo una
estaba a la vista, lo que significaba que dos menos una igual a otra en su
polla.
—La verdad es que no, figura. —Sonrió burlona—. Hemos acabado la
clase y estamos dando un paseo —dijo sin hacer intención de continuar su
camino. Por lo visto, todas las mujeres, o al menos esas dos, tenían una
vena sádica que consistía en hacerlo sufrir.
—¿Por qué llevas la camisa desabrochada? —le reclamó un niño.
—Tenía calor —salió Iris en su defensa, su mano torturándolo sin parar.
—Eso... —ratificó Jaime sin aliento mientras luchaba por mantener los
ojos abiertos—. Sin... Se te va a hacer tarde, reina, mejor te vas a
Descendientes. ¿Vale?
—Te he sustituido en una clase, Mor en dos, y Ro ha puesto y quitado
todos tus caballos... —apuntó sin moverse.
—Gracias. ¿Hasta luego? —Apretó el culo cuando los dedos de Iris
encontraron la presión exacta para ceñirle el glande y hacerlo estremecer—.
Joder, para, reina, por favor —le susurró al oído.
Iris no le hizo ni caso. Al contrario, intensificó su ataque y le dijo a Sin:
—Pide lo que quieras por esa boquita, seguro que te lo concede...
—No me jodas, Iris... —gruñó Jaime tensando los dedos que le aferraban
la cintura.
—¿Te he dicho alguna vez que me caes de puta madre, Iris?
—Tú a mí también, Sin.
—¿Podéis dejar de chuparos el culo e ir al grano? —exigió Jay
apretando los dientes.
—¿Qué nos vas a dar a cambio de haber hecho tu trabajo? —requirió
apiadándose. El pobre tenía tal cara de sufrimiento/placer que estaba claro
que le quedaba nada y menos para correrse, y tampoco era cuestión de
provocarle un dolor de huevos por contención.
—Limpiaré los paddocks de vuestros caballos toda la semana. Pero vete,
joder.
—Se está poniendo colorado —señaló uno de los niños.
—Será que le ha dado mucho el sol. Mamá dice que hay que ponerse
protección para no quemarse. ¿Te la has puesto, profe? —indagó otro
preocupado.
—No, se me ha olvidado..., pero ahora voy a ello —gimió al notar sus
pelotas subiendo a punto de estallar—. ¿Qué quieres, Sin? Pon tu precio,
joder.
—Los limpiarás todo el mes y les darás el desayuno y la cena.
—Vale —aceptó desesperado. Como Iris volviera a apretársela, se
correría en los pantalones.
Sin sonrió, le guiñó un ojo a Iris y puso a los niños en marcha.
Jaime esperó hasta que los oyó lejos, o, en todo caso, lo más lejos que
podía esperar sin morir por el dolor de huevos, e hizo girar a Iris con
brusquedad, enfrentándola a él. Quería correrse mirándola a los ojos.
Ella volvió a agarrarle la polla y esta vez no fue comedida ni suave. Lo
besó voraz mientras su mano se movía como un martillo neumático contra
su entrepierna.
—Ya te vale, reina... —gimió temblando al borde del orgasmo—. Joder.
No pares... —Se apoyó en sus hombros para mantener el equilibrio y se
dejó ir estremeciéndose.
Se vació sin apartar la mirada de ella y la pegó a su cuerpo devorándole
la boca. Escurrió la mano entre ambos, la metió bajo sus vaqueros y, con
apenas un par de roces, la llevó al orgasmo.
—Me has empapado la mano —dijo ufano.
—No te hagas ilusiones, es que tenía ganas de hacer pipí... —Frotó la
cara contra su pecho.
—Aguafiestas...
—¿Cuánto hace que no comes?
Jaime parpadeó confundido por su pregunta. ¿A qué venía eso ahora?
—Desde ayer en la comida.
—Ajá. —Se apartó de él, le tomó la mano y se dirigió a las cintas
electrificadas que delimitaban el paddock—. Vamos a la cantina antes de
que te desmayes.
Fue entonces cuando Jay oyó lo que Iris había oído: la Quinta Sinfonía
de Beethoven tocada por la Royal Philharmonic Orchestra de su estómago.
Cuando llegaron al edificio que albergaba la cantina, la Quinta Sinfonía
se había convertido en la Immigrant Song de Led Zeppelin. Y, joder, los
rugidos de su estómago no tenían nada que envidiar a los gritos desgarrados
de Robert Plant. O eso aseguraba Iris.
—Mira, escucha... Ahahaaah —cantó partiéndose de la risa—. En serio,
es que lo clavas. Podríamos hacernos de oro con tu estómago. Solo tendrías
que estar sin comer un par de días para poder dar un concierto en
condiciones.
—No me jodas, reina, no es divertido. Me están dando hasta espasmos
—exageró.
Tenía tanta hambre que se estaba muriendo. O casi. Porque, a ver, era
necesario estar varios días sin comer para morir de hambre, ¿o no? Se sintió
desmayar.
Iris observó su cara demudada y estalló en carcajadas.
—No es gracioso... —protestó él—. Estoy a punto de desmayarme.
—Sí que lo es, y no lo estás. Y te lo voy a demostrar. —Le mordisqueó
la mandíbula y bajó por su cuello despertándole otro tipo de hambre que
relegó la primera al olvido.
Hicieron una parada técnica en el oscuro rincón que había bajo la
escalera que llevaba a la cantina. Se besaron y magrearon y, cuando estaban
a punto de caramelo, se separaron al oír a un grupo de jinetes entrando en la
pista cubierta.
—Mejor seguimos en casa —dijo Jaime—. Lo que quiero hacerte
precisa una cama.
Iris sonrió y asintió dándole un apretón de despedida en la polla.
Subieron a la cantina, aún era pronto y no había mucha gente. Felipón
atendía la barra con su verborrea habitual, pero de Cirila no había ni rastro.
—Estará en la cocina liada con la comida —señaló Jaime—. A esta hora
suele tenerlo todo en marcha, pero esta mañana la he entretenido y eso la
habrá retrasado.
Enfiló a la cocina con Iris de la mano, empujó la puerta oscilobatiente y
entró.
Se quedó petrificado. Anonadado. Pasmado y muchos más «ados».
Su madre estaba con Mario.
No. Eso no era exactamente así. Faltaba un verbo. Su madre estaba
enredada con Mario. Pero muy enredada. Sobre todo, la lengua. Eso era lo
que más enredado tenían. Joder, es que estaban tan enredados contra la
encimera, con su madre acorralada contra esta por Mario —aunque por
cómo lo abrazaba no parecía disgustada ni obligada, sino todo lo contrario
— que ni lo habían oído entrar.
—¿Ciri? —jadeó perplejo, como si no estuviera claro lo que estaban
haciendo.
—¡Jamme! —gritó Cirila escabulléndose del abrazo de Mario. Sus
orejas competían con las de Jaime para ver cuáles se ponían más rojas en
menos tiempo.
—Jaime, qué oportuno —gruñó Mario. Si las miradas matasen, no
estaría muerto, pero sí tendría un pie en la tumba.
—¡Hola! —los saludó Iris con una sonrisa que le ocupó toda la cara—.
Sentimos interrumpir, pero Morritos está al borde de la inanición. Lleva sin
comer desde ayer y ya sabéis lo tontorrón que se pone cuando tiene hambre,
que si le duele la tripa, que si le va a dar un vahído, que si está al borde de
la muerte...
—No exageres, reina —protestó Jaime evitando mirar a su madre. ¡La
había pillado morreándose con Mario! ¡Qué corte, coño!
—Hace un momento has dicho que te ibas a desmayar. —Iris destapó
una olla—. ¡Qué pinta! ¿Puedo probarlo? —Hizo ojitos a Cirila. Esta, aún
abochornada y sin mirar a Jaime, ni a nadie, le dio una cuchara—. Madre
mía, Ciri. Esto es la bomba, la releche y la repanocha. —Cerró los ojos
extasiada y exhaló un larguísimo «mmm». Cirila se rio ante su exageración
—. Está riquísimo, deliciosísimo y fantabulosísimo. Dime que me puedo
llevar un táper, porfaplease. Y que sea muy grande, Jay es muy tragón. Ay,
no, mejor que sean dos, porque vamos a comer en casa y Sardi querrá
probarlo y, si no hay para él, ¡el muy desalmado nos lo robará! Así que
tendré que cortarle la cabeza. ¡Y es mi mejor amigo! Sería tan triste... Toda
esa desgracia la podríamos evitar si nos dieras dos táperes. —La miró cual
gatito desamparado.
Cirila esbozó una sonrisa y, olvidándose de su bochorno, sacó dos
envases. No había entendido ni la mitad de sus frases, pero su alegría era
contagiosa.
Jaime sonrió al ver que su madre se relajaba y seguía a Iris, que en ese
momento destapaba la siguiente cazuela. Exhaló un gritito de felicidad y
suplicó a Cirila que le dejara probarlo. Cuando lo hizo, se arrodilló —
literalmente— y le rogó otro táper. Cualquiera diría que la que se estaba
muriendo de hambre era ella y no él.
—Tu chica es tremenda —le comentó Mario, recordándole su presencia.
Jay asintió sin apartar la mirada de Iris, quien canturreaba moviendo las
caderas mientras probaba el contenido de cada olla y cada fuente. Lanzó un
enorme «mmm» que convirtió en los primeros acordes tatareados de Brown
Sugar de los Rolling Stones y le dio un caderazo a su madre, instándola a
bailar. Y Cirila bailó. No tan arrebatada como Iris, pero es que eso era
imposible. Nadie tenía tanto entusiasmo como ella.
—Ha conseguido arreglar tu pifia sin despeinarse —continuó Mario
encantado al ver que Cirila se había olvidado de la vergüenza de ser pillada
con las manos en la masa.
—¿Mi pifia? —Jaime lo miró perplejo.
—¿Cómo llamarías tú a interrumpir nuestro... momento íntimo?
—Bueno, si no la hubieras estado besando, no habría interrumpido nada
—gruñó.
—No la estaba besando. Nos besábamos. El uno al otro. Vete
acostumbrando, Jaime, porque no va a dejar de repetirse.
—Vale... —aceptó como si tuviera alguna opción, que no la tenía—, pero
no quiero veros, joder. Búscate un sitio más privado.
—¿Los paddocks, por ejemplo? —planteó socarrón.
—Voy a matar a Sin, puta chivata —renegó.
—No ha sido ella, sino los niños. Estaban muy intrigados por Iris. Por
cierto, Marina la odia. Creo que se había hecho ciertas ilusiones contigo y el
matrimonio.
—Ya... ¿Tú también te has hecho alguna ilusión con Ciri? —Fijó sus
ojos en él.
—Me las he hecho todas —replicó con la misma vehemencia que Jay.
—Ve despacio, ¿vale? Ciri es... Ella no... Vamos, que no...
—Lo sé. No tengo prisa. El ritmo lo marcará Ciri.
—Genial. Si es así, lo llevaremos bien, pero si la jodes... te reviento.
—No la joderé. Y tú no vuelvas a asustarla como hiciste ayer o te cortaré
las pelotas.
Se miraron el uno al otro y se dieron la mano zanjando el trato.
44
Sardinilla_15.07
Cancelo partida The Last of Us de esta tarde. Repito: cancelo
partida.

Repe1_15.08
No jodas, Sardi. No puedes cancelar.

Sardinilla_15.08
Tengo motivos de peso. Iris y Morritos se han reconciliado.
Están a punto de PDR. Pido asilo. Repito: necesito asilo.

Repe2_15.09
¿Cómo de grave es?

Sardinilla_15.09
Mucho. Han traído comida de la cantina y llevan veinte
minutos encerrados en la cocina «para emplatarla».

Repe1_15.10
¿Comida de la cantina? ¿De esa que
dice Iris que está tan rica?

Sardinilla_15.10
No lo sé, solo he visto las bolsas con
los táperes. Pero huele que te cagas.

Repe2_15.10
No jodas, Sardi, entra y comprueba
el origen y calidad de la comida.

Sardinilla_15.11
Imposible. Salen ruidos sospechosos
de la cocina.
Repe1_15.11
Información insuficiente.
Describe los ruidos.

Sardinilla_15.12
Imagínatelos. Requiero asilo, decid vuestro precio y dejad de
dar por culo.

Repe2_15.12
Un tercio del botín de guerra.
Será nuestra cena.

Sardinilla_15.13
Hecho. Como y cruzo el descansillo
a vuestra casa.

Repe1_15.13
Aviso a abu de que te unes al café.

Sardi guardó el móvil y estudió a la parejita feliz cuando entró en el salón


con las bandejas con la comida. Tenían los labios hinchados, el pelo
alborotado y, en el caso de Jay, el botón de los vaqueros desabrochado.
Clavó los ojos en dicho botón y, con toda intención, le dijo a Iris:
—Espero que te hayas lavado las manos antes de servir la comida...
Las orejas de Jaime adoptaron un bonito tono bermellón.
—Claro —convino Iris, para luego soltar con malicia—: Jay también se
ha lavado la boca...
—Joder, reina, córtate mil. —Sus orejas ya no eran bermellón, sino rojo
volcán en erupción.
—La próxima vez os vais al dormitorio, tortolitos. No está insonorizado,
pero al menos así tendré acceso a la cocina. Me muero de hambre y eso
huele de maravilla. —Se relamió tomando uno de los platos para devorarlo.
—Morritos también se muere de hambre...
—Literalmente —intervino Jay agarrando con desesperación un plato de
bograč.
—Por eso no hemos ido al dormitorio a hacer cochinadas —continuó Iris
—, me ha dado miedo de que le diera un ataque de inanición y se le
atrofiara la pilila.
Jaime estuvo a punto de atragantarse con el trozo de carne que estaba
masticando.
—Joder, reina, no digas «pilila». Yo no tengo eso —señaló tras
recuperarse.
—¿Entonces qué tienes? —reclamó burlona.
—Un pollón como un camión.
—Modesto, baja, que sube Morritos —resopló Sardi mirando al cielo.
—Es un dicho de Ufe... —explicó Iris ante el pasmo de Jay.
—Por cierto, Morritos, te veo muy azul —comentó Sardi burlón—.
¿Estás ensayando para el papel de príncipe?
—Ni de coña, es lo primero que pillé ayer cuando hice la moch... —Se
interrumpió y negó con una sacudida de cabeza. Lo pensó un instante y
soltó con voz firme a la vez que agitada—: No visto de azul a propósito —
eso era verdad—, pero creo que mi subconsciente está tratando de decirme
algo... —eso también lo era— y, joder, le voy a hacer caso. —Fijó sus
preciosos ojos grises en Iris.
—Y este es el momento en el que hago mutis por el foro. —Sardi saltó
del sofá. Vestía unos shorts de boxeo de satén lila que le hacían unas piernas
kilométricas y realzaban la esbeltez de su cuerpo lozano de músculos
insinuados y piel luminosa—. Me llevo un táper. Es el soborno que he
tenido que pagar para que los Repes me dieran asilo en su casa. Os dejo el
piso libre para que tengáis un PDR apoteósico y podáis hacer todo el ruido
que necesitéis sin que me muera de envidia.
—Genial, te agradecemos el gesto. El primero irá a tu salud. —Iris
sonrió.
—Qué honor, estoy conmovido. —Les guiñó un ojo, se calzó las
chanclas y se marchó.
—¿Qué coño es un PDR? —reclamó Jaime cuando Sardi salió del piso.
—Un Polvo De Reconciliación... —explicó Iris hundiendo la cuchara en
su plato.
Jaime miró a Iris, la comida y de nuevo a Iris. Durante un segundo pensó
en comer más tarde, pero de verdad de la buena que estaba a punto de
desmayarse de hambre.
—¿Nos ponemos a ello cuando acabemos de comer? —propuso.
—Vale. ¿Empezamos aquí, continuamos en el baño, para refrescarnos,
ya sabes, y acabamos en la cama?
—Me parece bien, el sofá nunca lo hemos usado para estos menesteres...
—Pues decidido: sofá, ducha y cama.
Decir que comieron rápido se queda corto. Tampoco se lo comieron
todo, les ganó la impaciencia. Y las ganas. Y la necesidad de sentirse,
tocarse y tenerse.
Lo hicieron en el sofá y en la ducha. Añadieron uno rapidito en el pasillo
porque Iris lo desafió a empotrarla contra una pared y esa era la que más a
mano tenían y después fueron a la cama, donde no hicieron nada (el estrés
del día anterior, la noche sin dormir y los acontecimientos de la mañana le
pasaron factura a Jaime, que, sí, era un chaval joven y ardiente, pero
también era humano y no Superpollaman).
—Así que crees que tu subconsciente te está insinuando algo —señaló
Iris acurrucada con él en la cama mientras le trazaba lánguidas espirales
alrededor del ombligo.
—Ajá... —musitó Jay adormilado antes de, con un esfuerzo supremo,
abrir los ojos y mirarla—. El azul se ha convertido en mi color favorito de
un tiempo a esta parte...
—Qué interesante. Solo por curiosidad, ¿qué tonalidad? Índigo, acero,
cobalto, marino, cian, turquesa... —Bajó por su vientre hasta rozar los rizos
oscuros de su pubis.
Jay dobló una rodilla y separó los muslos, dándole acceso.
—Azul cielo, por supuesto. Ningún otro está a tu altura.
—Oh... —Resbaló por el interior de sus muslos con las uñas.
—Sí. Oh. Eso mismo pienso yo. —Jaime cerró los ojos vencido por el
placer. Pero no era un placer sexual, sino... confortable. Iris era una experta
en arrullarlo con las uñas. Lo hacía despacio, con suavidad, haciéndole
hormiguear la piel y relajándolo a la vez.
Ella continuó cubriendo cada centímetro de su cuerpo con roces
aterciopelados.
—No quiero asustarte, Morritos, pero no sé si te has dado cuenta de que
el abrirte a mí y contarme lo de tus padres te convalida la escalada a la torre
más alta del castillo.
—Me he percatado. —La envolvió entre sus brazos para besarla retozón
—. ¿Qué me convalidaría la lucha con el dragón? —inquirió muy serio.
—Acabas de vencerlo solo con preguntarlo...
—Y encima esta tarde iba vestido de azul.
—Pero no de azul cielo —repuso arrugando la nariz—, sino de un
batiburrillo de azules de distintos tonos y sin ningún sentido estético...
—Podrías hacer la vista gorda y fingir que todos los azules eran cielo. —
Le besó la punta de la nariz.
—¿Quieres que la haga? —Llevó la mano hasta su pecho y la posó en el
centro, un poco ladeada a la izquierda, donde el corazón de Jaime
retumbaba a un ritmo vertiginoso.
—Joder, sí.
—Lo pensaré —resolvió con una sonrisa maliciosa.
Jaime enarcó una ceja ante su respuesta y se giró tumbándola de
espaldas. Colocó un muslo entre los de ella y presionó arrancándole un
gemido.
Iris alzó las caderas frotándose contra él, poniéndolo duro al instante.
Jaime pegó su erección al vientre femíneo para que lo masturbara con
sus sacudidas y la observó embelesado mientras se restregaba contra su
muslo, cubriéndolo de una pátina de densa y cálida humedad conforme la
excitación crecía en ella. Y en él.
Y cuando no lo pudo soportar más, la liberó de su peso, le separó las
piernas y se hundió en ella hasta el fondo para luego salir muy despacio,
dejándola insoportablemente vacía y sintiéndose insoportablemente lejos de
su calidez.
—Joder, reina... Esto es la puta gloria —afirmó sin acelerar sus envites.
Estaba haciendo el amor con ella, y era demasiado perfecto, intenso y
especial como para apresurarlo para llegar al orgasmo. Quería disfrutarlo,
disfrutarla, eternamente. Le lamió la boca saboreándola, se entretuvo en
besarle las comisuras y aprehender su curvatura cuando ella sonrió.
Presionó con la lengua entre sus labios e Iris los abrió apresándosela. Se la
chupó golosa y con cada succión Jaime sintió que unos hilos invisibles los
rodeaban anudando no solo sus cuerpos, sino también sus corazones.
La envolvió entre sus brazos apretándola contra su pecho y la besó con
todo lo que era, con todo lo que había sido y con todo lo que sería junto a
ella. Era la mujer de su vida. Solo ella era capaz de verlo por entero y
aceptarlo. De impulsarlo a vencer sus miedos. De enseñarle a creer en el
amor y hacerlo anhelar lo que nunca se había permitido desear: una relación
sin pactos.
Se quedó muy quieto, el corazón estallándole en el pecho.
Iris, confundida, le dio un suave azote en el culo, instándolo a moverse.
Él siguió inmóvil, mirándola como si se debatiera entre follarla hasta
clavarla a la cama o... soltar lo que lo estaba devorando por dentro.
—Jay, ¿qué ocurre?
—Nada..., no es el momento —musitó moviéndose de nuevo.
Estaban haciendo el amor, no podía soltar esa bomba. Necesitaba que,
cuando le planteara su deseo, Iris tuviera la mente clara y no nublada por el
placer y la impaciencia de alcanzar el orgasmo. Porque de su respuesta
resultaría el futuro de su relación.
—Claro que lo es. —Lo detuvo poniéndole una mano en el pecho—.
Suéltalo, Jay.
Él apretó los labios, regañándose en silencio por ser tan inoportuno.
—Vamos, Morritos, seguro que no es tan difícil... —lo instó sonriendo.
Y fue esa sonrisa lo que lo decidió. ¡Era Iris, por el amor de Dios! Ella
jamás se enfadaría porque le pidiera algo mientras hacían el amor, y
tampoco pensaría que era una artimaña para llevarla a su terreno. Lo
conocía mejor que nadie —incluso que él mismo— y sabía que él no
funcionaba así. Que si le soltaba la bomba era porque le estaba explotando
en el corazón.
Tomó una gran bocanada de aire y lo soltó a la vez que su demanda:
—Quiero una relación sin pactos.
Ella lo miró sin comprender.
—No quiero que tengamos que llegar a acuerdos para... para hacerlo sin
condón, por poner un ejemplo.
—¿Y qué propones? —inquirió aturdida—. ¿Que volvamos a los
preservativos?
—No, joder. Me explico como el culo —gruñó disgustado—. Quiero que
no sean necesarios los pactos entre nosotros, que... —Sacudió la cabeza
frustrado por su incapacidad para explicarse—. Quiero la exclusividad —
soltó. Y fue como si la presa que contenía sus anhelos hubiera reventado
provocando una avalancha de sentimientos que le inundaron la boca—.
Quiero que seamos solo tú y yo, que no haya nadie más para ninguno de los
dos. Quiero mirar el puto Instagram y que los celos no me revuelvan las
tripas cuando te vea bailar con otros porque sé que solo será eso, un puto
baile. Quiero... —Apretó los dientes como si no quisiera seguir hablando,
pero no pudo contenerse—. No quiero que tengas un puto arsenal de
cepillos de dientes en tu jodido cajón del baño.
Esa exigencia la hizo reaccionar.
—En primer lugar, Jay, lo que quieres no es una relación sin pactos, sino
el pacto más restrictivo de todos: una relación de pareja exclusiva —señaló
con voz grave. Jaime no pudo evitar fruncir el ceño porque tenía razón. Y
tal como lo decía sonaba espantoso—. Y lo segundo, ¿no quieres que tenga
cepillos de dientes? —Lo miró pasmada. Se había vuelto loco—. ¿Cómo
pretendes que nos los lavemos? ¿Con los dedos?
—¡No, joder! —Se arrodilló saliendo de ella—. Quiero que solo tengas
dos. El tuyo y el mío —especificó—, no tres docenas más.
—No tengo tres docenas de cepillos de dientes.
—¡Pues los que tengas! Joder, esto es de locos, estoy sufriendo un puto
ataque de celos por culpa de unos cepillos de dientes —gimió, las orejas
rojas como carne de sandía.
—¿Tienes celos de los cepillos de dientes? —jadeó pasmada—. ¿Por
qué?
—No tengo celos de los cepillos, es solo que no puedo evitar pensar que
compras tantos para dárselos a tus amantes cuando se quedan a dormir,
como hiciste conmigo la primera vez que me quedé...
Ella parpadeó una vez. Dos. Y estalló en carcajadas.
—¿Y no se te ha ocurrido pensar que a lo mejor tengo tantos porque los
compro cuando están de oferta para así ahorrarme unos eurillos? —le
planteó risueña.
Ahora fue el turno de Jay de parpadear una vez. Dos.
—Pues no. No se me ha ocurrido. Joder, soy ridículo. —Se derrumbó en
la cama.
—Qué va. Eres monísimo. Un verdadero encanto. —Se subió sobre él,
empalándose con su polla, y lo besó a la vez que se mecía haciéndole el
amor.
Él la detuvo aferrándola por la cintura.
—No dejes de lado el tema, Iris, necesito saber qué piensas sobre mi
propuesta.
—Que, tal y como la has planteado, no es una propuesta, sino una
exigencia.
—Ya, tienes razón. Pero lo siento, no es negociable. No puedo seguir
teniendo una relación abierta contigo. Me mata.
—Ah, pero ¿teníamos una relación abierta? —dijo dándose golpecitos en
el labio.
Esta vez fue Jaime quien la miró pasmado.
—Nunca hemos hablado de cerrarla —señaló—. Aunque, si te soy
sincero, llevo meses sin follar con nadie que no seas tú. —Se sentó aún
enterrado en ella—. Porque no he querido —añadió, no quería que se
llevara a equívocos.
—Eso significa que oportunidades no te han faltado.
—Exacto. Y no lo digo con chulería ni nada por el estilo, solo constato
un hecho. No he follado con otras desde antes de que nos lo montáramos
por primera vez porque solo quiero hacerlo contigo. Para siempre.
Ella lo miró sorprendida y una sonrisita jovial se dibujó en sus labios.
—A mí tampoco me han faltado oportunidades —replicó ufana. Jaime
sintió que se le retorcían las tripas—. Sin embargo, no lo he hecho con
nadie que no fueras tú desde de que nos lo montamos por primera vez. Y
cuento como tal el trío que hicimos con Sin por videoconferencia —agregó
muy seria—. No hice el amor con ella, solo contigo.
Esa afirmación lo dejó fuera de juego durante dos segundos tras los
cuales estalló en carcajadas.
—¿De qué te ríes? —Lo golpeó en el pecho.
—De lo jodidamente estúpido y cobarde que soy. —La abrazó con
fuerza—. Si le hubiera echado huevos y te hubiera contado antes cómo me
sentía y lo que necesitaba, me habría ahorrado muchas indigestiones. La
última vez que follé con alguien que no eras tú, tú estabas presente —
declaró con voz grave y mirada penetrante.
Iris lo miró confundida antes de darse cuenta del momento, o trío, al que
se refería. Esbozó una sonrisa que no tardó en ampliarse hasta ocuparle toda
la cara.
—Te quiero, mi príncipe azul cielo... —susurró besándolo.
—Te quiero, mi princesa culo inquieto experta en artes marciales...
Y, como ya estaban en la posición adecuada, con él firmemente enterrado
en ella, solo fue cuestión de empezar a moverse. No pararon hasta tocar el
cielo.
Irisadas_03.37
No te lo vas a creer, Morritos, pero ahora que por fin he
encontrado a mi príncipe azul cielo, este va y se larga con
nocturnidad y alevosía dejándome tirada en mi solitaria
cama. ¿Qué hago?
¿Le corto la cabeza?

JayHorse_03.38
Deberías. Es lo mínimo q s merece x ser un capullo. Ahora
subo, reina, he bajado a dar una vuelta, necesitaba un poco
d aire...

—No hace falta, te he visto por la ventana y he pensado que hace una
noche maravillosa para pasarla bajo el cielo estrellado en compañía del
hombre al que amo.
Jaime se giró sorprendido al oírla tras él y tardó cero coma en abrir sus
brazos. Lo mismo que Iris tardó en alojarse en ellos.
—¿No puedes dormir? —le preguntó hocicándole el cuello. Él negó con
un gesto—. ¿Estás pensando en tu padre?
—Joder, cómo me conoces, reina.
—Es un excremento, Jay, olvídate de él. No merece tu tiempo ni tus
pensamientos.
Jaime sonrió al oír el apelativo que le daba.
—No pasa nada por decir que es un mierda, cielo. Es una palabra
decente que le va como anillo al dedo. —Le besó la sien—. Quiero
encontrarlo —confesó en un susurro ronco—. Necesito enfrentarme a él y
decirle que no ha ganado. Que soy feliz y que tengo una familia que me
quiere. Sé que se la va a pelar porque no le importo una mierda, pero
necesito mirarlo a los ojos y decirle: «Vete al infierno, cabrón».
—Cuéntame el plan.
Jaime sonrió. Iris no le decía que era una locura buscarlo ni que no lo iba
a encontrar nunca, tampoco que lo dejara estar. No. Ella le pedía que le
contara su plan, dando por seguro que ya lo tenía pensado y que iba a
encontrarlo.
—Creo que sé cómo localizarlo. O tal vez no, pero sí sé cómo encontrar
un punto de partida desde el que comenzar a buscarlo...
—¿Cómo? —inquirió interesada.
—En el libro que estoy escribiendo...
—¿Ese del que no me pasas los capítulos a pesar de que te he suplicado
por ellos? —le recordó amenazadora.
—Sí, ese que te voy a pasar esta misma noche para así mantener mi
cabeza sobre los hombros —afirmó convenientemente asustado, aunque su
sonrisa lobuna le quitó empaque al asunto—. He estado investigando para
dar verosimilitud a la búsqueda del prota y creo que puedo utilizar lo que he
descubierto para encontrar alguna pista sobre Jethro.
45
JayHorse_9.44
No te lo vas a creer, reina, acabo
d tener la conversación más incómoda de mi vida con mi
madre.

Lunes, 22 de abril
Cirila abrió la puerta de su piso compartido un segundo después de que
sonara el timbre y, sumida en un embarazoso silencio, guio a su hijo a la
cocina. Le sirvió un café, colocó los bollos que él llevaba cada lunes en un
bonito plato y se sentó muy seria. Y con las orejas muy rojas.
—Quiero hablar lo que viste en cantina ayer... —expuso.
Las orejas de Jaime se pusieron rojas también.
—No hace falta, mamá, eres mayor, puedes hacer lo que te dé la gana.
En serio.
—Lo sé, pero quiero explicar. Quiero Mario. Mucho.
—Sí, ya. Me percaté de ello —repuso con la vista fija en su bollo, era...
sugestivo. Redondo. Con chocolate por encima. Y tenía un agujero en el
centro de lo más interesante.
—Jamme, mírame, por favor —le pidió tomándole la mano.
Jaime apartó la vista del interesantísimo dónut y la fijó en su madre,
descubriendo que ya no solo sus orejas estaban rojas, sino toda ella.
—Sé has llevado mala impresión mí y lamento. No sé qué me pasó. Yo
no beso con nadie, nunca —aseveró avergonzada—. Ayer primera vez
desde... —Bajó la cabeza sin querer terminar la frase.
—Pues deberías besar a Mario a menudo, mamá, es bueno para la salud
—replicó Jaime apretándole la mano.
Ni de coña iba a dejar que se avergonzara por besar al tío que quería. Y,
joder, si Mario le devolvía las ganas de intimar —ese era el puto eufemismo
del siglo— con el sexo opuesto que Jethro le había arrebatado, él mismo le
comería los morros.
—Mario es un tipo genial —continuó—, tienes que besarlo mucho y
pasarlo bien con él, es lo que hacen los novios... Y vosotros lo sois, ¿no? —
planteó con toda intención.
Ella lo miró perpleja, su cara tan roja como las orejas de su hijo. Pero
Jaime vio que este sonrojo era distinto del anterior. Era un rubor candoroso
aderezado con una sonrisa un tanto pícara que la hacía parecer la jovencita
ilusionada que nunca había podido ser.
—Creo sí somos. Él dijo moría si no me besaba...
—Y tú no ibas a dejar que se muriera, ¿verdad? —Jaime sonrió de medio
lado y Cirila esbozó una sonrisita traviesa a la vez que asentía—. Mario es
un buen tipo, me cae bien. Sé que te quiere y que va en serio contigo... —
afirmó incómodo. Joder, qué difícil era hablar de ciertos asuntos con las
madres.
La cara de su madre se iluminó como las calles el día de Navidad.
—¿Él dicho eso a ti? —Jaime asintió y Cirila apoyó los codos en la
mesa, la barbilla en las manos, y lo miró soñadora—. ¿Qué más dicho a ti?
—Ah... Pues... No me ha dicho nada especifico, pero se nota que te
quiere.
—¿Cómo notas? —exigió saber con mirada romántica.
—¿Quieres que te diga en qué se lo noto? —preguntó perplejo. Ella
asintió ilusionada.
Así que él le se lo dijo. Y ella le contó cómo la había conquistado y, ya
que se estaban explicando confidencias, Jaime le refirió que había hablado
con Iris y que ahora iban en serio como pareja, que tenían una relación
exclusiva desde el principio sin saberlo y que se habían dicho que se
querían.
Las orejas de ambos estuvieron a punto de incendiarse en varias
ocasiones.
Irisadas_14.50
¿Ya les has contado a Jules
y a Ciri tu plan?

JayHorse_14.51
No. Hemos comido con las gemelas
y no he querido sacarlo delante d ellas.
Jules ha ido a llevarlas al cole, cuando vuelva se lo contaré.

Irisadas_14.52
¿Quieres que falte a clase
y vaya contigo?

JayHorse_14.52
No hace falta, aunq no estés físicamente t siento a mi lado.

Irisadas_14.53
Es que eres taaaaaaaan mono (^3^).

Cirila, sentada en el sofá del salón del piso de Julio junto a Mario,
observó a su hijo. Estaba repantingado en el sillón con las piernas colgando
del reposabrazos mientras escribía ensimismado en el móvil. Era la viva
imagen de la despreocupación, pero la chispa que ardía en sus ojos le
indicaba que no estaba en absoluto tranquilo.
—Ha sido muy callado en comida —le susurró inquieta a Mario, quien
se sentaba a su lado—. En desayuno hablamos mucho —lo miró y se
sonrojó ardientemente—, pero ahora ya no. Ahora Jamme muy silencioso.
—¿Habéis hablado sobre mí? —indagó Mario intrigado por su sonrojo.
—No normal en él ser tan taciturno. —Ciri ignoró su pregunta, su rubor
se intensificó.
—Tiene algo que le da vueltas en la cabeza, ya nos lo contará. —Mario
le apretó la mano. Luego le dijo en alemán, para que Jaime no pudiera
entenderlo en caso de que prestara atención, que no la prestaba—: ¿Jaime te
ha comentado algo sobre lo que vio ayer en la cantina? —Cirila asintió con
un gesto—. ¿Qué? —le reclamó dispuesto a matarlo si la había hecho sentir
incómoda o avergonzada o, Dios no lo quisiera, arrepentida del maravilloso
beso que habían compartido.
—Que me quieres y debo besarte más porque eres un buen hombre y
besar es bueno para la salud —replicó ella de corrido, también en alemán.
Mario parpadeó una vez. Dos. Y miró a Jaime. Y lo hizo con tanta
intensidad que este apartó la vista del móvil y lo miró confundido.
—¿Qué ocurre? —lo interpeló turbado.
—Así que besar es bueno para la salud...
—¡Mario! —exclamó Cirila sonrojándose, aunque no tanto como Jaime.
Mario se echó a reír, abrazó a Cirila y le dio un beso en la sien. En la
mejilla. En...
—¡No me jod... robes, Mario! ¡Me van a estallar los ojos! —gritó Jaime
tapándoselos.
Entonces oyeron el sonido más hermoso del mundo: la risa de Cirila.
Alegre, cantarina, tímida como era ella, pero también firme. Y llena de
amor.
—Sois tontorrones... —dijo roja como un tomate.
—Eso te lo ha enseñado Iris —la acusó Jay.
Cirila asintió y miró primero a su hijo y después al hombre al que
amaba.
—Os quiero muchosísimo —afirmó con voz suave.
—Jay, esfúmate... —le ordenó Mario.
Y Jaime, que de tonto no tenía un pelo, saltó del sillón y fue a dar un
paseo por su cuarto. No regresó hasta que, desde la ventana, vio el coche de
Julio entrar en el garaje, momento en el que, pisando fuerte para alertar a
Mario de su retorno y del de Julio, se dirigió al comedor. Cuando entró, el
sonrojo de su madre —y sus labios hinchados, en los que Jaime intentó no
fijarse— revelaba que había seguido su consejo.
Julio apareció poco después en el salón, miró al trío y enarcó una ceja.
—¿Me he perdido algo?
—Nada interesante, al menos para ti. Ciri y yo nos hemos dedicado a
practicar para mejorar nuestra salud —replicó Mario ufano, y Cirila sonrió
ruborizándose.
Julio enarcó una ceja y miró a su hermano.
—A mí no me mires, Jules, yo me he dedicado a pasear por mi
dormitorio...
—De acuerdo —aceptó, luego miró a su hermano muy serio—.
Cuéntanoslo, Jaime.
—¿El qué? —inquirió confundido.
—Lo que te ha mantenido callado y pensativo toda la comida.
—Ah, sí, eso... —Se pasó las manos por el pelo, abrió las puertas de la
terraza y se plantó frente a ellas sin pensar en lo mucho que revelaba ese
gesto de él y de cómo se sentía a quienes lo conocían.
Y su madre, su hermano y Mario lo conocían bien.
—Suéltalo, hermano —lo instó Jules—. Sea lo que sea, estamos contigo.
—Lo sé. —Esbozó una sonrisa—. Voy a contaros algo y necesito que me
escuchéis sin interrumpirme y sin poner el grito en el cielo. —Miró a Jules
al decir esto último.
—O sea, que no me va a gustar —dedujo este.
—Pero nada de nada —aseveró Jay con gesto serio.
—Me doy por avisado. No te gritaré... Al menos hasta que acabes.
—Con eso me vale. —Inhaló llenándose los pulmones y dijo—:
Necesito hablar con Jethro. Voy a buscarlo.
—¡No! —jadeó Cirila estremeciéndose. Saltó del sofá y fue hacia su
hijo.
Julio se le adelantó. Se colocó frente a su hermano y le ordenó:
—¡Ni de coña! ¡No vas a ir tras ese hijo de puta! ¡Te lo prohíbo!
Una sonrisa curvó los labios de Jay, Dios santo, cómo conocía a su
hermano. Y cuánto lo quería.
—Has tardado en interrumpirme y gritarme un segundo más de lo que
esperaba, Jules —ironizó.
—No te hagas el gracioso, Jaime, porque no tiene gracia. Pero ninguna,
joder.
—Necesito hacerlo, Jules. Tengo que enfrentarme a él y decirle lo que
pienso.
—¿Para qué? —le reclamó Julio—. No le va a importar una mierda.
—Lo sé. Pero a mí sí me importa que lo sepa —aseveró volcando en su
mirada todos sus miedos, su frustración, su necesidad de cerrar una niñez
llena de dolor.
Una mirada que Julio supo leer e interpretar y que lo hizo asentir a pesar
de que darle su beneplácito era lo último que deseaba.
—No, Jamme... Es monstruo, te hará daño —suplicó Cirila tironeándolo
nerviosa de la camiseta al ver que Julio se rendía.
—No podrá, mamá. Mírame... Ya no soy un niño y tampoco soy débil.
No puede hacerme nada, porque no se lo permitiré. No le tengo miedo. —
Eso no era del todo verdad—. No tiene ningún poder sobre mí.
—Sé que no puede hacer daño a ti. Pero tú a él sí y no quiero —gimió.
Su hijo no lo entendía. No sabía lo taimado y peligroso que era su padre.
Las cosas que haría si le daba la oportunidad.
Jaime la miró pasmado, igual que Julio y Mario.
—¿Por qué? —exigió saber con voz de hierro, aunque las manos con que
la abrazaba eran pura seda. Jethro la había maltratado y le había robado a su
hijo, a él, la había amenazado y hecho la vida imposible, ¿por qué quería
protegerlo?
—Si tú haces daño a él, él tendrá excusa para hacer daño a ti —explicó
Cirila fijando en Jaime sus ojos llenos de miedo—. ¿No lo entiendes,
Jamme? Es demonio. Es malo, es astuto y es listo. Sabe cómo convencer, si
le pegas irá a policía y conseguirá te encierren. ¡No permitas, Mario, no lo
dejes ir! —rogó frenética al profesor sin apartarse de los brazos de su hijo.
Al contrario, se hundió más en ellos.
A Jaime se le encogió el corazón al sentirla temblar.
—No lo tocaré, te lo prometo. Ni siquiera me acercaré a él, lo juro. Pero
necesito verlo. Tengo que demostrarme que no me da miedo, que ya no
puede conmigo.
Cirila negó con la cabeza, incapaz de hablar.
—Ciri, amor, tienes que dejar que lo haga —le dijo Mario—. Hay
heridas que solo pueden cerrarse enfrentándose a ellas...
—¡No! Es mi niño, no dejaré sufra. —Miró a su hijo—. Te hará daño,
Jamme.
—No se lo permitiré, Ciri, Jethro no lo tocará, antes le corto las manos
—intervino Julio con voz gélida, sorprendiendo a Jaime—. No me mires
así, hermano, no pensarás que voy a dejar que vayas tú solo a buscarlo. —
Enarcó una ceja amenazante.
Jaime esbozó una sonrisa llena de amor.
—Ni me lo plantearía, Jules.
—Así me gusta, hermanito. —Le palmeó la espalda—. ¿Cómo pretendes
encontrarlo? ¿Quieres que contrate un detective? —Jaime supo que lo decía
totalmente en serio. Y la certeza de que su hermano lo apoyaba hasta ese
extremo le dio alas.
—Por ahora no. Quiero hacerlo solo. No sé explicar por qué, pero
necesito hacerlo por mí mismo, demostrarme que no me intimida buscarlo,
que no es un propósito de recién levantado de la cama que no llevaré a cabo
nunca —expuso.
—Tú verás, hermano, pero no creo que sea fácil hallarlo. Lleva años
desaparecido.
—Porque nunca hemos querido buscarlo.
—Yo sí intenté y no encontré. Policía tampoco —repuso Cirila más
calmada al darse cuenta de que era imposible que lo encontrara. El
monstruo sabía esconderse bien.
—Tú ni siquiera sabías su nombre real, Ciri —replicó Jay—. Yo sé su
nombre y sus apellidos y con eso puedo pedir una nota de índices en el
Registro de la Propiedad. Eso me dirá si tiene algún inmueble y, si es así,
tendré un punto de partida.
—No creo que sea tan sencillo, Jay. Necesitarás una autorización para
solicitar esa nota, y también su DNI, no solo su nombre y apellidos —
intervino Mario.
—Ya lo he investigado, cualquiera puede pedirla si expresa un interés
legítimo, y yo soy su hijo, no hay nada más legítimo que eso.
—Pero no tienes su DNI y habrá muchos Jethros en España —señaló
Julio—. No te van a dar los datos de todos y, aunque así fuera, no puedes ir
a cientos, o tal vez miles, de propiedades a buscarlo...
—No hay tantos, solo veintiuno. Y solo siete de los casi cuarenta y ocho
millones de españoles tienen como segundo apellido Lepadat. Eso acota
muchísimo la lista porque, si juntamos ambos datos, obtenemos que solo
puede haber siete Jethro Santos Lepadat en el país, y eso en el remoto
supuesto de que todas las personas que lleven como segundo apellido
Lepadat sean hombres, se llamen Jethro y su primer apellido sea Santos,
que no creo que sea el caso.
—¿Cómo coño sabes todo eso? —le preguntó Julio pasmado. Y no era el
único.
—Lo he buscado en el Instituto Nacional de Estadística —explicó
sonriente—. Trucos de escritor.
—¿Cuándo pedirás nota? —inquirió Cirila. Ya no había lágrimas en sus
ojos, aunque la preocupación perduraba.
—Mañana.

Martes, 23 de abril
JayHorse_9.22
Ya lo tengo, reina. Tiene una casa en un concejo d Asturias.
He pedido x internet la nota simple para saber exactamente
dónde, me responderán en 24 horas. Voy a ir a por él, joder.

Irisadas_9.23
No sin mí. Pediré días libres.

Julio miró a su hermano mientras se escribía con Iris. Era lo segundo que
había hecho al salir del Registro. Lo primero había sido pedir por internet la
nota simple. Y, sí, Jaime había acertado. No había muchos Jethro Santos
Lepadat en España. Solo uno.
—Que tenga una propiedad en Asturias no significa que viva allí —
señaló cuando Jay guardó el móvil—. No te hagas muchas ilusiones,
hermano, Jethro era un culo de mal asiento, no solía durar mucho en las
casas...
—Lo sé, nos pasábamos la vida huyendo porque siempre había alguien
que quería molerlo a palos por no pagar o por estafarlo o por follarse a su
mujer.
—¿Dónde es casa? —quiso saber Cirila, quien los había acompañado. Y
con ella, por supuesto, iba su sombra: Mario.
—Hasta mañana que me llegue la nota simple no lo sabré exactamente,
pero según esto, el municipio al que pertenece es Somiedo, Asturias.
Jay buscó la ubicación en Google y se la enseñó a Julio, o lo intentó,
porque antes de que este pudiera verla, Cirila le arrebató el móvil.
—Es valle entre montañas —dijo con voz gélida ampliando el mapa.
—Sí, eso parece... ¿Qué pasa, mamá? —inquirió al ver su gesto.
—Es única mentira él no dijo —afirmó furiosa. La única verdad que
Jethro le había dicho le daba a su hijo la información necesaria para que
fuera a por él. Era tan injusto.
—¿Te dijo que tenía una casa en Asturias?
—No. En valle entre montañas. Dijo era suya y viviríamos allí cuando
casados, pero antes debíamos ahorrar para arreglar, porque era en ruinas.
¿Cuándo vas?
—Voy a hablar con Elías para que me dé mañana y pasado libres e Iris
va a hacer lo mismo con su empresa. Nos iremos en cuanto tengamos la
dirección exacta.
—Voy con vosotros —afirmó Julio arrancándole una sonrisa.
—Yo también —declaró Cirila rotunda.
—No es necesario, mamá... —rechazó Jaime preocupado. Su madre era
una mujer tranquila y frágil, no quería que sufriera viendo a quien tanto
daño le había hecho.
—Sí necesario. Mi hijo no enfrenta solo a monstruo. Tiene madre que
cuida y protege. No me dejarás atrás, yo ordeno —exigió feroz.
Jaime comprendió que Cirila era una mujer tranquila, sí, pero no era
frágil ni cobarde, y mucho menos pasiva. Era toda una guerrera. Y era suya.
Su madre.
—No se me ocurriría, mamá. —Se abrazó a ella y, aunque era al menos
veinte centímetros más alto y muchos kilos más pesado, se sintió arropado y
protegido entre los firmes brazos de su madre. Si Cirila estaba con él, nadie
podría hacerle daño.
—Pues decidido, mañana nos vamos de viaje. ¿Llevamos tu coche o
prefieres que vayamos con el mío, Julio? —planteó Mario.
—¿Vas a venir? —Jaime lo miró aturdido, aunque no debería, sabía de
sobra que el profesor no se separaría de su madre.
No obstante, su respuesta los dejó, a él y a todos, pasmados.
—Tengo una cuenta pendiente con Jethro que me gustaría zanjar.
—¿Conoces a mi padre? —indagó Jaime confuso.
—No, pero hizo daño a la mujer que amo y a un amigo al que aprecio —
fijó sus ojos en Jaime, indicándole a quién se refería—, eso es suficiente
para darle una paliza.
—¡Mario, no! —le ordenó Cirila preocupada—. Si pegas, él denunciará
y...
—Tranquila, amor, solo es una manera de hablar, no voy a golpearlo —
mintió Mario.
—Exactamente —ratificó Julio su mentira.
46

Miércoles, 24 de abril
—Es un lugar precioso —comentó Iris mirando por la ventanilla bajada el
paisaje que los rodeaba. Decir que era verde se quedaba corto. Miraran
donde mirasen, solo veían campos esmeraldas salpicados por rocas
graníticas.
—Demasiado bonito para él —musitó Jaime, la vista fija en el parabrisas
delantero.
Estaba sentado en el asiento trasero entre Iris y Cirila, quienes lo
arropaban con su presencia. Su hermano y Mario ocupaban los asientos
delanteros.
—¿Seguro que es aquí, Jaime? —le reclamó Julio con incredulidad
deteniendo el coche frente a un camino que solo era tal porque había marcas
de neumáticos en él.
—Eso pone en la nota simple. —Jaime leyó de nuevo la dirección
confirmando que era la que Mario había metido en el navegador.
—Nota no dice casa esté en pie, solo dice es terreno de él. Tal vez casa
ya no existe —señaló Cirila esperanzada.
—Ya que estamos aquí, llegaremos hasta el final —declaró Mario.
—Cómo se nota que no es tu coche —gruñó Julio internándose en el
accidentado camino en el que, a lo lejos, se veía una construcción de piedra.
Los siguientes dos kilómetros fueron una sucesión interminable de
baches embarrados en los que más de una vez estuvieron a punto de
quedarse atrapados.
—Está en ruinas, no creo que viva aquí. Nadie podría —musitó Jaime,
sintiéndose cobardemente aliviado cuando estuvieron lo suficientemente
cerca de la casa para ver el estado ruinoso en el que se encontraba.
Pequeña, de muros de piedra, planta rectangular y dos alturas, con techo
a dos aguas de pizarra en el que muchas tejas brillaban por su ausencia. La
mayoría de los cristales de las ventanas estaban rotos y a los escalones que
llevaban a la puerta principal, ubicada en el piso superior, les faltaban
trozos; de hecho, un par de ellos ni siquiera estaban. La entrada de la planta
baja consistía en un agujero en uno de los muros que estaba tapado por un
palé que no lo cubría por completo.
—Está habitada —afirmó Iris sorprendiéndolos a todos.
—Estás de coña, ¿verdad? —resopló Jay.
—Hay ropa tendida. —Señaló unas cuerdas de las que colgaban harapos,
no se le podía llamar ropa a eso—. También hay gallinas en el gallinero. —
Señaló un chamizo vallado con oxidados somieres metálicos.
—Joder... —resolló Jaime, el corazón rugiéndole en el pecho—. Para,
Jules... Para.
Julio paró en seco y Jaime saltó por encima Iris saliendo a trompicones
del coche, pues, a pesar de que las ventanillas estaban bajadas, le faltaba el
aire. No comenzó a entrar en sus pulmones hasta que Iris y Cirila le
tomaron las manos, anclándolo de nuevo al mundo.
—Jamme... No necesario veas él, volvemos Madrid, por favor —le rogó
Cirila.
—No tienes por qué seguir, hermano —concordó Julio apeándose—.
Deja que yo me ocupe.
—Que nosotros nos ocupemos —lo corrigió Mario saliendo tras él.
Jaime no respondió a su oferta, toda su atención estaba puesta en Iris.
—Córtale la cabeza —propuso esta con mirada salvaje.
—Joder, sí —rugió Jay dando media vuelta para dirigirse decidido a la
casa.
No se detuvo hasta que subió la escalera y se plantó en el rellano.
—No me atrevo a llamar, podría tirarla abajo —murmuró al ver que la
puerta apenas se sostenía en sus goznes.
Saltó sobresaltado cuando esta se abrió de repente y apareció ante él una
mujer escuálida de edad indeterminada, rasgos afilados y pelo grasiento
blandiendo un cuchillo.
—¿Qué coño quieres? —lo increpó, y la vaharada de alcohol que exhaló
podría haber estallado con solo encender una cerilla cerca.
—Tranquila... —Jay metió tripa para evitar que la punta del arma le
tocara el estómago.
—Baje el cuchillo, señora —le pidió Julio subiendo el escalón que lo
separaba de Jaime mientras Mario ponía tras de sí a Cirila e Iris.
Ninguna se plegó a sus deseos, pues salieron del refugio que suponía su
espalda para enfrentarse a la mujer. O intentarlo, porque, por supuesto, no
las dejó.
—En las tripas del chaval lo voy a bajar como no os larguéis —gruñó
enseñándoles unos dientes sucios y mellados.
—No queremos molestar, señora —intervino Iris escapando de Mario.
Subió al rellano y Jaime se apresuró a colocarla a su espalda. Esa loca era
capaz de hacerle una llave de las suyas a la borracha del cuchillo.
—Estoy buscando a Jethro Santos Lepadat —dijo Jay con voz firme.
Un destello en los ojos de la mujer le indicó que sabía de quién le
hablaba.
—No vive aquí, largo. —Sacudió el cuchillo en zigzag.
Jaime no reculó.
—Es nuestro padre —señaló a Julio y a sí mismo— y necesitamos
encontrarlo.
—Iros a tomar por el culo —les espetó desdeñosa.
—Se ha muerto un familiar y para reclamar la herencia necesitan la
firma de los herederos. Jethro es el que falta —añadió Iris con gesto
inocente y sonrisa sincera.
Dice mucho del aplomo de los hermanos que ninguno pareciera
sorprendido por su declaración, aunque no cabía duda de que sí lo estaban.
La mujer entrecerró los ojos reticente a creerlos, pero a la vez incapaz de
dejar pasar la posibilidad de sacar tajada.
—Jethro no tiene hijos —escupió.
—Sí los tiene.
—¡Nombres!
—Julio y Jaime Santos —informó Julio.
Los ojos de la mujer se estrecharon aún más. Los recorrió evaluativa
antes de detenerse en las orejas de ambos.
—Solo os parecéis a él en las orejas de soplillo —dijo despectiva—. A
ver esas manos. —Sacudió el cuchillo y todos se las enseñaron—. Dad la
vuelta a los bolsillos —exigió. Todos la miraron confundidos—. Putos
gilipollas de los cojones, no me hagáis perder el tiempo, dad la puta vuelta a
los bolsillos, quiero ver que no lleváis nada.
Lo hicieron. La mujer asintió con un cabeceo y bajó el cuchillo, lo cual
fue un alivio, porque sus aspavientos convertían este en una amenaza real.
Dio media vuelta entrando en la casa y dejó la puerta abierta, lo que Jaime y
Julio interpretaron como una invitación a seguirla. Iris no tardó en imitarlos.
Paralizada en el umbral, Cirila exhaló un trémulo gemido. Las rodillas
—y toda ella— comenzaron a temblarle. Mario la abrazó.
—¿Quieres que los esperemos en el coche? —susurró—. No es
necesario que entres.
—No. —Irguió la espalda y alzó la barbilla—. Si Jamme no miedo, yo
tampoco.
—Esa es mi chica... —La apretó contra sí y le dio un beso en la sien.
Cruzaron el umbral adentrándose en un espacio húmedo y oscuro que
olía a rancio y en el que se amontonaba la basura. Alcanzaron a los demás
cuando la mujer les decía:
—No sabía que tenía sobrinos, mi hermano no me lo dijo.
—¿Eres mi tía? —jadeó Jay tropezando. O tal vez fueron sus rodillas,
que fallaron.
La mano de Iris rodeó la suya y la de Cirila se posó en su hombro,
devolviéndole la estabilidad, la fuerza. Eso fue lo que impidió que el
corazón le explotara en el pecho. Porque si esa mujer que los guiaba por la
casa hacia un destino incierto era su tía, era más que probable que dicho
destino fuera la habitación de su padre.
—No te emociones, gilipollas —sopló desdeñosa—. Paso de la familia,
bastante tengo con cuidar al retrasado de tu padre, deberíais pagarme por
haberlo mantenido con vida estos años. —Se giró calculadora hacia el
hermano mayor, se notaba en su aspecto, y en su coche, que tenía dinero.
—Haber dejado que la palmara —le espetó Jay, y había tal franqueza en
su voz que dio al traste con la ilusión de la mujer de sacarles dinero.
—A veces soltaba vuestros nombres cuando se emborrachaba —recordó
—, pero pensé que erais prestamistas a los que debía dinero porque os
llamaba como acojonado, que se joda el puto cabrón. —Se detuvo frente a
una puerta y los miró uno por uno.
Fijó sus diminutos y crueles ojos en Jaime. Él era el eslabón más débil.
Este sintió que se quedaba sin el poco aire que aún entraba en sus
pulmones. Jethro estaba tras esa puerta. El niño que habitaba en él se hizo
una bola contra las paredes de sus recuerdos y contuvo las lágrimas
aterrorizado. El hombre que era se permitió tener miedo y ser un cobarde.
Porque era el miedo lo que engendraba el valor, ahora lo sabía.
—No hay ninguna herencia, ¿verdad, niño? —le preguntó la mujer.
—No —ratificó Julio al ver que su hermano no contestaba.
—Pues largo de mi puta casa. —Los echó, la vista fija en Jaime, quien
permanecía inmóvil.
Porque, si se movía, temía derrumbarse, empezar a temblar y no parar
nunca.
—No hay herencia, pero tendrá su recompensa si nos permite hablar con
él —dijo Julio asqueado. Esa mujer era Jethro con tetas. Era cruel, egoísta e
inicua.
—Dámela. —Le tendió una mano de uñas rotas y llenas de mugre.
—Cuando hablemos con él —replicó Julio endureciendo la mandíbula.
La mujer supo que el calvo no iba a ceder, de igual manera que supo que
no faltaría a su palabra. Esbozó una sonrisa que era todo crueldad.
—Suerte con eso —dijo maliciosa—. Hace tiempo le dio un ataque de
no sé qué cojones que lo dejó tonto. Ya no habla ni anda ni hace nada, solo
gruñir y mearse encima, el puto guarro de los cojones. —De repente se le
ocurrió algo que la indignó—. ¿Os lo vais a llevar? —Les enseñó sus sucios
dientes en un gruñido. Si lo hacían, también se llevarían la pensión de
mierda que Jethro recibía, y ella vivía de eso—. Es mío. Llevo toda la vida
cuidándolo, no vais a quitármelo. —Los intoxicó con el alcohol que
contenía su aliento.
Julio dudó, y mucho, que llevara toda la vida cuidándolo; es más, ni
siquiera creyó que lo cuidara, no obstante dijo:
—Todo suyo. Nos abandonó de niños, no veo el motivo por el que no
debamos devolverle la atención.
La mujer sonrió al ver que sus ingresos no peligraban.
—Qué fino hablas, calvito. —Agarró el pomo pero no lo giró, sino que
los miró amenazadora y dijo—: Esta puta casa es mía. Me la regaló hace
años, tengo los papeles por ahí —mintió—. No me la podéis quitar, os
denunciaré.
—Tranquila, no la queremos, es toda suya.
—Eso por descontado. —Abrió al fin—. Jethro, tus hijos han venido a
ver el despojo que eres, no los decepciones —se burló antes de hacerse a un
lado y ceder el paso a Jaime.
Este avanzó hasta pasar el umbral y se quedó paralizado. Frente a él se
abría el abismo tenebroso de sus pesadillas infantiles. Un abismo en el que
Jethro lo aguardaba.
—Jamme, no tiene poder sobre ti, hijo —le susurró su madre las palabras
que él le había dicho el día anterior—. Eres querido por mí, por tu familia,
por tus amigos, por Iris... Eres bueno, eres íntegro, eres leal. Él no es nadie,
no tiene a nadie. No es nada.
Jaime se giró y vio que estaba tan aterrorizada como él y que, a pesar de
eso, mantenía la espalda recta y la cabeza alta y lo animaba. La quiso más
que nunca.
—Voy a cortarle la cabeza. —Miró a sus acompañantes—. Quiero entrar
solo.
Cirila asintió dando un paso atrás. Julio imitó su gesto.
—A por él, Morritos —lo animó Iris con una sonrisa radiante que lo dotó
del valor que necesitaba para dar el paso que lo adentró en la habitación.
Se detuvo esperando a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra que
era la dueña del espacio. Hacía frío, una brisa húmeda se colaba por los
cristales rotos de la única ventana que no estaba tapada con tablas. Y, a
pesar del aire que pululaba inclemente por la sala, el lugar apestaba a
orines, excrementos y sudor añejo. A enfermedad. Un gruñido gutural
proveniente de un rincón lo sobresaltó. Miró hacia allí.
Y sus ojos grises se encontraron con los enrojecidos y crueles de su
padre.
Se quedó paralizado al ver al hombre que lo aterrorizaba de niño. Era
casi imposible reconocerlo. No se parecía al tipo robusto y feroz que había
sido. Estaba arrugado sobre sí mismo en un sillón destripado, al que unas
cuerdas que le rodeaban el pecho lo ataban para que no se cayera. Tenía la
espalda encorvada, la cabeza caída y las piernas retorcidas; por lo visto su
hermana, esa que afirmaba cuidarlo, no había visto necesario acomodarlo
mejor, tampoco taparlo con una manta. Sus ojos se hundían en su rostro
demacrado, tenía los labios cuarteados y la cara cubierta de arañas
vasculares. Parecía un cadáver con la piel colgando de los huesos. Estaba
tan sucio que acercarse a él era un suplicio para el olfato.
A Jaime no le importó. Caminó hasta él y se acuclilló para que sus ojos
quedaran a la misma altura.
Estos lo miraron con curiosidad y un gruñido abandonó sus labios
agrietados.
—Estás hecho una mierda, papá —murmuró Jaime.
En los ojos de Jethro brilló el reconocimiento. Exhaló un nuevo gruñido,
y este tenía el olor del miedo.
—No voy a hacerte nada —lo tranquilizó—, de eso ya te has ocupado tú
solito. Joder, vives en unas condiciones deplorables. Está claro que la vida
te ha devuelto toda tu maldad multiplicada por mil. Cirila dirá que Dios es
justo, ojo por ojo y diente por diente y todas esas frases bíblicas que tanto le
gustan.
Jethro sacudió la cabeza, el único movimiento que parecía capaz de
hacer, y gruñó con una fuerza nacida del odio cuando oyó el nombre de la
mujer.
—Sí, me ha encontrado —resolvió Jaime esbozando una sonrisa—. Y,
oh, sorpresa, resulta que me quiere. Y yo a ella la adoro. La quiero tanto
que incluso lloro delante de ella y me quedo tan a gusto. —Los gruñidos de
su padre crecieron en intensidad y el odio que brillaba en sus ojos se tornó
abrasador—. Y a ella le parece estupendo, porque me quiere muchísimo,
pero eso ya te lo he dicho, ¿verdad? —Se puso en pie—. Lamento que te
encuentres en esta situación, Jethro. Nadie debería vivir así, pero tú mismo
te lo has buscado, es más, has hecho méritos para acabar así.
Dio media vuelta y fue a la puerta, se volvió antes de cruzarla.
—Que te den, papá —se despidió para siempre y salió.
Se dio de bruces con su madre y con Iris. Les sonrió.
—Jamme... —musitó Cirila acariciándole la cara con timidez.
Él ladeó la cabeza para besarle la palma de la mano.
—Estoy bien, mamá —susurró limpiándole la lágrima que resbalaba por
su pómulo. Luego se giró hacia a Iris.
—¿Has vencido al dragón? —inquirió esta dedicándole la más bonita de
sus sonrisas. Jaime asintió y ella se puso de puntillas para darle un rápido
beso en los labios—. Bravo, mi valiente príncipe azul cielo.
La sonrisa de Jaime se amplió y abrió los brazos para recibir en ellos a
su chica y a su madre. Las dos mujeres de su vida.
—¿Nos vamos? —propuso alejándolas de la entrada al purgatorio que
habitaba Jethro.
Cirila asintió. No quería ver al hombre que había intentado destrozarle la
vida. No podía arriesgarse a sentir pena por él, por su actual condición.
Prefería seguir odiándolo, aunque eso contraviniera el mandamiento de
amarse los unos a los otros como Dios los amaba. «Por favor,
compréndeme, mi Dios querido. No puedo apiadarme de él. No soy tan
caritativa. Y no me arrepiento ni lo lamento. Solo me duele decepcionarte.
Perdóname, pero no puedo ser clemente. No con él.»
El Dios del Antiguo Testamento respondió recordándole Deuteronomio
32, 35: «Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo el pie de ellos
resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se apresura lo que les
está preparado».
Tomó la mano de su hijo y se dirigieron a la salida. Mario las acompañó.
—¿No vienes, Jules? —le preguntó Jaime al ver que se quedaba.
—Dentro de un rato. Id al coche, no tardo —los emplazó entrando en la
sala.
Se dirigió al rincón junto a la ventana en el que lo esperaba la hermana
de Jethro —seguramente para esquivar la fetidez que atufaba la estancia—
y sacó la cartera. Le dio todos los billetes que contenía.
La mujer apenas pudo disimular su sorpresa al ver la cantidad que
conformaban. Al calvito o le sobraba la pasta o estaba como una puta cabra.
Agarró el dinero pronta, no fuera a ser que se arrepintiera de su
generosidad, y se lo guardó en el sujetador.
—¿Son para que cuide de mi hermano? —planteó ambiciosa. Tal vez
pudiera sacarle algo cada mes para alimentar a Jethro.
Julio sonrió desdeñoso ante el descarado cinismo de esa mujer, solo
necesitaba mirar al otro extremo de la sala para confirmar que, por
descontado, no cuidaba de Jethro.
—No. Este dinero es suyo, se lo ha ganado cuidando a Jethro —dijo con
una ironía que ella no captó—. Puede compartirlo con su hermano o
gastarlo en lo que le dé la santa gana, me es indiferente. Ahora, si me
permite despedirme de mi padre a solas...
La mujer asintió disgustada al comprender que no iba a poder sacarle
más dinero.
—Todo tuyo... —gruñó desdeñosa saliendo de la sala.
Julio esperó a que desapareciera entre las sombras del pasillo para
dirigirse al rincón lúgubre y maloliente que habitaba su padre.
—Hola, papá, es un placer volver a verte —ironizó e, igual que había
hecho su hermano, se acuclilló para que sus ojos quedaran a su altura. Los
de Jethro se entornaron desdeñosos—. Le he dado a tu hermana varios
billetes. Una pequeña fortuna en realidad. No suelo llevar tanto dinero en el
bolsillo, pero justo antes de salir de casa he pensado que tal vez necesitaría
efectivo. Nunca se sabe qué puede necesitar un padre. —Sonrió con
animadversión—. Ha sido un acierto porque le ha hecho mucha ilusión mi
regalo, se nota que no vais sobrados de dinero. ¿Crees que lo compartirá
contigo? —le preguntó melifluo—. O, por el contrario, ¿supones que se lo
gastará en fiestas? Yo no sabría qué decirte, apenas la conozco, pero me da
la impresión de que es como tú. Mala, cruel y egoísta.
Jethro lo miró desdeñoso y un gruñido semejante a una risa abandonó su
garganta.
—¿Sabes lo que creo, papá? —pronunció asqueado el título que ese
hombre jamás se había ganado ni merecido—. Que la vida nos devuelve lo
que hacemos. Y tú le has hecho mucho mal a Jaime. ¿Cuántas veces lo
dejaste solo en casa, encerrado a oscuras, muerto de miedo y de frío?
¿Cuántas le prohibiste llorar o tener miedo o preguntar por su madre?
¿Cuántas le dijiste que Cirila no lo quería, que lo había abandonado?
Esperó que la sospecha de lo que iba a pasar calara en la mente nublada
de su padre, algo que no tardó en ocurrir, pues los ojos de Jethro, hasta ese
momento dos rendijas que exudaban desdén, se abrieron asustados.
—¿Cuánto crees que tardará tu hermana en gastarse el dinero que le he
dado, y te aseguro que no ha sido poco, y regresar a esta pocilga que llamáis
casa? Una persona puede pasar un mes sin comer y no morir de hambre,
pero no sin beber. Ahí cambia la cosa. Por lo que sé, solo hacen falta cinco
días sin agua para palmarla. Aunque un cuerpo tan maltratado como el tuyo
tal vez aguante menos. ¿Crees que tu hermana se acordará de ti antes de que
hayan transcurrido esos cinco días? Yo que tú rezaría para que así fuera —
dijo irguiéndose—. Hasta nunca, papá.
Jethro abrió los ojos hasta que casi se le salieron de las órbitas y exhaló
un gruñido aterrado seguido de una sucesión de gemidos agónicos.
Julio enfiló a la puerta. Y allí se encontró con Mario apoyado en la
jamba.
—¿Ocurre algo?
—En absoluto, he dejado a las chicas y a Jaime en el coche y he
regresado a esperar mi turno para darle una paliza, pero creo que me gusta
más tu plan. —Dio media vuelta sin mirar una segunda vez al despojo
humano que gemía en la ruinosa y helada sala.
—¿Qué tal está Jaime? —le preguntó Julio siguiéndolo. Él tampoco miró
atrás.
—Bien, yo diría que un poco agobiado. Tiene a mamá gallina
revoloteando a su alrededor sin dejarlo hacer nada. Ni siquiera Iris consigue
distraerla.
Al salir vieron a la hermana de Jethro en una camioneta destrozada que
le llevó varios intentos en poner en marcha. Aceleró y, al pasar junto a ellos,
se despidió con un:
—Nos vemos, sobrino.
—Lo dudo —replicó Julio.
No le había facilitado modo alguno de ponerse en contacto con ellos y
dudaba que, en caso de ocurrirle algo a Jethro, se molestara en buscarlos y
arriesgarse a perder la casa, que pasaría a ser propiedad de ellos.
Continuaron hacia el coche, junto al que Jaime y las mujeres los
esperaban. Mario tenía razón, mamá gallina revoloteaba nerviosa a su
alrededor sin dejar de acariciarle la cara, los brazos o cualquier otra parte
del cuerpo. Algo que Jaime aguantaba estoicamente con una sonrisa en los
labios aferrado a la mano de Iris. O tal vez era Iris la que se aferraba a su
mano, pensó Julio al ver que la muchacha no estaba tan tranquila como
quería aparentar. Sonrió. Por lo visto, Jaime tenía una mamá gallina y una
novia gallina.
—¿Adónde va con tanta prisa? —inquirió Jay observando la camioneta
volar sobre el accidentado camino.
—No tengo ni idea —contestó Julio. No mentía. Desconocía adónde iba,
aunque sí intuía lo que iba a hacer: darse un homenaje de varios días de
duración—. ¿Nos vamos?
—Sí. Aquí no pintamos nada —señaló Jaime.
—¿Quieres conducir? —le propuso Julio tendiéndole las llaves.
—Joder, sí. —Le arrancó las llaves de la mano y subió al coche—.
Vienes de acompañante, ¿verdad? —No era una pregunta, sino una súplica.
Julio sonrió asintiendo. Sí. Definitivamente su hermano estaba un poco
agobiado con tantos mimos y abrazos. Ocupó dicho asiento y volvieron a la
carretera. A casa.
—Vaya familia de mierda que tenemos —masculló Jaime ya en la
autovía. Había guardado silencio hasta ese momento—. De niño soñaba con
tener tíos, primos y todo eso..., menos mal que no conocí a mi tía o me
habría arruinado la fantasía —resopló burlón, pero en su voz se notaba el
pesar.
—No tienes familia de mierda, solo tía de mierda —rebatió Cirila,
sorprendiéndolos a todos con su lenguaje—. Tienes familia maravillosa en
Eslovenia. Familia que quiere verte y abrazarte y hablarte. Tíos y primos
que quieren a ti —afirmó rotunda.
—Ya, lástima que Eslovenia me pille tan retirado de Madrid —apuntó
Jay.
—Iris viaja todos fines semana a sitios lejos —replicó Cirila terminante.
Jaime no encontró palabras con las que objetar, por lo que continuaron el
trayecto en silencio, la afirmación de Cirila se expandió en el coche cual
globo que se hinchaba más y más a cada segundo que pasaba, hasta llenar
cada rincón con su presencia.
—Podríamos ir un fin de semana —soltó Jaime en un estallido que lo
dejó sin aire—. ¿Cuánto puede durar el vuelo?
—Unas seis horas —apuntó Iris.
—Podríamos salir temprano un viernes y regresar el domingo —dijo, las
manos temblándole en el volante. Joder, ¿de verdad se estaba planteando
conocer a su familia?
47

Miércoles, 1 de mayo
JayHorse_7.22
No sé si esto ha sido buena idea,
reina, es muy pronto.

Irisadas_7.23
Son las siete de la mañana,
por supuesto que es pronto.

JayHorse_7.22
Sabes q no me refiero a la hora. Tendría q haber esperado un
poco más. Tampoco me corre tanta prisa...

Irisadas_7.23
¿Por «un poco más» te refieres
a unas semanas más o a unos siglos más? La diferencia es
importante.

JayHorse_7.23
Ja. Ja. Ja. Q graciosa eres. En serio, reina, esto es muy
precipitado, tendría q haber esperado hasta el verano, x
ejemplo.

—Y en verano habrías dicho que mejor esperar al invierno, y en invierno, al


otoño, y así eternamente —se burló Iris en voz baja para no despertar a los
pasajeros que dormitaban en el avión—. Llevas esperando toda tu vida,
Morritos, este viaje no es precipitado, es en el momento preciso —sonrió
condescendiente.
Jaime estaba más nervioso que un novato a punto de saltar en paracaídas.
Llevaba así desde que había decidido visitar a su familia eslovena
aprovechando que el 1 y el 2 de mayo eran fiesta en España y en la
Comunidad de Madrid respectivamente, por lo que los madrileños salían en
masa a la playa, dejando Madrid, y por ende las hípicas vacías. Así que
había cambiado días en el trabajo e iban a quedarse hasta el domingo en
Eslovenia. De ahí que estuvieran a bordo de un avión.
Cirila y Mario los acompañaban, Ciri por motivos obvios y Mario para,
según les dijo guasón, conocer a su futura familia política. Y, aunque lo
había dicho de coña, Jaime no sabía bien cómo tomárselo, porque el
profesor iba muy pero que muy en serio con Cirila, y que soltara eso lo
acojonaba que te cagas. Era como si se estuviera planteando casarse con
ella en breve y eso era demencial. ¡No llevaban saliendo ni dos semanas!
Que él supiera, claro, porque podían llevar saliendo de incógnito más
tiempo. Lo pensó un instante. Nah, era imposible que Cirila tuviera una
relación clandestina porque eso supondría tener encuentros clandestinos y
su madre era la persona menos clandestina del mundo mundial.
—Chis, calla, no digas nada —le susurró Jaime nervioso a Iris—. No
quiero que Ciri me oiga y piense que no quiero conocer a su familia.
—A tu familia —lo corrigió ella—. Y no te preocupes por eso, está
entretenida, yo creo que ni se acuerda de que viajamos en el mismo avión
—dijo traviesa.
Jaime se inclinó para esquivar a Iris, que ocupaba el asiento del pasillo, y
estudió a su madre. Sí que estaba muy entretenida. Los dos lo estaban.
Mario y ella.
Estaban girados el uno hacia el otro y tenían las cabezas pegadas
mientras hablaban en susurros sin apartar la mirada el uno del otro. Las
manos, tan entrelazadas como sus miradas, reposaban en el regazo de Ciri,
quien exhaló una tímida sonrisa.
Y en ese momento Mario le robó un beso.
Jay dejó de mirar de inmediato y pegó la espalda al asiento.
—Joder, que estamos en un puto avión —masculló con las orejas rojas.
—¿Y?
—Pues que es un lugar público. No deberían besarse.
—Oh.
—¿Oh, qué?
—Oh, nada. —Iris se levantó para coger su bolso del compartimento de
equipajes. Sacó un paquete de kleenex y se lo tendió.
—¿Para qué me lo das? No estoy resfriado —lo rechazó Jay confundido.
—Cógelo por si acaso, no te cuesta nada tenerlo a mano —lo instó,
luego tomó la chaqueta y volvió a sentarse.
—¿Tienes frío? —indagó extrañado, la temperatura del avión era
perfecta.
—No.
—¿Y para qué la quieres?
—Es para ti.
Jaime arqueó una ceja intrigado. E Iris, como quien no quiere la cosa, le
colocó la chaqueta sobre el regazo, haciéndolo fruncir el ceño.
—No tengo frío. —La miró como si se hubiera vuelto loca.
—Lo sé. —Sonrió. Era esta una sonrisa peligrosa. Y traviesa. Una
combinación letal que le puso a Jaime los pelos de punta.
Luego se le puso de punta otra cosa cuando ella deslizó la mano bajo la
prenda, le abrió la bragueta del pantalón y hundió la mano bajo este.
—Joder, reina... —gimió con la respiración agitada cuando le envolvió la
poderosa erección y comenzó a masturbarlo despacio.
Dejó caer la cabeza hacia atrás cuando adoptó un ritmo especialmente
placentero, amasándole el capullo con la palma para luego bajar despacio
por el tronco y apretarle la base con dedos firmes. Separó los muslos
dándole acceso a sus pelotas e Iris aceptó encantada la invitación. Las
acunó y jugó con ellas para luego volver a subir. Extendió con el pulgar las
gotas preseminales que escapaban de la uretra y se quedó ahí, torturándolo
con exquisita lentitud. Jay apenas pudo contenerse para no sacudir las
caderas exigiéndole que se dejara de gilipolleces y volviera a masturbarlo.
—¿Lo crees prudente? —le preguntó de pronto Iris.
—¿El qué? —gruñó Jaime a punto de estallar.
—Correrte en un avión... Es un sitio público —susurró maliciosa. Sacó
la mano.
Jay se la atrapó y la volvió a meter bajo la chaqueta.
—No es tan público, no exageres... —rezongó masturbándose con su
mano.
Iris estalló en una estruendosa carcajada que hizo que medio avión los
mirara. Incluidos Mario y Cirila.
—¿Estás bien, Jamme? Pareces acalorado —señaló Cirila preocupada.
—Cojonu... estupendo, mamá. Vuelve a lo tuyo... —contestó con la voz
ronca y las orejas como tomates.
Mario enarcó una ceja que manifestaba toda su incredulidad, aunque
Jaime en realidad no mentía. Estaba en la más absoluta gloria.
—¿Seguro? No...
—Está bien, Ciri, seguramente Iris le haya dado un beso y por eso está
sonrojado —dijo Mario con sorna—. Déjalos tranquilos, amor... —Le robó
un nuevo beso.
Algo que Jaime no llegó a ver, pues fue incapaz de mantener los ojos
abiertos cuando Iris volvió a cerrar la mano sobre su polla. Poco después
sacó un pañuelo del paquete que no sabía que necesitaría y deslizó la mano
bajo la chaqueta justo a tiempo para evitar que su eyaculación le manchara
el pantalón.
—¿Ya estás más tranquilo? —le preguntó Iris burlona.
—Si te digo que no, ¿me dejarás comértelo en el baño?
—Ni loca. ¿Tú sabes lo pequeños que son los aseos de los aviones? No
quiero acabar con moratones por todo el cuerpo, gracias.
Jaime no pudo rebatir su afirmación porque tenía razón.
—Tú verás, reina, dudo que tía Bri nos deje dormir juntos en su casa —
apuntó.
Razón no le faltaba. Por lo que sabía, tía Brigita era una mujer de severa
moral y rígidas creencias que no permitía ciertos comportamientos en su
casa, no sin que se hubiera celebrado antes un matrimonio en todo caso. Y
ellos, es decir, Iris, Mario, Ciri y él, se iban a alojar en su casa. Porque no
había habido manera de que tía Bri no se tomara su propuesta de hospedarse
en un hotel como una ofensa personal. Aunque tampoco era que hubiera
hoteles cerca del pueblo en el que había crecido Cirila. Un pueblo que, por
lo que sabía, apenas llegaba a la categoría de aldea de lo pequeño que era y
en el que se iban a reunir todos sus familiares —los que vivían al otro lado
del país y los que vivían en el pueblo de al lado— el fin de semana para
conocerlo. A Dios gracias, el 1 y 2 de mayo no eran festivos en Eslovenia,
lo que le daba dos días de margen antes de conocer a toda su familia, que,
por lo que sabía, no era pequeña, sino todo lo contrario.
—¿Estás insinuando que si no me aprovecho de ti y de tu lengua ahora
voy a estar a dieta de cochinadas hasta que volvamos a Madrid? —planteó
Iris.
—Exactamente, reina —replicó ufano.
La respuesta de Iris fue coger la chaqueta y ponérsela sobre el regazo.
Jaime, por supuesto, aceptó su invitación.
JayHorse_13.39
Ya estamos en Liubliana. Hemos pillado el coche q nos has
alquilado —gracias d nuevo por los billetes d avión, Jules,
eres la caña— y estamos d camino al pueblo.

Julio.Santos_13.40
Deja de agradecérmelo, que me permitieras regalarte el viaje
te convalida todos los años que no me has dejado regalarte
nada en tu cumpleaños, así que no des más por culo y
disfruta con tu familia. ¡Y manda muchas fotos!
JayHorse_13.41
Eso haré! T voy a echar d menos.
Ojalá hubieras podido venir.

Julio.Santos_13.44
¿No te estarás acojonando?

JayHorse_13.45
No me jodas, Jules, ni d coña...

Pero sí que se estaba acojonando. De hecho, estaba muy acojonado. Miró


por la ventanilla del asiento trasero el paisaje que se extendía frente a él.
Hacía poco que habían dejado atrás la capital eslovena y, tan de repente que
parecía que hubieran atravesado un portal espaciotemporal, los edificios
habían dado paso a un paisaje alpino en el que enormes árboles dominaban
todo el horizonte.
Cirila le había dicho que más de la mitad de Eslovenia eran bosques y
tenía razón.
Se dio cuenta de que estaba sacudiendo la pierna en un tic nervioso
cuando sintió la mano de Iris en su muslo.
—Tranquilo... —le susurró arrimándose más a él.
—No puedo, joder. ¿Y si no les caigo bien?
—Imposible, Jamme —replicó su madre girándose en el asiento del
pasajero—. No preocupes, moj otrok, familia ya te quiere.
—Si no me conocen..., y dudo que lleguen a hacerlo porque, joder, no
hablamos el mismo idioma. No voy a poder comunicarme con ellos —
gimió. Que soltara ese «joder» delante de su madre daba muestras de lo
alterado que estaba.
—Claro sí. Yo traduzco ti, Jamme —aseguró Cirila.
—Y, si no, siempre puedes usar mis siete gestos universales para
comunicarte. Bueno, puedes usarlos todos menos el sexto, ese no te
recomiendo que lo uses con tu familia, podría confundirlos.
Jaime entrecerró los ojos tratando de recordar a qué gesto se refería de
todos los que le había descrito el día que se conocieron.
Iris se lamió los labios y le lanzó un pícaro beso, recordándoselo, pues
era ese.
—Sí, ese mejor no lo uso —sonrió Jay.
Cuando Mario aparcó el coche en la aldea en mitad de las montañas en la
que Jaime había nacido, el nerviosismo de este alcanzó su punto álgido. Se
apeó el último y siguió, también en último lugar, a Cirila hacia la solitaria
casa que se alzaba en un estrecho prado esmeralda a orillas de la angosta
carretera que escindía la montaña. Era una construcción recia con tejado a
dos aguas, paredes encaladas y ventanas de madera. Su pared trasera la
conformaba la roca granítica de la montaña bajo la que se cobijaba.
Una mujer salió de la casa. Rondaría los setenta años y no era en
absoluto como Jaime la imaginaba. Sí, la había visto en fotos, pero estas no
le hacían justicia. Era alta, más que su madre, y su rosto reflejaba el carácter
fuerte y decidido de quien ha tenido una vida dura, pero también plena. Su
mirada era firme, vehemente, y sus labios finos formaban una apretada línea
recta sobre su barbilla altiva.
Se quedó en la puerta de su casa cual reina en la entrada de su castillo.
Sus ojos claros como el hielo fijos en él. Lo recorrió de la cabeza a los pies
y viceversa y ancló su mirada a la de él. Bajó el escalón que la separaba del
prado y fue hacia él. Y Cirila, Iris y Mario, malditos traidores, detuvieron su
avance y se hicieron a un lado cuando pasó junto a ellos sin dedicarles una
mirada.
Se paró frente a Jaime y soltó una escueta frase en esloveno.
—Tía Brigita dice ella trajo a ti al mundo con sus manos y ahora Dios te
trae a ella —tradujo Cirila.
—«Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo» —
recitó Brigita Lucas 15, 31 en castellano, lo había memorizado para recibir
a su sobrino.
Jaime parpadeó aturdido antes de responder con una de las pocas frases
que había aprendido desde el jueves anterior.
—Hvala, teta Brigita... 1 —Se quedó en blanco—. Joder, sé saludar en
esloveno, lo juro, lo llevo practicando toda la semana, pero se me acaba de
olvidar —gimió abochornado—. Soy un puto desastre...
—Jamme, eres bienvenido —vocalizó con dificultad la mujer
encerrándolo en sus brazos.

Sábado, 4 de mayo
—Siento no haber llamado antes, Jules, pero he estado liadísimo —susurró
Jaime al teléfono móvil.
Estaba sentado en el alféizar de la única ventana de esa habitación, que
no era otra cosa que el sobrado de la casa. Era un espacio amplio en el que
no podía erguirse, pues el techo le quedaba a la altura de los hombros en su
parte más alta. En la más baja, que era en la que estaba, le rozaba la
coronilla estando sentado. Pero no le importaba. Le gustaba sentarse en esa
ventana que parecía un cuadro de lo maravillosas que eran sus vistas. Se
llenó los pulmones con el intenso olor a pino de la brisa que bajaba de las
montañas. Estaba en el paraíso.
Miró al otro extremo del sobrado donde el profesor, tumbado en el
colchón hinchable que era su cama de esos últimos cuatro días, leía un libro
electrónico.
—¿Tienes sueño? ¿Corto la llamada? —le preguntó consciente de que
era muy tarde. Mario negó con un gesto y siguió con su lectura—. Tengo
tanta familia que está la casa a reventar, Jules —continuó diciéndole a su
hermano—. Brigita nos ha alojado en el sobrado, y a Iris y a Ciri las ha
instalado en uno de los dos dormitorios de la planta baja; ella comparte el
otro con no sé cuántos niños y el salón está a rebosar de los colchones en
los que duerme la familia que ha venido a verme. La hija de tía Bri también
ha alojado a varios familiares porque aquí no caben todos. Es la leche,
hermano, no sé cuántos tíos y primos tengo, porque cuando trato de
contarlos siempre aparece alguno más y pierdo la cuenta.
Se levantó del alféizar y, encogiéndose para no golpearse la cabeza —no
sería la primera vez que le pasara—, paseó por el sobrado. Mario lo observó
divertido. Era más de medianoche, llevaban todo el día en danza y estaban
agotados, pero Jaime estaba tan eufórico que era incapaz de permanecer
quieto más de cinco minutos.
—El miércoles lo pasamos con tía Brigita, su hija Anika y los hijos de
esta. Tiene cuatro, Jules. ¡Ahí es nada! La verdad es que en esta familia
todos tienen un montón de críos. Todos, menos Ciri —dijo pesaroso—, y no
veas cómo le gustan los niños, los disfruta muchísimo. —Miró a Mario con
toda intención—. Quién sabe, lo mismo dentro de un par de años me llega
algún hermanito...
Mario bajó el libro electrónico y arqueó una ceja. Jaime le sonrió burlón
antes de continuar su errático deambular.
—He conectado con todos desde el primer momento, Jules, como si no
habláramos idiomas distintos. Son la caña. Y tía Bri es la hostia. Es muy
severa, pero a la vez es maravillosa. Te deja bien claro que con ella no te
puedes pasar ni un pelo y luego te acoge bajo su ala y sabes que te quiere de
verdad, que va a estar ahí para ti pase lo que pase. Es tremenda. Por cierto,
tiene gallinas y conejos, pero le he pedido que no los hiciera para comer
porque me da mogollón de pena que los mate.
—Blandengue... —se burló Mario.
Jaime le enseñó el dedo medio en una peineta perfecta.
—Toda la familia está loca con Iris. Los niños no se separan de ella y
está enseñando a las mujeres llaves de las suyas para que tiren a sus
maridos al suelo. ¡Es peligrosísima! —Estalló en carcajadas—. ¡Y ya sé de
dónde me viene la pasión por los caballos! Dos de los tíos de Ciri tienen
caballos, he ido a verlos esta tarde y... ¿Qué dices, Mario? —le preguntó
cuando este intervino desde su camastro.
—Digo que también son tus tíos, Jay...
Jay lo miró desconcertado y luego una sonrisa se extendió en su cara.
—Joder, sí que lo son... —Continuó contándole a su hermano su periplo
de esos días hasta que Mario carraspeó y señaló el reloj—. Tengo que
dejarte, Jules, a ver si duermo un rato. Mañana nos vemos en Madrid.
Dejó el teléfono en la caja que hacía de mesilla y se tumbó en su
camastro.
—Te va a costar irte... —comentó Mario apagando su libro electrónico.
—Joder, y tanto... —suspiró cruzando las manos bajo la nuca.
El profesor asintió. Jaime no solo iba a echar de menos a la familia que
lo había acogido con el corazón abierto, sino también el paraíso en que se
enclavaba la casa.
Mario jamás había visto un paraje tan hermoso. En la falda de la
montaña, sobre un prado tan esmeralda que parecía irreal, con un riachuelo
cantarín a pocos metros y frondosos abetos que cobijaban la casa de la
nieve en invierno y del sol en verano. Ver allí a Cirila, feliz con su familia y
rodeada de tanta belleza, le había llenado el corazón de gozo. Y de miedo.
Porque estaba hecha para ese lugar.
—Hace calor, ¿te importa si dejo la ventana abierta? —le preguntó
Jaime, todo inocencia.
Era la cuarta noche consecutiva que se lo preguntaba.
Mario esbozó una sonrisita de medio lado y, aunque estuvo tentado de
decirle que prefería que la cerrara solo para ver su reacción, fue benevolente
y sacudió la cabeza aquiescente antes de apagar la bombilla que iluminaba
el sobrado. Poco después oyó pasos sigilosos y contempló divertido cómo
Jay pasaba sus largas piernas y su cuerpo fibroso por la ventana,
escabulléndose. No le hizo falta asomarse para saber que había saltado al
promontorio granítico que lamía la parte trasera de la casa formando una
rampa para, desde allí, saltar al prado donde, como cada noche, lo esperaba
Iris.
Sonrió con no poca envidia y cerró los ojos.
Pocos metros por debajo de él, Cirila abrió los suyos incapaz de dormir.
Iris había vuelto a escaparse por la ventana de la habitación que
compartían.
No había que ser muy lista para saber adónde iba, o, mejor dicho, con
quién iba. Con Jaime. A hacer el amor bajo el cielo estrellado. Aunque esto
no lo sabía con certeza. Pero no era tonta. Había visto cómo se miraban,
cómo se tocaban como si no pudieran estar separados, cómo se besaban
cuando pensaban que nadie los veía.
Miró la ventana por la que acababa de escapar la joven. Ella también se
había escabullido así hacía mil años, cuando era una niña ilusionada e ilusa
que no le temía a nada ni a nadie. Apartó el edredón de un tirón y fue hasta
allí. Estaba abierta, la llamaba. Sacó una pierna, la otra, después el cuerpo y
saltó al prado con su pijama de flores. Rodeó la casa hasta el lugar en el que
la montaña abrazaba la pared. Había trepado mil veces por allí para subir
furtiva al sobrado y leer sin que su prima la molestara.
Sin pensar en lo que hacía, puso las manos en la roca y se aupó, luego
gateó hasta el alféizar de la ventana. Le costó llegar hasta allí mucho más
esfuerzo que cuando era niña, pero lo consiguió. La ventana del sobrado
también estaba abierta.
La tentaba, cómo la tentaba.
Se coló con sigilo diciéndose que solo quería mirar. Verlo dormir,
observar su rostro relajado por el sueño, deleitarse con su respiración
profunda y, aunque esto intentó no pensarlo, quizá verle el torso desnudo
porque la noche era agradable y él tal vez tuviera calor... Se sonrojó al darse
cuenta de la deriva de sus pensamientos. Y de sus acciones.
No debería estar allí. Era una gran imprudencia, además de una terrible
falta de educación. Debería irse. Y eso haría.
Después de echar una miradita.
Esperó a que su visión se acostumbrara a la oscuridad rota por los rayos
lunares e, incapaz de resistirse a la tentación, se acercó cautelosa al único
camastro habitado.
Él estaba allí, dormido cual angelito, el edredón lo cubría hasta la cintura
y tenía el torso desnudo. O eso intuyó, porque la escasa luz no le permitía
verlo bien. Se sintió tentada, tan tentada, de tocarlo, que antes de darse
cuenta había extendido el brazo. Lo retiró un segundo antes de que las
yemas de sus dedos tocaran su piel.
Se abrazó la tripa asustada por su osadía y desvergüenza y dio un paso
atrás.
Mario abrió los ojos.
—No te vayas.
Se quedó petrificada, el calor lamiéndole la cara y el cuerpo entero, pero
no sabía si era por la vergüenza o por la llama que ese hombre encendía en
ella cada vez que la miraba, que le susurraba, que la besaba.
Mario apartó la colcha que lo cubría, invitándola a entrar en su cama.
Y Cirila dio los pasos que la separaban de él.
Se tumbó a su lado, él la abrazó y ella suspiró apaciguada, consciente de
que hasta ese momento había estado inquieta, impaciente por sentirlo de
nuevo a su lado tras cuatro días en los que habían tenido que guardar las
distancias y no besarse ni susurrarse palabras de amor.
Se acurrucó contra él y, llena de timidez y determinación, lo besó en la
comisura de los labios. Pudo sentir la sonrisa que él esbozó contra su boca
antes de que tomara las riendas y la besara como llevaba cuatro días
deseando que lo hiciera. Con desesperada necesidad. Se juntó más a él y
sintió su firme dureza contra el estómago.
Eso la paralizó.
—No le prestes atención —le susurró Mario dejando una hilera de besos
en su mandíbula antes de bajar por su cuello.
—No quiero no prestársela —replicó ella.
Mario se detuvo con los ojos entrecerrados, incapaz de discernir si había
usado el verbo equivocado... o no.
Ella lo sacó de dudas deslizando un tímido dedo por su longitud.
Él tomó una brusca bocanada de aire.
—¿Por qué, Ciri? —se obligó a preguntar, y casi le costó la vida porque
ella se detuvo—. Sé que tus convicciones no comulgan con... los encuentros
clandestinos fuera del matrimonio. —Ella misma se lo había dicho no hacía
mucho.
Cirila apartó la mirada y se removió tratando de escapar de sus brazos.
—Ciri...
—No pensaba lo que hecho —confesó—. No quiero hacer el amor. Solo
quería... saber.
—¿Saber qué?
—Si te gustan besos tanto como a mí —contestó con timidez.
—Oh, sí. Rotundamente sí. Adoro besarte. Y tocarte. Y sentirte. —
Volvió a pegarse a ella dejándole sentir su erección antes de apartarse y
observarla en silencio con una intensidad que la intrigó.
—¿Qué piensas? —se atrevió a preguntarle Ciri al cabo de varios
segundos.
—Verte aquí, en este paraje idílico, rodeada por tu familia me ha hecho
percatarme de que este es tu hogar. —Su mirada se hizo más intensa—. ¿No
preferirías quedarte aquí en vez de vivir en Madrid?
Ella negó con un gesto.
—No sé cómo puedes alejarte de tanta belleza —musitó él.
—No alejo, Mario. Belleza habita en corazón de personas que amo. Mi
hogar está donde están ellas. Donde está mi hijo. Donde estás tú. —Bajó la
mirada con timidez.
Él le alzó la cabeza y la besó. Despacio. Alargando el placer, pidiendo
más con sus labios y su cuerpo. Le dio todo lo que era y recibió todo lo que
ella era. Hasta que sus cuerpos temblaron hambrientos el uno del otro. De ir
más allá. De convertirse en uno.
Mario se apartó tumbándose de espaldas en el colchón y clavó la mirada
en el techo mientras trataba de sosegar su agitada respiración.
Ella se acurrucó contra él, sus dedos transitando por su pecho deseosos
de descubrir cómo era, pues al fin y al cabo había sido esa curiosidad lo que
la había metido en esa situación. Y no se arrepentía. En absoluto. Su falta
de pudor la había llevado a descubrir que lo cubría una suave capa de vello
ensortijado, que su vientre era lampiño y terso y que sus músculos se
ondulaban cuando deslizaba los dedos sobre ellos, como si sus caricias lo
hicieran estremecer. Y así era.
—Ciri... —La detuvo—. No puedo. Si me sigues tocando, voy a
manchar las sábanas de tu tía... y no me apetece tener que explicarle cómo
ni por qué las he ensuciado. —Su mirada penetrante desmentía la ligereza
de sus palabras.
Ella asintió y posó su mano en el pecho de él, cálida, suave. Inmóvil.
—Pensaba esperar un poco más, tal vez unos meses, aunque
seguramente no tanto, antes de hacerte la pregunta, pero no puedo, Ciri,
necesito saber. Esta noche me has dejado abrazarte íntimamente y sé que no
voy a soportar estar alejado de ti mucho tiempo más. Cásate conmigo.
—Eso no es pregunta, es afirmación —replicó ella sonriente.
—Tienes razón...
Saltó del colchón, hincó una rodilla en el suelo, se quitó uno de sus
anillos y, tendiéndoselo, dijo:
—¿Quieres hacerme el hombre más feliz del mundo? Te juro que si me
dices que sí voy a dedicar mi vida a hacerte la mujer más feliz del mundo.
Ella no dudó.
JayHorse_10.33
No t lo vas a creer, Jules, Mario acaba
d anunciar en mitad del puto desayuno
q le ha pedido matrimonio a Ciri y q Ciri ha aceptado... ¡No
me jodas!

Jaime miró pasmado a la caterva de tíos y primos que se turnaban para


felicitar y besar a Cirila locos de alegría. Desde luego, había que tener
ganas de anunciar algo así con tropecientos familiares delante.
Miró a Mario, que a su vez lo miraba orgulloso, y soltó:
—Como la cagues, te corto la polla.
—No la voy a cagar. La quiero.
—No lo había notado... —resopló. Luego esbozó una maliciosa sonrisa
—. Que quede claro, ni de coña te voy a llamar «papá»...
Epílogo

Algunos meses después...


Jaime salió de la ducha y enfiló el pasillo del piso de su hermano hasta su
cuarto. Acabó de secarse, soltó la toalla en el suelo y abrió el cajón de la
ropa interior en busca de unos calzoncillos.
No los encontró.
No porque el cajón estuviera revuelto ni nada por el estilo. Era imposible
que estuviera revuelto, porque estaba vacío. Pero del todo. Allí no había ni
telarañas.
Se rascó la nuca confundido, se envolvió de nuevo con la toalla y fue a la
cocina para asomarse al tendedero y ver si tenía alguno tendido. Pues no.
Allí tampoco encontró calcetines ni calzoncillos ni nada suyo en realidad.
¿Qué narices pasaba? ¿Acaso le estaban boicoteando la ropa limpia?
Abrió el cubo de la ropa sucia y tampoco vio nada que le perteneciera,
aunque lo cierto es que no rebuscó demasiado, no era plan. Así que, a falta
de otra opción, se acercó al comedor, donde su hermano, Mor y las gemelas
jugaban una partida al parchís.
—Jules, ¿me dejas unos calzoncillos? No encuentro los míos por
ninguna parte.
—Porque no estás buscando en la casa correcta —dijo Julio antes de
indicarle dónde encontrarlos—: Primer cajón de mi mesilla. Coge los que
quieras y tráelos de vuelta la próxima vez que vengas o también mi ropa
acabará en tu casa...
Jay asintió, salió al pasillo, dio dos pasos y al tercero se paró en seco, dio
media vuelta y regresó al comedor.
—¿Qué has querido decir? Esta es mi casa... —le preguntó confundido.
—Eso he intentado que fuera, pero no creo que lo haya conseguido —
señaló Julio con sincero pesar—. Tu casa está donde está tu corazón... Y tu
ropa y tu calzado y tus libros... —enumeró.
—Y tu or-denador —continuó Leah.
—Y los recuerdos de tus viajes —apuntó Mor.
—Y tus juguetes.
—Jay no tie-ne jugue-tes —corrigió Leah a Larissa.
—Pues tus juegos de consola.
—Eso sí. Y tus colonias —añadió Julio.
—Y tu maquinilla de afeitar —agregó Mor risueña—. Y nada de eso está
aquí.
Jay los miró aturdido al darse cuenta de que llevaban razón: la consola,
el ordenador, casi toda su ropa y la mayoría de sus cosas ya no estaban allí.
—Bueno, algo tendré aquí... —resopló.
—Sí. La ropa de invierno, y no toda —afirmó Julio.
—Porque todavía hace buen tiempo —apuntó Larissa burlona.
—Cuando llegue el frío, te la llevarás como te has llevado la de verano
—señaló Mor.
—Ya, bueno, no lo hago a propósito, es que me la voy llevando a casa
para cambiarme y se me olvida traerla de vuelta —se justificó molesto.
Julio enarcó una ceja. Y Jay fue consciente de lo que acababa de decir.
Que se la llevaba «a casa». No «al piso de Iris», sino «a casa». Al lugar que,
instintivamente, consideraba su casa, su hogar.
Se sentó en la silla más cercana con las rodillas temblándole y miró a su
hermano.
—Joder, hasta ahora no me había dado cuenta de que... —Sacudió la
cabeza en una aturdida negativa.
—¿De que la casa de Iris ahora es la tuya? —finalizó Mor su frase.
—¿Cuándo ha pasado?
—Yo diría que lleva pasando desde antes de tu cumpleaños —contestó
Julio—, cuando empezaste a dormir con ella todos los domingos y los
lunes...
—Luego lo ampliaste a los martes, miércoles y jueves —apuntó Larissa.
—Y ahora solo duermes aquí el sábado que hacemos la fiesta de pijamas
familiar mensual y algún día suelto cuando te enredan las gemelas —señaló
Mor.
Jaime la miró perplejo mientras trataba de recordar las noches que se
había quedado a dormir en el piso de Jules desde que había regresado el
mes anterior de su segundo viaje —bastante más largo que el primero— a
Eslovenia. Solo habían sido dos. El sábado de la fiesta de pijamas de la
semana anterior y ese mismo viernes, que las gemelas lo habían enredado
para que les hiciera una tarta (la eslovena de su madre), y como se le había
hecho tarde e Iris estaba de viaje se iba a quedar a dormir.
Iris y él poco a poco habían ido transformando sus vidas separadas en
una vida en común. Iris seguía viajando a menudo y asistiendo a sus cursos
fuera de España y Jaime seguía con sus caballos y entrenando a Canela.
Cuando a Jaime le interesaba algún viaje, cambiaba turnos y acompañaba a
su chica, los Repes y Sardi, pero casi siempre prefería quedarse en su casa,
que no era otro sitio que el piso de Iris y Sardi para aprovechar la bendita
tranquilidad del hogar para escribir.
Se quedó paralizado al ser consciente de que ya no lo aterraba la soledad
de las casas vacías. Ya no sentía la imperiosa necesidad de escapar del
silencio yermo y llenar la noche de ruidos y luces vagabundeando de bar en
bar. Al contrario, encontraba cierta paz en el silencio roto por los susurros
de sus personajes mientras le narraban sus aventuras. Le gustaba estar solo
en casa. En su casa. Joder, ¿cuándo había pasado eso?
Miró a su hermano confundido.
—Jules... ¿Estoy viviendo con Iris en plan pareja? —le preguntó.
—¿En serio me lo estás preguntando, hermano?
—Pero es que no lo hemos hablado nunca, no sé si ella se habrá dado
cuenta...
—Iris es chica, no es tan lerda como tú —señaló Larissa con suficiencia.
—¿Me acabas de llamar lerdo, renacuaja?
—Es que... lo eres —señaló Leah.
Jaime se lanzó a castigarlas con la peor tortura de todas: una guerra de
cosquillas.

Esa misma noche


Irisadas_22.29
Cambio de planes, Morritos,
nos volvemos a Madrid mañana después de desayunar. Sardi
ha discutido con
su agente, lo ha mandado a la mierda
y no va a desfilar...

JayHorse_22.30
Ha habido algún problema
en el desfile de hoy?

Irisadas_22.31
Uno de los altos ejecutivos de la firma decidió que el trasero
de Sardi era de propiedad pública y lo magreó. Sardi le
cruzó la cara y su agente lo abroncó diciéndole que no podía
ser tan quisquilloso. Así que Sardi le dijo todas las inserte
palabrotas que se le ocurrieron. Si buscas en Instagram lo
podrás ver, porque algunos instagrammers grabaron la
bronca...

Cuando Jaime regresó a casa la tarde siguiente, tras salir del trabajo, Iris,
Sardi y los Repes ya estaban allí. También un enorme ramo de rosas rojas.
Fue directo a por Iris, le dio un beso con ganas —hacía un día y medio
que no se veían y eso pesaba— y se acercó a las flores.
—¿De dónde ha salido esto? —les preguntó intrigado.
—Me lo han dejado esta mañana en la recepción del hotel —replicó
Sardi tendiéndole la tarjeta que acompañaba al impresionante ramo.
No permitas que te utilicen, mi adorable ángel,
tú vales mil veces más que ellos.

Tu rendido admirador

—Coño, tienes un rendido admirador —se guaseó Jaime. Era la primera vez
que Sardi recibía flores tras un desfile.
—Eso parece —comentó el rubio sin saber bien cómo se sentía.
Por un lado le hacía ilusión haber impresionado tanto a alguien como
para que le hiciera ese increíble regalo, pero por otro lado también lo
acojonaba un poco porque era extraño pensar que alguien a quien no
conocía y que no lo conocía —que seguramente no sabría ni su verdadero
sexo, pues había desfilado con ropa femenina— se gastara un dineral en ese
impresionante ramo.
—Y no veas qué coñazo para traerlo —se quejó uno de los Repes.
—No me jodas, Repe, no tienes derecho a quejarte, he sido yo quien lo
ha llevado encima las cinco horas de viaje —protestó su gemelo.
—Porque yo soy más listo.
—No, porque tienes más morro.
Sardi puso los ojos en blanco y se largó a su cuarto a ponerse con el
diseño en el que estaba trabajando, e Iris y Jaime tampoco tardaron mucho
en irse. Tenían besos que darse, caricias que hacerse y sexo que practicar.

***
Mucho más tarde, en la intimidad de su dormitorio, Jaime compartió con
Iris su descubrimiento de que estaban viviendo juntos.
Ella lo miró absolutamente pasmada.
—¿Y te has dado cuenta hoy? Llevas meses compartiendo los gastos del
piso...
Jaime la miró sin entender.
—Pagas tu parte de la compra semanal y del agua, la luz, el gas... —
especificó.
—Normal, paso más tiempo aquí que en el piso de mi hermano —bufó él
con toda la lógica del mundo.
—Claro, porque eres mi príncipe azul y estás viviendo conmigo en la
torre más alta de nuestro pequeño castillo —sentenció ella antes de estallar
en carcajadas a las que Jaime no tardó en unirse.
Nota de la autora

Con este descubrimiento de Jaime llegamos al final del libro. Espero que os
haya gustado leerlo tanto como a mí escribirlo. Jay es un personaje que me
ha ido contando su historia durante los últimos tres años, al principio en
pequeñas dosis y, conforme escribía los libros de su hermano y Mor y de
Elías y Beth, con más fuerza.
Con él empiezo una nueva serie: «Príncipes azules y otros cuentos
chinos», en la que los protagonistas van a ser jóvenes adultos con muchas
vivencias a sus espaldas.
Por si os lo preguntáis, sí, Sin, Sardi y los Repes serán los protagonistas
de sus propios libros en esta trilogía que empieza, lo que no os voy a contar
es el orden en el que irán apareciendo, para eso tendréis que estar atentas/os
a mis redes sociales, iré soltando cositas por allí.
Si queréis saber más de Jaime, cómo empieza su historia, cómo es con
dieciséis años (un cabrón, ya os lo adelanto), cómo empieza su amor por los
caballos y cómo va madurando, os emplazo a que leáis la bilogía «Tres
Hermanas»: Los secretos de tu cuerpo (la historia de Mor y Julio) y El roce
de tu piel (la historia de Elías y Beth), donde Jaime desempeña un papel
superimportante.
Y, si os apetece conocer a Iris de niña, sus travesuras y su desparpajo
(amén de la historia completa del príncipe azul que escaló el castillo más
alto y venció al dragón Malasombra), os emplazo a que leáis el segundo
volumen de la serie «Amigos del barrio»: Cuando la memoria olvida,
donde una pizpireta y muy inquieta Iris de siete años vuelve loco a su padre.
Sin más, me despido.
Referencias a las canciones

Volando voy, 1998 BMG Music Spain, S. A., interpretada por Kiko
Veneno.
Start Me Up, © 2019 Promotone B. V. 2019, bajo licencia exclusiva de
Eagle Rock Entertainment, Ltd., interpretada por The Rolling Stones.
La Virgen de la Humanidad, 2021 Pequeño Salto Mortal, editado y
distribuido bajo licencia exclusiva de Sony Music Entertainment
España, S. L., interpretada por Vetusta Morla.
Immigrant Song, © 2014 Atlantic Recording Corporation, Warner Music
Group, interpretada por Led Zeppelin.
Brown Sugar, © 2008 Promotone B. V., bajo licencia exclusiva de
Universal International Music B. V., interpretada por The Rolling
Stones.
Biografía

Nací en Madrid la noche de Halloween de 1972 y resido en Alcorcón con


mis hijas, con quienes convivo democráticamente (yo sugiero/ordeno y
ellas hacen lo que les viene en gana). Nos acompañan en esta locura que es
la vida dos tortugas, dos periquitos y cuatro gatos. Trabajo como
secretaria/chica para todo en la empresa familiar, disfruto de mi tiempo
libre con mi familia y amigas, y lo que más me gusta en el mundo es leer y
escribir novela romántica.
Encontrarás más información sobre mí, mi obra y mis proyectos en:
Blog: https://noeliaamarillo.wordpress.com/
Facebook: Noelia Amarillo
Instagram: @noeliaamarillo
Twitter: @Noelia_Amarillo
Notas
1. Intervenciones terapéuticas asistidas con caballos.
1. «Mi niño», en esloveno.
2. Salón Internacional del Caballo.
1. Juan 8, 32.
1. Expresión del argot inglés para definir a las mujeres que buscan una pareja más joven.
1. «Gracias, tía Brigita.»
No soy tu príncipe
Noelia Amarillo

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© Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño


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© Noelia Amarillo, 2023

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Primera edición en libro electrónico (epub): octubre de 2023

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Dame una oportunidad
Casado, Noe
9788408279891
432 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Todos sabemos que el agua y el aceite no se mezclan jamás. ¿Qué crees


que pasará cuando coincidan en el mismo escenario una refinada
cantante de ópera y el extravagante líder de un grupo de rock?

Después de una carrera plagada de éxitos sobre los escenarios operísticos


más importantes, me he visto sumergida en una complicada situación
profesional que se ha agravado aún más por mi situación personal.

Mi marido ha desaparecido, no me responde a las llamadas y, por si eso


no fuera ya bastante humillante, he descubierto que me ha dejado con serios
problemas económicos. Así que no me ha quedado más remedio que
actuar en una ópera rock, con argumento romántico y características muy
alejadas de mi registro como mezzosoprano, a pesar de que mi prestigio
haya quedado en entredicho.

Si ya dudaba si aceptar o no ese trabajo, tras conocer al coprotagonista


me pregunto si seré capaz de soportarlo: un roquero sin filtro verbal y de
cuestionable estilo al vestir, que me birla el maquillaje y que siempre está
rodeado de fans dispuestas a todo por su ídolo.
Y cuando creo que ya no puedo hundirme más, recibo una inesperada
noticia sobre mi marido que me impacta como un monumental bofetón
emocional.

Pero como reza el dicho: no se vayan todavía, aún hay más...

Han dicho de sus novelas:

«Me encanta Noe casado, sus historias y personajes no dejan indiferente a


nadie y está vez no podía ser menos.» Ele Cubo

«Qué bien se le da el suspense a esta mujer, que bien teje historias, que
toque maravilloso... Y con el dulce justo, como me atrapan
maravillosamente.» Zeta

«Muy diferente a lo que estamos acostumbrados en una novela. Muy


intensa y sobre todo los personajes, tan particulares. Todo un
descubrimiento.» Begoña

Cómpralo y empieza a leer


El roce de tu piel
Amarillo, Noelia
9788408264668
624 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Una novela romántico-erótica de segundas oportunidades en la que


nada es lo que parece y que pone especial atención en el miedo a no ser
lo que esperan de ti.

Elías es un hombre serio e intransigente, pero justo. También es, según


la opinión generalizada de quienes lo rodean, aburrido, arrogante y
puntilloso. Es, además, dueño de una próspera escuela de hípica, padre de
una adolescente complicada —y mucho más problemática de lo que ella le
deja ver— y viudo desde hace tres años. Se siente solo, pero eso es algo
que está decidido a solucionar.

Beth es distante, esquiva y un tanto cínica. Y guarda un secreto que


condiciona su relación con los hombres. Un secreto que la amedrenta y le
despierta una sospecha: ella no es como las demás mujeres. Ella está
«averiada». Algo que le ha quedado claro tras una amarga relación que
también le ha hecho ver que el estado ideal —al menos para ella—es la
soltería. Y así está decidida a seguir por los siglos de los siglos, amén.

El problema es que Elías está interesado en Beth. Y es incluso más terco


que ella. Y, además de arrogante, es atractivo, carismático e insistente. Y,
por añadidura, besa de maravilla.

Cómpralo y empieza a leer


¿Y a ti qué te pica?
Maxwell, Megan
9788408276210
552 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Vuelve Megan Maxwell con una divertida comedia romántica en la que


descubrirás que la magia del amor lo cura todo

Nacho Duarte es un reconocido director de cine mexicano que, tras la


muerte de su esposa, cerró las puertas de su corazón a cal y canto. Le
gusta disfrutar con las mujeres, pero no suele repetir con la misma porque
no piensa volver a enamorarse.

Su último trabajo lo traslada a España, donde va a rodar una película de


acción cuya actriz principal es su amiga Estela Ponce. Sin embargo, para las
escenas más peligrosas cuenta con la colaboración de Andrea Madoc, una
militar estadounidense que, además, trabaja como especialista de cine.

Andy es una chica simpática, bromista y divertida que hará que el


corazón del guapo director mexicano vuelva a latir con fuerza.

Adéntrate en las páginas de ¿Y a ti qué te pica? y descubre que a veces,


aunque no te lo propongas, puedes encontrar la llave para abrir la puerta a la
felicidad. Y es que el amor es uno de los pocos remedios capaz de
alegrar hasta el más triste de los días.
Opiniones de los lectores de ¿Y a ti qué te importa? e ¿Y a ti qué te
pasa?:

«¿Qué voy yo a decir de estas dos maravillosas obras de arte? Lloré […],
reí, me enfadé... Pero al final la magia lo inundó todo. Enhorabuena, jefa,
nunca nos defraudas», Bianca Lancharro.

«Me han encantado las dos novelas. Como siempre que empiezo una de
Megan Maxwell... ¡es empezarla y no poder soltarla hasta terminarla!
¡¡Fabulosas!!», Paloma.

«Me he leído casi todos los libros de esta autora y son fantásticos», Sonia.

«Adoré estos libros. Me encantan sus historias. Lo mismo ríes que lloras.
Me fascinan», Yisel.

«Me han encantado las dos, no podía parar de leer», Ros M.

Cómpralo y empieza a leer


¿Tú lo harías?
Maxwell, Megan
9788408280859
512 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Adéntrate en esta comedia romántica y verás que las decepciones


amorosas no se superan con lágrimas, sino con la seguridad absoluta de
que no hay nadie más fuerte que una mujer que aprende a
reconstruirse a sí misma.

¿Tú lo harías? nos presenta a tres mujeres de poco más de treinta años
que aparentemente no tienen nada en común.

África es periodista, aunque la ilusión de su vida es ser editora.

Gema está especializada en marketing y publicidad y es madre de dos hijos.

Belinda es limpiadora en hoteles y hospitales.

Ellas no se conocen de nada, hasta que un buen día coinciden en un


local llamado Bébete A Tu Ex. A partir de ese momento forjarán una
amistad que las ayudará a hacer frente a las distintas decepciones que han
sufrido por amor y, ante una botellita de vino, se retarán a vivir la vida uno
o varios puntitos más allá de hasta donde se habían atrevido a hacerlo.
Eso significará un ¡ADIÓS! a los miedos y vergüenzas, especialmente al
qué dirán, y un gran ¡HOLA! a vivir, atreverse, quererse y disfrutar.

Porque por muchas veces que hagas caer a una mujer en su camino, ella
siempre se levantará, se sacudirá el polvo y se hará más fuerte.

Cómpralo y empieza a leer


Y ahora supera mi beso
Maxwell, Megan
9788408265986
576 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Una novela romántico-erótica que te hará entender que no hay que


dejar para mañana los besos que puedas dar hoy.

Hola, me llamo Amara y estoy aquí no para hablaros de mí, sino de


Liam Acosta, ese guapísimo empresario que se dedica al negocio del vino
en Tenerife y que sigue soltero porque quiere, pues siempre tiene a una
legión de mujeres pendientes de él.

Por lo que sé, un día recibió una misteriosa llamada telefónica en la que
le pedían viajar a Los Ángeles por un asunto urgente, que resultó ser, ni
más ni menos, que un bebé. A Liam, al principio, le costó mucho admitir su
paternidad, pero cuando vio a la criaturita, el mundo se movió bajo sus pies:
al igual que él, tenía el ojo derecho de dos colores.

Así que, muy agobiado y tremendamente perdido, regresó a Canarias con su


hijo, pero se dio cuenta de que necesitaba a alguien que le echara una mano
y, por recomendación de mi amiga Verónica, me contrató a mí.

De pronto, Liam y yo, dos personas independientes y acostumbradas a


no tener que dar explicaciones a nadie, hemos tenido que ponernos de
acuerdopor el bien del pequeño. Y eso ha hecho que, sin apenas darnos
cuenta, hayamos reconocido el uno en el otro a la persona que nunca
hubiéramos esperado encontrar.

Cómpralo y empieza a leer

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